La Santa Sede
SALUDO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS EMPLEADOS DEL VATICANO
CON MOTIVO DE LAS FELICITACIONES NAVIDEÑAS
Aula Pablo VI
Lunes, 21 de diciembre de 2020
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Queridos hermanos y hermanas:
Es para mí un placer encontrarme con vosotros, empleados del Vaticano y con vuestras familias,
al acercarnos a las fiestas navideñas. Doy las gracias a vuestro colega, el médico que ha hablado
en nombre de todos vosotros: sus palabras nos han hecho bien y nos dan esperanza. Estoy
agradecido a cada uno de vosotros por el trabajo que hacéis con empeño al servicio de la Curia
Romana y la Ciudad del Vaticano. La pandemia no sólo ha causado una situación sanitaria crítica,
sino también tantas dificultades económicas a muchas familias e instituciones. La Santa Sede
también se ha visto afectada y está haciendo todo lo posible para hacer frente de la mejor manera
posible a esta situación precaria. Se trata de satisfacer las necesidades legítimas de vosotros
empleados y las de la Santa Sede: debemos ayudarnos mutuamente, y proseguir nuestro trabajo
común, pero siempre. Nuestros colaboradores, vosotros, que trabajáis en la Santa Sede, sois lo
más importante: nadie debe quedarse fuera, nadie debe perder el trabajo; los superiores de la
Gobernación y también de la Secretaría de Estado, todos, buscan la manera de no disminuir
vuestros ingresos y de no disminuir nada, nada en este momento tan malo, para el fruto de
vuestro trabajo. Se buscan muchas maneras, pero los principios son los mismos: no dejar el
trabajo; no se despide a nadie, nadie debe sufrir la fea repercusión económica de esta pandemia.
Pero todos juntos tenemos que trabajar más para ayudarnos a resolver este problema que no es
fácil, porque ya sabéis: aquí, tanto en la Gobernación como en la Secretaría de Estado, no está
Mandrake,... no hay varita mágica, y debemos buscar formas de resolver esto y con buena
voluntad, todos juntos, lo resolveremos. Ayudadme a hacerlo y yo os ayudo y todos juntos
saldremos adelante como de la misma familia. Gracias.
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La Navidad es una fiesta de alegría «porque Jesús ha nacido para nosotros» (cf. Is 9,5) y todos
estamos llamados a ir hacia Él. Los pastores nos dan el ejemplo. También nosotros debemos
acudir a Jesús: sacudirnos nuestro letargo, nuestro aburrimiento, nuestra apatía, nuestro
desinterés y nuestro miedo, sobre todo en esta época de emergencia sanitaria, en la que cuesta
redescubrir el entusiasmo de la vida y de la fe. Es cansino: es un tiempo que cansa. Imitando a
los pastores, estamos llamados a asumir tres actitudes, tres verbos: redescubrir, contemplar,
anunciar. Que cada uno vea en su propia vida cómo puede redescubrir, cómo puede contemplar y
cómo puede proclamar.
Es importante redescubrir el nacimiento del Hijo de Dios como el mayor acontecimiento de la
historia. Es el evento predicho por los profetas siglos antes de que ocurriera. Es el acontecimiento
del que se habla todavía hoy: ¿cuál es el personaje histórico del que se habla como se habla de
Jesús? Han pasado veinte siglos y Jesús está más vivo que nunca —y también más perseguido,
muchas veces; también más manchado por la falta de testimonio de tantos cristianos—. Han
pasado veinte siglos. Y los que se alejan de Él, con su comportamiento, todavía dan más
testimonio de Jesús: sin Él el hombre cae en el mal: en el pecado, el vicio, el egoísmo, la
violencia, el odio. El Verbo se ha hecho carne y habita entre nosotros: este es el acontecimiento
que debemos redescubrir.
La segunda actitud es la de la contemplación. La primera era redescubrir, la segunda contemplar.
