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© 2020 Abril Laínez

Primera edición: abril de 2020


Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la ley. Queda
rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento mecánico, electrónico, actual o futuro-incluyendo las fotocopias o difusión a
través de internet y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo
público sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, bajo las sanciones
establecidas por las leyes.
A mi padre, mi héroe
1
Emma no estaba segura de poder hacerlo. No lo iba a conseguir. Le
resultaba imposible administrar el oxígeno que entraba en sus pulmones.
Se recordó que debía volver a ponerse en forma, cuanto antes, con carácter
de urgencia.
Jadeando, con la boca abierta, con las mejillas a punto de entrar en
erupción, y con una rodilla dolorida, debido a los constantes golpes
recibidos por una de las hebillas de su bolso de viaje durante la carrera,
subió los escasos tres escalones que le separaban del interior del vagón y
se sujetó a una de las barras que se encontraban junto a la puerta.
Escuchó el pitido que anunciaba el cierre de las puertas, y se
preguntó si todavía estaba a tiempo de abortar la operación y bajar al
andén. No se veía con fuerzas de buscar su asiento y mucho menos de
enfrentarse a las miradas de algunos viajeros, que la observaban como si
fuera una terrorista con una granada en la mano. ¿Qué estaba ocurriendo?
O bien todas esas personas nunca habían visto a alguien correr —algo no
demasiado extraño en una estación de tren—, o bien los sonidos que
emitía su garganta, en un intento de normalizar su respiración, eran algo
exagerados. Emma prefirió no seguir indagando en la respuesta, lo único
que le interesaba en ese momento era encontrar su asiento; rezó para que
no estuviera demasiado alejado.
«¡Genial!», se dijo. Solo tenía que atravesar seis vagones, solo
seis.
Cuando por fin llegó a su destino, se arrepintió de no haber
dedicado más tiempo e interés a realizar la reserva. De haberlo hecho, se
habría centrado más en escoger una fila con un solo asiento, pero no fue
así, al parecer iba a viajar con un compañero de viaje.
Observó que su acompañante era un hombre joven que, a juzgar
por su expresión nada más verla a ella, se sentía igual de entusiasmado por
tener compañía.
Emma cogió su bolso de viaje y lo alzó sobre su cabeza para
colocarla en la estantería que se encontraba sobre los asientos. Al alzar los
brazos, la fina tela de su blusa se sumó al movimiento dejando parte de su
torso desnudo. Esa sensación le produjo un escalofrío e hizo que sus
brazos flaquearan, provocando que el bolso cayera justo en el regazo de su
futuro compañero de viaje.
El hombre dio un respingo. No solo por el intruso que había
aterrizado en su regazo sino por el dolor que le produjo el impacto. Alzó
bruscamente la cabeza con el ceño fruncido y la fulminó con la mirada. Si
hubiera podido volatilizarla no lo hubiera dudado.
—Lo siento, se ha caído —logró decir Emma avergonzada
consciente del fuego que se había instalado en sus mejillas.
—Ya lo he notado —exclamó él con frialdad. A continuación se
levantó e impulsó el bolso para colocarlo. Esperó a que ella se acomodara
y volvió a sentarse.
—Gracias —susurró Emma molesta. No le había gustado la forma
en la que le había hablado. ¡Solo era un pequeño accidente!
Él no se molestó en decirle nada más. Se acomodó en su asiento y
cerró los ojos fingiendo que se disponía a dormir.
Emma desvió la mirada hacia la ventana intentando ocultar el
malestar que le había producido ese hombre. El caso es que era guapo…
«Al menos no he perdido el tren», se dijo intentando desviar sus
pensamientos. El impresionante físico de su acompañante no era un asunto
que quisiera que permaneciera en su mente.
Su amiga Irene se había ofrecido a llevarla en coche hasta la
estación, pero una vez más, Emma, antes de aceptar, no había tenido en
cuenta que su forma de conducir solo era apta para aquellos casos en los
que no hay prisa, ninguna prisa. En el caso de haberla, lo más sensato era
declinar la oferta o bien emprender el viaje con un par de horas de
antelación.
A Punto había estado, en dos ocasiones, de empujarla del asiento,
aunque se encontrara el coche en marcha, para apoderarse del acelerador.
No era capaz de entender cómo a esas alturas todavía no la habían multado
por ir por debajo de la velocidad permitida.
Una sonrisa se dibujó en sus labios al recordar los días que habían
pasado en Barcelona. Irene era una pésima conductora, al menos desde el
punto de vista de una mujer impaciente como Emma, pero una buena
amiga.
Se sobresaltó con el sonido de su móvil. Nunca se acordaba de
cambiar la melodía que notificaba los mensajes: un pitido agudo y
estridente, que por lo general resultaba molesto. Por suerte, no había
reservado uno de esos vagones en los que se debe permanecer en absoluto
silencio.
A pesar de mantener la vista al frente pudo sentir la mirada asesina
de su compañero de viaje. Emma no movió ni un solo músculo, no tenía
intenciones de disculparse, pero tampoco deseaba que el rubor que había
vuelto a instalarse en sus mejillas se apreciara. Con un movimiento rápido
eliminó el sonido del aparato y se centró en el mensaje que acababa de
recibir.
Irene le preguntaba si había perdido el tren. Le contestó
rápidamente prometiéndole una llamada al llegar a Madrid.
Quedaban tres largas horas por delante y necesitaba entretenerse en
algo, o su mente acabaría reproduciendo las mismas imágenes que la
habían acompañado durante el último mes. Debía evitarlo a toda costa.
Sacó un libro de su bolso. No le apetecía leer, pero tenía que
obligarse a estar entretenida. Sus pensamientos, si se dejaban en completa
libertad, eran un arma muy peligrosa para ella en ese momento.
El libro, recomendado por su amiga, era una guía «muy práctica»,
palabras del autor, para que una mujer recuperara su autoestima.
Observó la portada centrándose en el título. ¿Qué quería decir
exactamente recuperar la autoestima? ¿Solo era una guía práctica para
mujeres que la habían perdido? ¿Y si nunca se había llegado a tener? En
ese caso, ¿el libro no servía? ¿O era tan bueno que se recuperaba la
perdida y la que nunca se había tenido?

Ella tenía las paces hechas con su autoestima, al menos eso creía. ¿Qué le
había hecho pensar a Irene que necesitaba ese tipo de libros?
Volvió a introducir el libro en el bolso. De inmediato apareció en
su mente que debía darle una pequeña oportunidad y volvió sacarlo. Leyó
la introducción y frunció el ceño, convencida de que aquel libro no era
para ella. Lo apoyó sobre su regazó y lo miró de reojo. ¿Tendría algo que
Irene habría considerado importante para ella? Lo abrió de nuevo e hizo un
intento de leer la página siguiente, pero no pudo. Aquello definitivamente
no le interesaba. Si esas páginas le indicaran cómo olvidar a Álvaro de una
forma indolora, sin duda se adentraría en ellas. Pero debía incorporar una
varita mágica, muy mágica, para que eso fuera posible.
Emma reprodujo en su mente la varita haciendo círculos en el aire
al tiempo que invocaba el olvido; dibujó una sonrisa ante su ocurrencia.
No, no había nada tan efectivo.
Había trascurrido poco más de un mes desde su ruptura con Álvaro
y todavía era incapaz de pensar en ello sin sentir que el corazón se le iba a
salir del pecho.
Dos años de relación. Ese era el tiempo que habían pasado juntos
desde que se conocieran en Barcelona, la ciudad en la que había residido
Emma, la misma que la vio nacer.
Álvaro se encontraba de paso en la ciudad por asuntos de trabajo.
Una mirada en un restaurante, unos guantes olvidados en una mesa, una
sonrisa de agradecimiento, una invitación a cenar… Esos fueron los
elementos que dieron inicio a su relación. Álvaro, cansado de viajar
constantemente a Barcelona para poder estar con ella, tardó dos meses en
proponerle que se fuera a vivir con él a Madrid. Emma aceptó sin pensarlo
dos veces.
Tardó poco tiempo en encontrar un trabajo, su curriculum atrajo el
interés de un colegio para cubrir la vacante de recepcionista, aunque sus
labores abarcaban muchos campos. Desde hacer fotocopias, abrir la puerta
por las mañanas —con cuidado de que la marabunta de niños que
esperaban al otro lado no se le echaran encima—; concertar reuniones con
los padres, aguantar con paciencia a que una madre de un alumno la
visitara en siete ocasiones para comprobar si había aparecido el gorro
extraviado de su hijo; y su preferida: acompañar a los pequeños, a los de
tres y cuatro años, en sus excursiones, como refuerzo para los profesores.
Su relación con Álvaro había empezado con mucha fuerza, una
relación intensa que solo se veía interrumpida por los frecuentes viajes de
trabajo de Álvaro a Japón. Le costó acostumbrarse a ellos, pero con el
tiempo lo consiguió.
El trabajo de Álvaro como ingeniero en una empresa japonesa le
obligaba a viajar dos semanas cada dos meses al país del sol naciente.
Durante esas semanas se comunicaban mediante videoconferencia, aunque
era complicado encontrar el momento adecuado, debido a la diferencia
horaria.
En los meses anteriores a la ruptura había sido más complicado.
No solo viajaba con más frecuencia, sino que parecía que el universo
conspirara para que todos los vuelos de vuelta a casa estuvieran señalados
por todos y cada uno de los contratiempos que se pueden encontrar al
viajar en avión: retrasos, huelgas, aterrizajes forzosos por culpa de la
climatología, cancelaciones por… un millón de razones.
Cuando ocurría, Emma maldecía esas fuerzas del universo que
parecían empeñadas en retrasar sus encuentros. ¡Qué ingenua había sido!
Álvaro no tenía tan mala suerte como ella creía, lo que tenía eran pocas
ganas de llegar a casa.
Habían planeado en más de una ocasión que Emma le acompañara
en uno de esos viajes, pero nunca llegaba la ocasión. En un principio el
problema era que Emma no podía ausentarse tanto tiempo fuera del
periodo vacacional escolar, pero con el tiempo, aunque dispusiera de
vacaciones Álvaro siempre encontraba alguna excusa, bien que se podía
prolongar mucho más, bien que el tipo de reuniones le impediría pasar
tiempo con ella. Cada vez los viajes eran más largos y más intensos.
Japón se quedó sin su visita, las catástrofes aéreas dejaron de
sobrevolar a Álvaro, y ella dejó de maldecir al destino empeñado en que
permanecieran juntos menos tiempo, para pasar a maldecir al verdadero
culpable de su separación.
Treinta y seis días antes, acabando el mes de julio, había recibido
la llamada. La última llamada. Álvaro había viajado a Japón
apresuradamente, a pesar de llevar tan solo tres semanas en Madrid desde
su último viaje, debido a unos asuntos muy importantes que tenía que
tratar. Debían pasar al menos dos días para que recibiera la primera
llamada por videoconferencia, tal y como acordaban siempre, pero ese día
la llamada llegó un día antes.
—¿Álvaro? —preguntó Emma sorprendida al escuchar su voz—.
¿Todo va bien?
—Emma… estoy en Madrid —pronunció él con dificultad.
—¿En Madrid? —No pudo ocultar su entusiasmo. No le importaba
la razón por la que él se encontrara en la ciudad, para ella solo podía
significar que estaba a punto de verlo.
—Escúchame, Emma, sé que no deberíamos tener esta
conversación por teléfono, pero no soy capaz de hacerlo de otra forma…
Yo…
—¿Álvaro, qué ocurre? Me estás asus…
—Por favor, escúchame —la interrumpió—. Mi viaje a Japón no
es hasta dentro de ocho días. Te mentí. Necesitaba estar solo, pensar y…
tomar una decisión sobre nosotros.
Emma no dijo nada. Estaba intentando procesar la información que
estaba recibiendo. Siguió escuchando atentamente sus palabras.
—Esto se ha terminado, Emma. No puedo continuar. ¡No puedo! —
le dijo sin hacer ninguna pausa.
—A… Álvaro, ¿qué es lo… lo que no puedes…?
—¡Emma, no me lo hagas más difícil! Intento decirte que hemos
terminado —aclaró sollozando—. No importan las razones.
—¿No importan las razones? —Hizo una pausa para respirar—.
Veamos, si estás en Madrid, ven a casa y hablamos… ¡No entiendo nada!
¿Qué te ocurre?
Solo se escuchaba la respiración agitada de Álvaro. Emma
continuó:
—No me puedes estar diciendo que hemos terminado, ¿qué ha
pasado? Yo te quiero, tú me quieres, ¿no? Estamos bien…, ¿no? —Se
detuvo para escuchar su voz, pero esta no llegó—. ¡Álvaro!
—Emma, se ha terminado. No tiene sentido seguir hablando de
ello. Sé que mereces una explicación y que deberíamos haber tenido esta
conversación en persona, pero no quiero pasar por esto —Resopló con
fuerza—. No tengas prisa por recoger tus cosas. Estaré en un hotel hasta la
próxima semana y luego viajaré a Japón. Eso sí, cuando vuelva, me
gustaría que ya no… que hubieras recogido tus cosas —Suspiró con
fuerza.
Emma apenas pudo pronunciar las siguientes palabras a causa del
nudo que se hizo en su garganta:
—¿Hay alguien más, Álvaro? —Logró preguntar.
—Te vuelvo a pedir que no lo hagas más difícil. Por favor,
acéptalo. No llegaremos a ningún sitio dándole vueltas. Se ha terminado,
Emma.
Se hizo un silencio que a Emma le pareció eterno. Se rompió con
el pitido que anunciaba que a Álvaro le estaba entrando otra llamada.
—Lo siento, pero… —dijo con impaciencia— Tengo que dejarte,
estoy esperando una llamada importante. Yo… ¡Cuídate, Emma!

Emma se frotó los ojos alejándose así de esos dolorosos recuerdos.


Cerró los ojos y suspiró acomodándose por quinta vez en el asiento. Pero
por mucho que lo intentara no era capaz de apartar esos pensamientos de
su mente. Aquella había sido la última vez que habían hablado. Se sonrojó,
avergonzada, al recordar las veces que intentó comunicarse con él tras ese
día sin que él atendiera sus llamadas.
Ese pensamiento la llevó a recordar la conversación que tan solo
un par de días atrás había mantenido con su amiga Irene.
—Emma, entiendo por lo que estás pasando, pero… creo que
todavía no has reaccionado —le dijo su amiga con ternura.
—¿A qué te refieres? —contestó con el ceño fruncido.
—Emma, pareces estar en shock. Deja el duelo, cuanto antes
empieces a ver las cosas como son, antes podrás enfrentarte a ello.
—¿Ver las cosas como son? ¿Acaso crees que no lo tengo claro? —
preguntó Emma molesta.
—No del todo —le sonrió con dulzura—. Emma, hablas de echarle
de menos, de vacíos, de bonitos recuerdos…
—¿Y de qué quieres que te hable?
—Quiero que veas lo que ha hecho y cómo lo ha hecho. Todos esos
recuerdos están muy bien, y si quieres conservarlos ¡estupendo!, pero
deberías empezar a ver la clase de final que te regaló. Estaría bien que
dejaras el duelo y vieras la realidad.
—Irene, sé lo que quieres decir, pero todavía estoy un poco…
—Emma, es más que evidente que esa relación se ha terminado.
Eso ocurre en las mejores familias y la vida sigue. No se trata de buscar
siempre culpables. Él dejó de quererte, por la razón que sea, y decidió
terminar con la relación. Eso es muy lícito. Si no te quiere, lo mejor es
terminar; nadie controla sus sentimientos hasta ese punto. Pero… pero…
pero… lo que no me entra en la cabeza es que después de dos años juntos
te llamara, con prisas, te mintiera respecto a su viaje y te dijera: «Oye,
guapa, te dejo, no preguntes, no molestes y no me lo hagas difícil…» —
Apretó los puños con fuerza a modo de rabia—. Bastaba con decirte que ya
no te quería, o que se había enamorado de otra o de otro, o lo que sea que
le haya pasado. No dejaría de ser duro, porque el final es el mismo, pero al
menos tendrías lo que te mereces: respeto.
—¿Crees que no lo sé?
—Pues no lo parece. No se merece tus lágrimas.
—Yo no he llorado.
—Eso es lo que siempre me preocupa de ti, que no llores.
—¿Te has escuchado? ¿Te preocupa que no llore?
—Emma, a la mayoría de mortales, llorar nos sirve de desahogo,
es algo que se suele dar a menudo cuando alguien está mal…
—Me alegro por ti y por tus amigos los mortales —le interrumpió
guiñándole un ojo—. Sé lo que es, alguna vez lo hecho.
—Venga, Emma, tienes que sacar a ese malnacido de tu cabeza.
—Todo tiene un tiempo, Irene, no soy una máquina.
—Pues empieza a serlo. No recuerdes los momentos felices,
recuerda que estaba en Madrid cuando se supone que estaba en Japón.
Recuerda que te lo soltó por teléfono, que no te dio ninguna explicación,
que te dio unas semanas para irte de su casa y te colgó porque le entraba
una llamada importante.
—¿Me falla la memoria o fuiste tú la que me llamaste hace unos
días para que viniera a verte porque querías animarme?
—Pretendo animarte a que veas la realidad y pases página, y que
dejes de estar así por alguien que no se lo merece.
Emma cerró los ojos y miró a su amiga fijamente. Sabía que tenía
razón.
—¡Unas horas, Emma! —continuó Irene—. Unas horas a tu lado,
explicándote cómo se sentía, mirándote a los ojos. Es lo mínimo que podía
haber hecho. Entiendo que es violento decirle a tu pareja que has decidido
terminar, pero…
—Lo sé, quizás no quiera verlo porque duele demasiado.
—Igual que no quisiste ver que cada vez se iba con más frecuencia,
que cada vez le pasaba algo nuevo cuando tenía que volver a casa. La
última vez te dijo que había una huelga de controladores aéreos en Japón.
¿Quién se puede creer algo así? Con ese ritmo de altercados, Japón hubiera
protagonizado las portadas de todos los periódicos e informativos. ¿Qué le
faltó por decirte? ¿Huelga de taxis? ¿En Japón?
—No fue exactamente así, pero recuerdo un vuelo que lo perdió
por algo relacionado con un taxista y… —Se detuvo y ocultó el rostro
entre sus manos—. Soy una estúpida sin remedio.
—No, no eres estúpida, eso es lo que menos has sido nunca. Eres
una tía muy inteligente y con mucho genio. Eres un terremoto que arrasa
con todo lo que se encuentra a su paso, pero en esta ocasión te has
enamorado locamente y has mirado para otro lado, a pesar de que las
señales eran bien claras.
—¿Y no me convierte eso en una estúpida?
—Te convierte en un ser humano —Le acarició la cabeza—. Pero
se acabó. Empieza a odiarlo y a maldecirlo y a acordarte de su familia con
todos los insultos que conoces. Eso sí que es una buena terapia para
ponerlo en el lugar que le corresponde: en la nada.
Se abrazaron muertas de la risa cuando Irene la invitó a decir en
voz alta todos los insultos que conocía. Una vez que terminaron se
dedicaron a hablar de todos los kimonos que él le había regalado y la risa
se prolongó al menos durante media hora más.

Emma abandonó sus recuerdos cuando fue consciente de que se


estaba riendo en voz alta. Volvió a sentirse avergonzada, sobre todo por la
manera en la que su compañero de viaje la había mirado.
—Me he acordado de algo divertido —dijo ella excusándose. No
sabía muy bien qué decir para que ese hombre no la tomara por una
desequilibrada.
—Lo celebro —dijo él de mala gana.
Emma se apoyó en la ventanilla y se centró de nuevo en la
conversación con su amiga. Tenía razón. Hubiera bastado con una pequeña
explicación, con más o menos verdad, pero al menos unas tristes palabras,
una mirada, un gesto. Aunque fuera un «No es por ti», «estoy en un punto
de mi vida en que…», «algo ha cambiado en mi interior», «es más guapa
que tú, folla mejor… Yo no la busqué, se puso en mi camino».
¿Cómo no se había dado cuenta de que algo ocurría? Irene tenía
razón de nuevo cuando le dijo que sus excusas cada vez eran más
insostenibles, pero ella las creía. ¿Y si él esperaba que fuera ella la que
pusiera punto y final a aquella relación, harta de tantas ausencias y
excusas?
Se preguntó qué necesidad tenía Álvaro de mantener aquella farsa.
No necesitaba alargar todos aquellos meses la relación si no estaba
interesado en ella.
Tenía que pasar página.
¿Así funcionaban los sentimientos? No importaban los miles de
buenos recuerdos que pudiera tener, al final solo quedaban los malos.
Sonrió pensado la complejidad de las emociones. Llegó a la conclusión de
que lo que le había recomendado Irene, quizá no fuera lo más acertado,
pero sí era lo más efectivo para olvidar: «Odia y olvida», «desprecia y
pasa página». Una forma como otra de sobrevivir y protegerse. ¡Sonaba
bien!
Emma ocultó su rostro entre sus manos al recordar todos los
mensajes que ella le había enviado a Álvaro tras su última conversación.
Se arrepentía enormemente de haberlo hecho. ¿Cómo se había humillado
de esa forma? Empezó pidiéndole que se vieran, continuó informándole
que estaría en casa cuando volviera de su viaje para que pudieran hablar y
acabó deseándole buena suerte y confesándole lo mucho que le quería.
Incluso había pasado con el coche por delante de la que fuera su casa y se
había detenido allí para comprobar si se veía alguna luz a través de las
ventanas, que le indicaran que él había vuelto. Hasta el tercer día no había
obtenido prueba de su regreso. Había tenido que sujetarse al volante con
fuerza y respirar hondo repetidas veces para calmarse y ahuyentar sus
deseos de acudir en su busca.
Al recordarlo, se sintió una autentica estúpida. ¿En qué estaba
pensando? ¿No se había humillado lo suficiente con los mensajes?
—¡Oh, Dios! —exclamó al tiempo que golpeaba el brazo del
asiento.

Estaba tan sumergida en sus recuerdos que no se dio cuenta de que


había pronunciado esa frase en voz alta. Su compañero giró la cabeza
pensando que se dirigía a él, pero rápidamente la volvió a girar cuando se
dio cuenta de que no era así.
Emma agradeció que su acompañante se levantara y abandonara su
asiento. Dejó unos documentos sobre él, por lo que interpretó que volvería
en breve.
La curiosidad le hizo girarse hacía los documentos y leer lo que
mostraba la portada de uno de los dosieres: Congreso anual de
cardiología.
Al final de la página se indicaba un nombre: Dr. Jaime Lena
¿Sería ese su acompañante? ¿Médico? ¿Cardiólogo? ¿O
simplemente el nombre del que había preparado esos dosieres?
Emma desvió la mirada al ver que regresaba el dueño del dosier. El
«presunto doctor» se sentó mientras mantenía una conversación a través
del móvil. Su tono de voz era casi un susurro, y su semblante era serio.
Asentía y negaba con la cabeza, como si el que le hablase pudiera verlo.
Aprovechó que estaba distraído para observarlo. Su voz le había
atraído desde que le hablara la primera vez. Era un hombre muy atractivo.
Se había fijado en su altura cuando le había subido la maleta, y en su
trasero también, ¿por qué negarlo? Era completamente distinto a Álvaro,
aunque debía tener la misma edad. Álvaro era rubio, con el pelo muy corto
y siempre bien afeitado. Su compañero de viaje era castaño, color
chocolate, con el pelo ligeramente ondulado, no muy corto, barba de
varios días, y ojos verdes, muy verdes.
«¡La versión salvaje de Álvaro!», pensó, sonriendo.
Se avergonzó de esos pensamientos. ¿En qué estaba pensado?
Desvió la mirada hacia la ventanilla obligándose a concentrarse en
cualquier otra cosa que no fuera el físico del supuesto cardiólogo. Le
escuchó dar las gracias y seguidamente colgar. Volvió a acomodarse y a
cerrar los ojos.
2
Jaime se masajeó las sienes al sentir una pequeña punzada de
dolor. El viaje se le estaba haciendo muy pesado. Su compañera de asiento
no ayudaba mucho.
No dejaba de moverse. Aunque los asientos estuvieran algo
separados, todos sus movimientos resultaban molestos. Había cambiado de
postura al menos diez veces, y solo en una de ellas pareció encontrarse
cómoda, pero duró poco rato. Cuando despertó de su letargo, lo hizo
riendo en voz alta y poco rato después, exclamando algo y golpeando el
asiento.
Tenía que reconocer que era una mujer bonita. Se había quedado
ensimismado al verla subir la maleta. Estaba disfrutando de las vistas
cuando la maleta aterrizó en su regazo haciéndole un daño de mil
demonios. ¡Le crispaba la gente tan despreocupada!
¿Y su libro? ¿Qué clase de persona saca un libro para leer, lo
vuelva a guardar, lo vuelve a sacar…? Y así hasta completar una serie de
diez intentos. Claro que, el título del libro no era para menos. ¿¡Cómo
recuperar la autoestima!? No parecía una mujer que necesitara ese tipo de
consejos.
¿Por qué estaba pensando en eso? Debía ser el cansancio. Después
de largas horas en un congreso como aquel, cualquier cosa le parecía más
interesante. Miró el dosier que tenía en la mano y lo guardó en su maletín,
que se encontraba en la estantería que había sobre su cabeza. No tenía
intenciones de leerlo, ya se había aburrido bastante en la conferencia. Al
día siguiente tendría que ponerse al día sobre muchos asuntos en el
hospital, pero eso sería al día siguiente. En ese momento, lo único que le
apetecía era llegar a destino y desconectar. Pensó en devolver una llamada
que había recibido cuando se encontraba en la estación.
—¡Hola, Mónica! —susurró—. Lo siento, ha sido un día muy
largo, pero lo intentaré. ¿A qué hora quedamos? —Esperó a escuchar las
palabras de su interlocutora—. De acuerdo.
Cuando colgó notó la mirada de su compañera y se giró. Ella
intentó disimular y se giró hacia la ventanilla.
Unos minutos después su móvil le anunció una llamada. Reaccionó
rápidamente para no molestar a ningún viajero. Había olvidado ponerlo en
modo silencio.
—¡Hola, preciosa! Estaba pensando en ti —dijo con más
entusiasmo que en la anterior llamada—. Pensé que ya no me llamarías…
¡Ajá! —exclamó escuchando atentamente—. Perfecto. Llegaré a Madrid
en un rato.
De nuevo la mirada de esa mujer clavada en él, pero esta vez la
ignoró. Tenía cosas en las que pensar.
Tenía que darse prisa en hacer una llamada. La última que había
recibido alteraba sus planes.
—Hola, vuelvo a ser yo. Lo siento pero… —susurró de nuevo
mirando a su acompañante, se sentía incómodo sabiendo que podía
escuchar su conversación— me ha surgido un contratiempo. He perdido el
AVE. Creo que voy a dejarlo para mañana, cogeré el primero —Hizo una
pausa para escuchar—. De acuerdo. Hasta mañana. Sí, yo también.

Como era habitual, su compañera volvió a clavar la mirada en él.


Esta vez giró parte del cuerpo. Lo estaba mirando con la boca ligeramente
abierta y los ojos desencajados.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó Jaime al ver que no apartaba
la mirada.
—¿Después de lo que he escuchado? —dijo ella moviendo la
cabeza en señal de negación.
Jaime se detuvo a pensar un instante hasta que entendió que ella se
refería a la conversación telefónica que acababa de mantener.
—Me parece que eso no es asunto su…
—¿Has pensado como debe sentirse? —le interrumpió.
—¿Cómo? —preguntó él abriendo mucho los ojos por la sorpresa.
—La primera que has llamado. ¿Has pensado como debe sentirse?
—Él intentó decir algo, pero ella continuó—: Seguramente esté pensando
que es una lástima que hayas perdido el avión, y que estarás cansado, y
que has tenido mala suerte. Seguro que también pensará que trabajas
mucho y que es una lástima que no pueda estar contigo esta noche para
cuidarte, y…
—¿Estás hablando en serio? —formuló la pregunta mientras se
acomodaba en el asiento ligeramente girado hacia ella. Se apoyó sobre un
brazo y cruzó las piernas. No pensaba interrumpirla más. Aquella loca le
estaba entreteniendo. Debía estar bromeando.
—Y… seguro que se va a dormir pensando en ti, y despotricando
sobre las malditas compañías aéreas que han impedido que os podáis ver
esta noche y…
—¿Aéreas? ¿Avión?
—De lo que sea —contestó ella con rapidez—. Eso es lo que
pensará. Se sentirá desgraciada porque deseaba estar contigo por encima
de cualquier cosa y… ¡Claro! No tendrá ni idea de que todo es mentira y
que has quedado con la segunda, con «la preciosa». Porque ella… te
quiere, ¿sabes? Y todavía no se ha dado cuenta que está haciendo un
ridículo espantoso y que está perdiendo su tiempo queriendo a alguien
como tú.
Jaime la escuchaba perplejo. ¿De qué narices estaba hablando?
¿Era eso lo que ella estaba viviendo con alguien?
Escuchó la megafonía que anunciaba la llegada a destino. La
velocidad del tren disminuyó notablemente.
—¿Cuál será la próxima excusa? —continuó—. Si quieres te doy
unas cuantas ideas. Puedes decirle que hay huelga, o que el taxi ha
chocado contra una farola, o que has tenido que aterrizar en otro país por
culpa del mal tiempo, o…
—Estamos en un tren —dijo él con ironía, mostrando una media
sonrisa.
—Por si viajas en avión —sentenció.
Él asintió con la cabeza haciendo un esfuerzo por contener la risa.
El tren se detuvo y Emma se levantó de su asiento.
—Lo que no debes decirle nunca es que ha habido huelga de
controladores aéreos japoneses porque la única imbécil que se cree esa
excusa soy yo.
Pasó por delante de él y alzó los brazos para coger la bolsa de
viaje. Jaime la miraba haciendo un gran esfuerzo por no reírse.
Emma arrastró suavemente el bolso por la estantería —Esa vez no
le importaba que la blusa dejara gran parte de su cuerpo al descubierto—,
y lo bajó con cuidado sintiendo como le atravesaba la mirada de Jaime.
—Un placer, doctor —Dio media vuelta y se encaminó hacia la
salida.
Jaime la siguió con la mirada. No se atrevía a levantarse. Sentía
que si lo hacía esa mujer le diría alguna barbaridad más, aunque debía
confesar que se lo había pasado muy bien escuchándola.
¿Le había llamado doctor? ¿Cómo sabía ella…? Encontró la
respuesta y miró el maletín que había en la estantería. Casi con certeza
debía haber ojeado la portada del dosier.
Algunos pasajeros que se dirigían a la salida lo miraron con
curiosidad. Seguramente habrían escuchado parte de la conversación.
Estaba tan ensimismado en lo que aquella mujer le estaba diciendo, que
por un momento se olvidó que estaban en un lugar público y que algunas
personas podrían escucharla.
La persona menos cuerda de todo el tren le había tocado a él como
compañera.
¿Qué le importaba a aquella mujer con quién había quedado o
dejado de quedar? Para empezar, no debería haber prestado atención a una
conversación privada que no le incumbía en absoluto.
¿De qué lo acusaba? ¿Qué película se había montado? Era cierto
que había llamado a Mónica y le había mentido, pero eso solo era asunto
suyo.
Salió del tren cuando vio que la salida estaba más despejada y se
dirigió al exterior de la estación.
Estaba incómodo y de mal humor, aunque aún no sabía el motivo.
Aquella mujer había revuelto algo en su interior.

—¡Olivier! Ya he llegado a Madrid —Esperó las palabras de su


amigo—. Sí, ya he hablado con ella. ¿Dónde estás?
Terminó la llamada y se dirigió al parking exterior donde le estaba
esperando su amigo.
3
Emma se dirigió al parking de la estación donde días atrás había
dejado aparcado su coche. Estaba de mal humor y no era capaz de
concentrarse en recordar dónde se encontraba. ¿Era la sección B o la Z?
¿Planta 1 o planta 2?
El médico la había alterado. Ser testigo directo de la conversación
que había mantenido con esas mujeres le había espesado la sangre.
¡Valiente mentiroso! Los mismos argumentos que Álvaro había utilizado
con ella en numerosas ocasiones… ¡No! no eran exactamente los mismos,
pero se parecían; mentiras y más mentiras.
Tras más de diez minutos dando vueltas, por fin localizó su
vehículo. Se preguntó cómo había sido capaz de aparcarlo con tanta
precisión entre dos pilares. Sonrió satisfecha de su hazaña. Lástima que
Irene no estuviera allí para verlo, siempre se reía de sus conflictos a la
hora de aparcar; al menos ella no tardaba veinte minutos en hacerlo.
Al cuarto intento de arrancarlo dejó caer la cabeza sobre el volante
simulando golpearse. No podía estar pasándole a ella. No podía ser verdad.
Días atrás había escuchado un sonido extraño al arrancar el coche, le había
costado, pero no le había dado importancia. En realidad había ocurrido
varias veces, debía ser franca y admitirlo. ¿Por qué lo había ignorado?
Otra maldita vez mirando hacia otro lado en vez de afrontar la realidad.
Claro que… no debía ser tan dura consigo misma, el asunto de Álvaro no
era comparable al del coche… ¿o sí?
Tres intentos más sin éxito le hicieron salir del coche. Apoyó los
brazos sobre el techo y ocultó su rostro sobre ellos. Estaba a punto de
entrar en fase de desesperación, así que respiró hondo y retrocedió un
paso. La puerta del vehículo estaba abierta y fijó su mirada en el asiento.
—Vamos a ver, cariño. Sé que últimamente no te he cuidado
mucho, y no he estado muy pendiente de tus quejas, pero… pero… no
puedes hacerme esto. Llevamos mucho tiempo juntos y…
Jaime, localizó con la mirada el coche de Olivier, justo en el punto
acordado, y se dirigió hacia allí. Cuando se disponía a entrar en el interior,
se giró atraído por una voz femenina que le llamó la atención. Intentó
ubicarla situándola tras uno de los pilares más cercanos. Con un leve
movimiento de cabeza consiguió reconocer a la mujer que lo había
abordado en el tren. Por un momento, pensó que le había afectado
demasiado el desencuentro con aquella loca, y que probablemente su voz
podría haberse alojado en su cerebro confundiéndolo, pero a medida que
escuchaba su voz se convenció de que era ella sin ninguna duda. Ahí
estaba, en medio de una conversación muy intensa. «No puedes hacerme
esto, llevamos mucho tiempo juntos…». «¡Interesante!», pensó.
Solo les separaba un pilar. Le pudo la curiosidad y asomó la cabeza
por la puerta del copiloto para hacerle una señal de silencio con los dedos
a su amigo, al tiempo que le indicaba que le esperara. Bordeó con sigilo un
par de coches y se apoyó en el pilar, de espaldas, para poder escuchar lo
que aquella mujer le decía a su próxima víctima.
—No, joder, no.
Jaime agudizó el oído. Sonrió al escuchar la voz autoritaria de su
compañera de viaje, pero el tono cambió y pasó a ser algo más dulce, lo
que hizo que su interés se multiplicara. Asomó parcialmente la cabeza.
Ella estaba de espaldas, apoyada en la puerta del conductor, hablando con
alguien que se encontraba en su interior.
—Sé razonable, sé que estás enfadado, pero este no es el lugar para
dejarme tirada. Lo único que necesito es llegar a casa, darme una ducha de
tres cuartos de hora y dormir. Si no arrancas, pasaré las próximas horas
buscando ayuda, o buscando un taxi y un sinfín de cosas que no me
apetece hacer; eso, sin contar que mañana tengo que ir al trabajo.
Jaime abrió los ojos sorprendido y se inclinó para poder distinguir
si había alguien en el interior del vehículo. El juego de luces y reflejos de
la estancia no le permitió distinguir más que oscuridad. Volvió a
esconderse.
—Venga, sé bueno —prosiguió ella lloriqueando—. Prometo
hacerte una revisión cada año, en el concesionario oficial, nada del taller
de Antonio, ¡te lo prometo!, que sé que es algo chapucero, pero es que es
tan rápido… —Volvió a lloriquear—. Y también prometo que te llevaré a
uno de esos lavaderos de coches que utilizan productos ecológicos y
aplican una cerita especial… De las que dan brillo y… y… nutre, ¿no?
Nada de usar el de la gasolinera, que sé que te raya, y el jabón apesta.
¿Trato? Tú arrancas, yo no llamo a la grúa y a partir de mañana te cuido.
«¿Grúa?»
Jaime tuvo que hacer un esfuerzo para no reírse cuando entendió
que estaba hablando con el coche. Grúa, lavadero… ¡Claro! Se tapó la
boca para no soltar una carcajada. ¿De verdad estaba teniendo esa
conversación con el coche?
Asomó de nuevo la cabeza, estaba interesado en saber el porqué
del silencio que se había producido. Ella estaba semisentada con una
pierna fuera del coche. Escuchó el sonido sordo del motor intentando
arrancar. Aquello sonaba muy, pero que muy mal. A continuación, volvió a
esconderse cuando la vio salir del coche.
Olivier le hizo señales con la mano intentando llamar su atención y
él volvió a pedirle silencio llevándose un dedo a los labios.
Jaime se sonrojó al pensar que ella pudiera descubrirlo escuchando
detrás de un pilar, pero tampoco estaba seguro de que a ella le
sorprendiera, al fin y al cabo aquella mujer parecía no estar muy centrada.
Cuando estaba a punto de volver sobre sus pasos escuchó su voz de nuevo:
—Blanca, necesito que me vengas a buscar al parking de la
estación —Tras un breve silencio continuó —: Escúchame, tengo cosas en
el coche que debo llevarme. Mi coche se ha muerto, así sin más, en mis
brazos… El pobre ha hecho unos ruiditos y… ¡Derechito al otro barrio!
¿Me sigues?
La persona que había al otro lado debió entender sus palabras ya
que Emma optó por continuar.
—El muy mamón me ha dejado tirada y necesito que vengas a
buscarme. En un parking, ¿te lo puedes creer? Y tengo que llevarme
algunas cosas del maletero y llamar a una grúa para que mañana o cuando
les apetezca…

Jaime pensó que ya se había divertido bastante, dudó de si debía o


no ofrecerle ayuda, pero lo descartó al pensar que lo mejor era alejarse de
ella.
Cuando entró en el coche seguía riéndose. Olivier, sorprendido, le
escudriñó con la mirada esperando una explicación.
—Vámonos, ya he terminado.
—¿Qué estabas haciendo? ¿Y qué es eso tan divertido?
—Una mujer que me abordó en el tren, no parecía muy centrada, y
ahora la he oído hablando con su coche porque al parecer no arranca.
—¿Por qué te ha abordado?
—Aún no lo sé, tenía algún problema con una huelga de
controladores aéreos japoneses.
Olivier, acostumbrado a los extraños procesos de lógica de su
amigo, no preguntó, pero no pudo ocultar su desconcierto.
—Una larga historia. ¿Quieres ponerte en marcha de una vez?
—Dices que tenía problemas con el coche. ¿No le has ofrecido
ayuda?
—No —sentenció sin pestañear.
—¿Dónde están tus modales, Jaime? ¿No somos unos caballeros?
—Tú puede que lo seas, yo no. Arranca de una vez.
—No me puedo creer que hayas dejado a una damisela en apuros
ahí tirada.
—El único que ha estado en apuros he sido yo cuando me ha
avasallando con gilipolleces.
—¿Guapa?
—Ni idea.
—¿Guapa?
—Mucho.
Olivier abrió la puerta e hizo ademán de salir, Jaime le sujetó del
brazo.
—No es buena idea. ¿Puedes creerme si te digo que no está muy
cuerda? Lo último que he escuchado es que estaba esperando a alguien que
venía a echarle una mano.
Olivier sonrió y se acomodó de nuevo en su asiento. Jaime no era
de los que se perdía en explicaciones, el exceso de palabras no era su
punto débil, por lo que optó por creerlo y no perder más tiempo.

Emma localizó el coche de Blanca y suspiró aliviada. Estaba


deseando alejarse del maldito parking. Abrió la puerta del copiloto y le
pidió que le abriera el maletero para cargar los objetos que, durante la
espera, había amontonado junto al pilar.
Satisfecha con su rapidez se giró para observar su coche y entró en
el interior.
—Ya está, ya nos podemos ir. Lamento haberte molestado —
pronunció sin esperar respuesta: sabía que no iba a llegar.
Blanca era la hermana de Irene. Emma vivía con ella
provisionalmente hasta que encontrara un apartamento de alquiler.
Desde que Álvaro le llamara para romper su relación, a pesar de
las tres semanas que generosamente le había ofrecido para desaparecer del
apartamento, solo había permanecido tres días. Cuando se cansó de
enviarle mensajes y entendió que no iba a obtener ninguna respuesta, tuvo
un momento de lucidez que la llevó a preparar sus maletas y salir como
alma que lleva el diablo.
Irene le había recomendado que lo hiciera incluso el mismo día
que él la llamó, pero no había sido capaz de reaccionar hasta unos días
después. Necesitó sentir el dolor que le produjo su silencio para entender
que debía salir de aquel lugar cuanto antes.
Irene le había sugerido que se fuera con Blanca hasta que
encontrara un nuevo apartamento. Emma en un principio se negó, ya que
la personalidad de Blanca le suponía un gran problema a la hora de tenerla
como compañera de apartamento, pero acabó aceptando después de
escuchar durante horas los alegatos de Irene que, aunque eran poco
convincentes, solo reflejaban su preocupación por acompañar a su
hermana pequeña en unos momentos que, según su parecer, estaba más
deprimida que nunca.
Blanca era ocho años más pequeña que Irene, un desliz de sus
padres: inesperado aunque bien acogido.
Siempre había tenido un carácter muy introvertido. Su familia, que
siempre la consideró más débil de lo que era, había adoptado una actitud
excesivamente protectora con ella, como si de esa forma pudieran evitar
que se rompiera en cualquier momento. Sus rasgos físicos recordaban a
una de esas preciosas muñecas blancas de porcelana, de ahí su nombre. Era
menuda y delgada, extraordinariamente pálida, lo que le confería un
aspecto dulce y frágil. Una belleza inusual con una personalidad de lo más
complicada.
Apenas hablaba. Siempre parecía perdida en sus pensamientos.
Emma estaba convencida de que no había nadie en este mundo que fuera
capaz de adivinar qué podía pensar aquella mujer.
Sus padres la habían llevado a visitar varios especialistas pensando
que podría tener algún tipo de trastorno, pero jamás le encontraron nada
que pudiera justificar su forma de aislarse del mundo. A los siete años
mostró interés por el dibujo. A todos dejaba boquiabiertos cuando cogía un
lápiz, y en pocos minutos podía dibujar cualquier cosa que se le antojara,
con una precisión y un detalle excepcional. Tenía un gran talento para ello.
La muerte de sus padres determinó un antes y un después en su
vida. Blanca tenía diecisiete años cuando un accidente de coche la dejó
huérfana. Su padre falleció en el acto, pero su madre permaneció dos
meses en el hospital debatiéndose entre la vida y la muerte.
Si ya era una persona introvertida cuando aún vivían sus padres,
sus muertes la convirtieron en una especie de fantasma que vagaba sin
rumbo por la vida.
Irene vivió los momentos más difíciles de su vida, no solo tenía
que enfrentarse a la pérdida de sus padres, sino que también tenía que
cuidar de Blanca, algo realmente complicado. Solo su madre parecía saber
llevarla.
Al poco tiempo, Emma se trasladó a vivir con ellas durante unos
meses. Las torpezas y locuras de Emma hacían sonreír —de vez en cuando
— a Blanca; un buen indicio, al menos esperanzador, a la hora de abrirse
al mundo poco a poco.
A Emma le costó acostumbrarse a los aislamientos de Blanca:
solía encerrarse en su habitación y no participaba en ninguna actividad que
se desarrollara en la casa. En alguna ocasión les mostraba algún dibujo,
pero solía marcharse antes de que le dieran su opinión sobre él.
Un tiempo después, cuando Blanca cumplió veinte años, le anunció
a su hermana que había decidido dejar sus estudios de diseño, que había
decidido independizarse, y que se había matriculado en una escuela de arte
en Madrid.
Aquella debió ser la conversación más larga que mantuvo con su
hermana. Le explicó con todo detalle sus planes: el lugar donde tenía
intenciones de vivir, los estudios que iba a realizar… Lo tenía todo
calculado y estudiado.
A Irene le costó aceptar que su hermana pequeña quisiera empezar
una nueva vida tan lejos de ella, aunque lo que más le costó fue
convencerse de que estaba capacitada para vivir sola. Al principio se
opuso a ello, pero Blanca le dejó claro que era mayor de edad y podía
tomar decisiones sin su consentimiento. Por miedo a perderla, la
acompañó a Madrid para inspeccionar todos esos planes de los que le
había hablado. Convencida de que lo tenía todo bien organizado, la dejó
marchar, pero tardó meses en convencerse de que su hermana pequeña era
capaz de llevar su propia vida sin desmoronarse al mínimo contratiempo.
Blanca demostró ser una joven responsable y bien organizada.
Poco a poco se ganó la confianza de Irene que cada vez la llamaba con
menos frecuencia y la interrogaba menos.
Emma había sido testigo de aquellas llamadas. Siempre le resultó
curioso que Irene siguiera insistiendo en sonsacarle información por
teléfono cuando lo único que obtenía era un puñado de monosílabos.
La visitaron varias veces, era la única forma que tuvieron de
descubrir que podía valerse por sí misma.
Al final del primer curso encontró trabajo como ilustradora,
parecía realmente feliz. No es que utilizara esas palabras jamás, pero Irene
sabía interpretar sus gestos. Emma nunca había aprendido a hacerlo.
Al poco tiempo de su partida, Emma conoció a Álvaro y no tardó
mucho tiempo en dejarlo todo y seguirlo hasta Madrid. Irene se quedó
sola. Le costó mucho tiempo acostumbrarse, aunque jamás lo manifestó,
pero toda una vida juntas era suficiente para saber lo que pensaban la una
y la otra sin necesidad de palabras.
Irene le había pedido que visitara a Blanca de vez en cuando,
aprovechando que ambas vivían en Madrid, era una forma de comprobar
que su hermana estaba bien. Las visitas nunca se prolongaron más de diez
minutos. Bastaba con saludarla y mirar a su alrededor para comprobar que
no había nada fuera de lugar.
Unos meses antes, en una de las breves visitas, Emma se quedó
estupefacta al entrar en el apartamento. Las paredes, todas, excepto la de
una estancia, eran de color negro; la decoración consistía en esqueletos,
telarañas, y un sinfín de objetos relacionados con la muerte, todos ellos
colgando de paredes y techo.
Blanca se limitó a decir que había encontrado su lugar.
Irene viajó al poco tiempo, alertada por Emma, para comprobarlo
con sus propios ojos. No salió de su asombro, su hermana había convertido
su casa en un cementerio y lo único que alegaba era que en ese ambiente
se sentía feliz, que había encontrado su esencia.
Tras su ruptura con Álvaro Emma había necesitado con carácter
urgente un lugar donde vivir, de ahí que aceptara la oferta de Blanca,
aunque llegara a través de Irene. Los primeros días apenas prestó atención
a lo que la rodeaba, Álvaro ocupaba el noventa y nueve por ciento de sus
pensamientos, y las telarañas no parecían importarle demasiado, pero días
después aparecieron las primeras pesadillas. Afortunadamente Emma
ocupaba la única estancia en que las paredes eran de color blanco y los
muebles de color marfil: un pequeño oasis dentro de aquel campo santo.
Cuando estaba a punto de iniciar la búsqueda de su propio espacio,
Irene le pidió que se quedara un par de semanas más junto a su hermana.
Le parecía preocupada por alguna razón y no quería que la dejara sola.
Emma no entendió bien qué le había hecho llegar a esa conclusión, ya que
lo extraño habría sido verla contenta y sonriente, o incluso habladora.
Quizás Irene era capaz de diferenciar en su hermana entre estar deprimida
y estar muy deprimida. Puede que ese fuera el elemento que la llevó a
estar preocupada.
No pudo negarse a cumplir la petición de Irene y se quedó unas
semanas más. Interrogó a Blanca a cerca de sus estudios, de su trabajo, de
sus compañeros; intentó averiguar si había algún hombre en su vida, pero
Blanca se limitó a afirmar que todo estaba bien en su vida, de esa frase no
salía. En cuanto escuchaba el tono interrogativo de Emma desaparecía y se
refugiaba en su habitación, y allí se encerraba durante horas.
Cuando Emma viajó a Barcelona le hizo saber a Irene que no iba a
prolongar más su estancia en casa de Blanca.
—Irene, yo la veo bien. Digamos que la veo igual que siempre. No
habla, dibuja, come… No tienes de qué preocuparte. Sigue en su línea.
—No sé, Emma. Hay algo diferente en ella y no sé qué es.
Parece… triste.
—Blanca nació triste, ¿qué es lo que has notado distinto?
—Se ha comprado un móvil.
—Pues ya va con unos años de retraso. Tiene veintitrés años, es
normal que tenga móvil.
—Me parece extraño. Ella odiaba los móviles.
—Seguro que se ha dado cuenta que es importante para su trabajo
o para sus estudios. Estoy segura que se ha encontrado en más de una
situación en la que lo ha necesitado. No creo que por eso debas
preocuparte.
—¿Y qué me dices de su aspecto?
—Eso… va acorde con su casa —respondió Emma con una mueca
de asco.
Blanca había cambiado su aspecto completamente. Pasó de ser una
muñequita con rizos dorados, a una mujer siniestra. Se cortó su larga
melena dorada y la tiñó de negro. Se solía perfilar los ojos con una gruesa
línea de color negro y se vestía con ropa del mismo color.
—No sé, tantos cambios en poco tiempo… ¿Entonces te mudarás
pronto? —preguntó con resignación. Era consciente de que no podía
retener más a su amiga en casa de Blanca.
—No sé cuánto tardaré, pero he llamado a la inmobiliaria para que
me vayan buscando algo. Irene, no… no sé si lo entiendes, pero vivir en un
lugar donde es eternamente Halloween no es algo que vaya a soportar
mucho más. —Observó a su amiga esperando su reacción.
Irene estalló en una carcajada contagiando a Emma.
—Te entiendo perfectamente.
Lo sellaron con un fuerte abrazo, el que solían darse siempre que
necesitaban decirse lo mucho que se querían sin necesidad de utilizar
palabras. Lo acompañaron de un ligero balanceo hacia ambos lados y lo
terminaron con un beso en la mejilla.

Emma giró la cabeza para mirar a Blanca mientras conducía y


observó su indumentaria. Seguía sin desprenderse del color negro y seguía
sin entender que, recién empezado el mes de septiembre, cuando la
temperatura superaba los veintiocho grados, no tenía cabida aquella
indumentaria tan gruesa, más propia de temperaturas hibernales. ¿Cómo
podía resistirlo?
—¿Quieres saber cómo está tu hermana? —No se acostumbraría
jamás a esos silencios.
Blanca asintió con la cabeza.
—Está muy bien. Pronto tendrá unos días de vacaciones y vendrá a
verte. Me ha pedido que te diga que te quiere mucho.
Blanca no se inmutó, ni siquiera pestañeó, pero Emma no se
sorprendió, era algo habitual en ella.
Al llegar al apartamento, Emma se disponía a deshacer la maleta y
darse una buena ducha, cuando le sorprendió la pregunta de Blanca.
—¿Cómo fue tu primera vez? —La miró a los ojos. Su mirada ya
había dejado de ser dulce hacía tiempo, todo en ella era siniestro.
Seguramente se debía a su maquillaje, pero lejos quedaba aquella
muñequita de porcelana.
—Mi… ¿primera vez? ¿En qué? ¿Te refieres a…?
—Sexo —contestó antes de que ella pudiera acabar la frase.
Emma hizo un esfuerzo por disimular su sorpresa. Jamás había
mantenido una conversación con ella de más de veinte palabras. Y si a eso
se añadía que eternamente la veía como una niña…
—Mi primera vez fue… diferente. Pero es que no fue una situación
normal. ¿Quieres que te lo cuente? —Emma sabía que su primera
experiencia tenía pinceladas divertidas, así que pensó que podría hacerla
sonreír.
Blanca asintió con la cabeza.
—¿Recuerdas a Ismael? —le preguntó con la esperanza de que
recordara a un buen amigo de Irene y ella. Al ver que asentía continuó —:
Ismael y yo éramos inseparables, hasta que se fue a vivir a Alemania,
pero… eso no viene al caso. Cuando cumplí los veinte o veintiuno, no
recuerdo bien, me presenté en la puerta de su casa y le dije que quería
dejar de ser virgen. Él me dijo que le parecía genial y me animó a que
dejara de serlo. El caso es que no entendió que yo lo que quería no era una
experiencia sexual propiamente dicha, sino más bien dejar de ser virgen.
Lo que yo quería era tener mi primer contacto con el sexo en un ambiente
de confianza. ¿Por qué? Porque quería saber en qué consistía el sexo antes
de tener interés en hacerlo con alguien.
—¿Me sigues?
—No.
—Ismael y yo no teníamos interés el uno en el otro, solo éramos
amigos, de hecho él era gay. Yo lo que quería era una especie de clase de
anatomía en la que pudiera practicar el sexo por primera vez con alguien
de confianza, para poder saber, con mucha tranquilidad y sin presiones, lo
que se sentía. ¿Ahora sí?
—Sí —contestó Blanca sin expresión alguna.
—Ismael se sorprendió, se negó y hasta me tachó de loca, pero…
al final lo convencí. Fue un desastre, más o menos, pero pude comprobar
lo que era el sexo. A grandes rasgos, claro está. Ismael no estaba por la
labor —Sonrió al recordarlo—. Lo mejor fue lo mucho que llegamos a
reírnos. Estuvimos años riéndonos del tema. ¡Qué tiempos aquellos!
—¿Y la segunda vez?
Emma no consiguió que sonriera ni una sola vez. La historia no le
había hecho gracia.
—La segunda mejor. Fue… bonito.
—¿Lo has hecho muchas veces?
Emma tragó saliva. Tenía la sensación de estar hablando de sexo
con uno de los alumnos que acompañaba a las excursiones.
—Unas cuantas. Tengo treinta y un años y… ¡Sí! Varias, muchas
veces.
—¿Siempre te ha apetecido?
Emma la miró frunciendo levemente el ceño. No estaba segura de
entender su pregunta.
—No sé si te entiendo, Blanca. Prueba a preguntármelo de otra
forma.
Blanca bajó la mirada. Estaba buscando las palabras para volver a
formular la pregunta.
—¿Siempre has querido hacerlo?
—Sigo sin entenderte del todo. Unas veces te puede apetecer más
que otras. ¿Te refieres a eso?
Negó con la cabeza.
—¿Te refieres a que alguien te… obligue?
Blanca no contestó. Giró la cabeza hacia una de las ventanas. A
pesar de su aspecto sombrío parecía más frágil y vulnerable que nunca.
—Blanca, ¿has tenido alguna mala experiencia? —Intentó tocarle
la mano, pero la apartó y se levantó negando con la cabeza.
Antes de que desapareciera por el pasillo que conducía a los
dormitorios volvió a insistir:
—Me puedes hablar de ello, tanto si ha sido una experiencia mala
como una…
—No ha pasado nada. Quería saber, es todo —la interrumpió y
siguió caminando hasta desaparecer.
Emma empezó a sentirse agobiada. Cogió aire y lo expulsó
lentamente, normalmente ese ejercicio le ayudaba a mantener la calma.
Suspiró. Irene tenía razón: algo le estaba ocurriendo a Blanca y por el tipo
de preguntas que le había hecho, no era nada bueno. No podía marcharse,
tenía que averiguar algo más. Podría ser una tontería, el cerebro de Blanca
era todo un enigma y solo ella podía saber qué había detrás de esas
preguntas que no había querido aclarar. Podía tratarse de algo que había
leído o escuchado, y que había llamado su atención.
Tendría que posponer la fecha de su mudanza, aunque empezaría a
buscar apartamento. Antes de marcharse quería averiguar más sobre ese
asunto y convencerse de que no era importante, si es que no lo era.
Decidió no mencionárselo a Irene, solo conseguiría preocuparla.
Necesitaba salir de casa, la ducha tendría que esperar. Necesitaba
hacer algo importante: volver a aquel lugar, el lugar que había visitado
diariamente las últimas semanas.
En menos de veinte minutos estaba sentada en el coche frente al
apartamento en el que vivía Álvaro. Conocía bien la zona y sabía dónde
debía aparcar para no ser vista en el caso de que él llegara en ese momento
o saliera del edificio.
A través de una de las ventanas del apartamento se apreciaba que
había luz encendida en su interior. Trascurridos unos minutos se
sorprendió al ver que se apagaba. Se revolvió en el asiento, inquieta,
pensando que él podía salir por la puerta de un momento a otro. ¿Y si se
disponía a dormir? Era demasiado temprano, pero…
Cuando sus pensamientos seguían analizando si Álvaro estaría a
punto de dormir solo o acompañado, una figura conocida salió del edificio
y se detuvo en el portal. El corazón se le aceleró al reconocer a Álvaro, y
se le aceleró aún más cuando lo vio cogido de la mano de una mujer.
A esa distancia no podía distinguirla con claridad, pero pudo
deducir que era una mujer bonita, delgada y… elegante.
Mientras su corazón luchaba por no salir disparado del pecho,
observó que Álvaro se soltó de la mano, le dijo algo al oído, mientras le
acariciaba la barbilla, y entró de nuevo en el portal. La mujer se paseó de
un lado a otro en actitud impaciente hasta que se apoyó en la pared de la
fachada principal y se entretuvo leyendo algo en un teléfono móvil que
extrajo de su bolso.
Emma necesitaba verla de cerca. Dirigió su mirada hacia las
ventanas, de nuevo se distinguía luz en su interior. Disponía de poco
tiempo, pero suficiente para observarla antes que volviera Álvaro.
Puso el coche en marcha y avanzó lentamente hasta pasar frente a
ella. Cuando la tuvo a pocos metros de distancia la observó. Fueron pocos
segundos, pero suficientes para saber que era la primera vez que la veía,
aunque hubo un detalle que llamó poderosamente su atención: sus ojos
almendrados; los ojos de una mujer japonesa.
Reanudó la marcha aumentando la velocidad. Necesitaba salir de
allí, alejarse de aquella belleza oriental y del hombre al que estaba
esperando.
Temió desviar su atención de la carretera y se aferró al volante con
fuerza. De haber sido de un material más endeble lo habría deformado.
Apretaba con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron. Decidió detener el
coche en un lugar seguro.
No podía apartar de su mente la caricia que había presenciado:
suave, lenta, ¡completa! De esas en las que se habría perdido, de las que
saben a poco, de las que llegan.
Su pecho empezó a temblar y sus lágrimas fueron liberadas tras un
largo cautiverio.
Emma lloró, lo hizo por primera vez desde que escuchó las
palabras: «¡Cuídate!»; lo hizo pensando en los dos últimos años de su vida
y en las caricias que había presenciado. Unas lágrimas tardías
acompañadas de un vacío que, para su sorpresa, empezaba a desaparecer,
ya no dolía tanto. Por primera vez el desprecio del que le había hablado
Irene hacía acto de presencia.
Se agolparon algunas imágenes en su cabeza. Emma cerró los ojos
intentando alejarlas, pero parecía que se hubieran organizado entre ellas
para imponerse y desfilar como si de diapositivas se tratara. Aparecieron
las malditas excusas, el «cuídate», los malditos retrasos, los kimonos, el
«cuídate», los «estoy agotado», los «me han adelantado otro viaje a
Japón», el «cuídate», los «este viaje se alargará unos días más», el «estoy
esperando una llamada importante», el «no me lo pongas más difícil», el
«cuídate»…
Emprendió la marcha cuando ya no tenía más fuerzas para seguir
derramando lágrimas. Con los ojos hinchados, activó el altavoz para
realizar una llamada.
—¿Has llegado bien? —preguntó con ironía Irene nada más
descolgar.
—Perdóname, olvidé llamarte —dijo con la voz entrecortada.
—¿Qué te ocurre? —El tono de voz de Irene se tornó más serio.
—¡Lo he visto! Con una mujer.
Se hizo un silencio. Irene no necesitaba preguntarle de quién le
estaba hablando. Emma continuó.
—Es oriental. Tiene una novia oriental, japonesa, o… ¡oriental!
Iban cogidos de la mano…, salían de su casa…, la ha… acariciado. La ha
acariciado… un poco.
—Todo él es «un poco», siempre un poco. Menos mentiroso…
Emma rio con la ocurrencia de su amiga.
—Has llorado…
—Sí, he llorado, ¿y qué? ¿Y tú cómo lo sabes?
—Porque tú nunca lloras y te lo noto.
—Si nunca lloro, ¿cómo sabes que he llorado?
—Emma —suspiró—, me refiero a que es muy difícil que llores y
cuando lo haces te lo noto, aunque no te esté viendo.
—Pues lo he hecho y me he quedado nueva.
—Es lo que siempre te digo, a veces hay que sacar lo de dentro
porque… ¿Japonesa? —gritó la última palabra.
—Japonesa —susurró con desgana.
—¿Japonesa guapa?
—Japonesa guapa.
—Toca pasar página.
—Bastaba con decir que se había enamorado de otra persona y que
lo nuestro se había terminado.
—Pero no lo hizo, Emma. Las personas a veces nos comportamos
de una forma extraña, escogemos el camino más complicado y el más
doloroso, y en…
—¡Irene! —la interrumpió alterada—. Déjalo, no me apetece que
vayas por ahí. Voy a pasar página, ¿contenta?
—Lo estaré cuando la hayas pasado.
Se despidieron con la promesa de hablar al día siguiente. Emma
adoraba a su amiga, pero no estaba dispuesta a seguir escuchando sus
reflexiones sobre la vida, y sobre si las personas en ocasiones nos
comportamos de tal manera o tal otra. Irene podía ser extremadamente
pesada cuando ofrecía su particular filosofía de la vida, y aburrida.
¡Aburrida! Esa era la palabra. No necesitaba que le dijera que Álvaro había
elegido un camino difícil ni que había… ¡Dios, no! Necesitaba que le
dijera que era un capullo integral, un mentiroso, y que se podía haber
ahorrado todo el espectáculo de novio infiel durante meses porque no era
necesario jugar de una forma tan sucia.

Emma llegó a casa desolada. Le afectaba más la idea de encerrarse


en ese antro oscuro lleno de esqueletos con la compañía de Blanca, que el
haber presenciado la tierna escena amorosa de Álvaro.
Hacía tan solo unas horas que había decidido quedarse más días y
posponer la mudanza, pero nada más entrar por la puerta entendió que
había sido un error. No podía posponerlo más, aquel lugar la estaba
consumiendo.
Al día siguiente se dedicaría a buscar un apartamento con carácter
de urgencia. Había visto un par de opciones en la página web de la
inmobiliaria que se ajustaban a lo que necesitaba.
Fue directa a la ducha, narrándole a gritos sus intenciones a
Blanca. Lo que más necesitaba en ese momento era agua caliente
cubriendo su cuerpo.
«¡Huelga de controladores aéreos japoneses!», exclamó en voz
alta.
Llegaron a su mente las imágenes del tren. ¿Pero que le estaba
ocurriendo? ¿Por qué le había dicho todas aquellas tonterías al doctor? ¿En
qué estaba pensando? Ni siquiera recordaba con nitidez todo lo que le
había dicho, pero si suficiente para querer que la tierra la tragara en aquel
momento. ¿Por qué no lo había pensado en todos esos días? Por suerte no
había vuelto a ver a ese hombre.
Se sentó en el suelo de la ducha y se abrazó las piernas. Se sentía
avergonzada y ridícula. Lloró de nuevo, esa vez fue de rabia. Cuando
entendió que no había consuelo aquella noche para su frustración, salió de
la ducha, se envolvió en una toalla y se sentó en la cama.
No tenía fuerzas para salir de su habitación. Se desprendió de la
toalla y se estiró en la cama desnuda. Antes de encontrar las fuerzas para
levantarse o cubrirse se quedó dormida pensando en apartamentos llenos
de color y en páginas pasadas.
4
El apartamento que acababa de visitar no era exactamente lo que
tenía en mente cuando imaginó su nuevo hogar, pero consideró que de los
doce que había visitado, en menos de una semana, era el mejor, entre otros
aspectos porque podía ocuparlo en poco tiempo. Había perdido la
perspectiva de lo que en realidad buscaba. Necesitaba con urgencia
alejarse del oscuro mundo de Blanca y no podía permitirse el lujo de ser
demasiado selectiva con los apartamentos, o la búsqueda se habría hecho
eterna.
No le llevaría mucho tiempo instalarse. Cuando llegó a casa de
Blanca, muchas de las cajas que había llevado se quedaron precintadas,
contenían recuerdos de su vida con Álvaro y, aunque en aquel momento le
pareció que las iba a guardar toda su vida, no veía el momento de
deshacerse de ellas; a su nuevo hogar no llegarían.
Álvaro ya no ocupaba todos sus pensamientos. Desde el día que lo
vio con aquella mujer, tan solo una semana antes, algo había cambiado.
Había pasado de la tristeza a la indignación. Había sustituido los buenos
recuerdos por los menos buenos, y por los malos.
Estaba sorprendida de lo fácil que estaba resultando sacarlo de su
mente. Estaba convencida de que incluso los sentimientos negativos
acabarían desapareciendo en breve.
Sonrió al imaginar que algún día alguien le hablaría de él y ella
tendría que hacer un esfuerzo por recordarlo:
«Álvaro, Álvaro…. ¡Me suena de algo, pero no sé de qué!», dijo en
voz alta riendo ante su propia ocurrencia.
La sonrisa de Emma desapareció cuando reparó en que llevaba más
de diez minutos buscando su coche y no era capaz de recordar dónde lo
había aparcado.
Otra vez. Era raro el día que lo encontraba a la primera. Pero ese
día la culpa la tenía el café. Había salido muy temprano de casa, con el
tiempo justo para llegar a su cita con la dueña de la inmobiliaria y había
descuidado algo que con los años había aprendido a tomarse muy en serio:
dos cafés antes de salir de casa. Siempre.
Suspiró cuando localizó el coche. Antes de emprender la marcha
consultó su reloj. Disponía de dos horas antes de incorporarse al trabajo.
En todo el tiempo que había estado trabajando en el colegio no había
faltado ni un solo día para tratar asuntos personales, así que no pensaba
darse prisa en incorporarse, tenía intenciones de aprovechar hasta el
último minuto. Dos o tres horas menos que tenía que dedicarle a la
fotocopiadora, a las excentricidades de la directora, y a la madre de
Marcelo que, a juzgar por el tiempo que había transcurrido desde el último
incidente, no tardaría en presentarse con alguna reclamación absurda.
El solo hecho de visualizar la cara de aquella arpía hizo que su
estómago se revelara. ¿Cómo podía haber gente tan pesada? ¿Se creía que
su hijo Marcelo era el único alumno del colegio? ¿Alguna vez se
presentaría en recepción siendo amable y pidiendo algo que se acercara,
solo se acercara, aunque fuera de puntillas, a la sensatez? Ese asunto cada
vez le preocupaba más. Si bien, en un principio, solo se trataba de un
detalle sin importancia, propio del trabajo de un colegio, en ese momento
se estaba convirtiendo en un tema a tener muy en cuenta. Últimamente
salía del colegio demasiado alterada.
Definitivamente no iba a apresurarse en llegar al colegio. Iba a
buscar una cafetería de camino y a deleitarse en un café muy caliente.
Con la madre de Marcelo aún en su cabeza no tuvo tiempo de
reaccionar a lo que, de una forma fugaz, se cruzó en su camino impactando
con la parte delantera del vehículo. Frenó bruscamente. Cerró los ojos y
apretó los dientes aferrándose al volante con fuerza. Esperaba el impacto
de algún vehículo por detrás, pero no se produjo. Abrió los ojos
lentamente. Lo primero que vio fue a una mujer llevándose las manos a la
cabeza a la vez que gritaba. Golpeó la parte delantera del vehículo y
desapareció de su visión para arrodillarse frente a lo que fuera que hubiera
en el suelo.
Emma salió temblando. Las piernas no le respondían. Apoyándose
en el vehículo, como un bebé que da sus primeros pasos, se dirigió a la
parte delantera. Sabía que lo que iba a encontrar allí la iba a destrozar. La
mujer no dejaba de gritar algo parecido a «Guille».
Tragó saliva y continuó su avance. No estaba preparada para ver
entre las ruedas de su coche el cuerpo de un niño pequeño.
La imagen no era del todo nítida: una mujer arrodillada en el suelo,
sangre, un bulto bajo el coche, el sonido de la bocina de los otros
vehículos, desconocidos que se acercaban para curiosear, y… ¿un perro?
¿Lo que había entre las ruedas era un perro?
Respiró con fuerza, expulsando todo el aire contenido.
«¡Guille es un perro!», pensó aliviada. Lamentaba el atropello,
pero no era comparable a que fuera el cuerpo de un ser humano, y mucho
menos un niño.
La mujer no dejaba de gritar abrazada al animal, lo que alertaba
cada vez más las miradas de los curiosos y la presencia de algunas
personas que parecían dispuestas a ayudar.
Emma no sabía cómo debía actuar. Se acercó a la mujer y le tocó el
hombro con suavidad. Esta se giró y la miró con una expresión de dolor
que aterrorizó a Emma.
—Lo… lo siento. No lo he visto. Se ha cruzado y yo…
La mujer la ignoró y siguió abrazada al animal que apenas
mantenía los ojos abiertos envuelto en un charco de sangre que emanaba
de su cabeza. No era un perro muy grande por lo que el impacto seguro
que había hecho estragos en su cuerpo.

Jaime caminaba con rapidez, era el ritmo que solía emplear


siempre que decidía ir al trabajo a pie. Al final de la calle distinguió un
tumulto de gente alrededor de lo que parecía ser algún tipo de accidente.
La cola de vehículos era cada vez más grande y el sonido de las bocinas
resultaba cada vez más molesto. Aligeró el paso llevado por su instinto,
ese que le alertaba de que podría prestar su ayuda como médico.
A la altura del incidente se hizo paso entre la pequeña multitud que
rodeaba el vehículo. A punto estuvo de identificarse como médico cuando
pudo ver en primera fila la escena que había causado el incidente. Era un
animal atropellado. La que parecía su dueña gritaba desconsolada. ¡Pobre
mujer! Buscó con la mirada al dueño del vehículo cuando se encontró con
un rostro que le resultaba muy familiar.
«¡No puede ser!», se dijo asombrado.
Sin motivo que lo justificara se acercó a ella. Sus miradas se
cruzaron durante unos segundos. Ella mostraba preocupación, sin duda
estaba perdida y asustada.
Emma lo reconoció enseguida. No era fácil olvidar aquel rostro.
Desde el incidente en el tren lo había rescatado de sus recuerdos en varias
ocasiones, avergonzada por su comportamiento.
—¿Tú no eras médico? ¿Por qué no haces algo? —susurró
intentando controlar el temblor de su cuerpo.
—Tú lo has dicho —contestó con sorna—. Soy médico, no
veterinario, y ese pobre animal está prácticamente muerto.
La dueña del animal al escuchar esas palabras miró a Jaime y gritó
con más fuerza:
—¡Guille! Se llama Guille, no animal.
Emma lo miró con la boca abierta.
—¿Pero qué clase de sensibilidad tienes tú? ¿Hacía falta decirlo de
esa forma?
—Pero… —Le lanzó una mirada que de haber podido la habría
fulminado.
El sonido de las bocinas de los impacientes vehículos no cesaba.
La gente se iba dispersando, excepto unos cuantos que se ocupaban de
consolar a la dueña del perro. Emma seguía sin saber qué debía hacer o
decir y Jaime no salía de su asombro ante la actitud de aquella mujer.
Un policía local se acercó, bien por la casualidad de encontrarse
cerca, bien por la llamada de alguien que había presenciado la escena. Se
acercó a la dueña del perro hasta conseguir separarla de él. La alejó de la
carretera y se la confió a dos personas que se ofrecieron a permanecer a su
lado.
Con suma delicadeza le pidió a Jaime que le ayudara a retirar el
perro y depositarlo en la acera. Seguidamente se dirigió a Emma para
pedirle que moviera el coche con el fin de abrir la circulación.
Emma empezó a temblar de nuevo, estaba tan nerviosa que no era
capaz de atender las órdenes del agente. Este la miró y le dijo en un tono
de voz más elevado que hiciera lo que le había pedido. Jaime, que vio la
actitud de Emma, se compadeció de ella, la cogió de un brazo y la llevó
hasta la acera haciéndole señales al agente de policía para que entendiera
que él se ocuparía del vehículo.
Rápidamente entró en el interior y lo puso en marcha. En menos de
tres minutos la circulación empezó a fluir y las bocinas cesaron. Aparcó el
coche a unos metros del incidente y volvió al «escenario del crimen».
Le entregó las llaves a Emma y una chaqueta que encontró en el
asiento del copiloto. Ella lo miró confundida y sorprendida al mismo
tiempo esforzándose por seguir relatando al agente lo sucedido.
La desolada dueña del perro entró en una cafetería acompañada de
dos personas. Uno de los camareros salió con una gran bolsa de plástico
que utilizó para cubrir el cuerpo, ya sin vida, del animal.
Ante el requerimiento del agente, Emma le explicó que la
documentación la tenía en su bolso, que se encontraba a su vez en el
interior del coche.
Unos pocos minutos más tarde, Jaime apareció con el bolso
maldiciendo interiormente por haber decidido quedarse en aquel lugar en
vez de seguir su camino.
Tras recibir permiso por parte del agente para marcharse, Emma
miró fijamente a Jaime.
—Gracias —dijo sin dejar de temblar—. ¿Dónde está mi coche?
—Te acompaño. —Emprendió el camino sin esperarla.
—¡Espera! Dame un minuto —Sin esperar respuesta entró en la
cafetería para disculparse con la desconsolada dueña del perro.
Al salir aligeró el paso para estar a la altura de Jaime, que no se
detenía, pero caminaba despacio.
—¿Qué te ha dicho?
—¿Quién?
—La dueña del perro. A eso has entrado en la cafetería, ¿no?
—Que… que era viejo y estaba enfermo, pero que no quería un
final así para él.
Jaime guardó silencio. Al llegar a la altura del vehículo sintió la
mirada de Emma clavada en él. La observó, no hacía falta ser médico para
ver que no estaba en condiciones de conducir.
—¿Vas muy lejos? No creo que debas conducir en ese estado.
Deberías calmarte un poco.
—¿Has atropellado alguna vez un perro? —soltó molesta.
—No. ¿Y tú? ¿Es tú primera vez? —la retó mostrando una media
sonrisa, aunque en seguida se arrepintió de haberlo dicho. Al ver la
expresión de ella se disculpó—: Lo siento, eso ha estado fuera de lugar.
—Como todo lo que dices.
—¿Yo? —Soltó una carcajada—. ¿Yo soy el que dice cosas fuera
de lugar? Te recuerdo, por si aún no te habías dado cuenta, que tú fuiste la
que me abordó en el tren con un discurso de lo más…
—Claro que lo recuerdo —le interrumpió antes de escuchar el
adjetivo que tenía pensado para su discurso—. Solo te recriminé que
fueras descaradamente y as-que-ro-sa-men-te… infiel.
—¿Infiel?
—Eso es lo que escuché. Si no querías que alguien te hiciera un
comentario haber mantenido esa conversación en privado. —Emma no
pensaba lo que decía. Se había arrepentido muchas veces de haberle
hablado de aquella manera en el tren y sin embargo allí estaba:
defendiendo su actitud. Estaba claro que le quedaba otra sesión de
arrepentimiento.
—Que tengas un buen día, al menos que mejore —le deseó él
inexpresivo.
Emma no fue capaz de contestar. Entró en el coche bruscamente y
apoyó la cabeza en el volante. Se sentía algo aturdida y sus manos no
dejaban de temblar.
Jaime se dio la vuelta un instante para observarla. Al verla apoyada
de aquella manera se sintió responsable de ella. No podía dejar que esa
mujer, a pesar de ser tan rara, tuviera un accidente debido al estado de
nervios en el que se encontraba. Volvió sobre sus pasos. Era posible que
Olivier tuviera razón y fuera un caballero, aunque no lo tenía muy claro.
Abrió la puerta, se inclinó y le habló con un tono más suave:
—Cambia de asiento. Ya conduzco yo.
—Gracias, pero estoy bien.
—A mí no me lo parece. Muévete y dime a dónde quieres ir —Esta
vez el tono fue menos suave.
En una maniobra algo lenta e incómoda Emma cambio de asiento
sin salir del coche, emitiendo un grito al clavarse la palanca de marchas.
Jaime puso los ojos en blanco y ocupó el asiento vacío emprendiendo la
marcha con rapidez.
Emma, sin esperar a que se lo preguntara, le indicó la dirección del
colegio.
—¿Eres profesora?
—No —dijo con brusquedad—. ¿Y tú? ¿A dónde te dirigías?
—Al trabajo— contestó tajante.
—Y eso está en…
—En la otra punta de la ciudad.
—¿Un hospital? —dijo Emma casi en un susurro.
—Un hospital.
—¿Queda lejos del colegio?
—Sí, cogeré un taxi.
Emma no se vio con fuerzas de sentarse en una cafetería y de
incorporarse al colegio, así que cambió los planes y se lo hizo saber.
—Disculpa, ¿podrías girar por ahí? Prefiero ir antes a mi casa.
Él no movió ni un solo músculo de la cara mientras seguía sus
indicaciones. Emma no volvió a intervenir.
Jaime aparcó frente al portal de su casa y salió del coche de mala
gana. Emma lo hizo muy despacio. Se encontraron frente a frente.
—Deberías descansar un poco. Toma algún analgésico. Tanta
tensión te puede provocar un buen dolor de cabeza. —Se dio la vuelta
alejándose de ella.
—¡Espera! ¡Sube de nuevo al coche! Conduce hasta el hospital. Yo
estoy bien. Me acabaré de calmar durante el trayecto.
—Primero hablas y luego piensas, ¿cierto?
—Cierto. Por eso te brindo la oportunidad de no esperar un buen
rato un taxi y llegar a tu hospital lo antes posible —Hizo una pausa para
respirar—. Conduces tú. Yo me calmo por el camino y luego vuelvo
solita.
—¿Y qué sentido tiene haber venido hasta aquí?
—No lo sé… quizás el destino ha querido que tras el mal rato que
he pasado me deleite con tu divertida y amena compañía. Compensa.
Jaime se acarició la barbilla, era un gesto muy habitual en él.
Sopesó su propuesta. Estaban prácticamente a las afueras de la ciudad. Si
llamaba a un taxi debería esperar un buen rato y llegaría con mucho
retraso al hospital.
Durante unos segundos continuaron con la mirada clavada el uno
en el otro.
—Se ha cruzado. Pensé que era un niño y… —aclaró Emma. Antes
de que él reparara en el brillo de sus ojos se giró y se dirigió al coche.
Antes de llegar sintió unas manos que se apoyaron en sus hombros y le
daban la vuelta lentamente. De nuevo aquellos ojos verdes de frente, pero
esa vez no querían fulminarla.
Jaime la observó. Todo el enfado que sentía desapareció al ver la
expresión de su extraña compañera.
—No le des más vueltas, no ha sido culpa tuya. Ya ha pasado y…
¡no era un niño!
—Guille.
Jaime arqueó una ceja y contuvo la risa.
—Se llamaba Guille el pobre perrillo… —aclaró compungida—. Y
yo me lo he cargado.
Jaime tuvo que hacer un gran esfuerzo para no estallar en una
carcajada. Tenía que reconocer que en sus extraños encuentros siempre le
había hecho reír, algo difícil de conseguir en él.
Se subieron al coche y antes de ponerlo en marcha volvió a
observarla. Estaba jugueteando con su coleta. Tenía que reconocer que era
una mujer muy atractiva, su larga melena lisa recogida en una coleta alta
le confería cierto aspecto travieso que le llamaba la atención, igual que su
figura y sus ojos color miel.
La invitación de ella a emprender la marcha lo hizo abandonar
bruscamente esa línea de pensamientos. ¿En que estaba pensando? Lo
único que deseaba era perderla de vista y estaba pensando en sus
cualidades físicas… Claro que, si era guapa, era guapa.

