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Lacan y Derrida: Debate sobre Escritura

El documento analiza el debate entre Jacques Lacan y Jacques Derrida sobre la escritura, centrándose en las diferencias entre el habla y la escritura en el contexto del psicoanálisis. Se destaca la importancia de la distinción en la filosofía de Derrida y en la obra de Lacan, especialmente en relación con el concepto de 'letra' y su conexión con el síntoma. El trabajo busca situar un diálogo entre ambas perspectivas para entender mejor la relación entre el síntoma, el sentido y lo real.
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Lacan y Derrida: Debate sobre Escritura

El documento analiza el debate entre Jacques Lacan y Jacques Derrida sobre la escritura, centrándose en las diferencias entre el habla y la escritura en el contexto del psicoanálisis. Se destaca la importancia de la distinción en la filosofía de Derrida y en la obra de Lacan, especialmente en relación con el concepto de 'letra' y su conexión con el síntoma. El trabajo busca situar un diálogo entre ambas perspectivas para entender mejor la relación entre el síntoma, el sentido y lo real.
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Anuario de Investigaciones

ISSN: 0329-5885
ISSN: 1851-1686
[email protected]
Universidad de Buenos Aires
Argentina

EL DEBATE DE J. LACAN Y J. DERRIDA


SOBRE LA ESCRITURA
Galiussi, Romina; Godoy, Claudio
EL DEBATE DE J. LACAN Y J. DERRIDA SOBRE LA ESCRITURA
Anuario de Investigaciones, vol. XXV, 2018
Universidad de Buenos Aires, Argentina
Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=369162253023

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Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
Psicoanálisis

EL DEBATE DE J. LACAN Y J.
DERRIDA SOBRE LA ESCRITURA
e debate between J. Lacan and J. Derrida on writing
Romina Galiussi [email protected]
Universidad de Buenos Aires, Facultad de Psicología, Argentina
Claudio Godoy
Universidad de Buenos Aires, Facultad de Psicología, Argentina

Resumen: En el marco de nuestra investigación, dedicada a la relación entre el síntoma,


el sentido y lo real en la última enseñanza de J. Lacan, en este trabajo abordamos las
diferencias entre el habla y la escritura. Esta distinción tiene un lugar central tanto
en la filosofía de J. Derrida como en la elaboración lacaniana sobre la instancia de la
letra en la experiencia psicoanalítica. Intentaremos situar un debate posible entre ambas
concepciones para precisar el estatuto del síntoma como letra de goce.
Anuario de Investigaciones, vol. XXV, Palabras clave: Habla, Escritura, Letra, Litoral.
2018
Abstract: As part of our research project, which aims to investigate the relationship
Universidad de Buenos Aires, Argentina between the symptom, the sense and the real in the last period of J. Lacan´s teachings, we
Recepción: 09 Marzo 2018 address in the present essay the differences between speech and writing. is distinction
Aprobación: 17 Octubre 2018 plays a fundamental role both in J. Derrida´s philosophy and in Lacanian elaboration on
the instance of the letter in the psychoanalytic experience. We will try to place a possible
Redalyc: https://www.redalyc.org/ debate between both conceptions in order to specify the status of the symptom as letter
articulo.oa?id=369162253023 of joy.
Keywords: Speech, Writing, Letter, Littoral.

En el marco de nuestra investigación, dedicada a la relación entre


el síntoma, el sentido y lo real en la última enseñanza de J. Lacan,
resultó relevante indagar los debates -tanto explícitos como implícitos-
sostenidos con algunos pensadores contemporáneos ubicados dentro
de lo que se ha dado en llamar genéricamente el “posestructuralismo”
de los años setenta. Cabe destacar que éstos han sido prácticamente
desatendidos por los psicoanalistas al abordar dicha época y por ello
consideramos que resulta importante captar la incidencia de los mismos
para situar algunas de las elaboraciones elementales de este período. Tal
es el caso de la discusión sostenida en torno a la función del escrito
con el filósofo Jacques Derrida. En este trabajo proponemos abordarla
como un punto destacado en la elaboración lacaniana del concepto de
“letra”, fundamental para situar la relación del síntoma con lo real y su
interpretación.

