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Psicoanálisis y Parejas: Sintonía y Validación

1) La relación de pareja implica un trabajo psíquico debido a los conflictos y desajustes que inevitablemente surgen. Esto incluye la construcción de representaciones del otro y el reconocimiento de su subjetividad e independencia más allá de esas representaciones. 2) Las parejas suelen consultar a un analista cuando sienten amor pero tienen discusiones inmanejables sobre un tema en particular. El analista busca ayudarlos a encontrar formas no violentas de negociar el desacuerdo sin imponer su propia visión. 3)

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Psicoanálisis y Parejas: Sintonía y Validación

1) La relación de pareja implica un trabajo psíquico debido a los conflictos y desajustes que inevitablemente surgen. Esto incluye la construcción de representaciones del otro y el reconocimiento de su subjetividad e independencia más allá de esas representaciones. 2) Las parejas suelen consultar a un analista cuando sienten amor pero tienen discusiones inmanejables sobre un tema en particular. El analista busca ayudarlos a encontrar formas no violentas de negociar el desacuerdo sin imponer su propia visión. 3)

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Capítulo 6

Sintonía y validación.
Trabajos psíquicos en la relación de pareja
Todo vínculo de pareja plantea de manera ineludible un quantum importante de trabajo
psíquico, dados los conflictos y desajustes que obligatoriamente aparecen en una relación con
cierto nivel de intensidad. Sucede en la relación con el otro significativo, algo semejante a lo que
Freud señala que sucede entre la psique y el cuerpo: la relación de dependencia de la psique
con el cuerpo le plantea a la primera una exigencia de trabajo. Esta exigencia, que aparece en la
relación con un otro significativo, presenta dos facetas, que solo artificialmente pueden ser
separadas, ya que en la vida real se superponen. Por un lado, hay un trabajo, clásicamente
señalado en psicoanálisis, en el cual el sujeto construye y remodela las representaciones del
objeto que le permiten procesar la relación en juego. Por otro lado, ninguna representación del
objeto abarca al otro en su complejidad. El otro, en efecto, se autonomiza siempre en algo de
las representaciones que de él se construyen, de modo tal que el trabajo psíquico con ese otro
no se reduce a lo mucho que en psicoanálisis se ha señalado respecto de la relación de objeto,
sino que debe considerarse también al otro del objeto (Green, 1986) y al otro en el objeto (Kaës,
1999a). “Por eso -dice Kaës (1999a: 132)- importa distinguir el otro y el objeto. El otro presente
en el objeto es irreductible a su interiorización como objeto.”

La relación con el objeto/otro en tanto irreductible a su interiorización ha sido en


psicoanálisis menos considerada que la relación con el otro/objeto interiorizado, pero su
importancia se hace evidente en aquellas patologías en las que el reconocimiento de la
dimensión subjetiva del objeto/otro es insuficiente, como ocurre en las psicosis, en las
perversiones, en los fronterizos y en las problemáticas psicosomáticas. En estas patologías
aparecen típicamente modos de relación con el otro en los que este es coagulado en su
dimensión de objeto y se lo reduce a la interiorización que de él se efectúa. También en la vida
de pareja la problemática aludida está muy presente. En los funcionamientos perversos, por
ejemplo, es característico el no reconocimiento de la subjetividad del partenaire, y la relación con
él se sostiene en investiduras que tienden a inmovilizarlo en un lugar sin vida propia.
De acuerdo con lo anterior, entonces, la relación con un otro es moebiana e implica dos
facetas de un proceso único: una faceta referible a la dimensión interior de la banda de Moebius
-la de la relación de objeto- y otra faceta referible a la autonomía del otro más allá de toda
representación que de él se construya.

LA SITUACIÓN CLÍNICA

En las páginas que siguen se proponen los conceptos de sintonía y validación, herramientas
teóricas que ayudan a pensar algunos trabajos psíquicos que son característicos de la relación
de pareja y en los cuales desempeña un lugar protagónico la diferencia otro/objeto.
La situación clínica por la que consultan las parejas a las que se refieren estos conceptos puede
ser descripta en estos términos: se trata de personas que sienten que se aman, entre quienes
predominan las investiduras eróticas, pero los enojos, las discusiones y los malentendidos
inmanejables en algún tema invaden la relación. Entonces, piden ayuda a un analista para
“llevarse mejor”. No logran realizar juntos y en relativa armonía algunas de las cosas que desean.
Las desavenencias no se dan en todos los ámbitos sino restringidamente en cierta cuestión
importante. El analista diagnostica una situación en la que las diferencias de deseos o de otro
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tipo llevan a un enfrentamiento sin indicios de metabolización. En una cuestión de relativa


importancia, uno desea A y el otro B, y aunque esto es normal en toda pareja, lo que deviene
inmanejable es que no pueden avanzar en alguna forma de negociación, transacción,
consensuación o metabolización no violenta de la desavenencia. Un aspecto central de la
desavenencia es que ambos partenaires se encierran en las representaciones que han construido
del otro y del tema en cuestión y estas constituyen un baluarte cerrado a remodelaciones y
cambios. Así, la discusión se vuelve infinita y se reduce a argumentar por qué lo propio es lo que
vale.

La pregunta es cómo puede ayudar un analista a “llevarse mejor”, sin asumir un vértice
directivo o pedagógico y sin tampoco intentar imponer alguna visión del problema. No se trata
de que él diga si conviene una cosa u otra, sino de que ayude a la pareja, si es posible, a realizar
un trabajo psíquico que permita alguna metabolización no violenta del conflicto en cuestión.
Una primera evaluación en este tipo de situaciones debe referirse al peso relativo de los
funcionamientos destructivos. Cuando estos predominan, la intervención del analista va a
transitar en los terrenos del sadomasoquismo, el narcisismo de muerte (Green, 1986), la
perversión, terrenos en los cuales la posibilidad de cambio psíquico es limitada. Pero ya se ha
dicho que este no es el caso de estas parejas, en las que predominan las investiduras eróticas y
aparece como viable el pedido de los partenaires al terapeuta de ayudarlos a intentar caminos de
entendimiento. Con este diagnóstico de partida, entonces, el analista establecerá a qué
funcionamientos psíquicos orientará inicialmente el trabajo clínico, para intentar luego
profundizar en la interdeterminación y las alianzas inconscientes que operan en ambos así como
en los modos en que se realiza el trabajo de la intersubjetividad (Kaës); en términos más
generales, se trata de profundizar en lo inconsciente que opera en/entre ambos sujetos.

