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Tema 24 - La Celebración Litúrgica

La celebración litúrgica implica una acción comunitaria y solemne que se repite periódicamente para conmemorar eventos sagrados. Los cristianos celebran principalmente la eucaristía dominical y otros sacramentos como el bautismo y la confirmación. También se celebra la liturgia de las horas de forma comunitaria en monasterios. Todas las celebraciones incluyen elementos como la participación de la asamblea a través del canto, la oración y los gestos, así como la proclamación de la Palabra de Dios.
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Tema 24 - La Celebración Litúrgica

La celebración litúrgica implica una acción comunitaria y solemne que se repite periódicamente para conmemorar eventos sagrados. Los cristianos celebran principalmente la eucaristía dominical y otros sacramentos como el bautismo y la confirmación. También se celebra la liturgia de las horas de forma comunitaria en monasterios. Todas las celebraciones incluyen elementos como la participación de la asamblea a través del canto, la oración y los gestos, así como la proclamación de la Palabra de Dios.
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 LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA 

- INTRODUCCIÓN.
Nos encontramos ante una palabra cuyo contenido se nos escapa fácilmente de las manos. Es un
concepto escurridizo, de contornos poco definidos, de connotaciones variadas y difícilmente
catalogables. Se recurre a él con frecuencia, sobre todo en estos últimos tiempos. Sabemos más lo que
no es que lo que es. Quiero decir que quizás estamos más predispuestos a definirlo por lo que no es, de
forma negativa, que por lo que es, de forma positiva. En todo caso, es imprescindible definir su contorno
diseñando el perfil que lo delimita. Hay que precisar el contenido del vocablo. Debemos estar de
acuerdo sobre lo que ponemos detrás o debajo de la palabra a fin de evitar equívocos o malentendidos.
Con frecuencia decimos: hay que garantizar el carácter celebrativo de la liturgia de la palabra. Lo
decimos y nos quedamos tan satisfechos. La frase resulta efectivamente redonda. Pero, luego, al
repensar el tema caemos en la cuenta de que eso del carácter celebrativo puede haber resultado una
expresión hueca, sin contenido. Más aún, cuando intentamos concretar el sentido de la expresión,
nuestro discurso se pierde en un mar de vaguedades y circunloquios, damos mil explicaciones y, a la
postre, debemos reconocer ante nosotros mismos que no tenemos nada claro en qué ha de consistir una
liturgia de la palabra para que sea de verdad una celebración, ni cuáles son los ingredientes
indispensables que conforman el perfil de ese concepto.
Es pues imprescindible comenzar nuestra reflexión aclarando el concepto y fijando con la mayor
precisión posible el contorno que lo define.Buscando el significado de la palabra “celebración”.

I. MORFOLOGÍA DE LA CELEBRACIÓN.
Vaya por delante una breve información sobre el sentido que tiene la palabra celebrar, tal como
se desprende de algunos estudios de carácter filológico y que a nosotros bien puede servirnos de punto
de arranque para entrar de lleno en el tema. La palabra latina “celebrare” proviene de la raíz latina
“celeber” y del griego [ que significa “empujar”, “impulsar”. Sin embargo, vinculada la expresión al
lenguaje sagrado, evoca la idea de algo público y frecuente; algo sagrado, solemne, venerable, festivo.
Tanto en la versión de los LXX, para el Antiguo Testamento, como en el Nuevo Testamento el sentido
del vocablo se decanta claramente hacia un uso habitualmente cultual y sacral. Este perfil cultual de la
expresión aparecerá bien consolidado en los escritos de los Padres y en la literatura eucológica latina
de los primeros siglos. En este sentido, hay que decir que celebrare hace referencia a una acción
comunitaria y solemne, ligada a una festividad y que se repite periódicamente. Aun cuando los Padres
mantienen un uso más abierto y polivalente del vocablo, y así hablan de celebrar la apertura de un
Concilio o de celebrar un ayuno, sin embargo el uso habitual se refiere a las celebraciones litúrgicas; y
así se consideran objetos de celebración: los sacrificios, las oblaciones, los sacramentos, las fiestas,
etc. El sujeto que ejecuta la celebración es siempre la asamblea, la comunidad reunida, en la que se
incluyen los sacerdotes y los fieles. Todos juntos constituyen la plebs sancta o ecclesia. La acción de
celebrare engancha con otros vocablos que, con matices distintos, complementan y enriquecen el
contenido original. Así, con frecuencia, viene sustituido o acompañado con verbos que expresan una
acción comunitaria (congregar, coincidir, concurrir, concelebrar); o con verbos que subrayan el talante
activo del vocablo (hacer, efectuar); o con verbos que aluden a una acción reiterada y repetida de forma
periódica (repetir, frecuentar, volver a hacer, reunirse de nuevo). Respecto al contenido y perfil de la
celebración, los Padres señalan que se trata siempre de una acción visible referida a una realidad
invisible, estructurada como un diálogo entre Dios y su pueblo y que actualiza en el presente un
acontecimiento del pasado el cual, a su vez, es promesa de futuro
1.1. ¿Cuándo celebramos los cristianos?
Lo hacemos con harta frecuencia. Quizás eludimos la palabra, pero en realidad se trata de una
experiencia celebrativa. Un tanto adulterada, quizás, y sin la fuerza, el vigor y el impacto que fuera de
desear. Cuando decimos que vamos a misa los domingos probablemente no pasa por nuestra cabeza la
idea de celebración. No pensamos que vamos a celebrar algo. Vamos, eso sí, a cumplir con una
obligación, a cumplimentar una práctica tradicional heredada de nuestros padres. Vamos a oír misa.
Raramente pensamos que la misa es una celebración.
Pero aquí no se trata de señalar a nadie con el dedo ni de buscar responsables. La forma de
celebrar la eucaristía a raíz del Concilio, al menos en un buen número de iglesias y comunidades de
nuestro país, puede darnos ya una idea aproximada de lo que es celebrar. Se ha recorrido un gran
La Celebración Litúrgica
camino, ciertamente, aunque no con el ánimo, la premura y la decisión que muchos hubiéramos
deseado.
Cuando nos reunimos en nuestras iglesias para celebrar la eucaristía dominical nos sentimos
urgidos a tomar parte en la celebración; es decir, en los cantos, en las oraciones, en los gestos, en las
posturas; escuchamos las lecturas e incluso alguna vez somos invitados a proclamarlas; vemos al
sacerdote que preside, no de espaldas, como antes, sino de frente, cercano; el altar ya no es el soporte
de un hermoso retablo adosado al muro de la iglesia sino una mesa de banquete, cubierta con un mantel
y adornada con luces y flores; y la lengua empleada para hablar es la nuestra, la que nosotros usamos
para comunicarnos y para entendernos. En este nuevo tipo de experiencia religiosa ya no nos sentimos
tan ausentes como antes; tan ajenos a lo que se realiza en el altar; ahora la asamblea es invitada a
participar, a tomar parte en la celebración. La misa ha dejado de ser una cosa de curas para convertirse
en una experiencia comunitaria y eclesial.
Más todavía, en la medida en que nuestro nivel de formación cristiana ha ido creciendo y hemos
llegado a ser más adultos, somos más conscientes de que, en última instancia, es Dios quien nos
convoca y nos reúne. Es su Palabra la que resuena en nuestros oídos, la que de forma insistente y
reiterada va exigiendo de nosotros una respuesta de fe, de adhesión incondicional e inquebrantable a la
persona y al mensaje de Jesús. Por eso nos reunimos. Porque necesitamos expresar nuestra fe. Porque
necesitamos expresar nuestra condición de Iglesia de Jesús. Porque necesitamos celebrar su memoria,
la memoria viva de su pascua liberadora. Y lo queremos hacer juntos, como comunidad del pueblo de
Dios, reiterando en su memoria el banquete del Reino y compartiendo los dones del pan y del vino, que
son los símbolos de la nueva utopía, el aval de la presencia del Señor en el mundo nuevo de los
redimidos.
Esa es nuestra experiencia celebrativa. La que los cristianos compartimos cada vez que nos
reunimos para la misa. Pero nuestra experiencia de celebración no se agota en la eucaristía. También el
rito del bautismo es una celebración, y el de la confirmación, y el de la penitencia, por extraño que
parezca; e incluso la unción de los enfermos. En definitiva, todos los sacramentos. Lamentablemente el
uso de determinadas expresiones nos ha gastado una mala pasada y ahora se nos pasa la factura.
Después de tantos, no años sino siglos, hablando de la administración de los sacramentos ahora resulta
sumamente difícil a los responsables de la liturgia y de la pastoral hacer comprender a los fieles que los
sacramentos no son una cosa que se da o se administra sino un misterioso encuentro que se vive y se
celebra.
Lo mismo tendría que decir respecto al oficio divino, llamado hoy liturgia de las horas. Es el que
los monjes y las monjas, los religiosos, religiosas y los canónigos suelen celebrar en común. Se trata
igualmente del rezo que todos los obispos, sacerdotes y diáconos deben cumplimentar día tras día. Me
refiero al famoso y bien conocido rezo del breviario. A este rezo lo llamamos hoy oración de las horas
porque se reparte a lo largo de las horas del día, por la mañana, al mediodía y por la tarde. Por eso se
llama liturgia de las horas. Lo difícil en este caso es hacernos a la idea de que se trata de una verdadera
celebración cuando, de hecho, la mayor parte de quienes la realizan lo hacen en solitario, en la
intimidad, como quien saborea un libro, hace un rato de meditación o, a lo sumo y en el mejor de los
casos, se sumerge en una profunda oración personal. De celebración, nada; solo el nombre y, por
supuesto, la intención de quienes la idearon.
Sin embargo, para no desairar a quienes deseen hacer una experiencia enriquecedora de la
celebración de las horas, hay que señalar la existencia de importantes comunidades de monjes y de
monjas en las que nos será posible atisbar lo que puede dar de sí una celebración de este tipo. Siempre
se tratará de una experiencia cargada de emoción espiritual y de recogimiento, vivida en una atmósfera
sublime en la que se combina la gestualidad reverente y expresiva con el canto comunitario de los
himnos unido a la larga salmodia sosegada y monocorde. Todo ello nos permitirá descubrir un nuevo
tipo de celebración, serena y recogida, inédita para la mayoría de los cristianos.
1.2. La dinámica interna de la celebración e ingredientes.
Después de lo expuesto hasta aquí es hora ya de hacer un alto en el camino y de confeccionar
una recopilación ordenada de las informaciones precedentes. Después de las diversas formas de
celebración que se han descrito hay que señalar con un cierto sentido comparativo y de síntesis los
elementos comunes en que coinciden todas ellas. Eso nos va a permitir diseñar el perfil de la
celebración.

