Tesis Carmen Romero Bachiller
Tesis Carmen Romero Bachiller
TESIS DOCTORAL
MADRID, 2006
ii
«Un libro no tiene objeto ni sujeto, está hecho de materias
diversamente formadas, de fechas y de velocidades muy diferentes.
Cuando se atribuye el libro a un sujeto, se está descuidando ese
trabajo de las materias, y la exterioridad de sus relaciones. Se está
fabricando un buen Dios para movimientos geológicos. En un libro,
como en cualquier otra cosa, hay líneas de articulación o de
segmentaridad, estratos, territorialidades; pero también líneas de fuga,
movimientos de desterritorialización y de desestratificación. Las
velocidades comparadas de flujo según esas líneas generan
fenómenos de retraso relativo, de viscosidad, o, al contrario, de
precipitación y de ruptura.»
iii
iv
Agradecimientos
Son muchísimas las personas que se han venido cruzando en mi camino a lo largo de
estos años y que de formas distintas han posibilitado que este proyecto se lleve a cabo. No
sería posible nombrarlas a todas pero reciban desde aquí mi más profundo agradecimiento.
La fijación parcial que es esta tesis no puede ni remotamente dar cuenta de todas las
vivencias risas llantos sueños caricias palabras cuerpos ideas deseos espacios afectos
proyectos que palpitan entre sus páginas. Mis palabras me malinterpretan y traicionan, son
un espacio árido y frío; mi gratitud y afecto las desbordan y a duras penas se retiene en
estas frases:
a mi familia, a la que la debo haber sido capaz de atreverme a luchar por mis sueños y
construir mis realidades... gracias por estar ahí y por los esfuerzos por intentar comprender
mis enmarañados textos y a mí misma...
v
permitirme seguir tejiendo y destejiendo ideas colectivas y afectos, por las discusiones, por
el aprendizaje continuo...
a Gracia Trujillo, por las marañas, los deseos y los afectos, por obligarme a
abandonar mi cobardía y por compartir un siempre imposible final de tesis... a Esther
Ortega, que me enseñó a hacer vida una interseccionalidad sólo aprendida... cómplice,
amiga, lianta... por tantas cosas... a Fefa Vila, a Asor Mogollón, a Esperanza Miyake... a
todas gracias por haberos colado en mi vida en algún momento... gracias por quedaros...
a todas las personas del GtQ, gracias por hacer posible que en esta «revolución» SÍ se
pueda bailar..., a la Karakola, al NOISE, a Next_Genderation y tantos otros proyectos que
me mantienen viva...
a las personas de Barcelona, refugio y escapada, que siempre me han acogido con
inmenso cariño y me han estimulado y arropado intelectual y afectivamente... Joan Pujol,
vi
Marisela Montenegro, Blanca Callén, Margot Pujal, Marcel Balasch, Maru, Rodrigo, Irene,
Paz Guarderas, Lupicinio Iñiguez... y el resto... es un gusto aprender con vosotras...
a Kent, Santa Cruz, Lancaster y Utrecht por enseñarme que podía atreverme a vivir...
a Alan Bicker por descubrir mi vocación de «problems-maker»; a Herman Gray por
recordarme que «no hay garantías» y junto con Rosa-Linda Fregoso acogerme siempre con
tanto cariño; a John Law y a Rosi Braidotti por posibilitar mis estancias en Lancaster y
Utrecht respectivamente, por los consejos, la orientación y por la entusiasta acogida de mi
proyecto...
...específicamente quisiera agradecer a todas las personas con las que he participado
en los proyectos de investigación «Globalization, transnational immigration and the
restructuring of the metropolitan regions of Los Angeles and Madrid: A comparative study
of two neighbourhoods (Westlake and Embajadores)» (financiado por la Fundación Del
Amo, UC-UCM y co-dirigido por Margarita Barañano Cid, UCM y Raymond Rocco,
UCLA) y «Glocalidad e inmigración transnacional. Las relaciones sociales entre grupos
étnicos en el espacio metropolitano (Madrid y Bilbao)» (SEC2003-04615- MCYT i+D+i
2003, dirigido por Alfonso Pérez-Agote Poveda, UCM), y a los directores de ambos
proyectos que han permitido el uso de los materiales producidos en las mismas en este
trabajo...
...a todas las personas que me han orientado, a las que he entrevistado, que me han
facilitado información y que probablemente sin saberlo han marcado giros radicales en la
elaboración de este trabajo...
...a todas y todos GRACIAS por suponer una inspiración y referencia constantes.
vii
viii
Índice
Agradecimientos v
Índice ix
Introducción 1
ix
El poder de las asociaciones: relaciones, ordenamientos, estrategias 35
Simetría generalizada o anudando los polos naturaleza y
sociedad/cultura 40
El proceso de traducción como ejercicio precario de ordenamiento
social 43
Actores-redes, actantes-rizomas: entreveramientos humanos y no-
humanos para una ontología no dualista 50
1.3 Perspectivas parciales para abordar la complejidad (II):
epistemologías feministas del punto de vista y estudios
feministas de la tecnociencia 56
Sandra Harding: hacia un proyecto de «ciencia sucesora» y una
«objetividad fuerte» 61
Articulación de puntos de vista marginalizados: Patricia Hill
Collins y el pensamiento feminista Negro 66
Donna J. Haraway: estudios feministas culturales de la ciencia y
epistemologías cyborg 70
1.4 Conexiones parciales ANT y epistemologías feministas 77
Las asimetrías de la simetría generalizada o la (in)modestia de los
testigos modestos 77
Conocimientos situados y conexiones parciales: hacia una
semiótica política de la articulación 82
De androcentrismos, militarismos y otras (in)visibilidades 84
Ampliando lo colectivo: ambivalencia, multiplicidad,
marginalización y desorden 86
x
2.2. Hacia un análisis interseccional de las diferentes
diferencias: las aportaciones del feminismo negro, 103
latino/chicano y postcolonial
151
4. Cuerpos
4.1. Cuerpos como ensamblajes: prácticas, relaciones,
articulaciones 154
Cuerpo-sujeto, cuerpo-humano, cuerpo-ciudadano 159
4.2. Haciendo cuerpos: habitus, prácticas y performatividad 164
4.3. Las «marcas» del cuerpo: o la fetichización de las pieles
como fronteras 172
Diferentes diferencias, marcas y exclusiones: haciendo «otro» el
cuerpo 174
Cuerpos como fronteras: las fronteras del cuerpo 176
Interpelación y disciplinamiento: regímenes de fijación de los
«sujetos-cuerpos» «mujeres inmigrantes» 186
xi
La ambivalencia del «mimetismo»: exotismo, distanciamiento y
normalización en el discurso de la «integración» 189
Regímenes dermo-políticos: pieles como fronteras 195
4.4. Cuerpos en movimiento: «pasando por»/tras-pasando las
fronteras del cuerpo 204
219
5. Subjetividades
5.1. De afueras y adentros: subjetividades y corporealidades 221
5.2. Experiencia, narratividad y memoria: hilvanando
(dis)continuidades 230
Transmisión del idioma vernáculo como mantenimiento de la
identidad diaspórica 234
Madres/padres «inmigrantes», hijos/as «españoles»: negociaciones
identidad diaspórica/integración 238
5.3. Identidad y diferencia: produciendo efectos de subjetividad,
produciendo efectos de colectividad 245
5.4. Experiencias dentro/fuera del entramado semiótico-
material «mujer inmigrante» 253
Identidades en conflicto: transformaciones de las relaciones de
género o la renegociación de la posición «mujer» en la experiencia
«inmigrante» 257
Interpelaciones e insultos en el proceso de
sujeción/subjetivización: vulnerabilidad, reconocimiento, 264
resistencia
5.5. Mecanismos «Psi» en la producción de la identidad «mujer
inmigrante»: el «síndrome de Ulises» 277
xii
285
6. Documentos
6.1. Extensiones protésicas o mediaciones técnicas en la
producción de regímenes de cuerpos-objetos: documentos de
identidad 287
6.2. Extranjería o «la creación jurídica de la diferencia» 294
«Papeles»: entradas y salidas en la «legalidad» 300
6.3. Sobre la ecuación «papeles» y «trabajo» en «mujeres 304
inmigrantes»
Reagrupación familiar y vulnerabilidad 304
Itinerario de inserción laboral para «mujeres inmigrantes»: el «ciclo
del trabajo doméstico» como vía de regulación 319
Prostitución como «nicho laboral» 329
6.4. «Ciudadanías flexibles»: nacionalidades y tránsitos
identificatorios/documentos y tránsitos de fronteras 336
Tránsitos y regulaciones: inmigrante vs. turista 338
Tácticas y estrategias de resistencia: matrimonio como
«desobediencia conyugal por lo civil» 344
7. Lugares 351
Embajadores/Lavapiés como escenario y personaje (II) 353
7.1. «Regiones, redes y fluidos»: Topologías múltiples en la
configuración de Embajadores/Lavapiés como «espacio
translocal» 368
7.2. Embajadores/Lavapiés como «espacio diaspórico»:
produciendo pertenencias y sentido de «hogar» 373
Diásporas y «comunidades imaginadas» 375
«A veces me pregunto, ¿por qué Lavapiés?»: Desplegando sentidos
de «hogar» y «pertenencia» 381
Lavapiés como escenario multicultural 384
xiii
Lavapiés como espacio de vida: la vivienda 388
xiv
Introducción
Pero, poner el «punto final» a una tesis no insinúa «completud», sino que nos indica
el cierre de un proceso, que se sabe incompleto y vacilante en ocasiones, pero que, por otro
lado, ha permitido una cierta fijación parcial que pretendemos suficientemente relevante, o
que, cuanto menos, nos permite transformar las preguntas de las que partíamos y
desplazarnos hacia nuevos «horizontes de ignorancia» como diría Mulkay (1969/1980).
