Oyarzun
Oyarzun
Pablo Oyarzun R.
Resumen
A partir de la sanción hegeliana sobre el fin del gran arte, se discute el estatuto
del poema en este contexto, centrando el análisis en la cuestión de la memoria y
confrontando la forma del recuerdo absoluto en Hegel y la experiencia del recuer-
do interminable en Edgar Allan Poe. Esta confrontación permitiría deslindar la
afirmación hegeliana del referido fin con respecto a la insinuación poética del fin
de la filosofía. Para despejar el terreno propicio de esta confrontación se discute el
«diferendo» entre Hölderlin y Hegel a propósito del carácter de lo moderno y de la
significación de la memoria. En ese diferendo, lo moderno se determinaría como
escisión, en torno a la cual se despliega el debate entre discurso filosófico y poema.
En cuanto a la memoria, a diferencia del recuerdo hegeliano que es incondicionado
en cuanto sabe e interioriza su propia condición, llevaría en Hölderlin el sello del
duelo como saber de lo inmemorial.
Palabras claves: Poema, modernidad, escisión, memoria
abstract
Starting from Hegel’s judgment about the end of great art, we discuss the con-
dition and character of the poem within this context, centering the analysis on
the issue of memory, and confronting the form of Hegel’s absolute remembering
(Er-innerung) with the experience of Edgar Allan Poe’s never-ending remembran-
1 El presente texto corresponde a la introducción del libro Metafísica, modernidad y poema.
Hegel y Poe, escrito en 1999, y que permanece aún inconcluso, en indefinida espera de revisión. El
libro fue elaborado con ocasión del Cu≠rso de Metafísica VI, dictado, bajo el mismo título, durante
el segundo semestre de 1999 en el Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Ofrecí una primera versión de este curso bajo el título «Do you want to know what is poetry? —Try
Poe» en el Instituto de Arte de la Universidad Católica de Valparaíso, durante el primer semestre de
1999. El libro se inscribió en el marco del proyecto de investigación FONDECYT 1990687 «Muerte
del arte y destino del poema en la modernidad. Hölderlin, Hegel, Poe, Baudelaire». La primera idea
de este proyecto data de octubre de 1994. La introducción se reproduce aquí inalterada.
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ce. This confrontation would allow marking out, with regard to Hegel’s assertion
on the end of art, Poe’s poetical innuendo of the end of philosophy. In order to
gain ground for this confrontation, we discuss the «dispute» between Hölderlin
and Hegel concerning the character of the modern epoch and the significance of
memory. Within this «dispute», modernity would be determined as scission, and
scission, on its turn, as the essential problem with which the philosophical discourse
and the poem are bound to struggle. As far as memory is concerned, unlike the
Hegelian remembering, which is unconditioned to the extent that it knows and
internalizes its own condition, it would have in Hölderlin the seal of mourning as
the wisdom of the immemorial.
Keywords: Poem, modernity, scission, memory
2 No, pues, de la poesía como género literario, sino del poema como inscripción de la sin-
gularidad de la experiencia en el lenguaje y como experiencia de lo in-memorial. Véase, más adelante,
el interludio «El poema: un esbozo». [Este «interludio» separa, en el libro, la primera parte, dedicada
a Hegel, de la segunda, referida a Poe.]
3 Véanse, infra, las consideraciones sobre este punto en el acápite «El problema de la filosofía
moderna como el problema de la escisión».
4 Cf. el acápite siguiente.
5 Las respectivas referencias corresponden, obviamente, a la efigie mitológica del «búho de
Minerva» aludida por Hegel al cabo de su Prefacio a las Grundlinien der Philosophie des Rechts, y al
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ello se define la necesidad de discutir hasta qué punto compromete esa sanción al
poema, que el romanticismo (al cual señala Hegel, precisamente, como cierre de la
historia del arte) intentó pensar como «superación» del arte mismo (y aquí la palabra
«superación» juega ambiguamente con el sentido de la Aufhebung hegeliana) y cuyo
concepto y contextura, en lo sucesivo y en algunas de las experiencias poéticas y
pensantes decisivas de la modernidad, exigen ser examinados desde el punto de vista
de una determinada inconmensurabilidad respecto de aquello que la tradición ha
denominado «arte», concebido este bajo el primado de lo que llamaremos la onto-
teleología de la producción.
