Diario de Una Vagabunda - Fumiko Hayashi
Diario de Una Vagabunda - Fumiko Hayashi
el Tokio de los años 20, una joven abandonada por su amante sobrevive
desempeñando todo tipo de trabajos mal pagados en cafés, tiendas y
fábricas, mientras intenta abrirse un hueco en el bohemio mundo literario de
la capital nipona y alcanzar su sueño de triunfar como escritora. Vagando de
amante en amante, de traición en traición, la joven repasa en su diario el día
a día de sus pequeñas alegrías, sus desdichas y sus esperanzas, viviendo
con toda la fuerza de la desesperación aferrada a su sueño.
Diario de una vagabunda recoge los años previos a la fama y al éxito de
Hayashi Fumiko, protagonista absoluta de sus páginas, que nos abre las
puertas de su vida y de sus ilusiones con naturalidad y sinceridad absolutas.
Publicada inicialmente por entregas entre 1928 y 1930, esta obra supuso un
soplo de aire fresco en el panorama literario de su época y proporcionó a su
joven autora un éxito sin precedentes.
«Hayashi Fumiko posee una poderosa imaginación dramática y resulta única
en el panorama literario del Japón moderno». Edward G. Seidensticker
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Fumiko Hayashi
ePub r1.0
Titivillus 02.08.18
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Título original: (Hōrōki)
Fumiko Hayashi, 1930
Traducción: Virginia Meza
Prólogo: Kayoko Takagi
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PRÓLOGO
Hayashi Fumiko solía escribir esta frase cuando le pedían su autógrafo. Su memoria,
como autora popular del Japón de la primera mitad del siglo XX, puede que esté
afectada por esta declaración, por estas palabras que representan el tema central de
sus obras más leídas. A fin de conocer a la autora, que luchó y triunfó en vida como
gran figura literaria femenina, creo que debemos empezar por familiarizarnos sobre la
época en que creció y vivió su truncada pero intensa vida de 48 años.
Fumiko fue hija natural de una pareja de comerciantes ambulantes en la zona del
norte de Kiushu, la sureña isla del archipiélago japonés. Desde su nacimiento en 1903
no tuvo la suerte de disfrutar de una vivienda fija, ya que sus padres no la poseían y,
más tarde, a causa de su separación, se vio obligada a los 10 años a incorporarse al
negocio de sus padres vendiendo comida y baratijas para contribuir a la
extremadamente precaria economía familiar.
Como se desprende de las primeras páginas de su obra, entendemos que viajaba
continuamente junto a sus padres por muchos pueblos mineros del sur de Japón. Tras
no pocos sufrimientos, consiguió graduarse en el colegio elemental de Onomichi,
ciudad a la orilla del mar Interior de Japón, con dos años de retraso sobre lo previsto.
Pronto su talento literario fue descubierto por varios maestros del colegio y fue
recomendada para seguir sus estudios en el instituto femenino de la ciudad. A los 18
años empezó a enviar poemas modernos y clásicos a las páginas de los diarios
locales. Su afición a la lectura y a la composición de poesía era notable.
Su primera experiencia de amor frustrado ocurrió justo al acabar los estudios a los
19 años. Se trasladó a Tokio siguiendo a su novio estudiante y se mantuvo como pudo
a su lado durante un año trabajando en fábricas, de niñera, de chica de servicio, de
dependienta o de sirvienta en los bares para hombres. Sin embargo, tras graduarse, el
novio se marchó solo a su casa natal rompiendo la promesa de casarse con ella. Él
procedía de una casa antigua del pueblo y la diferencia de clase no dejó fructificar su
unión. Los padres de ella, que también habían llegado a Tokio en busca de más
suerte, no vieron ninguna perspectiva de mejora económica y volvieron a Kiushu,
dejando a Fumiko, quien había decidido quedarse en Tokio.
La vida sola en la capital fue una cadena de penosas experiencias tanto en el
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trabajo como en su vida sentimental. Vivió con varios hombres que conocería en los
cafés donde servía. La tónica general fue que ella trabajaba muchísimo para
alimentarlos y ellos no lo valoraban o ni tan siquiera lo necesitaban. Tuvo que
transigir unas veces con la infidelidad y el egoísmo masculinos y, otras veces, con el
mimo machista al que estaban acostumbrados los intelectuales de la época. La
sombra del actor Tanabe Wakao, hombre casado, veinte años mayor que ella, poco
serio y nada fiel, fue intensa y duradera, mucho más de lo que ella hubiera deseado.
El poeta dadaísta Nomura Yoshiya fue otro caso descrito en la obra como hombre
irascible y enfermo, pero que, al final, se alejaría de ella al enamorarse de otra.
Aunque no aparecen más nombres en la presente obra, el listado de artistas de
tendencia anarquista que convivió con ella no debía de ser corto en aquella época.
Las excepciones, también recogidas en las páginas que siguen, fueron, en primer
lugar, ese vecino de la habitación de alquiler, Matsuda, que le presta dinero a cambio
de nada, o mejor dicho, con la oculta expectativa de que ella le hiciera caso un día.
No obstante, esa ilusión siempre recibirá un rechazo frontal de la deseada, quien lo
describía de este modo: «Era bajo de estatura, parecía un niño de quince o dieciséis
años. El pelo largo le llegaba a los hombros. Es el tipo de hombre que tiene todo lo
que yo detesto». La vida itinerante con los diferentes hombres de la protagonista-
autora no cesaría hasta que apareciera en su vida Tezuka Masaharu[1], estudiante de
Arte caracterizado en la obra como el pintor Yoshida. Tezuka le aportó el apoyo
psicológico y la estabilidad emocional que Fumiko precisaba. A pesar de que los
biógrafos no cesan de descubrir los affaires amorosos de Fumiko, aun después de la
boda con él, el carácter errante de Fumiko encontró su puerto de descanso en
Masaharu[2]. Desde entonces, la escritora se centró en trabajar en sus obras, que ya no
se alimentaban de las vivencias reales como única fuente de inspiración.
Desde el año 1928 al 1930 se publicó por entregas la primera versión del Diario
de una vagabunda en la revista Nyonin geijutsu[3] (El arte por las mujeres) dirigida
por la escritora feminista Hasegawa Shigure[4]. Su éxito hizo que en el mismo año de
1930 se publicara como libro y, seguidamente, la segunda parte. La publicación de la
obra no terminó aquí por la gran aceptación del público que empujó las ventas a la
espectacular cifra de 600.000 ejemplares. En 1939 se editó la versión definitiva por la
editorial Shinchō[5] y, a partir de 1946, se agregó la tercera parte y se publicó el
Nuevo diario de una vagabunda.
La apreciación de estas diferentes versiones está recogida en general en la Nota al
texto de la traductora Virginia Meza, por lo que me limito a reafirmar algunos de los
puntos más notables. El primero es que presenta el modo claro de diario que la autora
iba redactando después de los duros trabajos del día, venciendo el cansancio físico,
con frases cortas e incoherentes a veces. La versión definitiva, por otro lado, corrige
el formato de diario sencillo y las expresiones incompletas, cambiando el lenguaje
coloquial por uno más elaborado y literario. Sin embargo, la primera versión arroja
un torrente de expresiones sinceras y enérgicas, a pesar de que desde el punto de vista
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estilístico carezca del refinamiento suficiente como para ser una escritura de altura.
Seguramente ahí estaba el atractivo principal de la obra, en especial para los lectores
y para el público general de su tiempo. La intención de la autora, al corregir y agregar
la segunda y la tercera partes, se supone que era para elevar la obra al nivel al que
años más tarde aspiraría. Es la razón por la que, hasta hoy, conviven las tres versiones
de la obra.
Tras el éxito obtenido con Diario de una vagabunda, Fumiko realizó unos viajes
a China, Corea, Londres y París, ciudad donde residió unos seis meses pasando
hambre por no tener suficiente dinero para mantenerse. Sin embargo, su actividad
como poeta y novelista no cesó: publicó su primera colección de poemas Vi un
caballo azul[6] en 1930 y diferentes crónicas de sus viajes por el extranjero para una
serie de revistas.
Se dice que era una trabajadora nata que, seguramente afectada por la pobreza
extrema que experimentó en su niñez y juventud, nunca rechazó ninguna oferta de
trabajo. Publicó 278 libros y escribió unas treinta mil páginas a lo largo de su vida.
Cuando Fumiko murió de una insuficiencia cardíaca a los 48 años, la prensa escribió
que fue víctima de los medios de comunicación que la habían explotado.
Durante los años 1937 y 1938, años de tantas turbulencias en el continente chino,
viajó a Nanjing[7] como reportera del diario Mainichi y, seguidamente, aceptó el
trabajo de cronista del diario Asahi para cubrir la batalla de Wuhan[8] tras su caída.
Este tipo de actividad colaboradora con el Gobierno japonés se repitió alrededor de la
etapa de la Segunda Guerra Mundial, y volvió a realizar trabajos de cronista
formando parte del ejército de tierra japonés en Indochina, Singapur, Java, Borneo y
otros escenarios bélicos en los años 1942 y 1943. La experiencia en Dalat, Indochina,
fue precisamente la que le sirvió a Hayashi Fumiko de inspiración para su posterior
obra Nubes flotantes[9].
En una escritora que fue considerada una denunciante de la discriminación social
de la mujer y de la pobreza de la gente de los bajos fondos de la sociedad, como
podemos leer en sus primeras obras, es difícil entender estas actividades
progubernamentales y promilitares. Se sabe que sus amigas y amigos (incluyendo los
amantes) eran prácticamente todos de ideología anarquista y comunista, como era la
tónica general entre los intelectuales del Japón de los años veinte y treinta.
Tal vez podamos buscar los motivos de la escritora para este cambio de actitud en
la detención policial que sufrió en 1933 por considerarla «roja». La razón de la
detención fue que publicaba sus obras en revistas de ideología comunista y que sus
escritos no alentaban precisamente el sentido del sacrificio por la patria. La verdad es
que la revista que la encumbró a la fama como mujer escritora de éxito, Nyonin
Geijutsu, pronto se inclinó abiertamente hacia el comunismo soviético y en mitad de
la crisis de Shōwa[10] (1930-1931) empezó a publicar obras y artículos de inspiración
soviética. La idealización de la Unión Soviética como paraíso de los trabajadores se
propagó de tal manera en el territorio japonés, que la sociedad asistió al sorprendente
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exilio amoroso de una de sus actrices más populares, que huyó con su amante a aquel
país[11]. Los biógrafos discuten en este sentido que, como ocurrió con algunas
escritoras de éxito de la época, Fumiko quería mostrar su compromiso con la patria
más allá de la ideología afín a su vida de sufrimiento, por lo que aceptaría encargos
llamativos, poco coherentes con sus actividades anteriores. Para sus adentros, ella
declaraba siempre: «si no puedes comer, no sirve de nada la ideología ni la religión».
En una palabra, era la encarnación del realismo sincero y sus obras, a diferencia de
otras producidas en esta época tanto por hombres como por mujeres, huían del
servilismo ciego a las ideas.
A partir del fin de la guerra, en 1945 reanudó sus publicaciones. Salió a la luz El
remolino[12], que trata la vida de una viuda de guerra con su hijo de cinco años.
Vuelve el tema de la lucha de una mujer en situaciones adversas, pero era una
cuestión candente de la época. Muchas jóvenes se casaron antes de alistarse su
marido en el Ejército para ir a la guerra y, sin tener suficiente tiempo de disfrutar de
su vida matrimonial, recibían noticias tristes desde los lejanos campos de batalla.
Aunque no se considera la mejor obra de la autora, esta novela que se publicó por
entregas en el diario Mainichi redescubrió como novelista a Fumiko. A partir de aquí,
los temas de posguerra estarán presentes en casi todas sus obras.
El crisantemo tardío[13] es una novela corta pero bien estructurada que recibió
muy buenas críticas. Narra lo siguiente: una geisha en sus cincuenta espera la visita
de un cliente joven con quien, antes de ir él a la guerra en Birmania, mantenía una
apasionada relación. El hombre que reaparece ante ella ya no es el mismo. Su
musculoso cuerpo lleno de energía ya no habita en él. En realidad viene a pedirle
dinero para sanear su maltrecha economía, como todos los que habían vuelto de la
guerra. Ella lo intuye y se siente decepcionada. Saca su foto de cuando era joven,
pero esa imagen solo acentúa el paso del tiempo y el deterioro físico del hombre.
Ante la negativa de prestarle el dinero, el hombre pasa por un delirio momentáneo en
que siente el impulso de atacarla para robarle. «Estás borracho. Quédate a pasar la
noche…». Con estas palabras de la geisha el hombre vuelve en sí. Ella dice para sus
adentros: «Todavía queda un tercio de la botella de whisky. Se lo serviré todo para
que duerma como un tronco y mañana lo echaré a la calle. Yo sí que estaré
despierta». La geisha echa la foto al fuego del brasero del que sube un hilo de humo
negro.
Las descripciones del interior de los dos, que nos descubren la cruda realidad a la
que se enfrentan ya sin la dulzura de aquel amor que pasó, son magníficas. Fumiko
demostró con esta obra la suficiente experiencia y la destreza de una escritora que
supo plasmar la calidad literaria de su talento.
Sin embargo, seguramente, la obra que la hizo aún más popular después del éxito
de Diario de una vagabunda es Nubes flotantes. En esta, la destrucción del ser
humano al término de la guerra es el gran tema. El protagonista varón, Tomioka, es
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casi la prolongación del joven en El crisantemo tardío. Es un funcionario del
Ministerio de Agricultura que fue destinado a Dalat, Vietnam. Es un buen trabajador
pero débil a la atracción femenina. Aun siendo un hombre casado y con un hijo, se
relaciona con la muchacha nativa que sirve en su oficina y, cuando encuentra a una
nueva mecanógrafa, la joven Yukiko, también la seduce. A partir de aquí, la relación
de la pareja es la que constituye el eje de la novela. Al terminar la guerra, vuelven los
dos a un asolado Tokio. Tomioka no da señales de vida a Yukiko, que cree en su
palabra dada en Dalat de casarse con ella tras divorciarse de su mujer. Yukiko lo
visita, pero encuentra a un hombre acabado, sin trabajo, y sin voluntad de dar una
solución a la situación. Yukiko intenta sobrevivir sola pero no encuentra trabajo
fácilmente y acepta ser mantenida por un soldado americano[14].
Tomioka, por su parte, fracasa en los negocios y se ve obligado a vender su casa.
Además, su mujer, resentida por la frialdad y la infidelidad de su marido, muere
enferma. Desesperado, invita a Yukiko a unas fuentes termales con el propósito de
suicidarse juntos. Sin embargo, el plan no se cumple porque aparece ante él la joven
mujer del dueño del hotel con la que Tomioka tiene una aventura. Yukiko lo llama
monstruo, pero el suceso más monstruoso está a punto de acaecer. El marido sigue a
la mujer que viaja a Tokio para vivir con Tomioka y la mata.
Tomioka, finalmente, consigue un trabajo en la isla de Yakushima, isla lejana en
el extremo sur del archipiélago. Yukiko al fin lo acompaña en el viaje sin tener que
preocuparse de otras mujeres, pero por culpa de su dañada salud, tras el aborto del
bebé que iba a tener con Tomioka, muere en la isla de Yakushima ante un arrepentido
Tomioka. La obra termina describiendo el estado de alma del protagonista, quien
reconoce su verdadero amor hacia Yukiko, pero quien, a la vez, no puede evitar una
sensación de alivio al no tener que cargar con nadie. Por fin libre, siente esta libertad
como la de las nubes flotantes en el cielo, pero las que no se sabe hacia dónde se
dirigen.
La valoración de la obra fue excelente, especialmente en cuanto a la descripción
del protagonista varón, en contra de lo que era la tónica general en las obras de
Fumiko. La escritora, que gozaba de gran consideración entre las mujeres, demostró
al final de su carrera la capacidad de meterse en la piel de un hombre y logró
presentar ante los lectores la realidad del Japón de posguerra donde no era raro
encontrar a un Tomioka o a una Yukiko. La sensación triste que surge de la obra
puede que indicara también el final de la escritora, quien pareció haber intuido el fin
próximo de su vida.
El prólogo a la obra dice: «Si acaso puedo vivir hasta los cincuenta años, a esa
edad me gustaría escribir el verdadero Diario de una vagabunda. […] ¡Qué alegría y
qué felicidad sería llegar a los cincuenta años sin que se marchite mi alma femenina!
…».
Fumiko murió en 1951 sin acabar su obra La comida[15], que se publicaba por
entregas en la edición vespertina del diario Asahi. Hasta el final, su apego a la vida y
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al trabajo sobresalía de su día a día.
Hayashi Fumiko vivió desde la última etapa de la Era Meiji (1903-1912) pasando por
la época de Taishō (1912-1926) hasta llegar a los primeros decenios de la Era Showa
(1926-1951). Es la etapa del expansionismo japonés por llegar a codearse con las
potencias occidentales que dividían Asia bajo su control. A la vez, era la época del
despertar de la conciencia del pueblo, que quiso asimilar los principios de nuevas
ideologías primero a través del baño de anarquismo y posteriormente, de marxismo, y
que evolucionaría naturalmente al movimiento proletario internacional.
El Japón que abrió sus puertas al mundo exterior en la última mitad del siglo XIX
aceleró la importación de la tecnología y el conocimiento occidentales para hacer
frente a las vicisitudes bélicas y, tras la Primera Guerra Mundial, logró situarse entre
los países más fuertes. Sin embargo, su ascenso militar fulgurante lo hizo aislarse del
grupo y terminó con la humillación de una rendición incondicional al final de la
Segunda Guerra Mundial.
Aparentemente, la economía japonesa disfrutó de una euforia momentánea
después de la Primera Guerra Mundial, pero el pueblo, que experimentó una
precipitada industrialización y los sacrificios por las sucesivas guerras ultramarinas,
padecía de una gran pobreza e inseguridad social. A ello se sumó el efecto devastador
del gran terremoto de Kantō, ocurrido en 1923 y que dejó unas cifras escalofriantes
de más de cien mil muertos y 400.000 casas quemadas.
En este contexto, la Era Taishō presenta, por un lado, el movimiento de literatos
que intentaron imprimir la bondad humana ante la imagen desgarrada del naturalismo
anterior y, por otro, la literatura proletaria que arrastró a gran parte de los lectores de
la época.
El primero se denominó Escuela del Abedul (Shirakaba-ha) simulando el
ambiente liberal de Occidente. Los escritores que aparecieron a través de la revista
editada por ellos mismos Shirakaba (Abedul) son Mushanokōji Saneatsu[16], Shiga
Naoya[17], Arishima Takeo[18], Satomi Ton[19], Yanagi Soetu[20], todos ellos
estudiantes de la Universidad de Gakushūin, conocida como la universidad de los
nobles en la etapa anterior. Su afán humanista e idealista se refleja claramente en sus
obras y en su propia vida. Es bien conocido el hecho de que Mushanokōji y Arishima
cedieron sus terrenos a los agricultores pobres como realización de sus ideales.
Desde la Escuela del Abedul a la evolución de la literatura comunista, hemos de
recordar al escritor emblemático de esta era, Akutagawa Ryūnosuke. Vivió de 1892 a
1927, justamente hasta el cambio de la Era Taishō a la de Shōwa. Muchos de sus
compañeros eran, como él mismo, jóvenes discípulos de Natsume Sōseki. Su aguda
sensibilidad para descubrir al ser humano universal creó varias obras memorables
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como Rashōmon o Kappa. Su muerte, junto a la de Arishima, fue interpretada en
tanto símbolo del sufrimiento de los intelectuales en una etapa de transición de los
valores.
Lo que se denominó Taishō Demokurashii[21] era la voz popular que reivindicaba
el reconocimiento de los derechos de los trabajadores más vulnerables, y la igualdad
de clases y géneros. Los ideólogos de este movimiento eran intelectuales jóvenes que
escribían y publicaban sus opiniones en revistas y en novelas. Como expresión clara
en pro de la clase obrera se creó una revista llamada «Frente literario»
(Bungeisensen). Kobayashi Takiji, antes mencionado, fue el más destacado de este
movimiento, pero fue apresado por la policía y murió en la cárcel a causa de las
torturas sufridas. Además, la unión de los participantes del movimiento no duró
mucho. Pronto se dividió entre quienes querían seguir los principios marxistas y
quienes no admitían el sometimiento del arte a la ideología y, por tanto, a la política.
Los últimos crearon otra revista llamada «La bandera de guerra» (Senki) donde
encontramos a Hayashi Fumiko. Como podemos apreciar en esta obra de Fumiko,
eventualmente, el movimiento se convirtió en otro más suave y muchos miembros
abandonaron su actitud beligerante.
Al lado de la creación de «Frente literario», en el mismo año 1924, nació otra
revista literaria que reunía a Yokomitsu Riichi[22] y Kawabata Yasunari[23]. Era la
tendencia modernista que a través del movimiento dadaísta llegó al momento
japonés. Su método vanguardista de personificación, el uso deliberado de metáforas y
el simbolismo colorista atrajeron a un puñado de escritores muy selectos. En Diario
de una vagabunda también podemos detectar la influencia de estos métodos que sin
duda llamaron la atención de la escritora.
1930 se considera en la historia literaria de Japón el año de la recuperación de la
literatura. Por una parte, se puede señalar que la severa experiencia de la literatura
proletaria, que duró poco, pero que caló profundamente en la sociedad del cambio
junto a las obras modernistas muy novedosas en su expresión, hizo que surgiera una
serie de destacadas obras a partir de este año. Escritores consagrados como
Tanizaki[24] o Shiga Naoya escribieron unas obras muy importantes en su carrera. Por
otra parte, la pluma de aquellas escritoras que buscaban un espacio empezó a aflorar
con una fuerza imparable en las calles. La aparición de la revista femenina Nyonin
Geijutsu, antes mencionada, es una prueba de ello.