Llegar a ese «punto final» indica también un largo y nada fácil ejercicio de aprendizaje,
donde, al menos en mi caso, me he visto obligada a reducir y reducir un planteamiento
inicial que a cada paso se me antojaba más desmesurado e inabarcable, y que me empeñaba
en tejer y destejer como si fuera el tapiz de Penélope. Ha sido un proceso en el que el
proyecto inicial, mi perspectiva y yo misma hemos sido profundamente transformados, un
proceso en el que no sólo he puesto la cabeza, sino el cuerpo y, ¿por qué no?, también el
corazón. He salido con algunas cicatrices y algunos coscorrones, pero con buenos
recuerdos, buenas amigas y cajas y cajas de materiales tan diversos que cualquier intento de
clasificación acaba adoptando una forma semejante a aquella taxonomía que sobre los
animales proponía la enciclopedia china de la que narraba Borges (2002). Múltiples
tránsitos, conversaciones, aprendizajes... Miles de voces, roces, encuentros, deseos...
anudados y palpitando en estas páginas... un viaje del que todavía siento los vaivenes de las
olas bajo mis pies...
*****
Situada en el umbral de varias perspectivas teóricas, esta investigación parte con dos
objetivos principales. En primer lugar, proponer un modelo de teorización social que
ensamble concepciones provenientes de campos que en múltiples ocasiones intersectan,
2
Introducción
Estudios
Feministas
Estudios Estudios
Culturales Feministas
Feministas de la
Ciencia
Figura 1.
Nina Lykke (2002: 134)
etc. se construyen en interacción con dichas relaciones.» (Lykke, 2002: 136). Pero en este
caso se amplía para aprehender los desplazamientos teóricos de los estudios feministas, los
estudios culturales y los estudios sociales de la tecnociencia. Así, la ANT responde a la
otredad inapropiable/da de la agencia de los objetos, desestabilizando las relaciones entre
3
humanos y no-humanos y la frontera que los separa. Los estudios feministas, recogiendo el
legado de Simone de Beauvoir (1949/1987), abordan la conformación de las mujeres como
lo otro del pensamiento moderno occidental. Más tarde el feminismo comienza a abordar
las diferentes diferencias «inapropiadas/bles» entre las mujeres, en respuesta a las críticas a la
consolidación de un feminismo blanco, occidental, heterosexual, educado y de clase media.
Los estudios culturales, por su parte, surgen de romper con la reducción de la concepción
de cultura a la «cultura de élite» –haute culture–, incorporando un interés en la «otredad
inapropiable/da» de la «cultura popular». Esto lleva a atender a las prácticas cotidianas y a
las formas de transmisión, reproducción y sedimentación culturales y su vinculación con
posiciones e identidades sociales determinadas, lo que obliga a replantearse, entre otras
cosas, la rígida distinción de la ortodoxia marxista entre infraestructura –material– y
superestructura –ideológica–: significación y materialidad se presentarán como necesariamente
imbricadas e inseparables, si bien se exceden mutuamente no son discontinuas. Por otro
lado, y de la mano de las críticas postcoloniales, se han analizado los modos en que se han
construido las distancias entre colonizadores y colonizados y cómo Oriente y Occidente se
han construido como espacios significativos y por tanto reales (Bhabha, 1996; Said,
1978/1990). Tanto la inter/transdiciplinariedad de estas perspectivas, como su falta de
cánones fuertemente establecidos, facilitarían según Lykke, la introducción de perspectivas
inapropiadas/bles.
comenzar por convertir en pregunta ese aparentemente claro objeto de estudio: ¿quiénes son
las «mujeres inmigrantes» en el barrio de Embajadores/Lavapiés (Madrid)? ¿En qué
momentos y de qué formas alguien pasa a ser reconocida y a habitar semejante posición?
¿Existen ocasiones y prácticas que puedan potenciar otro tipo de reconocimientos? ¿Hasta
qué punto estas posiciones tienen que ver con el estatus legal de la persona que las ocupa?
Como pretendo sostener a lo largo de este trabajo, «mujer inmigrante» se convierte en un
espacio semiótico-material de luchas y negociaciones que se despliega, reactualiza y es
ocupado de formas diversas:
1 Esto no anula la necesidad de examinar condiciones de partida que de hecho favorezcan o posibiliten la
decisión del viaje y el desarrollo de un «proyecto migratorio». Pero un análisis establecido exclusivamente en
esos términos podría acabar reducido a un estudio de los factores de expulsión y atracción –«push and pull
factors»– lo que sin duda resultaría insuficiente y de ninguna manera consideraría el proceso de emergencia de
una posición identitaria «mujer inmigrante», que, como ya he señalado, no tiene porqué ser ni el único ni el
principal mecanismo de identifiación de las personas así reconocidas. Puede incluso ser completamente ajeno
5
necesario atender a las condiciones de la «emigración», y probablemente también analizar la
emergencia de una identidad «emigrante» en el contexto de la sociedad de procedencia,
pero ello no implica la equiparación entre las identidades «emigrante» e «inmigrante»: no
son sinónimas, ni aún tienen porqué ser remotamente parecidas aunque se apliquen a la
«misma» persona. Así, pues, y sin pretender cuestionar el interés de estos estudios, el
ejercicio que aquí propongo es diferente y complementario. Sugiero que la identidad «mujer
inmigrante» –bien autorreferida o impuesta, y en muchas ocasiones ambas cosas a la vez–
es resultado de la actualización de múltiples prácticas y relaciones concretas y disímiles
entre elementos heterogéneos: legislaciones de extranjería, vinculaciones de determinados
colores de piel o rasgos físicos con la pertenencia o exclusión de un estado-nación
concreto, posesión o no de ciertos documentos de identificación, particulares habilidades
lingüísticas, pero también de diversos tipos vestimentas, o modos de relacionarse, o gustos
alimentarios...:
Así pues, bajo este prisma, la pregunta quedaría reformulada: ¿cómo llegan
determinadas posiciones sociales encarnadas a ser caracterizadas y vividas como propias de
«mujeres inmigrantes»?2 Tal como desarrollaré a lo largo de este trabajo, este cambio de
realiza Enrique Santamaría en La incognita del extraño. Una aproximación a la significación sociológica de la «inmigración
no comunitaria» (2002). En este trabajo en el que publica su tesis doctoral desarrolla un análisis de los discursos
en torno a la «inmigración no comunitaria» como configuradores de la realidad, y en particular, como
modeladores de «una determinada figura social, de un “actor simbólico”: el “inmigrante imaginado”» (2002:
5). Para ello se centrará «no en las distintas y dispares formulaciones discursivas [formuladas] por agentes
sociales, soportes y/o colectivos migrantes, sino en la problematización predominante, en la configuración
subyacente, que dicho discurso está (pre)formulando y difundiendo. (...)[Así pretende] poner de relieve las
formas ideológicas, los modos de pensar y tratar tópicos, que subyacentemente recorren y articulan las
distintas formaciones discursivas, propiciando y difundiendo un consenso de contornos difusos que encierra
a los migrantes en un gueto sociopolítico hecho de algunas convenciones.» (2002: 6). En el trabajo que aquí
desarrollo, sin embargo, el interés no se centra tanto en identificar macro-discursos, cuanto en atender a
cómo estos son performados, activados, contestados, usados, practicados, no sólo como discursos, sino como
condensaciones cargadas de enorme materialidad. Por otro lado, uno de los argumentos que aquí defiendo es
precisamente que la robustez y efectividad del entramado «mujer inmigrante» reside no tanto en su
consistencia consensuada o en la presencia de marcos firmes, sino antes bien en su laxitud, su fluidez y su
capacidad de transformación, que hace que probablemente ningún elemento resulte indispensable en su
definición y reconocimiento: «mujer inmigrante» actuaría así con la consistencia de un «móvil mutable», de un
6
Introducción
«fluido» (Mol y Law, 1994: 661, 655; De Laet y Mol, 2000; García Selgas, 2002, 2003, 2006a). De ahí que parta
de lo concreto y de las múltiples y en ocasiones contradictorias instancias en las que es actualizada, recreada,
contestada o habitada la figuración encarnada «mujer inmigrante». Quizá por ello, se trate de un trabajo que se
puede presentar como continuación o complemento –en alguna medida– del desarrollado por Santamaría.
3 El concepto de «aparato semiótico-material» (Haraway, 1991/1995: 345) incide en la imposibilidad de
Sin embargo, incidir en que las diferentes posiciones y las diferentes diferencias
jerarquizadas y socialmente marcadas son re-hechas en cada práctica no quiere decir que la
realidad surja ex nihilo en cada momento. Las prácticas y las relaciones sociales siempre están
situadas en espacios concretos que les confieren determinadas condiciones de posibilidad e
imposibilidad, más aún, incorporan inercias4 que hacen más plausibles unas movilizaciones y
relaciones que otras. De ahí que, paradójicamente, si bien las prácticas sociales están
dotadas de un alto grado de indeterminabilidad resulten al tiempo notablemente regulares.
Como argumentaré más adelante en relación a las posiciones de todas las mujeres
entrevistadas para esta investigación, el elemento aglutinador que relaciona a unas
«mujeres» tan distintas en cuanto a nivel de estudios, tiempo de residencia en el estado,
estatus de ciudadanía, etc. sería, precisamente, que todas ellas comparten una cierta
experiencia de des-reconocimientos y reconocimientos, de identificaciones y vínculos
apasionados que en determinadas ocasiones las sitúan dentro y fuera del entramado
semiótico-material «mujer inmigrante». Este carácter liminar encarnado y fluido resulta
especialmente relevante y sugiere algunas de las preguntas que guían esta investigación.
¿Qué elementos se configuran en significativos en estos entramados? ¿Cuándo
determinados cuerpos se vuelven legibles? ¿Cuándo se auto-reconocen en determinadas
posiciones y por qué? ¿Qué espacios de posibilidad abren y cierran estos reconocimientos?
¿Qué impacto tiene en la conformación de momentos-posiciones de sujeto y en las
subjetividades de estas mujeres su relación con la categoría «mujer inmigrante», al tiempo
rígida y elusiva?
*****
4 En mecánica la inercia es una «propiedad de los cuerpos de no modificar su estado de reposo o movimiento
si no es por la acción de una fuerza» (R.A.E. 22ª ed. 2001). Aplicado al ámbito aquí descrito incidiría en la
necesidad de considerar las diversas fuerzas y direcciones previas que actúan en la reconfiguración de las
entidades y prácticas concretas en cada momento. Éstas no serían así efecto de una única interacción singular,
sino de múltiples interacciones reiteradas, que se incorporarían como «tendencias» –inercias–.