Logos y phoné

En el Fedro de Platón el mito de euth y amus da cuenta del origen de


la escritura. Constituye una concepción que tendrá un peso fundamental

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en la cultura Occidental, en tanto conlleva una desvalorización de la


función del escrito.
euth le mostró sus artes a amus, diciéndole que debían ser
trasmitidas al resto de los egipcios. Éste le preguntó cuáles eran sus
utilidades, aprobando o desaprobando según su parecer cada una de ellas.
Al llegar a las letras, euth afirmó que el conocimiento de ellas haría más
sabios y memoriosos a los egipcios, siendo “…un fármaco de la memoria y
de la sabiduría” (PLATON, 403). Pero a dicha promoción del arte de la
escritura un escéptico amus replicó que el poder de las letras es opuesto
al que se anuncia. Llevará a descuidar la memoria produciendo olvido en
el alma, ya que se llegará al recuerdo desde “fuera”, por el uso de caracteres
ajenos a ésta y no desde “dentro” de ella. No es por lo tanto un “fármaco
de la memoria” sino un simple recordatorio y una mera apariencia de
sabiduría que oculta una ignorancia fundamental. Se traza así la distinción
radical entre “memoria” y “recordatorio”. Por eso las palabras escritas
son silenciosas efigies, incapaces de dar razón de sí mismas. No hay letra
viva, pues ésta siempre implica una dimensión mortífera. El lenguaje
está vivo en aquel en quien el pensamiento encuentra el sentido en lo
dicho. Esta dimensión es formulada por Sócrates en el Fedro trazando una
comparación con la pintura: “En efecto, sus vástagos están entre nosotros
como si tuviera vida; pero si se les pregunta algo, responden con el más
altivo de los silencios…si alguien pregunta, queriendo aprender de lo que
dicen, apuntan siempre y únicamente a una y la misma cosa. Pero, eso sí,
con que una vez algo haya sido puesto por escrito, las palabras ruedan por
doquier, igual entre los entendidos que como entre aquellos a los que no
les importa en absoluto, sin saber a quiénes conviene hablar y a quiénes
no. Y si son maltratadas o vituperadas injustamente, necesitan siempre
de la ayuda del padre, ya que ellas solas no son capaces de defenderse ni
de ayudarse a sí mismas” (PLATÓN, 405-406). Así, la escritura como
principio filosófico es amenazante en tanto se opone a su sistema de eidos
jerárquicos, de esencias estables y reconocibles y subvierte las oposiciones
interno/externo, vivo/muerto, alma/cuerpo, padre/hijo.
La phoné resulta privilegiada en la tradición occidental, la cual hace de
la voz un fenómeno solidario de la conciencia. Pues al hablar, el sujeto
de la conciencia se reconoce en tanto tal como aquel que está presente
en su pensamiento y comprende el significado de lo que dice como un
concepto que se presenta a la conciencia en una inmediatez que parece
reducir, ocultar o incluso “reprimir” la exterioridad del significante.
Dicha reducción tiende a privilegiar lo “psíquico”, lo psicológico del
acto de habla, velando la exterioridad del lenguaje. Presupone y abona,
por lo tanto, la idea de la “comunicación”, como el modo en que un
sujeto consciente le trasmite a otro un sentido. Esta concepción será
denominada por Derrida “logocentrismo”.
En uno de los malentendidos fundamentales, Derrida le reprocha a
Lacan haber permanecido en el logocentrismo con su concepción de la
“palabra plena” y su lectura de “La carta robada” de Poe -texto que abre la
recopilación de sus Escritos, por fuera del orden cronológico que siguen
los demás-. Esta perspectiva comenzó a ser desarrollada por Derrida en La

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voz y el fenómeno, a partir de una lectura crítica de la fenomenología de