Los partenaires, se dijo, están unidos por investiduras a predominio erótico pero invadidos
por una violencia que no pueden manejar. En estas situaciones, puede anticiparse que el trabajo
clínico se realizará, en paralelo, en dos ámbitos:

a) Sobre lo inconsciente e implícito que se vaya develando en el discurso conjunto, de


modo tal que cada partenaire pueda ir construyendo representaciones del otro, de sí
mismo y de lo vincular, más regidas por el principio de realidad.
b) Simultáneamente se irá realizando otra tarea y que se centra en el modo de trabajo o
funcionamiento psíquico con que cada partenaire acoge o rechaza la subjetividad del
otro.

Mientras el primero es un trabajo que se centra en el registro del otro lo más cercanamente
posible al principio de realidad -el qué-, el segundo es un trabajo que se centra en cómo procesar
la singularidad inasible del partenaire.
La diferencia señalada respecto al qué y al cómo de una relación se aproxima en parte a la que
señalaron Watzlawick, Beavin y Jackson cuando propusieron que en todo intercambio se dan
simultáneamente dos canales, uno referido a lo que se quiere comunicar y otro referido al modo
como quedan posicionados los dos interlocutores al realizarse el intercambio de la manera como
se realiza. Poner un ejemplo puede aclarar la situación. Si el tema en cuestión se refiere, por
ejemplo, a cuestiones de dinero, un aspecto del trabajo en sesión se centrará en los diferentes
significados, conscientes e inconscientes, que para ambos tienen las cuestiones de dinero. Este
es el aspecto que se abarca en el primer punto -el qué- y que puede distinguirse, aunque en
mucho se superponen, de los aspectos involucrados en el segundo punto. En este último se trata
de ver cómo cada uno se posiciona frente al otro al abordar las cuestiones de dinero. Ya no se
trata de si el dinero significa esto o lo otro sino de si, al tratarse las similitudes o diferencias, se
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es humilde, arrogante, atropellador, o de otra manera. A este ámbito de cuestiones, que se


refieren al procesamiento de la otredad y de la intersubjetividad -en qué forma de trabajo
psíquico se lo hace- corresponden los conceptos sintonía y validación.
DE LA DEMANDA AL PROYECTO TERAPÉUTICO

La pareja pide ayuda para “llevarse mejor" respecto de determinados temas. El aporte del
clínico no puede apuntar a establecer “la realidad” o “la verdad” en las recriminaciones que
circulan respecto de desamores, enojos, maltratos e indiferencias. El analista no es un
investigador policial, ni un juez, ni existe un código psicoanalítico que legisle sobre la relación de
pareja. La alternativa a intentar es mostrarles lo inconsciente que opera en sus funcionamientos,
cómo se relacionan en el momento actual, cómo arman el encuentro, y a partir de esto
proponer, trabajar, construir, elaborar modos alternativos de relación. Lo que se puede hacer,
el mejor aporte, es mostrar aspectos inconscientes de los conflictos y que esto habilite a los
miembros de la pareja a modificar los estereotipos que caracterizan la crisis. El analista no opera
sobre la magia de la pareja; lo que puede hacer es de otra naturaleza: desbrozar malezas e
interferencias, violencias activas y pasivas de diferente sesgo, pero no generar alquimia.

La posibilidad del terapeuta es trabajar en las representaciones del objeto/otro, las


relaciones con este y fundamentalmente las transferencias intrapareja (véase capítulo 3).
Habitualmente, en las crisis, estas transferencias han adquirido un sesgo negativo de tal modo
que cada partenaire le atribuye al otro, intenciones enojosas, funcionamientos e identidades más
en consonancia con los procesos primarios y la alucinación en su vertiente persecutoria que con
lo que Freud llama juicio o examen de realidad.
Una primera tarea posible es, entonces, ir develando las raíces inconscientes de los
funcionamientos que determinan el sufrimiento en el vínculo e impulsar un trabajo psíquico de
sintonía entre los partenaires, trabajo que se realiza espontáneamente en otros ámbitos de la
vida de estas parejas, pero que está ausente en los conflictos que motivan la consulta. La sintonía
es un modo de captación activa e imaginativa del otro. Incluye una receptividad y un registro
hospitalario de forma tal que, a las representaciones regidas por el principio de realidad, las liga
con las transferencias que sostienen la relación. La sintonía aspira a configurar en la pareja una
manera de intercambio diferente tanto a la guerra, al desprecio, la indiferencia o al intercambio
cliché como a la idealización rígida. Debe pensársela como una forma de trabajo psíquico
alternativo a la violencia y la lucha por el poder que suelen aparecer como formas de enfrentar
las desavenencias. Si se recuerda el concepto de trabajo de la intersubjetividad (Kaës) in-
troducido en el capítulo 5, la sintonía es un modo particular en el que este se realiza.

La sintonía no es algo que el terapeuta pueda prescribir como un fármaco. Lo que puede
proponerse es, sobre la base del principio de realidad, trabajar prevalentemente las
transferencias intrapareja que subyacen a los conflictos involucrados, analizando tanto los
funcionamientos que hacen a las transferencias negativas como los sucederes que llevaron al
debilitamiento de las positivas. Se trata de promover entre los miembros de la relación una
captación del otro, de uno mismo y del vínculo en la que estén presentes la hospitalidad y la
receptividad a partir de registros basados en el principio de realidad. Más allá de esta tarea, el
analista no puede aportar mucho más ya que entran a jugar los misterios de la atracción y el
deseo, y las cosas quedan en manos de Dios, como propone Freud en sus escritos técnicos al
citar a A. Paré, un cirujano que le decía a sus pacientes: “Yo solo los ayudé, los curó Dios”.

La sintonía supone como requerimiento básico aceptar la subjetividad del otro, lo que
implica cierto trabajo sobre las diferencias entre ambos polos del vínculo, así como también
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cierto trabajo psíquico sobre los variados grados de rechazo, continencia, significación y
expulsión que se producen en el intercambio entre los miembros del vínculo.