8
Introducción
9
Posteriormente, en el segundo capítulo «Hacia una ontopolítica de las prácticas: feminismos,
estudios culturales y postcoloniales», realizo un segundo desplazamiento, que dibuja un espacio
de teorización social que puede ser aglutinado bajo el paraguas de los estudios culturales y
postcoloniales, pero que sin duda excede tales términos, poniéndolos en relación y diálogo
con propuestas feministas que han contribuido y transformado este campo, para,
finalmente, desarrollar una apuesta por la articulación y la interseccionalidad, herramientas
teóricas que, ensambladas con los elementos desarrollados en el primer capítulo, configuran
en gran medida el equipaje teórico del que me he servido en este trabajo.
A medio camino entre este primer bloque y el siguiente, y con un carácter que le sitúa
igualmente a medio camino entre la reflexión, la propuesta metodológica y la explicitación
del trabajo realizado para la producción de esta investigación, el capítulo tercero
«Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos» se presenta como un interludio que abre un
paréntesis antes de adentrarnos en el análisis del caso. Siendo uno de los capítulos que
primero comencé a escribir, ha sido, sin embargo, uno de los últimos en ser cerrado y uno
de los que más dolores de cabeza y tiempo de reflexión me ha llevado. Quizá precisamente
porque se construye como un análisis sobre el propio trabajo de investigación y mi forma
de abordarlo, y porque en él se pretenden justificar las decisiones tomadas en el curso de la
misma, entre otras, la de mi propio papel como investigadora.
otras cosas, porque como defiendo en esta tesis, el propio trabajo de análisis transforma la
«realidad» de la que habla; ya que ésta se encuentra siempre en movimiento: es en cuanto
cambia. Más aún, probablemente no sea posible presuponer la existencia, ni aún teórica, de
una «realidad-ahí-fuera» «absoluta», «única», «preexistente» e «independiente», como
apuntaría John Law (2004: 31). Por lo tanto, más que buscar una «unidad» tras la aparente
«multiplicidad» del entramado semiótico-material «mujer inmigrante» en el barrio de
Embajadores/Lavapiés en los últimos años, pretendo, partiendo de la figuración del «uno-
múltiple» de Annemarie Mol (2002), analizar precisamente esas multiplicidades y
articulaciones. Esto es, cómo, a pesar de ser producto de ordenamientos diversos y en
ocasiones contradictorios, o incluso de que sea imposible el establecimiento de un conjunto
de elementos «indispensables» –«inmutables»– para la definición de lo que configura ese
espacio habitable «mujer inmigrante», este espacio continúa funcionando y mostrando su
robustez, al margen de que, o mejor, precisamente porque su configuración resulte algo en
ocasiones difuso y apunta en direcciones diversas: que tenga en definitiva una consistencia
de fluido (García Selgas, 2002; 2003; 2006a; Mol y Law, 1994, De Laet y Mol, 2000).
Así pues, el panorama que dibujo no puede ser otra cosa que parcial –para empezar
porque como dije antes ha ido perdiendo piezas, más quizá por la propia necesidad de
cerrar este trabajo que por un criterio de relevancia sociológica–; porque yo misma no soy
sino una parte del mismo y, efectivamente, tomo parte; y, finalmente, porque cada uno de
los capítulos donde analizo el caso podrían, de hecho, dar lugar a una tesis en sí mismos.
Aquí, sin embargo, se presentan conscientes de su parcialidad más para ejemplificar y
explicitar esa multiplicidad de ordenamientos que configuran la posición «mujer
inmigrante» y cómo toda esa multiplicidad queda oculta en lo cotidiano, invisibilizada y
dada por supuesta, lo que le permite alcanzar consistencia y robustez. De ahí que, en
ocasiones, los capítulos-ensamblajes tengan una cierta textura de paisaje impresionista, o
mejor, un aspecto de collage donde se combinan trazos más o menos gruesos con otros en
los que los detalles se multiplican: de alguna forma, también en el análisis me he desplazado
entre diversas escalas persiguiendo «lo concreto» y las relaciones que lo conforman,
privilegiando, inevitablemente, determinadas conexiones frente a otras. Así pues, en
ocasiones he preferido tan sólo señalar diversas «puertas» que llevan probablemente a
nuevas relaciones de las que hay que dar cuenta, que abrirlas todas y cada una, un trabajo
que se me antojaba imposible, y que me hubiera conducido a la misma fantasía de totalidad
que trataba de reproducir el «mapa del imperio» del que hablaba Borges (1997).
11
Por otro lado, como defiendo en este trabajo, si cada uno de los capítulos tiene
entidad propia y funciona como unidad independiente, se establecen entre ellos
«conexiones parciales» (Strathern, 1991; Haraway, 1991/1995) que permiten apuntar
continuidades y densidades diversas, que si bien nunca adoptan, ni lo pretenden, la forma
de una mirada total, sí apuntalan una línea teórica que me permite navegar a lo largo de este
trabajo y ofrecer una cierta coherencia al análisis que realizo del entramado semiótico-
material «mujer inmigrante». Estos capítulos, así, configuran ensamblajes donde parto de la
«complejidad de lo concreto» (Law, 2002a) y donde empleo todos los materiales, con
independencia de que sean producciones teóricas o materiales procedentes del trabajo de
campo, tanto como elementos analizadores cuanto como objetos de análisis. Todo ello me
permite –o eso es al menos lo que he pretendido– hacer teoría sociológica sin que ésta
pierda su carnalidad ni su materialidad, pero sin renunciar por ello a la sofisticación o a la
complejidad. Porque parafraseando a John Law (2004: 2-3), quizá la sociología no trate
tanto de un ejercicio de simplificación o de una reducción de la complejidad que ordene de
forma clara lo que se presenta enmarañado, en gran medida porque en esa reducción
probablemente habremos realizado múltiples cercenamientos que dirán más de nosotras
mismas que de aquello que analizamos, sino de tratar de dar cuenta de esa complejidad sin
pretensiones de totalidad, sin pretender introducir orden donde no lo hay, o donde los
ordenamientos están siendo contestados. Esa apuesta por intentar no ocultar el carácter en
ocasiones ambiguo o incluso contradictorio de las cuestiones que aquí trato, si bien en un
principio se me presentaba como un problema, creo, en este momento, que constituye una
virtud de este trabajo. Pero afirmar esto no implica renunciar al análisis o a la interpretación
o la producción de teorización sociológica, ni siquiera al establecimiento de pautas o
patrones que apunten posibles tendencias de ordenamiento. Lo que sí implica es la
aceptación como punto de partida de la complejidad para, sobre ella, y sin ocultar las
relaciones de poder y las violencias que atraviesan todo análisis, desarrollar una perspectiva
analítica que se reconoce parcial y asume su responsabilidad.
El primero de los ensamblajes, «Cuerpos», parte del análisis del propio cuerpo y la
configuración del mismo como un entramado que se mueve en planos diversos. De este
modo, y partiendo de las consideraciones sobre qué constituye lo humano y sus límites,
tanto en sentido político como legal o incluso socio-médico, indago en las reiteradas y
cotidianas producciones de frontera y de «otredad» que adquieren resonancias corporales y
sobre las cuales se delimitan pertenencias y exclusiones, en particular a la «nación» y a la
12
Introducción
«ciudadanía» con los privilegios que ésta detenta. Para ello, y acudiendo a materiales
diversos, me detengo en algunas de las formas en las que se configuran estas diferencias y
se hacen significativas, para posteriormente considerar las posibilidades de contestar los
reconocimientos e identificaciones que se delimitan desde esa especie de fetichismo
corpóreo que prometería que lo «otro» –en este caso las «mujeres inmigrantes» en el barrio
de Embajadores/Lavapiés– permanecerá cuasi-alucinatoriamente visible y a distancia –la
propia distancia de la mirada, que «sabe» sin contacto–. De ahí que introduzca el concepto
de passing –pasar por– como una práctica de resistencia –una práctica de riesgo– que
permite, en determinadas situaciones, cortocircuitar o evitar determinados reconocimientos
sobre la base de promover reconocimientos alternativos.
13
Estos tres ensamblajes están acompañados de un cuarto denominado «Lugares» y que
en la versión final de este trabajo ha sido sometido a un ejercicio de despiece que ha
añadido algunos pedazos al resto de los capítulos, en particular en el interludio
metodológico. Puede parecer extraño, o incluso desafortunado que se reduzca tanto un
capítulo que aborda de forma directa la cuestión del espacio, tanto más cuanto el elemento
articulador y delimitador del objeto que analizo en este trabajo es el espacio del barrio de
Embajadores/Lavapiés en Madrid5. Tal como explicito de una forma más amplia en el
interludio metodológico, la decisión de delimitar este trabajo de investigación en términos
espaciales6 en lugar de vincularlo, como suele ser más habitual, a una comunidad de origen
concreta, me permite un análisis que aborda precisamente cómo a pesar de las múltiples
situaciones que en términos de procedencia geopolítica, de idioma, de religión, etc. se
establecen entre los diversos colectivos, se sigue proyectando una imagen con apariencia de
unidad de quiénes constituyen y quiénes son las «mujeres inmigrantes»7.
5 Esta decisión se sustenta también en el hecho de que el análisis del espacio era el objetivo explícito de la
investigación «Globalization, transnational immigration and the restructuring of the metropolitan regions of
Los Angeles and Madrid: A comparative study of two neighbourhoods (Westlake and Embajadores)» y los
resultados de la misma se recogen en trabajos que ya han sido publicados, ver Barañano Cid, Romero
Bachiller, Riesco Sanz y García López (2003); Barañano Cid, Riesco Sanz y Romero Bachiller (2004) y
Barañano Cid, Riesco Sanz, Romero Bachiller y García López (2006).
6 Y también temporales, centrándome fundamentalmente en los cambios acontecidos en los últimos años,
que coinciden con el auge y creciente importancia del fenómeno de la inmigración en el estado español y en el
barrio de Embajadores/Lavapiés.
7 Este no es el único trabajo que aborda la inmigración atendiendo a diferentes colectividades nacionales, en
esa dirección se puede destacar entre otros el trabajo de María Jesús Criado (2001). Igualmente, además del
trabajo que venimos desarrollando en el barrio de Embajadores (Barañano Cid, Riesco Sanz, Romero
Bachiller y García López, 2006), cabe destacar el trabajo de Mikel Aramburu Otazu (2002) desarrollado en
Ciutat Vella en Barcelona, sobre las imágenes del «inmigrante» y la producción de unos «otros» que permite
asentar la configuración de un «nosotros» como identificación homogeneizadora frente a lo que se percibe
como ajeno. Sin embargo, es quizá el trabajo de Paz Guarderas La investigación de «mujeres migrantes» en Barcelona.