Husserl: “La voz se oye. Los signos fónicos (las “imágenes acústicas” en el
sentido de Saussure, la voz fenomenológica) son “oídos” por el sujeto que
los profiere en la proximidad absoluta de su presente. El sujeto no tiene
que pasar fuera de sí para estar inmediatamente afectado por su actividad
de expresión. Mis palabras están “vivas” porque parecen no abandonarme:
no caen fuera de mí, fuera de mi soplo, en un alejamiento visible; no dejan
de pertenecerme, de estar a mi disposición, “sin accesorios”” (DERRIDA
1967a, 134).
El oírse al mismo tiempo que se habla destaca que el significante
es animado por un “querer-decir” fundamental, por la intención de
significación -lo que Husserl denominaba la Bedeutungsintention- que
se pone en juego en la expresión. La tradición metafísica occidental
(Platón, Aristóteles, Rousseau, Hegel, Husserl, etc.) se sostiene en estos
presupuestos y constituye, por lo tanto, una metafísica de la presencia. Es
así que puede afirmarse que para Derrida la voz es la consciencia, en tanto
el habla sostiene la identidad del objeto y su significado para la consciencia.
Así, formula la distinción con la escritura, que será desarrollada en
De la gramatología (Cf. DERRIDA 1967b), donde destaca el carácter
de exterioridad que revela el significante no fónico, aquel que es visible
e introduce, por lo tanto, una referencia espacial fundamental en su
oposición a la dimensión temporal de la palabra que hemos señalado. Esta
dimensión de “exterioridad” llevó a una desvalorización de la escritura
como un fenómeno de representación externa e, incluso, peligrosa; en
donde la escritura debía eclipsarse en pos de una palabra viva, trasparente
e inmediata al sujeto que la emite. Esa concepción de la palabra, del logos,
centrada en el logos, construyó una teoría y una historia de la escritura que
es, a su vez, etnocéntrica, ya que privilegia la escritura fonética-alfabética
occidental, a la que Saussure propone limitar su estudio lingüístico o
que Hegel, en su Enciclopedia, define -en un párrafo paradigmático de
lo que Derrida denomina “etno-logocentrismo”- del siguiente modo:
“La escritura alfabética es, en sí y por sí, la más inteligente, en ella,
la palabra, que es para la inteligencia el modo más característico y
digno de manifestar sus representaciones, es puesta ante la conciencia
y hecha objeto para la reflexión. En el laboreo sobre ella, la palabra es
analizada, esto es, la creación de los signos es reducida a sus pocos y
simples elementos…” (HEGEL 1817, 242). En este párrafo se puede
apreciar la coexistencia de los presupuestos destacados y cómo -dentro
de una concepción puramente representativa de la escritura y que, por lo
tanto, la subordina al habla- resalta la escritura alfabética por estar más
ligada a la lengua fónica, aunque exteriorizada y reducida. Para Hegel, el
lenguaje fónico es el originario y el escrito ulterior, que toma como ayuda
“una actividad exteriormente práctica” (Ibíd.) pero lo que esencialmente
comparten -en el caso de la escritura alfabética- es que en ellas las
representaciones tienen “nombres”, signos simples de las presentaciones.
Por el contrario, la escritura no-fonética quiebra el nombre, describe
relaciones y no denominaciones.

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La palabra es solidaria del nombre y el concepto, mientras que la


escritura pura la destituye. Es la tensión que Derrida encuentra entre dos
Hegel: el que a través de la dialéctica se constituye en el pensador de
la diferencia irreductible y el que, en su escatología, tiene que borrar la
escritura en el logos para afirmar el saber absoluto.
Este método de lectura, “con” y “contra”, caracteriza el modo en que
Derrida refiere a diversos autores, los cuales, tomados por conceptos
logocéntricos, han atisbado contradictoriamente perspectivas que los
subvierten sin haber desplegado cabalmente las consecuencias que se
derivaban. Esa forma de lectura constituye la deconstrucción misma
que privilegia las contradicciones del texto, la que localiza sus puntos
sintomáticos, la que opone a un autor consigo mismo.