Esta discusión implica el problema de la posible delimitación de la mencio-
nada vigencia, lo cual exige interrogar, a propósito de la sentencia de Hegel y del
rango de su validez histórica, el estatuto del saber que la funda (vale decir, la filosofía).
Para ello, ha de considerarse la pretensión esencial que está alojada en la experiencia
hegeliana de la memoria: la constitución de lo que podríamos denominar el recuerdo
absoluto (la Er-innerung) como recuerdo que recuerda (que interioriza) la condición
desde la cual él mismo es posible, y que se recupera, así, plenamente en su presente.9
Averiguar el límite de esta constitución equivale a esbozar una segunda muerte: la
muerte de la filosofía.
Creemos posible sostener que la poética de Poe —que rige toda su tenta-
tiva, tanto su búsqueda frustrada del poema absoluto (y, desde luego, en esta idea
retorna el inconciliable doble eco romántico y hegeliano), como la extraordinaria
coartada narrativa del cuento policial o de horror— esboza irónicamente la afir-
mación de esta segunda muerte. La experiencia de Poe (que escribe en la época del
fin del romanticismo histórico) opone a la pretensión de la memoria determinada
al modo hegeliano (es decir, filosóficamente) un recuerdo que, sin dejar de ser er-
innernd, se constituye a partir de la imposibilidad de interiorizar plenamente su
condición o, dicho de otro modo, más exacto, a partir de la interminabilidad de
esa interiorización: es la «Mournful and Never-ending Remembrance»10, el recuerdo
como duelo inacabable.
La confrontación de estos dos modos de la memoria permite, en nuestra
hipótesis, abrir el espacio propicio en que cabría llevar a cabo el reconocimiento de
la vigencia del dictamen de Hegel, así como el de su delimitación: sería ése el espacio
Hasta entonces la sentencia permanece vigente. Sólo por eso es necesaria la pregunta de si la verdad
que la sentencia dice es definitiva y qué sería, si así fuese» (Epílogo a Der Ursprung des Kunstwerkes,
en Holzwege, Frankfurt: Klostermann, 1980, 66).
9 El carácter «absoluto» de este recuerdo consiste, ante todo, en un poder de transformación,
en virtud del cual se supera el ser-en-sí de lo pretérito. La instancia propia de tal «recuerdo absoluto»
es, expresado en términos hegelianos, el concepto. Véase, más adelante, el acápite «La «controversia»
Hölderlin – Hegel en torno a la modernidad y la significación de la memoria».
10 Tal es el recuerdo del cual el cuervo es «emblema» (cf. The Philosophy of Composition, en
The Unabridged Edgar Allan Poe, Philadelphia: Running Press, 1983, 1089). Este recuerdo es uno que
constitutivamente hace la experiencia de no poder recordar la condición que lo hace posible, pero que
es impotente en cuanto recuerdo, y no meramente como olvido, omisión y negligencia.
pablo oyarzún 17
11 Sobre esta noción de «marco», véase, más adelante, el acápite «El poema: un esbozo»
[este acápite es el «interludio» referido en la nota 2].
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respecto de esa experiencia que le otorga su especificidad teórica, pero también posee
una procedencia cuyos hitos están marcados por otros términos asociados: la duda,
la crítica. Tales hitos escanden los momentos fundamentales de lo que en general
cabe llamar la época moderna de la filosofía. Es en este doble registro, entonces,
que apelamos a dicha noción.
En términos formales, la escisión habla de la dualidad sujeto-objeto, es decir,
de la imposibilidad en que se encuentra el sujeto de acreditar la existencia de lo que
no es sujeto a través del mismo acto (el pensamiento) por el cual este acredita para
sí su propia existencia. En la medida en que la preocupación esencial de la temprana
modernidad filosófica (Bacon, Descartes) estriba en articular ese acto, confiriéndole
un formato lógico (que supone una re-definición de la lógica misma12), la dualidad
formal entre sujeto y objeto se expresa de manera más determinada en la diferencia
de lógica y existencia. Tal diferencia determina el desarrollo de todo el pensamiento
moderno. Esta formalidad no basta, sin embargo, para dar el sentido pleno de la
escisión, en cuanto que en la auto-acreditación del sujeto no se ha tomado todavía
en cuenta la diferencia interna que lo afecta (que escinde al sujeto de sí mismo), es
decir, la temporalidad del pensamiento. En la medida en que el sujeto no asume, en
su constitución misma, la afección de esta temporalidad (que se expresa y al mismo
tiempo se disimula en el sum del ego cogito), la existencia es, para él, una hipótesis y,
si se quiere, la certeza de una hipótesis. La realización del sujeto como tal supone la
explícita asunción de esa temporalidad.
