El término competencia se ha extendido ampliamente en el
campo de la educación y de la formación profesional. A partir
de su original jurídico, el vocablo ha sido introducido en
diversas ciencias sociales: lingüística, sociolingüística,
psicología, antropología social, sociología y sociología de la
educación y se ha llegado a afirmar que competencia «es una de
esas nociones de testimonio de nuestra época» (Ropé y Tanguy
en Isunza, 2009, p. s/n).
En el campo educativo su antecedente más inmediato proviene
del ámbito de la capacitación para el trabajo, en donde no se
recupera la riqueza de sus diversas acepciones en diferentes
campos como la lingüística (Sassure), la psicología
cognoscitiva (Vigotsky, Piaget y Bruner) o la sociología de la
educación (Bordieu y Bernstein). Constituye entonces, un reto
realizar una construcción “propia” del concepto de
competencia.
Razón por la cual, en la presente investigación se
entenderá por competencia, como aquel proceso de desarrollo
individual tendiente a adquirir o perfeccionar capacidades y
actitudes específicas para la investigación desde el contexto
de la actividad docente científico - estudiantil; a partir de
la apropiación de estrategias y el desarrollo de los
principales procesos psicológicos relacionados con el
pensamiento científico que permitan la orientación y actuación
competente del individuo en esta esfera, desde lo actitudinal
y lo aptitudinal.
Estas competencias se deben desarrollar desde las
destrezas y habilidades que todo investigador debe poseer, se
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le debe adquisición de exigir y éstos deben demostrar; según
la teoría de competencias por remuneración en el área
gerencial, cuya teoría traspolada por la autora de esta
investigación al ámbito educativa, expuesta por Urquijo y
Bonilla (2008). A su vez, se desarrolló la caracterización que
hace Muñoz, Quintero y Munévar (2001) sobre el desarrollo de
competencias investigativas al enfatizar el perfeccionamiento
en la búsqueda, el análisis, el pregunteo (comunicacionales),
cognitivas y todas éstas sobre la base de los valores, de la
ética. Porque formar competencia se debe hacer de la aptitud
así como también desde la actitud.
En el proceso de facilitar al lector la búsqueda de los
contenidos de esta investigación, el trabajo se organizó en
secciones de la siguiente manera: Sección I que comprende la
contextualización de la situación a abordar, el trayecto a
seguir con su objetivo general y los específicos, y el
propósito de la construcción. En la Sección II se hace
referencia a los antecedentes, así como también las bases
teóricas y las legales que sustentan a la investigación.
La Sección III está relacionada con el abordaje
metodológico tomando en consideración las vías de abordaje
como sonp. el posicionamiento de la metódica del estudio, el
camino de la indagación, los actores informantes, a la
búsqueda de la realidad reconstruida, los criterios de
credibilidad consensuada, la adecuación de las
interpretaciones y las tácticas.
En cuanto a la Sección IV se identificó como el
acercamiento a la realidad, la cual está constituida con la
interpretación y el análisis de diferentes matrices e
infogramas cuyo recurso fue empleado para la mejor comprensión
de los hallazgos. Finalmente las conclusiones, recomendaciones
y las referencias tanto bibliográficas como electrónicas.
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SECCIÓN I
CONTEXTUALIZACIÓN DE LA SITUACIÓN A ABORDAR
En la última década, los cambios ocurridos en el mundo han
estremecido a la sociedad y no ha quedado ningún sector, ya
sea productivo, económico, de servicios o educativo, que no
haya sentido el impacto de la globalización. En el caso del
campo educativo, se ha estado debatiendo, con mucha
insistencia, lo concerniente a cómo educar mejor a los
futuros profesionales de tal manera que puedan dar respuesta
a los diferentes problemas existentes en la actualidad. Se
critica fuertemente la rigidez del currículo, la falta de
integración en las materias, el carácter pasivo de la
enseñanza, la ausencia del desempeño del rol de la universidad
para cumplir con sus cuatro funciones básicas como son: la
docencia, la investigación, la extensión y la gestión, entre
otros aspectos.
Lo anterior impone que todo instituto de Educación
Superior, es decir las universidades, debe asumir los grandes
retos de este siglo relacionados con los cambios vertiginosos
que se operan no sólo en el ámbito nacional sino también, el
mundial. De igual forma el contexto universitario exige
comprender mejor la noción de alteridad presumiendo que es por
medio de la educación y de la investigación como se logre una
experiencia de búsqueda y de generación de conocimiento de
alto nivel.
En este sentido, en 1996 la Organización de las Naciones
Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura ( United
Nations Educational, Scientific and Cultural Organization,
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UNESCO) a través de una de sus comisiones que tuvo la tarea de
redactar el informe sobre los diferentes cambios que se deben
operar desde el sector educativo, conocido mundialmente como
el Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la
Educación para el Siglo XXI, Informe Delors, propuso la
reconstrucción de la Educación sobre el asiento de cuatro
pilares, lineamientos que toda Nación debe asumir, para el
desarrollo de sí mismo y de las Naciones del mundo. Entonces
es evidente que las instituciones que forman profesionales en
área de la docencia, caso que amerita gran atención en esta
investigación, debería plantear directrices que permitan
formar al maestro que este siglo XXI requiere.