En paralelo a lo que puede trabajarse sobre la sintonía, se irán analizando los contenidos
con los que cada partenaire registra al otro, la manera como acepta su singularidad -lo que más
adelante se describirá como validación- y en estas instancias se intentarán construir y elaborar
formas alternativas de relación.
Sintonía y validación, entonces, configuran trabajos psíquicos que implican el
reconocimiento de las realidades emocionales que circulan en el vínculo -tanto la de uno mismo
como la del otro-, el procesamiento creativo de las diferencias y su aceptación, así como la
metabolización de la inasible singularidad. Como diría Laing (1961), permiten que los dos
miembros no reboten en el encuentro como dos bolas de billar, indeformables, en una suerte
de choque narcisístico inelástico; constituyen modos de funcionamiento que suelen desaparecer
durante las crisis de pareja y, cuando nos piden ayuda, son funcionamientos que el analista
puede intentar promover cuando en el vínculo predomina la investidura amorosa. Por el
contrario, en las diferentes formas de violencia destructiva, la sintonía y la validación aparecen
como metas casi imposibles.

LA SINTONÍA Y SUS DIFERENTES ASPECTOS

La sintonía constituye un trabajo psíquico de la intersubjetividad que visto desde uno solo de
sus participantes puede describirse también como un trabajo psíquico sobre la otredad. Sus
varios aspectos, en beneficio de la claridad expositiva, se describirán aquí como sucesivos,
aunque en realidad no constituyen fragmentos de una secuencia temporal sino facetas de varios
procesos que se dan en sincronía. La conveniencia de exponer el tema de manera secuencial no
debe hacer olvidar que en la sintonía se dan en simultaneidad distintos funcionamientos que
son aspectos de un único suceder.

Una faceta fundamental -tomando el proceso en un miembro- consiste en ponerse en el


lugar del otro e intentar entender sus motivaciones y conductas. Podemos describirla -en una
terminología que puede parecer paradójica pues unifica dos polaridades de una pendulación-
como un tiempo de “identificación discriminada”. En este momento de la sintonía, el sujeto
intenta imaginar qué le sucede al partenaire desde una perspectiva en la que simultáneamente
se ocupan dos posiciones: el sujeto se pone en el lugar del prójimo pero se sabe otro, en una
suerte de oscilación entre la identificación con el partenaire y el reconocimiento de la
discriminación yo/no yo.
El diálogo que sigue -lindante con el monólogo- sirve para pensar sobre este aspecto de la
sintonía y específicamente qué sucede cuando este proceso se da en forma fallida.

-Yo sé que vos estás mal por mi reunión de mañana -dice Jorge con absoluta seguridad.
-Estás en un error. Vos creés que sos el centro del mundo... Yo estoy mal porque tengo muchos
problemas en mi trabajo -responde Elena con rostro fatigado.

Ponerse en el lugar de un interlocutor es intentar imaginar la realidad emocional del otro y


puede hacérselo con distintos tipos de funcionamientos. Jorge intenta ponerse en el lugar de
Elena pero su proyección masiva es cuasi delirante, ya que sencillamente le traslada su propio
estado psíquico, sin ubicarse en el lugar de un otro diferente. Ponerse en el lugar del otro, en un
procesamiento neurótico, no psicótico, es un funcionamiento con discriminación yo/no yo y
reconocimiento de las diferencias, e implica el duelo de que se trata de dos individualidades y
no una. Lo que se llama sintonía no se limita a “identificarse” con el otro, tarea que en sentido
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estricto está siempre alejada de la posibilidad de imaginar algo diferente de lo propio. Se trata-
ría, como se dijo, de una identificación “discriminada”.

El intento de ponerse en el lugar de un otro tiene como obstáculo la alteridad y la opacidad,


y no puede realizarse cuando no se apela a la imaginación; requiere por ende de toda la creativi-
dad necesaria para registrar y pensar la singularidad del otro. Este aspecto de la sintonía, que es
parte del trabajo de ponerse en el lugar del otro, implica trabajo sobre las diferencias y la creatividad.

Luisa y Pedro tienen dos niños pequeños y dificultades económicas. En las discusiones, Luisa reclama por
los problemas de los chicos y Pedro, por los gastos que podrían haberse evitado. Luisa parece insensible a la
cuestión económica y Pedro a los sufrimientos de los niños, y ambos funcionamientos son llamativos para el
terapeuta, dado que en otros terrenos funcionan de manera muy diferente. Independientemente de la rea-
lidad económica y de la situación de los niños, parecería haber en ambos una dificultad para ponerse en el
lugar del otro y para tomar nota de las diferentes vulnerabilidades de cada uno: Luisa le quita importancia a
los problemas de dinero (“No es para tanto”) y Pedro le quita importancia a los problemas de los chicos
(“Están fenómeno, no exageres”).
El analista suele decirles que “puede ser una exageración” y que tal vez “no sea para tanto” pero que
ninguno quiere considerar que son sensibles a diferentes cuestiones y que a Luisa las cuestiones de los chicos
la ponen muy vulnerable mientras que a Pedro lo desvelan especialmente los problemas económicos. Los
dos tienen razón desde una perspectiva fáctica en minimizar las preocupaciones del otro, pero no ven que
no pueden ponerse en el lugar del otro/a de una manera imaginativa y creadora.

El trabajo sobre las diferencias implica creatividad ya que aspira a ir registrando las
especificidades de cada quien, aceptando que un sujeto no es una réplica del otro. También
implica un proceso del orden del duelo, en la medida que una representación de objeto
funcionante de acuerdo con el principio de realidad, no elimina la existencia en el objeto de otro
subjetivo, autónomo y opaco, rebelde a la representación del objeto. Al referirse al trabajo de
la intersubjetividad, Kaës señala esta problemática como “la experiencia de la relación del sujeto
con la subjetividad del objeto” (1999: 129), y dice: “Cada sujeto adquiere, en diversos grados y
en ciertas condiciones de su relación con el otro, la capacidad de significar e interpretar, de
contener y rechazar, de ligar y desligar, de jugar con -o de destruir- representaciones, emociones
y pensamientos que pertenecen a otro sujeto, que transitan a través de su propio aparato
psíquico o devienen de él, por incorporación o introyección, partes enquistadas e inertes, o
integrantes y reutilizables” (1999:133).

