LA SANTIDAD
Llamados a la santidad
Creemos que nuestra Iglesia es Santa, “ya que Cristo, el Hijo de
Dios, a quien con el Padre y el Espíritu llamamos “el solo Santo”
amó a la iglesia como a su esposa entregándose a sí mismo por ella
para santificarla, la une a su propio cuerpo y la enriquece con el
don del Espíritu Santo para Gloria de Dios.” (LG 39). Si la Iglesia
es Santa, cada uno de sus miembros está llamado también a alcanzar
en su propia vida la santidad, “en Cristo Dios nos eligió antes de
que creara el mundo, para estar en su presencia santos y sin
mancha.” (Ef. 1,4).
El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Gaudete et
Exsultate, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual,
también nos recuerda este llamado a la santidad que el Señor nos
hace a cada uno de nosotros, un llamado que es personal, dirigido a
ti: “Sed santos porque yo soy Santo” (Lv. 11,45; cf. 1P 1,16),
animando a cada creyente a discernir su propio camino para alcanzar
esa meta, porque ese llamado debe vivirse con amor y ofreciendo el
propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada
quien se encuentra.
Hemos recibido del Señor una elección gratuita, que nos marca un
fin bien determinado: la santidad personal. Así nos recuerda el
apóstol Pablo: “La voluntad de Dios es que se hagan santos.” (1
Tes. 4,3). Por tanto, cada uno de nosotros está llamado a conquistar
esa cima.
La santidad debe ser para todo creyente la meta a alcanzar, el final
de la gran escalera que lleva al cielo. Hace mucho tiempo, me
dijeron que el camino que conducía al cielo era como una escalera
hecha de ladrillos en la que cada escalón era una virtud, siendo el
primer escalón el más grande porque representaba la virtud de la
humildad, y por tanto debía subirse con un esfuerzo sincero y la
elección de la libre voluntad.
Santa María Margarita de Alacoque nos recuerda la importancia de
la virtud de la humildad: "Solo el corazón humilde puede entrar en
el Sagrado Corazón de Jesús, conversar con Él, amarle y ser amado
de Él". El cemento entre los ladrillos era el Amor de Dios que une
todas las virtudes y la baranda era de donde debía aferrarse el alma
para permanecer en la escalera son la oración y la sencillez de
corazón. Sin duda, aquello que se me dijo me impactó y recordé en
ese momento que años atrás, en una confesión, al terminar de decir
mis pecados, lo primero que me dijo aquel sacerdote fue una
pregunta: ¿Tú quieres ser santa?, y entre lágrimas pude decirle que
sí, porque ese deseo estaba en mi corazón, pero con frecuencia nos
pasa que pensamos más en nuestras caídas, nuestras debilidades, en
las veces que seguimos fallando, y eso opaca, nubla nuestra visión
hasta poder perder de vista la cima anhelada. Aquel día estoy
convencida de que Dios derramó una gracia especial en mí cuando a
través del sacerdote me absolvía de mis pecados, una gracia para
comprender y acoger el llamado que Dios me hacía y me sigue
haciendo; un llamado que no sólo me hace a mí, a ti también, a todos
sin excepción. Un llamado a la santidad.
Esa invitación a la santidad, dirigida por Jesús a todos los hombres
sin excepción, requiere de cada uno que cultive la vida interior y que
se ejercite diariamente en la práctica de las virtudes cristianas
porque Dios da la gracia pero también es necesario nuestro esfuerzo,
en hacer todo para agradarle siempre a Él.
Es propicio recordar en este momento las palabras de Santa Teresita
del Niño Jesús: “Yo siempre he deseado ser santa, pero, cuando me
comparo con los santos siempre constato que entre ellos y yo existe
la misma diferencia que entre una montaña cuya cumbre se pierde
en el cielo y el oscuro grano, que los caminantes pisan al andar.
Pero en vez de desanimarme, me he dicho a mi misma: Dios no
puede inspirar deseos irrealizables; por lo tanto, a pesar de mi
pequeñez, puedo aspirar a la santidad.” Dios nos quiere santos, por
tanto, es importante que grabemos a fuego en el alma la certeza de
que la invitación a la santidad dirigida por Jesús es para ti también.
“Hemos de ser santos, cristianos de veras, auténticos, canonizables;
y si no, habremos fracasado como discípulos del Único Maestro.”
(San Josemaría Escrivá de Balaguer).
Hermanos en Cristo, sirvan estas líneas para animarte, tú al igual
que yo y muchos más podemos ser otros santos o santas de esta
época, Dios sigue llamando, y quiere recordarte cuan grande es el
amor que siente por ti, te ama con un amor personal, a ti, con tus
virtudes y tus defectos, que siempre estará derramando su amor en tu
corazón para que puedas amar como Él lo pide, porque el santo, es
el que ama sin medida; su amor te impulsará y te levantará en los
momentos en que hayas caído y logrará en ti aquello que
experimentó Domingo Savio: “La santidad consiste en estar
siempre alegres”. Él nos dará la gracia para que luchemos por
alcanzar la santidad en medio del mundo en que vivimos porque “la
santidad del siglo XXI va a ser la santidad de los laicos y de las
familias.” (Padre Jacques Philippe). El Catecismo de la Iglesia
también nos exhorta en ese sentido: “Todos los cristianos, de
cualquier estado o condición están llamados cada uno por su
propio camino, a la perfección de la santidad”.
Oración
Señor, me presento delante de ti con el deseo de acoger el llamado
que Tú me haces a la santidad; convénceme por medio de tu Santo
Espíritu que yo también puedo alcanzar la santidad viviendo con
amor y ofreciéndote mi vida. Te pido por intercesión de tu Madre,
la Santísima Virgen María y de todos los santos y santas me
concedas la gracia de anhelar la santidad siempre y en todo lugar
en lo más profundo de mi corazón. Amén.
Laura Pastrán