La archiescritura

Derrida destaca, a partir de su lectura deconstructiva, la contradicción


presente en F. de Saussure. Por un lado éste sostiene la tesis de la
diferencia, según la cual jamás, por definición, se constituye una presencia
sensible. Pero, por otro, había atribuido a la lengua una naturaleza
esencialmente fónica, lo cual suponía la naturalidad del vínculo entre
el sonido y el sentido. Contra esta afirmación formula, sin embargo,
que: “Lo esencial de la lengua…es extraño al carácter fónico del signo
lingüístico” (SAUSSURE 1915, 69). Y agrega, a su vez, que: “La
continuidad del signo en el tiempo; unida a la alteración en el tiempo, es
un principio de semiología general y su confirmación se encuentra en los
sistemas de escritura, en el lenguaje de los sordomudos, etc.” (Ibíd.).
La escritura, por lo tanto, ¿es un derivado de un lenguaje original,
“natural”, ajeno a la escritura, o él mismo ha sido siempre un escritura? A
partir de ello, es posible preguntarnos: ¿qué de escrito hay en el lenguaje
mismo?: “Archi-escritura cuya necesidad queremos indicar aquí y esbozar
el nuevo concepto; y que sólo continuamos llamando escritura porque
comunica esencialmente con el concepto vulgar de escritura. Este no ha
podido imponerse históricamente sino mediante la disimulación de la
archi-escritura, mediante el deseo de un habla que expulsa su otro y su
doble y trabaja en la reducción de su diferencia” (DERRIDA 1967b, 73).
A partir de esta respuesta, se afirma que la archi-escritura es la huella
pura en su diferencia, en tanto no depende de ninguna plenitud sensible,
audible o visible, fónica o gráfica, de la que se torna, por el contrario,
condición. Es por tal razón que no puede hacerse una ciencia que haga
de ella un “objeto”, un ente presente e idéntico. Es pura diferencia, pura
formación de la forma.
La huella introduce también una dimensión fundamentalmente
temporal que la asocia al concepto freudiano de nachträglich, de après-
coup o efecto retroactivo presente en los dos tiempos del trauma, la cual
objeta la temporalidad de la consciencia en tanto no puede reducirse a un
mero “presente”. El tiempo A, por ejemplo, la escena sexual infantil que
Freud suponía en el primer tiempo del trauma, no se torna eficaz sino en
el segundo momento B, ocurrido en la pubertad. En A no está su eficacia

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presente sino en su remisión a B, que a su vez no valdría como tal si no


fuera antecedido por A. Allí es donde, según Derrida, la diferencia difiere,
la huella anuncia y recuerda, poniendo así en cuestión las distinciones
entre pasado, presente y futuro de la concepción clásica del tiempo y la
lógica de la identidad. La huella no es el recuerdo del trauma, sino que éste
se constituye en la diferencia entre A y B. El texto se torna así una red, un
tejido de diferencias, remisiones y articulaciones sin un centro absoluto,
condición de la producción de sentido.
Es a partir de la diferencia entre forma y sustancia que puede afirmarse
que el habla y la escritura son expresiones de un único y mismo lenguaje
ya que si una de esas dos sustancias (flujo de aire o de tinta) no fueran
parte del lenguaje en sí mismo no podría pasarse de otra sin “cambiar”
de lenguaje. Lo cual sería absurdo. La escritura es externa al habla, sin
ser una mera “imagen” o “símbolo” de ella, pero más interna al habla
en tanto es ella misma escritura. “Antes de estar ligada a la incisión, al
grabado, al dibujo o a la letra, a un significante que en general remitiría a
un significante significado por él, el concepto de grafía implica, como la
posibilidad común a todos los sistemas de significación, la instancia de la
huella instituida” (Ibíd., 60).
El habla se extrae, por lo tanto, de ese fondo de escritura presente en la
lengua misma. En esto Derrida sigue de cerca a L. Hjelmslev, a la Escuela
lingüística de Copenhague y la glosemática. Esta escuela pone en cuestión
la proposición de sentido común de que se aprende a leer y escribir
luego de dominar el lenguaje hablado, lo cual le adjudica un carácter
secundario a la escritura. Así, un texto escrito tiene para Hjelmslev
el mismo valor que un texto hablado, desestimando la elección de la
sustancia y negándole a la fónica un estatuto originario, pues se confunde
a la escritura con el concepto vulgar que se tiene de ella. Es la crítica
que le realiza a R. Jakobson, quien no termina de captar, en su estudio
fonológico, la dimensión de escritura que hay en la estructura de los rasgos
distintivos del fonema, permaneciendo así fiel a algunos prejuicios del
Saussure “logocéntrico”. Hjelmslev se niega de este modo a establecer una
“derivación” de las sustancias (Cf. DERRIDA 1967b, 77) ya que no puede
establecerse con certeza aquello que es o no derivado, así como el origen
de la escritura alfabética permanece oculto en la prehistoria.
La escuela de Copenhague destaca la “forma” desligada de todo vínculo
natural con una sustancia. Esta escuela, al reconocer la especificidad de
la escritura, fue conducida a poner de relieve no sólo el elemento gráfico
sino también lo literario en tanto tal; es decir, lo que en un texto hay de
irreductiblemente gráfico en disyunción con la palabra. Aquello que en la
literatura, como juego de la forma, se separa de la voz -al contrario de la
poesía que sería la literatura más fonológica, más próxima a la voz- y pasa
a estar muy presente en la literatura moderna. Es así que si la lengua no
fuera ya escritura ninguna notación derivada sería posible.
La “deconstrucción” sería el remedio derridiano para el logocentrismo.
Significante que surge al tratar de traducir el término heideggeriano
destruktion, evitando hacerlo por “destrucción”. Derrida no sostiene
la grandes “rupturas”, las rupturas epistemológicas radicales, más bien