La sintonía constituye un trabajo psíquico que va produciendo sucesivamente


representaciones desde diferentes puntos de vista, en una dinámica comparable a la que
propone Freud para la per-elaboración. En el caso de Luisa y Pedro, captar las diferentes
sensibilidades en juego requiere adentrarse con alguna creatividad en las diferentes
problemáticas de autoestima que en cada uno predominan: Pedro se siente fácilmente culpable
cuando hay alguna estrechez económica y Luisa es hipersensible en cuestiones de hijos porque
fácilmente se identifica con sus aspectos más desvalidos.

En los trastornos de personalidad llamados narcisistas, la sintonía tiene dificultades


características. Laura le cuenta a Santiago sus preocupaciones por el desarrollo de Jorge, un hijo
de ambos de treinta años que presenta frecuentes dificultades en su actividad laboral. Santiago
la calma, le dice que Jorge está muy bien, que es apenas una crisis pasajera. Sus argumentos
reflejan una menor preocupación que la de Laura y la incapacidad de sentir el displacer que
implica ponerse en el lugar de Laura, así como también la angustia de que un hijo no sea simple
y puramente “exitoso”.
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Laura se queja de que Santiago no la escucha, aunque reconoce que él puede reproducir las palabras de
ella con exactitud ya que, a nivel informativo, Santiago registra lo que Laura dice. Laura refiere una mezcla
de fastidio, aburrimiento y esterilidad. El, por su parte, dice que haga lo que haga, siempre está mal: “En mi
matrimonio soy adaptable”. Siente que es imposible entender a Laura, meterse en su mundo le parece
“entrar en un laberinto”.

La impresión que se forma el terapeuta es que Santiago no puede salirse de sí mismo y


experimentar lo que Laura siente; menos aún puede asumir la tarea de imaginar las
especificidades de lo que a Laura le pasa con su hijo Jorge. El universo subjetivo de Laura, con
sus particularidades, le resulta un laberinto.

Femando y Cristina están casados hace diez años y tienen respectivamente 55 y 30 años; en el decir de
su terapeuta, ella es una adolescente can escasa capacidad de simbolización que literalmente se casó con su
madre. Femando expone sus preocupaciones referidas a un hijo que tiene problemas de aprendizaje. “Nada
que ver” retruca Cristina, que emplea esta misma frase para descalificar -virtualmente eliminar- todas las
preocupaciones de Femando, en un funcionamiento que aúna la desmentida can la escisión y despliega una
modalidad de sintonía de muy baja complejidad, frecuente en los individuos fronterizos. Fernando por su
parte, responde con escaladas de violencia de cada vez mayor envergadura.

En la pareja heterosexual el paradigma de la diferencia es la diferencia sexual y la sintonía


supone un trabajo sobre esta diferencia protagónica. En sesión, es curioso lo disruptivo que
puede resultar para un partenaire que se le recuerde el sexo diferente del otro y se le pregunte
cómo piensa que esta diferencia influye sobre el tema en conflicto. Llama la atención cómo
muchos hombres olvidan cuánto puede afectarle a una mujer en nuestra sociedad una
preocupación con un hijo pequeño, y también cómo muchas mujeres olvidan cuánto puede
afectarle a un hombre en nuestra sociedad no tener un buen ingreso económico y esto disminuir
su sensación de potencia viril. El “trabajo psíquico” que espontáneamente realizan los partenaires
sobre las diferencias de un sexo con otro se reduce muchas veces a la mera opinión de que las
mujeres son todas exageradas o locas y que los hombres son todos concretos o egoístas.

Ponerse en el lugar de otro y trabajar las diferencias implica -tal es un aspecto de la sintonía-
el trabajo de elaborar en el sentido más activo del término, la opacidad del compañero/a del cual
se depende amorosamente. En efecto, si el trabajo de ponerse en el lugar del otro no puede
constituir un pleno, ya que esto solo sucede ilusoriamente en un desvío psicótico, también es
claro que la dilucidación de diferencias y el trabajo que en este ámbito pueda realizarse, tiene
un tope. Las semejanzas, las comparaciones, las oposiciones, el establecimiento de diferencias
constituyen intentos de cercar un real que tarde o temprano se muestra inasible, y el otro
emerge en cierta opacidad irreductible, a contramano de cualquier posibilidad de un
conocimiento acabado del partenaire, y más aún a contramano de los funcionamientos psíquicos
que caracterizan el enamoramiento y los funcionamientos fusiónales y pasionales presentes en
la pareja.
La sintonía tiene en la opacidad un tope imposible de superar y no puede nunca aspirar a
captar una información “correcta”. No hay tal información correcta en el terreno del lenguaje
entre los hombres, siempre equívoco, en la medida que todo mensaje queda capturado y se
reorganiza en los desfiladeros del significante, cuestión sobre la que tanto insistió Lacan. Pero el
trabajo psíquico de la sintonía puede ser de mayor o menor complejidad y acercarse más o
menos a la realidad emocional del partenaire.
La opacidad no es registrada como tal en los funcionamientos persecutorios y en los
fusiónales en los que se tiene la convicción de que se sabe con claridad “cómo es el otro”. El
reconocimiento de la opacidad está excluido en la dinámica de las celotipias, en las que no se
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reconocen fisuras ni opacidades en el registro del otro y se constituyen dos mundos


tajantemente divididos: ángeles y demonios tal que el partenaire acusado ejecuta –según el
acusador- acciones que únicamente hace él, por oposición al sujeto celotípico que es “puro” y
sabe perfectamente lo que sucede en la mente del otro.

La sintonía es un modo de funcionamiento psíquico intermitente y que puede ser


propiciado o inhibido por la voluntad, pero, librada a su funcionamiento espontáneo, depende
de las angustias en juego; requiere registrar y acoger del otro no solo lo que dice sino también
lo que no dice; no depende de un entendimiento intelectual o erudito, necesita del trabajo de
relacionar con la propia experiencia de vida lo que se va captando del otro diferente. Si el
registro del otro queda en la esfera puramente intelectual, el trabajo psíquico de la sintonía
queda trunco, predominando la superficialidad. La sintonía está directamente relacionada con
la elaboración de la incompletud y con la posibilidad de no empantanarse en aquellos
funcionamientos de la órbita del narcisismo que anulan la existencia del otro autónomo y los
enigmas que plantea.

