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6°ASÍ-Y TEDIGO HumorSìntesis

Este cuento de Eduardo Wilde describe el romance entre Graciana, una joven campesina de 15 años, y Baldomero Tapioca, un estudiante de medicina de 20 años. A pesar de la diferencia de edad y educación, los dos se enamoran perdidamente. El humor se deriva de la exagerada y pomposa forma en la que Baldomero expresa sus sentimientos, y de la pobre ortografía de Graciana en sus cartas de amor. Aunque su amor se ve complicado por sus diferentes orígenes, los dos jóvenes se entreg

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6°ASÍ-Y TEDIGO HumorSìntesis

Este cuento de Eduardo Wilde describe el romance entre Graciana, una joven campesina de 15 años, y Baldomero Tapioca, un estudiante de medicina de 20 años. A pesar de la diferencia de edad y educación, los dos se enamoran perdidamente. El humor se deriva de la exagerada y pomposa forma en la que Baldomero expresa sus sentimientos, y de la pobre ortografía de Graciana en sus cartas de amor. Aunque su amor se ve complicado por sus diferentes orígenes, los dos jóvenes se entreg

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Curso: 6º año

Materia: Literatura

Las formas cómicas en la Literatura


El humor felizmente utilizado parece ser una prerrogativa de los nombres más
trascendentes de la literatura universal. En Inglaterra fue cultivado por Charles Dickens,
Robert Louis Stevenson, Oscar Wilde y Gilbert Chesterton, entre muchos otros. En Francia,
por Voltaire y por Gustave Flaubert. El poeta alemán Heinrich Heine ha dejado excelentes
textos humorísticos y no falta humor ácido en la prosa de Karl Marx. Los demonios es,
posiblemente, una de las mejores novelas de Fedor Dostoievski y es una de las pocas en las
que se expresa el extraño humor del autor. En la Argentina han dejado páginas
humorísticas Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría, Lucio V. López, Eduardo Wilde y
Lucio Mansilla. Durante el siglo XX, el humor en la literatura argentina se asoció a Jorge
Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar. En este último siglo uno de los mayores
exponentes fue Roberto Fontanarrosa.

Sin embargo, no todos los escritores nombrados utilizaban el mismo tipo de humor.

Algunos recursos del humor

1) Completá el siguiente cuadro ubicando en la columna vacía ejemplos que se correspondan:

RECURSOS DEFINICIÒN EJEMPLOS


Se da a entender lo contrario
Ironía
de lo que se dice.
Exageración desmedida de
situaciones, vicios,
costumbres, bondades y
Hipérbole defectos sociales. Se toma una
situación real y se la exagera
hasta que se convierte en
ridícula.
Es un género que ridiculiza a
una persona o que busca
burlarse de determinadas
Sátira situaciones. Deja bien claro su
rechazo a aquello que se
representa y su objetivo es
corregir esos vicios que señala.
Imitación burlesca que
caricaturiza a un personaje,
una obra de arte o una cierta
temática. Por lo general, es la
Parodia recreación humorística de una
obra ya existente (literaria,
cinematográfica o de cualquier
arte), o de situaciones
cotidianas. 
Utilización de situaciones
disparatadas o incoherentes
Absurdo para generar la risa en el
lector.  Su comicidad se basa
en la irracionalidad.
Discutir: ¿Cuál creen que es la función del humor en la literatura?

Considerar el tipo de texto en el que se utilizan los recursos humorísticos, por ejemplo,
el humor que funciona en una novela o el que funciona en un artículo de crítica literaria
o un ensayo.

2)Lee los siguientes cuentos, de Eduardo Wilde y Fontanarrosa y luego realiza


lo indicado:

