Análisis de la novela Aura de Carlos Fuentes
Resumen biográfico del autor
Narrador y ensayista mexicano, fue uno de los escritores más importantes de la historia literaria
de su país. Figura fundamental del llamado boom de la novela hispanoamericana de los años 60,
el núcleo más importante de su narrativa se situó del lado más experimentalista de los autores del
grupo y recogió los recursos vanguardistas inaugurados por James Joyce y William Faulkner
(pluralidad de puntos de vista, fragmentación cronológica, elipsis, monólogo interior),
apoyándose a la vez en un estilo audaz y novedoso que exhibe tanto su perfecto dominio de la
más refinada prosa literaria como su profundo conocimiento de los variadísimos registros del
habla común. En lo temático, la narrativa de Carlos Fuentes es fundamentalmente una
indagación sobre la historia y la identidad mexicana. Su examen del México reciente se centró en
las ruinosas consecuencias sociales y morales de la traicionada Revolución de 1910, con especial
énfasis en la crítica a la burguesía; su búsqueda de lo mexicano se sumergió en el inconsciente
personal y colectivo y lo llevaría, retrocediendo aún más en la historia, al intrincado mundo del
mestizaje cultural iniciado con la conquista española.
Análisis temático
Aura es una novela corta, obra del ganador del Premio Cervantes publicada en 1962. La historia
está situada en el mismo año en la Ciudad de México. Esta obra es considerada como una de las
más importantes de este novelista y una de las mejores de la narrativa mexicana del siglo XX.
Narra la historia de Felipe Montero, un joven historiador al que le será encomendada la tarea de
ordenar y terminar de escribir las memorias del general Llorente por parte de doña Consuelo, su
viuda, con la condición de que deberá vivir en la casa junto con ella y su sobrina, Aura, mientras
realice el trabajo. Asimismo, el trabajo que realiza Felipe para ordenar y reescribir las memorias
del general, le permite al historiador conocer más detalles sobre la vida política del México del
siglo XIX, a la vez que conoce de primera mano, la historia de amor que nació entre Consuelo y
él junto con los pormenores del deterioro de la esposa, que estuvo imposibilitada para darle hijos
a su amado y en medio de su desesperación y sentimiento de culpa, recurrió a infinidad de
rituales relacionados con la brujería como el sacrificio de animales, la extraña alimentación a
base de vísceras de animales, la convivencia con ratones, entre otros, prácticas que contravienen
la imagen de ferviente creyente católica que le muestra a Felipe. Felipe nota que el
comportamiento de Aura y su tía no es normal. Doña Consuelo ejerce un extraño poder sobre su
sobrina, al punto de controlar sus palabras, gestos y hasta movimientos. Pero Felipe se enamoró
de Aura y creyéndola prisionera de la anciana, decide liberarla, pero esta se niega. Los jóvenes
sostienen varios encuentros amorosos en los que Felipe se percata de que Consuelo controla a
Aura para que, a través de ella, pueda concebir el hijo que no pudo darle a Llorente. En ese
punto, Felipe se da cuenta de que él se ha transformado en el general, mientras que Aura se ha
convertido en Consuelo durante su juventud.
Se estructura en cinco capítulos a lo largo de los cuales se va contando, de manera lineal. El
tiempo, por su parte, tiene también un desarrollo lineal, interrumpido únicamente por las
evocaciones al pasado que hace Felipe a través de las historias y las fotografías del general
Llorente. Predomina un estilo narrativo enriquecido por pasajes descriptivos que nos muestran
no solo cómo es el ambiente dónde se suceden los acontecimientos, sino también los personajes
y sus características físicas y espirituales. Destacan los fragmentos en francés que ha introducido
el autor para dar verosimilitud a la obra, puesto que los manuscritos del general han sido escritos
originalmente en esta lengua.
La narración tiene lugar en un espacio urbano. Al principio, el personaje principal se mueve
entre cafés, transporte público y avenidas congestionadas, típico de las grandes urbes. Luego
ingresa en la casa de doña Consuelo y, a partir de ahí, el ambiente es predominantemente
doméstico. No obstante, no se trata de una casa típica: es una casa que permanece a oscuras,
donde la iluminación aún depende del fuego, como si el tiempo se hubiese detenido en el siglo
XIX. La decoración y los muebles, en efecto, son antiguos. La razón por que la anciana y su
sobrina viven en esta oscuridad es para no despertar los recuerdos del difunto general. La casa
está situada físicamente en el centro de la ciudad de México, para reforzar su carácter simbólico:
“Te sorprenderás que alguien viva en la calle de Donceles. Siempre has creído que en el viejo
centro de la ciudad no vive nadie”. Además, debemos recuperar el adjetivo “viejo”, el cual da a
este “centro” donde las casas se ubican, un carácter de contenedor de cierto pasado, de cierta
tradición.
Aura y doña Consuelo más que actantes, se convierten en entes simbólicos cuyas cargas
connotativas y los elementos que las circundan dan especial interés a cualquier acercamiento a la
novela. Ambas figuras femeninas representan, por un lado, la juventud encarnada por Aura, y su
contraparte, la vejez, Doña Consuelo. Dos partes opuestas y complementarias que en el
transcurso de la narración no pueden estar la una sin la otra, creándose así un vínculo simbólico
de vida. Recordemos que para la simbólica el anciano no es un signo de lo caduco, sino de lo
persistente, durable, lo que participa de lo eterno. Esa resistencia a abandonar lo que se fue lleva
a Doña Consuelo Llorente a desdoblarse en Aura, quien no es sino una proyección de los deseos
de la anciana. Tal es la fuerza vital y la necesidad de perpetuarse de Doña Consuelo, que puede
engendrar a Aura, cuyo nombre trae consigo su connotación simbólica: luz que rodea la cabeza
que sólo es posible distinguir en los seres dotados de luz divina. Esto equivale a la sacralización
de este desdoblamiento, de esta convocación de otro ser que no es sino el deseo corporeizado de
lo que se fue: se sacraliza la juventud.
Los animales que aparecen en la novela son también de interés simbólico. El perro de bronce en
la manija de la puerta se sitúa en un lugar de transición entre dos espacios: el afuera, la ciudad, y
el adentro, la casa. Es conocido que simbólicamente el perro cumple la función de mediador
entre el mundo de los muertos y el de los vivos. El conejo de doña Consuelo está vinculado a la
vieja divinidad Tierra Madre, al simbolismo de las aguas fecundantes y regeneradoras. También
se dice que son lunares, porque duermen de día y brincan de noche, porque saben, a semejanza
de la Luna, aparecer y desaparecer con el silencio y la eficacia de las sombras. El conejo que
aparece en la obra es un ser de oscuridad y sombra al que sólo se le ve cuando está con Doña
Consuelo en la cama, comiendo migajas. Los gatos son un signo contradictorio en el texto,
porque son objeto de odio y maltrato, pero también de amor; incluso de prácticas perversas que
son equiparadas a rituales de sacrificio que se justifican por el amor. Por último, el macho cabrío
es un animal trágico No olvidemos que el sacrificio de una víctima implica todo un proceso de
identificación. El macho cabrío de esta historia representa el mundo de la masculinidad que es
degollada y vemos a Felipe refugiarse en su cuarto, como si de manera implícita este acto
sangriento lo identificara con el macho cabrío.
Aura a pesa de su corta extensión es una novela rica en símbolos, en palabras del propio Carlos
Fuentes refleja una vida disfrazada de muerte.