¿Para qué sirve unx antropólogx?
La intervención antropológica y sus relaciones con la investigación
-Julieta Quirós-
Ilustró Florencia Bacchini
Quirós, Julieta
¿Para qué sirve unx antropólogx? La intervención antropológica y sus relaciones
con la investigación / Julieta Quirós. - 1a ed. - Córdoba : Universidad Nacional de
Córdoba. Facultad de Filosofía y Humanidades, 2021.
Libro digital, PDF - (Antropología un viaje de ida / 1)
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-950-33-1617-7
1. Antropología. 2. Etnografía. 3. Antropología Política. I. Título.
CDD 301.072
Universidad Nacional de Córdoba
Rector: Dr. Hugo Juri
Facultad de Filosofía y Humanidades
Decana: Lic. Flavia Dezzutto
Museo de Antropología
Directora: Mgtr. Fabiola Heredia
Autora
Dra. Julieta Quirós
Instituto de Antropología de Córdoba-CONICET, Museo de
Antropología, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad
Nacional de Córdoba.
Diseño gráfico e ilustraciones
Florencia Bacchini
¿Para qué sirve unx antropólogx?
La intervención antropológica y sus
relaciones con la investigación
Por Julieta Quirós
IDACOR, Conicet – Museo de Antropología, UNC
Abril de 2021
¿Para qué sirve unx antropólogx?
¿Para qué sirve unx antropólogx?
La intervención antropológica y sus
relaciones con la investigación*
“Dígame, ¿para qué sirve usted?”, fue la pregunta
con que un periodista francés abrió su entrevista al
célebre sociólogo Pierre Bourdieu. Así formulada, la
interrogación puede resultarnos chocante —¿“utilitarista”,
diríamos?—. Ciertamente lo es, y el utilitarismo, si nos
causa desconfianza desde el vamos, más lo hace en nuestro
contexto nacional reciente: fue en nombre de la utilidad
que en los últimos cuatro años los científicos argentinos -y
los sociales sobre todo- vimos caer sobre nuestras cabezas
una catarata de descalificaciones por parte de una gestión
—la de la alianza Cambiemos (2015-2019)— que, entre
otras cosas, habilitó un estrepitoso recorte al presupuesto
destinado a ciencia y técnica, como también re-jerarquizó
la investigación llamada “aplicada” por sobre aquella otra
llamada “básica” -devenida entonces, desde la voz oficial
del Estado, sinónimo de inservible. De ahí venimos, y
quiero empezar estas páginas defendiendo la idea de que
no podemos conceder la pregunta por nuestra utilidad —ni
sus respuestas— al neoliberalismo.
* Agradezco a lxs estudiantes, tesistas y becarixs del equipo “Antropología
de la política vivida en perspectiva comparada” del Instituto de
Antropología de Córdoba (IDACOR), por las conversaciones colectivas en
las que fuimos y vamos poniendo en práctica las ideas volcadas en estas
páginas. También a Fabiola Heredia por los valiosos aportes en su lectura
del borrador.
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Julieta Quirós
Sobre todo, porque servimos para muchas cosas y eso
nos causa mucha satisfacción; y porque al fin y al cabo no
está nada mal que el trabajo de uno sirva para algo. Así,
lejos de temerle, deberíamos abrigar la pregunta y hacerla
propositivamente nuestra, poniéndola en conversación
entre nosotros y con nuestrxs alumnxs. ¿Para qué sirve,
entonces, un/a/e antropólogue?
Con esta provocación, rescato del archivo de mi
computadora la charla que hace poco más de un año
ofrecí a los ingresantes de la carrera de Antropología de la
Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Corría marzo
de 2019, y ocurrió que, una vez dada la charla, el texto
borrador pasó a circular en un pdf y power point caseros,
con interesantes repercusiones y devoluciones de alumnes
y colegas. Desde entonces, más de una vez me dije que
tenía que publicarla, y más de una vez me dije, también, que
quería hacerlo manteniendo el “tono de charla” del texto
original. El 2019 pasó y diversos compromisos laborales
no me permitieron concretar el proyecto. Los tiempos de
cuarentena –en sus variadas y oscilantes formas- impuestos
por la pandemia del Covid19 vienen siendo, para muchos,
un momento oportuno para encarar asuntos pendientes.
Estas páginas son, en mi caso, uno de ellos.
El ciclo de charlas titulado “Antropología, un viaje de
ida”, destinado a la cohorte de ingresantes 2019 de la carrera
de Antropología de la UNC, fue organizado a inicios de
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
dicho año por el Departamento de Antropología y el Museo
de Antropología de Córdoba; en lo que a mí respecta, había
sido invitada junto a otros dos colegas a introducir a les
alumnes en la rama de la antropología social, que es la
especialidad a la que los tres nos dedicamos.
En aquella oportunidad me presenté a los ingresantes
como docente e investigadora, aclarando que estos son
dos roles muy comunes en nuestra profesión, pero no
los únicos. Desde ese lugar, busqué transmitir a mi
audiencia dos ideas: la primera es que la actividad de
investigación antropológica es y puede ser realizada de
manera indisociable a otra práctica profesional que la
antropóloga argentina Sabina Frederic (2013, 2016) llama
“intervención del conocimiento antropológico” —y que
aquí, recuperando su proposición, propongo llamar, a
secas, intervención antropológica—. La segunda idea es
que les antropólogues podemos (y tenemos que) cultivar
enérgicamente la potencia creativa —epistemológica y
política— de las interdependencias entre investigación e
intervención. De esto tratan estas páginas.**
** A lo largo de este texto el lector encontrará usos variados y parciales
del lenguaje inclusivo. Si bien el Museo de Antropología, institución
responsable de esta publicación, tiene una política de uso uniforme del
inclusivo para sus producciones, he optado por una estrategia multiforme,
orientada a reflejar, en el registro escrito, el carácter dinámico, procesual
y situacional —aún no estabilizado, en términos de la escritora cordobesa
María Teresa Andruetto (2019)— que el uso del lenguaje inclusivo reviste
hoy en los eventos de habla de diversas comunidades lingüísticas a las que
pertenecemos.