Así
El amor es un tema universal y eterno, y ningún tratado de filosofía ni de moral me
prohíbe ocuparme de lo universal y de lo eterno.
Graciana tenía las manos ásperas y coloradas; había lavado mucho en su vida, lo que
no le impedía tener quince años y un corazón sensible.
Tenía, además, ojos, boca; nariz y frente, como muchas personas de su sexo; pero estas
facciones y otras más en ella, se habían tomado la libertad de ser excesivamente
bellas.
La oreja, por ejemplo, era inimitable, bien doblada, chica y ligeramente sonrosada.
No tenía aros ni agujeros en qué meterlos. Estos descuidos dignos del más digno
reproche, fueron debidos a dos causas, una moral y otra física. La primera su pobreza;
la segunda el que su madrina, la única abridora de orejas que había en su pueblito,
había sido atendida de una simple irritación de los párpados por un célebre oculista y
naturalmente había quedado ciega.
Añadía Graciana a sus encantos un cabello que era un trigal maduro, unas cejas
arqueadas y finas, un color de luna disuelta en leche, y unos dientes tan lindos que
cualquiera al mirarlos deseaba en su fuero interno ver a la niña convertida en perro y
ser mordido por ella.
Al menos, tal fue el primer cumplimiento que le dirigió Baldomero Tapioca, estudiante
de medicina ambulante.
La niña se rio de semejante ocurrencia.
Era italiana.
No necesitaba ser italiana para reírse, pero ustedes comprenderán que tampoco eso
era un obstáculo.
Baldomero estaba perdidamente enamorado de Graciana y de otras varias jóvenes; así
se lo dijo un día, suprimiendo lo referente a otras jóvenes, en lo cual obró con una
prudencia sorprendente en su edad, pues solo tenía veinte años.
La proporción de edades había sido ya discutida. Arreglado este punto no quedó
pendiente sino el de la correspondencia de sentimientos, destinado a ser resuelto en
otra correspondencia, la epistolar.
Y aquí me es forzoso decir, sin ofensa para nadie, que en esta última Baldomero abusó
de los términos técnicos y Graciana maltrató horriblemente a la ortografía, pues jamás
escribió “yo te amo” sin ponerle una h en alguna parte.
Solo dos ejemplares poseo en mi archivo, rico en autógrafos históricos, de las cartas
cambiadas entre estos célibes, y voy a transcribirlas en beneficio de la humanidad
literaria.
Baldomero a Graciana:
Ángel hipertrófico, es decir, magno: la arteria coronaria de mi corazón se cierra
apenas, mi retina percibe los músculos risorios de tu boca y mi tórax se siente atacado
de angina pèctoris. ¡La circulación cardíaca se detiene, y turgencias espasmódicas
forman protuberancias en mis órganos! Espéreme a las siete post meridianum, en el
anfiteatro de nuestros amores. Tuyo, como del hombre el pensamiento.
Firmado: Baldomero Tapioca

Graciana a Baldomero:
¡My Mahma thi N. do Lorde muellhas man! ¿Damèe huna me de Zyna perro ke seya
guhena?
Tulla,