La vida de Fumiko se enmarca perfectamente en esta evolución de la literatura
femenina japonesa. Su gran éxito con el Diario de una vagabunda (1930) no se
entendería si no tuviéramos noticia de estas circunstancias. No obstante, la verdadera
liberación de la literatura femenina apunta al año 1945, fin de la Segunda Guerra
Mundial. Hasta esa fecha, muchas de las escritoras llamaban la atención del público
por sus propias experiencias escandalosas o por su discriminación en la sociedad. Al
establecerse en 1946 una nueva constitución regida por los principios democráticos,
ellas pudieron tener por primera vez el derecho a opinar libremente lo que sentían. La
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liberación femenina llegó repentinamente con la derrota en la segunda gran guerra.
Nogami Taeko[25], Uno Chiyo[26], Hayashi Fumiko, Miyamoto Yuriko[27], Sata
Ineko[28] y Hirabayashi Taiko[29] son los nombres que más destacaron en esa época.
Muchas de ellas eran de tendencia comunista o izquierdista, pero su voz se hizo callar
en más de una ocasión durante la etapa anterior. Refiriéndose a este periodo, los
historiadores de la literatura hablan de la resurrección de la etapa dorada de la
literatura femenina de Heian. Existen demasiados siglos de vacío entre medias para
hacer comparaciones. Sin embargo, la importancia y la brillantez de las obras
femeninas de la Era Heian fueron truncadas en el trascurso de la historia, que se tornó
mucho más favorable a las obras masculinas a partir del periodo Kamakura. Tal vez,
una estrella excepcional brilló brevemente al inicio de la Era Meiji en la figura de
Higuchi Ichiyō[30]. No obstante, su corta vida no llegó a formar una tendencia como
la que apareció en la posguerra japonesa.
Desde un punto de vista actual, a pesar de esta apreciación de la posguerra, la
visibilidad de las obras femeninas en nuestros tiempos es mucho mayor. Si tomamos
el Premio Akutagawa[31] como el barómetro de obras creativas, las escritoras que han
recibido el premio son 20 de entre un total de 42 galardonados. Es decir,
prácticamente la mitad de los premios otorgados. La tendencia sigue su camino,
aunque será difícil imaginarse otro florecimiento de la literatura femenina como el
que disfrutó el periodo Heian.
Así comienza la obra que nos ocupa. Es una declaración sincera de la autora quien,
años atrás, lo recordaría como condición fundamental de su vida. La obra relata sus
memorias a modo de diario sin presentar un hilo temporal riguroso. Dice la autora en
su Prefacio: «… es un extracto del diario que escribí desde los dieciocho hasta los
veintidós o veintitrés años…». En él se detectan unas vivencias tristes, duras,
desgarradas, casi de vida o muerte en ocasiones, de las que saldría siempre con la
fuerza de voluntad de mantenerse viva. La palabra «lucha» encajaría a la perfección
en su modo de pasar los días de la juventud.
Si bien todas las obras de la primera etapa de Hayashi Fumiko se basaban en los
sucesos de su penosa vida real, la vida de una mujer curtida en apuros, no se la puede
calificar de cronista o escritora de novelas del yo. Frente a la índole general de las
novelas del yo, que es describir con toda sinceridad los secretos de la vida del escritor
para acercarse a la esencia de la novela naturalista, Diario de una vagabunda se
coloca en un punto de mira muy diferente. Para empezar, su intencionalidad se
encuentra en otro lado de este movimiento. Puede que el alma de poeta de Fumiko
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naturalmente no le permitiera caer en esa tentación.
La narrativa libre, muy libre, pero de un vigor inusual mezclado con la
sensibilidad de poeta sazonada con un punto de humor alegre, constituye el estilo de
esta obra. La escritora dijo que se inspiró en Sult (1890, Hambre), obra de Knut
Hamsun, premio nobel de literatura en 1920. Sabemos que las lecturas de Fumiko
eran muy amplias. Solo hojeando páginas de la obra encontramos los nombres de
Chéjov, Tolstói, Artsibáshev, Max Stirner, Emile Verhaeren, Schnitzler,
Lunacharsky… mezclados con Takuboku[32], Hakushū[33], Shiga Naoya, etc. Muchas
veces vendía sus libros para sobrevivir, pero cuando tenía algo de dinero, lo gastaba
de nuevo en libros.
Es fácil calibrar el porqué del éxito que obtuvo Hayashi Fumiko con esta obra. El
tema de la vida de una mujer joven desgraciada que lucha por su supervivencia ya de
por sí atraía a las lectoras de la época, las cuales veían en sus páginas la doble imagen
de su existencia. La obra se llevó varias veces a la gran pantalla, pero destaca entre
las diferentes versiones la que realizó el maestro Naruse Mikio[34] con la actriz
Takamine Hideko[35]; quedó para la historia del cine japonés. La obra de teatro con el
mismo nombre, cuyo guión escribió su amigo Kikuta Kazuo[36], se representó más de
dos mil veces y se convirtió en una de las obras más populares de nuestro tiempo.
En este sentido, otro caso similar lo podemos encontrar no en las novelas sino en
el serial televisivo japonés Oshin. Trata de la vida de una niña que crece entre la Era
Meiji y la de Showa superando toda clase de sufrimientos hasta conseguir ser dueña
de una cadena de supermercados. Desde que se emitió en 1983 conquistó al público
japonés y hasta la fecha se ha podido ver en más de sesenta y seis países.
Sin embargo, no debemos atribuir el mérito solamente a la temática de la obra. El
modo particular de narrar los sucesos de la vida en que no se sabe dónde empieza el
poema y dónde se acaba el relato nos recuerda aquel comienzo de la literatura
japonesa de los tiempos de Heian. Fumiko parece que no lo hace con intención sino
más bien por imperativo poético, el cual le exige asomarse entre líneas a sus
vivencias. Unas veces son canciones de infancia que nos suenan a todos los
japoneses, otras veces, son versos de Takuboku que recuerdan a otro poeta pobre
apegado a la vida, o poemas de propia creación. Este modo de intercalar los versos o
las canciones con las descripciones sueltas y no muy bien estructuradas puede
deberse a la influencia del modernismo que asimiló la autora, pero también hemos de
recordar la costumbre arraigada de la literatura de Heian, en la que el ritmo de la
narrativa está muy sujeto a las partes poéticas que cambian no solo el modo de
expresión sino también el de recepción. En cierto modo, podemos encontrar un alma
literaria comparable a la de la autora del Libro de la almohada, Sei Shonagon,
salvando las distancias. Es cierto que las condiciones en que vivieron ambas mujeres
estaban muy alejadas, pero su afilada sensibilidad, apoyada por el talento poético con
que extraen juicios subjetivos de cualquier acontecimiento de la vida y, sobre todo,
esa mirada crítica que conduce a una percepción cómica de las situaciones, no nos
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dejan indiferentes ante esa comparación.
Un antiguo minero loco que le solía quitar los piojos de la cabeza a la niña
protagonista, un orante con un ojo de vidrio, un vendedor de licor de víbora, una
prostituta sin un dedo pulgar… eran con quienes compartía la niña su posada.
Podríamos imaginar una escena de los Bajos fondos de Máximo Gorki, con la
consiguiente sordidez que produce la situación. Sin embargo, la frase que escribe la
autora a continuación es la siguiente: «Constituíamos un grupo más pintoresco que un
circo. —Ella dice que el vagón de la mina le aplastó ese dedo, pero debe de ser
mentira. Seguramente, alguien se lo cortó… La dueña de la posada Umaya le dijo
esto a mi madre guiñando un ojo mientras sonreía maliciosamente».
Aquí podemos apreciar el tono de la obra que nunca se deja caer en un lamento
sin remedio por las penurias humanas. Sus gritos de infamia y de pasión se mezclan
en muchas páginas de esta obra, pero, a pesar de todo lo melancólico que contienen
las escenas, suena más fuerte al final esa voz de la autora que dice:
Kayoko Takagi[37]
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NOTA AL TEXTO
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DIARIO DE UNA VAGABUNDA
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PREFACIO
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demás piensen que esta es mi obra representativa, ahora me produce un sentimiento
de insatisfacción.
En el futuro quiero escribir algo serio. Yo, que pasé por los años dolorosos
descritos en Diario de una vagabunda, al recordarlos, aún ahora siento
agradecimiento y nostalgia. Además, aunque haya momentos oscuros en que me
siento desolada y sin un sitio adonde dirigirme, cuando pienso en los tiempos de
Diario de una vagabunda, hay algo que me alienta y la fuerza resurge. Es justamente
porque experimenté una vida de amarguras la razón por la que hoy en día también
lavo el arroz teniendo cuidado de no desperdiciar ni un solo grano. Los lectores me
escriben bonitas cartas y mi madre está bien. Puedo decir que esto y nada más es
actualmente la felicidad para mí.
Hubo un tiempo en que mis amigos se burlaban de mí porque había adquirido una
casa con jardín y me llamaban advenediza; pero ahora mis amigos han dejado de
mofarse por eso. Los meses y los años han ido arrastrando lentamente todas las cosas
hacia el pasado. En el mundo, en medio del tiempo que corre plácidamente, uno es
zarandeado, empujado, aplastado, doblegado y se incorpora, se abalanza, se desgarra,
nace, se ahoga, arde; la vida y la muerte van corriendo inagotablemente. Últimamente
acuden a mí jóvenes mujeres trabajadoras quejándose de diversos sufrimientos y,
entonces, comprendo que la corriente de aquellos años dolorosos, a pesar de todo,
todavía ahora fluye interminablemente.
Incluso ahora sueño a veces con los tiempos que ya se fueron. Es un sueño en el
que no tengo casa, estoy sin un céntimo y deambulo por calles desconocidas; al
encontrar una casa en la que me darán algo de comer, siento lástima de mí misma por
no tener dinero. Cuando alguien vive en la miseria, hasta un espléndido día de amor
termina desdichadamente. Hoy por primera vez me asalta un sentimiento violento
como si fuera una bestia. No obstante, mal que bien, he vivido así hasta ahora.
Diario de una vagabunda es un extracto del diario que escribí desde los dieciocho
hasta los veintidós o veintitrés años. Como en ese entonces trabajaba, no podía
escribir más que en forma de diario o en forma de poesía. Mi vida consistía en
trabajar todo el día y terminaba agotada. Creo que debido a ello, al volver a casa no
podía escoger más que esta forma sencilla de escribir. Cuando salió a la luz Diario de
una vagabunda, el movimiento izquierdista estaba en plena actividad. La obra recibió
críticas muy duras por parte de quienes decían que carecía de ideología. Yo me quedé
callada y no contesté a esas críticas. Por supuesto, la «ideología» es importante, pero
la ideología no tiene ningún sentido si uno no puede ganarse la vida. ¿A qué se refiere
esta ideología elevada de la que hablan esas personas?
No quiero menospreciar la vida que llevé durante el tiempo de Diario de una
vagabunda. Vivía con toda la fuerza de la desesperación aferrándome a algo. Y de
ninguna manera quiero pensar, en este momento, en que mi vida en ese entonces era
sórdida.
El año en que se publicó Diario de una vagabunda viajé a China. Al volver de ese
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país por primera vez empecé a escribir una novela. La primera obra que escribí en ese
género fue «Música de la primavera temprana» (Shunsenfu), que fue publicada en la
edición vespertina del periódico Asahi Shinbun. Después aparecieron en la revista
Kaizo, «Pueblo donde se oye el armonio» (Fukin no machi) y «Escritos sobre la
pobreza pura» (Seihin no sho). En 1931 emprendí sola un viaje a Europa. Mi estancia
en París y Londres fue larga. Durante mi estancia en el extranjero hubo también a
menudo días en los que pasé hambre, aunque la pobreza no era nada en comparación
con los tiempos dolorosos de Diario de una vagabunda. Puedo decir que tomé
conciencia de que hay que vivir y luchar, y de que no tiene caso morir. Si por
casualidad puedo vivir hasta los cincuenta años, a esa edad me gustaría escribir el
verdadero Diario de una vagabunda. Y no únicamente ese Diario, sino que quisiera
hacer una verdadera novela. ¡Qué alegría y qué felicidad sería llegar a los cincuenta
años sin que se marchite mi alma femenina! Me parece que al llegar a los cincuenta
sería deseable un mundo de ensueño a mi capricho. En este Diario de una vagabunda
escribí con franqueza sobre mí misma y sobre mi vida real, por lo que, al cabo de diez
años, me resulta bastante pesado leerlo y además es doloroso. Fue una época tan
amarga que, por ejemplo, sobre los días cuando alquilaba una habitación de un primer
piso en el barrio de Kaya, en Shitaya, podría hacer una novela larga. En ese entonces
compartía el cuarto con una mujer llamada Tokiko, pero se fue y durante dos días no
tuve qué comer. A pesar de todo, distraía el hambre escribiendo versos. En esa casa
intenté algo parecido a un suicidio.
He amado a mi madre con fuerza, mucho más que a nadie. Pienso que mi madre
es como un amuleto para mí. Ella no es el prototipo de lo que se puede llamar una
madre sabia. A pesar de que ella me ama, hubo muchas ocasiones en que por largo
tiempo vivimos separadas. Mi Diario de una vagabunda se puede decir que es algo
así como las cartas que le enviaba a mi madre ausente. Con excepción de mi madre,
me desagrada la gente; esto es algo que detesto sobre mi propio carácter. Cuando
tengo contacto con alguien, siento que me cubro con una coraza. Me esfuerzo y
procuro abrirme a otras personas lo más posible, con actitud familiar. Incluso
actualmente…, debe de ser porque durante tanto tiempo viví en la pobreza…, no
puedo evitar sentirme molesta al salir a un sitio iluminado donde da el sol, como si
fuera una planta criptógama. Disfruto al viajar sola. Me gusta salir a un mundo donde
nadie se interesa por mí. Hasta hoy ni una sola vez he querido ser amada por nadie.
Más que el fastidio de ser amada, la alegría de amar a una persona es superior.
Aunque yo detestaba a la gente, al mismo tiempo amaba a esa gente. Mi pasión
irracional por los seres humanos se puede descubrir por todas partes dentro de este
Diario de una vagabunda.
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además he recibido el gusto y los sentidos;
no estoy nada triste.
Noviembre de 1939
Hayashi Fumiko
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DIARIO DE UNA VAGABUNDA
Tuve unos padres que no podían entrar en su tierra natal, por eso los viajes fueron mi
terruño. Por eso yo soy una viajera y aprendí esta canción de «Mi tierra añorada» con
un sentimiento de melancolía.
A los ocho años, a esa tierna edad de mi vida, también empezó a soplar un viento
huracanado.
En Wakamatsu[43] mi padre subastaba telas de algodón e hizo una fortuna
considerable; metió en la casa a una geisha llamada Hama, quien venía huyendo
desde una de las islas de Amakusa, en el mar cercano a Nagasaki. Poniendo como
punto final el Año Nuevo del calendario antiguo, un día que nevaba, mi madre dejó la
casa llevándome con ella.
Recuerdo que Wakamatsu era un sitio al que solo se podía ir en una barcaza.
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Yo, hija de otro matrimonio, llegué con mi madre donde este hombre y he vivido
casi siempre sin tener eso llamado «casa». Adondequiera que fuésemos, vivíamos en
posadas baratas.
—A papá no le gustan las casas, a papá no le gustan los muebles… —me decía mi
madre.
Por eso solo recuerdo las posadas baratas en cualquier sitio adonde se dirigiera mi
vida. No conocí montañas ni ríos hermosos. Mi padre adoptivo, mi madre y yo
recorríamos todo Kiushu, yendo de un lugar a otro y vendiendo de puerta en puerta.
Fue en Nagasaki donde conseguí un buen lugar para jugar, la escuela primaria.
Desde el hostal barato donde nos hospedábamos, llamado Zakkokuya, iba a la
escuela primaria cerca del barrio chino con un vestido retocado, lo que estaba de
moda en aquella época. Ese fue el punto de partida y en un lapso de cuatro años me
llevaron de acá para allá y cambié de escuela siete veces: Sasebo, Kurume,
Shimonoseki, Moji, Tobata, Orio[44], en ese orden. No pude tener ni una amiga
íntima.
—Papá, ya no quiero ir a la escuela.
No tuve más remedio que rechazar determinantemente la escuela.
Esto fue cuando tenía doce años y nos mudamos al pueblo minero de Nōgata.
—Hagamos que esta niña también venda algo…
Estaba en una edad en que era un desperdicio estar sin hacer nada.
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beber. En la entrada de esas tiendas había mujeres enfermizas de mirada aguda, todo
lo contrario a las mujeres que andaban por las calles.
Aquellas que pasan bajo los ardientes rayos del sol de julio llevan una tela
koshimaki[49] sucia y ropa interior juban[50] sin mangas.
Al atardecer, grupos de mujeres volvían a sus viviendas llevando una pala o un
canasto de paja vacío en la mano mientras parloteaban y soltaban carcajadas en
pequeños corrillos.
Cantaban alegremente una canción popular.
Los tres céntimos que recibía se esfumaban en cosas como libros miniatura de Las
hermosas gemelas y dos bolas de hielo raspado.
Poco tiempo después, en vez de ir a la escuela, empecé a ir a una fábrica de dulce
de mijo en el barrio Susaki donde ganaba veintitrés céntimos al día. Recuerdo que por
entonces el arroz que iba a comprar con mi cesta de bambú costaba dieciocho
céntimos.
Por la noche leía libros como Kisaburo el manco[51], El disparatado Fukushima
Masanori[52], Hototogisu[53], La relación madrastra hijastra[54], Torbellino[55], entre
otros. Los conseguía en una librería que prestaba libros.
¿Qué es lo que recogí de tales relatos? Como una esponja, mi cabeza se empapó a
mi capricho de heroísmo y sentimentalismo y de fantasías con los finales felices que
me gustaban.
A mi alrededor todo el día se hablaba de dinero.
Mi única ilusión era volverme ricachona.
Cuando llovía durante varios días seguidos y la carreta que había alquilado mi
padre quedaba expuesta a la intemperie, mañana y noche comíamos arroz con
calabaza. Era verdaderamente triste sostener el tazón en la mano.
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Seguramente alguien se lo cortó…
La dueña de la posada Umaya le contó esto a mi madre guiñando un ojo mientras
sonreía maliciosamente. Cierto día, esta prostituta y yo fuimos juntas a bañarnos.
Era un baño público muy sucio, oscuro y cubierto de musgo.
En su vientre se enrollaba una serpiente tatuada que sacaba una lengua roja a la
altura del ombligo. Era la primera vez que veía en Kiushu una mujer tan espantosa.
Como yo era una niña, miraba impresionada detenidamente el tatuaje de esa
pavorosa víbora azul claro.
Agosto.
En unas esquinas de las calles de Nōgata, calientes como una sartén de barro, en
ese entonces se colocaron unos carteles de Kachusha[56].
Era la imagen de una joven extranjera cubierta desde la cabeza con una manta y
que golpeaba la ventanilla de un tren en la estación mientras caía la nieve.
Poco después se puso de moda el peinado Kachusha, con la raya en medio.
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Onga, pasaba por un túnel y caminaba vendiendo esos artículos en las viviendas de la
compañía minera o por las barracas de los mineros.
Diversos vendedores iban a comerciar cosas a la mina.
—El calor es insoportable.
Tenía dos amigos a quienes saludaba así de manera familiar.
Matsu era una encantadora muchacha de quince años que llegaba caminando
desde Kōgetsu para ofrecer sus caramelos baratos, pero poco después fue vendida en
Tsingtao.
Hiro era un chico de trece años, vendedor de pescado seco, pero su sueño era
hacerse todo un minero.
—Podré beber alcohol y, si alzo el zapapico un poco más alto, la gente se
asombrará; en el pueblo podré ver el teatro donde también dan una película.
Volvía a casa andando a lo largo del río Onga mientras escuchaba las historias que
él me contaba.
Por aquel entonces estaba muy de moda la expresión «Todo al mismo precio».
Todos mis abanicos, también, costaban diez céntimos y tenían dibujos de carpas,
de los siete dioses de la buena suerte o del monte Fuji. El armazón consistía en siete
resistentes varas de bambú. Cada día, de media, se vendían unos veinte abanicos.
Vendía muchos más si me daba una vuelta por las casas de vecindad de los
mineros que entre las mujeres de las viviendas de los empleados de la compañía
minera; la pintura verde de esos edificios estaba desconchada.
Aparte había unas vecindades de coreanos llamadas «trompeta». En cada una
vivían hasta diez familias.
Sobre las esteras de paja, los niños jugaban desnudos como cebollas peladas,
encaramándose unos sobre otros.
Bajo el cielo ardiente, la tierra removida abría sus fauces y a lo lejos, como un
trueno, se oía el ruido de los vagones en movimiento.
Al llegar la hora del almuerzo, desde la oscura entrada a la galería de la mina donde
había un armazón de maderos parecido a un hormiguero, los mineros salían como
espuma. Yo los esperaba y caminaba por todos lados ofreciendo mis abanicos.
El sudor que chorreaba de los mineros no era como agua sino como caramelo de
color negro. En cuanto salían, se tendían sobre la tierra mezclada con carbón que
ellos mismos habían cavado y aspiraban el aire moviendo la boca igual que si fueran
peces de colores.
Eran una manada de gorilas.
Las puntas de los zapapicos brillaban hermosamente.
Lo único que se movía eran los cestos tradicionales para transportar la tierra que
pasaban corriendo por el caballete frente a las viviendas.
Al finalizar el almuerzo, de todas las direcciones se escuchaba la canción de la
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Kachusha.