En este sentido, la concepción radical del problema de la dualidad se encuen-
tra en Kant, en cuanto concibe la finitud como fundamento, condición u origen de
la misma. La tesis de la finitud establece que la distancia entre lógica y existencia
es intransitable por medios meramente lógicos; que el tránsito sólo es efectivo si
es real, es decir, si es un paso a la realidad, en virtud del cual esta misma resulta
configurada. Aquí, la configuración no sólo atañe a la objetividad, sino también a la
propia condición del sujeto. En un desarrollo que ya no podrá poseer la simplicidad
del cogito cartesiano, habrán de configurarse, en conjunto y por obra de un mismo
proceso de articulación, la esfera de la objetividad y la esfera de la subjetividad. De
tal modo, a partir de esta concepción, la tarea que se impone a la filosofía es la tarea
de la unificación de ambas esferas, cuyo poder agente será el sujeto mismo. Semejante
tarea es asumida por el romanticismo y por el idealismo alemán.
La condición bajo la cual se piensa la posibilidad de la realización de que
hablamos es, precisamente, el tiempo. En tal sentido, el problema de la escisión es
concebido aquí como problema determinante de la modernidad, entendida esta no
sólo como magnitud histórica, sino también, y sobre todo, como conciencia de la
temporalidad histórica. La diferencia entre el alba de la época moderna —el proyecto
cartesiano— y su apogeo consiste precisamente en la concepción de la historia
12 Así, Bacon presentará su Novum Organum como el reemplazo del viejo Organon aristo-
télico, y Descartes perfeccionará la propuesta con el proyecto del método.
pablo oyarzún 19
Es en este contexto donde tienen que ser situadas las relaciones entre filosofía
y poesía a título de modos esenciales de articular la vía de solución (de superación,
de unificación) de la escisión como problema determinante de la modernidad. La
plena conciencia de la escisión, filosóficamente articulada, determina y desata el
proyecto de la unificación. Pero no es sólo el discurso filosófico aquel que puede
reclamar para sí la tuición de este proyecto. En el mismo momento en que esa arti-
culación de la conciencia de la escisión configura sus perfiles y define su estrategia,
el discurso poético —el discurso del arte— plantea, desde sus títulos privativos, su
propio requerimiento. Se debe contar, pues, con un diferendo esencial entre filosofía
y poesía, entre filosofía y arte —a despecho de las pretensiones de fusión de ambos
discursos que enarboló el temprano romanticismo—, si se quiere calibrar en todo
su alcance la moderna experiencia de la escisión en su momento crucial. Y se tiene
que hacer comprensible también la incidencia que tiene el discurso poético en esa
experiencia. Esta significación brota de la exigencia esencial que plantea tal expe-
riencia, y que podemos resumir así: la unificación de lo escindido debe ser real, y no
meramente representada; y debe ser, a la vez, realmente una unificación. Precisamente
esta doble exigencia le asigna al arte y, en particular, a la poesía su gravitación en
el proyecto: en el arte —en la poesía— lo escindido es traído a su unidad (a través
de la interacción de las dimensiones del sujeto finito) en cuanto vivida y viviente.