Firmado: G. Rass y Ana

Hay jóvenes capaces de todo en su aturdimiento, hasta de amar a una muchacha que
escribe su nombre con una firma social. En este caso estaba Baldomero, tal vez porque
no buscaba la ortografía en los besos sabrosos, encantadores, frescos y con olor a
violetas, de los labios de su ángel hipertrófico.
Yo confieso francamente que aun cuando hubiera sido maestro normal y profesor
aburrido de gramática anestésica, en viendo a Graciana me habría arrojado a sus pies,
no solo olvidando la ortografía sino también la analogía, la sintaxis y la prosodia.
¿Qué gramática ni qué ortografía supo la fecunda Eva, joven analfabeta y robusta,
cuando sedujo a su paisano Adán, mozo sin vicios y soltero, prefiriéndolo nada menos
que al Padre Eterno?
Y si se explica la preferencia de Eva por razones de edad, análogos incentivos debió
tener nuestro padre Adán, que en paz descanse, para no detenerse en detalles
pedagógicos, tratándose de una vecina guapa, tentadora y resuelta, en aquellas
soledades del paraíso terrenal.
Graciana no experimentó las dificultades de la elección entre Baldomero y el Padre
Eterno, tal vez por no haberse presentado este último a solicitar sus favores.
Amó a su amigo Baldomero con una pasión italiana, sancochada, hervida, calcinada al
calor de un sol americano, y el joven estudiante supo corresponderle con todo el ardor
de un potro salvaje.
Los dos amantes se daban cita en los parajes más inopinados, y no hubo sección de
territorio en la comarca donde no resonaran sus besos recíprocos e irreflexivos.
¡Pobre Graciana! Las altas horas de la noche la encontraban sin dormir tramitando sus
impresiones, y la luz del alba cuando entraba por las rendijas de la endeble ventana,
sorprendía sus pupilas mirando al infinito a través de las paredes de su cuarto
desmantelado.
Su cama sencilla, estrecha, inmaculada y dura amanecía revuelta, tras una noche de
insomnio en que la linda muchacha, buscando posiciones para conciliar el sueño, solo
hallaba inquietudes con sus inacabables meditaciones.
Y a la hora de levantarse, cuando tomaba su alimento, al comenzar o concluir
cualquier ocupación, en fin, en todos los momentos de su vida, ahí estaba el agudo y
delicioso tormento de su amor, torturándole el alma con remordimientos vagos y
acariciándole el corazón con suavísimas voluptuosidades.
Con todo esto, un tinte melancólico se había extendido en su rostro: sus ojos antes
alegres, apagaban su luz para armonizar con las sombras de sus párpados cansados, y
un nuevo género de belleza, menos aldeana, se instalaba en sus facciones.
La familia y las vecinas comenzaron a notar estas mudanzas y la tierna apasionada
sufría el tormento de mil interrogaciones diarias, solo soportables en nombre de su
talismán, su grande, noble y desinteresada locura, su abnegada y generosa entrega sin
condiciones y sin esperanzas de futuras legitimidades.
En su delirio, los ensueños de su fantasía la transportaban a una eternidad de
felicidades, en una morada celeste, donde se aspiraba el perfume del amor fragante, y
donde, en medio de las melodías más inefables, se oía claro y distinto el nombre de su
amante.
Porque la suave Graciana, triste es decirlo, había llegado a imaginarse que la palabra
Baldomero era poética y melodiosa.
La música, en lugar de calderones, semicorcheas, fusas y bemoles, solo contenía para
ella Baldomeros; la pintura, la escultura y las letras solo ofrecían cuadros, estatuas o
poemas perfectos, cuando tomaban por héroe o por objeto algún trasunto fiel de
Baldomero.
Y Baldomero, por su lado, bautizaba con el nombre de Graciana cuanta belleza soñaba
o veía.
Algunos meses pasaron en estos devaneos, a los cuales pusieron término graves
acontecimientos dolorosos, prosaicos y mundanos.
Una mañana entré a la sala de San Ramón, en el hospital de mujeres, y fui informado
por la hermana en turno de que el número 18 había entrado la noche anterior…; todo
había pasado bien, pero tenía actualmente cierto malestar…
Fui a ver al número 18 y lo encontré pálido, demacrado, inquieto. El número 18 era una
muchacha muy joven, bonita a pesar de su estado, y supuestamente interesante en su
triste situación.
- ¿Qué le duele, niña? - le pregunté.
- No sé- me contestó.
- ¡Cómo no sé!
- ¡Así!
- ¿De dónde ha venido?
-Me han traído anoche.
- ¿Cómo se llama?
-Graciana.
- ¿Graciana? (¡Todos los cuadernos y libros de un compañero mío tenían escrito en
cada hoja el polisílabo “Graciana” con diferentes caligrafías, y yo sabía que él
mostraba siempre su constancia amorosa escribiendo el nombre de su amada en todas
partes, ¡hasta en el recetario!).
- ¿Graciana de qué? – seguía reanudando el diálogo.
-Graciana, nomás.
- ¿No tiene nombre su padre?
- Así.
- ¡Así! ¡Así! ¡Así! No entiendo. (¡Pero decía así con tanta gracia y con una boca tan
linda y tan triste!) Bueno, pobre niña… así… veamos… ¿dónde le duele?… ¿aquí?...
¿aquí? ...- le dije palpándole con toda delicadeza el vientre.