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Julieta Quirós
I. Investigación
antropológica
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
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Julieta Quirós
I. La investigación antropológica: una
manera de interrogar la vida en común
En cada uno de los ámbitos donde nos desarrollamos,
es común que les antropólogues sociales nos encontremos
en la situación de tener que explicar qué es lo que
hacemos y en qué consiste nuestro trabajo. Pero esto
no ocurre solamente porque la gente de a pie pueda
desconocer lo que es un/a antropólogo/a, sino también
porque la pregunta sobre cuál es la especificidad de
nuestra disciplina (qué hacemos, qué nos diferencia de
otras ciencias humanas) suele ser una cuestión para la
propia antropología social.
¿Qué me diferenciaría a mí, por ejemplo —que,
como antropóloga de la política, me dedico a estudiar
elecciones, protestas sociales, movimientos sociales y
partidos políticos— de una politóloga? Sabemos que
hacemos algo distinto a lo que hace un politólogo, pero no
siempre es sencillo explicar a la gente en qué consiste esa
diferencia.
Muchos suscribimos a la idea de que ella reside
en cierta mirada: una determinada visión, como dice el
antropólogo mexicano Esteban Krotz (2012) cuando se
pregunta qué se aprende cuando se estudia antropología;
una cierta forma de mirar el mundo social, responde él.
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
Me gusta esta idea de Krotz y suelo ponerla en estos
términos: cuando estudiamos antropología aprendemos
un tipo especial de curiosidad, es decir, una manera de
interrogar la vida social. ¿En qué consiste eso?
Un camino operativo para responder a esta pregunta
es observar qué es lo que hacemos les antropólogues
cuando investigamos —fundamentalmente cuando
hacemos trabajo de campo etnográfico, que es la principal
herramienta de la que nos valemos para eso—. Los
manuales de metodología suelen decir que la técnica
distintiva del trabajo de campo es la “observación-
participante”, a veces mejor llamada “participación-
observante”. Yo me siento más a gusto diciendo que
la principal técnica o práctica de conocimiento que
movilizamos en el trabajo de campo etnográfico consiste
en acompañar: acompañar fragmentos de vida social. Lo
que equivale a decir que acompañamos gente haciendo
cosas, por lo general cosas de su vida más ordinaria o
cotidiana.
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Julieta Quirós
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
Con ella les presento a Pato Elizalde, una de mis
principales interlocutoras de campo en los barrios del Gran
Buenos Aires donde llevé a cabo, durante casi 5 años, una
investigación sobre procesos de organización política. Tomé
esa fotografía hace más de diez años: Pato tenía entonces
17, y participaba en la Juventud del Movimiento Teresa
Rodríguez, una de las organizaciones de desocupadxs en
las que pivoteaba mi investigación en aquel entonces. En
esta foto vemos a Pato en su casa, amasando un pan.
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
Con la fotografía que sigue les presento a Pedro
Elizalde, el papá de Pato y otro de mis principales
interlocutores de campo. Pedro también participaba en un
movimiento de desocupadxs, y en esta imagen podemos
verlo arreglando una estufa eléctrica en el patio de su casa.
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Julieta Quirós
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Pedro Eleli papá de Pato
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
Con la foto que sigue les presento a Don Dib,
referente barrial del Movimiento Teresa Rodríguez; aquí lo
vemos hachando leña para la cocina de la sede barrial que
él coordinaba en el distrito de Florencio Varela.
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Julieta Quirós
Don Dib
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
Fragmentos de vida social como estos son el tipo de
materiales con el que trabajamos los antropólogos. La gran
revolución que implicó la invención del trabajo de campo
etnográfico, dijo Evans-Pritchard hace cosa de 70 años,
es que la “vida social” dejó de ser meramente “objeto” de
conocimiento, para convertirse también, ella misma, en
la “materia prima” de conocimiento, es decir, en el medio
a través del cual los antropólogos producimos nuestros
datos (Evans-Pritchard 1951: 74, citado en Stolze Lima
2013: 12). Claude Lévi-Strauss tiene, en este sentido, una
de las definiciones que a mi juicio mejor expresa el espíritu
de nuestro métier: la diferencia entre la antropología y la
historia, escribió Lévi-Strauss, no reside tanto en el hecho
de que una se ocupó de sociedades “ágrafas” y la otra de
sociedades “con escritura”, sino más bien en el hecho de
que la antropología se interesa por todo aquello que las
personas —las sociedades— generalmente no tienen
interés en dejar registrado en una piedra o en un papel.
Ahora bien: ¿cómo logramos acompañar eso
que la gente no necesariamente tiene interés de dejar
inscripto? No es tarea fácil. Para ello debemos poner en
marcha otra práctica de conocimiento fundamental de
la investigación antropológica: hacer relaciones con las
personas. Relaciones de interconocimiento y confianza
que nos permiten inmiscuirnos en su vida cotidiana.