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concibe transformaciones, desplazamientos, utilizar un concepto contra


sus propios presupuestos, reconfigurarlos de un modo interminable.
Ello en la medida que cualquier fin constituiría una teleología, la cual
sería inevitablemente inherente a los presupuestos metafísicos que se
intentaban, precisamente, “deconstruir”. Por lo tanto, no se trata de
una demolición -que para Derrida es imposible- sino de una des-
sedimentación, de un desmontaje de todas las significaciones sostenidas
en ese logos.
En una conferencia de 1968 titulada La différance, reemplaza la “e” de
différence (diferencia en francés) por la letra “a”, produciendo un término
nuevo pero a su vez homofónico: différance. En éste convergen tanto la
“diferencia” -destacada en sus estudios sobre Saussure- como el acto de
“diferir”, aplazar, posponer en el tiempo.
La deconstrucción pone de relieve la différance, muestra el tejido de
diferencias que habita el texto, fluidificando todo lo que es estable y
sólido en tanto ella nunca es una plenitud sensible sino una permanente
remisión. Se mueve en sus fisuras, fronteras y contradicciones. En esto
radica su poder desustancializador, y por ello la huella es “indefinidamente
su propio devenir” (Ibíd., 62). Así, se privilegia en la escritura el juego de
lenguaje por sobre el significado trascendental.
En síntesis, la metafísica -según Derrida- quiso ocultar la diferencia
con la presencia del sentido, una presencia que no tiene una estructura
de reenvío de un elemento a otro, que es precisamente lo que destaca
la diferencia. Reprime los medios con los que se constituye la presencia
misma, la presupone inmediata a la consciencia. Podríamos decirlo con
Lacan: taponar el tonel para que no se fugue el sentido y para eso debe
localizarse un significado trascendental, un sentido puro, una verdad
absoluta (Cf. GODOY 2016a, 9). Por eso el etno-logocentrismo (nombre
derridiano de la metafísica) es no sólo un fonologismo sino también,
fundamentalmente, una onto-teología. La diferencia es la fuga misma, en
su repetición indefinida, la remisión sin detención. Pues toda detención
introduce inevitablemente un absoluto, un fin o principio último, un
sujeto por entero presente a sí mismo, un Logos absoluto, un Dios.

Lacan y la instancia de la letra

En su escrito de 1957 “La instancia de la letra o la razón desde Freud”,


Lacan introduce su concepto de “letra”, destacando la escritura que hay
en el habla misma, la grama que hay en la fonía; es decir, que en lo que se
escucha hay que captar la estructura que despeja el abordaje lingüístico.
Tanto Saussure y Jakobson -referencias centrales de este escrito- apuntan
en lo que se escucha a algo totalmente diferente de las modulaciones,
propiedades y cualidades del sonido tal como hoy podría ser captado,
incluso, por un instrumento técnico. El abordaje lingüístico apunta a
la presencia de un sistema en lo que se escucha. Vale para eso destacar
la diferencia que señala Jakobson entre la fonética y la fonología. En
sus Seis lecciones sobre el sonido y el sentido de 1942, señalaba que ni
la fonética “motriz” ni la fonética “acústica” puede dar cuenta de los

