Subjetividad en Modernidad y Juventud
Subjetividad en Modernidad y Juventud
El interés de este capítulo estará centrado en abordar lo joven, lo adolescente y lo adulto como
parte del campo de problemáticas de la subjetividad, concebidas como un hecho fáctico y como
un significante. No son esencias; se configuran en la diferencia, es decir que su significación se
construye en la tensión con todo aquello que no es. Adulto, adolescente, joven y niño son, por
lo tanto, diferencia.
El surgimiento de sujetos clasificados por edades a los que se les atribuyeron significaciones
propias (infancia, adolescencia, juventud) es, consecuencia del desarrollo de las fuerzas
productivas, de las exigencias que fueron imponiendo las incipientes sociedades burguesas
para preparar a los individuos en su integración efectiva a la vida social y productiva.
Ciertamente, la sociedad necesita de la juventud para perpetuarse. Los jóvenes son una suerte
de relevo generacional, que permite llevar a cabo la transmisión y apropiación cultural. Los
adultos son los responsables de esta misión de integración de las generaciones jóvenes a la
sociedad. No se trata de una tarea mecánica, lineal. Al mismo tiempo que se busca la
adaptación, los sujetos adolescentes y jóvenes, con sus capacidades y potencialidades,
procuran generar procesos de cambio. De modo tal que en este proceso surgen fuerzas que
pueden tener sentidos contrarios: reforzar lo existente, conservado las actuales estructuras o
promover su transformación.
A través de lo que llamamos subjetividad, el ser humano se constituye como tal, ingresando al
mundo simbólico, cultural y regido por las lógicas del lenguaje. Al hablar de subjetividad nos
enfrentamos con aquello que resulta irreductible a la trama que conforman la sociedad y los
sujetos que la componen. No hay sujeto sin sociedad, ni sociedad sin sujeto. Los procesos de
acogida al mundo humano y los recorridos posteriores que se transitan a lo largo de la vida van
cambiando de acuerdo con las épocas y produciendo diferentes formas de vivir, de producir
subjetividad.
Las instituciones sociales son las que instituyen las formas de organizar la subjetividad. Si la
familia y la escuela fueron las principales agencias de subjetivación, en la actualidad la
comparten con los discursos mediáticos y las tecnologías de la información y la comunicación o
pierden terreno frente a ellos.
La construcción del sujeto se configura alrededor de un proceso de unión a los otros, es decir,
de pertenencia, pero al mismo tiempo de separación con los otros, de diferencia, identidad y
diferencia des-sustancializadas.
Retomando las lógicas clasificatorias de la modernidad, hoy aparecería una nueva cartografía
que pretende visibilizar las relaciones sociales y simbólicas, y la producción cultural para luego
ser utilizada en la mercantilización de la vida cotidiana.
En un escenario social dominado por el mercado que promueve una cultura homogeneizadora
de la condición juvenil, surgen y se desarrollan diferentes experiencias de carácter
contrahegemónico, distintas formas de resistencia en las que sujetos llamados “adolescentes” y
“jóvenes” construyen procesos de subjetivación alternativos con sus propios saberes,
relaciones de poder y estéticas.
El yo tendría una dimensión icc a través de la cual pone en funcionamiento sus propias
defensas, de manera que ese mecanismo no es voluntario. Las defensas icc del yo no se
eligen deliberadamente, sino que sencillamente se cumplen.
El registro de un yo, asiento de la identidad, solo será posible desde la otredad. Hay yo porque
hay otros. El proceso de identificación es justamente la operatoria psicológica por la cual el yo
establece relaciones con los otros, hace lazo.
Para comprender la dinámica del psiquismo, podríamos decir que la identificación, desde una
perspectiva psicoanalítica, se despliega en 2 sentidos: un lugar en el que se identifica, la
imagen y el lugar desde donde se identifica, la posición social y cultural. El primero, de orden
imaginario, está asociado con lo que se conoce como yo ideal. El segundo sentido corresponde
al registro simbólico y se relaciona con el denominado ideal del yo.
El sujeto no es lo dado biológicamente, ni una estructura psíquica aislada, sino que adviene y
deviene como una configuración única e irrepetible en el intercambio con el ambiente y el
entorno social y cultural humano.
Las cualidades de la subjetividad adolescente y/o juvenil no forman parte de una esencia
adolescente o joven, sino que se construyen en un “entre”, son efectos de los procesos de
intercambio intra e intergeneracionales como factores que producen identidad y diferencia.