Tejer relaciones personales con la gente es, como dice el
antropólogo brasilero Marcio Goldman (2006), nuestro
principal medio de investigación. Y no es tarea sencilla: es
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Julieta Quirós
más bien un arte, entre otras cosas porque, como señala
nuestra colega argentina Rosana Guber (2017), para
conocer a la gente se necesita tiempo. También es un arte
porque implica una enorme responsabilidad afectiva, ética
y política: al relacionarnos en profundidad con las personas,
acabamos por participar de niveles de intimidad social
que nos dan acceso a información delicada y reservada,
sobre la cual debemos tomar extremos cuidados e incluso,
muchas veces, poner en práctica el principio de “secreto
profesional”***.
Ahora bien: hay una tercera práctica de conocimiento
que define el tipo de interrogación que moviliza la
antropología. Cuando hacemos relaciones para acompañar
fragmentos de la vida social, nosotros le prestamos
particular atención a la manera en que las personas
viven y entienden aquello que hacen. Sin “eso” —es
decir, sin una seria consideración de la “perspectiva” o el
“punto de vista” de los protagonistas de los fenómenos
que estudiamos—podríamos decir que no hay (buena)
antropología.
Así, por ejemplo: cuando fui a los barrios del Gran
Buenos Aires a desarrollar mi investigación, puedo decir
que lo hice con un objetivo de conocimiento específico, el
*** Vale decir que la figura de secreto profesional bien podría incluirse
en nuestros códigos de ética o —siguiendo la sugerencia operativa de mi
colega Guillermina Espósito— en lo que podríamos entender como guía
de “buenas prácticas” antropológicas.
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
de comprender cómo funcionaba la participación política
de las clases trabajadoras de la región suburbana más
importante del país. Pero, para cumplir ese objetivo desde
una perspectiva propiamente antropológica, fui a ese
territorio con una disposición específica: la de averiguar
cómo mis interlocutores allí (Pato, Pedro, Don Dib y muchos
otros) vivían los procesos políticos que protagonizaban.
Esto quiere decir, por lo tanto, que cuando hacemos
trabajo de campo no solo acompañamos lo que la gente
hace, sino que también prestamos particular atención a
cómo hace lo que hace. Para explicar en qué consiste esto,
los invito a mirar las siguientes fotografías.
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Julieta Quirós
En ella vemos a Pato Elizalde, de quien les hablé
antes, y a su hermana María. Están en una marcha de la
organización de desocupadxs de la que participaban
entonces. Como antropóloga, mi reconstrucción sobre
ese evento incluye atender a la tensión y el malestar que
atravesaban a María y Pato ese día, a causa de una serie de
desentendidos que habían tenido con otros compañeros de
la organización.
En la siguiente foto vemos de nuevo a Don Dib; como
antropóloga no solo reparo en el hecho de que aquí, como
en muchas otras movilizaciones, Dib llevaba la bandera de
su sede barrial, sino que también presto mucha atención al
modo en que Dib lo hace: Dib sencillamente adoraba llevar
la bandera de su sede, la agitaba con fuerza, con alegría,
con un sentimiento de plenitud, y tenía especial cuidado al
desplegarla, doblarla y guardarla.
La foto que sigue es testimonio de otra circunstancia:
la atención y preocupación con que Don Dib escuchaba,
aquel día, el informe del dirigente de su organización
sobre los resultados de la reunión que acababa de tener
con funcionarios del Ministerio de Desarrollo Social de la
Nación en el edificio contiguo. De los resultados de esa
reunión dependían cosas muy importantes para Don Dib.
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
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Julieta Quirós
De modo que el “cómo” las personas hacen lo que
hacen no es otra cosa que el significado que eso (que hacen
y que sucede) tiene para ellas. Pero ojo: el significado no
es algo que solo está “en la cabeza” de la gente; es más
bien lo que a la gente sencillamente le pasa, la manera
en que entiende, siente y vive las cosas; el modo en que
las atraviesa por el cuerpo, el pensamiento y el corazón.
A partir de “todo eso” nosotros reconstruimos eso que
llamamos su “perspectiva” o “punto de vista”.
Lo que estoy diciendo puede traducirse en la
siguiente práctica de conocimiento: hacer antropología
es activar un tipo particular de escucha; una escucha
atenta y profunda que involucra no solo al oído y la visión,
sino a todos nuestros sentidos: el tacto, el olfato, la
percepción y el afecto; la comunicación verbal y todas las
formas no verbales —gestuales, corporales, kinésicas—
de comunicación. Dicho en términos de la antropóloga
francesa Jeanne Favret-Saada (1990; véase también Tim
Ingold 2000, 2007), “participar” es el instrumento a través
del cual lxs antropólogxs producimos, no estrictamente
“observación”, sino más precisamente —y esta distinción
es fundamental— “conocimiento”. Conocer es mucho más
que observar.
Además de profunda, la escucha antropológica es
necesariamente plural: cuando acompañamos fragmentos
de la vida social, descubrimos que la gente vive lo que hace
de maneras muy distintas.
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
Nunca tenemos “una” sola perspectiva sobre los
hechos, sino muchas. Y ellas suelen ser no solamente
“distintas”, sino también discrepantes entre sí: en la vida
social, la diversidad de perspectivas rara vez es armónica,
suele ser controversial, conflictiva y a veces agonística.
