CUARTA PALABRA
Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?1
“Desde el mediodía, toda la región se cubrió de tinieblas hasta las tres de la tarde. A
esa hora Jesús gritó con fuerte voz: - Elí, Elí. ¿lemá sabaktani? Que quiere decir: Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt. 27, 45-46).
Eran ya las tres de la tarde, el señor ha estado ya tres horas colgado de la cruz, su
cuerpo maltratado y ensangrentado fruto de la flagelación y el camino al Gólgota. El
cielo de toda la región se cubrió de tinieblas. En medio de todo ello se escucha un
grito: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Es Jesús, quien al parecer ya no puede más y clama a Dios. Aquellos que se
encontraban cerca no comprendieron a que se debe tal súplica. Pensaron: Está
llamando a Elías. Pero aquella súplica no es ni un clamor a Elías, ni mucho menos el
clamor del Hijo de Dios que se siente abandonado por Dios.
De este grito, solo la comunidad creyente a podido comprender que de lo que en
verdad se trata, es del salmo 22 (21) (El mismo que parece haber sido escrito luego
de la pasión del Señor, por la exactitud de los detalles con los que el Señor ha tenido
que afrontar luego de la última cena.)
EL salmo expresa el clamor del pueblo de Israel, el cual el Señor, en ese momento, lo
hace suyo. Es el grito de aquel padre de familia en busca de un trabajo digno para
llevar a su hogar el pan de cada día. Es el grito de aquella mujer que pide auxilio al ser
víctima de violencia. Es el ruego de aquella madre desesperada que ha sufrido la
pérdida, el secuestro de uno de sus hijos. Es el grito de aquel hombre en situación de
calle que tiene que pasar la fría noche sin cobijo y el alimento necesario para reponer
sus fuerzas.
Es el grito de aquel hijo que ve a su madre en la camilla de un hospital afligida por los
dolores de la enfermedad y que poco a poco va perdiendo el vigor de su fuerza
corporal. Es el grito de aquella familia que destrozada da el último adiós a su ser
querido que ha fallecido a causa de esta pandemia. Dios mío, Dios mío, ¿Por qué nos
has abandonado?
En fin, es el clamor de todos los hombres que sufrimos en este mundo el “Abandono
de Dios”. No porque Dios nos deje a nuestra suerte, sino porque nosotros lo hemos
rechazado con nuestro pecado.
Dios no se aleja de nosotros, Dios no nos abandona, somos nosotros los que no
queremos estar en su presencia cuando nos dejamos llevar por las seducciones del
1
Texto basado en las meditaciones del “grito de abandono de Jesús” hecha por: Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret,
Librería Editrice Vaticana, 2011, p. 139- 141.
mal. Somos nosotros quienes lo rechazamos al hacernos ciegos para no ver a
nuestros hermanos y socorrerlos en sus aflicciones, pues él se encuentra presente en
los más pequeños, los marginados, los olvidados de la sociedad.
Jesús en el suplicio de la cruz, acoge el clamor de aquellos que, por el pecado, nos
hemos visto “abandonados de Dios”, acoge el clamor de todos nosotros,
mostrándonos su solidaridad con la fragilidad de la naturaleza humana, y en este
clamor en la cruz, lleva hacia el corazón del Padre, todos nuestros sufrimientos y
dificultades, nuestro grito de angustia por el tormento de la “ausencia de Dios.”
Dios, no abandonó a Jesús, Dios no nos abandona a nosotros. El mismo nos lo
prometió al final del evangelio de Mateo: “yo estaré con ustedes todos los días hasta
el final de los tiempos (Cfr. Mt. 28,20).
Cuando sintamos la soledad, el dolor, las penas íntimas del alma, y aparezca en
nuestros labios el lamento. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por
qué me has olvidado? ¿por qué ya no cuidas de mí?, volvamos la mirada a la Cruz de
Cristo y recordemos que el se ha hecho solidario con todas mis flaquezas y
debilidades, mis derrotas, mis cruces y reconozcamos que él nos acompaña hasta el
fin de los tiempos, en todos los momentos de nuestra vida, especialmente en los más
difíciles.
Es necesario que volvamos nuestra mirada hacia la Cruz de Jesús, contemplarlo a Él y
recordar que, por el amor tan grande que tuvo Dios por nosotros, entregó a su Hijo
unigénito, quien, cargando con nuestros pecados, se sometió a la muerte, abriendo
para nosotros el camino que nos da la redención y nos conduce a la salvación.
Que viéndolo a Él, ya no experimentemos la sensación de abandono por parte del
Padre y nuestra voz no exclame, Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?
Oración.
Señor Jesús, amado hermano, Tú, que experimentaste el dolor y la soledad ayúdanos
a encontrarte siempre presente en nuestras vidas y que no tengamos más esa
sensación de abandono. Tú, que nos pides aliviar el sufrimiento de los hombres,
muéstranos el camino. Señor, ten piedad de nosotros y de todos los corazones
agonizantes. Que tu inmenso amor nos acompañe siempre. Amén.
Padre Nuestro…
Ave María…
Gloria… .