La condición adolescente, se convierte (al menos en nuestra cultura) en una forma privilegiada
de depositación de esa articulación entre “lo Otro” y “el Otro”. El sujeto (adulto), frente a lo
inasimilable de la experiencia de vivir, encuentra en su propia identidad un elemento
apaciguador y estabilizador que le permite sostener la ilusión de poder dominar al diferente
(adolescente).
Si el sujeto se construye a partir del Otro simbólico es porque, el ser hablante, debe someterse
a las leyes del lenguaje aun antes de nacer, en tanto las relaciones entre sus progenitores
están reguladas por la palabra. Si se incluye en un linaje, llevará un nombre y apellido, marcas
que se producen más allá de la voluntad de quienes lo engendraron. Quedará incluido y
atravesado por la historia de las generaciones precedentes, en sus correspondientes leyendas
familiares y mitos socioculturales.
Podríamos pensar lo adulto en tanto sostén, como una función social encarnada por diferentes
sujetos que hospedan al recién llegado. Una hospitalidad y un sostén que generan condiciones
favorables para la construcción subjetiva.
La construcción subjetiva se produce en ese entre del niño, adolescente y/o joven con el adulto.
Lo adulto como función, expresada en la responsabilidad de atenderlos y acompañarlos en la
búsqueda de la autonomía.
Consideramos a los niños, adolescentes y jóvenes como sujetos de derecho y a los adultos no
como representantes de una franja etaria sino como articuladores responsables de promover,
sostener y soportar los procesos de subjetivación.
Las distancias generacionales con los adultos se resignifican y se modifican. Ahora los jóvenes,
tecnología mediante, poseen saberes que los adultos desconocen. El ritmo de difusión de los
conocimientos rompe las antinomias (el que sabe versus el que se prepara), generando una
mutación de los roles típicamente asignados a adultos y jóvenes. A pesar de este dato de
época, la función de sostén sigue recayendo en el adulto, como función garante de desarrollo
de procesos de subjetivación.
Así como podemos pensar lo adulto como función de sostén para el desarrollo de los procesos
de subjetivación, también podemos reconocer lo adulto como representante de los poderes
hegemónicos, como operatoria para sostener el sistema. Lo adulto en tiempos de Estado-
nación se constituyó como principal sostén de su política domesticadora.
No hay un espacio más fértil para desplegar el malestar que produce el sistema social que la
escuela o la familia, ya que allí hay sujetos reconocibles que encarnan lo adulto, es decir, que
sostienen la vida institucional y/o la lógica del sistema. Por ello, la escuela y la familia son los
escenarios privilegiados donde se manifiestan centralmente los conflictos intergeneracionales.
La relación intergeneracional no solo se organiza a través del enfrentamiento por los diferentes
lugares que se ocupan en la producción, sino principalmente por los gustos y las estéticas de
cada grupo. Adolescentes, jóvenes y adultos se hallan ligados por la lógica del mercado más
que por la lógica productiva. De todos modos, no es lo uno o lo otro. Es una tensión entre
ambas.
De esta manera, habría una autonomía como acceso a los lugares que supuestamente un
sujeto adulto debería alcanzar de acuerdo con los valores dominantes y otra que se asociaría al
ejercicio de una autonomía, en el sentido de procurarnos nuestras propias leyes, de configurar
un nuevo modo de lo social opuesto a la heteronomía, en tanto orden jurídico impuestos por los
sectores más poderosos del privilegio. La autonomía como desistitución de la función del
discurso amo, como opuesto a la alienación; figuras siempre relativas, no absolutas.
Se trata de generar y apoyar, desde muy diferentes ámbitos, estatales y privados, iniciativas
que reconozcan, respeten y promuevan la pluralidad y la tolerancia hacia las diferentes
manifestaciones culturales juveniles y que, al mismo tiempo, enfrentan la exclusión basada en
la desigualdad social.
Las sociedades actuales, profundamente desiguales, siguen vigentes y son motivo de severa
preocupación. Para enfrentar el desafío de construir sociedades inclusivas es necesario contar
con legislación. Políticas públicas e institucionalidad orientadas al pleno reconocimiento de las
capacidades y los derechos de niños, adolescentes y jóvenes, y las medidas necesarias para
su cumplimiento. Se trata de hacer frente a la redistribución del poder que implique la
participación juvenil genuina y la construcción de puentes para favorecer una relación
intergeneracional que revalorice los aportes de los jóvenes en términos de conocimientos,
experiencias e innovación.
Cap. 2. Transmisión y prácticas institucionales.