Esta Comisión sugirió una educación que fuese de un
espíritu nuevo, sugiriendo que se integrara los cuatro pilares
que proporcionan los elementos básicos para aprender a vivir
juntos, aprender a conocer, aprender hacer, aprender a ser.
Propuso igualmente que a partir de este milenio se debería
exigir una mayor autonomía y capacidad de juicio junto al
fortalecimiento de la responsabilidad personal en la
realización del destino colectivo (UNESCO, 2003). En ese
sentido, muchos especialistas y profesionales se están
abogando a transformar a Venezuela en una sociedad del
conocimiento, en la que las capacidades científicas, el avance
tecnológico, la investigación y la innovación contribuyan al
desarrollo social y económico del territorio, con criterios de
inclusión y equidad.
Para esto, el maestro del siglo XXI debe prepararse,
tomando en consideración lo expuesto Galvis por (2007) en
fomentar la práctica social de calidad, desarrollar y producir
teorías pedagógicas desde la práctica, motivarse para que
inicie investigaciones sin tener que esperar a cumplir un
requisito para obtener un título, cursar estudios de postgrado
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o trabajos de ascenso para hacerlo, porque es sabido que por
medio de la investigación se podría producir innovaciones
educativas que conlleven a mejorar los procesos pedagógicos y
resolver problemas en los diferentes contextos; directrices
que debe seguir tanto el docente en formación como el docente
en ejercicio.
Sobre la base de lo anterior, la educación de este siglo,
debe hacer énfasis en el entrenamiento de las estructuras
intelectivas (lógico-analítica), en las académicas e
investigativas, así como también en el aspecto formativo
trabajando profundamente la importancia de enseñar a prestar
atención a las propias actitudes, pensamientos, sentimientos,
la asimilación de principios de vida y su expresión sobre la
base de los valores.
Es evidente entonces, que los educadores son los líderes
morales e intelectuales de la sociedad y agentes
multiplicadores de una forma de ser y de hacer en el mundo.
Ellos son los encargados de llevar adelante la formación
humana, lo que implica que el propio educador debe
necesariamente ingresar activamente a un proceso de
perfeccionamiento de su personalidad, desenvolverse con una
conciencia colectiva, ecologista, aunado al desarrollo de
habilidades que le permita cumplir con las funciones básicas
que la profesión pedagógica aspira en cuanto a su rol como
facilitador o mediador, extensionista, gestor e investigador.
La tarea educativa en el siglo XXI (Morín-UNESCO, en
Figueroa, 2007, p. s/n) «es enseñar a vivir, a compartir, a
comunicarse, a hacer, a conocer». La educación tiene una gran
misión que es enseñar la comprensión humana y no solamente la
comprensión intelectual. En ese sentido es necesario
replantearla, debido a que el ser humano actual vive solo por
«una ceguera del conocimiento» (op. cit); siendo necesario
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enseñar sobre la condición humana y la identidad para saber
enfrentar las incertidumbres y segmentar bases sobre la ética,
crear conciencia social y ecológica, aprender a reconocer la
unidad dentro de la diversidad; transformar la conciencia
cívica, orientar sobre la responsabilidad y solidaridad;
reconocer históricamente la alteridad, como también, originar
conciencia espiritual que permita la auto-reflexión y la
comprensión mutua. Es decir, éstos deberían ser los objetivos
formativos del tercer milenio, ir en la búsqueda del bien
común bajo una conciencia planetaria.
Es evidente entonces que los tiempos actuales requieren de
educadores dotados de actitudes y competencias que les
permitan formar y capacitar niños/as y jóvenes que actúen con
sensibilidad e inteligencia, tanto con el mundo humano, como
con el mundo de la naturaleza y lo trascendente. Avanzar en
forma equilibrada al desarrollar lo cognitivo y lo afectivo,
donde el conocimiento y su efectividad práctica se emplee para
solucionar problemas, realizar una búsqueda que articule el
autodominio afectivo y la proyección de lo positivo, ambos
necesario para una vinculación exitosa en el mundo. «La
calidad humana no depende del desarrollo de habilidades
intelectuales ni de destrezas tecnológicas, sino del nivel
psicoespiritual, expresado en su afectividad» (Figueroa, 2007,
p. s/n).
De ahí la importancia de desarrollar y potenciar destrezas
y habilidades en el docente en formación y en el docente en
ejercicio y abocarse a cultivar el conocimiento, la
afectividad, a trabajar en respuestas que solucionen los
diferentes problemas que aquejan a la sociedad y abordarlos
con la finalidad de buscar soluciones a través del desarrollo
de competencias relacionadas con la investigación ya que, es