La escucha profunda y plural suele tener implicancias
muy potentes en términos de generación de conocimiento,
porque nos lleva a descubrir que la vida en común —eso que
a veces llamamos “sociedad”— es más complicada de lo que
en general esperábamos. El antropólogo Eduardo Viveiros
de Castro (2015) expresa esto de una manera elegante:
dice que la antropología es un ejercicio permanente de
“descolonización del pensamiento”, porque siempre nos
está mostrando que las cosas pueden (y podrían) ser de
otro modo a como las imaginábamos. Al invitarnos e invitar
a la gente a ver las cosas de otra manera, o a ver “cosas”
que no formaban parte de su campo de visión, el discurso
antropológico (textual, audiovisual, oral o el que fuera)
suele ser un desestabilizador de certezas y de sentidos
comunes. Y es por eso que los productos de investigación
de la antropología suelen ser, también y en sí mismos,
prácticas de intervención en la vida social.
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Julieta Quirós
II. Intervención
antropológica
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
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Julieta Quirós
II. La intervención antropológica como
saber y como práctica profesional
Me traslado ahora a otro escenario: en los últimos
años vengo desarrollando mi labor de investigación sobre
procesos políticos en localidades y pueblos del Valle de
Traslasierra, interior de la provincia de Córdoba. Un lugar
muy distinto al Gran Buenos Aires, como podrán imaginar.
Entre otras cosas, se trata de un interior del interior
históricamente considerado “aislado” y de “difícil acceso”
desde y hacia la metrópoli de la provincia, la ciudad de
Córdoba capital, de la que lo separan 250 km., cruzando
el escarpado macizo de las Sierras Grandes, más conocido
como Camino de las Altas Cumbres.
Una de las particularidades que asume mi labor
en este escenario es que ahí, además de investigadora,
soy también vecina; es decir, tengo una peculiar cercanía
con —y a veces pertenencia a— muchos de los procesos
sociales que acompaño como etnógrafa.
En la primavera del año 2018, esta doble condición
me deparó, de una manera inesperada y en buena medida
involuntaria, otro modo de ejercicio de la profesión
antropológica. El 18 de septiembre de ese año, el pueblo
de La Paz (Departamento de San Javier) vivió un hecho
trágico: una niña de 14 años de edad, Delia Gerónimo
Polijo, desapareció mientras regresaba caminando de su
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
escuela, el IPEM Nro. 137, a su casa, ubicada en el paraje
rural de La Guarida. Al momento de esta publicación,
Delia sigue desaparecida y la investigación judicial en
curso maneja, entre las principales hipótesis, la de un caso
de femicidio.
En aquellos días de septiembre de 2018, la
desaparición de Delia dio lugar a una importante
movilización social en la plaza central de la localidad de La
Paz, que se prolongaría semanalmente durante los meses
siguientes. En una de esas movilizaciones se hizo presente
Analía Gallardo, a quien por ese entonces ninguno de
los vecinos que estábamos allí conocíamos: Analía era
vecina de la localidad aledaña de San Javier y hermana de
Silvia Gloria Gallardo, desaparecida en febrero de 2014,
cuando tenía 34 años. Analía se había venido hasta La Paz
a expresar y ofrecer su solidaridad a los padres de Delia.
Gracias a su presencia, los vecinos tomamos conciencia
de que Delia no era ni la primera ni la única; tampoco la
segunda: era la cuarta desaparecida de Traslasierra, en tan
solo cuatro años.
Si bien el caso de Delia llegó rápidamente a los
medios provinciales, sus condiciones de subalternidad —
por un lado, un hecho ocurrido en el interior del interior;
por otro, ocurrido a una adolescente de una población
socialmente subalterna dentro de la propia localidad: Delia
es hija de trabajadores ladrilleros de origen boliviano—, no
contribuían a que el hecho adquiriera el lugar mediático
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Julieta Quirós
que necesitaba para garantizar una investigación judicial
enérgica y decisiva. Aquellos días, movilizada por los
sucesos, me interioricé por primera vez en los tres casos
anteriores —las desapariciones de Marisol Rearte y Luz
Morena Oliva en la localidad de Los Pozos (municipio de
Villa Las Rosas) y la de Silvia Gallardo, hermana de Analía,
del municipio de San Javier—. Por algunas características,
intuí que estos casos habían corrido la misma (mala)
suerte de invisibilización. A dos semanas de la desaparición
de Delia, compartiendo estas y otras impresiones con las
colegas de mi lugar de trabajo, el Museo de Antropología
de Córdoba, surgió una iniciativa: contribuir a la visibilidad
social del caso de Delia desde una institución pública y
universitaria como la nuestra. La directora del Museo,
Fabiola Heredia, propuso que una conferencia de prensa
centrada en las cuatro desapariciones del Departamento
San Javier podía ser un hecho mediático efectivo.
Esa misma tarde pautamos una reunión con
Fabiola Heredia e Irina Morán, responsable del área
de comunicación y prensa del Museo. Allí esbozamos
algunos lineamientos de la actividad y definimos detalles
operativos. Me fui del Museo directo a la terminal de
ómnibus y crucé las Altas Cumbres camino a casa: un
trayecto usual para mí, pero esta vez con una tarea distinta
por delante, que empezaba por contactar a las cuatro
familias y llevarles nuestra propuesta.
