Interculturalidad en los sistemas de alimentación.
El ensayo ¿Somos lo que comemos? de Alison Spedding, que descarta las “obsesivas”
categorías de aquello que califican como “lo colonial”, y que pretenden enaltecer una
“jerarquía al revés”, donde el indígena está (ahora) por encima de ese otro, de ese ser colonial.
Reflexiona, también, sobre los trabajos/estudios/investigaciones que fomentan e intentan
reforzar éste tipo de argumentación que se aleja de la realidad y que muestran al indígena
como individuo que aparta y rechaza en sus prácticas cotidianas cualquier tipo de consumo
cultural globalizado, y que se aferra exclusiva y fielmente a prácticas, tradiciones y racionalidad
económica indígena originaria.
El ensayo invita a madurar la idea que de que muchos indígenas tienen una “relación pasiva”
con su cultura, y que tienen consumos culturales y religiosos no andinos. Incluso en las
prácticas agrícolas, que ya no son exclusivamente para el autoconsumo o para el intercambio
(trueque); sino para la comercialización.
Entonces, si pensamos en la actividad agrícola de hoy en día bajo ésta lógica de “relación
pasiva”, observamos que sembramos y cosechamos cuando sea, sin importar el desgaste de la
tierra y sin importar las prácticas de siembra y cosecha tradicionales, porque lo importante no
es consumir bien, o lograr producir alimentos libres de químicos, sino “ganar bien”. Y para
“ganar bien”, hay que producir más, y para producir más, hay que explotar más (a la tierra), y
para eso, están los agroquímicos.
Después de desarrollar ésta inquietud sobre la descolonización, la autora pregunta: ¿Cómo se
entiende la descolonización referente a la alimentación? Y responde con dos conceptos:
producción y consumo.
Antes de continuar, es necesario destacar algo importante referente a lo que la antropóloga
alimentaria, Patricia Aguirre (2014), dice, no en todos los países, ni en todos los tiempos, se ha
comido lo mismo. En ese marco, pues, tampoco se ha producido lo mismo.
Por ejemplo, la producción de papa y otros tubérculos (papa lisa, racacha, oca), y la
elaboración de los derivados de éstos: el chuño y la caya; han permanecido en nuestro
contexto desde la época pre-colombina (Waldemar Espinoza - fecha). Inclusive pre-incaica, las
etnias andinas ya tenían conocimiento sobre técnicas y métodos para la conservación de
alimentos a través de la deshidratación. Los incas tras la conquista de éstos pueblos, se
apropiaron de éstas y otras prácticas agrícolas y de transformación de alimentos, y las
reprodujeron por todo el territorio de dominación que gozaban.
El fin de la producción indígena consistía (consiste) en satisfacer necesidades mediante el
trabajo/la participación familiar y comunitaria. La comercialización, el mercado, el dinero como
lo conocemos hoy en día y el valor (económico) de las cosas, de los alimentos, lo trajo consigo
la colonia. Des-colonizarnos en nuestra alimentación, ¿es volver a eso? ¿a la producción
familiar y comunitaria? ¿al trueque? ¿a re-valorizar las prácticas agrícolas? ¿a recuperar el
sentido de reciprocidad en la producción de alimentos de forma comunitaria?
Si pensamos nuestra actualidad, vemos que la producción agrícola nacional se ocupa de
satisfacer una demanda comercial (más externa que interna) con productos agrícolas
introducidos, la soja, por ejemplo. El arroz, otro producto introducido, indispensable en la
canasta básica familiar. La producción de cebolla – otro alimento introducido - imprescindible
en nuestra dieta y en nuestros platos “tradicionales” y “típicos”; volviendo a Spedding, que
comenta sobre la cebolla y su consumo, dice, hoy en día sería totalmente infructuoso intentar
convencer a la gente que la eliminen de sus caldos, ahogados y demás platos.
Entonces, ¿cómo entendemos la descolonización alimentaria? ¿consumiendo más chuño y
más quinua? ¿introduciendo la carne de llama en restaurantes gourmet? ¿removiendo cada
alimento no nativo de nuestra gastronomía? Si sucediera tal cosa, ¿cómo afectaría la economía
nacional? Ya no se produciría arroz, soja, azúcar, por nombrar algunos; desaparecerían los
ganaderos, los criaderos de chanchos, de gallinas, de corderos y cabras. Caerían en quiebra los
criaderos de trucha y pejerrey de lagos y ríos. Según el INE, una de las actividades de mayor
crecimiento entre las actividades agropecuarias es el cultivo de arroz, 12,24% de incidencia en
el PIB. De nuevo, ¿cómo afectaría nuestra economía?
Además de preocuparnos por entender el proceso de descolonización, debería inquietarnos el
constante proceso de inter-culturalización de nuestro contexto. La “colonización”, la
“conquista”, el sometimiento de un sistema extranjero sobre otro, siempre ha existido. Los
incas conquistaron los señoríos aimaras, los españoles a los incas y bueno, aparentemente,
siglo XXI, seguimos luchando para liberarnos del sistema de dominación colonial, hasta un
Viceministerio de Descolonización tenemos en Bolivia.