La fragilización de los lazos sociales tiene uno de sus puntos críticos en lo que pasa y se pasa
entre las generaciones. Las interferencias que son inherentes a toda transmisión se presentan
de modo más candente cuando un grupo o civilización ha estado sometido a conmociones
profundas.
La experiencia colectiva del lazo social amenazado y las consecuencias del silencio y del terror
que deja una situación traumática convocan a pensar sus efectos en la transmisión a través de
las generaciones. Pero la debilidad y la fragilidad de los lazos sociales que caracterizan esta
época no se remiten solo a los acontecimientos extremos que nuestras sociedades han
atravesado. Las historias y memorias de cada sociedad se hallan entrelazadas con las
particularidades del tiempo presente, un tiempo de transformaciones socioculturales tan
significativas como aceleradas, cuyos efectos en las subjetividades de adultos, niños,
adolescentes y jóvenes afectan el lazo intergeneracional. Esta conmoción solicita un tiempo de
elaboración simbólica y procesamiento colectivo.
No hay lazo social sin un campo de sentido que dé cuenta de las dimensiones simbólicas que
lo componen y sin narrativas que las expresen. La narrativa zombie, producto de la cultura
popular de masas consumida preferentemente por jóvenes, parece ser hoy un caleidoscopio
través del cual pensar dimensiones de nuestro presente.
Narrativa zombie.
Historizar, historizarnos, es una de las vías para aprehender mejor lo que acontece. Afirman los
historiadores que no siempre hubo futuro: el futuro, tal como lo conocemos, es una idea
moderna. Es decir que el futuro no siempre tuvo un valor estructurante central en términos
subjetivos y políticos como lo propuso la modernidad. Un lugar en el que se proyectaron las
promesas que ilusionaron sobre todo a los siglos XIX y XX. Las promesas que se
transformaron en certezas de un tiempo mejor declinaron con la finalización del milenio. Yo hoy
parecería que el futuro es un lugar plagado de amenazas, el futuro tiende a ser, sobre todo, el
futuro temido.
Es evidente que los miedos, la violencia y la intolerancia tienen lejanas raíces históricas y
condiciones subjetivas y políticas que en cada época renuevan, contextualizan y potencian
determinados aspectos. Y, sin dudas, los tiempos en los que las sociedades están
particularmente inquietas, son tiempos de intensos contrastes en los que se atraviesan
tradiciones y tabúes, se producen movimientos de repliegue, asilamiento y segregación, pero
también tiempos que pueden dar lugar a acciones transformadoras, a expresiones creativas y
solidarias.
El relato básico del género zombie constituye una distopía, proyecta una sociedad ficticia en un
futuro próximo que, lejos de ser una sociedad ideal, contiene las peores fantasías para el
futuro. Hoy se trata de un género cinematográfico clave, que cuenta con un número importante
de adeptos y seguidores, la mayoría de ellos adolescentes y jóvenes. En este sentido, nos
preguntamos cómo se inscribe esta exitosa narrativa en la escena intergeneracional global.
Una primera aproximación nos permite afirmar que, como objeto cultural, propiciar múltiples
modos de interpretar y significar la narrativa básica que propone. El mundo zombie permite ser
leído en distintos registros simultáneos, algunos contrastantes y contradictorios.
Los eslóganes asociados a estas películas nos orientan para introducirnos en el campo de
sentidos y significaciones que despliega (“¡Corre por tu vida!”). Hay que encerrarse y
protegerse, porque cualquier caminante (el otro, el vecino, el familiar) puede ser quien
próximamente nos asesine. El familiar, lo familiar, puede convertirse en extraño rápidamente.
Debemos defendernos de esos seres que, ni muertos ni vivos, ya no son humanos; por tanto,
no debemos tener culpa ni conmiseración hacia ellos, ya que no los asiste ningún derecho.
Ante la devastación y la desorganización reinante, se desarticulan las lógicas previas que rigen
la vida común; las reglas han sido quebradas y, para sobrevivir, estas deben ser transgredidas;
ante el desmantelamiento de os instituido, se instituye un orden brutal de supervivencia. Allí se
juegan los dilemas y problemas entre los que han quedado vivos, y observamos los efectos en
la subjetividad de los sobrevivientes.