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
Para eso me valí primeramente del enlace con otra
institución, la Mesa de Trabajo por los Derechos Humanos
de Traslasierra, a cuyos miembros había conocido en las
primeras movilizaciones por Delia. Fue desde la Mesa de
DDHH que convocamos a las cuatro familias y pautamos
nuestro primer encuentro en Villa Dolores, ciudad cabecera
del departamento y punto relativamente equidistante de
los 70 kilómetros que separaban las localidades y pueblos
en que residíamos cada una de nosotras. Además de
movilizador, el encuentro fue fructífero: la propuesta de
realizar una conferencia en Córdoba no solo fue muy bien
acogida por las familiares, sino que además salimos de allí
con varias tareas distribuidas y con la creación de un grupo
de guasap que nos permitiría avanzar en la organización.
Sin embargo, fue en ese primer encuentro que, gracias
a algunas de las preguntas e inquietudes que plantearon
las familiares (¿qué era el Museo de Antropología?,
¿quiénes iban a participar de la conferencia?, ¿qué medios
acudirían?, ¿qué se esperaba que ellas dijeran allí?), me di
cuenta de varias cosas importantes. De las cuales aquí voy
a mencionar solo una, que aquel día me llevé a casa como
preocupación:
El primer contacto con las familiares me permitió ver
que participar de una conferencia de prensa en la ciudad
de Córdoba no era un evento cualquiera para ellxs. Hacerse
presente en la capital provincial frente a los medios
de comunicación era un hecho de enorme exposición y
movilización afectiva.
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Julieta Quirós
Dicho de otro modo: el significado que la conferencia
de prensa podía tener para mí, para la Directora del
Museo, o para los integrantes de la Mesa de DDHH, era
muy distinto al que podía revestir para los familiares de las
desaparecidas. Armar la conferencia era mucho más que
“organizar” un evento de visibilización: era coproducir un
hecho político y colectivo que requería, necesariamente,
de un proceso de intervención antropológica.
¿En qué consistía ese proceso de intervención?
Si tuviera que resumirlo en pocas palabras diría que
consistía —y consistió— en movilizar, en otro contexto
y con una función distinta, las herramientas y prácticas
de conocimiento que usualmente aplicamos en la
investigación antropológica. Veamos.
1) La primera de esas herramientas fue el arte de hacer
relaciones. La reunión inaugural con los familiares no sólo
me llevó a dimensionar el significado que la conferencia
podía tener para ellxs, sino también a darme cuenta de que
ellxs no me conocían a mí, ni yo a ellxs: es decir, no teníamos
la relación de confianza suficiente y necesaria para sostener,
solos, un hecho de esa envergadura. Para tejer esa relación
necesitábamos tiempo, pero esto era lo que tampoco
teníamos, porque la conferencia, para ser contundente
y cumplir su función de visibilización, tenía que hacerse
al calor de la desaparición de Delia. Si los familiares y yo
no teníamos el vínculo interpersonal necesario, había que
apelar, entonces, a otros vínculos de esa naturaleza, es
decir, a gente de su confianza.
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
Fue así que me dispuse a averiguar qué personas los
habían acompañado o acompañaban en la búsqueda de sus
hermanas e hijas, de modo de incluir a esos acompañantes
en el proceso de producción de la conferencia. Así
llegué, por ejemplo, a la trabajadora social del municipio
de San Javier que acompañaba desde hacía años a la
familia de Silvia Gallardo; a la vecina de Los Hornillos
que acompañaba a los familiares de Marisol y Luz; a una
vecina de La Paz que venía acompañando a los padres de
Delia; y al Secretario General del Gremio Ladrillero de
Córdoba, que desde su rol sindical venía acompañando
a la familia de Delia en el curso de la investigación que
recién comenzaba.
En suma: construí una red interpersonal o de
interconocimiento, que es algo que el trabajo de campo
etnográfico nos enseña a hacer y a seguir en sus múltiples
direcciones.
2) La segunda herramienta etnográfica que me
encontré movilizando en el proceso de producción de
la conferencia fue la escucha profunda y plural. ¿Qué
queríamos decir en Córdoba capital? Una cosa era lo que
yo, el Museo de Antropología o la Mesa de DDHH de
Traslasierra queríamos que la conferencia “dijera”; y otra
muy distinta podía ser aquello que lxs familiares querían
y necesitaban decir a la sociedad cordobesa y al Estado
cordobés a través de los medios. Para descubrirlo, había
que ejercitar una escucha atenta y metódica, que entre
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Julieta Quirós
otras cosas requirió juntarnos con los familiares más de
una vez, interiorizarnos con la historia de cada caso y con
el estado actual de cada investigación, tomar nota de los
relatos, elaborar síntesis y socializarlas vía guasap, y más
tarde ayudar a cada familiar a encontrar y a definir qué era
lo que quería decir en la conferencia y cómo; y también qué
era aquello que no querían o no era conveniente decir.
Los momentos de puesta en común entre las familias
trajeron muchos descubrimientos para todos —por
ejemplo, allí pudimos identificar la recurrencia de ciertas
faltas en los protocolos de investigación en los ámbitos
judicial y policial, lo cual fue fundamental para guiar los
ejes de la conferencia—. Pero fundamentalmente me
interesa contarles que esa puesta en común puso sobre
la mesa las distintas opiniones, estados, necesidades y
expectativas de cada une: es decir, puso en evidencia el
hecho de que “lxs familiares” no tenían ni conformaban una
única “perspectiva”, sino muchas.
Esa pluralidad, como imaginarán, no era armónica:
implicaba posiciones encontradas. Por ejemplo, estaban
quienes querían denunciar públicamente las faltas de la
fiscalía en los procesos de investigación; y estaban los que
no acordaban con ese tipo de denuncia, porque podría
exponer al fiscal y entorpecer el curso de las causas. Las
opiniones y pareceres eran distintos no solo entre familias,
sino al interior de cada una de ellas.