- ¡Sí! ¡Ahí a la derecha, ahí!
La examiné detenidamente y después de un momento de reposo, le pregunté,
tuteándola, y con intención paternal:
-Dime, Graciana, ¿conoces a un estudiante que se llama Baldomero?
La niña soltó un grito ahogado, se llevó las manos a la cara y se puso a llorar
amargamente, como no he visto llorar a nadie.
Yo soy muy atento y me gusta armonizar con la gente; yo también me puse a llorar,
pero con más método y menos ruido que ella.
- ¡Vamos, no hay por qué llorar! - dije, secándome los ojos-. Te voy a dar ahora un
medicamento y vas a tratar de no afligirte.
¡Qué desagradable es tomar cariño a un enfermo del hospital! Allí la democracia es
absoluta, no hay preferencias ni distinciones, y el afecto, por lo tanto, no encuentra
formas legítimas para manifestarse.
La verdad es que yo sentía un interés indudable por el número 18 y que su estado me
inquietaba sobremanera. No podía quedarme mucho tiempo a su lado porque no era
prudente; pero me quedaba siempre lo bastante para irme intoxicado lentamente con
su belleza y con el excitante de su pequeño romance. Ella también era cariñosa
conmigo, por gratitud, creo. Me miraba más tiempo que el necesario a cada pregunta,
y cuando me daba su mano para dejarse tomar el pulso, era con cierto abandono
confiado, como quien no duda de una tierna acogida.
-Graciana- le dije un día-, ¿hace mucho tiempo que no lo ves?
(Imprudente, dirá el lector. No, por cierto; solo quería procurarle el medio, al provocar
su confidencia, de frotar suavemente la herida de su alma, lo que es siempre un alivio).
-Dos meses- me contestó.
- ¿Y por qué no lo has visto en dos meses?
-Así…
- ¿Él no te ha buscado?
- ¡Sí que me ha buscado!
-Y entonces, ¿por qué has dejado de verlo?... ¿no quisiste tú o no podías?
-Así…- dijo, y ¡vuelta a llorar!
Yo tenía que llenar eso “así”, tan conceptuosos para ella, con mi sola fantasía, y no
pudiendo adelantar gran cosa con mis exámenes, me retiraba desolado, atormentado,
tristísimo.
Entre tanto el número 18 seguía muy mal. Todas las prescripciones del médico eran
impotentes, todos mis cuidados inútiles.
A los ocho días de su entrada al hospital, la desgraciada joven murió víctima de una
infección.
Cuando la vi muerta sentí que me arrancaban algo dentro del pecho. Jamás he visto
cadáver más lindo. Sus facciones afiladas por la fiebre y los sufrimientos habían
tomado una delicadeza extrahumana. Su pelo rubio, derramado sobre la almohada,
era el marco de oro de su rostro inocente, tranquilo, estático, modelado en su última
expresión.
El cuerpo de la pobre criatura, liviano, elegante y airoso, a pesar de la muerte, cupo en
un pequeño cajón, el más fino y más blanco del depósito; yo mismo lo elegí para ella y
yo mismo la coloqué en él.
Después de clavado escribí en la tapa con mi mejor letra “Así…”
A los pocos días encontré a Baldomero en la calle, muy flaco, muy pálido, muy decaído.
No se le había visto en clase ni en los hospitales por mucho tiempo.
-He estado enfermo- me dijo.
-No lo he sabido; pero ahora estás bien, ¿verdad?
-Sí, mejor.
Nos miramos un instante con aire de recíproca interrogación. Yo corté la escena
diciéndole:
- ¿Tienes tu cartera? Dámela un momento.
Me la dio; saqué mi lápiz y puse en una de las hojas estas tres letras: Así.
Él miró la palabra, levantó los ojos con asombro y encontrando en los míos no sé qué
expresión, dio vuelta la cara para ocultarme sus lágrimas.
Lo tomé del brazo y trabé con él una dolorosa conversación.
- ¿Dónde está? - me dijo.
-No sé. (me pareció cruel darle la triste noticia).
- ¿Cómo sabes eso de: Así?
-Por una casualidad, ya te lo contaré. ¿Y tú no la ves?8
-No la veo desde hace más de tres meses.
- ¿Por qué?
-Porque no sé dónde ha ido. Salió de casa de su madre, vieja perversa; se fue a casa de
una amiga y después no sé dónde, sin decir nada. Desde los primeros meses…
¿sabes?... me había tomado un odio mortal, no me podía sufrir; en vano hacía yo todo
por contentarla. Me huía como al peor enemigo; creo que estaba histérica. Por fin se
fue y me enfermé de pena, te lo juro, porque la quería y la quiero con toda mi alma;
estaba dispuesto a casarme con ella, a pesar de la familia y de todo…
-Bien, bien tienes tiempo para casarte; ¿y querrás mucho a tu hijo?
- ¿A mi hijo?
-Sí, pues, a tu hijo. ¡Ya conversaremos de eso!
Desde ese día fuimos inseparables Baldomero y yo. La palabra “así” fue nuestra
fórmula para todas las cuestiones: ¡un verdadero amuleto! Y muchos meses después,
muchos, cuando su pasión se había dormido y su corazón se hallaba más sereno, se lo
conté todo, ¡todo!
Eduardo Wilde
A) ¿De qué manera aparece el humor en el cuento de Wilde?
B) Señala al menos dos recursos humorísticos presentes en el mismo. Extra frases
para justificar.
C) En el universo cinematográfico también se ha parodiado la temática central que
aborda el cuento. Menciona al menos dos títulos de películas donde ocurra lo
mismo.