El resto del trayecto se impuso de nuevo el silencio. Jaime detuvo


el coche en la entrada del hospital.
—¿Qué fue de tu coche? ¿Sobrevivió?
Al ver que ella abría mucho los ojos se decidió a aclarárselo:
—Te escuché en el parking de la estación.
—¿Qué escuchaste exactamente? —Intentó ocultar la sorpresa.
—Cómo le suplicabas que arrancara. Y como le prometías una vida
mejor. —Mostró su particular media sonrisa.
—¿Y tú dónde estabas?
—Escondido detrás de un pilar.
—¿Y me lo sueltas así? ¿Dejaste a la «guapísima» esperando para
escuchar cómo hablaba con mi coche?
Jaime se inclinó a un lado para hablarle al oído:
—Es que nunca había visto a nadie hablar con tanta pasión a un
coche…
Emma lo miró con rabia y se bajó del coche con la intención de dar
la vuelta y sentarse en el asiento del conductor. Cuando llegó, Jaime estaba
de pie, esperándola.
—He detenido el coche aquí porque te resultará más fácil salir.
—Gracias, doctor. Eres un hombre muy considerado.
Jaime la miró y le tendió la mano.
—Jaime. Me llamo Jaime.
—Emma —dijo ella aceptando su mano.
—¿De verdad que estás bien para conducir?
—¿Por qué te importa cómo estoy, doctor?
—No tengo ni puta idea. —Hizo ademán de emprender la marcha.
Emma lo miró a los ojos intentando ver alguna expresión. Nada.
Solo unos ojos verdes que daba vértigo mirar por la altura a la que se
encontraban. ¿Cuánto mediría? ¿Un metro noventa y… mucho?
Emma se acomodó en el asiento, antes de ponerse en marcha bajó
la ventanilla y gritó:
—¡Doctor!
Él se detuvo bruscamente al escuchar su voz y se dio la vuelta
volviendo sobre sus pasos. Se detuvo a un metro del vehículo:
—Jaime.
—Vale, doctor Jaime, yo… quería decirte que aunque he defendido
lo que te dije en el tren, me siento avergonzada. No tenía un buen día —
Hizo una breve pausa y tragó saliva—. Y… ¡Gracias!
Antes de que él dijera una sola palabra, Emma inició la marcha.
—Cuídate —logró decir Jaime sorprendido.
Por suerte Emma no lo escuchó
5
Emma sonrió al recordar lo que el agente inmobiliario acababa de
decirle tras firmar el contrato de alquiler: ¡dos días y las llaves serían
suyas! Antes debían ocuparse de un pequeño problema con un desagüe
atascado. ¡Dos días, solo dos días! Suspiró al recordar que aún no se lo
había dicho a Blanca.
No era una cuestión de valentía, estaba convencida que a Blanca le
importaba bien poco que se marchara, pero no había encontrado el
momento. Blanca solía pasar la mayor parte del tiempo en su dormitorio, y
aquella era una fortaleza que no debía traspasarse a menos que hubiera un
incendio o un escape de gas.
En la última semana, las pocas cenas que habían compartido,
Emma había aprovechado para observarla y para intentar sonsacarle algo
relacionado con su estado de ánimo, pero no hubo nada que le pareciera
fuera de lo normal. Irene se preocupaba demasiado por ella y veía señales
de alerta donde no las había.
¿Cómo se podía saber si estaba bien o tenía algún problema?
Blanca no hablaba, no se expresaba, el lenguaje corporal era inexistente. Si
le preguntaba algo se limitaba a responder con monosílabos, muchas veces
los mostraba con un movimiento de cabeza.
No, no tenía sentido que perdiera más tiempo en aquel lugar. Por
mucho cariño que le tuviera a Blanca no podía vivir con ella y sus
silencios, y mucho menos bajar la cabeza para atravesar el pasillo y evitar
llevarse por delante un vampiro de goma, una telaraña, un esqueleto, o una
de aquellas asquerosas figuras con los ojos saltones, que en los últimos
días aparecían con frecuencia en sus sueños.
Se alegró de haber descartado el coche para llegar a la
inmobiliaria. Caminar estaba resultando ser una buena terapia para
despejarse y olvidar todo lo que le había ocurrido en los últimos días. Los
ojos verdes, Guille, la belleza oriental… Además acababa de decidir que
cuando llegara a casa de Blanca hablaría con ella y le anunciaría su
marcha, así que tenía tiempo de imaginar cómo podía introducir la
conversación.
La bocina de un coche hizo que diera un respingo y diera un paso
atrás. Estaba a punto de atravesar una avenida y no se había dado cuenta de
que el semáforo estaba en rojo. Quizás pasear y darle vueltas a la cabeza
no había sido tan buena idea.
Le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo al ser consciente de
que podía haberla atropellado un coche.
Mientras se recuperaba de la impresión y esperaba el cambio de
color del semáforo, le llamó la atención la mujer que esperaba a su lado.
Ataviada con ropa deportiva y unos auriculares en las orejas, no dejaba de
dar pequeños saltitos para no detener lo que sin duda era una pequeña
carrera. Emma pensó que ella también debería animarse a correr. Observó
a la joven imaginándose a ella misma vestida de esa forma y corriendo por
las calles de la ciudad.
Cuando el semáforo les dio paso, la joven se apoyó bruscamente en
uno de los coches aparcados en el arcén. Emma inició su paso volviéndose
para mirarla: ¡algo iba mal!
Lo confirmó cuando observó cómo el cuerpo de la joven mujer se
deslizaba, apoyado en el coche, hasta caer al suelo. Corrió hacia ella y se
arrodilló. La mujer respiraba con mucha dificultad mientras intentaba
controlar las fuertes arcadas que la invadían.
Emma le cogió la mano y le preguntó por su estado, pero no le
contestó. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para que su propio cuerpo
sirviera de apoyo a la joven que empezaba a desvanecerse. Era el momento
de llamar a emergencias. Miró a su alrededor y vio a varias personas que
se detenían ofreciendo su ayuda. Una de ellas gritó que estaba llamando a
emergencias.
Emma se maldijo por no saber qué hacer en aquel momento,
excepto esperar.
—¡Tranquila! Han llamado a una ambulancia, tranquila —le
susurró intentando mantener la calma que no tenía.
La joven hizo un gran esfuerzo por mantener los ojos abiertos, pero
su mirada era incapaz de fijarse en algún punto.
Algunas personas de las que se acercaron hicieron un pequeño
corro alrededor del cuerpo de la joven, haciendo señales a los vehículos
para que se apartaran y no pasaran cerca. Emma no quiso mirar atrás
temiendo encontrarse con algún despistado que las arrollara, confiaba en
que todo saliera bien.
Diez minutos después, los más largos que recordaba en mucho
tiempo, llegó la ambulancia con el equipo médico. Enseguida disolvieron
al grupo de personas.
Emma apenas pudo explicar lo ocurrido. Los médicos realizaban
varias maniobras que apenas fue capaz de ver. Todo era un caos a su
alrededor.
Emma seguía apretando su mano a pesar de que los sanitarios le
pidieron que la soltara. Seguía buscando vida en sus ojos, pero aquella
mirada estaba perdida. Cuando consiguió soltar su mano, resultado de un
movimiento brusco de uno de los médicos, la introdujeron sobre una
camilla en el interior del vehículo. Antes de cerrar las puertas, el médico
le preguntó a gritos si subía o no subía, al tiempo que le entregaba los
objetos personales de la chica; Emma, llevada por la inercia o por el poco
tiempo que tenía para decidir, subió a la ambulancia.
Debieron pensar que eran amigas. Emma se sentó en uno de los
asientos que quedaban más apartados siguiendo las órdenes del médico,
que se lo indicó con la cabeza.
Aquella mujer estaba muy grave. No era necesario ser médico para
darse cuenta. Solo había que observar a los sanitarios que se ocupaban de
ella y todos los artilugios que le colocaban en el cuerpo.
Sentada en un rincón del vehículo, a pesar de no tener un ángulo de
visión muy claro, le pareció ver cómo le aplicaban las palas de
desfibrilador a su cuerpo.
Emma estaba asustada, aquello solo lo había visto en las películas.
Seguro que en cualquier momento se escucharía una voz que afirmaría:
¡La hemos perdido! O… por el contrario: ¡La tenemos!
Apartó esos pensamientos de su mente y vio, con alivio, que los
sanitarios dejaban las palas. El sonido de un pitido y la sonrisa del médico,
acompañada de un leve movimiento de cabeza, le hicieron pensar que
seguía viva. La frase era «¡La tenemos!», pero nadie la pronunció.
Emma apretó la el pequeño bolso que le entregaron los sanitarios,
el que María llevaba abrochado a la cintura, y lo abrió para introducir los
auriculares. Distinguió un carnet de identidad y leyó con rapidez el
nombre: María Otero. Era suficiente. No quería llamarla joven ni mujer, ni
tampoco mostrar cara de sorpresa si alguien le preguntaba su nombre al
llegar al hospital. ¿Cómo explicar que estaba atravesando la ciudad dentro
de una ambulancia, junto a una mujer que se debatía entre la vida y la
muerte, mientras ella pensaba en frases de película y pitidos, al mismo
tiempo que se preguntaba qué narices estaba haciendo allí?
6
Dos horas en la sala de espera eran más que suficientes para
empezar a desesperarse, y más si lo que esperaba eran noticias de una
persona que había ingresado en estado muy grave. Al menos eso era lo que
le dijeron cuando le indicaron que debía esperar en el lugar en el que se
encontraba.
Se había encargado de entregar la escasa documentación, y el
teléfono móvil que había en el interior del bolso; gracias a ello pudieron
localizar al único familiar que tenía, según le informó la enfermera,
aunque no tenía mucha prisa por acudir, al menos eso fue lo que interpretó
al escuchar a la enfermera.
¡Qué triste!», pensó Emma. Aquella joven estaba luchando por su
vida en un hospital completamente sola.
Consultó el reloj por enésima vez, estaba empezando a sentir que
aquellas paredes la iban a aplastar de un momento a otro. ¡Menuda
ridiculez de sala de espera!
Se giró con impaciencia al escuchar la puerta que se abrió a su
espalda. La imagen que descubrió le hizo abrir los ojos estupefacta.
Jaime no podía creerse que aquella mujer apareciera de nuevo en
su vida. Dos incidentes en pocos días habían sido más que suficientes,
aunque aquellas circunstancias estaban lejos de ser parecidas a las
anteriores.
—Hola… ¿Emma? ¿Eres familiar de María?
Ella no contestó. Continuaba observándolo, sentada en la incómoda
silla, como si hubiera hecho su entrada el mismísimo Lucifer.
Jaime se sentó a su lado intentando buscar las palabras apropiadas.
No solía comportarse de aquella manera tan cercana, hacía tiempo que
había aprendido a mantener las distancias para que el dolor de los
familiares no le traspasara, pero las noticias que tenía que darle a aquella
mujer, y el hecho de que, en cierta manera, no era una total desconocida, le
hicieron acercarse a ella.
—¿Eres familiar de María?
—¿Cómo está? —Le preguntó Emma. No era el momento de
explicaciones. La historia era larga y al fin y al cabo ella era la única a la
que al parecer le importaba el estado de aquella mujer.
—Lo siento, Emma, pero no tengo buenas noticias. Su corazón no
ha resistido.
—¿Ha muerto? —preguntó con la voz temblorosa.
Jaime le pasó una mano por el hombro cuando la vio esconder el
rostro entre las manos. Por mucho que lo intentara nunca estaba preparado
para ver ese dolor.
—Lo siento. Hemos hecho todo lo que se podía hacer por ella. Ha
llegado en un estado muy grave. Durante el trayecto ha sufrido varias
paradas cardiorrespiratorias que le han provocado daños y…
—Era muy joven —dijo ella sollozando.
—Sufría una miocar…—rectificó para que lo entendiera—, tenía
una lesión en el corazón y por lo que sabemos, no lo tenía diagnosticado.
¿Sabes si alguien en su familia ha sufrido algo parecido?
—No la conozco de nada, ¿cómo voy a saberlo?
—¿Cómo? —preguntó incrédulo Jaime frunciendo el ceño.
—Se cayó delante de mí y… vine con ella. Parecía tan…
—¿No la conoces?
—¡No! Te digo que se cayó en la calle y llamamos a una
ambulancia.
—¡Increíble! —Alzó el tono de voz. Se levantó y se separó de ella
como si fuera a contagiarle algo—. Ya me extrañaba que un encuentro
contigo pudiera ser normal.
—¿Se puede saber qué te pasa? —Se levantó y lo miró desafiante.
No entendía qué era lo que tanto le molestaba.
—¿En qué mundo vives tú? Si no la conoces de nada, ¿qué narices
haces llorando y fingiendo que su muerte te afecta?
«¿Llorando? ¿Quién estaba llorando?».
Jaime se dirigió hacia la puerta y se giró antes de salir:
—¿Sabes? No es fácil decirle a un familiar que… —Negó con la
cabeza y resopló. Dio un portazo y desapareció.
Emma se quedó con la boca abierta. ¿Por qué estaba tan enfadado?
¿Acaso no podía afectarle la muerte de esa mujer? ¿A quién no le afecta
una muerte de alguien tan joven que prácticamente ha muerto en sus
brazos? Y… ¡sola!
Definitivamente ese médico, el tal Jaime, el doctor Infiel, no
estaba bien de la cabeza.
Jaime se encerró en su despacho tras averiguar todo lo referente a
los familiares de María. Tras la confesión de la loca de Emma se había
dirigido a las secretarias para pedirles detalles sobre ella. Le explicaron
que habían localizado a un familiar, y que había indicado que no podía
acudir, que se encontraba a mucha distancia. También le confirmaron lo
que ya sabía, que había ingresado acompañada de una mujer que la
socorrió en la calle.
No podía creerse que le hubiera hecho perder el tiempo así. Una
cosa es que se interesara por María y otra muy distinta que se mostrara tan
afectada, incluso al borde de las lágrimas. Él se había comportado de una
manera distinta a como solía hacer con el resto de familiares. Le había
abrazado ligeramente, le había hablado con un tono de voz dulce…
Consultó su reloj. Hora de volver a casa y sumergirse en un buen
chorro de agua caliente. Necesitaba olvidar el incidente con esa lo… con
la pertur… con Emma, se llamaba Emma.
7
Jaime llegó a su apartamento y se dejó caer en el sofá. A los pocos
minutos apareció Olivier con una toalla anudada a la cintura.
—Tienes mala cara, ¿un mal día?
—Sí.
—¿Trabajo?
—No, exactamente.
Olivier desapareció por el pasillo y volvió tras desprenderse de la
toalla y vestirse con ropa cómoda.
Conocía suficiente a Jaime como para saber que no debía
preguntarle nada más. El trabajo de Jaime estaba expuesto con demasiada
frecuencia al dolor y a la tragedia y su labor como amigo era intentar que
al entrar por la puerta pudiera olvidarse de ello.
Jaime tenía una personalidad muy compleja, difícil de llevar. Era
excesivamente reservado para su vida y pocas veces se podía adivinar lo
que pensaba o sentía juzgando sus expresiones, porque no las había; a
pesar de ello, Olivier siempre había sabido manejarlo bien. Eran muy
diferentes, sin embargo se habían amoldado el uno al otro y nunca habían
tenido ningún conflicto. La lógica por la que se regía Jaime en muchas
ocasiones era irrebatible, pero algo escasa de sutileza.
Conoció a Jaime poco menos de dos años atrás. Jaime era uno de
los mejores amigos de su hermano Adrien. Fueron tiempos complicados
entre los hermanos y Jaime medió entre ellos. Cuando sus vidas dejaron de
estar regidas por el pasado y por el dolor, y la felicidad llegó a sus vidas,
Jaime le propuso mudarse a vivir con él. Fue cuando Olivier le contó sus
intenciones de buscar un apartamento menos alejado de su trabajo;
momento en el que Jaime le ofreció la posibilidad de compartir el suyo: un
ático de grandes dimensiones en el centro de la ciudad.
Habían estrechado lazos durante los fines de semana que
disfrutaban de la vida nocturna de la ciudad, que eran muchos.
Llevaban un año compartiendo espacio y nunca habían tenido
ningún conflicto. Una buena señal de que su amistad tenía unos pilares
fuertes —ya que no se limitaban a compartir apartamento—, era que en
más de una ocasión, de hecho en muchas ocasiones, compartían la misma
conquista: el mismo día y a la misma hora. No siempre era posible, pero
en cuanto se presentaba la oportunidad, nunca la dejaban escapar. Lo que
había surgido de forma improvisada una noche, a través de una propuesta
inesperada, había terminado por convertirse en una actividad que
practicaban con frecuencia, siempre que podían.

—Puedes contármelo si quieres —invitó Olivier sentándose a su


lado en el sofá.
—Es una larga historia.
Olivier se sorprendió al escuchar esas palabras, esperaba silencio o
alguna frase que dejara claro que no tenía ganas de hablar de ello.
—Tenemos tiempo.
—¿Qué probabilidades hay de que te encuentres una y otra vez a la
misma persona, una desconocida, en una ciudad como esta, y siempre en
una situación poco habitual, incluso rozando lo absurdo?
—Alguna probabilidad habrá, porque imagino que es eso lo que te
ha pasado.
—La chica del tren.
—¿Qué tren?
—La que me abordó en el tren, la que hablaba con el coche. ¿Lo
recuerdas?
—¡Ah! —expresó Olivier sonriendo—. ¿La has vuelto a ver?
—Sí, atropelló a un perro y actué, en cierto modo, de rescatador.
—¿Del perro?
—No, joder, de ella. El perro estaba medio muerto.
Olivier frunció el ceño. No estaba muy seguro de estar entendiendo
lo que Jaime le estaba explicando.
—¿Ayudaste a la chica?
—Sí, la llevé a su casa, estaba demasiado alterada para conducir.
—¿Por el perro?
—Claro. En un principio, cuando vio cómo se cruzaba un bulto,
creyó que se trataba de un niño.
—Entiendo —afirmó sin estar seguro de hacerlo.
—Hoy la he vuelto a ver en el hospital acompañando a una chica.
Ha fallecido.
—¿Quién?
—La chica a la que acompañaba. Cuando me he dirigido a hablar
con los familiares la he encontrado allí. Le he dado la noticia y se ha
mostrado muy afectada.
—¡Vaya! ¿Era su hermana, o su amiga?
—Voy a ponerme cómodo. Prepara algo para cenar y te lo cuento
desde el principio.
—¿Por qué me lo vas a contar? Y… lo que más me intriga: ¿por
qué tengo que preparar yo algo para cenar?
—Porque ayer lo preparé yo, porque te apetece cotillear en mis
cosas, y porque a mí me sirve de desahogo.
—¿Guapa?
Jaime se dio la vuelta y miró fijamente a su amigo sonriendo.
—Otra vez. Ya me lo preguntaste una vez, cuando hablaba con el
coche.
—No me acordaba.
Jaime desapareció para volver media hora después dispuesto a
contar su historia a Olivier.

Le contó con detalles todo lo que recordaba de su encuentro en el


tren, continuó con el atropello y finalizó con el incidente en el hospital.
—A mí me parece divertido. La escena del tren es genial y la del
perro… ¡buenísima! Y el hecho de que estuviera acompañando a esa chica
no me parece que sea para recriminárselo.
—Tendrías que haberme visto intentando consolarla. Le he
ofrecido mi hombro, le he dado todo el apoyo que esas circunstancias
permiten y…
—Vaya. Resulta que le has dado todas esas cosas tan bonitas sin
ser necesario. ¡Qué desperdicio!
—Pues sí que es un desperdicio.
—No entiendo por qué te afecta tanto.
—Porque cada vez que me cruzo con ella me ocurre algo
desagradable. —Se mostró ofendido.
—Me cuesta entender que no te lo tomes con algo más de humor.
Todo el mundo no socorre a alguien hasta ese punto. La acompañó al
hospital para interesarse por su estado; eso dice mucho de ella. Con llamar
a emergencias habría sido suficiente.
—Debería haberlo aclarado desde el principio y yo no me hubiera
involucrado de una forma emocional. No es algo que haga nunca y menos
en un caso así.
—¿Y no podría ser que te haya afectado la muerte de esa chica?
—También, pero eso me ocurre con frecuencia y tengo antídoto; si
no lo tuviera tendría que dedicarme a otra cosa.
—Has olvidado decirme si es guapa.
Jaime se echó a reír, una de los muchos aspectos que valoraba en
su amigo era que sabía cuándo un tema debía desviarse para que no se
sintiera incómodo.
—No está mal.
—¿Es o no es guapa?
—Sí —Resopló—. Es bonita. Tiene algo… Pero solo por fuera.
—Un dato interesante
—Último día que hablamos de esa chica —advirtió sin poder
contener la sonrisa.
—Me da a mí que no va a ser la última vez.
8
«Mi última noche en este lugar», dijo en voz alta Emma intentando
animarse. Por fin llegaba el día. Se había retrasado una semana más de lo
acordado, pero al final se hacía realidad su deseada partida.
No entendía muy bien por qué tenía el ánimo por los suelos cuando
llevaba tanto tiempo deseando salir de aquel lugar. Desde el día que murió
aquella pobre chica, en el hospital, todo había ido a peor. Los días se le
habían hecho eternos en el colegio, todo se le hacía cuesta arriba; por
suerte Marcelo no había extraviado nada. Lo último que habría sido capaz
de soportar era a aquella insufrible mujer presentando una nueva queja por
alguna de sus estúpidas causas.
Al día siguiente podría dormir en su nuevo hogar y seguramente su
ánimo cambiaría, aunque le quedaba mucho trabajo para convertirlo en un
hogar.
Dos noches antes, había informado a Blanca de su partida; ella,
como era de esperar, no había mostrado emoción alguna. Se limitó a
asentir. Si le hubiera hablado del tráfico que había ese día en Madrid
habría expresado la misma emoción.
No es que esperara un drama, menos viniendo de Blanca, pero
habría sido agradable ver entre sus escasas expresiones una que le indicara
que la iba a echar de menos o que le afectaba un poquito, solo un poquito,
su partida.
El recuerdo de María la había perseguido durante los últimos días.
Se estremecía cada vez que imaginaba una mujer tan joven perdiendo la
vida en aquellas circunstancias.
Un buen día sale a correr, seguramente como muchos otros días, y
en pocos minutos su corazón decide dejar de trabajar, y los últimos
momentos de su vida los pasa apretando la mano de una desconocida…
Entra en el interior de un frío y metálico vehículo con varias personas que
intentan reanimarla y después entra en un quirófano y acaba en manos
de… unos ojos verdes que… ¡Esa parte no era necesaria en la reflexión!
Apartó de su mente la imagen del doctor y continuó pensando en la
vida de la pobre María.
Nadie la esperaba en la sala de espera. Nadie rezaba en silencio ni
deseaba con todas sus fuerzas que siguiera con vida. Y la única persona
que esperaba buenas noticias sobre su salud recibía una reprimenda.
Seguía sin entender la reacción del doctor. Había pensado en él más veces
de las que le habría gustado y más veces de las que conseguía entender.
Blanca entró en la sala con un cuaderno en las manos.
—Te he traído un dibujo —le dijo mientras se acomodaban.
Emma alargó la mano y lo aceptó. Tenía delante de ella un
precioso retrato en blanco y negro de ella, desnuda. ¿Cómo había dibujado
sus pechos con tanta precisión?
«¿Desnuda?», se preguntó reparando en que sus pechos eran lo de
menos.
—Es precioso Blanca. Parece una fotografía. Es… ¿por qué
desnuda?
La imagen ofrecía una recreación casi perfecta de Emma tumbada
en una cama, dormida, en posición fetal, sujetando una pequeña toalla.
—Te vi una vez de esa forma. Estabas muy triste.
Emma intentó recordar y no le llevó mucho tiempo encontrar el
momento al que se refería Blanca. Fue el día que descubrió a Álvaro con
aquella mujer. Se quedó dormida en esa posición después de salir de la
ducha y lanzarse a la cama.
—Lo recuerdo. Estaba pasando un mal momento. ¿Te serví de
modelo mientras dormía?
—Entré a ver qué te pasaba y te encontré así.
Emma frunció el ceño recordando esa noche. ¿Cuánto tiempo había
pasado delante de ella dibujándola? Recordaba haberse despertado durante
la madrugada muerta de frío. ¿Por qué no se le ocurrió cubrirla con una
manta, o despertarla? Al parecer para Blanca era más sensato dibujarla y
dejar que continuara sobre la cama desnuda. A esas alturas, recién
comenzado el otoño, ya había refrescado un poco. Pero de nada valía
plantear ese tipo de cuestiones a Blanca.
—¿Por tu novio?
—¿Qué?
—Te escuché llorar —aclaró—. ¿Llorabas por él?
—No, exactamente. Estaba triste. Mentiras, orgullo, dignidad,
rabia… —No se sentía cómoda manteniendo aquella conversación con
Blanca—. Cosas del amor, Blanca.
—¿Por qué vuelves a ser su novia?
—No, eso no ha ocurrido. ¿Por qué piensas eso? —Si solo hubiera
sido capaz de entender un poquito a aquella mujer…
—Porque te vas.
—Yo… ya te lo expliqué. No me voy a vivir con él, viviré sola. Es
mejor que cada una tenga su propio espacio —Sonrió abiertamente con
mucha dulzura—. Además, Blanca, tengo que decirte que tus gustos para
decorar y los míos son muy diferentes.
Blanca sonrió tímidamente.
—Entonces este dibujo no sirve para nada. Hizo ademán de
romperlo, pero Emma se lo impidió.
—¿Por qué quieres romperlo? Es precioso. Es para mí, ¿verdad? —
Lo cogió para ponerlo a salvo de las intenciones de Blanca—. Nunca me
han hecho un retrato.
—Te lo he traído para que no volvieras con él y recordaras que te
hizo llorar y estabas triste.
Emma se quedó sin palabras. Aquella era la forma de Blanca de
apoyarla y de cuidarla. Era su forma de recordarle que no debía volver con
alguien que le había hecho daño. Tan pocas palabras, tan pocas
expresiones, sin embargo con un simple dibujo quería decirle que se
preocupaba por ella.
Sin pensar en las consecuencias la abrazó efusivamente. Blanca no
se quejó.
—Creo que me has hecho el pecho más bonito de lo que es —
comentó sonriendo.
Blanca mostró una expresión de horror y fijó su mirada en el
dibujo. Emma se dio cuenta de su error y rápidamente lo enmendó.
—Era una broma. Es perfecto —¿Cuándo iba a aprender que la
lógica de Blanca pertenecía a otro mundo?, ¿o a otro universo? En
cualquier caso, al suyo no. ¿Cómo se le ocurría bromear con ella?—.
Blanca, aunque no haya vuelto con Álvaro, este retrato siempre tendrá el
mismo significado que tú querías darle. Lo conservaré siempre que esté
triste para recordarme que no debo permitir que nadie me haga daño de la
misma forma. ¿Te parece bien?
Blanca asintió. Se levantó y dio por concluida la visita. Antes de
desaparecer le dijo:
— ¿Por qué te dejó?
—¿Álvaro? —Emma lo preguntó aun sabiendo que la respuesta era
afirmativa.
Emma pensó que la respuesta a esa pregunta no era muy
complicada, excepto si la conversación se mantenía con Blanca. Plantear
aspectos de la vida como el desamor, las mentiras, los errores, y ese tipo
de conflictos a los que se enfrentan diariamente las personas, no tenía
cabida en la forma en la que procesaba su cerebro; pero tenía que probar.
—Pues nunca me lo dijo, pero creo que dejó de quererme, o
encontró a alguien que quería más, o simplemente se hartó de mí y quiso
probar otros caminos.
—¿Por qué no te lo dijo?
—No lo sé, era más cómodo no enfrentarse a ello.
—No me gustan las personas que mienten —sentenció
desapareciendo por el pasillo.
Emma la observó. Se podía decir que aquello había sido una
conversación larga. Suspiró y se dejó caer en el sofá. Observó el retrato
admirando la precisión y el detalle con el que estaba dibujado. ¡Era
increíblemente real! Blanca tenía un talento fuera de lo común para
dibujar: parecía una fotografía en blanco y negro.
La imagen de lo que sentía en el momento en que Blanca la estaba
dibujando le hizo sonreír. Habían pasado pocos días, pero habían sido muy
sanadores. Álvaro empezaba a no ser absolutamente nadie. No, no
empezaba, es que ya no lo era. Sonrió satisfecha ante su descubrimiento.
Quizás ella nunca fue para él, pero empezaba a pensar que él
tampoco fue para ella. Importante, especial, el amor de su vida… No,
definitivamente no lo fueron nunca el uno para el otro, ni siquiera en los
mejores momentos.
9
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de un día tan soleado. En
mayor o menor intensidad, la lluvia había estado presente durante toda una
semana. El inusual azul del cielo y la agradable temperatura fueron la
principal razón que llevó a Jaime a sentarse en aquel parque, cercano al
hospital, para disfrutar de un sencillo almuerzo.
Había declinado la invitación de Olivier para comer con Adrien.
Aunque hacía semanas que no veía a Adrien, y le apetecía mucho
encontrarse con él, necesitaba mucho más un poco de tranquilidad. Los
últimos días en el hospital habían sido de todo menos tranquilos.
Necesitaba paz y sol. No pedía demasiado. Allí lo podría encontrar.
Continuó con la labor de comer su completo y equilibrado
bocadillo, cuando le llamó la atención un grupo de niños. No era extraño
ver grupos de escolares en aquel parque. Se entretuvo en observarlos. Eran
muy pequeños, seguramente no tendrían más de tres años. Parecían igual
de felices que él por poder disfrutar de un poco de sol.
No habría más de veinte, claramente separados en dos grupos.
Sonrió al ver a las profesoras intentando llamar la atención de los más
despistados. Esa profesión requería altas dosis de paciencia. Una de ella
agitaba los brazos… ¡Un momento! ¿Emma?
Estaba casi convencido de que se trataba de ella, pero la distancia
le impedía estar totalmente seguro. Se levantó lentamente y se dirigió a
unos árboles que quedaban a su derecha; desde allí podría observarla
mejor.
Ataviada con una bata de cuadros de colores bajo una chaqueta,
movía los brazos y se inclinaba de vez en cuando para dirigirse a los niños.
Era ella, no había duda. La nueva visión, detrás del árbol, le permitió
confirmarlo.
Jaime no quería que lo viera por nada del mundo, así que se
arriesgó a cruzar entre los árboles para refugiarse en otros, cuyo grosor
equivalía a dos cuerpos como el suyo. Desde allí podría seguir
observándola sin que hubiera posibilidad de ser descubierto.
La curiosidad era más fuerte que su voluntad, solo así podía
explicar que se encontrara escondido detrás de un árbol observando a la
chica del tren. Así es como la llamaba Olivier cuando quería gastarle
alguna broma, así que «Emma» había pasado a segundo plano.
Emma dio un pequeño salto, algo cómico, y se sentó en el suelo.
Ocultó el rostro entre sus manos llamando la atención de los pequeños que
corrían y saltaban sin seguir ningún tipo de orden. Unos segundos después,
los pequeños se fueron acercando hasta hacer un corro completo alrededor
de su profesora, ocultándola de la visión de Jaime. Los niños, con
expresión de asombro, intentaban apartarle las manos de la cara a su
afligida profesora y le preguntaban todos a la vez qué era lo que le ocurría.
Emma, muy despacio, fue despejando su rostro. Se dirigió a los
pequeños informándoles de algo que Jaime no consiguió escuchar. En unos
pocos segundos los pequeños corrieron en dirección a las mochilas
amontonadas en el suelo, que había a escasos metros de allí, y regresaron
portando algo en las manos, seguramente un almuerzo, y se sentaron en el
suelo con orden y calma.
Emma parecía satisfecha del resultado, a juzgar por su sonrisa. Se
levantó y les dijo algo que a Jaime le pareció un halago o felicitación, por
la forma en que aplaudía y por los rostros de los pequeños.
Jaime sonrió. No podía creerse lo que acababa de ver. La habilidad
con la que había calmado a aquel grupo de diablillos descontrolados.
Presenciar aquello le removió algo por dentro. ¿Por qué le había
dicho que no era profesora? Recordaba haberle preguntado y haberlo
negado. Seguramente sería como él, que no le gustaba que le hicieran
preguntas personales. Una sensación de ternura le invadió por completo.
Aquello sí que era desconcertante. ¿Qué tenía esa mujer que siempre
conseguía aparecer de una forma inesperada y alterar algo en él?
Decidió que era hora de marcharse cuando le llamó la atención el
movimiento brusco de Emma y la carrera que emprendió detrás de un
pequeño que se había alejado y no dejaba de correr. Emma gritaba ante la
atención de los pequeños y de otra profesora que salió también tras ella.
Jaime la siguió. Se fue ocultando entre los árboles hasta quedar a
una altura privilegiada que le permitió contemplar el desenlace de aquella
carrera.
Emma cayó de rodillas al suelo alargando el brazo para impedir
que el pequeño se metiera en un gran charco de agua embarrado, pero no
llegó a tiempo. El pequeño se llenó hasta la cintura y Emma acabó de
barro hasta el cuello, nunca mejor dicho.
La segunda profesora llegó al rescate, aunque demasiado tarde,
intercambió unas palabras con Emma, cogió al niño de la mano y se lo
llevó mientras, a juzgar por su expresión, le reñía por su travesura.
Emma se desprendió de la bata, la hizo un ovillo y aprovechó las
partes no dañadas por el barro para retirar con ella los restos de barro que
había en sus piernas.
Aquella imagen perturbó a Jaime. A pesar de tener el pelo
salpicado de barro, las piernas prácticamente rebozadas de él, las mejillas
tiznadas y la expresión de repugnancia en su rostro, era una mujer
realmente bonita.
Dudó entre acercarse a ella o desaparecer sin ser visto. Optó por la
segunda, principalmente porque estaba deseando salir allí para dar rienda
suelta a las carcajadas que llevaba conteniendo varios minutos.
Con alguna dificultad salió de su escondite y desapareció en
dirección a la calle principal que había junto al parque para dirigirse al
hospital.
En los diez minutos que duró el trayecto, a pie, no dejó de reír.
Emma…
10
El fin de semana no iba a ser muy relajado, pero era lo que menos
le importaba a Emma en ese momento. Por fin un nuevo hogar, uno para
ella sola.
El día anterior había madrugado y había dedicado todo el día a
instalarse en su nuevo apartamento. Solo le quedaba realizar un viaje a
casa de Blanca, solo uno.
En un principio había decidido abandonar a su suerte la caja que
contenía los recuerdos de Álvaro, pero el sentido común se impuso y
decidió ir a buscarla, cualquier contenedor de basura que encontrara por el
camino le ayudaría a la hora de desprenderse de ella, y Blanca tendría
espacio para colgar dos o tres esqueletos más.
De camino, sonriendo por su ocurrencia, escuchó el sonido de su
móvil y conectó el altavoz.
Se sorprendió al escuchar la voz de Héctor, un profesor del colegio
con el que tenía una buena relación. En realidad nadie podía no tenerla,
Héctor era una de las mejores personas que había conocido en su vida. Los
niños lo adoraban. Era el profesor de Educación Física. ¿Para qué la
llamaría un domingo?
—Hola, Emma —dijo con su característica amabilidad.
—Hola, Héctor, ¿qué tal estás?
—Quiero comentarte algo, disculpa que te llame un domingo, pero
creo que es importante.
—No te preocupes, voy a buscar la última que me tengo que llevar
a mi nuevo apartamento, ya te dije que me mudaba.
—Sí, lo sé, si necesitas ayuda puedes contar conmigo.
—Gracias, pero ya casi he terminado. Dime, ¿de qué querías
hablarme?
—Bien, es que… No debería decirte esto, pero lo he sopesado y
prefiero que lo sepas antes que te lo digan, para que vayas preparada.
—Dime —pidió Emma inquieta.
—Han presentado una queja sobre ti, ya sabes de quién se trata.
—¿Una queja? ¿La madre de Marcelo?
—La misma.
—Esa mujer presenta quejas todos los días. Hace unos días le tuve
que decir unas cuantas cosillas, como te conté. Me tachó de incompetente
porque su hijo se había llenado de barro en la excursión.
—Sí, lo sé, el caso es…
—Le entregamos la bolsa con la ropa manchada, como hacemos
con cualquier niño, y me dijo que teníamos que haberla llevado a la
tintorería o haber sido más competentes. No pude aguantarme, esa mujer
es insufrible…
—Lo sé, Emma, pero ha exigido responsabilidades al colegio.
—¿Qué quieres decir?
—Que no pinta bien, se ha quejado de tus formas al hablarle y…
ha amenazado al colegio con denunciarlo por permitir que los niños vayan
acompañados de personal no docente, y…
—¿Qué? Pero si siempre se ha hecho así. Los pequeños requieren
refuerzo y siempre hemos lo hemos hecho las secretarias, algún padre o
madre.
—Lo sé, solo quería que estuvieras informada cuando te hable del
tema Ariadna y no te pille por sorpresa. Igual te pide que le pidas
disculpas, ¡ya sabes!
—Héctor, ¿de verdad la tienen en cuenta?
—Créeme si te digo que no sé hasta dónde ha llegado el asunto,
pero sé que mañana te lo comentarán y he creído que debes saberlo. Yo me
enteré el viernes por la tarde.
—Vale, Héctor, pues entonces te lo agradezco, hablaré con
Ariadna. Ya se lo comenté el día del incidente, pensaba que ese tema
estaba aclarado.
—Todo irá bien. Suerte con la mudanza.
—Gracias, Héctor.

Emma sintió, nada más colgar, que Héctor no le había dicho todo
lo que sabía, aquello no pintaba bien, aunque no entendía que hubieran
pasado tantos días y nadie le hubiera dicho nada al respecto. La directora,
Ariadna, se mostró comprensiva cuando le explicó el incidente que había
tenido con esa mujer. Llegó dando gritos y llamándola incompetente: esas
nos son formas de dirigirse a nadie. El niño se había manchado de barro y
le cambiaron de ropa, como se hacía siempre que ocurría; todos tenían
ropa de recambio que los padres se encargaban de hacerles llegar.
Había insistido que no eran formas de entregarle la ropa. ¿Qué
esperaba? ¿Que se la dieran doblada y planchada tras pasar por la
tintorería? Pues sí, eso era lo que pretendía. No dejaba de quejarse de que
la ropa era inservible y de que no habíamos estado pendientes de su hijo,
ya que era el único que se había manchado de barro.
Era raro el día que no se presentaba en la recepción reclamando
algún objeto perdido que ella calificaba como robo: un gorro, unos
guantes, una bolsa de almuerzo…
Era la presidenta del Consejo Escolar y la esposa de un constructor
que de vez en cuando se ofrecía a hacer algunas reformas en el colegio de
forma gratuita y «desinteresada».
¡Menuda arpía! Cuando llegó al colegio ya le advirtieron sobre
ella, ya que tenía otro hijo, mayor que Marcelo, y llevaba unos años en el
colegio. ¡Qué mujer más insufrible! El curso anterior fue insoportable,
pero había albergado la esperanza de que ese nuevo curso fuera distinto,
pero se había equivocado. Acababan de empezar el curso y ya aparecía esa
mujer fastidiando todo lo que podía y más.
Pensó en el tono de voz empleado por Héctor… El hecho de que la
llamara un domingo…
En el mismo momento en que sacó a Marcelo del charco de barro
intuyó que aquello tendría consecuencias, no por el incidente en sí, sino
por la actitud de su madre. Era curioso, pero el día que le anunciaron la
salida con los pequeños al parque intuyó que no debía ir. Ojalá hubiera
surgido algún trámite especial y hubieran contado con otra compañera.
Claro que de haber sido así no habría visto al doctor infiel escondido
detrás de un árbol observando sus movimientos. ¿Qué hacía en el parque?
Ese hombre tenía la capacidad de alterarla, de removerle algo por dentro.
Esos ojos eran tan… Tenía que reconocer que era increíblemente atractivo.
Pero también era un perfecto arrogante, todavía no había olvidado el
incidente del día que murió María… ¡Pobre chica! ¿Por qué reaccionó de
aquella manera el doctor? Se indignó porque estaba en una sala esperando
noticias del estado de salud de una desconocida, pero luego se esconde
detrás de un árbol para observarla… ¡Un hombre raro!
El recuerdo de Jaime la hizo sonreír amortiguando la inquietud que
había provocado la información de Héctor.
Al día siguiente hablaría con Ariadna y lo aclararía todo.
Seguramente había comentado el incidente con Héctor en su tono
dramático habitual y Héctor le había dado más importancia de la que tenía.
No la iban a despedir por esa tontería, al fin y al cabo solo había sido un
incidente con una madre insoportable. Tendría que haber sido la directora
la que le bajara los humos a esa mujer, hacía tiempo que debería haberlo
hecho.
Solo faltaría que la despidieran por ese asunto.
La seguridad con la que planteaba sus argumentos desapareció
cuando recordó que su contrato vencía en pocas semanas. No había
pensado en ello. El colegio no le había informado de su renovación y ya
debería haberlo hecho. Seguramente había tiempo suficiente, esa debía ser
la explicación. No recordaba el día exacto, excepto que era a finales de
septiembre, recordaba que se había incorporado, dos años atrás, cuando el
curso ya estaba empezado. Tenía que ser positiva. Al día siguiente lo
aclararía todo.
Emma detuvo el coche frente a la casa de Blanca. A pesar de sus
esfuerzos por calmarse presentía que algo no iba bien, pero no tenía más
remedio que intentar apartarlo de su cabeza, debía centrarse en su nuevo
apartamento o no terminaría nunca de instalarse. Unas pocas horas y
podría empezar a disfrutar de su nuevo y colorido hogar.
Bajó del coche y calculó la distancia hasta el contenedor más
cercano, el nuevo hogar de la caja de Álvaro.

Emma llamó al timbre dos veces, pero no obtuvo respuesta, así que
decidió utilizar la llave que aún conservaba. Si blanca no estaba en casa
volvería otro día para entregársela.
Entró en el salón y encontró a Blanca tumbada en el sofá, de lado,
en una postura que parecía algo incómoda. Nunca antes la había visto así.
¿Habría salido por la noche y habría bebido? No. Solo había pasado fuera
una noche, Blanca no podía cambiar tan rápidamente sus hábitos.
La caja estaba en un extremo del salón, tras el sofá. Dudó si debía
o no despertar a Blanca, pero ya eran las doce de la mañana, no quería
marcharse sin decirle adiós.
Se acercó a ella y algo llamó su atención, algo que Blanca tenía en
el regazo. Era un bote de pastillas abierto, vacío. Algunas de ellas habían
rodado por su cuerpo y algunas estaban esparcidas por el suelo.
Se alarmó. Cogió a Blanca y la movió lentamente.
—¡Oh, Dios mío! ¡Blanca! —La zarandeó al ver que no despertaba
— ¡Blanca, despierta!
No necesitó preguntarse qué estaba pasando. Movió el cuerpo de
Blanca hacia un lado. Era como mover un muñeco. Acercó su cara a su
pecho para escuchar su respiración.
—Aún respira—gritó con el rostro desencajado.
Cogió su bolso y buscó su teléfono móvil. No era fácil, su mano no
dejaba de temblar.
—¿Emergencias? Por favor, necesito una ambulancia. Aún
respira…
Esperó la llegada de la ambulancia, sin colgar, tal y como le pidió
la voz que se encontraba al otro lado del teléfono, la misma que le pidió
calma y que le dio instrucciones para respirar profundamente.
Llevada de la inercia, sin pensar, se dirigió a la puerta de entrada.
No podía hacer nada por Blanca, excepto esperar junto a la puerta para
abrirla con rapidez cuando llegaran los médicos; algo en su interior le
gritaba que ellos tampoco podrían hacer nada por Blanca.
Doce minutos, ese fue el tiempo que tardó en sonar el timbre.
11
Las marcas del agua al pasar por el viejo canalón oxidado,
deslizándose a lo largo de la fachada del edificio de enfrente, sumadas a
las pequeñas ventanas, la mayoría con las persianas desplomadas,
constituían la totalidad de elementos que se podían ver desde la ventana
del salón de Emma.
«Debería haber prestado más atención a esos detalles. ¡Menudas
vistas!», se dijo sin apartar la vista del paradisiaco paisaje. Suspiró y
abrazó con las manos la humeante taza de té.
En otro momento habría terminado muerta de la risa por su
elección, o probablemente encontrando algún pensamiento positivo que la
habría reconfortado para aceptar que solo era un pequeño inconveniente en
su nuevo hogar y que no debía darle importancia. Pero eso solo habría
ocurrido en otro momento, quizás quince días antes… Antes de que Blanca
se fuera para siempre.
Encendió la pequeña lámpara de pie que días atrás había colocado
con ilusión. Había escogido para ella un rincón entre el sofá y la pared; un
rincón perfecto para para pasar horas leyendo.
Se acomodó en el sofá, apartando la mirada de la ventana y se
bebió el té de un solo trago. Nada la reconfortaba en ese momento, pero al
menos podía evadirse en sus pensamientos con calma por primera vez en
catorce días, los mismos que Irene había permanecido en su casa.
Acababa de recibir un mensaje de ella indicándole que ya había
llegado a su destino, a Barcelona. Una nueva etapa, una que tendría que
afrontar aceptando que su hermana ya no estaba en su vida, ni en ninguna.
En dos días debía incorporarse al trabajo. Se había visto obligada a
presentar una baja médica. No le había resultado complicado convencer a
su médico de que necesitaba unas semanas de reposo después de haber
perdido a una amiga y haber presenciado una escena como la que
presenció, pero en realidad el motivo de presentar esa baja había sido para
poder estar junto a Irene.
Ariadna se había mostrado muy comprensiva y no le había
mencionado el asunto del que le habló Héctor. No era el momento, estaba
claro, pero la directora no siempre empleaba la sutileza como fondo en las
conversaciones.
Se giró de nuevo hacia la ventana. Por sombrías que fueran las
vistas se sentía atraída hacia ellas, seguramente en un intento de buscar
sensación de espacio.
«Mala elección», se dijo de nuevo pensando en las vistas.
Las prisas por marcharse de casa de Blanca habían impedido que
prestara atención a ese tipo de detalles. ¡Ojalá no hubiera tenido tanta
prisa! Blanca seguiría viva. Unos días más en aquel lugar y seguro que
habría podido impedir que se quitara la vida tomándose un frasco de
pastillas. ¿O no?
Su mente, una vez más, retrocedió al día en el que falleció.
Comunicárselo a Irene fue lo más doloroso que recordaba haber
hecho en toda su vida. En un principio le habló de mucha gravedad, no
creyó prudente decirle que ya no se podía hacer nada por ella sabiendo que
le esperaba un largo viaje.
Blanca había fallecido unos minutos antes de llegar al hospital, sin
embargo tardaron una eternidad en comunicárselo. Uno de los médicos,
poco antes de llevarse a Blanca, le recomendó que se tranquilizara e
intentara llegar al hospital por sus medios. Aceptó porque en el estado en
que se encontraba hubieran tenido que atenderla también a ella. Nunca
imaginó que en ese trayecto la vida de su amiga se detendría.
Blanca había muerto en una ambulancia, sola. Días atrás había
acompañado a María, una desconocida, pero no lo había hecho con su
amiga. Pensar en ello le removía algo por dentro.
Una cantidad letal de pastillas. Eso es lo que indicaba el informe
de la autopsia, aunque con otras palabras. No fue una sorpresa que esa
fuera la causa, había visto el bote en su regazo con sus propios ojos, pero
sí que correspondieran a unos somníferos que le había prescrito su médico
de familia dos días antes.
Irene había mencionado en algún momento que Blanca podía
haberse confundido. No quiso contradecirla y guardó silencio, Irene no
estaba en condiciones de razonar. Pero ¿quién se toma un bote de pastillas
por error?
El tiempo que esperó no lo recordaba, pero sí el momento en el que
se armó de valor para entrar en la habitación y enfrentarse a la visión de su
cuerpo.
Aquella imagen quedaría grabada en su memoria para siempre. Sin
aquel maquillaje siniestro y sin sus oscuras prendas de vestir, Blanca
parecía la muñeca de porcelana que siempre había sido. Se veía tan
menuda, tan frágil…
Le llamó la atención el tatuaje de su hombro. No recordaba haberlo
visto nunca ni que ella lo mencionara; no parecía reciente. Ni siquiera su
hermana tenía conocimiento de él. La imagen era escalofriante: un pájaro
con expresión de terror, con los ojos desencajados, envuelto en llamas,
intentando cubrirse con unas gigantescas alas. No lo recordaba con detalle,
pero sí la impresión que le produjo aquella imagen tan aterradora. ¿Qué
significado tendría para ella? Si ya era difícil comunicarse con ella
mientras vivía, averiguar algo después de su muerte iba a ser
prácticamente imposible.

Emma se levantó y se preparó otro té, si era posible y no se


olvidaba, intentaría saborearlo en vez de bebérselo de un trago como había
hecho con el anterior.
Al verter el caldo en la taza, el tono verdoso que desprendió trajo a
su mente, a la velocidad de la luz, otra tonalidad verdosa que había
acaparado su mente en los últimos días.
Era uno de los pocos momentos que recordaba con total nitidez.
Necesitaba un abrazo al salir de la habitación donde se encontraba el
cuerpo sin vida de Blanca, un abrazo fuerte y cálido, pero a cambio solo
encontró la fría mirada del médico infiel que apareció como por arte de
magia.
«Como me gustaría tenerlo delante ahora mismo para abofetearlo»,
dijo en voz alta con rabia al recordar lo ocurrido.
Todavía no entendía qué clase de hombre, y más siendo médico,
podía comportarse de la forma en la que él lo hizo. Sus palabras volvieron
a retumbar en su cerebro provocando que se bebiera de un trago el té:
—¡Emma! ¿Qué ha sido esta vez?—comentó parado frente a ella
—. ¿Un atropello? ¿Has socorrido a alguien más?
Ella no apartó la mirada, pero guardó silencio. Era imposible que
pudiera salir algo de su boca.
—Da miedo acercarse a ti, siempre hay una tragedia
sobrevolándote.
Antes de que siguiera con su cínico monólogo las puertas de la
habitación en la que se encontraba Blanca se abrieron seguidas de dos
sanitarios que empujaban una camilla. No pudo seguir mirando. Se tapó
los ojos con una mano y empujó a Jaime con la otra para que se apartara
de su camino. Desapareció por el pasillo en dirección contraria corriendo
como no lo había hecho en años.

«Valiente estúpido», exclamó al recordar.


¿Cómo podía ser un hombre tan arrogante para atreverse a hablarle
de aquella forma sin saber por qué estaba allí? ¿Pero que se creía aquel
médico? ¿Pensaba que ella vivía en el hospital encontrándose a gente
accidentada por la calle?
Ojalá no volviera a verlo nunca más porque de hacerlo sería capaz
de lanzarse sobre él y morderle en la yugular hasta que sangrara y….
pero… ¿qué estaba pensando? ¿Desde cuándo era tan sádica?

Una hora después pensó que hubiera sido mejor seguir con la idea
de destrozar con la imaginación al médico infiel. Había apartado esos
pensamientos para centrarse en el vacío y la impotencia que le había
dejado la muerte de Blanca y no había sido muy buena idea. Dolía.
Una tras otra aparecieron las imágenes de aquellos días. La policía
interrogándola sobre el estado mental de Blanca en los últimos días y
sobre lo sucedido, la autopsia, el dolor desgarrador de Irene, su mirada
cuando le dijo: «¡Te dije que tenía algún problema!», la búsqueda sin éxito
de una nota de despedida, los trámites del funeral, la despedida de Irene…
Se había comprometido con ella a recoger todas las pertenecías de
Blanca y a depositarlas provisionalmente en algún trastero alquilado hasta
saber qué hacer con ellas. Irene no estaba preparada todavía para
enfrentarse a los objetos personales de su hermana.
Parte de ese encargo ya lo había realizado. Solo quedaba ocuparse
de sus cuadernos de dibujo y de hacer desaparecer la decoración de la casa.
No podía entregar las llaves a la casera en ese estado.
Recordó algo que le había llamado la atención y se dirigió a su
dormitorio para buscarlo. Eran los documentos que indicaban que Blanca
había causado baja voluntaria en la última empresa en la que había
trabajado.
En el momento de su muerte hacía más de cinco meses que no
trabaja y ella no se había dado ni cuenta. ¡¡¡Cinco meses!!!
Blanca mantuvo silencio al respecto. Aunque no hablaba, cada día
fingía ir al trabajo, o al menos eso es lo que ella interpretaba. ¿Por qué?
¿Qué le habría ocurrido? Ella adoraba su trabajo, al menos eso era lo que
decía Irene. No la habían despedido, aquel documento dejaba bien claro
que era ella la que había decidido marcharse.
Blanca sería siempre un misterio. Pero si algo tenía claro es que
dedicaría un tiempo, antes de vaciar su casa, a husmear entre sus
pertenecías en busca de alguna pista que le indicara el motivo por el que
había decidido acabar con su vida.
En el funeral solo había dos personas: Irene, y ella. Ni compañeros
de trabajo ni familia ni amigos. Habían descartado dar aviso en el trabajo
cuando comprobaron que hacía tiempo que ya no trabajaba allí, y respecto
a los amigos… Si existían, no los conocían. La agenda de su nuevo móvil
era inexistente: solo su teléfono y el de Irene.
Emma se dejó caer en el sofá y planeó mentalmente acudir a casa
de Blanca al día siguiente para acabar con aquello de una vez por todas.
No podía seguir recreando esas imágenes en su cabeza.
12
Jaime se levantó de un salto del banco del parque en el que llevaba
sentado más de media hora. Falsa alarma. Por un momento creyó que el
grupo de escolares que accedían por una de las puertas laterales serían los
alumnos de Emma.
Era la tercera vez que acudía en una semana para disfrutar de la
calma que ofrecía aquel oasis de árboles dentro de la ciudad. Pero ¿a quién
quería engañar? Había acudido con la esperanza de encontrarla. Desde que
la vio en el hospital no había podido apartar de su mente su mirada, el
brillo que reflejaban sus ojos al borde de las lágrimas, y su expresión de
asombro al escuchar sus desafortunadas palabras.
No dejaba de pensar en ello. Por vueltas que le diera, no
conseguiría entender por qué se había comportado de aquella manera tan
cínica y, en cierto modo, cruel. Él no sabía los motivos que la habían
llevado hasta allí, pero eso no justificaba su actitud.
Todavía se le erizaba el vello cuando Marga, la doctora Torres, la
psicóloga, le puso al corriente de lo sucedido. En un momento pensó en
correr tras ella, le había impresionado la fuerza con la que lo empujó, pero
la intervención de Marga hizo que se centrara en sus palabras.
Había dedicado algunos ratos libres durante su jornada, aunque
escaseaban, a hablar con el doctor Miguel Barrios, el que se encargó de
Blanca cuando ingresó en el hospital. Tenían una buena relación y no le
costó mucho que le narrara la reacción de Emma cuando le dio la noticia.
¿Por qué le interesaban esos detalles? Quizás era una forma de entender
qué clase de mujer era y qué relación tenía con la fallecida, puede que en
un intento de encontrar algo que le reconfortase después de las palabras
que le dedicó. O simple curiosidad, o… algo que no tenía explicación.
Nunca le había ocurrido algo parecido con nadie. ¿Pasar de sacarlo de
quicio a hacerlo reír con tanta facilidad? No, eso nunca se había producido
anteriormente.
El relato de Miguel no había conseguido que se sintiera mejor ni el
de Marga tampoco, al contrario, solo le había creado un vacío molesto en
el estómago del que aún no había conseguido desprenderse.
También le habló de su única familia: una hermana. Se desplazó
desde Barcelona cuando le comunicaron la terrible noticia, y había tenido
que ser atendida tras ver el cuerpo de su hermana.
Un sinfín de detalles que jamás habría elegido escuchar por
voluntad propia, pero que necesitaba para hacer las paces consigo mismo.
Pero no lo consiguió, se sintió peor que nunca. Su granito de arena, el que
aportó hablándole con aquel cinismo, no debía ser lo que necesitaba Emma
en aquel momento.
Un suicidio. Veintitrés años.
En ningún momento le habría hablado así si hubiera sospechado
que se trataba de una tragedia. ¡Qué desafortunados fueron sus
comentarios!
Se interesó todo cuanto pudo por aquel historial hasta descubrir la
dirección que le interesaba. Era la misma a la que había llevado a Emma el
día que atropelló el perro.
En las dos semanas que habían trascurrido no había dejado de
pensar en ella. Había evitado llevárselo a casa para esquivar las bromas de
Olivier, aunque no había podido dejar la sombra de la duda en él,
principalmente cuando le había propuesto una cita con alguna de sus
amigas y él se había negado. Por suerte, Olivier, que lo conocía bien, no
había insistido demasiado, pero Jaime sabía que en cualquier momento
rompería su silencio.
No debió contarle la historia de Emma, solo había conseguido
dejarla a ella por una loca, y Jaime, por alguna razón que en ese momento
desconocía, se sentía incómodo etiquetándola de aquel modo. Ya ni
siquiera le daba importancia al incidente en el tren, hasta le parecía
gracioso.
Seguía sin perdonarse su falta de sensibilidad. ¿Qué le había
ocurrido? Todos sus encuentros habían sido accidentados, pero eso no le
daba derecho a juzgarla de aquel modo. El caso es que sus intenciones no
fueron dañinas, en realidad en su tono de voz solo había ironía y algo de
broma, no pensó que el hospital era un lugar habitual para él, no para ella.
Tendría que haberse dado cuenta.
Había acudido a la dirección que reflejaba el informe, sin éxito,
incluso se las había ingeniado para conseguir su número de teléfono, pero
no había atendido ninguna de las tres llamadas que efectuó. Bien pensado
ella no conocía su número de teléfono, y quizás fuera como él, que no
atendía un número si no se encontraba en su agenda.
Por otro lado, había tardado demasiado en decidir actuar para
localizarla, quizás si no hubiera esperado tanto habría sido diferente, pero
también era verdad que los primeros días, tras la muerte de su amiga
debieron ser los peores y no le pareció oportuno.
¿Qué podía hacer? ¿Olvidar el asunto y confiar que el destino los
volviera a unir en alguna ocasión, aunque fuera en una situación poco
realista? ¿Tanto le importaba esa mujer? No, no le importaba
excesivamente, pero le debía una disculpa y no iba a parar hasta conseguir
localizarla. Tenía que volver a intentarlo, de no conseguirlo siempre podía
recurrir a enviarle un maldito mensaje, a pesar de lo mucho que los
odiaba.
Aprovecharía el fin de semana para volver a su casa y probaría
suerte. Lo menos que podía hacer era disculparse.
13
Había dedicado más de cuatro horas a buscar entre todos los
cuadernos de Blanca, pero Emma seguía sin encontrar nada que llamase su
atención. Al menos los había ordenado en su mayoría y los había
introducido en cajas preparadas para ser almacenadas en el trastero.
No había sido tan complicado como en un principio se había
temido. Todos los cuadernos de dibujo estaban perfectamente ordenados
por fechas y por temáticas. Los más antiguos los había encontrado en las
estanterías del dormitorio de Blanca, todos ellos con ilustraciones
infantiles: hadas, princesas, ositos… Y los más recientes, los de los
últimos seis o siete meses, se encontraban en el salón, repartidos entre las
diferentes vitrinas que lo decoraban. Se podía encontrar de todo, desde
dibujos en blanco y negro, hasta dibujos en uno o varios colores; unos
terminados, otros abandonados sin ser acabados. El trabajo de mucho
tiempo. Sospechaba que algunos de ellos tenían relación con las empresas
para las que había trabajado, y muchos otros, la mayoría, debían ser de su
colección personal. Era raro no verla con un cuaderno de esos en las
manos.
¡Era una gran artista! ¿Por qué había elegido ese camino? A pesar
de su extraña manera de socializar, tenía un gran futuro por delante.
Incluso en su último trabajo, algo relacionado con piezas de arte, o joyas,
parecía estar contenta. No es que a ella le hubiera hablado jamás de su
trabajo, pero Irene se lo había mencionado en más de una ocasión. Pero
algo debió ocurrirle para que dejara su empleo.
Por momentos, sentía que aquella búsqueda era una pérdida de
tiempo y que debía guardarlos sin más. Pero presentía que entre todos
aquellos trazos podría encontrar algo que la podría conducir a entender lo
ocurrido. Si eso iba a ser de ese modo, todavía no se había producido. No
había nada que hubiera llamado particularmente su atención.
Alineó todos las cajas en la entrada del salón y miró a su alrededor.
Dos cajas más y podría salir por la puerta. Empezaba a creer que no era
buena idea seguir en aquel lugar. Si antes le daba escalofríos, en ese
momento todavía era peor.
Escuchó el timbre y se sobresaltó. Lo primero que pensó fue que
sería la dueña del apartamento, ya le había llamado un par de veces desde
que ella le comunicara lo ocurrido. Seguro que quería saber cuánto tiempo
tardaría en desocuparlo. Si era así, le recordaría que estaba pagado por
quince días más.
Abrió la puerta siguiendo su impulsividad habitual. Se quedó
petrificada al ver la figura del doctor infiel frente a ella. Durante unos
segundos se miraron sin pronunciar ni una sola palabra.
—Emma, no quiero molestarte —confesó Jaime al ver su
expresión de sorpresa—. Te pido unos minutos de tu tiempo.
—¿Unos minutos para….?—dijo ella con frialdad.
—Para disculparme.
Emma levantó una mano invitándolo a hacerlo.
—Siento mucho lo que le ocurrió a… Blanca.
—¿Y por qué lo sientes si no la conocías? —Había desprecio en
sus palabras y cierta ironía.
Jaime entendió que Emma estaba haciendo alusión al incidente en
el hospital, cuando acompañó a María, la chica que falleció.
—Imagino que ha debido ser duro —añadió ignorando su tono.
—¿Has llegado a esa conclusión? No entiendo por qué, no me
conoces.
—¿No me lo vas a poner fácil, verdad?
—¿Debería?
Jaime se pasó una mano por la cabeza y suspiró.
—Lamento mucho lo que te dije. Fue inoportuno y… no sabes
cuánto me he arrepentido. Te aseguro que no sabía nada de lo que estaba
pasando.
—Bastaba con preguntar. Con más o menos entusiasmo, pero… te
habría respondido.
—De verdad que lo lamento mucho. Necesitaba decírtelo. —La
miró fijamente.
Emma también lo miró. Aquellos ojos con una tonalidad verdosa
tan inusual parecían sinceros.
—En ese momento hubiera sido de agradecer un abrazo y no las
tonterías que dijiste —le recriminó Emma con el ceño fruncido.
—¿Quieres que te lo de ahora? —Sonrió como si fuera un niño
travieso y le guiñó un ojo.
A Emma aquella frase la hizo sonreír. No le hubiera gustado
hacerlo, pero por alguna razón que desconocía ya no estaba enfadada con
él.
—No.
—Entonces te debo un abrazo.
—Anótalo, si alguna vez lo necesito te lo pediré.
—A parte de pedirte disculpas también quería saber cómo estabas
—Se apoyó con una mano en la puerta.
—Estoy bien —Se cruzó de brazos—. Ya que estás aquí podrías
disculparte también por lo que me dijiste la vez anterior, cuando esperaba
a aquella pobre chica.
Él sonrió con cinismo.
—Lo haré si tú te disculpas por todo lo que me dijiste en el tren.
Emma sonrió de nuevo. Qué bien le estaba viniendo la visita del
doctor; últimamente no tenía muchas ganas de sonreír.
—Lo creas o no me arrepentí muchas veces de haberte dicho
aquellas cosas. Y si no recuerdo mal, ya me disculpé.
—Cierto. ¿Dejamos las disculpas? El caso es que todavía me
pregunto qué estabas haciendo en el hospital con una desconocida.
—Estaba siendo demasiado bonito, doctor —Intentó cerrar la
puerta pero él se lo impidió.
—Está bien, lo siento. No lo he planteado bien, me refiero a que…
—La encontré en la calle y no fui capaz de dejarla sola. Después
esperé, quería comprobar que estaba bien. Cuando me dijiste que había
muerto me impresionó mucho. No tenía familia y… me afectó. ¿Mejor?
—Mejor. ¿Me acompañas a tomar un café?
Emma estudió la respuesta unos segundos. No tenía tiempo de
analizarlo, pero poder seguir observando esos ojos y esas medias sonrisas
era lo único que le apetecía en aquel momento. Se apartó a un lado para
invitarle a pasar.
—Podemos tomarlo aquí.
Jaime asintió levemente con la cabeza y dio el primer paso para
acceder al interior. Emma le frenó bruscamente con la mano.
—No me hago responsable de todo lo que te pueda ocurrir cuando
entres.
Jaime abrió muchos los ojos y alzó las cejas.
—Lo entenderás cuando entres, doctor —le dijo con una sonrisa
forzada.
Jaime entró despacio. Le llamó la atención la oscuridad de aquel
lugar. Observó a su alrededor. Se encontraba en un pequeño pasillo. Por un
lado debía conducir a los dormitorios y por el otro al salón, tal y como
comprobó cuando Emma empujó una de las puertas que se encontraba
entreabierta. ¿Qué clase de lugar era aquel? Su altura le impedía pasar
libremente bajo todos los objetos que colgaban del techo sin chocar con
ellos. Buscó la mirada de Emma. Parecía tranquila.
—Dirijo una secta satánica —Emma, tal y como había supuesto
disfrutó al contemplar la expresión de desconcierto que el doctor no se
molestó en ocultar—. Nos reunimos aquí y adoramos al diablo.
Jaime, a pesar de lo mucho que ella se esforzó por no reír, supo
que le estaba tomando el pelo. La miró fijamente dedicándole media
sonrisa. La siguió hasta llegar al centro del salón y desapareció
anunciando que iba a preparar té.
Jaime no salía de su asombro al contemplar las paredes pintadas en
negro, incluso algunas partes del techo. Se fijó, horrorizado, en todos los
objetos propios de una película de terror. ¿Qué coño pasaba allí?
Emma volvió minutos después cargada con una bandeja. Jaime
estaba sentado en un extremo del sofá sin dejar de mover la cabeza
observando toda la estancia. Quería que Emma le explicara algo respecto a
lo que estaba viendo, pero decidió empezar por algo más suave. ¿Y si no
estaba bien de la cabeza? ¿Dónde se había metido?
—He venido varias veces, pero no te he encontrado. Pensé que un
domingo sería más fácil —dijo él aceptando la taza de té que le ofrecía.
—No me has encontrado porque no vivo aquí. Aquí vivía Blanca.
Yo solo estuve aquí un pequeño tiempo. Me fui unos días antes de su
muerte.
—¿Entonces esta no es tu casa?
—No. Menudo alivio, eh, doctor. Mira que si estás tomando té con
una psicópata…
Jaime soltó una carcajada.
—¿Por qué…? —preguntó él señalando las paredes.
—No siempre fue así. Un buen día cambió toda la decoración y la
dejó como la ves ahora.
—¿Antes no era así?
—Siempre había sido bastante reservada e introvertida, apenas
hablaba y no tenía vida social de ninguna clase, al menos que yo sepa, pero
su casa era… normal y su aspecto también, hasta que decidió cambiarlo.
—¿Por qué decidió acabar? ¿Tenía problemas? —Al ver que ella
bajaba la mirada se disculpó—. Perdón, no debería preguntarte sobre ello.
—No lo sé —Negó con la cabeza—. Mira a tu alrededor. Antes
pensaba que era una forma más de expresar su extraña personalidad, ahora
ya no sé qué pensar. Como te he dicho, un buen día convirtió este lugar y
su aspecto en un escenario de terror, y sigo sin saber por qué.
—¿Y dices que viviste aquí?
—Sí —sonrió al ver la incredulidad con la que se lo preguntó.
—Leí el historial. Debió ser duro encontrarla en ese estado.
—Lo fue, justo ahí, donde tú estás sentado.
Jaime sonrió.
—Buen intento, Emma. Soy médico, no me impresiona la muerte
con facilidad.
Emma se ruborizó. Jaime, desde que entró por la puerta, la había
hecho sentir más vulnerable de lo que en realidad era.
—Llegué tarde. La encontré porque volví a buscar una caja, pero…
—No caigas en eso.
—Es difícil. Me habría gustado ayudarla, pero no pude, ni siquiera
sé qué le podía pasar.
—¿Has hablado con sus amigos?
—No tenía amigos.
—¿Y sus compañeros de trabajo? ¿Vecinos? ¿Familia?
—No había nadie, y dejó su trabajo hace algunos meses.
—¿Tiene una hermana, cierto? Lo leí en el historial.
—Su hermana no sabe nada, igual que yo. Está destrozada.
—Leí que ya vivió con ella un episodio similar, aunque aquella vez
fue otro el desenlace.
—¿De qué estás hablando?
—No era la primera vez que intentaba…
—No, estás equivocado, ¿de dónde has sacado eso?
Jaime no quiso seguir hablando de aquello, estaba claro que Emma
lo desconocía. Esperaba no haber metido en exceso la pata, al fin y al cabo
era una información confidencial.
—Vaya, lo siento, lo he debido confundir. Estaba convencido de
haberlo leído, pero debe tratarse de otra persona.
Emma no dijo nada, pero asintió con la cabeza suavemente. Algo
le decía que el doctor sabía más de lo que decía. Jaime le sorprendió con
una nueva pregunta:
—¿Estabais muy unidas?
Emma le dio una breve explicación del tipo de relación que las
unía, así como una pequeña descripción de la personalidad de Blanca.
—Veo que te estás encargando de recoger sus cosas.
—Sí, su hermana no se ve capaz de hacerlo —aclaró ella señalando
las cajas amontonadas y los cuadernos que aún yacían en el suelo.
—¿Puedo? —preguntó él acercando una mano hacia uno de ellos.
Ella asintió con la cabeza.
—Vaya, era muy buena. Son preciosos. ¿Quieres que te ayude?
Parece que aún te quedan cosas por empaquetar.
—Solo me quedan un par de cajas. Me iría bien que me ayudaras a
bajarlas, debo llevarlas a un trastero.
—Cuenta con ello.
—¿Mas té?
—No, gracias.
—Puedes decirlo, doctor, está asqueroso.
—¿Y por qué me lo has ofrecido?
—Porque tienes pinta de no tomar té y pensé que no lo notarías.
—Soy de café.
—Ya, pero no hay. Cuando me fui me lo llevé, Blanca no tomaba.
—¿Por qué te fuiste?
—Curioso eres un rato.
—Mucho.
—Era algo provisional, hasta que me entregaran mi apartamento.
—¿Y ya te lo han entregado?
—No, duermo debajo de un árbol —Jaime se echó a reír—.
Hablando de árboles. Te vi el otro día en el parque —confesó Ella
mirándolo fijamente a los ojos.
—¿Me viste?
—Sí. Te vi salir de detrás de un árbol —Fingió ojear un cuaderno
—. Eso no está bien doctor.
—Solo quería…
—Siempre les digo a los niños que esa es la última opción; se debe
buscar siempre un baño.
—¿Cómo? —le preguntó con la boca abierta—. ¿Crees que estaba
allí para…?
Ella se echó a reír al contemplar su ligero rubor.
—¿Qué hacías, entonces?
—Fui a dar un paseo y aproveché para almorzar. Te vi, no quería
que me vieras y me escondí para observar.
—Eso también le diría a los niños que es de mala educación.
—Lo entenderían si conocieran nuestra historia.
—¿Tenemos una historia, doctor?
Jaime sonrió.
—¿Por qué me dijiste que no eras profesora? Una vez te lo
pregunté, cuando nos dirigíamos al colegio.
—Es que no lo soy. Solo ayudo a los profesores cuando tienen una
salida con los más pequeños.
—¿Qué haces en el colegio?
—Fotocopias. Lo alterno con la dirección de la secta satánica.
—No me costaría creerlo, te pega.
Ella le dio suavemente con el codo.
—Me hubiera gustado decirte algo ese día, pero no me pareció
oportuno. Estabas trabajando.
—Hiciste bien. Habría sido capaz de mostrarle a los niños una
escena que seguro les hubiera traumatizado de por vida.
—¿Algo agresivo? —preguntó él sonriendo.
—Sí, agresivo y cruel.
14
La siguiente hora la dedicaron a recoger los últimos cuadernos.
Jaime iba ojeando alguno de ellos al tiempo que los introducía en una caja.
—Le gustaban los diamantes —afirmó al ojear un cuaderno cuya
páginas mostraba diferentes joyas con diamantes. Jaime se acordó de
Adrien y de Olivier en ese instante.
—Debe ser algo de trabajo —exclamó Emma continuando con su
tarea.
—Y también los…
Jaime se fijó en uno de los dibujos que había entre un cuaderno.
Parecía fuera de su lugar. Cuando lo tuvo más cerca tuvo que tragar saliva
para aliviar el nudo que se había hecho en su garganta. Miró en dirección a
Emma esperando que hubiera la suficiente distancia. Por suerte no lo había
escuchado. Cuando comprobó que estaba entretenida, aprovechó para
observarlo más de cerca. Era el retrato de Emma, desnuda, tumbada en una
cama. Su larga melena estaba esparcida entre su espalda y su pecho.
Siempre la había visto con el cabello recogido en una coleta alta y ese
detalle le llamó la atención. Pero no fue lo único. Volvió a mirarla a ella y
volvió al dibujo. Su pecho…
«¡Maldita sea!», se dijo al sentir su erección.
Con un movimiento rápido colocó el dibujo en una estantería y
continuó con su labor.
Solo quedaban dos cuadros colgados en la pared que mostraban la
figura de la muerte personificada a través de una mujer que portaba una
hoz y una horrible cabellera compuesta por serpientes.
—¡Emma! ¿Conocías esto? —preguntó señalando el dibujo que
mostraba la pared tras descolgar uno de esos cuadros.
Ella se acercó muy despacio.
—Es el mismo que llevaba tatuado en el hombro. Lo vi por
primera vez el día que murió.
—¿Llevaba este dibujo tatuado?
Emma fue a buscar su móvil y fotografió el dibujo.
—Es espantoso, da miedo. Un pajarraco envuelto en llamas.
—Yo diría que es el Ave Fénix, aunque una versión algo
espeluznante.
—¿El Ave Fénix?
—Sí, ya sabes, el que renació de sus cenizas.
—Sí, lo conozco, es solo que no lo había visto de ese modo, este
parece monstruoso.
—Es curioso que se tatuara un símbolo de inmortalidad, de
resurrección, de…
—Y se quitara la vida, ¿no?
—Bueno, no debería haber dicho…
—No te preocupes.
Esas palabras impactaron en Emma de una forma brusca. Esa ave
no tenía nada que ver con Blanca. Resurgir, volver a empezar… ¿Era eso
lo que ella quería? Entonces ¿qué problema tenía como para hacer lo que
hizo?

Cuando estaban a punto de terminar, Emma recibió una llamada


que atendió con una sonrisa.
—Hola, Héctor
Jaime solo escuchó el saludo. La observó mientras ella se alejaba
buscando intimidad en el otro extremo del salón.
Conforme hablaba, su rostro se iba ensombreciendo. Emma buscó
con la mirada y localizó un lugar donde poder apoyarse dándole la espalda.
A Jaime le pareció que su voz estaba entrecortada y que solo
pronunciaba monosílabos en señal de asentimiento. ¿Quién sería ese tal
Héctor? ¿Su novio?
Tras unos minutos que se le hicieron eternos colgó la llamada.
Jaime habría jurado que hizo varios movimientos antes de darse la vuelta
en un intento de parecer calmada.
—Bien, ya hemos terminado.
—¿Todo bien?
—Sí —sentenció con brusquedad.
Apilaron las dos últimas cajas en el pasillo y Jaime volvió para
buscar la última. Se sorprendió al ver el letrero que lucía la caja: «dos
años de recuerdos con un gilipollas».
—¿Has visto esta caja?
—¡No! —Gritó ella al reconocer la caja que contenía sus recuerdos
con Álvaro—. Esa caja es mía.
Jaime la miró sorprendido y volvió a leer lo que había escrito.
—Son recuerdos de… mi ex. —Fingió estar ocupada.
—Tu ex debe ser el gilipollas, ¿no?
—El mismo —Se acercó a la caja para apartarla.
—¿Dos años? —No pudo contener su curiosidad.
—Ese es el tiempo que duró nuestra relación.
—¿Cuándo terminó?
—Tarde, terminó tarde.
—Emma, ¿seguro que estás bien? Esa llamada te ha cambiado la
cara.
—¿Por qué quieres saber si estoy bien? No debería importarte.
Al ver el ceño fruncido de Jaime se dejó caer en una mesa auxiliar
que había junto al sofá. Alzó la mirada y lo encontró de pie, inmóvil, con
la mirada clavada en ella. Algo se removió en su interior, algo que la
perturbó y la animó a soltar palabras por su boca que ni siquiera sentía:
—Debías tener muy mal la conciencia.
—No te entiendo —dijo con frialdad.
—Joder, pues que no hace falta que finjas que te importo. ¿Qué
más te da si estoy bien? No tienes por qué aguantar esto. Ya te he
disculpado, ya puedes dormir tranquilo. No es necesario que aguantes más
en este antro, ni que te cargues de cajas, ni que respires más esta mierda de
aire, ni que remuevas entre los objetos de una mujer que se ha quitado la
vida, ni que me sigas mirando como si estuviera loca. No hace falta, joder.
Ya te puedes ir, ya has cumplido. ¡Vete!
Jaime no daba crédito a lo que escuchaba. No entendía qué había
podido provocar esa reacción en ella. Pero no estaba dispuesto a escuchar
más sandeces, había tenido suficiente.
Salió del salón cerrando la puerta con un portazo. Los pocos
metros del pasillo hicieron que cerrara los puños para liberar algo de
tensión. Abrió la puerta de salida y puso un pie fuera, pero antes de salir
algo le hizo mirar atrás y retroceder. Cerró la puerta y se quedó quieto.
Escuchó el llanto de Emma, debió pensar que se había marchado.
Algo le decía que no debía dejarla sola. Avanzó lentamente por el pasillo y
se detuvo frente a la puerta cerrada del salón. Desde allí el llanto de Emma
le pareció más desgarrador. Abrió la puerta, Emma estaba sentada en el
suelo. Se enfrentó a unos ojos invadidos por las lágrimas que lo
observaban con expresión de asombro. Volvió a enterrar el rostro entre sus
manos.
Jaime, en dos zancadas, se colocó a su altura y se arrodilló frente a
ella.
Cogió su rostro entre sus manos y le obligó a mirarlo a los ojos.
Emma apartó la cabeza para evitar el enfrentamiento, pero Jaime volvió a
intentarlo.
—¿Es un buen momento para el abrazo que te debía?
Ella asintió con la cabeza y apoyó su rostro en su pecho. Jaime la
rodeó con sus brazos y apoyó la cabeza en su hombro. Sintió el temblor de
su pecho luchando por coger aire sin interrupciones. La abrazó más fuerte.
Sintió su olor, un olor que le embriagaba, que hacía que la abrazara más
fuerte. Quería protegerla, quería que dejara de dolerle lo que fuera que lo
provocaba.
Emma sintió los brazos que la rodeaban como si se tratara de un
elixir de vida. Era todo cuanto necesitaba en ese momento. No deseaba
pensar en su comportamiento ni en las estupideces que habían salido por
su boca unos minutos antes.
—Ahora cuéntame por qué lloras —le susurró acariciándole la
cabeza.
Ella levantó ligeramente la cabeza y lo miró a los ojos. Las
lágrimas seguían rodando por sus mejillas. Sentía la humedad fría en las
pestañas y parpadeó en un intento de expulsarlas.
—Nunca lloro. Se acumula y… luego sale cuando no tiene que
salir —confesó con dificultad. Bajó la mirada y continuó—: Lloro porque
odio este lugar, porque llevo horas hurgando entre las cosas de una
persona que nunca llegué a conocer —Levantó de nuevo la mirada
subiendo el tono de voz—. Porque fui incapaz de ver las señales que
indicaban que Blanca tenía problemas, porque dos años de mi vida han
quedado reducidos a una caja y vale más el precinto que la envuelve que lo
que ha podido aportar, y ¡sí! era un gilipollas —Cogió aire y lo dejó caer
de forma entrecortada—; porque acabo de perder mi trabajo, porque estoy
lejos de Barcelona, y porque he escogido un apartamento en el que la
mejor vista es la de una canalera oxidada; y porque le estoy contando mi
vida a un jodido doctor al que hace unos días habría abofeteado, y ahora
soy incapaz de deshacerme de sus brazos. Y porque odio contar mi vida.
Volvió a enterrar su cabeza en el pecho de Jaime y dejó que las
lágrimas salieran con libertad.
Jaime la abrazó de nuevo con fuerza y la balanceó hasta sentir que
las lágrimas habían cesado. ¿Por qué sentía que Emma formaba parte de su
vida?
—Entonces llora. Todo lo que has dicho es un buen motivo para
llorar.
Ella guardó silencio. Jaime esperó unos minutos más y volvió a
intervenir:
—Así que jodido doctor, ¡eh!
Emma sonrió y levantó lentamente la cabeza hasta centrarse en sus
ojos de nuevo. Jaime retiro las últimas lágrimas de su rostro y le levantó la
barbilla. Se fue acercando a sus labios lentamente, tan lentamente que
podría haber jurado que se encontraban a kilómetros de allí. Emma
respondió al instante, saboreando el anuncio de su llegada, abriendo la
boca y cerrando los ojos. Jaime se fue adueñando de su boca hasta que
ambas quedaron atrapadas como si se tratara de las dos últimas piezas de
un puzle que está a punto de ser terminado.
El negro de las paredes y la oscuridad de la estancia quedaron
relegadas a un segundo plano donde el deseo, el que dolía por su
intensidad, cobró protagonismo.
15
Emma lanzó su teléfono móvil sobre la cama. La conversación con
Irene le había dejado un sabor amargo. Cuatro días atrás la había llamado
para hablarle de su despido, o de su «no continuidad», como lo había
bautizado la directora. Se mostró comprensiva y gran parte de la
conversación la dedicó a animarla a buscar un nuevo empleo, incluso a
plantearse volver a Barcelona.
—Sería fantástico tenerte de nuevo aquí, te necesito tanto…
Aquellas palabras habían sorprendido a Emma, sabía que Irene
atravesaba uno de los peores momentos de su vida y que su compañía le
haría mucho bien, pero no era una decisión que estuviera dispuesta a tomar
todavía. Acababa de recibir la rescisión de su contrato y necesitaba algo de
tiempo para afrontar todos los cambios que se habían producido en las
últimas semanas en su vida. Necesita pensar con claridad y con calma.
«Lo pensaré». Esas fueron las palabras que utilizó Emma. Pensó
que no era el momento de confesarle que la idea de volver a su ciudad
natal no la seducía demasiado.
No fue esa conversación la que le produjo un sabor amargo a
Emma, sino la que mantuvieron en relación a su beso con Jaime. ¡Cuánto
se arrepentía de haberle confiado su historia con el doctor!
Durante los días que permaneció en su casa, tras la muerte de
Blanca, Emma le había relatado, con pelos y señales, en un intento de
hacerla sonreír, todos sus encuentros con el doctor; desde el viaje en tren,
hasta el día que lo descubrió detrás de un árbol en el parque. Había
omitido el encuentro más escabroso, el de las palabras desafortunadas que
salieron de su boca el día en que falleció Blanca. Y así se quedó su relato,
pero días atrás le contó lo sucedido. Fue cuando quiso hacerla partícipe de
su beso con el doctor. Para que Irene entendiera en las circunstancias en
que se había producido, debía ponerla en antecedentes. Hacía tiempo que
no se arrepentía tanto de algo.
La reacción de Irene fue pronunciar una gran retahíla de
improperios dirigidos al doctor. Y no es que no llevara razón, ella era la
primera que se había sentido atacada y ofendida por sus desafortunados
comentarios aquel día, pero Irene parecía no querer escuchar la segunda
parte de la historia en la que incluyó una disculpa y una conversación.
Emma, sorprendida, intentó cambiar de tema para desviar la
atención de Irene. Lo consiguió, pero había vuelto a insistir en el asunto en
esa última llamada que acababan de mantener. Al parecer le había estado
dando vueltas al tema; así se lo había hecho saber:
—No dejo de pensar en las cosas que te dijo, en la forma en que se
burló de Blanca.
—Irene, eso no es así, ya te lo conté. Él no se burló de Blanca, no
sabía lo que estaba pasando, pensó que yo estaba allí por alguna razón
accidental de esas que me habían estado ocurriendo en los últimos días. Él
se basó en…
—No hace falta que lo defiendas de ese modo. El día que me
contaste cómo te hizo sentir cuando se dirigió a ti de aquella manera, con
mi hermana a pocos metros de allí, sin vida, no hablabas así de él.
—Irene, las cosas no son blancas o negras. Él me dio una
explicación, me buscó, me pidió disculpas.
—Bien, eso es cosa tuya, pero no tenías ningún derecho a dejarlo
entrar en casa de Blanca.
—Necesitaba ayuda con las cajas, y… algo de compañía, no te voy
a mentir.
El silencio que se produjo después fue el que había alterado a
Emma. ¿Por qué le daba tanta importancia ese asunto?
Irene estaba pasando un mal momento y tenía que ser comprensiva
con ella, así que lo mejor que podía hacer era no volver a mencionar al
doctor ni tampoco hacer alusión al beso, de esa manera el asunto quedaría
olvidado en pocos días. Pero ella no podía apartarlo de su cabeza, ni a uno
ni a otro.
Todavía, si cerraba los ojos, podía sentir el escalofrío que le
recorrió mientras sus labios estaban unidos. Jamás, nadie, la había besazo
de aquella manera.
Tardaría años en explicar con palabras lo que sintió en el aquel
momento, pero bastaba con cerrar los ojos para volver a sentirlo.
Tras el beso, ambos se habían puesto en pie y habían reiniciado la
labor de retirar las cajas. Jaime le ayudó a cargarlas en su coche y a lanzar
al contenedor la de Álvaro. Lo hicieron en silencio.
Emma alegó que estaba muy cansada y que quería marcharse a su
casa, pero cometió el error de mencionar el trastero al que iban destinadas
las cajas y Jaime la siguió en su coche para ayudarla.
Jaime se despidió de ella proporcionándole su número de teléfono
y pidiéndole que lo llamara siempre que lo necesitara. Fue un días después
de ese episodio cuando la despidieron. Nada más llegar, tal y como le
anunció Héctor, apareció la directora pidiéndole que se reuniera con ella.
Le comunicó su cese en medio de un discurso fingido y mal elaborado.
Eran las numerosas quejas por parte de algunas familias las que habían
llevado a la dirección del colegio a tomar esa decisión. ¡Numerosas
quejas! Ese era el nombre que ella le había puesto a la queja de la madre
de Marcelo y de dos madres más: sus dos amigas.
En medio de aquel barato discurso dudó entre si debía buscar
argumentos para defenderse, o si debía decirle lo que pensaba sin tapujos.
Optó por lo segundo.
Llegó a casa abatida, tenía que enfrentarse a la idea de no tener
trabajo y el placer de haber insultado a la directora ya no la satisfacía. Para
su sorpresa, se encontró con un mensaje de Jaime que le ayudó a borrar el
sabor con el que había atravesado por última vez el centro escolar:
Buenos días, Emma. ¿Has añadido mi teléfono a tus contactos?
Estás fichado, doctor.
¿Cómo ha ido en el colegio?
Bien.
¿Nada de despido?
Todo de despido. Es firme.
¿Estás bien?
Estoy bien. He llamado hipócrita y falsa a la directora. ¿Crees que
me readmitirá?
Déjame pensarlo…

Al día siguiente iniciaron una nueva conversación mediante


mensajes. Fue cuando Emma le preguntó qué haría él si quisiera investigar
los motivos que llevaron a Blanca a quitarse la vida.
Jaime no respondió, prefirió mantener una conversación telefónica.
Le confesó lo mucho que odiaba los mensajes:
—¿Qué clase de investigación pretendes hacer? —le dijo nada más
descolgar el teléfono.
—Hola, doctor —soltó con ironía.
—Contéstame —le pidió mostrando poca paciencia.
—¿Molesto con la pregunta o con el mensaje?
—Encantado de recibir noticias tuyas y encantado de escuchar tu
voz. Ahora responde.
—Irene me pidió que buscara entre sus cosas algo que nos hiciera
entender su decisión, pero no encontré nada.
—¿Crees que es un tema del que debas ocuparte tú?
—Irene está mal, ella no puede hacerlo. Solo quiero saber si le
ocurrió algo, quizás tuvo una experiencia que la llevó a tomar esa
decisión. ¿Y si alguien le hizo daño?
—¿Has hablado con sus amigos?
—Te dije que no tenía.
—¿Trabajo?
—Se despidió hace unos meses.
—¿Estudios?
—Estudiaba diseño gráfico.
—Intenta averiguar algo en esos lugares. Quizás le ocurrió algo.
—Gracias.
—No te impliques en exceso.
—¿Por qué?
—Porque no creo que encuentres respuestas y esa exposición te
puede afectar.
—Yo tampoco creo que encuentre nada, pero tengo que intentarlo.

Llevaba rato perdida en sus pensamientos. Apartó de su mente a


Jaime. Iba a llegar tarde a su cita si no se daba prisa. Le había costado
varios días que el antiguo jefe de Blanca la recibiera y no podía llegar
tarde. Esperaba encontrar algo más que en la escuela de diseño que visitó
el día anterior. Allí solo le informaron de que no se había matriculado para
el último curso, pero eso ya lo sabía. Blanca le había dicho a su hermana
que quería centrarse en su trabajo a tiempo completo y que más adelante
retomaría los estudios.
16
Llegó a la sede Versus sin ninguna complicación. Le había
sorprendido, al husmear entre los documentos de Blanca, el nombre de la
empresa en la que había trabajado. Era una importante firma de joyas.
¿Por qué nunca lo mencionó?
Irene le había confesado que nunca se lo había dicho, de lo
contrario la hubiera interrogado, ella era muy fan de esa firma y tenía
varias piezas de sus colecciones. ¿Irene no sabía dónde trabajaba su
hermana? Al parecer le dijo que trabajaba en un laboratorio de una
empresa que diseñaba collares. No es que esa descripción no se ajustara a
la realidad, pero olvidar mencionar que se trataba de la conocida firma no
era algo muy normal. Claro que a Blanca poco podían importarle las
colecciones de Versus.
El edificio contaba con mucha seguridad. No era fácil colarse allí
sin más. Planta a la que accedía, planta que le pedían que se identificara
para comprobar si estaba en la lista de personas con acceso o no.

