© La Muerte, 2021
© Sol Linares, 2021
© de la ilustración: María Gabriela Lovera Montero
Petalurgia, 2021
Colección Arcania
[email protected]www.petalurgia.com
@petalurgia
Edición general: Ma. Gabriela Lovera y José Miguel Navas
Selección editorial / Arcania: José Miguel Navas
Diseño, maquetación e ilustración:
María Gabriela Lovera Montero
Licencia Creative Commons:
Reconocimiento / No comercial
Sin obra derivada / 4.0 Internacional
Madrid, 2021
La Muerte
La Muerte
Sol Linares
Colección Arcania
Arcano XIII
Sobre el verbo morir
A
Sigfredo le prohibieron pisar la grama. Una vez.
Dos. Mil veces. Con hache y sin hache: «prohi-
bido pisar la grama»; «proibido pisar…».
Le prohibieron fumar. Lo sacaron de los parques,
de un café, de una morgue. (Tan bonito que es fumar
viendo un árbol, hablando de extraterrestres, esperan-
do que te entreguen un muerto).
Le prohibieron tocar los feos pastorcitos de por-
celana de las tías que merecían estrellarse contra el
piso. Le prohibieron reír en los funerales. Tener sexo
en los cines, carruseles, ascensores. Le prohibieron
linchar a quien lo merecía. Ser sincero. Decir lo que
pensaba. Le prohibieron nacer, pero nació, contra
todo pronóstico.
Le prohibieron perder. Con los altos costos fune-
rarios, también le prohibieron ser enterrado digna-
mente. Le prohibieron entrar al siglo XXI. Pintar árbo-
les azules. Hablar con la boca llena. Cortarse las venas
cuando todo se pusiera feo. Fumar un porrito y mirar
las estrellas con los ojos de Van Gogh. Perrear con la
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esposa del vecino. Violar santos. Gritar. Hablar en voz
alta con él mismo y responderse. Robar galletas en un
mega market. Robar un museo, un banco, un marido.
Tomar fotos con flash a Las Meninas en el museo El
Prado. Escupir la cara a los políticos cuando decían
mentiras públicamente. Votar por X o no votar. Can-
tar sin talento, amar sin condón, llorar sin motivos. Le
prohibieron quedarse dormido en el pupitre. Bostezar
cantando el himno patrio. Mentir. Asustar a los niños.
Hacerse pasar por Trump y pedir disculpas por todo.
Falsificar el pasaporte. Faltar a clases, al trabajo, a la
eyaculación. Dormir en un ataúd. Bañarse desnudo
en las fuentes de las plazas. Ver pornografía japonesa.
Erectarse si miraba a los perros que se quedaban pega-
dos después del coito.
A Sigfredo le prohibieron competir, ganar, de-
primirse. Llorar a moco suelto en el hombro de un
desconocido. Ser vulnerable; luego parecer muy vio-
lento. Estornudar sobre la ensalada. Ser marica. Ser
machista. Ser feminista. Ser feo. Le prohibieron sentir
celos, porque «nada era suyo» o «todo era de todos».
Le prohibieron roncar. Saquear la nevera de un minis-
tro. Orinar en una piscina. Pedir el autógrafo a un don
nadie. Ser pesimista. Contagiarlos a todos de su mala
suerte. Sacar el dinero del banco. Botar la basura se-
manalmente, quincenalmente, anualmente. Comerse
las uñas y tragarlas. Soltar pedos. Bailar tap sobre la
limusina de un gobernador. Mostrar ira cuando sentía
ira. Mostrar amor cuando estaba enamorado.
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A Sigfredo le prohibieron hacer las cosas distin-
tas. Olvidar, empezar desde cero, desde tres, desde el
2020. Caminar en reversa. Decir: tengo miedo. Decir:
«no lo sé». Decir: «merezco más». También le prohi-
bieron envejecer. Eructar la pizza o eructar a mitad de
un mal poema. Pegar el chicle bajo la mesa, en la luna,
en el cabello de una niña monstruosa. Falsificar fir-
mas, falsificar un beso, una fe. Probarlo todo, aburrirlo
todo, tomarlo todo. Le prohibieron confiar en alguien,
caminar a ciegas, amar a ciegas. Alquilar un cohete,
un vientre, un novio. Vengarse. Destrozarse. Rehacer-
se. Arrancarse las pestañas, decepcionar adeptos. Ca-
balgar un chimpancé. Ser la mascota de un humano.
Rendirse. Borrar heridas. Equivocarse. Ahogarse en un
vaso de agua. Tocar el timbre de una casa a los 40 años
y correr, sin parar, correr, correr, y de tanto correr a
ciegas, cruzar la calle donde un autobús reventaba sus
huesos.
Ese día, a Sigfredo le prohibieron morir. Un yeso
en la cervical, en un brazo y otros dos en las piernas le
prohibieron caminar durante seis meses. Por supues-
to le prohibieron odiar haber nacido. Cagarse encima.