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
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Julieta Quirós
En una reunión podíamos consensuar ciertos ejes para
la gacetilla de prensa de la conferencia, pero una vez que
cada familiar iba a su casa y compartía la información con los
suyos, podían surgir objeciones y cuestionamientos. A tal
punto estas diferencias eran significativas que, en muchos
momentos y hasta el minuto final, pusieron en juego la
asistencia o inasistencia de algunos de los familiares a la
capital provincial.
Ante este escenario, mi intervención como
antropóloga consistió en hacer lo que los antropólogos
estamos entrenados para hacer: ejercitar una escucha
atenta a todas esas perspectivas, buscando darles un lugar
simétrico, es decir, tratándolas en pie de igualdad. Este
ejercicio debía verse reflejado no solo en una conferencia
con pluralidad de voces, sino también en los materiales
comunicacionales que la publicitaban: la gacetilla de prensa
enviada a los medios y el flyer de difusión a circular por las
redes sociales. Para elaborar estos materiales fue necesario
movilizar otras prácticas en las que les antropólogues
también tenemos especial entrenamiento: estrategias de
negociación y traducción entre distintas perspectivas y
lenguajes; en este caso, por ejemplo, buscar el tono y las
palabras que abrigaran a todas las voces, sin que ninguna se
sintiera pisoteada por otra.
La negociación y traducción también involucraba la
perspectiva y expectativas de las instituciones partícipes.
Les doy un ejemplo: para el Museo de Antropología y la
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
Mesa de DDHH era natural codificar como “violencia
institucional” muchos de los atropellos y faltas de la
justicia que los familiares exponían en sus propios relatos
sobre los casos. Claramente, nuestro sentido común
“pedía” que la conferencia sirviera para denunciar esas
violencias. Algunos familiares se sentían reconocidos en la
expresión “violencia institucional”; pero otros no: asociaban
la palabra “violencia” a violencia física, algo que no habían
recibido por parte de los agentes judiciales. La resolución
de la discrepancia no pasaba simplemente por “explicar” a
esos familiares que con “violencia institucional” queríamos
decir “otra cosa”. Claro que esa explicación podía ser útil —
de hecho lo fue—, pero era necesario, además, efectuar las
prácticas de traducción necesarias para evitar imposiciones
—violencias— del lenguaje.
Situaciones análogas ocurrieron en relación a
la perspectiva de género: el Museo de Antropología
contaba por ese entonces con una importante actuación
en la materia; pero muchos de los familiares tenían
distancia y recelo hacia ciertos términos y banderas del
movimiento feminista —que en ese momento estaba,
además, fuertemente identificado con el movimiento por
la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo,
causa con la que muchas familiares discordaban—. La
conferencia era una acción política contra la violencia de
género, pero era necesario traducir muchos de los términos
del feminismo metropolitano para que las problemáticas de
las que hablábamos expresaran la experiencia, sentimientos
y convicciones de lxs familiares.
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Julieta Quirós
Debo decirles que estas herramientas (tejer
relaciones interpersonales; ejercitar la escucha profunda y
plural; considerar seriamente la diversidad de perspectivas
y sus tensiones; poner en práctica estrategias de consenso
y traducción entre las partes) fueron movilizadas de una
manera bastante intuitiva. Diría que cualquier otra colega
en mi lugar habría hecho más o menos lo mismo —o mejor,
en todo caso—, porque lo que fui poniendo en acto no
era otra cosa que el conjunto de disposiciones inscriptas
en nuestro sentido común antropológico: es decir, lo que
aprendemos cuando estudiamos antropología.
Les cuento algo más: los días inmediatamente previos
al evento me asaltó un conflicto interno. Las familiares
daban por sentado que yo sería, junto a ellas, una de las
oradoras de la mesa de la conferencia. Cuando empecé
a preparar mi intervención, me di cuenta de que no me
sentía autorizada para hablar de esos “temas”. No era ni
soy una especialista en problemáticas de género, tampoco
en antropología jurídica; en todo caso me parecía que
teníamos que convocar a un/a investigador/a que reuniera
alguno de esos perfiles, y yo oficiar de presentadora o
moderadora de la mesa. Las familiares rechazaron la
idea. “¿Cómo que no vas a hablar? ¿Y todas las cosas que
estuviste escribiendo estos días para nosotras?”, cuestionó
una de las chicas con un tono que rozaba la decepción y el
enojo. Una charla vía guasap con mi colega Ludmila da Silva
Catela —investigadora del Museo de Antropología con
larga trayectoria en intervención desde la gestión pública—
fue clave para poder desanudar el problema.
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
“Por supuesto que tenés que hablar”, me dijo
Ludmila entonces, y seguidamente explicó por qué: en
el proceso de organización de la conferencia, me señaló,
yo había puesto en práctica toda una serie de saberes de
nuestra profesión, empezando por el hecho de oficiar de
enlace habilitante entre esas familias y una institución
—el Museo— de cuyo aval, y de cuyo carácter público y
universitario, dependía el alcance mediático que podía
llegar a tener —y afortunadamente tuvo— la conferencia
de prensa. Las familiares esperaban que las acompañara
en la mesa de oradores, tal como las había acompañado
durante esas dos semanas en su organización. Las palabras
de esta colega —que agradezco hasta el día de hoy— me
permitieron identificar que mi conflicto emanaba de una
distorsión: no me sentía autorizada para hablar de “esos
temas” porque estaba escindiendo la investigación (“no
soy especialista en género ni en cuestiones jurídicas”) de la
intervención (mi rol en la co-producción social de un hecho
colectivo vinculado a problemáticas de género y desigual
acceso a la justicia). Yo las disociaba pero resulta que, en
mi propio quehacer antropológico, esas prácticas estaban
firmemente ligadas.