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La Celebración Litúrgica
1.2.1 El acontecimiento .
En todos los casos se parte siempre de la existencia de un hecho importante, generalmente
pasado, en torno al cual se instituye la celebración. El ámbito de interés de este acontecimiento es
diverso. Puede afectar solo a una familia, o a una región, o a todo un pueblo, o a un clan tribal, o a toda
la humanidad, como ocurre en el cristianismo. De la importancia y magnitud del acontecimiento
dependerá, obviamente, la amplitud de la asamblea convocada para celebrar y la envergadura misma de
la celebración. El acontecimiento, que está en el origen de la celebración, puede tener carácter profano,
como el nacimiento de un hijo, o la firma de la Constitución de un país. Hay, sin embargo, otro tipo de
acontecimientos de talante religioso o sagrado. Por supuesto, los grandes arquetipos míticos que están
en el origen de las comunidades tribales y que recogen las grandes gestas operadas por los héroes
fundadores de la tribu, tienen carácter sagrado e implican a toda la tribu. Finalmente, refiriéndonos al
cristianismo hay que decir que el acontecimiento que da lugar a toda celebración cristiana y está en la
base de la misma es el acontecimiento pascual de Cristo . Pero éste no es un mito. Se trata, por el
contrario, de un evento que se sitúa en la historia y que afecta, de un modo u otro, a toda la comunidad
humana. De ahí su carácter universal.
1.2.2 La convocatoria .
Para poder dar paso a cualquier tipo de celebración es preciso que, de antemano, medie una
especie de convocatoria, más o menos expresa, más o menos solemne, con mayor o menor amplitud.
Esta convocatoria tiene como objeto cursar una invitación al colectivo interesado para que se reúna y
participe en la celebración. La amplitud de la convocatoria, como es natural, depende de la amplitud y
dimensiones del colectivo al que va dirigido. Tratándose del cristianismo esta convocatoria, que coincide
plenamente con el anuncio misionero, está abierta a todos los hombres. Todos estamos llamados a
confesar nuestra fe en Jesús, a reconocerle como Señor, a adherirnos a la comunidad de los creyentes
y a reunimos en asamblea para confesar el señorío de Jesús y celebrar el misterio de su muerte y
resurrección.
1.2.3 La asamblea .
Los que han sido convocados y han secundado positivamente la llamada se reúnen en asamblea.
Las proporciones de ésta son diversas según se trate de celebraciones familiares o de otro tipo. La
asamblea familiar está dotada de unos ingredientes muy particulares en razón del entorno doméstico en
el que se desarrolla la celebración; en razón, también, de los vínculos que unen a los participantes; y en
razón, finalmente, del clima cálido y entrañable que se respira en este tipo de eventos. La asamblea
cristiana, a cuya estructura, configuración y características, no es otra cosa que la comunidad del pueblo
de Dios reunido en el templo para celebrar los misterios. En todo caso, me parece muy oportuno señalar
aquí que nunca nos será posible hablar de celebración sin hablar previamente de la existencia de una
comunidad reunida en asamblea. Sin asamblea no hay celebración.
1.2.4 Los ingredientes celebrativos .
Aunque sea muy de pasada, algo hay que decir aquí sobre el particular. Me refiero al
comportamiento de la comunidad una vez que se ha reunido en asamblea. Se trata, ni más ni menos,
que del embrión y de la quinta esencia de lo que llamamos celebración en el sentido más estricto. Los
comportamientos son diferentes según el tipo de cultura y la sensibilidad de la comunidad celebrante.
Siempre nos movemos, en todo caso, en un nivel de expresión simbólica que remite al acontecimiento
que ha generado la celebración.
Hay un elemento importante que se repite siempre, sea cual sea la forma y el talante de la
celebración. Me estoy refiriendo al discurso inaugural de los actos celebrativos. En él se expresan los
motivos que han dado lugar a la celebración, se evoca el acontecimiento que está en la base de la
misma, se resalta su importancia y se invita a la asamblea a hacer memoria del mismo. En las
celebraciones arcaicas, como ya vimos, se hace una proclamación solemne del mito o de los mitos
cuyas grandes gestas van a ser objeto de imitación y de reproducción simbólica mediante el ritual
celebrativo. En el entorno cristiano el papel o la función de este discurso inaugural está perfectamente
asegurado por la proclamación de la palabra de Dios la cual, siempre, de forma más o menos directa o
explícita, hace referencia al acontecimiento pascual. Él es el que motiva la celebración cristiana la cual,
a su vez, no es sino la imitación ritual del mismo, su conmemoración y su actualización.
Además del discurso o palabra, hay que señalar igualmente la existencia de una rica gama de
actitudes, gestos y comportamientos que integran la celebración: Posturas de veneración y de
respeto, como la postración penitente, la inclinación del cuerpo o de la cabeza; los baños lustrales de
purificación o de regeneración, las imposiciones de manos, las unciones, la danza, los banquetes
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La Celebración Litúrgica
sagrados, las libaciones, etc. Junto a esta serie de actitudes o comportamientos hay que señalar, por
una parte, los cantos y el uso de toda clase de instrumentos: el órgano, el violín, las guitarras, los
tambores y otros instrumentos; el repique o volteo de campanas, etc. Por otra parte hay que hacer una
referencia a toda una serie de objetos utilizados en la celebración y cuya gama es interminable, Me
refiero a objetos, como el pan, el vino, el agua, las flores, los manteles, el aceite, el incienso, la ceniza,
los ramos de olivo, las palmas, la cera de los cirios, el fuego, los vasos sagrados, el arca del
tabernáculo para guardar la reserva de la eucaristía, etc.
Este es el núcleo de la celebración. Cada colectivo utiliza y pone en juego todo este material
simbólico o ritual según su sensibilidad y de acuerdo con su idiosincrasia. Las formas culturales,
naturalmente, también constituyen un condicionamiento decisivo en el uso de unas u otras formas de
expresión. Porque, en última instancia, toda esta gama de gestos y actitudes, interpretados por el
discurso verbal y la palabra, hay que entenderla en clave de símbolo y con referencia al acontecimiento
fundante del que quieren ser reproducción ritual, proclamación evocadora, memoria y forma simbólica de
presencia.
1.2.5 Repetición incesante y periódica .
Es otra faceta fuertemente atestiguada por los diversos testimonios de celebración que hemos
analizado, sobre todo desde la Historia de las Religiones. La repetición periódica del ritual, año tras año,
permite al colectivo celebrante incorporarse progresivamente al misterio salvador que celebra; o, en
otros casos, garantiza la reproducción cada vez más intensa de los gestos y de las hazañas ejecutadas
en el tiempo mítico por vez primera por los héroes fundadores de la tribu. De este modo la comunidad
que ejecuta el ritual se ve inmersa en un proceso de retorno a sus orígenes, de contacto con sus propias
raíces y de profunda regeneración y purificación.
1.2.6 La reproducción simbólica del acontecimiento .
Quizás sea éste uno de los aspectos más relevantes de la celebración, sobre todo en el ámbito
de la experiencia religiosa. Todos los elementos que integran el acto celebrativo se desenvuelven en la
esfera de lo ritual y simbólico. Son formas de expresión que, a través del lenguaje simbólico, reproducen
y actualizan gestos y acciones trascendentes que, de suyo, escapan a la captación y al contacto directo
del hombre. Por eso decimos que la celebración conmemora el acto salvador, lo imita, lo reproduce y lo
hace presente de forma que la comunidad celebrante se ve transportada al contacto real con el misterio
que la trasciende y la regenera.
1.2.7 Segregación y distanciamiento de lo cotidiano .
Tocamos aquí un aspecto que, al tratar de forma más sistemática sobre el concepto de lo
sagrado, tendremos oportunidad de desarrollar más ampliamente. La idea de separación y segregación
es apuntada comúnmente como un componente de lo sagrado. A lo largo de nuestro análisis, en efecto,
también hemos podido detectarla. La celebración nos sitúa en un espacio aparte; en un nivel ajeno a lo
cotidiano, que nos aleja del quehacer y de los hábitos de cada día. En ese sentido hemos hablado de
gestos y comportamientos especiales, festivos, que escapan a la monotonía de lo ordinario y a la
moderación de lo convencional. Esta exigencia de separación afecta, no solo a los gestos y
comportamientos, sino también a los condicionantes de tiempo y espacio, al lenguaje, a las personas y a
las cosas.