Es justamente la vida como principio interno y orgánico de realización y como
despliegue multilateral aquello que deviene manifiesto en su verdad originaria en
el discurso del arte, de la poesía. Pero la unidad vivida, la unidad viviente, enseña
un carácter esencialmente distinto a aquel que el discurso filosófico puede aportar:
distinta, porque no se resuelve en los poderes de la representación y de la conciencia,
que ese discurso administra.13
Concebidas en su forma más exigente, las relaciones entre el discurso filosó-
fico y el discurso poético son relaciones de oposición. Y no se necesita ser platónico
para suscribir el punto; de hecho, cuando Platón subraya que el litigio entre filosofía
y poesía ya tiene larga data, no hace otra cosa más que levantar el protocolo de una
13 El problema de la unificación, en los términos que bosquejamos aquí, encuentra histórico-
filosóficamente en el amor su dimensión primaria y esencial. La unidad amorosa es más alta que el
conocimiento, porque en este se conserva la diferencia entre el cognoscente y lo conocido, que sólo
se une al sujeto en cuanto representación, mientras que allá lo amado es incorporado a la vida del
amante, pero —a la vez— es mantenido en su diferencia respecto de este: el amor es unidad viviente
y diferenciada. A su vez, en la medida en que la experiencia de la belleza fundamenta efectivamente
el sentido de la unidad, es precisamente en ella donde el amor encuentra su espacio propio de desplie-
gue y consumación, como integración plena de las tendencias vitales del sujeto, centrada una en su
mismidad, abierta la otra, en movimiento de entrega, a la alteridad. El cuidado artístico de la bella
fenomenalidad del mundo y su síntesis con lo infinito, tan armónica como dinámica, proporciona
la articulación activa de esa experiencia. Véase, sobre la filosofía de la unificación como corriente
secundaria de pensamiento en el siglo XVIII y sobre el amor como asunto esencial de esa filosofía
—en Shaftesbury, Hemsterhuis, Herder, Schiller, Hölderlin y el joven Hegel—, el brillante estudio
de Dieter Henrich «Hegel y Hölderlin», en: D. Henrich, Hegel en su contexto. Traducción de Jorge
A. Díaz. Caracas: Monte Ávila, 1990, especialmente 13-17.
pablo oyarzún 21
discordia esencial entre dos formas del logos, el Poema y el Teorema o, si se prefiere,
el Poema y el Matema, que de ahí en adelante no cesa de reanudarse. Y habrá que
decir esto sin perjuicio de los intentos de unificación entre ambas formas de discurso,
porque esos intentos son los que suelen hablar más enfáticamente del diferendo. Esas
mismas relaciones han quedado cifradas, en los albores de la modernidad, por los
pensamientos de Hölderlin y de Hegel, e incluso cabría decir que ya se tensaron en
el propio pensamiento de Hölderlin, solicitado con igual fuerza por ambas formas.
Han quedado cifradas en la extraña mañana de este crepúsculo que llamamos mo-
dernidad, y así permanecen para los tiempos venideros. Si la sentencia hegeliana sobre
el fin del (gran) arte sigue cerniéndose sobre todo el devenir de las artes en el mundo
moderno, el pensamiento y la experiencia poética de Hölderlin (y, en esta, también
su catástrofe) se mantienen como el signo augural acaso más decisivo para el destino
del poema en toda la época. De ahí que sea de primera importancia estimar bien el
carácter de esta oposición, que de ningún modo es simple. Porque, en este caso, ella
no se da meramente como la confrontación entre un ideal de la unidad reconciliada
en que los opuestos quedan idílicamente superados, y otra en que la unidad contiene
indeleblemente la escisión, en cuanto proceso histórico que reconoce en esta última
la condición misma bajo la cual la unificación se hace posible. Esta modalidad de
la oposición corresponde más bien al conflicto entre Schelling y Hegel, es decir, al
conflicto entre romanticismo e idealismo absoluto. En el poema hölderliniano la
escisión es también indeleble, se presenta en la diferencia histórica de lo antiguo y
lo moderno, y encuentra su punto álgido en la tematización de la tragedia.