Reflexiones desde una trayectoria, desarrollado como trabajo de investigación de doctorado en el Departamento de
Psicología Social de la UAB, el que más directamente comparta algunas de las posiciones que aquí defiendo
(Guarderas 2005; Guarderas y Montenegro, 2005), puesto que intercala el elemento espacial –el estudio se
centra en el barrio del Raval, en Barcelona– con una consideración directa de la emergencia de la posición
socio-simbólica «mujer inmigrante». Agradezco a Paz Guarderas y Marisela Montenegro que me ofrecieran un
espacio donde compartir y discutir nuestros mutuos trabajos.
14
Introducción
es al menos tan problemático y elusivo como el entramado «mujer inmigrante». Más aún, su
propia configuración no sólo depende y es resultado de sus formas físicas, sino de los
modos de habitarlo y de las relaciones que sus habitantes, transeúntes y visitantes
establecen con el mismo (Barañano Cid, Riesco Sanz, Romero Bachiller y García López,
2006). Lejos de mostrarse como un espacio tridimensional euclidiano, constituye un
espacio en ocasiones viscoso8 y enmarañado donde se multiplican las relaciones «aquí» y
«allí»; es una puerta de acceso a lugares lejanos y se ve, en ocasiones, transportado a ese
«allí» –en ocasiones «aquí» es «allí»–; pero también es un espacio en el que habitan
temporalidades diversas, en el que las memorias van tejiendo densidades rugosas; donde se
configuran nódulos de encuentro y de desencuentro que en ocasiones se proyectan como
lugares comunes y quizá lo sean, parcialmente. Todo ello configura el barrio de
Embajadores/Lavapiés como un espacio de enorme riqueza que, precisamente, permite
realizar un análisis que parta de y rastree la «complejidad de lo concreto». Además, e
irónicamente, dado que, en definitiva, estoy empleando la teorización del actor-red para
este análisis, una perspectiva que se origina en el análisis de la ciencia y la tecnología, en el
estudio de los laboratorios, Embajadores/Lavapiés es, como en muchas ocasiones se ha
apuntado, un inmenso laboratorio social donde se produce esa «inversión de escalas» que
permite alternar las relaciones de fuerza, de las que hablaba Latour cuando proclamaba
«Dadme un laboratorio y moveré el mundo» (1983/1995: 253).
8 En la mecánica la viscosidad es una «propiedad de los fluidos que caracteriza su resistencia a fluir, debido al
rozamiento entre sus moléculas» (R.A.E. 22ª ed. 2001).
15
16
BLOQUE I
DESPLEGANDO REDES
Estas perspectivas permiten, de este modo, romper con saltos entre análisis
etnográficos de carácter micro y pautas sociales sedimentadas de amplio impacto
desparramadas globalmente y abordadas por estudios macro. Además, es precisamente ese
énfasis en las mediaciones, que no descubre abismos entre aspectos locales y situados y
abstracciones y materialidades globalizadas, el que permite visibilizar los distintos procesos
de diferenciación y dar cuenta de las jerarquizaciones que producen. Por otro lado, la
atención no sólo a producciones lingüísticas o prácticas institucionalizadas, no sólo a la
observación de relaciones interpersonales o recuentos estadísticos, sino también a aspectos
materiales y, en concreto, al papel de los objetos de formas que escapan a su habitual
concepción como contenedores y realidades pasivas, supone un vuelco en las formas
tradicionales de hacer sociología. ¿Quiénes son los sujetos y los objetos? ¿Cómo actúa la
agencia y quiénes pueden producir esa agencia? ¿Quién es humano y qué no-humano?
¿Dónde están los límites? Todas estas son cuestiones que dejan de ser autoevidentes para
pasar a situarse en el centro mismo de la investigación. Más aún, frente a planteamientos
que parten de entidades terminadas, independientes y cerradas en sí mismas, la atención de
estas perspectivas a los procesos evidencia las formas en que los hechos están hechos (Latour,
1992). De ahí esa insistencia en preguntar cómo llegan a ser las cosas que caracteriza la
perspectiva del actor-red, y que apunta a la necesidad de dar cuenta de los modos en que
los diversos elementos se constituyen relacional y articuladamente en cada momento
concreto. Esto atiende a las formas en que se establecen hegemonías, relaciones de poder y
desiguales capacidades de movilización como ejercicios de reactualización nunca completos
y continuamente reiterados.
21
1.1. DERIVAS DE «LO SOCIAL» EN LOS ESTUDIOS SOCIALES DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO: SIMETRÍA Y
REFLEXIVIDAD REVISADAS
9 Son múltiples las revisiones, manuales y estudios que dibujan un panorama de la sociología, la filosofía y la
historia de la ciencia y las diversas derivas en estos campos. Destacar los trabajos de Emilio Lamo de
Espinosa, José María González García y Cristóbal Torres Albero (1994); J. Manuel Iranzo, J. Rubén Blanco,
Teresa González de la Fe, Cristóbal Torres y Alberto Cotillo (1995); I, Olivé (1994); Esteban Medina (1989);
Carlos Solís (1994); López Cerezo, José A., Sanmartín, Jorge y González, Marta I. (1994); J. Manuel Iranzo y
Rubén Blanco (1999).
22
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
cuestionó el privilegio epistémico del análisis científico. Desarrolló una «sociología del error» que abordaba la
ciencia en tanto institución social, eludiendo las cuestiones de justificación. De este modo, se mantenía la
distinción establecida por Hans Reichenbach en 1934 entre contexto de descubrimiento y contexto de justificación. La
ciencia aparecía regida por unas reglas autónomas a las de la sociedad en la que se inscribía, un ethos científico
–el marco normativo de funcionamiento de la institución científica– que Robert K. Merton (1942/1980) se
dedicó a analizar caracterizándolo en términos de universalismo, comunismo, desinterés y escepticismo organizado
(CUDEOS). Por otro lado, consideró los métodos de estratificación social, así como las fórmulas de
circulación del prestigio y del reconocimiento en la institución científica –por ejemplo, el llamado «efecto
Mateo»– (Merton, 1963/1985; 1968a/1985; 1968b/1985).
23
David Bloor propone cuatro principios –causalidad, imparcialidad, simetría y reflexividad– que
han tenido gran influencia en desarrollos posteriores de los estudios sociales del
conocimiento científico. Así, afirma que los análisis de la ciencia han de ser 1) causales, esto
es, dar cuenta de las causas sociales que dan lugar a una creencia –si bien plantea que podría
haber otras causas más allá de las sociales–; 2) imparciales, con lo que tanto la verdad como
la falsedad, la racionalidad o la irracionalidad, el éxito o el fracaso de una afirmación,
proposición o teoría han de ser igualmente explicados; 3) deben ser simétricos en sus
explicaciones, de tal forma que tanto verdad como falsedad se expliquen en los mismos
términos; y, por último, 4) deben ser reflexivos, es decir, que las pautas de explicación
promovidas por el programa fuerte han de hacerse extensibles al análisis de la propia
sociología (Bloor, 1976/1994: 98). Si bien estos cuatro principios han marcado en gran
medida las direcciones de los posteriores estudios sociales del conocimiento científico,
especial atención merecen los principios de simetría y reflexividad, en particular en las
teorizaciones de la perspectiva del actor-red y de las epistemologías feministas que
promoverán respectivamente una ampliación de la simetría y una ampliación de la reflexividad.
25
Simetría vs. Reflexividad
Este interés por las posiciones de enunciación se vincula con la reformulación del
principio de reflexividad por parte de las epistemologías feministas. En concreto, Sandra
Harding (1986/1996; 1991) reclama la necesidad de dar cuenta de las posiciones de
enunciación mediante lo que denomina una reflexividad fuerte. Se trataría de desarrollar una
noción de reflexividad más robusta que la elaborada por Bloor (Harding, 1991: 149), una
noción que si bien tiene «conexiones parciales» con los planteamientos de Woolgar
(1988/1991), se distancia de ellos, ya que para Harding no se trata de generar nuevas
estrategias retóricas capaces de visibilizar las tecnologías de la representación, sino de
ejercicios políticos concretos de responsabilidad y compromiso que reclaman una ciencia
27
más inclusiva y democrática (Romero Bachiller y García Dauder, en prensa; García Dauder,
2003). También en esta dirección se encuentran las elaboraciones de Haraway (1991/1995)
cuando reclama la necesidad de partir de conocimientos situados que posibiliten formas de
objetividad encarnada, comprometida y políticamente responsable entre los que establecer
conexiones parciales.
Como desarrollaré más adelante, los análisis feministas del conocimiento científico
aparecen ineludiblemente vinculados a las prácticas sociales con una clara voluntad política
de intervención en lo social, y es este compromiso académico y activista de los
planteamientos feministas el que explica en gran medida las divergencias entre las
epistemologías feministas y los enfoques sociológicos postkuhnianos del conocimiento
científico (González García, 1999). Según Joseph Rouse (1996), el compromiso y la
responsabilidad políticas llevan a las teóricas feministas a rechazar el relativismo, a
demandar ciertas posiciones normativas frente a determinadas prácticas y argumentaciones
científicas, y a no desechar el concepto de objetividad una vez se reconoce manchado y
parcial, sino a reclamar su revisión y resignificación desde posiciones políticamente
informadas. Rouse (1996) afirma que, precisamente por la dimensión política que la
reflexividad adquiere en las investigaciones feministas, las teorizaciones feministas tienden a
ofrecer una concepción más adecuada de la reflexividad tanto en su desarrollo conceptual
como en su práctica: las posiciones de enunciación importan, y las capacidades para decir o
para producir conocimiento resultan ser enormemente desiguales. Esto lleva por un lado a
incidir en la necesidad de diversificar y democratizar las posiciones de sujeto epistémico, y
por otro a reflexionar sobre la propia posición de enunciación, que nunca es ajena a las
prácticas de conocimiento desarrolladas12.
