Federico García Lorca.
"Bodas de sangre"
(Drama)
NOVIA.- Aquí vengo. (A la Vecina). Déjala; he venido para que me
mate y que me lleven con ellos. (A la Madre) Pero no con las manos;
con garfios de alambre, con una hoz, y con fuerza, hasta que se
rompa en mis huesos. ¡Déjala! Que quiero que sepa que yo soy
limpia, que estaré loca, pero que me pueden enterrar sin que ningún
hombre se haya mirado en la blancura de mis pechos.
¡Porque yo me fui con el otro, me fui! (Con angustia) Tú también te
hubieras ido. Yo era una mujer quemada, llena de llagas por dentro y
por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba
hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas,
que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes. Y
yo corría con tu hijo que era como un niñito de agua fría y el otro me
mandaba cientos de pájaros que me impedían el andar y que dejaban
escarcha sobre mis heridas de pobre mujer marchita, de muchacha
acariciada por el fuego. Yo no quería, ¡óyelo bien!, yo no quería. ¡Tu
hijo era mi fin y yo no lo he engañado!, pero el brazo del otro me
arrastró como un golpe de mar, como la cabeza de un mulo, y me
hubiera arrastrado siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja y
todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos.
Véngate de mí; ¡aquí estoy! Mira que mi cuello es blando; te costará
menos trabajo que segar una dalia de tu huerto. Pero ¡eso no!
Honrada, honrada como una niña recién nacida. Y fuerte para
demostrártelo. Enciende la lumbre. Vamos a meter las manos: tú, por
tu hijo; yo, por mi cuerpo. Las retirarás antes tú.
MONÓLOGO DE LA NOVIA ➤ "BODAS DE SANGRE"
NOVIA.- "Aquí vengo. Déjala; he venido para que me mate y que me lleven con ellos.
Pero no con las manos; con garfios de alambre, con una hoz, y con fuerza, hasta que se
rompa en mis huesos. ¡Déjala! Que quiero que sepa que yo soy limpia, que estaré loca,
pero que me pueden enterrar sin que ningún hombre se haya mirado en la blancura de
mis pechos.
¡Porque yo me fui con el otro, me fui! Tú también te hubieras ido. Yo era una mujer
quemada, llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la
que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que
acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes. Y yo corría con tu hijo
que era como un niñito de agua fría y el otro me mandaba cientos de pájaros que me
impedían el andar y que dejaban escarcha sobre mis heridas de pobre mujer marchita, de
muchacha acariciada por el fuego. Yo no quería, ¡óyelo bien!, yo no quería. ¡Tu hijo era
mi fin y yo no lo he engañado!, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de
mar, como la cabeza de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, aunque
hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos.
Véngate de mí; ¡aquí estoy! Mira que mi cuello es blando; te costará menos trabajo que
segar una dalia de tu huerto. Pero ¡eso no! Honrada, honrada como una niña recién
nacida. Y fuerte para demostrártelo. Enciende la lumbre. Vamos a meter las manos: tú,
por tu hijo; yo, por mi cuerpo. Las retirarás antes tú."
«Doña Rosita, la soltera» de F. García
Lorca
Rosita lleva veinticinco años esperando al prometido que marchó a buscar fortuna y
que no volvió. El monólogo a continuación no aparece tal cual en la obra, sino que es
una adaptación de textos del tercer acto. En él Rosita reconoce su situación, de la que
nunca había hablado antes.
DOÑA ROSITA.- Me he acostumbrado a vivir muchos años fuera de mí, pensando
cosas que estaban muy lejos, y ahora que estas cosas ya no existen sigo dando vueltas y
más vueltas por un sitio frío, buscando una salida que no he de encontrar nunca. Yo lo
sabía todo. Sabía que él se había casado; ya se encargó un alma caritativa de decírmelo,
y todo este tiempo he estado recibiendo sus cartas desde América, con una ilusión llena
de sollozos que aún a mí misma me asombraba. Si la gente no hubiera hablado; si
vosotras no lo hubierais sabido; si no lo hubiera sabido nadie más que yo, sus cartas y
su mentira hubieran alimentado mi ilusión como el primer año de su ausencia. Pero lo
sabían todos y yo me encontraba señalada por un dedo que hacía ridícula mi modestia
de prometida y daba un aire grotesco a mi abanico de soltera. Cada año que pasaba era
como una prenda íntima que arrancaran de mi cuerpo. Y hoy se casa una amiga y otra y
otra, y mañana tiene un hijo y crece, y viene a enseñarme sus notas de examen, y hacen
casas nuevas y canciones nuevas, y yo igual, con el mismo temblor, igual; yo, lo mismo
que antes, cortando el mismo clavel, viendo las mismas nubes; y un día bajo al paseo y
me doy cuenta de que no conozco a nadie: muchachos y muchachas me dejan atrás
porque me canso, y uno dice: “ahí está la solterona”; y otro, hermoso, con la cabeza
rizada, que comenta: “a esa ya no hay quien le clave el diente”. Y yo lo oigo y no puedo
gritar, sino vamos adelante, con la boca llena de veneno y con unas ganas enormes de
huir, de quitarme los zapatos y no moverme más, nunca más, de mi rincón.
Ya soy vieja. Ayer le oí decir al Ama que todavía podía yo casarme. De ningún modo.
Ya perdí la esperanza de hacerlo con quien quise con toda mi sangre, con quien quise
y… con quien quiero. Todo está acabado… y sin embargo, con toda la ilusión perdida,
me acuesto y me levanto con el más terrible de los sentimientos, que es el sentimiento
de tener la esperanza muerta. Quiero huir, quiero no ver, quiero quedarme serena,
vacía… ¿es que no tiene derecho una pobre mujer a respirar con libertad?. Y sin
embargo la esperanza me persigue, me ronda, me muerde; como un lobo moribundo que
apretara sus dientes por última vez.
Soy como soy. Ahora lo único que me queda es mi dignidad. Lo que tengo por dentro lo
guardo para mí sola. ¿Qué os voy a decir? Hay cosas que no se pueden decir porque no
hay palabras para decirlas; y si las hubiera, nadie entendería su significado. Me
entendéis si pido pan y agua y hasta un beso, pero nunca me podríais ni entender ni
quitar esta mano oscura que no sé si me hiela o me abrasa el corazón cada vez que me
quedo sola. Sería el cuento de nunca acabar. Yo sé que los ojos los tendré siempre
jóvenes, y sé que la espalda se me irá curvando cada día. Después de todo, lo que me ha
pasado les ha pasado a mil mujeres.
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