Tragarse dos frascos de seconal.
Pero el doctor no dijo nada de imaginar. Nadie, ni
el doc, ni la madre, ni el Presidente, la tía, las maestras,
los amigos, los enemigos, nadie nunca le había prohibi-
do imaginar. ¿Cómo se prohíbe eso?
Echado en la cama, tieso como los pastorcitos de
porcelana de las tías, vio que adentro en la cabeza po-
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día llegar a ser infinito. «Así que imaginar es desobede-
cer…», pensó.
Sigfredo cerró los ojos. Por primera vez era suyo
y nadie custodiaba lo que hacía. ¿Qué hacía? Pisaba la
grama. Fumaba un porro. Amaba a Justin Bieber. Escri-
bía un libro, ganaba el Nobel. Pilotaba un avión. Habla-
ba inglés con las mangostas. Mataba al padre, a Lenon,
al Presidente. Se masturbaba por Will Smith. Lloraba.
Era rico. Robaba besos, maridos, lámparas. Fracasa-
ba. Mentía. Bailaba ballet. Besaba el pecho de Kitaro.
Compraba una casa en Santorini. Nacía en Inglaterra
en 1862. Se llamaba Carlos V. Ordeñaba unicornios.
Era acróbata del Circo du Soleil. Violaba a Michael Jac-
kson. Pintaba un graffitti sobre el Guernica. Resucitaba
a Freddy Mercury, a Cristo, a Da Vinci. Y moría. Sobre
todo moría.
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Sobre el verbo reencarnar
M
auricio es mago. Lo conocí en el café de Bia-
gio durante la función. Esa noche subí las es-
caleras que conducen a la pérgola y me ins-
talé en la esquina de la barra. Sobre los hechos no tuve
ninguna responsabilidad; nací con mala leche. Acaba-
ba de quedar desempleada y me dominaba cierta lan-
guidez de espíritu, ese estado indeterminado que apro-
vecha el destino para burlarse de uno. Qué importa, ya
no sé si uno reencarna hacia adelante o hacia atrás, en
el pasado o en el futuro. Recuerdo que revisé mi car-
tera. Sobresalieron algunos objetos damnificados: un
teléfono sin saldo, una galleta oreo y un labial viejo que
olía a encía. Sin dinero, reiné en la barra con aire re-
flexivo, apenas me alcanzaba para un ron. Esperé que
el hielo se derritiera para que me rindiera el trago.
Había poca gente, bostezaban mientras Mauricio
cortaba a una mujer por la mitad.
—¡Es un desastre! —escuché a mis espaldas.
Era Biagio, el dueño del bar. Iba y venía de un
lado al otro, decía cosas en italiano, ¡porca la miseria!,
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¡ma che cazzata stai facendo!, con esa actitud clásica
que emplean los italianos para dejar claro que con ellos
empieza y termina el sufrimiento. La noche era bella
y dramática. O Biagio la embellecía con sus gritos, se
llevaba las manos a la cabeza y sufría. Es natural en
ellos comportarse de ese modo; en Italia todos nacen
con las manos en la cabeza, como si en algún momento
fuera a caerse la torre de Pisa.
En el escenario, el mago forcejeaba con el serru-
cho. Daba ternura verlo cortar a la mujer y acomodar-
se un paltó que le quedaba grande. La asistente se de-
fendía sin llegar a mostrar interés por sus mosaicos.
Odiaba que Mauricio, siendo mago, fuera tan inepto
para aparecer una casita donde pudieran vivir juntos.
Aquella mujer estropeaba el espectáculo con su fingi-
do interés, por mucho que Mauricio magnificara un
truco, ella lo hacía ver defectuoso y vulgar. En el tercer
acto se tornó impertinente y salió de la cámara oscura
cuando le dio la gana, arisca y sofocada como una mu-
jer que sale de un baño público. Biagio la echó no bien
puso los pies fuera del escenario:
—¡Te largas! —Su brazo apuntaba a un lugar más
allá de la calle, más allá del continente. Me pareció que
en los Apeninos.
—Pero Biagio —dijo Mauricio.
—Cállate o te vas tú también.
Luego me miró.
—Y tú. Serás la asistente de Mauricio.
—¿Yo?
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—Es muy gorda —dijo Mauricio encontrando en
mí un obstáculo para sujetarme al arnés.
—Pero, ¡qué importa, Mauricio! —gritó Biagio
dándole la espalda— ¡Necesitamos alguien convin-
cente!
— ¿Y qué con eso? —preguntó Mauricio irritado.
—¡Oh, imbecille! ¡Alguien que sufra si la picas!
¡O alguien que vuele si la haces levitar!