En suma, considero que las líneas abiertas por la perspectiva del actor-red –
ampliación de la simetría–, así como las desarrolladas por ciertas epistemologías feministas
del punto de vista –ampliación de la reflexividad–, junto con el esfuerzo desde ambas
perspectivas por modificar la concepción de objetividad al uso, resultan enormemente
prometedoras para el análisis sociológico. Sugiero, además, que una vinculación de ambas
serviría para responder a algunos problemas y limitaciones de cada perspectiva –como la
12En este sentido destacan los trabajos de Helen Longino (1990; 1993; 1997; 2002); Lynn Nelson (1993);
Sandra Harding (1986/1996; 1991; 1993/2004; 1997/2004; 1998) y Donna Haraway (1991/1995; 1992/1999;
1997), como se analiza en Romero Bachiller y García Dauder (en prensa) y García Dauder (2003).
28
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
1.2. PERSPECTIVAS PARCIALES PARA ABORDAR LA COMPLEJIDAD (I): TEORÍAS DEL ACTOR-RED (ANT)
29
La propuesta teórica de la ANT: Otro giro después del giro social
La perspectiva del actor-red surge en gran medida como respuesta ante lo que se
entiende como un exceso del «giro social» que acaba cayendo en un cierto voluntarismo
humanista, que privilegia lo lingüístico escindido de la materialidad13. En este sentido,
artículos como «Dadme un laboratorio y moveré el mundo» publicado en 1983 por Bruno
Latour, «Algunos elementos para una sociología de la traducción: la domesticación de las
vieiras y los pescadores de la bahía de Saint Brieuc» de Michel Callon y «On the methods of
long-distance control: vessels, navigation and the Portuguese route to India» de John Law
publicados ambos en 1986, marcan algunas de las derivas que van a constituir la
perspectiva del actor-red desde las propuestas de las etnografías de laboratorio en las que
estos autores tomaron parte14. Estos artículos coinciden en defender –y ejercer– una
ampliación de la simetría que no modifique los repertorios y bagajes analíticos al moverse
de los aspectos naturales a los sociales, ni de los elementos humanos a los no humanos.
Si bien se ha descrito esta perspectiva como una sociología de la traducción o una sociología
simétrica, finalmente la terminología que ha alcanzado mayor nivel de institucionalización ha
sido la de teoría del actor-red. Esto puede ser debido a que el término «actor-red» incorpora
específicamente uno de los aspectos más característicos de esta perspectiva: la defensa de
una ontología relacional donde los diferentes elementos, humanos y no humanos, son
mutuamente conformados en interacciones múltiples, complejas y desiguales. Como apunta
Law (1999: 5), el término «actor-red» incorpora oximorónicamente esa tensión entre
relaciones más o menos establecidas/estabilizadas y actores singulares producto de dichas
relaciones; una tensión entre el movimiento y la estabilización; entre lo sólido y lo fluido.
Pero marcar esa tensión no pretende reproducir una dicotomía de resolución imposible,
13 A lo largo de este trabajo hablo repetidamente de «materialidad» y de «lo material». En este caso no se trata
de lo material en sentido marxista, esto es, lo económico, sino material en el sentido de materialidad «física»,
que puede ser económico o no.
14 Tanto el artículo de Latour «Dadme un laboratorio y moveré el mundo» como el de Callon «Algunos
elementos para una sociología de la traducción: la domesticación de las vieiras y los pescadores de la bahía de
Saint Brieuc» están traducidos en castellano en J. Manuel Iranzo, J. Rubén Blanco, Teresa González de la Fe,
Cristóbal Torres y Alberto Cotillo (eds.), (1995) Sociología de la Ciencia y la Tecnología, Madrid: CSIC. En general
me referiré a ellos señalando tanto su fecha de publicación original como la de su traducción (Latour,
1983/1995; Callon, 1986/1995).
30
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
Pero si es una ventaja que el término «actor-red» explicite esta tensión constitutiva,
tiene también el inconveniente de navegar aún demasiado pegado a imágenes que
distinguen entre actores y redes, además de incorporar una marca genérica –actor– que
reinstaura lo masculino como neutro. No sólo el término ha sido ampliamente cuestionado,
y el propio Latour ha señalado siguiendo a Mike Lynch que «la ANT debería haberse
llamado “ontología del actante-rizoma”» (Latour, 1999: 19), sino que, de hecho, en las
últimas aportaciones de esta perspectiva se tiende a incidir menos en el término «actor-red»
para utilizar otros como «ensamblaje» o «articulación» (por ejemplo, Moser y Law, 2001;
Rose, 1998; Latour, 1999, 2000).
«El actor-red no es reducible ni a un simple actor ni a una red. Está compuesto, igual
que las redes, de series de elementos heterogéneos, animados e inanimados, que han
sido ligados mutuamente durante un cierto tiempo. Así, el actor-red se distingue del
actor tradicional de la sociología, una categoría que generalmente excluye cualquier
componente no humano, y cuya estructura interna muy raramente es asimilada a una
red. Pero el actor-red no debería, por otro lado, ser confundido con una red que liga
de manera más o menos predecible elementos estables que están perfectamente
definidos, ya que las entidades de las que se compone, sean éstas naturales o sociales,
pueden en cualquier momento redefinir sus identidades y relaciones mutuas y traer
nuevos elementos a la red. Un actor-red es, simultáneamente, un actor cuya actividad consiste en
entrelazar elementos heterogéneos y una red que es capaz de redefinir y transformar aquello de lo que
está hecha.» (Callon, 1992/1998: 156. Énfasis añadido).
16Sin embargo, el concepto de articulación en Laclau y Mouffe aparece demasiado restringido a lo lingüístico,
y estos autores, más interesados en explicar la conformación de prácticas políticas, no parecen considerar
dentro de su horizonte el papel de los no-humanos (García Dauder y Romero Bachiller, 2002).
32
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
Una de las potencialidades de la teoría del actor-red es que permite romper con las
distinciones a priori entre lo global y lo local, entre lo macro y lo micro. Atendiendo a las
complejidades heterogéneas de lo social –humano y no-humano-, la ANT propone un
cambio de perspectiva que se mueva desde lo que John Law (2002a) siguiendo a Chunglin
Kwa (2002) denomina una «complejidad romántica» a una «complejidad barroca». Law
defiende que este cambio supone pasar de modelos que incidan en la búsqueda de
ordenamientos de grado superior, pautas homogeneizadoras, abstracciones englobadoras y
coherencias holistas, a ejercicios que atiendan a la complejidad de lo concreto. Una complejidad
situada que dé cabida a las incoherencias, a la parcialidad, a una multiplicidad no
necesariamente ordenada en relación con una pauta única. Más aún, es en las prácticas
concretas donde lo que denominamos «global» se articula, se encarna y materializa. Esto
permite considerar la complejidad de los procesos a los que atiende esta investigación no
sólo hablando de flujos migratorios, flujos económicos y flujos comunicativos globales,
sino desmigajando semejantes abstracciones y atendiendo a cómo eso que denominamos
«flujos» se constituye como efecto estilizado de la articulación de dispositivos, mecanismos,
ordenamientos, cuerpos, espacios, representaciones y deseos concretos.
33
en cada uno de sus puntos (Latour, 1991/1993: 178-179), y es siguiendo las redes y los
enlaces que generan –y que las constituyen– que la perspectiva del actor-red rompe con las
dicotomías ficticias entre un mundo «micro» localizado y concreto y otro «macro»
globalizado y abstracto. En este mismo sentido, desde otros ámbitos se ha hablado de
procesos de glocalización multi-escalares (Robertson, 1997/2000; Barañano Cid, 1999, 2002,
2005) para evidenciar la compleja recreación de espacios localizados que incorporan
prácticas, consumos e imágenes globales pero siempre traducidas, desplazadas y parcialmente
traicionadas. Lo que cuestiona las predicciones de aquellos que profetizan una creciente
discontinuidad entre espacios locales y globales, o crecientes homogeneizaciones
globalizadas –mcdonaldlización, etc.–. Del mismo modo, la perspectiva del actor-red
cuestiona la fijeza de los polos –en este caso «global» y «local»– apuntando que no son sino
el efecto de la interrelación reiterada de múltiples elementos. Por tanto, nunca estaríamos
en el ámbito de lo global o de lo local, sino siempre enredadas en prácticas y ensamblajes
complejos: dispersas en múltiples direcciones las redes extensas, locales en todos sus
puntos, se globalizan, convirtiéndose en el «hilo de Ariadna que nos permitiría pasar
continuamente de lo local a lo global, de lo humano a lo no-humano. Es el hilo de las redes
de prácticas y de instrumentos, de documentos y traducciones. (...) Esas “redes de poder” y
estas “líneas de fuerza” se extienden claramente por todo el mundo. (...) Los dos extremos,
lo local y lo global, son mucho menos interesantes que los dispositivos intermedios que
aquí estamos llamando redes» (Latour, 1991/1993: 178-179).
Las redes que describe Latour no resultan ser meras intermediarias, conectores sin
nobleza ontológica que vincularían dos espacios separados definidos por oposición –
micro/macro, naturaleza/sociedad, sujeto/objeto, local/global, interno/externo–, sino
prácticas mediadoras, traductoras y transformadoras de lo social ampliado –no entendido como
producto exclusivo de un ejercicio de voluntarismo humano– (1991/1993: 124). Estas
prácticas mediadoras, en ocasiones materializadas en espacios u objetos concretos como
puedan ser un laboratorio (Latour, 1983/1995), una organización (Law, 1994), unas
técnicas e instrumentos de navegación (Law, 1986), o el diseño de un programa de
prevención de cáncer cervical (Singleton y Michael, 1993/1998), nos permiten realizar
variaciones de nivel, inversiones de escala y tránsitos continuados entre lo que
denominamos «micro» y «macro» (Latour, 1983/1995). Es en prácticas concretas y situadas
donde lo «global» y lo «local» se configuran y emergen como subproductos.
34
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
«La condición de posibilidad del poder (...) no debe ser buscada en la existencia
primera de un punto central; (...) son los pedestales móviles de las relaciones de fuerza
los que sin cesar inducen, por su desigualdad, estados de poder, pero siempre locales e
inestables. (...) El poder está en todas partes; no es que lo englobe todo, sino que viene
de todas partes. Y “el” poder, en lo que tiene de permanente, de repetitivo, de inerte,
de autorreproductor, no es más que el efecto conjunto que se dibuja a partir de todas
esas movilidades, el encadenamiento que se apoya en cada una de ellas y trata de
fijarlas. (...) El poder no es una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia
de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación
estratégica compleja en una sociedad dada.» (Foucault, 1976/1998: 113).
35
determinadas traducciones– depende por tanto de su reactualización constante y de la
reiteración de los enlaces que las generan17.