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Julieta Quirós
III. Cierre
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
III. Para cerrar: ¿Por qué, entonces, “intervención”?
Sintetizo mi argumento en cuatro ideas.
Primero: las prácticas de conocimiento que
movilizamos en la investigación antropológica son y pueden
—me atrevo a decir también, deben— ser desplegadas
activamente como herramientas de intervención
antropológica. Una intervención que no consiste sola o
necesariamente en producir una cierta lectura o mirada
sobre ciertos hechos sociales, sino en generar acciones que
participan —con objetivos e incidencias específicas— en
el curso y (co)creación de los mismos. Así como traje aquí
la experiencia del proceso de producción de la conferencia
“No más femicidios ni desapariciones”, podría haber traído
otras análogas de la labor cotidiana de muchos colegas.
Segundo: sin duda esas herramientas arrojarán
mejores resultados cuanto mayor sea el conocimiento
que tengamos sobre los procesos sociales en los cuales
intervenir; como señala Sabina Frederic (2016), una
(buena) intervención necesita estar mediada por un
proceso de conocimiento propiamente etnográfico.
Rescato esta idea de Sabina, pues pone de relieve una de
las interdependencias entre investigación e intervención
—para intervenir (bien) necesitamos conocer (bien)—,
y le doy una vuelta de tuerca más: podemos movilizar
prácticas de intervención antropológica no sólo en relación
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Julieta Quirós
a procesos sociales en los que nos desempeñamos como
investigadores o especialistas, sino también en otros
procesos y situaciones que nos depara la vida profesional y
personal. Situaciones en las que las habilidades de nuestro
“instinto etnográfico”, al decir de Mariza Peirano (2014),
son, pueden y suelen ser, deliberada o intuitivamente, (co)
accionadas. Situaciones que nos invitan, como escribió
Ludmila da Silva Catela (2019), a trazar relaciones más
generosas entre los mundos académicos y los mundos de
la acción política.
Las ciencias sociales y la antropología cuentan con
un copioso recorrido y reflexión sobre las posibilidades
y modalidades de utilidad pública de la investigación:
antropología aplicada, antropología y gestión, investigación-
acción, investigación colaborativa, investigación militante,
relaciones entre investigación y transferencia o extensión,
son algunos de los términos en que esa inquietud colectiva
suele ser discutida y puesta en agenda. Hay trabajos
súper interesantes sobre ello. El recorrido de este texto
se emparenta en muchos aspectos con estas nociones
y debates, y al mismo tiempo apunta a delimitar una
facultad específica: podemos plantear una investigación en
términos “colaborativos” con algún grupo o proceso social,
pero también podemos no hacerlo, y aun así llevar a cabo
intervenciones en las cuales la puesta en juego de ciertas
destrezas y habilidades antropológicas (como las que
he recorrido en estas páginas) produce o transforma la
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
naturaleza, dinámica y efectos de ciertos cursos de acción
y relación social. Lo hacemos al identificar o diagnosticar
problemas y comunicarlos, por ejemplo; al idear e imaginar
ciertas soluciones a esos problemas; al “tender puentes” y
canales de comunicación entre “cosmovisiones en pugna”
(Frederic, 2016: 67); en definitiva, al contribuir a diversas
formas de bien común y bienestar colectivo.
En este sentido, me gustaría decirles que la noción
de intervención antropológica guarda parentesco con
otra, proveniente del campo del psicoanálisis: me refiero
a la intervención psicoanalítica. Los psicoanalistas usan
esta expresión en su labor ordinaria y con ella refieren a
aquello que hacen en (y durante) el proceso terapéutico:
acompañar y conducir a cada paciente, mediante la palabra,
en la identificación y tramitación de las causas de sus
estados de malestar, padecimiento o sufrimiento anímico.
Para hacer esto con éxito, parte de la terapia consiste
en practicar una escucha que prescinda de visiones
normativizantes: no por acaso la práctica psicoanalítica no
trabaja desde el horizonte de la “felicidad”, sino del “deseo”;
un deseo que es, por definición, siempre singular —y en
este sentido podemos decir que la escucha psicoanalítica
busca ser, como la antropológica, profunda y plural—.
Podríamos detenernos un buen rato en los parentescos
entre intervención antropológica y psicoanalítica, pero
acá me limito a llamar la atención sobre una homología
crucial, que es, por así decirlo, de dirección —o también,
volviendo al inicio de este texto, de utilidad—: en general,
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Julieta Quirós
cuando les antropólogues movilizamos nuestras prácticas
de conocimiento al servicio de la intervención no estamos
haciendo otra cosa que aportar a la tramitación, alivio y/o
resolución de conflictos y diversos modos —tan universales
como singulares, tan generales como localmente situados—
de malestar y padecimiento social y colectivo. Y quizás debo
aclarar que este principio no se circunscribe solamente
a situaciones estructurales o extremas de violencia y
desigualdad, sino también a esa vasta y diversificada trama
de experiencias de padecimiento implicadas en cualquier
microcosmos social: las formas de dominación y opresión
en posiciones dominantes, los malestares de posición, las
incomprensiones y violencias invisibles, y todas aquellas —
diría Pierre Bourdieu— formas pequeñas de la miseria.