A George Romero, el creador del género, no se le escapaba que esta ficción era una metáfora
del capitalismo. Los centros comerciales comenzaron a formar parte de los escenarios donde
transcurrían las peripecias zombies, una señal que apuntaba a la disociación y alienación de
los sujetos como producto de la sociedad de consumo; las transformaciones subjetivas en la
era de la globalización; masas informes de seres que han perdido su identidad y retornan al
punto de encuentro que les promete identidad; la ilusoria unificación que promete el consumo,
ser Uno y sustraerse del anonimato. Una creciente insensibilización, la ausencia de tramas
colectivas y actitudes solidarias, la potenciación del individualismo, la lucha por la sobrevivencia
y una suerte de dicotomía entre los hundidos y los salvados. Es una carrera en la que la
destrucción alcanza el entorno, el medio en que se vive, que se deteriora progresiva y
velozmente; es un deterioro caracterizado por l transparencia: todo queda a la vista, cada vez
se oculta menos. No es difícil entonces establecer paralelismos entre las lógicas del
capitalismo, sus sociedades de consumo y la lógica del mundo zombie. Son sistemas en
permanente expansión, sistemas globales que no tienen afuera.
El relato zombie toca nudos sensibles de la subjetividad como son los temores y las fantasías
respecto de lo extraño, misterioso y desconocido. Al ficcionalizar la trasgresión del tabú de la
antropofagia y la prohibición del homicidio, reactiva la ambivalencia constitutiva de los lazos
sociales, de parentesco, afectivos. Lo interesante, lo atrayente, lo radical, es que el verdadero
peligro para cada quien está en lo que ha de suceder entre los sobrevivientes que se enfrentan
a una situación anómica; el peligro es aquello que seríamos capaces de hacer en ciertas
situaciones, ese otro que soy o que puedo ser yo.
Es la ética la que nos permite decidir que no existe los inevitable, al menos respecto del futuro
de nuestras sociedades. En ese aspecto, quedan habilitados sentidos y lecturas contrapuestas.
Por una parte, la narrativa zombie sostiene y refuerza la creencia en la inevitabilidad del mundo
que habitamos. Al mismo tiempo, lo que metaforiza un relato funciona como crítica debeladora
de las modalidades y operaciones de ese mismo dispositivo social y deja planteada la
posibilidad de su rechazo y la creación de alternativas, es decir, su evitabilidad.
De una naturaleza distinta al relato que proviene de una obra de ficción, la narrativa mediática o
el relato institucional catastrofista y hostil hacia las nuevas generaciones se caracteriza por su
pobreza argumentativa, sus flagrantes significaciones y la univocidad del sentido que propone
para la construcción de sensibilidades y representaciones sociales.
Gran parte de los discursos y las narrativas que propugnan y producen alarma social buscan
construir un blanco sobre el que desencadenar el mecanismo victimario. Es muy frecuente que
adolescentes y jóvenes formen parte de ese blanco, de ese peligro del cual defenderse y al
que, en ciertos casos, atacar y rescatar.
El discurso de la alarma social está enfocado también hacia problemas como la violencia
juvenil y la delincuencia. Ciertos relatos abordan temas de estilo, modas y lenguajes de la
cultura que tienen que ver con el lugar y los usos del cuerpo, con las sexualidades, con las
relaciones con los objetos tecnológicos que, leídas como expresiones de degradación social,
alimentan un cierto tipo de lazo intergeneracional.
Esta impronta se hace presente cada vez que se definen los problemas y se relevan las
necesidades y demandas. Persiste un modo hegemónico de construcción de los problemas,
por ejemplo, la construcción de la juventud como un problema en sí misma. Sobre la juventud
se proyectan los temores de cambio social. Se trata de una mirada centrada exclusivamente en
la propia experiencia generacional –idealizada- y/o de grupo social. Por otra parte, opera
proyectando en el futuro una imagen de la sociedad a partir de una visión negativa,
distorsionada, de los jóvenes actuales. En las prácticas institucionales somos testigos
permanentes de esas proyecciones en las que muchos adultos anticipan, pronostican, una
imagen de futuro de desvío y toman “medidas” al respecto.
El otro enunciado que circula en las instituciones es “la juventud tiene un problema”. La
carencia o el desvío son atribuidos exclusivamente al individuo joven o adolescente: falta de
educación, debilidad moral, problemática psicológica. Cualquiera de esas opciones en el lugar
de causa de los comportamientos y conductas excluye la función de Otro del Estado, de las
instituciones y de quienes las habitamos.
Estos modos de mirar al otro, al joven, están presentes en las prácticas, expresándose en
formas de estigmatización, segregación y microsegregación, a través de dos estrategias de
control: la estrategia judicial (criminalización, judicialización) y la estrategia psiquiátrico-
psicológica (patologización, psicopatologización, medicalización).