14 Cf. el Prólogo a la Fenomenología del Espíritu: «La figura verdadera en que existe la
verdad puede ser solamente el sistema científico de esta. Colaborar para que la filosofía se aproxime
a la forma de la ciencia —para el objetivo de que pueda dejar su nombre de amor al saber y sea saber
real— es lo que me he propuesto. Pero la necesidad interna de que el saber sea ciencia reside en su
naturaleza, y la explicación satisfactoria de esto es únicamente la exposición de la filosofía misma. A
su vez, la necesidad externa, en cuanto es concebida de una manera universal, prescindiendo de la
contingencia de la persona y de las circunstancias individuales, es lo mismo que la interna, a saber,
en la figura en que el tiempo representa la existencia de sus momentos. Mostrar que la elevación de
la filosofía a ciencia está en su tiempo (an der Zeit), sería, por eso, la única justificación verdadera de
las tentativas que tienen esta finalidad, porque evidenciarían la necesidad de esta última, e incluso la
llevarían simultáneamente a cabo.» (Phänomenologie des Geistes, ed. Hoffmeister, Hamburg: Meiner,
1952, 12 ss.) Sin embargo, el tiempo presente —es decir, la cultura de la época— no tiene todavía la
conciencia de esta cientificidad, no ha concebido aún que la verdad «tiene únicamente en el concepto
el elemento de su existencia», es preciso «formarlo», despertando en él dicha conciencia.
15 «Será bueno, para asegurarle a los poetas, también entre nosotros, una existencia civil, si
se eleva la poesía, también entre nosotros, descontada la diferencia de las épocas y las constituciones,
a la mejane de los Antiguos.» Cf. Anmerkungen zum Oedipus, en Sämtliche Werke und Briefe, ed.
Knaupp, v. II, p. 309 (Darmstadt: Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1992); citamos de nuestra
traducción: F. Hölderlin, «Anotaciones al Edipo. Anotaciones a la Antígona». Noticia, traducción y
notas de P. Oyarzun R. Revista de Teoría del Arte (4:79-115).
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16 En esta breve característica nos servimos en parte de lo que expone Dieter Henrich en
op. cit., especialmente 23-29.
17 El Archipiélago (1800-01) conmemora la antigua Grecia sumergida y confronta con ella,
hacia el final, la vida nocturna y afanosa de los contemporáneos, en la espera de un renacimiento de la
libre relación de los humanos con la Naturaleza y los dioses. La última estrofa canta: «Floreced mien-
tras tanto, hasta que maduren vuestros frutos, / floreced, entretanto, solamente vosotros, jardines de
Jonia, y vosotras, graciosas yedras, / de las ruinas de Atenas, encubrid la tristeza al día que contempla.
/ Coronad vosotros, bosques de laureles, con follaje eterno, las colinas / de vuestros muertos, junto
al Maratón, donde los jóvenes vencieron al morir, / ¡ay!, allá en los campos de Queronea, donde los
últimos atenienses huyeron con sus armas ensangrentadas, / eludiendo con ello el día de la infamia;
/ allá, allá bajan desde los montes, lamentos / al campo de batalla, ¡allá bajáis vosotras, aguas cami-
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nantes, / desde las cumbres del Oetas, cantando la canción / del destino! Y tú, inmortal, aunque no
te festeje / la canción de los griegos, como antaño, resuena a menudo, ¡oh dios del mar!, / en mi alma
con tus olas, para que sobre las aguas prevalezca / sin temor el espíritu, como el nadador, se ejercite
en la fresca dicha de los fuertes, / y comprenda el lenguaje de los dioses, / el cambio y el acontecer; y
si el impetuoso tiempo / conmueve demasiado violentamente mi cabeza, / y el desvarío y la miseria
de los hombres estremecen / mi alma mortal, ¡déjame recordar el silencio en tus profundidades!» (F.
Hölderlin, Himnos y Elegías, traducción de Jenaro Talens, Madrid: Hiperión, 1994). Será oportuno
tener presente el último verso —«Lass der Stille mich dann in deiner Tiefe gedenken»— a propósito
de lo que inmediatamente diremos sobre la índole del recuerdo en Hölderlin.
18 Al examinar la doctrina hegeliana de la poesía volveremos sobre esta capital diferencia
entre memoria y recuerdo interiorizador, tal como se la formula en la Enzyklopädie der philosophischen
Wissenschaften (§ 264).