Tal vez no sea ocioso recordar que en materia de sintonía, hay que distinguir entre lo que
los pacientes dicen y lo que el analista infiere. Muchas personas con dificultades en conectarse
con otros se quejan insistentemente de que no se los entiende, pero el trabajo clínico muestra
que ellos, para sentirse entendidos, exigen que el oyente repita y confirme palabra por palabra
su propio discurso. No soportan ni las diferencias ni la independencia de criterio del interlocutor.
Su cantinela de “no me entendés” constituye una ilustración de la diferencia entre las
declaraciones explícitas de los pacientes y lo que el analista devela detrás de ellas.

La sintonía se da en una relación en la que están en juego dos realidades subjetivas con sus
singularidades. Saint-Exupéry se refiere a esto cuando en El principito reflexiona acerca de la crea-
ción de vínculos y lazos entre seres humanos. El principito le dice al zorro, un posible amigo:
“Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo” (1946: 68). La sintonía
requiere captar la singularidad del otro y aclara una de las diferencias entre una relación en la
cual el intercambio incluye lo emocional y otra relación que puede reducirse a lo exclusivamente
fáctico. Esto último es lo que ocurre, por ejemplo, con un colectivero o con el cajero de un
supermercado; con ellos no es esperable que se produzca sintonía ya que la relación no se dife-
rencia demasiado de la que se tiene con una computadora: lo que de ella interesa es la función
que cumple. Las personalidades fácticas (Bleger, 1970) tienen especiales problemas en entender
de qué trata la sintonía, no logran imaginar un mundo con funcionamientos diferentes de los
propios.
Recapitulando, entonces, las palabras con que se ha intentado apresar el funcionamiento
de la sintonía son: identificación, discriminación, creatividad, duelo, diferencia sexual, opacidad,
singularidad.

LA SINTONÍA Y SUS DIFERENTES ASPECTOS

La sintonía constituye un trabajo psíquico de la intersubjetividad que visto desde uno solo de
sus participantes puede describirse también como un trabajo psíquico sobre la otredad. Sus
varios aspectos, en beneficio de la claridad expositiva, se describirán aquí como sucesivos,
aunque en realidad no constituyen fragmentos de una secuencia temporal sino facetas de varios
procesos que se dan en sincronía. La conveniencia de exponer el tema de manera secuencial no
debe hacer olvidar que en la sintonía se dan en simultaneidad distintos funcionamientos que
son aspectos de un único suceder.
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Una faceta fundamental -tomando el proceso en un miembro- consiste en ponerse en el


lugar del otro e intentar entender sus motivaciones y conductas. Podemos describirla -en una
terminología que puede parecer paradójica pues unifica dos polaridades de una pendulación-
como un tiempo de “identificación discriminada”. En este momento de la sintonía, el sujeto
intenta imaginar qué le sucede al partenaire desde una perspectiva en la que simultáneamente
se ocupan dos posiciones: el sujeto se pone en el lugar del prójimo pero se sabe otro, en una
suerte de oscilación entre la identificación con el partenaire y el reconocimiento de la
discriminación yo/no yo.
El diálogo que sigue -lindante con el monólogo- sirve para pensar sobre este aspecto de la
sintonía y específicamente qué sucede cuando este proceso se da en forma fallida.

-Yo sé que vos estás mal por mi reunión de mañana -dice Jorge con absoluta seguridad.
-Estás en un error. Vos creés que sos el centro del mundo... Yo estoy mal porque tengo muchos
problemas en mi trabajo -responde Elena con rostro fatigado.

Ponerse en el lugar de un interlocutor es intentar imaginar la realidad emocional del otro y


puede hacérselo con distintos tipos de funcionamientos. Jorge intenta ponerse en el lugar de
Elena pero su proyección masiva es cuasi delirante, ya que sencillamente le traslada su propio
estado psíquico, sin ubicarse en el lugar de un otro diferente. Ponerse en el lugar del otro, en un
procesamiento neurótico, no psicótico, es un funcionamiento con discriminación yo/no yo y
reconocimiento de las diferencias, e implica el duelo de que se trata de dos individualidades y
no una. Lo que se llama sintonía no se limita a “identificarse” con el otro, tarea que en sentido
estricto está siempre alejada de la posibilidad de imaginar algo diferente de lo propio. Se trata-
ría, como se dijo, de una identificación “discriminada”.

El intento de ponerse en el lugar de un otro tiene como obstáculo la alteridad y la opacidad,


y no puede realizarse cuando no se apela a la imaginación; requiere por ende de toda la creativi-
dad necesaria para registrar y pensar la singularidad del otro. Este aspecto de la sintonía, que es
parte del trabajo de ponerse en el lugar del otro, implica trabajo sobre las diferencias y la creatividad.

Luisa y Pedro tienen dos niños pequeños y dificultades económicas. En las discusiones, Luisa reclama por
los problemas de los chicos y Pedro, por los gastos que podrían haberse evitado. Luisa parece insensible a la
cuestión económica y Pedro a los sufrimientos de los niños, y ambos funcionamientos son llamativos para el
terapeuta, dado que en otros terrenos funcionan de manera muy diferente. Independientemente de la rea-
lidad económica y de la situación de los niños, parecería haber en ambos una dificultad para ponerse en el
lugar del otro y para tomar nota de las diferentes vulnerabilidades de cada uno: Luisa le quita importancia a
los problemas de dinero (“No es para tanto”) y Pedro le quita importancia a los problemas de los chicos
(“Están fenómeno, no exageres”).
El analista suele decirles que “puede ser una exageración” y que tal vez “no sea para tanto” pero que
ninguno quiere considerar que son sensibles a diferentes cuestiones y que a Luisa las cuestiones de los chicos
la ponen muy vulnerable mientras que a Pedro lo desvelan especialmente los problemas económicos. Los
dos tienen razón desde una perspectiva fáctica en minimizar las preocupaciones del otro, pero no ven que
no pueden ponerse en el lugar del otro/a de una manera imaginativa y creadora.