Más tarde, cuando la luz de las linternas portátiles, como flores de campanilla de
brillo tenue, se arrastraban por la tierra, sonaba la ruidosa sirena.
Las voces que cantaban así no tenían nada de particular, pero al ver los montones
ennegrecidos de tierra de carbón, en verdad me sentía angustiada.
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—Tú también pasas de los treinta, trabaja un poco más seriamente, si no, no
saldremos adelante… —comentó mi madre.
Yo, a la luz de una diminuta lámpara, leía con mucho entusiasmo una novela del
ladrón Zigomar[61]. Mi madre dormía en el lado opuesto a mis pies. Afuera llovía.
—Una casa… Tenemos que establecernos, ¿verdad? Si no, estaremos en apuros
como estos días —le susurró a mi padre.
—¡Mira que eres machacona! —exclamó mi padre en voz baja.
Después, de nuevo, el sonido de la lluvia.
La prostituta sin dedo era la única persona que siempre estaba alegre y bebía.
—Sería bueno que empezara la guerra.
La conversación de esta mujer siempre era sobre la guerra.
Decía que resultaba agradable que la gente muriera en gran cantidad. Decía que
sería bueno que el mundo se volviera un caos. Decía que sería bueno que afluyera
muchísimo dinero a la mina.
—Tú de verdad eres de buena familia —comentaba mi madre con ironía.
—¿Por qué hasta tú dices eso? —replicaba la prostituta sin dedo sonriendo
tristemente con los ojos llenos de lágrimas.
Decía que tenía veinticinco años. Al parecer, antes había sido obrera y conservaba
una juventud fresca.
Dos mineros, que venían casi arrastrándose, nos dieron alcance. Dijeron que llevaban
dos días sin comer. Mi padre les preguntó si venían huyendo.
Eran coreanos.
Dijeron que iban hasta Orio y que, por favor, les prestáramos dinero. Imploraron
haciendo muchas reverencias con la cabeza. Mi padre sacó dos monedas de plata de
cincuenta céntimos y entregó una a cada uno.
Un viento helado soplaba en el dique. Sobre la cabeza de contorno impreciso de
los dos coreanos brillaba la vaga luz de las estrellas. Cosa extraña. Yo tiritaba sin
parar. Tras recibir sus monedas empujaron nuestra carreta y durante largo rato
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caminaron en silencio.
Debido a la muerte del abuelo, mi padre regresó a Okayama para vender sus
tierras. Su único objetivo era obtener un pequeño capital y con eso vender en subasta
artículos de cerámica de Karatsu[62].
Sea lo que sea, en un pueblo minero lo más fácil de vender es la comida.
Mamá vendía plátanos y yo panecillos anpan. Siempre y cuando no lloviera, lo
que vendíamos nos daba de comer a las dos. El alquiler de Umaya era de dos yenes
con veinte céntimos al mes. Últimamente, mamá decía que esto era más cómodo que
alquilar una casa.
Dentro del tren, los vendedores de cadenas de oro, de anillos, de globos, de libros
ilustrados, charlaban y charlaban.
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Mi padre me compró un anillo que tenía una piedra roja.
Han pasado mucho más de diez años. Aún hoy soy simplemente una vagabunda de la
vida. Mi padrastro, que ya pasa de los cuarenta, como de costumbre vagabundea de
acá para allá por los campos de Kansai[63], llevando a mi madre con él.
Mi sueño de convertirme en ricachona, de cuando estaba en Nōgata, pasó a ser un
chiste.
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LA PROSTITUTA Y LA FONDA
Día de diciembre
Hasta los preparativos para la cena, iba y venía por el pasillo con la bebé a mis
espaldas.
Apenas había pasado una semana desde mi llegada a la casa del señor Shūkō[65].
No había perspectivas de futuro.
El señor de la casa sube y baja los peldaños de la escalera muchas veces al día,
como si fuera un ratón. Su nerviosismo es insoportable.
—Mi pequeña, mi linda niña, ¿has dormido bien?
Se asoma sobre mi hombro y, como si se tranquilizara, el maestro sube al primer
piso arremangándose el quimono.
De una caja de madera que está en el pasillo he sacado hoy un libro de Chéjov
para leerlo.
Chéjov es el terruño para mi alma.
Los suspiros de Chéjov, su imagen, todo está vivo y algo murmura a mi corazón a
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la caída del día.
Olorosas al tacto, mientras leía las novelas escritas por el maestro Shūkō, pensaba
que él debería volver a leer a Chéjov. Las prostitutas de Kioto son para mí un mundo
viscoso y lejano.
Noche.
Al ver a Kiku, la asistenta, preparando un apetitoso gomokuzushi[66], me alegré.
Después de bañar a la niña, ordené un poco y ya dieron las once de la noche.
Detesto a los bebés, pero, cosa extraña, la niña deja que yo la lleve a mis espaldas y
enseguida se queda dormida. A todos les parece algo curioso.
Gracias a eso puedo leer libros.
Quizás sea porque su hija nació cuando él era ya mayor… el caso es que la
preocupación del maestro es tan grande que ni siquiera puede trabajar. Cuando veo al
señor inquietarse por la niña, hasta un punto que me produce fastidio, pienso que no
me gustaría ser sirvienta toda la vida.
¿Acaso este maestro no sabe que aun los tréboles que comen los caballos dan
unas hermosas flores blancas?
La esposa, criada en el campo, parecía siempre somnolienta, pero era la persona
que más me gustaba de esa casa.
Día de diciembre
Me despidieron.
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fijamente con sus ojos redondos y grandes.
—No pasa nada. Todo está bien.
Diciéndole esto, me quedé plantada allí.
¿Qué haré…?
Noche.
Me hospedé en una posada barata en el barrio Asahi, en Shinjuku.
Bajo el muro de piedra, la nieve se había derretido; en una posada para viajeros,
en una calle fangosa, por treinta céntimos la noche tendí mi cuerpo, muerto de fatiga.
La habitación era de tres tatamis[69] y tenía una lámpara minúscula. Era un cuarto
de los que no deben de haber existido ni aun en la Era Meiji[70]. Yo, que no tenía
ninguna perspectiva para el día siguiente, escribí una larga carta que no serviría de
nada al hombre de la isla que me había abandonado.
Adiós a todos.
Volví atrás como un dado deforme.
Aquí, en la parte trasera del tejado
en una calle de posadas baratas.
Aferrada a la convicción de haber quedado amontonada
el fuerte viento me golpeaba de frente.
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bofetadas. Fuera, el silencio triste y amenazador se extendió como agua sucia. La
atmósfera, que había sido perturbada por la mujer, a duras penas volvió a
apaciguarse.
—¿Qué has estado haciendo hasta ahora? ¿Dónde naciste? ¿Adónde vas? ¿Edad?
¿Padres…?
Aquel hombre medio sucio está de pie junto a mi cama y chupa un lápiz.
¡Qué pase lo que tenga que pasar!
—¿Conocías a esa mujer?
—Sí, únicamente hace tres minutos…
Ni siquiera Knut Hamsun[72] debe de haberse encontrado en estas circunstancias.
Cuando se fue el detective, estiré los brazos y las piernas con gusto, y palpé el
monedero que había escondido debajo de mi almohada.
Me quedaba un yen y sesenta y cinco céntimos.
Desde la alta ventana torcida se veía la luna mecida por el viento.
El payaso es hábil para bajar de un salto desde lugares elevados, pero no es fácil que
muestre sus acrobacias para subir de un salto.
Todo se resolverá de alguna manera…
Día de diciembre
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preocupaba si sería suficiente para dejarlo satisfecho y, de no ser así, yo podría darle
un poco más de dinero. Sin embargo, él parecía muy feliz.
Frente a mí había arroz, un puchero, encurtidos… Era el sabor delicado de una
comida muy pobre del mar y la montaña.
En total doce céntimos. Al traspasar el noren[75] de la entrada, escuché:
—Gracias. —Bebí té hasta saciarme, intercambié el saludo de buenos días. Doce
céntimos, el mundo de los bajos fondos está en el umbral de la luz y la esperanza. Es
un mundo muy alegre.
Pero al pensar en aquel trabajador cercano a los cuarenta años y en su única
moneda de diez céntimos, siento que es el mundo de la decepción. Estamos en el
abismo, a punto de caer.
Si por lo menos mi madre viniera a Tokio, tendría alguna forma de trabajar,
pero… soy un barco que naufragó y se hundió hasta el fondo. No es que el agua me
salpique, sino que bebo el agua de mar a grandes tragos; al fin y al cabo, igual que la
prostituta de la noche anterior, no pienso de una manera tan diferente.
Es posible que esa mujer pasara de los treinta. Si yo hubiera sido hombre, esa
noche directamente me hubiera dejado arrastrar por ella y a la mañana siguiente
probablemente le estaría proponiendo que nos suicidáramos.
Deposité mi equipaje en la pensión y fui a una agencia de empleos en Kanda.
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empolvadas exageradamente de un color blanco cercano al gris metálico.
—Anoche tuve poco trabajo.
—No hay clientes para una bizca.
—¡Bah! Hay a quienes les gusto…
—Pues debes darles las gracias.
Una conversación entre chicas de catorce o quince años.
Día de diciembre
Ja, ja, ja, oigo una carcajada, un cubo de pozo, alucinaciones como si me fuera a
volver loca.
Froto una cerilla y la uso como lápiz para las cejas.
Diez de la mañana.
Me dirijo a la Embajada de Italia, en el barrio Sannen de Kōjimachi.
Viviré riéndome.
Mi rostro se deforma.
Un niño extranjero salió montando a caballo. Junto al portón de entrada había una
especie de caseta de vigilancia destruida. La escena es blanca, azul y verde. La grava
continúa hasta lejos. Al fin y al cabo, no parece ser un lugar al que venga alguien
como yo.
Me hicieron pasar a una habitación amplia en la que había un mapa y un tapete
rojo. La señora extranjera, vestida de blanco y negro, era hermosa y viéndola de lejos
era aún más bella. El niño que había salido a caballo regresó resoplando por la nariz.
También entró un hombre extranjero, pero no era el embajador, sino que dijo ser
el secretario. Tanto el marido como la mujer eran altos y me sentí oprimida.
La señora vestida de blanco y negro me mostró la cocina. Dentro de un cuarto de
cemento había algunas cebollas por acá y por allá, y dos braseros de barro. Me
explicó que las sirvientas los usaban para cocinar sus propios alimentos.
El cuarto para la servidumbre era exactamente igual que una habitación desierta.
Una persiana negra cerrada, olía a otro país, como a jabón.
Finalmente, salí por la puerta sin saber qué hacer. Crucé la zona de mansiones lujosas
del barrio Sannen y al bajar por la cuesta, sopló el viento de diciembre. Las banderas
rojas que ondeaban en las tiendas penetraron en mis ojos. El fin de año estaba cerca.
Si la raza es diferente, los sentimientos tampoco se pueden comprender. ¿Iré a
buscar a otra parte?
No tomé el tren. Mientras caminaba al lado del canal me dieron ganas de volver a
mi tierra[76]. No tengo ningún objetivo, pero vagabundeo por Tokio sin rumbo y,
después de todo, no lograré nada. Cuando veo los trenes, pienso en morir.
Me dirijo a la casa donde vivía antes, en Hongo.
La casera es indiferente.
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Había una carta del maestro Chikamatsu. Cuando me fui de su casa, sus palabras
fueron que el señor Yoshii Isamu en el barrio de Jūnisō necesitaba una criada y que,
tal vez, él pudiera ayudarme. Pero esta carta era una disculpa escrita con tinta
desleída.
Probablemente, los hombres de letras sean insensibles.
Mientras caminaba por las calles de Shinjuku al atardecer, sin razón alguna sentí
deseos de apoyarme en un hombre.
¿No habrá alguien que me ayude? Cuando vi que la luz de los avisos color
púrpura del viaducto en Shinjuku oscilaba, mis párpados se llenaron de lágrimas y me
entró hipo, como si fuera una cría.
Es casi fin de año. Me siento triste porque no tengo un lugar donde asentarme, pero
aunque me preocupe, en este mundo las cosas no tienen remedio. Todo se lo dejaré a
mi cuerpo saludable.
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Los cables eléctricos gimen con el viento. En un rincón de una calle de posadas
baratas, tendida sobre un futón sucio, esta pequeña mujer contempla la cara del dios
Daikoku[80], cuya imagen está colgada en la pared. Imagina que está en un palacio
sobre las nubes.
¿Regresaré a mi pueblo y me casaré?
1922
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EMPEZAR DESDE CERO
Día de abril
Hoy, guiada por Yasu, un vendedor de tela de punto, le llevé sake al patrón.
A la entrada del callejón de la tienda de los encurtidos, en Dōgenzaka, pasé por
debajo del anuncio de un contratista de obras. Cuando abrí la puerta enrejada, que no
era bonita pero estaba bien pulida, el anciano que durante el día siempre nos asignaba
los espacios a nosotros, los vendedores, sorbía su té al lado del brasero.
—Me dijeron que vas a poner tu puesto desde esta noche. Si lo pones de día y de
noche, pronto serás riquísima.
El viejo era un buen hombre. Soltó una carcajada y recibió la botella de sake que
yo le llevaba.
Noche.
Instalé mi puesto entre una mujer que vendía plumas estilográficas y un hombre
viejo que escribía letreros para las entradas, aunque no sabía si alguien los compraría.
En una contraventana corredera que conseguí prestada en el restaurante de fideos
soba[81], alineé los calzoncillos de punto y colgué un cartel. «Veinte céntimos, precio
único». Alumbrándome con la luz del puesto de plumas estilográficas, leí La muerte
de Lande[82].
Aspiré largo y profundo, sentí la primavera.
Tengo un lejano recuerdo de esta sensación del aire.
El pavimento está lleno de luz. Hay un mar de gente.
Frente a la tienda de cerámica, un estudiante universitario caído en la miseria
vende máquinas sumadoras.
—¡Señoras y señores! Si a diez y tantos mil, agregamos diez mil ciento y pico,
¿cuánto es? ¿No lo saben? ¡Cuántos tontos hay aquí reunidos!
Se comporta con altanería. Esta manera de hacer negocios también es interesante.
Una dama elegante revolvió los calzoncillos durante veinte minutos y solo
compró uno.
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Mi madre me trajo la cena.
El quimono de mi madre, al que extrañamente se le nota la mugre cuando el
tiempo se vuelve templado, se rasgó. Le compraré un rollo de tela de algodón para
quimono.
—Yo te sustituiré un rato. Tú come.
En un par de tazones de cerámica había, aparte de arroz, encurtidos y chikuwa[83]
cocida. Mientras estaba comiendo de espaldas a la calle, la joven de las plumas
estilográficas intentaba vender su mercancía a la gente.
—Este no es un artículo que se pueda ver en cualquier sitio. Tómelo en su mano y
véalo.
Repentinamente me brotaron unas lágrimas saladas.
¿Será que mi madre por fin ahora lleva una vida descansada y está feliz? En voz
baja está entonando una canción vieja que tiene un aire de esos tiempos.
Si al menos mi padre, que está en Kiushu, se pusiera mejor… por ahora, tarara,
tarara, como la canción de mamá.
Día de abril
Las jóvenes que caminan por la calle llevan un chal delgado, como un chorro de
agua. Me gustaría tener uno. En abril, los adornos de los aparadores de las tiendas de
artículos occidentales son dorados, plateados y con flores de cerezo.
Un hilo de misericordia,
dos hilos de obligación,
en el cielo azul, los cerezos en todo su esplendor.
Hilos extraños tiran suavemente de
los labios desnudos
de todas las mujeres que viven en este mundo.
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No es que las flores deseen abrir sus pétalos,
un ser poderoso las obliga a florecer.
Pienso en ahorrar dinero para comprar el chal, pero como todavía me falta mucho, he
ido a un cine en el que había descuento. La película era La rosa blanca en las vías
férreas. Mientras estaba allí comenzó a llover, salí corriendo y me fui al puesto.
Mi madre estaba levantando la estera.
Como siempre, las dos cargamos los bultos y nos dirigimos a la estación. Las
señoritas refinadas, como peces de colores, y los caballeros que regresaban de ver los
cerezos llenaron la estación anochecida y serpenteaban como plantas acuáticas.
Mi madre y yo empujamos el gentío para abrirnos paso y subimos al tren.
Cayó un aguacero. Me gusta. ¡Que llueva más, que llueva más! ¡Qué bueno que
caigan deshojadas todas las flores! Cuando acerco la mejilla a la ventanilla oscura del
tren y miro hacia fuera, en el vidrio veo a mi madre reflejada, tambaleándose como
una niña, con aire triste y abatido.
Incluso dentro del tren la maldad se junta.
Día de abril
Mi madre se mojó durante el aguacero y está resfriada, por eso he ido sola a instalar
el puesto. La librería despide un olor fuerte a libros nuevos. Quisiera comprarlos.
El camino está en mal estado por el lodo. En Dōgenzaka el pavimento parece
como si sobre él se hubiera vertido pasta de judías. Si descanso un día y la lluvia cae
varios días seguidos, eso sería un problema, así es que me resigno e instalo el puesto.
En la calle enlodada se reflejan los colores de las luces. Solo estamos el vendedor
de zapatos de goma y yo.
Las mujeres que pasan ríen con disimulo al ver mi cara. ¿Será que me he puesto
demasiado colorete? ¿O será que mi peinado es raro? Les devuelvo una mirada hostil.
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No hay nadie que tenga tan poca conmiseración como las mujeres.
El camino está mal, a pesar de que hace buen tiempo y está templado. Después de
mediodía, una vendedora de postizos instaló su puesto. Se quejaba porque la tarifa
para ocupar el espacio había aumentado dos céntimos.
En el almuerzo comí dos tazones de fideos udon. Costaron dieciséis céntimos.
Un estudiante me compró nada menos que cinco artículos. Hoy voy a cerrar temprano
e iré a Shiba a comprar mercancía.
A la vuelta compré diez céntimos de pastelillos calientes taiyaki[84].
—¡Yasu fue arrollado por un tren y su vida está en peligro! —me gritó mi madre
desde su lecho en cuanto volví.
Yo, con el bulto aún sobre la espalda, me quedé atónita.
Mi madre buscó el papel donde había anotado el nombre del hospital que le había
dado alguien de la familia de Yasu cuando vino a avisarla pasado el mediodía.
Día de abril
Dormida o despierta, después de todo, llego a la conclusión de querer morir, pero ¡al
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diablo! Me gustaría comprar, por lo menos de vez en cuando, unos diez kilos de
arroz. Mi madre dice que podría lavar y tender las telas de quimono de las vecinas.
Por mi parte, me llaman la atención los anuncios que buscan camarera o los de
geisha.
Mientras estoy sentada en el engawa tomando el sol, de la tierra negra se
desprende vapor difusamente.
Pronto será mayo, el mes de mi nacimiento, dijo mi madre como si lo recordara
de repente mientras adhería los pedazos de tela que había lavado a la torcida puerta
de cristal.
—El año que viene, para ti será de buena fortuna. Este año para ti y para papá
todo está en contra…
A partir de mañana ¡cómo empezará a cambiar esta mala situación! No sirve para
nada la adivinación del destino, uno tras otro los infortunios llegan en cadena.
También quiero comprar ropa interior.
Día de mayo
La habitación que queremos alquilar está en una casa demasiado sucia, aún no hay
quien la alquile.
Mi madre trajo una col grande y dijo que se la habían fiado en la verdulería. Al
ver la col me dieron ganas de comer un humeante trozo de cerdo rebozado.
En medio de la habitación vacía, mientras miraba el techo acostada, pensaba que
sería divertido volverme pequeña como un ratón y caminar mordisqueando diversas
cosas.
Por la noche, mi madre dijo que en el baño público había escuchado que estaban
buscando asistentas de hogar y me sugirió que fuera a solicitar trabajo.
Probablemente esté bien, pero soy salvaje por naturaleza. Me angustiaría más
mostrarme servil ante las costumbres de una familia rica que hacerme el haraquiri.
Pero al ver la cara sombría de mi madre, gruesas lágrimas llenaron mis ojos.
Ahora no es tiempo de fingir que estoy satisfecha. Tengo hambre. Desde hoy
estamos famélicas.
¡Ah! ¿Llegarían aquellos trece yenes? Estoy harta de Tokio. Sería bueno que mi
padre nos dé una vida holgada pronto. Kiushu sería un buen sitio y también Shikoku.
A altas horas de la noche, viendo a mi madre escribir una carta a mi padre,
lamiendo una y otra vez la punta del lápiz, llegué a pensar si no habría alguien que
quisiera comprar este cuerpo mío.
Día de mayo
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Fui a una asociación de asistentas llamada Yurinoya que está en el barrio
Hyakunin, en Ookubo.
Dos mujeres de mediana edad estaban cosiendo en el salón.
Como hacía falta gente, la dueña me entregó algo parecido a una nota de compra
y un mapa. Me dijo que iría como ayudante de un estudiante de Farmacología.
Lo que más me divierte es caminar por las calles, cubierta de polvo del mes de mayo.
Cruzo el puente de Shinjuku y tomo el tranvía. En el paisaje de las calles parece
como si hubiera banderas izadas que dijeran «Paz en todo el mundo». Cuando veo
estas calles, parece como si no hubiera incidentes. Los objetos que deseo comprar
están colgados.
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—Pues sería mejor que quites de tu quimono los pliegues de niña.
Sentí que mi rostro ardía por la vergüenza.
¡Qué bueno sería que esos treinta y cinco yenes al mes duren mucho tiempo! Pero por
ahora tampoco creo que esto dure mucho.
Es triste viajar sola en un tren nocturno. Además, ya es vieja y no quiero que vaya
con su ropa desgastada a la tierra de mi padre, pero como ambas estamos en terribles
apuros, no tengo más remedio que guardar silencio y dejarla que suba al tren.