1.3 Aproximación al concepto de celebración cristiana.


Lo que voy a exponer ahora, en este último punto, no es sino una recopilación de todo lo dicho
anteriormente. Estoy convencido de que el análisis anterior, fruto, sobre todo, de nuestra experiencia
celebrativa, nos va a permitir describir en qué consiste la celebración cristiana.
La síntesis podría expresarse de este modo: «Celebrar es reunirse en asamblea, en respuesta a
la llamada de Dios que nos convoca, para poder hacer memoria y expresar la presencia del Señor
Jesús, a través de palabras, gestos y actitudes. Por medio, pues, de los gestos sacramentales, que
imitan y reproducen simbólicamente el acontecimiento pascual, él se hace presente en medio de
nosotros y, mediante un encuentro interpersonal misterioso y profundo, el mismo Señor Jesús nos
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La Celebración Litúrgica
incorpora al gran misterio de su muerte y resurrección. La celebración, por tanto, es una acción
comunitaria, distinta del quehacer de cada día y repetida periódicamente en un ritmo ininterrumpido, en
la que se combinan palabras, gestos y acciones, con el fin de expresar simbólicamente y de forma
realmente eficaz nuestra inmersión en la pascua».

1.4 ¿Ha perdido el hombre moderno la capacidad de celebrar?


Después de lo dicho en el capítulo anterior, es conveniente que nos formulemos esta pregunta.
Hemos descubierto el perfil de lo que es celebrar; nos hemos aproximado al entorno y a la realidad del
concepto. Pero, a continuación, casi de inmediato, surge la pregunta, la duda. Y, conste que no se trata
de una duda metódica. La pregunta está en los libros y, sobre todo, en la calle. Al contemplar
determinadas posturas, tan ancladas en los viejos prejuicios puritanos e intransigentes; al observar el
descrédito que padecen determinados sectores de la sociedad que abogan por dar rienda suelta a la
imaginación y a la creatividad; a la luz de esos y otros hechos parecidos uno piensa que el hombre de
nuestros días, tan pragmático y tan obsesionado por la eficacia, tan dinámico y tan exigente consigo
mismo, tan abierto a las nuevas técnicas de la información y tan atraído por el éxito, no es el mejor
candidato para entrar en el mundo fantástico de las utopías y de los grandes retos; en el mundo de lo
lúdico y de lo festivo, en el mundo de lo sagrado donde el lenguaje de los símbolos nos remite a
experiencias totales en las que lo divino y trascendente acaba por envolvernos por completo. Seguro
que los hombres de la técnica y del progreso no sucumbirán tan fácilmente ante la tentadora oferta del
mundo misterioso de lo irracional y de lo fantástico.

1.5 ¿Crisis de lo sagrado o crisis de fe?


Esta pregunta puede brindarnos la oportunidad de deslindar campos, de aclarar conceptos y, a la
postre, de desbrozar el bosque. Es muy importante para nosotros saber dónde y cómo vamos a poder,
como vulgarmente se dice, poner el dedo en la llaga. Hay que diagnosticar con la mayor claridad posible
dónde se encuentra la llaga.
Vamos a apelar nuevamente al testimonio de nuestra experiencia personal. Quien más quien
menos, todos hemos tenido oportunidad de asistir a determinadas celebraciones religiosas a las que se
nos convoca, no necesariamente en razón de nuestra fe o de nuestra condición de cristianos, sino por
razonables motivos sociales, motivos de buena crianza y buena vecindad. De este modo hemos asistido
a bautizos, a misas protocolarias en días de fiesta, a bodas, a funerales y entierros, etc. Todos hemos
contemplado el aspecto que ofrecen estas celebraciones, en las que nadie canta, nadie responde a los
saludos del sacerdote y pocos siguen con interés las evoluciones del cura en el altar. El aspecto de
esas asambleas es lamentable: rostros ajenos a lo que ocurre en la celebración, actitudes de
aburrimiento o de impaciencia mal disimulada, desinterés, tedio, lejanía.
A la vista de este tipo de comportamientos, que se repiten con frecuencia entre nosotros, uno
vuelve a reformularse la pregunta de dónde está la crisis: o en una especie de alergia profunda hacia
todo lo sagrado y trascendente, o en una patente e incuestionable crisis de fe. En el caso analizado
anteriormente parece claro que, al menos en ese tipo de celebraciones convencionales y protocolarias,
la falta de respuesta por parte de la asamblea congregada responde, sobre todo, a un nivel de fe
inexistente o de muy escasa envergadura. A este respecto es preciso advertir que este tipo de
celebraciones aparece marcado, desde el primer momento, por un estrepitoso nivel de incoherencia ya
que, para conseguir un mínimo de respuesta y de integración en la celebración, se requiere como
requisito indispensable que la asamblea sea creyente.
Pero no siempre ocurre lo mismo. Debo reconocer, desde la experiencia de cada día, la
existencia de asambleas celebrativas en cuyo comportamiento se detecta una dosis notable de
desafección e insensibilidad respecto a cualquier expresión ritual o simbólica. En este sentido, debo
confesar que este tipo de asambleas corresponde con frecuencia a grupos cristianos cuyo nivel de fe y
de compromiso militante parece incuestionable. No me atrevería yo a diagnosticar que la alergia
experimentada por estos grupos respecto a la ritualidad sagrada y a la expresión simbólica procede de
una crisis de fe; más bien, habría que examinar si el desinterés por las experiencias celebrativas son el
resultado de una educación en la fe desarrollada de manera unilateral y sesgada en la que, partiendo de
tópicos espiritualistas o vinculados a una ética pragmatista, apenas si se ha sabido situar en el lugar
adecuado todo lo concerniente a la experiencia ritual y sacramental en la vida de la comunidad.
En todo caso, hay que reconocer que la crisis de lo sagrado en nuestra sociedad post-industrial
representa un componente explicativo y motivador de extraordinario interés. Así lo demostró hace unos
años el interesante estudio de Sabino S. Acquaviva". Pero éste no ha sido el único factor determinante
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La Celebración Litúrgica
en la crisis de lo ritual y sacramental. También el creciente proceso de descristianización y la tendencia
hacia posicionamientos agnósticos, están sin duda en la base original del fenómeno. De lo cual se
deduce la necesidad, por parte de toda la comunidad eclesial, de potenciar al máximo y de urgir por
todos los medios una mayor dedicación a la tarea misionera y evangelizadora. De lo contrario podremos
caer en el error de comenzar a construir la casa por el tejado.

- LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA VISTA DESDE LA TEOLOGÍA-