El trabajo sobre las diferencias implica creatividad ya que aspira a ir registrando las
especificidades de cada quien, aceptando
Laura se queja de que Santiago no la escucha, aunque reconoce que él puede reproducir las palabras de
ella con exactitud ya que, a nivel informativo, Santiago registra lo que Laura dice. Laura refiere una mezcla
de fastidio, aburrimiento y esterilidad. El, por su parte, dice que haga lo que haga, siempre está mal: “En mi
matrimonio soy adaptable”. Siente que es imposible entender a Laura, meterse en su mundo le parece
“entrar en un laberinto”.
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La impresión que se forma el terapeuta es que Santiago no puede salirse de sí mismo y


experimentar lo que Laura siente; menos aún puede asumir la tarea de imaginar las
especificidades de lo que a Laura le pasa con su hijo Jorge. El universo subjetivo de Laura, con
sus particularidades, le resulta un laberinto.

Femando y Cristina están casados hace diez años y tienen respectivamente 55 y 30 años; en el decir de
su terapeuta, ella es una adolescente can escasa capacidad de simbolización que literalmente se casó con su
madre. Femando expone sus preocupaciones referidas a un hijo que tiene problemas de aprendizaje. “Nada
que ver” retruca Cristina, que emplea esta misma frase para descalificar -virtualmente eliminar- todas las
preocupaciones de Femando, en un funcionamiento que aúna la desmentida can la escisión y despliega una
modalidad de sintonía de muy baja complejidad, frecuente en los individuos fronterizos. Fernando por su
parte, responde con escaladas de violencia de cada vez mayor envergadura.

En la pareja heterosexual el paradigma de la diferencia es la diferencia sexual y la sintonía


supone un trabajo sobre esta diferencia protagónica. En sesión, es curioso lo disruptivo que
puede resultar para un partenaire que se le recuerde el sexo diferente del otro y se le pregunte
cómo piensa que esta diferencia influye sobre el tema en conflicto. Llama la atención cómo
muchos hombres olvidan cuánto puede afectarle a una mujer en nuestra sociedad una
preocupación con un hijo pequeño, y también cómo muchas mujeres olvidan cuánto puede
afectarle a un hombre en nuestra sociedad no tener un buen ingreso económico y esto disminuir
su sensación de potencia viril. El “trabajo psíquico” que espontáneamente realizan los partenaires
sobre las diferencias de un sexo con otro se reduce muchas veces a la mera opinión de que las
mujeres son todas exageradas o locas y que los hombres son todos concretos o egoístas.

Ponerse en el lugar de otro y trabajar las diferencias implica -tal es un aspecto de la sintonía-
el trabajo de elaborar en el sentido más activo del término, la opacidad del compañero/a del cual
se depende amorosamente. En efecto, si el trabajo de ponerse en el lugar del otro no puede
constituir un pleno, ya que esto solo sucede ilusoriamente en un desvío psicótico, también es
claro que la dilucidación de diferencias y el trabajo que en este ámbito pueda realizarse, tiene
un tope. Las semejanzas, las comparaciones, las oposiciones, el establecimiento de diferencias
constituyen intentos de cercar un real que tarde o temprano se muestra inasible, y el otro
emerge en cierta opacidad irreductible, a contramano de cualquier posibilidad de un
conocimiento acabado del partenaire, y más aún a contramano de los funcionamientos psíquicos
que caracterizan el enamoramiento y los funcionamientos fusiónales y pasionales presentes en
la pareja.
La sintonía tiene en la opacidad un tope imposible de superar y no puede nunca aspirar a
captar una información “correcta”. No hay tal información correcta en el terreno del lenguaje
entre los hombres, siempre equívoco, en la medida que todo mensaje queda capturado y se
reorganiza en los desfiladeros del significante, cuestión sobre la que tanto insistió Lacan. Pero el
trabajo psíquico de la sintonía puede ser de mayor o menor complejidad y acercarse más o
menos a la realidad emocional del partenaire.
La opacidad no es registrada como tal en los funcionamientos persecutorios y en los
fusiónales en los que se tiene la convicción de que se sabe con claridad “cómo es el otro”. El
reconocimiento de la opacidad está excluido en la dinámica de las celotipias, en las que no se
reconocen fisuras ni opacidades en el registro del otro y se constituyen dos mundos
tajantemente divididos: ángeles y demonios tal que el partenaire acusado ejecuta –según el
acusador- acciones que únicamente hace él, por oposición al sujeto celotípico que es “puro” y
sabe perfectamente lo que sucede en la mente del otro.
La sintonía es un modo de funcionamiento psíquico intermitente y que puede ser propiciado
o inhibido por la voluntad, pero, librada a su funcionamiento espontáneo, depende de las
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angustias en juego; requiere registrar y acoger del otro no solo lo que dice sino también lo que
no dice; no depende de un entendimiento intelectual o erudito, necesita del trabajo de relacio-
nar con la propia experiencia de vida lo que se va captando del otro diferente. Si el registro del
otro queda en la esfera puramente intelectual, el trabajo psíquico de la sintonía queda trunco,
predominando la superficialidad. La sintonía está directamente relacionada con la elaboración
de la incompletud y con la posibilidad de no empantanarse en aquellos funcionamientos de la
órbita del narcisismo que anulan la existencia del otro autónomo y los enigmas que plantea.

Tal vez no sea ocioso recordar que en materia de sintonía, hay que distinguir entre lo que
los pacientes dicen y lo que el analista infiere. Muchas personas con dificultades en conectarse
con otros se quejan insistentemente de que no se los entiende, pero el trabajo clínico muestra
que ellos, para sentirse entendidos, exigen que el oyente repita y confirme palabra por palabra
su propio discurso. No soportan ni las diferencias ni la independencia de criterio del interlocutor.
Su cantinela de “no me entendés” constituye una ilustración de la diferencia entre las
declaraciones explícitas de los pacientes y lo que el analista devela detrás de ellas.