Le he comprado un pasaje hasta Okayama.
Bajo la luz tenue, el tren expreso con dirección a Shimonoseki atrae a la multitud
que va a despedir a los viajeros.
—En cuatro o cinco días, pediré un adelanto y te lo mandaré. Ten cuidado y que te
vaya bien. Sería tonto que te deprimas.
Mi madre sollozaba.
—¡Tonta! Haré cualquier cosa y te mandaré lo del pasaje. Tranquilízate y atiende
a la abuela.
Partió el tren, y de pronto me sentí triste y angustiada. Parecía que los ojos me
daban vueltas. No tomé el tren de inmediato para regresar y salí de la estación de
Tokio.
Durante largo tiempo no me he dado crema y la cara me escuece. No hay manera
de detener las lágrimas y corren neciamente.
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se trata de gente que no se ve en aprietos para comer y que difunde en las calles su
música ruidosa.
Los que creen, venid… ¡Bah!, hay canciones de primavera más ingeniosas.
Sería preferible vomitar sangre a borbotones y ser atropellada por el automóvil de
un señor ministro del gabinete en una calle hermosa de Ginza.
Querida mamá, ahora debes de estar por Tozuka o por Fujisawa, ¿en qué estarás
pensando en un rincón del vagón de tercera clase? ¿Por dónde estarás pasando…?
Sería bueno que los treinta cinco yenes duren mucho tiempo.
Era el foso del palacio centellean las luces del Teatro Imperial. Me imaginaba los
raíles por los que iba corriendo el tren. Todo, absolutamente todo, está quieto. ¿Habrá
paz en todo el mundo?
1923
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ELIMINAR EL OBJETIVO
Día de noviembre
Cuando salí de la puerta de la fábrica, todavía con las mangas plegadas con un
cordón, Chiyo me dio alcance desde atrás.
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—Oye, ¿hoy no vas a pasar por el mercado? Voy a comprar la cena de esta noche.
Un plato de pescado sanma[89] costaba ocho céntimos. La piel azul brillaba con la
grasa, Chiyo y yo los llevamos en los brazos y su fuerte olor pasó a nuestros
estómagos.
—Cuando vamos por este camino, ¿no te hace sentir contenta?
—Es verdad, me siento aliviada.
—Tú estás sola y eso me da envidia.
En su cabello atado se acumuló el polvo, la imagen me emocionó tanto que me
dieron ganas de prenderle fuego al esplendor de las calles, a todo.
Día de noviembre
¿Por qué?
¿Por qué?
¡Hasta cuándo tendremos que llevar esta estúpida forma de vida! Aunque pasen y
pasen los días, la canción del celuloide, el olor del celuloide, la vida del celuloide.
Desde la mañana hasta la noche, pintamos interminablemente los colores
primarios. Nos aíslan del sol como insectos rastreros. Dentro de una fábrica deforme,
durante largas horas sin fin, exprimen nuestra juventud y nuestra salud. Cuando
observo el perfil de esas jóvenes mujeres, me embarga una tristeza punzante.
Aunque, espera un poco…
Si pienso que los artículos que nosotros fabricamos: los cupidos o los broches con
forma de mariposa adornarán los rostros de las niñas pobres como en un festival… no
estaría mal sonreír un poco bajo aquella ventana.
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Mándame algo de dinero, aunque solo sean cincuenta céntimos. Tengo problemas por el reuma. Espero
con ansia que tú y tu padre regreséis pronto a casa. Él también dice que las cosas no le van bien. Cuando
oigo que tu situación económica tampoco es la que quisieras, siento que es muy duro vivir.
—Creo que los dos podremos vivir bastante bien con los sesenta yenes que gano. Tu
corazón helado me causa mucha tristeza.
El hombrecillo, como si fuera una piedra, se sentó al lado de mi almohada
poniendo sobre mí su rostro lúgubre similar al musgo.
Cuando sentí la respiración agitada del hombre, mis ojos se nublaron por las
lágrimas.
¿Ha habido hasta ahora algún hombre que me haya hablado con palabras tan
cariñosas para consolarme? Todos me han hecho trabajar para luego desecharme
como si fuera humo.
Si me uniera a este hombre y viviéramos en una vecindad, formaríamos un hogar,
pero es algo demasiado triste. Si le veo a la cara durante diez minutos, este pequeño
hombre me provoca náuseas.
—Disculpa, pero estoy mal de salud. No tengo ganas de hablar. Vete, por favor.
Noche.
Fui a comprar un poco de arroz.
Aprovechando, con mi envoltorio de furoshiki en la mano, caminé por los puestos
nocturnos del puente Aizome.
Puestos de flores, pan de Rusia, bizcochos dorayaki[90], pescado seco, verduras,
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libros viejos… es el paisaje de la calle que veo después de tanto tiempo.
Día de diciembre
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En un día de trabajo gano sesenta céntimos, lo que valen menos de tres kilos de
arroz. ¿Volveré a algún cabaré como antes? Al ver el quimono de seda corriente
colgado en la pared y que tantas veces ha sido lavado y está completamente raído,
como yo, me siento harta.
Sí, así es, yo, la señorita Fumi, soy una lumpemproletaria. No poseo nada.
Absolutamente nada.
¡Soy peligrosa! ¡Soy peligrosa! Porque soy una holgazana peligrosa. Si me dieran
una granada, con gusto se la arrojaría a quienes me la hubieran dado.
Una mujer de esta calaña, más que vivir sola en la indecisión… Pronto, ¡pum,
pum!, partiré el mundo en dos.
Sobre el arroz caliente pongo tiras del pescado sanma asado de la noche anterior.
Cuando se come con la boca llena, la vida no es tan mala.
En el periódico viejo en el que venía envuelto el rábano en salmuera que compré,
decía que en Hokkaido todavía existen decenas de miles de hectáreas de tierras sin
cultivar. ¡Qué alegría poder construir la utopía del proletariado en una tierra salvaje
como esa!
Tal vez se podría cantar la tonada del arrullo de la paloma.
Tal vez se podría poner de moda la canción que dice «Palomas, venid todas
volando en armonía».
Día de diciembre
—No seas tan recatada de esa manera rara. Si Matsuda te está diciendo que te lo va a
prestar, Fumi, deberías aceptarlo. En realidad, nosotros contamos con lo que nos
pagáis por el alquiler.
Al ver la cara de la señora de cabello ralo, me siento humillada hasta el punto de
querer largarme de ahí.
Es una guerra para salir. Me dirigí a toda prisa hacia la calle Nezu. Matsuda me
estaba esperando en el buzón al lado de la tienda de licores mientras echaba una
tarjeta.
Me sonríe. De verdad que es una buena persona, pero a mí me da náuseas.
—No digas nada y toma el dinero. Será como un préstamo. Te lo puedo regalar,
aunque si tú te sintieras presionada, yo estaría en un aprieto…
Trató de guardar en mi obi el dinero envuelto en papel en forma menuda. Yo,
preocupada por mi haori[92] anticuado, con pliegues en los hombros, como de niña,
me sentí extrañamente avergonzada. Me sacudí sus manos y abordé el tren.
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Tomé el tren en dirección opuesta y bajé en Ueno. Me pareció frío. Me sentí triste
y abatida mientras pisaba mi propia sombra.
¿Qué voy a hacer?
En lo alto, el anuncio luminoso de la agencia de empleo tenía un aspecto
enloquecedor y se agitaba como las señales de un barco naufragado.
—¿Sus expectativas…?
Reteniendo el aliento por la pregunta del dependiente principal, que parecía un
rufián, alcé la vista hacia las ofertas de trabajo, que parecían anuncios de mercancías.
—¿Qué prefiere, desempeñar toda la vida un trabajo pesado o uno ligero? Es
mejor que lo medite bien.
El dependiente entornó los ojos y, como si empezara a ponerme precio, me miró
indiscretamente de pies a cabeza, a esta mujer pobremente vestida que ni siquiera
llevaba un chal sobre los hombros.
Le pedí que me recomendara en un restaurante de sushi en Shitaya. Me dejó la
comisión, que era de un yen, en cincuenta céntimos. Salí hacia el parque.
Parecía que en cualquier momento la nieve empezaría a caer y, a pesar de todo,
los vagabundos dormían en los bancos roncando plácidamente.
Miré la estatua del general Saigō[93], una reliquia de la guerra de los rōnin,
aquellos samuráis sin señor al que servir.
Usted y yo somos del mismo pueblo. ¿No siente nostalgia por Kagoshima? ¿Por
el monte Kirishima, Sakurajima, el monte Shiro? Es la época en que los bizcochos de
batata son exquisitos con té caliente ¿verdad?
Parece que usted tiene frío, igual que yo.
Usted es pobre como yo.
Día de diciembre
Anoche encontré dentro del buzón un regalo afectuoso de parte de Matsuda. ¿Lo
tomaré prestado? Si se lo pago después, estará bien. Fragilidad, tu nombre es
pobreza.
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Sobre arroz frío vierto bastante sopa de miso y me trago esta triste cena.
Cuando Matsuda pasa por debajo de mi ventana, tose de manera extrañamente fuerte.
Entra por la cocina y me pregunta:
—¿Ya estás cenando? Espera un poco, he comprado carne.
Matsuda al igual que yo, prepara su propia comida. Dicen que es un hombre
bastante ahorrador.
En la estufa de queroseno, el olor de la carne cociéndose. Tristemente se me hace
la boca agua.
—Disculpa, ¿podrías cortar esta cebolla?
Anoche, sin permiso, abrió el cajón del escritorio de mi habitación y puso un
envoltorio con dinero. De esta manera me hizo aceptar el préstamo de diez yenes,
poco dinero, y hoy con demasiada familiaridad intenta que le corte la cebolla.
Lo que considero más insoportable es ser tratada con tal insolencia por una
persona tan descarada.
A lo lejos se oye el sonido varonil del machacar arroz para hacer mochi[94].
Yo, en silencio, comía un crujiente rábano blanco en salmuera. La cocina también
parecía sombría, y él empezó a cortar la cebolla.
—Yo la cortaré.
Con una tristeza que me partía el corazón, no pude permanecer callada; abrí la
puerta corredera y cogí el cuchillo de Matsuda.
—Gracias por lo de anoche. Le pagué cinco yenes a la casera y como me quedan
cinco, te los voy a devolver.
Sin decir nada Matsuda tomó un pedazo de carne roja que parecía chorrear del
envoltorio de corteza de bambú y lo echó en la cacerola. Sin motivo alguno alcé los
ojos y vi la cara retorcida de Matsuda, en la que brillaba una pequeña lágrima.
Al fondo parecía que había empezado el juego de cartas de flores, hanafuda; la
voz siempre histérica de la casera resonaba con fuerza y atravesaba el techo.
Matsuda empezó a lavar el arroz en silencio.
—Oye, ¿el arroz todavía no está cocido?
—No, como tú ya estabas comiendo, pensé en darte la carne pronto.
¿Qué sentimientos despertó la carne que me dio en un plato de estilo occidental al
pasar por mi esófago?
Recordé la imagen de diversas personas.
Pensé que todos eran insignificantes.
Consideré la posibilidad de casarme con Matsuda. Por primera vez fui a visitarlo
a su habitación.
Sobre un periódico extendido mientras hacía ruido con él, Matsuda estaba
metiendo ordenadamente los mochi para Año Nuevo en una cesta de bambú.
Mis sentimientos que así se habían aliviado de manera pacífica, de nuevo, más
que antes, tensaron la cuerda del arco. Sin hacer ruido regresé a mi cuarto.
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El restaurante de sushi también es aburrido…
Afuera hay tormenta.
Cupido, canta ya el arrullo de las palomas.
Tormenta, tempestad de nieve, soplad con violencia, soplad con violencia.
1923
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MÚLTIPLES ROSTROS EXTRAÑOS
Día de abril
Aunque gritase: «Planeta Tierra, ¡pum, pum, pártete en dos!», solo soy una negra gata
siniestra, el mundo me mira con el rabillo del ojo y me dice: «Silencio, silencio».
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El olor de tu cuerpo está lleno del de tu mujer, con quien has convivido durante
siete años, y del olor de la joven actriz.
Te entregas a la pasión carnal de esa mujer y como obligación pones tus manos
alrededor de mi cuello.
¡Hazte a un lado!
Si fuera prostituta, no tendría esta fatiga mental. ¡Qué bueno sería!
De un salto me puse de pie y di un puntapié a la almohada del hombre.
¡Mentiroso! Él quedó hecho añicos como una bola de carbón.
En el cielo de abril, cuando las flores se abren en todo su esplendor, ondea una
bandera roja.
En la parte exterior del planeta Tierra sopla silbando el viento caliente. En el
firmamento de abril estalla una voz invisible que llama pst, pst.
¡Sal corriendo y ven!
Trabajaré en un lugar que nadie sepa. En medio de la espesa bruma percibí una
mano gruesa. Vi un brazo negro azabache.
Día de abril
¡Oh!, mis aborrecibles deseos pecaminosos, soy una mujer. Después de todo, derramo
lágrimas de aflicción.
Cuando voy caminando con los ojos clavados en la tierra, estoy profundamente triste
y empiezo a temblar como un perro enfermo. ¡Al diablo! Esto no está bien.
Hoy también, como un perro callejero, vagué por el pavimento de hermosas
calles, pensando: «¿No hay alguien que me compre? Me venderé…».
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Si este vínculo no se puede mantener, aunque lo intente…, si se quiere romper,
me separaré de este hombre sin apego…
Fuera de la ventana, un árbol cuyo nombre desconozco está cuajado de flores blancas
que se abren desbordadas y emanan un grato aroma; una multitud de pequeñas
mariposas blancas revolotea alrededor.
Al anochecer salí al engawa iluminado por la luna y, mientras estaba allí, escuché
los diálogos teatrales del hombre. Los recuerdos de cuando era niña cruzaron como
un soplo, al igual que el aroma de las flores. Quise gritarle a la luna con todas mis
fuerzas: ¿No habrá en algún lugar un hombre bueno?
El papel más célebre de este hombre fue en una pieza llamada Navaja de afeitar,
que interpretó alguna vez con Sumako[96], de la compañía teatral Geijutsuza.
Cuando yo era niña, lo vi actuando en esa obra en una barraca para
representaciones teatrales en Kiushu.
La Kachusha de Sumako también fue excelente. Ha pasado ya mucho tiempo
desde entonces y este hombre ya tiene cerca de cuarenta años.
—Para un actor, lo mejor es una esposa actriz —dije.
Al ver su silueta proyectada en la luz, mientras está ensayando él solo, no puedo
evitar sentir lástima por él. Bajo la pantalla color púrpura, el perfil del hombre que
repasa el libreto se aleja de mis ojos como si fuera disminuyendo.
Cuando me siento triste, me entra comezón en la planta de los pies. Al lado del
hombre que está hablando solo, me miro furtivamente en el espejo ladeado hacia la
luz de la luna.
Mi cara de cejas pintadas con líneas gruesas se va girando en círculos como un
remolino. Sería maravilloso que todo el mundo tuviera la brillantez de una noche de
luna…
—Oye, es mejor que nos separemos. No sé por qué, tengo deseos de estar sola…
No me importa lo que venga, quiero vivir por mí misma —propuse.
El hombre, como si volviera en sí, dio un gran jadeo y dejó caer unas lágrimas.
Ante la sensación infeliz que provoca la palabra «separación», llora en silencio y trata
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de abrazarme.
Esto también es una representación teatral pueril. Bien, a partir de hoy estaré muy
ocupada.
Abandoné al hombre en ese primer piso y salí corriendo hacia el barrio Dōzaka.
Daré un apretón de manos a este y a aquel. Metí la cabeza en un puesto de
raviolis chinos, y lo primero que hice fue tomar una copa de licor chino y vomité los
besos insípidos de ese hombre.
Día de abril
Aunque habían dado las doce, el restaurante tenía muchísima clientela. Ya era mi
hora de salida y estaba ansiosa.
Con excepción de Mitsu y de mí, todas las demás vivían allí mismo, por lo que
sin ningún escrúpulo mendigaban diversas cosas a los clientes que quedaban.
—Señor Taa, yo quiero fruta…
—Oye, yo quiero sopa de fideos con pato…
Era exactamente igual que una reunión de gente salvaje. Reían y comían, reían y
comían. Parecía que fueran a matar el tiempo sin límite. No pude evitar sentirme
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irritada.
Día de abril
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mar. Mientras lo ponía al sol en el engawa iluminado por los cálidos rayos, sentí
deseos de pronunciar las palabras: papá, mamá.
Por la tarde, cuando fui al Salón Miwa, que está en Yotsuya, ya estaba abarrotado de
gente. En el escenario se representaba, como de costumbre, Navaja de afeitar.
El hermano menor del hombre me encontró a primera vista y parpadeó.
—¿Por qué no vas al camerino? —me preguntó.
Es un hombre bueno, carpintero de oficio. Vive en un mundo totalmente diferente
al de su hermano mayor.
En el escenario se desarrollaba una violenta pelea entre marido y mujer.
¡Ah! Esa es la mujer. Mientras veía a la actriz con quien ese hombre hablaba
orgullosamente, no pude evitar sentir celos por primera vez.
El hombre llevaba la misma ropa de dormir de siempre. Esta mañana no le he
cosido ese quimono a propósito. Se le había descosido en el dorso unos seis
centímetros.
Ya no aguanto más a este hombre egocéntrico.
Estornudé muchas veces seguidas y me dieron ganas de volver a casa. Salí a la
calle templada junto con dos o tres amigos poetas.
En una noche tan bonita como esta, ¡qué agradable sería despojarme de la ropa y
correr desnuda!
Día de abril
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Una noche en la que no necesito nada. En cuanto suba al tren me fumaré un
cigarrillo.
En el kiosco de la estación compro cinco o seis cajetillas azules de Bat. Desde la
ventanilla del tren nos damos un apretón de manos verdaderamente frío.
—Adiós, cuídate.
—¡Gracias…! ¡Que te vaya bien…!
Cierro fuertemente los ojos y al abrir los párpados, rápidamente se desbordan de una
vez las lágrimas que había estado conteniendo.
En un rincón del vagón de tercera clase que viajaba en dirección a Akashi, yo,
que no tenía equipaje ni nada, estiré las piernas a todo lo largo, me entregué al llanto
y abrí el papel plateado de mis añorados Bat.
¿Me apearé en el camino si hay alguna región que parezca interesante…? Miré
hacia arriba fijamente el mapa que colgaba sobre mi cabeza y leí los nombres de las
estaciones.
Me gustaría bajarme en un territorio nuevo. ¿Elegiré Shizuoka…? ¿O Nagoya?
Aunque eso también me causa inquietud.
Apoyada en la ventanilla oscura, mientras clavaba la mirada entre las tinieblas en
las luces de las casas habitadas, de pronto me di cuenta de que mi cara se reflejaba
claramente como si me estuviera viendo en un espejo.
¿Adónde demonios me dirijo…? Cada vez que oigo las voces de los vendedores en
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las estaciones abro los ojos con el corazón aterrorizado.
1924
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PANTUFLAS ROJAS
Día de mayo
Me enamoré de Buda.
Si beso sus labios ligeramente helados,
¡oh!, mi corazón se entumece, no lo merezco.
Todo lo de usted
es inmerecido.
Mi sangre suave
fluye a contracorriente.
¡Buda!,
¡usted es demasiado frío!
Mi corazón
lleno de agujeros como un panal de abejas…
Buda,
la capacidad de usted no es solo hacer que yo comprenda,
Namu Amidabutsu[98],
la transitoriedad del mundo,
sino que con su masculinidad
descienda y zambúllase
en mi corazón que es como una llama.
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Probablemente es por causa del tiempo. La lluvia que ha caído sin parar desde la
mañana se ha combinado con el viento al caer la noche y se me acerca como si
estuviera a punto de penetrar agudamente en el cuerpo y el alma. Escribí este poema
y lo pegué en la pared, pero mi corazón, la víscera, como siempre me menosprecia y
está muy apacible.
«Ven enseguida. ¿Necesitas dinero?».
El azulado papel del telegrama flota dentro de mi cabeza.
Estoy angustiada, tanto que quiero gritar mil veces, diez mil veces, idiota, idiota,
idiota, idiota. Recibí el telegrama de ese hombre en un hostal en Takamatsu[99].
Derramé lágrimas de felicidad y, abrazando un bulto lleno de regalos que parecía a
punto de reventar, regresé a la casa de Tabata.
Antes de que pasara medio mes nos separamos de nuevo.
Cuando pagó por mí dos meses de alquiler, el hombre, agitando la cola como un
pez de colores, se mudó a una pensión en Hongo. Y yo aparenté quedarme aquí sin
más.
También ayer, llevando en los brazos una pila de su ropa lavada, subí alegremente
las anchas escaleras de la pensión como si fuera a encontrarme con mi amante.
¡Oh! Desde entonces deseo tener un dirigible.
En la habitación fresca, la luz empezó a encenderse, aquel hombre que se había
aferrado a mi pecho llorando estaba con su cuerpo enredado como un pez al de
aquella actriz con peinado de joven. En el pasillo oscuro al que llegaba un olor a algo
azul, como agua, mis ojos estaban llenos de lágrimas y escuché el sonido de una
armónica. Parecía el inicio del verano.
Me sentía angustiada. Toda mi cara…, no…, todo mi cuerpo se puso rígido como
el de una muñeca de alambre, pero…
—¡Hola…! —Como una niña inocente lancé una gran risotada y dirigí todo el
tiempo mis pupilas desconsoladas hacia las patas del escritorio.
Desde aquel entonces hasta el día de hoy, he andado vagando por el mundo
desordenado.
—¡Dame un beso por quince céntimos!
Así importuné a otros en la taberna. Esto es lo que queda en mi corazón.
¡Los hombres son bobos!