En las políticas para jóvenes suelen predominar las preguntas por lo prohibido, lo permitido y lo
preventivo antes que la oferta, la hospitalidad y la convocatoria.
Uno de los giros es pensar a los jóvenes no como objeto de políticas, sino como sujetos de
discurso. Se trata de no hacer de los jóvenes un problema ni tematizar los problemas de los
jóvenes. Desplegar una política de encuentre con los jóvenes es construirla junto con ellos.
Esto es posible intentando un cruce de narrativas, no la colonización de una experiencia –
negada, y esa es una de las formas de deconstruir y resistir las narrativas catastrofistas.
No todos los jóvenes tienen acceso a las nuevas tecnologías. No obstante, las condiciones de
la época los atraviesan a todos, aun en diferentes contextos socioeconómicos.
Este tiempo no se detiene ante la novedad y sigue pregonando las virtudes de lo inmediato, lo
rápido, lo que se alcana en un abrir y cerrar de ojos. Es un tiempo dominado por un mercado
que nos gobierna en nuestras apetencias y necesidades, que nos incluye a todos como
posibles consumidores pero que delinea mapas de incluidos y excluidos. Un mercado que nos
permite sostener la fantasía permanente de la nueva adquisición material proyectándose solo a
unos pocos.
Lo que hoy nos parece una adquisición personal sobre un saber tecnológico mañana nos
parecerá un dominio arcaico; las nuevas generaciones, que nacieron inmersas en esas
tendencias, asumen como naturales sus habilidades en el manejo de las tecnologías, que las
han incorporado a su vida cotidiana y se rodean de ellas.
La gran difusión de las tecnologías digitales caracteriza la época. Estos cambios, con estas
nuevas tecnologías que se incorporan a nuestra vida cotidiana, han impactado en las
sociedades, en las instituciones y en las subjetividades.
La sociedad de la información y del conocimiento
Los avances tecnológicos permitieron que se pudiera procesar cada vez mayor cantidad de
información en menos tiempo, a la vez que los medios de comunicación pudieran difundir a
través de diferentes soportes la información (o los datos) que se producen.
El análisis de las nuevas tecnologías no puede estar divorciado de la visión del poder y la
economía. Consideremos que la tecnología es un soporte y no un fin en sí mismo. Desde esta
perspectiva, entendemos que la información debe ser un bien público y su acceso debe estar
garantizado. Este principio debe regir las políticas de distribución y acceso a los bienes
tecnológicos, pero está enmarcado en una concepción compleja de lo social a la luz de
intereses y pujas sectoriales.
El modelo inicial de internet preveía una conectividad de tipo radial, un centro que era
generador de datos e información, y terminales en los que se recibía. Esta segunda etapa
configura una geografía muy diferente donde las conexiones se dan en red y cada uno de los
nodos de esa red puede funcionar como emisor y receptor de datos de manera simultánea. Así,
en la red se intercambian archivos de imágenes, textos, videos, etc. Cada usuario es a la vez
consumidor y producto, e interactúa en conexión con otros.
Uno de los mayores desarrollos de la web 2.0 fueron las creaciones de las “redes sociales”,
donde la red pasa a ser un espacio de interacción, comunicación e intercambio.
Estos espacios son también centros de propaganda y negocios. Las redes sociales son sitios
de difusión comercial y su lucro está en la administración de las publicidades que as habitan así
como en la comercialización de los datos que alberga.
Dejando de lado los aspectos lucrativos y políticos, las redes sociales se transformaron en
potentes espacios de intercambio. Cada usuario dispone de casi toda las herramientas
multimediales: correo, chat, archivos, videos, etc; que pueden compartirse desde su sesión con
otros usuarios y, en conjunto, conforman comunidades que se amplían sobre la base de las
relaciones que cada uno aporta.
Vivir en la red
LA tecnología es una dimensión del cambio social que transforma las producciones culturales;
estos cambios en la sociedad y en la cultura transforman a los sujetos intervinientes. Al hablar
subjetividades digitales, condensamos en esta expresión los fenómenos sociohistoricos que
vinculan a las jóvenes generaciones con las nuevas tecnologías. Apelamos a un criterio de
subjetividad como entramado, como construcción dinámica, multidimensional y compleja;
sostenida en rasgos de época y condicionada por las variables del contexto.