Los pastores dicen: «Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos
ha comunicado» (Lc 2,15): es decir, meditemos, contemplemos, recemos. Y aquí el ejemplo más
bello nos lo da la madre de Jesús, María: guardaba en su corazón, meditaba.... ¿Y qué
descubrimos al meditar? San Pablo nos dice: «Mas cuando se manifestó la bondad de Dios
nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho
nosotros, sino, según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento y de la
renovación del Espíritu Santo» (Tt 3, 4-5). Descubrimos que Dios manifiesta su bondad en el Niño
Jesús. Manifiesta su misericordia por cada uno de nosotros, y cada uno de nosotros sabe que
todos necesitamos misericordia en nuestras vidas. Cada uno sabe y puede dar nombre y apellido
a las cosas que están en su corazón y que necesitan la misericordia de Dios. En el Niño Jesús
Dios se muestra amable, lleno de bondad y mansedumbre. ¿Quién no se siente conmovido por la
ternura frente a un niño pequeño? Verdaderamente a un Dios así podemos amarlo con todo
nuestro corazón. Dios manifiesta su bondad para salvarnos. ¿Y qué significa ser salvado?
Significa entrar en la vida misma de Dios, convertirse en hijos adoptivos de Dios mediante el
bautismo. Este es el gran significado de la Navidad: Dios se hace hombre para que nosotros
podamos ser hijos de Dios.
La Segunda Persona de la Trinidad, se ha hecho hombre, para convertirse en el hermano mayor,
el primogénito de una multitud de hermanos. Y Dios nos salva, pues, mediante el bautismo nos
hace entrar a todos como hermanos: contemplar este misterio, contemplar al Niño. Y por eso, la
catequesis que nos da el belén es tan bella, porque nos hace ver al Niño tierno que nos anuncia
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la misericordia de Dios. Contemplar los belenes. Y cuando bendije a los Bambinelli (figuritas del
Niño Jesús) el otro día, fue un contemplar. El Niño del nacimiento es una figura, pero es una
figura que nos hace pensar en esta gran misericordia de Dios que se hizo Niño.
Y frente a esta realidad, la tercera actitud es anunciar. Esta es la actitud que nos ayuda a
avanzar. Las tres actitudes que nos ayudan en este momento para avanzar. ¿Qué debemos
hacer? Miremos una vez más a los pastores: «Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza
a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho» (Lc 2,20).
Volvieron a su vida cotidiana. Nosotros también debemos volver a nuestra vida cotidiana: la
Navidad pasa. Pero debemos volver a la vida familiar, al trabajo, transformados, debemos volver
glorificando y alabando a Dios por todo lo que hemos oído y visto. Debemos llevar la buena
noticia al mundo: Jesús es nuestro salvador. Y esto es un deber. ¿Por qué tengo esperanza?
Porque el Señor me ha salvado. Recordar lo que contemplamos y salir a anunciarlo Anunciarlo
con la palabra, con el testimonio de nuestra vida.
Y, a pesar de todo, las dificultades y los sufrimientos no pueden ofuscar la luz de la Navidad, que
inspira una alegría interior que nadie nos puede quitar.
Así que, sigamos adelante, con estas tres actitudes: redescubrir, contemplar y anunciar.
Queridos hermanos y hermanas, os renuevo mi gratitud y os renuevo mi aprecio por vuestro
trabajo. Muchos de vosotros son un ejemplo para los demás: trabajan para la familia, con espíritu
de servicio a la Iglesia y siempre con la alegría de saber que Dios está siempre entre nosotros y
es el Dios-con-nosotros. Y no lo olvidéis: la alegría es contagiosa. La alegría es contagiosa, y es
buena para toda la comunidad. Al igual que, por ejemplo, la tristeza que viene del chismorreo es
fea y te deprime. La alegría es contagiosa y hace crecer. ¡Sed alegres, y sed testigos de la
alegría! Y de todo corazón, ¡feliz Navidad a todos!
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 21 de diciembre de 2020.
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