Ardiendo de ira quería dispersarlos a puntapiés y pisotearlos. Bebí al mismo
tiempo güisqui y sake. Esa imagen mía era miserable y tristemente acude a mi mente
mientras estoy en la cama así, oyendo en calma el sonido de la lluvia. Mientras
pienso… «en este momento ha de estar abrazando el cuello de la actriz dentro de la
mosquitera inflada al máximo por el viento». Siento ganas de subir a un dirigible y
lanzarles una bomba.
Puse de pie mi cuerpo tambaleante por la resaca. El estómago, vacío. Eché en la olla
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de barro todo el arroz que quedaba, que era poco, y salí al pozo de agua.
Toda la gente del piso inferior se había ido al baño público. Sin ninguna reserva
lavé el arroz haciendo bastante ruido. Empapada por la lluvia gocé al tocar el agua
blanca que suavemente corría formando un hilo.
Día de junio
La mañana.
Hace un tiempo espléndido. Cuando abrí la contraventana, las mariposas blancas
se congregaron. Parecían copos de nieve. Me sorprendió el olor de esta estación
masculina.
Las nubes se amontonan y flotan de este modo. En verdad, debo estar haciendo
un buen trabajo. Cuando tiré las colillas de los cigarrillos que estaban esparcidas en el
brasero, pensé que era bueno vivir sola en una buhardilla. Al aspirar el aire de la
mañana azulada, mis sentimientos confusos también mejoraron.
Esperaba con ansia el correo, pero llegó un aviso de que la prenda había sido
confiscada en la casa de empeño, lo que me causó fastidio. ¡Cuatro yenes con
cuarenta céntimos de interés! ¡Bórrenme de su lista!
Con un quimono amarillo, un obi negro y haciendo girar mi sombrilla salí a la calle,
como una señorita feliz. Como de costumbre, fui a la librería de viejo.
—Señor, hoy págueme un poco más. Pues voy a un sitio un poco alejado…
El dueño de este negocio de libros viejos en Dōzaka, ocultando como siempre su
sonrisa de hombre bueno entre sus arrugas, tomó con cuidado con ambas manos el
libro que le entregué.
—Es el libro que está de moda ahora. Lo venderá enseguida.
—Umm… El único y su propiedad, de Stirner[100]. Se lo compro por un yen.
Puse las dos monedas de cincuenta céntimos sobre la palma de mi mano y metí
una en cada manga de mi quimono. Salí a la calle de luz cegadora y me dirigí a la
fonda de siempre.
¿Cuándo llegará el día en que pueda comer despreocupadamente ante esa pequeña
mesa?
Escribir uno o dos cuentos infantiles no me da para comer hasta quedar
satisfecha. Trabajar en un cabaré es arruinarse como un estropajo. Es triste que un
hombre me dé de comer; después de todo, no hay otro remedio, nada más queda que
vivir al día vendiendo mis libros.
Por la noche, después de regresar del baño público, mientras estaba cortándome las
uñas, vino a visitarme Yoshida, el estudiante de Arte; dijo que había ido a dibujar.
Traía una pintura de paisaje del número diez que acababa de hacer y despedía un
fuerte olor a pintura fresca.
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Lo conocía porque me lo había presentado el poeta Aikawa. Ni me gustaba ni me
disgustaba particularmente, pero después de que hubiera venido una, dos, tres veces,
empecé a sentir que era una carga.
Debajo de la pantalla de color púrpura, Yoshida se tumbó diciendo que estaba
cansado y al incorporarse súbitamente:
Día de junio
Isori, amigo del hombre con quien rompí, se mudará hoy a la amplia habitación de al
lado.
No sé por qué, pero me pareció que podía tratarse de una intención secreta de
aquel hombre y me sentí intranquila.
En el camino hacia la fonda compré incienso y se lo ofrecí al Jizō[102]. Cuando
regresé a casa, me lavé el cabello y, con una sensación de limpieza, fui a la pensión
de Shizue[103], en Dangozaka.
Animada, subí corriendo la cuesta porque ya debería estar listo el cuaderno de
poesía titulado Dos personas[104].
Abrí ligeramente la cortina azul, como siempre. Me apoyé en la ventana y
conversé con Shizue. Siempre parece joven, inclina su abundante cabello corto, le
brillan sus ojos húmedos.
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Por la tarde, fuimos juntas a la imprenta a recoger los cuadernos. Tiene solo ocho
páginas, pero es agradable, como una fruta fresca.
De regreso pasamos por Nantendō[105] y le mandamos un ejemplar a cada uno.
Quiero trabajar y continuar durante mucho tiempo con este cuaderno.
Mientras bebía un café helado, Tsuji[106] me dio una palmadita en el hombro y
elogió el cuadernillo al mismo tiempo que se aflojaba la cinta ceñida a la cabeza.
—Habéis publicado algo muy bueno. Seguid adelante.
Sonreímos al despreocupado Tsuji Jun, que estaba borracho, y tanto Shizue como
yo salimos con buen ánimo.
Día de junio
Los miembros de Sembrador[107] dicen que van a publicar una revista llamada Frente
de Batalla de las Artes y la Literatura, por lo que les he enviado una poesía titulada
«Una obrera canta», que trata sobre la pequeña fábrica en la que trabajaba pintando
juguetes de celuloide. En el periódico Miyako de hoy han publicado un poema mío
que le escribí al hombre de quien me separé. Ya basta, dejaré de escribir versos como
este; son absurdos. Estudiaré más, mucho más, y escribiré mis propios poemas llenos
de vitalidad.
Por la tarde he ido al Shōgetsu, en Ginza. Había una exposición de la poesía de
Donne; mi torpe escritura ostentosamente era la primera de la lista. Me encontré con
el señor Hashizume[108].
Día de junio
En plena primavera.
Todos los sauces florecen al unísono.
Una noche, el viento de primavera se mete en mi alcoba.
Las flores blancas danzan cayendo hacia el sur.
Que vuelva, salí de la puerta, pero mis piernas no tienen fuerza.
Recogí una de las flores, mi pecho se llenó de lágrimas.
Pareja de golondrinas que se van en otoño y regresan en primavera,
os ruego que traigáis la flor de sauce hasta mi lecho.
Sentada de lado bajo la lámpara, mientras leía un poema de la reina madre Ling, que
se enamoró de Paihwa[109], sentí una gran añoranza por los viajes.
Desde que se mudó, Isori siempre regresa a altas horas de la noche, pasada la una
de la mañana. Los inquilinos de la planta baja, gente que trabaja, se duermen como a
las nueve.
Es un sitio silencioso, igual que si viviera en una montaña. Únicamente a veces se
oye un ruido como el rumor del mar procedente de los trenes eléctricos y de vapor
que pasan por la estación Tabata.
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Empecé a sentirme profundamente sola.
Sentí deseos de un hombre hermoso como Yang Paihwa.
Puse el libro boca abajo e irritada bajé de mi habitación.
—¿Adónde vas a estas horas? —La casera, que estaba en la planta baja, dejó un
momento la costura y me dirigió la vista.
—Hay cine de descuento.
—Cuánta energía tienes…
Abrí el paraguas de papel, con diseño de ojo de serpiente y me dirigí a la barraca
donde proyectan películas en Dōzaka.
El joven rajá[110]. Me sentí un poco enamorada del raja joven, que estaba a precio
de descuento. La orquesta estilo oriental de la canción «El barco del lago Tai»
también me hizo sentir feliz, porque era un día lluvioso.
Pero, al fin y al cabo, vaya a donde vaya, estoy sola. Cuando el cine se cerró, de
nuevo como un ratón de albañal, regresé a mi cuarto con un sentimiento y una
apariencia miserables.
—Alguien ha venido a visitarte…
A mis espaldas escuché la voz somnolienta de la señora. Cansada subí y ahí
estaba Yoshida, enrollando un papel que se metió en el bolsillo.
—Disculpa por venir tan de noche.
—No hay problema, he ido a ver una película.
—Como ya es tan tarde, te iba a dejar una nota.
Es una persona totalmente ajena con la que no tengo nada en particular de qué
hablar, pero trató de acercárseme con arrumacos. Es tan alto que parece tocar el dintel
con la cabeza; al mirarlo sentí que me aplastaría.
—Llueve mucho… ¿No? —dije.
Me dio miedo de que, si no fingía ignorarlo de esta manera, esa noche explotaría.
Apoyó la espalda en la pared y me miró fijamente a la cara. Sentí que estaba en
apuros, ya que pensé que ese hombre me iba a gustar a rabiar.
No obstante, por causa de aquel individuo ya había escarmentado con los
hombres.
Callada, puse ambas manos sobre el escritorio y pasé la vista por la luz de la
lámpara que se reflejaba en el blanco papel de borrador. Mis dedos palpitaban
violentamente.
Dos seres humanos empujaban con todas sus fuerzas un leño, uno contra el otro.
¡Ay! Si me miras de esa manera, no lo podré soportar, soy una mujer frágil en
extremo. Estoy ávida de amor y el fondo de mi corazón siente cosquillas y grita
agudamente.
—Te estás burlando de mí, ¿no?
—¿Por qué? —pregunté.
¡Qué respuesta tan estúpida!
Ni siquiera nos hemos besado, solo me estás arrastrado hacia mi sentimentalismo
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fresco… Mientras murmuraba para mis adentros, me pareció que sería un poco triste
evitar que este hombre se acercara a mí.
¡Ah! Deseo un amigo. Quiero un amigo que sea así de tierno, pero… gruesas
lágrimas rodaron.
Sería mejor que me mataran de una vez. Quizás aquel hombre me mate con su
mirada. Saliva fresca corre sobre mi lengua en abundancia.
—¡Perdóname!
Echarme a llorar de bruces era como incitar aún más el pecho de este hombre. Me
sentí miserable sin remedio. En medio de esta habitación en la que había pasado
algunos meses con el hombre de quien me separé, flotaban diversos espectros que me
hicieron sentir insoportable.
Tengo que mudarme, ya no aguanto más. Recostada sobre el escritorio, dándole
vueltas en mi cabeza, traté de dibujar el refrescante paisaje veraniego de los
suburbios.
La pasión de la lluvia se encendió aún más.
Día de junio
Estoy triste.
Estoy aburrida.
Quiero dinero.
Me gustaría estar en Hokkaido y caminar yo sola, a mis anchas, por una calle
arbolada con un fuerte aroma a acacias.
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una ocasión, este hombre de apariencia descuidada vino a vender la pintura de una
vaca. Su hijo estaba enfermo de difteria; era bastante sombrío. Al acomodar sus
zapatos, noté que las suelas estaban descosidas y parecían el hocico de un
hipopótamo. Traje unos clavos pequeños y se los reparé.
Lo más seguro es que no se haya dado cuenta.
Hoy, Uenoyama bebió sake despreocupadamente y habló mucho.
Por la noche, se fue solo.
Estoy desconsolada…
Aunque llamé: «Oiga»,
nadie recogió mi pantufla.
Con osadía,
¿saltaré de la silla giratoria
e iré por la pantufla que voló?
En la cama estaba inquieta y se me ocurrió este poema. Abajo, el reloj de cuco marcó
las tres de la madrugada.
1924
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LAS LÁGRIMAS DE UNA ATOLONDRADA
Día de mayo
¡Mentiroso!
Estaba leyendo el poema «Mundo» de Émile Verhaeren[112], en el que está escrita
esta frase absurda.
Dirigiéndome al firmamento, que da un gran bostezo, mostraré mi desprecio por
este poeta pusilánime.
Dale valor al dinero, no hagas que nos preocupemos y consigue tus propios medios de vida. No debes
vanagloriarte de eso que llaman «talento». Tu madre está bastante debilitada. Regresa, no estoy de acuerdo
con tu vida de vagabundeo.
Día de junio
Esta noche hay una luz azul encendida en el depósito de cadáveres del cuartel que
está enfrente. Otra vez ha muerto un soldado.
Dos soldados que están velando el cuerpo cruzan por la luz azul de la ventana, su
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sombra se refleja vagamente.
Noche.
Los vecinos, el matrimonio Tsuboi[114] y los Kuroshima vinieron de visita.
—Hoy ha ocurrido algo muy gracioso. Kuroshima y yo fuimos al mercado a
comprar un cubo grande y, aunque todavía no lo había pagado, me entregaron el cubo
y tres yenes de cambio. Por un instante el corazón me dio un salto —explicó el señor
Tsuboi.
—¡Oye! ¡Qué envidia! Estoy segura de que en la novela Hambre de Knut
Hamsun había un pasaje en que el personaje iba a comprar una vela y se la llevó
gratis junto con cinco coronas de vuelta —comenté.
A mi marido[115] y a mí, la anécdota de Tsuboi nos pareció digna de envidia.
¡Qué casa de vecindad tan triste! Una lechuza ulula. A la sombra del bosque
melancólico, como un barco flotando en el pantano.
Estamos rodeados por un depósito de cadáveres, un cementerio, un hospital y un
cabaré que semeja un lupanar. Me sentía totalmente harta de esta casa en Taishidō.
—A propósito. ¿No comemos arroz con brotes de bambú mañana?
—¿Vamos a robarlos…?
Los tres hombres invitaron a Iida[116], que vive en la planta de arriba de la peluquería.
Al otro lado del camino, a espaldas de esta, hay una espesura de bambúes. Se fueron
a birlar los brotes a la colina de atrás.
Nosotras las mujeres deseábamos ver las luces de las animadas calles, pero nos
resignamos y caminamos por el templo Taishidō. Hoy es día de fiesta.
Las linternas portátiles de los puestos instalados en el sendero de la espesura de
bambúes humeaban como una fuente.
Día de junio
El cielo está espléndido, por lo que, enamorados del verdor sedoso sobre la colina, la
mujer y el hombre pobres hablaron de dar un paseo después de tanto tiempo.
Eché la llave a la puerta y salí un paso después de él. ¿Hacia dónde se habrá ido?
No se ven ni las luces del hombre.
Enfadada, fui y vine por el camino de la colina quemado por el sol. Me pareció
muy extraño.
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El hombre furioso, como tallo de cardo, me empujó violentamente por la espalda
y corrió hacia la casa cerrada.
—¡Oye! ¡Lánzame la llave!
¿Otra vez…? Cuando entré por la cocina como una gata ladrona, el hombre me
arrojó bruscamente al pecho un estropajo y un tazón, entre otras cosas.
¡Ay! Hasta este punto te parece odiosa esta bromista atolondrada… De pie, junto
al pozo, destrozada, miré las nubes azules.
Parece que me equivoqué y en vez de ir por el camino de la derecha, tomé el de la
izquierda. Aun así, ¿no sería suficiente con que me dijera una sola palabra: boba?
Cuando vi mi sombra triste, me acordé de mis días en la escuela primaria, la
época de aquel mundo extraño, cuando después de ver mi sombra, miraba el cielo,
entonces esta se reflejaba en el firmamento. Alcé la vista hacia la alta bóveda celeste.
Lágrimas de dolor manaron copiosamente y me acurruqué en el suelo. Sentí
deseos de cantar una melodía de añoranza por el terruño como un vendedor de agua
de El Cairo.
La sede de Tenrikyō estaba junto al arroyo. El jardín había sido regado y daba una
impresión de frescura. El follaje verde de los arces se desparramaba fuera del muro.
Cuando las dos ancianas se postraron ante el altar, extendieron ambas manos e
iniciaron una extraña danza.
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Un hombre de edad madura vestido con quimono blanco observó mi imagen
miserable mientras me ofrecía té y un panecillo anpan.
—No hay ningún sitio en particular al que pueda llamar mi pueblo, pero mi
registro dice Higashi Sakurajima, prefectura de Kagoshima.
—Umm, bastante lejos…
Como no aguantaba más, tomé el anpan, que parecía apetitoso; al darle un
mordisco, noté que estaba bastante duro. Las migajas cayeron sobre mi regazo.
No hay nada.
No es necesario pensar en nada.
Me puse de pie abruptamente y me postré ante el altar. A continuación me calcé
las geta a toda prisa y salí.
No me importaba que los restos del panecillo agrandaran poco a poco las
cavidades de las caries. Solo quería que su sabor permaneciera en mi boca.
Cuando llegué frente a la casa, la puerta de entrada estaba cerrada a cal y canto,
igual que la boca de aquel hombre.
Al llegar a la casa de Tsuboi, extendí las piernas a mis anchas y me tendí sobre el
tatami.
—¿No habrá un poco de arroz en tu casa? —pregunté.
La esposa de Tsuboi, una buena mujer, también estaba desanimada. Se acercó a
mi lado con un tazón en el que había un puñado de granos de arroz y se tendió como
yo. Ambas acabamos diciendo que ya estábamos cansadas de vivir.
—Taiko[119] dijo que le habían mandado arroz desde Shinshū. ¿Vamos a verla?
—¡Qué bien!
La esposa de Kuroshima Denji, que vivía al lado, se alegró como una cría y
aplaudió. En verdad es una persona adorable.
Día de junio
Y los vecinos
y los parientes
y los amantes
¿qué son?
Si en la vida no puedes comer suficiente,
la flor encantadora que pintaste acabará marchitándose.
Aunque me gustaría trabajar alegremente,
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me acurruco y me hago muy pequeña
y parezco enternecedora
en medio de palabras injuriosas.
Soy empujada durante largo tiempo en el tren. De nuevo debo regresar a esa casa
donde no hallo ningún consuelo.
Escribir versos es mi único alivio.
Por la noche, Iida y Taiko vinieron a visitarnos entonando esta canción popular:
Día de junio
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carcajadas.
Cuando gritaron el nombre del luchador que conocíamos, fue muy gracioso y no
pudimos contener la risa.
Cuando somos pobres, nos abrimos mutuamente y nos convertimos en uno solo,
más allá de la amistad.
Todos hablamos mucho.
Cuando la conversación se desviaba hacía historias de fantasmas, Taiko hablaba
con frecuencia de los fuegos fatuos que había visto en la playa de Chiba.
Tiene un cutis hermosísimo tal vez debido a haber nacido en una región
montañosa. También ha sufrido por culpa de los hombres.
Jugamos a las cartas de flores, hanafuda, hasta pasada la una de la mañana.
¡Oh! ¡Jóvenes! Está bien, ¿no?, está bien, ¿no? Como no sabíamos canciones,
recitábamos poemas tanka de Takuboku, mientras picábamos fideos udon y bebíamos
aguardiente.
Esa noche, cuando mi marido, que había ido con todos a despedir a Hagiwara,
regresó a casa, cerramos el cuarto y, como no había mosquitera, pusimos incienso
antimosquitos antes de acostarnos. Después escuchamos los ruidosos pasos del
gentío, que retumbaron en mi cabeza como si estuvieran pisando cebada.
—¡Oíd! ¡Levantaos, levantaos!
—No finjáis que estáis dormidos…
—Estáis despiertos, ¿no?
—¡Si no os levantáis, prendo fuego!
—¡Mirad! Hemos arrancado unos rábanos blancos. Están sabrosos. ¿No os vais a
levantar…?
Entre las voces mezcladas, se oían la de Iida y la de Hagiwara.
Me reí y permanecí callada.
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Día de julio
Al anochecer, los dos, que no habíamos comido nada desde la mañana, acurrucados
en el cuarto oscuro, escribimos un manuscrito cada uno sin ninguna esperanza de que
se vendiese.
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—Oye, ¿no te apetece comida occidental? —le propuse yo.
—¿Eh?
—¿Arroz con curry, arroz con cerdo rebozado o bistec?
—¿Tienes dinero?
—Mira, «la necesidad no tiene ley», ¿verdad? Si pedimos comida occidental por
la noche, no vendrán a por el dinero hasta mañana. ¿No es así?
Por primera vez percibo el olor de la carne, lamo la grasa derretida, estoy tan feliz
que me siento mareada.
—Está mal no dejar por lo menos un bocado —dije. Cuando nuestro estómago
está satisfecho, como si resucitara, hacemos que brote un nuevo retoño en nuestro
pensamiento.
Estamos en una situación en la que ni los ratones vienen…
Apoyada en la caja de mandarinas que hace las veces de escritorio, empiezo a escribir
un cuento infantil.
En la calle, el rumor de la lluvia. Por el río Tama suena incesante el pum, pum de
las balas de las escopetas. A pesar de ser medianoche, hay gente que está animada.
¿Hasta cuándo llevaré esta vida de insecto? Mientras, echada de bruces, escribo
un inocente relato para niños, las lágrimas me suben a los ojos sin querer.
1925
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TORMENTA CON TRUENOS
Día de julio
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En medio de la penumbra, recordé Reconciliación de Naoya[125], que estaba
envuelto en el furoshiki.
Rodeada por el bullicio del cabaré, hasta el hecho de escribir un diario se
convierte en un acto aborrecible.
Me imagino las escenas de otros momentos. Primero, cuando cantan los
gorriones; luego, cuando brilla el alegre sol matutino y sus rayos se deslizan sobre las
hojas verdes. Su color y su sonido exhalan una fragancia como de lluvia… Aunque
yo no soy Kaita, como una demente deseo con todas mis fuerzas, ¡ya!, ¡en este
instante!, un lugar donde vivir yo sola.
¡Todo es en vano!
Está oscuro, por eso solo cierro los ojos inmóvil.
—¡Oye! ¿Adónde ha ido Yumi[126]? —grita la dueña desde la planta baja.
—Yumi, ¿estás por ahí? La señora te llama.
—Dile que estoy acostada porque me duele una muela.
Cuando Yae bajó la escalera impetuosamente, una vaga sensación dolorosa se
expandió y me dieron ganas de cantar: «Prefiero morirme».
¡Mefistófeles ha comenzado a danzar lentamente! En la Antigüedad, esa
distinguida personalidad llamada Lunacharski[127] se planteó:
Después de todo, ni siquiera tengo tierra natal, pero siento angustia cuando pienso en
mi madre.