Y te digo màs…

¿Te conté la del Gordo Luis cuando hizo de Papá Noel? Es mundial la del Gordo Luis
cuando hizo de Papá Noel. Casi se convierte en otra víctima del imperialismo salvaje el
pobre Gordo. Del colonialismo, por decirlo de otra manera. Porque, decime vos, qué carajo
tiene que ver con nosotros y con nuestras costumbres el Papá Noel. ¿Quién le dio chapa
al Papá Noel? Un tipo vestido para la nieve, abrigado como para ir a la Antártida, en un
trineo tirado por renos. ¡Renos, mi querido! ¿Cuándo mierda hemos visto un reno
nosotros? ¿Alguna vez te fuiste a Buenos Aires en auto y viste al costado del camino un
reno morfando pasto debajo de un árbol?
Pero el pobre Gordo casi la palma con esa historia... ¿No te conté la del Gordo Luis?
Porque se la cuento a todos. Fue hace como quince años. El Gordo estaba en la lona total.
Pero en la lona lona, no tenía un mango partido por la mitad, lo habían despedido de la
proveeduría donde laburaba y lo ponías cabeza abajo y no le caía una moneda. Para
colmo, se venían las fiestas y algo había que comprar para poner arriba de la mesa el 24 a
la noche.

El Gordo tiene dos pibes que eran muy chiquitos en ese entonces y a esa edad a los
pendejos no les vas a andar explicando el fato del FMI, la tecnología que reemplaza a los
trabajadores y todas esas pelotudeces.
La cuestión es que empezó a buscar laburo, alguna changa, cualquier cosa, trabajar de lo
que fuera. Primero empezó por su barrio, con los amigos y conocidos, ahí por Mendoza al
fondo. Ya después entró a andar por cualquier lado para conseguir algo.

Y resulta que en el barrio Echesortu, una vieja que tenía una casa bastante grande de
electrodomésticos le ofrece disfrazarse de Papá Noel y repartir caramelos a los chicos en
la puerta para promocionar su negocio. Lo de siempre. Le tiraba unos mangos, por
supuesto, que al Gordo le venían bastante bien. Y ahí fue el Luis, che. Ahora, imaginate la
escena, porque estamos hablando de Rosario, Capital de los Cereales, ubicada a orillas
del anchuroso río Paraná. El Gordo Luis, tenés que pensar en un tipo arriba de los cien
kilos, fácil fácil debe andar por los 120, porque es alto, grandote, Luis.

Y te digo que resultaba perfecto para Papá Noel porque el Luis es más bueno que Lassie,
nunca lo he visto enojado al Gordo, es un pan de Dios. Pero tenés que tener en cuenta
una cosa ineludible. Rosario... pleno verano... mediodía, un sol de la puta madre que lo
reparió, algo así como 83 grados a la sombra, y ese gordo metido adentro de un traje de
Papá Noel con una tela tipo felpa así de gruesa, así de gruesa no te miento, gorro, barba
de algodón, bigotes, botas y guantes.

¡Guantes! Porque la vieja era una vieja hinchapelotas, conservadora, que quería que el
Gordo se pareciera exactamente a Papá Noel y que se vistiera todo como correspondía, el
pobre Gordo. ¿Viste que hay veces en que tipos hacen de Papá Noel pero sin guantes y
hasta a veces sin barba, o pendejas jovencitas vestidas de colorado pero con polleritas
cortonas, tipo minifaldas, y las gambas al aire así están más frescas?
Pero claro, el Gordo Luis era perfecto para hacer de Papá Noel y por eso se le ocurrió eso
a esa vieja hija de puta. Porque lo vio al Gordo gordo y con esos cachetitos medio
coloradones que tiene el tipo, el personaje, Santa Claus.