II. MOTIVO: «EL MISTERIO PASCUAL»


La celebración litúrgica tiene un motivo, hay un acontecimiento original. El acontecimiento original
o el motivo de la celebración es siempre Jesús, el Cristo: su encarnación, su vida, sus palabras y
acciones, su entrega en la cruz, su Resurrección, su Ascensión. Todo esto decimos que es el Misterio
Pascual.
Llamamos, pues, Misterio Pascual, en general, a todo lo que realizó Cristo en su vida. Sin
embargo, normalmente, cuando hablamos de Misterio Pascual nos referimos a lo más básico y
fundamental de toda su vida: a la entrega total en la muerte y al sí del Padre, al paso de la muerte a la
vida, que es el resumen y culmen de toda la vida de Cristo. Misterio Pascual, es pues, en resumen, su
muerte y resurrección.
¿Por qué llamamos a todo Misterio Pascual? Porque todo lo que realizó Jesús en su vida era ya
salvífico. Anticipaba la fuerza de su Misterio Pascual. Anunciaban y preparaban aquello que El daría a la
Iglesia cuando todo tuviese su cumplimiento en la resurrección. Todo es salvífico en Cristo, puesto que
Él es la salvación.
Pues bien, el Misterio Pascual es el motivo de la celebración litúrgica de la Iglesia. "Lo que antes
era visible en nuestro Salvador ha pasado a ser invisible en los misterios (sacramentos) de la Iglesia"
(S. León Magno, Sermón 74, 2). Por tanto, lo que dijo y realizó Cristo es fuente, fundamento y motivo de
la celebración litúrgica.
2.1 CELEBRAMOS EN COMUNIDAD
Toda celebración litúrgica es siempre comunitaria. La razón es bien clara: para celebrar Cristo
asocia siempre a la Iglesia: "Realmente, en esta obra tan grande (la celebración de por la que Dios es
perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su Iglesia" (SC
7).La liturgia es, por tanto, acción del Cristo total. Celebra, pues, la Cabeza (Cristo) y el Cuerpo
(Iglesia). El Cuerpo celebra unido a la Cabeza.
El concilio Vaticano II afirma tajantemente que las acciones litúrgicas, las celebraciones, no son
obra de algunos privilegiados, sino obra de toda la Iglesia: "Las acciones litúrgicas no son acciones
privadas (particulares) sino celebraciones de la Iglesia que es sacramento de unidad, es decir, pueblo
santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de
la iglesia, lo manifiestan e influyen en él". (SC 26). Con este texto la Iglesia ha recuperado una verdad
que por diversas circunstancias había quedado en la penumbra desde la Baja Edad Media (s. XIII-XV).
El estudio de los textos litúrgicos antiguos y de la teología bíblica han contribuido a restablecerla. Por
tanto, no hay celebración ni reunión de unos pocos. Estarán presentes pocos, pero esa acción no es de
ellos solos.
Por tanto, la fiesta litúrgica no puede ser celebrada por uno o dos o por un sector de la comunidad
mientras los demás asisten pasivamente como meros espectadores de lo que unos pocos ejecutan.
La acción litúrgica es una celebración de la asamblea reunida, de la "ekklesía". Todos sus miembros
están, deben estar comprometidos, implicados en la acción celebrativa. Esta tiene como sujeto
protagonista a todo el cuerpo eclesial, es decir, a los reunidos en cuanto conjunto de personas y no sólo
ellos sino todos los miembros de la Iglesia. Por ello, los nuevos textos no hablan del sacerdote como del
"celebrante". Por ese motivo, los textos oracionales están en plural y con una estructura dialogal no sólo
vertical (Dios-comunidad) sino horizontal (presidente-lector, cantor, pueblo).
2.2 CELEBRAMOS EN UN LUGAR
Pbro. Lic. Juan José Martínez M. 6
La Celebración Litúrgica
Nosotros también cuidamos el lugar o los lugares de la celebración. "El edificio destinado a las
celebraciones litúrgicas, como lo exige su naturaleza, debe ser hermoso, con una noble arquitectura,
proporcionada al espacio circundante y a las necesidades de la comunidad. Ha de ser auténtico símbolo
y signo de las realidades sobrenaturales, en el que todo resplandezca por la cuidada limpieza, la
sencillez y el arte. La idiosincrasia y la tradición de cada lugar aconsejarán qué elementos habrán de
emplearse y cómo habrán de disponerse para sugerir al Pueblo de Dios el significado de la Iglesia.
Se debe dedicar una atención especial al espacio interior, que debe servir para reunir la
comunidad local en un ambiente que facilite el desarrollo normal de la liturgia y de la oración personal.
La disposición general del edificio debe ser como una imagen de la asamblea eclesial, que permita un
proporcionado orden de las diferentes funciones litúrgicas y que favorezca el ejercicio de todos los
ministerios.
Es muy conveniente disponer de espacio de tránsito desde la calle (pórtico) que permita
saludarse antes o después de las celebraciones. Estos recintos favorecen las condiciones psicológicas
necesarias para crear un clima de comunidad".
2.3 LA CELEBRACIÓN UNE A LA ASAMBLEA
De tal manera se realiza esto que en la celebración litúrgica nos hacemos Cuerpo de Cristo. Lo
realiza el Espíritu Santo."La asamblea litúrgica recibe su unidad de la comunión del Espíritu que reúne a
los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo" (Catecismo de la Iglesia, 1097).
Recordemos algunas invocaciones al Espíritu que rezamos en la Eucaristía o Misa: "para que
fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo
cuerpo y un solo espíritu" (Plegaria III). "que formen, por la fuerza del Espíritu Santo, un solo cuerpo en
el que no haya ninguna división" (Plegaria de la Reconciliación). La comunidad de los que participamos
de la Eucaristía, al celebrar el Misterio Pascual de Cristo, nos vamos convirtiendo en el Cuerpo y Sangre
de Cristo, en la unidad que produce el Espíritu. La oración al Espíritu es para que la comunidad se
transforme en Cristo.
2.3.1. Nos toca en nuestros sentimientos:
- Concentra la atención en la Palabra y en el Cuerpo de Cristo. Aceptamos su Palabra y comemos su
Cuerpo.
- La parroquia se convierte en punto de referencia en nuestras vidas: allí recibimos el Bautismo, la
Eucaristía, la Confirmación, allí nos reunimos semanalmente. Lo cuidamos, lo reformamos.
- Todos los elementos que allí usamos para celebrar (cantos, palabra de Dios, oraciones, mesa-altar,
ambón, sede, pan, vino, etc.) nos comunican un mensaje: que Dios se acerca a nosotros y se
entrega.
- Nos transforma. Salimos renovados, salvados, liberados, con ganas de vivir como cristianos.
2.4 LA CELEBRACIÓN NO SE PUEDE EXPRESAR
Externamente no pasa nada: Dios se ha acercado, se nos ha dado, pero si nos preguntan qué
hemos sentido, qué hemos vivido, se nos hace difícil y complicado expresarlo en palabras. Además,
cuando una celebración se razona, pierde gracia y, entonces tenemos una celebración fosilizada,
muerta, manipulada. Es decir, reducida a un mensaje ideológico. Para algunos, después del Concilio, se
da más importancia a las ideas que se transmiten en las lecturas que a la vida que se transmite por los
elementos simbólicos. Y el resultado es una celebración demasiada razonada, con intención de
transmitir ideas más que vivencias.
2.5 CELEBRAR ES HACER FIESTA
Fiesta porque la resurrección de Cristo es la garantía de todas nuestras pequeñas resurrecciones
o victorias sobre los fracasos, pecados y desesperanzas. Fiesta porque el Señor sigue actuando hoy y
aquí; porque no nos abandona, sigue siendo el "hoy perpetuo", sigue siendo fiel a su Amor.
Fiesta porque una semana más reforzamos nuestra fraternidad, porque somos hermanos,
miembros de su Cuerpo. Celebramos encontrarnos con los hermanos. Celebramos el entregar nuestros
bienes para los que no tienen. Todo lo que vivimos en la Eucaristía es motivo de alegría. Por eso

Pbro. Lic. Juan José Martínez M. 7


La Celebración Litúrgica
cantamos. Para expresar nuestra alegría, el amor de Dios. En la Eucaristía no cantamos para
distraernos, para no aburrirnos. Cantamos porque merece hacer fiesta.

------------------    AQUÍ RETOMAMOS PARA EL 29 de noviembre de 2012 -  - - - - - -

2.6 NOCIÓN DE CELEBRACIÓN CRISTIANA


La celebración es: - el acto que evoca y hace presente, - mediante palabras y gestos, - la
salvación realizada por Dios en Jesucristo con el poder del Espíritu Santo.
2.6.1 Explicando la noción:
• El acto es evocador . Decimos evocador porque hacemos memoria de todo lo realizado por Jesús, por
Cristo. Siguiendo su mandato: "Haced esto en memoria mía". Y en la Eucaristía el sacerdote lo dice en
alto: "Así pues, Padre, al celebrar el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo". Esta función es
crucial en la celebración litúrgica, ya que la celebración es, primordialmente, memorial o anámnesis. Y
el que lo realiza es el Espíritu Santo, memoria viva de la Iglesia: "El Espíritu Santo, que el Padre os
enviará en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho" (Jn
14, 26). El memorial y la Palabra son los grandes resortes del Espíritu para despertar la memoria de la
Iglesia.
• Hace presente y actualiza . Con esto queremos decir que la salvación realizada por la vida, la muerte y
resurrección de Jesucristo se actualiza aquí y ahora. Nosotros somos salvados, perdonados,
pacificados, perdonados. En cada una de las celebraciones tiene lugar la efusión del Espíritu Santo
que actualiza el único misterio. Precisamente en la epíclesis (Epíclesis es la invocación que hace la
Iglesia al Espíritu Santo para que venga y transforme las cosas y las personas. Viene del griego epi-
kaleo llamar sobre (en latín in-vocare). En la Eucaristía hay dos: para la transformación del pan y del
vino (antes de la consagración) y otra para la transformación de la asamblea (después de la
consagración).), que es el centro de toda la celebración sacramental, se pide al Padre que envíe el
Espíritu con esa finalidad. El Espíritu Santo hace presente y actualiza el misterio de Cristo por su
poder transformador. Como se ve, es la acción del Espíritu la que garantiza el realismo de la
celebración.
• Dando un paso más, digamos que esta acción aparece y se manifiesta como un diálogo y un
intercambio que tiene como interlocutores a Dios y al hombre, a Cristo y a la comunidad eclesial. En
este diálogo juega un papel especialísimo la proclamación de la Palabra de Dios, y, papel no menos
importante, la respuesta de la Iglesia hecha canto y oración.
• La Iglesia tiene que realizar este acto para hacer presente y actual el misterio de salvación.
Naturalmente, que no es la única acción que debe realizar la Iglesia, pero sí es la acción fuente y
culmen de todas las demás acciones, como son la evangelización, la catequesis, la llamada a la
conversión, la caridad, el servicio a los hombres y la transformación de las realidades terrenas. (SC 7;
LG 10-11). La razón es bien clara, la acción por excelencia de Jesucristo fue la muerte-resurrección y
ésta es la que actualiza la celebración.