La sintonía se da en una relación en la que están en juego dos realidades subjetivas con sus
singularidades. Saint-Exupéry se refiere a esto cuando en El principito reflexiona acerca de la crea-
ción de vínculos y lazos entre seres humanos. El principito le dice al zorro, un posible amigo:
“Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo” (1946: 68). La sintonía
requiere captar la singularidad del otro y aclara una de las diferencias entre una relación en la
cual el intercambio incluye lo emocional y otra relación que puede reducirse a lo exclusivamente
fáctico. Esto último es lo que ocurre, por ejemplo, con un colectivero o con el cajero de un
supermercado; con ellos no es esperable que se produzca sintonía ya que la relación no se dife-
rencia demasiado de la que se tiene con una computadora: lo que de ella interesa es la función
que cumple. Las personalidades fácticas (Bleger, 1970) tienen especiales problemas en entender
de qué trata la sintonía, no logran imaginar un mundo con funcionamientos diferentes de los
propios.
Recapitulando, entonces, las palabras con que se ha intentado apresar el funcionamiento
de la sintonía son: identificación, discriminación, creatividad, duelo, diferencia sexual, opacidad,
singularidad.

VALIDACIÓN

La sintonía puede -o no- estar acompañada de validación, entendiendo este término como
un funcionamiento de aceptación y legitimación de lo que se capta en el otro tal como es, sin
pretender cambiarlo. Lo que en este texto se llama validación incluye aceptación, respeto y
reconocimiento, pero no supone coincidencia, ni acuerdo, ni, menos aún, sometimiento;
constituye frente al otro un funcionamiento distinto de la violencia, del desprecio, del ninguneo,
del desconocimiento de su singularidad.

La validación resulta de trabajos psíquicos que configuran una posición subjetiva que puede o
no acompañar la sintonía. Cuando está presente, implica una modulación atemperada de las
luchas de poder inherentes a la vida de pareja, elaboraciones en relación con las fragilidades
narcisistas y la angustia que acompaña la relación con otro significativo.

Las palabras de Juan ejemplifican cuestiones de la órbita de la validación:


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No sé, la verdad es que yo no entiendo bien por qué Mariana hace las cosas así con nuestro hijo.
Hablamos muchas veces, pero no hay caso. A mí al principio me dolía como si me lo hiciera a mí [...] sentía
que ella era dura con Gastón. Y bueno, sea como fuere, lo que yo me digo a mí mismo es que tengo que
aceptar que ella lo quiere muchísimo y está bien que cada uno trate diferente a Gastón. Yo tampoco tengo
la fórmula de la felicidad y del éxito para criar hijos.
La validación de lo que se registra en el partenaire si se acompaña de la continuidad de la
investidura amorosa implica una elaboración de la fantasmática persecutoria y la posibilidad de
discriminación yo/no yo. En las palabras de Juan se observa cómo intenta elaborar sus
ansiedades de variada naturaleza respecto de Mariana (lo que supone también desidentificarse
de Gastón) y va configurando un funcionamiento de validación.

Sintonía y validación pueden estar presentes ambas o una sola y, por supuesto, ninguna.
En el terreno político, los servicios de inteligencia -mutatis mutandis- son instituciones hechas para
realizar el trabajo de sintonía con un enemigo y poder destruirlo mejor. En este caso, hay
sintonía pero no validación. De modo que la sintonía puede estar presente entre dos enemigos,
pero es raro que ocurra lo mismo con la validación; entre enemigos en guerra no es habitual una
posición de aceptación ni de reconocimiento de la legitimidad de la postura del otro. Las
personalidades psicopáticas se caracterizan por su capacidad de sintonía y su incapacidad de
validación.

En ciertos casos puede haber validación pero no sintonía. Los pacientes con escasa
capacidad de simbolización pueden no ponerse en el lugar del otro ni trabajar las diferencias, y
tener muchas dificultades para entrar en sintonía, pero respetar la singularidad del otro. Esto es
lo que ocurre en algunos sujetos que son “concretos” (“fácticos” en la terminología de Bleger) y
en algunos pacientes psicosomáticos, en quienes, sin que medie un trabajo previo de sintonía,
se acepta lo diferente del partenaire y se configura un proceso de validación.

SINTONÍAY VALIDACIÓN, SINTONÍA VALIDANTE

Cuando sintonía y validación están presentes puede hablarse de sintonía validante,


funcionamiento que constituye un factor de pacificación y amortiguación de la violencia.

La sintonía y la validación heredan en la adultez modalidades de los vínculos infantiles con


los objetos parentales. El antecedente en la infancia es la capacidad parental de recoger y
simultáneamente balancear las iniciativas del niño con las del adulto, reconociendo y
respetando ambas. Cuando este balanceo no se produce, puede resultar un funcionamiento del
vínculo parento- filial tal que en él solamente prevalece y es reconocida la realidad subjetiva de
una de las partes. Este funcionamiento del vínculo entre el niño y sus progenitores origina en el
futuro adulto una disminución de la capacidad para reflexionar adecuadamente sobre los
estados subjetivos, propios y ajenos. Cuando llegan a adultos resultan sujetos sometidos,
aplastados por los padres o bien sujetos tiránicos, caprichosos, incapaces de empatizar con el
interlocutor; lo más frecuente es una combinación de ambos perfiles, el sujeto
sometido/sometedor o alguna otra modalidad de patología del narcisismo.

Sintonía y validación requieren cierta elaboración de sentimientos como los celos, las
rivalidades, las envidias, las desconfianzas, sostener un yo observador capaz de no involucrarse
masivamente en la hostilidad. También requieren un trabajo psíquico sobre los funcionamientos
de la órbita de lo fusional y del enamoramiento, dada la capacidad de estos estados de paralizar
procesamientos psíquicos.
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En el terreno de la pareja amorosa, cabe aclarar la relación entre la sintonía, el deseo sensual
y el amor. La sintonía no constituye un vector de consecuencias previsibles en el terreno de la
atracción física y el deseo sensual. El deseo sensual es un hecho cuyo desarrollo no es paralelo
a la sintonía; esta promueve la no violencia del encuentro y tiene consecuencias beneficiosas en
el terreno del entendimiento y del amor, pero en el terreno del deseo puede dar lugar a las
sorpresas que Freud describe en “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”
(1912). Así como el amor puede disminuir la atracción física que despierta el otro, la sintonía no
necesariamente aumenta el deseo sensual. El entendimiento y la comprensión recíproca son
independientes de lo que atrae a dos sujetos; es un hecho que los gustos en el terreno erótico
y las respuestas del cuerpo pueden ir por caminos diferentes de la sintonía.