Tras más de media hora en una lujosa sala de espera, apareció la


figura de un hombre muy alto, trajeado, con los ojos azules y una sonrisa
espectacular, que se dirigió a ella ofreciéndole la mano.
—¿Emma? Soy Olivier Abad. Acompáñeme —dijo con un suave
acento francés. ¿O no era francés?
—Gracias —dijo ella con timidez.
La condujo hasta un despacho de esa misma planta y le ofreció
asiento frente a la mesa donde él se acomodó.
Olivier observó a la chica. Era muy atractiva.
—Usted dirá, Emma. Es hermana de Blanca, ¿cierto? ¿Está bien?
«Sí, es francés», pensó Emma.
—En realidad… soy su amiga. Siento haber mentido, pero pensé
que no me recibiría si decía que éramos amigas.
Olivier alzó las cejas confundido y Emma se adelantó a intervenir:
—Blanca murió hace unas semanas.
Olivier observó a Emma intentando procesar lo que acababa de
contarle.
—¿Qué? ¿Cómo ha…? ¿Blanca? —preguntó muy afectado. Desvió
la mirada negando con la cabeza—. ¿Qué le ha pasado?
—Bueno, ella… Ella puso fin a su vida —soltó tras buscar una
forma suave de decirlo.
—Está diciendo que…
—Se suicidó —sentenció Emma sin dejar de observarlo.
Olivier la miró sin dar crédito a lo que acababa de escuchar.
—Vaya, no sabe cuánto lamento escuchar eso.
Emma percibió un ligero esfuerzo por aparentar calma.
—Sé que trabajó aquí y he pensado que quizás…
—¿Quedó algo pendiente?
Emma levantó las cejas sorprendida y negó con la cabeza.
—No, no he venido por un asunto económico, solo quería saber si
tuvo algún problema, o si podría decirme algo que me ayude a entender lo
que hizo.
Olivier se tomó su tiempo antes de contestar:
—Como sabrá, ella…
—Sé muy poco, señor Abad. Ni siquiera sabía que ya no trabajaba
aquí—le interrumpió.
—Llámame Olivier, por favor. Y te agradecería que nos
tuteáramos.
Emma asintió con un leve movimiento de cabeza. Olivier se cruzó
de brazos y los apoyó en la mesa.
—Blanca estuvo trabajando con nosotros unos cuatro o cinco
meses, quizás menos. Un buen día dejó de acudir, pero no dijo nada.
Intentamos localizarla cuando pasaron varios días, pensamos que podía
haberle ocurrido algo, pero no lo conseguimos. Días después se puso en
contacto con nosotros para decirnos que se marchaba.
—¿Y no volviste a verla?
—No. Me consta que vino a buscar su liquidación, pero yo no la vi.
Te confieso que me molestó su forma de actuar, no me pareció correcta.
—Sí, puedo entenderlo —Suspiró—. ¿Qué hacía exactamente
aquí?
—Su trabajo se desarrollaba principalmente en el departamento de
diseño, pero se interesó mucho por el laboratorio donde se realizan las
pruebas y ajustes, y solicitó pasar algunas horas allí, fuera de su horario,
para aprender.
—¿Cómo entró a trabajar aquí?
Olivier no contestó. Observó a Emma confundido. No entendía que
se hubiera presentado como amiga y desconociera tantos detalles. Emma
debió percibir su confusión y se animó a aclararlo:
—Blanca era muy introvertida y explicaba poco de su vida. Su
hermana y yo ni siquiera sabíamos que había dejado el trabajo.
—¿Después de estar aquí no volvió a trabajar?
—No, creo que no.
—Conocí a Blanca en la escuela de diseño donde ella estudiaba.
Fui allí a impartir unas clases de un curso de diseño de joyas que duró un
par de meses. Era una alumna con mucho talento, destacaba por encima de
los demás con diferencia. Al terminar me pidió realizar aquí unas
prácticas, me dijo que estaba interesada en el mundo de las joyas. Y así
empezó a trabajar con nosotros. Hizo algunos diseños realmente buenos.
—¿Trabajaba contigo directamente?
—Yo dirijo el departamento de diseño, así como el laboratorio, así
que gran parte del tiempo era conmigo con quien trataba.
—¿No tuvo ningún problema?
—No, que yo sepa. Estábamos muy contentos con su trabajo, no
esperábamos que se marchara. ¿Te dijo ella algo respecto a algún
problema?
—No, ella hablaba poco.
—Siento no poder ayudarte, Emma, pero fuera lo que fuera no creo
que tuviera nada que ver con su trabajo aquí.
—Siento haberte molestado, solo buscaba alguna respuesta.
—No me has molestado en absoluto, lo que siento es no haberte
podido ayudar. Lamento mucho que Blanca ya no esté. Era muy joven y
tenía un futuro prometedor por delante.
Emma asintió y se levantó.
—Espera, te gustará ver lo que te voy a mostrar.
Olivier Salió por la puerta y volvió pocos minutos después con un
catálogo en la mano. Lo colocó sobre la mesa y se inclinó para pasar
algunas páginas.
Emma lo observó con discreción. Tragó saliva. Era un hombre muy
atractivo. Su altura la intimidaba, y su sonrisa…
Olivier le mostró un collar que Blanca había diseñado. Recordó
haber visto un boceto parecido en uno de los cuadernos que encontró en su
casa.
—Era muy buena —pronunció Emma casi sin darse cuenta.
Olivier acompañó a Emma hasta la zona de ascensores de esa
misma planta. Le pidió su teléfono y le prometió contactar con ella si
obtenía alguna información de las personas que trataron con Blanca.
17
¿Dónde habría guardado las zapatillas de deporte nuevas? Fue la
pregunta que se hizo Jaime tras dedicar más de veinte minutos a buscarlas.
Había encargado unas nuevas, exactamente del mismo modelo que las que
se le habían quedado viejas, con carácter de urgencia ya que no aguantaban
ni un solo asalto más.
Se sentó en la cama, necesitaba centrar su mente y recordar dónde
las había dejado. No había muchas opciones, tanto él como Olivier eran
amantes del orden y rara vez se extraviaba algo, pero tenía que reconocer
que en la última semana había funcionado gracias a la inercia.
En el hospital, el ritmo había sido demasiado estresante. Había
sido una semana de locos, pero al menos al día siguiente podría descansar.
Cómo se arrepentía de haber aceptado sustituir a su compañero el domingo
en el hospital. Había escogido la peor semana. Debería haberse mantenido
firme y haberse negado, como solía hacer siempre que le proponían un
cambio a última hora.
Su fin de semana se había reducido a un solo día, pero poco podía
hacer por cambiarlo, aunque no podría relajarse como a él le habría
gustado. Tendría que conformarse en pasar una sola noche en la casa de
Adrien. Por suerte, ese fin de semana no la iba a utilizar nadie, de lo
contrario no habría acudido.
Jaime suspiró y centró su mirada en el armario que tenía enfrente
en un intento de recordar dónde había metido las malditas zapatillas. Se
llevó las manos a la cara cuando descubrió que las tenía delante, justo en
el lugar donde tenían que estar, y justo donde había mirado varias veces.
¿Dónde tenía la cabeza?
Dispuso todo lo que necesitaba en la maleta y se dirigió al salón a
esperar la llegada de Daniela. Olivier, que tenía la cabeza esa semana peor
que él, había olvidado traerle las llaves. Adrien se las había entregado a él,
pero él las había olvidado en su despacho. No sería porque no se lo había
recordado.
Por suerte, Daniela se había ofrecido a acercárselas. Había
insistido mucho en hacerlo, eso significaba que no quería perder la
oportunidad de reprocharle que llevaban tiempo sin verse. Lo que no sabía
era si se lo diría nada más entrar por la puerta o esperaría al final.

—Déjame mirarte, ya no me acuerdo de cómo es tu cara.


Jaime se apartó para dejar pasar a Daniela sonriendo por lo poco
que había tardado en decírselo.
—No pierdes oportunidad.
—Hace más de un mes que no te veo.
—Hablamos por teléfono, debería ser suficiente.
—No debería. A mí me gusta verte y abrazarte.
—Anda ven aquí —le dijo con ternura.
Jaime la abrazó con fuerza y la besó en la mejilla varias veces.
Adoraba a esa mujer. Desde que entró en la vida de su amigo Adrien se
convirtió en la amiga de todos, incluidos los otros dos miembros del
colectivo de amistad: Víctor y Olivier. Era la confidente, la que tiraba de
las orejas, la que escuchaba, la que hacía reír, y la que evitaban si había
algún problema porque no se rendía hasta haber sacado hasta la última
gota de información.
Su historia con Adrien había tenido unos comienzos muy
complicados, pero el amor acabó por triunfar y no había más que verlos
juntos para saber que se querían con locura. Su historia daba para escribir
una novela.
—¿Deporte o «no puedo con mi vida»? —preguntó ella
refiriéndose a los motivos de su viaje.
—Las dos cosas. Ha sido una semana muy larga y necesito
ponerme en forma y desconectar la mente. Ya sabes que lo hago a menudo.
Si estás pensando que tengo algún problema… —dijo preparando dos
copas de vino, el que a Daniela le gustaba— estás equivocada.
—¿No tendrá nada que ver con una chica de un tren?
Jaime se detuvo frente a ella abriendo mucho los ojos. Negó con la
cabeza.
—Olivier es un bocazas.
—Olivier es mi amigo —aclaró Daniela aceptando la copa.
—Un amigo bocazas.
—Venga, cuéntamelo.
—No
Daniela suspiró. Sabía que Jaime era de los que no cedía
fácilmente. O lo intentaba de otra manera, o se quedaba sin cotillear.
—Venga, no pretendo cotillear, pero…
—Eso es mentira, lo único que pretendes es eso y no vas a
conseguir nada interesante. Le conté unas anécdotas a Olivier sobre una
chica con la que había tenido algunos encuentros divertidos, por decirlo de
algún modo. Es todo.
—¿Vas solo a la cabaña?
—Sí, claro.
—¿Y la chica del tren?
—Daniela…
—Está bien, por hoy se acaba el interrogatorio. Más vale, Jaime
Lena, que si hay algo interesante que contar sea a mí —recalcó la palabra
— a quien se lo cuentes. ¿Entendido?
—Eso ni lo dudes.
—Llevo días queriendo preparar una comida para que nos
reunamos todos. ¿Te parece bien?
—Si cocinas tú, sí.
—Lo haré por ti.
Se acercó a él para besarle en la mejilla.
—Tienes todo tipo de provisiones, me he encargado de que no te
falte de nada.
—No sabes cuánto te lo agradezco —murmuró Jaime
devolviéndole el beso. Agradeció que hubiera hablado con el matrimonio
que se encargaba del mantenimiento de la casa. En muchas ocasiones
Daniela les encargaba provisiones cuando tenía planeado acudir.
Daniela le cogió la mano y depositó las llevas en ella.
—¿Por qué no hacéis una copia de una puñetera vez?
—Porque tu marido dice que quiere controlar quién va y quién no.
—Bobadas.
—Se trata de Adrien, ya sabes cómo es. Aún no me explico por qué
te casaste con él —la provocó mientras ella se alejaba en dirección a la
puerta.
—Porque folla muy bien.
Jaime soltó una carcajada cuando escuchó el sonido de la puerta al
cerrarse. Esa mujer siempre conseguía hacerlo reír. Hasta hacía bien poco
esa afirmación solo podía hacerla con Daniela, todo el que lo conocía
sabía que no era fácil arrancarle una sonrisa, mucho menos una carcajada,
pero debía reconocer que Emma le había hecho sonreír muchas veces.
Se preguntó, una vez más, cómo se encontraría. ¿Le habría ido bien
en sus investigaciones?
Necesitaba saber de ella. Se había colado en su cabeza en
innumerables ocasiones en los últimos días, quizás esa fuera una de las
razones por las que la semana se le había antojado interminable.
Si continuaba esa línea de pensamientos no iba a llegar a buen
puerto, prefería hablar con ella sin pensarlo más: le apetecía.
18
Emma fijó su mirada una vez más en la canalera oxidada del
edificio de enfrente. No pensaba dedicarle ni un minuto más a lamentarse
por no prestar atención a esos detalles cuando eligió el apartamento. Ya
estaba hecho y al menos en un tiempo no pensaba moverse de allí.
Tenía la sensación de que esa tarde podía inaugurar oficialmente el
principio de una nueva etapa en su vida. Aunque llevaba varios días sin
trabajar, había dedicado gran parte de la semana a acabar de instalarse y a
investigar sobre Blanca; todo ello la había mantenido ocupada.
Todo parecía estar en su lugar, todo terminado. Debería sentirse
aliviada e intentar hacer frente con optimismo a esa nueva etapa, así era
ella y así había afrontado siempre la vida, pero en esa ocasión no era capaz
de mirar hacia adelante sin ver oscuridad.
¡Menuda semana! Los cuadernos de Blanca, las cajas, el
enfrentamiento a la directora y el despido, la visita a la universidad, la
visita a Versus, la discusión con su casera al entregarle las llaves… ¡El
beso!
Intentó no pensar en eso último, cuando lo hacía la invadía una
extraña sensación de euforia y desconcierto, ¡no estaba en condiciones de
profundizar demasiado en ello!
Abandonó las vistas y se tumbó en el sofá. ¡No tenía nada que
hacer! Centró su mirada en la tarjeta de visita que le había entregado el
jefe de Blanca. La entrevista con él había sido esa misma mañana.
¿Entonces por qué tenía la sensación de que se había producido hacía
mucho tiempo? Quizá porque no había sido relevante en ningún aspecto.
Lo único positivo había sido poder contemplar la imagen de un hombre
atractivo hasta decir basta, pero lo demás… Claro que debía ser justa,
puede que allí no hubiera encontrado nada que explicara la decisión de
Blanca, pero al menos se había llevado la impresión de que allí había
estado bien y había disfrutado de su trabajo.
Repasó mentalmente la entrevista con el señor Abad. Se preguntó
qué debió pensar ese hombre cuando le había preguntado sobre Blanca. Se
sintió algo estúpida. ¿Qué sentido tenía que fuera indagando en su vida?
La comunicación con ella siempre fue un hándicap, jamás sintió que
pudiera conversar con ella dentro de una mínima «normalidad»: Blanca
era inaccesible en todos los aspectos. Fuera cual fuera la causa de su
rendición ante la vida era algo que no iba a averiguar preguntando a
personas que tampoco llegaron a conocerla bien. Habría sido diferente si
se hubiera tratado de una amiga íntima que hubiera aportado algo de luz, o
que hubiera señalado en alguna dirección: problemas en el trabajo, con una
relación, con algún profesor…
En medio de sus cavilaciones recibió la llamada de Irene:
—Emma, ¿has ido a su trabajo?
—Sí, esta mañana. —La noche anterior la informó de sus planes.
—¿Has averiguado algo?
—No, nada. Al parecer estaba bien en esa empresa, pero
desapareció un día y no volvió. No me ha aportado nada.
—¿Solo has averiguado eso?
—Irene, el hombre que me ha atendido me ha hablado muy bien de
Blanca, estaban contentos con su trabajo, ha alabado su talento, pero un
día se fue y se sorprendieron bastante. Intentaron localizarla sin éxito.
Apareció tiempo después para tramitar su cese. No me ha dicho nada que
llamara mi atención, no tenía problemas.
—Tienes que seguir indagando, tiene que haber algo.
—Irene, en la universidad me dijeron lo mismo. No se matriculó
en el último curso y no supieron más de ella.
—Bien, pues entonces tienes que repasar todas sus cosas. Tiene
que haber algo. ¿Siguen en el trastero?
—¿Dónde quieres que estén? —contestó algo molesta.
—Pues hay que repasar sus cosas, Blanca tenía algún problema y
tenemos que averiguarlo. Se lo debo.
—Esta mañana le he entregado las llaves a la casera. Estaba muy
enfadada por el estado en el que ha quedado el apartamento.
—¿Qué estado?
—Está prácticamente pintado de negro, incluido el techo de
algunas zonas. Y hay algunos dibujos en las paredes…
—Emma, tienes que seguir peleando por la fianza. Esa mujer es
capaz de no devolverme el importe.
—Irene, de la fianza te puedes ir olvidando. No te imaginas cómo
se ha puesto esa mujer. He estado más de media hora escuchando sus
quejas, sus amenazas y todos los improperios que han salido de su boca.
He intentado calmarla, y algo he conseguido, pero ve olvidando recuperar
lo que sea que Blanca depositó a modo de fianza.
Irene se dedicó de lleno a pronunciar un discurso relacionado con
el dolor de su pérdida y su deber como hermana en llegar hasta el final de
ese asunto.
Emma no la interrumpió, pero tampoco prestó especial atención, la
escuchaba como si fuera una música de fondo. Agradeció que le surgiera
una urgencia en el trabajo y tuviera que terminar la llamada.
Desde que había salido de Versus no había conseguido
desprenderse de una sensación de angustia. ¿Sería eso implicarse en
exceso, la forma en la que el doctor lo había bautizado?
La expresión de sorpresa en el rostro de aquel hombre, las
preguntas, las lamentaciones, las muecas de horror ante un tema tan
delicado. No quería volver a pasar por ello. Es posible que su postura fuera
egoísta, pero tenía la misma sensación que tuvo cuando decidió marcharse
de casa de Blanca huyendo de aquel ambiente siniestro. Tenía que alejarse
y dejar todo aquello atrás. Irene tendría que comprender que no podía
seguir con aquello. Los meses que había convivido con Blanca, las dos
semanas que había estado Irene en su apartamento, y los días que había
dedicado a revolver los cuadernos le estaban pasando factura. No podía
seguir exponiéndose por más tiempo. Blanca se había marchado cerca de
tres semanas atrás, sin embargo tenía la sensación de que hacía meses que
había ocurrido, y no porque lo viera lejano, sino porque sentía que aquel
tema llevaba siglos formando parte de su vida.
Estaba cansada, se sentía como si estuviera dando vueltas en
círculo. Ya era suficiente. Justificada o no su postura sentía que tenía que
pasar página de una vez por todas. Tenía temas importantes de los que
ocuparse. Acababa de perder su empleo. Poco podía hacer ya por Blanca.
Se había marchado y no podía seguir enfrentándose a su extraño mundo o
acabaría pagando un precio muy alto, tal y como le insinuó el doctor.
El doctor…
Cuánto habría dado en ese momento por refugiarse bajo sus brazos,
habría sido la mejor manera de no sentirse sola como se sentía en aquel
instante.
Su teléfono móvil, anunciando una llamada, hizo que se
sobresaltara y que el corazón se le acelerara. Tardó en responder, no se
podía creer que se tratara del doctor precisamente en el momento en que
estaba pensando en él. Parecía que lo hubiera invocado.
—Hola, doctor —logró decir con la voz entrecortada.
—¿Cómo te ha ido en tus indagaciones?
«Directo, sin preliminares», pensó Emma.
—No he encontrado nada especial. Ni en la universidad ni en su
trabajo me han dicho nada interesante. Todo parecía normal —No quiso
explayarse en detalles—. Quizás tenías razón y…
—¿En qué? —la interrumpió con sequedad.
—En que no debía exponerme demasiado, creo que ya he tenido
bastante.
Jaime percibió un cierto tono de tristeza, o quizás sería de
cansancio, en la voz de Emma. Las veces que había hablado con ella, se
había mostrado mucho más enérgica y había recurrido a alguna broma. Esa
versión de Emma era apagada.
Durante unos pocos segundos reinó el silencio, segundos que Jaime
aprovechó para sopesar rápidamente la propuesta que le hizo:
—¿Tienes planes para el fin de semana?
—¿Me vas a hacer una propuesta, doctor?
—Acompáñame a la cabaña.
—Qué te acompañe a…
—Me voy a la sierra, a una cabaña, allí estaré hasta mañana por la
noche. ¿Qué me dices?
Emma no tuvo tiempo de procesar la invitación, estaba demasiado
sorprendida para responder con claridad.
—Yo… ¿En serio?
—¿Qué es en serio?
—Me refiero a que…
—¿Te vienes o no?
—Joder, doctor, qué tal si me lo vendes un poco más.
Jaime sonrió.
—Prometo no besarte.
—Si ese es el argumento que crees que me va a animar a pasar
contigo un día en una cabaña… ¡Prueba a decirlo al revés!
Jaime soltó una carcajada. Emma se alegró de que no pudiera ver
el color de sus mejillas.
—Tienes pocos minutos para hacer una pequeña maleta.
Emma iba a protestar cuando él colgó. Se quedó bloqueada.
Maleta. Cabaña. Fin de semana con doctor.
Salió corriendo a través del pasillo. Era lo más emocionante que le
había pasado en los tres últimos siglos.
19
Durante todo el tiempo que la esperó tuvo que hacer un gran
esfuerzo por enfrentarse a sus pensamientos y ponerles fin. No dejaban de
repetirse que quizás se había precipitado y no había sido buena idea
invitarla a la cabaña. Era la primera vez que le ocurría algo semejante, no
era una persona impulsiva y siempre que daba un paso solía tener claro
que quería darlo, aunque se equivocara, pero no solía dudar de aquella
forma ni sentir pánico por segundos.
Cuando la vio aparecer se tranquilizó, su imagen y su cercanía le
reconfortaron de una forma brusca y directa haciendo que desaparecieran
las dudas.
Su aspecto era distinto al que recordaba haber visto en las otras
ocasiones en las que se habían encontrado. Era la primera vez que la veía
con un pantalón tan ajustado, y la primera que su cabello no estaba
recogido en una coleta alta; esa vez lucía un moño despeinado a la altura
de la nuca, con algunos mechones sueltos que parecía que había liberado
con el propósito de provocar su imaginación, las más pecadora.
Fijó su mirada en sus botas, que solo le cubrían el tobillo, y fue
ascendiendo a lo largo de sus piernas kilométricas. Se acercó a ella
sonriendo y cogió su maleta.
Una vez acomodados en el interior del vehículo se dirigió a ella
por primera vez:
—¿Te he dicho que la casa está en la sierra? —le dijo él
recorriendo su cuerpo con la mirada.
—Este es mi look de cabañas —aclaró ella sin poder ocultar una
sonrisa. Sentir su mirada clavada en sus piernas le había provocado un
cosquilleo en el centro del abdomen y tuvo que luchar para que él no lo
notara.
—Espero que hayas incluido un look de cabañas más grueso,
parece que esa ropa es algo fina —observó él al reparar en el fino jersey
que lucía.
—La he incluido.
Jaime la miró fijamente a los ojos mostrando su media sonrisa.
—Deja de mirarme de esa manera en la que siempre me miras y
vámonos.
—¿De qué manera?
—Como si fueras inmortal.
Jaime puso el coche en marcha soltando una carcajada y
completamente reconciliado con su mente; no se había equivocado, el fin
de semana corto en la cabaña prometía ser muy divertido.

Parte del trayecto Jaime lo dedicó a hablarle de lo placentero que


resultaba para él refugiarse de vez en cuando en ese lugar, practicar
deporte y disfrutar del silencio y de la soledad.
Emma lo escuchó en silencio. El doctor no era excesivamente
hablador y lo poco que le contó lo compaginó con cientos de pausas que, a
su entender, debían estar justificadas por su atención en la carretera.
El trayecto sirvió para que Emma lo considera menos desconocido,
al menos sabía algo más de él, como que la cabaña era de un gran amigo
suyo, que además de trabajar en el hospital pasaba consulta un tarde a la
semana en una clínica privada junto a unos colegas de profesión, y que
vivía con un amigo, que no era el dueño de la cabaña, y que le gustaba
hacer deporte al aire libre.
Emma, por su parte, solo le habló, a petición de él, de los motivos
por los que la habían despedido, o no renovado el contrato, como ella
prefería afirmar.
Le habló de Marcelo, del día que se llenó de barro, de las quejas
que había soportado de su madre, del enfrentamiento que tuvo con ella por
reclamar al colegio que no hubieran llevado la ropa del pequeño a la
lavandería, y de los intereses de la directora.
Jaime se echó a reír con el relato, Emma se encargó de darle un
tono humorístico, estaba harta de que el drama siempre la sobrevolara
cuando se encontraba con ese hombre.
Tras su relato, el silencio imperó durante un tiempo que a Emma
se le hizo eterno. Cuando empezaba a ser incómodo, Jaime anunció que
habían llegado a su destino.
Él se hizo cargo de ambas maletas, pero Emma tardó poco en
adueñarse de la suya.
—Agradezco el gesto, doctor, pero así está mejor repartido.
—Jaime estaría bien. Prueba a pronunciarlo.
Ella lo fulminó con la mirada y sonrió. Cerró los ojos y suspiró. No
había pensado demasiado al aceptar aquella invitación, apenas lo conocía
y se encontraban aislados del mundo. Durante el trayecto en coche observó
que en los últimos kilómetros, tras desviarse de la carretera principal,
apenas se habían cruzado con unas pocas casas. Aquella cabaña estaba
muy apartada.
Él último pensamiento la reconfortó. Estar aislada del mundo con
el doctor durante las próximas veinticuatro horas era algo que la hacía
feliz, quizá debería sentirse aterrada, pero… le hacía feliz.
Emma aceleró el paso cuando se percató de que él se había
detenido unos metros más adelante haciéndole un gesto con la mano para
que iniciara el paso. Lo siguió en silencio a lo largo del camino para
acceder a la casa, que solo se podía hacer a pie.
Cuando llegaron a la verja exterior de la cabaña, Emma abrió
muchos los ojos.
—¿A esto lo llamas tú una cabaña? —le preguntó asombrada de las
dimensiones de la casa y del terreno exterior que la rodeaba. Lo que más
llamó su atención fueron las dimensiones de los árboles que parecían
abrazarla.
—Créeme que un día lo fue, pero de eso hace muchos años; el
dueño de la casa la ha ido reformado hasta dejarla como está. En el último
año su pareja ha añadido algunas más.

Una vez en el interior, Emma no dejó de admirar el buen gusto con


el que estaba decorada y construida. Era un espacio de ensueño. La madera
era la clara protagonista en toda la estancia junto a la chimenea que
presidía el salón y los grandes ventanales con vistas a la sierra; una mezcla
de lujo confortable.
Estaba dividida en dos alturas separadas por un pequeño escalón.
En la parte más baja se encontraba el salón y la cocina, y en la más alta el
dormitorio y el baño.
Jaime le mostró toda la estancia sin detenerse demasiado, parecía
tener prisa. Al llegar al dormitorio le dijo que podía colocar sus cosas en
el armario.
—¿Cuántos dormitorios hay?
—Dos —le informó él. Se cruzó de brazos apoyado en uno de los
armarios observando los movimientos de ella que no apartaba la vista de
la cama.
—¿Es este el mío?
—Sí, ya te he dicho que puedes colocar tus cosas ahí —Señaló el
armario.
—¿Y el tuyo dónde está?
—Es este.
Ella lo miró sorprendida.
—Has dicho que había dos.
—El otro está en la buhardilla y se accede desde el exterior.
Emma lo miró fijamente y bajó la cabeza cuando sintió la
intensidad de la mirada de él.
—Deja de mirarme de ese modo —le advirtió recalcando las
palabras.
—¿De qué mooooodo?
—Ya lo sabes, como si fueras inmortal.
Jaime se echó a reír. Emma le divertía y le atraía a partes iguales.
Se acercó a ella y la cogió de la mano tirando suavemente de ella
mientras la conducía hasta el salón. La chimenea estaba encendida, tal y
como estaba siempre que acudían allí durante el otoño o el invierno,
incluso algo más de tiempo. La temperatura en la sierra era baja hasta bien
entrada la primavera; Daniela siempre se ocupaba de llamar al matrimonio
que se encargaba del mantenimiento para que estuviera preparada.
—Si te apetece podemos salir a ver los alrededores —propuso él
interrumpiendo lo que fuera que la hubiera dejado ensimismada en la
chimenea.
Ella asintió sin mirarlo, hipnotizada por el color del fuego y
abrumada por el leve contacto que había mantenido con él cuando la había
cogido de la mano.
Bordearon la casa, Jaime no quiso alejarse demasiado con aquella
oscuridad. Dieron una vuelta alrededor para que ella pudiera contemplar
las inmediaciones. Jaime le explicó algunas anécdotas sobre las veces que
habían acudido allí siendo adolescentes Adrien, Víctor y él, para celebrar
una pequeña fiesta y beber hasta caer rendidos.
A Emma le costó imaginar a Jaime en ese ambiente, aunque había
algo que le decía que no era tan rígido como se mostraba. No había
querido dedicarle tiempo a pensar qué estaba haciendo allí, de haberlo
hecho habría salido corriendo. Solo sabía que de haber encontrado una
lista de lugares donde podría estar en ese momento y tener que elegir, sin
duda habría elegido aquel; aunque no se trataba del lugar, sino de la
compañía. ¿A quién quería engañar?
Emma entró en la casa seguida de Jaime. Este le preguntó por un
gesto que había observado en ella durante el paseo.
—¿Por qué te tocas así la mano?
Ella fijó su mirado en su mano y dejó de hacerlo.
—No es nada, creo que me ha picado algo antes.
—¿Antes?
—Sí, antes, cuando has quitado el plástico de la valla —Jaime
había retirado un plástico que cubría una pequeña puerta de madera que
daba acceso a las inmediaciones de la casa por la parte posterior, por la
que habían accedido para dar el paseo—. Me ha parecido que algo ha
salido volando y he notado un pinchazo en la muñeca.
—¿Por qué no me has dicho nada? Hace más de media hora que
pasamos por ahí. Déjame ver.
—No es nada, solo quema un poco —mintió ella sintiendo cada
vez más molestias—. Habrá sido un mosquito.
—¿En esta época del año? —Él le cogió la mano y la observó con
detenimiento—. Es una picadura de insecto, aunque no sé de cuál.
—Vaya suerte la mía.
—A juzgar por tu mano estás teniendo una reacción… —Se detuvo
sopesando las palabras— alérgica. ¿Eres alérgica a algún insecto? ¿Te ha
ocurrido antes?
—No soy alérgica que yo sepa, y claro que me han picado insectos,
como a todo el mundo.
—Emma mira el tamaño de la reacción, se está extendiendo.
Emma se fijó en la enorme erupción rojiza que cubría su muñeca.
Se había multiplicado en los últimos segundos y cada vez le quemaba más.
—¿Te duele?
—Un poco, solo es sensación de quemazón, puedo aguantarlo.
Jaime volvió a cogerle la mano. Le subió unos centímetros la
manga del jersey y la miró a los ojos.
—No pinta bien, es una reacción alérgica. Hay que pararla.
—Vale, pues párala. ¿Sabes cómo hacerlo, doctor?
Jaime entró con rapidez en el dormitorio y salió un minuto después
con una pastilla en la mano. Con mucha rapidez se hizo con un vaso de
agua y le entregó ambas cosas.
—¿Qué es esto? —preguntó ella sentándose en el sofá.
Jaime seguía observando la erupción.
—Tómatela, es un antihistamínico —aclaró sin dejar de observar
su mano—. Es un…
—Sé lo que es, doctor.
Jaime la miró a los ojos y luego volvió a mirar su mano.
—Se está haciendo un poco más grande. ¿Te cuesta respirar?
—No, bueno, noto algo pesado en el pecho, pero estoy bien.
Emma lo miró asustada, algo no iba bien. Él percibió la angustia
en su expresión, se sentó a su lado y le cogió la cara por la barbilla.
—Emma, no te preocupes, no pasa nada. Ahora paramos esa
reacción. ¿Eres alérgica a algún medicamento o a alguna otra cosa?
—No.
Jaime volvió a desaparecer para dirigirse al dormitorio. Emma
respiró hondo varias veces. Se levantó y paseó alrededor del sofá. Menuda
forma de inaugurar el fin de semana en la cabaña.
Jaime tardó algo más que la otra vez en volver, cuando lo hizo se
detuvo frente a ella.
—Túmbate y bájate el pantalón —le ordenó sin ninguna
expresión.
Emma frunció el ceño. No estaba segura de haber escuchado bien.
Lo observó de arriba abajo deteniendo su mirada en la jeringuilla que
portaba en una mano, junto a lo que, supuso, debía ser una gasa o un
algodón. Tragó saliva, las molestias de su mano ya no le parecieron un
inconveniente: tenía que enfrentarse a otro. Tuvo que esforzarse por que
las piernas no se le doblaran como parecía que querían hacer.
—¿Qué coño es eso?
—Te voy a poner una inyección. Es lo único que puede pararlo.
—Ni lo sueñes, doctor.
Jaime sonrió.
—Túmbate.
—No.
Emma retrocedió unos pasos hasta llegar a la parte trasera del sofá,
luego se dirigió al otro extremo del salón. Por el camino escuchó las
palabras de Jaime que le indicaban el nombre de lo que pretendía
inyectarle y para que servía, pero apenas le prestó atención. Sabía lo que
era, pero poco le importaba el nombre, lo que le importaba era la forma en
la que él pretendía que llegara hasta su organismo.
«¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?», se preguntó perdiendo la
esperanza de que el dolor que sentía en la mano, y la presión en el pecho
desaparecieran sin más.
Jaime se acercó a la mesa que había junto a donde se había
detenido Emma, dejó la jeringuilla con mucho cuidado sobre ella, y se
acercó a la mujer que le miraba furiosa. Emma dio un paso atrás y Jaime
uno hacia delante. Mantuvieron ese ritmo hasta dar dos vueltas completas
a la mesa.
Emma se esforzaba por aparentar que estaba bien, pero el ritmo de
su respiración era entrecortado. Ya no sabía si por lo ridículo de la
situación o porque la picadura seguía haciendo estragos.
—Emma, no tenemos mucho tiempo. ¿Cuánto más vas a tardar en
razonar?
—Hoy no toca razonar, así que ríndete. Deja de perseguirme
porque no puedes obligarme —Se detuvo en seco—. No tienes intenciones
de hacerlo, ¿cierto, doctor?
Jaime mostró su media sonrisa y se apoyó en la mesa cruzando los
pies y los brazos. Se había terminado la persecución.
—Dame otra cosa, seguro que no has buscado bien —pidió ella
haciendo esfuerzos por aparentar estar bien.
—No la hay. Y si no nos damos prisa vas a sentirte peor y se va a
complicar.
—No me vas a inyectar eso, doctor, así que échale imaginación
porque me estás cansando. Seguro… —Hizo una pausa para coger aire. Al
expulsarlo sintió una punzada de dolor en el pecho que no pasó
desapercibida a Jaime— que eres un doctor con recursos.
—Se acaba el tiempo, Emma… —dijo empezando a impacientarse.
Emma se dio la vuelta dándole la espalda, necesitaba salir de allí,
necesitaba aire fresco. Antes de que diera dos pasos sintió un tirón en el
brazo. Jaime la atrajo hacia él con suavidad y la abrazó por la espalda
inmovilizándole los brazos. Volvió a apoyarse en la mesa sin soltarla.
Emma empezó a forcejear, decepcionada de no poder desprenderse de sus
brazos. Intentó estirar una pierna para avanzar, pero solo consiguió alzarla
ligeramente sin que llegara a permitirle dar un paso.
—Ni se te ocurra, doctor, ni se te ocu… —Bajó la mirada al sentir
que las manos de Jaime le tocaban a la altura de la cintura como si
palparan algo. Era lo único en su cuerpo que parecía tener movimiento.
Jaime palpó en su cintura buscando el cinturón o el botón de los
pantalones de Emma, pero parecía no haber nada. Cuando entendió que
eran unos de esos pantalones elásticos que podía bajar con facilidad actuó
con rapidez.
Ladeó ligeramente su cuerpo, apoyó una pierna en la mesa dejando
que colgara mientras se apoyaba en la otra, y con un movimiento rápido
colocó el cuerpo de Emma bocabajo descansando sobre su pierna. Emma
no dejaba de soltar improperios y de intentar mover los brazos, hasta que
se dio cuenta en la posición que estaba y fue incapaz de articular una sola
palabra. Expulsó un grito ahogado y se quedó inmóvil. No era capaz de
mover ni un solo músculo.
Jaime aprovechó el momento para bajar con rapidez sus
pantalones. No tuvo ninguna dificultad. Durante el forcejeo temió hacerle
daño, y una vez que la tuvo colocada sobre su pierna, mucho más, pero
Emma seguía sin moverse.
La escuchó pronunciar un «no serás capaz» o algo parecido a ello,
pero no le prestó atención.
Alargó el brazo hasta palpar la jeringuilla y le anunció lo que se
disponía a hacer.
—No te muevas, te va a doler un poco.
Emma sintió algo húmedo y a continuación un ligero pinchazo. Al
parecer el doctor había escogido la parte superior, justo donde el tanga no
cubría su trasero.
Durante unos segundos que le parecieron horas cerró los ojos para
amortiguar el dolor que aquello podía producirle, pero no lo hubo. Antes
de suplicar en silencio por última vez y de maldecir su mala suerte,
escuchó su voz, esta vez era suave y hasta diría que tierna.
—Ya está. Ya he terminado.
Jaime le subió los pantalones rápidamente, no sin antes secarse con
la manga las gotas de sudor que se habían amontonado en su frente. La
cogió por la cintura y la ayudó a mantenerse en pie.
Emma parecía una muñeca, inmóvil. No reaccionaba. Cuando se
sintió con fuerzas, todavía con la respiración un poco agitada, fue
levantando la mirada que mantenía clavada en el suelo.
Lo miró directamente. Se frotó suavemente la zona donde había
recibido el pinchazo y lo fulminó con la mirada.
—Eres un auténtico cabrón, eso es lo que eres… —Le golpeó con
el puño cerrado en el brazo—. Eres un gilipollas, eso es lo que eres —Alzó
el brazo para golpearlo de nuevo, pero Jaime lo paró antes de que pudiera
hacerlo.
La atrajo hasta él con un suave movimiento y la besó con ansia. Le
succionó los labios, le mordió suavemente el labio superior y se separó de
ella mientras la sujetaba por la nuca.
Emma jadeó y lo miró de nuevo fijamente.
—Vamos, tienes que descansar. Te sentirás algo débil un rato, y
ahora el trasero te debe estar doliendo horrores.
Emma hacía un rato que notaba ese dolor, pero por nada del mundo
se lo iba a decir. Sabía perfectamente que clase de sustancia le había
inyectado y cómo dolía los minutos posteriores a entrar en el organismo.
Jaime la llevó de la mano recorriendo lentamente el salón,
buscando la forma de que ella caminara para amortiguar el dolor. Se
detuvo frente al sofá que había frente a la chimenea. No dejaba de girarse
para observar su rostro buscando alguna señal que le indicara cómo se
encontraba, pero Emma no le aportó ni una sola pista. Se sentó en el suelo
apoyándose en el sofá y cruzó las piernas mientras con sumo cuidado tiró
de ella para que se sentara a su lado.
Emma se sentó y dejó que él le pasara la mano por encima de los
hombros. Estaba confundida y no sabía muy bien cómo comportarse ante
lo que acababa de ocurrir. Sus emociones se mezclaban entre la rabia y la
necesidad de sentir el cuerpo del doctor pegado al suyo. Apoyó la cabeza
en su pecho.
—Te sentirás mejor en un rato y con un poco de suerte podrás
perdonarme.
—Más… más vale que lo pri… primero sea así, y de lo segundo
ol… olvídate, gilipollas.
Jaime soltó una carcajada que paró en seco cuando ella levantó la
cabeza y lo fulminó con la mirada. Entendía que aquella situación había
sido violenta e incómoda para ella, pero no podía hacer otra cosa.
Él le cogió la mano en repetidas ocasiones para ver la evolución de
la reacción en su piel. Se sintió satisfecho al ver que se había detenido y
que el color rojo disminuía su intensidad.
—¿Te duele? —le preguntó él buscando su mirada, pero ella seguía
con la cabeza apoyada en su pecho.
—¿El qué?
—Ese precioso culito que tienes.
Emma levanto la cabeza lentamente hasta cruzarse con su mirada.
Sus ojos estaban tan abiertos que hasta le dolían.
Jaime soltó una carcajada al ver su expresión.
—Lo he visto, no es algo que haya podido evitar. Estaba ahí,
delante de mí, y…
Emma le dio un codazo y él se lamentó sin dejar de sonreír.
Permanecieron en silencio durante varios minutos. Él no dejaba de
apretarla contra su cuerpo mientras pensaba en la escena y sonreía para sus
adentros. Esperaba que no estuviera enfadada con él mucho tiempo, lo
único que necesitaba era que se recuperara para demostrarle lo mucho que
la deseaba.
Emma cerró los ojos deleitándose en la proximidad de sus cuerpos.
El fuego de la chimenea la encandiló de tanto mirarlo. La rabia había
empezado a mitigar, no quería pensar en lo sucedido, se sentía ridícula y
solo le entraban ganas de estrangularlo. Prefirió sonreír para sus adentros
pensando que el fuego no solo se encontraba tras el cristal que protegía la
chimenea.
«¡Jodido doctor!», se dijo suspirando.
20
Emma no se cansaba de observarlo. Se sentó delante de la mesa de
la cocina americana, en uno de las banquetas altas, observando la destreza
con la que el doctor preparaba un cóctel del que destacó su riqueza en
vitaminas. No dejaba de sonreírle mientras añadía un sinfín de líquidos y
pedacitos de fruta. No tenía muy claro que aquello fuera bebible, pero
estaba disfrutando de su compañía, así que, si hubiera sido por ella, el
cóctel se habría tardado horas en prepararlo.
Desde el incidente con la inyección, el doctor no había dejado de
mirar su mano cada pocos minutos asegurando que el resultado era de lo
más satisfactorio. Tenía razón, Emma no había vuelto a sentir molestias,
solo alguna si se rozaba accidentalmente, pero un pequeño escozor que el
doctor le aseguró desaparecería al día siguiente. Incluso le había aplicado
una pomada para evitar que se pudiera infectar la herida; lo hizo con tanta
suavidad y cuidado que a Emma llegó a parecerle deliciosamente erótico.
Habían dedicado un buen rato, frente al fuego, a comentar todos
los encuentros que habían tenido, o más bien desencuentros. No se
pusieron de acuerdo, cada uno aportó una visión muy distinta de los
hechos, pero ambas versiones fueron acogidas entre bromas y risas.
El momento más incómodo fue cuando Jaime le pidió una
explicación sobre su comportamiento en el tren.
—Vamos, doctor, prefiero no hablar de eso, me muero de
vergüenza cada vez que recuerdo las tonterías que te dije —confesó ella
librándose de su brazo e inclinándose hacia delante refugiando el rostro en
sus manos.
—¿Por qué me atacaste de aquella manera? —le preguntó
sonriendo y refugiándola de nuevo bajo su brazo.
—Te escuché hablar con aquellas mujeres y me pareció horrible
que les mintieras de esa forma. Estaba algo sensible con ese tema, hacía
poco tiempo que había roto con mi ex y… Seguro que ya lo has entendido.
—¿Qué era todo aquel rollo de las huelgas japonesas?
—Él viajaba a menudo a Japón por temas de trabajo. En los
últimos meses siempre tenía problemas al regresar, siempre había una
excusa para posponer la vuelta. Y… las huelgas de todo tipo en Japón,
eran una de las excusas que daba.
—Entiendo. Y alguna debía estar relacionada con los aviones,
¿cierto? Mencionaste algo de…
—Huelga de controladores aéreos, y de personal del aeropuerto, y
de taxis, y…. ¡Todo Dios hacía huelga! El país debía estar atravesando una
fuerte crisis, pero no aparecía en ningún medido de comunicación.
—Y creíste que yo estaba mintiendo a alguien…
—Lo hacías.
—La primera persona a la que llamé era una compañera de trabajo
que me pidió ayuda si llegaba pronto a Madrid. Al mismo tiempo estaba
esperando la llamada de Daniela, la dueña de esta casa, que estaba
organizando una pequeña fiesta de cumpleaños para su marido, mi amigo.
No sabía si podría deshacerse de él sin que él lo notara para reunirse con
mi compañero de piso y conmigo —Hizo una pausa para observarla—. Al
ver que no llamaba me puse en contacto con mi compañera y le dije que
llegaría a tiempo para ayudarla, pero poco después llamó Daniela tirando
los planes adelante, así que me vi obligado a volver a hablar con mi
compañera y mentirle, no quería decirle que no iba a ayudarla por una
fiesta de cumpleaños.
Emma escuchó su relato sintiéndose avergonzada; no se parecía en
nada a lo que ella había supuesto.
—¿Cómo iba yo a saber eso?
—Es que no era asunto tuyo —le dijo alborotándole el cabello.
—Estaba muy sensible a las infidelidades.
—¿Es eso lo que acabó con vuestra relación?
Emma cambió el semblante visiblemente incómoda con aquel
tema. Jaime se dio cuenta de ello, pero estaba muy interesado en la
respuesta que ella pudiera darle y le insistió con un pequeño empujoncito
en el hombro para que le contestase.
—Creo que se enamoró de una mujer que conoció allí, pero no me
lo dijo, lo he deducido.
—De ahí la caja del contenedor con esas bonitas palabras que
escribiste en el interior.
—Eso fue un arranque momentáneo, el principio de entender que
él se había dado cuenta antes que yo de que no merecía la pena seguir
juntos. Lo de meterlo en una caja fue la rabia que sentí porque no me lo
explicó.
—¿No te dio ninguna explicación?
—No, pero es que he llegado a preguntarme si yo se la habría dado
a él de encontrarme en su lugar. Seguro que sincera al cien por cien no
habría sido. Así que… la rabia, en realidad era conmigo misma. Por no
ver, por dejarme llevar por la inercia, por llamarlo después y pedirle que
nos viéramos, por tragarme las putas huelgas…
Se apartó de él y le miró a los ojos antes de sentenciar su discurso:
—No quiero seguir hablando de esto. Es algo que ya no está en mi
vida, y que entiendo que, como en todo, algo se aprende. Los dos fuimos
infieles, aparte de con la japonesa, pero fue a nosotros mismos.
—¿Fuiste feliz con él?
Emma movió la cabeza regañándole, ya le había dicho que no
quería seguir con el tema.
—Solo contéstame a eso.
—Pues… no más feliz de lo que habría sido compartiendo casa con
un buen amigo. Eso es lo que éramos. La vida es más emocionante, estoy
segura.
Emma le brindó una sonrisa que a Jaime se le clavó en el centro
del pecho. Él se la devolvió. Se sentía aliviado de comprobar que esa
ruptura no era algo relevante en su vida, pero sobre todo se sintió atraído
por sus palabras, por su forma de razonar, de plantear la vida. Un
sentimiento de admiración asomó la cabeza mientras se preguntaba por
qué aquella mujer le seguía pareciendo que llevaba años en su vida.
21
Tras saborear el cóctel en el porche trasero de la casa, cerrado y
acondicionado para el invierno, Jaime sirvió la cena, la que tenía
preparada en el frigorífico por gentileza del matrimonio que se encargaba
de la casa, a petición de Daniela. Lo hizo, tras la insistencia de Emma, en
una mesa pequeña que situaron frente a la chimenea. Se sentaron en el
suelo y bromearon por la incómoda postura.
Emma le habló de algunas travesuras de los niños durante las
excursiones e incluso en el centro escolar, haciéndolo reír a carcajadas.
Jaime no desaprovechó ni una oportunidad de provocarla con comentarios
sobre la inyección que le había puesto o sobre algunos instantes que
habían vivido en sus accidentados encuentros.
—No es cierto, no sabías que era el Ave Fénix, dijiste que era un
pajarraco terrorífico envuelto en llamas.
—No, doctor listillo, sabía que se trataba de él, pero nunca lo había
visto representado de esa forma tan… siniestra.
—Emma…
—Vale, de acuerdo, ni se me pasó por la cabeza.
Jaime se echó a reír y se levantó con un plato en la mano. Cuando
ella hizo ademán de imitarlo, le advirtió con una mirada fulminante que
debía quedarse quieta y esperar a que él terminara.
Emma se sentía cómoda, se sentía feliz, aquel hombre le estaba
penetrando y no quería ni imaginar hasta donde podía llegar aquella
gloriosa sensación. Era curioso comprobar lo lejos que quedaba Álvaro y
la historia que compartieron durante un par de años.
Jaime regresó con una propuesta a la que ella se unió
entusiasmada. La cogió de la mano de nuevo y la guio hacia el exterior de
la casa hasta la escalera por la que se accedía a la buhardilla. Emma se
sentía mucho más fuerte y apenas quedaba rastro de los efectos de la
picadura. La sensación de debilidad había desaparecido: la cena y el cóctel
debieron ayudar. ¡No! Jaime debió ayudar.
Cuando entraron en la estancia Emma se quedó con la boca abierta
durante unos instantes, los mismos que él empleó en observarla.
—Vaya, este rincón es… ¡increíble! —afirmó contemplando el
jacuzzi y las vistas que había tras él.
Recorrió con la mirada la estancia sin dejar de admirar el buen
gusto con el que estaba decorada. Reparó en el jacuzzi. El agua, que
burbujeaba ligeramente, desprendía un suave vaho perfumado.
—Se acciona con un mando a distancia —aclaró él al ver su
sorpresa—. ¿Un baño? ¿Te apetece?
—Esto. Vaya, no sabía que había algo en lo que bañarse, no he
traído traje de baño.
—¿Tienes algún problema en bañarte desnuda?
—¿Desnuda? —Sintió que se le aceleraba el corazón—. Bueno,
preferiría hacerlo con traje de baño.
—Vamos, Emma. ¿Qué juego tonto es este?
Ella lo miró confundida.
—¿Qué quieres decir?
—¿De verdad tienes ese tipo de reparos? Vamos a ver, me has
acompañado a una cabaña, estamos aislados del mundo, tú y yo solitos. Se
supone que la idea de follar nos es precisamente un elemento fuera de
lugar, yo diría que está en el ambiente.
Las frías palabras y el brillo helado de su mirada llegaron a Emma
como si la hubieran golpeado, aun así, de su boca salió un murmullo del
que tardó poco en arrepentirse:
—No… no es eso, es que yo esperaba algo… no sé…
—¿Algo más romántico? ¿Velas, pétalos?
Emma lo fulminó con la mirada, aunque tarde, ya era capaz de
coger las riendas de la situación y poner a ese imbécil en su lugar, pero no
iba a malgastar ni una sola palabra. Se dio media vuelta y se dirigió a la
puerta, salió dando un portazo, no sin antes pronunciar un «¡Gilipollas!» lo
suficientemente alto como para que él lo escuchara.
Se dirigió a toda velocidad al interior de la cabaña y tomó la
dirección del dormitorio. Afortunadamente no tenía que entretenerse
demasiado en su maleta, apenas la había deshecho. Ni se había acordado
de ello, y al parecer él tampoco. No había vuelto a entrar allí desde
llegaron.
¡Mucho mejor! Menos tiempo tendría que permanecer bajo el
mismo techo que aquel gilipollas.
Un tirón rápido de su bolso, una comprobación de que contenía el
móvil en su interior y toda una proeza al ir metiendo los brazos en las
mangas de su abrigo mientras arrastraba la maleta y se giraba para
comprobar que no se dejaba nada, fue todo lo que hizo antes de salir.
¡Qué a gusto se había quedado el jodido doctor! Ni siquiera se
había molestado en ir tras ella para disculparse, claro que… ¿para qué
quería ella una disculpa si eso era lo que pensaba? Sincero había sido, pero
eso no significaba que ella tuviera que aguantar que le hablara como si
fuera un objeto.
Al dirigirse a la puerta de salida se acercó a la repisa de la
chimenea y cogió las llaves del coche que recordaba haber visto antes.
No iba a pensar en eso ni en nada más, solo iba a salir de allí a toda
velocidad.
Antes de abrir la puerta se fijó en la mesa que aún permanecía
junto a la chimenea y un inesperado e inoportuno sentimiento de nostalgia
se apoderó de ella.
Salió lo más rápido que pudo y se dirigió a la verja de salida.
Afortunadamente la casa estaba rodeada de diferentes farolas que
alumbraban un largo trecho del camino, pero no abarcaban los cien o
doscientos metros que debía haber hasta el coche.

Jaime continuó sentado sobre la cama incapaz de moverse. No


daba a crédito a la forma que en que le había hablado. Había repasado sus
palabras en tres ocasiones, intentando recordar cada una de ellas, y
continuaba sin saber por qué había sido tan desafortunado con ellas. No
entendía qué había desencadenado esa falta de sensibilidad hacia ella. No
se reconocía, y aunque era preocupante, al menos él sabía lo que pensaba y
cómo era, pero Emma no. Ella se habría llevado una impresión
equivocada, no sin razones, pero equivocada de él.
¿Cómo iba a resolver aquello? No bastaba con una disculpa, él
deseaba borrar por completo sus palabras y que no hubiera ni rastro de
ellas, pero iba a ser difícil, no había disculpa capaz de conseguir algo así.

Se levantó y caminó por la estancia deteniéndose frente al jacuzzi.


¿Por qué? Ni siquiera pensaba lo que había dicho. Era absurdo.
Salió de la habitación dispuesto a enfrentarse a ella. Cuando entró
en la cabaña comprobó que no se encontraba en el salón y supuso que se
habría refugiado en el dormitorio. Se sorprendió al comprobar que no
había rastro de ella. Se dirigió al baño con pocas esperanzas de encontrarla
ya que había observado que su maleta no estaba.
Se llevó las manos a la cabeza y salió rápidamente al exterior.
¿Dónde podía haber ido a aquellas horas? Era una locura salir. ¿De verdad
se había marchado?
Habría salido en busca de cobertura para hacer alguna llamada, esa
debía ser la explicación. Recordaba haberle comentado que al final del
camino, cerca del coche era el único lugar donde aparecía algo de
cobertura. ¿Entonces por qué se había llevado la maleta?
Salió corriendo a lo largo del camino de salida. Cuando se alejó de
la zona que iluminaban las farolas se enfrentó a una oscuridad en la que
iba a ser prácticamente imposible localizarla. Ni siquiera estaba seguro de
que estuviera allí. Se detuvo en seco. ¿Y si se había dirigido hacia el
camino por el que pasearon? Pero de ser así, ¿hacia dónde se dirigía? ¿Y
si…? Las posibilidades eran varias, no podía comprobarlas todas al mismo
tiempo.
Jaime se llevó las manos a la cabeza sintiendo la angustia que
empezaba a instalarse en él. No soportaba la idea de que le ocurriera algo.
«Emma… ¡Necesito verte!», se dijo.
Un sonido llamó su atención, decidió continuar corriendo hasta
llegar a la altura del coche. Allí había algunas farolas más que le
permitirían ver con claridad. Distinguió la figura de Emma y respiró
aliviado.
—Emma… —le dijo al llegar a su altura.
Ella no se giró, pero se detuvo.
—Lo siento, Emma, créeme que lo siento. No sé por qué he dicho
todas esas estupideces. No quería ofenderte ni herirte, de verdad.
Ella seguía sin darse la vuelta. Soltó la maleta y permaneció en el
mismo lugar.
—No te pedí que vinieras para fo…
—Follar, doctor, hablemos con propiedad —dijo ella con un tono
firme.
Jaime pensó que iba a volverse loco, ya que en vez de seguir
angustiado, escuchar su voz hizo que respirara aliviado, incluso habría
sonreído, pero no lo hizo, temía que se diera la vuelta y lo descubriera.
—Te dije que me acompañaras cuando te escuché por teléfono,
parecías cansada, y triste, y pensé que aquí podrías desconectar —Hizo
una pausa antes de continuar—: Te dije que me acompañaras porque
quería disfrutar de tu compañía, Emma, me caes bien, me gustas, me…
atraes. No te voy a mentir diciendo que no pretendía acercarme a ti, no
sería cierto, pero no era lo que me llevó a pedirte que vinieras conmigo.
No sé por qué he dicho esas tonterías, he sido un perfecto estúpido. No
siento esas palabras, pero… ¿cómo convencerte de ello?
Emma se fue girando lentamente. A Jaime le pareció ver algo de
humedad en sus pestañas. ¿La había hecho llorar? De repente se sintió un
ser insensible y monstruoso.
—Eres un imbécil, un doctor muy imbécil, con un ego del tamaño
de Groenlandia, y con una estupidez, que todavía no entiendo cómo no ha
acabado por aplastarte —Le empujó suavemente—. No vine aquí porque
necesitara follar desesperadamente contigo, ni soy tan ilusa como para que
no se cruzara por mi mente especialmente si… me siento atraída por ti,
pero no es eso lo que he venido a hacer. Y en el caso de que así fuera, que
podría ser, y tendría todo el derecho del mundo a querer follar con quien
me diera la gana, también tengo el derecho a querer que me seduzcan. Se-
du-cir, doctor. Y si no me apetece meterme desnuda en un jacuzzi a la voz
de orden del señor, no me meto y punto. Y si me gustan los pétalos, las
velas, y las gilipolleces de la seducción, los trajes de baño, la cara de
bobos, las caricias y los «te desvisto poco a poco», porque me parece más
interesante y más excitante… ¡Pues me gusta y punto!
Jaime le cogió la mano la segunda vez que ella le empujó, se la
acarició y se la besó. Ella alzó las cejas y lo miró fijamente. El conjunto
de sus gestos eran altivos, desafiantes; un punto medio entre querer seguir
con la batalla y desear la rendición.
Jaime inclinó lentamente su cabeza para acercarse a sus labios, lo
hizo con la lentitud que le permitía saborear lo mucho que lo deseaba.
Acercó sus labios a los suyos y la invitó a abrirlos, pero ella seguía firme
en su frialdad. Jaime la atrajo hacia él abrazándola por la cintura y siguió
acariciándole los labios.
Emma se rindió a aquella placentera invasión. Se puso de puntillas
para enredar los brazos en su cuello.
Perdieron la noción del tiempo rendidos por completo al placer de
aquellas sencillas caricias. Jaime le sujetó la cabeza con las manos y le
susurró que volviera con él a la cabaña. Ella tardó en responder, se apartó
de él y volvió a darle la espalda.
—Emma, no sé cómo te va a sonar esto, pero te aseguro que
cuando te propuse el baño mi intención era mantener una conversación
divertida, incluso creía que lo estaba haciendo, a pesar de haberte hablado
así. Ha sido algo raro, como si saliera de mi boca con la intención de
hacerte reír y se hubiera desviado para… No sé ni lo que digo, suena tan
absurdo.
—Pues tienes muy gracia —dijo ella dándose la vuelta—, se te da
mejor poner inyecciones, doctor.
Él sonrió visiblemente afectado todavía por la situación.
—Si quieres te pongo otra…
—Atrévete, doctor.
—¿Qué ibas a hacer? ¿Impedírmelo? —Se echó a reír —. ¿Igual
que has hecho antes?
—Ese comentario es prepotente, es…
—Lo es, lo es, no te lo voy a negar —Le envolvió el cuello con un
brazo y la atrajo hacia su cuerpo. Le besó en la cabeza—. Volvamos a la
cabaña. ¿Un vino? Ella asintió con la cabeza, impresionada todavía por el
gesto tan cariñoso que acababa de recibir de él.
Jaime cogió la maleta con una mano y le tendió la otra. Emma se
tomó su tiempo para aceptarla, pero lo hizo. Iniciaron el camino de vuelta
cogidos de la mano.
—¿Dónde pretendías ir a estas horas y con esta oscuridad?
Emma sacó las llaves del coche del bolsillo de su chaqueta y se las
mostró balanceándolas.
—¿Pretendías dejarme aquí tirado? —exclamó él sorprendido.
—Pensaba devolvértelo. Tú podías llamar a alguien para que
viniera a buscarte.
—Y tú también.
—Yo no tengo a nadie, doctor —Se arrepintió al momento de haber
pronunciado aquellas palabras. Bajó la mirada y luego la alzó para
enfrentarse a la de él—. Yo… no tenía a nadie disponible.
—¿Dónde vive tu familia?
—No tengo familia.
—¿Tus padres…?
—Mi madre murió cuando tenía diecisiete años.
—¿Y tu padre?
—Estuve con él hasta que cumplí los dieciocho. Él se volvió a
casar y se fue a vivir al sur de Italia, fuimos perdiendo el contacto.
—¿Cuánto hace que no hablas con él?
—Mucho tiempo, doctor. Tengo frío, ¿entramos?
Jaime la observó buscando algún indicio en su rostro que le
ayudara a entender si aquel tema era doloroso para ella, y se encontró con
una mirada fría que intentó contrarrestar con una sonrisa forzada.
—Entremos.
Emma se detuvo en el salón. Hacía menos de media hora que había
salido por la puerta enfurecida y con ganas de asesinar al doctor, pero en
aquel momento solo pensaba en estar a su lado y en disfrutar de la cabaña.
No le conocía y era la segunda vez que le regalaba unas palabras
desafortunadas que la herían. Sin embargo, era la segunda vez que lo creía.
Esperaba no equivocarse con él, aunque era consciente de que aquello era
una aventura fugaz.

Emma se dirigió al dormitorio dispuesta a deshacer la maleta.


Poco importaba ya el estado de la ropa, al fin y al cabo llevaba horas allí
metida, pero sentía la necesidad de instalarse, como si así quedara
confirmada su estancia en aquel lugar.
Jaime llegó minutos después con dos copas de vino en la mano.
Ella agradeció el gesto y saboreó el primer sorbo mientras Jaime le daba
una explicación del tipo de vino que era.
Ambos se dieron prisa en deshacer su maleta, bromeando cuando
se dirigían al armario al mismo tiempo y chocaban al pretender colocar
algo en el mismo espacio.
La ropa no quedó doblada en el armario sino más bien
amontonada, estaban más pendientes de competir como dos niños que del
estado de sus enseres.
Emma le dio un golpe suave en la cadera para apartarlo y hacerse
paso para colocar lo último que había sacado de la maleta.
Él sonrió y le devolvió el gesto. Su rostro se volvió más serio.
—¿Eso que llevas en la mano es un traje de baño?
Ella fingió sobresaltarse al verlo.
—Anda, pero si tenía uno. ¡Qué cabeza! —Lo colocó con sumo
cuidado en el estante del armario.
Él sonrió negando con la cabeza.
—Me has mentido, has traído traje de baño.
—No me acordaba. Hice la maleta en segundos, ¿o no recuerdas
que me llamaste dos veces para que me diera prisa? —Aguantó la risa.
—No te creo, sabías que lo habías traído.
—Cree que lo que quieras —No pudo aguantar la risa y la soltó
tapándose la boca—, pero yo soy la primera sorprendida.
—Póntelo y subimos a darnos un baño —propuso él con una
sonrisa maliciosa.
Ella lo miró fijamente.
—Buena idea, doctor.
Emma levantó los brazos deshaciéndose del jersey que lucía ante
la mirada perpleja de Jaime, que bajó la cabeza y sonrió.
A continuación se llevó las manos de nuevo a la cabeza para
extraer las horquillas que sujetaban su despeinado moño. Su larga melena
calló en cascada cubriéndole parcialmente el pecho, que se mostraba tras
un sujetador de color negro.
Jaime tragó saliva ante la escena que estaba presenciando. Su
melena, su sujetador transparente, sus pechos… ¡Qué bonita era!

Emma arrugó la nariz como siempre hacía cuando quería mostrar


su lado más travieso. Se bajó los pantalones lentamente hasta llegar a los
tobillos e intentó deshacerse de ellos, pero no le resultó fácil. Dio dos
pasos torpes hacia atrás para apoyarse en la pared y hacer un nuevo
intento.
Jaime todavía no se había percatado de que ella estaba en apuros,
atento como estaba a la minúscula pieza de ropa que cubría su pubis.
Cuando la vio forcejear con los pantalones y perder el equilibrio
dio un salto para socorrerla. Ella bajó la mirada avergonzada y se sonrojó.
—El caso es que iba bien, ¿no crees? —dijo ella con timidez.
Él se echó a reír y la ayudó a librarse de ellos.
Jaime se dirigió al armario y volvió con el traje de baño.
—El traje de baño, ¿recuerdas? —propuso con malicia.
Emma se desnudó lentamente, desafiándolo con la mirada; primero
fue el turno del sujetador, que dejó caer sin apartar la mirada de él y luego
el tanga, que fue lo fue bajando lentamente hasta que decidió confiárselo a
la gravedad.
Jaime se pasó una mano por el pelo y sonrió. Tras su divertida
derrota, su semblante se volvió serio. La imagen que estaba contemplando
le provocó varios escalofríos a lo largo de todo su cuerpo. Algunos
parecían cargados de electricidad. ¿Qué era aquello? Se acercó a ella
recorriéndola por completo con la mirada.
—¿Te vas a bañar sola? —murmuró él.
Ella sonrió y acercó sus manos al borde de su pantalón y se centró
en despojarlo de su cinturón, y en desabrochar el botón de sus pantalones.
Jaime no se movía, observaba cada movimiento siendo consciente de que
su frialdad acabaría alterándola.
—No es momento de exponer tu inmortalidad, doctor.
Él soltó una carcajada y le retiró las manos con un suave golpe.
Terminó lo que ella había empezado con mucha rapidez hasta quedar
completamente desnudo.
A Emma solo le dio tiempo a admirar parte de su cuerpo, él la
impulsó en el aire y la apoyó en la pared al tiempo que ella le rodeaba la
cintura con las piernas.
Él la miró a los ojos durante un largo rato, y ella no dejó de luchar
por controlar su respiración, agitada al sentir las caricias de su erección.
Cerró los ojos y él aprovechó el momento para introducir un dedo en su
interior. Ella gritó ante la inesperada invasión echando la cabeza hacia
atrás esperando que aquel gesto se alargara por una eternidad.
Jaime jugó con sus dedos haciéndolos entrar y salir cambiando la
velocidad y la intensidad; añadiendo, quitando, pellizcando y… finalmente
provocando el grito y la humedad que tanto rato llevaba esperando: el
sonido angelical que indicaba que Emma se había rendido al placer.
Ella alzó la mirada y colocó las palmas de sus manos sobre su
pecho.
A Jaime aquel contacto le produjo un nuevo escalofrío que le hizo
cerrar los ojos y deleitarse de la pequeña descarga eléctrica que aquello le
había producido. Subió la intensidad, se convirtió en algo doloroso. La
condujo hasta la cama donde la dejó caer como si de una pieza de
porcelana se tratara. En un movimiento rápido se colocó un preservativo y
la cubrió con su cuerpo. La penetró con suavidad. Emma movió la cabeza
y arqueó la espalda; lo miraba, suspiraba, jadeaba y empujaba sus caderas
invitándolo a seguir un ritmo más elevado.
Él jugó con su miembro, hipnotizado por la forma en la que ella le
reclamaba el placer, y se perdieron en ese juego de intensidades hasta que
llegaron a la cima, a la más alta, a una que todavía no se atrevieron a
afirmar no conocer.
22
—¿Y tus amigos? —le preguntó él mientras le besaba la cabeza.
Habían decidido darse un baño en el jacuzzi de la bohardilla. Tras
recuperar las fuerzas se dirigieron al exterior refugiados bajo una manta y
subieron las escaleras encogidos por el frío. Se introdujeron en la
burbujeante bañera y se deleitaron de la agradable sensación que les
produjo el agua caliente.
Ella se sentó delante de él dándole la espalda y se dejó abrazar.
Jaime no dejó de molestarla echándole agua en la cara, pellizcándole,
sumergiéndole la cabeza, atrapándola con las piernas y tirándole del pelo.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué amigos? —le pellizcó en el
miembro y él volvió a sumergirle la cabeza.
Ella intentó desenvolverse de sus brazos, muy agitada.
—Está bien, está bien, ya paro —dijo muerto de risa.
—O paras o salgo.
Jaime tuvo que hacer un gran esfuerzo por no continuar
incordiándola, le encantaba ver la forma en que se revelaba. Se acomodó y
la abrazó de nuevo por la espalda. Alargó un brazo para pulsar el botón
que activaba las burbujas.
—¿Por qué haces eso?
—Porque no es saludable tener mucho rato las burbujas.
—Claro, doctor.
—Venga, háblame de tus amigos.
—¿Por qué?
—Porque mencionaste que no había nadie que pudiera venir a
buscarte. Sé que no tienes familia, pero quiero saber de tus amigos.
—Eres muy curioso.
—Lo soy. ¡Contesta!
—Mi mejor amiga es Irene, la hermana de Blanca, y vive en
Barcelona.
—¿No tienes más amigos?
—No.
—¿Por qué se fue a Barcelona?
—Fui yo la que vino a Madrid.
—¿Eres de Barcelona? —preguntó muy sorprendido.
—Sí, aquí solo llevo unos dos años.
—¿Qué te trajo aquí?
—Álvaro.
—¿El de la caja del contenedor?
—El mismo.
Jaime guardó silencio. En pocos minutos había descubierto
detalles de la vida de Emma que le habían sorprendido, aunque lo que más
le impacto era saber que no tenía prácticamente a nadie, solo a una amiga
que vivía a cientos de kilómetros.
—¿Y tus compañeros de trabajo? ¿No tenías relación con ellos?
—Solo estrictamente laboral.
—Cuéntame más cosas sobre ti.
—Eres muy preguntón, ¿te he preguntado yo algo de ti?
—No, pero si quieres saber algo, hazlo.
—¿Eres un hombre feliz?
A Jaime le sorprendió la pregunta y tardó unos segundos en
contestarle.
—Sí, lo soy.
—Bien, entonces me quedo tranquila. Estoy sumergida en una
bañera gigante con un tío feliz. Sería triste que estuvieras lleno de penas,
de traumas y de problemas —Se deshizo de su abrazo y se dio la vuelta
hasta quedar frente a él, de rodillas, y le brindó una espectacular sonrisa.
Jaime la observó, todavía impresionado por sus palabras y por el
impacto que le había causado el tamaño de aquella sonrisa. La escuchó
atentamente:
—Me gusta la gente optimista, no soporto a la gente que se pasa el
día hablando de sus problemas y que ve catástrofes en todas partes —
aclaró ella sin abandonar la sonrisa.
—¿Eres feliz, Emma?
—Unos días más que otros, pero sigo viva así que… ¿quién sabe
las cosas que me quedan por vivir? —Su expresión se tornó más seria—.
Lo que no me gusta es el pasado. Todo lo malo que hemos vivido, tiene su
momento de duelo, pero una vez trascurrido… ¡Es pasado!
—Una buena filosofía, Emma.
Las siguientes horas las pasaron junto a la chimenea saboreando el
vino que no llegaron a beber.
23
Jaime abrió los ojos lentamente intentando adaptarlos a la
oscuridad que lo envolvía. Su mente permaneció confusa durante unos
segundos hasta que reparó en la claridad que se apreciaba en el pequeño
pasillo que conducía al baño.
Su cabeza se giró bruscamente descubriendo la figura de Emma a
su lado. No era un espectáculo al que estuviera acostumbrado, no solía
despertarse al lado de ninguna mujer, para él ese tipo de intimidad no era
acorde con las relaciones que solía mantener. Una cosa era la actividad de
la que pudiera disfrutar en la cama, y otra muy distinta dormir con esa
persona. De hecho era la primera vez que acudía a la cabaña acompañado.
Si bien cuando la cabaña fue un refugio de fiestas prácticamente
adolescentes, puede que invitaran a algunas amigas a acompañarlos en
alguna ocasión, e incluso puede que compartieran camas a la hora de
dormir, dado el reducido espacio que en aquel entonces ofrecía, antes de
que llegaran las lujosas reformas de su propietario. Pero fuera de esas
excepciones siempre había acudió solo, o acompañado de sus amigos.
Olivier le propuso, meses atrás, acudir con una amiga con la que
solían quedar en alguna ocasión para disfrutar de una noche intensa de
sexo, pero Jaime se opuso, para ello no hacía falta desplazarse hasta la
cabaña, en su casa podían hacerlo perfectamente, o bien en casa de la
amiga.
Desde que conoció a Olivier, el sexo compartido, con la misma
mujer, había formado parte de los planes de muchas noches. A Olivier era
algo que le llamaba especialmente la atención después del relato que
Jaime y Nico, un amigo de Daniela, que con el tiempo se convirtió en
amigo de todos, le habían ofrecido tras su viaje a Panamá.
En ese viaje tuvieron una experiencia con una mujer que les
propuso disfrutar del sexo con los dos al mismo tiempo y ambos
aceptaron. El relato impresionó a Olivier, que no dejó de mostrar interés
por ese tipo de experiencias, hasta que consiguió que se produjeran.
Con el tiempo fueron conociendo a algunas mujeres interesadas en
practicar el sexo de esa forma, hasta que el círculo se fue ampliando y
convirtiéndose en una opción frecuente; bien la buscaban ellos, bien
recibían la propuesta.
No significa que esa fuera la única opción, en muchas ocasiones
Olivier disfrutaba de sus aventuras en privado y Jaime de las suyas, pero sí
era una alternativa a la que de vez en cuando recurrían.
Lo que nunca se presentaba era una situación como la que estaba
viviendo en ese momento junto a Emma.
La observó mientras dormía y sonrió con ternura. Le gustaba
aquella mujer, mucho más de lo que estaba dispuesto a reconocer. No es
que tuviera ningún problema con las relaciones, excepto que creía que no
estaban hechas para él. En muchas ocasiones se había preguntado si alguna
vez viviría una historia de amor como la que vivían su amigo Adrien y
Daniela, pero solo de pensar el camino tortuoso que recorrieron hasta que
decidieron unir sus vidas, se le quitaban las ganas incluso de pensar en
ello. Él era feliz con su trabajo, con sus amigos y con sus aventuras de una
noche. Sin embargo, por alguna razón que le incomodaba, no pudo mirar a
Emma como a aquellas mujeres que pasaban por su cama para permanecer
unas pocas horas sin apenas posibilidades de volverse a ver.
Nunca había tenido ningún problema llevando esa vida ni con la
persona con la que solía compartir los momentos de pasión ni consigo
mismo. Alguna vez se había tenido que enfrentar a una situación en la que
la otra persona tenía unos planes distintos y no coincidían con los suyos,
algo muy lógico y normal. Cada uno siente lo que siente y no siempre se
puede coincidir, lamentablemente siempre le toca perder a alguien cuando
se producen esos casos, pero como nunca llegan a ser encuentros
frecuentes ni demasiado intensos, no suele haber heridas; solo alguna
decepción o alguna situación incómoda.
Pero Emma… Emma había conseguido que rompiera las normas
en las que se sentía cómodo. No es que fueran normas estrictas que se
impusiera con disciplina, era simplemente una forma de vida con la que se
sentía cómodo. Libre, siempre libre. Ese era su lema.
Puede que llevara demasiados años llevando una vida parecida y
Emma le había hecho dar un pequeño giro que le hiciera romper un poco la
rutina... Nunca está de más, al fin y al cabo la vida tiene que contener un
poco de todo. Pero aun así, aunque aquello tuviera una explicación
razonable o acorde a su forma de ser, que la tenía, al menos eso quería
creer, no dejaba de sorprenderle lo cómodo y atraído que se había sentido
por ella, incluso siendo de las pocas personas que había logrado sacarlo de
quicio en tantas ocasiones.
Una de las mayores sorpresas se la acababa de llevar, al descubrir
que había perdido la noción del tiempo mirándola sin intenciones de dejar
de hacerlo. Pero Emma abrió los ojos, lo primero que le regaló fue una
espléndida sonrisa.
—Estás muy gracioso despeinado. ¡Buenos días!
—¡Buenos días! Yo podría decir lo mismo de ti, aunque
«despeinada» no sé si sería la palabra —observó sonriendo al comprobar
el nido de rizos que cubrían parte de su rostro.
Ella se tocó la cabeza y sonrió de nuevo.
—Nada que no se pueda arreglar con un cepillo.
Jaime salió de la cama. Se sentía algo incómodo al descubrir que
solo tenía ganas de acariciarla.
—¿Te apetece un café bien caliente?
—Sí, pero solo tomo mi café. Si no te importa me lo preparé yo.
—¿Tú café?
—Sí —apuntó mientras salía de la cama—, soy algo maniática con
él café y llevo conmigo el que me gusta, uno especial.
—¿Has traído café?
—Sí, lo llevo en la maleta —dijo saliendo disparada hacia ella y
rebuscando en su interior—. Este es.
Emma le mostró un paquete pequeño y cuadrado sin ningún letrero
que indicara cuál era su contenido.
—Lo compro on line, en una tienda de Barcelona especializada en
cafés recién llegados de Colombia. Me acostumbré a él cuando vivía allí y
no he podido vivir sin él.

Jaime no dejaba de observarla mientras preparaba el café. Por


suerte, Adrien, el dueño de la casa, que también era un amante del café,
contaba con una cafetera que recibió varios halagos de Emma.
La imagen de Emma deambulando por la cocina, descalza, con una
minúscula camisa de dormir y despeinada, le pareció lo más excitante que
había visto en mucho tiempo. ¿Cómo era posible que aquella sencilla
escena le llegara tan dentro?
Emma le ofreció una taza y se detuvo delante de él, impaciente por
conocer la valoración que él le daría al café.
—No soy un experto en café, ni el más indicado para valorarlo,
pero debo reconocer que tiene un sabor muy agradable, es diferente.
—¿Nunca tomas café?
—El que tomo lo hago en el hospital. El de la cafetería contiene
una parte de café y tres mil trescientas de agua. Si no hay tiempo para
acudir a la cafetería, hay que conformarse con el de la sala de descanso,
que tiene más o menos la misma proporción, diría que peor, y en el peor
de los casos, como que… inexplicablemente se acabe, recurrimos al de las
máquinas que se encuentran en las zonas comunes. Y ese… ese mejor ni
mencionar el gusto que tiene.
Emma disfrutó escuchando el tono humorístico que él empleó para
hablar del café. Era una faceta que, aunque había intuido que tenía,
mostraba más bien poco.
—¿Y a parte del café que más te gusta? —preguntó él dando un
nuevo sorbo.
—El sexo por la mañana me encanta.
Jaime se atragantó con el café al escucharla y se apartó para
expulsar parte del que se negaba a deslizarse por su garganta. Tras
recuperarse del incidente la observó. Ella sonreía de una forma
provocativa, orgullosa de haberle provocado esa reacción. El la sujetó por
un brazo y la acercó hacia él. La miró fijamente sin decir nada.
—¿Y a ti? —pregunto ella arrugando la nariz.
—A mí, ¿qué?
—¿Te gusta el sexo por la mañana?
—Compruébalo.
Jaime se acercó para besarla, pero ella dio un paso atrás sonriendo.
Se acercó a él de nuevo y metió la punta de sus dedos en el borde del bóxer
de él, mientras él le ofrecía una de sus características medias sonrisas.
Emma fue deslizando la prenda mientras él le facilitaba la acción
separándose de la mesa. Emma lo empujó hacia atrás y él se sentó en el
borde apoyándose con los brazos. Ella se inclinó y lamió su erección
lentamente, a lo largo de toda su longitud. Jaime echó la cabeza hacia atrás
y soltó un gruñido ronco y áspero que a ella le hizo sonreír. Lo interpretó
como una invitación a seguir y no le hizo esperar.
Jaime cerró los ojos y ahogó un grito cuando sintió el calor de su
aliento. No entendía la clase de reacción que estaba teniendo su cuerpo
ante las caricias que ella le estaba regalando. El abrazo cálido y húmedo
de su boca le producía escalofríos que, esa vez, sí podía afirmar que
contenían algún tipo de electricidad sin ninguna duda, una que le estaba
permitiendo viajar a un lugar que, para su sorpresa y para su confusión,
juraría que nunca había visitado. Nunca con esa intensidad.
Emma se arrodilló y continuó proporcionándole todo tipo de
caricias aumentando la velocidad y alternándolas con algún que otro
pequeño mordisco que hacía que los músculos de sus piernas se tensaran y
se convirtieran en verdaderas armas de hierro.
Alzó la mirada y se encontró con la suya. Emma habría congelado
ese instante contemplando el brillo bajo el que se escondían sus ojos, si no
hubiera sido porque ese choque de miradas le hizo estremecer y sentir
vulnerable y débil. Se sonrojó. Succionó su miembro con fuerza para
obligarlo a desviar la mirada. Ese fue el punto que a él le hizo estallar y
subir al cielo. Con un movimiento brusco se impulsó hacia delante y luego
hacia atrás hasta apoyar la espalda en la mesa por completo.
Emma, ya en pie, se acercó al borde de la mesa rozando sus piernas
y se centró en acariciar su erección, que empezaba a perder fuerza, con un
dedo, esparciendo su semen. Él levantó la cabeza y la observó convencido
de que aquella imagen quedaría grabada en su memoria durante mucho
tiempo. Clavó su mirada en ella, estaba esperando algo que no se habría
atrevido a afirmar de qué se trataba, era como si no hubiera tenido
suficiente y faltara algún elemento en aquella ecuación de placer.
Cuando llegó lo supo, supo que se trataba de su sonrisa. Una vez
más era de esas espectaculares que a él se le clavaban dentro.
24
La estancia en la cabaña llegaba a su fin, eran más de las nueve de
la noche y Emma se dirigió al dormitorio para ocuparse de preparar la
maleta.
Jaime se quedó inmóvil en el sofá. El vacío que se instaló en su
estómago cuando reparó en que su aventura de veinticuatro horas en la
cabaña estaba llegando a su fin, le inquietó.
Había sido un día diferente, un día lleno de emociones que no
solían formar parte de su vida. No recordaba haber reído tanto en años, o
en siglos. Emma no dejaba de aportar comentarios que le hacían estallar
en carcajadas, o en provocarle mediante juegos que le hacían disfrutar
como un niño.
El paseo tras el desayuno, el almuerzo a base de una ensalada de
pasta que tardaron más de una hora en preparar, más centrados en el juego
con los ingredientes y en los besos insaciables, que en su elaboración; el
segundo baño en el jacuzzi, el vino frente al fuego, las risas, las
persecuciones alrededor de la mesa…
La idea de volver a Madrid y de pasar el día siguiente trabajando
en el hospital le ponía de mal humor. Cómo se arrepentía de haber
aceptado cubrir a su compañero.
El grito de Emma animándole a sumarse en la preparación de la
maleta le hizo dar un respingo y le proporcionó una idea al mismo tiempo.
Todavía no era el momento de dar por finalizada su estancia en la
cabaña, todavía podía seguir la aventura.
—Emma, ¿tienes planes para mañana?
—No —dijo entretenida en doblar un pantalón.
—¿Tienes algún inconveniente en madrugar mucho mañana?
—No, ¿por qué? —continuó doblando otra prenda con mucho
cuidado.
—¿Pasamos aquí la noche y mañana salimos muy temprano para
Madrid?
—¿Por qué tan temprano?
—Porque mañana tengo que cubrir una guardia y entro a trabajar a
las siete de la mañana.
Emma lo miró fijamente.
—A las siete de la mañana… —repitió—. ¿A qué hora tenemos
que salir de aquí?
—A las seis es suficiente.
Emma calculó mentalmente a qué hora debían levantarse.
—Tenemos que levantarnos muy temprano, ¿no es un
inconveniente para ti?
—¿Por qué?
—Se supone que si vas a trabajar deberías descansar más, ¿cierto?
Eres médico y… los médicos tenéis que estar fresquitos y descansaditos.
—Eso no es asunto tuyo —sentenció. Fueron tan frías sus palabras
que Emma las recibió como si la hubiera golpeado.
—Es tu trabajo, tú sabrás —logró decir esforzándose por nos
mostrar el impacto de sus palabras.
—Es mi trabajo, yo sabré —dijo tajante.
Emma se sintió herida con sus palabras, las de un iceberg. Fijó su
mirada en la prenda que sostenía y que había doblado con mimo, la hizo
una bola con la mano y la lanzó sobre la maleta. Dio un paso para
acercarse a él.
—¿De qué va esto, doctor? ¿Es otro de esos momentos en los que
las palabras salen de tu boca y luego me cuentas que no era eso lo que
querías decir? ¿Hay un lenguaje oculto? —Se acercó un poco más—.
Quiero aclararte algo… Por supuesto que es asunto tuyo, me basta con que
entiendas que en ningún momento he pretendido que sea asunto mío. No te
molestes en trazar ninguna línea, doctor, no es necesario. Te aseguro que
no tengo ningún interés en cruzarla. Ahórrate el esfuerzo.
Se dio media vuelta y se dirigió a la maleta. Recogió la bola que
había hecho y se volvió a girar hacia él:
—Y ahora deberíamos recoger nuestras cosas y marcharnos.
Mañana puedes levantarte a la hora justa, o dormir unas horas más, o
madrugar y saltar encima de la cama, o pasarte la noche tocando la
guitarra. Es cosa tuya.
Le dio la espalda de nuevo y continuó recogiendo sus cosas. En
uno de los viajes que hizo hacia el armario él la detuvo sujetándola por el
brazo.
—Me siento ridículo diciéndote de nuevo que no pretendía decir lo
que ha salido de mi boca.
—Deberías buscar a un profesional que encuentre donde falla la
cadena. «Pienso una cosa, pero digo otra» —dijo con sorna—.
Probablemente no sea grave, es más, yo hasta diría que, sin ser médico,
puedo darte un diagnóstico.
Él sonrió, pero tuvo que contener su risa porque Emma parecía
muy enfadada.
—¿Cuál es ese diagnóstico?
—¡Oh! No sé qué me ocurre… —exclamó ella recreando una
escena teatral—. Yo no soy así, soy un hombre amable, un hombre atento,
pero a veces, en algunas ocasiones, pretendo decir algo bonito y, de
repente, me salen palabras crueles, hirientes, frías, innecesarias… —Bajó
el tono de voz hasta hacerlo un murmullo—. Tranquilo, no se preocupe,
simplemente es un gilipollas sin remedio.
Él no pudo contener la risa y se acercó a ella, intentó acariciarle la
mejilla, pero ella se lo impidió de un manotazo.
—Sí, soy un gilipollas. Te has preocupado por mí y no debería
haberte dicho eso. ¿Te cuento la verdad?
—Estaría bien.
—No sé si me vas a creer…
—Inténtalo, pero no me sueltes el rollo de que tus palabras van por
libre.
—Te he propuesto quedarnos una noche más y… me habría
gustado ver que te entusiasmaba. Me ha parecido que esa preocupación era
una excusa y que no eras sincera.
—Estás equivocado. Esa habría sido tu forma de actuar, no la mía.
—Emma no estoy trazando ninguna línea, te lo aseguro. Pero ahora
hay una. Una que te mantiene a ti ahí y a mí aquí. Me gustaría que la
elimináramos. Siento haberte hecho sentir tan mal.
Emma se dejó abrazar, era la tercera vez que sus palabras le
llegaban como agujas, pero también la tercera que tras disculparse le creía.
No sabía qué le ocurría, el doctor tenía una faceta extraña, como si
se obligara a ser borde de vez en cuando para demostrar algo que no
alcanzaba a entender. Tenía la sensación de que era una disciplina que se
imponía cuando sentía que bajaba la guardia ofreciendo su mejor versión.
Le inquietaba separarse de él porque sabía que lo iba a echar de
menos, mucho, y eso era algo que seguramente le iba a doler y no la
llevaría a ninguna parte. Lo que allí había sucedido, para él solo era una
aventura, una más de las muchas que debía tener. No había más que verlo.
Ese hombre quitaba el hipo solo con mirarlo, y si estaba desnudo…
Jaime acercó sus labios y acarició los de ella. El roce era tan suave
que producía un ligero cosquilleo. Observó su reacción y suspiró para sus
adentros. ¿Cómo explicarle que la idea de salir de la cabaña y no pasar la
noche con ella le había creado un malestar que no había sabido gestionar?
Ni siquiera cuando había tenido la idea de alargar un poco más la estancia.
No sabía muy bien qué era aquello, solo sabía que le inquietaba. ¿Por qué
le dolía alejarse de ella? ¿Y por qué aún le había dolido más que ella
mencionara que no pretendía saltar ninguna línea? ¿Acaso quería que lo
hiciera?
Deseaba refugiarse en sus brazos, reír y entrar dentro de ella como
si la vida se fuera a detener en pocos minutos. Eso es lo que iba a hacer, y
al día siguiente… acudiría al hospital y se centraría en su trabajo. Quizás
ya no se sintiera tan confuso.