2.7 LA CELEBRACIÓN ES MISTERIO


Decimos que la celebración es misterio, porque en ella se da la presencia y una intervención salvadora
de Dios. Es la otra cara de la moneda. Lo que está detrás de los signos, cantos y oraciones. Esto no lo
podemos olvidar nunca.
Tomamos misterios como la realización del plan de Dios que en un tiempo era desconocido para los
hombres pero que fue dado a conocer por Dios en la revelación o en la Biblia; sobre todo fue dado a
conocer por Jesús: la Palabra hecha carne.
Esto que se nos ha dado a conocer, este misterio es lo que hay que vivir. Tenemos que llegar a decir
también nosotros lo que dice Juan en el Evangelio: "Es el Señor" (Jn 21, 7).
Pbro. Lic. Juan José Martínez M. 8
La Celebración Litúrgica
"Puesto que la Liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo, es necesario mantener constantemente
viva la afirmación del discípulo ante la presencia misteriosa de Cristo: "Es el Señor": Nada de lo que
hacemos en la Liturgia puede aparecer como más importante de lo que invisible, pero realmente, Cristo
hace por obra de su Espíritu. " (Juan Pablo II, Carta apostólica en el XXV aniversario de la Constitución
sobre la Liturgia, n° 10).
Toda la creación participa de la presencia del Dios encarnado en Jesús. Pero esta participación se da
principalmente en el interior de la realidad. Las cosas son algo más que lo que se ve, cuando nos dicen
algo más que lo que vemos. Lo que aparece de todas las cosas es, para el creyente, la resonancia de la
presencia de Dios. En cierto sentido, toda la realidad es imagen de Dios. Cuando lo humano alcanza su
límite, queda aún la infinita belleza y fuerza de Dios.
2.8 LA CELEBRACIÓN ES ACCIÓN
La celebración es una acción, la obra de Cristo y de la Iglesia. Ésta no se contenta con mirar la obra de
Dios, sino que la actualiza con una gran variedad de ritos y fórmulas que manifiestan y realizan todo
aquello que se está celebrando.
Esta acción de la Iglesia se concreta en estas tres:
• evoca, es decir, invoca y pide al Espíritu la salvación,
• anuncia la salvación, sobre todo en la Palabra,
• actualiza la salvación aquí y ahora.
La misma palabra liturgia nos dice que es acción. La palabra liturgia viene del griego leitourgía. Significa
la obra o la acción que una persona realizaba libremente en favor del pueblo. Con el paso del tiempo, la
acción hecha en favor del pueblo se institucionalizó, es decir, perdió la libertad. Se comenzó a hacer en
favor del pueblo gratuitamente y se pasó a hacerlo cobrando. Y así llegó a llamarse liturgia a cualquier
trabajo de servicio.
En el AT, liturgia indica el servicio religioso. En el NT nunca aparece liturgia como servicio religioso, por
no confundirla con el servicio religioso de los judíos. Pero pronto, hacia el siglo II, comenzó a usarse,
como acción de Cristo en favor de su pueblo y como servicio ministerial.
A la celebración venimos a actuar. No podemos ser espectadores pasivos. Es obra nuestra, de todos y
todos debemos tomar parte.
El Concilio para ello nos dice:
"Para promover la participación activa, se fomentarán las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la
salmodia, las antífonas, los cantos y también las acciones o gestos y posturas corporales" (SC 30).
"La Iglesia procura que los cristianos no asistan a la Eucaristía como extraños y mudos espectadores,
sino que, comprendiéndolo bien a través de ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y
activamente" (SC 48).
Desde los tiempos en que un acólito o monaguillo respondía al sacerdote hasta nuestros días han
cambiado mucho las cosas. Sin embargo la mentalidad de muchos no ha cambiado todavía.
2.8 LA CELEBRACIÓN ES VIDA
La celebración no sólo hace participar a una comunidad en un acontecimiento de salvación, sino que se
convierte en un programa de vida. La celebración se manifiesta como un motivo de compromiso vital. Lo
cual quiere decir que los cristianos vivimos lo que hemos celebrado. La salvación de Cristo no es para el
momento de la celebración, sino para toda la vida. "Así también nosotros andemos en una vida nueva"
(Rm 6, 4).
La celebración hace (capacita) que la Iglesia, el conjunto de los cristianos, siga siendo en el mundo
signo de salvación para la humanidad. En este sentido se puede decir que la celebración empieza
cuando la asamblea se pone en pie y termina al inicio de otra celebración, es decir, nunca. Cuando
concluye el rito, llega la vida, una vida que no ha roto el rito, valga el juego de palabras.
Por tanto, cuando al final de la misa oímos "¡podéis ir en paz!", debemos escuchar en nuestro interior
"¡no, no, no podemos irnos porque la misa no ha terminado". Se trata quizá del momento más difícil de
Pbro. Lic. Juan José Martínez M. 9
La Celebración Litúrgica
la misa. Uno se va, no porque haya terminado algo, sino porque hay algo que continúa. La despedida no
quiere decir, "¡muy bien!", podéis iros porque habéis cumplido con vuestro deber, estad tranquilos!",
sino, "amigos, ha llegado vuestra ocasión".
Por tanto, no es señal de descanso, sino de movilización, no es señal de una "misión cumplida", sino
"partida para una misión continuada". Algunos salen de misa con una actitud de satisfacción de haber
cumplido con si deber, y, ¡no!; celebrar la eucaristía significa asumir un compromiso que va
desarrollándose después, en el transcurso del día, de la semana; significar continuar, significa conectar
con la vida cotidiana; la misa termina como acción litúrgica, como acto celebrativo y empieza como
celebración de la vida, como liturgia, termina como rito y empieza como gesto vital.
Uno se levanta de la mesa, y empieza a trabajar, a construir el reino, de manera que saca afuera lo que
ha recibido dentro, saca afuera aquello en lo que nos hemos convertido. El altar, la Eucaristía, es un
punto de partida, pero la aventura no termina nunca, la misión nunca queda cumplida, no se puede fijar
un término a la sorpresa: la misa ha terminado, pero la unidad de la celebración de la fe incluye la vida.
O sea, es breve y relativamente fácil el camino que lleva a la misa, pero se hace interminable y arduo el
camino que va desde la misa a la vida. Esta unidad es uno de los aspectos de la liturgia que, a veces,
hemos abandonado. Hemos puesto el ejemplo de la misa, pero podríamos poner otro ejemplo, como la
penitencia.
La liturgia, concebida así de una manera unitaria, abarca toda la vida, no sólo el momento del rito. El rito
de la penitencia no es únicamente la confesión de los pecados y esperar la absolución. El rito de la
penitencia supone unos actos pasados, la vida pecadora, y comporta un propósito de futuro, de
superación. O sea, también aquel rito puntual tiene un alcance que abarca toda la vida. Esto es celebrar
la fe.
Si la liturgia cristiana es hacer toda la vida un acto permanente de gloria al Padre y, por tanto, salvación
del hombre, el momento celebrativo y ritual de ese culto constituye el punto de encuentro decisivo y
santificador para el hombre y para toda la comunidad.
Por último, otro aspecto a recalcar y que se da en la misma celebración, es el paso que hemos que
tener en cuenta: el paso de la soledad a la comunidad. La asamblea constituye para nosotros un
momento precioso en el que sobrepasamos los intercambios utilitarios que nos aíslan (sólo cogemos el
teléfono cuando necesitamos a alguien). La celebración nos permite la convivencia auténtica que
muchas veces no conseguimos en la vida cotidiana. La celebración debe tener un carácter muy
englobante, es decir, somos pueblo, familia. Somos asamblea de hermanos.

- HASTA AQUÍ -

III - LA CELEBRACIÓN SACRAMENTAL DEL MISTERIO PASCUAL


La catequesis de la Liturgia implica en primer lugar la inteligencia de la economía sacramental (capítulo
primero). A su luz se revela la novedad de su celebración. Se tratará, pues, en este capítulo de la
celebración de los sacramentos de la Iglesia. A través de la diversidad de las tradiciones litúrgicas, se
presenta lo que es común a la celebración de los siete sacramentos. Lo que es propio de cada uno de
ellos, será presentado más adelante. Esta catequesis fundamental de las celebraciones sacramentales
responderá a las cuestiones inmediatas que se presentan a un fiel al respecto: Celebrar La Liturgia de la
Iglesia.

3.1 ¿Quién celebra?


La Liturgia es "acción" del "Cristo total" (Christus totus). Por tanto, quienes celebran esta "acción",
independientemente de la existencia o no de signos sacramentales, participan ya de la Liturgia del cielo,
allí donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta.

Pbro. Lic. Juan José Martínez M. 10


La Celebración Litúrgica
La celebración de la Liturgia celestial
. El Apocalipsis de S. Juan, leído en la liturgia de la Iglesia, nos revela primeramente que "un trono
estaba erigido en el cielo y Uno sentado en el trono" (Ap 4,2): "el Señor Dios" (Is 6,1; cf Ez 1,26-28).
Luego revela al Cordero, "inmolado y de pie" (Ap 5,6; cf Jn 1,29): Cristo crucificado y resucitado, el
único Sumo Sacerdote del santuario verdadero (cf Hb 4,14-15; 10, 19-21; etc), el mismo "que ofrece y
que es ofrecido, que da y que es dado" (Liturgia de San Juan Crisóstomo, Anáfora). Y por último, revela
"el río de Vida que brota del trono de Dios y del Cordero" (Ap 22,1), uno de los más bellos símbolos del
Espíritu Santo (cf Jn 4,10-14; Ap 21,6).
"Recapitulados" en Cristo, participan en el servicio de la alabanza de Dios y en la realización de su
designio: las Potencias celestiales (cf Ap 4-5; Is 6,2-3), toda la creación (los cuatro Vivientes), los
servidores de la Antigua y de la Nueva Alianza (los veinticuatro ancianos), el nuevo Pueblo de Dios (los
ciento cuarenta y cuatro mil, cf Ap 7,1-8; 14,1), en particular los mártires "degollados a causa de la
Palabra de Dios", Ap 6,9-11), y la Santísima Madre de Dios (la Mujer, cf Ap 12, la Esposa del Cordero,
cf Ap 21,9), finalmente "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas,
pueblos y lenguas" (Ap 7,9).
En esta Liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el Misterio de la
salvación en los sacramentos.