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elementos constitutivos de los fonemas, y por ello propone una nueva


disciplina: “la fonología”, que estudia los aspectos sonoros del lenguaje
pero en su aspecto puramente lingüístico; es decir, en su valor de signos
verbales. Esto está presente, por lo tanto, en su definición del fonema:
“Los sonidos munidos de un valor distintivo, los sonidos capaces de
diferenciar las palabras, han recibido un nombre especial en la ciencia del
lenguaje. Por ejemplo, en ruso la e cerrada y la e abierta no son más que
dos variantes de un solo fonema, variantes que se llaman combinatorias,
porque dependen únicamente de la combinación de los sonidos: frente a
las consonantes mojadas la vocal e es cerrada y en las otras combinatorias
es abierta” (JAKOBSON 1942, 44).
Se aprecia así la diferencia entre el punto de vista estrictamente
fonético, que no exige más que realizar el inventario de los sonidos,
en tanto meros fenómenos motores y acústicos, y el punto de vista
fonológico, que nos obliga a examinar el valor lingüístico de los sonidos y
establecer los fonemas, es decir, el sistema de los sonidos como elementos
que sirven para distinguir las palabras. En consecuencia, los sistemas
fonéticos y fonológicos discrepan, siendo estos últimos más reducidos y
comportando, a su vez, un sistema coherente de relaciones. Implica, no la
diversidad de sonidos sino lo que hay de distintivo en un sonido. Lacan
encuentra así lo que ya en el sistema fonemático de la lengua anticipa
en el habla a la imprenta: “…se ve que un elemento esencial en el habla
misma estaba predestinado a moldearse en los caracteres móviles que…
presentifican válidamente lo que llamamos la letra, a saber la estructura
esencialmente localizada del significante” (LACAN 1957, 481).
La letra desprende al significante del valor de significación que adquiere
sólo secundariamente como resultado de la combinación entre sí para
la configuración de monemas. Este aspecto es central para Lacan, vuelto
a evocar en 1966 en “La ciencia y la verdad” cuando señala que: “Por
el psicoanálisis, el significante se define como actuando en primer lugar
como separado de la significación” (LACAN 1966, 853), siendo esta
característica la que le otorga un “carácter literal”.
La letra presenta, por lo tanto, al significante desprendido del
significado por un lado y, por otra parte, localizado en una materialidad
visible como “letra de molde”, pero que se encuentra, al igual que el
fonema, dentro de un sistema de oposiciones. Esto demostraría lo que hay
en el habla de equivalencia con la escritura antes que se deposite en el
papel como impresión. Por eso la respuesta de Lacan a Derrida será decir
que la archiescritura -que como hemos señalado anteriormente no es la
escritura degradada como simple representación de la palabra hablada-,
propuesta por la gramatología derridiana era lo que él -casi una década
antes- había llamado la instancia de la letra. Así lo señala en los años 70:
“…tal vez se habría podido pensar que por algo escribí “La instancia de la
letra en el inconsciente”. No dije la instancia del significante, ese querido
significante, lacaniano como se dice, se dice, se dice cuando se quiere decir
que se lo arrebaté indebidamente a Saussure. Sí. Que Freud diga que el
sueño es un rebus no me hará desistir un solo instante de afirmar que el

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inconsciente está estructurado como un lenguaje. Solo que es un lenguaje


en medio del cual apareció su escrito” (LACAN 1971, 83).
Para Lacan, lo que los “vivillos de la archiescritura” destacan es la
escritura que está desde siempre en el mundo y así la hacen prevalecer
sobre la palabra (Cf. Ibíd.).