¿Me convertiré en una ladrona? ¿Seré una bandida…?
El rostro del hombre de quien me separé oprime mis párpados ardientes.
—¡Oye! Yumi, sabes bien que faltan camareras, ¿no? ¿Qué tal si te aguantas un
poco y me haces el favor de bajar? —dice la patrona con voz aguda mientras sube la
escalera.
¡Ah! Todo, absolutamente todo, es arena, bruma, es fango. Atando de nuevo el
cordel de mi delantal, mientras tarareo alegremente una canción, voy bajando hacia el
bullicio del piso inferior que parece el fondo del océano.
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Día de julio
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Noche.
Bebo sake.
Me ahogo en sake.
Propinas: dos yenes con cuarenta céntimos, gracias, estoy muy agradecida.
Día de julio
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No soy una jovencita de diecisiete o dieciocho años, conozco muy bien la manera
de escapar.
Y esto fue lo que le dije:
—Aún no me has dicho que me amas… Detesto el amor que viene con violencia.
Si me quieres, ¡tienes que portarte bien!
Como una loba, hinqué los dientes en el brazo del hombre.
Las lágrimas me ahogaban. Es una lucha entre las debilidades de un hombre y las
de una mujer.
Relámpagos y lluvia… Cuando estaba a punto de alborear, el hombre dormía con
la cara floja y sucia.
En la lejanía, un gallo canta anunciando el cielo azul del amanecer. Una alegre
mañana de verano, el viento no hace caso de la pasión de la noche anterior y corre
suavemente como la seda.
Si este hombre fuera aquel otro…
Abandoné en el coche el rostro cómico de ese hombre y me apeé en el camino
fangoso.
Fatigada por la noche pasada, en que estuve a punto de caer vencida, dejé que el
viento acariciara mis ojos hinchados y caminé de buen humor, como no lo había
hecho en mucho tiempo, por un sendero como el de mi pueblo.
Yo, una mujer degenerada, cuando salí del robledal, sentí ternura por Matsu.
Al pensar en el hombre cansado que dormía en el coche como un niño, me dieron
ganas de regresar corriendo y despertarlo…, pero quizás se sentiría avergonzado, y
cuando pensé que Matsu estaría tranquilo fumando un cigarrillo en el asiento del
conductor, concluí que, después de todo, era un hombre detestable.
Día de agosto
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mastica ruidosamente.
—¡Oye! ¿Qué puedo escribir para comenzar una carta de amor…? —dice Yae
haciendo girar sus pupilas negrísimas y da un silbido con sus labios rojos.
Mujeres como humo que vienen de Akita, de Sajalín, de Kagoshima, de Chiba,
rodean una mesa del cabaré y escriben cartas a sus remotas provincias.
Salí a la calle y compré un obi de muselina. Un yen y dos céntimos. Un poco
menos de dos metros y medio.
¿No habrá algún trabajo en el que pueda estabilizarme? Veo los anuncios del
periódico. Llega ya la muchedumbre de estudiantes de Medicina de siempre. El olor
masculino, como la marea, se extiende vívidamente en el interior. Yae, a quien le
gustan los estudiantes, guarda su carta de amor sin terminar y con ambas manos
oprime sus pechos y coquetea.
Día de agosto
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Igual que si fumara opio… es triste que este trabajo me arrastre poco a poco hasta
ahogarme.
Todos los días llueve.
Aquí descubrimos los dos caminos del arte, las dos formas del entendimiento. ¿Por qué vía progresa el ser
humano? ¿Será a través de una ilusión? ¿Por la búsqueda de un pequeño oasis de belleza? ¿O bien, será a
través de la creación activa? Por supuesto, una parte está relacionada con la altura de los ideales. Mientras
más bajo sea el ideal, la persona será más realista y pensará que el abismo entre el ideal y la realidad es
menos desesperante. Sin embargo, en buena parte, eso está relacionado con la cantidad de fuerza, con la
acumulación de energía de la persona y con la tensión de los nutrientes que su cuerpo orgánico procesa.
Una vida tensa tiene como complementos naturales la creatividad, la tensión de la lucha y la esperanza.
El quimono de muselina se rasga fácilmente cuando los bajos se pegan por el sudor.
Mientras este tremendo calor continúe, nada podré hacer hasta que haga más fresco.
Me paso los días oyendo gritar: «¡Está listo el pedido de cerdo rebozado!». Ah…
Si hubiera alguna persona que me diera treinta yenes al mes sin condición alguna,
quisiera escribir poemas llenos de vigor. Quisiera escribir una buena novela.
1925
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LLEGÓ EL OTOÑO
Día de octubre
Contemplando el tragaluz cuadrado de unos treinta centímetros por lado, vi por
primera vez un claro cielo purpurino.
Llegó el otoño. Mientras comía en el cuarto del cocinero, ¡con cuánta nostalgia
pensé en los otoños de mi lejana tierra! ¡Tan entrañable!
El otoño es maravilloso…
Hoy también ha llegado una mujer. Una mujer algo interesante, blancucha como
un malvavisco. Siento fastidio de mí misma, porque sin razón aparente añoro con
ansia a la gente.
Sin embargo, veo la cara de cada cliente como una mercancía y la cara de cada
uno de ellos también parece fatigada. No me importaba lo que fuera, fingí leer una
revista y me sumí en reflexiones sobre diversas cosas. No puedo aguantar más.
Tengo que hacer algo; si no, acabaré dejándome pudrir por completo.
Día de octubre
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Hasta Toshi, que había puesto su almohada bajo la escalera, interviene:
—¡Eh! ¿Será que te has acordado de aquel hombre?
Todas somos solitarios cuclillos de la montaña.
Tengo deseos de escribir algo. Tengo ganas de leer. Un viento frío sopla por los
bajos de la mosquitera. Son las doce.
Día de octubre
Como tengo ahorrado un dinerillo, he ido a hacerme un peinado japonés por primera
vez en mucho tiempo.
Me encanta el peinado japonés tradicional. Al estirar con fuerza los cordeles de
papel, las cejas se tensan, levantando el flequillo con un peine bien mojado, cuelga
suavemente sobre la frente. Estoy hermosa, como si fuera otra.
Aunque le dirija una mirada amorosa al espejo, solo él, nadie más, quedaría
enamorado. El peinado japonés acentúa la feminidad. En días así, cuando estoy
hermosamente peinada, quisiera ir a algún sitio, abordar un tren de vapor e irme lejos,
lejos.
En la librería de al lado pedí que me cambiaran una moneda de plata por un
billete de un yen y lo metí junto con una carta para mi madre, que está en mi pueblo.
Sin duda se alegrará.
Yo también me pongo contenta cuando junto a una carta viene un billete…
Compré bizcochos dorayaki y los comí junto con las demás.
Hoy hay una tormenta terrible, llueve.
Días como este me ponen melancólica. Los pies se me enfrían y los siento duros
como vidrio.
Día de octubre
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Aoyagi en Hakodate sí que es triste.
Un poema de amor de un amigo.
Las flores de aciano.
¡Espléndido! ¡Es maravilloso estar viva! Verdaderamente pensé que la vida era algo
divertido. Todos son personas buenas.
Estamos a principios del otoño, sopla un viento un poco frío.
A pesar de estar melancólica, no sé por qué se enciende en mí una pasión
femenina.
Día de octubre
Día de octubre
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Estaba en un gran cabaré de Asakusa, pero lo dejó porque sus compañeras la
hostigaban. Después acudió a la consulta de un quiromántico en Asakusa, que le dijo
que el barrio de Ogawa, en Kanda, sería un buen lugar. Por ese motivo llegó aquí.
—¡Oye! Este es el barrio de Nishiki —comentó Kei.
—¿De veras…? —dijo con expresión fría.
En esta casa, Toshi era la más hermosa, la más honesta y la que tenía la historia
más interesante.
Tenía los ojos de Mary Pickford y el cuerpo de la Swanson.
Día de octubre
No sé por qué, pero tengo ganas de tener una persona que me mime de verdad.
Pero hay muchos hombres que mienten.
Ahorraré dinero y haré un viaje libre de preocupaciones.
La noche que llegó, cuando íbamos todas a tomar el baño, Aki permaneció de pie en
un rincón del pasillo con expresión sombría y abatida.
—¡Oye! Aki, si no te bañas y te quitas el sudor, tu cuerpo se pudrirá.
Kei, con el cepillo de dientes en la boca, la llamó en voz alta.
Un poco después, Aki, cubriéndose el pecho con una toallita, entró en silencio en
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el cuarto de baño de unos seis metros cuadrados.
—Tú has parido algún hijo, ¿no? —indagó Kei.
—¡El jardín está completamente blanco a todo lo largo y ancho! No lo has olvidado, ¿verdad? ¿Liuba?
Mira, aquel largo camino arbolado es semejante a un cinturón extendido, continúa en línea recta hasta el
infinito y brilla en las noches de luna. Seguro que tú lo recuerdas, ¿verdad? No lo has olvidado, ¿cierto?
[…]
—Ya lo sabes. Hasta este jardín de cerezos se venderá como prenda de la deuda. Aunque sea extraño,
no hay remedio.
El hombre de quien me separé citaba con frecuencia esta frase de Gáyev, de El jardín
de los cerezos.
No sé por qué, yo estaba absorta en reminiscencias que sabían a sal mientras
contemplaba la luna blanquecina a través de la ventana de vidrio deforme.
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el número de hombres que me han traicionado.
¡Soy una gran estúpida! ¡Más estúpida aún de lo que se puede expresar! No es
ningún consuelo decir que soy una buena persona…
Día de octubre
Cuando abrí suavemente los ojos, Toshi ya estaba haciendo los preparativos.
—Te has dormido. Si no te das prisa, se nos acabará el tiempo.
Cuando llevé todo el equipaje al cuarto de baño, me sentí aliviada.
Me ceñí el obi de seda con cuidado para que no hiciera ruido, me arreglé el
cabello y a hurtadillas traje dos pares de geta que estaban en el suelo de la cocina.
Aunque ya son las siete de la mañana, en la cocina los ratones corretean. Los
ronquidos del patrón, un buen hombre, también son apacibles.
Kei regresó a Chiba la noche anterior porque su hijo está enfermo.
Verdaderamente, solo con los estudiantes y los clientes del menú fijo no se podía
ganar nada.
Toshi y yo cuchicheábamos entre nosotras que queríamos dejar este trabajo, pero
ya que las dos somos débiles de carácter, tuvimos que resignarnos al pensar en todo el
quehacer que había al mediodía con los estudiantes y en la falta de camareras.
Puesto que no entraba dinero y como ninguna de las dos podíamos hacer este
trabajo por gusto, no teníamos otra opción que huir.
En la estación de Ogawachō dejamos que pasaran cuatro o cinco trenes, pues todos
venían llenos de estudiantes, tal vez porque era la hora de la entrada a las escuelas.
Los transeúntes se reían de nosotras. Nos iluminaba la luz límpida de la mañana.
No nos habíamos lavado la cara desde la noche anterior. Seguramente nos
considerarían prostitutas.
No pudimos soportar la situación y preferimos refugiarnos en una fonda de fideos
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soba. Por primera vez pudimos estirar las piernas doloridas. El encargado del servicio
a domicilio era muy amable y nos hizo el favor de llamar un taxi de un yen y de este
modo nos mudamos al piso superior de una verdulería en Shinjuku, donde de
antemano nos habíamos apalabrado.
Mientras íbamos en el coche, no sentía nada de confianza en mí misma para vivir.
Estaba totalmente deprimida y exhausta, quería beber agua desesperadamente.
—¡Está bien! Hemos hecho lo mejor dejando aquella casa. Yo no me arrepiento si
es que me muevo conforme a mi propia voluntad.
—Sacaré fuerzas y trabajaré. Es mejor que tú te afanes en estudiar…
Bajé los ojos y las lágrimas brotaron con abundancia. Aunque las palabras de
Toshi fueran algo así como los sueños de una niña sentimental, simplemente, sin
ninguna razón, me sentí feliz, pues en esos momentos estaba desamparada.
¡Ah! Regresaré a mi pueblo… Iré corriendo a los brazos de mi madre… Desde la
ventanilla del taxi contemplé el saludable cielo azul de la mañana. Vi los tejados que
pasaban corriendo.
Miré con nostalgia el vuelo de los gorriones como piedrecitas lanzadas sobre las
copas de los árboles color óxido de la avenida.
Día de octubre
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en el que todos los deseos mundanos están reunidos. Cuando escucho mi estómago
gruñir, me pongo triste igual que una niña. Siento envidia de las prostitutas, en la
zona de tolerancia lejana e iluminada.
Del montón de libros que tenía, ahora solo me quedan dos o tres dentro de una
caja de cerveza. Están gastados y rasgados: Llevando a los niños, de Zenzō[132]; El
obrero Seryov[133] y Reconciliación, de Naoya[134].
¿Iré de nuevo a un restaurante a ganar dinero?
Acabé resignándome tristemente. Me levanté con el cuerpo extrañamente
tambaleante, como si fuera un dominguillo. Metí en la manga de mi quimono un
cepillo de dientes, un jabón y una toallita, y salí a la calle al atardecer cuando soplaba
el viento.
Como un perro callejero visité un cabaré tras otro en el que podría haber un cartel
que dijera: «Se solicita camarera». Simplemente para comer, más que esto o aquello,
mi estómago deseaba algo sólido.
¡Oh! No importa lo que haga, debo comer. ¡Por todas las calles hay muchas cosas
apetitosas!
Mañana probablemente llueva. Cada vez que el viento pesado sopla vagamente
desde la frutería, el fresco otoño lleva un exquisito aroma hasta los orificios de mi
nariz excitada.
1925
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SAKE SIN REFINAR
Día de octubre
Ha llegado la época en que siento nostalgia por las voces de los vendedores de
castañas asadas.
Al oír las voces sordas de esos vendedores que caminaban por el distrito licencioso,
me puse triste y, desde el cuarto oscuro, inmóvil y abatida, miré la ventana.
Desde que era una niña, cuando se acercaba el invierno, padecía con frecuencia dolor
de muelas.
Cuando todavía esperaba que mi madre rae mimara, lloraba a gritos rodando
sobre el tatami. Ella me ponía por toda la cara una plasta de ciruelas encurtidas en sal;
a pesar de eso, yo seguía llorando con hipo.
Sin embargo, ahora casi cerca de la mitad de mi vida, de mi vida errante, me
encuentro en el piso superior de este cabaré miserable; estoy tendida en la cama con
dolor de muelas y fácilmente vienen a mi mente los campos, las montañas y el mar de
mi terruño, así como el rostro de las personas a quienes he dicho adiós.
El dios a quien dirijo mis ojos húmedos y a quien hablo es únicamente la luna
indiferente que se ve fuera de la ventana deforme.
—¿Todavía te duele?
Bajo la luz de la luna, el enorme peinado redondo de Kimi, que había subido sin
hacer ruido, me cubrió con su sombra negra. Yo no había comido nada desde por la
mañana y hasta mi nariz llegó el aroma de las algas nori. Kimi puso al lado de mi
almohada un plato de sushi. Sin decir nada miró mis ojos abiertos.
Una atención cargada de ternura… Sin motivo, las lágrimas humedecieron mis
pupilas y, cuando en silencio saqué mi monedero de debajo del delgado futón, Kimi
me riñó:
—¡Tonta!
Me dio un golpecito en la mano que me produjo un ligero dolor, como si me
hubiera pegado con un papel grueso; arregló el edredón y de nuevo bajó la escalera
silenciosamente.
¡Oh! Es un mundo de grata memoria.
Día de octubre
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Hace viento.
Cerca del amanecer soñé que una serpiente delgada color azul claro reptaba por el
suelo.
Tenía atada una cinta color rosa pálido. Extrañamente, desde que me levanté, tuve
la sensación de que ocurriría algo que alborotaría mi pecho, algo maravillosamente
alegre[135].
Al terminar la limpieza matutina, mientras inmóvil veía el espejo, di un largo
suspiro. Mi cara estaba pálida y abotargada, cansada de una vida turbulenta. Tenía
ganas de meterme en la pared.
Cuando pensé en que esta mañana también tomaría una sopa de miso parecida al
fango y el arroz sobrante, se me ocurrió que me gustaría comer fideos chinos.
Al ver mi cara distraída y sin maquillaje, me irrité de repente y me pinté los labios
con un rojo encendido.
¿Cómo estarán esos hombres: A, B y C…? Suavemente traté de coger la cadena que
estaba a punto de romperse. Pero ellos no son más que una hilera de árboles dentro
del paisaje de mi alma… ¿Será que tengo agotamiento nervioso? Sentí un tremendo
pavor de llevar varios platos.
En la mañana límpida veo por la partición del noren cómo el montón de sal puesto al
lado de la entrada para atraer la fortuna es pisoteado por algunas jóvenes estudiantes.
El montoncito pronto se dispersa y se va haciendo cada vez más pequeño.
Hace dos semanas que llegué a esta casa. Hay bastantes propinas.
Tengo dos compañeras.
Una de ellas se llama Hatsu y es cándida como su nombre. Le sienta muy bien el
peinado ichōgaeshi, es realmente hermosa.
—Nací en Yotsuya, pero a los doce años, me robó un hombre de mediana edad y
acabé en Manchuria. Pronto fui vendida a una casa de geishas, por lo que enseguida
olvidé la cara de ese hombre… Junto con la niña de allí, llamada Momochiyo, jugaba
a deslizarme por el ancho y resbaladizo pasillo, que era igual a un espejo. Cuando
algún grupo de teatro llegaba desde la metrópoli, me cubría con una manta, me
calzaba unas botas e iba a verlos. Cuando el suelo se congela, se puede caminar con
chanclas de madera. Pero cuando terminas de bañarte, el cabello de las sienes se
congela, se eriza y es gracioso. Estuve unos seis años, pero el hombre de una
compañía periodística me trajo de regreso.
La hermosa Hatsu me contó su historia abriendo los labios taciturnos, después de que
se hubieran ido los clientes, tras comer y beber, mientras escribía algo con el licor
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derramado sobre la mesa.
Kimi, que había entrado un día antes que yo, era alta, maternal y de buen
temperamento.
Esta tienda estaba a la salida de la zona de tolerancia, era más apacible y tranquila de
lo que pensaba. Pronto me hice amiga de las dos.
Las mujeres que trabajan en estos lugares, aunque al principio sean maliciosas,
duramente cautas y no traben amistades, una vez que por algún impulso se les
muestra cordialidad, fácilmente se sinceran con las otras y, como si se conocieran
desde hace diez años, se convierten en más que hermanas.
Cuando no había clientes, con frecuencia nos arrebujábamos como caracoles.
Día de noviembre
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Día de noviembre
La niebla nocturna es blanca, blanca. La delgada silueta del poste eléctrico proyecta
una sombra como la de una aguja. De pie, en el exterior de la tienda, miro el tren que
pasa corriendo con estruendo. No sé por qué, pero siento envidia y me dan ganas de
llorar.
La cuerda rota del gramófono, tanto ayer como hoy, toca la música de una danza
vulgar.
Todos, todos, se ríen a carcajadas. ¡Ay! ¡Planeta Tierra, pum, pum, pártete en dos!
Muchas caras que se mofan de mí se apiñan.
—Haz la prueba de beber diez copas de King of Kings. ¡Te apuesto diez yenes!
Un calvo despreocupado de cabeza extraordinariamente reluciente extendió sobre
la mesa un billete de diez yenes parecido a un tatuaje.
—¡No es difícil!
Yo, exponiendo mi miserable figura bajo la luz blanca, me bebí las diez copas de
ese güisqui como si nada.
El tipo de la calva brillante me miraba con estupor. Esbozó una sonrisa sin querer
reconocer su derrota y, dándose aires de gran señor, desapareció.
El que se alegró fue el dueño del cabaré: «Vaya, vaya, así que esa muchacha se ha
bebido diez copas de güisqui de un yen cada una…». Me dan ganas de escupirle.
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Me crie en el campo y si pienso vivir sin la ayuda de nadie, no puedo llorar a
lágrima viva. Para que un hombre me dé de comer, yo tendré que trabajar diez veces
más.
Hasta mis amigos, que me llaman colega leal, se burlan de mí.
—¿Está bien? ¿No sufrirás por comportarte así? ¿No te atormentarás? —me dice
Kimi abriendo mucho los ojos y asiéndome con fuerza.
Es tarde. Está a punto de acabársele la cuerda al reloj. Dos niños precoces imitan las
voces de cierta parte de una obra de kabuki: «La luna se ve brumosa, el fuego para
pescar también…». Mendigan inoportunamente.
—¡Oiga, señor! Por su amable voluntad… Oiga, señor, por su amable voluntad…
—¡Echen fuera ya a esos lisiados enfermizos!
Al ver las caras ásperas de esos niños inocentes maquilladas en exceso con polvos
blancos, a mí también me dan unas ganas insoportables de aferrarme a alguien.
Día de noviembre
El patrón se pone de mal humor si hacemos las tres comidas en la casa, pero detesto
sobremanera que los clientes me paguen la comida.
Aunque el anuncio dice que se cierra a las dos de la mañana, si llegan los clientes
que salen del barrio de placer, el dueño finge ignorancia y no retira el noren, aunque
ya sea de madrugada
El suelo de cemento suena extrañamente fuerte. Me pone la piel de gallina y hasta
la sangre se me congela.
Me disgusta el olor agrio del sake y me pongo irascible.
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—¡Qué fastidio…!
Hatsu se quedó plantada distraídamente mientras exprimía la manga de su
quimono que se había empapado de cerveza.
—¡Una cerveza!
Ya son más de las cuatro, a lo lejos se oye el canto de un gallo; siento nostalgia de
verdad.