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De ahí que Hegel entienda que dicha identidad no es un presupuesto o un dato del
proceso, sino su obra, en la medida en que la historia es, a la vez, la transformación
y la capitalización del proprium del espíritu: la transformación de ese proprium y,
en cada caso, la capitalización de su transformación. Si en el cambio apreciamos la
impronta de la escisión, es preciso que el proprium mismo contenga un núcleo que
permanezca indemne respecto de ella, a fin de asegurar la continuidad de sentido
del proceso histórico, precisamente como el capital espiritual que no es mermado,
sino acrecido por el cambio. Esa misma continuidad es la que le permite a Hegel
identificar la historia universal con la historia de Occidente, es decir, de Europa.
La primera diferencia con el modo hegeliano que debe anotarse a propósito
de la relación con lo propio en Hölderlin consiste en que esta se da en el poema,
en la palabra poéticamente configurada. Y aquí también ha de considerarse bajo
una distinta luz la experiencia de la memoria que determina el carácter del poema
para Hölderlin. El rasgo esencial de tal experiencia —en el modo específico en que
esta se despliega en la evolución de la obra de Hölderlin— consiste en una cierta
imposibilidad de incorporar exhaustivamente la procedencia que se acusa en el
recuerdo: la condición que condiciona a la modernidad conserva una determinada
inaccesibilidad para el discurso que trata de hacerse cargo de ella, de modo que la
modernidad, en el poema, es un saber que sabe su condición sólo como diferencia
respecto de la sustancia historizada de lo antiguo, y que en tal saber padece esta
diferencia: este el carácter esencialmente trágico de dicho saber.
Así, lo propio hölderliniano está internamente escindido. En este sentido,
precisamente, se habla en la carta a Böhlendorff del 4 de diciembre de 1801 de la
diferencia originaria e irreductible entre dos «propios», lo «nacional» griego y lo
«nacional» hespérico:
Nada aprendemos con más dificultad que lo nacional (das Nationelle). Y, se-
gún creo, la claridad de la exposición (Klarheit der Darstellung) nos es originariamente
tan natural como a los griegos el fuego del cielo (Feuer vom Himmel). Precisamente
por eso han de ser superados éstos antes en la bella pasión, la cual has conservado
también, que en esa homérica presencia de espíritu y don expositivo.
Suena paradójico. Pero lo afirmo otra vez, y lo dejo a tu examen y tu empleo;
lo propiamente nacional tendrá en el progreso de la cultura (Bildung) siempre la me-
nor excelencia. Por eso los griegos son menos maestros sobre el pathos sagrado, porque
les era innato, y en cambio son excelentes en el don expositivo, a partir de Homero,
porque este hombre extraordinario tenía tanta plenitud de alma para apoderarse de
la sobriedad junónica occidental y, así, apropiarse verdaderamente de lo ajeno.
En nosotros es al revés. De ahí que sea también tan peligroso abstraer las
reglas del arte sola y únicamente de la excelencia griega. He laborado largamente en
ello, y ahora sé que, aparte de aquello que debe ser lo supremo en los griegos y en
nosotros, esto es, la relación viviente y el destino (Geschick), no nos está permitido
tener algo igual en conjunto con ellos.
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Pero lo propio tiene que estar tan bien aprendido como lo ajeno. Por eso
los griegos nos son indispensables. Sólo que precisamente en lo propio, nacional
nuestro, quedaremos a la zaga de ellos, porque, como dije, el libre uso de lo propio
es lo más difícil.20
Hay en este pasaje celebérrimo el esbozo de una filosofía de la historia en
que la historia misma aparece dividida en un momento «oriental» y un momento
«occidental», en un momento auroral griego y otro crepuscular moderno, y donde
este último está, por decirlo así, «sobre-historizado». La diferencia entre el «nosotros»
de que habla la carta y los «griegos» no estriba solamente en la oposición entre los
elementos «nacionales», sino también en que para «nosotros» hubo Grecia. Y si bien
«Grecia» puede ser objeto temático de la memoria moderna, indispensable para la
configuración de su propio destino histórico, y aun si es poéticamente posible designar
el paso a lo «moderno» en la Hélade (en el giro categórico que Hölderlin arguye a
propósito del Edipo), en todo caso el «hubo» resulta irreducible: es el momento de
una sustracción esencial, sobre la cual la memoria no puede ejercer ningún poder,
en la medida en que tampoco es un material que esta pueda elaborar. Dicho «hubo»
es la condición irrecuperable a partir de la cual lo moderno mismo es posible: es
el origen mismo del «proprium» moderno. En tal medida, la relación con el «pro-
prium» sólo cabe en el modo de una relación con ese «hubo» experimentado como
tal condición irrecuperable. Semejante relación y semejante experiencia es lo que la
palabra poética debe desplegar. Por eso, dicho «hubo» es también lo que determina
esencialmente a la palabra poética en su única originaria posibilidad en el contexto
de la modernidad.