Para las jóvenes generaciones los cambios están incorporados en la vida cotidiana. Un
concepto muy difundido que caracteriza estas tecnologías es su ubicuidad, queriendo describir
de este modo su posibilidad de estar simultáneamente en todos lados.
Estas tecnologías a su vez manejan una lógica de usos bastante común, lo que las hace
accesibles para cada usuario. Los más chicos y los jóvenes tienen incorporados estos
procedimientos y los transfieren ante las novedades del mercado; por eso pueden familiarizarse
fácilmente con su uso.
El barrido de la pantalla es iconográfico: hay zonas de detención y zonas que se saltean, los
párrafos son recorridos en su superficialidad y generalmente no se presta demasiada atención
a los textos extensos. Hay un reconocimiento y una detección de los datos que se quieren
encontrar y en esos espacios se sumergen.
El poder sostener una conversación con una veintena de personas al unísono, se basa en la
misma lógica: respuestas inmediatas, cortas, pragmáticas y superficiales. Incluso con
caracteres iconográficos creados a partir de signos, paréntesis, guiones “emoticones”.
Por otro lado muchas actividades culturales que eran de la esfera pública pasaron al interior de
los hogares. Paradójicamente se da también la propagación en la red de una cantidad de actos
que otrora quedaban en el confín de la vida hogareña.
Las nuevas formas de exposición inauguran modos diferentes de tratamiento de la intimidad,
revelando las formas en las que ha ido modificándose el espacio personal, propio, de intimidad,
llegándose a lo que Sibilia denomina “expansión del yo”, tomando al yo como una construcción
moderna de la identidad personal y describiendo un proceso en el cual aquellos elementos que
quedaban reducidos a espacios de privacidad adquieren dimensiones públicas. “cada vez mas
privatización individual, aunque cada vez menos refugio en la propia interioridad”.
Este desplazamiento de la intimidad encuentra la red como un sustento sobre el cual darse a
conocer; conjuntamente con los modos de presentación personal, se va configurando una
representación de sujetos intervinientes.
¿Cómo se constituyen las subjetividades a partir de las prácticas y discursos que en cada
época atraviesan a los sujetos. En ese sentido, las nuevas tecnologías y en particular las redes
sociales son un elemento que enhebra diferentes registros, haciendo que la comunidad de
pares sea un referente y a la vez una referencia.
Los jóvenes publican casi simultáneamente lo que viven, y lo viven a partir de su publicación;
ambos hechos conforman una misma unidad, lo que sucede y su publicación. La realidad y la
virtualidad conforman una misma vivencia.
Jugar en la red
Un párrafo aparte merecen los videojuegos, que captan gran cantidad de horas de los jóvenes
en las pantallas.
El espacio virtual se transformó en el lugar privilegiado por los jóvenes para desplegar “el
jugar”. El juego puede ser individual o colectivo (juegos en línea).
Los juegos en las computadoras han revolucionado los espacios y los tiempos lúdicos,
cultivando a su paso admiradores y detractores. Los temas de debate se centran en la
incidencia de estas producciones en la construcción de la imaginación, la fantasía, la
creatividad, la realidad y el papel que desempeña la simulación para el conocimiento. Sin duda,
en la anticipación de los video juegos son varias las habilidades que se ponen de manifiesto:
las tácticas y las estrategias que deben desplegarse, la capacidad de anticipación, las lecturas
de conjunto, las habilidades motoras combinadas con decisiones intelectuales, la rapidez de
respuesta, el conocimiento de las posibilidades de los otros (juegos en red) y la capitalización
de la experiencia, entre varias.
Sin desechar el grado de creatividad que cada jugador despliega en el videojuego, es poca la
capacidad de inventiva, o esta está circunscripta a modelos preestablecidos. Entendemos la
invención como la creación a partir de elementos conocidos de una nueva entidad y
observamos limitaciones en esta posibilidad de producción a partir de los videojuegos. Las
nuevas generaciones de videojuegos han incorporado muchas variantes que hacen a su
despliegue y desarrollo, determinando caminos diferentes para cada jugador.
Por otro lado si bien quien participa de un video juego asume una posición activa, la
participación corporal se limita a los comandos de la computadora; sería interesante indagar en
las constituciones motoras, en los procesos de la libidinización corporal, como incide esta falta
de contacto con el otro, con los objetos (tangibles y visibles) y con los desplazamientos.