¡Quiquiriquí! En la estación Shinjuku suena el silbato de los trenes de vapor. Mi
turno era el último, entró un hombre que parecía un dandi de pega.
—¡Una cerveza!
Sin más remedio, destapé la cerveza y la vertí en un vaso hasta el borde.
El hombre miraba el techo de manera muy irritada. Se bebió la cerveza de un
tirón.
—¿¡Qué!? ¡Cerveza Ebisu! No me gusta.
Diciendo esto en tono fingido se marchó. Simplemente salió a la calle
pavimentada en medio de la espesa niebla. Yo me quedé boquiabierta. De repente
sentí rabia, tomé en la mano la botella de cerveza y fui tras él.
Cuando el hombre estaba a punto de doblar junto al banco, le lancé la botella de
cerveza a su silueta oscura con todas mis fuerzas.
—Si quieres beber cerveza, ¡aquí tienes, tómatela!
La botella se hizo añicos con un ruido estrepitoso y la espuma salpicó.
—¡Qué haces!
—¡Idiota!
—Yo soy un terrorista.
—¡Eh! ¿Hay alguno como tú…? ¡Qué terrorista tan ridículo e inútil!
Kimi, preocupada, vino corriendo. Llegaron los conductores de dos o tres coches
y el extraño terrorista se esfumó rápidamente entre las callejuelas.
¿Dejaré este oficio…?
Sin embargo, leí la larga carta que mi padre mandó desde Hokkaido. Me dice que
las dificultades continúan, que no tiene para pagar el pasaje de regreso al pueblo y
que le envíe dinero. Mi padre se desalienta con facilidad cuando hace frío. Me las
apañaré como sea para enviarle cuarenta o cincuenta yenes.
Después de trabajar un poco más, ¿también me iré a Hokkaido? ¿Será mejor que
trabaje con mis padres vendiendo de puerta en puerta…? No hay marcha atrás.
Hatsu apagó las luces de la tienda, metió la cabeza en un puesto de oden[138] que
dejaba escapar vapor como una locomotora; clavando con los palitos una bolita de
pasta de pescado, con gran entusiasmo comió arroz con té.
Mientras se apaciguaban mis temblores debidos a la excitación, le pedí a Kimi
que me quitara el delantal y, justo antes de irme a dormir, disfruté del sake sin refinar
junto con el oden.
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1925
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VIAJAR SOLA
Día de diciembre
Asakusa es estupendo.
Asakusa es un sitio al que siempre es bueno venir.
Yo soy la Kachusha de vida errante que gira y gira en medio de las luces que se
mueven a un ritmo acelerado.
Mi cutis está duro como la cerámica, ya que por largo tiempo no me he dado
ninguna crema. Yo, que me emborracho con sake barato, no le tengo miedo a nadie.
Si me emborracho, soy una bebedora llorona. Las manos y los pies se me entumecen
y parece que se me van a desprender. ¡Qué sensación tan agradable!
Como el mundo es demasiado absurdo, si no bebiera alcohol, no podría vivir
poniendo cara seria.
Aquel hombre se enredó con otra mujer. ¿Y qué significa eso? La verdad, me
entristece, pero el sake me dice: «No me interesa el ancho mundo».
Cuando las luces de la ciudad se apagan y todo se oscurece, mientras pego mi
cara deforme a la pared de la barraca que hace las veces de cine, pienso: «A partir de
mañana estudiaré».
La banda de música dentro del cine se oye como si saliera de un sueño. Soy
demasiado joven y no sé por qué motivo estoy desesperadamente hastiada de mí
misma.
Quiero tener más años rápidamente y escribir algo excelente.
Es bueno tener más edad.
Cuando de improviso me veo a mí misma totalmente ebria, como una farsa de
monos en la calle, me avergüenzo y quiero cubrirme la cara con una toalla al caminar.
¡Un vaso de sake dulce fermentado por cinco céntimos! ¡Un vaso de bebida dulce de
an por cinco céntimos! ¡Una brocheta de pollo de dos céntimos! ¡Qué manjares tan
simples!
Día de diciembre
Para una mujer propensa a la soledad, no hay mejor consuelo que fumar un cigarrillo
en la cama por la mañana. El humo color púrpura que flota formando anillos es
hermoso. La luz del sol da de lleno en mi cabeza y pido que hoy ocurra algo bueno.
Mis quimonos tan usados, rojo, negro, rosado, amarillo, están desparramados por
toda la habitación de tres tatamis, ya que vivo sola y libre. Yo, adormilada, soy una
pequeña tortuga en un rincón soleado.
Cuando llego hasta cierto punto, me desmorono y quedo aplastada. Aunque sea algo
insignificante, fantasear con una cosa como el oden me hace sentir feliz como una
niña.
No puedo recurrir a mis padres en busca de ayuda porque son pobres. Aunque
trabaje acá y allá, únicamente me puedo comprar uno o dos libros al mes, lo demás se
esfuma en comer y beber. He alquilado un cuarto minúsculo, pero, aunque vivo con
lo mínimo necesario, mis reservas también se han agotado.
Ante mi situación económica tan apurada, cubierta de tinieblas sin salida, ni nada,
hasta considero el convertirme en una ladrona.
Pero, como soy corta de vista, pienso que me van a atrapar a la primera, y de
pronto me parece gracioso y me río de tal manera que las frías paredes retumban con
fuerza.
Intentaré hacer algo, quiero dinero… Mi ilusión turbia se ahoga fácilmente en el mar
de mis sueños. Duermo como un tronco hasta el atardecer.
Kimi vino a proponerme que buscáramos de nuevo un buen trabajo juntas. Nos
llevamos un pequeño recorte de periódico y tomamos un tren de la línea nacional con
dirección a Yokohama.
Cuando el cabaré en el que trabajábamos hasta hace poco perdió los clientes, Kimi
renunció junto conmigo, regresó al lado de su esposo en Itabashi y se quedó allí
durante mucho tiempo.
Su marido tiene treinta años más que ella. La primera vez que la visité en Itabashi
pensé que se trataba de su padre. Esa familia era un embrollo, que si la madre
adoptiva de Kimi, que si sus hijos. A mí todo eso me fastidia. No puedo entender su
relación.
Ambas guardamos silencio y al bajarnos del tren salimos hacia la colina mientras
admirábamos el mar de un azul intenso.
—Hacía muchísimo tiempo que no veía el mar…
—Hace frío…, pero el mar es hermoso…
—Sí, tienes razón. Cuando veo este mar tan masculino, me dan ganas de
desnudarme y zambullirme en él. ¿No te parece que es como si el color azul se
hubiese vuelto líquido?
—¡Es verdad! Inspira temor…
Día de diciembre
Boo, boo, silba la máquina de vapor como si meciera el fondo del estómago. Algunos
pequeños remolinos se remansan en el color plomizo y uno a uno desaparecen allende
el mar. El viento helado de diciembre sopla hacia mí gimiendo y hace que el cabello
de mis sienes de mi peinado ichōgaeshi, alborotado, se quede pegado a mis mejillas.
Meto ambas manos dentro de la apertura de las axilas de mi quimono y, al oprimir
tranquilamente mis senos, el tacto de mis pezones fríos incita algunas lágrimas dulces
sin razón aparente.
¡Ah! ¡Todo me ha derrotado!
Estoy lejos de Tokio y, mientras voy navegando sobre el mar azul, los rostros de
los hombres y las mujeres con quienes de alguna manera me he relacionado, asoman
uno a uno entre las nubes blancas.
El cielo de ayer era tan azul que, tras mucho tiempo, me hizo añorar mi tierra. Me vi
Duerme, niño,
duérmete.
Mañana levántate temprano.
El viento de la costa es frío,
duérmete temprano…
Día de diciembre
Abro la puerta corredera que está totalmente amarilla debido al humo y, mientras veo
en silencio la nieve que sigue cayendo y que desaparece en cuanto toca el suelo,
olvido todo, absolutamente todo.
—Mamá, este año la nieve ha llegado muy pronto, ¿no?
—Sí.
—Papá también debe de estar sufriendo por el frío.
Ya han pasado más de cuatro meses desde que se fue a Hokkaido. Se fue
demasiado lejos y el trabajo no marcha como esperaba. Será la próxima primavera
cuando regrese a Shikoku, dice la carta de mi padre. Aquí también está bastante
Mis padres y yo, que no teníamos un pueblo natal propiamente dicho, nos habíamos
establecido finalmente en Tokushima. En una esquina de este pueblo de mujeres
hermosas, cerca de un bonito río, abrimos un viejo hostal para viajeros. En ese pueblo
yo había pasado casi un año.
Pero eso fue cuando aún era una niña… Ahora, este hostal está completamente en
ruinas y se ha convertido en el trabajo suplementario de mi madre.
Abandoné a mi padre, abandoné a mi madre, durante mucho tiempo vagabundeé
por Tokio, me fatigué y regresé aquí y, cuando vacié un cajón del desvencijado
armario, aparecieron antiguas cartas de amor mal escritas, fotografías donde luzco un
enorme peinado redondo. Poco a poco resucitan los hermosos sueños del pasado que
recuerdo con añoranza.
¡Todo era maravilloso! La sopa de fideos chinos de color amarillo de Nagasaki,
los cerezos del templo Senkō-ji de Onomichi, la canción de Jōgashima que aprendí en
Niyugawa[143].
Cuando en el fondo del armario aparecieron varias hojas amarillentas de mis
torpes bocetos de la época en que comencé a aprender dibujo, me vi a mí misma
como alguien de un mundo completamente distinto.
Día de diciembre
Al cabo de muchos días, el tiempo mejoró, como es deseable a la orilla del mar.
Una pareja de recitadores de naniwa-bushi se hospeda aquí desde hace dos o tres
días. Ambos traen enrollada al cuello una bufanda negra y, cuando se marchan por la
mañana temprano, solamente quedamos mi madre y yo en la cocina amplia y tiznada.
Ella está asando unas sardinas.
¡Ah! Ya estoy aburrida de la provincia otra vez.
—No te vayas tan lejos. ¿Qué tal si te casas aquí…? Hay alguien que dice que
quiere tomarte como esposa…
—¿Eh? ¿Quién?
Día de diciembre
Cuando el hombre desató el cordón de sus zapatos rojizos y entró, tuve la extraña
sensación de estar a punto de enfermar del estómago y, justo frente a él, fruncí las
cejas.
—¿Cuántos años tienes?
—¿Yo? Veintidós.
—Umm…, entonces yo soy mayor.
Tenía cejas espesas y labios gruesos. No sé por qué su cara me parecía conocida,
pero no pude recordar. De repente, me puse contenta y sentí ganas de silbar.
1925
Día de enero
Día de enero
Sobre la mesita de la mañana había sopa de miso blanco, tofu seco cocido y sojas
negras; todo producía una sensación acuosa en el paladar. Solo tengo recuerdos tristes
de Tokio. Mejor intentaré vivir en Kioto o en Osaka…
Estaba tumbada en el piso superior de un hostal barato en el monte Tenpō[145],
mientras con nostalgia oía un gato que maullaba.
¡Ay! ¿Vivir es así de complicado? Mi cuerpo y mi alma están totalmente
exhaustos.
El futón miserable, sucio y nauseabundo como tripas de pescado.
¡Boo, boo! Al escuchar el silbato del barco, abrí la ventana de par en par y dirigí un
llamado al puerto sumido en la noche nevada.
Dormitan algunos barcos de luces azules encendidas.
Ellos y yo somos vagabundos.
Nieve, nieve, la nieve cae. De pronto recuerdo con cariño al hombre objeto de mi
primer amor, que se fue lejos y que nunca antes había venido a mi mente.
Era una noche como esta.
Él entonó la canción de Jōgashima.
También cantó «Campanas silenciosas». En el mar de Onomichi, de grata
memoria, el oleaje no estaba tan agitado.
Bajo el manto con el que los dos nos cubríamos, frotamos dos fósforos para
iluminarnos. Él miró mi cara y yo la suya. Ni siquiera nos besamos. Fue una
separación inesperada.
Ya han pasado siete años desde que recibí su última carta en la que me decía:
«¡Mujer que te precipitaste en línea recta!». Ese hombre hacía comentarios sobre la
pintura de Picasso y amaba la poesía de Kaita.
Sentí dolor por la mano dura que me golpeaba repetidamente la cabeza mientras
gritaba: «¡Qué tal esto! ¡Todavía no!», «¡Qué tal esto! ¡Todavía no!».
En algún sitio se oye un shamisen. Me quedo sentada con la mirada perdida
silbando durante mucho tiempo.
Al salir por la puerta de la agencia de empleo de la ciudad, subí al tren con dirección
a Tenma.
El lugar al que me enviaron era un comercio de mantas al por mayor. Como era
graduada de la escuela secundaria femenina, me contratarían como oficinista.
Mientras contemplaba las calles grises que se sucedían una tras otra, pensé que Osaka
también era un sitio interesante.
Parece que es bueno trabajar en un lugar donde no se conoce a nadie.
Los sauces secos mueven sus troncos y se mecen a lo largo del río.
Día de enero
A las ocho de la noche se cierra la puerta principal, y los nueve empleados se retiran a
algún sitio, o bien desaparecen de uno en uno.
Como si las tratara con consideración, estiro libremente las piernas sobre el futón
duro con sábanas bien almidonadas y miro el techo fijamente. Empiezo a sentirme
miserable y siento compasión de mí misma.
En la cama donde duermen juntas Ito y Kuni, las almohadas de madera negra, que
Día de enero
Cuando llegaba la época de la nieve, sufría porque me salían sabañones en los dedos
de los pies.
Por la tarde, me escondía de la gente a la sombra de un montón de cajas apiladas
y me rascaba los pies furiosamente. Los dedos se me ponían calientes y rojos, se me
inflamaban tanto que me daban ganas de clavarles una aguja y me sentía martirizada
sin remedio.
—¡Uy…! ¡Qué sabañones tan espantosos!
Exclamó con sorpresa Kenkichi, uno de los dependientes principales, que se había
asomado.
—Lo mejor para los sabañones es frotarlos con una pipa encendida.
Y diciendo esto, el joven dependiente zafó con fuerza el tubo lleno de tabaco,
repetidamente chupó la pipa y frotó el cuenco en mis dedos rojos como ampollas.
Hasta en medio de esta gente que solo habla de ganancias hay una cordialidad
como esta.
Día de febrero
En medio de la lluvia gris de noviembre estaba rodeado de una turba que se mofaba de mí. […] Para
quienes se encuentran en la prisión, las lágrimas son parte de sus experiencias cotidianas. El día en que los
que están allí no lloren será porque su corazón se ha endurecido y no porque su corazón esté feliz.
Cuando en las noches veo estas palabras, mi corazón se aflige de verdad. ¡Amigos!
¡Familia! ¡Vecinos! No sé por qué, me puse triste y eché de menos a los amigos que
se burlaban de mí francamente.
¡Bendito sea también el amor de Ito!
Por la noche, cuando me estaba bañando, miré fijamente la claraboya, y las
estrellas brillantes se desbordaron. Yo sólita miré las estrellas con detenimiento,
como si de pronto recordara algo que casi había olvidado.
Día de febrero
Las calles están llenas de estandartes rojos que anuncian las ventas de primavera.
Pedí un día de descanso y a contracorriente del viento helado, que casi me congelaba
la nariz, fui a Kioto.
Justo frente a la casa de Natsu, en Shimogamo, había un puesto de policía. Una luz
roja estaba encendida.
Pasamos por debajo de la linterna colgante del portón y sin hacer ruido subimos a la
planta alta. En ese momento, resonaron a lo lejos los tañidos pausados de la campana
de un templo.
En lugar de hablar con detalle de cosas molestas, guardaré silencio… Cuando
Natsu fue al piso inferior a buscar fuego, yo me apoyé en la ventana y di un gran
bostezo profundo.
1926
Día de julio
Por eso yo
cruzo las miserables mangas sobre mi pecho
con aquella ingenuidad añorada
de cuando me criaron en mi pueblo.
Di golpecitos suaves al tronco del pino.
Me puse muy triste al recordar sin razón alguna este poema del viejo pino y caminé
como un perro sin dueño entre los árboles de un verde negruzco.
Después de mucho tiempo no llevo un delantal sobre mi pecho y mi maquillaje es
ligero.
Mientras hacía girar la sombrilla, me acordé de mi tierra y vino a mi memoria
aquel viejo pino de la colina.
Cuando regresé a la pensión, en el cuarto del hombre había un gran estante para
libros.
Manda a su mujer a trabajar a un cabaré y él se compra este estante.
Como de costumbre, guardo veinte yenes debajo de las hojas de papel para
borrador, con la confianza de que nadie me observe. Con una sensación de
comodidad, busco la ropa sucia dentro del armario empotrado.
Al parecer, las cosas entre los dos habían avanzado bastante. En la carta sobre la ida a
las aguas termales, decía: «Yo llevaré algo de dinero, pero consigue un poco tú
también». Cuando leí eso, esparcí todas las hojas por la habitación.
Recogí los veinte yenes que había dejado bajo los papeles para borrador, los
guardé en la manga del quimono y salí de la habitación enjugándome las lágrimas.
Ese hombre, cada vez que me ve, me dice que soy fría; o bien, que todos los poemas
y novelas que escribe en revistas son para atacarme.
«¡Cerda!».
«¡Puta!».
Ha escrito sobre mí toda clase de injurias.
Y yo, bajo aquella linterna del cabaré, he tenido que cantar: «por ti abandoné
todo…», por ese hombre infeliz, enfermo de los pulmones y que parece un loco.
Me llega el viento fresco del anochecer y, mientras voy caminando por la calle del
barrio Wakamatsu, pierdo las ganas de regresar al cabaré en Shinjuku.
Umm… De pronto recordé las palabras: «se acabó todo, solo quedó un poquito».
—¡Oye!, ¿no quieres que vayamos juntas a las aguas termales? —le pregunté a Toki.
Como yo estaba demasiado borracha, esa noche ella me miraba con ojos tristes.
Día de julio
¡Ay!, en cualquier lugar hay montañas verdes para ser sepultada. Recibo una carta de
excusa de ese hombre.
Noche.
Viene la madre de Toki. Le presto cinco yenes.
Mundo tedioso, más que masticar goma de mascar, todo se convierte en colillas
de cigarrillo.
¿Conseguiré ahorrar un poco de dinero y podré ir a ver a mi madre después de
tanto tiempo?
De camino a la cocina robo un poco de güisqui y me lo bebo.
Despierto triste como un pescado de una pescadería. Cuatro mujeres dejan todo y
duermen igual que si fueran un líquido blanco y espeso echado a perder. Mientras
fumo un cigarrillo que estaba junto a mi almohada, miro el brazo extendido de Toki.
Apenas tiene diecisiete años y una tez rosada.
Su madre vendía hielo en el barrio Zōshiki, pero como su padre está enfermo,
cada dos o tres días aparece por la puerta trasera para recoger el dinero que le da
Toki.
El cristal de la ventana sin cortina refleja el cielo azul. Veo la banderola roja del
restaurante de comida occidental y china que se infla exactamente igual que yo.
Cuando comencé a trabajar en el cabaré, la ilusión que albergaba sobre los
hombres se esfumó como un sueño. Ahora me parece que ninguno tiene dignidad. Se
han convertido en una mercancía barata que se vende al precio de un lote.
Puesto que ya no tengo necesidad de mantener a aquel hombre, ¿iré a exponerme
al viento marino de mi tierra después de tanto tiempo? Pero pobrecito de él.
Dinero, dinero.
Dicen que el dinero circula por el mundo,
pero aunque yo trabaje y trabaje, no llega.
En otro tiempo, en una ocasión escribí este poema para una revista porque tú me
trataste muy duramente y de esta manera correspondí a lo que me hiciste.
Soy una gran idiota que interpretaba de buena fe que estabas nervioso porque las
ganancias eran irregulares.
Bueno, tengo lo suficiente para irme a mi pueblo, así que tomaré el tren.
¡Qué hermosa es el agua que salpica el barco rápido! El color carmesí del faro, el
Día de julio
Era enternecedora, igual que una muñeca hina[154] carcomida por las polillas.
—¿Ya han reconstruido Tokio después del terremoto?
La boca desdentada de la anciana parecía una bolsita cerrada, su expresión era
dulce.
—Coma esto.
Saqué el almuerzo de mi cesta y se lo ofrecí. Sonrió y se llenó la boca con la
tortilla de huevo.
Día de julio
Por debajo de la ventana, los peones pasan cantando esta balada de Tosa-bushi.
Con el viento soplando con fuerza, la mosquitera se hincha como una ola. Fue un
despertar matutino encantador. Cuando escuché la melancólica balada de Tosa[155],
sentí nostalgia de aquel puerto en Takamatsu[156].
En mis recuerdos, mi terruño en Shikoku es inmaculado. ¿Volveré…? No tiene
Le pedí a la dueña del hostal que hiciera de mediadora y por un yen vendí mi billete
con dirección a Okayama, interrumpido pero válido, a un corredor de pelitre. Decidí
tomar un barco para Takamatsu desde Hyōgo[157].
¡Ánimo! No debo desalentarme en ningún caso.
1926
Día de octubre
El aire del otoño es demasiado azul, por eso he recordado este poema de Hakushū.
¡Ay! ¿En el mundo únicamente hay este placer? Uno, dos… contando con los
dedos pienso en mi edad, la de una mujer pequeña y desdichada.
—¡Yumi! ¡Enciende la luz!
Es la voz chillona de la dueña.
¿Yumi? ¡Qué nombre me inventé! Mi madre está en Tokushima, en Awa[158].
Día de octubre
Shizue:
Tengo la sensación de que he vivido hasta el límite de la supervivencia.
No nos hemos visto desde hace mucho tiempo. ¿No es así? Desde que nos
despedimos en Kan da…
Me entristezco insoportablemente cuando pienso que no me queda nadie en este
ancho mundo que sienta cariño por mí. Siento deseos de llorar.