Entrada la noche sus cuerpos yacían sobre la cama, exhaustos,


agotados, confundidos por la invasión de tantas emociones desconocidas.
Se tomaron su tiempo para recuperarse, en silencio, luchando cada uno por
separado por mostrar poco o nada de lo que en aquel momento les aturdía.
Emma se recostó de lado y se apoyó en su pecho mientras él la
abrazaba por encima de su cabeza. Ella fue la primera en romper el
silencio, uno que empezaba a resultar molesto.
—¿Te gusta tu trabajo?
—Unos días más que otros.
—¿Qué te llevó a estudiar medicina?
—Me fascina la anatomía humana —Le dio una palmada en el
trasero—. Por ejemplo, la tuya me encaaaaanta. ¡Tienes un cuerpo
precioso!
—¿Por qué el corazón?—Sonrió ante el halago pero continuó
preguntando—: ¿Por qué esa especialidad?
—Es el órgano que más me fascina.
—Supongo que alguna vez has tenido alguno en tus manos.
Él se echó a reír.
—A decir verdad más de una.
—¿Y qué se siente?
—Un enorme respeto por la vida.
Emma sintió un escalofrío al escucharlo. Unas palabras que le
parecieron mágicas, especialmente si salían de él, que tenía tendencia a
mostrarse frío como el hielo.
—¿Cada día tienes un corazón en tus manos?
—No, Emma. Durante un tiempo ejercí como cirujano
cardiovascular, pero ya no. Ahora soy cardiólogo. No es lo mismo, la
diferencia entre uno…
—Lo sé, sé que no es lo mismo.
—Espero que no sea por una experiencia personal.
—Mi corazón está perfectamente. Late con fuerza. Está lleno de
vida. Dispuesto a…
Emma se ruborizó, sus palabras podían ser interpretadas con un
sentido que no deseaba.
—¿Dispuesto a…?
—A latir, doctor, a latir.
Se produjo un nuevo silencio.
—¿Dejaste la cirugía?
—Sí, no me hacía feliz.
—¿Y eso supuso muchos cambios en tu vida?
—Algunas vueltas tuve que dar, pero al final logré alcanzar mi
objetivo.
—¿Por qué me atendiste tú cuando aquella chica, María…?
—No hubo que intervenirla, Emma. Llegó prácticamente sin vida.
La traté como cardiólogo, no como cirujano. Ojalá hubiera tenido la
oportunidad de pasar por quirófano, pero no fue así, llegó demasiado
tarde.
—Vaya, ahora resulta que te pones sentimental, pero no entendiste
que yo la esperara para ver cómo estaba.
Él se echó a reír y la abrazó con fuerza.
—Al final va a ser verdad que tienes un corazón grande. ¿Cómo
has dicho? Lleno de vida.
Guardaron silencio de nuevo. Esa vez fue Jaime el que lo rompió.
—¿Estás buscando trabajo?
—Todavía no. Es muy reciente, no he tenido tiempo ni ganas.
—¿Qué tipo de trabajo buscas?
—Uno en el que me paguen cada mes.
Jaime sonrió.
—¿Uno cómo el que tenías? ¿Haciendo fotocopias?
Ella se incorporó y lo fulminó con la mirada.
—¿Por qué no? ¿No te parece un buen trabajo, doctor?
—No voy a entrar en eso, no voy por ahí. Quería saber qué tipo de
empleo buscas.
—No lo sé, lo que me salga —dijo ella incómoda volviendo a
tumbarse.
—¿En Barcelona en qué trabajabas?
—En unos laboratorios farmacéuticos.
Él buscó su mirada sorprendido, ella alzó la vista y sonrió.
—¿Qué hacías exactamente?
—Jugaba con probetas, tubos de ensayo, y esas cosas, ¡ya sabes!
—Pero…
—Estudié Química durante tres años, pero no terminé. Entré en los
laboratorios a hacer unas prácticas, acabé haciendo una suplencia y
terminé quedándome. Fui adquiriendo experiencia, para lo que hacía no
me exigieron el título.
Jaime intentó disimular la sorpresa que se había llevado con esa
confesión, nunca lo habría imaginado. Se dio cuenta de lo poco que ella
solía hablar de su vida. Había que bombardearla a preguntas para
sonsacarle algo, claro que él era igual al respecto.
—¿Por qué no acabaste?
—Porque para seguir estudiando necesitaba dinero, para tener ese
dinero necesitaba trabajar. Tuve que elegir, no eran compatibles. De acabar
los estudios siempre estaría a tiempo.
—¿Y el trabajo del colegio?
—Es lo que encontré cuando vine a Madrid.
—¿No buscaste trabajo como Química?
—No acabé la carrera, y sí, lo busqué, pero no lo encontré y lo dejé
correr.
—¿Y ahora lo harás?
—Será complicado, no puedo esperar tanto. Quizás más adelante.
—Dejaste tu trabajo para venir a Madrid…
—Más bien quería venir a Madrid y tuve que dejar mi trabajo.
—¿Te has arrepentido alguna vez?
—En el tiempo que llevo viviendo en Madrid, no. Digamos que es
ahora cuando creo que quizás fue un error, pero es pasado, ya no puedo
hacer nada. Irene me ha dicho muchas veces que regrese a Barcelona.
Jaime sintió que el estómago se le encogía y le subía a la garganta.
—¿Es lo que tienes pensado?
—De momento, no. No me seduce mucho la idea.
—Emma… Yo podría intentar ayudarte.
—Gracias, pero no es necesario.
—Mi amigo, mi compañero de piso trabaja en una empresa muy
grande, de hecho él es el dueño de una parte de ella. Déjame hablar con él.
—Gracias, doctor, pero no es necesario. Más adelante buscaré
algún trabajo y no creo que me cueste tanto.
—Hablaré con él de todas formas.
Emma fue a protestar, pero él la calló con un beso. Uno que dio
inicio a otra sesión de caricias y de sexo. La madrugada les sorprendió
más rendidos y más saciados que nunca. Cada vez era más duro pensar en
la partida.
Jaime cerró los ojos aspirando su aroma y maldiciendo, una vez
más, el tener que acudir al hospital al día siguiente. Emma no quiso pensar
en la despedida, sabía que le iba a revolver las entrañas.
25
Consultó su reloj por enésima vez en una hora. Por mucho que lo
hiciera no iba a hacer que las agujas corrieran más rápido, pero ese día era
diferente para Jaime, tenía una extraña batalla contra el tiempo. Llevaba
diez horas en el hospital y todavía le quedaban dos para terminar.
Se había tomado un pequeño descanso. Observó la taza que
sujetaba y sonrió. Emma le había regalado el café que había sobrado
animándolo a prepararlo en el hospital.
Lo había preparado nada más llegar, ante la mirada expectante de
sus compañeros, y lo había compartido con ellos. Las alabanzas de los más
cafeteros le habían llenado de emoción. ¡Qué extraña situación! Aquel
líquido oscuro le había hecho sentir más cerca de ella. ¡Aquello empezaba
a ser preocupante!
Aunque sus compañeros estaban algo sorprendidos, ya que él no
era de los más exigentes con el café, se lo habían agradecido en varias
ocasiones. Hasta le habían pedido que compartiera la marca o el lugar
donde lo había adquirido. Salió del paso diciendo que lo ignoraba, que era
un regalo.
No había podido apartar a Emma de su mente. En el momento en
que bajaron del coche, frente a su portal, para sacar la maleta del maletero,
Jaime sintió una opresión en el pecho de la que todavía no había logrado
librarse.
Había sido una despedida extraña. Jaime la acompañó hasta el
portal, ella abrió la puerta, se giró, y le dijo:
—Gracias por invitarme a la cabaña.
Él asintió con la cabeza y ella le brindó una gran sonrisa antes de
desaparecer por la puerta. No habían hablado de volver a verse. Solo un
adiós algo frío que no se correspondía con el fin de semana que habían
compartido.
Estuvo tentado a enviarle un mensaje en varias ocasiones, pero en
el último momento lo había descartado. ¿Qué podía decirle? Que estaba
jodido, que la echaba de menos, que nunca se le había hecho tan largo un
día en el trabajo…
Alguien le tocó en el hombro y se sobresaltó. Se trataba de Víctor.
Él y Adrien eran sus mejores amigos. Una amistad que nació en el
instituto y que solo aceptó la incorporación, dos años atrás, de uno más:
Olivier, el hermano de Adrien.
—¿Qué haces aquí? —preguntó alarmado. El hospital no solía ser
un lugar para encuentros que conllevaran buenas noticias.
—Tranquilo, todo está bien, he venido a traerle el móvil a
Alejandro, se lo ha dejado en mi casa.
Víctor, un par de años atrás, confesó a sus amigos que era
homosexual. Para Jaime no fue una sorpresa, llevaba años sospechándolo,
pero sí lo fue para Adrien, que no daba crédito a lo que escuchaba, incluso
un año después todavía se echaba las manos a la cabeza. Jaime había
tenido que actuar para que Adrien dejara de echarle en cara no haberlo
compartido antes con ellos. ¿Qué más daba? Víctor lo contó cuando le dio
la real gana, cuando le apeteció, o cuando, por la razón que fuera, le
interesó hacerlo. Pero Adrien era un poco tozudo para algunas cosas y le
costaba procesarlas un tiempo, uno que a veces se podía convertir en una
eternidad.
Alejandro era la pareja sentimental de Víctor. Trabajaba en el
mismo hospital que Jaime, como enfermero; él fue quien los presentó.
Olivier y él elaboraron un cuidadoso plan para que se conocieran hartos de
compartir fines de semana con Víctor en los que no podían desarrollar sus
actividades favoritas cuando se trataba de mujeres.
Necesitaban buscarle pareja a Víctor y así lo hicieron. Fue un
éxito, aunque no desde el principio, tardaron meses en congeniar y hacer
oficial su relación.
Jaime, las veces que había coincidido con Alejandro fuera del
hospital, como pareja de Víctor, se había mostrado distante con él, como si
le molestara encontrárselo en su espacio personal.
Esa situación le había llevado a tener alguna conversación
incómoda con Víctor, cuando este le pedía que fuera más amable con él
fuera del hospital, pero Jaime no había atendido su petición, por lo que
cada vez era menos frecuente que en las reuniones se incluyera a
Alejandro, que por decisión propia no asistía.

—Me ha dicho Alejandro que te había visto por el hospital.


—Cubro a un compañero.
—Me dijo Olivier que habías estado en la cabaña.
—Todo el mundo te habla de mí… No sé si sentirme halagado.
—Si dieras más señales de vida no tendría que preguntarle a
Alejandro y a Olivier cómo estás.
—Olivier te lo puede decir, pero Alejandro… ¿Qué coño sabe
cómo estoy yo?
—Jaime… —le dijo con tono de reprimenda.
Víctor sonrió sin que Jaime se percatar de ello. En el fondo ese
tema no le importaba tanto como aparentaba, pero tenía que reconocer que
le gustaba tocarle las narices a Jaime. Si bien le habría gustado que cuando
se reunían todos, Jaime fuera menos distante con Alejandro, pero también
conocía la compleja personalidad de su amigo y era mejor restarle
importancia. Lo estaba intentando.
—¿Estás bien? ¿Has ido a la cabaña por gusto?
—Claro, ¿por qué si no?
—Adrien me ha propuesto que planeemos un día para quedar.
—Perfecto, ya me diréis cuándo —dijo poniéndole una mano en el
hombro—. Me voy, mi descanso se ha terminado.
Se estrecharon la mano con un rápido abrazo.
—¿Tienes planes para luego? ¿Te apetece tomar una copa?
—Necesito descansar —le mintió, lo que necesitaba era otra cosa e
iba a ir a buscarla.
26
¿Pero que le pasaba a Irene? Podía entender que estuviera mal,
hacía poco que había muerto su hermana y sabía el dolor con el que estaba
viviendo, pero eso no significaba que tuviera que comportarse así con ella.
Era su mejor amiga, por lo tanto estaba más que justificado que la
llamara para contarle lo que había vivido con el doctor en la cabaña. La
había llamado con ilusión, dispuesta a hacerla reír y a compartir con ella
algo importante, pero fue nombrarle al doctor y su tono de voz cambió. Le
había vuelto a aclarar, después de que volviera a acusarlo, que el doctor no
se había burlado de su hermana, ¿cuántas veces tenía que explicárselo?
¿Qué clase de tontería infantil era aquella?
La había escuchado en silencio, sin hacer ni siquiera un comentario
y eso le había dolido a Emma. Quizás se estaba comportando como una
mala amiga al sentirse molesta con ella y debía justificar cualquier cosa
que ella hiciera teniendo en cuenta su situación. La pérdida de Blanca no
significaba que no pudieran hablar de otras cosas, entendía que ella no
tuviera ánimos para casi nada, pero tampoco tenía sentido que le enviara
mensajes continuamente pidiéndole que la llamara porque se sentía sola y
quería hablar un rato. ¿Hablar de Blanca? Esa era una buena terapia, al
parecer, pero ella se negaba a seguir esa línea. Si bien Irene estaba en un
momento duro de su vida, ella no estaba viviendo lo mismo. Incluso la
había acusado de tener demasiadas ganas de divertirse por ahí, «en
cabañas», tal y como había puntualizado, después de haber perdido a una
amiga.
Pero ¿qué clase de planteamiento era aquel? Lamentaba la muerte
de Blanca, por supuesto, pero Irene debía entender que Blanca para ella era
solo «la hermana de su amiga», que apenas tenían relación y que el tiempo
que vivieron juntas tampoco hubo un acercamiento. No se pueden forzar
los sentimientos. Una cosa es lamentar una pérdida, porque le tenía cariño
y porque sabía el duro golpe que iba a suponer para Irene, y otra muy
distinta estar rota de dolor y renunciar a divertirse. ¿Por qué? ¿En qué
mundo vivía Irene? ¿Acaso ella le había dado la espalda? ¿No le había
ayudado tanto como había podido? Y ni qué decir del giro tan poco realista
que había tenido la última conversación:
—¿Has pensado cuándo vas a volver a Barcelona?
—No voy a volver, Irene. Me acabo de trasladar a un apartamento,
y mañana mismo empiezo a buscar trabajo. Mi vida está aquí ahora.
—Vaya, veo que lo tienes decidido. Es una pena. En esta vida nos
tenemos solo la una a la otra y no podemos estar juntas.
Emma ni siquiera le había contestado, no había sido capaz de
articular ni una sola palabra.

Se dejó caer en el sofá y observó a su alrededor. Aquel lugar era su


nuevo hogar y ni siquiera lo sentía así. La ruptura con Álvaro, la muerte de
Blanca, la actitud de Irene, la pérdida de su trabajo, y… el doctor.
«Joder, doctor», exclamó en voz alta.
El fin de semana había sido el más maravilloso que había vivido en
toda su vida. Sí, en toda su vida. No recordaba haber sentido aquella
emoción ni aquellas ganas en ninguna otra ocasión. Ni siquiera con
Álvaro. Era cierto que el primer año de relación había sido entretenido y lo
habían pasado bien, pero después de analizar durante todo el día lo que
había vivido junto al doctor en poco más de un día, tenía que reconocer
que desde un punto de vista emocional no era comparable. Y el sexo…
menos comparable todavía.
Cerró los ojos y se sonrojó al recordar el episodio de la cocina en
el que ella le bajó los boxes y se empleó a fondo con su miembro. ¿De
verdad había hecho eso? Estaba segura de que el doctor se lo pasó bien,
pero también estaba muy segura de que él nunca habría imaginado que era
algo que ella nunca había hecho con otro hombre.
Nunca le atrajo la idea demasiado y aunque en alguna ocasión lo
había iniciado, nunca lo había terminado. Con Álvaro el sexo duraba entre
treinta y cuarenta segundos; si llegaba al minuto, podía considerar que era
un día de esos llenos de lujuria y pasión.
Emma se echó a reír disfrutando del sonido de su propia risa, que
hacía algo de eco en el deshabitado salón.
Antes de Álvaro había tenida una vida sexual intensa, al menos eso
era lo que ella creía, pero visto lo visto tenía que reconocer que no era tan
intensa como ella creía. Mucha variedad, pero siempre sexo rápido y sin
demasiada dedicación a caricias preliminares.
Sonrió al recordar las conversaciones que ella y Clara, su
compañera de trabajo en la farmacéutica, y amiga, mantenían muchos
lunes durante el almuerzo al recordar las hazañas del fin de semana.
¡Menuda época! Aquellos años fueron los mejores. Eran los años
en los que se rodeaba de un buen grupo de amigos, todos ellos amigos de
Clara, con los que tardó poco en congeniar.
Por años que pasaran siempre lamentaría que Clara y ella se
hubieran distanciado, y sobre todo que ninguna de las dos hiciera nada por
volver a retomar su amistad. Si no la hubieran trasladado de planta, quizás
el contacto habría propiciado una conversación, pero no fue así.
Emma pensó que no era un buen día para pensar en ello, y más
después de haber mantenido una conversación tan amarga con Irene. Pero
antes de apartar esos pensamientos de su mente se iba a permitir el
pequeño lujo de pronunciar en voz alta que Clara y ella se separaron por
culpa de Irene.
«Sí, Irene, tú tuviste gran parte de culpa», reconoció en voz alta.
Su forma de hablarle a las personas, su forma de destacar los
defectos de los demás, su manera de ofender, y su habilidad especial para
convertirse en la «aguafiestas oficial» hicieron que todos los miembros del
grupo le dijeran que a ella sí, y que a ella siempre, pero que a Irene no
querían volver a verla.
¿Y qué podía hacer ella? ¿Dejar a Irene de lado? Intentó razonar
con ella, le pidió que reflexionara y que se dirigiera a ellos para
disculparse por muchas actitudes molestas que había tenido, pero ella
nunca reconoció su culpa.
Emma le pidió ayuda a Clara, pero esta se mantuvo firme,
principalmente porque había sido una de las principales víctimas de los
comentarios y actitudes hirientes de Irene, y le pidió que eligiera.
Y Emma eligió, eligió a su amiga del instituto, a la que estaba sola,
a la que tenía que afrontar la muerte de sus padres y hacerse cargo de una
hermana con una personalidad extraña.
No, se había dicho que no era el momento de pensar en ello, si lo
hacía acabaría entrando en la época en que Irene estuvo semanas sin
hablarle porque había aceptado la propuesta de Álvaro de vivir con él en
Madrid.
Agitó la cabeza, como queriendo desprenderse de aquellos
pensamientos. La imagen del doctor apareció una vez más: desnudo,
vestido, con los boxes a media pierna, con el cabello mojado, con la taza
de café en la mano, con el reflejo del fuego en su rostro…
De repente un fuerte olor a quemado la hizo dar un salto del sofá y
dirigirse a toda velocidad a la cocina.
Había olvidado que estaba horneando un pastel de patata.
¡Maldita sea! ¿Cómo he podido olvidarlo?, se dijo decepcionada.
Abrió la ventana de la cocina y activó la campana extractora mientras
intentaba pensar de qué forma podía sacar el humo de allí.
Tras abrir varias ventanas con el fin de provocar una corriente de
aire, el humo cesó. Se asomó al horno para contemplar la pieza calcinada
que descansaba en su interior.
Cogió la bandeja con ambas manos. No se había detenido a pensar
que todavía estaba demasiado caliente. La soltó bruscamente provocando
que el pastel saliera disparado y se estrellara contra el suelo esparciendo
algunos pedazos por el suelo.
Los dedos de la mano derecha habían sufrido el mayor impacto de
calor y le dolían de una forma insoportable. Mantuvo la mano bajo el
chorro de agua fría del grifo de la cocina durante varios minutos para
aliviar el dolor.
Cuando creyó que se había calmado, retiró la mano del agua, pero
el dolor volvió a parecer. Se hizo con varios cubitos de hielo y los colocó
sobre los dedos dañados, envueltos en una servilleta de tela. Examinó los
dedos y comprobó que había unas feas heridas arrugadas del color del
fuego alrededor de los dedos. Pero eso le importaba poco, lo que le
preocupaba era que el dolor no cesaba si no estaba en contacto con algo
muy frío.
Los cubitos empezaron a deshacerse y se hizo con unos cuantos
más.
Se tomó un analgésico y buscó en su maletín de primeros auxilios
una crema para quemaduras, pero no contenía ninguna. Aquel maletín
estaba preparado para convertir a alguien en una momia, y también estaba
preparado para desinfectar un campo de futbol, pero nada más. Solo
vendas y alcohol, y en grandes cantidades, ¿cómo no?
El timbre de la puerta la sobresaltó.
27
—¿Vas a salir? —preguntó Olivier al ver a Jaime arreglado para
ello.
—Sí, un rato —contestó mientras se acababa de ajustar el reloj a la
muñeca—. He quedado con unos compañeros, tenemos algunos temas que
comentar—. ¿Y tú? ¿Creí que habías quedado con Nico?
—Sí, pero un poco más tarde. ¿Qué tal en la cabaña?
—Bien, me he relajado mucho, pero hoy ha sido un día muy
pesado en el hospital —Se sentó en el sofá junto a Olivier aceptando una
copa de vino que este le sirvió sin preguntar si le apetecía o no—. He visto
a Víctor.
—Sí, me comentó que iba hacia el hospital para llevarle algo a
Alejandro y le dije que estabas allí.
—Me tengo que ir, pero quería comentarte algo.
—¿De Alejandro?
—¿Por qué te iba a hablar yo de Alejandro?
Olivier se echó a reír al ver la cara de sorpresa de su amigo.
—Pensaba que podría haber llegado el momento de que me
contaras por qué te cae mal.
—¿Qué te hace pesar que me cae mal?
—Venga, Jaime, todos lo hemos visto con nuestros propios ojos.
—Pues no sé qué habéis visto. El caso es que intento disimular
bastante, básicamente por no tener que escuchar a Víctor.
Ambos se echaron a reír.
—Me lo contarás algún día.
—Algún día.
—¿Dé qué querías hablarme, entonces?
Jaime hizo un esfuerzo para que su amigo no reparara en lo que
mucho que le costaba plantear ese tema.
—¿Recuerdas la chica… del tren, de la que te hablé?
—No me digas que te ha vuelto a pasar algo con ella.
—No, no es eso. Hemos hablado varias veces —Jaime pensó en lo
mucho que se arrepentía de haberle hablado a Olivier de ella en su
momento—. Se ha quedado sin trabajo. ¿En Versus habría algo para ella?
Olivier lo miró confundido, estaba acostumbrado a que Jaime fuera
escueto y conciso y nunca se perdiera en detalles, pero esperaba que en esa
ocasión se esforzara un poco más.
—¿Podrías explicarte mejor? ¿Me estás diciendo que le consiga un
trabajo a la chica que hace unos días llamabas loca?
—He hablado con ella varias veces —Se esforzó Jaime por aclarar
de nuevo—. Es buena chica, la juzgué mal. Me gustaría ayudarla, le han
pasado muchas cosas últimamente.
Olivier sopesó sus palabras. No iba a sacar mucho más, Jaime le
había dejado claro lo que quería. O se negaba o aceptaba, aun así volvió a
probar:
—¿Esa chica y tú…?
—No, joder, te digo que me gustaría ayudarla, ¿me crees o no?
—De acuerdo. ¿Qué clase de trabajo?
—No lo sé. Necesita un trabajo y he pensado que podrías ayudarla.
—¿Qué estudios tiene, o qué experiencia?
—No lo sé, eso no es cosa mía. ¿Podrías hablar con ella y
averiguarlo?
—Veré lo que puedo hacer, hay varias vacantes en Versus que
requieren contratación urgente, de hecho estamos en ello, pero no sé dónde
encajaría.
—Habla con ella. Solo te pido eso, luego tú verás lo que haces.
Olivier se quedó un rato pensativo consciente de que Jaime estaba
esperando una respuesta.
—Vale, dile que venga a verme.
—¿Cuándo?
—Ahora mismo no sabría decirte. ¡Espera! —Sacó el móvil de su
bolsillo e hizo unas consultas—. Mañana mismo podría ser.
—Vale, la llamaré. ¿A qué hora?
—A las diez o… a las doce y media… Mejor a las diez.
—Perfecto. ¿Te he pedido demasiado?
—No —aclaró Olivier—. Lo intentaré, pero no te prometo nada.
—Gracias, con eso me basta —le dijo apoyándole una mano en el
hombro—. Habla con ella y decide —Se dirigió a la puerta.
—Dile que pregunte por Natalia. Primero que hable con ella y le
proporcione todos los datos. Yo me encargaré después.
—Joder, no la marees mucho.
—¿No le parece bien al señor? —ironizó.
—Cierto, cierto, tienes razón. Hazlo como quieras, faltaría más.
Solo quiero que le des una oportunidad, si no puede ser pues no será, pero
al menos quiero intentar ayudarla.
—Bien, no te preocupes, algo le encontraremos. ¿Te gusta?
Jaime lo miró fijamente.
—No, no es eso. Es que me porté mal con ella, bastante mal, y me
gustaría ayudarla.
—¿Entonces es una cuestión de conciencia?
—Llámalo como quieras, pero no preguntes más, pesado, no es lo
que crees.
Olivier se echó a reír, aunque le había extrañado la petición, lo
creía.
—Dime su nombre, o no pasará de la puerta.
—Emma… —Jaime intentó recordar su apellido, ella lo había
mencionado, pero no lo consiguió—. No sé, Emma y ya está. ¿Cuántas
«Emma» te van a ir a ver mañana?
—Pues hace unos días conocí a una Emma, no es tan raro.
Pregúntale el apellido o no la inscribo en visitas, tú mismo.
—De acuerdo, luego se lo pregunto.
—¿Te espero despierto, cariño? —dijo con una sonrisa cínica.
Jaime lo fulminó con la mirada, pero tardó poco en echarse a reír.
—¿No ibas a salir?
—Sí, pero volveré pronto.
—Yo también, pero no me esperes, vida mía, por si acaso me surge
algo interesante.
Salió por la puerta mientras Olivier seguía riendo. Eso era lo mejor
de su amistad, no necesitaban entrar en detalles, respetaban por encima de
todo sus espacios y siempre sabían que podían contar el uno con el otro.
Quería mucho a Jaime, era su mejor amigo, mucho más que Adrien, con
quien le había costado conectar, aunque finalmente lo había conseguido.
28
«¡Qué oportuno!», se dijo Emma cuando escuchó la voz de Jaime a
través del interfono anunciándole su visita. En cualquier momento del día
habría dado aplausos y botes de alegría al recibir su visita, pero en aquel
momento solo podía pensar en el dolor que sentía en la mano cuando
dejaba de sumergirla en agua helada.
Tenía que darse prisa, no tardaría en llamar al timbre. Corrió hacia
el congelador y extrajo dos cubitos de hielo que introdujo en la servilleta
de tela nuevamente. Se envolvió la mano asegurándose de que el hielo
estuviera en contacto con la herida y se metió la mano en el bolsillo de la
falda.
Escuchó el timbre. ¡Qué poco había tardado en subir las escaleras!
Abrió lentamente forzando una gran sonrisa al encontrarse con su mirada.
—Quería saber cómo estabas —dijo él apoyando un brazo en el
marco de la puerta.
—¿No sería que me echabas de menos, doctor?
Él sonrió.
—Eso también.
Ella se apartó para cederle el paso.
—Huele a… —observó él siguiéndola por el pequeño pasillo que
conducía al salón.
—Sí, se ha quemado un pastel en el horno.
Jaime asintió con la cabeza, aunque ella no podía verlo. No se
contuvo a la hora de observar con detenimiento el salón.
En cualquier otro momento, Emma habría comentado algo, pero el
hielo no estaba cumpliendo con su cometido y la herida empezaba a
escocer de nuevo como si tuviera cuchillos clavándose en ella.
—Me gusta tu salón.
—Gracias —susurró. Se le estaba haciendo eterno el paseo de
Jaime por el salón—. ¿Te apetece tomar algo? Eres de vino, ¿verdad?
—Sí, pero cualquier cosa estará bien.
Emma se apresuró a entrar en la cocina. Escuchó la voz de Jaime a
sus espaldas.
—¿Estás bien? Espero no haberte importunado. Quería comentarte
algo.
Ella asomó la cabeza sonriendo.
—No, claro que no, me alegra verte —dijo volviendo a
desaparecer.
Emma metió la mano debajo del grifo mientras observaba el
desastre que había en el suelo de la cocina. No había podido recoger los
restos que se cayeron de la bandeja. Empezó a sentirse muy alterada. ¿Por
qué narices le tenía que pasar aquello a ella?
Algo más aliviada, volvió a envolverse el pañuelo con un cubito de
hielo nuevo. Con mucha dificultad sirvió dos copas de vino blanco, su
preferido. Jaime le gritó si necesitaba ayuda, supuso que algo alarmado
por el tiempo que estaba tardando, pero ella le dijo que ya había
terminado. Volvió a introducir la mano en el bolsillo y con la que quedaba
libre portó una copa de vino. Tendría que volver a buscar la otra.
Cuando le entregó la copa se encontró con la mirada penetrante de
Jaime, que le recorrió todo el cuerpo, deteniéndose en su bolsillo, donde
tenía introducida la mano.
«Debe pensar que soy idiota», pensó Emma algo angustiada.
Desapareció de nuevo para recoger la segunda copa y aprovechó
para renovar los dos cubitos de hielo que ya empezaban a deshacerse.
De nuevo la mirada de Jaime observándola. Seguro que no
entendía por qué desaparecía de aquel modo.
—¿Seguro que estás bien?
—Claro.
Se acomodaron en el sofá, algo ladeados para quedar frente a
frente.
Emma sintió una nueva punzada de dolor, tan fuerte esa vez, que
una lágrima le corrió por la mejilla. Su estampa debió ser digna de la
situación más grotesca: una mano en el bolsillo, la otra sujetando la copa,
silencio, y una lágrima atravesando su rostro.
—Emma… ¿qué te ocurre?
Ella apoyó la copa en la mesa y sonrió al tiempo que se deshacía
de la lágrima.
—Nada, es que hoy me pican un poco los ojos.
Jaime la observó confundido. Su expresión era extraña. Sus
movimientos, sus comportamientos, sus idas y venidas a la cocina. ¿Le
habría molestado su visita?
Emma se disculpó y desapareció de nuevo en dirección al baño
para aliviar la herida. Tras unos segundos bajo el chorro de agua fría,
suspiró y cogió fuerzas para volver a entrar en el salón. ¿Qué estaba
haciendo?
Cuando entró de nuevo, Jaime se levantó y se acercó a ella. Le
señaló la mano que tenía metida en el bolsillo.
—¿Te ha caído algo? —dijo con el ceño fruncido refiriéndose a la
mancha de humedad que mostraba la falda.
Ella fingió sorprenderse y tragó saliva. Lo esquivó para dirigirse
de nuevo al sofá, pero él la sujetó por el brazo. Lentamente fue tirando de
su brazo hasta tener la mano a la vista. Cuando reparó en el pañuelo que
llevaba envuelto, la miró fijamente atravesándola con la mirada:
—¿Qué es esto? —No esperó la respuesta y le quitó el pañuelo. Le
giró la mano hasta que se encontró con las dos franjas quemadas que
atravesaban dos de sus dedos.
—Yo… es que me he quemado.
Él la miró más enfadado aún y volvió a centrarse en la mano.
—¿Por qué coño no me lo has dicho? ¿Cómo te has hecho esto?
—Esto, yo… he cogido la bandeja que aún quemaba. Me he puesto
hielo, es lo único que lo calma —confesó con la voz entrecortada.
—¿Te duele mucho?
—Mucho —dijo cerrando los ojos.
—Joder, Emma, ¿a qué viene esto? ¿No podías decírmelo cuando
he entrado? Te has hecho una buena quemadura. No es muy grande, pero…
Jaime salió del apartamento a toda prisa. Volvió en pocos minutos.
Emma se dirigió al baño y volvió a meter la mano bajo el grifo.
Cuando Jaime apareció, lo hizo con una pequeña maleta de piel
cuadrada que abrió con rapidez. De ella extrajo varias vendas, unas pinzas,
un líquido transparente y varias cosas más que Emma no alcanzó a ver.
Le retiró la mano del grifo, se la secó con cuidado y se dedicó a
curarle lentamente la herida. Le avisó en dos ocasiones de que le iba a
hacer daño, pero Emma aguantó sin quejarse, lo que no pudo evitar fue que
le cayeran algunas lágrimas que él se apresuró a apartarle con delicadeza.
Emma observó sus movimientos con atención. La forma en la que
trataba la herida, con movimientos lentos, alternándolos con una sonrisa y
con el movimiento de uno de sus nudillos enguantado para retirarle las
lágrimas que se le escapaban. Deseó que el tiempo se congelara en aquel
instante; ya no sentía dolor.
—¿Mejor? —dijo él con lo que a ella le pareció la sonrisa más
tierna que él le había brindado desde que se conocieron.
Ella asintió con la cabeza.
—Ya está limpia. En un ratito sentirás que se calma. Debes llevarla
vendada unos días, mañana le echaré un vistazo.
Jaime recogió su instrumental y la guio hacia el salón.
En pocos minutos, a pesar de las protestas de Emma, se encargó de
recoger los desperfectos de la cocina y volvió a sentarse a su lado.
—Explícame qué ha ocurrido.
—Ya te lo he dicho, se quemó el…
—No, Emma, eso me ha quedado claro, me refiero a esta tontería
de estar disimulando que no te había ocurrido nada —la interrumpió
volviendo a adoptar el mismo semblante serio que antes de curarle.
—Se me da mal eso de quejarme mucho, quería arreglarlo sin que
nos molestara.
—¿Yendo y viniendo constantemente a meter la mano debajo del
grifo?
Ella sonrió y arrugó la nariz, se sintió algo estúpida cuando él
recreó lo que había estado haciendo.
—Deja de mirarme así —protestó ella. Esa mirada le estaba
penetrando hasta el alma—, ya sabes, con cara inmortal.
A él se le escapó una sonrisa.
—Esta mano ha sufrido mucho últimamente —subrayó
refiriéndose al incidente de la picadura.
—Sí, doctor. Me ha dado muchas alegrías.
—No vuelvas a hacerlo.
—¿Meter bandejas en el horno?
—El show que has montado por no decirme la verdad. Sigo sin
entenderlo.
—¿Todo tiene una explicación, doctor?
—Todo, menos lo que has hecho.
—Te invitaría a cenar, pero…
—Podemos pedir que nos traigan la cena —Ella asintió con la
cabeza—. Y mientras te explico algo importante.
Emma lo observó inquieta. ¿De qué quería hablarle? Fuera lo que
fuera no sabía si iba a ser capaz de concentrarse, ¡estaba tan guapo!;
incluso con la mirada de inmortalidad.
29
Emma, un poco alterada, se paseó por el salón ante la atenta
mirada de Jaime, que aguardaba en el sofá a que le diera una respuesta
sobre la propuesta de entrevista de trabajo.
Le impactó que le hablara de aquello, todavía no había pensado en
volver al trabajo, era como si necesitara un poco más de tiempo, pero
debía reconocer que encontrar un trabajo no era algo rápido y que tenía
que considerar la oferta. Le hacía falta trabajar. Agradecía que él se
hubiera tomado las molestias de hablar con su amigo, su compañero de
piso, que según le había dicho era uno de los dueños de una gran empresa
situada en el centro de Madrid, pero se sentía extraña aceptando algo así,
viniendo de él. No podía ponerle palabras a su malestar, no sabía por qué
se sentía mal.
—¿Por qué lo has hecho? —preguntó ella deteniendo frente a él.
—Porque creo que necesitas un trabajo y sé que allí puedes estar
muy bien.
—¿Tanto crees que lo necesito?
Jaime guardó silencio y ella insistió en que le respondiera.
—Emma, me hablaste de unos estudios que no pudiste pagar, y eso
fue antes de venir aquí, si no recuerdo mal, y justo después estuviste
trabajando en el colegio, y… a juzgar por la zona que has elegido para
vivir, deduzco que no te puedes pagas un alquiler más elevado…
—¿Todas esas cosas han pasado por tu cabeza?
—Sí, soy muy observador. Dime que estoy equivocado.
Ella no contestó, pero cambió sutilmente de tema.
—¿En qué consiste el trabajo?
—No lo sé, se trata de que te entrevisten y busquen dónde puedas
encajar, ahí no he querido entrar. Solo inténtalo, puede que no te interese o
que ellos no quieran contratarte, pero… ¿qué pierdes? Es una empresa
muy grande y necesitan cubrir varios puestos, igual uno de ellos está
hecho para ti.
—¿A qué se dedica?
—Quizás la conozcas, es Versus, una fábrica de joyas.
Emma tragó saliva y se esforzó en no gesticular. No podía creerse
que se tratara de esa empresa, había estado tan solo unos días atrás.
—Sí, claro que me suena, ¿cómo no?
—Los dueños y otras personas que trabajan allí son amigos míos,
muy amigos. Creo que ya te hablé algo de ellos. Los dueños de la cabaña.
—Sí, creo que sí, algo recuerdo.
—Me ha comentado que si quieres puedes ir mañana a las diez de
la mañana y preguntar por Natalia.
—Esto… Sí, claro que sí. Iré, muchas gracias. ¿Les digo que tienen
una cabaña preciosa?
Jaime se echó a reír.
—No sé si es buena idea…
Emma sonrió demostrándole que estaba bromeando, pero dentro de
ella se creó algo que la hizo sentir incómoda. Sabía que aquella escapada a
la cabaña era algo clandestino, él jamás les hablaría a sus amigos de ella.
—Emma, no estás obligada a ir, yo solo quería ayudarte.
Ella guardó silencio y le acarició la mejilla sonriéndole.
—Iré, es solo que me ha sorprendido y no quiero que te sientas
obligado conmigo a nada.
—No lo hago.
—Bien, mañana estaré allí. ¿Natalia? Perfecto, ahora lo anoto.
Jaime trasteó en su móvil y le proporcionó la dirección, Emma
tomó nota, no veía oportuno hablarle de su visita a la sede de Versus días
atrás. Quizás no llegara a nada, y por lo que le había dicho, tenía que tratar
con una mujer, no era la misma persona con la que ella se entrevistó para
hablar de Blanca.
—Le confirmaré que asistirás, pero necesito que me digas tu
apellido.
—Cavaletti, con dos tes.
—¿Es un apellido…?
—Italiano —interrumpió ella con rapidez—, pero no hay ningún
vínculo directo, mis antepasados eran italianos, pero después de mi
bisabuelo o tatarabuelo… ¡no lo sé con exactitud! se fueron dispersando.
Conservo el apellido, solo eso.
—Dijiste que tu padre vivía en Italia.
A Emma le cambió el semblante mostrando uno mucho más serio.
—Pero es casualidad, vive allí como podría haber vivido en otro
lugar, no por sus raíces ni porque tuviera ningún vínculo con el país. Su
pareja es italiana, o lo era, y decidieron vivir allí.
—¿Nunca lo has visitado?
—Hace muchos años, el primer verano después de que me
anunciara que se iba allí a vivir. Solo estuve cuatro días, no estaba
cómoda. Era muy joven, poco más de dieciocho años y… estaba más
pendiente de otras cosas.
—¿No tenías a nadie cuando él se fue?
—Familia no, pero tenía amigos, entre ellos Irene, la conocí en el
instituto. Fin del tema.
—¿Es un tema doloroso para ti?
—Es pasado, doctor. No me aporta nada pensar en ello —Forzó una
sonrisa—. ¿Cómo ha ido tu día? ¿Cuántos corazones has curado?
—Alguno que otro. Ha sido un día largo, pero tu café me ha
ayudado.
Jaime la sorprendió abalándose sobre ella. A Emma no le dio
tiempo a reaccionar, cuando quiso darse cuenta estaba tumbada sobre el
sofá mientras Jaime le retiraba la falda y las medias, y le arrancaba,
literalmente, la ropa interior.
Enterró la cabeza entre sus piernas y se dedicó a provocarle un
placer que Emma ni siquiera sospechaba que podía existir, no de esa
manera.
Emma sintió el impulso que le provocó la oleada de placer y dejó
de luchar por retenerlo, se liberó mediante un grito que a Jaime le hizo
echarse a reír.
—Joder, eres preciosa, Emma, preciosa, preciosa, preciosa… —le
susurró mientras se colocaba encima de ella y la besaba. Emma arrugó la
nariz al sentir el sabor de su propio sexo mientras él mostraba una sonrisa
triunfante.
Jaime se incorporó y se desvistió lentamente, no podía dejar de
sonreír ante las muecas de aprobación, exageradas, que Emma le regalaba.
Cuando estuvo completamente desnudo, la cogió en brazos y la
llevó hasta la mesa. La dejó caer lentamente, mientras se deshacía de su
blusa y de su sujetador. La tumbó de espaldas sobre la mesa y se colocó
entre sus piernas empleándose en sus pechos. Sus manos la acariciaban sin
detenerse, suavemente, bruscamente, una caricia con el dorso, un
pellizco… Emma levantaba ligeramente la cabeza y la dejaba caer,
perdiendo la cuenta de las veces que llegó a golpearse con la mesa.
Jaime le dio la vuelta con un movimiento brusco, Emma ahogó el
gritó que sintió al ver como sus fuertes manos la hacían prácticamente
girar en el aire. La empujó por la espalda hacia adelante hasta que quedo
completamente inclinada y expuesta, y se introdujo en su interior con
brusquedad, con ansia, intentando liberarse de las llamas que lo envolvían.
Terminaron entre gritos y entre sonidos que pedían auxilio para
respirar. Jaime le dio la vuelta y la sentó en la mesa mediante un pequeño
impulso. Emma se apoyó en su pecho y se centró en recuperar el ritmo del
aire que entraba en su cuerpo. Lentamente, recuperada ya, colocó las
palmas de su mano sobre el pecho de Jaime y alzó la mirada para
encontrarse con el brillo de sus ojos verdes.
Se miraron durante lo que a ambos les pareció una eternidad.
Seguían desnudos, y seguían incendiados. Jaime volvió a sentir el maldito
escalofrío cuando aquellos enormes cuencos de color miel se clavaron en
él. El contacto de las manos sobre su pecho le hizo sentir vulnerable y
pequeño ante ella. La marca que iba a quedar podría parecerse a la que le
había curado a ella unas horas antes, solo que esta no se iba a marchar tan
fácilmente, esta, por lo menos, tenía intención de quedarse.
Emma lo observó y volvió a apoyar de nuevo su rostro en su pecho.
Su dueño se llamaba Jaime, había dejado de ser el doctor.
Pasaron unos segundos cuando la sensación de angustia de Jaime
entremezclada con algo más que no sabía etiquetar, le hicieron dirigirse al
montón de ropa que había esparcida por el suelo y a vestirse con rapidez.
Emma le siguió en silencio.
Un beso en los labios, una sonrisa, y un gesto con la mano fueron
el conjunto de elementos que dieron por concluida su reunión.
Ambos se separaron, pero tardaron muchas horas en desaparecer el
uno de la mente del otro.
30
Emma se alisó la falda e irguió la espalda antes de atravesar las
puertas correderas que daban la bienvenida al edificio donde se encontraba
Versus.
No quería pensar demasiado en lo que se disponía a hacer, no por
la entrevista en sí, era algo que necesitaba hacer, sino porque había estado
días atrás en el mismo lugar y solo esperaba no encontrarse con el señor
Abad.
Conservaba un recuerdo amargo de aquella reunión, se sentía como
si hubiera invadido su espacio para preguntarle sobre unos asuntos que no
tenía sentido debatir. Si Blanca tenía algún problema relacionado con su
trabajo, él no tenía por qué informarla, bien porque lo desconocía, bien
porque no le daba la gana de compartir esa información; no se trataba de
una investigación policial. En cualquier caso se sentía estúpida, de ahí que
no le hubiera hablado al doctor de esa reunión con el señor Abad, era
posible incluso que lo conociera.
Se armó de valor en pocos segundos y se identificó ante el guarda
de seguridad y ante la recepcionista. Pasados los controles se dirigió a la
planta donde le indicaron que se encontraba la tal Natalia.
Esperó el ascensor varios minutos. Mientras lo hacía, se acercaron
un hombre y una mujer que charlaban entre ellos.
La mujer era de su edad, vestía de forma informal, pero tenía
cierto toque de elegancia.
Al entrar en el ascensor continuaron, no sin antes cederle el paso y
sonreírle, con su charla. La interrumpieron para mirarse entre ellos cuando
Emma pulsó el botón de la planta número ocho, pero la reanudaron
rápidamente.
En la siguiente planta subieron dos personas más y Emma tuvo que
acercarse más a ellos pudiendo escuchar con más atención su
conversación. Ella le pedía al hombre que no dijera nada todavía sobre
algo relacionado con un viaje a Panamá, y él le pedía que reflexionara y lo
pospusiera al tiempo que ella se partía de risa.
Cuando llegaron a la planta, Emma se detuvo frente al ascensor
mirando en varias direcciones, no tenía ni idea de hacia dónde dirigirse. Se
encontraba en un gran vestíbulo, muy lujoso, en el que solo se apreciaba
una recepción en forma de luna con un gigante logo de Versus que la
presidía. No era la misma planta en la que había estado días atrás, de lo
contrario se habría acordado.
—Disculpa, ¿puedo ayudarte? —preguntó una voz femenina muy
dulce a sus espaldas, la que había escuchado en el ascensor.
—¡Oh!, gracias. Busco a Natalia, tengo una entrevista con ella.
La mujer se despidió con la mano del hombre y volvió a centrarse
en ella.
—Ven, te acompañaré, es aquel despacho de allí.
Emma la siguió. Aquella mujer se giró varias veces para sonreírle.
Cuando se cruzó con varias personas, todas ellas la saludaron; a Emma le
dio la impresión de que aquella mujer debía desempeñar un cargo
importante, a juzgar por la forma en la que se habían dirigido a ella.
Llegaron frente a la puerta que buscaban. Se despidió con la mano
deseándole que pasara un buen día.

La entrevista con Natalia fue algo incómoda, más que una


entrevista parecía un test. Le formuló cientos de preguntas sobre sus
estudios, su experiencia profesional, y algunos detalles personales.
Tras finalizar, le indicó que la siguiera para que pasara la segunda
ronda de preguntas con el coordinador de no sé qué departamento, algo
que Emma no logró escuchar debido al dolor de cabeza que empezaba a
tener.
Unos minutos después, tras subir dos plantas y atravesar unos
veinte despachos, Natalia abrió la puerta de uno de ellos para anunciar su
llegada. Le indicó que esperara y salió dos minutos después invitándola a
entrar.
Emma se quedó inmóvil cuando se enfrentó a la figura del señor
Abad. ¿Era ese el amigo del doctor, su compañero de piso? Quizás solo era
el que la entrevistaba.
Olivier la observó y consultó el documento que tenía delante
buscando relación entre lo que veía y lo que esperaba.
—¿Emma Cavaletti?
—Sí, nos conocimos el otro día, pero por… otra razón.
—Sí, lo recuerdo. Claro, con razón me sonaba tu cara. Pasa, por
favor, no te quedes ahí. Tú eres la amiga de Blanca.
—Sí, así es —dijo Emma con timidez.
—No sabía que también fueras amiga de Jaime… Me ha dicho que
estás buscando trabajo.
Emma bajó la mirada. ¿Qué le habría explicado el doctor de ella?
¿Le habría contado todos los detalles de su «Relación»…? Esperaba que
no, los inicios no fueron precisamente un camino de rosas. ¿Por qué no le
había preguntado al doctor qué era lo que le había hablado a su amigo de
ella? Si había la posibilidad de trabajar juntos, ella debía saberlo. Pero los
nervios del día anterior, mientras sopesaba la oferta, impidieron que
tuviera valor para preguntarle, quizá evitando que la respuesta pudiera
dolerle.
«¿Qué le has contado a tu amigo de mí?», imaginó que le
preguntaba al doctor. «¡Nada, que eres un polvo de unos días!», imaginó
también, aunque algo decepcionada por la respuesta que se sirvió ella
misma.
—Siéntate, por favor —le pidió con una pequeña sonrisa.
Las palabras del señor Abad la hicieron volver a la tierra. ¿Habría
estado ausente mucho tiempo? A juzgar por su mirada, sí.
—Gracias —susurró tomando asiento frente a él. Por suerte les
separaba una mesa.
—Emma, siéntete cómoda, estas circunstancias son mucho
mejores que las anteriores, ¿no crees?
Olivier no esperó respuesta, se centró en el documento que le había
entregado Natalia intentando disimular su desconcierto. ¿Por qué no le
avisó Jaime de que era la amiga de Blanca? ¿Él no lo sabía? Y no solo eso,
sino que esa mujer era la que lo abordó en el tren, y la protagonista de no
sabía cuántas calamidades más. «¿La loca del tren era la amiga de
Blanca?», se dijo. Aquel cóctel de información hizo que se sintiera algo
incómodo.
La observó, era evidente que ella también lo estaba, tenía que
intentar arreglar aquello, se había comprometido con Jaime a darle una
oportunidad. ¡Qué guapa era! Se riñó mentalmente por pensar en ello y se
dirigió a ella para iniciar la entrevista.
Terminaron cerca de una hora después. Emma consiguió relajarse y
hablar con Olivier de sus intenciones y de sus habilidades, y Olivier
consiguió centrarse de forma profesional buscando el puesto de trabajo en
el que podía encajar Emma. Le sorprendió que hubiera estudiado en la
Facultad de Química, aunque no hubiera terminado la carrera. Parecía
desenvolverse muy bien en ese campo. Al finalizar, su impresión sobre
ella se había suavizado, le gustó su forma de expresarse, su sinceridad, y
su educación. Ya no era la loca que abordó a su amigo en un tren.
Olivier le propuso que volviera al día siguiente para que pudiera
mostrarle los diferentes departamentos y el tipo de trabajo que quería
proponerle. Le habló, aunque sin entrar en detalles, de cubrir una vacante
de secretaria que actuara de enlace entre su departamento, el que él
dirigía: diseño y laboratorio, y el de marketing de las nuevas colecciones.
Emma salió por la puerta fascinada por todo lo que el señor Abad
le había explicado. Parecía dispuesto a contratarla, ya que en todo
momento le habló de buscar un puesto acorde a su experiencia y la
convocó al día siguiente. Estaba más que satisfecha con la entrevista y con
lo que de ella podía surgir. Le gustaba aquel lugar. Nunca imaginó que
podría trabajar allí. Sonrió al recordar las veces que se había detenido
frente a un escaparte de joyerías de esa firma y había suspirado ante
alguna pieza que no se podía permitir adquirir. ¡Las vueltas que daba la
vida! ¿Quién le iba a decir que su vida daría un giro como aquel? Un casi
confirmado nuevo trabajo, el doctor, su nuevo apartamento… ¡La vida
empezaba a sonreírle!
31
Se había dado prisa en cambiarse de ropa y salir al exterior del
hospital, pero Olivier no estaba donde le había indicado. Su curiosidad por
saber cómo había ido la entrevista con Emma hizo que aceptara su
invitación para almorzar juntos. Solo disponía de una hora, y había tenido
que hacer malabarismos para poder ausentarse durante ese tiempo, pero no
podía esperar.
Emma no había dado señales de vida, esperaba que tras la
entrevista se hubiera puesto en contacto con él, pero no lo había hecho.
Localizó a Olivier en los jardines que se encontraban junto a la
puerta principal, un poco más alejado del lugar acordado. Cuando se
acercó, se dio cuenta que estaba charlando con Alejandro. Guardó cierta
distancia y le hizo una señal con la mano que Olivier tardó en ver.
No pensaba acercarse, lo último que le apetecía era enfrentarse a
ese hombre. Ya había tenido bastante con el desencuentro que habían
tenido un par de horas antes con él.
Olivier, unos minutos después, se unió a él y lo guio hasta su
coche, que tenía aparcado unos metros más adelante. Parecía de mal
humor, y algo le dijo a Jaime que la entrevista no había ido bien, pero
tendría que esperar para saberlo, al parecer Olivier tenía interés en hablar
de otra cosa.
—He estado hablando con Alejandro.
—Sí, te he visto.
—Parecía muy desanimado por algo que le ha pasado esta mañana.
—Lo superará.
—Parecía muy afectado.
—Eso ya lo has dicho.
Olivier se echó a reír.
—No sé por qué me río porque estoy cabreado contigo.
Jaime giró la cabeza para ver la expresión de su amigo, pero este
estaba concentrado en aparcar el coche delante de la cafetería donde iban a
almorzar.
—¿Tú sabías que Emma era la amiga de Blanca? —preguntó
molestó mientras se acomodaba en la silla.
—¿Cómo dices? ¿Tú conocías a Blanca?
—Claro, trabajó con nosotros un tiempo. Tu amiga vino hace unos
días a Versus para hablar de ella.
Jaime se quedó mudo, no entendía por qué Emma no le había dicho
nada. Ella no mencionó que había acudido a Versus a preguntar por
Blanca.
Se animó a contarle a Olivier el incidente en el hospital con Emma
cuando murió Blanca.
—Por eso te dije que me había portado mal con ella. Cuando supe
que se trataba de una amiga, y en las condiciones que había muerto, quise
localizarla para disculparme; me sentí como un cretino. Ahí fue cuando
me contó la historia de esa chica y que había ido al lugar donde trabajó
para intentar averiguar algo, pero no me dijo que se tratara de Versus.
—Pero tenía que venir a hacer una entrevista…
—Sí, pero cuando le nombré Versus ella no me dijo nada.
—Pues me hubiera gustado saberlo, si vieras la cara de imbécil que
se me ha quedado.
—Pues no lo sabía, tampoco hablo tanto con ella… —Jaime lanzó
el anzuelo, por un momento dudó de lo que Emma pudiera haber hablado
de ellos dos, era un tema que no se había atrevido a exponerle. ¿Qué le iba
a decir? Esperaba que ella hubiera sido discreta.
—Bien, no tiene importancia, pero te confieso que por un
momento me he sentido molesto. No es que sea un asunto importante, pero
me ha parecido una casualidad algo rara.
—Ya te lo he aclarado. Más molesto estoy yo, que no me dijo nada
cuando supo que la entrevista era en Versus.
—Bueno, sus razones tendrá.
—¿Cómo ha ido?
—Bien, bastante bien. Esa chica me gusta.
Jaime sintió que el trozo de tomate que acaba de ingerir se le
quedaba encajado en la tráquea.
—¿Te gusta?
—Hablo profesionalmente, Jaime, aunque… es guapa, todo hay
que decirlo.
—¿La contratas o no? —dijo molesto.
Olivier le habló de la entrevista y de la grata sorpresa que se llevó
con ella al comprobar que dominaba el campo del laboratorio donde
necesitaban un pequeño refuerzo, aunque le interesaba más que ocupara el
puesto de enlace entre él y Daniela.
—¿Entonces trabajará con Daniela o contigo?
—Con los dos, es un enlace. En muchas ocasiones Daniela y yo
necesitamos que haya un nexo que solape las agendas, un único nexo, uno
que no sea su secretaria o la mía, especialmente en nuevas campañas o en
diseños que quiere lanzar Adrien con prisa. Lo he hablado con ella y está
encantada, creo que Emma podría encajar bien. Mañana Daniela y yo nos
ocuparemos de que conozca Versus y que empiece poco a poco.
—Entiendo. ¿Y ella? ¿Parecía contenta?
—Sí, me ha parecido que le ha gustado mucho la propuesta. ¿No te
lo ha dicho?
—No, no hablo con ella cada día —aclaró encantado de tener la
oportunidad de recalcarlo—. ¿Te ha dicho algo de mí?
—No, yo le he comentado que cuando vino a verme por el asunto
de Blanca no sabía que era amiga tuya, pero no me ha contestado.
A Jaime le gustó lo que estaba escuchando. Se despidió de su
amigo media hora después, satisfecho de haber cambiado de tema y no
haber levantado las sospechas de Olivier.
Terminó la jornada satisfecho también, pero le quedaba pendiente
aclarar con Emma el asunto de Blanca y Versus. No podía evitar sentirse
muy molesto cada vez que pensaba en ello, de la misma forma que le
irritaba que ella no se hubiera molestado en decirle nada respecto a la
entrevista que…
El sonido de un mensaje de Emma, le interrumpió. Sonrió al
pensar en lo oportuno que era.
¿Ocupado?
Para ti nunca.
Quería comentarte cómo ha ido la entrevista.
Me lo cuentas en persona.
Vale. Estoy en casa.
Perfecto. Una hora.

Jaime repasó los mensajes que habían intercambiado. «¿Para ti


nunca?». ¿Eso lo había escrito él? Ni lo había pensado, le había salido sin
más.
Cada día le sorprendía más su propia actitud. Estaba empezando a
preocuparse. Pero no debía hacerlo, Emma le hacía reír y era algo que le
gustaba. Eso era todo. No había razón para analizar cada palabra que tenía
con ella ni cada movimiento, o acabaría volviéndose loco.
32
Emma se alegraba de haber contactado con el doctor, era la única
manera de perder el sabor amargo que, una vez más, le había dejado la
llamada con Irene.
Tenía que plantearse otra manera de actuar con ella porque
acabarían enfadadas y Emma no quería que eso sucediera. La acababa de
llamar para darle la noticia de su entrevista y las muchas posibilidades,
según le dijo el señor Abad, de incorporarse a la empresa, pero le había
dado la sensación de que la noticia le había caído como un jarro de agua
fría.
Emma no tenía intenciones de decirle que se trataba de Versus al
iniciar la conversación, pero vista la forma que había reaccionado se lo
soltó sin más. Esperaba algún comentario de los suyos, uno de esos
victimistas, pero no esperaba el que le había hecho; ni en un millón de
años lo hubiera podido adivinar:
—Qué bien te ha venido que Blanca trabajara allí, está claro que
algo de provecho vas a sacar.
—Pues te equivocas, la entrevista me la consiguió Jaime, fue por
casualidad. No sabía que un amigo suyo trabajaba en Versus.
—Vaya, tenía que salir ese hombre de nuevo, el que se burló de mi
hermana.
—¿Cuántas veces te tengo que aclarar…?
—Bueno, veo que vas a echar raíces en Madrid, supongo que
volver a Barcelona ya lo tienes descartado, no sé por qué había pensado
que volveríamos a estar juntas, y más en estos momentos que te necesito
tanto…
Emma se despidió bruscamente y colgó la llamada, por un lado
quería demostrarle que estaba muy enfadada; por otro lado, no estaba
dispuesta a escuchar más sandeces.
La había llamado en un intento de compartir algo importante con
ella, pero a Irene no le interesaba nada que no fuera volver a hablar de
Blanca o insistirle en que volviera a Barcelona. Ni siquiera le había
sorprendido que le dijera que se había vuelto a encontrar con el que fue
jefe de su hermana, Olivier Abad… Detuvo sus pensamientos para
centrarse en él. ¿Así que ese era el amigo del doctor? Menuda casualidad.

Reparó en la luz que emitía su móvil indicándole que había recibo


un mensaje. Se trataba de un número desconocido, no aparecía ningún
nombre de su lista de contactos.
Sintió que el corazón palpitaba en su garganta cuando leyó el
contenido del mensaje:
Estabas muy guapa esta mañana con tu blusa color marfil. Me
encanta observarte.
Pobre Emma, tantas desgracias en tan pocos días.

Emma se apresuró en preguntarle quién era, pero no hubo


respuesta. No se trataba de una equivocación, mencionaba su nombre y la
blusa que todavía llevaba puesta. ¿Qué clase de mensaje era aquel?
Se alegró de escuchar el timbre, necesitaba desconectar, entre
Irene y el mensaje le habían dado la tarde. Se miró en el espejo antes de
abrir la puerta y se soltó la coleta; se colocó bien la blusa y la falda. Había
resultado ser un look perfecto para la entrevista, tenía que serlo también
para recibir al doctor.
—Hola, Emma.
—Hola, doctor.
—Jaime.
—Hola, doctor Jaime. ¿Mejor?
Él sonrió de una forma irónica y aceptó la invitación de entrar.
Se acomodaron en el sofá, pero Emma lo abandonó para ir a buscar
dos cervezas, tal y como habían acordado.
—Cuéntame, ¿cómo ha ido tu segunda visita a Versus?
—Pues… —Emma se detuvo, no había reparado en que él había
hablado de segunda visita—. Ya veo.
Arrugó la nariz y lentamente buscó su mirada. Se encontró con una
mirada fría.
Emma bajó la cabeza, se sentía realmente pequeña, como si fuera
una niña a la que estuvieran riñendo. Jamás le había ocurrido algo así con
nadie, el doctor la intimidaba, la hacía sentir diminuta cuando la miraba de
ese modo. Se convertía en un glaciar de grandes dimensiones dejándole
claro que era inmortal.
Jaime sonrió para sus adentros, no era capaz de explicar la
sensación que le producía esa faceta vulnerable de Emma que él era capaz
de provocar.
Era una mujer fuerte, decidida, de las que no se callaban, sin
embargo en más de una ocasión se había mostrado cohibida ante su
actitud. No sabía si debía o no preocuparse, pero a Jaime aquella sensación
le gustaba. Una sensación de poder, de victoria, que jamás había sentido;
ni siquiera había pensado que ese tipo de sensaciones pudieran
satisfacerle. Él no era así, pero Emma, le provocaba cosas nuevas, cosas
que, o le gustaban, o le preocupaban, o le acojonaban.
No era cuestión de analizar más, estaba disfrutando y sentía
necesidad de continuar.
—¿Por qué no me dijiste que conocías a Olivier cuando te dije que
la entrevista era en Versus?
—Porque no sabía si… bueno… venía a cuento, ¿cómo iba a saber
yo que era tu amigo? —Apartó la vista—. Me dijiste que preguntara por
Natalia, y… ¡Joder, no lo sé!
Emma se levantó y le dio la espalada. ¿Qué le estaba pasando?
¿Por qué el doctor conseguía que le afectaran tanto las cosas?
Jaime se levantó tras ella y la abrazó por la espalda.
—Me ha sorprendido mucho cuando Olivier me ha comentado que
ya te conocía, y, francamente, me ha molestado. No entendía por qué no
me lo habías mencionado.
—Acabo de decir «Joder, no lo sé», si quieres te lo repito otra vez.
—¿Así argumentas normalmente? Estoy impresionado.
Ella se giró bruscamente haciendo una mueca con la boca, y
apretando los dientes.
—Eres un…
Él se adelantó y evitó que terminara la frase con un beso. Ella se
resistió en un principio y le mordió en el labio. Jaime se quejó con un
pequeño ronquido y a continuación se echó a reír.
La sujetó por la cintura y la observó hasta que ella cedió y sonrió.
—Ibas a llamarme gilipollas, ¿cierto?
—Muy cierto.
—No me gusta.
—Vaya, qué raro eres, ¿a quién no le gusta que le llamen así? Si es
de lo más cariñoso… —dijo ella mientras se ponía de puntillas y le mordía
suavemente en el lóbulo de la oreja.
—Confieso que estaba enfadado cuando he venido —dijo riéndose
ante la invasión que sufría su oreja.
—¿Y ahora?
—Ahora solo pienso en follarte, Emma.
Emma sonrió. Un escalofrío muy placentero le recorrió de punta a
punta del cuerpo.
—Pues deja de pensar, doctor. ¿Se puede follar enfadado?
Él echó la cabeza hacia atrás para liberar una carcajada y
seguidamente la levantó en el aire y la dejó caer suavemente, deslizándola
a lo largo de su cuerpo. Se desnudaron lentamente, por separado. Emma lo
empujó para que se sentara y se colocó a horcajadas sobre él.
Solo hubo movimientos lentos y sonrisas de complicidad. El placer
más absoluto llegó cuando ambos se preguntaron, en silencio, si aquello
estaba ocurriendo de verdad.

El sonido de la puerta al cerrarse tras el doctor retumbó en el


pecho de Emma, allí donde últimamente se solían reunir todas las
emociones provocadas por él. Suspiró. No quería pensar en lo que estaba
ocurriendo entre ellos, ni se atrevía a asomar la cabeza.
Con el sabor de la excitante ducha que se habían dado juntos se
dirigió al salón dispuesta a leer un rato antes de irse a la cama.
El timbre volvió a sonar. ¿Habría olvidado algo el doctor?
Jaime bajó las escaleras sonriendo. Le iba a costar apartar de su
mente la batalla que habían librado en la ducha. Emma estaba encantadora,
provocándolo y jugando con todo lo que había a su alcance.
Cuando abrió la puerta exterior para salir a la calle se encontró con
la figura de un hombre joven que pulsaba uno de los timbres. El hombre se
giró para saludarle con un suave movimiento de cabeza y volvió a girarse
para hablar con la voz femenina que apareció al otro lado del interfono.
Jaime reconoció la voz de Emma y se detuvo para escuchar.
—Emma, soy Héctor, espero no molestar.
Jaime fingió trastear en su móvil para seguir escuchando. No sabía
bien a qué se enfrentaba. Dependería de la respuesta de ella.
—Hola, Héctor, claro que no, ¡sube!
Se alejó luchando por el malestar que sentía en ese momento. ¿De
qué le sonaba ese nombre? Sí, lo recordaba. Era el mismo que la había
llamado cuando estuvieron en casa de Blanca. ¿Quién sería, su ex? No,
recordaba que lo había llamado de otra forma… ¡Álvaro! Eso era. No
podía ser él. Entonces, ¿quién era ese hombre y por qué ella le había
permitido subir tan amablemente?
Pero ¿en qué estaba pensando? Emma debía tener sus historias,
igual que las tenía él, o las había tenido. ¿Por qué aquella idea, de repente,
le pareció tan desagradable?
33
La actividad diaria en las oficinas de Versus sorprendió a Emma,
nunca habría imaginado que tras una fábrica de joyas se concentraran
tantos departamentos con actividades tan diferentes. Versus ocupaba
cuatro de las veinte plantas del edificio y las joyas se fabricaban en unas
instalaciones en un polígono industrial que se encontraba a pocos
kilómetros de allí.
Emma conoció varios departamentos de la mano de Olivier,
siguiendo un orden, y otros tantos de la mano de Daniela. Una mujer
encantadora que se mostró encantada de que se incorporara a la firma.
La cantidad de información que quiso almacenar Emma se fue
dispersando conforme iba conociendo más personal y más actividad, pero
tanto Olivier como Daniela la tranquilizaron. Parte de la visita la
pospusieron para otro día con el fin de no saturar su cabeza.
Daniela la acompañó al laboratorio. Allí se encontraron de nuevo
con Olivier que había abandonado el tour por la empresa por tener asuntos
urgentes que atender.
Ambos eran muy amables con el personal, incluso bromeaban. A
Emma le pareció que el ambiente de trabajo era muy agradable. Estaba
claro que detrás de todo aquello habría los conflictos normales de una
empresa, pero en general los rostros eran agradables y daban buena
sensación.
Daniela le comentó lo que ella había temido durante toda la
mañana:
—Me contó Olivier que eras amiga de Jaime.
—Sí, así es —evitó hacer alusiones al tiempo y al tipo de amistad
que tenían. Cuanto menos dijera menos metería la pata.
Era la segunda vez que se sentía incómoda con Daniela, la otra se
había producido cuando le preguntó por Blanca, aunque debía admitir que
no le había dado motivos para estarlo, solo le comentó lo mucho que
lamentaba lo que le había ocurrido y aprovechó para destacar su talento en
el diseño de joyas.
Daniela observó a Emma, le recordaba mucho a ella la primera vez
que pisó Versus, aunque ella lo hizo en unas circunstancias diferentes. Su
actitud le recordó al día en que Adrien le mostró la empresa. Sonrió al
recordarlo. Le gustaba aquella chica, el hecho de que hubiera venido
recomendada por Jaime era lo que les había impulsado a Olivier y a ella a
ofrecerle un puesto. Preguntaba constantemente y mostraba mucho interés
por lo que veía, incluso había tomado algunas notas.
—Emma, ¿tienes alguna pregunta más?, de lo contrario te dejo
aquí con Olivier, de momento trabajarás en este departamento mientras
vamos coordinando lo que hemos hablado antes.
Olivier la condujo a una sala contigua de descanso y le ofreció un
café que ella aceptó encantada mientras le seguía hablando del laboratorio
y de sus funciones, las que ella empezaría a realizar al día siguiente, en
periodo de prueba.
Salieron de la sala y Olivier la condujo a la última planta para que
asomara la cabeza por los despachos de la cúpula de Versus. Reinaba un
silencio sepulcral y a Emma se le erizó el vello.
Cuando se disponían a salir, la voz de un hombre les detuvo:
—Olivier, necesito hablarte de unas pruebas.
Emma observó al hombre. Le llamó la atención el despacho del
que había salido, y el traje que vestía, supuso que debía ser un director de
algo… ¡muy director! ¡Muy jefe!
Se detuvo frente a ellos y miró fijamente y fríamente a Emma.
Esta tragó saliva, aquel hombre le producía escalofríos.
—Hola, Adrien. Te presento a Emma, trabajará con Daniela y
conmigo —Hizo una breve pausa—. Emma, este es Adrien Feraud, el
dueño de Versus.
—Bienvenida —dijo tajante—. Observó a Olivier esperando una
respuesta.
—Emma, si nos disculpas. ¿Sabrás volver al laboratorio? Me
esperas allí —indicó Olivier acompañándola a un ascensor y esperando
para activar un código que solo el personal autorizado disponía.

Una vez a solas Adrien lo condujo hasta su despacho.


—Me dijo Dani —Refiriéndose a Daniela, su mujer—, que era
amiga de Jaime. ¿Qué clase de amiga?
—Amiga sin más, no pienses más de lo que debes. La conoció
en… —sopesó qué debía decirle—, el hospital, hace un tiempo.
—¿No será una de vuestras historias?
—No, hermanito, no es una de nuestras historias. También era
amiga de Blanca, ¿no te lo dijo Daniela?
—No, ¿quién es Blanca?
—La chica aquella que estuvo un tiempo con nosotros, la que
diseñó la esfera de Amanda —dijo refiriéndose a una pieza de una
colección.
—¿Aquella tan rara? ¿La de la universidad?
Olivier asintió.
—¿Y contratáis a una tía que es amiga de aquella loca que
desapareció sin más?
—La chica se suicidó hace poco.
Adrien abrió mucho los ojos. Lo conocía bien para saber que, o le
daba una mejor explicación, o Emma estaría en la calle en menos de veinte
minutos. Si algo se salía de su lógica o de su control lo eliminaba rápido.
A veces era como un niño, había que explicarle las cosas con mucha
paciencia y detalle para que no montara en cólera.
Olivier le puso al corriente de cómo había conocido a Emma y la
casualidad de que fuera también amiga de Jaime. Pareció tranquilizarle la
historia.

—¿Estás bien? —le preguntó Olivier cuando se disponía a salir.


—Sí, estoy bien, excepto porque Dani se va en una semana a
Panamá, y ahora no puedo acompañarla.
—¿Qué? ¿No podía haber escogido otro momento para marcharse?
Hay temas muy importantes ahora.
—Si la convences, te regaló un parte de Versus.
—Ya tengo una parte de Versus.
—Te doy lo que quieras, pero convéncela, o idea algún plan para
que no se pueda ir, si lo hago yo se notará.
Olivier se echó a reír. Le parecía increíble cómo sufría Adrien
cuando Daniela se ausentaba a Panamá para ver a su padre.
Tenía que idear algún plan, Adrien tenía razón, pero no para que él
no sufriera su ausencia, sino porque durante esos días era imposible tratar
con Adrien y acababa amargando a todo al que había a su alrededor,
incluyéndose él y Víctor.
Tenía que pedirle ayuda a Víctor, seguro que él le ponía al asunto
todavía más ganas que él.
34
La semana fue avanzando a buen ritmo para Emma. En los tres
días siguientes aprendió mucho de las labores de las que se iba a encargar
en Versus. Olivier le mostró con mucha paciencia el trabajo de
documentación del que se encargaría en el laboratorio y Daniela el que
correspondía a su departamento.
Tardó poco en entender el nexo entre ambos y en interpretar qué se
esperaba de ella. Se trataba de un trabajo más bien de archivo, pero había
pequeños detalles que le parecían muy interesantes y que le permitían
estar en primera línea de las espectaculares joyas. Olivier le habló de ir
poco a poco explotando sus posibles habilidades en el laboratorio a otro
nivel, una idea que a Emma le entusiasmó.
Oficialmente era empleada de Versus, acababa de firmar el
contrato y las treinta páginas de confidencialidad. Estaba contenta con el
horario y con el salario. Podría pagar el alquiler y permitirse respirar
mientras trabajara allí.
Pero todo no iba a ser bueno. El doctor no había vuelto a ponerse
en contacto con ella. Estuvo tentada de hacerlo ella en varias ocasiones,
pero recordó que la última vez que se vieron fue porque ella contactó con
él para hablarle de la entrevista, así que esperaba que fuera él el que diera
el paso.
Los mensajes del desconocido se habían repetido. Tres más. En
uno le preguntaba qué hacía entrando en el edifico de Versus, y en otro le
hablaba de lo sexy que estaba cuando salía a correr por las mañanas. Con
la llegada del segundo mensaje lo bloqueó, pero hubo un tercero que llegó
a través de otro número, en él volvía a hacer alusión a su indumentaria
para salir a correr. Era un hábito que había dejado en Barcelona y que
había practicado durante años, le ayudaba a estar en forma y a empezar el
día llena de vitalidad; tan solo dos días atrás había decidido volver a
practicar esa disciplina, pero dudaba de poder mantenerla si continuaba
teniendo la sensación de que alguien la observaba.
No quería alarmarse demasiado, pero empezaba a preocuparle.
Incluso había pensado que pudiera ser una broma del doctor. Pero ¿qué
sentido tendría? Él no parecía ser de los que jugaba a nada, y mucho
menos si con ello podía asustarla.
¡Menuda semana! Al menos Irene había bajado la guardia y se
había disculpado con ella. Se le notaba algo forzada, pero le había
preguntado por su nuevo trabajo y parecía más tranquila, no obstante, no
había perdido oportunidad de soltar su frase favorita: «Ojalá no te hubieras
marchado tan pronto de casa de Blanca, quizás ella ahora…». Emma había
decidido ignorarla siempre que la pronunciaba. Se trataba de eso, o de
decirle una serie de cosas que probablemente acabarían con su amistad.
Todavía, aunque cada vez menos, creía que el dolor que estaba viviendo la
tenía en un estado de ansiedad que no le permitía pensar con claridad.
Claro que… si seguía con el mismo tema, no podría callarse por más
tiempo.
Por suerte al día siguiente estaría disfrutando de su querido rincón.
Le había costado decidirse, pero esa misma tarde tenía intenciones de
partir hacia Barcelona, aprovechando que las tardes del viernes no se
trabajaba en Versus.
Eran muchos kilómetros para tan poco tiempo, pero después de una
semana como aquella, y después de todo lo que había ocurrido en los
últimos meses, necesitaba visitar su pequeño rincón de mar. ¿Cuánto
tiempo hacía que no acudía por allí? Tan solo cuatro meses, sin embargo le
parecía mucho más. Álvaro siempre estuvo muy ocupado para
acompañarla, y quizás ese fue una de las razones por las que no acudió con
mucha frecuencia. No quería ni pensar en qué estado se encontraría su
casa. Le había dado un buen repaso la última vez que fue, para que la
dueña de la inmobiliaria la pudiera mostrar, pero ya hacía bastante tiempo
y no contaba con que estuviera en buenas condiciones.
Al parecer había un par de personas interesadas que en breve le
darían una respuesta. Aunque le daba algo de pena deshacerse de ella, no
podía permitirse gastar más dinero en mantenerla; necesitaba el dinero iba
a obtener de la venta. Lo mejor que podía hacer era despedirse de ella por
si en un futuro se realizaba la venta y no podía hacerlo como a ella le
apetecía hacer: con tranquilidad.
Su rincón de mar siempre estaría allí, con o sin casa.

Se dirigió a Versus para empezar su media jornada. En cuanto


terminara volvería a casa para acabar su maleta y salir cuanto antes.
Se encontró con Adrien Feraud en el ascensor del vestíbulo
principal. A punto estuvo de bajarse en otra planta con tal de no
permanecer más tiempo en aquel reducido espacio sintiendo su mirada fría
sobre ella.
No entendía que fuera el marido de Daniela, eran tan diferentes,
claro que en la intimidad las personas se muestran de otra manera.
Una planta más arriba, para alivio suyo, se sumó Daniela. La
saludó con una gran sonrisa y se dirigió a su marido:
—Buenos días, señor Feraud.
—Buenos días, señora Feraud.
Al parecer ese nombre no le gustó a ella que le fulminó con la
mirada; ambos salieron sonriendo.
Por un momento sintió un pequeño pellizco en el estómago. Esa
pequeña complicidad, esa mirada, esa sonrisa…
El doctor apareció en su mente y Emma se esforzó por hacerlo
desaparecer de un plumazo.
35
Si fuera más honesto consigo mismo, admitiría que la cita que
tenía con Víctor en las oficinas de Versus le producía algo de inquietud.
En otras circunstancias le habría dicho a Víctor que si quería
hablar personalmente con él podían hacerlo en cualquier otro lugar que no
fuera Versus, eso le suponía tener que hacer un pequeño tour de despachos
para saludar a sus amigos, y aunque ver a sus amigos siempre era un
motivo de alegría, en los últimos días su humor no era muy bueno y
socializar era lo último que le apetecía. Pero no se había negado, nada más
saber que Jaime tenía el día libre, Víctor le había propuesto que se
acercara a Versus. Jaime, llevando a cabo su interpretación, se había
negado: sabía que Víctor insistiría y… finalmente había aceptado, también
fingiendo desgana. ¿El motivo? Emma. El motivo de su mal humor y el
motivo de que se sintiera inquieto por visitar Versus. No era capaz de
quitársela de la cabeza.
Desde que descubrió al tal Héctor haciéndole una visita no había
dejado de darle vueltas, solo conseguía distraerse en el trabajo, y ese día lo
tenía libre…
¿Quién sería ese hombre? Tuvo el móvil en la mano en muchas
ocasiones para llamarla o enviarle un mensaje, pero no se decidió. Quería
saber quién era, pero temía que si se lo preguntaba ella le dijera que se
trataba de alguien con quien de vez en cuando se acostaba, sin
compromiso, como… como… él.
¿Y qué si era así? ¿No lo hacía él? La noche anterior había
aceptado la invitación de Olivier para unirse a una sesión de sexo con su
amiga Laura. Claro que, por alguna razón que desconocía, no había sido
igual que otras veces. No había conectado con la situación ni había
disfrutado, incluso tenía la sensación de haberlos molestado a ellos, que sí
parecían con muchas ganas de divertirse.
Olivier le había preguntado si se encontraba bien, una vez que
Laura se marchó. Recurrió al cansancio de una semana muy dura en el
hospital para justificarse. No podía decirle que desde que salió de casa de
Emma se sentía raro con la llegada de aquel hombre, ni que había mirado
el móvil en más de cien ocasiones esperando tener noticias de ella.
Detuvo sus pensamientos cuando se encontró a las puertas de
Versus. Había entrado en ese lugar infinidad de veces, pero nunca
observando con tanta atención lo que le rodeaba, por si descubría a Emma
en cualquier momento.
Entró en el despacho de Víctor, que salió de detrás de su mesa para
recibirlo. Se fundieron en un estrecho abrazo.
Víctor le animó a sentarse.
—Sea lo que sea que me quieras contar, ¿no podías hacerlo por
teléfono?
—Poder se puede, pero hablar contigo por teléfono es complicado.
—¿Qué te ocurre?
—Estoy preocupado por Alejandro.
—¿Me vas a hablar de problemas en vuestra relación?
—No, te voy a hablar de su trabajo.
—¿Y qué tiene que ver conmigo?
—Está destrozado, le veo desanimado, sin ganas de ir a trabajar, y
sé que su trabajo le apasiona.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo? —repitió.
—Nada, solo me dijo que ojalá te cayera bien, que se cruza contigo
y ni siquiera lo miras. Quizás eso también le esté afectando.
—Víctor, sigo sin entender a dónde quieres llegar.
—Es que yo también tengo la sensación de que no lo soportas y…
—Bajó la mirada dando por terminada la frase.
—¿De qué va esto, Víctor?
—Estoy preocupado por él, es todo, esperaba que tú me ayudaras a
entenderlo. Está atravesando un mal momento en el hospital, dice que todo
lo se sale mal. ¿No podrías ser más amable con él?
—Me pidió que interviniera en un problema que tuvo con un
compañero, con un médico.
—¿Qué problema?
—Eso tendrá que contártelo él.
—¿Qué le dijiste?
—Que no podía ayudarle.
—Pero ¿es algo grave?
—Víctor, es su trabajo y es mayorcito.
—Ahora entiendo por qué estaba tan afectado y no me lo cuenta.
Te pidió ayuda y… no quiere que lo sepa.
Jaime se levantó y caminó por el despacho. Empezaba a estar tan
incómodo que no sabía si aquella conversación podría acabar bien.
—Me preocupa que se hunda. Por favor, no sé de qué va, pero si
puedes échale una mano.
—Yo no pinto nada ahí. ¿Aclarado?
—Eres un cabrón. ¿Qué clase de amigo eres? Alex es mi pareja.
—Me voy, Víctor, no voy a entrar en ese juego. Me pidió ayuda y
le dije que no, lo segundo que ha hecho es lloriquearte para manipularte:
sabía que me dirías algo.
—¿Cómo puedes ser tan retorcido? —le provocó.
Jaime sintió el fuego en su mirada, era el momento de retirarse.
Cuando le llamó intuyó que era de Alejandro de quien quería hablarle,
pero no que lo plantearía como si estuvieran tratando un tema infantil.
Alejandro había cometido varios errores, algunos de ellos graves, todos
por tomar decisiones que no le competían, y todos también, por esa
necesidad que tenía de destacar por encima de sus compañeros.
—Cuando te quites la venda, me llamas.
—No esperes mi llamada.
Jaime salió del despacho dando un portazo. ¡Maldita sea, no podía
decírselo! Sabía que eso le haría daño, y todavía no era el momento. Ojalá
solo se tratar de un simple rumor de pasillo, pero él sabía que no era así.
Menudo panorama. Se dirigió al despacho de Adrien, el asunto de
Víctor le había puesto de peor humor, pero no podía marcharse sin
saludarlo.
Adrien tenía un radar especial para saber cuándo estaba disgustado,
no podía contarle que Emma estaba en su cabeza, pero sí acabó contándole
lo que había hablado con Víctor sobre Alejandro, aunque omitió el asunto
de los rumores.
Adrien comprendió su postura.
—Entiendo lo que dices, Víctor no debería meterse en esos
asuntos, no debería mezclar esas cosas.
—Es lo que intento que entienda, pero ya lo conoces.
Jaime se sintió mal contándole a Adrien solo una parte de la
historia, pero no era el momento de entrar en ello, más adelante se lo
comentaría.
Charlaron durante unos minutos más, especialmente de lo mal que
estaba llevando que Daniela se marchara a Panamá.
Jaime se echó a reír con los comentarios de Adrien. Parecía un
niño que lloriquea la marcha de mamá.
—Espero que Olivier se las ingenie para convencerla.
Jaime se echó a reír de nuevo y aprovechó la ocasión.
—Me marcho, pasaré a ver a Daniela —Tenía la esperanza de
encontrarse con Emma—. ¿Dónde está?
—Vamos, te acompaño.