Hasta la voz media ronca tiene Luis... ¿viste que Papá Noel se ríe siempre con esa risa
ronca? Jo, jo. Hasta eso tiene Luis, la voz ronca. Jo, jo, jo... Pero vuelvo al tema. Doce del
mediodía, pleno diciembre, un sol que rajaba la tierra, un calor infernal, los pajaritos que se
caían muertos al piso por la canícula, se venían en baranda y se desnucaban contra la
vereda... y el Gordo ahí, che, con el traje de lana gruesa, barba y bigote, sacudiendo una
campana de papel maché o algo así y dándoles caramelos a los chicos que se juntaban
para verlo.

A los quince minutos, a los quince minutos te juro, el traje del Gordo ya no era colorado...
¿viste que esos trajes son colorado medio clarito? Bueno, era violeta, violeta era, por la
transpiración a chorros que largaba el Gordo. Pero no un pedazo, alguna zona del traje,
no. Ni tampoco era solamente debajo de los brazos o arriba de la zapán que es donde uno
transpira más, no.

Era todo, completo, íntegro. Al Gordo le corrían ríos de sudor sobre la piel, ríos, torrentes
que le empapaban acá, acá, acá, las ingles, las pelotas, las pantorrillas, ríos que le
inundaban las botas, por ejemplo. Me contaba después –porque todo esto me lo contó él
mismo- que sentía las botas llenas de agua, como si las hubiera metido en un balde de
agua caliente, le chapoteaban. Todo alrededor, no te miento, todo alrededor, en el piso, en
un diámetro de ocho metros más o menos en torno al Gordo, parecía que habían
baldeado. Toda la vereda mojada, de lo que chivaba el Gordo, se le saltaban los goterones
de la cabeza, parecía las Aguas Danzantes el Gordo, imaginate.

Te digo que era ya un espectáculo grotesco, lamentable, pero Luis le seguía metiendo
voluntad, le ponía ganas, caminaba de un lado al otro, se reía, llamaba a los chicos. En
eso, una vecina, una vieja de esas que nunca faltan, que están al reverendo pedo como
bocina de avión, que vivía a unas dos puertas del negocio de electrodomésticos, sale a la
puerta y lo ve al Gordo. O escuchó el griterío de los chicos y salió a ver que pasaba. Lo ve
al Gordo y se apiada de él... ¿Viste? Esas viejas comedidas, bienintencionadas, chuecas,
que caminan medio encorvadas, que les cuesta moverse pero que rompen las pelotas
permanentemente, un cuete la vieja, una ladilla.

Se manda para adentro de nuevo la vieja, flaquita ¿viste? Bajita, canosa con un rodete y
aparece al rato con una jarra así de grande, pero así de grande, con un líquido amarillento
que parecía limonada, lleno de hielo. Transpiraba de fría la jarra. Y se la ofrece al Gordo,
che.
El Gordo medio le dice que no, que no se hubiera molestado, que no puede desatender su
trabajo pero, en definitiva, la acepta, lógicamente.

Además, los hijos de mil putas del negocio de electrodomésticos no le habían alcanzado ni
un vaso de agua al Gordo. ¡Ni un vaso de agua siquiera! Después hablan de los
norteamericanos. Nosotros somos tan hijos de puta como ellos para explotar a la gente. Lo
que pasaba también es que a esa hora había quedado un solo encargado en el negocio.
La vieja que contrató a Luis tenía como cinco negocios por otras partes de la ciudad y
andaba de recorrida; y el otro empleado que laburaba ahí se había quedado en el fondo
del local, rascándose las bolas debajo del único ventilador de techo que tenían esos
miserables.

La cuestión es que la vecina saca un banquito chiquito a la calle, lo deja al lado de la


puerta de su casa, medio sobre el umbral para que no le diera el sol directo, le dice a Luis
“Aquí se lo dejo”, y ahí se lo deja.
Cuando el Gordo pudo zafar un poco del pendejerío, te imaginás que con ese calor llegó
un momento en que había mucha menos gente en la calle, se prendió a la limonada y se
bajó media jarra de un saque.
Pero resulta que no era limonada, boludo, no era limonada. Era vino blanco, vino blanco
era.
La vieja le había zampado en la jarra un par de botellas de vino blanco, le había metido
hielo a rolete y se lo había dejado ahí, con las mejores intenciones.