Los nativos digitales encuentran con la posibilidad de: apropiarse de saberes a partir de la
indagación y búsqueda propias, basadas fundamentalmente en el ensayo; estructuras
horizontales de comunicación fluida. Intercambio y relaciones informales.; habitan la red,
transcurren en ese espacio; transferencia de conocimientos de entornos conocidos a nuevos;
aprendizaje en red, es decir, en colaboración con otros; concentra con y atención en más de
una acción simultáneamente; capacidad de búsqueda información.
Culturas juveniles y nuevas tecnologías
La forma tradicional en que se difundía la cultura juvenil fue variando; antes se podía establecer
una centralidad de producción que se difundía hacia las periferias, incluso muy vinculadas a las
odas o los hábitos que se creaban en los países centrales. Hoy se fusionan. Se produce tanto
desde la periferia como desde los centros, también de la periferia a la periferia. La centralidad
está difusa y la horizontalidad toma en gran parte esa referencia.
El capital cultural será el acervo personal con que cada individuo traza su relación con el
mundo. Este capital es un volumen de significaciones que le permiten interpretar, decodificar y
significar la realidad que lo rodea. Los consumos culturales inciden en la construcción de ese
capital cultural y modifica las formas convencionales de adquirirlo e incrementarlo. La novedad
que trae la digitalización es la incorporación de nuevas experiencias y formatos culturales.
Nuevos modos de establecer lazos sociales y maneras diversas de comunicación e interacción
que conforman redes de intercambios y nuevas modalidades de organización.
Para una pedagogía pensada como pensamiento racional sistematizado sobre un objeto
disciplinario específico, incluir reflexiones acerca de las cuestiones inherentes a la subjetividad
supone un esfuerzo teórico suplementario, ya que las cuestiones que hacen a la subjetividad
no son dóciles al sentido ni amigables con las planificaciones.
Para dar cuenta de ese desafío, el de la escuela por sostenerse como “un lugar”, proponíamos
una suerte de “antídoto”: generar un espacio suficientemente subjetivizado y relativamente
operativo (René Kaës).
La vida en las aulas: un mundo en el que existen y funcionan ciertas reglas de juego, rituales,
sistemas de premios y castigos, y que incluye algunas de las tensiones y contradicciones que
conlleva toda práctica social. Contiene el aprendizaje, la potencia del acceso al conocimiento,
pero también sus límites, la memoria y el olvido, el disciplinamiento, la autonomía y la
emancipación, la inmersión en la cultura y la disociación entre el mundo escuela y el “exterior”.
Estas referencias nos orientan respecto de la complejidad de los modos de producción de
subjetividad y operan como una práctica institucional educativa.
Evocar el pasado escolar nos transporta a las vicisitudes del vínculo con maestros y
profesores, el acontecer diario del aula, la riqueza y complejidad de las relaciones entre los
alumno/as.
Introducir la cuestión del sujeto ha sido inicialmente patrimonio de la filosofía, más tarde de la
psicología y los primeros desarrollos en lógica.
Por sobre todo, no es individual o colectiva; atraviesa esa disyunción y se constituye –se
construye y se produce- en el dominio de los procesos históricos y diversos de producción de
sujetos. Y los procesos psíquicos por los que se constituye el sujeto se despliegan en cierto
dominio socio-institucional en el espacio-tiempo de la vida cotidiana, en dimensiones
particulares del mundo social.
La subjetividad está atravesada por los modos históricos de representación con los cuales cada
sociedad determina aquello que considera necesario para la conformación de sujetos aptos
para desplegarse en su interior, enunciados ideológicos, representaciones del mundo, lógicas
de identidad.
La producción cultural, las significaciones y los sentidos que la organizan, las formas de
intercambio y las relaciones sociales concretas que la sostienen son algunos de los modos de
objetivar los condicionamientos mutuos entre la cultura y la subjetividad.
La singularidad humana será entonces producto de la articulación de los universales que hacen
a la constitución psíquica y los modos históricos que generan las condiciones del sujeto social.
Desde esa trama, cada sujeto configura su propio itinerario libidinal e identificatorio, un
itinerario que se despliega en el encuentro con otros sujetos cuyos intercambios,
interrelaciones e interacciones intervienen en los condicionamientos del proceso de
subjetivación.
Cuatro movimientos para seguir pensando la cuestión del sujeto en el lazo pedagógico
Lo subjetivo no es sólo aquello difícil de objetivar bajo las reglas de lo universal porque
pertenece a un orden singular, y lo singular tampoco es individualidad entendida como pura y
aislada unidad, sino que toda singularidad ha sido y está siendo configurada en una trama
relacional y social.