Los celebrantes de la liturgia sacramental


Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien celebra. "Las acciones litúrgicas no
son acciones privadas, s ino celebraciones de la Iglesia, que es `sacramento de unidad´, esto es, pueblo
santo, congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por tanto, pertenecen a todo el Cuerpo
de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan, pero afectan a cada miembro de este Cuerpo de manera
diferente, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual" (SC 26). Por eso también,
"siempre que los ritos, según la naturaleza propia de cada uno, admitan una celebración común, con
asistencia y participación activa de los fieles, hay que inculcar que ésta debe ser preferida, en cuanto
sea posible, a una celebración individual y casi privada" (SC 27).
La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados que, "por el nuevo nacimiento y por la
unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que
ofrezcan a través de todas las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales" (LG 10). Este
"sacerdocio común" es el de Cristo, único Sacerdote, participado por todos sus miembros (cf LG 10; 34;
PO 2):
La Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena,
consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma y a la
cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano "linaje escogido, sacerdocio
real, nación santa, pueblo adquirido" (1 P 2,9; cf 2,4-5) (SC 14).
Pero "todos los miembros no tienen la misma función" (Rm 12,4). Algunos son llamados por Dios en y
por la Iglesia a un servicio especial de la comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados por
el sacramento del Orden, por el cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuar en representación de
Cristo-Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia (cf PO 2 y 15). El ministro ordenado
es como el "icono" de Cristo Sacerdote. Por ser en la Eucaristía donde se manifiesta plenamente el
sacramento de la Iglesia, es también en la presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo
aparece en primer lugar, y en comunión con él, el de los presbíteros y los diáconos.
En orden a ejercer las funciones del sacerdocio común de los fieles existen también otros ministerios
particulares, no consagrados por el sacramento del Orden, y cuyas funciones son determinadas por los
obispos según las tradiciones litúrgicas y las necesidades pastorales. "Los acólitos, lectores,
comentadores y los que pertenecen a la ´schola cantorum´ desempeñan un auténtico ministerio litúrgico"
(SC 29).
Así, en la celebración de los sacramentos, toda la asamblea es "liturgo", cada cual según su función,
pero en "la unidad del Espíritu" que actúa en todos. "En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro
o fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde según la naturaleza de la
acción y las normas litúrgicas" (SC 28).
Pbro. Lic. Juan José Martínez M. 11
La Celebración Litúrgica

¿Cómo celebrar?
Signos y símbolos
Una celebración sacramental esta tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía divina de la
salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura humana, se perfila en
los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud en la persona y la obra de Cristo.
Signos del mundo de los hombres. En la vida humana, signos y símbolos ocupan un lugar importante. El
hombre, siendo un ser a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a
través de signos y de símbolos materiales. Como ser social, el hombre necesita signos y símbolos para
comunicarse con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo mismo sucede en su relación
con Dios.
Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del
hombre para que vea en él las huellas de su Creador (cf Sb 13,1; Rm 1,19-20; Hch 14,17). La luz y la
noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra, el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su
grandeza y su proximidad.
En cuanto criaturas, estas realidades sensibles pueden llegar a ser lugar de expresión de la acción de
Dios que santifica a los hombres, y de la acción de los hombres que rinden su culto a Dios. Lo mismo
sucede con los signos y símbolos de la vida social de los hombres: lavar y ungir, partir el pan y
compartir la copa pueden expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud del hombre hacia su
Creador.
Las grandes religiones de la humanidad atestiguan, a a menudo de forma impresionante, este sentido
cósmico y simbólico de los ritos religiosos. La liturgia de la Iglesia presupone, integra y santifica
elementos de la creación y de la cultura humana confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de la
creación nueva en Jesucristo.
Signos de la Alianza. El pueblo elegido recibe de Dios signos y símbolos distintivos que marcan su vida
litúrgica: no son ya solamente celebraciones de ciclos cósmicos y de acontecimientos sociales, sino
signos de la Alianza, símbolos de las grandes acciones de Dios en favor de su pueblo. Entre estos
signos litúrgicos de la Antigua Alianza se puede nombrar la circuncisión, la unción y la consagración de
reyes y sacerdotes, la imposición de manos, los sacrificios, y sobre todo la pascua. La Iglesia ve en
estos signos una prefiguración de los sacramentos de la Nueva Alianza.
Signos asumidos por Cristo. En su predicación, el Señor Jesús se sirve con frecuencia de los signos de
la Creación para dar a conocer los misterios el Reino de Dios (cf. Lc 8,10). Realiza sus curaciones o
subraya su predicación por medio de signos materiales o gestos simbólicos (cf Jn 9,6; Mc 7,33-35; 8,22-
25). Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre todo al Exodo y a la
Pascua (cf Lc 9,31; 22,7-20), porque él mismo es el sentido de todos esos signos.
Signos sacramentales. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo realiza la santificación a través de los
signos sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos de la Iglesia no anulan, sino purifican e integran
toda la riqueza de los signos y de los símbolos del cosmos y de la vida social. Aún más, cumplen los
tipos y las figuras de la Antigua Alianza, significan y realizan la salvación obrada por Cristo, y prefiguran
y anticipan la gloria del cielo.

Palabras y acciones
Toda celebración sacramental es un encuentro de los hijos de Dios con su Padre, en Cristo y en el
Espíritu Santo, y este encuentro se expresa como un diálogo a través de acciones y de palabras.
Ciertamente, las acciones simbólicas son ya un lenguaje, pero es preciso que la Palabra de Dios y la
respuesta de fe acompañen y vivifiquen estas acciones, a fin de que la semilla del Reino dé su fruto en
la tierra buena. Las acciones litúrgicas significan lo que expresa la Palabra de Dios: a la vez la iniciativa
gratuita de Dios y la respuesta de fe de su pueblo.
La liturgia de la Palabra es parte integrante de las celebraciones sacramentales. Para nutrir la fe de los
fieles, los signos de la Palabra de Dios deben ser puestos de relieve: el libro de la Palabra (leccionario o
Pbro. Lic. Juan José Martínez M. 12
La Celebración Litúrgica
evangeliario), su veneración (procesión, incienso, luz), el lugar de su anuncio (ambón), su lectura
audible e inteligible, la homilía del ministro, la cual prolonga su proclamación, y las respuestas de la
asamblea (aclamaciones, salmos de meditación, letanías, confesión de fe...).
La palabra y la acción litúrgica, indisociables en cuanto signos y enseñanza, lo son también en cuanto
que realizan lo que significan. El Espíritu Santo, al suscitar la fe, no solamente procura una inteligencia
de la Palabra de Dios suscitando la fe, sino que también mediante los sacramentos realiza las
"maravillas" de Dios que son anunciadas por la misma Palabra: hace presente y comunica la obra del
Padre realizada por el Hijo amado.

Canto y música
"La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable que sobresale
entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a las palabras,
constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne" (SC 112). La composición y el canto de
Salmos inspirados, con frecuencia acompañados de instrumentos musicales, estaban ya estrechamente
ligados a las celebraciones litúrgicas de la Antigua Alianza. La Iglesia continúa y desarrolla esta
tradición: "Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro
corazón al Señor" (Ef 5,19; cf Col 3,16-17). "El que canta ora dos veces" (S. Agustín, sal. 72,1).
El canto y la música cumplen su función de signos de una manera tanto más significativa cuanto "más
estrechamente estén vinculadas a la acción litúrgica" (SC 112), según tres criterios principales: la
belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea en los momentos previstos y el
carácter solemne de la celebración. Participan así de la finalidad de las palabras y de las acciones
litúrgicas: la gloria de Dios y la santificación de los fieles (cf SC 112):
¡Cuánto lloré al oír vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las voces de vuestra Iglesia,
que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis oídos, y vuestra verdad se derretía en mi
corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las lágrimas, y me iba bien con ellas (S.
Agustín, Conf. IX,6,14).
La armonía de los signos (canto, música, palabras y acciones) es tanto más expresiva y fecunda cuanto
más se expresa en la riqueza cultural propia del pueblo de Dios que celebra (cf SC 119). Por eso
"foméntese con empeño el canto religioso popular, de modo que en los ejercicios piadosos y sagrados y
en las mismas acciones litúrgicas", conforme a las normas de la Iglesia "resuenen las voces de los
fieles" (SC 118). Pero "los textos destinados al canto sagrado deben estar de acuerdo con la doctrina
católica; más aún, deben tomase principalmente de la Sagrada Escritura y de las fuentes litúrgicas" (SC
121).