El Gordo, con la desesperación, con el calor que tenía en el cuerpo, recién se dio cuenta
cuando ya se había mandado más de catorce litros sin respirar, de un saque. Y aparte,
seamos sinceros, cuando ya se dio cuenta no pudo parar, no pudo parar. Te estoy
hablando de un muchacho de 120 kilos después de estar moviéndose casi tres horas a
pleno sol con 4000 grados de temperatura. No pudo parar. Se mandó todo el vino blanco.
Fondo blanco.

Bueno, te imaginarás... te imaginarás el pedo tísico que se levantó ese muchacho. Una
curda inmediata y espantosa, demencial. Una curda como para trescientas personas.
Casi no había desayunado, estaba sin almorzar, para colmo, el Gordo no era un tipo que
tomara mucho alcohol, al menos que yo recuerde. Un poco de vino con la cena, nada más.
Alguna copita de sidra. O a veces, en los bailes, alguno de esos tragos maricones como el
gin tonic, pero con mucha más agua tónica que otra cosa.

¡El pedo que se agarró ese muchacho, Dios querido, el pedo que se agarró! No te digo que
empezó a cantar boludeces, ni a caminar torcido, ni a vomitar contra las paredes, ni nada
de eso. Pero entró a regalar todo lo que tenía a su alcance, se le dio por la beneficencia, le
dio un ataque de comunismo acelerado. Primero terminó en cinco minutos con la
existencia de caramelos y chocolatines que eran para toda la tarde...
¡Y después empezó a regalar los electrodomésticos! Empezó regalándole una tostadora
eléctrica a un pendejo. Después le regaló un ventilador a la madre de otro de los pibes,
después siguió con multiprocesadoras, veladores, hornos a microondas, etcétera...
Llamaba a la gente a los gritos, entraba al negocio y les daba algo, repartía, entregaba
todo.
Y el empleado que se rascaba las bolas adentro del negocio ni se dio cuenta, debía estar
en el fondo, en una oficinita que estaba detrás, arreglando papeles o apolillando una siesta
mientras esperaba la hora en que el patrón llegaba.

Lo cierto es que, te imaginás, a los quince minutos en la puerta del negocio había un
mundo de gente que venía de todas partes alertada por los otros que ya habían ligado algo
de arribeño, por la mamúa del Gordo.
La gente pensaba que era una promoción del negocio o, en todo caso, se hacía la turra,
cazaba los artefactos, se los llevaba y a otra cosa mariposa, si te he visto no me acuerdo,
andá a cantarle a Gardel.
En eso aparece el dueño del boliche, un pelado con cara de amargo que llegó en su auto,
un coche nuevo.
Y cuando el tipo se dio cuenta de lo que estaba pasando se puso loco, lógicamente se
puso loco. Entró a gritar, a arrebatarles las cosas a la gente, a recuperar licuadoras,
televisores portátiles, radios que la gente se llevaba. A los gritos ese hombre,
desesperado, tironeando con los beneficiados.

Ante el despelote se despertó el empleado de adentro y salió cagando aceite a ayudarlo al


pelado. Había tironeos, forcejeos, agarrones, hasta voló algún puñete. Y en eso llegó la
cana, un patrullero que andaba de ronda.

En el despelote, cuando medio se enteró de cómo había venido la mano por lo que
contaban los que se piraban con las licuadoras y todo eso, que gritaban que Papá Noel se
las regalaba, el pelado les indicó a los policías que lo metieran en cana al Gordo,
responsable de todo ese quilombo.

Y bien dice el Martín Fierro que no hay nada como el peligro para refrescar a un mamado.
Ahí el Gordo se despejó, se dio cuenta, volvió a la realidad, se esclareció el Gordo.

Además, ya había vuelto a transpirar como un litro del vino blanco, me imagino, se había
aliviado un poco de la tranca, y comprendió la cagada que se había mandado. Pero te
conté que es un tipo manso, un tipo tranquilo que no se iba a poner a resistirse o a echarle
la culpa a nadie. Supo que tenía la culpa, y entonces, todavía medio tambaleante, bajó la
sabiola, se fue para adentro del negocio para cambiarse la ropa en el baño y meterse,
derechito viejo, solito, adentro del patrullero.

Afuera seguía el desbole entre el pelado, su empleado, la gente y los canas que ahora
también se habían unido a la tarea de recuperar todo lo que había regalado el Gordo.

El Gordo se fue al baño, se mojó la cara, cosa que terminó de despejarlo, se sacó esas
pilchas de mierda de Papá Noel, se puso la ropa que había llevado en un bolsito y salió de
nuevo a la calle.