Entraron en una sala donde Daniela, Olivier, María —la secretaría


de Daniela—, y Emma observaban un video.
Daniela fue la primera en darse la vuelta, sonrió y se lanzó a
abrazar a Jaime. Mientras, Emma observaba la escena sin saber qué hacer
o decir. Jaime la miró y ella sonrió, dio dos pasos hacia él esperando que
se acercara a saludarla, pero él no se inmutó. Se detuvo bruscamente
intentando disimular.
—Hola, Emma. ¿Qué tal te va?
Emma se sintió ridícula, tenía todas las miradas puestas sobre ella
y deseó con todas sus fuerzas que la tragara la tierra. No se esperaba esa
frialdad, como si apenas se conocieran.
—Bien, muy bien.
—Veo que ya trabajas aquí, me alegro por ti.
—Sí, así es.
Jaime dio por terminada la conversación y se dirigió a Daniela que
le hablaba de algo que no pudo escuchar. Emma pensó que jamás se había
sentido tan fuera de lugar como en aquel momento.
Adrien se despidió de ellos, no sin antes observar a Emma y a
Jaime. Olivier se sumó a él, y ambos salieron de la sala. Emma se acercó a
María que, ajena a la escena, observaba unos bocetos que acababa de
desplegar sobre la mesa. María salió de la sala para atender una llamada y
Emma fingió estar concentrada en los bocetos, aunque los veía borrosos,
todos sus sentidos estaban puestos en las dos únicas personas que
quedaban en la sala.
—Así que te vas a Panamá —preguntó Jaime forzando una actitud
tranquila, incluso se cruzó de brazos. Pero sus sentidos estaban pendientes
de la mujer que había al final de la sala.
—Shhhh —ordenó Daniela con un dedo en los labios—. No, no me
voy, pero esto no deben saberlo ellos.
Jaime se echó a reír.
—He pospuesto el viaje, mi padre tiene asuntos fuera y no
hubiéramos coincidido apenas, pero aún no se lo he dicho a Adrien. Están
buscando mil excusas para que lo anule y me estoy divirtiendo.
—¿Están? ¿A quién te refieres?
—Adrien le ha pedido a Olivier que invente algo para que me vea
obligada a anular el viaje, y a Víctor también se lo ha pedido. Mientras lo
hacen, me lo paso en grande.
Jaime soltó una carcajada.
Emma envidió a Daniela. Ella alguna vez se había sentido cerca
del doctor y habían reído de aquella manera, pero eso era algo tan lejano…
¡Tenía que salir de allí!
—Si me disculpáis —dijo sonriendo y pidiendo paso.
Daniela se apartó para dejarla pasar.
—Luego terminamos, si quieres ve a mi despacho —intervino
Daniela sonriendo.
Ella asintió sin dejar de sonreír y al pasar por delante del doctor se
dirigió a él.
—Hasta otra, y gracias.
—Hasta otra, Emma. Que vaya muy bien —exclamó con una
fingida sonrisa.
Cuando cerró la puerta, Daniela lo miró fijamente.
—¿Qué? —preguntó Jaime al ver que su expresión era seria.
—Eso digo yo, ¿qué? —Se encogió de hombros.
—No te entiendo.
—Sí, me entiendes Jaime Lena, me entiendes muy bien —le aclaró
con una sonrisa irónica. Le dio un cariñoso pellizco en la mejilla y se
dirigió a la puerta.
—¿No me vas a preguntar cómo le va a Emma? Tú la
recomendaste.
—Ya me lo ha contado Olivier —contestó él con una mueca de
fastidio.
Daniela volvió a fulminarlo con la mirada.
—Anda, vamos, chico duro, no vaya a ser que sigamos hablando y
descubra que tienes un corazoncito.
—¿Se puede saber de qué…?
—Venga, vamos —insistió sin abandonar la sonrisa.
Jaime la siguió sin hacer ningún comentario más. Claro que la
había entendido, era difícil engañar a esa mujer; a veces creía que lo
conocía mejor que sus amigos. Pero antes de admitir lo que había
insinuado, tendría que matarlo.

Emma sintió ganas de llorar cuando salió al pasillo. Se acercó al


primer baño y se refugió allí. Necesitaba recomponerse antes de continuar.
Estaba muy claro que el doctor pretendía poner kilómetros de distancia
entre ellos, lo acababa de ver. Llevaba toda la semana sin saber de él, ¿qué
más necesitaba? La escena que acababa de presenciar solo era un elemento
más en la línea de «tú allí y yo aquí», «¡Ni se te ocurra cruzar!».
«¿Qué esperabas?», se riñó en voz baja. No era tan ingenua como
para esperar un abrazo intenso y emotivo, pero algo, solo algo un poco
más cálido que un saludo con sabor a iceberg.
No veía el momento de salir rumbo a Barcelona, a su pedacito de
mar, a su rincón. Puede que allí pudiera también pasar página a su
aventura con el doctor. Puede que sí.
36
Jaime se frotó las manos y miró a su alrededor en varias ocasiones.
Esperaba que Emma estuviera en casa, y esperaba también que estuviera
sola.
No sabía muy bien qué decirle, pero tenía que intentar hablar con
ella. Se había arrepentido tanto de haber acudido a Versus… Por un lado la
conversación con Víctor, y por otra el encuentro con Emma. ¡Qué
situación más violenta, más incómoda!
Se había comportado como un auténtico imbécil con ella. No le
costaba tanto acercarse y charlar animadamente, bastaba con preguntarle
sobre su trabajo y cualquier cosa, pero con todas aquellas miradas puestas
en ellos se había sentido observado, y en consecuencia incómodo.
Hizo el primer intento. Llamó al timbre y dio un paso atrás. Nada.
O no estaba o no quería abrir. Cuando iba a pulsar de nuevo, se encontró
con un joven que salía a toda prisa. Se apartó para dejarle paso y se lanzó a
impedir que se cerrara la puerta.
Subió las escaleras sin esperanza, le extrañaba que no hubiera
atendido el interfono. Apoyó la oreja en la puerta para escuchar algún
posible ruido en su interior. Los había, y muchos.
Decidido, pulsó el timbre y en menos de dos segundos se enfrentó
a la imagen de Emma que abrió mucho los ojos al verlo, pero… sin
sonrisa.
—¡Doctor! Tú dirás —dijo con frialdad.
—¿No me vas a dejar pasar?
—Tengo algo de prisa.
—¿Por qué?
—No es asunto tuyo.
Jaime guardó silencio. Mantuvieron la mirada.
—¿Me permites pasar un momento?
Emma suspiró y se apartó cediéndole el paso. Se apresuró en
dirigirse al salón y se plantó en medio con los brazos cruzados.
—Creo que no he estado muy acertado hoy.
—No sé por qué dices eso —dijo ella sin expresión alguna.
—¿A dónde vas? —Abandonó la conversación al ver la maleta en
un rincón.
—No es asunto tuyo.
—Emma, por favor…
—A Barcelona —contestó con desgana molesta por el cambio de
tema.
—¿Con Héctor?
Ella lo miró confundida, no estaba segura de haber escuchado bien.
—¿Cómo has dicho?
—Me crucé con él la última vez que estuve aquí, parecías contenta
de recibirlo, a juzgar por lo que escuché —Alzó una ceja.
—No, no voy con Héctor, no ha podido acompañarme: asuntos de
trabajo. La próxima vez será —improvisó sin ninguna dificultad.
Él se acercó a ella y le enterró los dedos en el pelo alzándole la
cabeza para que lo mirara.
—¿Quién es?
Ella intentó deshacerse de él, pero el doctor la tenía bien sujeta.
Emma no pudo contenerse y se echó a reír. Fue entonces cuando él la
liberó.
—Tienes un problema, doctor. Esta mañana nos hemos visto y has
fingido que apenas me conocías, y eso que me recomendaste para trabajar
allí. Y ahora te presentas aquí y me preguntas por temas personales —
Movió la cabeza a ambos lados —. No puede entretenerme más, tengo que
irme. Otro día, otro mes, si quieres, acabamos esta intensa conversación.
Lamento tener que dejarla, porque me interesa muchísimo, es de lo más
entretenida, pero… ¡tengo prisilla!
—Me he sentido algo incómodo con todas esas miradas puestas en
nosotros.
—Claro, es normal. Te comprendo. Ha debido ser duro. No sabes
cuánto lo siento.
—Emma basta de ironías.
—La única ironía es que ahora estés aquí —Se acercó a él—. Eres
tú el que has venido.
—Lo siento, Emma —Su expresión se suavizó
—Vamos a ver, doctor…
—Me voy contigo a Barcelona —la interrumpió.
—¿Qué? —Lo miró con los ojos muy abiertos.
—Supongo que vas a ver a tu amiga.
—Pues no, me voy a la playa.
—Mucho mejor, adoro la playa.
—No te he invitado, doctor.
—Hazlo ahora. Venga, invítame. Me muero por acompañarte a la
playa.
Él se fue acercando a ella para besarla al tiempo que ella iba
retrocediendo unos pasos.
—Déjame besarte. Déjame pedirte otra vez disculpas. No tengo
ningún argumento, solo que me he bloqueado. Me ha salido así, pero
cuando me he marchado me he sentido incómodo.
—Tienes un problema…
—Lo tendré si no me invitas a ir a Barcelona. Empezaré a sentir un
sudor frío que me recorrerá la nuca —Siguió dando pequeños pasos hacia
delante, los mismos que ella daba hacia atrás—, después una fuerte
presión en el pecho, sensación de falta de aire, empezaré a hiperventilar y
mi corazón… el que «Tú» habrás destrozado dejará de latir. Tendrás que
vivir con eso.
—Veamos, doctor, me hubiera conformado —dijo conteniendo la
risa— con que hubieras sido algo más amable, no necesito que me hables
de «corazones».
—Es que es un tema que domino bastante, ahí siempre suelo
acertar.
Ella seguía dando pasos hacia atrás. Estaba a punto de cometer un
error, pero no se veía con fuerza de rechazarlo más. Deseaba esos labios
con toda su alma.
Se detuvo, sonrió, y Jaime aprovechó el momento para lanzarse a
besarla, saboreando cada centímetro de sus labios.
—¿Vas en coche? —preguntó sin obtener respuesta—. Mejor
vamos en el mío.
—No, doctor, no. Voy sola, y voy en mi coche. Sigues sin estar
invitado —sentenció recuperándose de la interrupción.
—Venga, necesitas un copiloto, es un viaje largo, menudo
aburrimiento. Y necesitas que nada más llegar te folle contra la primera
superficie sólida que encontremos —Sonrió con una mueca infantil poco
acorde con la frase que acababa de soltar—, no sé si vas a un hotel o…
Emma se echó a reír consciente de que esas palabras habían hecho
reaccionar a su cuerpo.
—Voy a estar en una casa que… —Decidió no darle más
explicaciones, no quería añadir que probablemente se viera obligada a
buscar alojamiento—. Tú tienes tu cabaña, yo mi casa cerca del mar.
—Dame media hora. Y ni si te ocurra marcharte sin mí.
—Doctor, no sé si es…
—Emma quiero ir a ese lugar, contigo.
Ella se sentía algo aturdida por el giro que había dado ese
encuentro: del enfado, al beso, a la risa y por último a planear viajar
juntos. Asintió con la cabeza casi por inercia, y se golpeó el reloj
indicándole que se diera prisa.
Jaime corrió hacia la puerta, se detuvo cuando descubrió las llaves
del coche colgando de un improvisado clavo.
—Me llevó las llaves de tu coche, que no me fío —anunció antes
de cerrar la puerta.
—Un momento, doctor —gritó ella, pero él ya no podía escucharla.
37
En las seis horas que duró el trayecto Emma no dejó de arrancarle
risas y carcajadas a Jaime. Le habló de su nuevo trabajo y de las personas
con las que trataba a diario, especialmente las que conocía él. Este disfrutó
con el tono desenfadado e irónico que ella utilizó para hablarle acerca de
Adrien y la forma en que conseguía intimidarla con tan solo su presencia.
Jaime comprobó que Emma estaba encantada con Daniela y con
Olivier. Fueron varios los halagos que salieron de su boca a la hora de
referirse al trato cercano que ambos le habían regalado. Se preguntó por
qué esas palabras no tuvieron la misma acogida cuando se referían a
Olivier.
Aprovechó para hablarle de Víctor, a quien Emma no conocía. Sin
apenas darse cuenta le había contado su conversación en Versus. Ella
guardó silencio, a través de ese relato entendió un poco más la
personalidad de Jaime. No solo se mostraba distante y frío en ocasiones
con ella, sino también con sus propios amigos a los que conocía desde que
eran adolescentes.
Emma lo miró con cierta ternura y Jaime le interrogó con un
movimiento de hombros:
—Me he sentido algo decepcionada.
—¿Por qué? —preguntó él sin apartar la vista de la carretera.
—Pensaba que solo eras un iceberg inmortal conmigo.
Él se echó a reír, pero tardó poco en aclararle algo:
—Víctor es un gran amigo, pero eso no significa que todo esté
permitido. Hay asuntos que se deben separar, él los suyos y yo los míos.
Esas palabras llevaron a Emma a pensar en Irene. Le había hablado
de la posibilidad de viajar a Barcelona y buscar algún momento para
encontrarse, pero eso había sido antes de que el doctor se invitara. Sus
planes ya no eran los mismos. Se lo explicaría cuando la llamara, esperaba
que lo comprendiera; parecía que el tema del doctor ya no era un
problema. Aunque en los últimos días, a pesar de su pequeño cambio,
todavía había habido algún momento en el que había lanzado alguna flecha
de esas incandescentes, de las que queman. Emma la había ignorado,
siempre aferrándose al momento que ella estaba pasando, pero era cierto
que su paciencia empezaba a agotarse.
Paciencia… Ese concepto también la llevó a pensar en los
mensajes, aunque no era la mejor palabra para acompañarlos. Había
recibido dos más. El primero, la noche anterior, en el que describía lo
mucho que le había gustado el recogido que había elegido para lucir ese
día; el segundo, esa misma mañana. En él le recriminaba que no hubiera
salido a correr temprano, como había hecho los días anteriores. Lo había
vuelto a bloquear, esa vez esperaba que no volviera a ponerse en contacto
con ella. ¿Qué estaba pasando? Tenía miedo de enfrentarse a ese asunto,
pero no podía ignorarlo, claro que eso tendría que esperar.
La llamada de Irene llegó media hora antes de llegar a su destino.
Emma no se dio cuenta de que su expresión era de fastidio.
—¿Quién es, tu amigo Héctor?
—Irene.
—Si quieres intimidad tendrás que esperar.
Ella sonrió y atendió la llamada.
—Hola, Irene.
—¿Vienes o no?
—Esto… —Vaya, que oportuna la llamada. Pensó Emma—. Voy a
la casa de la playa, pero… voy acompañada, así que veo complicado que
podamos quedar, mejor lo dejamos para otro día.
Emma miró la pantalla para ver si la llamada seguía activa debido
al silencio que guardó su amiga.
—¿Irene?
—Sí, aquí sigo, aunque no de una pieza. Veo las muchas
prioridades que hay en tu vida, veo que ese médico, el que se burló de mi
hermana, te tiene bien enganchada.
—Mejor lo hablamos en otro momento.
—Es una pena. Ahora solo te importa tu trabajo, el médico ese, y
tu nueva jefa, que la conoces desde hace dos días y no dejas de hablar de
ella. ¡Qué pronto olvidas! Primero Álvaro, luego Blanca, y ahora me toca a
mí.
—No voy a tener esta conversación ahora, Irene.
—Allá tú, yo, por si te interesa, sigo en el mismo sitio. Aquí me
puedes encontrar, seguiré llorando la perdida de mi hermana, sin poder
investigar más sobre lo que pasó, y lamentando no haber sido capaz de
convencerte para que te quedaras con ella un tiempo más.
—¡Basta! —gritó Emma. Había intentado no responderle para no
llamar la atención del doctor, pero cuando escuchó esas palabras no pudo
contenerse. Se arrepintió de haberlo hecho, especialmente por la cara que
Jaime puso al escucharla, y porque no iba a enfrascarse en esa
conversación con Irene en ese momento.
—Estamos llegando, ya hablaremos.
Jaime la miró varias veces esperando que ella le explicara el
motivo de su grito y de la expresión de disgusto que se le había quedado
tras la llamada.
—No le ha gustado mucho que cambiaras los planes, ¿cierto?
—Cierto.
—¿Dices que es tu amiga…?
—Sí, es mi amiga.
—¿Seguro?
—No está atravesando su mejor momento.
Jaime la animó a contarle la situación, aunque tuvo que insistir.
Emma accedió a contárselo, no por lo mucho que le estaba insistiendo él,
sino porque lo necesitaba. Le narró lo sucedido desde la última vez que la
visitó en Barcelona y la convenció para que se quedara más tiempo con su
hermana; del tiempo que pospuso su mudanza para complacer a Irene; de
la extraña personalidad de Blanca, aunque él ya había apreciado algunos
detalles con sus propios ojos; de las veces que Irene le había «sugerido»
que siguiera rebuscando entre sus cosas; del tiempo que dedicó a vaciar su
apartamento, del enfrentamiento con la casera y, por último, de las veces
que repetía que si ella no se hubiera marchado, Blanca seguiría viva.
Incluso le habló de los comentarios poco afortunados que había hecho con
respecto a su nuevo trabajo.
Lo que no incluyó fue la parte que le tocaba de lleno al doctor.
Jaime guardó silencio, sabía que Emma necesitaba desahogarse, ya
había percibido más de una vez tensión en ese asunto.
Detuvieron el coche frente a un restaurante que sugirió Emma
cuando Jaime expresó sus deseos de cenar antes de llegar a destino.
Emma continuaba claramente enfadada por la conversación
mantenida y Jaime intentó que se olvidara del tema, pero lo hizo
abordándolo directamente mientras saboreaban un magnifico pescado.
—Emma, permíteme que te diga una cosa con respecto a lo que me
has contado antes.
—Te escucho.
—¿No crees que llamar amiga a esa persona es ser muy generosa?
—No, doctor, de verdad que es mi amiga, es solo que está
atravesando un mal momento.
—¿Y eso le da derecho a comportarse así contigo?
—Antes me has contado que habías tenido una discusión con tu
amigo… ¿Víctor? Tampoco es tan raro.
—Víctor es encantador, pero cuando se lo propone puede ser
extremadamente pesado. Es algo que viene y va, y cuando ocurre basta con
ponerlo en su sitio y recordarle que no se meta donde no le llaman. Puede
que se cree algo de tensión, pero desaparece rápidamente. Es lo único
negativo que te puedo decir de él. Si esa actitud fuera constante, te aseguro
que no formaría parte de mi vida.
—La amistad es más que eso, doctor —Jugó con el tenedor—. Sois
amigos desde el instituto, igual que Irene y yo y eso… tiene un peso.
—Las personas cambiamos, Emma, ser amigos desde la infancia o
desde el instituto no es un compromiso al que te debas atar de por vida.
Para ello tiene que haber un respeto mutuo. En la salud y en la
enfermedad, en lo bueno y en lo malo… ¡No! Si funciona, funciona, si no,
es que no debe ser.
—¿No crees que perder a su hermana sea un motivo para tener
paciencia con ella?
—Dime que es un hecho aislado, que es una faceta que desconocías
de ella, que es algo transitorio y crees firmemente en ello, que se ha
transformado como persona debido a su pérdida… Dime que jamás antes
tuviste ningún conflicto con ella, y me callo.
Emma abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarla. Sintió
que sus ojos se estaban empezando a humedecer y luchó hasta conseguir
que ese proceso se detuviera.
—Eso no es amistad, Emma —Su tono era calmado, casi hipnótico
—. Esa persona tiene algún problema, o muchos, es evidente, y está
descargando su mierda en ti —Emma sintió un escalofrío al escucharlo—.
Te vi en casa de Blanca disponiendo todas sus cosas, y eso no te
correspondía a ti. Estuvo en tu casa… ¿Cuántos días, después del funeral?
—Catorce.
—Y en esos catorce días no fue capaz de ocuparse de los asuntos
de su hermana. No, claro que no, era más cómodo marcharse y encargarte
a ti que te ocuparas de la casera, de recoger las cosas, de empaquetarlas, de
guardarlas y, por si eso era poco, de investigar en su entorno para saber
algo sobre las posibles causas de su decisión.
Emma no lo interrumpió, lo necesitaba, aunque le doliera
escucharlo. Él continuó, con el mismo tono calmado y dulce.
—Y el remate de todo es que te reproche algo tan ruin como que si
no te hubieras ido de su lado podría estar viva. ¿Acaso tenías que
permanecer a su lado eternamente? ¿Era tu responsabilidad? ¿Te dio las
gracias por el tiempo que viviste con ella? No, seguramente es mejor
asumir su culpa enviándotela a ti. Así se vive muy bien. Con decir que está
rota de dolor, todo vale.
—Yo… No sé qué decirte.
—Emma, Blanca era la segunda vez que lo intentaba. Se me escapó
un día y te lo comenté.
—Eso no puede ser verdad, doctor.
—Sí, sí lo es. Cuando tuvimos aquel desencuentro en el hospital
quise informarme de lo que había pasado. Ahora no importa cómo, pero
mis compañeros me pusieron al corriente del caso de Blanca,
especialmente la psicóloga, la que atendió a Irene en el hospital.
—¿De qué estás hablando?
—Emma, en su historial está reflejado. No recuerdo bien las
fechas, pero fue unos meses antes, tres o cuatro, no puedo precisar, sé que
me llamó la atención el breve periodo de tiempo. Fue ingresada en un
hospital de Barcelona, deduzco que debía encontrarse allí.
—Quizás Irene no lo sabe.
—Emma, la psicóloga estuvo hablando con ella de ese tema.
—¿Seguro?
—Yo no debería contarte esto, no es ético, pero he creído que
debes saberlo.
Emma se revolvió en la silla impactada por lo que estaba
escuchando. ¿Cómo iba a ser verdad y ella no saberlo? Se había ido a vivir
con ella, había escuchado los discursos de Irene sobre el estado de su
hermana cientos de veces. Joder, había compartido piso con ella durante
mucho tiempo, ¿cómo no le dijo Irene lo que había ocurrido? Recordaba
que en el mes de junio Blanca había ido a Barcelona a pasar un par de
semanas con su hermana, pero estuvo casi un mes; según le dijo porque se
había hecho un esguince de tobillo.
—Sí, recuerdo a esa psicóloga. Cuando Irene llegó, esa misma
noche, fuimos de nuevo al hospital, pero yo me fui pronto, no soportaba
estar allí. Esa mujer me ofreció tener una charla, me dijo que me iría bien
hablar ya que yo había encontrado a Blanca, pero me negué. Irene me
pidió que me marchara y que volviera horas después a buscarla.
—¿Por qué no quisiste hablar con ella? Es una gran profesional.
—No necesitaba una psicóloga, lo creas o no. Yo estaba impactada,
sorprendida, preocupada por Irene, pero el dolor era suyo —Se pasó las
manos por la cabeza y resopló—. Me parece una atrocidad que no me lo
dijera y que me pidiera que cuidara de ella.
—Bien, pues ahí lo tienes.
—¿Cómo lo intentó la otra vez?
—Igual, con pastillas.
—¿Por qué le recetaron pastillas para dormir? Una persona con ese
historial…
—Desconozco por qué, pero te diré que esas pastillas son muy
suaves, las puede tomar cualquiera que quiera relajarse y tenga algún leve
problema de insomnio…
—¿Entonces?
—Es que tomó una cantidad impresionante, según me dijeron.
—Sí, un bote casi entero, creo, ¿treinta y tantas? No sé cuántas
había.
—La autopsia determinaba que podía haber ingerido el frasco casi
en su totalidad, aproximadamente unas sesenta.
—Algunas estaban rodando por el salón, pero está claro que se
aseguró de ingerir las necesarias —Miró fijamente a Jaime—. No quiero
ni pensar qué pasó por su mente ni lo que vivió en ese momento… —
Resopló—. Me parece muy fuerte que Irene no me dijera que había
intentado quitarse la vida cuando estuvo con ella en Barcelona, sabiendo
que yo vivía con ella, que…
—Egoísmo, envidia, rabia —la interrumpió él—. Un cóctel muy
sano para la amistad.
—Debiste decírmelo cuando… «Investigué» su muerte. Ese dato
me habría ayudado a la hora de hacer preguntas, no sé… algo me habría
orientado.
—Lo comenté una vez, pero me di cuenta de que no sabías nada y
yo no debía desvelar ese tipo de datos.
—Entiendo… ¡Preferiría cambiar de tema!
—Lo sé, pero quiero que entiendas que no podía callarme con lo
que me has contado.
—Te lo agradezco, pero ahora necesito que nos marchemos, quiero
saber si vamos a dormir en una casa con o sin techo, con o sin vidrios en
las ventanas.
—Joder, me estás acojonando, ¿qué clase de casa tienes?
—Una que su época de esplendor fue allá por los años treinta.
—Bueno, hay muchas casas antiguas que…
—Esta perdió el glamour hace mucho tiempo.
—Pero ¿es habitable?
—Hace un año sí, porque me encargué de limpiarla.
—¿Hace un año que no se limpia?
—Le dieron un repasillo hace poco, pero… ¡no la he visto! No sé
qué me voy a encontrar.
Jaime sonrió y localizó en su móvil una web de hoteles que le
mostró a ella. Emma se echó a reír y le pidió que la tuviera a mano.
—Venga, vámonos, me muero por ver esa reliquia.
Al salir a la calle, Emma sintió el aire fresco como si tratara de un
bálsamo. La conversación con el doctor sobre Irene se agolpó de una
forma violenta en su cabeza. Aprovechó la oscuridad para ocultar el brillo
de sus ojos, pero los brazos que la sostuvieron por detrás y le fueron dando
la vuelta lentamente, le indicaron que no había podido disimular tanto
como había querido.
Él la abrazó y la estrechó contra su cuerpo, ella se liberó de las
lágrimas que se habían acumulado.
—Dime dónde está exactamente tu mente.
—Llegué a sentirme culpable por haberme marchado.
La estrechó con más fuerza. Jaime sintió su dolor, lo sintió dentro.
Otra novedad, otra maldita forma que tenía la vida de decirle que Emma
era especial.
38
A pesar de la oscuridad y de la época del año en que se
encontraban, aquella localidad costera de la provincia de Barcelona, le
causó una grata impresión a Jaime. Había escuchado hablar de ella,
siempre con elogios, pero nunca la había visitado, a pesar de sí haberlo
hecho con muchas otras localidades cercanas.
Emma, una vez que se adentraron en sus calles, se animó a narrar
algunos acontecimientos que formaban parte de la historia de aquel lugar,
así como fiestas célebres y otro tipo de eventos por los que la pequeña
ciudad se había ganado un gran reconocimiento cultural.
Jaime reparó en el entusiasmo con el que le hacía partícipe de
todos aquellos detalles, demostrándole lo mucho que quería aquel lugar; el
brillo de sus ojos también la delató.
Se adentraron en calles estrechas hasta desembocar en el paseo
marítimo. Desde allí les resultó mucho más rápido llegar hasta la casa de
Emma.
Jaime se bajó del coche impresionado por la fachada de la casa y la
posición privilegiada en la que se encontraba. Se dio la vuelta para
admirar la cercanía del mar y las espectaculares vistas.
—No había imaginado que fuera tan grande. Es preciosa.
—No te dejes engañar por el exterior, espera a entrar.
Jaime la siguió. La casa estaba rodeada de un amplio muro, que
combinaba la piedra y la madera, consiguiendo un estilo elegante y acorde
con la naturaleza del lugar. La pequeña puerta exterior que atravesaron les
condujo a un pequeño terreno que en su día debió ser un bonito y cuidado
jardín. Se apreciaba que no hacía mucho tiempo, alguien se había
encargado de hacer un pequeño barrido de matorrales y malas hierbas,
pero sin mimo, solo para que no impidieran el paso hasta la puerta
principal de la casa.
A Jaime le invadió una sensación de nostalgia, la que se puede
percibir en las ocasiones que se observa un lugar que ha perdido su
esplendor y su gloria; la sensación del paso del tiempo, de los lugares que
un «un día fueron», pero que dejaron de ser.
Esa sensación se acentuó cuando entraron en el interior de la casa.
Era como viajar décadas en el tiempo. La decoración, la disposición de los
muebles y el color apagado de las paredes. Tuvo la misma sensación que
cuando se observa una de esas fotografías color sepia, que indican que
cualquier tiempo pasado fue mejor.
El olor a casa cerrada y humedad se hizo presente llegando a ser
incluso molesto. La iluminación tenue confirió a la estancia un ambiente
un tanto lúgubre y demacrado.
—¿Qué? Ya no sueltas elogios. ¡Te avisé!
—Necesita una restauración, pero es muy bonita. ¿Has vivido aquí
alguna vez?
—Sí, durante cuatro años. Desde los dieciocho hasta los veintidós,
más o menos.
—Pero esta casa es…
—Mía, sí. La heredé de mi madre.
—¿Vienes a menudo?
—Desde que me fui a Madrid he venido muy poco, ahora está en
venta, casi a punto de cerrarse el trato. Por eso he venido.
Emma le mostró el resto de la casa, incluyendo la planta superior,
que llevaba vacía muchos años. A Jaime le recordó mucho a la cabaña de
la sierra, la distribución era parecida, aunque esa casa contaba con muchas
más estancias, y una planta más, a parte de la buhardilla.
—¿Pasaste aquí tiempo de tu infancia?
—Sí, todos los veranos y muchos fines de semana. En invierno
apenas veníamos. Mi padre viajaba mucho por trabajo, y mi madre y yo
veníamos casi siempre solas, excepto en las vacaciones de verano de mi
padre. Mi madre la heredó de mis abuelos, o sea que la casa ya tiene unos
añitos. Debe rondar el siglo, un poco menos quizás. Creo que se construyó
en 1930, pero no estoy segura.
—Guau, casi un siglo. ¿La vas a vender? —preguntó sorprendido.
—Sí, solo me trae quebraderos de cabeza, y no me compensa el
poco tiempo que pueda pasar aquí.
—Es una pena, Emma, es preciosa,
—Sí, lo es, pero habrás entendido ya que reformar esta casa, que
falta le hace, supone una gran inversión.
—Sí, eso es cierto, pero deben quedar pocas como esta, y menos
con esas vistas.
—Hay unos rusos interesados, en un mes me confirmarán si se la
quedan o no.
—¿Te duele venderla?
—Un poco, pero no quiero pensar en ello. Todo lo que hay aquí, a
parte de esas vistas espectaculares, es pasado, y el pasado…
—Sí, ya conozco tu teoría del pasado.
—Pues eso, que un poco de tristeza me da, pero… ¡Que la venderé
y punto!
A Jaime no se le escapó el esfuerzo que estaba haciendo Emma por
aparentar que apenas le afectaba esa venta. Era imposible que no lo
hiciera, si había formado parte de tantos momentos de su vida. Lo que más
le impactó fue que esa tristeza se la traspasara a él. No se explicaba por
qué había sentido un pellizco en el estómago cuando la escuchó hablar de
la venta.
Emma se dirigió a uno de los dormitorios de la planta baja y se
detuvo frente al marco de la puerta con los brazos cruzados. Jaime la
siguió y entró lentamente, observando todo cuanto le rodeaba.
—Yo veo un pequeño inconveniente en dormir aquí —dijo él.
—¿Solo uno?
—Creo que los insectos y tú, no os lleváis muy bien, al menos tu
organismo no los tolera mucho.
—¿Qué quieres decir?
—Si quieres volver a pasar por una inyección, por mí no es
problema, vengo equipado, pero deberás decidirlo tú.
Emma se acercó al rincón que él observaba. Dos arañas pequeñas
deambulaban a sus anchas por el cabecero de la cama.
—¿Por esas arañitas? —Se echó a reír—. Vamos, doctor, no me
digas que eso lo consideras un peligro.
—Eso, la tres ventanas sin vidrios, con plásticos apuntalados que
hay repartidas por toda la casa, la temperatura que hay aquí dentro, que
debe rondar los mil grados bajo cero —Ella se echó reír—, ¿sigo?
—Decepcionada, doctor. Pensé que te darías cuenta de lo más
importante, eso que has mencionado son detalles sin importancia.
—¿Qué me he olvidado señorita Emma, que tan importante es? —
dijo él apoyándose en una de las paredes, cruzando los brazos.
—Si estás aquí, es porque me dijiste que me ibas a follar sobre la
primera superficie sólida que encontráramos en la casa —Jaime soltó una
carcajada—, y aquí todas las que hay, o están llenas de polvo o se pueden
partir. Sexo, pero seguro, doctor.
Jaime seguía sonriendo mientras salía del dormitorio, se detuvo
para besarla en los labios al pasar por su lado, y tecleó en su móvil.
39
No era lo que habían esperado, pero sí lo único en lo que se podían
alojar a aquellas horas de la noche. Tampoco ayudó el hecho de que la
temporada alta hubiera terminado recientemente y muchos hoteles
hubieran cerrado hasta la primavera.
Se trataba de un hotel céntrico, con pocas estrellas, pero limpio y
acogedor, como señaló Emma al ver la mueca de fastidio de Jaime
conforme avanzaba por la habitación sin dejar de repetir que era
demasiado pequeña.
—¿No podías haber reservado en un hotel? ¿Seguro que
imaginabas cómo se encontraría la casa? ¿Te has fijado en esa ducha? Creo
que no quepo, voy a tener que encogerme.
—Yo me habría quedado en mi casa si tu no hubieras venido.
—¿En serio?
—Sí, claro, yo no tengo tantos reparos, es mi casa, no podemos
verlo de la misma forma.
Ella se fue acercando a él con una sonrisa que a él le intrigó y
excitó a partes iguales. Le puso una mano en el pecho y lo fue haciendo
retroceder hasta quedar apoyado en una de las paredes, la única que estaba
libre, sin ninguno de aquellos espantosos muebles.
—Esta pared está muy limpita —aclaró mientras le iba
desabrochando los botones de la camisa. Él dejó los brazos caer sin poner
ninguna resistencia—, está recién pintada, diría yo, aunque el color no
podía ser más espantoso, pero… —le bajó la camisa por las mangas y la
lanzó al suelo— a mí me gusta como «superficie sólida para follar» —
repitió sus palabras con mucho énfasis—, y eso es lo que cuenta, doctor,
que la habitación tenga un rincón con esas características.
Él se echó a reír y la provocó:
—Si es eso lo que quiere la señorita, deberías ser tú la que te
apoyaras en esta pa… —Se detuvo para colaborar en la labor de
deshacerse de los pantalones— pared tan limpi… ¡joder, Emma!
Ella le bajó los boxes y le mordió suavemente en los labios
mientras le restregaba suavemente la rodilla con su miembro. Se arrodilló
frente a él y lo miró sonriendo y pasándose la lengua por los labios. Jaime
echó la cabeza hacia atrás sonriendo. Ella le acarició la erección con la
mano y de una forma brusca e inesperada se la introdujo en la boca con un
solo movimiento. Jaime gritó y se apoyó con las palmas en la pared, como
si quisiera sujetarla para que no se cayera.
Durante el tiempo que ella se dedicó a deleitarle con sus caricias
no pudo evitar pensar en ese extraño escalofrío que, una vez más, volvía a
recorrerle todo el cuerpo. Emma era electricidad para sus sentidos.
El fruto de todo aquel placer, él que lo condujo al nivel más alto,
se esparció dentro de la boca de Emma mientras apretaba los puños y
clavaba los nudillos en la pared. Cruzaron sus miradas mientras Ella se iba
incorporando lentamente y se pasaba un dedo por los labios para recoger
una gota perdida.
Jaime se esforzó por recuperar la respiración cuanto antes y la
impulsó en el aire para que ella cerrara sus piernas alrededor de su cintura.
La apoyó en la pared y jugó con sus dedos en su interior observando
embelesado cómo se retorcía de placer y se apoyaba sobre él, sin fuerzas,
rendida, cuando el orgasmo se apoderó de ella.
Terminaron en el suelo, sobre la alfombra, con sus cuerpos
desnudos, acoplados, y listos para recibir una nueva oleada de escalofríos.

La mañana siguiente la dedicaron a pasear por el pueblo y a


disfrutar de su maravillosa gastronomía. Jaime se encargó de hacer una
reserva en un nuevo hotel. Por nada del mundo iba a pasar una noche más
en ese lugar. Apenas habían podido dormir con todos los extraños ruidos
que habían escuchado durante la noche, ninguno de ellos parecía tener
explicación en cuanto a su procedencia. Ello había servido para que Emma
bromease continuamente y provocara a Jaime que, encantado, le devolvía
los ataques hasta el punto de terminar en más de una ocasión en el suelo,
muertos de risa, mientras se las ingeniaban para iniciar un nuevo ataque.
La diversión continuó a la mañana siguiente, en la ducha, cuando
Jaime tuvo ciertas dificultades para entrar en el reducido cubículo y Emma
no dejó de insistir en que le apetecía una ducha conjunta con sesión de
sexo incluida.
Jaime había disfrutado tanto con la actitud de Emma, que en algún
momento, especialmente cuando la tenía abrazada mientras ella dormía, se
había preguntado si esa mujer le estaba cambiado o es que había
despertado en él una faceta desconocida. Nunca había ideado tantas
bromas, ni había disfrutado con aquellas infantiles batallas de cosquillas o
de almohadas.
Ese tipo de pensamientos aparecían con frecuencia cuando estaba
con ella, pero solía esforzarse por espantarlos. Le confundían y
angustiaban demasiado como para sumergirse en ellos y analizarlos por
completo.
A media tarde, Emma le propuso visitar su pequeño pedacito de
playa, el «rincón de mar» que tanto quería. Se adentraron en una de sus
espectaculares playas, una concreta que hizo que el paseo se alargara más
de media hora. Desde allí, cerca de unas rocas que parecían haber caído
del cielo como una lluvia de meteoritos, se podía apreciar una de las
puestas de sol más espectaculares que Jaime había presenciado. Emma lo
tenía calculado, sabía cuánto tardarían en llegar a aquel lugar, y a qué hora
podrían disfrutar del espectáculo.
No había sido posible permanecer mucho tiempo allí debido a la
sensación térmica que les produjo la brisa del mar. Aun así habían podido
disfrutarlo por unos minutos.
Tal y como anunció Emma, aquel era un lugar especial en el que
perderse. Su rostro se transformó conforme avanzaban hacia allí. Emma
guardó silencio y se ausentó con la mente por unos instantes, los mismos
que él no dejó de observarla y entender lo mucho que aquel lugar
significaba para ella.
—¿Qué tiene este lugar para ti, Emma? —le preguntó él mientras
la abrazaba por la cintura con la vista puesta en el horizonte.
—Aquí he podido detener mi mente y dejarla en blanco, así todo
era más fácil, dolía menos. Era un elixir, un paréntesis en el que la vida
parecía mejor, prometía ser mejor. Una forma de coger siempre fuerzas.
Fueron pocos minutos de espectáculo, pero Jaime sintió que había
sido uno de los momentos más intensos que había vivido con alguien,
quizás de los más profundos: mar, puesta de sol, silencio, y una increíble
mujer a su lado.

Tras el paseo discutieron sobre si debían o no llevar sus maletas al


nuevo hotel, pero la postura de Jaime fue la ganadora, que propuso hacerlo
después de la cena. Descorrer el paseo les llevó casi una hora y les abrió el
apetito. Emma propuso, según su definición, cenar en el mejor restaurante
de toda la localidad.
Jaime se sorprendió de la propuesta cuando llegaron a la entrada
del restaurante, era probablemente uno de los mejor catalogados por la
crítica gastronómica, según le parecía haber visto durante su búsqueda de
hoteles, en esas páginas que recomiendan alojamiento y restaurantes.
El recepcionista, o Hostess, como lo llamó Emma, para la sorpresa
de Jaime, les preguntó por su reserva, pero Emma se dio prisa en
expresarle que quería hablar con un tal Mario. El hombre dudó unos
segundos, pero atendió la petición, volviendo un minuto después para
indicarles que esperasen.
El tal Mario, un hombre de unos treinta y pocos años, apareció por
la puerta que conducía al interior y se lanzó a abrazar a Emma con tal
efusividad, que Jaime pensó que la iba a partir en dos. ¿Quién era ese
hombre?
—Mario —dijo Emma acercándose a Jaime—, este es Jaime, un
amigo.
Mario le estrechó la mano con una gran sonrisa.
Por la conversación dedujo que era el dueño del distinguido local y
amigo de Emma. Jaime escuchó atento su conversación, deseoso de
averiguar qué les relacionaba, pero solo pudo saber que hacía muchos años
que se conocían y que sus padres eran personas muy especiales para
Emma, aunque por lo que escuchó, estaban muertos o retirados por alguna
enfermedad.
Tras el anuncio de «Sois mis invitados» los condujo a una sala
desde la que se veía el mar, y en la que solo había una mesa para dos
personas. Al parecer el lugar preferido de Emma.
Emma no comentó nada relacionado con aquel lugar ni con Mario,
y Jaime lo respetó, pero no sería por mucho tiempo, en cuanto salieran de
allí tenía intenciones de preguntarle, no podía con tanta curiosidad.
Lo hizo cuando llegaron al hotel, una vez instalados, tras aprobar
la nueva habitación, y tras decidir darse un baño en la gigantesca bañera.
No era lo suficientemente grande para que Jaime quedara bien sumergido,
pero sí para que disfrutara de tener entre sus piernas el delgado y suave
cuerpo de ella.
—No me cansaré de elogiar la cena, ha sido espectacular.
—Allí siempre lo es, pero seguro que Mario se ha esforzado.
—Cuéntame esa historia.
—Trabajé para sus padres en ese restaurante durante unos años, y
acabamos sintiéndonos como una familia.
—Emma, desde un principio. ¿Qué hacías viviendo aquí?
Ella se incorporó y soltó el aire que había contenido en sus
pulmones. Volvió a sumergirse y guardó silencio. Jaime insistió, le pidió
que le hablara de esa parte de su vida hasta que ella se animó a hacerlo.
—Cuando murió mi madre, yo tenía diecisiete años.
—¿Estaba enferma?
—No, bueno… hasta ese momento no. Fue algo en el corazón, algo
que la mantuvo meses en un hospital.
—¿Qué fue?
—A ver cómo le digo esto a un cardiólogo sin que le suene
absurdo…
—Venga, dilo como lo recuerdes, algo te contarían… —le animó
riendo.
—Algo entró en su corazón y tuvieron que intervenirla a vida o
muerte, un bichito…
Jaime sonrió.
—¿Lo has pillado?
—Sí, claro. Es un diagnóstico muy preciso —ironizó él—. Sigue,
me hago una idea.
—Cuando parecía que se iba a recuperar, murió. Fue un año duro.
Yo estaba estudiando el último curso en el instituto, preparándome para ir
a la universidad. Mi padre se deshizo de todos los objetos personales de mi
madre, dos o tres días después de su muerte, sin ningún tipo de sutileza.
—A veces el dolor…
—No había dolor, doctor, solo le dolía el no saber qué hacer
conmigo. Mis padres nunca fueron ni amantes ni amigos, solo compañeros
de piso, y si no hubiera enfermado mi madre se habrían divorciado, eso me
dijeron.
—Continua.
—Un años después, ya con dieciocho años cumplidos, mientras
tramitaba el ingreso en la universidad, me dijo que tenía una nueva pareja
y que nos íbamos a vivir al sur de Italia. Yo me negué y acordamos que se
iría él solo. Se encargaría de enviarme algo de dinero, y yo me quedaría en
nuestro nuevo apartamento; la casa donde vivíamos con mi madre la
vendió, nos fuimos a vivir a un apartamento pequeño de alquiler.
—¿Por qué?
—Tenía una empresa pequeña de construcción y se arruinó, estaba
lleno de deudas. Decidió vender la casa.
—Pero esa casa…
—Sí, también era una parte mía, pero yo era menor, era una cría,
¿qué iba a impedir yo?
—Sí, claro.
—Empecé la universidad y él se fue a vivir con su pareja, que yo
no conocía. Yo vivía en el apartamento y me mantenía con el dinero que él
me ingresaba cada mes —hizo una pausa, aquel tema le dolía, Jaime se dio
cuenta de que cada vez suspiraba con más frecuencia—. En Navidad le
visité en Italia, me presentó a su pareja y a su nueva vida. Solo fui a pasar
unos días, pero… discutimos, discutimos más, discutimos a lo bestia y…
—Suspiró con fuerza—. Le dije que no necesitaba su dinero, que me
buscaría la vida, y él me dijo que le parecía bien, que me espabilara.
—¿Por qué discutisteis?
—Por mi madre, porque le acusé de haber vivido una farsa de
matrimonio con ella.
—¿Por qué?
—Porque cuando lo vi con su nueva pareja me di cuenta.
—Ya veo, continua.
—Volví a España y durante unos meses pude vivir del dinero que
me quedaba, pero solo unos meses. Al cuarto mes me dijeron que el
alquiler no se había pagado y que me tenía que marchar, tampoco me
enviaba dinero, así que no tenía donde caerme muerta.
—¿Y no hablaste con él?
—No, doctor, fue un enfrentamiento muy duro, nos dijimos cosas
horribles, y me marché de una forma muy brusca. Le dije que no quería su
dinero y él dejó de enviarme. En cierto modo ese era el acuerdo.
—Pero…
—Te lo cuento de un tirón y no preguntas, que quiero acabar.
—De acuerdo.
—Me vine a vivir aquí, a la casa de la playa, que era mía, herencia
de mi madre, herencia a su vez de mis abuelos, nada que ver con mi padre.
Intocable, aunque eso lo supe tiempo después. Me vine aquí, dejé la
universidad, y busqué trabajo. Me costó mucho, hasta el punto de
convertirme en una especie de vagabunda que un día, desesperada, pidió
trabajo en un restaurante y como me rechazaron, les pedí que al menos me
dieran algo de comer.
—Joder, nena…
—El camarero me echó a la calle de malas maneras y salí por la
puerta de atrás. Allí me dejé caer en el suelo y lloré como nunca lo he
hecho en mi vida. Al poco rato salió Valentín, el padre de Mario y se
apiadó de mí. Me llevó a la cocina, me dio de cenar, escuchó mi historia y
me dio un trabajo. Todo eso durante la noche, consultándolo con Sofía, su
mujer.
»Me alojaron en un hostal cercano y me dijeron que ya les
devolvería el dinero del alojamiento. El caso es que el hostal era suyo,
pero yo no lo sabía. Y allí estuve dos años trabajando, ahorrando y
conociéndolos. Aprendí a cocinar, Valentín era una gran chef, y cada vez
me fui involucrando más. Su hijo Mario se marchó a Estados Unidos a
estudiar hostelería y cocina, y de vez en cuando nos visitaba.
»Al tercer año reanudé las clases, ellos me pagaron la universidad.
Durante la semana estaba en Barcelona, en un apartamento de estudiantes,
con dos chicas más, y los fines de semana trabajaba aquí, donde también
tenía buenos amigos y nos divertíamos. Fueron los mejores años de mi
vida.
»Valentín murió y Sofía cayó en una depresión brutal, una que la
llevó a permanecer años en una residencia para enfermos mentales. Mario
se quedó en Estados Unidos y yo en mi casa de la playa. Empecé unas
prácticas en una farmacéutica y un tiempo después dejé las clases porque
no eran compatibles. Ya no me lo podía permitir, había perdido mi trabajo
y tenía miedo de volver a las andadas.
—¿Mario no te ayudó?
—Sí, me ingresó una cantidad de dinero que me ayudó a vivir
durante un tiempo, hasta que llegó el contrato con la farmacéutica.
Entonces me dediqué en jornada completa y dejé la universidad, solo me
quedaba un curso para terminarla, pero podría haberme llevado un par de
años.
»Mario volvió a abrir el restaurante hace tres años, y nos vemos
siempre que vengo aquí. Ya conoces la historia, doctor, no me des más la
murga.
—Emma… ¿y tu padre? ¿No has vuelto a saber de él?
—En doce años lo he visto dos veces: cuando vine aquí a vivir, y
hace seis años.
—¿No teníais ningún contacto?
—Después de mi viaje a Italia, unos meses después, intentó
localizarme, yo ya no tenía el mismo teléfono, así que lo hizo a través de
Irene. Me llamó varias veces, pero solo atendí una de esas llamadas y le
dejé claro que no se molestara en hacer ninguna más —Se dio la vuelta, de
lado, y se abrazó a él—. Hace años apareció en mi trabajo, también Irene
le dijo dónde encontrarme.
—¿Solo heredaste la casa, por parte de tu madre?
—Sí, cuando ella murió estaban completamente arruinados.
Valentín me ayudó a formalizar las escrituras, ese tipo de papeleo odioso.
—¿Nunca piensas en contactar con él?
—No, doctor. Es pasado, y esa persona no significa nada para mí.
—Una pregunta…
—Dime —dijo de mala gana ella.
—¿Irene no te echó una mano cuando estuviste tan necesitada? Ya
erais amigas, ¿cierto?
—Sí, cuando murió mi madre hacía un año que éramos amigas.
¿Qué podía hacer ella?
—No tenías un techo, hasta que decidiste venir aquí, e incluso
pasaste hambre… Ella tenía una familia… ¡No lo entiendo!
—Su familia no me soportaba, yo entonces salía mucho, me
apuntaba a todas las fiestas, y sus padres creían que no la estaba llevando
por el buen camino. Eran un poco especiales, como Blanca.
—Siempre tienes una disculpa para ella, Emma.
—No es así, doctor, es que éramos muy jóvenes, yo tampoco pedí
ayuda.
—Pero la necesitabas. ¿El tiempo que viviste aquí mantuviste la
relación con Irene?
—Sí, de vez en cuando, cuando podía venía a pasar fines de
semana.
—¿Y tus amigos de aquí?
—Ya no mantengo el contacto, cuando me fui a Madrid nos
distanciamos.
—¿Y en Barcelona solo tenías a Irene?
—También a Clara, una buena amiga, pero…, esto te va encantar,
doctor, por culpa de Irene nos enfadamos. Y que conste que solo hace unos
días que he sido del todo consciente. No sé bien cómo explicarlo, es como
si no lo hubiera querido ver.
—Veo que esa chica te ha dado siempre muchas satisfacciones.
Espero que sigas viendo esa realidad.
—Estás pesadito con ese tema, doctor. No la conoces.
—No, ni ganas de hacerlo, pero creo que es una persona que no te
aporta nada.
Emma quiso cambiar de tema, de la boca de Jaime todo el asunto
de Irene le dolía mucho más.
—Y tú, ¿qué me aportas? —le preguntó ella riendo.
—Eso tendrás que decirlo tú, no yo. Creo que nos vamos a arrugar.
Emma se sintió incómoda con la respuesta de él, especialmente
cuando dio por terminado el tema. Ella solo bromeaba, pero era evidente
que él se lo había tomado como un tema personal, algo más profundo de lo
que estaban acostumbrados a tratar. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos
para que él no notara que le había dolido su reacción. Siguió sonriendo. Él
no pareció reparar en lo que sentía en ese momento. Mucho mejor, de
haberlo hecho habría sentido un nudo que empezaba a ahogarla, y
seguramente no lo habría entendido.
40
La terraza de la habitación del hotel estaba acondicionada para el
invierno, algo que Emma agradeció, desde allí podría contemplar su
amado mar sin necesidad de pasar frío. Las cristaleras de las paredes y del
techo creaban una estancia cerrada, a la vez que espaciosa.
Emma se sentó en una de las butacas que, junto a las plantas
artificiales, las farolas que actuaban como fuente de calor y la pequeña
fuente de piedra, conformaban la totalidad del mobiliario de la terraza.
«El paraíso», pensó Emma. Y no solo por la maravillosa estancia,
sino también por la compañía.
Envuelta en un albornoz, esperaba la llegada de Jaime, que
también había decidido sumergirse un buen rato bajo la amplia ducha.
Sintió sus pasos y sonrió.
Jaime se inclinó sobre ella, a su espalda.
—¿Tienes algún inconveniente en que te vende los ojos? —le
susurró mientras le mostraba una bufanda, propiedad de Emma.
—No —susurró también con timidez sintiendo que se le erizaba
todo el vello del cuerpo.
—¿Te gusta?
—No lo sé, nunca lo he probado.
—¿Y te gusta probar?
—Me encanta, doctor. Bueno, eso creo… ¡Sí! Definitivamente sí.
Él sonrió y le vendó los ojos. Se colocó delante de ella, de cuclillas
y le guio los brazos para que los apoyara en el reposabrazos de la butaca.
Lentamente, utilizó el cinturón de su propio albornoz para atarle un brazo.
Después otro, con el cinturón de ella, que al arrancarlo dejó abierto el
albornoz mostrando parte de su cuerpo desnudo. Jaime subió las piernas de
Emma a sus hombros y la atrajo ligeramente hacia él deslizándola a lo
largo de la butaca.
Se escuchaba la respiración de Emma, alternada con los sonidos
que salían de su garganta mientras él enterraba su rostro entre sus piernas
y jugaba con su lengua, de una forma lenta al principio, para pasar a un
ritmo acelerado.
Emma, con la cabeza hacia atrás, cerró los puños con tanta fuerza
que sintió que las uñas le dañaban la piel. Se retorció intentando buscar
una libertad de movimiento que no tenía y gritó con tanta fuerza cuando
sintió cómo la invadía el placer más absoluto, que Jaime no pudo evitar
echarse a reír.
Jaime esperó a que se recuperara, y en la misma posición inició
una nueva serie de caricias, pero esta vez con la mano y con los dedos.
El segundo orgasmo fue devastador para Emma, que llegó a
suplicarle que se detuviera, pero él la ignoró y le proporcionó unos
instantes de placer que a Emma le hicieron creer que estaba flotando en
algún cielo.
Jaime la liberó de sus ataduras y la llevó de la mano hasta la
cristalera principal, desde donde podían ver el mar en su plenitud. Se libró
del albornoz, se sentó en el suelo, de espaldas a la cristalera, ante la atenta
mirada de Emma y la invitó a colocarse sobre él, con las piernas dobladas.
Allí perdieron la noción del tiempo, era lo último que necesitaban,
en alguna parte de ellos existía el deseo de congelarlo, de impedir que
pudiera avanzar y acabar con aquellos días de gloria, de absoluta gloria.
Emma cabalgó sobre él hasta caer extasiada. El mar la había
acompañado en aquel momento de absoluta magia.

Se tumbaron en la cama y Emma se abrazó a él. El sonido del


móvil de Emma, una vez más, emitió un aviso de mensaje.
—Alguien está desesperado o desesperada por comunicarte algo.
Ha sonado varias veces.
—Lo sé, pero debe ser Irene, seguro que se siente mal.
—No me lo creo.
—Podría apostar a que es ella.
—¿Qué apuestas?
—Lo que quieras. Verás cómo gano. Se levantó y volvió con el
móvil. Trasteó y se lo ofreció a él sin comprobarlo.
Él lo aceptó sonriendo.
—Buena elección para pasar el fin de semana —leyó en voz alta
—. ¿Quién es ese que te acompaña? No pone Irene.
Emma se lo arrancó de las manos y palideció al ver que era un
número desconocido.
—¿Qué ocurre, Emma?
—No sé, se habrán confundido.
—¿Por qué no aparece el nombre?
—No lo sé, he cambiado de número hace meses y puede que… Se
han confundido.
La expresión de terror de Emma intentando disimular a toda costa,
alarmó a Jaime. Allí estaba ocurriendo algo. Era evidente que no era una
confusión.
Emma intentó calmarse, pero Jaime no dejaba de repetir su nombre
invitándola a aclararle lo del mensaje. La última vez que lo pronunció fue
con un tono autoritario y frío que a Emma la sobresaltó.
—Olvídalo, por favor.
—Tendrías que haberte visto la cara, Emma. ¿Quién te ha escrito
eso? ¿Héctor?
—Y dale con Héctor. ¿Quieres dejarlo ya?
—¿Vienes con él aquí? ¿Hay algo entre vosotros?
Emma estuvo a punto de decirle que no era asunto suyo, en el
fondo le divertía su confusión, pero aprovechó el momento para desviar su
atención del mensaje recibido.
—Héctor es un compañero de trabajo del colegio —aclaró
esforzándose porque su tono de voz no delatara la angustia que sentía en
ese momento—. No vengo aquí con él, y no tengo con él más que una
buena relación de compañeros.
—Pues él parece interesado en ti.
—Y eso lo dices por…
—Porque lo vi visitándote en tu casa.
—Solo fue una visita formal, después del despido quería saber
cómo estaba —le informó sintiéndose victoriosa de haber desviado su
atención.
—No seas ilusa, nadie se toma tantas molestias, con una llamada
bastaba, a no ser que sea un buen amigo.
—También le apetecía charlar, está atravesando un mal momento,
ha roto con su novio.
—Con más razón para que le… —Se detuvo en seco—, ¿has dicho
novio?
—Sí, eso es lo que he dicho.
—O sea… ¡es gay!
—Así es, doctor.
—Eso no significa que no puedas interesarle, puede que también le
gusten las mujeres.
Ella se incorporó y lo fulminó con la mirada.
—¡Eso es una estupidez! —sentenció con un tono de voz más alto
de lo que habría querido.
Jaime se sorprendió de su comentario, de su tono y de su
expresión, pero intentó darle un giro al tema.
—Me dijiste que no había podido acompañarte…
—Me estaba divirtiendo. Tú preguntas cosas que no te incumben y
yo te contesto lo que me da la gana. Es un buen trato, ¿no crees?
Él se echó sobre ella y la besó.
—Que sepas que no me he olvidado de ese mensaje, y que sepas
que sí me incumbe.
—¿Por qué le das importancia a eso?
—No es lo que indica el mensaje, sino tu reacción, sin mencionar
que te has dejado la vida en disimular…
—No quiero hablar de eso, doctor, por favor…
—Está bien —concluyó tras sopesarlo unos segundos—, en otro
momento.
Era el momento de ir en busca de los escalofríos cargados de
electricidad. Y lo hicieron. Una madrugada de treinta horas bajo las
sábanas fue una buena forma de dar por concluido el fin de semana.
41
El momento de decir adiós a su querido pueblo fue algo tenso para
Emma. Quiso volver a su casa alegando que quería comprobar «algunas
cosas». Jaime se dio cuenta de que no comprobó nada, que lo que quería
era mirarla por última vez porque era muy posible que se vendiera pronto
y no tendría tiempo de decirle adiós con calma.
Él le preguntó si quería que la esperara fuera, demostrándole que
entendía lo que estaba haciendo, pero ella negó con la cabeza. Fue de
estancia en estancia, cerrando a su paso todas las puertas. Se llevó una
fotografía que había en un mueble del salón, entre unos libros. Jaime solo
la pudo ver de reojo, le pareció que era de su madre. Ella no se la mostró y
él lo respetó, aunque le habría gustado que lo hiciera.
Se dio cuenta que Emma era una mujer especialmente reservada
para sus asuntos, aunque con él había compartido algunos episodios
importantes de su vida, pero siempre lo había hecho tras insistir mucho en
ello. La mayoría de veces se las ingeniaba para sonreír y fingir que algo no
le afectaba, o cambiaba de tema; muchas veces lo hacía con poca soltura y
de forma poco acertada. Se le adivinaban rápidamente las intenciones.
Antes de salir del hotel habían decidido tomar un café en la
cafetería que había junto al vestíbulo. Emma le alertó de un hombre que se
encontraba a poca distancia de ellos, parecía encontrarse mal, ya que hacía
movimientos extraños, como si le faltara el aire. Jaime corrió a atenderlo
en cuanto lo observó unos segundos e identificó lo que le podía estar
ocurriendo. Emma no se había equivocado.
Efectivamente el hombre se encontraba en problemas, estaba
sufriendo un infarto, pero el destino quiso que Jaime le atendiera y
minimizara las consecuencias. Emma corrió hacia el coche, atendiendo la
orden de Jaime, en busca de su maletín, y el hotel se encargó de llamar a
emergencias, siguiendo también las órdenes de Jaime que lo hacía
gritando al tiempo que declaraba que era médico.
Para Jaime no supuso una situación que no hubiera vivido en
muchas ocasiones fuera del hospital. A lo largo de su carrera se habían
presentado muchas situaciones similares a la que acababan de vivir en el
hotel. En dos ocasiones le ocurrió durante un vuelo, y mientras corría en
un parque; en algún restaurante, en una tienda de un centro comercial, y en
una sucursal de banco.
No siempre relacionadas con afecciones coronarias, pero sí con la
necesidad de ser atendidos por un médico.
Emma no dejó de observarlo durante el tiempo que estuvo
atendiendo al hombre que se encontraba en apuros. Parecía distinto,
mucho más calmado de lo que esperaba. En todo momento parecía tener el
tema controlado y saber muy bien lo que tenía que hacer.
Emma le dijo que estaba orgullosa de él, unas palabras que
impactaron en el pecho de Jaime. Nadie le había dicho algo así jamás, al
menos no directamente, y tampoco con una sonrisa capaz de deshacer el
pedazo de hielo más grande de la Antártida.

Antes de iniciar el trayecto de vuelta, Jaime observó que Emma


volvía a leer algo en el móvil y que le cambiaba la expresión, pero
también apreció lo mucho que ella intentaba disimularlo. No era la
primera vez ese día, cuando se apresuraban en recoger sus cosas en la
habitación del hotel también lo notó, pero esa vez se fue al baño con prisa
portando el móvil en la mano.
Los primeros kilómetros los hicieron en silencio, Jaime necesitaba
abordar ese asunto, pero temía que ella se cerrara en banda.
—Emma, ¿confías en mí?
—¿Qué clase de pregunta es esa?
—Una pregunta, Emma, una pregunta que me gustaría que
contestaras.
—Hacía rato que no salía el inmortal.
—Emma…
—Confío en ti, doctor.
—¿Cuándo me vas a llamar Jaime?
—Cuando me lo pidas —dijo sonriendo como si fuera la primera
vez que lo escuchaba.
—Pues hazlo ya.
—vale, doctor.
—Emma —dijo resoplando—, háblame de esos mensajes. Sé que
has vuelto a recibir algo que te ha cambiado la cara. En el hotel, ayer y
esta mañana, hace un rato…
—No es cierto, era Irene en plan pesadito, ya sabes.
—No te creo.
—Escúchame, doctor, yo no miento, era el mensaje de… ¿Qué
haces? —preguntó sorprendida al ver que él se desviaba de la carretera
para adentrarse en un camino arbolado.
Detuvo el coche en una pequeña explanada. Se giró hacia ella y la
miró fijamente con los brazos cruzados.
—¿Y bien?
Emma se tomó su tiempo antes de enfrentarse a su mirada, sabía
que cuando lo hiciera se iba a sentir del tamaño de un grano de arroz, pero
tenía que mostrarle que no la intimidaba. Lo intentó, pero fue tener esos
rayos de luz verde clavados en ella y no fue capaz de mentirle por más
tiempo. Quizá, en el fondo, como le ocurría muchas veces con él,
necesitaba contárselo.
Emma sacó su móvil, trasteó en él y le mostró una lista de
mensajes, todos de un número sin identificar.
—Empecé hace unos días a recibirlos.
Jaime los leyó horrorizado. Todos hacían alusión a algo que tenía
que ver con su día a día: frente a Versus, corriendo, en la casa de la playa,
comprando en un supermercado…
—Hay varios números —observó él sin desprenderse de la
expresión de horror.
—Cuando bloqueo uno, aparece otro.
—¿No lo has denunciado?
—No, esperaba que se cansara.
—¿Sales a correr por las mañanas?
—Salía. Decidí volver a correr cada día, en Barcelona así lo hice
durante años, pero solo lo he intentado dos veces. Cuando recibí ese
mensaje… me acojoné.
—¿No tienes ni idea de quién puede ser?
—No, no conozco a mucha gente aquí.
Jaime le interrogó durante un rato, pero Emma no aportó nada que
pudiera esclarecer esos mensajes.
—Mañana iremos a denunciarlo.
—No, prefiero esperar un poco.
—Entonces envíame una copia de estos mensajes, tengo un amigo
que quizás pueda decirnos algo.
Ella negó con la cabeza. Él alzó los hombros y se reenvió todos los
mensajes a su móvil.
Ella no dijo nada, no se atrevió cuando la fulminó con la mirada.
42
Emma sentía, una vez más, conflictos con la noción del tiempo.
Para ella los últimos acontecimientos vividos parecían estar sobre una
balanza que nunca se acababa de equilibrar. Especialmente en las últimas
cuatro semanas, las que trascurrieron tras el fin de semana en la playa.
Cuando estaba con el doctor, el tiempo se le escapaba de las
manos, de la misma forma que cuando no lo estaba; le echaba de menos, y
en ocasiones tenía la sensación de que habían pasado meses desde la
última vez que se habían encontrado, cuando tan solo habían trascurrido
uno o dos días; quizás tres era el intervalo más alto que habían estado sin
verse.
Habían entrado en una pequeña rutina de visitas inesperadas,
aunque esperadas a la vez, por parte de Jaime al apartamento de Emma.
Emma le había demostrado en más de una ocasión su arte culinario
y su destreza tras los fogones, eso sí, siempre atendiendo a la insistente
petición de él de comprobar sus proezas en la cocina tras todos aquellos
años trabajando al lado de un gran chef.
Todas ellas habían sido satisfactorias para ambos, igual que las
noches de risas, de complicidad y de pasión bajo las sábanas de la cama de
Emma.
Para ella fue toda una sorpresa que él propusiera un encuentro
fuera de su apartamento. Intentó controlar su entusiasmo, ya que ese tipo
de emociones seguían sin formar parte de ellos.
Cenaron en varias ocasiones en algunos restaurantes que Jaime
propuso, más conocedor de ese tipo de lugares que ella. También formó
parte de su repertorio improvisado una sesión de cine, con una película
que a ambos aburrió y no llegaron a terminar. Se dijeron que habría sido
mucho mejor escoger una película con antelación y adaptarse a los
horarios, y no escoger la única que podían ver, que no hubiera empezado
en el momento que entraron en el edificio. Pero eso ocurriría la siguiente
vez.
En todo ese tiempo evitaron hacer referencia a su relación, nada
que incluyera palabras que el otro pudiera malinterpretar. Siempre
quedaba la puerta abierta para un nuevo encuentro, pero nunca se
pronunciaba; siempre aparecían sensaciones que a ambos confundían y
angustiaban, pero nunca se compartían.
Las sonrisas fueron siempre, al igual que los silencios, grandes
aliados para evitar o encaminar las palabras o los acontecimientos a un
terreno menos personal, o nada personal.
Emma volvió a adquirir el hábito de correr casi todas las mañanas,
pero no lo hizo sola. Desde el primer día, tras volver de la playa, Jaime
puntualmente se presentaba en su casa a las seis y media de la mañana.
Para él no suponía un esfuerzo ya que llevaba muchos años practicando
ese deporte, y para ella tampoco, aunque le costó un poco más porque
durante el tiempo que vivió en Madrid lo había abandonado.
Jaime no quiso que lo hiciera sola, tras los mensajes recibidos, y
Emma solo estaba dispuesta a hacerlo si él le acompañaba; no quería
volver a tener la sensación de que alguien la observaba y podría acercarse
a ella en cualquier momento, mucho menos a esas horas de la mañana en
las que la ciudad todavía no había acabado de despertar.
Jaime le informó que los mensajes, especialmente por el número
desde el que habían sido enviados, se encontraban en poder de un buen
amigo suyo, un policía retirado que aún conservaba un buen abanico de
recursos para poder ayudarle. Sin fechas concretas y de forma extraoficial,
ya que los hechos no estaban denunciados.
A Emma le tranquilizó saber que podría poner algo de luz a ese
asunto, pero no dejaba de alterarse al pensar en lo que podría descubrir; de
la misma forma que se alteraba al pensar en la posibilidad de no obtener
ninguna información que lo aclarase.
Las primeras semanas siguió recibiendo mensajes, un total de seis
más, y los compartió con Jaime, que cada vez disimulaba menos su
malestar con ese asunto. Los mensajes siempre hacían referencia a algún
lugar en el que había estado Emma, y algunos de ellos incluían una
descripción de su forma de vestir ese día.
La rutina era leerlo, compartirlo con Jaime, esperar, y tras recibir
uno o dos más del mismo número, bloquear al remitente.
Emma no tenía actividad en las redes sociales por lo que no se tuvo
que preocupar de que los mensajes se multiplicaran en esos medios.
Cada vez se sentía más inquieta, y en varias ocasiones no pudo
ocultar su miedo y lo compartió con Jaime, que siempre intentaba
tranquilizarla diciéndole que pronto se acabaría.
Jaime solía también acabar el tema proponiendo que lo
denunciaran cuanto antes, pero ella siempre le pedía que esperaran a la
llamada de su amigo, para evitar todo el trastorno de una denuncia.
En realidad Emma temía que aquello se convirtiera en la mano de
un acosador concienzudo que la llevara a presentar docenas de denuncias,
y en su foro interno le consolaba pensar que el policía le daría información
suficiente para saber cómo actuar.
—No sé lo que vamos a encontrar, quizás luego me arrepienta de
haber denunciado porque eso lo empeore todo. Esperemos un poco, doctor.
—Tampoco tenemos la seguridad de que mi amigo pueda
aportarnos muchos datos, Emma. Él está retirado, y tiene sus contactos,
pero no olvides que no es una investigación formal.
—Venga, doctor —Solía concluir ella—, seguro que algo
encuentran, ha enviado mensajes desde al menos seis teléfonos distintos…
—Si en unos días no dice nada, o la cosa empeora, denunciamos y
punto.
A Emma le encantaba ver cómo él se apropiaba del tema y se
involucraba, incluso en alguna ocasión había descubierto que él rectificaba
cuando era consciente de que lo había hecho suyo en su totalidad.

En Versus no podía ir mejor. Olivier y Daniela se convirtieron en


dos personas cercanas que se esmeraron mucho en enseñarle todo lo que
necesitaba para hacer de enlace entre ellos.
A Emma le encantaba pasar tiempo con Daniela, era una mujer que
siempre que la tenía cerca se sentía fuerte y optimista. Fue conociendo a
fondo el trabajo de la presentación de una nueva campaña y todo el trabajo
que había detrás: el de muchas personas. También el diseño y las pruebas
de las que se encargaba Olivier, que cada vez le permitía un poco más
demostrar sus habilidades en el laboratorio con alguna que otra propuesta
y observación que se había ganado la felicitación de él.
Cuatro semanas, solo cuatro, y ya parecía que llevaba trabajando
en Versus meses. Había procesado rápido, se había esforzado mucho, y
también había recibido la información de dos grandes profesionales.
Se preguntó hasta qué punto creyeron en la recomendación del
doctor, ya que la forma en que se volcaron con ella fue algo inesperado
para Emma, incluso le pareció algo poco habitual. El doctor no había
mostrado mucha cercanía con ella la única vez que se había presentado en
Versus desde que ella trabajara allí, pero Emma llegó a pensar en la
posibilidad de que conocieran algo de su relación con el doctor, aunque
ese pensamiento le alegraba y molestaba a partes iguales. ¿Quería ella que
el doctor le hablara a sus amigos, ahora sus jefes, de la relación que
mantenían? De ser así, ¿no habría hecho Daniela algún comentario?
Habían almorzado juntas varias veces y habían tratado temas personales,
como la ruptura con Álvaro y la compleja relación con la que empezaron
Daniela y Adrien.
No creía que ella supiera nada ni Olivier tampoco, pero Emma
siempre tenía las antenas desplegadas por si le hacían alguna pregunta.
Afortunadamente no fue así. Si sabían algo, esperaba que el doctor le
hiciera algún comentario, aunque tampoco tenía muchas esperanzas de que
así fuera. Si quería saber algo tenía que preguntárselo directamente, pero
la idea no le seducía mucho.
El personal de Versus era muy atento en general. Se veía un buen
ambiente de trabajo, aunque en alguna ocasión había escuchado en el baño
o en la sala de descanso alguna queja de algún compañero o compañera
dirigido a Adrien o a otras personas que ella no conocía. Eran muchos los
que trabajaban allí.
Víctor, el amigo del doctor, el otro amigo, fue una sorpresa para
ella, pero no del todo agradable. El primer día que Daniela se lo presentó
se mostró agradable e incluso bromista, pero dos días después, en una
visita que le hizo junto a Daniela, cuando esta mencionó que era amiga de
Jaime, a Emma le pareció que le cambiaba la expresión. Desde ese día, las
veces que se lo había cruzado o había tratado con él, se había mostrado
frío y antipático con ella.
Se arrepintió de haberlo expresado en voz alta al doctor. Este le
había preguntado por Víctor y ella se había animado a narrarle el cambio
que había experimentado en su forma de tratarla. Al ver la expresión de
enfado del doctor, se arrepintió. Tenía que aprender a separar ese tipo de
asuntos o en alguna ocasión le sorprenderían de una forma negativa.
—Llevo semanas sin hablar con él, y las cosas con Alejandro están
igual, incluso sé que ha tenido varios problemas. Debe estar enfadado
todavía porque no le eché una mano a su novio, y seguro que cuando se
enteró que éramos amigos vio la oportunidad de ser antipático contigo,
como si fuera una manera de devolvérmela.
—Eso es rebuscado, doctor, e infantil.
—Justo como es Víctor algunas veces. Lo has descrito a la
perfección.
—Nunca me aclaras si sois o no amigos de verdad. Parece que lo
defiendes, luego que no te importa…
—Víctor podría ser mi hermano. Te dije que no soporto cuando le
vienen ataques de estupidez y se mete donde no le llaman, cuando eso
ocurre es mejor que corra el aire, y luego todo se olvida. Afortunadamente
esos ataques son pocos y bien distanciados. Si fuera así siempre no
estaríamos hablando de él. ¿Lo entiendes, señorita Emma?
Esas habían sido las palabras de Jaime para volver a insistir en lo
que era una amistad tóxica o no, refiriéndose a la suya con Irene, que…
algo había mejorado.
Tras la incómoda conversación mantenida con ella durante el
trayecto a Barcelona, le había enviado varios mensajes disculpándose y
alegando, como siempre, que estaba atravesando el peor momento de su
vida.
No podía decir que entre ellas todo era paz y amor, porque en
alguna ocasión había soltado alguno de sus hirientes comentarios, pero
cada vez eran menos y cada vez rectificaba antes pidiendo disculpas. Para
Jaime, al que le había contado alguna de ellas, solo alguna, y siempre por
la insistente que podía llegar a ser cuando quería algo, la actitud de Irene
seguía siendo intolerable y no debía permitírsela. Y razón tenía, más que
un santo, pero el doctor no entendía que cada vez le daba más pereza
enfrentarse a Irene, prefería ignorarla, era más cómodo. Un gran error,
según el doctor, que no perdía oportunidad de recordárselo, por eso Emma
optó por compartir con él cada vez menos ese asunto.

Con Adrien Feraud, el otro inmortal, el dueño y señor de Versus,


era otro asunto. Desde el incidente en el centro comercial, no sabía muy
bien dónde meterse cada vez que se lo encontraba. Y es que Daniela tenía
ideas algo disparatadas, divertidas, pero salidas de la realidad. Aunque
agradecía cada día más su cercanía. Tenía la sensación de que algún día
serían buenas amigas, tal y como le había expresado Daniela dos días
antes, tras el incidente en las galerías comerciales. A Emma esa idea le
gustó, pero no podía olvidar que por mucho que le gustara esa mujer, era
su jefa, la mujer del dueño de Versus y la cuñada de su otro jefe.
Y tampoco podía olvidar que desde la locura que se le ocurrió a
Daniela, a Adrien tampoco le caía bien, es más si no fuera por Daniela ya
estaría en la calle.

Fue unos días atrás, cuando Daniela le pidió a Emma que la


acompañara a visitar una de las joyerías que Versus tenía en el centro de
Madrid. Quería que conociera el funcionamiento y la relación con las
distintas joyerías propias y franquicias.
Tras la visita decidieron acercarse a unas galerías comerciales que
se encontraban cerca de allí, Daniela estaba interesada en hacer unas
pequeñas compras, y a Emma le pareció una buena idea; se encontraba
muy a gusto con su jefa. Ese día estaba especialmente contenta por todo lo
que había aprendido con la visita, y también por la forma en que había
podido participar de algunas tareas que Daniela le había confiado.
Daniela se detuvo ante el escaparate de una joyería, lo llevaba
dentro. Sorprendió a Emma con un comentario:
—Blanca era muy buena en sus diseños, era diferente. Empezó a
trabajar en una colección que nos dejó boquiabiertos, y solo eran bocetos,
de esos que ella podía hacer en pocos segundos.
—¿Qué fue de esa colección?
—No se terminó, se marchó y ellos con ella. Olivier ha intentado
dar vida a algunos de ellos, pero no ha quedado satisfecho.
—Es una lástima —Emma buscó en su mente los dibujos de joyas
que encontró entre los cuadernos de Blanca. No era el momento, cuando
estuviera sola pensaría en ello.
—Era una buena chica. Nunca he querido sacar este tema, pero…
¿por qué hizo algo así?
Emma bajó la cabeza y Daniela se disculpó por haber sacado un
tema así, pero ella negó con la cabeza.
—No te preocupes, Daniela, es lógico que te lo preguntes, era muy
joven y no es fácil de entender. No lo sé, lo que fuera que la llevó a eso no
lo conozco, ni su hermana tampoco. Era una persona muy especial, muy
introvertida y no era fácil llegar hasta ella.
—A mí no me parecía así, hablábamos mucho y se mostraba muy
participativa, con Olivier mucho más, pasaba más tiempo con él. Hacían
un buen equipo, se olía a arte y a creación cuando trabajaban juntos.
—¿En serio? No sabía que se llevaran tan bien.
—Olivier la admiraba mucho. Estuvo poco tiempo entre nosotros,
pero bastaba con verla dibujar para quitarse el sombrero.
Daniela reanudó la marcha y cambió de tema. Agotadas por el
trajín de las compras se sentaron en una cafetería interior a disfrutar de un
refresco. En ese tiempo Daniela aprovechó para contarle cómo le había
cambiado la vida con Adrien y su incorporación a Versus. Reconoció que
tenía una vida acomodada, pero que sus comienzos fueron difíciles por la
extraña personalidad de Adrien, y aunque de aquello ya hacía trascurrido
mucho tiempo, siempre seguía teniendo la sensación de temor por si
cometía algún error y no estaba a la altura de la firma.
Le habló de Olivier, de lo mucho que lo quería y lo importante que
era en su vida y en su trabajo. Emma, aunque ya la había puesto al
corriente de su vida en otra ocasión, le habló de lo contenta que estaba en
Versus y lo lejos que quedaba su vida en Barcelona y su relación con
Álvaro.
A él le dedicaron un rato más. Emma se las ingenió para hablarle
de las ya «famosas» escusas relacionadas con Japón, y Daniela no dejó de
reírse en ningún momento; Emma utilizó todo su repertorio irónico y
humorístico para que la conversación resultara divertida.
Durante la conversación Daniela recibió una llamada de Adrien.
Hablaron poco tiempo, el suficiente para que Adrien le indicara que se
dirigía al lugar donde se encontraban.
—No tardará en venir, quiere que volvamos juntos a casa.
—Vaya, pues será mejor que me vaya marchando.
—Emma, créeme si te digo que es inofensivo. Además está con
Jaime y vienen los dos hacia aquí, te gustará verlo.
—Claro, es estupendo.
Emma no se atrevió a hablar más, no sabía si Daniela podría
conocer algo de su relación con el doctor. Intentó por todos los medios
cambiar de tema y para ello propuso ponerse en marcha y dirigirse a la
zona de aparcamiento donde había quedado en encontrarse con Adrien.
Emma estaba muy nerviosa, la idea de ver al doctor en esas
circunstancias le incomodaba. Esperaba poder salir victoriosa del
encuentro.
Emma se detuvo en seco y fingió buscar algo en el interior de su
bolso. El movimiento fue tan brusco que Daniela se preocupó.
—¿Ocurre algo?
—Acabo de ver a mi ex, no mires, está al final de esta fila —dijo
refiriéndose a la zona de aparcamientos.
—¿No lo habías visto desde que…?
—No, ni siquiera lo vi cuando rompimos, como te conté. Creo que
nos está mirando, no quiero cruzarme con él.
Daniela fingió ayudarla a buscar en su bolso y sin pensarlo acercó
sus labios a los de Emma y la besó.
—Pues que vea esto. Ahora sí que va a flipar.
Emma no fue capaz de articular ni palabra ni movimiento, aquel
beso había sido tan inesperado que no supo cómo reaccionar.
—Vamos, bésame, que nos vea. Ahora sí que le vas a dar qué
pensar —le dijo volviéndose a acercar al pétreo rostro de Emma.
Ambas se rieron cuando se separaron. Emma estaba aturdida, pero
optó por fingir diversión.
—No me pones nada, Emma, me va más Adrien —Se echó a reír
—, pero creo que ese imbécil le va a dar vueltas a la cabeza.
—Estás fatal, Daniela. ¡Menuda ocurrencia!
Emma se echó también a reír, pero se detuvo en seco al ver dos
rostros conocidos que se acercaban a ellas, uno de ellos con cara de muy
pocos amigos.
43
Jaime no se dejó convencer fácilmente para acompañar a Adrien a
las galerías, donde se encontraba Daniela con Emma. En un principio
quiso evitar a toda costa ese tipo de situaciones, pero la insistencia de
Adrien y los planes de marcharse pronto con su mujer a casa, le hicieron
aceptar. Podría quedarse a solas con Emma, y eso le apetecía por encima
de cualquier otra cosa.
Adrien le habló de la relación de Daniela con Emma. No parecía
muy entusiasmado, se quejó de que había mucha complicidad entre ellas.
—¿Y a ti qué más te da? Emma es una buena tía.
—Se me olvidaba que la conocías… —admitió malhumorado—.
No tengo nada en contra de esa chica, pero Daniela me habla mucho de
ella y…
—¿Y qué? Es bueno que tenga una aliada en el trabajo, y fuera de
él. Daniela no tiene muchas amigas, excepto Eva, que yo sepa.
—Por eso me extraña, Dani es muy especial para hacer nuevos
amigos, y no entiendo que se lleve tan bien con esta chica, hace poco que
se conocen, además es su secretaria.
—¿Y?
—No debe mezclar esas cosas.
—Lo dices tú, que te casaste con la tuya.
—Eso es distinto…
Adrien no añadió nada más. Su relación con Daniela sufrió tantos
altibajos y accidentes que no quería ni recordar cómo lo vivieron ellos, sus
amigos.
—¿Con Olivier también tiene buena relación supongo? —Lo dejó
caer esforzándose, más bien dejándose la piel, para que él no notara
demasiado interés.
Adrien se giró hacia su amigo, que ocupaba el asiento del copiloto.
—¿Te interesa esa chica?
—No de la forma en la que me lo estás preguntando. Me cae bien e
intenté ayudarla como sabes —pronunciar esas palabras le hizo sentir
náuseas. ¿Qué le estaba pasando?
—Que yo sepa tiene buena relación con los dos, aunque a mí
personalmente Olivier no me lo ha mencionado, solo me dijo que era
válida para el puesto y que a Daniela le vendría muy bien su ayuda. ¡Como
si yo no supiera que es a él a quién más falta le hace! ¿No te lo ha
mencionado a ti? ¿Qué hacéis en vuestros ratos libres?
—No hablamos de trabajo.
—Pero es tu amiga…
—Sí, pero le pregunté hace tiempo y me dijo que estaban contentos
con ella, ya está. ¿No querrás que le pregunte cada día?
—Pues a mí no me preguntes, ni siquiera me dijeron que la
conocías hasta que ya estaba contratada. Esos dos van a su aire, hay días
que los mataría.
—Los adoras…
—A mi chica, sí, a Olivier unos días sí, otros menos.
Ambos rieron, Jaime sabía que bromeaba. Esa relación tampoco
había tenido unos buenos comienzos, pero una vez consolidada lo hizo de
una forma fuerte y segura.