En este sentido, podría decirse que para Hölderlin el poema (moderno) es
saber que sabe que no sabe su condición. En la medida en que esta condición está
temporalizada sin reservas en el pensamiento poético de Hölderlin, el saber en cues-
tión adopta también la forma de la memoria, pero de una tal que no puede traer a
presente, no sólo la sustancia historizada de su procedencia (lo que daría lugar a la
nostalgia, es decir, al recuerdo que se duele de la pérdida de lo recordado: el bello
mundo en que prevalece la presencia de los dioses), sino la diferencia misma entre
la procedencia y lo devenido a partir de ella: en este sentido el poema hölderliniano
poetiza la «huida de los dioses» como tal huida: tal es el modo en que proyecta la
antes mencionada relación con el «hubo».
Ahora bien: si la diferencia es aquello cuya determinación escapa constitu-
tivamente al recuerdo en la misma medida en que lo condiciona, y si esta relación
puede ser designada mediante la noción de lo in-memorial (aquello que hace trabajar
al recuerdo sin poder jamás ser presentado por este), entonces la memoria poética
hölderliniana tendría que ser descrita como un saber de lo in-memorial. Este saber
adquiere la forma esencial del recuerdo como duelo, recuerdo que guarda la pérdida
como su propia condición. Tal recuerdo tiene el carácter del pensar, pero de un pensar
Andenken Recuerdo
Der Nordost wehet, Sopla el Nordeste,
Der liebste unter den Winden De todos los vientos mi más
Mir, weil er feurigen Geist Amado, porque promete espíritu fogoso
Und gute Fahrt verheißet den Schiffern. Y buen rumbo a los marineros.
Geh aber nun und grüße Pero ve ahora y saluda
Die schöne Garonne, Al hermoso Garona,
Und die Gärten von Bourdeaux Y a los jardines de Burdeos
Dort, wo am scharfen Ufer Allí, donde en la escarpada ribera
Hingehet der Steg und in den Strom Pasa la senda y al torrente
Tief fällt der Bach, darüber aber Cae profundo el arroyo, mientras arriba
Hinschauet ein edel Paar Mira a lo lejos una noble pareja
Von Eichen und Silberpappeln; De encina y álamo blanco;
Noch denket das mir wohl und wie Todavía me acuerdo bien y cómo
Die breiten Gipfel neiget Las amplias copas inclina
Der Ulmwald, über die Mühl’, El bosque de olmos, sobre el molino,
Im Hofe aber wächset ein Feigenbaum. Y en el cortijo crece una higuera.
An Feiertagen gehn En días de fiesta allá van
Die braunen Frauen daselbst Las mujeres morenas
Auf seidnen Boden, Sobre suelo sedoso,
Zur Märzenzeit, En el tiempo de marzo,
Wenn gleich ist Nacht und Tag, Cuando la noche y el día son iguales,
Und über langsamen Stegen, Y sobre lentos senderos,
Von goldenen Träumen schwer, Cargados de sueños áureos,
Einwiegende Lüfte ziehen. Corren aires arrulladores.
Es reiche aber, Pero que uno me alcance,
Des dunkeln Lichtes voll, Pletórico de oscura luz,
Mir einer den duftenden Becher, El fragante cáliz,
Damit ich ruhen möge; denn süß Para que pueda reposar; pues dulce
Wär’ unter Schatten der Schlummer. Sería la siesta bajo la sombra.
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21 Andenken, en Sämtliche Werke und Briefe, I, op. cit., v. I, p. 473 ss. El poema fue escrito
por Hölderlin en la primavera de 1803. Vierto el último, célebre verso, a la manera convenida; pero
prefiero este otro modo: «Mas lo que resta, lo inscriben los poetas.»