MAESTRO:
IGNACIO
MATERIA: PADRES DE
LA IGLESIA
TRABAJO:
COMENTARIO A LA
CARTA DEL CARDENAL
SARAH
FECHA:
2/07/2021
ALUMNO: JOSÉ
LEOPOLDO PAJARITO
GONZÁLEZ
Creo que el Cardenal Sarah nos llama a que pongamos énfasis en el encuentro
personal e íntimo con el Dios encarnado que se nos ha entregado no de forma
virtual, sino real, diciendo: 'El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en
mí y yo en él'» (Jn 6, 56).
Ya que Dios nos llama a que comamos su cuerpo y su sangre con toda la riqueza
de su grandeza.
Creo que debemos de tener mucho cuidado en no caer en el error, como no lo
hace ver el Cardenal Sarah, de pensar que la misa vale lo mismo por televisión
que presencial sin ser esto cierto ya que por televisión no se hace comunidad
como lo es el principal objetivo de la eucaristía como la Iglesia primitiva.
Por televisión no estas físicamente en un lugar especial para la transustanciación
del Cuerpo y la Sangre de Cristo
Por todo esto que comenta el Cardenal Sarah no debemos de acostumbrarnos a
vivir la Eucaristía por televisión sino presencial, de una manera viva y comunitaria
En este punto el Cardenal da una indicación precisa: «Un principio seguro para no
cometer errores es la obediencia. Obediencia a las normas de la Iglesia,
obediencia a los obispos. En tiempos de dificultad (por ejemplo, pensemos en
las guerras, en las pandemias) los Obispos y las Conferencias Episcopales
pueden dar reglamentos provisionales a los que hay que obedecer».
(VaticanNews/InfoCatólica) Es urgente volver a la normalidad de la vida cristiana
con la presencia física en la misa, donde las circunstancias lo permitan: ninguna
transmisión es equiparable a la participación personal o puede reemplazarla.
Así afirma el Cardenal Robert Sarah,
Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, en una Carta sobre la celebración de la liturgia durante y después
de la pandemia de Covid-19, titulada «¡Volvamos con alegría a la Eucaristía!». El
texto, dirigido a los presidentes de las Conferencias Episcopales de la Iglesia
Católica el 15 de agosto, fue aprobado por el Papa Francisco el pasado 3 de
septiembre.
Un texto especialmente significativo en aquellas diócesis en los que las
autoridades civiles intentan marcar la celebración o no de la Santa Misa e
incluso el modo de hacerlo.
Dimensión comunitaria de la vida cristiana
La pandemia debida al nuevo coronavirus – escribe el Cardenal Sarah – ha
producido «trastornos» no sólo en las dinámicas sociales y familiares, «sino
también en la vida de la comunidad cristiana, incluida la dimensión litúrgica». El
Purpurado recuerda que «la dimensión comunitaria tiene un significado teológico:
Dios es relación de Personas en la Santísima Trinidad» y «se pone en relación
con el hombre y la mujer y los llama, a su vez, a la relación con Él». Así, «mientras
que los paganos construían templos dedicados únicamente a la divinidad, a los
que el pueblo no tenía acceso, los cristianos, en cuanto gozaron de libertad de
culto, construyeron inmediatamente lugares que eran domus Dei et domus
ecclesiae, donde los fieles podían reconocerse como una comunidad de Dios».
Por esta razón «la casa del Señor presupone la presencia de la familia de los hijos
de Dios».
Colaboración de la Iglesia con las autoridades civiles
En el texto se lee que «la comunidad cristiana nunca ha perseguido el aislamiento
y nunca ha hecho de la Iglesia una ciudad con puertas cerradas. Formados en el
valor de la vida comunitaria y la búsqueda del bien común, los cristianos siempre
han buscado la inserción en la sociedad». «Incluso en la emergencia de la
pandemia surgió un gran sentido de responsabilidad: al escuchar y colaborar con
las autoridades civiles y los expertos», los obispos «estuvieron listos para tomar
decisiones difíciles y dolorosas, hasta la suspensión prolongada de la participación
de los fieles en la celebración de la Eucaristía».
La urgencia de volver a la normalidad de la vida cristiana
«Tan pronto como las circunstancias lo permitan, sin embargo – afirma el
Cardenal Sarah – es necesario y urgente volver a la normalidad de la vida
cristiana, que tiene como casa el edificio de la iglesia y la celebración de la liturgia,
especialmente la Eucaristía, como ‘la cumbre hacia la que tiende la acción de la
Iglesia y al mismo tiempo la fuente de la que emana toda su fuerza’»
(Sacrosanctum Concilium, 10).
Necesidad de participación personal en la misa
El Cardenal subraya que «aunque los medios de comunicación realicen un valioso
servicio a los enfermos y a los que no pueden ir a la iglesia, y han prestado un
gran servicio en la transmisión de la Santa Misa en un momento en que no era
posible celebrarla comunitariamente, ninguna transmisión es equiparable a la
participación personal o puede sustituirla. Por el contrario, estas transmisiones,
solas, hacen que se corra el riesgo de alejarnos del encuentro personal e íntimo
con el Dios encarnado que se nos ha entregado no de forma virtual, sino real,
diciendo: 'El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él'»
(Jn 6, 56).
Sugerencias para volver a la celebración de la Eucaristía
En la carta el Purpurado sugiere «algunas líneas de acción para promover un
retorno rápido y seguro a la celebración de la Eucaristía». «La debida atención a
las normas de higiene y seguridad – escribe – no puede conducir a la
esterilización de los gestos y ritos». Además, «confía en la acción prudente,
pero firme, de los Obispos para que la participación de los fieles en la celebración
de la Eucaristía no se catalogada por las autoridades públicas como una 'reunión',
y no se la considere comparable, y ni siquiera subordinada, a formas de
agregación recreativa».
Reconoce «a los fieles el derecho a recibir el Cuerpo de Cristo y a adorar
al Señor presente en la Eucaristía de la manera prevista»
En esta carta se exhorta a facilitar a los fieles su participación en las
celebraciones, pero sin improvisadas experimentaciones rituales y respetando
plenamente las normas, contenidas en los «libros litúrgicos, que regulan su
realización», y reconociendo «a los fieles el derecho a recibir el Cuerpo de Cristo y
a adorar al Señor presente en la Eucaristía de la manera prevista, sin limitaciones
que vayan incluso más allá de lo que prevén las normas de higiene dictadas por
las autoridades públicas o los Obispos».
Un principio seguro: la obediencia a los obispos
En este punto el Cardenal da una indicación precisa: «Un principio seguro para no
cometer errores es la obediencia. Obediencia a las normas de la Iglesia,
obediencia a los obispos. En tiempos de dificultad (por ejemplo, pensemos en
las guerras, en las pandemias) los Obispos y las Conferencias Episcopales
pueden dar reglamentos provisionales a los que hay que obedecer».
La salud pública y la salvación eterna
La Iglesia – concluye el Cardenal Sarah – protege a la persona humana «en su
totalidad» y «a la debida preocupación por la salud pública la Iglesia une el
anuncio y el acompañamiento hacia la salvación eterna de las almas».