Se dirigieron al aparcamiento donde habían acordado encontrarse


con las chicas. Cuando estaban cerca de ellas, la escena que presenciaron
hizo que ambos se quedaran congelados, Adrien más que Jaime, que
adivinó lo que iba a ocurrir.
—Pero qué cojones es…
Daniela y Emma se estaban besando en la boca, nada demasiado
profundo, pero sí suficiente para llamar la atención. Jaime pensó que era
todo un espectáculo, aunque desconocía el motivo, ver a esas dos bellezas
besándose con tanta ternura en los labios.
Daniela giró la cabeza en dirección a Adrien cuando lo tenía a poca
distancia y sonrió. Después miró a Jaime buscando su media sonrisa, que
obtuvo de inmediato.
—¿Qué es esto, me lo quieres explicar?
Emma se quedó paralizada, le costó alzar la mirada en busca de la
del doctor, pero lo consiguió. Este mostraba una sonrisa que no se parecía
en nada a la expresión de Adrien.
Daniela parecía tranquila, no dejaba de sonreír y de mover la
cabeza, como si la actitud de su marido fuera la de un niño.
—Adrien, es una larga historia y no te importa, así que déjame que
me bese con quién me dé la gana a mí.
—Joder, Dani, esto es demasiado, te pillo besándote en un
aparcamiento con tu secretaria y me sueltas eso.
Emma dirigió su atención a Adrien que la estaba fulminando con la
mirada y la bajó intimidada. ¿Qué podía hacer? ¿Dónde podía meterse? El
doctor estaba claro que no le iba a echar una mano. ¿Por qué se divertía
tanto?
—Jaime, ¿te diviertes? —preguntó enfadado Adrien.
—Es que le estás dando mucha importancia, imagino que tiene una
explicación.
—Claro, lo dices porque no es tu chica, sino maldita la gracia que
te habría hecho.
Jaime y Emma se miraron y desviaron la mirada rápidamente. En
su mente retumban las palabras de Adrien, las que hacían referencia a «su
chica».
Daniela, que continuaba como si no fuera con ella, se animó a dar
una explicación.
—Hemos visto a su ex, y hemos decidido quedarnos con él, que no
dejaba de mirar.
Jaime tubo el acto reflejo de mirar alrededor en busca del hombre
que habían mencionado, pero no encontró a nadie que se ajustara a la
descripción. Una vez más apareció un vacío molesto. Se centró en la voz
de Emma:
—Daniela, eso de «hemos decidido»…
—Está bien —admitió riéndose de nuevo—, ha sido idea mía.
—Nos vamos, Dani. Voy a contarte por el camino que representas
la imagen de una firma de joyas importante y que estaría bien no dar
espectáculos por la calle —la cogió del brazo.
Daniela se soltó y se acercó a Jaime para besarlo en la mejilla.
—¿Te he dicho alguna vez que tu amigo es un gilipollas? —le
susurró al oído.
—Es que las lías muy gordas…
—Qué va, Emma no se ha dado cuenta, pero si hubieras visto la
cara de alucinado de su ex, estoy segura que era porque nos ha visto.
Además no había nadie más, ¿crees que no he mirado antes?
Jaime le dio una palmada en el trasero y Daniela le tiró un beso al
aire mientras se acercaba a Emma.
—Mejor me voy, otro día nos sentamos a tomar una copa. ¿Te
parece?
—Anda, sí, vete y explícale a tu marido lo que ha ocurrido. Y
gracias, sé que lo has hecho con buena intención.
Se despidieron y se marcharon. Adrien no miró a Emma solo se
dirigió a su amigo. Emma esperó a que desaparecieran de sus vistas y se
acercó al doctor.
—¡Menudo bochorno!
—Yo me lo he pasado muy bien, sabía que tenía que tratarse de
alguna locura de Daniela.
—¿Y por qué no mía?
—Porque conozco a Daniela, y a ti también… ¡Un poco!
—Yo no lo habría hecho nunca, sé que sus intenciones eran buenas,
pero no me gustan esas cosas.
—¿Qué cosas?
—Intentar confundir a una persona fingiendo que tienes una
orientación sexual diferente a la real…
Jaime la observó, ya no quedaba nada de diversión en su rostro,
incluso parecía que aquel asunto le afectaba mucho.
—¿Sigue tu ex por aquí?
—No lo sé ni me importa.
Jaime se acercó a ella y la besó lentamente.
—Por si acaso, que vea una versión más real.
—Claro, ahora creerá que me beso con todo el mundo, cualquier
sexo, a cualquier hora…
—¿Y te importa?
—Sí, mucho, creo que me quitará el sueño durante un mes.
Él se echó a reír y la cogió de la mano. No sospechaban que
Adrien, que había vuelto para decirle algo que había olvidado
mencionarle, se encontraba oculto tras un pilar del aparcamiento
contemplando la escena.
44
Jaime, tumbado en el sofá de su salón, levantó la cabeza y miró
hacia la puerta. En ese momento, entraban Olivier y Adrien enfrascados en
una conversación que les divertía.
No estaba de buen humor, Olivier le había llamado para anunciarle
que se dirigía a casa acompañado de Adrien, para que pudieran charlar un
rato. Tenía intenciones de ir a visitar a Emma y eso le produjo malestar.
Tendría que haberse negado, pero llevaban días comentando que debían
encontrar un rato para tomarse una cerveza los tres juntos. No podía
negarse, aunque no habría estado de más que lo hubieran mencionado con
más tiempo.
Hacía tres días que no veía a Emma y ese número ya empezaba a
escocer. La guardia de veinticuatro horas le había desmontado la rutina
que habían adquirido en las últimas semanas de encontrarse cada dos o
tres días por las noches, o de la de salir a correr con frecuencia. Ya se
había convertido en costumbre, afortunadamente los mensajes de acoso
habían desaparecido, pero eso no significaba que se hubiera olvidado del
asunto. Lamentablemente su amigo le había informado que se ocuparía
más delante de ese asunto porque un tema personal lo llevaba a estar una
semana de viaje. Tenía que volver a contactar con él para ver cómo tenía el
tema. Ya no era oportuno denunciar, al menos mientras no se recibieran,
pero algo le decía que no debían olvidarse de ese asunto.
Los mensajes le recordaron las ganas que tenía de verla, pero
tendría que esperar al día siguiente. Emma se estaba convirtiendo en parte
de su vida y todavía no se atrevía a decírselo a sí mismo en voz alta. Cada
vez que aparecían ese tipo de emociones, las apartaba de un zarpazo de su
mente, de ese modo, cuanto más las dañara, más tardarían en volver a
aparecer, pero no era así.
Jaime sabía que antes o después tendría que plantarle cara a
aquellas emociones que lo llevaban a necesitar estar con Emma cada vez
con más frecuencia; las mismas que le llevaban a convertirse en un gran
actor cada vez que hablaba con sus amigos, siempre con la tensión de que
su nombre pudiera salir. En esos casos se veía obligado a disimular, suerte
que sus silencios y su forma de actuar no eran una sorpresa para ellos.
Con Adrien no era complicado, apenas lo veía, aunque en esa
semana ya era la segunda vez que se encontraban; la anterior, tres días
atrás, había sido durante el encuentro en el aparcamiento de las galerías,
cuando la intención era tomar una copa. Todavía tenía fresca la cara de
Adrien cuando las vio besarse… Y es que Daniela era como una niña
traviesa, no entendía cómo Adrien no la conocía a esas alturas y veía venir
alguna de las muchas «ocurrencias» que tenía. Sin embargo, para Emma,
que tendría que haber sido algo divertido, según lo que él presumía
conocer de ella, por alguna razón que desconocía no lo había sido; esa
situación le afectó. Podría haber sido porque vio a su ex novio, aunque
abrigaba la esperanza de que no fuera así, al menos no le parecía que
siguiera pensando en él. O podría haber sido porque se sintió intimidada
por la forma en que reaccionó Adrien, al fin y al cabo no lo conocía
apenas; Adrien no era un tipo que a la primera de cambio cayera bien,
mucho menos si se trataba de alguien que trabajara en Versus.
Contaba la leyenda que desde que Daniela empezó a formar parte
de su vida, el trato con el personal de Versus era mucho más distante y
autoritario; afortunadamente para los empleados, Olivier y Daniela eran
todo lo contrario.
Olivier era una persona cercana, divertida, con una paciencia
infinita. Quería mucho a Olivier, en el tiempo que llevaban viviendo
juntos y compartiendo aventuras se había creado entre ellos un vínculo
muy especial. Él nunca había compartido su casa con nadie, sin embargo
con Olivier era agradable convivir. De ahí que cuando semanas atrás le
preguntó por qué y con quién salía tanto, le doliera tenerle que mentir y
decirle que se había buscado a una «amiguita» con la que lo pasaba bien,
incluso se inventó un nombre para que bajo ningún concepto la relacionara
con Emma. El problema era que no recordaba el nombre… ¿Era Sara? ¿O
Laura? ¡Qué más daba! El caso es que se suponía que era una doctora con
la que había trabajado años atrás y se habían encontrado un día en el
hospital por casualidad. Esa era la versión oficial. Pensándolo bien, el
nombre que le dio fue Sara. Sí, eso era, Sara.
Por suerte, muchas de las veces que quedaba con Emma él ni se
enteraba porque había hecho sus planes con Nico o porque había quedado
con alguna de sus amiguitas, esas que eran solo y exclusivamente amigas
de él.
Hacían un buen equipo, pero sus aventuras a tres bandas hacía
tiempo que no se proponían. Desde la última vez, Jaime se había negado
en dos ocasiones más, así que Olivier no lo había vuelto a proponer, pero
no tardaría en hacerlo. Ya vería qué excusa le ofrecía a su amigo si eso
ocurría, no quería mentirle, pero no quería por ello sucumbir a esa
propuesta, ya no.
Bastante tenía ya con escuchar las anécdotas que Olivier traía de
Versus que tenían que ver con Emma. Igual que Adrien le confesó su
malestar por la buena relación que tenía su mujer con ella, aunque eso era
un asunto totalmente diferente, a él tampoco le hacía gracia la buena
relación y la cercanía, cada vez más marcada, que había entre Olivier y
Emma. Se le revolvían las tripas cada vez que él mencionaba algún
momento de risas o incluso alguna actividad que habían realizado juntos
en el dichoso laboratorio. Aquello era de locos.

Jaime volvió bruscamente a la realidad cuando Adrien se dirigió a


él.
—¿Cómo estás?
—Bien. ¿Y tu chica? ¿Te ha dado plantón?
—Con Emma, por supuesto. Llevan toda la semana visitando
franquicias y tiendas, y hoy me ha dicho que llegará tarde, que tenía que
esperar al cierre de una de ellas.
Jaime se sintió aliviado al comprobar que de haber ido a visitar a
Emma no se habrían podido ver, al menos hasta muy tarde.
—Nunca estás contento. Ahora que ha anulado su viaje a Panamá
te buscas otra historia para estar de mal humor. Eres feliz de mal humor,
Adrien —observó Jaime.
Olivier se echó a reír e interrogó a su hermano:
—¿Qué te ha hecho Emma? Es una buena chica, ¿qué tiene de
malo que tenga una buena relación con Daniela?
—Nada, excepto que no me gusta que se besen.
—Venga, Adrien —intervino Jaime—, eso fue un caso aislado.
Aunque Jaime ya se lo había contado a Olivier, volvió a contar
fragmentos de la situación del beso para burlarse de Adrien.
Consiguieron que el protagonista acabara por reír.
—Fue idea de Daniela, no tienes por qué tomarla con Emma —la
defendió Jaime.
—¿De qué la conoces? —preguntó Adrien sin mostrar demasiado
interés.
—Una serie de encuentros en el hospital. Se vio envuelta en varias
situaciones y charlamos un rato —Miró a Olivier que estaba sonriendo con
disimulo, seguramente estaba pensando lo mismo que él, que no era muy
prudente contarle con detalle cómo conoció a Emma, y que durante un
tiempo la tachó de desequilibrada.
—Ayer me dijo Daniela que quería invitarla a casa en Navidad, que
estaba sola y le daba pena.
Jaime sintió que el corazón le latía en la garganta, no sabía si por
el hecho de pasar la Navidad junto a Emma, en casa de Adrien y Daniela, o
por mencionar que estaba sola.
—¿Adrien no crees que estás llevando esto demasiado lejos? —
intervino Olivier—. Emma lleva poco tiempo con nosotros, pero hace muy
bien su trabajo, aprende rápido y supone una gran ayuda para Daniela y
para mí. Pasan tiempo juntas y eso las ha llevado a tener buena relación.
Adrien no le contestó, con mucho disimulo estuvo observando a
Jaime durante toda la conversación, quería saber su reacción con respecto
a lo que se estaba tratando de Emma, pero parecía que no iba con él. O
estaba disimulando, o la escena que él presenció no era tan importante
como él había creído. Tenía la sensación de que esa mujer solo iba a traer
problemas.
—¿Este año también tenemos que ir a tu casa en Navidad? —
preguntó Jaime de mala gana aguantándose la risa. Sabía lo poco que le
gustaban esas fechas a su amigo, sin embargo para Daniela era un día
especial que le gustaba reunirlos a todos.
—Si no quieres venir sé valiente y díselo tú a Daniela —bromeó
—Aún quedan muchas semanas, tienes tiempo.
—No, no soy tan valiente.
—Venga, no seáis aguafiestas —Se quejó Olivier—, el año pasado
lo pasamos muy bien. Nico y Javier también me comentaron que estarían.
¿Quién más habrá?
—Nadie más, el padre de Daniela no puede venir para esas fechas,
lo hará después, y mi madre estará de viaje, para variar. Así que si hay
alguien nuevo será esa chica, Emma, pero aún no sé si vendrá o no.
Además Dani quiere celebrarla en la cabaña…
—Buena idea, aunque a mí me gusta quedarme a dormir, y somos
demasiados —apuntó Olivier.
—Intentaré persuadirla —confesó Adrien moviendo la cabeza.

Se hizo un pequeño silencio que Olivier decidió interrumpir


dirigiéndose a Jaime:
—¿Hoy no sales?
—Quizás más tarde, no lo sé.
—¿Es que sales todos los días? —El interesado fue Adrien.
—No.
—Mentira —aclaró Olivier—, últimamente queda mucho con una
amiguita, empiezo a preocuparme.
—¿En serio? ¡Cuenta!
—Sois muy cortos, muy, muy cortos. Ni hay amiguita ni nada que
contar, además lamento decepcionaros pero no es solo una, quedo con
varias amigas: una época muy intensa.
Olivier se echó a reír.
—¿Ya no os tiráis a la misma?
—De vez en cuando, no todo el mundo entiende algo así ni está
dispuesto —aclaró Olivier.
El tema no se prolongó más.
Jaime sirvió unas copas de cerveza y volvió al salón donde
charlaron durante más de una hora. Era uno de esos momentos en que los
tres se volvían por un momento adolescente y se dedicaban a decir un
disparate detrás de otro. Faltaba la presencia de Víctor, pero no había
querido unirse, aunque Olivier lo invitó. Por lo que le contaron, tardó poco
en ponerles al día de su desencuentro con Jaime y de explicarles todos los
detalles.
—A mí no me cae bien ese tío, lo confieso —dijo Adrien.
—A ti te cae mal cualquier novio que tenga, pareces su madre —le
reprochó Jaime riéndose.
—¡Eh! Fuisteis vosotros los que hicisteis de Cupido con él, yo ya
os dije que ese tío no era muy espabilado.
—¿Y por qué nunca le has dicho lo que pensabas? Joder, Adrien,
llevan tiempo juntos.
—Primero porque no voy a aguantarle un mes de lloriqueos, ya
sabemos que es un pesado de cojones cuando se le mete algo en la cabeza;
segundo porque aún no me he hecho a la idea de que tenga novio, es que
no lo acabo de ver.
—¡Adrien…! —soltaron al unísono los otros dos con tono de
amargura.

El sonido de llamada del móvil de Jaime hizo que se levantara y se


dirigiera al otro extremo del salón, afortunadamente lo había dejado lejos
del alcance de la mirada de sus amigos, ya que se trataba de Emma.
Tendría algo de intimidad.
—Doctor, ¿no estarás en el hospital por casualidad? —le dijo con
un tono de voz muy bajito, apenas se le escuchaba.
—No, ya acabé ayer la guardia, ¿qué quieres, matarme?
—¡Mierda!
—¿Qué ocurre?
—Esperaba que estuvieras aquí. A Daniela la están visitando, nada
grave, se ha caído y hemos venido a que le echen un vistazo, tenía
molestias en un brazo y la he convencido para que viniéramos.
—¿Qué...?
—Se ha hecho daño en un hombro, pero le han hecho pruebas y
está bien —Se anticipó—. ¡Escúchame! Me ha dicho que llame a Adrien y
se lo explique, ahora la están atendiendo, pero yo no tengo su número y…
se ha quedado ella con su móvil.
—Adrien está aquí, en mi casa.
—Pues díselo. Yo paso, ni aunque me dieras el número le llamo.
—Ahora se lo explico, pero vamos para allá. ¿Tú estás bien?
—Sí, es ella la que se ha caído, y yo… pues dándole a vueltas a ver
cómo llamaba a su marido, el encantador.
—No te muevas de ahí —le ordenó sonriendo por su comentario—
Dime dónde estáis.
Emma le dio algunas pistas del lugar donde se encontraban y se
dirigió de nuevo a la pequeña sala de espera. Estaba contenta porque
quería ver al doctor, aunque aún no se había librado del susto que le había
dado Daniela.
45
Jaime propuso ir en su coche, incluso persuadió a Olivier de que no
les acompañara, alegando que eran demasiadas personas para estar en
urgencias. Con ello pretendía tener una excusa para quedarse después a
solas con Emma cuando dejara a la pareja en su casa. Tendría que
ingeniárselas para llevarlos primero a ellos, pero no lo veía complicado,
dado que Daniela tenía prioridad en retirarse para descansar.
Llegaron más rápidos que si hubieran viajado en ambulancia. Tuvo
que escuchar el discurso de Adrien sobre las pocas cosas buenas que le
aportaba a Daniela esa mujer.
—Esa mujer es imbécil, ¿no podía haberle pedido el móvil? Si no
te llega a encontrar, aún no sabría nada de lo que le ha pasado.
—Pero me ha encontrado, deja de darle vueltas. Antes o después
Daniela te habría llamado.
—Pero hubiera sido después, no antes.

Adrien entró en el box en el que se encontraba su mujer lanzándole


una mirada asesina a Emma, que se encontraba en la sala de espera
contigua. Esta siguió sentada y solo intercambió una media sonrisa con
Jaime, que le correspondió de inmediato y desapareció tras Adrien
valiéndose de su condición de médico de ese hospital.
Más de media hora después, Jaime abrió la puerta e invitó a Emma
a pasar. Esta se sintió algo incómoda por la situación, pero lo hizo sin
protestar.
Daniela, sentada en una camilla, mostraba un cabestrillo en el
brazo derecho. Le sonrió nada más verla entrar y le pidió que se acercase.
Adrien estaba a su lado observándola de arriba abajo sin ocultar su
malestar por su presencia.
—Emma, empiezo a pensar que a Daniela no le conviene acercarse
mucho a ti, siempre que apareces en escena ocurre algo desagradable.
—¡Adrien! —gritó Daniela—. No tienes ni idea de lo que ha
ocurrido.
Jaime lo miró horrorizado por sus palabras e intercambió una
mirada con Emma que, visiblemente molesta, se dirigía a la puerta para
marcharse.
—Adrien, joder —le dijo Jaime malhumorado—. ¿De qué vas?
—Espera, Emma, no te vayas, por favor —le pidió Daniela.
Emma se detuvo y se giró para escucharla, pero su discurso iba
dirigido a su marido:
—Íbamos a cruzar la avenida, el semáforo estaba en verde —
Empezó a relatar algo alterada—. Yo estaba hablando con el móvil, con
Natalia, cuando he sentido un tirón del brazo y luego me he visto en el
suelo. Gracias a ese tirón, el coche que no ha respetado el semáforo y que
iba a toda velocidad, no me ha pasado por encima. Y ese tirón me lo ha
dado Emma. Nos hemos caído al suelo las dos, y ha sido ella la que me ha
traído aquí. Así que no sé cómo lo interpretas tú, Adrien Feraud, pero me
ha salvado la vida. ¿Me has escuchado?
Adrien bajó la mirada y se pasó la mano por la cabeza. Se enfrentó
a las miradas de Daniela y Jaime que parecían querer desintegrarlo.
Emma se dirigió a Daniela:
—No te preocupes. Cuídate mucho.
—Gracias, de nuevo, Emma.
Emma sonrió y se dirigió a la puerta. Jaime la siguió y cerró la
puerta al salir buscando intimidad.
—Emma, ¿Cómo habéis venido?
—En taxi.
—Bien, espérame. Voy a hablar con ellos un momento.
—Pero…
—Por favor.
Ella asintió con la cabeza y suspiró.
—Te espero abajo, fuera del hospital.
Jaime volvió a entrar en el box. Ambos conversaban con el médico
que atendió a Daniela. Afortunadamente solo tendría molestias unos días.
Salieron los tres juntos de la zona de urgencias. Adrien indicó que
preferían llamar a un taxi y Jaime se calló, le pareció una gran idea. Se
despidieron, no sin antes cruzar una mirada de reproche por su actitud con
Emma. Antes de separarse, Jaime se volvió hacia ellos:
—Adrien, ¿recuerdas que me preguntaste cómo conocí a Emma?
—No esperó su respuesta—. Fue aquí. Presenció el desmayo de una chica
en plena calle y se quedó junto a ella para ayudarla hasta que llegó una
ambulancia. La acompañó hasta aquí y se esperó horas en la sala de espera
para saber cómo se encontraba. Desgraciadamente no lo superó.
Adrien suspiró y se apoyó en una pared con la mirada puesta en el
suelo.
—Días después —continuó—, la volví a ver en este mismo lugar,
pero esa vez era porque había perdido a una amiga, ya la conocéis, la que
trabajó con vosotros: Blanca. La encontró ella en su casa, después de
tomarse un frasco entero de pastillas.
Daniela se llevó las manos a la boca impresionada por ambas
historias. Sabía algo de la muerte de Blanca, pero no sabía que era Emma
la que la había encontrado.
—Es una buena chica, Adrien, y tú un gilipollas —le recriminó
enfadado.
Se dio la vuelta tras besar en la mejilla a Daniela que seguía
impresionada y salió del hospital. Giró la cabeza buscando a Emma, pero
no la encontró.
Le sorprendió la voz de una compañera que se acercó a él con una
gran sonrisa. Jaime se alegró mucho de verla.

Emma todavía estaba alterada por el altercado en el box. Ese


hombre era insoportable. Si no hubiera sido porque era su jefe y porque,
cómo en muchas otras ocasiones, se había quedado bloqueada, lo habría
enviado directamente a la mierda.
Consultó el reloj, el doctor estaba tardando demasiado. ¿Se habría
complicado algo? Solo estaban esperando que les entregaran el informe y
la pauta de medicamentos. ¿Y si no era ese el lugar donde habían
quedado? El hospital tenía varias entradas.
Se dirigió a una zona colindante para ver si desde allí podía
localizarlo. Lo encontró en una salida conversando con alguien.
Le llamó la atención la cercanía con la que se comunicaba con
aquella mujer. Le pellizcó en la mejilla y luego la besó en el mismo sitio.
Ambos no dejaron de sonreír durante todo el intercambio de palabras que
mantuvieron, que se alargó durante varios minutos. Al despedirse él le dijo
algo al oído que a ella la hizo reír a carcajadas y se alejó. En ese intervalo
las miradas de Emma y Jaime se cruzaron. ¡Mierda! Ella no quería que la
viese allí parada observándolo. Había reaccionado tarde, eso fue lo que se
dijo a sí misma.
—Se han ido en taxi, ya podemos marcharnos, hemos venido en mi
coche —le dijo señalándole la dirección a la que tenían que dirigirse.
Emma asintió con la cabeza.
—Paula es una buena amiga. Hicimos juntos la residencia. Se fue a
otro hospital, ella se quedó en cirugía, y ahora ha vuelto a este.
—No te he pedido explicaciones.
—Lo sé, si lo hubieras hecho no te las habría dado. Te lo cuento
porque me da la gana —dijo fríamente.
Emma no mostró el impacto que tuvieron esas palabras en ella. Su
mente estaba a punto de estallar.
—Ve tú en tu coche, yo cogeré un taxi. Ha sido una tarde muy
larga, necesito descansar.
Cuando Jaime iba a protestar, consciente de que sus palabras
habían tenido mucho que ver con la decisión de marcharse, su móvil sonó.
Se trataba de Olivier, pero en ese momento no quería atenderlo.
—Emma…
De nuevo el sonido de un móvil los interrumpió, pero esta vez se
trataba del de Emma, aunque era el mismo interlocutor.
—Sí, Olivier.
Jaime se sintió molesto al escuchar el nombre de su amigo en boca
de Emma. ¿Tenía su teléfono? Claro, trabajaban juntos. ¿Tanta confianza
tenían como para llamarla directamente? Por lo que pudo escuchar le
estaba preguntando por el estado de Daniela, y por lo que le contestó
Emma le estaba explicando que no había podido localizar ni a Adrien ni a
él mismo.
—Adiós, doctor —le dijo tras colgar la llamada con Olivier. Se dio
la vuelta y emprendió la marcha.
—Emma… —La cogió por un brazo logrando que se detuviera—.
Creo que mis palabras han sonado algo bruscas...
—Claro, pero habrá sido ese otro «tú» que a veces te hace decir
cosas que no sientes.
—No se trata de…
—Una vez más te recuerdo que te tomas demasiadas molestias en
trazar una línea, que NO he intentado atravesar. Ni te he preguntado ni me
interesa lo que me has contado, ¿Clarito, doctor?
—Creo que me habría gustado que me preguntaras.
Emma abrió los ojos confundida. Cada vez eran más frecuentes las
señales contradictorias del doctor.
—Quiero pasar la noche contigo, no me lo tengas en cuenta.
Empiezo a creer que de verdad hay un «yo» que se dedica a joderme y
pone palabras en mi boca que yo no quiero decir.
—Seguro que podrás hablarlo con algún colega tuyo, algún
psiquiatra, alguno experto en gilipollas con poca gracia.
—Emma… ¡Eso me ha dolido! Es un insulto en toda regla —Se le
escapó la risa.
Emma emprendió la marcha y él la siguió. La cogió de la mano y
tiró de ella para guiarla hasta el lugar donde tenía aparcado el coche.
Emma se rindió, una vez más lo perdonaba, pero es que tenía tantas ganas
de refugiarse en sus brazos…
46
De camino a su casa Jaime le pidió que le ofreciera su versión del
accidente y Emma se limitó a narrar lo mismo que Daniela.
Cuando llegaron a casa de Emma, esta se dirigió a su dormitorio
directamente. Jaime la siguió y la abrazó por la espalda.
—Sé que ha sido una tarde complicada. Siento mucho haber
contribuido a que sea peor.
Emma no pudo aguantar más la presión y dejó que las lágrimas
corrieran libres por su rostro.
Él le dio la vuelta lentamente y le cogió el rostro con las manos.
—Emma, ¿Qué te ocurre? De verdad que lo siento.
—No, no es por ti, ya estoy acostumbrada a tus comentarios, es
que ha sido una semana muy larga, con mucha tensión, y lo de esta tarde…
Él la guio hasta la cama, se tumbó y la invitó a hacerlo a ella
también.
—Ven, cuéntame qué te ocurre.
Emma se abrazó a él, de lado, y guardó silencio durante un rato
que a Jaime se le hizo eterno, pero no quería presionarla, no soportaba
verla en ese estado y quería conocer lo que le preocupaba.
—Me he sentido mal. En pocos días dos situaciones extrañas con
Daniela, con Adrien, contigo…
—¿Te refieres a lo que ocurrió en las galerías?
—Fue incómodo —confesó ella tajante.
—Emma, ya lo comentamos. Fue una situación divertida, una de
esas locuras de Daniela. Y en cuanto a Adrien… ¡No le hagas caso! Puede
ser muy desagradable, sobre todo si se trata de algo relacionado con
Daniela.
—Pero es que yo no pintaba nada ahí, doctor. Sé que ella lo hizo
con buena intención, aunque es algo bastante absurdo, pero… Sin quererlo
me vi involucrada en una situación que a mí ni me iba ni me venía. Yo no
le pedí que le diera lecciones a mi ex, yo no lo habría hecho, a mí me daba
igual, yo solo se lo comenté porque me sorprendió verlo allí y ella notó mi
reacción —Hizo una pausa—. ¿Sigo?
—Por favor.
—¿No me vas a interrumpir?
—No me atrevo, ahora que te has lanzado a contármelo… Si no
recuerdo mal una vez me contaste algo importante de tu padre y me
pediste que no te interrumpiera.
—Eso era distinto. Interrúmpeme, pregunta algo que estoy
perdiendo el hilo.
Jaime se echó a reír. En esos momentos Emma tenía la misma
mueca que una niña enfadada que no sabe qué tiene que decir para llamar
la atención.
—¿Te molestó lo que hizo Daniela o fue más la actitud de Adrien?
—Yo entiendo a Adrien. Si te encuentras a tu mujer besándose con
su ayudante en un aparcamiento público… ¡Es normal que le impactara!
Lo que me molestó es que a pesar de que Daniela aceptara que había sido
idea suya, él se siguiera mostrando tan frío conmigo. Y cada vez ha ido a
peor. Me lo he encontrado varias veces, muchas veces —reiteró—, en
Versus, y me trata como si fuera un jarrón que hay en alguna esquina, de
esos olvidados que no sabes si darle una patada y acabar de joderlo o
dejarlo un poco más por si se te ocurre otro paradero mejor…
Jaime se echó a reír.
—¿En serio te trata así? ¡Uffff!, no sé muy bien cómo debe ser,
nunca he tenido jarrones en casa.
Ella le dio un codazo y se animó a seguir.
—Y esta tarde más. Solo he evitado que se la comiera un coche, no
tenía que ser tan desagradable. ¿Por qué le caigo tan mal? Tú no le
habrás…
—Yo no le habré, ¿qué?
—Bueno, ya sabes…
—No, no sé.
—Me refiero —Carraspeó algo nerviosa— a que si le has hablado
de…
—De…
—Joder, doctor, de… ¡Ya sabes!
—¿Ya sé?
Emma se incorporó enfadada.
—Doctor, no te cuesta tanto entenderme, me refiero a si le has
hablado de que tú y yo… ¡follamos de vez en cuando!
Las palabras retumbaron en la estancia por el tono de voz
empleado, pero no solo allí, también en el centro del pecho de cada uno.
Jaime entendió que ella lo expresara de ese modo, pero no le gustó
escucharlo. Se preguntó si había sido porque lo sentía así o porque había
evitado expresarlo de un modo que pudiera crear tensión entre ellos. ¿Qué
habría pasado si ella hubiera mencionado una relación?
No era el momento de pensar en eso, estaba harto de dar vueltas,
estaba bien como estaba, no quería entrar en esos análisis que tanto le
alteraban.
—No, no le he hablado de nada que tenga que ver con nosotros a
mis amigos. No suelo hablarles de mi vida privada. ¿Contesta eso a tu
pregunta? —subrayó molesto.
Emma se sorprendió del tono que empleó, ¿se habría molestado
por la pregunta? En realidad le había gustado que no empleara el mismo
término que ella para definir lo que había entre ellos. La verdad es que le
había gustado mucho.
—¿Ni a Olivier?
Esta vez fue Jaime quien se incorporó.
—¿Qué tiene de especial Olivier? ¿Por qué destacarlo a él? —
Adoptó su pose fría y distante, con el ceño fruncido y la mirada
expulsando fuego.
Emma tragó saliva, el modo inmortal del doctor cada vez le sacaba
más de quicio.
—Porque vives con él y es al que más ves.
Jaime desvió la mirada algo avergonzado de su reacción.
Agradeció que ella interviniera. Volvió a la posición anterior y se dejó
abrazar.
—Trabajo con ellos, doctor. Sé que puede costarte entenderlo, pero
me resulta violento, son tus amigos y mis jefes. El otro día Olivier me
preguntó si la noche había sido larga y me quedé bloqueada, por un
momento pensé que sabía que la habíamos pasado juntos.
—¿Y qué le dijiste?
—Me callé, y él añadió que parecía cansada. Me aclaró que se
refería a si había descansado o no.
—¿Ves? Pues ya tienes ahí la explicación.
—Pero yo no lo sabía.
—Pues ya lo sabes.
—Eres un…
—Si lo que va a salir de tu boca es un insulto, piénsatelo antes.
Ella se echó a reír, lo miró y vio que estaba sonriendo. Era
evidente que uno de los dos tenía que hacer algo por calmar la tensión.
—Me han contado que te han invitado a una comida en Navidad.
—Sí, me dijo algo ayer, pero le dije que ya le diría algo más
adelante, aún queda mucho tiempo.
—Quedan tres semanas.
—No iré.
—¿Por qué?
—Se lo agradezco, Daniela me cae bien, me gusta cómo es, y me
gusta trabajar con ella, pero apenas nos conocemos y me siento fuera de
lugar. No creo que lo entiendas.
—Lo entiendo, pero ella no invita a su casa el día de Navidad a
cualquiera. Le caes bien y no quiere que pases sola la Navidad. Para ella la
soledad es un tema importante. La Daniela que conoces no siempre ha
vivido así, tiene una historia triste, muy triste, detrás.
Emma pensó en Daniela. No podía imaginar que detrás de esa
mujer, llena de vida, siempre sonriendo, hubiera una triste historia.
—Yo nunca he estado sola —titubeó.
—Pero no has tenido una familia desde hace muchos años, imagino
que ella sabe algo, de ahí que te invitara.
—Sí, me preguntó por mi familia y le hablé por encima del tema.
—¿Qué es por encima?
—Que mi madre murió, que mi padre vive en Italia y no lo veo
desde hace muchos años.
Se hizo un silencio en el que Jaime aprovechó para preguntarle
algo que había rondado por su cabeza en alguna ocasión, desde que ella le
hablara de su familia, durante su viaje a la playa.
—Emma, ¿por qué te enfadaste con tu padre cuando fuiste a Italia?
Dijiste que le reprochaste que su matrimonio con tu madre fuera una farsa.
Emma se incorporó y se sentó en el borde de la cama. Jaime la
siguió y se sentó a su lado.
—Porque fue una farsa.
—¿Qué encontraste cuando fuiste?
—A un hombre feliz con su nueva pareja.
—¿No te gustó?
—¿El qué?
—Ella. ¿Te cayó mal?
Emma se tomó su tiempo en responder.
—No era ella, doctor, era un «él». La nueva pareja de mi padre era
un hombre.
Jaime tragó saliva, casi se atraganta de la sorpresa. Le pasó un
brazo por los hombros y la atrajo hacia él.
—Entiendo. Eso fue lo que te dolió…
—Tenía dieciocho años, había perdido hacía poco a mi madre, una
enfermedad de varios meses en la que apenas pude estar con ella. Mi padre
se fue a vivir a miles de kilómetros, y cuando me animé a visitarlo
encontré que su pareja tenía una barba más poblada que la de mi padre.
Jaime se echó a reír y se disculpó casi de inmediato.
—Ahora lo entiendo, cielo.
«¿Cielo?», se sorprendió ella, aunque no le disgustó, quizás era lo
más cariñoso que él había utilizado nunca para referirse a ella. Un poco
cursi, pero agradable.
—¿Qué entiendes?
—Tú reacción cuando hablamos de Héctor y te dije que podía ser
que también le gustarás tú. Y tu reacción con el beso de Daniela, cuando
me dijiste que eso no debe utilizarse nunca para jugar.
—Parecían felices, muy felices. Yo era una cría, pero entendí que
si era feliz de esa manera, era imposible que lo hubiera sido con mi madre,
de hecho no recuerdo que ellos lo fueran nunca.
—Eso no tiene nada que ver, puede que no fueran felices por mil
razones, pero no está reñido con que tu padre eligiera un hombre como
nueva pareja.
—Me suena a farsa, a no tener valor para afrontar su sexualidad y a
mantener el matrimonio con mi madre hasta que ya no pudo más. Mi
madre lo quería mucho, aunque al final ya no la veía pendiente de él, creo
que ya pasaban mucho el uno del otro. Mi madre debió vivir engañada
hasta el final.
—¿Qué explicación te dio tu padre?
—Que sí se quisieron, pero que se acabó y él descubrió que quería
otro camino. Que antes de caer enferma querían divorciarse, pero
esperaron por mí.
—No es tan descabellado.
—Mentiras.
—¿Y eso ha hecho que estéis tantos años alejados?
—Te conté la historia, doctor. Yo era una cría, él era el padre. Creo
que debería haberse preocupado un poco más por saber si me iba bien, si
tenía un techo o si tenía qué comer. Al menos unos meses, los primeros.
Sentí que me abandonaba. Eso es lo que hizo —Suspiró—. Pasado, doctor,
es pasado.
—¿Te consta que está bien?
—No, pero si no lo está tampoco me voy a enterar. Dejémoslo.
Háblame de tu familia, ya toca que lo hagas tú.
—Yo acabo antes. Madre soltera, padre desconocido. Madre que
muere cuando tengo dieciséis años. Unos días en un internado. Me escapo,
me voy a casa de Víctor. Me acogen, me tratan como a uno más y cuando
tengo dieciocho me voy a la universidad y me independizo del todo.
—¿Y no sabes quién era tu padre?
—No, mi madre me dijo durante años que era un piloto que murió
en un accidente aéreo en unas maniobras muy importantes.
—¡Ahhh!
—Pero cuando fui mayor, me dijo que no tenía ni idea de quién
era. Que tuvo varias historias y podría ser cualquiera de ellos.
—¿Y eso te dolió?
—No, era su vida, podía hacer lo que quisiera con ella, lo del
piloto estuvo bien, me ayudó a crecer feliz.
—¿No tenías más familia?
—No, ella era hija única, mis abuelos murieron cuando yo era un
bebé. Solo conocí a Gabriel, que era su abogado y su amigo, y siempre nos
echó una mano en todo. Siempre creí que estaba locamente enamorado de
mi madre. Él se encargó de ser mi tutor legal hasta la mayoría de edad.
—¿Y estaba enamorado o no?
—Sí, seguro. Yo lo notaba, pero mi madre lo trataba como a un
hermano.
—¿Y qué fue de él?
—Vive en Brasil, hace muchos años que no sé de él.
—¿De qué murió tu madre?
—Un accidente de moto.
—Vaya, qué trágico. ¿Y cómo tiraste adelante tú solo?
—A los dieciocho heredé mucho dinero, Emma. La familia de mi
madre tenía mucho. Siempre vivimos de forma muy acomodada.
Emma se quedó impactada con la noticia, la vida del doctor no se
parecía mucho a la suya, aunque tenía que reconocer que su vida, hasta un
par de años antes de que su madre muriera, fecha en la que la empresa
quebró, había sido muy acomodada también.
—O sea, que no vives de tu trabajo como médico.
—Sí, esa es una fuente de ingresos, pero no la principal, como te
digo tengo algunas inversiones, unas que heredé y otras que he buscado
yo.
—¿Y la clínica?
—Solo voy una vez a la semana, pero cuando acabe este año lo
dejaré. No me compensa.
—Entonces lo de ser doctor es vocacional…
—Lo es, Emma.
Ella empezó a entender que apenas lo conocía.

La siguiente hora, la dedicaron a desconectar de todo lo que habían


hablado, y lo hicieron de la mejor manera que sabían comunicarse: bajo
las sábanas.

Jaime le propuso pasar el fin de semana en la cabaña de nuevo,


aprovechando que el lunes era festivo y podían alargar la estancia. Emma
aceptó, pero propuso que fuera en otro lugar. Conocía a los dueños de la
cabaña, no era lo mismo que la otra vez, y le resultaba más violento. Lo
que no le dijo es que lo más violento era acudir allí a hurtadillas, de forma
clandestina, sin que nadie supiera que iba a visitar la cabaña con él.
Jaime no quiso discutir, para él, en cierto sentido, fue un alivio. La
intimidad de la cabaña ya no era tal. Si volvía a pedir las llaves a Adrien
seguramente le haría muchas preguntas. Aunque siempre respetaban la
soledad del que necesitaba acudir solo a ese lugar, nunca lo había hecho
con tan poco tiempo entre una y otra visita, así que no quería dejar en
manos del destino una conversación entre ellos, sus amigos, en la que
pudieran decidir acudir para cotillear. Los conocía bien, y eran capaces de
eso y de mucho más. Así que le propuso a Emma encargarse de hacer una
reserva en otro lugar, algo del estilo de la cabaña. Le iba a costar a esas
aturas, pero algo encontraría.
El resto de la velada la pasaron en el salón, charlando, cenando un
sándwich improvisado, riendo, y dejándose llevar por el deseo, que en una
ocasión les llevó a cruzar el pasillo, incendiados, camino del dormitorio,
donde dieron rienda suelta a alguna que otra fantasía de Emma, que ya no
tenía reparo en pedir. Entre sus favoritas estaba la de tener las manos
atadas a la espalda mientras Jaime se encargaba de acariciar todos y cada
uno de los poros de su piel.
La mágica velada se vio interrumpida por una llamada de teléfono
que Emma atendió de mala gana. Su intención fue anunciarle que no podía
atenderla ya que estaba acompañada, era la única manera de que no
insistiera durante horas.
La conversación fue breve. Irene le acababa de anunciar su visita al
día siguiente.
—¿Qué ocurre? ¿Otra vez tu amiguita?
—Mañana viene a Madrid, estará unos días. Tiene vacaciones.
Jaime palideció mucho más que Emma, que vio peligrar sus
momentos con ella.
—¿Viene aquí? ¿A tu casa?
—Sí, así es.
—¿Cuántos son unos días?
—Una semana.
—Eso es una eternidad para una visita. Te recuerdo que hemos
hablado de pasar el fin de semana fuera. Empieza mañana.
—Aún no tienes una reserva.
—La tendré.
—Doctor…
—Dile a tu amiga que Madrid es una ciudad con unos hoteles
maravillosos, y dile que tiene muchos, que si tiene problemas yo le busco
uno.
La besó con pasión, le mordió en el cuello y se dirigió a la puerta
con una sonrisa maligna que a ella le hizo reír.
Tras escuchar el sonido de la puerta al cerrarse, se dejó caer en el
sofá, hasta dio un salto rebotando en él. Se sentía algo perturbada por la
inoportuna visita.
47
Emma se refugió en el baño dispuesta a sumergirse bajo el chorro
de agua de la ducha. Cerró la puerta y se apoyó en ella, empujándola con
su cuerpo, como si estuviera intentando impedir que alguien la abriera. No
era así, no había nadie tras la puerta, pero la necesidad de intimidad la
llevó a desahogarse con ese gesto.
Empezó a desvestirse, abrió el grifo del agua caliente y se quedó
embobada viendo el agua caer.
—Haz algo para que cuando salga —suplicó con voz de lamento—
se hayan borrado las últimas veinticuatro horas. Relájame, dame fuerzas,
anímame. ¡Venga, que tú puedes!
Sonrió al imaginar la cara del doctor si la veía en ese momento
hablando con el chorro de agua. No se sorprendería, ya hacía tiempo que
había descubierta esa vieja costumbre de comunicarse con los objetos,
pero seguro que le diría algo que la haría reír y tener ganas de comérselo
desde la punta de… «¡Basta, Emma!», se dijo.
Entró en la ducha y se dejó seducir por el confort de la temperatura
del agua. Colocó la cabeza de tal forma que la golpeara cerca de sus orejas
para escuchar la fuerza del agua, como si estuviera bajo una cascada.
Aquello siempre obraba milagros cuando tenía un mal día, pero mucho se
temía que iba a hacer falta algo más que eso.
Ya no veía a la mujer que la esperaba en el salón como la amiga
que tiempo atrás le habría alegrado tanto con su visita. Ya no sentía ese
entusiasmo ni las ganas de hablar con ella. En otro tiempo habría hecho
planes para todos los días que durara su visita, y se habría entusiasmado
con solo pensar que tendrían tiempo para hablar de todo con calma y
disfrutar de su compañía.
Desde que murió Blanca las cosas habían cambiado mucho. Sus
exigencias y sus reproches habían agrietado su amistad. Si bien seguían
charlando por teléfono con frecuencia, cada vez Emma buscaba alguna
excusa para que no se prolongara.
Ya no sentía el entusiasmo de hacerla partícipe de sus asuntos.
Dejó de hablarle del doctor y de su trabajo, solo en alguna ocasión, porque
Irene le preguntaba le daba algún dato de poca importancia.
Las conversaciones seguían centrándose en el mundo de Irene: su
dolor, su ánimo, sus recuerdos, su trabajo. Siempre era un «su». Su mundo.
Si salían de él era para lanzar algún reproche como que cada vez le
dedicaba menos tiempo, o que sus nuevos amigos le importaban más que
ella. También, si salían de su mundo, era para acabar discutiendo porque
ella seguía insistiendo en que se fuera a vivir a Barcelona porque la
necesitaba y debían retomar la cercanía y, en consecuencia, la gran
amistad que siempre habían mantenido.
Si Emma se mostraba molesta, ella rectificaba, se disculpaba
alegando lo duro que era ser acertada entre tanto dolor, y la conversación
se volvía más sostenible, pero más impersonal.
No podía evitar pensar en la información que le había dado el
doctor acerca de un anterior intento de quitarse la vida por parte de
Blanca. En más de una ocasión estuvo tentada a hablarle de ello a Irene,
pero recordó que no debía sacarlo a relucir sin antes preguntarle al doctor
si podía o no hacerlo, y de qué forma no comprometía al hospital. Quizá
no fuera importante, pero no podía precipitarse.
Y a eso se sumaba que le quedaba una larga semana por delante. Se
alegraba de tener un trabajo y poder ausentarse durante el día, pero
lamentaba que al acabar no pudiera hacer planes con el doctor.
¡Cómo había cambiado su vida en pocos meses! El doctor y Versus
ocupaban todo su tiempo, y lo que hacía meses fue importante para ella
había pasado a segundo plano, claro que el asunto de Irene no había sido
porque ella lo buscara, más bien había capeado el temporal bastante bien
para cómo podía haber acabado si le hubiera dicho todo lo que pensaba
sobre su forma de comportarse.
Pero lo que le preocupaba en ese momento era la discusión que
había mantenido con el doctor horas atrás. La segunda en dos días.
La noche anterior le preguntó por la visita de Irene y le insistió en
mantener los planes de la escapada. Le costó convencerlo, tampoco tenía
muchos argumentos para ello:
—Vamos, doctor, podrías mostrarte más comprensivo. No es muy
adecuado que me marche ahora, acaba de llegar.
—¿Te preguntó si tenías planes? Es lo primero que se hace cuando
a alguien se le ocurre la absurda idea de presentarse en casa de un amigo
sin preguntar avisando con tan poco tiempo.
—No, no me preguntó.
—¿Y a ti no se te ocurrió decírselo?
—No, me quedé bloqueada.
—Vaya, vaya con los bloqueos.
—Yo me bloqueo y tú dices cosas que no quieres decir. Hacemos
un gran equipo, ¿no crees?
Jaime se echó a reír, pero tardó poco en retomar el tema.
—¿A ti te apetece estar con ella?
—Y dale, doctor. Que las cosas no son así, sé que ya no es lo
mismo con ella y que nuestra amistad no es la misma, pero…
—¿Qué amistad? —le interrumpió enfadado.
—Doctor, déjame a mí llevar este asunto, por favor. Es muy
desagradable encontrarme en esta situación, no me lo hagas más difícil.
Durante estos días sería bueno que hablara con ella de muchas cosas que
han pasado.
—Está bien, pero mañana vamos a cenar juntos.
No le dio opción de añadir nada más, sentenció la conversación
con esas palabras.

En ese momento, en la ducha, se preguntaba cuánto tardaría en


llamarla para hablarle de esa cena. Era raro que no hubiera dado señales de
vida en todo el día, quizás se había echado atrás con la propuesta. Aún no
le había dicho nada a Irene de sus planes, lo había tenido en mente todo el
día, pero sin la llamada del doctor no tenía sentido decírselo. Debería
haber sido ella la que contactara con él, pero miedo le daba que le volviera
a martillear con el tema de la visita de Irene y acabaran discutiendo de
nuevo.
Salió de la ducha peor de lo que había entrado. Se sentía incómoda
por todo lo ocurrido en las últimas horas. Y no podía olvidarse del
mensaje recibido unas horas antes. Pensaba que ese tema ya estaba
terminado, pero al parecer solo se había tomado un tiempo de descanso.
Ojalá el amigo del doctor hubiera puesto algo de luz, pero había
abandonado el tema para ocuparse de unos asuntos personales que le
habían surgido…
En cuanto lo viera le mostraría el mensaje y le pediría que volviera
a hablar con su amigo. Si antes nunca se lo había pedido, en ese momento
lo haría. El último, aunque era del mismo estilo, le había inquietado
mucho:
Me pregunto quién es esa mujer que va contigo.
Tardó poco en vestirse y en reunirse con Irene en el salón, que
ojeaba una revista antigua de decoración que Emma se había comprado
tiempo atrás, cuando aún creía que decorar su nueva casa con calma iba a
ser algo posible.
—Te alegrará saber que conseguí recuperar la fianza del
apartamento de Blanca. Se trataba de insistir, nada más.
«Mentira», pensó Emma. Ella trató con esa mujer y podía poner la
mano en el fuego que antes de devolverle la fianza la habría tenido que
matar.
—Me alegro.
—Emma. Sé que te ocupaste de muchos asuntos y te lo agradezco.
Yo… puede que pensaras que había abusado de tu confianza, pero no tenía
el cuerpo para hacer nada. Era nombrar a Blanca y el mundo se me caía —
le dijo su amiga con dulzura. Desde que entró por la puerta era el único
tono de voz que había utilizado.
Quizás estaba arrepentida de su actitud y solo quería calmar las
aguas. Se perdió en esos pensamientos y se sorprendió al escuchar el
timbre de la puerta del apartamento. Debía ser algún vecino.
Se quedó estupefacta cuando vio la figura del doctor con la sonrisa
más grande que le había regalado jamás y con la mirada más cínica que se
encontraba en su amplio repertorio.
—Hola, Emma. ¿Ya estás lista?
—¿lista?
Jaime le pellizcó en la mejilla y dio un paso al frente obligando a
Emma a apartarse.
—Preséntame a tu amiga —dijo dirigiéndose al salón sin que
Emma pudiera frenarlo.
—Hola, tú debes ser Irene —dijo acercándose a ella, que lo miraba
como si hubiera visto un fantasma.
Miró a Emma y luego se levantó para estrechar la mano que le
tendía Jaime.
—Hola, tú eres…
—Jaime. He venido a buscar a Emma, nos vamos a cenar fuera,
pero eso ya lo debes saber.
Emma guardó silencio buscando las palabras adecuadas. No se
podía creer que él hubiera irrumpido así sin antes consultárselo, aunque
debía admitir que tenía ganas de reír. ¿Se le estaba yendo la cabeza?
—Pues no, no lo sabía —admitió buscando la mirada de Emma que
la tenía fija en el suelo.
—Emma, no es posible que te hayas olvidado —comentó
girándose hacia ella.
Irene no apartaba la mirada de Emma que por fin se animó a
intervenir:
—No, no me había olvidado.
—Entonces ¿estas lista?
—Esto… Irene… —dijo acercándose. Se detuvo porque se sintió
algo ridícula—. Pues eso, que me voy. Espero que no te importe.
Irene no dijo nada, solo movió la cabeza para negar.
—En realidad teníamos planes para pasar el fin de semana fuera de
Madrid, pero con tu visita lo anulamos, así que… ¿qué menos que una
cena en la intimad? —añadió Jaime con cara de pocos amigos.
El rostro de Irene palideció. Emma no sabía si meterse debajo de la
mesa, tirarle un jarrón a la cabeza al doctor, o desaparecer e invocar a los
dioses para poder salir de allí ilesa emocionalmente. Optó por la tercera.
Jaime se sentó en el sillón contiguo al sofá, se cruzó de piernas, y
apoyó los brazos en los reposabrazos sin decir nada.
Irene volvió a sentarse y lo miró molesta.
—¿A dónde vais?
—No la esperes despierta.
Ella abrió los ojos impresionada por su falta de tacto. Se levantó
dispuesta a aclarar algunas cosas con Emma, no soportaba estar allí con
ese hombre.
La encontró en el dormitorio acabándose de arreglar. Se había
esmerado bastante, a juzgar por el resultado.
—¿Qué te parece? —preguntó Emma en tono desenfadado—. Es
guapo, ¿verdad?
—Algo antipático. ¿De verdad te vas a cenar? No me lo puedo
creer.
—Irene, es cierto lo que te ha dicho —dijo secamente—, hemos
cancelado una escapada para el fin de semana porque venías. No quiero
también negarme a ir a cenar con él. Estoy segura de lo que entenderás,
vas a estar muchos días aquí.
—Estás muy cambiada, Emma. Ese hombre…
—Ese hombre folla como los ángeles —le dijo sonriendo sin
creerse que hubiera sido capaz de decir algo así.
Dejó a Irene con cara de sorpresa y se dirigió al salón para hacerle
una mueca al doctor y salir de allí cuanto antes.

Hicieron el trayecto hasta el coche en absoluto silencio. Jaime


intentó cruzar su mirada con Emma, pero esta lo estuvo evitando a toda
costa. Una vez en el interior, abordó el tema:
—No has dicho nada, y eso me hace pensar que estás enfadada,
aunque sin motivo, claro está.
—Doctor, aunque te parezca extraño, no estoy enfadada, me
apetecía salir y estoy disfrutando de ello.
—¿Por qué no le habías dicho que íbamos a salir?
—Por qué no habíamos concretado nada, te recuerdo que me
colgaste.
—Te re-cuer-do —dijo con sorna— que mis últimas palabras
fueron: «Mañana vamos a cenar».
—Sonó a orden, doctor.
—Y lo era —Se le escapó la risa—, ¿no te gusta que te den
órdenes?
—Depende, me gusta cuando me dices ponte aquí, ponte allá,
inclínate, date la vuelta… Esas órdenes me ponen mucho, doctor —Él se
echó a reír—, y por eso he aceptado salir contigo, porque tengo la
esperanza de escuchar algunas de ellas.
Él arrancó el coche sin dejar de sonreír, aunque no podía dejar el
tema como estaba.
—Ahora dime la verdad. ¿Por qué no le has comentado lo de la
cena? Y no me digas que no lo habíamos comentado, si tenías dudas
bastaba con llamarme o enviarme un mensajito de esos que envías tú.
—Doctor —Su semblante se volvió serio—, se trata de… ¿Cómo
le llaman? Sentimientos encontrados. Hemos pasado muchos años juntas y,
aunque en los últimos meses he visto en ella una persona que no conocía,
sigo sintiendo pena por todo el tiempo que hemos compartido. Quizá el
sentimiento podría acercarse a algo, y digo algo, de culpabilidad. Es como
si antes de sentarme a hablar con ella seriamente, ya la hubiera alejado de
mi vida. No me he alegrado de su visita, me ha fastidiado más bien; he
pensado mil veces en la larga semana que quedaba hasta que se marchara,
he evitado mencionarle nada que tuviera que ver con mi vida actual, he…
—Resopló con fuerza—. El caso es que me siento mal por sentirme así,
como si tirara la toalla, como si no le diera una oportunidad, como si fuera
algo que sobra en mi vida y no veo el momento de deshacerme de él.
—Emma no puedes fingir algo que no sientes. No se trata de
profundizar tanto. Sí, habéis sido amigas, pero tampoco es que en ese
tiempo tengas miles de recuerdos buenos de ella. Me contaste que habías
perdido a una buena amiga por su culpa, que no estuvo a tu lado cuando te
viste en la calle… —Alargó una mano para acariciarle la mejilla—. Te
ocultó el estado de Blanca, que lo había intentado otra vez poco tiempo
antes, y permitió que vivieras con ella sin conocer un tema tan importante.
Te exigió, te reprochó…
—Lo sé.
—Emma, no es necesario dar tantas vueltas. Hazlo como quieras,
es tu vida, pero ya te lo dije una vez, no hay una obligación, no hay una
sentencia que te obligue a estar con una persona que no quieres estar. Es lo
que sientes, y eres libre para hacerlo. Creo que ahora ya no tienes los ojos
tapados y estás viendo lo que podrías haber visto hace mucho tiempo si te
hubieras atrevido a plantarle cara.
—Aun así, no deja de ser doloroso.
—¿Por qué? Si no la quieres en tu vida, no la quieres.
—¿Así terminas las cosas, doctor?
—Se trata de ser feliz, Emma, y de barrer lo que nos hace daño o
es tóxico. Y esa mujer lo es. Si necesitas más tiempo para verlo, adelante,
pero al menos intenta abandonar esa absurda culpa.
—De acuerdo, ahora dejemos de hablar de ella.
—Me parece bien, no me apetece perder más tiempo. No me ha
gustado nada, es justo como la había imaginado.
—¿Cómo?
—Falsa. No hay más que mirarla para darse cuenta.
Emma pensó en las veces que, en un solo día, ella la había mirado
viendo esa falsedad a la que el doctor hacía alusión. ¡Cómo podían
cambiar las cosas en un solo día!
—Cambiando de tema. He recibido otro mensaje.
Jaime se giró hacia ella con expresión de preocupación, y Emma se
dio prisa en explicarle el contenido. Acordaron que Jaime volvería a
hablar con Jesús, el amigo expolicía para pedirle que agilizara el asunto.
—Uno más y denunciamos, Emma.
—De acuerdo —exclamó ella con seguridad. Por primera vez
deseaba hacerlo, estaba empezando a asustarse de verdad.
48
Necesitaba ese café como respirar. No era una hora muy adecuada
para tomar un café, de ahí que la sala de descanso estuviera casi vacía,
pero ella lo necesitaba. Por suerte había podido hacerle un hueco a su
nueva cafetera en la sala de descanso de Versus y así poder preparar su
propio café.
Emma se echó a reír al ver el mensaje del doctor en respuesta al
que ella le había enviado con una imagen del paquete de café. Varios
emoticonos que reflejaban sorpresa y un comentario: «He terminado el
café que me regalaste, me he quedado sin amigos».
Anotó mentalmente añadir varios paquetes a su próximo pedido de
café para regalárselo al doctor. Suspiró y se sentó en un rincón, alejada de
las dos únicas personas que había en la sala: dos empleadas de
administración que apenas conocía y con las que solo había intercambiado
un saludo cordial.
Suspiró mientras se deleitaba con el sabor de su café, cuánto lo
había echado de menos, pero hasta ese día no había encontrado apropiado
prepararse el suyo propio, entre otras cosas porque el personal era bastante
amable y siempre le ofrecían alguna taza cuando entraba en la sala.
Dos días, pensó. Quedaban dos días para que Irene se marchara. Lo
había pospuesto hasta el domingo cuando, en un principio, le había
indicado que solo iba a estar una semana, de viernes a viernes. No quería
ni imaginar la actitud del doctor cuando se lo comunicara.
Nunca se la había hecho tan larga una semana, y eso que el lunes
había sido festivo. El reloj se detenía cuando volvía a casa, tras salir de
Versus, y se enfrentaba a varias horas por delante en compañía de su
amiga. Desde que mantuvo la conversación con el doctor acerca de la
culpabilidad y los sentimientos encontrados había cambiado su forma de
actuar. Ya no estaban presentes, ya no sentía remordimientos por mantener
la distancia con Irene y esperar a que pasaran los días para despedirla.
Sabía que después de aquello las cosas cambiarían muchísimo.
Había dado vueltas a intentar o no hablar con ella, pero su actitud
cada vez le impedía más hacerlo. Irene no parecía dispuesta a mantener
una conversación con respecto al giro que había dado su relación. Ella
continuaba con la misma dinámica de hacer comentarios despectivos.
Aunque Emma no le proporcionaba ninguna información de su trabajo, o
su relación con sus compañeros, o con el doctor, en alguna ocasión había
hecho algún comentario en espera de su reacción. Si Emma comentaba lo
mucho que le gustaba su trabajo, o los buenos compañeros que tenía, Irene
intentaba restarle importancia o acababa aconsejándole que no se fiara de
nadie; incluso le había llegado a decir que cuando todo era tan bonito era
porque detrás había algo sórdido que no tardaría en descubrir. Emma
habría deseado lanzarse sobre ella y sacar las uñas, pero para su propia
sorpresa, no le daba ninguna importancia, al contrario, todo aquello solo
venía a confirmar lo que ya llevaba tiempo sospechando: que había estado
muy ciega con su amiga.
Si el tema tenía que ver con el doctor y Emma se perdía en halagos
sobre su atractivo o su forma de complacerla en la cama, Irene siempre le
comentaba que tenía pinta de ser un mujeriego y que le daba la impresión
de que estaba jugando con ella.
Nada, no había nada que ella fuera capaz de halagar. Sus
conversaciones seguían girando en torno a ella y a sus problemas. De vez
en cuando aprovechaba para soltar alguna impertinencia con respecto a
Blanca que estuviera relacionada con el hecho de que Emma se marchara a
vivir a otro lugar, o sobre lo mucho que la había decepcionado que Emma
no volviera a Barcelona. Su comentario preferido era que si tenía que
buscar trabajo, lo mismo le habría dado hacerlo en Madrid que en
Barcelona, incluso que ella le habría ayudado.
Emma adoptó permanentemente la actitud de no seguirle el juego y
cambiar de tema. Si Irene no estaba dispuesta a hablar claro, ella tampoco.
Ya estaban bien como estaban. Lo único que ella estaba dispuesta a hacer
era aguantarla durante el tiempo que había elegido estar en su casa y nada
más. Aunque tampoco sabía muy bien por qué lo hacía. El doctor le había
preguntado varias veces por qué la aguantaba y ella le había contestado
que solo quería que pasaran los días deprisa y se marchara, nada más.
Si tenía que ser sincera con ella misma, debía admitir que era más
cómodo y menos valiente dejar que pasaran los días y despedirla. Después
mantendrían el contacto, sí, pero poco a poco se iría enfriando el tema. No
sabía si esa era la mejor opción, ni tampoco si se estaba comportando
como una buena persona, pero era lo que sentía. Tenía sus razones para
sentirse así. Otra cosa era si debía o no luchar por esa amistad, pero
después de seis días teniéndola en casa ya no tenía dudas de que no
merecía la pena.
Le había reprochado que no se ocupara del trastero, tal y como le
había pedido en alguna ocasión, así que, aprovechando todas las horas que
estaba sola mientras Emma trabajaba, se había ocupado de cancelar el
alquiler y contratar a una empresa que lo desocupara y se deshiciera de su
contenido, que consistía en montañas y montañas de cuadernos.
A Emma le sorprendió que no quisiera quedarse con nada de lo que
allí había almacenado, ni siquiera un triste cuaderno, pero no se lo
comentó. Tomó nota mentalmente de la fecha en la que lo vaciarían para
pasar a buscar unos cuadernos en los que llevaba días pensando.
Daniela le había hablado de ellos, incluso Olivier con el que en los
últimos días, aprovechando la ausencia de Daniela, que se estaba
recuperando de su lesión, había estrechado su relación. Ya lo había tratado
en muchas ocasiones, pero la mayoría de veces estaba Daniela presente u
otras personas.
Daniela le daba instrucciones cada día de algunos temas
importantes que debía tratar y ella se reunía con Olivier para ejecutarlos,
esperando sus indicaciones.
Si hubiera tenido que elegir con quién de los dos le gustaba más
trabajar le habría costado decidirse. En los últimos días había descubierto
una faceta muy divertida de Olivier y muy cercana que la había hecho
sentirse de verdad parte de Versus.
Las horas en su despacho o en el laboratorio estaban llenas de
consejos, de aprendizaje. Emma admiraba la pasión de Olivier en su
trabajo y la forma que tenía de obtener lo que quería mediante su encanto
personal y su ánimo con el personal que le rodeaba.
Tenía que reconocer que era un hombre muy atractivo y que su
acento francés le confería un aire más interesante. Aunque a ella no le
interesaba en ese aspecto, se había dado cuenta de que alguna de sus
compañeras lo miraba de una forma distinta. No hacía falta ser
especialmente intuitiva para ver cómo una persona se siente especialmente
atraída por otra, básicamente porque surgen gestos y expresiones que no
siempre se pueden controlar. Era el caso de Natalia, la mujer que la
entrevistó el primer día. Era una mujer bastante seria, sin embargo cuando
estaba delante de Olivier se convertía en otra persona. Para Emma su
forma de actuar era un poco ridícula, lo que le llevó a pensar que debía
estar locamente enamorada de él. Incluso llegó a pensar que podía haber
algo entre ellos, pero… o bien no lo había, u Olivier disimulaba muy bien,
ya que su actitud con ella era igual a la que tenía con el resto de
compañeras, incluso con ella misma, aunque en los últimos días era algo
más cercano.
Incluso con Adrien se comportaba de una forma que a Emma le
hacía reír continuamente. Bromeaba con él, y aunque Adrien quisiera
mostrar su control y frialdad en todo momento, en más de una ocasión
acababa por rendirse y echarse a reír.
Los primeros días, nada había cambiado con el señor Feraud, se
mostró igual de distante y despectivo con ella, pero no fue así el día
anterior, cuando la llamó para pedirle que se personara en su despacho.
Emma lo encontró de espaldas, mirando a través del gran ventanal
que presidía su lujoso despacho. Se giró lentamente y la invitó a sentarse.
Estaba convencida de que la iba a despedir, pero sus palabras la dejaron
estupefacta.
—Impediste que la persona que más quiero en este mundo sufriera
un accidente que habría podido ser una tragedia, el final de mi vida. Y por
ese motivo te estoy agradecido, y por ese motivo te pido disculpas por las
palabras del otro día.
Emma no tuvo tiempo de procesar esas palabras, estaba demasiado
sorprendida.
—No hace falta que me dé las gracias ni que se disculpe señor
Feraud —le dijo ella con frialdad.
—Adrien, por favor. Y sí, sí hace falta, al menos para mí.
—Bien, pues… disculpas aceptadas. Espero que Daniela se
recupere pronto —hizo además de levantarse hasta que lo escuchó decir:
—No he terminado, Emma —Esperó a que ella se sentara de nuevo
—. Si Daniela confía en ti y Jaime también, eres bienvenida. Me han dicho
que estás haciendo un buen trabajo, así que espero que siga siendo así.
—Que así sea —Esperó a que le dijera algo más, pero él la invitó a
levantarse haciéndole una señal con la mano.
Emma se dirigió a la puerta y escuchó sus palabras antes de salir.
—Eres una buena amiga de Jaime, ¿me equivoco? —Ella se dio la
vuelta y asintió con la cabeza. Temió lo que pudiera venir después—:
Espero que sea una larga amistad.
Emma no contestó y se marchó. Reconoció un tono de voz cercano
a la advertencia y le hizo sentir incómoda. Adrien era uno de sus mejores
amigos, y aunque el doctor le había negado que hubiera hablado de su
relación con ellos, quizás con Adrien, a raíz del episodio del hospital,
podría haberlo hecho. Pero no podía estar siempre dándole vueltas a la
posibilidad de lo que podría o no podría ser. Estaba cansada de las
personas que se limitaba a insinuar y no a decir las cosas claramente. Ella
también lo hacía en algunas ocasiones, pero especialmente si se trataba del
doctor. A él no le solía decir lo que pensaba.
En esos momentos le habría gustado decirle que se moría por
verlo, por estar en sus brazos, pero no era el tipo de palabras que aparecían
en sus conversaciones. Lo más cercano siempre tenía contenido sexual,
sensual, o simplemente estaba rodeado de silencio. Especialmente
aquellos últimos días. Emma sabía que estaba enfadado con ella por no
haber querido quedar en toda la semana con él. El primer día le volvió a
sermonear con Irene, pero el siguiente se limitó a callar. Los otros dos días
no hubo ni siquiera la propuesta de verse.
Esa mañana habían intercambiado el mensaje relacionado con el
café y uno más en el que él le había preguntado si había recibido algún
mensaje nuevo. Le dijo la verdad: en toda la semana no había recibido
nada.
El recuerdo de los mensajes hizo que sintiera un pequeño
escalofrío. No quería ni pensar que aquello pudiera llegar a más. Por
suerte, el doctor hablaría esa misma tarde con su amigo, si no había
cambiado los planes. Esperaba que le proporcionara algún dato que le
permitiera acabar con aquello de una vez. Le tranquilizaba saber que el
doctor estaba a su lado en ese desagradable asunto.

Emma despertó de su ensoñación y miró a su alrededor, la sala


estaba vacía. Ni siquiera se había dado cuenta de que las dos mujeres se
habían marchado. No podía darle tantas vueltas a la cabeza.
Volvió a consultar el móvil por si había entrado algún mensaje
nuevo mientras estaba en trance, cuando aparecieron Víctor y Olivier.
—Emma te he estado buscando. Antes de marcharte necesito
enseñarte unas cosas. ¿Has hablado con Daniela?
—No en los últimos veinte minutos, antes unas seis veces.
Olivier se echó a reír y se dirigió a Víctor.
—Luego hablamos, tengo que hablar con Emma.
Víctor que se había mantenido en silencio, lo rompió cuando vio
que ambos estaban a punto de salir:
—Así que eres amiga de Jaime… ¿Qué clase de amiga? ¿Te
acuestas con él?
Emma se dio la vuelta. El tono de voz fue tan irónico y su sonrisa
tan estúpida que a Emma le empezó a hervir la sangre. No hacía falta ser
muy inteligente para darse cuenta que sus intenciones no eran buenas, pero
no le iba a dar el gusto.
Olivier lo miró confundido. ¿Qué narices estaba haciendo Víctor?
Emma se volvió a girar dispuesta a salir, pero Víctor no se rindió.
—¿No me vas a contestar?
—¡¡Víctor…!!! —gritó Olivier tajante.
Emma volvió a detenerse, a darse la vuelta y a mirar directamente
a Víctor, que mostraba una sonrisa de triunfo.
—Me estaba debatiendo entre ignorarte o decirte que a ti qué coño
te importa —Cuando Víctor desvió la mirada, salió a toda prisa de la sala.
Olivier se quedó unos segundos a contemplar la cara de Víctor que
ya no mostraba la sonrisa triunfal.
—Te sugiero que los problemas que tengas con Jaime los arregles
con él, eso ha sido muy impertinente y está fuera de lugar.
—Convendría que le recordaras el puesto que ocupo en esta
empresa y que no debe hablarme así.
—Convendría recordártelo a ti. ¿Qué clase de pregunta es esa?
—Solo quería saber si son algo más que amigos.
—No lo son, pero si tanto te interesa pregúntaselo a Jaime. Espero
que sea la última vez, Víctor, o tendré que hablar con Adrien.
Olivier se dirigió a la puerta, pero antes de salir volvió a dirigirse a
su amigo:
—Eres muy torpe, Víctor. Sea lo que sea que tengas con Jaime esto
que estás haciendo es infantil, por no mencionar poco profesional…
Corrió hasta alcanzar a Emma que caminaba a toda velocidad en
dirección a su despacho. Ni si quiera se detuvo cuando Olivier se lo pidió.
Ambos entraron y Emma se dirigió a su mesa y fingió ordenar
unos documentos.
—Emma, lo siento, Víctor tiene cosas muy raras. No sé en qué
estaba pensando.
—¿A qué venía esa pregunta? —dijo claramente afectada. Sintió la
humedad de las lágrimas en sus ojos. Se dio la vuelta para que él no
reparara en ellas—. Olvídalo, ¿de qué querías hablar conmigo?
Olivier se acercó y le puso una mano en el hombro haciendo que
ella se volviera hacia él.
—¡Eh! No le hagas caso, hablaré con él. Es que Víctor es muy
especial.
—Me cruzo con él a diario, y es la única persona que ni siquiera
me da los buenos días o no contesta cuando lo hago yo. Me mira de arriba
abajo y se asegura de que vea su expresión de asco. ¿Qué le he hecho?
—Vaya, eso no lo sabía —confesó él confundido—. Si te sirve de
algo creo que… bueno, no debería hablarte de esto, pero… no quiero que
lo lleves más lejos… La pareja de Víctor trabaja con Jaime, tienen algún
conflicto en el trabajo, creo que por eso Víctor ha querido ser antipático
contigo…
Emma se sorprendió de que Olivier le hablara de un asunto tan
personal, aunque ya lo conocía por boca de Jaime.
—Yo no te he comentado nada —pidió Olivier sonriendo—, solo
son formas tontas que las personas tenemos de gestionar los problemas.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
—Quería ponerte en una situación incómoda, supongo.
—¿Incómoda? Jaime y yo somos amigos, no sé si te ha explicado
cómo nos conocimos —A Emma empezaron a temblarle las piernas, se
estaba metiendo en un terreno muy pantanoso, pero necesitaba saber el
alcance de todo aquel asunto—. Él y yo solo somos amigos.
Emma cogió aire de forma entrecortada. No sabía qué le estaba
pasando. En ese momento sentía cómo el peso de toda la semana con
Irene, la falta de encuentros con el doctor, y el miedo a lo que pudiera
decir Olivier sobre lo que sabía y no sabía, le estaban pasando factura.
¿Por qué últimamente todo le afectaba tanto?

Olivier la observó y la abrazó lentamente, atrayéndola hacia su


cuerpo. Emma no opuso resistencia. No era correcto, no era adecuado, no
eran amigos, no había ese tipo de confianza… pero necesitaba ese abrazo
igual que respirar.
—Lo sé, Emma, no te preocupes, Jaime me contó cómo os
conocisteis. Aunque hubo momentos tristes, sé que también hubo alguno
muy divertido…
Emma sonrió y se separó lentamente, supuso que Jaime le habría
contado su incidente en el tren. Se ruborizó.
—¿Mejor?
—Sí, gracias. Siento haberme comportado así…
—No tienes qué sentir nada, si Víctor se comporta así contigo es
normal que te afecte. Él no trabaja directamente contigo, ni es la política
de Versus actuar así. Aunque Adrien te parezca un déspota, te sorprenderá
saber que siempre ha querido que los empleados de Versus nos sintamos
un equipo y haya buena relación.
—Así lo he sentido desde que llegué. Daniela y tú habéis sido muy
amables, también Natalia, Jorge, Gonzalo… —dijo refiriéndose a todas las
personas con las que solía tratar a diario —. Olvídalo, he tenido una
semana muy pesada.
—Venga, cuéntamelo. ¿Qué te ha pasado?
—Imagínate que recibes la visita de una amiga, que no es tan
amiga, y se instala una semana en tu casa. Se me está haciendo eterna.
—Vaya, eso debe ser terrible. ¿No has encontrado ninguna excusa
para que se fuera?
—No, me dio pena y al final lo estoy pagando.
—¿Qué la hace tan especial a tu amiga?
—Un cóctel de virtudes… ¡Dejémoslo! Dime de qué querías
hablarme, yo también quiero comentarte algo.
Olivier le pidió que la siguiera a su despacho y le mostró unos
documentos para que se ocupara de ellos el siguiente lunes. Se trataba de
ordenar unas notas de Daniela que en breve serían necesarias para empezar
la nueva campaña. Le explicó algunos detalles que Emma desconocía.
Olivier fue paciente, no era una labor fácil de entender a la primera, se
necesitaba algo de práctica, pero Emma pareció captar bien la idea.
—Si tienes dudas, dímelo a mí. Sé que le has preguntado muchas
cosas a Natalia, y eso está muy bien, pero quiero que te sientas con
confianza para hacerlo conmigo o con Daniela.
—Natalia es estupenda, seguro que está harta de mí.
—No, como tú has dicho es estupenda, pero hay algunos temas que
ella no sabrá responderte, como habrás notado, así que es mejor que te
dirijas a Daniela, a mí, o a Rosa —dijo refiriéndose a su ayudante directa.
Dedicaron media hora más a repasar otros asuntos. Olivier le
mostró unos bocetos. Una recopilación de imágenes que iban a ser las que
inspiraran los nuevos diseños de la nueva colección. Emma estaba
emocionada. Para ella era un honor que él compartiera esa parte de su
trabajo con ella. Los nuevos diseños eran un asunto que solo trataban
directamente unos pocos empleados, aunque Daniela cada vez la hacía más
partícipe. La emoción de ver los diseños se mezcló con la extraña
sensación que la envolvía tras haber compartido un momento de intimidad
con su jefe. Se sentía algo abrumada.
—Queremos centrarnos en estos elementos —Le acercó los
bocetos.
Emma se sorprendió con una de las imágenes. Era un Ave Fénix,
pero mucho menos siniestro que el que dibujó Blanca, ese era fácil
reconocerlo.
—¿Por qué un Ave Fénix? —le preguntó mientras sentía un
escalofrío.
—Porque es un personaje que siempre he adorado. Y tenía ganas
de reflejarlo en una joya, pero no va ser fácil hacerlo. Empezamos a
trabajarlo con Blanca, pero al poco tiempo se marchó.
Emma sintió que le faltaba algo de aire.
—Olivier… Daniela me contó que habías empezó un proyecto
importante con ella que estaba dando muy buenos resultados, pero que…
—Sí, era lo mismo que estamos haciendo ahora. Conseguimos
trabajar juntos y fusionar sus ideas y las mías. Empezaron a surgir los
primeros trazos, pero pocos días después se marchó y no supimos más.
—¿Y los bocetos?
—No estaba tan avanzado el proyecto, aún estábamos dándole
forma, se quedó ahí. Ahora lo he retomado, aunque sin su parte, que era
muy buena.
Una vez más Emma pensó en buscar esos dibujos. Recordaba haber
visto algo: eran varios y estaban dibujados en un tipo de cuaderno distinto
a los demás. No había nada de un Ave Fénix, pero sí otro tipo de joyas,
unas con diamantes. Intentó recordarlas, pero las imágenes eran borrosas.
Lo único nítido en su memoria era la figura del Ave Fénix tatuada en su
piel. ¿Tendría algo que ver con Olivier? ¿Sentiría la misma admiración
que él por ese personaje?
Se despidió de Olivier dándole las gracias por haberla animado y
por mostrarle en lo que estaba trabajando en ese momento. Había llegado
el momento de marcharse, la semana laboral llegaba a su fin. Era viernes y
tenía la tarde libre. Tenía que informar al doctor de que Irene no se
marchaba a Barcelona hasta el domingo y tenía que pasar por el trastero
para buscar los cuadernos, aunque eso le llevaría algo de tiempo. Se
alegraba de haber cogido las llaves, después de hablar con Olivier le
pareció que el tema debía solventarlo cuanto antes. Además, el lunes
desalojaban el trastero y tenía que acudir sola. Si mostraba interés por algo
de Blanca, seguro que ella le pondría impedimentos, el caso era fastidiar,
no había mostrado interés alguno jamás por las pertenencias de su
hermana.
Tenía que hacerlo en ese momento, camino de casa. Irene se
marchaba el domingo, y en cuanto lo hiciera esperaba estar con el doctor y
no rebuscando en un trastero. Sí, definitivamente tenía que hacerlo en ese
momento.
49
No se podía creer lo que acababa de leer. Esa maldita mujer no se
marchaba hasta el domingo. Tenía la esperanza de que ya lo hubiera hecho,
así se lo había hecho saber a Emma, pero la respuesta no se parecía en
nada a lo que esperaba. ¿Otro maldito fin de semana sin poder estar con
ella?
Desde el sábado anterior no se habían visto ni una sola vez. Podían
haber buscado el momento, pero Jaime estaba molesto con la actitud de
Emma, ni un solo día había intentado deshacerse de ella. Del trabajo a casa
o a dónde quiera que fueran juntas.
Los primeros días se había molestado en intentar que Emma
razonara, no estaba obligada a pasar todo el tiempo libre con ella, no en las
circunstancias que se producía esa visita, pero ella solo sabía decir que
cuando se marchara todo habría acabado. ¿Por qué esperar? No era una
visita que Emma esperase entusiasmada a la que le quisiera dedicar todo el
tiempo libre para disfrutar de la compañía de una gran amiga. Era una
visita molesta, de una supuesta amiga que no sabía qué hacer con su vida y
que se divertía enviándole dardos a Emma y centrando toda la atención en
su persona, solo en su persona. Entonces, ¿por qué no decirle las cosas
claras? Bastaba con le dijera que las cosas habían cambiado, que ya no se
sentía cómoda, que estaba hasta las narices de ella, que tenía una vida y
muchas mejores cosas que hacer que aguantarla todos los días al salir del
trabajo. ¿Tan difícil era?
Se sentó en el banco del parque, era un buen lugar para atender la
llamada de su amigo el expolicía, acordada en media hora. Aún disponía
de un buen rato, de ahí que decidiera acudir al parque: hacía tiempo que no
lo hacía. No le iría mal despejar su mente aprovechando la buena
temperatura. En menos de una hora el frío haría insoportable estar allí
sentado, pero iba a disfrutar aquellos tímidos rayos de sol, los últimos del
día.
Sonrió al recordar que no muy lejos de allí se produjo el incidente
de Emma en el barro con aquel niño. ¿Cuánto hacía de aquello? Más de
dos meses, seguro.
Se levantó y paseó por los alrededores, no quería que el frío le
fastidiara el momento de relajación. Había sido idea suya quedar en ese
lugar, lo necesitaba. Pero la relajación, como él buscaba, no iba a ser tan
fácil que llegara. No podía quitarse a Emma de la cabeza, la echaba de
menos, y la semana se le había hecho eterna. Las pocas veces que habían
hablado por teléfono no le habían ayudado. Emma no había dejado de
hablar de su buena relación con Olivier, de su acercamiento, de lo mucho
que estaba aprendiendo de él, aprovechando la ausencia de Daniela. No
podía ser tan estúpido de no entender que eso era algo normal. Olivier era
un gran profesional, un artista, y para Emma, que había mostrado mucho
interés por su trabajo, debía ser una gran experiencia trabajar codo con
codo con él. Olivier era gemólogo y Emma química, ambos podían
disfrutar de muchos puntos en común en su trabajo. Pero algo se le
descomponía por dentro cuando escuchaba sus halagos hacia él. Y no solo
en esa dirección, en la otra eran exactamente iguales. No había tenido
suficiente con no poder estar con ella, sino que, la dos únicas noches que
había pasado en casa, las que no había estado de guardia —una de ellas
voluntaria para tener la mente ocupada—, había tenido que escuchar lo
mismo en boca de Olivier.
Que Emma tal, que Emma cual, que si es muy observadora, que si
es muy guapa… En ese punto no pudo callarse y decidió intervenir.
—¿Te gusta? Pareces entusiasmado con ella —le dijo interpretando
el mejor papel de su vida. Uno en el que por nada del mundo podía parecer
que le importaba, uno en el que su tono casi parecía que le invitaba a
acercarse a ella de otra manera. Cómo le había costado, tanto que estuvo
con dolor de estómago parte de la noche.
—Pues no te diré que no, es una mujer fantástica, y muy guapa.
Eso ya lo sabes tú, pero…
—Pero ¿qué? Tú lo has dicho: fantástica, guapa, inteligente…
—¿Me quieres buscar pareja?
—¿Quién ha hablado de pareja?
Olivier se echó a reír y dio por finalizado el tema. Parecía
tranquilo, pero a Jaime le molestó que él relacionara Emma con el
concepto de pareja, ¿quién había hablado de pareja? Solo le preguntó si le
gustaba. Cuando ellos empleaban ese término no solían referirse a
relaciones, de eso ellos no entendían; se referían siempre a aventuras
pasajeras, a noches intensas. No entendía por qué él lo había interpretado
por otro lado. En cualquier caso a Olivier le gustaba, lo había notado.
Conocía bien a su amigo.
Y él seguía fingiendo que Emma era solo la chica loca del tren, ya
utilizado como un término cariñoso, a la que se había unido debido a unos
incidentes en el hospital en los que se había compadecido de ella, y a raíz
de ello había decidido ayudarla a encontrar trabajo. Esa podía ser la
versión oficial, la más superficial, pero la oficial.
Claro que… Eso era Emma, ¿no? ¿Entonces por qué la echaba de
menos? ¿Por qué estaba preocupado por su amiga? ¿Por qué estaba
esperando a un amigo para que le informara de la investigación de los
mensajes? ¿Por qué se iba a dormir pensando en ella y se levantaba del
mismo modo? ¿Por qué se le revolvían las tripas cuando Olivier hablaba
de Emma o viceversa?
Incluso estaba más enfadado con Víctor desde que Olivier le
contara, unas horas atrás, lo ocurrido esa mañana con Emma. ¿De qué iba
Víctor?
¡Menudo caos tenía en la cabeza! No sabía si había metido a
Emma en la boca del lobo. Olivier hipnotizado con sus encantos, Víctor
utilizándola para devolverle que ignorara a su novio en el hospital,
Adrien… ¡No! A Adrien no podía meterlo en el saco, al parecer se había
disculpado y su concepto de Emma había cambiado. Y Daniela… Nada
que objetar. Se alegraba que hubieran empezado a estar unidas. A ambas
las quería mu…
En su mente la frase se interrumpió, no era capaz de acabarla,
excepto si era de Daniela de quien hablaba. Tenía que hacer algo, tenía
que poner orden en su cabeza o iba a acabar mal.
El sonido de una llamada le desvió de sus pensamientos, esperaba
saber algo de esos malditos mensajes que recibía Emma.
.
50
Emma salió de la ducha pensando en lo que le iba a decir a Irene.
Había quedado con Olivier en una cafetería próxima a su casa para
entregarle los cuadernos que había encontrado en el trastero.
Afortunadamente solo le había llevado media hora dar con ellos. Tal y
como recordaba, se trataba de un conjunto de seis cuadernos con cientos
de notas y bocetos en blanco y negro y en color, muchos de ellos
mostraban piezas cuyo diseño estaba muy avanzado.
Se quedó embobada mirándolos, incluso se sintió orgullosa de
diferenciar las piedras preciosas y algunas semipreciosas con las que
estaban diseñados.
Durante unos minutos pensó en la idea de no estar haciendo bien,
de no tener derecho a apropiarse de ellos y entregárselos a Versus, pero
tardó poco en decidir que lo iba a hacer. No entendía por qué Blanca se
había quedado con ellos si contenían ideas que había trabajado con Olivier.
¿Habría algo que impidiera a Blanca entregarlos una vez que se marchó?
Por muchas vueltas que diera no iba a encontrar respuesta.
Puede que no fuera correcto lo que estaba a punto de hacer, no eran
de su propiedad, pero acabar en un vertedero o a saber dónde enviarían
todo aquello, no era mejor destino para ellos. Su hermana no había
mostrado interés, así que equivocada o no, ella creía firmemente que si
esos diseños acaban convirtiéndose en preciosas joyas, sería un bonito
homenaje para Blanca.
Olivier se había sorprendido de su llamada, y mucho más de lo que
quería entregarle. Le dijo que no podía esperar al lunes, que necesitaba
ojearlos el fin de semana.
Emma utilizó la misma caja en la que estaban guardados y la dejó
en el maletero de su coche, Irene no podía verlos bajo ningún concepto.
Emma fingió que hablaba por el móvil cuando entró en el salón.
—¡Oh! ¡Vaya! No te preocupes, Jorge, me acerco un momento y lo
solucionamos, yo sé cómo hacerlo —Incluso mostró preocupación—.
¿Dónde estás? Voy para allá.
—Tardaré poco, le ha salido un contratiempo a un compañero y me
ha pedido ayuda.
—¿A dónde vas?
—A Versus. Cuando vuelva planeamos qué podemos hacer.
—Pero si acabas de venir de allí.
—Lo sé, pero te digo que un compañero me ha pedido ayuda.
—Vale —dijo de mala gana—, pero intenta no tardar mucho, eso
está muy lejos.
—No, en menos de una hora estoy de vuelta. No puedo negarme,
este compañero me ha ayudado muchas veces.
Salió por la puerta y se dirigió a la cafetería para encontrarse con
él. Fue Olivier el que había insistido en quedar cerca de su casa, no quería
que atravesara Madrid a esas horas.