La apropiación, la convivencia, la mezcolanza, el sincretismo, la horizontalidad y sinergia de
conocimientos de contextos distintos rescatados en un plato, es y ha sido un proceso de
revolución permanente.
Desde tiempos pre-colombinos, los andinos hemos tenido una forma inter-cultural de
producción, de elaboración y transformación de alimentos. La migración de conocimiento y de
prácticas culinarias expuestas en las diferentes formas de transformar el maíz, por ejemplo,
desde la chicha, hasta una lagua.
Waldemar Espinoza, nos habla de formas de producción agrícola que migraron de una región a
otra para abastecerse de productos de trópico en regiones de Valle Alto, e incluso en el
altiplano, durante el periodo de dominación Inca. La producción de coca a 4000 m.s.n.m. en los
andes peruanos, por ejemplo, laboratorios agrícolas en Pisaq, Cusco. La introducción de
productos frutales en regiones altiplánicas, y la inserción de éstos en su dieta cotidiana. La
migración alimentaria se ha dado, desde hace mucho.
De la misma manera, los extranjeros que llegaron a invadir nuestro territorio, migraron con
costumbres y prácticas, que, impuestas y no, lograron adaptarse y permanecer hasta el día de
hoy.
Hemos llegado a dominar la preparación alimentos que no son oriundos de nuestra región,
que no son de nuestro continente, incluso. Se mencionaba la cebolla. Podemos nombrar
fácilmente 20 platos “tradicionales” bolivianos, andinos bolivianos, que llevan como
ingrediente esta planta comestible. El arroz, otro alimento imprescindible. Especulando, un
hogar debe consumir arroz entre cuatro a cinco días de siete a la semana, en su plato principal
(segundo) o en sopa. La carne de res, de igual manera, siempre presente o en segundo o en
sopa. La carne de cerdo, en “platos de domingo” o en “ocasiones especiales” ¿podríamos
“descolonizarnos” de alguno de éstos ingredientes?
En nuestro intento de descolonización, de interculturalidad alimentaria, de revolución
alimentaria, ¿producimos para comer?, ¿para el comercio?, hacemos uso alimenticio ¿para
nutrirnos?, ¿para saciar el hambre?,¿para iniciar y mantener relaciones sociales?, ¿para
expresar cariño?, ¿para identificarnos en algún grupo?, ¿para señalar status social?, ¿para
expresar sentimientos morales? Aguirre, en su artículo Flacos ricos, gordos pobres, reflexiona
sobre 20 usos (sociales) del comensal y en conclusión nos dice que: comer es un acto social.
Las nuevas tendencias alimentarias en Bolivia nos invitan a incorporar en nuestra gastronomía
nuevas formas de transformar alimentos, y, una vez más, de cultivar alimentos. Pero, ¿quién
dice hoy en día qué comer? ¿quién dice qué producir? ¿Somos dueños de nuestras propias
decisiones alimentarias? ¿lo decide el capitalismo? ¿el mercado? ¿la derecha? ¿la izquierda?
¿las industrias? ¿el Estado? ¿las leyes?
El poder de decisión del particular sobre su propia persona permite ser quien elige qué comer,
¿cierto? Sin embargo, nuestras libertades son pocas. Parece que todo depende de cuáles son
nuestros consumos culturales, nuestro círculo social, y cómo está el peso en nuestro bolsillo, la
incógnita permanente de quién queremos ser, de quién queremos proyectar ser. Comer es un
acto social.
Y producir, ¿es también un acto social? ¿Será que la supuesta descolonización parte de la
producción? ¿será verdadera la revolución alimentaria? Porque la Ley 144, Ley de Revolución
Alimentaria, trajo como consecuencia el favorecimiento a industrias de monocultivo,
específicamente a la soja y el azúcar. Se escucha más sobre el éxito de la soja y el azúcar, que
hasta incorporan esos productos en el subsidio de maternidad. Muy poco se oye o se ve
difusión sobre la producción agrícola de base comunitaria, mucho menos que entra al subsidio
de maternidad, o que se reparte en el desayuno escolar.
El Art.20, Política de Promoción del Consumo Nacional, dice en el parágrafo II, numeral 3,
Incorporar a las comunidades indígena originario campesino, comunidades interculturales y
afrobolivianas como entidades proveedoras de alimentos para el Programa de Alimentación
Complementaria Escolar y el Subsidio de Lactancia Materna, con este fin se establecerá la
normativa necesaria para que sean habilitadas como entidades de provisión de bienes y
servicios. ¿Dónde están éstos productos?
El numeral siguiente, norma una certificación de uso de mano de obra e insumos locales de
productos agropecuarios, a implementar el Sello Social, y este se ve más en productos
industrializados – procesados y ultra procesados – que en productos orgánicos.
Nos queda aún hurgar más profundo y meternos en el debate coyuntural sobre la alimentación
nutritiva y soberana, por sobre todo soberana. Hurgar más todo aquello que pretende
responder ¿qué es vivir bien?, el buen vivir, ¿qué es comer bien? Aguirre reflexiona la
pregunta en la siguiente afirmación: el vivir bien (comer bien) no depende de la ciencia, sino de
la escala de valores de una cultura, la que se ha formado en una relación dinámica con su
historia.