17 Para dar cuenta de estas prácticas, los análisis de la ciencia en acción de la perspectiva del actor-red se
vuelven de nuevo al laboratorio, un espacio relevante no porque suceda nada cognitivamente especial entre
sus paredes, sino como enclave paradigmático donde se invierten las fuerzas, se multiplican las relaciones y se
conforman traducciones concretas: se convierte en mecanismo privilegiado de producción de la política por
otros medios que es la ciencia (Latour, 1983/1995).
36
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
De este modo, y a pesar de que tiende a atribuirse a un único actor, el poder resulta
ser una composición de muchas entidades que lo reformulan y transforman en diferentes
direcciones (Latour, 1986). La durabilidad de un orden social concreto –surgido como
efecto de poder en el ensamblaje de muchas entidades– se garantiza no sólo por la
incorporación de elementos humanos en las relaciones que lo conforman, sino sobre todo
mediante la inclusión de elementos no-humanos. De hecho, según Latour (1991/1998) es a
través de la tecnología –las entidades no humanas movilizadas en un ordenamiento social
concreto– que la sociedad tiende a perpetuarse. Así, cuando una tecnología es incorporada
de forma exitosa a una cadena, tiende a estabilizarse y cajanegrizarse de tal modo que puede
ser empleada en la consolidación de un determinado ordenamiento de lo social ampliado.
Una tecnología concreta se constituye en «caja negra» cuando las distintas relaciones,
elementos humanos y no-humanos, prácticas, etc. que la constituyen han sido
transformadas y desplazadas y finalmente simplificadas y consolidadas en una entidad
unificada a través de continuados procesos de asociación y sustitución. Para ilustrar su
argumento, Latour explica cómo para lograr la consolidación de la cámara fotográfica
Kodak a finales del XIX, se requirió no sólo de la simplificación de su funcionamiento, el
desarrollo de una película flexible y la existencia de una cadena de establecimientos de
De ahí que las/os teóricas/os del actor-red planteen que cualquier intento de
establecer distinciones a priori entre aspectos materiales y sociales impediría «captar los
sutiles modos en que se generan efectos de poder (o de agencia)» (Law, 1991), e incidan en
que el poder ha de ser considerado siempre de forma relacional. Así proponen lo que
Bruno Latour (1991/1998: 138) ha denominado un modelo de análisis relacionista. Esto no
implicaría la asunción de una posición relativista que hiciera equivalentes los contenidos de
una declaración o de un fenómeno concreto, sino que incidiría en la necesidad de dar
cuenta de las relaciones diferenciales en que se configuran, las formas de las mismas y los
elementos que los constituyen.
19 En esta dirección Susan Leigh Star (1991), apunta a la forma en que se constituyen los estándares, por
ejemplo en el establecimiento o no de determinados menús alimenticios en espacios institucionalizados y las
dificultades que puede acarrear el ser alérgica a un producto de uso tan corriente como las cebollas. En este
artículo Susan Leigh Star también hace referencia a cómo los facultativos, en un proceso de cambio de sexo –
de varón a mujer–, exigen a la persona que desea ser operada responder a determinados estándares de
«feminidad» para «probar» su «verdadero» deseo de «ser mujer» –y conseguir que su seguro médico cubra los
costes de la operación–. Estos estándares homogenizan lo considerado femenino y no se ajustan a la
diversidad de las mujeres. (Para un desarrollo más amplio de este aspecto ver Esther Ortega, 2005a).
38
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
cuerpo, las formas de habitar el espacio, etc., expresan los modos en que entidades
heterogéneas son conformadas en relaciones contingentes y agonísticas que reactualizan
relaciones de poder. Se requiere por tanto de una atención constante a las diferentes
condiciones de posibilidad e imposibilidad, a las capacidades diferenciales de movilización y
a las diversas situaciones de todos los elementos ensamblados, pero sin cercenar o
invisibilizar sus capacidades de agencia. Para ello es necesario considerar las relaciones de
fuerza y los ordenamientos y jerarquizaciones que promueven; las mediaciones técnicas por
las que aseguran su durabilidad; y las resistencias y desvíos con los que con mayor o menor
fortuna se responde a las normativizaciones.
20 Ver capítulo 4 «Cuerpos» de este mismo trabajo, especialmente epígrafes «Cuerpos como fronteras: las
fronteras del cuerpo» y «Cuerpos en movimiento: «pasando por»/tras-pasando las fronteras del cuerpo».
39
este europeo cuyos ciudadanos engrosaban previamente las cifras de personas
«inmigrantes» (con y sin papeles), cambia el estatus de los mismos: de «inmigrantes» a
«ciudadanos». Podemos pensar también en la potestad de los agentes de aduanas para
interrogar a una persona con visado de turista y todos los requerimientos para entrar en el
estado, y considerarla presunta inmigrante económica, negarle la entrada y devolverla a su
país de procedencia. También en el mismo caso, las estrategias para burlar las férreas
normativas de entrada como inmigrante «legal» en el estado mediante los desvíos del visado
de turista21. De este modo se evidencia cómo el poder actúa a través de mediaciones técnicas
que conforman determinados ordenamientos, que si bien tienen pretensión de totalidad y
definen las condiciones de posibilidad e imposibilidad, conforman también espacios desde
donde se producen las contestaciones y resistencias.
Tal como avancé, uno de los aspectos más relevantes de la propuesta teórico-analítica
de la ANT ha sido su ampliación del principio de simetría propuesto por David Bloor
(1976/1994). Teóricos como Michel Callon (1986/1995) o Bruno Latour (1992;
1991/1993) van a señalar las limitaciones y asimetrías de un principio que propone un
desplazamiento desde una explicación de las creencias verdaderas por la naturaleza y las
falsas por la sociedad, a explicar tanto creencias verdaderas como falsas en términos
sociales. Critican la preeminencia explicativa de un sociologismo humanista que destaca el
carácter constructor de realidad de lo social, pero a costa de desalojar lo material, los
21 En este sentido es interesante considerar las diferencias y similitudes entre el viaje de la persona inmigrante
(como «vagabunda sin papeles») y del turista (Bauman, 1999: 103-133; García Selgas, Romero Bachiller y
García García, 2002: 29). Un análisis más amplio de este aspecto se realiza en el capítulo 4 «Cuerpos», de este
trabajo.
40
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
Fue Michel Callon (1986/1995) quien reclamó la ampliación del principio de simetría
en un artículo que supuso un auténtico punto de inflexión para la perspectiva del actor-red,
«Algunos elementos para una sociología de la traducción: la domesticación de las vieiras y
los pescadores de la bahía de Saint Brieuc». En este trabajo además del principio de simetría
generalizado, Callon presentó otros dos principios que deberían guiar los trabajos de
investigación para evitar las asimetrías que observa en el programa fuerte. Así, defiende la
extensión del principio de agnosticismo del observador de tal modo que incluya también a las
ciencias sociales. «El observador no sólo es imparcial para con los argumentos científicos y
técnicos que emplean los protagonistas de la controversia, sino que también se abstiene de
41
censurar a los actores cuando hablan de sí mismos o de su entorno social.» (Callon,
1986/1995: 261). El/la analista no fija la identidad de los actores –humanos y no
humanos– implicados en el análisis, ni privilegia o proscribe ninguna interpretación: la
identidad de los actores resultará de las negociaciones desarrolladas en el curso de la
investigación22. Por otro lado, con el principio de asociación libre, destaca que la delimitación
de las fronteras que posicionan los elementos y fenómenos a analizar como parte de la
naturaleza o de la cultura, como aspectos técnicos o sociales, es un efecto final y no una
cuestión previa al proceso que analizamos. Las fronteras entre los elementos humanos y no
humanos, entre la naturaleza y la sociedad, surgen en negociaciones en las que intervienen
los elementos en interacción y su fijación –siempre parcial y contingente– es resultado de
una estabilización concreta de las relaciones de fuerza movilizadas (Callon, 1986/1995).
Modelo de Difusión
La sociedad
Explicaciones asimétricas
Estados Estados
de lo de las
colectivo cosas
Explicaciones simétricas
Modelo de Traducción
En el modelo de difusión, la naturaleza y
la sociedad son las causas.
Figura 1.1.
(Latour, 1992:137)
22 Si bien abordaré este aspecto más adelante, señalar que este distanciamiento que practica Callon y que
invisibiliza la posición del analista, ha sido ampliamente cuestionado por reintroducir una posición de
observación externa e imparcial que ocuparía un desinteresado «testigo modesto». En ese sentido ver
Haraway (1991/1995; 1992/1999; 1997); Vicky Singleton y Mike Michael (1993/1998); Susan Leigh Star
(1991), entre otras.
42
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
«En el modelo de difusión, la sociedad está constituida por grupos que poseen
o intereses; estos grupos resisten, aceptan o ignoran los hechos y máquinas, que tienen
su inercia propia. En consecuencia, tenemos ciencia y técnicas por un lado, y sociedad
por otro. En el modelo de traducción, sin embargo, no existe semejante distinción,
pues hay únicamente cadenas heterogéneas de asociaciones que, de vez en cuando,
crean obligados puntos de paso.» (Latour, 1992: 136).
43
mecanismos, agentes, instituciones u organizaciones. Así
“traducción” actúa como un verbo que implica transformación y la
posibilidad de equivalencia, la posibilidad que una cosa (por ejemplo
un actor) pueda situarse por otra (por ejemplo una red).
44
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
45
«Al principio, las vieiras, los pescadores y los especialistas estaban dispersos y
no eran fácilmente accesibles. Al final, los tres investigadores de Brest dijeron lo que
eran estas entidades y lo que querían. (...) Las vieiras se transforman en larvas, las
larvas en números, los números en cuadros y curvas, hojas de papel transportables,
reproducibles y fácilmente difundibles. (...) El resultado es sorprendente. Un puñado
de investigadores discute algunos diagramas y unos cuantos cuadros de números en
una habitación cerrada. Pero esas discusiones comprometen a incontables poblaciones
de actores silentes: vieiras, pescadores y especialistas, a los que representan en Brest
unos pocos portavoces.» (Callon, 1986/1995: 273-274).