Imágenes sagradas
La imagen sagrada, el icono litúrgico, representa principalmente a Cristo. No puede representar a Dios
invisible e incomprensible; la Encarnación del Hijo de Dios inauguró una nueva "economía" de las
imágenes:
En otro tiempo, Dios, que no tenía cuerpo ni figura no podía de ningún modo ser representado con una
imagen. Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha vivido con los hombres, puedo hacer una
imagen de lo que he visto de Dios...con el rostro descubierto contemplamos la gloria del Señor (S. Juan
Damasceno, imag. 1,16).
La iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura
transmite mediante la palabra. Imagen y Palabra se esclarecen mutuamente:
Para expresar brevemente nuestra profesión de fe, conservamos todas las tradiciones de la Iglesia,
escritas o no escritas, que nos han sido transmitidas sin alteración. Una de ellas es la representación
pictórica de las imágenes, que está de acuerdo con la predicación de la historia evangélica, creyendo
que, verdaderamente y no en apariencia, el Dios Verbo se hizo carne, lo cual es tan útil y provechoso,
porque las cosas que se esclarecen mutuamente tienen sin duda una significación recíproca (Cc. de
Nicea II, año 787: COD 111).

Pbro. Lic. Juan José Martínez M. 13


La Celebración Litúrgica
Todos los signos de la celebración litúrgica hacen referencia a Cristo: también las imágenes sagradas
de la Santísima Madre de Dios y de los santos. Significan, en efecto, a Cristo que es glorificado en ellos.
Manifiestan "la nube de testigos" (Hb 12,1) que continúan participando en la salvación del mundo y a los
que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental. A través de sus iconos, es el hombre "a
imagen de Dios", finalmente transfigurado "a su semejanza" (cf Rm 8,29; 1 Jn 3,2), quien se revela a
nuestra fe, e incluso los ángeles, recapitulados también en Cristo:
Siguiendo la enseñanza divinamente inspirada de nuestros santos Padres y la tradición de la Iglesia
católica (pues reconocemos ser del Espíritu Santo que habita en ella), definimos con toda exactitud y
cuidado que las venerables y santas imágenes, como también la imagen de la preciosa y vivificante
cruz, tanto las pintadas como las de mosaico u otra materia conveniente, se expongan en las santas
iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos, en las paredes y en cuadros, en las casas y en
los caminos: tanto las imágenes de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, como las de nuestra
Señora inmaculada la santa Madre de Dios, de los santos ángeles y de todos los santos y justos (Cc. de
Nicea II: DS 600).
"La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo
modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios" (S. Juan Damasceno,
imag. 127). La contemplación de las sagradas imágenes, unida a la meditación de la Palabra de Dios y
al canto de los himnos litúrgicos, forma parte de la armonía de los signos de la celebración para que el
misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los fieles.

¿Cuándo celebrar?
El tiempo litúrgico
"La santa Madre Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de salvación de su divino Esposo
con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año. Cada semana, en el día que llamó “del
Señor”, conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en
la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio de
Cristo... Al conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos
de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para
que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación" (SC 102).
El pueblo de Dios, desde la ley mosaica, tuvo fiestas fijas a partir de la Pascua, para conmemorar las
acciones maravillosas del Dios Salvador, para darle gracias por ellas, perpetuar su recuerdo y enseñar a
las nuevas generaciones a conformar con ellas su conducta. En el tiempo de la Iglesia, situado entre la
Pascua de Cristo, ya realizada una vez por todas, y su consumación en el Reino de Dios, la liturgia
celebrada en días fijos está toda ella impregnada por la novedad del Misterio de Cristo.
Cuando la Iglesia celebra el Misterio de Cristo, hay una palabra que jalona su oración: ¡Hoy!, como eco
de la oración que le enseñó su Señor (Mt 6,11) y de la llamada del Espíritu Santo (Hb 3,7-4,11; Sal
95,7). Este "hoy" del Dios vivo al que el hombre está llamado a entrar, es la "Hora" de la Pascua de
Jesús que es eje de toda la historia humana y la guía:
La vida se ha extendido sobre todos los seres y todos están llenos de una amplia luz: el Oriente de los
orientes invade el universo, y el que existía "antes del lucero de la mañana" y antes de todos los astros,
inmortal e inmenso, el gran Cristo brilla sobre todos los seres más que el sol. Por eso, para nosotros
que creemos en él, se instaura un día de luz, largo, eterno, que no se extingue: la Pascua mística (S.
Hipólito, pasc. 1-2).

El día del Señor


"La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de
Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón ´día del Señor´ o
domingo" (SC 106). El día de la Resurrección de Cristo es a la vez el "primer día de la semana",
memorial del primer día de la creación, y el "octavo día" en que Cristo, tras su "reposo" del gran Sabbat,
inaugura el Día "que hace el Señor", el "día que no conoce ocaso" (Liturgia bizantina). El "banquete del

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La Celebración Litúrgica
Señor" es su centro, porque es aquí donde toda la comunidad de los fieles encuentra al Señor
resucitado que los invita a su banquete (cf Jn 21,12; Lc 24,30):
El día del Señor, el día de la Resurrección, el día de los cristianos, es nuestro día. Por eso es llamado
día del Señor: porque es en este día cuando el Señor subió victorioso junto al Padre. Si los paganos lo
llaman día del sol, también lo hacemos con gusto; porque hoy ha amanecido la luz del mundo, hoy ha
aparecido el sol de justicia cuyos rayos traen la salvación (S. Jerónimo, pasch.).
El domingo es el día por excelencia de la Asamblea litúrgica, en que los fieles "deben reunirse para,
escuchando las palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recordar la pasión, la resurrección y la
gloria del Señor Jesús y dar gracias a Dios, que los ´hizo renacer a la esperanza viva por la resurrección
de Jesucristo de entre los muertos´" (SC 106):
Cuando meditamos, oh Cristo, las maravillas que fueron realizadas en este día del domingo de tu santa
Resurrección, decimos: Bendito es el día del domingo, porque en él tuvo comienzo la Creación...la
salvación del mundo...la renovación del género humano...en él el cielo y la tierra se regocijaron y el
universo entero quedó lleno de luz. Bendito es el día del domingo, porque en él fueron abiertas las
puertas del paraíso para que Adán y todos los desterrados entraran en él sin temor (Fanqîth, Oficio
siriaco de Antioquía, vol 6, 1ª parte del verano, p.193b).

El año litúrgico
A partir del "Triduo Pascual", como de su fuente de luz, el tiempo nuevo de la Resurrección llena todo el
año litúrgico con su resplandor. De esta fuente, por todas partes, el año entero queda transfigurado por
la Liturgia. Es realmente "año de gracia del Señor" (cf Lc 4,19). La Economía de la salvación actúa en el
marco del tiempo, pero desde su cumplimiento en la Pascua de Jesús y la efusión del Espíritu Santo, el
fin de la historia es anticipado, como pregustado, y el Reino de Dios irrumpe en el tiempo de la
humanidad.
Por ello, la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la "Fiesta de las fiestas", "Solemnidad
de las solemnidades", como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento). S.
Atanasio la llama "el gran domingo" (Ep. fest. 329), así como la Semana santa es llamada en Oriente "la
gran semana". El Misterio de la Resurrección, en el cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra en
nuestro viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido.
En el Concilio de Nicea (año 325) todas las Iglesias se pusieron de acuerdo para que la Pascua cristiana
fuese celebrada el domingo que sigue al plenilunio (14 del mes de Nisán) después del equinoccio de
primavera.Por causa de los diversos métodos utilizados para calcular el 14 del mes de Nisán, en las
Iglesias de Occidente y de Oriente no siempre coincide la fecha de la Pascua. Por eso, dichas Iglesias
buscan hoy un acuerdo, para llegar de nuevo a celebrar en una fecha común el día de la Resurrección
del Señor.
El año litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy
particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al Misterio de la Encarnación (Anunciación, Navidad,
Epifanía) que conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del misterio
de Pascua.

El santoral en el año litúrgico


"En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial
amor a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con un vínculo indisoluble a la obra
salvadora de su Hijo; en ella mira y exalta el fruto excelente de la redención y contempla con gozo,
como en una imagen purísima, aquello que ella misma, toda entera, desea y espera ser" (SC 103).
Cuando la Iglesia, en el ciclo anual, hace memoria de los mártires y los demás santos "proclama el
misterio pascual cumplido en ellos, que padecieron con Cristo y han sido glorificados con El; propone a
los fieles sus ejemplos, que atraen a todos por medio de Cristo al Padre, y por sus méritos implora los
beneficios divinos" (SC 104; cf SC 108 y 111).