Cuando salía para la calle –el negocio es bastante largo- lo ve venir al dueño con uno de
los canas, desencajado el pelado, a las puteadas, buscándolo. Claro, lo ve al Gordo, sin el
traje colorado, de camisita celeste y pantalones vaqueros, un bolso en la mano, el pelo
negro achatado por el agua de la canilla, y no lo reconoce.
No lo reconoce porque tampoco era él quien lo había contratado sino la conchuda de su
esposa. “¿Adónde está? ¿Adónde está?” me contaba el Gordo que preguntaba el pelado,
que venía a los pedos con el policía. Y el Gordo pensó que se refería al traje de Papá Noel
que se había sacado.

Yo no sé si el Gordo lo entendió así, seguía en curda o se hizo bien el boludo, la cosa es


que señaló hacia el baño y el pelado y el policía se mandaron para allí. Cuando el Gordo
salió a la calle todavía había un amontonamiento de gente y el otro empleado discutía con
medio mundo reclamando facturas o recibos de compra.

Nadie lo reconoció entonces al Gordo, sin el disfraz. Incluso de última, el otro policía del
patrullero que se había quedado afuera, lo encara al Gordo cuando el Gordo ya se piraba y
el Gordo piensa: “Cagamos”.
Y el cana le pregunta “¿Ese bolso es suyo?”. El Gordo me contó que él le iba a decir la
verdad, que sí, que era suyo.

Pero tuvo miedo de que el cana le hiciera más preguntas, o que se lo hiciera abrir y le dijo:
“No, lo vengo a devolver”. Y se lo entregó, un bolso de mierda que después de todo a él no
le servía para un carajo.
El Gordo se piró haciéndose el pelotudo, temeroso todavía de que alguien lo reconociese y
lo mandara en cana cuando ya estaba a una cuadra.

Casi termina preso, el Gordo, mirá vos. Zafó porque la vieja que lo contrató tampoco sabía
ni cómo se llamaba ni adónde vivía. Era un contrato basura, pero realmente basura el del
pobre Gordo. Pero casi termina engayolado. Por tener que disfrazarse de Papá Noel con
esos vestidos de invierno, podés creer.
Que los argentinos nos tengamos que vestir con ropa de abrigo en pleno verano porque a
los yankis se les ocurrió que Santa Claus vende más que el Niñito Dios.
Eso le decía yo al Gordo, después, en el club. “El año que viene ofrecete para algún
pesebre, Gordo. Por lo menos de Niño Dios te ponen en bolas en una cunita y te cagás de
risa porque estás fresco.” Eso le decía yo, para joderlo.

“De lo único que puedo hacer yo en un pesebre viviente es de vaca, Zurdo –me decía el
Gordo- De vaca”.
Pero por lo menos es un animal conocido, ¿no es cierto? Un bicho familiar al paisaje, el
rumiante emblemático de la pampa húmeda, base de la riqueza de nuestro país. Algo
nuestro... ¡Qué me vienen con que a los chicos les gusta Papá Noel, el trineo y los alces
esos! Si mis pibes me vienen a pedir un alce de ésos les pongo tal voleo en el orto que
aterrizan más allá de la Circunvalación del voleo que les pego, tenelo por seguro.

Ya bastante que el otro día les compré un conejo, un conejo de verdad, que es
terriblemente pelotudo y lo único que hace es comer lechuga y cagarnos todo el patio. Y si
me insisten con esas pelotudeces inventadas por los yankis que se vayan a vivir a
Cincinnati, pendejos colonizados de mierda. Que a mí no me dicen el Zurdo al pedo, me lo
dicen por tener una formación doctrinaria... ¡Pobre Gordo! Estuvo a punto de convertirse
en una nueva víctima del capitalismo salvaje.

Roberto Fontanarrosa

A) ¿Cuáles son los recursos centrales del humor que se observan en el cuento?
B) ¿Qué diferencia observàs en cuanto al lenguaje entre este cuento y el Wilde?
C) El verdadero humor siempre lleva a la reflexión porque propone una doble
lectura… ¿Sobre qué temas se puede reflexionar en profundidad tanto en el
cuento de Wilde como en el de Fontanarrosa?
D) Producción:
Produce un meme, o imagen con textos, para cada cuento leído. Deben
aludir a algún momento destacable del relato.

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