Dedicaron poco más de media hora a ojear por encima los dibujos
de Blanca. El brillo en los ojos de él le indicó a Emma lo mucho que
estaba disfrutando. La hizo partícipe de algunos recuerdos relacionados
con algunos trazos que hicieron juntos. Emma intentó imaginar a Blanca
en esas circunstancias, compartiendo su talento, ilusionada, pero le resultó
difícil, acostumbrada como estaba a verla siempre en su mundo solitario y
de silencios. Incluso Daniela le había dado una imagen de ella mucho
menos cerrada, más abierta, aunque destacó su timidez.
Se preguntó qué hizo que abandonara aquel proyecto y Versus. Qué
pasó por su mente para no volver a aparecer por su trabajo. Quizás le había
ocurrido algo que ella seguía ignorando, pero tras conocer a esas personas
y tras ver la actividad de Versus, solo podía pensar que fuera lo que fuera
solo ella podría saberlo. El mundo era difícil de entender para Blanca, o
quizás era el mundo que no la entendía a ella.
Un escalofrío le recorrió la espalda al recordar que su deseo de
quitarse la vida no se había quedado en un solo intento.
—Emma, no sabes cuánto te lo agradezco, podré recuperar algunas
ideas que daba por perdidas. Esta es la parte más compleja de creación: el
diseño en papel. ¿Te los regaló ella?
—Recogí sus cosas cuando murió. Las llevé a un trastero hasta que
su hermana pudiera ocuparse de ellas. Entre sus cosas recordaba haber
visto estos bocetos, pero no les di importancia. Hoy, al hablar contigo del
tema, lo he recordado. Me he dado prisa porque su hermana me ha dicho
que en pocos días lo vaciarán.
—Ha tenido que ser duro para su hermana.
—Sí, claro que sí, muy duro.
—¿Sois muy amigas?
—Yo… sí, bueno, no lo sé. Es la amiga que de la que te he hablado
hoy.
—¿La visita inesperada?
—Sí, la misma. Las personas cambiamos y hay circunstancias que
nos hacen ver cosas distintas, cosas que, en otros momentos, no hemos
querido ver.
—¿Ha cambiado?
—Creo que siempre ha sido así, he sido yo la que no he querido
verlo. Soy muy de… mirar a otro lado —Olivier se echó a reír—. No sé
por qué te cuento esto.
—Me encanta que lo hayas hecho.
—Si necesitas algo más…
—No, gracias, ya has hecho bastante entregándome estos bocetos.
Hablaré con Daniela para que puedas asistir a todo el proceso de creación
de alguna de estas piezas. Creo que te gustará tratándose de un boceto de
Blanca.
—Me encantaría.
—No sé si Daniela podrá venir a Hamburgo, para la feria de
gemas. Solemos ir cada año junto con Natalia. ¿Te gustaría asistir?
—Cla… Claro. Sería estupendo.
—Tenemos que acabar de organizarlo. Esperaremos a que Daniela
se incorpore.
Emma asintió sonriente y se pusieron en pie. Cuando Olivier se
disponía a volver a meter los cuadernos en la caja se dio cuenta de que en
el fondo había uno más pequeño, como una libreta.
—¿Esto? —dijo mostrándoselo.
Emma lo cogió y lo ojeó por encima. Parecían notas personales de
Emma, como un diario o algo privado. No había nada relacionado con
joyas ni dibujos, todo eran letras y fechas.
—Esto se ha colado, me temo.
Sin añadir nada más se dirigieron a sus respectivos vehículos.
Olivier le volvió a agradecer el regalo y le indicó que iba a visitar a Adrien
y a Daniela para mostrarles los cuadernos.
Emma se sentó en el coche satisfecha. Le gustaba Olivier, era un
buen hombre y le hacía agradable el trabajo. Entendía que él y el doctor se
llevaran tan bien, aunque eran muy distintos. Olivier era más cercano, más
amable. Su tono de voz era el de una persona paciente que suele escuchar.
El doctor era mucho más inquieto, más tajante, más frío, pero… era su
doctor, y se moría por estar con él. No le había respondido cuando le había
anunciado que Irene se marchaba dos días después de lo previsto; debía
estar enfadado.

Consultó su móvil. Había dos mensajes. Uno de Irene


preguntándole si iba a tardar mucho más en llegar. ¡Qué pesada! Y otro
de… ¡No podía ser! Otro no. el mismo número del otro día, todavía no lo
había bloqueado. Esa vez el mensaje decía:
Te estoy observando mientras entras otra vez en el edificio de
Versus. Me gusta esa falda de color gris. ¿Desde cuando trabajas el
viernes por la tarde? Creí que hoy ya no volverías. Esperaré a que salgas
para volver a verte.

Emma no supo reaccionar al instante. No tenía sentido lo que decía


aquel mensaje. Si bien era cierto que llevaba una falda gris, era la primera
vez que daba alguna descripción fuera de lugar, y esa lo era. Ella no había
trabajado esa tarde. Consultó su reloj, eran poco más de las seis. El
mensaje se lo habían enviado hacía unos quince minutos. Algo fallaba.
¿Por qué mencionaba su trabajo? Ella había salido de Versus a las dos y no
había vuelto...
Un pensamiento provocó que se le acelerara el corazón, empezó a
sentir cómo le golpeaba en el pecho. Se recostó en el asiento y respiró
hondo. Tenía calor, mucho calor. Abrió la ventanilla. La única persona a la
que le había mencionado que iba a Versus era a… Irene, pero le había
mentido.
En su mente empezaron a aparecer muchas imágenes relacionadas
con los otros mensajes recibidos. Sacó el móvil de su bolso, le temblaba la
mano, y los consultó todos por encima. Mencionaban el momento de
entrar o salir de Versus, de correr por las mañanas, el viaje a la playa, el
hombre que la acompañada… Pero siempre mencionaba algo de su
indumentaria. No podía tratarse de Irene, ese detalle era demasiado
preciso, solo podía tratarse de alguien que la hubiera visto, claro que en
muchas ocasiones el tema de la ropa era conversación entre ellas,
especialmente al principio de trabajar en Versus, cuando todavía le
explicaba la indumentaria elegida para el día, e incluso la que había
elegido para salir a correr los primeros días… Y la playa… Ella sabía que
había estado en la playa, con el doctor…
Era imposible que recordara todas sus conversaciones, pero estaba
segura de haber compartido ese tipo de detalles con ella. Incluso tenía
sentido que todo el tiempo que no había recibido mensajes había sido el
tiempo que más distanciadas habían estado y que sus conversaciones eran
planas, sin detalles.
Los dos últimos mensajes los había recibido en los últimos días,
cuando ella estaba en Madrid.
Consultó el anterior mensaje. Era del mismo día que llegó Irene,
unas horas después de que ella llegara. Le hablaba de la mujer que la
acompañaba. «¡Será cínica!», dijo en voz alta.
Y el último… Ese era el mejor. Hablaba de su falda gris,
efectivamente la que llevaba puesta, pero cometió el error de hablar de un
lugar al que ella no se había dirigido. No había nada más que investigar,
sabía quién había estado enviando esos mensajes. Pero ¿por qué?
Llamó al doctor para contarle lo que había descubierto, estaba muy
nerviosa, pero no atendió su llamada. Lo intentó de nuevo, pero siguió sin
tener éxito. Le envió un mensaje diciéndole que sabía quién era la autora
de los mensajes y que se disponía a hablar con ella.
Emma puso el coche en marcha y se dirigió a toda prisa a su casa.
Tenía que ocuparse de asunto cuanto antes. Sintió como la tensión
empezaba a apoderarse de su cuerpo, incluso las manos parecían
incrustadas en el volante, como si no fuera a ser capaz de girarlo. Hizo un
ejercicio de respiración para calmarse, aquello no podía aportarle nada
bueno. Cuando consiguió centrarse en la carretera y dominar el
agarrotamiento de sus brazos intentó apartar de su mente las mismas
imágenes que le habían hecho descubrir quién era la autora.
Aparcó el coche en la calle, no quería entretenerse en hacerlo en el
parking. Antes de salir cogió la libreta de Blanca, que había dejado en el
asiento del copiloto y la guardó en su bolso. Ya tendría tiempo de ojearla
bien, en ese momento tenía un asunto mucho más importante.
51
Antes de entrar en su apartamento respiró hondo, necesitaba
recuperar el control de sus emociones. Entró y se dirigió al salón, pero
Irene no se encontraba. Escuchó un ruido en la cocina.
—Vaya, ya estás aquí. Espero que te olvides del trabajo, te
recuerdo que me voy pasado mañana —Le dijo de espaldas, mientras
vertía el contenido de un sobre de azúcar en una infusión—. ¿Te pasa algo?
—No, estoy bien. Es solo que no hemos podido solucionarlo y me
ha fastidiado —Hizo un esfuerzo por mantener la calma, antes de hablar
con ella necesitaba hacer algo.
—Deja ya de pensar en el trabajo, parece que no hay nada más que
te importe. Bueno, eso y ese amigo tuyo médico. Por cierto, ¿os habéis
peleado?
—¿Por qué piensas eso?
—No has salido ningún día más con él.
—Eso es porque estás aquí.
—Lo dices como si fuera algo malo —Bajó la cabeza y comenzó
de nuevo su interpretación. Pasaba de la soberbia al victimismo con una
facilidad que a Emma no dejaba de sorprenderle.
—¿Te apetece salir esta noche?
—Claro, llevo todo el día aquí metida.
—Pues ve preparándote, nos vamos enseguida.
—Aún no estoy lista, es muy temprano, pensé que…
—Prepárate ya. Nos vamos a aprovechar la tarde. ¿Quieres o no?
—Claro, pero tardaré un rato, quiero darme una ducha. De haberlo
sabido, yo…
—Venga, deja de hablar y hazlo.
Irene dejó la infusión y se dirigió al interior del apartamento.
Emma necesitaba buscar entre sus cosas para ver qué encontraba y la única
forma era enviándola a la ducha, el único sitio del que no podía aparecer
de repente.
Cuando escuchó el sonido del agua caliente, se dirigió al
dormitorio que ella había ocupado a toda prisa. No sabía por dónde
empezar. Todas sus pertenencias estaban repartidas en un pequeño armario,
pero allí no parecía haber nada más que ropa y zapatos. Abrió la maleta y
la dejó sobre la cama, volvió al baño para escuchar el sonido del agua, la
conocía bien y sabía que tardaría un buen rato en salir. Esa larga melena
que lucía llevaba su tiempo lavarla.
En el dormitorio no había nada. Volvió al salón y vio su bolso
sobre una silla. Lo abrió y encontró un móvil en su interior, pero no era el
suyo. Reconoció el móvil de Blanca, ella misma se había encargado, tras
el funeral, de entregárselo a Irene. ¿Por qué lo llevaba en su bolso? Solo
había una explicación, que ese fuera el aparato que utilizaba para enviar
los mensajes con alguna nueva línea.
Corrió hacia el baño y escuchó el sonido del agua de nuevo, abrió
la puerta despacio para asegurarse que seguía bajo el agua, localizó su otro
móvil sobre una banqueta. ¿Y si era ese el que necesitaba? No, no podía
ser, ¿en que estaba pensando?
«¡Céntrate!», se dijo.
Se dirigió de nuevo al salón y encendió el móvil que encontró en el
bolso, pero le pedía una contraseña. ¡Mierda! No podía activarlo. ¡Maldita
sea!
El sonido de una llamada, esta vez desde su propio móvil la
sobresaltó. Se trataba del doctor, pero no podía atenderlo en ese momento.
Necesitaba calmarse y pensar con claridad. De nuevo la interrumpió el
doctor. Esa vez decidió atenderla.
—Emma…
—Escúchame —dijo en un tono de voz cercano al susurro—,
después te explico, ahora no puedo. Es ella, está en la ducha y…
—No, escúchame tú, he hablado con mi amigo.
—¿Y bien? —pidió sintiendo que le temblaban las piernas.
—Los mensajes se enviaron desde varias líneas de prepago que se
adquirieron en diferentes tiendas de Barcelona. Todas ellas registradas a
nombre de Blanca Vila y pagadas con una tarjeta de crédito al mismo
nombre.
—¿Cómo puede ser eso?
—No es tan difícil, debe conservar sus tarjetas y su documento de
identidad.
—No hay duda de que es ella.
—¿Cómo te habías dado cuenta de que…?
—Tengo que dejarte, luego te cuento —colgó al escuchar pasos en
el salón.
Irene apareció vestida y con una toalla envuelta en la cabeza.
—En veinte minutos estoy lista —dijo señalándose la cabeza.
«Genial, suficiente», pensó Emma.
Los mismos veinte minutos que empleó Irene en ocuparse de su
cabello, fueron los que ocupó Emma en vaciar el armario y meter sus
cosas en la maleta, que desplegó sobre la cama. Solo quedaba alguna cosa
que tenía en el baño.
Se fue al salón y esperó su reacción. Cuando llegó, lo hizo en
forma de grito. Apareció por la puerta con los ojos desencajados, eso sí, y
su melena perfectamente peinada.
—¿Vamos a algún sitio?
—Yo no, eres tú la que te vas.
—¿Qué? —protestó Irene con el rostro aún más desencajado.
—Ya lo has oído, que te vas.
—¿Qué coño te pasa?
—Que ya he abierto los ojos y me he dado cuenta de la clase de
persona que eres. Ya he aguantado bastante tus reproches, tus exigencias,
tus comentarios despectivos, y el veneno que sale siempre de tu boca. Por
eso, y por más, te vas.
—Emma, tú no estás bien, algo te está pasando —dijo con tono
tierno intentando acercarse a ella.
—¿Por qué no me dijiste que Blanca se había intentado quitar la
vida antes?
El rostro de Irene pasó de la ternura a la sorpresa.
—Yo… ¿De dónde has sacado eso?
—Permitiste que viviera con ella sin decirme el estado en el que
estaba. Solo sabías exigir cosas, cuando deberías haber sido tú la que
estuviera más pendiente de ella. Tú debiste ocuparte de sus cosas. No
hacías más que llamarme para que me ocupara de esto y de lo otro, cuando
eras tú la que tenías que hacerlo. Estuviste aquí dos semanas después del
funeral, pero claro, era más cómodo volver a Barcelona y dejarme una
lista de todo lo que tenía que hacer porque tú estabas demasiado afectada.
—No puedes entender…
—No, no puedo entender nada —Emma alzó la voz.
—No me puedo creer que…
—¡¡Cállate!!! —gritó—. Cállate y escúchame atentamente porque
es la última conversación que vamos a tener, pero no te vas a marchar de
aquí sin escuchar todo lo que te tengo que decir.
Irene suavizó su expresión mostrando un rostro compungido y
apenado.
—He escuchado tu retahíla de reproches durante meses,
exigiéndome que me ocupa de desocupar el apartamento, de reclamar la
fianza, de investigar en su trabajo y en la universidad. ¿Qué tenía que
investigar? Era la segunda vez que intentaba suicidarse y tuviste los
grandes ovarios de no decirme nada —Emma dio pasos cortos por la
estancia intentando recuperar el control—. He intentado ayudarte, y para
ello he sido comprensiva y me he tragado todas tus mierdas, toda tu
ingratitud y todos tus comentarios cargados de veneno. Ni una sola vez has
sido capaz de alegrarte de lo bueno que me estaba pasando: ni mi trabajo
ni el doctor, ¡nada! Siempre has sido desagradable, siempre una puta
aguafiestas.
Irene levantó la cabeza y la miró fijamente. Emma se dio cuenta de
lo mucho que estaba luchando por seguir manteniendo su expresión de
ofensa y de tristeza.
—Lo que hice, lo hice por ti, y por ella, que era infinitamente
mucho mejor persona que tú, pero no era yo la que se tenía que ocupar de
sus cosas. ¡Era tu hermana! ¿Quién te creías que eras exigiendo que fuera
aquí y allá? Si ni siquiera me diste las putas gracias una vez… —Hizo una
pausa para serenarse—. Me he dado cuenta de la persona que eres, no me
has aportado nunca nada, excepto negatividad. Te has cargado los buenos
recuerdos, porque… alguno hay.
—Ya basta —dijo con la voz entrecortada.
—Si ahora viene lo mejor... —canturreó—. Ahora viene cuando me
cuentas por que te has dedicado a enviarme mensajes fingiendo ser un
acosador.
Irene levantó la cabeza con los ojos como platos y la boca abierta.
—¿Qué estás diciendo?
—¿Crees que no lo sé? La has fastidiado esta tarde cuando me has
escrito. Yo no he ido a mi trabajo, he ido a otro sitio, y la única que lo
creía eras tú.
—¿Me has mentido?
—Venga, ¿eso es lo más importante? Claro que te he mentido,
porque no quiero que sepas nada de mi vida, porque tu visita ha sido como
un jarro de agua fría. Estaba deseando que te fueras, pero cuando he
descubierto lo de los mensajes…
—¡No tengo nada que ver con unos mensajes! —Se sentó en la
silla más cercana dejando que las lágrimas se deslizaran por su rostro—.
Ya he tenido bastante con lo que me has dicho como para que me acuses de
algo de unos mensajes.
Emma sacó el móvil de su bolsillo.
—¡Enciéndelo! —gritó acercándoselo— ¡Ahora! Pon la
contraseña.
—Es el móvil de Blanca —dijo sollozando—. ¿Qué te está
pasando, Emma? No te reconozco.
—¡Enciéndelo!
Irene obedeció. Emma se lo arrancó de las manos y se dedicó a
buscar algún mensaje, pero la lista estaba vacía. Ni uno solo.
Emma se quedó bloqueada, era evidente que los habría borrado,
aunque cabía la posibilidad de que no fuera ese el móvil desde el que
enviaba los mensajes. Solo había una forma de comprobarlo. Cogió su
móvil y llamó al número del que había recibido el último mensaje. En
pocos segundos el móvil de Blanca se iluminó. No había ninguna duda.
—Varias tarjetas prepago, compradas en Barcelona, a nombre de
Blanca, con su tarjeta… —Mientras decía eso se dirigió al bolso de Irene y
sacó su cartera. Irene intentó impedírselo, pero Emma la empujó y la miró
de tal manera que la hizo retroceder. Allí se encontraba, entre varias
tarjetas de crédito, una a nombre de Blanca junto a su documento de
identidad. Se parecían físicamente un poco, podía pasar por ella, mucho
más en ese tipo de fotografías.
Emma se volvió hacia ella. En su mirada el odio y el fuego se
mezclaban de una forma amenazadora.
—¿Por qué? —Se animó a preguntarle.
Irene volvió a sentarse, tardó en responder.
—No quería asustarte, si entendieras que lo único que quería era
que volvieras a casa. ¿Tan horrible es echar de menos a una amiga?
Emma la observó horrorizada, no podía entender el alcance de la
frivolidad de esa mujer.
—No merece la pena que te diga nada más, nada.
El timbre de la puerta llevaba un buen rato sonando, igual que su
móvil. Decidió abrirle la puerta al doctor, no le cabía la menor duda de
que era él, y era todo lo que necesitaba en ese momento.
52
Jaime condujo a toda prisa. Intentó localizarla varias veces, pero
Emma no volvió a atender la llamada. El tono de su voz le dejó muy claro
que estaba muy afectada, no quería ni pensar lo que podría pasar en ese
enfrentamiento. No sabía lo que estaba ocurriendo en casa de Emma y no
podía quedarse quieto. Esa mujer había demostrado no estar muy
equilibrada.
—Vamos, Emma, ábreme —dijo tras pulsar varias veces el timbre.
Cuando estaba a punto de intentarlo, a través de algún vecino, el
sonido de una vibración le dio acceso al portal. Subió las escaleras a toda
prisa y encontró la puerta entreabierta.
Cuando entró en el salón encontró a Emma apoyada en la mesa
principal.
La miró y se acercó a ella. Emma levantó la cabeza, su mirada
estaba perdida aunque la enfocara hacia él. Jaime le acarició el brazo y
ella se lanzó a sus brazos.
—¿Dónde está?
Emma señaló el interior del apartamento con la cabeza.
—¿Habéis hablado? —Ella asintió con la cabeza.
—Solo quiero que se vaya.
Jaime la abrazó con más fuerza. Así permanecieron diez minutos,
hasta que Irene apareció con su maleta. Recogió su bolso y se detuvo
frente a la mesa donde se encontraba la tarjeta de crédito y el documento
de identidad que Emma había tenido en la mano anteriormente.
Se soltó de los brazos de Jaime y golpeó la mesa con la palma de la
mano.
—Ni se te ocurra. Eso es de Blanca, déjala descansar en paz.
Irene hizo un nuevo intento de apropiarse de ello, pero esta vez fue
el doctor el que intervino.
—¿No las oído?
Jaime la cogió del brazo y la empujó hacia la puerta de salida
haciendo que se le soltara la maleta de la mano.
Abrió la puerta y esperó a que saliera. Antes de hacerlo Emma
apareció con la maleta e Irene se apresuró en adueñarse de ella.
Emma la observó, no parecía demasiado afectada. Ya no
interpretaba su papel de víctima ultrajada por sus acusaciones.
Cuando Jaime se disponía a cerrar la puerta escucharon su voz.
—No me extraña que Álvaro te dejara…
Jaime intentó cerrar la puerta, pero Emma se lo impidió. Quería
escucharla.
—¿Crees que estuvo liado con esa mujer unos meses? Estuvo con
las dos durante todo el tiempo que estuvisteis juntos—Sonrió con
cinismo.
Jaime dio un paso y se apoderó de la maleta que lanzó de una
patada por las escaleras ante la mueca de horror de Irene.
Entró en casa y cerró la puerta de un portazo mientras Irene corría
a toda prisa, escaleras abajo, para rescatar su maleta, o lo que quedaba de
ella.
Emma se quedó inmóvil. Sintió que le temblaban ligeramente las
piernas y Jaime, que reparó en ello, se adelantó a cogerla en brazos. La
llevó hasta el sofá donde se sentó y la colocó sobre su regazo.
Emma se refugió en su pecho, el único sitio donde quería estar, allí
todo dolía menos, allí podía disfrutar del calor del cuerpo que tanto
adoraba.
No quería llorar, no quería volver a sucumbir a uno de esos
momentos en los que toda la tensión empezaba por agolparse en sus ojos y
se derrumbaba. No quería, solo quería abrazarlo, solo quería olvidar esa
pesadilla, pero no pudo controlar el llanto. Jaime la incorporó cuando
sintió que su pecho se movía con dificultades para encontrar el aire.
Emma se levantó, a pesar de que él intentó que no lo hiciera
sujetándole el brazo, pero ella necesitaba más aire, no podía respirar bien.
—Debí darme cuenta antes. No entiendo nada —Le temblaba la
voz—, no entiendo cómo han pasado tantas cosas en tan… tan… poco
tiempo —Empezó a pasear de forma desordenada por el salón.
Jaime la observó y la siguió lentamente. Ella de detuvo frente a él,
pero no fue capaz de fijar la mirada.
—Es que no me entero de nada, joder. ¿En qué mundo he vivido?
—gritó sobresaltando a Jaime, que empezó a preocuparse.
—Emma… —Le dijo acercándose más a ella, pero ella dio unos
pasos hacia atrás.
—No —Gritó con más fuerza dando un golpe al aire intentando
deshacerse de su brazo—. ¿Es que no lo ves? ¿En qué he estado pensando?
¿En qué? Yo creía que era una buena amiga, joder. Una amiga.
Los movimientos de su cuerpo alertaron a Jaime que la cogió por
la cintura mientras ella se revolvía por deshacerse de él. Intentó aferrarla a
su cuerpo, pero no lo consiguió.
—Emma, basta ya —le dijo intentado que lo mirara a los ojos,
pero ella seguía luchando por liberarse.
—Menuda imbécil he sido, qué asco de persona, ¡qué asco!
—Emma, basta. Mírame.
Emma seguía luchando con todas sus fuerzas, cada vez de forma
más brusca. Jaime No podía soltarla, estaba perdiendo el control y sabía
que no acabaría bien. Mientras movía los hombros y se impulsaba hacia
atrás intentando liberarse de sus brazos, sollozaba como si le faltara aire.
Temía hacerle daño, sus movimientos cada vez eran más agitados, se
revolvía y pataleaba torpemente. Era como una muñeca frágil intentando
sacar fuerzas de donde no las tenía.
Jaime le dio una palmada fuerte en el trasero lo suficientemente
fuerte para que reaccionara y lo mirara a los ojos.
—Basta, Emma. Basta, cariño.
Emma empezó un ritmo de jadeos cada vez más intenso hasta que
por fin se calmó. Jaime le dio la vuelta y la abrazó por la espalda.
—Ya ha pasado, cariño, ya ha pasado.
Emma pareció volver a la realidad. Se dio la vuelta lentamente y se
apoyó en su pecho. Jaime la besó repetidas veces en la cabeza y la estrechó
entre sus brazos hasta que desapareció por completo el sonido de sus
gemidos.
Emma se frotó el trasero para aliviar el picor que le había
producido el azote; un gesto que a Jaime le hizo sonreír.
—Nos vamos. Te ayudo a preparar tus cosas.
—¿A dónde? —consiguió decir.
—A una casa en la montaña que había reservado antes de saber
que… ella se quedaba hasta el domingo.
Emma asintió, apenas tenía fuerzas para responder.
53
Si daba otra vuelta más por su salón acabaría mareado. Fue lo que
pensó Jaime después de dar cientos de vueltas. Se sentó en el sofá en un
intento de calmarse, pero parecía que su mente no estaba dispuesta a darle
una tregua.
Así habían sido los últimos tres días, desde que volviera de pasar
el fin de semana con Emma en la casa que había alquilado. Los mismos
días que llevaba sin verla; los mismos que su cabeza amenazaba con
explotar.
Cogió su móvil, que descansaba sobre el sofá, pero volvió a
dejarlo. Era el décimo intento de llamarla, pero una vez más desistió.
Algo había cambiado en su interior, algo importante, algo que le
estaba quemando y que no le dejaba dormir. La guardia del día anterior
había acabado de destrozarlo, pero al menos le había permitido distraer su
mente durante doce horas. Puede que fueran las únicas en que lo
consiguió, aunque si era honesto consigo mismo la imagen de Emma había
estado presente en todo momento en su cabeza.
Nada de lo que pretendía cuando alquiló la casa para pasar el fin de
semana, se había cumplido. Solo quería estar con ella, disfrutarla y
recuperar todo el tiempo que habían perdido por culpa de la visita de su
amiga, pero nada más lejos de la realidad.
En un principio todo salió a pedir de boca. Emma se tranquilizó y
se encargó de contarle todo lo sucedido con su amiga, de la misma forma
que él le explicó todo lo hablado con el expolicía, que fue poco más de lo
que ya le había adelantado por teléfono. Pero al llegar al punto en el que él
le preguntó qué fue lo que le hizo sospechar que era ella la autora de los
mensajes, todo cambió.
Cuando pronunció aquellas palabras, algo se desencadenó en el
interior de Jaime. Algo con lo que no contaba, un vacío molesto que no le
abandonó en ningún momento, ni siquiera tres días después de haber
regresado:
—¿Lo ves? —Emma le mostró el mensaje—. Me dice que me
estaba viendo entrar en Versus. Describe mi falda y se extraña de que
trabaje un viernes por la tarde.
—¿Y qué?
—Yo no fui a Versus. Se lo dije a ella, pero no lo hice, le mentí.
Había quedado con Olivier en una cafetería para entregarle unos dibujos
que recuperé de Blanca.
—¿En una cafetería?
—Sí, llamé a Olivier para ofrecérselos y quedamos allí, cerca de
mi casa, no quiso que me desplazara hasta Versus. Pero ella no sabía que
era mentira y…
El resto de conversación no la recordaba bien, aunque conectaba
con sus palabras de vez en cuando, no pudo apartar de su mente ese
encuentro con Olivier en la cafetería.
En ese momento no quiso darle más importancia, se dijo que era
parte de sus trabajos, incluso se avergonzó de sentirse mal por ello, pero
ese solo fue uno de los comentarios que le estuvieron torturando durante
los dos días que permanecieron allí.
Emma habló de la propuesta de Hamburgo, de asistir con Olivier a
una feria de gemas; le habló de la actitud de Víctor, aunque fue porque él
sacó el tema, y de lo mucho que le había afectado. Le contó que se había
sentido mal por mostrase tan vulnerable y permitir que Olivier se sintiera
obligado a abrazarla. ¿Abrazarla? Obligado a abrazarla. Recreó esa escena
tantas veces en su mente que llegó a creer que la había presenciado. Emma
afectada por la actitud de Víctor, y Olivier envolviéndola con sus brazos
intentando consolarla…
Y a todo ello, se fueron añadieron varios comentarios, bien
repartidos, como esas torturas diseñadas para hacer daño lentamente.
Comentarios sobre lo mucho que admiraba a Olivier, lo bien que había
trabajado con él, la prisa que se había dado en conseguirle los diseños de
Blanca, antes de que desocuparan el trastero, otra vez la feria de
Hamburgo, lo mucho que le fascinaba verlo delante de un boceto… Y el
remate final: la llamada.
Olivier la llamó el sábado por la mañana para anunciarle los
progresos que estaba haciendo con los dibujos y para preguntarle si estaba
más animada, y no solo por el incidente con Olivier, sino también porque
Emma le había hablado de lo mal que se sentía por tener a su amiga en
casa. ¡Se lo contó a Olivier! Joder, menuda confianza tenían. Abrazos,
confidencias, propuestas para viajar juntos…
Emma le había demostrado confianza comentándole todos aquellos
temas, pero él solo había percibido una conexión con Olivier que le dolía,
y más le dolía aún el hecho de que le doliera.
Esas palabras bailaban en su mente y difícilmente las hacía
desaparecer. Era consciente de que trabajaban juntos, pero Olivier había
mencionado que Emma le gustaba y ella, aunque había sido él el que le
había preguntado, lo admitió.
—Parece que Olivier te gusta mucho —comentó él mostrando
calma y sonriendo.
—Claro que me gusta, es un amor.
¿Un amor? Entendía que era una expresión, pero su cuerpo y su
mente iban por separado, y no le permitían razonar y procesar. Todo
aquello lo estaba destrozando.
No dejaba de torturarse con la idea de que Emma no sintiera nada
especial hacia él, excepto ganas de follar de vez en cuando y complicidad
como amigos. Quizás Emma estaba bien siguiendo ese ritmo, y el día que
se cansará de él simplemente se lo haría saber. Al fin y al cabo jamás
hablaban de lo que había entre ellos.
Y si era así, ¿por qué le molestaba? ¿No era eso lo que quería él? Y
si no era eso… Tendría que actuar de otra manera, pero no quería actuar de
otra manera. Y si Olivier había entrado en la vida de Emma, era como jefe
solamente, pero ¿y sí iban más allá? ¿Qué quería Emma? ¿Y él? Al fin y al
cabo Olivier no tenía ni idea de lo que había entre ellos, de eso ya se había
encargado él.
A Jaime le aterrorizaba dar un paso, pero mucho más quedarse
atrás. Se sentía anclado al suelo y no quería ni oír hablar de mover una
ficha. Él era feliz como estaba, disfrutaba de Emma cuando convenían
quedar y disfrutaba de su otra vida cuando no estaban juntos. ¿Qué vida?
Su trabajo… Sus amigos…
¿Su trabajo? Últimamente las guardias lo estaban matando, y
todavía se había comprometido a cubrir varias más. Era el precio que tenía
que pagar por disfrutar algunos fines de semana completos sin tener que
acudir al hospital. ¿Y sus amigos? Apenas los veía, con Víctor estaba mal,
y peor que iba a estar cuando se enterara de que Alex había recibido una
amonestación cuya queja había iniciado él… A mejor no iban a ir las
cosas, tendría que hablar con él seriamente antes de que asomara la cabeza
para decirle lo decepcionado que estaba con su actitud respecto a su novio.
¡Menudo novio!
Se levantó de nuevo y volvió a reiniciar los paseos por el salón. No
podía más, tenía que convencerse de que Emma no era importante para él,
y de que su relación con Olivier no era de su incumbencia, él estaba bien
como estaba: quedando de vez en cuando para charlar o para pasar un buen
rato en la cama.
¿Entonces por qué se involucraba en sus problemas? No era ella la
que se lo pedía, sino él solito el que se siempre quería saber todo cuanto la
rodeaba.
Y Olivier…
Estaba harto de escucharle mencionarla. Tres veces se habían visto
esa semana, y las tres habían incluido un comentario hacia ella. Que si me
regaló los dibujos y no tenía por qué hacerlo, que si la voy conociendo y
me parece maravillosa, que si es muy guapa y muy inteligente, que si…
¡Mierda!
¿Eso era lo que le esperaba cada dos por tres? Estar tenso, cansado,
malhumorado, sintiendo una patada en el estómago cada vez que uno
hablaba del otro. O lo que era peor, ver con sus propios ojos cómo nacía
una historia de amor y formar parte del proceso escuchando lo que ellos le
fueran contando.
«¿Qué clase de estupideces estoy pensando?», pronunció en voz
alta. Para bien o para mal Emma compartía tiempo con él, y cama… Si
naciera algo entre ellos dos, eso se terminaría. ¿Terminar? No quería ni
pensar lo que pasaría si tuviera que pasar por eso. Entonces ¿qué te está
pasando, Jaime? Fue lo que se preguntó mientras iniciaba una nueva vuelta
por el salón.
Había mentido a Olivier diciéndole que pasaba el fin de semana
con su amiga la doctora, pero no era eso lo que le preocupaba. Era que
durante la conversación habría matado por decirle que estaba con Emma, y
eso le asustó. ¿Por qué quería hacerlo? ¿Por qué no quería esconderse
más? ¿Por qué quería lanzarle una flecha a su amigo? ¿Realmente qué era
lo que sentía por Emma?
Sentir… Estaba pensando en sentimientos…
Jaime no había tenido bastante con esos pensamientos, así que
decidió llevarlo más lejos y plantearlo para ver la reacción de Emma.
—He hablado con Olivier, casi se me escapa que estaba contigo,
Emma —se echó a reír.
—Pues ten cuidado, doctor, mucho cuidado —le contestó ella
mostrando preocupación.
Estaba claro que ella no quería ni por asomo que se supiera, y eso,
inexplicablemente, le había dolido.
Los únicos momentos que sentía que en el mundo solo estaban ella
y él, eran los momentos de intimidad, los momentos en que Emma se
abría, se liberaba, le pedía, le rogaba que la llevara a un sitio y a otro. Y él
lo hacía.
En la casa de la montaña le había sorprendido vendándole los ojos.
Habían cambiado los papeles. Bastó con que le dijera que quería probar
algo nuevo para que Jaime se dejara hacer todo lo que ella quisiera.
Le vendó los ojos y le ató las manos a la espalda. Lo hizo con esa
sonrisa de niña traviesa que tanto le excitaba; y así, inmóvil, permaneció
durante todo el tiempo que ella empleó en darle placer con la boca. Y no
solo a su miembro, sino a todo su cuerpo.
Sentir sus labios y su lengua avanzando por su pecho y su
entrepierna había sido una de las experiencias más placenteras que había
vivido junto a ella.
¿Junto a ella…?
¿Por qué engañarse? Había sido la experiencia más placentera que
había vivido jamás. La que le llevó a hacer un viaje tan excitante como
peligroso, a un lugar del que presumía le iba a resultar muy difícil escapar.
Desde ese momento nada había sido igual, él había tenido que
realizar un gran esfuerzo por volver a tener el control y mostrase de forma
natural delante de ella. Algo se había agrietado en su cuerpo, algo que no
había resistido los empujes que había provocado aquella sonrisa, y la
puerta había quedado abierta a unas emociones a las que siempre le había
dado la espalda.
En muchas ocasiones observaba a Adrien y a Daniela. Sus juegos,
sus besos, sus sonrisas. Siempre los consideró diferentes, protagonistas de
unos sentimientos que solo alcanzan a unos pocos, y que él, no estaba en la
lista, ni siquiera en la de espera. Pero eso fue mucho antes de conocerla a
ella. La última vez que vio a la pareja, una vez que Emma ya había entrado
en su vida, se sorprendió pensando que quizás no era algo tan lejano ni tan
reservado para unos pocos, o quizás, simplemente, él podía ser de esos
pocos.
Su lista de aventuras de una noche, a lo sumo dos, era muy larga,
incluyendo las que compartía con Olivier. En esas aventuras solo
intervenían unos cuerpos, el suyo, el de Olivier y el de una mujer; en
ocasiones una desconocida, en ocasiones una fiel compañera del sexo entre
tres.
En esos encuentros no eran importantes los besos ni las sonrisas.
Solo el sexo, la lujuria, el placer, y en ocasiones las risas. Una vez que
terminaban, no había nada en lo que pensar ni nada que sentir. Quizás
algún comentario entre él y Olivier, pero efímero.
Con Emma no era así. ¿O sí? ¿Qué había en su interior? Quizás era
el deseo de algo nuevo, quizás un vínculo que no tenía por qué ir más allá,
aunque fuera distinto a otros vividos. Quizás solo se trataba de un
conflicto en el que estaba confundido, o quizás solo resultaba atractivo por
ser novedoso.
¿Y si era…? ¿Y si se había…?
¡Maldita sea! Ni siquiera era capaz de pronunciar la palabra,
aunque solo fuera mentalmente. Todos aquellos sentimientos hacia
Olivier, todos esos vacíos en el estómago, el mal humor… Todo eso era
nuevo para él y no estaba resultando precisamente muy placentero. ¿Era
esa la puerta hacia un lugar que le iba a proporcionar más de esos
momentos que de los buenos?
Pero esa no era la cuestión. Él solo quería saber hasta qué punto se
llamaban sentimientos, hasta qué punto le importaba; quería saber si era o
no, si era pasajero, si era irreversible, si siempre dolía, si….

Jaime se sentó una vez más en el sofá y ocultó el rostro entre sus
manos. La frente y la nuca desprendieron un sudor frío e incómodo que le
alteró todavía más.
No había sido capaz de llamarla, la había esquivado con varios
mensajes y excusas sobre su trabajo y su guardia.
No podía seguir así. Tenía que dar un paso, probarlo, aunque eso le
condujera derechito al mismísimo infierno.
Cogió el móvil y tecleó un mensaje dirigido a Emma:
Hoy podríamos vernos en mi casa. ¿Te apetece probar algo nuevo?
54
Emma dio dos vueltas frente al espejo. Ese día le había puesto más
empeño que nunca a su aspecto. Quería estar especialmente guapa para el
doctor.
Eligió una blusa de color azul claro y un pantalón negro, algo
ceñido, que le quedaba como un guante. También se había decantado por
unos zapatos de tacón no demasiado altos, y un abrigo claro ajustado.
Se recogió el pelo en un moño bajo muy despeinado y se aplicó
una ligera capa de maquillaje, máscara de pestañas, y un rojo subido para
los labios.
Se sentó en el borde de la cama para acabar de ajustarse los
zapatos y sonrió al ver el resultado en el espejo de la puerta del armario.
Le había sorprendido tanto la propuesta del doctor, que por un
momento pensó que no podría acudir, debido al estado de nervios que la
invadió. Pero una buena ducha y la emoción de haber recibido noticias
suyas hicieron que fueran desapareciendo.
Desde que volvieron de la casa de la montaña lo había encontrado
extraño. Incluso allí tuvo momentos que Emma no consiguió entender.
Desde que Irene se marchó, solo recibió caricias y cuidados de él.
Se sintió como una muñeca de porcelana en sus brazos, siempre atento a
cualquier rasguño que la pudiera lastimar. Cercano, atento, complaciente.
A veces lo había sorprendido mirándola como si la adorara, como si fuera
lo más sagrado que él había visto nunca. Así se sintió, pero solo por
momentos. Conforme fue avanzando el fin de semana su actitud fue
cambiando. A veces parecía contento y a veces de mal humor. Fueron
constantes sus cambios, como si hubiera algo que le tuviera preocupado y
cuando le venía a la cabeza se hundía.
Hablaron de todo lo ocurrido con Irene, con detalles. Él le pidió
mil veces, aunque ella prefería dar por terminado el tema, que le contara
todo lo que sucedió cuando se enfrentó a ella. Hablaron de Versus y de su
nuevas ocupaciones desde que no estaba Daniela; de los dibujos de Blanca,
de cómo los recuperó; de Olivier y lo bien que se había portado con ella,
de Víctor y el incidente, de Adrien y sus disculpas…
Nada parecía fuera de lo normal, pero sus cambios de humor
aparecían de la nada y Emma no consiguió encontrar explicación. En algún
momento le llegó a preguntar, pero las respuestas siempre eran frías y
secas, por lo que Emma optó por no volver a hacerlas.
En algún momento le pareció que si ella mencionaba a Olivier, él
adoptaba una actitud defensiva, pero no pudo encontrarle lógica a ello. ¿Le
molestaba? ¿Algo parecido a celos? No, no tenía sentido. Olivier era su
amigo, y también su jefe, y su relación había empezado a ser más estrecha
tan solo unos días atrás. Pero eso era algo que el doctor sabía, ella nunca le
había ocultado nada. Ahí no había nada que rascar. Si él le hablaba de
Olivier de forma habitual, explicándole anécdotas de convivencia, ella se
las contaba de su trabajo. Era lo normal.
Quizás se estaba engañando a si misma pensando que el doctor
podía nadar entre emociones propias de una relación de pareja. ¡Qué ilusa!
Eso era algo que en los últimos días había empezado a pensar, pero no
debía ni siquiera planteárselo. Llevaban meses viéndose, pero su relación
no iba más allá de salir a correr juntos, alguna cena en su casa, mucha
cama, y alguna escapada, aunque estas siempre habían sido por
circunstancias muy concretas.
No, no era el momento de pensar en eso. No quería hacerlo, no
deseaba afrontar eso. Llevaba días dándole vueltas y siempre había evitado
seguir por ese camino, y ese preciso instante no era el mejor para
sucumbir a ello.
Cogió aire y lo expulsó lentamente. El doctor había estado ahí,
cerca, en momentos complicados, lo había sentido como si fuera una parte
de ella misma, una extensión, pero luego se escabullía y era difícil de
encontrar.
Lo sentía cada vez que estaban desnudos, que las palabras no eran
necesarias, que las miradas y los movimientos eran libres, que la
imaginación era siempre bienvenida y alabada. Lo sentía en esos
momentos, en los de intimidad, en los que todo valía. Cosas nuevas… Eso
era lo que él le repetía constantemente. ¿Te gusta probar cosas nuevas,
Emma? Y ella jamás decía que no, porque así era, porque todo lo que él le
mostraba y todos los lugares a donde la llevaba le hacían perder la razón.
Para ella todo era nuevo, cualquier pequeño detalle que él
propusiera ella no lo había experimentado jamás. Con Álvaro, la única
relación seria que había tenido, no había incluido ni un solo elemento que
pudiera parecerse a lo que estaba viviendo con el doctor, excepto lo más
básico y crudo del sexo, claro está.
Todavía recordaba las palabras de Irene antes de salir de su casa
para siempre. Le insinuó que Álvaro no había estado unos meses con otra
mujer, como ella creía, sino que había sido durante toda su relación. Y al
parecer no le faltaba razón. Unas horas después de marcharse, cuando su
rabia debió llegar al punto más alto, le envió un mensaje con una captura
de pantalla de una red social de una mujer. Era la novia de Álvaro,
reconoció sus rasgos, aunque en la única ocasión que la había visto, no
pudo observarla con detalle. Era una simple imagen de esas que se suben a
las redes sociales, en las que aparecían los dos juntos y sonrientes. Pero
Irene no era eso lo que quiso resaltar, sino el texto que la acompañaba. Un
texto en que decía que celebraban un año y medio juntos. Vaya, al menos
no había sido ella la única engañada. Eso solo significaba que Álvaro
empezó su otra relación con esa mujer a los pocos meses de iniciarla con
ella. Por lo tanto solo estuvieron juntos y solos unos cinco o seis meses, si
es que no había otra más, claro está.
Si ella hubiera sido aficionada a las redes sociales quizás habría
visto algo más, pero lo dudaba, a no ser que hubiera sido una imagen de lo
más detallado. Si no fue capaz de darse cuenta de todas sus mentiras,
tampoco lo habría hecho con las redes sociales. Además, que ella supiera
Álvaro no las frecuentaba, pero ya no podía dar nada por sentado. El caso
era que Irene sí lo sabía, hasta sabía quién era esa mujer, sino no le habría
enviado esa captura, o puede que lo descubriera más tarde.
¡Qué más daba! Estaba claro que Irene había sido una gran
decepción, pero después de desahogarse con el doctor en la casa de la
montaña parecía que ese tema había desaparecido. Ya no volvería a saber
de ella, le había bloqueado todos los accesos y ya no podría ponerse más
en contacto con ella.
Tras recibir el mensaje con la captura, el doctor le había pedido
que la bloqueara pero que antes de hacerlo le dejara claro que si recibía un
nuevo mensaje con otro número la denunciaría formalmente. Y así lo hizo,
le pareció buena idea; al parecer, hasta ese momento, había funcionado.
El doctor se mostró reticente a creer que no daría más señales de
vida, pero ella conocía a Irene, al menos lo suficiente como para saber que
el mensaje de la captura solo había sido un intento de confirmar sus
palabras, de dejarle un último regalo que le doliera. Y se lo agradecía, la
verdad, al fin y al cabo saber que había vivido toda una mentira con
Álvaro no le importaba, era bueno saberlo, pero de ahí a que se produjera
lo que Irene pretendía: daño, había mucho recorrido. Ese hombre ya era
pasado desde hacía mucho tiempo, probablemente antes de lo que ella se
imaginaba.
Sabía por qué lo había seguido hasta Madrid, ya lo sabía, y eso,
aunque no estaba orgullosa, era algo que reafirmaba lo poco que le
importaba. Era pasado, y el pasado, como muchos otros episodios de su
vida, no le atormentaba. Todo tenía su momento, y una vez que muere pasa
a otra dimensión, especialmente si es doloroso.
Pero el doctor no lo era, era presente y muy vivo todavía. No podía
perder más tiempo con todas esas inquietudes sobre su actitud, era un
hombre especial, y cada vez lo iba conociendo más; quizás algún día
consiguiera entender lo que se cocía en su interior. De momento, tenía una
cita con él en su casa, algo que le había emocionado mucho. Se moría de
ganas por saber dónde vivía y por dar un paso más con él. No sería franca
si no admitiera que en más de una ocasión lo había pensado y le había
dolido que no se la enseñara, pero el hecho de vivir con Olivier
seguramente lo había dificultado.
El caso es que ese día Olivier debía estar fuera y él había decidido
abrirle una puerta de su vida, su casa, su hogar, el reflejo de su intimidad y
su privacidad. Y también para probar algo nuevo…
Esa idea la hizo sonreír.
Cogió su bolso, se dio un último vistazo en el espejo y salió por la
puerta con una sonrisa. No quería darle más vueltas a todo ese asunto,
había estado algo triste esos últimos tres días por no poder ver al doctor y
quería aprovechar que eso estaba a punto de cambiar.
Mejor era pensar que iba a visitar su casa, y que quería que probara
algo nuevo; mucho mejor pensar en eso y no en que se había enamorado de
él locamente.
«Enamorada, Emma», se dijo al cerrar la puerta. Esa era la palabra.
55
Ese barrio se parecía poco al suyo. Eso fue lo que pensó Emma
cuando localizó el portal donde vivía el doctor. Un lugar privilegiado, no
solo por encontrarse en el centro de la ciudad, sino por el tipo de edificios
que lo formaban. Una zona residencial rodeada de comercios de lujo;
edificios con fachadas señoriales con un gran peso de historia.
Pensó decepcionada en lo poco que conocía al doctor, ni siquiera
sabía en qué parte de Madrid vivía hasta ese día. Nunca se lo había
preguntado, y él nunca se lo había mencionado. Le había hablado de su
casa en alguna ocasión, pero nunca le había dicho que se encontrara en un
barrio de esas características; solo le dijo que perteneció a sus bisabuelos
y que él lo había reformado años atrás.
Siempre había imaginado que sería un lugar como ese, a juzgar por
el tipo de vida que creyó adivinar que llevaba. Él mismo le había hablado
de su herencia, y de su trabajo como una actividad puramente vocacional.
Estaba claro que no mentía.
Tras pasar el control del conserje se dirigió a la última planta
utilizando el ascensor. Antiguo y sofisticado. Fue lo que pensó al verlo.
Solo tuvo que pulsar el timbre un segundo y esperar otro para
encontrarse con la figura sonriente del doctor.
Sin invitarla a pasar, la observó de arriba abajo hasta el punto de
llegar a ruborizarla. Ni ella dijo nada ni él tampoco. Solo unos segundos
después de la inspección estiró de su brazo y la hizo entrar a toda prisa. La
arrinconó en una pared y la besó con tanta urgencia y necesidad que Emma
pensó que acabaría desmayándose por la falta de aire.
Cuando parecía saciado, la miró fijamente y le dijo:
—Estás increíblemente preciosa.
Emma estaba sorprendida de su forma de actuar. Parecía cercano,
pero había algo en él que hacía que no estuviera allí al cien por cien.
—¿Quieres tomar algo?
—Quiero, doctor.
—¿Vino?
—Vino.
—La cogió de la mano y la guio a lo largo de un pasillo que
parecía no tener fin. A ambos lados había varias puertas que supuso debían
conducir a las habitaciones o a los baños. Estaba impresionada de las
dimensiones de aquel lugar.
Desembocaron en un pequeño salón muy luminoso con grandes
ventanales, en cuya esquina se encontraba una moderna y sofisticada barra
de bar. Era una estancia acogedora en la que se mezclaban con muy buen
gusto elementos modernos y antiguos: sofá, sillones, libros, barra de bar,
un pequeño piano… Todo parecía perfectamente ordenado y limpio.
—Ahora entiendo por qué ya no vienes a correr conmigo.
Jaime se giró con las cejas alzadas abandonando por un momento
la tarea de servir unas copas de vino.
—Debes correr aquí, hay kilómetros suficientes.
Jaime se echó a reír.
—Son dos apartamentos juntos. Es muy grande. Aquí es donde
hacemos más vida, hay dos salones más, seis dormitorios, tres baños, dos
terrazas, y dos cuartos más.
—Y cocina…
—Sí, cocina. La usamos poco y la había olvidado —dijo sonriendo.
Jaime se acercó con las dos copas y consultó su reloj.
—¿Quieres que te lo enseñe?
Emma bebió un pequeño sorbo y buscó con la mirada un lugar
donde dejar la copa. Jaime le señaló una pequeña mesa que había junto a
ella.
Al ver que no contestaba volvió a insistir.
—¿Quieres verlo o te aburren esas cosas?
Ella se acercó a su oído para susurrarle:
—¿Dónde tienes pensado follarme?
Jaime sonrió. Le dio un trago a la copa y volvió a consultar el
reloj. La cogió de la mano y la guio por otro pasillo que se desviaba del
anterior hasta un dormitorio que debía tener tantos metros cuadrados como
el apartamento de Emma.
Debía ser luminoso, pero las persianas estaban bajadas y solo había
un tenue rayo de luz, tan pequeño que apenas podía distinguir el rostro del
doctor.
La guio hasta la gigantesca cama y se detuvo delante de ella.
Acercó sus labios a los de Emma lentamente. Era una velocidad
calculada, la que permite saborear e imaginar el contacto cuando está a
punto de producirse. A pesar de la oscuridad, Emma fue notando cada
milímetro que él avanzaba hasta llegar a fusionar sus labios. Aquello no
fue un beso como los demás, aquello fue una forma de acoplar dos partes
en una hasta el punto de no encontrar retorno. Pero se separaron para que
él pronunciara unas palabras que le llegaron al mismísimo centro del
alma. Fue su tono, su angustia, su forma de pronunciarlas, como si la vida
se le escapara con ellas:
—Emma… ¡Dios mío, Emma...!
Le acunó el rostro entre sus manos y de nuevo la saboreó a placer.
Se detuvo para mirarla a los ojos, que ya se habían adaptado a la
oscuridad. No supieron que decirse, pero fueron capaces de sentir, mucho
más de lo que ya habían imaginado que eran capaces.
Las siguientes palabras de Jaime no fueron directas al centro del
alma, sino al pecho, haciendo que por unos segundos Emma se tambaleara.
—Emma le he pedido a un amigo que se una a nosotros. Si no
quieres se lo diré.
Ella abrió mucho los ojos intentando procesar lo que había
escuchado, e intentando que su pecho gestionara el impacto.
—¿Qué… quieres decir?
—Sé que te gusta probar cosas nuevas, y he pensado que te
gustaría vivir esta experiencia. Seremos tú y yo, y él se unirá a nosotros.
Solo tienes que disfrutarlo, yo voy a estar aquí, en todo momento,
contigo…
A Emma le empezaron a temblar los labios, no era capaz de pensar
con claridad, aquello había sido algo tan inesperado que su cerebro se
negaba a procesarlo debidamente.
—Yo… yo nunca, no sé…
—No tienes que hacer nada, nosotros lo haremos, solo tienes que
dejarte llevar. Es una nueva experiencia, otra dimensión. ¿Te apetece? Si
no quieres solo tienes que decirlo y le diré a mi amigo que no. Está a punto
de llegar.
Emma intentó separarse de él, que la tenía rodeada con sus brazos
por la cintura, pero él hizo un movimiento para que lo mirase a los ojos.
—¿Por qué no me lo has dicho? —logró decir.
—Era una sorpresa.
—¿Tú lo deseas?
—Claro, quiero vivirlo contigo.
—Yo…
—Emma… —susurró él apoyando su cabeza en su hombro.
Volvieron a mirarse. Emma asintió tímidamente con la cabeza. Él
la besó suavemente y la invitó a sentarse en el borde de la cama.
—Vuelvo en un minuto. Volveré solo, luego él se unirá a nosotros.
Emma volvió a asentir por inercia, ni siquiera se dio cuenta de que
lo había hecho.
Cuando escuchó los pasos del doctor alejarse empezó a temblar. No
podía pensar, no podía. Cogió aire y lo expulsó lentamente. Lo hizo dos
veces más hasta sentir que su cabeza estaba mejor colocada, ya no flotaba.
¿Él quería compartirla con alguien? ¿Qué había sido aquello del
principio en que había notado algo diferente en él? Nada. Aquello era
sexo, una nueva experiencia, algo nuevo que probar, tal como él había
indicado.
Dolía y no podía doler, no ahí, no ese día. De salir por la puerta de
su apartamento admitiendo que se había enamorado de él a añadir otra
persona a su intimidad… Había un gran trecho. ¿O no era eso lo que él le
había propuesto? Ella no tenía ni idea de tríos, ni de ese tipo de
experiencias, pero estaba claro que debía de ser algo así.
Los pasos volvían a acercarse y decidió que la única manera de que
aquello no doliera era seguir adelante. Se estaba equivocando, lo presentía,
aquello requería una seguridad y un convencimiento que ella no sentía en
ese momento. Necesitaba tiempo para procesar lo que estaba ocurriendo
en ese momento y no lo tenía. Solo contaba con unos segundos y tenía que
decidirse. Algo empezaba a quemar dentro de ella, era consciente de que
aquello no era lo que ella esperaba, pero si algo aún le dolía más era
separarse de él en ese momento. ¡Qué locura! Ahí delante había una
realidad y la iba a mirar de frente, esa vez no apartaría la mirada. Fuera lo
que fuera lo que iba a encontrar quería verlo de cerca.
56
¿Siempre había sido tan largo el pasillo? ¿O es que nunca se le
hizo tan insoportable atravesarlo? Quizá porque nunca había sentido que
se dirigía al mismísimo infierno.
Ya estaba hecho. Jaime acababa de organizar el encuentro, en
pocos minutos se produciría. Esperaba que Emma no se hubiera echado a
atrás. Tal y como había imaginado, para ella había sido una propuesta
demasiado impactante, lo había visto en sus ojos, y en el temblor de su
cuerpo. Había aceptado casi por complacerlo a él, al menos esa era la
impresión. Y si era así, ¿en qué lo convertía eso a él? En un desalmado.
Solo era sexo, solo eso. Una nueva experiencia, una de tantas, una
de las muchas que había tenido. Solo se aseguraría de que Emma estaba
segura. Disfrutarían de la experiencia y él podría abrir su mente.
La encontró sentada, en la misma posición que la había dejado.
Dejó la puerta entreabierta y se colocó de cuclillas delante de ella. Le
levantó la barbilla con la mano y se encontró con una expresión distinta,
más dura, más ruda, más fría.
—Se unirá a nosotros en unos minutos. ¿Has cambiado de opinión?
—No —dijo fríamente, pero sus labios la delataron al temblarle
ligeramente y mostrar que no estaba tan segura como aparentaba estar.
Jaime le cogió la mano para que se levantara y le fue dando la
vuelta para que quedara de espaldas a la puerta. La besó suavemente.
—Emma… —Se escuchó como si fuera una súplica, una palabra
desgarrada que salía de algún lugar profundo.
Emma solo logró decir:
—No me dejes sola…
—No lo voy a hacer, confía en mí.
Esas palabras calmaron a Emma, y fueron un elixir a la hora de
escuchar pasos tras ella. Por unos segundos la estancia se iluminó más,
pero fue el tiempo que el desconocido empleó en abrir ligeramente la
puerta, antes de volver a entornarla. Cerró los ojos ante lo que estaba a
punto de empezar.
Sintió una figura en su espalda que se fue acercando hasta estar
casi pegado a ella. Jaime le tenía cogidas las manos y se inclinó para
besarla.
Emma atendió el beso presa del miedo, mientras sentía una mano
que le acariciaba la espalda, descendiendo hasta su cintura. Las manos del
doctor desabrocharon su blusa y las del otro hombre se encargaron de
deslizarla por sus hombros y por sus brazos hasta quedar desnuda de
cintura para arriba, solo cubierta con el sujetador.
Las manos del desconocido deshicieron su moño hasta que el
cabello cayó en cascada por su espalda. Sintió sus manos apartándolo
hacia un lado y besando el lugar que había cubierto hasta ese momento.
Emma no podía pensar, sintió ganas de correr, pero sus pies
parecían anclados al suelo. No tuvo valor para mirar al doctor, que sabía
que no dejaba de observarla.
Las manos que le acariciaban la espalda eran delicadas, suaves, y
lo hacían como si estuvieran trabajando sobre una obra de arte de
incalculable valor. No podía decir que no le gustara sentir esas caricias,
aunque no fueran de las manos del doctor.
Emma notó las manos desconocidas dirigirse hacia su sujetador y
desabrocharlo, en esa ocasión bruscamente como si le hubiera entrado
prisa.
A pesar de estar frente al doctor y que solo él podía mirarla de
frente sintió como si estuviera desnuda en medio de un campo de futbol.
Un escalofrío le recorrió la columna vertebral y se detuvo en el centro de
su cabeza. Sintió punzadas de dolor.
Emma se atrevió a mirar al doctor que acariciaba sus pechos con el
dorso de la mano. Se cruzaron sus miradas y, a pesar de la oscuridad, pudo
distinguir su característica mirada fría, la del doctor inmortal. ¿A quién se
estaba enfrentando?
Las manos que había en su espalda la abrazaron por la cintura y se
dedicaron a desabrocharle el pantalón y a bajar la cremallera. Una de ellas
se coló entre su piel y sus bragas, le acarició suavemente y salió.
Emma, a pesar de conservar sus pantalones, se sintió desnuda de
verdad, pero antes de que pudiera seguir pensando en ello los labios del
doctor la inundaron de nuevo y luego se detuvieron para sonreírle. A
continuación le fue dando la vuelta lentamente y Emma se encontró con
otros labios que la empezaron a besar suavemente.
Una alarma estalló en su interior, abrió los ojos e intentó fijarse en
el desconocido. La oscuridad no le permitía distinguir más que una silueta
muy alta, tan alta como la del doctor, pero unos segundos después
distinguió unos ojos que le resultaron familiares. Tuvo que hacer un
esfuerzo para identificarlo, pero lo hizo. ¡¡¡Olivier!!!
Emma emitió un sonido cercano a un jadeo y dio un paso atrás
deteniéndose con el cuerpo del doctor. Se dio la vuelta y lo miró
horrorizada.
Olivier se quedó paralizado mientras buscaba la mirada de su
amigo. ¿¡¡¡Emma!!!?
—¿Algún problema? —preguntó el doctor con frialdad.
Ambos callaron. Emma seguía con la mirada fija en él. Se cubrió
el pecho con los brazos, se sentía asquerosamente expuesta y humillada.
Apartó de un empujón al doctor mientras las lágrimas empezaban a correr
por sus mejillas y se lanzó a rescatar su blusa, una labor complicada
debido a la oscuridad, aunque afortunadamente no le había impedido
reconocer a Olivier cuando lo tuvo de frente. Sintió algo más de luz
cuando Olivier abrió ligeramente la puerta y la localizó. Salió corriendo de
la habitación empujando también a Olivier que le obstaculizaba la salida.
Corrió por el pasillo y se coló en la primera puerta que fue capaz de
distinguir.
Olivier encendió la luz. Los dos amigos se miraron fijamente sin
decir nada. En menos de un minuto Emma entró a toda prisa, ya vestida, y
se lanzó a coger sus zapatos. La máscara de pestañas manchaba el
contorno de sus ojos y le dejaba un reguero de color negro a lo largo de la
mejilla a causa de las lágrimas, que corrían desbocadas.
Antes de salir, Emma se giró para mirar al doctor, que permanecía
inmóvil y pétreo. No salió ningún sonido de su garganta, pero sus labios se
movieron y el doctor pudo leerlos:
—¿Por qué?
Él cerró los ojos, cuando los abrió Emma ya había salido de la
estancia. Poco después se escuchó el sonido lejano de un portazo.
—Emma… —susurró, pero era imposible que ella pudiera oírlo.
Olivier seguía plantado sin articular movimiento ni palabra. Salió
del dormitorio y se dirigió al salón.
Jaime se sentó en la cama y se cubrió el rostro con las manos.
Cuando levantó la cabeza se enfrentó a su amigo que había vuelto a entrar.
—¿De qué cojones va esto? ¿Por qué no me has dicho que se
trataba de Emma?
—¿Qué habría cambiado?
—¿Cómo? Emma trabaja conmigo, Jaime. ¿En qué cojones estabas
pensando?
—Pensé que te gustaba, tú mismo me lo dijiste.
—Ella tampoco sabía que era yo. ¿A qué has jugado? Ha debido
pensar que yo lo sabía —Se paseó de un lado a otro—. Joder, Jaime,
explícame esta puta situación.
—Se lo propuse y aceptó, nada más —Su voz era fingidamente
calmada.
—¿Ella sabía que era conmigo?
—No. Era una sorpresa, pensé que os gustaría.
—Vete a la mierda, Jaime. Joder, es mi ayudante, y la de Daniela
—gritó—. La veo cada día… ¿Qué esperabas, que me la tirara y que
mañana me pusiera a trabajar con ella como si nada hubiera pasado?
¿Después de haberla tenido en medio de los dos? ¿Es que no lo has
pensado?
—No, yo no tengo ese vínculo con ella, solo me apetecía tirármela.
—Pues haberlo hecho, pero no conmigo, cabrón…, no conmigo —
Se pasó la mano por la cabeza—. Genial, Jaime. Ahora Emma ya me
conoce mejor, ahora sabe que hago tríos con mi mejor amigo.
Se dio la vuelta y salió aireado.

Jaime apretó los puños. Le llamó la atención una prenda que


aparecía semioculta bajo la cama: el sujetador de Emma. Lo cogió
lentamente, como si se fuera a romper. Lo hizo un ovillo y cerró los ojos.
No recordaba haberse sentido así jamás. Se levantó de un salto y se dirigió
a la ducha, allí permaneció durante al menos una hora.
No podía apartar de su mente la mirada de Emma ni las palabras
que había susurrado. «¿Por qué?».
—Porque necesitaba saber si era capaz de sentir lo mismo que he
sentido siempre que he estado en una situación como esa —susurró en voz
alta mientras el agua le corría por el cuerpo—, porque no quería que me
importaras, porque tengo miedo…
Nunca en toda su vida se había sentido tan miserable.
Olivier tuvo la misma necesidad que Jaime: sumergirse bajo el
agua caliente. Estaba tan enfadado que no sabía cómo debía actuar. No
entendía que Jaime hubiera hecho algo así. Emma era una trabajadora de
Versus, se veían a diario, trabajaban codo con codo. ¿Cómo se había
atrevido a meterla en su intimidad de esa manera? Debió preguntarle,
debió decirle de quién se trataba para que él fuera libre de decir que no.
Cuando llegó a casa no esperaba que Jaime estuviera en su
dormitorio con una mujer y mucho menos que le propusiera unirse a ellos,
ya que cuando eso sucedía solían planearlo antes, excepto en alguna
ocasión improvisada que recordaba, pero que era muy distinta a lo que ese
día había sucedido.
Sabía que Emma y Jaime eran amigos, si planeaban acostarse o no
era asunto suyo, a él poco le debía importar, pero Jaime no podía meterlo a
él. ¿En qué momento había pensado que él tenía relaciones con las
personas con las que trabajaba? Era algo que nunca hacía. Eso solo trae
problemas y Jaime lo sabía. De hecho es algo que él también mantenía con
mucha disciplina; jamás había tenido ninguna aventura de ninguna clase
con una compañera de trabajo del hospital. Quizás algún lio con alguna
que se hubiera marchado o que trabajara en otro centro, pero nunca si
podía cruzársela por el pasillo o sentarse a su lado para trabajar.
¿Por qué había hecho Jaime algo así? La oscuridad no le permitió
verla, de espaldas era imposible que la reconociera, pero ella había creído
que él lo sabía, lo había visto en esa mirada, como si hubiera visto un
fantasma.
¿Cómo la iba a mirar al día siguiente a los ojos? Emma debía
pensar que lo habían planeado entre los dos y que para él debía ser normal
traer a casa a empleadas y meterse en la cama con ellas junto a Jaime.
Pero ¿qué le pasaba a Jaime? Era el tío con más autocontrol que
conocía, no solía dar pasos en falso.
Al día siguiente hablaría con ella, si es que se presentaba al
trabajo… Emma le caía bien, pero nunca se le había pasado por la cabeza
tener un lío con ella.
Si Adrien o Daniela se enteraban le harían la vida imposible
durante un par de siglos. Esperaba poder aclararlo con ella, aunque no
tenía claro que ella le creyera. Parecía que le hubieran preparado una
emboscada.
Lo que le extrañaba es que hubiera aceptado la propuesta de Jaime,
ni para estar solos ni para incluir a nadie más. Creía que eran solo amigos.
Olivier cerró los ojos e intentó poner la mente en blanco. Detrás de
todo eso había algo muy raro, algo que solo Jaime podía saber y que
esperaba que le explicara. Hacía algún tiempo que lo venía observando y
parecía inquieto y de mal humor.
Olivier no pudo despejar su cabeza, las imágenes de Emma no
dejaban de aparecer. Su espalda, el tacto de su piel…
No, no podía seguir por ese camino, no podía admitir que cuando
Emma se dio la vuelta y la reconoció, la deseó más que cuando estaba de
espaldas. ¡Lo que le faltaba!
57
Debía ser el destino el que hizo que esperara un poco más para
ponerse en contacto con Natalia. Estaba dispuesta a llamarla para decirle
que estaba enferma y no podía ir a Versus, pero el mensaje de Daniela
anunciándole que se incorporaba al trabajo la hizo desistir.
Emma no estaba en condiciones de ir al trabajo, no después de no
haber sido capaz de cerrar los ojos en toda la noche, pero antes o después
tenía que hacerlo y el hecho de que Daniela estuviera lo cambiaba todo, no
tendría que enfrentarse a Olivier a solas.
Se alegraba de que las únicas lágrimas que fue capaz de expulsar
fueran en casa del doctor, de ahí en adelante ni una más, de lo contrario,
por mucho que hubiera querido, no habría podido presentarse en Versus,
sus ojos la hubieran delatado, hinchados a causa del llanto.
Y es que las lágrimas fueron sustituidas por rabia, y por un dolor
que no era visible, se encontraba en sus profundidades y solo ella podía
saber que estaba allí.
No podía dejar de pensar en la mirada del doctor ni en su pose fría
y distante. ¿Por qué le había hecho algo así? Estaba claro que ella le
importaba poco, que sus encuentros solo se basaban en el deseo de sexo y
el de un poco de compañía para entretenerse. Había creído que había algo
más entre ellos, pero solo había sido su deseo de que así fuera.
Él no era responsable de lo que ella pudiera desear o imaginar,
pero no era necesario dar un giro como aquel para poner fin a sus
encuentros, que seguramente fuera ese el motivo por el que lo había hecho.
Días atrás lo había notado distinto, de la cercanía a la lejanía en
cuestión de segundos. O se desvivía por saber cómo se encontraba y por
consolarla en medio de todos los conflictos que tuvo con Irene, o se
mostraba como un iceberg a la deriva, que poco le importaba lo que podía
llevarse por delante.
Se habrían divertido mucho Olivier y él planeando ese encuentro.
Seguramente debieron disfrutar imaginando cómo reaccionaría ella y hasta
dónde estaba dispuesta a llegar. ¿Era ese el motivo por el que Olivier se
había mostrado tan atento con ella? ¿Estaban preparando su juego? Si no
fuera porque se mostraba así con todo el mundo habría pensado que sí, y si
no fuera porque le parecía desmesurado urgir un plan como ese,
mezclando el trabajo, solo por una noche de sexo, también lo habría
creído. Pero por absurdo que fuera todo aquello, algún sentido tenía que
tener, pero era para ellos, porque para ella no tenía explicación alguna.
No sabía bien quién había sido el autor de la idea, probablemente
había sido su querido doctor, y eso era algo que le dolía mucho más; si
había sido Olivier todavía lo entendía menos: era su jefe. ¿Qué clase de
sentido tenía aquello? Por vueltas que le diera solo era capaz de ver a dos
amigos acostumbrados a divertirse de esa manera un día sí y otro también.
El doctor debía querer acabar con sus encuentros y no sabía cómo
decírselo, así que debió plantearle a Olivier un trío, y al parecer les
pareció de lo más normal.
El doctor tenía que saber que cuando ella se diera cuenta de que se
trataba de Olivier se iba a sentir mal. ¿O había pensado que le iba a
gustar?
Eran muchas las posibilidades, muchas las cosas que ella
desconocía y no podía seguir intentando encontrarle sentido. Solo ellos
sabrían por qué habían montado una situación así sin decirle antes quién
iba a participar en ella.
Que se tratara de un desconocido, amigo del doctor, ya le produjo
cierta inquietud, pero era solo eso: un desconocido. Que se tratara de
Olivier ya era otra cosa muy distinta. ¿Qué era lo que no sabía? Allí había
algo raro. O eso, o ella apenas se enteraba de cómo funcionaba el mundo.
En cualquier caso lo que más le dolió fue sentir el deseo del doctor por
compartirla en la cama con otra persona. Esa era la palabra, por mal que
sonara: compartirla.
Todo había cambiado en pocas horas. Todo. Y si lo ocurrido le
dolía, aún le dolía más sentir que no había sido capaz de negarse, de
decirle al doctor que hiciera un trío con su sombra…
Una vez más aparecía esa sensación de no ser capaz de afrontar las
cosas cuando las tenía delante. Tenía que haberle dicho lo que pensaba,
aún sin saber que se trataba de Olivier. ¿Qué clase de «probar cosas
nuevas» era eso de meterse en la cama con el doctor y un amigo? ¿No
había dado el doctor un salto demasiado grande? Quizás con el tiempo, y
quizás si ellos hubieran tenido una relación diferente, pero no en esas
circunstancias.
Su trabajo no iba a ser el mismo, al menos durante un tiempo, eso
si es que era capaz de conservarlo. No sabía qué intenciones tenía Olivier
ni a qué se tendría que enfrentar.
Y en cuanto al doctor, quizás algún día dejaría de doler tanto.
Presumía que no sería igual que con Álvaro.
En su mente apareció la imagen que le envió Irene de su novia en
las redes sociales. Estaba claro que los hombres que aparecían en su vida
tenían cierto interés por compartirla con otra persona, ya fuera con una
relación paralela, ya fuera con un amigo para meterse todos juntos en la
cama.

Llegó el momento de entrar en Versus, no podía posponerlo más.


Se dirigió directamente a su despacho y comprobó, decepcionada, que
Daniela no se encontraba allí.
Intentó centrarse en los documentos que había sobre su mesa.
Natalia apareció unos minutos después para entregarle unas notas que
Daniela le había hecho llegar para que se pusiera con ellas cuanto antes.
Le decepcionó saber que estaba reunida y que hasta unas horas
después no podría hablar con ella.

Decidió tomarse un descanso, lo había estado evitando durante


horas para no entrar en la sala del café y encontrarse con Olivier. No tuvo
suerte. Todavía no había dado el primer sorbo cuando lo vio llegar.
—¡Buenos días! —dijo con su característica simpatía. El mismo
tono de siempre.
—¡Buenos días! —logró decir ella sin atragantarse.
Emma se dirigió a la puerta y desapareció sin decir nada más, no
había sido capaz de mirarlo a los ojos y necesitaba salir de allí cuanto
antes. El recuerdo de la noche anterior le golpeó de nuevo en el pecho, y
cada vez los embistes dolían más.
Cuando entró de nuevo en su despacho descubrió que Olivier la
había seguido.
—Emma, tenemos que hablar.
—¿De qué?
—De lo de ayer.
—No tenemos nada de qué hablar —dijo ella fingiendo estar
ocupada.
—Yo no sabía nada, absolutamente nada. De lo contrario no…
Emma lo miró por primera vez.
—Déjalo, por favor.
—Emma… —dijo cerrando la puerta que se había quedado
entornada.
—Olivier, esto es muy bochornoso para mí, no creo que sea
necesario comentarlo, ni que haya nada que aclarar. Por favor… si no se
trata de trabajo te agradecería que no dijeses ni una sola palabra más.
—Emma, escúchame
—Por favor…
Olivier la observó y salió de su despacho molesto. No era eso lo
que esperaba, estaba claro que no le había creído.

Emma suspiró y miró hacia el techo buscando fuerzas para afrontar


esa nueva etapa. Eso no podía acabar bien. Estaba claro que no iba a
permanecer mucho tiempo en Versus, era demasiado bonito para ser real.
58
Hacía días que no observaba la canalera de la fachada de enfrente,
y mucho menos a las seis de la mañana. Tenía que admitir que cada vez le
parecía menos fea, ya se había acostumbrado a ella. Hasta echaba de
menos el chorro oxidado que salía de ella cuando llevaba un tiempo sin
llover.
La llamada que había recibido la tarde anterior le había impedido
dormir; una noche más dando vueltas y más vueltas en la cama. Debía ser
más fuerte de lo que creía, o ya se habría derrumbado del todo.
Se abría un frente nuevo de batalla, y lo hacía sin abandonar la
etiqueta de despropósito.
El día anterior había sido especialmente duro. Sus encuentros con
Olivier cada vez habían ido acumulando más tensión y ni siquiera Daniela,
que estaba especialmente alegre, había conseguido animarla. No se atrevía
ni siquiera a pensar en el doctor, esperaba que al menos se hubiera
molestado en escribirle algo, pero estaba claro que eso no iba a ocurrir.
Lo que no esperaba es estar dando vueltas en su pequeño salón
intentando decidir por última vez si debía o no viajar a Italia, aunque era
tarde para ello. Ya tenía la reserva del vuelo y la maleta casi terminada.
Menuda nochecita había pasado.
Su padre ya no estaba… Marco, su marido, se había puesto en
contacto con ella para decirle que había muerto hacía diez días.
—Emma me ha resultado menos complicado de lo que esperaba
encontrarte. No espero que te acuerdes de mí, solo necesitaba decírtelo,
aunque sé que hace muchos años que no sabías de él.
A Emma no le costó asimilar que su padre había muerto, era una
idea que le había rondado mil veces por la cabeza. No sabía nada de él,
hacía mil años que dejó de ser su padre, por lo tanto no podía estar
destrozada del dolor. Lo único que sentía era tristeza de que esa noticia
llegara en ese momento, cuando más sola se sentía. Nada hubiera
cambiado si su padre siguiera vivo, pero al menos la idea de saber que hay
algún padre por ahí, amortiguaba algo la soledad, aunque solo fuera algo
simbólico.
«Muy mal tienes que estar, Emma, para hacer lo que has hecho»,
se dijo confundida.
Nada más y nada menos que aceptar la invitación de Marco a
visitarlos a él y a su hermano. Sí, un hermano. Un niño de once años que
Marco y su padre habían adoptado cuando nació. No sabía si era
exactamente un hermano, pero si se consideraba hijo de su padre…
técnicamente lo era.
Marco le había enviado una reserva para un vuelo a Nápoles esa
misma tarde. El lunes le hacían un homenaje a su padre y quería que
asistiera. Tras una hora al teléfono habían hecho planes para cuatro días.
¿Había algo más extraño que esa situación?
Llevaba años sin ver a su padre, sin hablar con él, y cuando se
muere, su marido le pide que viaje al sur de Italia y ella acaba aceptando.
Definitivamente sus ganas de huir eran preocupantes, o quizás, en
el fondo, quería poner también un punto y final a esa etapa de su vida.
Tenía que ingeniárselas para que le dieran fiesta en el trabajo. Las
vacaciones de Navidad se empezaban el miércoles y ella pretendía
empezarlas el lunes. Complicado lo veía, pero no había marcha atrás.
Hablaría con Daniela nada más llegar.
59
Emma maldijo en silencio al enterarse de que Daniela no asistiría
ese día al trabajo. Se encontraba en rehabilitación por su hombro y a las
doce tenía una reunión. Le dejó varios mensajes con algunas instrucciones
de trabajo y le deseó un buen fin de semana por si no se veían.
Natalia le había dicho que para ese asunto debía hablar con Olivier,
así que se animó a no darle más vueltas y encarar el asunto.
—¿Tienes un momento?
—Dime —dijo Olivier algo seco. Los dos últimos días había
intentado acercarse a ella, pero Emma le cortó en todas las ocasiones
pidiéndole que lo dejara de una vez.
—Necesito dos días libres.
—¿Para qué?
—Asuntos personales.
—El miércoles empezamos vacaciones durante una semana, hasta
año nuevo. ¿No lo sabías? Deberían haberte proporcionado un…
—Sí, lo sé, lo tengo todo, pero necesito el lunes y el martes.
—¿Qué ocurre?
—Es personal.
—Ya has dicho que era personal, Emma.
—Es importante.
Olivier se apoyó en la mesa con los codos y entrelazó sus dedos.
—Sea que lo que sea tendrá que esperar, llevas pocos días aquí y
estoy seguro de podrá esperar al miércoles. Hay muchas cosas que cerrar
antes de ausentarnos unos días. ¿No tienes suficiente con una semana de
vacaciones?
Emma lo miró llena de tristeza, nada de lo que le ocurría
últimamente tenía sentido. Podía decirle de qué se trataba, pero ya le había
dicho que era importante. Claro que… ¿qué esperaba?
Emma se dio la vuelta para marcharse, pero la voz de Olivier la
detuvo:
—Emma, no podemos seguir así. Este ambiente de trabajo no es
bueno ni para ti ni para mí. No debemos mezclar las cosas.
Ella se giró lentamente y se dirigió a la mesa de nuevo. Se apoyó
con las palmas en ella y le habló desde muy cerca. Ya poco le importaba
nada. Estaba tan dolida y tan confundida…
—Permíteme, señor Abad que me tome solo un pequeño tiempo
para intentar asimilar la situación en la que me encontré el otro día. ¿La
recuerdas? Sí, esa en la que me ibas desnudando, en la que me acariciabas
mientras tu amigo me besaba. Esa que tuvo lugar en un cuarto de juegos
oscuro al que yo no me negué a entrar. Permíteme que intente olvidarme
de vuestro juego y de mi estupidez por no salir antes corriendo, pero
permíteme que sea dentro de un tiempo prudencial, uno que me permita
recuperar mi dignidad; eso lleva su tiempo.
Olivier no fue capaz de decir nada. Ver el dolor reflejado en sus
ojos le hizo pedazos. Sabía lo mucho que le había afectado aquello, igual
que a él e igual que a Jaime, aunque él tuviera la culpa, pero no tanto como
lo que acababa de presenciar.
Emma salió de su despacho algo más aliviada que cuando entró.
No le había dado permiso para ausentarse, pero no pensaba tirar la toalla.
Solo le quedaba marcharse sin más, pero prefería hacer las cosas bien, no
quería más enfrentamientos con nadie. Necesitaba el trabajo, y aunque
parecía que se estaba arriesgando demasiado, especialmente al enfrentarse
así a Olivier, confiaba en que una vez aclarados esos puntos, después de
las vacaciones todo podría volver a la normalidad.
Emma escuchó la voz de Daniela. Uno de los despachos en los que
solía trabajar Emma era contiguo al de ella, incluso se comunicaban. Al
parecer estaba hablando por teléfono. Esperó a no escuchar ningún ruido y
llamó a la puerta.
Daniela le sonrió y le hizo una señal para que entrara. Comentaron
por encima algunos asuntos y Emma abordó el tema que le interesaba.
—Daniela, necesito pedirte algo importante.
—Tú dirás —dijo esparciendo unos dosieres sobre la mesa.
—Sé que es muy pronto para pedirte dos días libres, y sé que el
miércoles tenemos vacaciones, pero me ha salido algo urgente y necesito
permiso para no venir el lunes y el martes.
Daniela la miró sorprendida.
—Si es importante, puedes tomarte esos días libres. Cuentas con
días para asuntos personales, eso ya lo sabes.
—Gracias.
—¿Va todo bien?
—Sí, más o menos. Es un asunto importante, sino no te lo pediría.
—Emma, ¿qué te ocurre?
Emma se tomó un tiempo para responder mientras Daniela la
observaba con gesto preocupado.
—Me voy de viaje a Italia. Mi padre se ha muerto.
Daniela abrió mucho los ojos y se levantó para acercarse a ella, se
sentó en el sillón de al lado.
—Pero… ¡Dios mío! Emma. ¿Por qué no lo has dicho antes? No
deberías estar aquí. No sabes cuánto lo siento…
—A decir verdad no es lo que parece. Yo… hace muchos años que
no sé nada de él, ni siquiera hablábamos, pero… su pareja me ha llamado
y me ha pedido que vaya, quiere hablarme de él y entregarme algunas
cosas.
Emma le ofreció un resumen de la historia. Daniela estaba tan
impresionada que los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Es que esa historia me ha traído muchos recuerdos, Emma.
Algún día te hablaré de mi padre, y de cómo lo conocí, y… de mi familia.
Dedicaron un rato más a comentar el tema y Emma se disculpó
anunciando que no podía quedarse más tiempo o perdería el vuelo.
Tenía tiempo de sobra, pero no soportaba estar más tiempo
hablando de ese asunto.