El registro de que la acción pedagógica se ejerce bajo influencia y de que ese efecto nunca es
homogéneo implica una primera pérdida para la pedagogía. Los afectos de los alumnos
participan en la escena de la enseñanza; no puede remitirse lo que está en juego a la
capacidad, la habilidad o la inteligencia de cada quien, ni tampoco estrictamente a la didáctica
utilizada.
La aparición del docente en tanto sujeto es un aspecto de gran importancia que ha sido
eclipsado hasta el extremo.
Los efectos que puede desencadenar el lazo pedagógico desde la perspectiva que incluye los
aspectos no conscientes que denominamos “identificatorios” y “transferenciales” no son
calculables. No son calculables en el mismo sentido en el que no es posible anticipar ni
predecir plenamente los comportamientos del otro, ni reducir la eficacia de la enseñanza a
encontrar la metodología específica.
La institución como productora de subjetividad
René Kaës: Sufrimos por el hecho institucional mismo, infaltablemente: en razón de los
contratos, pactos, comunidad y acuerdos inconscientes o no, que nos ligan conscientemente,
en una relación asimétrica, desigual, en la que se ejercita necesariamente la violencia, donde
se experimenta necesariamente la distancia entre la exigencia (la restricción pulsional, el
sacrificio de los intereses del yo, las trabas al pensamiento) y los beneficios descontados.
Sufrimos por el exceso de la institución, sufrimos también por su falta, por su falla en cuanto a
garantizar los términos de los contratos y de los pactos en hacer posible la realización de la
tarea primaria que motiva el lugar de los sujetos en su seno.
Experiencia y Subjetividad
La experiencia nos dice que hubo subjetivación. Es un indicio de que hubo algún orden de
transformación para el sujeto. Es el resultado del atravesamiento de complejos entramados en
los que se produce subjetividad, leídos en un tiempo posterior, a partir de lo expresado en
relatos de la práctica, interlocuciones, autobiografías y otros modos de testimonio.
Lo suficientemente subjetivizado
Foucault habla de las sociedades y de las estrategias por las cuales los individuos tratan de
conducir y determinar la conducta de los otros, y apela a la necesidad de construir dispositivos
que permitan que esos juegos de poder se realicen con “el mínimo posible de dominación”.
La ética que promueven esta referencia de Foucault nos orientó en su momento para pensar el
lazo pedagógico, particularmente las relaciones entre los adolescentes y adultos, una reflexión
susceptible de extenderse al conjunto de las prácticas institucionales.
Para Winnicott, lo que debería definir la dimensión misma de la subjetividad es el acto creador,
original y espontáneo, eje del sentimiento de “estar vivo”. La “naturaleza humana” encontraría
su especificidad y su razón en ese acto creador. Las categorías de espontaneidad y
originalidad indican un movimiento propio, relativamente propio.
Estar Educador
Pero cuando decimos “responsabilidad política y subjetiva” no las pensamos como exigencias
sino como herramientas, no en el registro de la moral, sino en el de la ética, en el del pensar-
hacer cotidiano, en el mismo registro que produce subjetividad.
Estar educador ocurre cuando podemos pensarnos en la tarea e incluir distintos niveles de
análisis que puedan dar cuenta de los dispositivos y operaciones en la producción de sujetos,
cuando nos sobreponemos a las encerronas de toda práctica institucional y le encontramos “la
vuelta para”, cuando encontramos una vía para avanzar a través de ese conflicto, cuando
creemos estar en posición de desencadenar un movimiento en la transmisión, una transmisión
que se hace más allá de nosotros, a pesar, por y en contra nuestro, desencadenando un
proceso de transmisión.
En la escena educativa opera esa mutua afectación, trabaja esa corriente donde los cuerpos,
los sujetos, se afectan mutuamente y así logran que se desencadene algo de la transmisión. El
lazo pedagógico enlaza en la medida en que un proceso de transmisión activa; es decir,
cuando se produce un traspaso, cuando se ofrece un lugar de filiación, se pone en acto una
apuesta que anticipa lo que consideramos mejor, se produce subjetividad.
Una institución suficientemente subjetivizada no sólo es aquella que está advertida frente a la
posibilidad de desencadenar una transmisión, sino aquella que está atenta al desarrollo de los
itinerarios subjetivos de quienes la integran.
Por “itinerario subjetivo” entendemos los modos de cada sujeto de experimentar su travesía
escolar. Efectos de la historia de su constitución subjetiva, sus condiciones existenciales y las
alternativas y sucesos de su presente en la escuela y más allá de su vida en la escuela.