23 «Dos años después de los primeros (y únicos) anclajes, las vieiras desarrolladas a partir de las larvas
“interesadas” por los colectores, luego reagrupadas en el fondo de la bahía en un área protegida por un
cinturón de cemento, fueron descaradamente pescadas la víspera de Navidad por una horda de pesadores que
no pudieron resistir más la tentación de una pesca milagrosa. Brutalmente, y sin avisar, desautorizaron a sus
portavoces y sus planes a largo plazo» (Callon, 1986/1995: 275).
24Si bien afirman que Callon considera la traducción una cuestión de «semiótica» prefiero utilizar el término
«lingüístico» en este contexto para que la crítica realizada por Brown y Capdevilla resulte más evidente. En
particular por las críticas que desde autoras como Teresa de Lauretis (1977; 1984/1992) se dirigen a
concepciones que encierran lo semiótico en un plano escindido, exclusivamente significativo y carente de
materialidad. Desde la pragmática de Peirce, de Lauretis destaca por el contrario, el carácter inherentemente
material de las producciones simbólicas y de sus encarnaciones.
46
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
47
dirección que toma el colectivo una vez que su forma, alcance y composición, han
sido alterados.» (Latour, 1994/1998: 274). (Ver figura 1.2.).
Proceso de traducción/mediación
A 1.º paso: Desinterés
B
Figura 1.2.
(Latour, 1994/1998:260)
Los desplazamientos, los rodeos, las delegaciones, los pasajes forzados generados en
relaciones de poder proliferan, multiplicando entramados de entidades que dependiendo de
su mayor o menor estabilidad son inscritas y materializadas. La tecnología y las acciones
técnicas resultan así ser protocolos materializados que se vuelven imprescindibles por la
multiplicación de conexiones que comportan, particularmente una vez que las relaciones y
ordenamientos sociales que los conforman quedan borrados y dados por supuestos. A
estos ejercicios se refiere Callon (1992/1998: 156-158) como procesos de yuxtaposición y
simplificación. Las entidades tecnológicas singulares, cajanegrizadas, son producto de la
simplificación contextualizada y situada de un amplio conjunto de haces de relaciones que
se yuxtaponen reiteradamente. La consolidación de entidades tecnológicas permite, de este
modo, una forma de delegación por la que movimientos realizados en otro tiempo y lugar
48
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
Capitalización
Centro de Cálculo
Red
Desplazamiento
Figura 1.3.
(Bruno Latour y Émilie Hermant, 1999: 175)
27 La definición completa del concepto de articulación la presentan Laclau y Mouffe en los siguientes
términos: «Llamaremos articulación a toda práctica que establece una relación tal entre elementos que la
identidad de éstos resulta modificada como resultado de esa práctica. A la totalidad estructurada resultante de
la práctica articulatoria la llamaremos, discurso. Llamaremos momentos a las posiciones diferenciales, en tanto
aparecen articuladas en el interior de un discurso. Llamaremos, por el contrario, elementos a toda diferencia que
no se articula discursivamente.» (Laclau y Mouffe, 1985/1987: 119).
28 Para un desarrollo más detallado de esta crítica ver García Dauder y Romero Bachiller (2002).
52
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
29Un análisis más exhaustivo de este punto se desarrolla en el epígrafe «Haciendo cuerpos I: Habitus, prácticas
y perfomatividad», en el capítulo 4 «Cuerpos» de este trabajo.
53
papeleras?30 Quizá uno de los ejemplos más ilustrativos a este respecto sea la teorización
que Latour (1994/1998: 251-255) hace del conflictivo argumento que enfrenta a la NRA –
National Rifle Association– en Estados Unidos con las personas partidarias de prohibir la
tenencia de armas. Los segundos afirman que la presencia de un arma puede hacer que una
persona en un momento determinado pueda llegar a disparar contra otra. La NRA, por el
contrario, señala que el arma –objeto inanimado y pasivo– no tiene nada que ver y que es la
persona la única responsable. En los argumentos de estos últimos, se marcan claramente las
distancias y son sólo los humanos los que poseen capacidad de agencia. Para los detractores
de la tenencia de armas, eso no está tan claro: ¿quién será el actor de tal acción? Latour dirá
que algún otro ciudadano-arma o arma-ciudadano. La persona con un arma en la mano es
radicalmente modificada, ya no es la misma, y lo mismo ocurre con el arma: son alguna
clase de actor híbrido compuesto, un actor-red, un actante ejerciendo una determinada
función (Latour, 1994/1998: 255).
daremos cuenta que ambos son producto de la interacción de múltiples elementos. Para
recibir el reconocimiento jurídico de persona, de ser humano, un neonato debe haber
sobrevivido veinticuatro horas al parto separado del cuerpo de la madre y tener «figura
humana» (sic.). De igual forma, en demografía es necesario superar las veinticuatro horas de
vida tras el parto para ser considerado nacido con vida31. Por otro lado, podemos pensar
qué significa la mayoría de edad en muchas sociedades en cuanto acceso a voto,
responsabilidad jurídica, etc. y las diferentes modificaciones que tal estatus puede recibir
por cuestiones de enfermedad mental, por ejemplo. Pensemos también en cómo el
reconocimiento de la responsabilidad y de la humanidad ha variado a lo largo del tiempo y
en las distintas sociedades32: a las personas negras o indígenas se les negaba su humanidad
en las sociedades racistas, colonialistas y esclavistas; las mujeres fueron durante mucho
tiempo relegadas a una perpetua minoría de edad, etc. Tal como apunta Latour (1999), la
«posición de sujeto» con todas las características de voluntad, deseo, individualidad, etc. que
se le suponen –y que son actuadas– son por tanto producto de complejas interacciones,
definiciones y ordenamientos:
«Actancialidad no es lo que hace un actor (...) sino lo que provee a los actantes
con sus acciones, con su subjetividad, con su intencionalidad, con su moral. Cuando
ensamblas con esta entidad en circulación, entonces te estás dotando parcialmente con
conciencia, subjetividad, actorialidad, etc.» (Latour, 1999: 18).
En esta misma dirección Nikolas Rose (1998) habla de los mecanismos «psi» como
un conjunto de prácticas reguladoras y tecnologías de producción a través de las cuales los
31 El artículo 30 del capítulo 1º, de título 2º, del libro 2º, del Código Civil vigente en el estado español señala
concretamente: «Para los efectos civiles, sólo se reputará nacido el feto que tuviera figura humana y viviere
veinticuatro horas enteramente desprendido del seno materno.» (Código Civil, 16ª ed. revisada a Sept. 1993:
102). Igualmente significativas son las denominaciones del referido código: el título del Libro 2º es «De las
personas» y dentro del mismo el Título 1º es «De los españoles y extranjeros» y el Título 2º «Del nacimiento y
la extinción de la personalidad civil». A su vez el Capítulo 1º del Título 2º se denomina «De las personas
naturales». Tanto los títulos de los diferentes apartados, como las abigarradas normativas, regulaciones y
requisitos apuntados hacen evidentes la multitud de requerimientos materiales, jurídicos, corporales, etc. que
se hace necesario cumplir para ser reconocidos como «personas», como «sujetos jurídicos». Muestran en
cualquier caso que tales posiciones no resultan en absoluto autoevidentes, ni dadas a priori. Por otro lado, el
hecho de que el referido artículo no haya sido modificado desde el proyecto del Código Civil de 1851 –
nuestro Código Civil data de 1888–, resulta significativo. Foucault ha descrito la importancia del XIX en el
desarrollo y establecimiento del biopoder en tanto disciplinamiento del cuerpo-individuo por un lado, y control
de las poblaciones, del cuerpo-especie, por otro (1976/1998: 168). En ese control de las poblaciones la
estadística y la demografía juegan un papel importante y de ahí esta definición de la persona civil: en un
periodo donde la mortalidad infantil resultaba enormemente elevada aparece la necesidad de constatar la
viabilidad de un feto recién nacido, a lo que se añade un intento de reducir las elevadas estadísticas de
mortandad infantil –de la que hay mayor riesgo cuanta mayor cercanía con el parto–. Agradezco a Ahinoa
Ruiz de la Cuesta Suárez, que me proporcionara las referencias legales sobre este tema.
32 Ver epígrafe «Cuerpo-sujeto, Cuerpo-humano, cuerpo-ciudadano» en el capítulo 4 «Cuerpos» de esta tesis.
55
seres humanos son constituidos como tales, como personas, como «mismidades
independientes» –el self o «yo-mismo»– dotados de una interioridad psíquica. Éste es un
aspecto especialmente relevante a mi entender y que, si bien ha sido tibiamente apuntado
desde las teorizaciones del actor-red, ofrece espacios de posibilidad muy prometedores para
la atención a los procesos de conformación de subjetividades33.
1.3. PERSPECTIVAS PARCIALES PARA ABORDAR LA COMPLEJIDAD (II): EPISTEMOLOGÍAS FEMINISTAS DEL
PUNTO DE VISTA/ESTUDIOS FEMINISTAS DE LA TECNOCIENCIA34
los laboratorios, en las sociedades científicas, etc. Son múltiples los estudios que recogen estos intentos,
mencionar tan sólo: Margaret Rossiter (1992, 1995); Eulalia Pérez Sedeño (1992, 2000); Marta González
García y Eulalia Pérez Sedeño (2002); y Silvia García Dauder (2005).
56
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
36 Recordar tan sólo algunas de las metáforas de la ciencia que hablan de tierras por descubrir o conquistar; de
penetrar en los misterios de la naturaleza; desvelar o desnudar la naturaleza para la ciencia; de territorios
vírgenes, etc. (Fox-Keller, 1991). Resultan relevantes a este respecto las investigaciones de Emily Martin
(1996) sobre el lenguaje de los estudios de la fecundación humana y cómo reproducen a nivel celular el
escenario de conquista heterosexual de «pasivos óvulos femeninos» por parte de «activos espermatozoides
masculinos». Martin destaca cómo en la mayoría de estos estudios se reproduce el modelo social imperante
contra las evidencias de una interacción biológica y química entre las células participantes en la fecundación.
En una línea similar Donna Haraway (1989; 1991/1995) destaca cómo gran parte de los estudios de la
primatología tienden a reproducir los ordenamientos patriarcales imperantes, favoreciendo la imagen del
macho dominador-cazador, y justificando estas jerarquizaciones como parte de un orden natural.