Antes de dirigirse a la salida del edificio Emma volvió a su


despacho, había olvidado la tarjeta de acceso al parking privado del
edificio.
Antes de cerrar de nuevo la puerta, escuchó el nombre de Jaime.
Daniela estaba hablando con alguien por teléfono. ¿Había dicho Jaime o
solo era su imaginación que no conseguía quitárselo de la cabeza? Podía
tratarse de otro Jaime. Pero la curiosidad hizo que pegara la cara a la
puerta, aunque no se escuchaba con nitidez. Le pareció escuchar la voz de
Olivier y su curiosidad le pudo aún más. Por el sonido parecía que estaban
en el otro extremo del despacho. Si era así solo tendría que abrir un poco
la puerta que comunicaba con los despachos para escuchar algo de lo que
hablaban, le preocupaba que fuera de ella. ¿Qué sabía Daniela?
Un centímetro fue suficiente, pero debía estar atenta a sus
espaldas. Si hacían algún movimiento tendría que cerrar o fingir que había
abierto de golpe, o la sorprenderían. No quería pasar por esa situación.
Hablaron de algo que ella no logro entender, seguramente llegaba
tarde y no volverían a hablar del doctor.
—¿Es algo serio?
—¿Jaime, serio? No lo creo, me dijo que de vez en cuando quedaba
con ella, pero que era algo pasajero.
Emma tragó saliva, estaban hablando de ella.
—¿Y dices que es una compañera de trabajo?
—Sí, una doctora, pero no le des vueltas, Daniela, no es la única,
también me dijo que quedaba con otra de vez en cuando.
Emma suspiró aliviada al entender que no estaban hablando de
ella, claro que tampoco le hizo gracias escuchar que el doctor tenía un
amplio abanico de amantes.
—¿Cuándo vais a dejar de hacer el tonto?
—¿Por qué me metes a mí?
—Porque sois iguales. Qué ganas tengo de que os enamoréis.
¿Todavía os metéis con la misma mujer en la cama?
—Señorita Daniela, me niego a hablar contigo de eso.
—Te crees que no lo sé…

Emma cerró despacio, no podía escuchar más. Seguro que si lo


hacía acabaría vomitando y la sorprenderían. Salió sigilosamente por la
otra puerta del pequeño despacho y se dirigió a la salida de Versus. Le
temblaban las manos, y solo sentía ganas de llorar, de cerrar los ojos y de
dejar de sentir aquella presión en el mismo centro del pecho.
Consultó el reloj. Debía darse prisa o acabaría perdiendo el vuelo.
Eso era mucho más importante que seguir dándole vueltas a lo que había
escuchado. Para ella lo que ocurrió en casa del doctor era algo muy
doloroso, pero para ellos, al parecer, por lo que había escuchado, era una
situación habitual. ¡Qué estúpida había sido al pensar que podía significar
algo más para el doctor!
60
Olivier entró en su casa y se dirigió directamente a su dormitorio.
El fin de semana estaba llegando a su fin y esperaba poder descansar lo
que quedaba de tarde. Salir de fiesta con Nico y con Javier había sido una
gran idea, pero tenía sus consecuencias, y es que siempre que quedaban
para ello acababan destrozados.
La alarma estaba activada por lo que dedujo que Jaime no se
encontraba en casa. En cierto modo se alegró, estaba harto de cruzarse con
él y apenas dirigirse la palabra.
Desde el incidente con Emma, cuatro días atrás, apenas se habían
comunicado. Tanto el uno como el otro habían evitado estar en casa mucho
tiempo y al llegar el fin de semana, el más temido, ambos se cargaron de
planes.
Olivier aceptó la invitación de Nico para salir hasta altas horas de
la madrugada, y se había quedado a dormir en su casa, como en otras
ocasiones hacían cuando salían de fiesta. Y Jaime tenía guardia de noche.
No es que él se lo dijera, sino que lo había visto en el calendario que tenía
marcado en la puerta del frigorífico.
Solo se dirigió a él al día siguiente del altercado con Emma para
preguntarle por ella.
—¿Ha ido Emma hoy a trabajar?
—Sí.
—¿Habéis hablado?
—No, lo he intentado, pero me ha pedido que no lo hiciera.
—Bien.
Esa fue toda la conversación que mantuvieron en días. Olivier
seguía enfadado con él, especialmente porque no había mostrado interés
en abordar el tema. Solo silencio. ¿Qué podía decirle él? No podía ir detrás
para que se animara a hablar de ello. La había cagado a base de bien, lo
menos que podía hacer es intentar explicarse. Quizás lo había hecho con
Emma, pero lo dudaba mucho. Ella hacía días que estaba en Italia.
Se le puso la piel de gallina al recordar la forma en que se lo
anunció Daniela, el viernes por la tarde.
Versus estaba prácticamente vacío, solo quedaban unas pocas
personas trabajando, entre ellas Daniela y él.
Había sido incómodo hablar con ella acerca de Jaime y fingir que
todo era igual que siempre. Por suerte pudo disimular cuando ella le
preguntó por él. Menuda conversación más tonta. Cuando le preguntó si
seguían compartiendo cama con alguna mujer quiso meterse debajo de la
mesa. El asunto de Emma era demasiado reciente y era de lo último que
quería hablar, mucho menos con Daniela. ¿De dónde sacaría esas cosas?
Seguramente Adrien se iba de la lengua de vez en cuando.
Esperaba que Daniela no abordara a Jaime con el asunto de la
doctora con la que estaba liado desde hacía tiempo, no debería haberle
dicho nada, pero fue la única manera que se le ocurrió de hacerle saber que
Jaime estaba bien, que seguía con sus aventuras.
Daniela, aunque no siempre fue así, se había convertido en la
confidente de todos, y también en la hermana pequeña, de ahí que se
negara a hablar con ella de lo que hacía o dejaba de hacer en la cama junto
con Jaime.
Era curioso, por unos segundos se descubrió mirando a Emma de la
misma manera que una vez lo hizo con Daniela… ¿Dos años? Parecía más
bien una eternidad.
¡Cómo había cambiado su vida en esos años! Por eso le dolía más
esa situación con Jaime. Lo quería mucho, era como su hermano, y su
mejor amigo. Jamás les había pasado algo parecido, nunca habían
discutido, mucho menos por una mujer.
Y Emma… ¡Menudo papel el que tuvo que hacer delate de
Daniela!
—El lunes lo hablamos —le dijo Daniela refiriéndose a un asunto
de trabajo—. Emma no estará, así que ya me ocuparé yo de hacérselo
llegar a Adrien y a José.
—¿Por qué no estará? —preguntó Olivier confuso.
—Me ha pedido permiso dos días, empalmará con las vacaciones.
—¿Cómo? Me lo ha pedido a mí y le he dicho que no.
—¿Qué le has dicho que no?
—Lleva cuatro días con nosotros, Daniela, y las vacaciones están a
la vuelta….
—Joder, Olivier, que se ha muerto su padre. ¿Qué narices estás
diciendo?
Recordaba el momento de haber escuchado esas palabras. Si le
hubieran pinchado seguro que no habría salido ni una gota de sangre. ¿Por
qué Emma no se lo había dicho? ¿Qué sentido tenía ocultarlo para luego
contárselo a Daniela? ¿Así quería hacer las cosas? Reconocía que le había
denegado el permiso porque estaba molesto con ella, por no permitirle ni
siquiera explicarse, pero de ahí a que no mencionara un asunto tan
importante, había un gran camino.

Cuando salió de la ducha se encontró a Jaime en la cocina


preparando algo para la cena.
—Hola —dijo Olivier. Jaime le devolvió el saludo sin girarse.
—Estoy preparando pasta. ¿Te apetece?
—Sí, estará bien.
Olivier se sirvió un refresco y se sentó en la barra que ejercía de
mesa en la cocina, en una banqueta alta.
—¿Qué tal la guardia?
—Bien, dos vidas salvadas.
—Me alegro.
Olivier decidió que su intento de entablar conversación había
llegado a su fin. Se levantó con intención de salir, pero Jaime le
sorprendió con la pregunta.
—¿Pudiste hablar con Emma?
—¿Cuándo?
—El viernes. Me dijiste que el jueves lo habías intentado.
—Hablé de muchas cosas con ella. ¿Y tú?
—No, lo he intentado, pero no me ha cogido el teléfono. He ido a
su casa dos veces, pero no me ha abierto, si es que se encontraba.
—Dudo que pudiera abrirte, está en Italia.
Jaime se dio la vuelta y lo miró con el ceño fruncido.
—¿Italia?
—Su padre ha muerto.
—¿Por qué no me lo habías dicho? ¿Cuándo ha sido?
Olivier se animó a contarle lo sucedido. No estaba de humor, pero
seguía viendo señales en Jaime que no le gustaban, algo no iba bien. No
creía que tuviera que ver con Emma, aunque suponía que estaba
arrepentido de lo que había pasado. ¿Y si Emma le gustaba de verdad? No,
en ese caso no habría planeado el dichoso encuentro entre los tres. Tenía
que haber otra razón.
Cuando terminó Jaime tardó poco en reprocharle su actitud.
—¿Por qué no querías darle permiso?
—¿Te digo yo a ti cómo tienes que hacer tu trabajo?
—Yo no mezclo los asuntos personales.
—Yo tampoco lo hice. Si se hubiera explicado, se lo habría dado.
—¿Cuándo vuelve?
—No lo sé, yo todo lo que sé lo sé por Daniela, ella no me contó
nada.
Olivier también decidió contarle lo que ella le había dicho cuando
él le pidió que cambiaran su actitud en el trabajo. A Jaime le cambió la
cara cuando mencionó que ella se había referido a él como a «su amigo».
Cenaron en silencio. A pesar de que Olivier le animó a que le
contara qué le estaba pasando, Jaime se limitó a decir que estaba bien y a
desaparecer cuando recogió los restos de la cena.
61
La llamada de Víctor acabó de fastidiarle el día. ¿Cómo podía ser
tan pesado? Todavía seguía insistiendo en que Alejandro estaba pasando
una mala racha y que no le costaba nada haberle animado un poco. Pero no
tuvo bastante con eso, sino que mencionó a Emma para decirle si le
gustaba que él tratase con indiferencia a su amiga en el trabajo.
¿Cómo se podía ser tan infantil? ¿De verdad ese hombre era
abogado? Si no lo conociera habría jurado que aún estaba en el colegio,
batallando en las horas del recreo con la banda enemiga.
Siempre había sido un poco especial, se tomaba las cosas tan a
pecho que raras veces se podía gastar una broma con él. Y desde que
decidió salir del armario había sido mucho peor, era raro el día que no
mencionaba que bastante mal lo había pasado ya como para aguantarle
nada a nadie.
Pero no le preocupaba Víctor, le preocupaba lo que acababa de
comentarle. Aunque conocía el incidente por Olivier, se planteó todas las
situaciones desagradables que Emma había vivido con sus amigos.
Primero Adrien, luego Víctor, luego Olivier. Claro que con Olivier no
había sido por culpa de él, sino suya.
Seguía sin ser capaz de ponerle un poco de orden a su mente. Todo
estaba tan desordenado que ya ni siquiera se molestaba en intentarlo.
La imagen de Emma aparecía cada minuto en su cabeza, y en los
dos últimos días mucho más, desde que se enteró de que se encontraba en
Italia.
Le habría gustado acompañarla. No sabía bien por qué había
decidido asistir, le había hablado de su padre y la ausencia total de
relación entre ellos, pero debió haber algo que la hizo viajar hasta allí,
quizás para poder despedirse. ¡Qué raras eran las personas! Años y años
sin saber nada el uno del otro y, de repente, muere y viaja hasta allí para
visitar… ¿una persona muerta? ¿Una persona con la que ya no podrá
hablar de nada? Un poco tarde…
No le pareció que Emma fuera tan dada a ese tipo de actitudes
convencionales, puede que se equivocara, pero algo le decía que ese viaje
lo había hecho por una razón que no tenía que ver con una simple
despedida, o un simple acto formal. Debía haber algo más. Esperaba que
se lo contara cuando volviera.
Lo que daría por abrazarla en ese momento, por refugiarla en sus
brazos e invitarla a desahogarse. Cuántos quebraderos de cabeza había
tenido desde que la conocía… La vida de Emma no había sido un camino
de rosas, pero ella siempre tenía esa magia especial para contar las cosas
de tal forma que parecían pequeños obstáculos. Se derrumbaba, sí, y
cuando lo hacía parecía un volcán en erupción. Pero tenía una capacidad
increíble para recomponerse y para apartar lo que le hacía daño y mirar
hacia delante en busca de algo que le proporcionara una ilusión.
Repasó mentalmente todo lo que conocía de ella. La relación con
su padre, lo duro que fue cuando él la dejó sola, a la deriva, con dieciocho
añitos… ¡Si hasta tuvo que mendigar comida!
También aparecieron imágenes de la relación con su amiga, de
Blanca, de ese novio que tuvo… ¡Menuda joya!
Le habían hecho daño muchas veces. Y por si eso no hubiera sido
suficiente, él lo jode todo. ¿Cómo pudo pensar que eso podía funcionar?
¿Qué esperaba? Solo lo había hecho pensando en él, nunca pensó en el
daño que podía causar a ella o a su amigo. Pero es que en ningún momento
creyó que fuera algo que a ellos les pudiera perjudicar. Solo pensó en él, en
sus impresiones, en sus respuestas. Él, él, él…
Necesitaba verla tanto o más que respirar. Volvería a intentarlo
hasta conseguir hablar con ella.
Ya no había vuelta atrás. En su vida había un antes y un después,
un punto de inflexión, un alto en el camino… ¡Emma!
62
La llamada de Héctor había arrancado varias sonrisas a Emma. Le
hacía falta sonreír, especialmente en ese momento. El día que se fue a
Nápoles, Héctor se encargó de hacerle la espera en el aeropuerto mucho
más corta. Sin planearlo fueron hablando de sus vidas hasta el punto de
compartir sus problemas más actuales, los que en esos momentos les
quitaban el sueño.
Héctor le habló de su avance a la hora de encajar la ruptura con su
pareja: la progresión era buena; también de su miedo a compaginar su
trabajo como educador físico en el colegio con el de fisioterapeuta en una
clínica privada propiedad de un familiar suyo.
Emma le habló del motivo de su viaje, de su nuevo trabajo y de su
historia con el doctor. Y no fue solo durante la espera en el aeropuerto,
sino a lo largo de los días que permaneció en Italia, porque las llamadas se
sucedieron a diario. Héctor le acompañó en su viaje abriendo la puerta a
una amistad que Emma recibió con los brazos abiertos.
Aunque la estancia en casa del marido de su padre había sido muy
agradable, no aceptó la invitación de pasar la Navidad con él y con su
hermano, el pequeño Andrea. Dos desconocidos que en todo momento le
transmitieron ternura y cariño. La familia de su padre… y de alguna
manera, enrevesada y algo extraña, la única que ella tenía. Andrea fue
adoptado al nacer, y aunque el vínculo sanguíneo era inexistente, igual que
el de Marco, ambos habían formado una familia junto a su padre, y no una
cualquiera, una muy feliz.
A pesar de estar destrozados por la pérdida de su padre le habían
abierto los brazos y la habían hecho viajar a un lugar donde día a día se
respiraba felicidad. Su padre fue feliz, y eso, aunque podía resultar algo
cínico, era el último recuerdo que pretendía conservar de él.
Emma había perdido el contacto con su padre durante trece años, a
excepción de alguna llamada o alguna visita que no merecía la pena ni
mencionar. Durante esos años, solo silencio y la condena al olvido, una vez
que la fase de odio y resentimiento acabó por desvanecerse.
Pero su padre tenía que morir para que ella conociera lo que había
sido su vida y a las personas que formaron parte de ella.
Le hubiera gustado haber conocido esa vida cuando él aún formaba
parte de este mundo, pero ni él ni ella dieron jamás un paso, por lo que las
culpas y los reproches poco hueco tenían ya en sus vidas.
De una forma simbólica, Marco se encargó de buscarla, como le
había pedido su padre, y de hacerle saber que hay extrañas maneras de
querer, pero que él la quiso. Podrían haber perdido años hablando de ese
asunto, debatiendo si un padre debe o no permitir esa distancia o
propiciarla, si la vida proporciona o no oportunidades para remendar los
errores o para sanarlos, si se puede afirmar o no que se quiere a una
persona cuando nunca se hace nada por romper el silencio y la distancia;
podrían haber estado años debatiendo sobre si un hijo tiene parte o no de
responsabilidad, si depende de su edad, si depende de su conciencia…
Un debate en el que no merecía la pena entrar. Marco le hizo llegar
un mensaje y, con o sin sentido, ella se lo quedó; y fue capaz de desearle
un buen viaje a su padre.
Volvió de Italia sin rencor, habiendo derramado muchas lágrimas,
con una nueva «familia» y con un nuevo concepto de las historias de amor.
Lo que no pudo dejar allí fue el dolor que envolvía a su historia
con el doctor. Eso iba a llevar más tiempo, mucho más que un puñado de
días.
Podía haber pasado allí el día de Navidad, no le habría importado,
era más, puede que hasta le habría gustado, pero la propuesta de Héctor le
hizo cambiar de opinión. Había estado bien vivir por unos días el cuento
mágico, pero cuanto antes volviera a su mundo real antes podría
enfrentarse a una nueva etapa, que esa vez sí le hacía empezar de cero.
Cuando llegó a Madrid tenía una relación con Álvaro, un trabajo en
un colegio, una amiga: Irene. Y… Blanca. Ninguno de ellos ya formaba
parte de su camino. Y los que habían aparecido después tampoco estaban
ya. Solo Héctor representaba un vínculo con los tiempos pasados.
Después de Navidad empezaría una nueva etapa en Versus, si es
que no había algún problema que hiciera que la despidieran. Esperaba
conservar su trabajo, mantener su buena relación con Daniela y… ¡Lo que
le trajera la vida!
Solo un tiempo para olvidar al hombre del que estaba enamorada y
un poco más para aceptar que quizás, solo quizás, no volvería a sentir algo
igual. Parecido quizás, pero igual… Claro que, ¿no era eso lo que se
pensaba siempre? Podía ser que sí, pero ella sabía que fácil no iba a ser.
Y es que habían sido muchas dudas y muchos miedos los que le
habían impedido dejarse llevar y aceptar lo mucho que le quería, pero ya
daba igual. El único consuelo que le quedaba era que quizás no sería tan
largo conseguir apartarlo de su mente. Antes o después dejaría de doler,
pero para eso aún quedaba bastante tiempo.

Cogió el cuaderno de Blanca y observó la primera página. Leer


aquellos episodios de su vida narrados con tanta pasión, le habían hecho
estar más cerca de ella, mucho más de lo que estuvo en todos los años que
trató con ella.
Allí aparecían fechas de los últimos años de su vida en los que
hablaba de sus inquietudes, sus miedos, y todo aquello que le gustaba y le
hacía feliz.
El cuaderno debía contar con unos quince episodios de su vida.
Empezaba con la muerte de sus padres y terminaba unos meses antes de su
muerte. La universidad, su trabajo en una editorial, su trabajo en Versus,
su pasión por el dibujo, sus sueños, su única amiga: una compañera de
universidad; su hermana, que no salía muy bien parada y a la que en algún
momento afirmaba no soportar; su primer amor, su primera experiencia
sexual, y Emma. Ella también aparecía. Un episodio en el que con mucho
humor describía el día en que entró en su casa cuando ya había cambiado
la decoración y la convirtió en el escenario de una película de terror.
Aquel episodio la hizo reír y le hizo soltar alguna lágrima.
Especialmente cuando hablaba de ella afirmando quererla un poco y
admirarla.
También lloró cuando leyó lo mucho que le costaba entender a las
personas y el esfuerzo que suponía intentar hacerlo. Blanca era distinta, su
visión de la vida y del mundo era difícil de entender.

Antes de guardar el cuaderno leyó de nuevo el episodio que más le


había impactado y que hizo que tuviera una cita en menos de veinte
minutos:
Quería cada célula que había dentro de su cabeza y cada
centímetro de su piel. Quería para mí la profundidad de su mirada y su
capacidad para sonreír, siempre, en cualquier momento y en cualquier
lugar. Quería sus manos, lo que más admiraba y deseaba, y quería que
siempre estuviera cerca de mí, siempre, siempre, siempre, siempre,
siempre.
Le quise en silencio porque no pude quererle de otra manera y
grabé en mi piel su pasión, que hice mía.
Pero se volvió mortal. Yo solo quería un beso y decirle que le
amaría siempre, siempre, siempre, pero él lo confundió, como hacen todos
aquellos que vagan por la vida.
Le invité a entrar en mi hogar y no se conformó con un beso.
Estaba dispuesto a ensuciar nuestros cuerpos, quiso tocarme y entrar
dentro de mí. Quiso desnudarme.
Le dije que yo también era especial y se marchó. Dejé de quererlo,
dejó de ser especial.
Olivier no era especial, Olivier era uno más.

Emma aún podía sentir los escalofríos que la envolvieron cuando


leyó ese episodio por primera vez, en el vuelo de vuelta a Madrid. Algunos
pasajeros se volvieron a mirarla cuando gritó al leer el nombre que
figuraba al final.
No necesitó más tiempo para darse cuenta de que Blanca estaba
profundamente enamorada de él, que por eso se tatuó el Ave Fénix,
seguramente porque le escuchó a él hablar mil veces, como le había
ocurrido a ella; por eso tenía aquellos manuales para aprender a hablar
francés…
No le costó entender que detrás de aquel episodio hubo un cambio
en su vida, de ahí el cambio de look y esa obsesión por el color negro y por
adornarlo todo de forma terrorífica. Era un duelo que estaba
experimentando.
Blanca se enamoró, simplemente se enamoró, y fue de él, de
Olivier, de su jefe, en aquel entonces también el suyo; del hombre que días
atrás había planeado junto al doctor que formaran un trío en la cama. El
mejor amigo del doctor, y el hombre que había pensado que algún día
podría ser una especie de amigo para ella, más allá de su relación laboral.
El cuñado de su jefa, el hombre que quería llevarla a Hamburgo, el que la
animaba en el trabajo y se lo hacía más fácil.
Un cabrón, eso es lo que era, un cabrón como su querido amigo.
Guardó el cuaderno en el bolso y salió por la puerta. Había
quedado con Olivier en la misma cafetería que la vez anterior, cuando le
había entregado los bocetos de Blanca. Esa vez se trataba de otro tipo de
bocetos, pero iba a tener que darle respuestas.
63
Encontró a Olivier en la puerta de la cafetería, al parecer decidió
esperarla fuera. Estaba apoyado sobre una moto, con un casco en la mano
y una expresión serena y sin apartar la mirada de Emma que se acercó
lentamente, sin prisa.
Emma se detuvo un par de metros delante de él y le ofreció una
media sonrisa, que él correspondió inmediatamente.
—Siento lo de tu padre.
—¡Oh! Gracias.
—¿Por qué no me lo dijiste? Cuando te negué el permiso no lo
sabía.
—Ahora ya no importa.
Él asintió con la cabeza.
—¿Cómo ha ido todo?
—Bien, ya ha pasado todo y… no hay mucho que contar. Que
descanse en paz, es lo que le deseo. ¿Tienes buena relación con tu padre?
—No, está muerto.
—Vaya, lo siento. No debería…
—Hace mucho tiempo que murió, y tengo buenos y malos
recuerdos de él, pero debo reconocer que antes de morir se las ingenió para
que conociera a mi hermano, a Adrien. Y eso se lo agradezco mucho. No
fue un mal padre, pero cometió muchos errores y los pagamos todos.
—¿De quién hablas de tu padre o del mío?
Olivier se echó a reír y le indicó con la mano que entraran en la
cafetería. Emma se adelantó y entró con la esperanza de encontrar libre la
misma mesa que la última vez. Tenía unas vistas muy agradables a un
pequeño jardín muy cuidado. A pesar de estar en un barrio modesto, era
una cafetería muy confortable, decorada con gusto y mimo.
Tras realizar el pedido, Emma fue la primera en hablar.
—Quiero que me escuches, por favor.
—Claro, a eso he venido, solo espero que podamos hablar con
tranquilidad, y que tú escuches también.
Ella bajó la mirada y asintió. Se animó a decirle lo que había
ensayado mentalmente de camino hacia allí.
—Quiero que esta conversación sea algo así como un paréntesis.
Es decir necesito que entiendas que se trata de algo personal, y que no
tiene nada que ver con la relación laboral, con que seas mi jefe. Esto va
por otro lado.
—Claro, ¿quieres hablar de lo que pasó?
—No, Olivier de eso no quiero hablar nunca más. Es otro asunto.
Se trata de esto —Sacó el cuaderno de Blanca y lo abrió por la página que
quería mostrarle—. ¿Por qué no me hablaste de esto?
Olivier cogió el cuaderno y empezó a leer, pero se detuvo para
interrogarla con la mirada.
—Es de Blanca —aclaró Emma—, es el cuaderno que había en la
caja donde estaban los dibujos, ¿lo recuerdas? —Olivier asintió con la
cabeza—. Es algo así como un diario.
Él alzó las cejas para luego fruncir el ceño y Emma se adelantó a
aclarárselo, intuyendo lo que estaba pensando.
—Sí, sé que es personal, pero… ahora no viene a cuento si debía o
no leerlo.
Olivier lo leyó con calma y se lo devolvió. Su expresión se
ensombreció.
—¿Qué quieres saber?
—La verdad estaría bien.
—Necesito saber qué has interpretado.
—La parte en la que habla de lo enamorada que estaba de ti no es
la que me interesa, eso no es de mi incumbencia, y no sé hasta qué punto
de la tuya, pero deduzco que ya lo sabías. Lo que quiero saber es lo que
ocurrió entre vosotros, y por qué no me hablaste de ello.
—Bien, entonces escúchame. No es muy largo, pero no quiero
interrupciones. Si quieres saber, te contaré, pero me escuchas hasta el
final.
—Claro, esa es la idea —dijo suavizando su tono.
—Empecemos por aclararte que si no te lo conté, es porque no es
asunto tuyo nada de lo que ocurra en mi vida privada, aunque en una
ocasión, accidentalmente, hayas formado parte de ella —aclaró con
dureza.
—Perdona, Olivier, te he dicho que no te iba a interrumpir. Pero
déjame decirte algo —le pidió con un tono lleno de calma—. He venido
con las uñas dispuestas a arañar, es cierto, pero… No es eso lo que quiero.
Por favor, no me lo cuentes de ese modo, no quiero más… No, por favor.
Solo quiero entender.
Emma sintió que el corazón le daba un vuelco cuando escuchó su
tono rudo y seco. Si bien había llegado allí dispuesta a pedirle
explicaciones y a reprocharle que no le hubiera hablado de Blanca
anteriormente, entendió que no la iba a llevar a ninguna parte mantener
esa tensión. Todavía estaba dolida con él por lo que había pasado, pero
quería, por una vez, separar las cosas. Si tenían relación lo vería al final de
su narración.
Olivier suspiró y la miró con ternura. Sus palabras le llegaron muy
dentro, no era lo que él quería, ni siquiera sabía por qué se había mostrado
tan a la defensiva.
—Hablemos, entonces, es lo que yo deseo también.
—Me alegro. Continúa, por favor.
—Como te conté, Blanca trabajó unos meses con nosotros y un día
dejó de venir al trabajo.
—Ya sabes por qué dejó de hacerlo, ¿no?
—Pues no, Emma. En primer lugar, me has interrumpido, y en
segundo lugar, si te refieres a lo que deduzco que cuenta en esas líneas,
eso fue mucho después. Se fue por lo que fuera, yo no lo sé, pero a lo que
ahí hace referencia fue un mes después.
—Lo siento, continúa.
—Tal y como te he dicho, se fue y no supimos de ella hasta un
tiempo después, cuando llamó para que le entregáramos los documentos
de su renuncia. Fue a recogerlos a Versus unos días después, y ahí terminó
toda relación laboral. Pero días más tarde, me llamó a la oficina y me
ofreció los bocetos de las joyas, dijo que ella no los quería y que entendía
que no eran suyos del todo ya que en algunos habíamos estado trabajando
juntos.
»Acepté y me citó en su casa. Nada más entrar me guio hasta un
dormitorio y me mostró los bocetos que tenía esparcidos sobre la cama. Te
mentiría si te dijera que no me pareció extraña su forma de actuar, pero yo
quería los bocetos y me dio igual lo demás. Los recogió, los apiló y los
dejó sobre una mesa. Se acercó a mí y me besó en los labios. Y yo… le
correspondí. Era una chica muy guapa y… ya no trabajábamos juntos, así
que… me animé —Bajó la mirada visiblemente incómodo por estar
aclarando ese asunto—. Pero pasó algo raro. Empezamos a… ¡Ya sabes!
—Puedes hablar claro, hemos compartido momentos más intensos
que el que describes.
—Emma…
—Sigue.
—Pues empecé a besarla, a desnudarla, a desnudarme… Y, de
repente, me soltó que ella nunca lo había hecho, pero que…
—¿Qué?
—Que estaba dispuesta a sacrificarse porque nuestro amor era
eterno o algo así. No sé bien cómo lo describió, pero me dejó muy
sorprendido.
—Ya.
—Me dijo que era virgen y que nuestro amor… Paré, me vestí y le
dije que yo lo veía de otra manera y que quizás debería esperar a hacerlo
con ese alguien especial que aún no conocía. Me fui. Es todo.
—Y te dejaste los bocetos.
—Sí, la llamé para que me los entregara, pero no volvió a cogerme
el teléfono. Quise olvidar ese episodio y dejé de pedirlos. Alguna idea me
había quedado al volver a verlo, así que… ahí se quedó todo. No volví a
saber de ella hasta el día que apareciste por Versus preguntando.
—¿Pero eras consciente de que estaba enamorada de ti?
—Emma, yo solo vi a una mujer que me propuso tener sexo y ya
está. Los dos éramos adultos, ya no trabajábamos juntos y no vi por qué
no, me apetecía. Lo demás me descuadró mucho y preferí detenerme allí.
Supongo que lo que cuenta ahí, es que le hice daño, y lo lamento de
verdad.
—Sí, le hiciste bastante daño, pero creo que no fuiste tú, sino lo
que ella creía que representabas. Creo que te idealizó, te llevó a otra
dimensión, probablemente te convertiste en alguien que en cierto modo
ella creó. Y al verte tan humano, tan… dispuesto a tirártela sin más, algo
se le removió y te relegó a los infiernos.
—Vaya, buena teoría. ¿Ya la tenías antes, o ha sido ahora, cuando
has escuchado el relato?
—Conocía un poco su carácter extraño e introvertido. Sus manías,
sus obsesiones...
—Entonces ¿por qué me pides explicaciones?
—Me dolió que no me lo contaras, hemos hablado muchas veces
de ella, te entregué sus bocetos…
—¿Puedes entender que decidiera no contártelo?
—En cierto modo.
—Te aseguro que para mí solo fue algo sin importancia.
—Para ella no.
—¿Me estás diciendo que… por eso ella…?
—No, no, no. No, Olivier, lo siento, no quería decir eso.

Emma se dedicó durante un buen rato a hablarle de Blanca y su


extraña personalidad. Olivier le habló de ella, pero parecía una persona
distinta a la que Emma estaba describiendo, si bien era tímida e
introvertida, no se mostraba de esa manera tan cerrada y excéntrica.

Emma se sintió aliviada tras la conversación con él, al menos con


respecto a la explicación.
—Y ahora me vas a escuchar con respecto a lo del otro día.
Emma se levantó de la silla.
—Siéntate, Emma —le ordenó levantando un poco la voz.
Emma lo hizo, se sentó, impactada por el tono de su voz.
—Yo solo quiero que sepas que yo no sabía que estabas en esa
habitación, fui pensando que se trataba de otra persona, no te reconocí;
como recordarás, la iluminación lo dificultaba.
—¿Quién creías que era?
—Alguien que no conocía, sin más.
—Ya.
—Jaime se equivocó, no sé qué pasó por su cabeza, tú y yo
trabajamos juntos… No me lo consultó, se equivocó.
—Bien, pues aclarado queda. No hace falta decir que yo…
tampoco lo sabía, ni siquiera sabía que había planeado algo así. Reaccioné
tarde.
—¿No sabías a lo que ibas?
—A eso no, creí que éramos solo él y yo. Me lo dijo después —
Suspiró con fuerza ؅ —. ¿Podemos dejar el tema, por favor?
—Sí, claro, solo quería que quedara claro, para mí resulta un tema
muy delicado, entiende que… no es algo que suela ocurrirme. Aclarado o
no, se trata de mi vida privada y…
Emma necesitaba acabar con aquel tema, no soportaba volver otra
vez a recordar ese lamentable episodio. Olivier le sorprendió con una
pregunta:
—¿Has hablado con Jaime?
—No, y tampoco necesito hacerlo. Prefiero dejarlo todo como está.
—Es una pena que os distanciéis sin hablar. Sé que él te aprecia. Ya
sé que no lo conoces mucho, pero es un buen tío, aunque a veces tiene
puntos difíciles de entender. Es un tío complejo.
Emma lo miró intentando adivinar si sabía algo de lo que había
habido entre ellos. No parecía estar fingiendo.
Se levantó y Olivier le siguió. Se acercaron a la moto de él para dar
por finalizado su encuentro.
—¿Te llevo a alguna parte?
—No, gracias, vivo cerca y prefiero caminar.
—Me gustaría que siguiéramos donde lo dejamos, teníamos una
buena relación, trabajamos bien juntos, no quisiera que hubiera tensión.
—Yo tampoco. ¡Que así sea, jefe!
Él sonrió y se animó a preguntarle algo que le había venido a la
cabeza.
—Creo que Daniela te invitó a comer con todos nosotros en
Navidad.
—Sí, pero no iré. Ya se lo he dicho. Tengo otros planes, aunque se
lo agradezco mucho.
—Lástima. Creo que te hubiera gustado el lugar en el que
celebramos este año la Navidad. Igual te animas. Daniela y Adrien tienen
una casa espectacular en la sierra, nosotros la llamamos cabaña, pero dista
mucho de serlo. ¡Anímate! Podrás limar las asperezas con Jaime, os
convendría hablar.
—Conozco esa cabaña —afirmó sin pensar—, es muy bonita
pero…
Se detuvo al ver que probablemente había metido la pata. Miró al
suelo, no quería seguir observando la cara de sorpresa de Oliver.
—¿Has estado allí? —Se acercó a ella y le levantó la barbilla para
que sus miradas se encontraran.
Emma pensó lo que iba decir durante unos segundos, pero ya daba
igual.
—Conozco todos y cada uno de sus rincones. Al que no conozco es
al hombre con el estuve allí.
Olivier cerró los ojos al conocer la dimensión de lo que le estaba
diciendo. Emma conocía la cabaña. Emma había estado allí con Jaime.
—Emma, tú y Jaime…
Emma sintió que las lágrimas se agolpaban y no tardarían en correr
por sus mejillas, pero hizo un esfuerzo por contenerlas.
—Yo y Jaime, nada.
Se acercó a él y le dio dos besos que Olivier correspondió con
rapidez.
—¡Feliz Navidad, Olivier!
Cuando lo perdió de vista dejó de contener las lágrimas. Olivier
tardó más de diez minutos en subir a su moto. Seguía perplejo por lo que
acababa de escuchar.
64
El mensaje de Olivier fue claro y conciso:
Por si te interesa, Emma ya ha vuelto.
A Jaime le sorprendió, pero no quiso darle más vueltas. Fue
suficiente para salir corriendo en dirección a su apartamento.

Tuvo que dar dos vueltas al edificio antes de decidirse a pulsar el


timbre, cabía la posibilidad de que no estuviera en casa, pero tenía que
intentarlo, incluso estaba dispuesto a esperarla en el portal. ¿Qué le habría
hecho volver tan pronto? Estaba convencido de que pasaría allí el día de
Navidad, solo quedaban dos días para ello.
Antes de pulsar el timbre consultó su reloj. Eran casi las nueve de
la noche, era muy probable que se encontrara en casa, pero no tan probable
que le abriera la puerta.
Escuchó su voz a través del interfono y solo fue capaz de decir su
nombre, pero no hizo falta nada más, la puerta vibró permitiéndole el
acceso al interior del edificio.
Volvió a pulsar el timbre de su apartamento. La puerta se abrió casi
al instante mostrando a una Emma sin expresión, como una figura de cera.
—Jaime…
Sintió que se le erizaba todo el vello del cuerpo, nunca le había
llamado de aquella manera.
—¿Ahora soy Jaime?
—Ahora eres Jaime.
—Necesito hablar contigo un momento.
—Necesito…
—Por favor, Emma.
Se apartó a un lado y lo dejó pasar. Se dirigieron al salón. Ella se
detuvo en el centro de la estancia, se metió las manos en los bolsillos y le
invitó a hablar.
—¿Y bien?
—¿Cómo te ha ido en Italia?
—Bien.
—¿No me vas a contar nada más?
—Sáltate esa parte, Jaime, no es necesaria.
—Me hubiera gustado acompañarte.
—Sáltate esa también.
Jaime estaba descolocado no sabía bien cómo dirigir aquella
situación, Emma no estaba dispuesta a colaborar y él seguía sintiendo la
quemadura que le había dejado el haberlo llamado por su nombre. Paseó
por el salón buscando las palabras adecuadas. Encontró sobre la mesa el
dibujo que descubrió en casa de Blanca, el que la mostraba a ella desnuda,
sobre una cama.
Emma reparó en lo que estaba mirando y se adelantó a cogerlo
para darle la vuelta.
—Lo vi en casa de Blanca.
—Lo dibujó un día mientras dormía, un día que no fue muy bueno
y para mí y me quedé en esa posición. Me lo regaló para recordarme que
no merece la pena llorar por nadie que me haga daño.
—Emma… —Jaime sintió que esas palabras le abrían en canal.
—¿Qué querías decirme, Jaime?
Él tardó un rato en hablar.
—Quería saber lo que sentía por ti. Quería saber si compartirte con
otro hombre me afectaría, si eras una más, si podía hacerlo contigo igual
que lo había hecho con otras. Estaba dispuesto a demostrarme que no eras
diferente, que solo eras la protagonista de algo en que lo pasamos bien —
Hizo una pausa para observarla, pero su rostro seguía siendo inexpresivo
—. Quería convencerme que no había nada, pero…
—Vaya, ¿Quién iba a pensar que follar de esa manera pudiera
aportar tanta información?
—Tenía miedo, Emma, no era capaz de gestionar lo que sentía.
Yo… me di cuenta que…
Emma hizo un gran esfuerzo por no desmoronarse. Su actitud fría
y segura era solo una endeble armadura. Lo observó. Sintió pánico al
descubrir lo mucho que lo quería. Qué difícil iba a resultar dejar de
hacerlo.
—¿Y de esa forma encontraste tus respuestas? —lo interrumpió.
—Sé que era algo mío, y sé que no debí hacerlo, mucho menos
meter a Olivier.
«¿Algo suyo?», se repitió ella sorprendida. La sangre empezó a
hervirle, no pensó lo que estaba a punto de decirle.
—El que sobraba allí eras tú, Jaime —Dio un paso hacia él—. No
eres el único que encontró respuestas en ese lugar.
Jaime abrió los ojos y la boca mostrando la perplejidad que sintió
al escuchar esa confesión.
—Solo respuestas, Jaime. Nada más. La vida sigue… —Se acercó
a él—. Ahora vete, no merece la pena hablar de ello. Ya sabes lo que opino
del pasado. Y ahora eres eso, Jaime… ¡Pasado!
Jaime se dio la vuelta y salió del salón lentamente. Cerró la puerta
al salir, muy despacio, sin apenas hacer ruido, y bajó las escaleras.
Cuando se sentó en su coche se apoyó en el volante y dejó que las
lágrimas corrieran por su rostro.
65
Olivier levantó la cabeza del periódico que estaba leyendo para
observar a su amigo. No necesitó observarlo mucho tiempo para ver que
algo no había ido bien. Nunca lo había visto de aquella manera. Parecía al
borde del agotamiento, como si en cualquier momento fuera a
desplomarse.
Pasó por delante de él sin mirarlo y se dirigió a la barra de bar
donde se sirvió una cerveza fría. Sin preguntarle, sirvió otra para él y se la
ofreció.
Se sentó en el sofá que quedaba frente al que ocupaba Olivier.
—¿La has visto?
—Sí. ¿Cómo sabías que había regresado?
—¿No te lo ha dicho? Hemos quedado para hablar. Me ha llamado,
quería hablar de…
—Venga, dilo, no te cortes. ¿De vosotros?
—No, de nosotros no, de eso hemos hablado después.
—¡Ahhh! —dijo con ironía ante la sorpresa de Olivier—. Entonces
¿de qué quería hablarte?
—De Blanca.
—¿Cómo? ¿Más dibujos?
—No. Es otro tema, prefiero no hablar de ello.
—No me jodas, Olivier. ¿De qué va esto?
—Blanca dejó un diario en el que, más o menos, cuenta que…
tenía unos sentimientos hacia mí.
—Las vuelves locas.
—Esto va en serio, Jaime. No es un tema agradable. Quedé con
Blanca para que me diera los bocetos que me entregó Emma el otro día,
ella me lo propuso. Ya se había marchado de Versus y quise recuperarlos.
Cuando entré en su casa, se abalanzó sobre mí y empezamos a liarnos. No
me lo esperaba, pero era una chica muy guapa y me puso mucho.
—¿Te tiraste a Blanca?
—No. Empezamos a liarnos y me dijo que era virgen.
Jaime se atragantó y espurreó el último trago de cerveza.
—¿Y qué hiciste?
Olivier le contó lo mismo que le había contado a Emma unas horas
antes. Jaime parecía escucharlo, pero por otro lado parecía estar ausente,
como si no fuera con él.
Cuando terminó su relato, Jaime no se pronunció. Olivier decidió
empezar a abordar el tema que quería. Ninguno de los dos abandonó el
tono glacial.
—¿Y qué te ha dicho Emma?
—Le hubiera gustado que se lo contara, pero al final lo ha
comprendido, eso creo. ¿Qué tal te ha ido con ella?
—A mí también me hubiera gustado que me lo hubieras contado.
Y… mal, me ha ido mal. Me odia.
—No creo que estés en condiciones de reprocharme lo que debo o
no compartir contigo. Y… siento que te odie, a mí ya no, pero debe ser
porque hemos hablado, me he disculpado, y le he aclarado lo que ocurrió
aquella noche. Espero que tú hayas hecho lo mismo, al menos que ella
sepa por qué coño lo hiciste, ya que a mí no te hadado la gana de
contármelo.
—Pues sí, me he disculpado con ella.
—No te he dicho eso, Jaime. Te he preguntado si le has dicho por
qué lo hiciste.
—No estoy seguro de entenderte.
—¿Le has dicho que estás enamorado de ella? ¿Qué montaste
aquel circo porque eras incapaz de aceptarlo?
—¿De qué coño estás hablando? —Subió el tono de voz al tiempo
que se levantaba del asiento.
—De la puta verdad —Se levantó también— ¿Crees que no me he
dado cuenta? La llevaste a la cabaña, y a menos que hayas ido alguna vez
más, que yo sepa hace tiempo que fuiste. Esto empezó hace mucho
tiempo.
—¿De dónde has sacado…?
—Se le ha escapado cuando la he animado a que venga en Navidad
a la cabaña.
—Ya.
—¿Vas a seguir mintiéndome? Ahora lo entiendo todo, Jaime.
Entiendo tu forma de actuar, las veces que me has mentido diciéndome
que estabas liado con una colega tuya, las veces que te has negado a
participar en algún trío, las excusas que me dabas. Siempre estabas
cansado —Se sentó de nuevo y se frotó la cara con las manos—. Y las
guardias… Joder, nunca te había visto trabajar tanto como en los últimos
meses. ¡Niégamelo! He tenido mucho tiempo esta tarde para darle vueltas
después de hablar con ella.
—¿Qué coño te ha dicho?
—Nada. Cuando se le ha escapado ha acabado afirmando que la
cabaña ya la conocía, pero no al hombre con el que fue a ella.
Jaime empezó a dar vueltas por el salón. Olivier decidió continuar:
—Ahora entiendo lo que ella vivió ese día. ¿Por qué coño me
dijiste que me uniera a vosotros? ¿En qué cojones estabas pensando?
Ahora entiendo la dimensión de lo que pasó, lo que sintió, su reacción, y
no solo por verme a mí. Ella está igual de enamorada que tú, ¿cómo
narices le propones que forme parte de un trío?
—¡Basta! Estás desvariando.
—Dime que no estás enamorado de ella hasta la médula…
—¡Déjame en paz!
Jaime se dio la vuelta, pero antes de salir no quiso perder la
oportunidad de decirle algo:
—Me ha dicho que el que sobraba allí era yo.
Jaime esperó su reacción, su cara de sorpresa, sus ojos saliéndose
de las órbitas, o algo similar, pero lo que encontró fue a un Olivier que
sonreía.
—¿Y te lo has creído? Me parece increíble que con el poco tiempo
que hace que trato con ella, la conozca mejor que tú.
A Jaime eso le supuso un disparo directo a donde más le dolía.
—¡Vete al infierno, Olivier! Métete en tu puta vida, no te he
pedido que lo hagas en la mía.
El portazo que dio hizo que el cristal de la puerta se rompiera en
mil pedazos quedando reducido a añicos, pero no impidieron que se
alejara.
Olivier respiró después del susto que le produjo el impacto del
vidrio. Se dispuso a recoger los añicos dispersos por el suelo, era una tarea
que no le iba a llevar mucho tiempo, ojalá tardara lo mismo en recoger los
de Jaime.
No había sido capaz de hacerlo reaccionar ni de que admitiera lo
que sentía por ella. ¿Por qué no había confiado en él?
Había visto antes ese comportamiento y esa mirada. Lo vivió en
primera persona con Adrien. La historia parecía repetirse, y una vez más él
volvía a encontrarse salpicado por ella.
66
Las miradas fulminantes, las asesinas, las que contienen el deseo
de desintegrar, formaban parte de la decoración navideña, aunque no era
esa la que Daniela y Adrien habían elegido para su salón. Se sucedían a lo
largo de la gran mesa, pero siempre en las mismas direcciones: entre
Jaime y Olivier, y entre Jaime y Víctor.
El resto de comensales no parecían reparar en ellas, excepto
Daniela que, como buena anfitriona, no dejaba de observar a sus invitados
en busca de alguna señal que le indicara algo que pudieran necesitar.
Habían descartado asistir a la cabaña debido al temporal. Aunque
estar rodeados de nieve era una idea muy atractiva para ambientar una
comida de Navidad, no lo era la dificultad que suponía acceder hasta la
casa con una nevada de esas características, por lo que decidieron
celebrarlo en casa de Daniela y Adrien.
Jaime llegó tarde. Daniela se vio a obligada a llamarlo en dos
ocasiones para recordarle que lo estaban esperando. Le extrañó que algo
así ocurriera, Jaime era muy puntual y conocía las exigencias de Daniela a
la hora de acudir a una comida organizada por ella, ya fuera de Navidad o
una simple barbacoa de domingo al sol.
La tensión se creó nada más entrar por la puerta, cuando se
disculpó alegando que había trabajado hasta tarde y que llevaba días con
falta de sueño. Una excusa que convenció a todos los allí presentes,
incluso a Olivier que sabía que mentía, pero no a Alejandro que tuvo la
torpeza de hacer un comentario:
—Yo sí que trabajé anoche, pero no recuerdo ver tu nombre en la
lista.
Jaime ni siquiera se molestó en mirarle a la cara. Lo ignoró de tal
forma que hasta Adrien, que normalmente se limitaba a observar,
intervino para que la tensión se dispersara.
Durante horas disfrutaron de un maravilloso aperitivo en una
terraza acondicionada para el invierno, que era la debilidad de la
anfitriona, y de una comida preparada por las manos de Daniela,
aficionada y amante de la cocina.
A la mesa se unieron Nico y Javier. Nico era el mejor amigo de
Daniela, y Javier el socio de Nico y el hermano de Víctor. Ambos eran
indudablemente, junto a Olivier, los encargados de amenizar el ambiente
en todo momento con su particular sentido del humor. Aunque en esa
ocasión no pudieron contar con Olivier, más pendiente de su amigo que de
otra cosa.
Daniela hizo el primero de los muchos comentarios que
provocaron que la mandíbula de Jaime se tensara.
—Es una lástima que no haya venido Emma, aquí hace falta
presencia femenina.
Olivier y Jaime intercambiaron una mirada, pero fue Javier,
normalmente ajeno al mundo en sí, el que intervino:
—¿Quién es Emma?
—Es una chica que ha entrado a trabajar hace poco con nosotros,
es amiga de Jaime. En un principio iba a venir, pero su padre ha muerto
hace solo unos días…
—¿Qué pintaba ella aquí? —preguntó Víctor con el ceño fruncido
mirando a Jaime de reojo.
—Es mi casa, Víctor, yo decido quién se sienta en mi mesa —le
contestó Daniela molesta, provocando que Nico y Javier se echaran a reír.
—¿A qué viene esa contestación?
—A que eres muy desagradable con ella, que me he enterado.
A Daniela le habían llegado algunos comentarios sobre situaciones
en las que Víctor había sido desagradable con Emma sin motivo alguno.
Natalia y María eran sus fieles ayudantes y siempre la tenían al corriente
de todo lo que sucedía en las instalaciones de Versus, especialmente María
que era la encargada de aportar la sección de «corazón» a Versus.
—Eso no es cierto. —Se defendió Víctor mirando de nuevo a
Jaime de reojo, que no dejaba de observarlo.
—Es la mujer que le salvó la vida a mi chica —aclaró Adrien
mirando a su mujer y sonriéndole—, así que la próxima vez que la veas le
haces una reverencia.
Todos sonrieron excepto Víctor y Jaime que se miraron fijamente
sin pestañear.
Otro de los momentos en que Jaime tensó la mandíbula fue cuando
Daniela propuso un brindis y se dirigió a ellos con unas palabras que no a
todos les llegaron con la intención con las que ella las pronunció:
—Y que conste que tenéis un año todos para buscar pareja. La
próxima Navidad quiero esta mesa con mucha más presencia femenina,
necesito aliadas. Os quiero a todos babeando, con cara de imbéciles y con
una chica maravillosa y estupenda ocupando el asiento de al lado.
Todos rieron excepto Jaime y Olivier que se lanzaron otra de esas
miradas que cargaban el espacio que había entre ellos, hasta el punto de
ser posible cortarlo con un cuchillo, pero solo ellos lo notaban.
—Un año está bien, Daniela… No te prometo nada, pero lo
intentaré —dijo Javier fingiendo estar emocionado.
Las risas se sucedieron con comentarios sobre las posibles
candidatas; solo Nico y Javier podían hacer que las carcajadas no faltaran.
Para ellos la tensión que se respiraba era invisible, pero no para Daniela
que observaba a sus amigos con atención, aunque se esforzaba por
aparentar que no reparaba en ello.
Víctor no dejaba de moverse incómodo en la silla cada vez que
Alejandro hacía algún comentario, esforzándose por formar parte de
aquella reunión, y Jaime se reía con cinismo o lo ignoraba aunque la
pregunta fuera dirigida a él.
Tras la comida planearon volver a la terraza para tomar allí el café.
Alejandro se despidió de todos alegando que tenía un compromiso con un
familiar. Todos menos Jaime se despidieron de él, que una vez más lo
ignoró entrando dentro de la casa en dirección a la cocina.
Daniela apareció poco después descubriéndolo con una nueva copa
de vino.
—¿Desde cuándo bebes tanto?
—¿Desde cuándo me controlas?
—Jaime Lena, no me vaciles mucho. Te pasa algo y te juro que
aunque me vaya la vida en ello me lo vas a contar, así que asegúrate de
quedarte un ratito cuando todos se vayan.
—Cielo, tengo prisa.
—Pues te jodes, pero de aquí no sales sin que tú —le dijo
apuntándole con el dedo en el pecho— y yo hablemos.
—Daniela…
—Jaime…
Daniela se reunió con el resto en la terraza y se acercó a Olivier
para susurrarle:
—¿Qué le pasa a Jaime?
—No lo sé —dijo frunciendo el ceño—. Pregúntale a él.
—¿Es grave? —dijo ella sin creerse que Olivier no supiera nada—.
Está muy raro.
—Daniela…
—¿Qué narices os pasa?
—Joder, Daniela, déjalo ya. ¿Tomamos café?
—¡Imbécil! —le dijo dándose la vuelta y dirigiéndose al lugar
donde estaba su marido.

En cuanto Víctor volvió de acompañar a Alejandro a la puerta se


dirigió a Jaime en un tono de voz que dejaba muy claro su enfado:
—¿Ves lo que has conseguido? Que se vaya. ¿A ti qué coño te
pasa? ¿No podías ser un poco más amable? Menudo capullo estás hecho.
—Olvídame, Víctor —le contestó Jaime consciente de que todas
las miradas estaban puestas en ellos dos.
—¿Cuándo vas a acabar con esto? No me puedo creer que sigas
con esta guerra.
—¿Qué guerra? —gritó Jaime acercándose a él—. ¿Tanto te cuesta
entender que no lo soporto? ¿Por qué tengo que ser amable con él?
—Por mí —gritó Víctor enfurecido.
—¿Por ti? ¿Quieres que sea amable por ti? Venga ya, si es un
cretino, a ver cuándo te das cuenta de una puta vez.
Víctor no salía de su asombro. No esperaba que Jaime continuara
con esa batalla. Ya no podía más, ya no soportaba más esa presión.
—¿Que me dé cuenta de qué? No te metas en mi vida, que yo no
me meto en la tuya. Si fueras la mitad de amigo de lo que eres no
permitirías que yo me sintiera de esta manera. ¿Verdad que no te ha
gustado que yo trate a esa mujer así en el trabajo?
Javier se acercó a ellos y le puso la mano en el hombro a su
hermano.
—¿No podéis calmaros un poco? Seguro que lo podéis hablar
tranquilitos como buenos amigos.
—Este no es mi amigo, si lo fuera no me haría esto, respetaría a mi
pareja.
Jaime cerró los puños y se dirigió a la otra punta de la terraza.
Adrien y Daniela no dejaban de mirarse. Olivier parecía tener la vista
puesta exclusivamente en Jaime, como si solo le importara él, no dejaba
de observarlo. Había bebido más de lo habitual, y aunque en una comida
de Navidad era algo frecuente, no lo era en él que detestaba perder el
control por culpa del exceso de alcohol, y estaba a punto de hacerlo.
Olivier buscó con la mirada a Adrien y le hizo un pequeño gesto
con la cabeza pidiéndole que se ocupara de Jaime. Adrien lo entendió, no
entendía muy bien lo que estaba pasando, pero sí las señales de alerta que
le hizo llegar Olivier.
—Respeto, Jaime, solo te pido eso —continuó diciendo Víctor
acercándose más a Jaime que intentaba fingir que lo estaba ignorando.
Adrien se interpuso y le hizo una señal a Víctor para que se callara,
pero este no le hizo caso.
—Contéstame, dime qué te ha hecho para que lo trates así en el
trabajo y fuera de él. Si me quisieras un poco no me harías esto, no sabes
lo mal que lo está pasando ni lo mal que lo estoy pasando yo.
—Basta, Víctor, deja de gritar, así no os vais a entender —ordenó
Adrien.
—Solo le pido a «mi amigo» que respete a «mi pareja». ¿Tanto
pido?
—Víctor, por favor —seguía pidiéndole Adrien mientras le
sujetaba para que no se acercara más a Jaime, que estaba de espaldas
contemplando las vistas espectaculares que ofrecía la terraza.
Javier no se despegaba del lado de su hermano intercambiando
miradas cargadas de malestar con Adrien. Ambos alzaban los hombros
intentando comunicarse el uno al otro que no sabían de qué iba aquel
enfrentamiento.
—Eres un cobarde, un cabrón.
—Víctor, joder —gritó Adrien—. Para ya.
Jaime, que parecía ajeno a la escena se giró lentamente. Su cabeza
estaba a punto de estallar. No pensaba con claridad. Estaba cansado,
agotado, las imágenes de Emma le torturaban cada vez con más
frecuencia, las de Olivier gritándole que aceptara que estaba enamorado de
ella, las palabras de Emma: «Eras tú el que sobrabas». No soportaba más
aquella tensión; el alcohol como él había creído, no era capaz de calmarla,
y los gritos de Víctor mucho menos.
—¿Respeto? —Por fin habló con un tono mucho más calmado que
el de Víctor—. Joder, no te enteras de nada. No me pidas respeto para ese
gilipollas. Se llama Jorge, es residente de último año, y está liado con tu
novio desde hace tiempo. Algunos nos hemos dado cuenta, tampoco es que
se molesten mucho en disimular. El puto papel de víctima que hace
diciéndote que yo lo trato mal es tan absurdo como que crea que yo no me
he enterado de los rumores.
—Eso es mentira —dijo Víctor soltándose del brazo de Adrien.
—No, no lo es, y no te he dicho nada porque esperaba que si te
cansabas de él fuera porque te dabas cuenta de que era un cabrón, no
porque yo te contara a lo que se dedica en sus ratos libres del hospital.
—¿En qué coño te basas para decirme eso?
—No me hagas entrar en detalles, Víctor. No te gustarían.
—Eres un hijo de puta… —le dijo antes darse la vuelta para
marcharse.
Javier corrió tras él alzando la mano para despedirse. Daniela se
abrazó a Adrien, y Olivier se sentó en una silla enterrando la cabeza entre
sus manos.
Nico se dirigió a Jaime:
—Digo yo que habrá habido días para contarle eso…
—¿Qué coño querías que le dijera? No dejaba de insistir.
—Antes, joder, Jaime. Esas cosas se cuentan antes de que estallen.
Y se cuentan con calma, y con más sutileza, joder. Que si a uno le ponen
los cuernos, al menos que no se lo griten en medio de una comida de
Navidad entre amigos. ¡Eres un capullo!
Nico se acercó a Daniela y la besó en la mejilla antes de seguir los
pasos de Javier y Víctor.
Jaime se sentó y lanzó la copa en el suelo. Olivier se acercó a él.
—Jaime, no puedes seguir así.
—¿Me lo dices tú? Desaparece de mi vista.
Adrien y Daniela no daban crédito a lo que estaba pasando. Olivier
cerró los ojos y salió de la terraza haciendo un gesto con la mano en el que
indicaba que hablarían más tarde.
Adrien hizo ademán de recoger los trozos de cristal que había
esparcidos en el suelo, pero Daniela se lo impidió. Le pidió que se ocupara
de Jaime señalándolo con la cabeza y así lo hizo. Se sentó a su lado, espero
a que su respiración fuera más calmada, y lo cogió por un brazo guiándolo
hacia el interior. Daniela los dejó marchar, aunque no tardaría en unirse a
ellos.
67
Olivier se reunió con Daniela y Adrien en el salón de su casa, una
vez más los visitaba, pero en esa ocasión no se trataba de una comida de
Navidad; la habían celebrado el día anterior, sin embargo tenía la
impresión de que habían pasado semanas desde ese día.
El día anterior había salido de ese mismo lugar con una sensación
muy amarga, fruto del enfrentamiento que Víctor y Jaime habían tenido, y
del suyo propio con él. No entendía por qué Jaime le había declarado a él
la guerra, ¿tanto daño le hizo que le dijera en voz alta que estaba
enamorado de Emma? Claro que, el comentario que ella le hizo no ayudó
mucho.
Los encontró sentados sobre la mesa con los portátiles abiertos
anotando algunas cosas en un cuaderno.
—¿La has traído? —le preguntó Adrien nada más entrar.
—Sí, la he dejado fuera, espero haber acertado. ¿Dónde está?
—En la ducha —aclaró Daniela—. Por fin conseguimos que se
durmiera, aunque costó. Adrien estuvo con él más de una hora para
conseguir que se tomara una pastilla.
—Cuéntame lo de Víctor —le pidió Adrien. Horas antes Olivier le
había anunciado que había hablado con él—. No le he llamado porque así
me lo has aconsejado, pero voy a tener que hacerlo o me reprochará el
resto de mi vida no haberme preocupado por él.
—Ya le he dicho que me habéis llamado a mí para evitar
molestarle. Está con Javier, en su casa. Estaba algo mejor.
—¿Y Alejandro?
—Se fue ayer por la noche.
—¿Entonces era verdad?
—Ayer, cuando salimos de aquí, nos fuimos todos a casa de Víctor.
Se calmó bastante y hablamos con él. Javier insistió en que Jaime no había
acertado con las formas, pero que no podría inventarse algo así. Y…
cuando llegó Alejandro nos fuimos y los dejamos solos.
—¿Y qué ocurrió? —preguntó Daniela.
—Lo sé por Javier. Víctor le planteó el tema directamente.
—¿Y no lo negó?
—Le dijo que había visto pruebas y el otro se derrumbó.
—¿Qué pruebas? —Daniela abrió mucho los ojos.
—Cariño, no hay pruebas, lo dijo para presionarlo, ¿cierto? —
aclaró Adrien y Olivier asintió.
—Solo sé que Víctor está destrozado. Se pelearon y Alejandro se
fue. Y… por lo que me ha dicho Javier, no tenía intenciones de intentar
arreglarlo.
—Jaime me dijo ayer que hacía tiempo que lo sospechaba —dijo
Adrien—, pero no tenía pruebas. Algunos compañeros lo dejaron caer
alguna vez. Por lo visto cada vez cometían más torpezas, y cada vez
llegaban nuevos comentarios a oídos de Jaime.
—Me pregunto por qué seguía con Víctor si tenía una historia con
otro hombre —reflexionó Olivier.
—Esa ecuación es más antigua que el planeta. De hecho tú y yo
sabemos mucho de eso, ¿no crees? —intervino Adrien refiriéndose a su
padre que había mantenido una relación paralela, con hijos incluidos,
durante años, con dos mujeres a la vez, con la madre de Adrien y con la de
Olivier.
Olivier sonrió.
—Tiene razón, tú y yo somos fruto de infidelidades.
—Eso lo será tú, hermanito. Mi familia era la oficial, la tuya la
clandestina.
Daniela los observó a ambos con cariño viéndolos reír. A pesar de
haber sido un episodio muy doloroso en sus vidas, especialmente cuando
dos años atrás descubrieron su parentesco, siempre que salía el tema lo
abordaban con humor, y rara vez no acababan muertos de risa. Para ella,
que lo vivió junto a ellos, era algo que admiraba profundamente.
—Cuánto siento lo de Víctor, ahora entiendo por qué Jaime no lo
tragaba —intervino Daniela.
—Debió decírselo antes —opinó Olivier.
—Eso es fácil decirlo, pero Jaime no tenía un papel fácil —le
defendió Adrien.
—Ayer nos lo contó todo —explicó Daniela—. Fue un infierno de
tarde. Estaba tan mal que no sabíamos cómo tranquilizarlo.
—¿Olivier, tú sabías que tenía una relación con Emma? —
preguntó Adrien.
—¿La tenía?
Daniela y Adrien se giraron al mismo tiempo para observarlo.
—Yo no sabía nada, a mí nunca me lo contó. Ni siquiera me había
pasado por la cabeza, me mintió varias veces diciéndome que quedaba con
una amiga suya. Pero… empecé a darme cuenta cuando a Emma se le
escapó un detalle…
—Nos ha contado lo que ocurrió con Emma, en su dormitorio… —
dijo Daniela con expresión disgustada.
—Vaya, se ha desahogado —dijo frunciendo el ceño—.
¡Lamentable! ¿Y qué os ha contado? Yo solo me he dedicado a sacar
conclusiones, y no será porque no lo he intentado.
—Que hace tiempo que nos vemos. —La voz de Jaime se escuchó
como si llegara a través de otra dimensión. Todos se giraron para mirarlo.
Olivier le dio la espalda y se sentó al lado de Adrien. Se entretuvo
en darle vueltas a un bolígrafo que encontró sobre la mesa.
—Es una larga historia, no me apetece contarla otra vez.
—No te lo he pedido.
—Pero se lo has pedido a ellos.
—También te lo pedí a ti y no quisiste.
—Porque quise mantenerme al margen, el que sobraba era yo,
¿recuerdas? Eso fue lo que ella me dijo.
Daniela y Adrien se miraron, ese detalle lo desconocían. Los dos
dirigieron sus miradas a Olivier que ni siquiera se inmutó con el
comentario. Mostró una media sonrisa forzada.
—¿Qué te hace gracia, Olivier? —le preguntó Jaime con frialdad.
—Que sigas sin darte cuenta.
Adrien se levantó y les habló con un tono elevado a ambos.
—Un momento, si vais a discutir no es el momento.
—No, por mi parte no hay discusión, pero me gustaría que me
aclararas de qué no me he dado cuenta.
Olivier se levantó y se acercó a él.
—¿Crees que yo tengo que ver algo con ella?
—Si así fuera estás en tu derecho, yo…
—No tengo nada con ella ni lo he tenido, pero lo más importante
es que ella no ha tenido nada conmigo. Ese comentario, aunque me parece
fuera de lugar, lo hizo para hacerte daño, porque te lo mereces; eso es lo
que aún no has entendido.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Lo estoy, Jaime. Afortunadamente no todos dudamos cada vez
que respiramos. Hay cosas que se saben y punto.
—En cualquier caso da lo mismo. Lo que fuera que hubiera entre
nosotros se ha terminado.
—¿Lo tienes claro?

Jaime se sintió algo mareado y buscó con urgencia un asiento, el


sofá más cercano fue el elegido. A pesar de los esfuerzos que hizo por
parecer más fuerte, sus amigos lo conocían lo suficiente para saber que
seguía estando mal. Las señales de fatiga que mostraba su rostro eran
preocupantes.
—Nos vamos.
—Un momento, Adrien, yo no voy ninguna parte. Lo he pensado y
te vuelvo a decir que no, solo necesito descansar unos días y poner orden
en mi cabeza.
—Ya lo hemos hablado, Jaime. Está todo reservado, el hotel, el
avión…
—Te he dicho veinte veces que no, y una que sí, entenderás que lo
tengo bastante claro.
Daniela se levantó y se dirigió a él como un rayo. Le apartó los
brazos, que los tenía apoyados en las rodillas por los codos, y lo empujó
para que quedara apoyado en el respaldo del sofá.
—Vas a levantar tú culo y te vas a meter en el coche con Adrien, y
los próximos cuatro días, los vas a pasar en el balneario. Y no vas a decir
ni una puñetera palabra. Has sido un gilipollas, eso está claro, pero te vas a
ir al balneario a meditar cómo dejar de serlo. Y no me alteres mucho,
Jaime, que tengo muchas ganas de insultarte y joderte de todas las
maneras posibles.
—¿Qué te he hecho yo? —preguntó temiendo la respuesta de
Daniela, que cuando se mostraba así era terrible.
—Recordarme que mi marido fue igual de imbécil que tú una vez
—Ante la inminente protesta de Adrien, Daniela se giró hacia él—. Lo
fuiste, cariño, lo fuiste, lo que ocurre es que se te ha olvidado, pero a mí
no— Volvió a mirar a Jaime—. Y te recuerdo, de paso, que crucé un
océano entero para acudir a tu llamada, me debes un favor.
—Tú me obligaste a ir a ese balneario casi a la fuerza, ahora te
toca a ti. Yo fui en coche y tú te vas en avión, sales ganando. Venga, te
llevo al aeropuerto.
—Adrien ir a ese balneario hizo que acabaras casándote con
Daniela… —apuntó Olivier sonriendo.
—Vale, pero no estamos hablando de mí, joder.
—No me digáis nada más, estoy hasta los mismísimos de
escucharos. Venga, vámonos de una vez. Tengo prisa por llegar a un
balneario que está a quinientos kilómetros de aquí.
—Cuatrocientos, y son los mismos kilómetros que había cuando
fui yo.
—Tú estabas estresado, habías tenido un amago de infarto y varias
crisis de ansiedad.
—A ti te falta poco para llegar a eso, Jaime. ¿Te has visto? Pareces
un alma en pena. Allí descansarás y pondrás tus ideas en orden, y a la
vuelta tendrás claro qué hacer.

Media hora después salían por la puerta. Antes de atravesarla del


todo, Jaime se detuvo frente a Olivier y lo miró fijamente. Solo ellos
sabían la dimensión que tenía.
.
Daniela y Olivier vieron cómo se alejaba el coche.
—Espero que vuelva mejor.
—Eso espero. Llévame a casa de Emma, que aún no puedo
conducir.
—Daniela…
—Tengo que hablar con ella.
—¿Y luego podré irme a dormir?
—Luego haz lo que quieras, pero llévame.
—¿Por qué no pides un «taxi»?
—Porque me gusta cómo conduces Olivier Abad. Y se dice «taxi»,
no «tacsi», a ver si te esfuerzas más en aprender a hablar español
correctamente.
—Soy francés, cariño.
—¿En serio?
Ambos entraron en el interior riéndose y emprendiendo una de esas
batallas verbales con la que tanto disfrutaban.
—Olivier, esa afirmación de Emma sobre ti…
—Averigua tú por qué la hizo. Yo sé lo que vi en sus ojos cuando
hablaba de él. Y si lo que quieres saber es si entre Emma y yo ha pasado
algo, te equivocas. No me metas en esto, no siempre estoy en medio de las
historias de amor de esta familia.
Daniela le sonrió con ternura y bajó la mirada. Sabía a lo que se
refería, aunque hacía más de dos años que no habían vuelto a mencionarlo.
68
Emma todavía estaba perpleja ante la visita de Daniela. Había
hablado con ella por teléfono a su vuelta de Italia en un par de ocasiones.
Le había comentado, sin demasiados detalles, su viaje a Italia y sus planes
para Navidad, no le encontraba sentido a que la visitara, mucho menos
estando de vacaciones. Si no recordaba mal, le había anunciado que las
pasaría en la cabaña.
—Pasa, por favor, no te quedes ahí fuera —le dijo guiándola hacia
el salón.
—¿Qué tal fue el día de Navidad?
—Bien, estuve con Héctor, un amigo, éramos compañeros de
trabajo cuando estuve en el colegio.
—¡Oh! ¿Es guapo?
Emma se echó a reír.
—No, no vayas por ahí. Sí, es guapo, pero hasta hace poco tenía
novio, con «o».
—¿De verdad? —Daniela se echó a reír.
Se hizo un silencio incómodo que Emma rompió para ofrecerle un
té, que aceptó encantada.
Mientras lo preparaba, Daniela la observaba.
—Te sorprende mi visita, ¿verdad?
—Sí, claro, yo no…
—Por favor, he venido como amiga, relájate. Me siento como si te
hubiera invadido, pero he venido a comentarte algo.
Se sentaron en el sofá y se acomodaron para quedar de frente.
—Conocí a Adrien aquí, en Madrid. Salí corriendo de Barcelona,
huyendo de una vida muy triste, y decidí empezar aquí de cero. Adrien me
hizo una entrevista de trabajo, gracias a Javier, el hermano de Víctor y
amigo de Nico. No sé si has oído…
—Sí, lo he oído mencionar —dijo Emma sin concretar.
—Pero no fue hasta tiempo después que entré a trabajar en Versus.
Antes de eso, me fui a trabajar al norte, a un balneario. Yo soy
fisioterapeuta. Y allí me encontré a Adrien, por esas casualidades de la
vida. Estaba allí porque sus amigos decidieron que le convenía
desconectar, especialmente su cardiólogo: Jaime.
»Allí vivimos una historia de amor apasionante. Es una historia
que daría para escribir una novela bien larga, pero estoy intentando
resumirla —Suspiró—. Adrien y yo tuvimos que recorrer un camino muy
largo, muy pesado, lleno de obstáculos que parecían no terminar nunca. El
principal enemigo en nuestra relación fue su miedo a enamorarse. Fue un
enemigo terrible, devastador, que a punto estuvo de separarnos para
siempre.
Emma bajó la cabeza y expulsó aire con fuerza.
—Adrien tuvo un accidente que le dejó en coma un tiempo. Yo,
destrozada por todo lo que nos había enfrentado, me fui a Panamá, allí
vive mi padre. Jaime me llamó para que volviera a España, estaba
desesperado porque Adrien no despertaba del coma y la ciencia no tenía
una explicación. Lo hice, despertó, y volví a marcharme. Y poco después
acompañó a Adrien a Panamá para que pudiéramos encontrarnos. Fue una
sorpresa, y allí resolvimos todo lo que nos había separado.
»Su miedo a sufrir, a perder el control, a sentirse vulnerable
hicieron que fuera un camino muy doloroso. Necesitó el apoyo de sus
amigos, y el miedo a perderme para despertar de su letargo y aterrizar en
la tierra. Y… final feliz, hasta hoy. Mereció la pena porque le quería con
todas mis fuerzas, porque le amaba como pocas veces se puede amar.
—Me alegro de que acabara bien, hacéis una bonita pareja.
—Conozco vuestra historia, Jaime me la contado toda. Desde que
os conocisteis hasta la última vez que os visteis.
Emma tragó saliva. Intuía que Daniela quería hablar de él, pero no
sabía de qué forma y cuánto podía saber. Su historia con Adrien le había
confundido hasta llegar al final, el momento en el que le había hablado del
miedo que a punto estuvo de separarlos.
—Yo… No sé qué decirte, Daniela. Me siento rara hablando
contigo de este tema.
—Dime que no le quieres y te dejaré en paz.
Emma guardó silencio, esa pregunta era tan directa que no sabía si
debía sincerarse o no con ella, al fin y al cabo el doctor y ella eran grandes
amigos.
—¿Te gusta Olivier?
—No, yo, claro que no.
—Pero no fue eso lo que le dijiste, ¿verdad?
—Te refieres a… Eso solo fue una forma de… estaba tan enfadada
con lo que había pasado, y con… Me arrepentí mucho, te lo aseguro.
—Eso ha creado mucha tensión entre ellos.
Emma abrió mucho los ojos y luego los cerró. Se levantó
intentando encontrar las palabras que podía pronunciar, pero hubo pocas
que le llegaron a la cabeza. Héctor le había dicho la noche anterior que
había sido un gran error decirle al doctor que era él el que sobraba en
aquella habitación. Sin duda lo fue.
—¿Qué ha pasado?
—Ayer discutió con Víctor, por unos temas que tienen pendientes,
y con Olivier estuvo muy tenso. Se derrumbó y ha pasado la noche en casa.
Se ha ido unos días para descansar, lo hemos convencido. Emma se sentó.
—Sigo sin saber qué decirte, Daniela —le dijo con la voz
temblorosa.
—Solo si le quieres, con eso me basta. Dime que no y me iré.
Emma la miró a los ojos sin desviar la mirada y se echó a llorar. Se
tapó el rostro y consiguió balbucear unas palabras:
—Claro que le quiero, Daniela, le quiero mucho, estoy loca por él,
pero… pero me hizo daño, él es tan… Me arrepiento de haber metido a
Olivier, no lo pensé. Le tenía aquí delante, quería abrazarlo decirle que le
quería, pero él solo hablaba de lo que necesitaba él, de las respuestas que
estaba buscando, de….
—Conozco ese miedo, Emma, ya te he hablado de él, a Adrien y a
mí nos destrozó.
Emma se echó a llorar y Daniela la abrazó con fuerza.
Daniela se levantó poco después para marcharse. Sacó de su bolso
un papel doblado y lo dejó sobre la mesa:
—Por si te interesa. Si es así, hazlo ya.
Cuando se marchó, Emma se acercó al papel.
Centro de Salud y Bienestar Ville.
A continuación había una dirección, un nombre: Julia, y un
teléfono de contacto. Y también una nota:
Es mi amiga, está esperando tu llamada.
Daniela.
69
Emma caminó sobre la habitación en la que se encontraba, pero su
tamaño era tan reducido que empezó a sentirse mareada. El corazón le
latía tan fuerte cada vez que pensaba lo que estaba a punto de ocurrir, que
el pánico la invadió en varios momentos obligándola a sentarse en el suelo
y respirar hondo.
No se podía creer que esa misma mañana se encontrara en su casa
llorando a moco tendido, compadeciéndose de sí misma, y desgastando la
única fotografía que tenía del doctor. Y que unas horas después, se
encontraría en una habitación claustrofóbica esperando la señal de Julia.
No quería ni pensar que estaba a punto de cometer una locura. La
visita de Daniela y su relato sobre el daño que puede hacer el miedo le
habían hecho aceptar atravesar media España para hablar con el doctor.
Claro que hablar, lo que se dice hablar, no era la idea inicial. ¿Por qué no
habría pensado un poco más? ¿Y si él la echaba de allí? ¿O la miraba de
forma inmortal y le decía que estaba haciendo el mayor ridículo de su
vida? Daniela le había hablado de muchas cosas, la chica tenía labia, pero
no le había hablado de los sentimientos del doctor. ¿Qué era lo que él
sentía? Si no le hubiera intentado colar que Olivier le interesaba, quizás se
habría animado a explicarle el resultado del experimento, pero… no lo
hizo. No le dejó hablar, eso era cierto.
«¡Por Dios, Emma!», dijo en voz alta. Daniela había hablado con él
durante horas, algo sabría para animarla a hacer el payaso como estaba a
punto de hacer.
Julia estaba tardando demasiado.
Recibió un mensaje de Julia anunciándole que quedaban diez
minutos. Eso suponía una vida entera para ella. No sabía si sería capaz de
aguantar tanto tiempo allí metida.
Julia era una amiga de Daniela. Trabajaron juntas en ese mismo
lugar y mantuvieron la amistad cuando Daniela se marchó, o mejor dicho
cuando la despidieron por liarse con un cliente del balneario: Adrien.
¡Menuda historia! Julia seguía trabajando allí. Ella se encargaba de
preparar a los clientes y de proporcionar un tipo de masaje concreto, uno
que mencionó, pero que no recordaba su nombre.
Aquel balneario era un lugar para clientes muy adinerados y
exclusivos. Algunos de ellos eran personas muy conocidas en diferentes
ámbitos y el balneario les ofrecía la posibilidad de preservar su identidad
de tal forma que ni la masajista la conocía. Pero a Jaime eso debía
importarle poco, lo que habían planeado era más sencillo.
El plan era que Jaime aceptara la reserva que había realizado
Daniela. Julia se encargó de hacérselo saber, y aunque este se había
negado en un principio Julia lo persuadió para que aceptara. Ella se
encargaría de prepararlo en la camilla y buscaría una excusa para salir
unos segundos; y sería Emma la que continuaría.
La habitación en la que se encontraba era la que utilizaba Julia
para cambiarse, allí debía permanecer hasta que ella fuera a buscarla. No
era tan sencillo como parecía. Si alguien descubría lo que pasaba, Julia se
quedaría sin trabajo, por eso ella permanecería en la habitación reducida
hasta que Emma acabara con el doctor.
Llevaba allí media hora y ya no podía más, no quería ni imaginarse
lo mal que lo pasaría Julia allí metida. Había tenido que esconderse allí
con mucha antelación para que nadie la viera deambular por los pasillos.
Emma pensó en el nuevo giro que había dado su vida. En pocos
meses habían desaparecido muchas personas de ella, y en pocos, también,
habían entrado otras, aunque una de ellas, la que estaba a punto de ver, era
la que más profundo le había marcado. Estaba locamente enamorada de
ese hombre y la prueba estaba en que llevaba más de media hora en dos
metros cuadrados esperando para colarse en su intimidad y decirle… ¿Qué
le iba a decir? ¿O le hacía un masaje y luego le decía? Si ella no sabía
hacer masajes…
La puerta se abrió, Julia asomó la cabeza y le susurró:
—¿Estás lista? —Emma asintió intentando controlar el temblor de
las piernas—. Sígueme. Cuando acabes vienes, me avisas y te vas por la
puerta que te he dicho.
—Vale.
—Tienes treinta minutos exactos. Nadie entrará. Llévate el móvil
por si tuviera que llamarte.
Emma la siguió y entró en la sala. Julia la empujó como si hubiera
presentido que se había echado atrás.
Emma se arremangó y se acercó a la camilla. Enseguida identificó
la espalda del hombre que estaba boca abajo sobre la camilla. Tragó
saliva. Acercó la mano a una de las estanterías que le había descrito Julia y
cogió un frasco. Desde esa distancia no pudo leer bien la etiqueta. «Tapón
amarillo, aceite de pomelo». ¿Cómo iba a ver el color si apenas había luz?
No olía a pomelo, pero daba igual, el caso es que su textura era oleosa.
Se echó en las manos y se acercó a él lentamente. Observó su
espalda buscando el punto en que posar sus manos, pero la espalda hizo un
movimiento brusco y en pocos segundos tuvo la mirada del doctor clavada
en ella, y una expresión propia del que tiene una aparición fantasmagórica.
Se sentó en el borde de la camilla.
—¿Qué haces aquí?
Emma tenía las manos levantadas, impregnadas con la esencia y la
mente completamente bloqueada.
—Si no te hubieras levantado, jodido doctor, lo habrías
comprobado.
Dio un paso más y le impregnó las piernas con el aceite en un
intento de desprenderse de él.
—Se supone que esto iba a ser algo romántico, algo muy
peliculero, muy… especial. Yo iba a entrar —Expulsó aire ante la atenta
mirada de Jaime, que seguía mirándola fijamente con una expresión fría
—, iba a untarte aceite de… pomelo en la espalda, te iba a hacer un
masajito y te iba a decir cosas muy profundas, y muy intensas —Le golpeo
suavemente en el pecho—, y tú te deshacías, te dabas la vuelta y me
besabas como si mañana el mundo fuera a desaparecer.
Se dio la vuelta y dio unos pasos por la estancia, volvió a acercarse
a él, volvió a golpearle, esa vez en el hombro, y volvió a hablarle con una
voz más firme:
—Para eso he hecho una maleta en seis minutos, he cruzado media
España, y he estado metida en un zulo sin respiración esperando luz verde
de Julia durante más de media hora. Para eso he estado ensayando todo lo
que te iba a decir, y todo era precioso, así que estaría bien que volvieras a
tumbarte y te dejaras untar la espalda con este aceite que, más que pomelo
parece fregasuelos de hospital, y dejaras que te dijera todo lo que he
venido a decirte.
—Te escucho —dijo sin cambiar la expresión—, pero no me voy a
tumbar ni me vas a untar con eso, no sé qué es, pero te aseguro que no es
pomelo.
—Tapón amarillo, pomelo. Es lo que me ha dicho Julia.
Jaime miró en dirección a la estantería donde descansaba el
producto.
—Ese tapón es verde —Alargó la mano para cogerlo y se lo mostró
—. Pino.
—Está un poco oscuro.
—Te escucho.
—Eres un gilipollas, un arrogante, que me saca de quicio cuando
adopta su forma de inmortal, pero he enamorado de ti. Es todo.
Jaime no movió ni un solo músculo y ella se dirigió a la puerta,
pero declinó salir y volvió a acercarse.
—Eso es lo más profundo que soy capaz de decirte, porque por
mucho que ensaye, por mucho que busque frases impactantes, entre tú y yo
están de más. No es algo que hayamos hecho nunca. Nosotros follábamos
y charlábamos, especialmente de mis problemas. Ahí no había cabida para
ese tipo de cosas. Estaba prohibido quererte, doctor, y así lo hice durante
un tiempo. Pero se me escapó de las manos, seguramente por todos esos
encantos que tienes, los que acabo de describir.
Emma consultó su reloj y se dirigió de nuevo a la puerta, pero se
detuvo para secarse las manos con una toalla. Él la sujetó por un brazo y
tiro de ella hasta arrinconarla entre sus piernas.
—¿Ya no sobro?
—Si juegas con fuego. Deberías saber que no eres el único que
dice cosas que no piensa.
Jaime sonrió por primera vez. La atrajo aún más hacia él y atrapó
sus labios para besarla.
—Ahora mismo sería capaz de jurarte amor eterno.
—Me tengo que ir o Julia se meterá en un lio. Luego nos vemos,
follamos y me juras eso, que suena muy bien.
Él se echó a reír.
—Nos vamos juntos, Emma, como muchas cosas que vamos a
hacer a partir de ahora.
Epílogo
Ocho meses después.

Daniela me ha regalado este cuaderno. Ella lo llama diario. Su


amiga Eva le regaló uno similar hace dos años, cuando su historia de
amor con Adrien declaró oficialmente formar parte de los finales felices.
«Ahora te toca a ti, escribe ahí tu historia de amor». Esas fueron sus
palabras, y eso es lo que estoy intentando hacer. No es una tradición que
me vuelva especialmente loca, pero no seré yo quien la interrumpa.
Ha pasado mucho tiempo desde que el doctor y yo entramos a
formar parte de esos «finales felices», solo que nosotros no lo declaramos.
Salimos del balneario dispuestos a recorrer un camino juntos, pero
convencidos de que nuestra historia no había estado tan mal, y no
teníamos por qué cambiarla. Si nunca hubo palabras de amor, tampoco
tenía por qué haberlas después. Si nunca hablamos de relación, tampoco
teníamos por qué empezar a hacerlo.
Tampoco hacíamos planes para el día siguiente, ni nos
despedíamos con un cálido beso anunciándonos que nos llamaríamos. Nos
gusta seguir haciéndolo así, y así seguiremos, lo sé.
Llegué a confesarle que necesitaba sentir de vez en cuando esa
mirada inmortal, y él me confesó que necesitaba reírse a carcajadas. Con
ello establecimos unas bases, y fue sin darnos cuenta; hasta el día de hoy
funcionan. Surgió algo fuerte, o al menos mucho menos endeble.
Ahora puedo afirmar que Olivier y yo somos amigos. Nunca más
hablamos de lo ocurrido aquella noche ni de Blanca, solo la mencionamos
de vez en cuando para referirnos a una pieza de una colección especial
que lleva su nombre.
Adrien sigue siendo el jefe, pero fuera de la oficina se transforma.
Son muchas las veces que nos aliamos para atacar al doctor y reírnos a su
costa. Siempre acaba perdonándonos, o más bien ignorándonos.
Víctor siguió siendo alguien desconocido y lejano. Ni yo lo intenté
con él, ni el conmigo. Hizo las paces con su amigo y le deseó buena suerte
conmigo. Durante estos últimos meses siempre se ha mostrado distante
cuando hemos coincidido en la oficina, pero desde hace dos semanas
parece más cercano, desde que su historia de amor con Héctor se ha hecho
oficial. Ahora ya no soy para él la chica de su amigo Jaime y la secretaria
de Daniela, ahora soy la amiga de Héctor; a sus ojos he subido de
categoría.
Nico y Javier, los amigos de Daniela son fantásticos, me hacen reír
tanto que cuando tengo un mal día le propongo a Daniela que nos
reunamos con ellos.
Y Daniela es… simplemente mi amiga, y la quiero.
Tengo una gran familia en Madrid, una pequeñita en Italia, un
pasado, una colección de vendas para los ojos, otra de bloqueos, una
matrícula en la universidad para acabar mi carrera, y mi casa de la playa.
Hoy estamos en ella. El doctor la compró y la restauró, se le fue un
poco la mano, pero gracias a ello hoy podemos reunirnos todo aquí para
pasar cinco días juntos, los únicos que hemos conseguido que coincidieran
disfrutando de vacaciones.
Julia se ha unido a ellas. La despidieron del balneario cuando
descubrieron lo que había hecho para ayudarnos. Ni el doctor ni yo fuimos
discretos al salir, y alguien se encargó de traicionarla.
Desde la ventana puedo observarla mirando a Olivier; hace unos
minutos ha sido al revés, era él el que la observaba. Chispas, creo que es
así como lo llaman.
Y del doctor puedo decir que es mi razón de ser, pero no creo que
nunca se lo diga. Lo sabe, y con eso me basta. Todavía no me ha jurado
amor eterno, y con eso también me basta.
Es lo mejor que me ha dado la vida y creo que en cualquier
momento voy a empezar a llamarlo Jaime.
Emma.

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