El argumento nos persuadió. Me tocó empezar
esa misma noche, en la cámara de gas. Mauricio me
explicó la ciencia del truco y me prometió rescatarme
antes de morirme. Pese a mi inexperiencia, logramos
salir aireados; si me costaba algún movimiento apren-
dí rápido a sonreír mientras me asfixiaba, me picaba o
me lanzaba cuchillos. La gente reía. Les causaba gra-
cia verme intentar caber en los trastes, parece que por
primera vez conocían la comedia. Biagio no cabía de
felicidad, había logrado juntar la comedia, la magia y a
Botero en una misma función.
Nos quedaba realizar el último truco de la noche.
Sencillo, desaparecer en la caja de la reencarnación.
Consistía en introducirme en un cajón hermético, cuyo
fondo se conectaba al pasadizo que conducía hacia el
interior de otra caja ubicada en el extremo opuesto del
proscenio. Yo contaba con siete segundos para atrave-
sar el conducto, pero todo terminó en un absoluto de-
sastre…
Mauricio me guió al interior de la caja, tras lo cual
cerró la compuerta. Rápidamente bajé las escaleras y
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corrí a la segunda caja. Allí esperé. Cuando Mauricio,
o el diablo, abrió la puertita, un chorro de luz me ence-
gueció. Tampoco pude mover mis brazos para taparme
el rostro. Fui abriendo los ojos dolorosamente, delante
de mí se abrió un paisaje inusitado. Me hallé en mitad
de una plazuela inmadura, cercada por casas aisladas
de extensos alares y pedruscos. Hacía frío. Pocos árbo-
les crecían entre las hendijas de las rocas.
Cuando quise avanzar, me descubrí atada a un
madero que habían hecho enterrar en la caliza. «Qué
gran mago es Mauricio», pensé. Había soldados fuman-
do en pequeños grupos, haciendo descansar sus fusiles
en el corazón de los matorrales. Tras la llegada de un
hombre vestido con casaca y botines de paño, aquellos
soldados organizaron rápidamente una fila frente a mí.
Era la primera vez que lo veía, pero algo entendió mi
quijada que comenzó a temblar.
El sujeto se detuvo a tres metros del patíbulo, en
actitud de sentencia. Acto seguido, desenrolló un folio,
que leyó de inmediato con aire solemne.
—María Gertrudis Teodora Bocanegra Lazo
Mendoza. Por cuanto ha sido encontrada culpable del
delito de traición al virrey…
Yo no sabía quién era aquella pobre mujer, pero
todos me estaban mirando. Dizque Gertrudis, o sea yo,
se había infiltrado en las tropas realistas como infor-
mante de los grupos insurrectos de Michoacán. ¿Mi-
choacán, dijo? Balbucí el nombre de Mauricio a ver si
con eso se disolvía la escena, pues estaba metida hasta
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el codo en los chismes de la independencia mexicana.
—…castigada con la muerte —dijo el hombre, y
terminó de esta forma: Sentencia que se dicta en Pátz-
cuaro, Michoacán, a los once días del mes de octubre
de 1817.
Luego de leer la sentencia que me inculpaba de
insubordinación, me exhortó a decir mis últimas pala-
bras. No lo pensé dos veces:
—¿Conoce usted al señor Biagio Cassolini? ¿El
dueño del bar Al Capone?
A la primera señal, los soldados alinearon los fu-
siles contra mí. A la segunda señal me oriné el vestido.
A la tercera señal, las balas reventaron mi pecho. Llevo
muerta varios días. No vuelvo a entrar en una caja de
reencarnaciones. Es muy peligroso.
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Sol Linares (Venezuela, 1978)
Novelista, cuentista, ilustradora. Primer lugar en el
concurso «Cuento, ensayo, poesía» (ULA, 2002) por el
cuento «Bitácora de ti». Primer lugar en la III Bienal
Nacional de Literatura «Ramón Palomares 2007» con
el libro de cuentos Cuentafarsas (Fondo Editorial Arturo
Cardozo, 2007 / Fundarte, 2010). Primer lugar en el
«Concurso Internacional de Novela ALBA Narrativa
2010» con la obra Percusión y Tomate (El Perro y la Rana,
2010 / Fondo Cultural ALBA, 2011 / La Oveja Roja, 2016
/ Acirema, 2018). En 2011, Monte Ávila Editores publica
su segundo libro de cuentos La circuncisa. «Premio
Municipal de Literatura Luis Britto García 2014» por su
novela Canción de la aguja (Fundarte, 2013). «Premio
Municipal de Literatura Luis Britto García 2015» por
su libro de cuentos La silla cruza las piernas (Fundarte,
2014). Muestra de su trabajo narrativo ha sido recogido
en distintas antologías como Antología sin fin (Escuela
del sur, 2012), De qué va el cuento (Alfaguara, 2013),
Nuestros más cercanos parientes (Editorial Kalathos,
España 2016). Autora de la publicación periódica
Verbolatría en su Blog: https://sollinares.blogspot.com
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