Con esto paso al tercer punto de mi argumento: el
rol y valor de intervención de los recursos institucionales.
Muchos docentes e investigadores en antropología
podemos no trabajar en “gestión” (pública o privada),
pero sí gestionar los recursos de las instituciones de
ciencia y técnica (la universidad, la facultad, el instituto
de investigación) para viabilizar y potenciar nuestras
intervenciones, tornándolas parte y producto de las
comunidades antropológicas a las que pertenecemos. La
conferencia “No más femicidios ni desapariciones” también
me permite graficar esta cuestión: esa intervención no
resultó de una demanda formulada explícitamente por
algún actor o grupo social; fue, más bien, iniciativa de
la dirección de una institución universitaria, el Museo
de Antropología de la UNC, que supo leer, en un hecho
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
social específico, la necesidad y pertinencia de una acción
institucional. En ese camino, la directora del Museo
movilizó diversos recursos: a mí misma y mi inserción
territorial en Traslasierra en tanto investigadora; recursos
materiales y técnicos (comunicacionales, entre otros),
recursos políticos de la institución (contactos con prensa,
autoridades y diversos órganos de gobierno), todos ellos
esenciales para que la acción cumpliera su objetivo y
función pública.
Paso a la cuarta y última idea: las habilidades y
destrezas de intervención antropológica forman parte
de nuestros saberes en estado práctico, por así decirlo, y
suelen ser movilizadas por muches de nosotres de manera
casi naturalizada. Mi argumento es que necesitamos
objetivarlas, describirlas y codificarlas como herramientas
de intervención —empezando por darles un nombre, como
he tratado de hacer en estas páginas— para ponerlas en
valor y potenciarlas como instrumentos a ser accionados
activa y selectivamente en distintas circunstancias. Y
esto aplica también a nuestra labor docente: como esta
publicación, en la que he buscado transmitir no sólo
algunas de las cosas que hacemos lxs antropolólgxs, sino
también algunas de las cosas para las cuales felizmente
servimos.
Para terminar, vuelvo a la conferencia de prensa, y les
cuento algo (cortito) que habla de los caminos inesperados
que pueden tomar las intervenciones antropológicas
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Julieta Quirós
desarrolladas en co-labor institucional. En el proceso
de armado de “No más femicidios ni desapariciones”,
ni las familiares, ni sus acompañantes ni yo nos dimos
cuenta de que estábamos abriendo y dando curso a un
proceso político más amplio. Los desdoblamientos de la
conferencia dieron impulso a nuevas acciones colectivas,
y también a la formación de un grupo al que poco tiempo
después daríamos un nombre, el de Familiares de Mujeres
Desaparecidas de Traslasierra. Un proceso político que
hoy sigue su camino, con sus logros y desafíos, marchas
y contramarchas, en una lucha contra distintas formas de
violencia de género, en y desde el oeste cordobés, y en una
demanda, tan colectiva como incansable, por la verdad y la
justicia de Marisol Rearte, Luz Morena Oliva, Silvia Gloria
Gallardo, y Delia Gerónimo Polijo.
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¿Para qué sirve unx antropólogx?
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Julieta Quirós
Referencias
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VIII Congreso Internacional de la lengua española. Córdoba,
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Katzer y Horacio Chiavazza (eds.), Perspectivas etnográficas
contemporáneas en Argentina. Mendoza: Uncuyo-Edifyl
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• Jeanne. 1990. “Être Affecté”,
Gradhiva: Revue d’Histoire et d’Archives de l’Anthropologie,
N. 8: 3-9. Versión en español, traducida por Laura Zapata y
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•Frederic,
• Sabina. 2013. Las trampas del pasado: las
fuerzas armadas y su integración al Estado democrático en
Argentina. Buenos Aires: FCE
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• Marcio. 2006. “Alteridade e experiencia:
antropologia e teoría etnográfica”. Etnográfica, Vol. 10, Nº 1:
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•Guber,
• Rosana. 2017. “Conocimiento antropológico,
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escala y de tiempo”. World Council of Anthropological
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•Krotz,
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estudia antropología? Estudios en Antropología Social,
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the ontological wolf? Some comments on an ongoing
anthropological debate. The Cambridge Journal of
Anthropology, 33(1), Spring 2015, 2-17.
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Julieta Quirós
¿Para qué sirve unx antropólogx? Con esta pregunta
provocadora, Julieta Quirós pone a disposición un conjunto de
herramientas pragmáticas orientadas a potenciar la práctica de
la intervención antropológica, y a tornar visibles sus relaciones
solidarias con la labor de investigación. Dirigida a estudiantes,
antropólogxs y cientistas sociales, esta propuesta nos invita a
ensanchar los horizontes de las habilidades y destrezas del oficio
antropológico para arbitrar problemas y desafíos de la vida en
común contemporánea.
La Colección “Antropología un viaje de ida” reúne experiencias y
conversaciones de profesionales de las ciencias antropológicas en torno a
temas de interés disciplinar. La colección apunta a brindar herramientas de
aproximación al conocimiento antropológico, sus formas de configuración,
sus metodologías, sus aportes y curiosidades para quienes están iniciando su
formación disciplinar, o bien se encuentran indagando en las potencialidades
de desarrollo profesional de las ciencias antropológicas y para aquellxs
profesionales de otras disciplinas que pretenden incorporar una perspectiva
antropológica en su quehacer.
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