Síntoma y litoral

La lituratierra de los años setenta otorga una nueva versión de la instancia


de la letra, situándose en el medio del trabajo sobre el rasgo unario -
desarrollado en los sesenta durante el Seminario 9 para dar cuenta de la
identificación-. El rasgo unario implica el significante como unidad, en
tanto que su inscripción se hace efectiva en una huella o marca. El sufijo
“-ario”, evoca, por una parte, el conteo (este sufijo se emplea para formar
sustantivos de valor numeral) y, por otra parte, la diferencia (los lingüistas
hablan de “rasgos distintivos binarios”, “terciarios”). Lacan utiliza como
ejemplo una costilla de animal prehistórico cubierta de una serie de
marcas que se encuentra en el museo de arqueología de Saint-Germain-en-
Laye. Marcas que supone han sido trazadas por un cazador, representando
cada una de ellas un animal muerto: “El primer significante es la muesca
con que se marca, por ejemplo, que el sujeto ha matado a un animal, con
lo cual ya no se enredará en su memoria cuando haya matado diez más.
No tendrá que acordarse cuál es cual -los contará a partir de este rasgo
unario” (LACAN 1964, 147). Estas marcas las encontramos, por ejemplo,
en el hueso de Ishango, datado en el paleolítico superior, hace 35.000 años,
es uno de los primeros artilugios contables de la historia humana.
Que cada animal, cualesquiera que sean sus particularidades, sea
contado como una unidad, significa que el rasgo unario introduce un
registro que se sitúa más allá de la apariencia sensible. En ese registro, que
es el de lo simbólico, la diferencia y la identidad ya no se basan más en la
apariencia, es decir, en lo imaginario. La identidad de los rasgos reside en
que estos sean leídos como unos, por irregular que sea su trazado. El rasgo
unario, por lo tanto, no es solamente lo que subsiste del objeto, también
es lo que lo ha borrado en tanto tal. Debido a dicho borramiento, el rasgo
unario introduce una diferencia que no es la diferencia cualitativa sino la
diferencia en cuanto tal, la pura diferencia.
En su escrito “Lituratierra”, publicado en octubre de 1971 y retomado
en el Seminario 18, Lacan aborda el estatuto de la letra en la literatura para
interrogar lo que ésta enseña al psicoanálisis. Para ello acuña el neologismo
lituraterre (traducido en la edición castellana de los Otros escritos como
“lituratierra”).
Toma a su vez el equívoco joyceano entre a letter (letra) y a litter
(basura), para señalar cómo la letra es lo que resta, lo que queda
incluso como desecho, tal como lo señala Beckett en su “literatura de
la despalabra” (Cf. EIDELBERG 2014, 27-32), en la cual la lengua que
se utilice con la máxima eficacia sea aquella que con mayor eficacia se
inutiliza. Lo que resta de la palabra cuando se quitan sus velos, su uso
comunicativo o la reducción a un sentido.

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En este escrito Lacan nos propone dos apólogos que podemos