A pesar de que siempre estoy sola, quiero escuchar palabras cariñosas de otras
personas. Y si se da el caso de que alguien me trate con un poco de ternura, derramo
lágrimas de alegría. Me gustaría caminar por las calles en mitad de la noche cantando
en voz alta.
Desde el verano hasta el otoño, mi estado físico no es el normal. Aunque quiera
trabajar, no puedo hacerlo porque estoy débil y, por lo tanto, apenas tengo para
comer.
Quiero dinero.
No tendría de qué quejarme si pudiera comer arroz blanco acompañado de un
crujiente rábano blanco en salmuera. Cuando uno es pobre, se vuelve como un bebé.
Mañana será un día feliz: recibiré dinero por un manuscrito y, aunque sea poco,
con eso pienso ir hasta donde pueda.
Paso el tiempo mirando el mapa. La verdad es que este sucio mapa en la pared
arriba de la escalera, en la planta alta de este cabaré en el que no tengo ninguna
alegría, es lo que me hace ser una persona dada a la fantasía.
Es posible que vaya a un lugar llamado Ichiburi, en el litoral del mar de Japón.
¿Viviré, moriré? De cualquier manera, quiero ir de viaje.
La expresión «Fragilidad…» se puede aplicar totalmente a mi persona y no me
importa. Yo, que soy salvaje y no conozco los buenos modales, no tengo más remedio
que lanzarme hacia la naturaleza. En esta situación no puedo mandar dinero a mi
pueblo a mi hombre solo le debo excusas por todo.
Querido mío:
Siento mucho no haberme puesto en contacto contigo durante tanto tiempo.
¿Qué tal tu salud? Te escribo esta carta, a ti que padeces de nervios crispados.
Estoy segura de que esbozarás una sonrisa malévola.
De hecho, se me saltan las lágrimas.
Aunque nos hayamos separado, me entristezco cuando pienso en ti, que estás
enfermo. Tengo recuerdos de las dificultades y de las alegrías, pero cuando pienso en
tu manera retorcida de tratarme, me invade el rencor y todos estos recuerdos se
vuelven incómodos. Te mando dos billetes de un yen, no te enfades y, por favor,
úsalos en algo. Dicen que ya no estás con ella. ¿Verdad? ¿Será que yo juzgué todo de
una manera exagerada?
Ya es otoño. Mis labios se ponen fríos y se van congelando. Desde que rompí
contigo…
Tai[162] también está trabajando en la parte de atrás.
Mamá:
Perdona el retraso en mandarte el dinero.
Con la llegada del otoño he tenido diversos gastos, de ahí la tardanza.
¿Cómo va tu salud? Yo estoy bien. Si hay ocasión, por favor, envíame un poco del
medicamento para la nariz que me mandaste la vez pasada. Lo tomo en infusión y me
alivia los mareos. Además tiene muy buen aroma.
En cuanto al dinero, como de costumbre, el giro ya tiene el sello y solo tienes que
ir a cambiarlo a la oficina.
¿Recibes cartas de papá? Pase lo que pase, quédate tranquila. Este año no es de
Mi cara empapada por las lágrimas. Aunque trato de contenerlos con todas mis
fuerzas, los sollozos no paran. Así, sola, escribo esta carta en la planta superior de un
cabaré desolado como este. Mi anciana madre es lo primero que llega a mi corazón.
¡Por favor, no te mueras hasta que yo tenga un medio de vida! Sería demasiado
miserable que se muriese en aquella orilla del mar, en esa situación, sin que yo
pudiera darle una vida tranquila.
Mañana iré a la oficina de correos y lo primero que haré será mandarle dinero.
Dentro de mi obi se han juntado unos seis o siete billetes maltratados de un yen. En la
libreta de ahorros, el dinero entra y sale; está casi vacía.
Acostada, mi cabeza boca abajo sobre la almohada de madera. En el barrio de
placer suenan las tabletas que anuncian las dos de la mañana.
Día de octubre
Me bajé en Mikado.
Las luces se iban encendiendo una a una. Frente la estación, los campos
cultivados de morera; acá y allá, unos tejados de paja llegan a mi vista. Con la cesta
en la mano, distraída, me quedé de pie en la estación.
—¿Hay algún hostal aquí?
—Si sigue de aquí en adelante, en Chōja, hay uno.
Una chica vestida con un hanten[167] moteado y que llevaba un perro negro se acercó
deprisa mientras cantaba.
En ese momento, las olas, de repente, salpicaron ruidosas gran cantidad de agua;
el perro pareció asustarse, irguió la cabeza y ladró dirigiéndose al mar. ¡Guau, guau!
Los gruñidos del perro negro y el rugido del mar semejante a truenos lejanos. Era
inevitable sentir algo parecido a una fuerza misteriosa.
—¿No hay un hostal por aquí? —le pregunté a esa hermosa niña que era la única
persona en la playa.
—Mi casa no es un hostal, pero, si quiere, puede quedarse ahí.
La niña volvió sobre sus pasos sin preocupación alguna y me condujo mientras
hacía silbar una concha vacía de caracol de color púrpura claro. Los suyos eran los
únicos labios rojos en medio de aquel vasto paisaje.
Es una tiendecita donde ofrecen té y dulces, parecida a un pequeño barco en
ruinas en la arena, a las afueras de la playa de Hiari, justo donde empieza Chōja. La
pareja de ancianos de esta tienda de té preparó el baño para mí gustosamente.
También existe un mundo como este, en el que se puede vivir en forma natural.
Así, sin preocupaciones.
Recordar la atmósfera turbulenta de aquel cabaré en la capital me horrorizó. En el
techo estaba pegado algo como la cola de un pescado completamente seca.
La lámpara de la habitación es oscura, igual que mi alma de mujer en este viaje.
Me faltaba todo. Tampoco podía ver el otoño de la costa del mar de Japón con la
que tanto había soñado. Esta costa de Soto-Bōshū no me parece tan cuidada como
aquella. Desde Ichiburi hasta Oyashirazu[168], las numerosas y grandes piedras
colocadas en los tejados de las casas, aquel paisaje umbroso salpicado por la blanca
espuma que llegaba hasta los raíles, las flores carmesí de los cardos clavándose en el
cielo sobre el acantilado desplomado… todas son reminiscencias gratas de unos años
atrás.
Cuando me metí dentro del futón con olor a mar, saqué de mi cesta un frasco de
cloroformo y dejé caer una o dos gotas en mi pañuelo.
En ese momento deseaba desaparecer, así tal cual. No podía soportar ahogarme en
diversos recuerdos sin hacer nada. Apreté el pañuelo impregnado con el desagradable
olor del cloroformo contra mi nariz como si fuera una flor seca.
Día de noviembre
Serían como las diez cuando me despertaron el rugido de la marea, como truenos
Día de noviembre
Vi el Fuji.
Vi el Fujiyama[169].
Si cayese nieve roja,
sería adecuado elogiarlo diciendo que el
Fuji es una hermosa montaña.
Vi el Fuji.
Vi el monte Fuji.
¡Cuervo![170]
Desde la cresta vuela sobrepasando su cima
con tu pico escarlata, lánzale una sola carcajada burlona
¡Viento!
El Fuji es el palacio endeble de la gran tristeza.
Fiuu, fiuu, viento, brama furiosamente.
El monte Fuji es la imagen de Japón.
Es la Esfinge.
Es un sueño de densa nostalgia.
Es el palacio de la gran tristeza
donde mora el demonio.
¡Mirad el Fuji!
¡Mirad el monte Fuji!
¡Cuervo! ¡Viento!
Golpead esos hombros del monte Fuji
helados y de un blanco tan puro.
Ese no es un castillo de plata.
Es el palacio de la gran tristeza
donde se oculta la desdicha.
¡Monte Fuji!
Aquí está de pie una mujer que no te respeta.
Aquí está una mujer que se burla de ti
¡Fujiyama!
He vuelto a ser Yumi, como antes. Con el delantal puesto voy a abrir la ventana del
piso superior, desde ahí se ve el tenue monte Fuji, apenas un atisbo.
¡Ah! ¡Cuántas veces habré ido y venido por las faldas de esa montaña abrazando
sentimientos desdichados! Pero, aunque haya sido un viaje corto, aquel paisaje
solitario de los dos días en Soto-Bōshū, limpió mi alma y mi cuerpo, y los
embelleció.
Los viajes son buenos. Yo, que soy un cedro solitario en medio del campo, no
podría sentir consuelo si no tuviera estos placeres.
A partir de mañana comienza la temporada en que se va a admirar las hojas rojas
del otoño. Tendremos que estar uniformadas con quimonos rojísimos como locas.
¡Qué tontería que en la ciudad se les ocurra una tras otra estas irritantes ideas!
Otra vez ha llegado una nueva mujer.
Esta noche también me pondré el maquillaje blanco, como si fuera una máscara,
disimularé con una sonrisa fingida… Mundo frívolo, ¡qué expresión tan apropiada…!
Durante mi ausencia, mi madre me ha enviado dos juban cortos de tela de
algodón blanqueada.
1926
Día de enero
Regresamos, cerca de las diez, cargando el pesado bulto entre las dos y echando un
vaho blanquecino.
—¡Fumi! En la casa de enfrente hay una maestra de baladas kouta[172]. Mira… Es
fantástico.
Abro el paraguas
en el barrio de placer los pétalos de los cerezos
caen como nevisca
esta cinta para la cabeza es algo del pasado
era la primavera que cubría Edo de púrpura
Desde la planta alta de la casa de enfrente, muy cerca, llega la grata melodía del
shamisen, con un tono muy melancólico. Junto a la contraventana apenas abierta, con
la luz clara se pueden ver los enrejados finos de madera de la puerta corredera de
papel.
—Dejemos el baño para mañana y acostémonos… ¿Pediste prestado un edredón?
Toki cerró la puerta corredera dando un golpe.
El futón es de cuando Tai y yo vivíamos juntas. Ella se casó con Kobori y me lo dejó.
Se fue dejándome ollas, cuchillos de cocina y este futón.
Me acordé de lo más grato y de lo más desagradable que vivimos juntas en la
planta superior de la tienda de licores de Hongō[173]. Los cohabitantes, un
matrimonio. Él acababa de salir del Ejército y ella lavaba los pañales en la planta
superior. Los esposos de la tienda eran gente buena. Cuando ponga mis asuntos en
orden, sacaré el diario de esa época y lo leeré…
Las dos nos cubrimos con el edredón que nos había prestado la casera del piso de
abajo y anoté la lista en mi diario.
Total: 13 yenes
Mesita para comer 1 yen
Brasero cuadrado 1 yen
Maceta con ciclamen (1)[174] 35 céntimos
Tazón para arroz (2) 20 céntimos
Tazón para sopa (2) 30 céntimos
Rábano picante encurtido 5 céntimos
Rábano blanco en salmuera 11 céntimos
Palillos (5 pares) 5 céntimos
Juego de tazas para té y tetera con bandeja 1 yen y 10 céntimos
Recipiente Momotarō con tapa[175] 15 céntimos
Plato (2) 20 céntimos
Renta (cuarto de 3 tatamis, una parte) 6 yenes (30 días, 9 yenes)
Palillos de metal para el brasero 10 céntimos
Parrilla para asar mochi 12 céntimos
Cucharón de aluminio 10 céntimos
Paleta para arroz cocido 3 céntimos
Pañuelos de papel (un paquete) 20 céntimos
Loción facial 28 céntimos
Sake para ofrenda (180 ml) 25 céntimos
Fideos soba (por la mudanza)[176]
(para la familia de la casera) 30 céntimos
Restante: 1 yen con 26 céntimos
Hoy, Setsu, la mujer de Hagiwara[177], me dio casi cuatro kilos de arroz; Mizoguchi,
el pintor, compartió conmigo unos mochi que sus padres le habían mandado de
Hokkaido y los envolvió en un furoshiki, además, él fue quien llevó a empeñar aquel
anillo.
—Por ahora las dos vamos a trabajar mucho. De verdad, animémonos…
—Será suficiente si le mando treinta yenes a mi madre en Zōshiki.
—Yo también recibiré un poco por mis manuscritos. Por eso, debo cerrar la boca
y trabajar, ¿no es así?
¿Será el sonido de la nieve? Algo golpea en la ventana repetidamente.
—El ciclamen tiene un olor desagradable.
Toki empujó suavemente la maceta del ciclamen rojo que estaba al lado de su
almohada, se quitó la horquilla de adorno y la peineta.
—Bien, a dormir.
Dentro del cuarto oscuro, el olor de las flores nos atormentó enormemente.
Día de febrero
Desperté de pronto con la voz de Toki cantando. Junto a la almohada había dos pies
blancos descalzos.
—¿Ya te has levantado…?
—Está nevando.
Cuando me levanté, el agua estaba hirviendo y sobre la tabla fuera de la ventana,
el arroz en cocimiento derramaba una sustancia blanca.
—¿Ya ha llegado el carbón…?
—Me lo ha prestado la señora de abajo.
Toki, que nunca hacía nada en la cocina, cosa rara, estaba secando los tazones
para el arroz.
Después de tanto tiempo bebí un té con tranquilidad, sobre la mesita minúscula.
—Por ahora no avisemos a la gente de Yamatokan, ni a nadie, de este sitio, ¿vale?
Toki, dando cabezadas, se calentaba las manos en el pequeño brasero.
—¿Vas a salir a pesar de que esté nevando así?
—Sí.
Las dos, peinadas con estilo ichōgaeshi muy similar, salimos a la calle cubierta de
nieve.
Nevaba intensamente como espuma desinflada, como si fuera a cubrirnos los ojos
y la nariz.
—Es duro ganar dinero.
¡Que nieve sin cesar! Hasta que yo quede sepultada. Caminaba haciendo girar mi
paraguas con obstinación.
En todas las ventanas de la calle Yaesu había una luz encendida. También las
mujeres que trabajan y que llevan puestos abrigos púrpura o rojos andaban contra la
nieve.
No llevo abrigo para quimono y mis mangas están completamente empapadas.
Soy un sapo miserable.
Cuando llegué, me dijeron que el señor Shiraki ya se había ido. ¿Ves? Así pasa
siempre.
Por esta razón, digo que trabajaré en el cabaré, pero Toki me dice que me ponga a
estudiar. En la amplia recepción, esta mujer miserable escribió la nota rutinaria con
letras borrosas de: «Como estoy en apuros…».
A pesar de eso, la puerta del edificio de Jiji es gracioso. Gira, gira, molino de
agua. Cuando la empujé dos veces, dando una vuelta, volvió atrás, a la posición
anterior. El cartero se rio.
¡Seres humanos tan pequeños! Si miro el edificio hacia arriba, me dice: «¿No te
parece que da igual que alguien como tú viva o muera?».
Deplorable Fumiko.
Esfúmate.
Toki, helada, debe de estar caminando como perro sin dueño en medio de esta
nieve…
Día de febrero
Anoche eran las dos, anteanoche la una y media, ella siempre regresaba puntualmente
a las doce y media. Pensé que Toki sería la última persona que hiciera algo
equivocado, pero…
Dos o tres hojas del original para Wakakusa están esparcidas sobre la mesita para
comer.
En la casa ya no hay más que once céntimos.
Los cerca de diez yenes que me había pedido guardar regularmente se los había
llevado, no sé en qué momento, y ayer otra vez no me atreví a preguntarle sobre ese
dinero.
El arroz estaba batido, ya que lo había puesto a recalentar al vapor una y otra vez. El
miso de la cazuela de almejas se había puesto espeso. ¡Qué mujer tan desventurada
soy! Como ya no puedo seguir escribiendo mi manuscrito, lo pongo al lado del
tocador y con tristeza extiendo el futón.
¡Ah, me gustaría ir a la peluquera! He hecho que mi ichōgaeshi me dure más de
diez días. Siento picazón en la cabeza.
Si está oscuro cuando ella regrese, tal vez se sienta triste. Enciendo la luz y cubro
la lámpara con una tela color púrpura.
¡Adiós, Toki!
Cuando desapareció la voz de un hombre joven, en la entrada de la calle sonó la
bocina discordante de un automóvil.
Día de febrero
Día de febrero
Probablemente sea el camino para que esa mujer se vaya despeñando sin tener ningún
objetivo para vivir.
A pesar de que tantas veces le he dicho que ser pobre no era una vergüenza en
absoluto… A sus dieciocho años deseaba el rojo y el púrpura. Con las cinco monedas
de cobre de un céntimo que me quedaban fui a comprar cinco golosinas baratas y me
las comí en la cama mientras leía una revista vieja.
Aunque sea encenderé la luz… Parece que a mi estómago las golosinas le parecieron
poca cosa y hace ruidos… Suena fastidiosamente.
En la habitación de los vecinos que venden ropa usada hay un olor intenso y
desagradable a pescado sanma asado.
¡Ganas de comer y deseo sexual!
Aunque yo no soy Toki, ¿conseguiré por lo menos un tazón de arroz como ella?
¡Ganas de comer y deseo sexual!
Mastiqué estas palabras sintiendo deseos de llorar.
Día de febrero
Señorita Fumiko:
No digas nada y perdóname. He sido amenazada por el hombre que me dio el
anillo y estoy en una casa de diversión[180] en Asakusa.
Tiene mujer, pero dice que se puede separar de ella.
No te rías, por favor. Es contratista y tiene cuarenta y dos años.
Me ha mandado hacer muchos quimonos y cuando le hablé de ti, me dijo que
cada mes te mandaría unos cuarenta yenes.
Estoy contenta.
Pero su hermosa figura inocente como un lirio del campo, su suave tez rosada, su
Abrí la ventana a todo lo ancho y escuché las campanas de Ueno. Esta noche cenaré
sushi.
1927
An: pasta dulce de judías rojas muy común en los dulces japoneses.
Dorayaki: pastelillo que consiste en dos bizcochos de forma redonda rellenos de an.
Geta: tipo de chanclas tradicionales de madera de forma rectangular; son para uso
cotidiano.
Happi: chaqueta parecida a un quimono corto, pero su forma es más simple. Lo usan
los artesanos.
Ichōgaeshi: peinado de las jóvenes adultas todavía solteras, también usado por las
geishas.
Juban: ropa interior para quimono en forma de quimono corto. Hay también un
juban largo, el cual se usa encima del corto; su forma y el largo son como los del
quimono.
Koshimaki: ropa interior para quimono. Tela en forma rectangular que se enrolla a la
cadera para cubrir la parte inferior del cuerpo.
Mitsumame: dulce en almíbar, se prepara con guisantes rojos, fruta, gelatina de alga
marina y bolitas de harina de arroz.
Obi: faja para ceñir el quimono. Generalmente, el obi para mujeres es de seda gruesa
y ancha; para hombres es más estrecho, y para niños y niñas es suave.
Oden: plato caliente preparado con cocido de tofu frito, pasta de pescado, huevo
cocido, verduras y otros ingredientes.
Soba: fideos finos de harina de alforfón; se sirven fríos con una salsa en la que se los
sumerge o en caldo caliente.
Tabi: clase de calcetines que se ponen con el quimono y en los que el dedo gordo
queda separado de los demás dedos.
Tankō-bushi: canción folclórica que originalmente cantaban los obreros de las minas
de carbón. Tankō significa «mina de carbón» y bushi, «melodía».
Tatami: estera gruesa de paja cubierta con un tejido de juncos japoneses. Se usa para
cubrir el suelo.
geijutsu y quiso favorecer a las escritoras de su tiempo. Ella misma era políticamente
neutral, pero consintió la radicalización de la revista en medio del movimiento
marxista. Sin embargo, hacia 1937, cuando estalló la guerra contra China, cambió de
rumbo para animar el espíritu patriótico en las batallas y se dedicó a ayudar a las
viudas de guerra. <<
chino-japonesa, tras las sucesivas caídas de Beijing, Tianjing y Shanghai. Las tropas
japonesas consiguieron controlarlo al retirarse Chiang Kai-shek. <<
autor de Yukiguni (El país de nieve, 1935-1948) o de Yama no oto (El clamor de la
montaña, 1954). <<
1957). <<
<<
pero que escribió en 14 meses todas sus obras. Dejando atrás la infancia
(Takekurabe, 1896), inspirada en la vida de una adolescente, es una de sus obras más
representativas. <<
basadas en obras literarias y fue una de las actrices más valoradas de la época. <<
con la adaptación teatral de Diario de una vagabunda, basada en su obra, obtuvo gran
popularidad. <<
obra. <<
para mujeres es de seda gruesa y ancha; para hombres es más estrecho, y para niños y
niñas es suave. <<
<<
49), muy popular en la primera mitad del siglo XX. También llamado rōkyoku. <<
Wakayama. <<
especialmente por sus tankas líricos. Sus obras siguen siendo admiradas en la
actualidad. Véase nota 32 del Prólogo. <<
nombre se debe a que la parte de atrás tiene forma como de una mariposa. <<
uso es muy amplio, acompañaba desde baladas populares hasta el teatro kabuki y
bunraku. <<
tiene más de 30 cm de ancho, por lo que ese artículo se usa para arreglar y mantener
la forma del obi. <<
<<
artesanos. <<
japoneses. <<
dadaísmo. <<
flor de sauce es una metáfora del mismo Paihwa, que dejó a Ling y se fue al sur. <<
XIX. <<
<<
oden. <<
es una palabra japonesa. Se puede pensar que se trata de un error tipográfico. Puede
ser Futamatagawa (), un barrio de Yokohama, ciudad donde la autora estuvo un
tiempo. <<
secar. <<
hoteles. <<
<<
obras representativas hay una serie de grabados llamada «Treinta y seis vistas del
monte Fuji». <<
1926, vivió allí durante un tiempo con la escritora Hirabayashi Taiko. <<
shamisen. <<