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La Celebración Litúrgica
La Liturgia de las Horas
El Misterio de Cristo, su Encarnación y su Pascua, que celebramos en la Eucaristía, especialmente en la
Asamblea dominical, penetra y transfigura el tiempo de cada día mediante la celebración de la Liturgia
de las Horas, "el Oficio divino" (cf SC IV). Esta celebración, en fidelidad a las recomendaciones
apostólicas de "orar sin cesar" (1 Ts 5,17; Ef 6,18), "está estructurada de tal manera que la alabanza de
Dios consagra el curso entero del día y de la noche" (SC 84). Es "la oración pública de la Iglesia" (SC
98) en la cual los fieles (clérigos, religiosos y laicos) ejercen el sacerdocio real de los bautizados.
Celebrada "según la forma aprobada" por la Iglesia, la Liturgia de las Horas "realmente es la voz de la
misma Esposa la que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su mismo Cuerpo, al
Padre" (SC 84).
La Liturgia de las Horas está llamada a ser la oración de todo el Pueblo de Dios. En ella, Cristo mismo
"sigue ejerciendo su función sacerdotal a través de su Iglesia" (SC 83); cada uno participa en ella según
su lugar propio en la Iglesia y las circunstancias de su vida: los sacerdotes en cuanto entregados al
ministerio pastoral, porque son llamados a permanecer asiduos en la oración y el servicio de la Palabra
(cf. SC 86 y 96; PO 5); los religiosos y religiosas por el carisma de su vida consagrada (cf SC 98); todos
los fieles según sus posibilidades: "Los pastores de almas debe procurar que las Horas principales,
sobre todo las Vísperas, los domingos y fiestas solemnes, se celebren en la en la Iglesia
comunitariamente. Se recomienda que también los laicos recen el Oficio divino, bien con los sacerdotes
o reunidos entre sí, e incluso solos" (SC 100).
Celebrar la Liturgia de las Horas exige no solamente armonizar la voz con el corazón que ora, sino
también "adquirir una instrucción litúrgica y bíblica más rica especialmente sobre los salmos" (SC 90).
Los signos y las letanías de la Oración de las Horas insertan la oración de los salmos en el tiempo de la
Iglesia, expresando el simbolismo del momento del día, del tiempo litúrgico o de la fiesta celebrada.
Además, la lectura de la Palabra de Dios en cada Hora (con los responsorios y los troparios que le
siguen), y, a ciertas Horas, las lecturas de los Padres y maestros espirituales, revelan más
profundamente el sentido del Misterio celebrado, ayudan a la inteligencia de los salmos y preparan para
la oración silenciosa. La lectio divina, en la que la Palabra de Dios es leída y meditada para convertirse
en oración, se enraíza así en la celebración litúrgica.
. La Liturgia de las Horas, que es como una prolongación de la celebración eucarística, no excluye sino
acoge de manera complementaria las diversas devociones del Pueblo de Dios, particularmente la
adoración y el culto del Santísimo Sacramento.

¿Dónde celebrar?
El culto "en espíritu y en verdad" (Jn 4,24) de la Nueva Alianza no está ligado a un lugar exclusivo. Toda
la tierra es santa y ha sido confiada a los hijos de los hombres. Cuando los fieles se reúnen en un
mismo lugar, lo fundamental es que ellos son las "piedras vivas", reunidas para "la edificación de un
edificio espiritual" (1 P 2,4-5). El Cuerpo de Cristo resucitado es el templo espiritual de donde brota la
fuente de agua viva. Incorporados a Cristo por el Espíritu Santo, "somos el templo de Dios vivo" (2 Co
6,16).
Cuando el ejercicio de la libertad religiosa no es impedido (cf DH 4), los cristianos construyen edificios
destinados al culto divino. Estas iglesias visibles no son simples lugares de reunión, sino que significan
y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios con los hombres reconciliados y unidos
en Cristo.
"En la casa de oración se celebra y se reserva la sagrada Eucaristía, se reúnen los fieles y se venera
para ayuda y consuelo los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros
en el altar del sacrificio. Debe ser hermosa y apropiada para la oración y para las celebraciones
sagradas" (PO 5; cf SC 122-127). En esta "casa de Dios", la verdad y la armonía de los signos que la
constituyen deben manifestar a Cristo que está presente y actúa en este lugar (cf SC 7):
El altar de la Nueva Alianza es la Cruz del Señor (cf Hb 13,10), de la que manan los sacramentos del
Misterio pascual. Sobre el altar, que es el centro de la Iglesia, se hace presente el sacrificio de la cruz
bajo los signos sacramentales. El altar es también la mesa del Señor, a la que el Pueblo de Dios es

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La Celebración Litúrgica
invitado (cf IGMR 259). En algunas liturgias orientales, el altar es también símbolo del sepulcro (Cristo
murió y resucitó verdaderamente).
El tabernáculo debe estar situado "dentro de las iglesias en un lugar de los más dignos con el mayor
honor" (MF). La nobleza, la disposición y la seguridad del tabernáculo eucarístico (SC 128) deben
favorecer la adoración del Señor realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar.
El Santo Crisma (Myron), cuya unción es signo sacramental del sello del don del Espíritu Santo, es
tradicionalmente conservado y venerado en un lugar seguro del santuario. Se puede colocar junto a él el
óleo de los catecúmenos y el de los enfermos.
La sede del obispo (cátedra) o del sacerdote "debe significar su oficio de presidente de la asamblea y
director de la oración" (IGMR 271).
El ambón: "La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su
anuncio, hacia el que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los
fieles" (IGMR 272).
La reunión del pueblo de Dios comienza por el Bautismo; por tanto, el templo debe tener lugar apropiado
para la celebración del Bautismo y favorecer el recuerdo de las promesas del bautismo (agua bendita).
La renovación de la vida bautismal exige la penitencia. Por tanto el templo debe estar preparado para
que se pueda expresar el arrepentimiento y la recepción del perdón, lo cual exige asimismo un lugar
apropiado.
El templo también debe ser un espacio que invite al recogimiento y a la oración silenciosa, que prolonga
e interioriza la gran plegaria de la Eucaristía.
Finalmente, el templo tiene una significación escatológica. Para entrar en la casa de Dios
ordinariamente se franquea un umbral, símbolo del paso desde el mundo herido por el pecado al mundo
de la vida nueva al que todos los hombres son llamados. La Iglesia visible simboliza la casa paterna
hacia la cual el pueblo de Dios está en marcha y donde el Padre "enjugará toda lágrima de sus ojos" (Ap
21,4). Por eso también la Iglesia es la casa de todos los hijos de Dios, ampliamente abierta y
acogedora.

Resumen
La Liturgia es la obra de Cristo total, Cabeza y Cuerpo. Nuestro Sumo Sacerdote la celebra sin cesar en
la Liturgia celestial, con la santa Madre de Dios, los Apóstoles, todos los santos y la muchedumbre de
seres humanos que han entrado ya en el Reino.
En una celebración litúrgica, toda la asamblea es "liturgo", cada cual según su función. El sacerdocio
bautismal es el sacerdocio de todo el Cuerpo de Cristo. Pero algunos fieles son ordenados por el
sacramento del Orden sacerdotal para representar a Cristo como Cabeza del Cuerpo.
La celebración litúrgica comprende signos y símbolos que se refieren a la creación (luz, agua, fuego), a
la vida humana (lavar, ungir, partir el pan) y a la historia de la salvación (los ritos de la Pascua). Insertos
en el mundo de la fe y asumidos por la fuerza del Espíritu Santo, estos elementos cósmicos, estos ritos
humanos, estos gestos del recuerdo de Dios se hacen portadores de la acción salvífica y santificadora
de Cristo.
La Liturgia de la Palabra es una parte integrante de la celebración. El sentido de la celebración es
expresado por la Palabra de Dios que es anunciada y por el compromiso de la fe que responde a ella.
El canto y la música están en estrecha conexión con la acción litúrgica. Criterios para un uso adecuado
de ellos son: la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea, y el carácter
sagrado de la celebración.
Las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a
despertar y alimentar nuestra fe en el misterio de Cristo. A través del icono de Cristo y de sus obras de
salvación, es a él a quien adoramos. A través de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios,
de los ángeles y de los santos, veneramos a quienes en ellas son representados.

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La Celebración Litúrgica
. El domingo, "día del Señor", es el día principal de la celebración de la Eucaristía porque es el día de la
Resurrección. Es el día de la Asamblea litúrgica por excelencia, el día de la familia cristiana, el día del
gozo y de descanso del trabajo. El es "fundamento y núcleo de todo el año litúrgico" (SC 106).
La Iglesia, "en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad
hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor" (SC 102).
Haciendo memoria de los santos, en primer lugar de la santa Madre de Dios, luego de los Apóstoles, los
mártires y los otros santos, en días fijos del año litúrgico, la Iglesia de la tierra manifiesta que está unida
a la liturgia del cielo; glorifica a Cristo por haber realizado su salvación en sus miembros glorificados; su
ejemplo la estimula en el camino hacia el Padre.
Los fieles que celebran la Liturgia de las Horas se unen a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, por la
oración de los salmos, la meditación de la Palabra de Dios, de los cánticos y de las bendiciones, a fin de
ser asociados a su oración incesante y universal que da gloria al Padre e implora el don del Espíritu
Santo sobre el mundo entero.
Cristo es el verdadero Templo de Dios, "el lugar donde reside su gloria"; por la gracia de Dios los
cristianos son también templos del Espíritu Santo, piedras vivas con las que se construye la Iglesia.
En su condición terrena, la Iglesia tiene necesidad de lugares donde la comunidad pueda reunirse:
nuestras iglesias visibles, lugares santos, imágenes de la Ciudad santa, la Jerusalén celestial hacia la
cual caminamos como peregrinos.
En estos templos, la Iglesia celebra el culto público para gloria de la Santísima Trinidad; en ellos
escucha la Palabra de Dios y canta sus alabanzas, eleva su oración y ofrece el Sacrificio de Cristo,
sacramentalmente presente en medio de la asamblea. Estas iglesias son también lugares de
recogimiento y de oración personal.

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