denominar, siguiendo a Eric Laurent, el de “La carta/letra robada” (La
lettre volée) y el de “El vuelo sobre la letra” (Le vol sur la lettre). En ellos
contrapone el estatuto de la letra en Occidente y Oriente, método muy
presente en el Lacan de los años setenta y que conecta estrechamente entre
sí a los seminarios 18 y 24. Tomemos entonces cada uno de ellos para
situar el estatuto de la letra que nos revela cada caso.
Como hemos señalado, el comentario lacaniano de “La carta robada”
de Poe del año 1956 -con la que abría sus Escritos- fue objeto de lo que
denominamos “crítica anacrónica” por parte de Derrida en el año 1967.
“Lituratierra”, de 1971, es un escrito que opera como una puesta al día
de su escrito “La instancia de la letra...” de los cincuenta en donde, si
bien introducía su teoría del significante, la distinción con la instancia
de la letra aún carecía de precisión, aunque ya se esboza. Pero, a su vez,
retoma el cuento de Poe comentado en “La carta robada” para destacar
dos puntos fundamentales de su lectura que operan, al mismo tiempo,
como respuesta a las críticas derridianas: primero, la carta/letra siempre
llega a destino; segundo, la carta/letra tiene un efecto de feminización en
quien la detenta. Que la carta llegue siempre a destino no quiere decir
que tiene una significación prefigurada y un destinatario, tal como lo
atribuye el filósofo desde su crítica al supuesto logocentrismo lacaniano.
El lugar del goce surge, más bien, como enigma y agujero en el sentido. La
letra señala ese lugar del goce. Para Lacan no se trata -como en Derrida
y otros autores de la época- de la mera oposición entre sentido y sin-
sentido, que se redobla, como hemos señalado, en una ontología del ser y
la nada, sino de localizar la función de la letra como la función de fijación
de un goce que hace “litoral” con el sentido. Precisamente, un “litoral”
constituye el área de transición entre los sistemas terrestres y los marinos.
Conceptualmente es lo que se denomina un “ecotono”, una frontera
ecológica que se caracteriza por intensos procesos de intercambio de
materia y energía. Son ecosistemas con un gran dinamismo y variabilidad,
en constante movimiento; a diferencia de un “borde”, “frontera” o
“límite” estático o rígido. En esto radica un punto crucial de la diferencia
entre una “frontera” y un “litoral” en el que Lacan apoya su concepción
de la letra. Mientras la frontera separa dos territorios que son iguales
para quien lo atraviesa -es decir que tienen una “común medida”- el
litoral plantea una ausencia radical de medida común, de reciprocidad, de
equivalencia: “Entre centro y ausencia, entre saber y goce, hay litoral que
solo vira a literal si pudiesen, a ese viraje, considerarlo el mismo en todo
instante” (LACAN 1971, 25).
Para dar cuenta de esta función, Lacan evoca el título de un poema
de Henri Michaux, que sitúa este litoral “Entre centro y ausencia”. Saber
y goce no se recubren. Si el saber ocupa el centro, el goce que no se
atrapa en la redes del saber aparece como ausencia. Por el contrario, si
la irrupción de ese goce enigmático ocupa el centro, el saber se ausenta.
Entre centro y ausencia, en un litoral en constante dinamismo. Hay,
pues, discontinuidad, litoral, ruptura, no intersección entre saber y goce,
descentrado uno del otro, bordeando cada uno el agujero del otro. La letra

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Anuario de Investigaciones, 2018, vol. XXV, Enero-Diciembre, ISSN: 0329-5885 / 1851-1686

produce un pasaje del litoral a lo literal, inscribe una huella, cifra en el


inconsciente. Lo “dibuja” como borde del agujero en el saber.

Conclusión: la letra del síntoma y lalengua

Ese pasaje del litoral a lo litoral, dicha presencia “literal”, ese borde entre
el goce y el saber, podemos ubicarlo al nivel de la letra del síntoma. En el
Seminario 22, el síntoma es abordado precisamente como “función” en el
sentido matemático: f (x). Lacan pregunta: “¿Qué es esta x? Es lo que del
inconsciente puede traducirse por una letra en tanto que solamente en la
letra la identidad de sí a sí está aislada de toda cualidad. Del inconsciente,
todo Uno en tanto que sustenta el significante en lo cual el inconsciente
consiste, todo Uno es susceptible de escribirse por una letra” (LACAN
1974-1975, 21-1-75).
Encontramos aquí cómo se conjuga su trabajo sobre el “rasgo unario”
con la conceptualización de la letra y su formalización. Pues en la letra -
como señaló antes del “rasgo”- la identidad y la diferencia no se confunden
en absoluto con la cualidad. Anula todas las cualidades referibles. Es un
significante sólo, Uno, sin S2, no encadenado, que se escribe por una letra
en el síntoma. “Litoral literalizado” entre centro y ausencia, entre el goce
que hay (del síntoma) y la ausencia de aquello que no puede escribirse (la
relación sexual).
Para Lacan, que la escritura no sea secundaria y mera transcripción del
habla como comunicación y sentido -como señala Derrida en su crítica del
prejuicio logocéntrico- no implica que ésta sea primaria (“archiescritura”).
La noción novedosa de lalengua, que Lacan introduce en los años setenta,
permite resolver el impasse. Antes de la letra del síntoma está lalengua
como sus equívocos y resonancias, y no el lenguaje como articulación o
el habla como comunicación de un sentido. La anterioridad la tiene el
Uno de lalengua, que no tiene ningún “logos” en el centro, y puede ser
susceptible de escribirse como letra en el síntoma. La lectura de esta letra
en el decir del analizante constituirá por lo tanto el fundamento de la
interpretación psicoanalítica.

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