Cuando la sintonía validante funciona, la ilusión omnipotente de una comunicación infalible


no preside el encuentro (“Nos contamos todo, sabemos todo uno del otro”). Por el contrario, aparece
la aceptación de lo indecible y/o incomunicable y del misterio que hace al reconocimiento de la
castración, todos indicadores que expresan una mejor elaboración de la omnipotencia y la
incompletud, y la aceptación de la inconsistencia de los estados subjetivos.

RECORRIDOS CLÍNICOS

Como ya se dijo, en muchas parejas la sintonía y la validación funcionan como recursos


espontáneos en el vínculo. Cuando en el tratamiento de una pareja intenta transitarse un
camino de sintonía y validación, pueden conformarse distintos tipos de recorridos clínicos, entre
los cuales hay algunos paradigmáticos que se describirán a continuación.

Puede ocurrir que se llegue a una conclusión que marca el fin de las consultas: “No me gusta
lo que hacés, ni lo acepto, y tampoco te entiendo mucho y ya no me interesa”. La pareja deja de venir al
consultorio y no se avanza demasiado en ningún tipo de sintonía ni validación. Si siguen juntos,
o bien encuentran formas de distanciamiento pacífico o bien seguirán predominando la lucha
por el poder y la violencia como modos de intentar resolver el conflicto.
En otros casos clínicos la violencia entre los partenaires decrece, pero, pese a haberse
construido alguna sintonía, persisten la distancia y el enojo. Una situación habitual en estas
parejas es que el trabajo clínico haya aportado sintonía, pero, no obstante, los
reposicionamientos en los mundos fantasmáticos conformen escenas egodistónicas para uno u
ambos partenaires que dicen: “Entiendo, pero no me gusta”. En estos casos no hay validación.
Esto último ocurre con frecuencia en nuestra cultura al conocerse las relaciones
extramatrimoniales de un partenaire: puede alcanzarse alguna sintonía, pero las transferencias
intrapareja adquieren un sesgo hostil que va en desmedro de la posibilidad de validación y
encuentro a predominio erótico. La dificultad de trabajar las transferencias intrapareja y
reajustar las alianzas inconscientes una vez conocidas las aventuras extramatrimoniales permite
entender a quienes plantean que lo fundamental es que él/ella no se entere. Parten de la base
de que, corrido el velo, todo lo que se elabore no va a evitar que uno de los dos se sienta en un
lugar de irremediable displacer en las escenificaciones fantasmáticas, con la consiguiente
imposibilidad de validación.

Vale aquí una consideración relativa a la validación. Cuando la hostilidad y el rechazo ocupan
un lugar importante en la relación con otro, la validación parecería tener un tope. La legitimación
cabal supone un mínimo de hospitalidad y no se alcanza cuando el pensamiento es del orden de
“lo acepto porque está/estuvo bien para vos, pero para mí está/estuvo mal”.
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También puede haber sintonía y validación, pero al mismo tiempo ruptura de la pareja. Son
los casos en que alguno dice: “Entiendo, respeto y acepto lo que decís, pero no quiero que sigamos
juntos”.

Otro recorrido clínico es que la pareja transite el camino de la sintonía y la validación, y, a


favor de las investiduras eróticas, logre “llevarse mejor”. La sintonía implica que entre los miem-
bros funciona el trabajo del intercambio subjetivo con la posibilidad de ponerse en el lugar del
otro/a con imaginación y receptividad, lo que sin duda conlleva transformación recíproca.
Incluye malentendidos y desentendimientos. No hace uno de dos y se le aplica lo que Lacan
enfatizaba respecto de la no complementariedad, la no proporción sexual. No obstante estas
limitaciones, es un gran vehículo de encuentro en una pareja. Aunque no supone ajustes
perfectos ni proporciones exactas, podríamos decir entonces, también parafraseando a Lacan,
que no implica proporción sexual, pero sí un encuentro que apela al principio de realidad y la
imaginación, y que conlleva la posibilidad de mayor armonía en la relación.

Cabe aclarar que sintonía y validación no tienen necesariamente, en un tratamiento de


pareja, un desarrollo simétrico en ambos miembros. Esto es lo que sucede cuando los partenaires
no aprovechan por igual el tratamiento, y mientras uno se enriquece notablemente, el otro lo
hace mucho menos. Cuando sintonía y validación se activan en ambos, se potencian
recíprocamente.

Recordemos otra vez que la propuesta espontánea de los integrantes de una pareja puede
incluir o no el trabajo psíquico de la sintonía, pero no suele ser para ellos lo fundamental. Lo
buscado por los pacientes es generalmente un modo de encuentro placentero en donde
predomine la atracción y, de ser posible, que el encuentro resuelva con facilidad el conflicto que
surja. La propuesta de los pacientes, en un tratamiento o fuera de él, suele seguir los senderos
del principio de placer y del facilismo.
Vale repetir, entonces, que aunque para la gente lo más buscado e importante sea la
atracción, el analista no puede hacer nada de manera directa para fortalecerla, generarla o
revivirla.
Lo único que una terapia puede aportar es desbrozar las interferencias que enrarecen la
atracción existente. En este punto es donde la sintonía y la validación adquieren relevancia.
¿Qué captación-recepción se tiene del otro? ¿En cuánto el vínculo con el otro respeta su
singularidad y diferencias? ¿En cuánto se acoge la realidad subjetiva del otro con hospitalidad y
se asume la propia incompletud? Son estos términos -captación, actividad, receptividad,
realidad subjetiva, singularidad, diferencias, legitimación, hospitalidad, incompletud- los que
mejor evocan lo que aquí se llama sintonía validante, una manera de vincularse que constituye
una herramienta útil para elaborar conflictos una vez que nos consultan. Ahora bien, volvamos
al principio y recordemos que en un tratamiento la sintonía validante es un trabajo psíquico a
impulsar, pero no un objetivo que pueda considerarse el único. En el tratamiento, el objetivo
principal es ir develando cuestiones inconscientes que motivan la consulta. También, como
siempre, se trata de atemperar funcionamientos auto o heterodestructivos... Son muchas las
cuestiones en juego en un tratamiento de pareja, lo que confirma una y otra vez la inabarcable
complejidad de los factores que inciden en el bienestar o malestar de la pareja que perdura más
allá del enamoramiento inicial.

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