57
y los modos de construcción para todo.» (Haraway, 1991/1995: 321). Este carácter
propositivo/prescriptivo es lo que distancia las epistemologías feministas del punto de vista de
los ejercicios –pretendidamente– descriptivos de los estudios sociales del conocimiento
científico. Las perspectivas feministas del punto de vista van a apostar así por el desarrollo
de lo que Sandra Harding (1986/1996) denominó una «ciencia sucesora», «que ofrece una
versión del mundo más adecuada, rica y mejor, con vistas a vivir bien en él y en relación
crítica y reflexiva con nuestras prácticas de dominación y con las de otros y con las partes
desiguales de privilegio y opresión que configuran todas las posiciones. En las categorías
filosóficas tradicionales, se trata quizás más de ética y de política que de epistemología.»
(Haraway, 1991/1995: 321).
«es la mirada que míticamente inscribe todos los cuerpos marcados, que fabrica
la categoría no marcada, que reclama el poder de ver y no ser vista, de representar y
evitar la representación. Esta mirada significa las posiciones no marcadas de Hombre
y de Blanco, uno de los muchos tonos obscenos del mundo de la objetividad a oídos
feministas en las sociedades dominantes científicas y tecnológicas, postindustrializadas,
militarizadas, racistas y masculinas, es decir, aquí en la panza del monstruo.» (Haraway,
1991/1995: 324).
37 En Ciencia y feminismo, Sandra Harding (1986/1996) elaboró la ya clásica clasificación de las diferentes
posiciones epistemológicas feministas distinguiendo entre empirismo feminista, punto de vista feminista y
postmodernismo feminista. Muchas autoras han retomado esta clasificación para la realización de sus propios
análisis, o la han reelaborado en un esfuerzo por dar respuesta a posiciones complejas donde las matizaciones
y los solapamientos se multiplican. Así, por ejemplo, y desde el cuestionamiento de la homogeneidad del
llamado empirismo feminista, Marta González García y Eulalia Pérez Sedeño (2002) introducen una
distinción entre empirismo ingenuo y empirismo contextual y añaden lo que denominan enfoque psicodinámico –Evelyn
Fox Keller–. Alessandra Tanesini (1999) también cuestiona la versión simplista del empirismo feminista de
Harding, distinguiendo entre empirismo contextual –Helen Longino– y empirismo naturalizado –Lynn H. Nelson–.
Destaca además el carácter naturalizado de gran parte de las propuestas epistemológicas feministas –esto es,
su renuncia a distinguir entre contexto de descubrimiento y contexto de justificación, y su constatación de la
necesidad de dar cuenta de las causas o condiciones que llevan a asumir un conocimiento–, ya sea desde la
filosofía, la psicología o la sociología del conocimiento –Lorraine Code, Elisabeth Potter, Lynn H. Nelson–.
Tanesini se refiere además a las epistemologías del punto de vista –Hilary Rose, Nancy Hartsock, Dorothy Smith,
Patricia Hill Collins, Sandra Harding– y a los estudios culturales de la ciencia –Donna Haraway, Evelyn Fox-
Keller, Susan Bordo–.
59
Epistemologías feministas. Fig. 1.4.
Clasificación de Harding (1986/1996) Derivas y Modificaciones Parciales
( Auto-corrección de Harding, 1993) mpirismo contextual : Helen Longino (1990, 1993, 2002): democracia cognitiva.Æ máxima minimización
Empirismo preferencias subjetivas una vez incluidas todas las perspectivas relevantes.
- Empirismo feminista “espontáneo”
Feminista - Empirismo naturalizado: Lynn H. Nelson (1993)
- Versiones sofisticadas del empirismo feminista
-Enfoques psicodinámicos: (Tª psicoanalítica de las relaciones objetales) Nancy Chodorow, Carol
- Señalan el privilegio epistémico de las mujeres GilliganÆ Jane Flax, Naomi Shemann,
por su posición subyugada Evelyn Fox-Keller: (1991): objetividad dinámica vs. radical separación sujeto/objetoÆ Ciencia desde
Jane Flax (1983): feminismo como “retorno de lo Bacon como conquista heterosexual de la naturaleza/femenina por la mente/masculina.
reprimido”Æ yoes recíprocos vs. yoes - Enfoque psicoculturalÆSusan Bordo (1987): Limites claros entre yo interno y mundo-naturaleza
defensivos represores Æansiedades de separación cartesiana vs. cosmos orgánico-femenino medieval
Hilary Rose (1985, 1987): mano-cerebro-corazón
en el trabajo artesanal de las mujeres. - Epistemologías desde la diferencia sexual: Luce Irigaray (1985/1994): Crítica al logocentrismo y la
Nancy Harstock (1983): actividad sometida de las lógica de lo mismo del simbólico masculino.
Punto mujeres sensual, concreta y relacional Rosi Braidotti (1991; 1994): Ampliación concepto de diferencia; subjetividad nómada/cyborg
de Vista Æ poder para vs. poder sobre Elizabeth Grosz (1993): Corporalidad sexuada en la producción del conocimiento.
Feminista Dorothy Smith (1987): conciencia bifurcada de Críticas al mantenimiento de un sujeto-mujer homogéneo y excluyente: blanca, heterosexual, occidental...
mujeres alienadas de su experiencia leída en
términos masculinos Articulación de puntos de vista marginalizados:
Alison Jaggar (1983). bell hooks (1984): de los márgenes al centro; Chéla Sandoval (1991): conciencia opositiva; Gloria Anzaldúa
Sandra Harding (1986/1996, 1991): revoluciones (1987): pensamiento fronterizo y mestizo.
sociales Æ mejora de la cienciaÆ proyecto de Patricia Hill Collins (2000): Pensamiento feminista negro, perspectivas outsider-within (intrusas). Perspectivas
ciencia sucesora parciales situadas y necesidad de coaliciones y solidaridad entre ellas. Sistemas de opresión
Objetividad fuerte/Reflexividad fuerte. Privilegio interconectados e interdependientes.
epistémico de las posiciones marginalizadas y Sandra Harding (1991): Reinventarnos como otras. Sujeto múltiple y contradictorio del feminismoÆ
oprimidas Æ diversidad del colectivo mujeres movilización de identidades traidoras; (1998): Epistemologías feministas multiculturales
60
Sandra Harding: hacia un proyecto de «ciencia sucesora» y una «objetividad fuerte»
En este sentido, Harding rechaza las críticas que cuestionan las perspectivas
feministas del punto de vista acusándolas o bien de caer en el etnocentrismo totalizante de
la identidad, o bien de abandonarse al relativismo (1993/2004: 129-132). La defensa del
privilegio epistémico de un punto de vista feminista no tiene que ver con la asunción de una
única posición social –la de las mujeres, por ejemplo– como único espacio privilegiado
asentado en una identidad o una experiencia. No sólo quiénes forman parte del colectivo
«mujeres» es una cuestión compleja con fronteras porosas, sino que los intereses y
características de las «mujeres» son contradictorios y heterogéneos:
«No hay una única vida de mujer ideal desde la que las teorías del punto de vista
recomienden comenzar a pensar. Por el contrario, debemos volvernos a todas las vidas
que están marginalizadas de formas diferentes por los sistemas operativos de
estratificación. Los diferentes feminismos se informan mutuamente; podemos
aprender de todos ellos y cambiar nuestros patrones de creencias.» (Harding,
1993/2004: 131).
Pero, no sólo no existiría una única posición que garantizara un punto de vista común
a todas las mujeres, sino que tampoco el ocupar una de estas posiciones garantizaría por sí
mismo un mejor conocimiento. Entre otras cosas, porque «los sujetos/agentes del
conocimiento para las teorías feministas del punto de vista son múltiples, heterogéneos y
contradictorios o incoherentes» (Harding, 1993/2004: 134). Y es precisamente la tensión
no resuelta de habitar espacios contradictorios lo que para Harding resulta más productivo
epistémicamente, puesto que:
Así pues, partir del punto de vista de las personas marginalizadas se convierte en un
requerimiento necesario, pero no suficiente. Esto permite, a su vez, que la experiencia de
una determinada identidad marginalizada no se convierta ni en patente de verdad ni de
62
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
38 Este párrafo resulta relevante porque nos da cuenta de los planteamientos ontológico-epistémicos de la
autora en alguno de los aspectos que he venido desarrollado en relación con la ANT, en concreto la relación
entre sujetos y objetos, y el estatuto de ambos. Si bien existen diferentes posibilidades de interpretar este
párrafo parece que sus afirmaciones la alinearían con la mayoría de los trabajos de sociología del
63
Por otro lado, reconocer la existencia de una diversidad de perspectivas y posiciones
no significa tener que asumir un relativismo del «todo vale», como apunta Harding: «El
relativismo sociológico nos permite reconocer que gentes diferentes sostienen creencias
distintas, pero lo que resulta relevante al repensar la objetividad es una cuestión distinta: la
del juicio o el relativismo epistémico. Las teorías del punto de vista ni lo sostienen ni están
condenadas por él...» (1993/2004: 132). Así pues, si bien resulta evidente la diversidad de
las creencias, producto de contextos socio-históricos y posiciones sociales concretos, esto
no supone que todas ellas resulten equivalentes. Para Harding es necesaria «una evaluación
crítica para determinar qué situaciones sociales tienden a generar los conocimientos más
objetivos», esto es, proporcionar «una explicación científica de las relaciones entre una
creencia localizada históricamente y una creencia de máxima objetividad.» (Harding, 1991:
142).
conocimiento científico tras el Programa Fuerte, si bien no queda claro que responda exactamente a las
cuestiones y críticas planteadas por la ANT que les llevarían a demandar –como he desarrollado– «otro giro
después del giro social». En este sentido su planteamiento reconocería que los objetos de la ciencia son
necesariamente objetos «sociales» en el sentido de socialmente mediados y dotados de significaciones
concretas. La ciencia, así, no abordaría elementos inmaculados «puramente naturales», carentes de mediación.
Esto podría equivaler a una visión donde «la naturaleza [en su sentido fuerte] habría desaparecido para
siempre», o bien, constituir un reconocimiento de la imposibilidad de pureza y la consistencia constitutiva de
las mediaciones. No queda claro, sin embargo, si su referencia a un «ahí fuera» se realiza en un sentido fuerte
–esto es, como una afirmación de que existe una realidad, aunque no podamos alcanzarla, y por lo tanto la
función de la ciencia sería la de una continua persecución que buscase un acercamiento cada vez mayor–.
Cabría también interpretar esta referencia de una forma más cercana a la realizada por John Law cuando
plantea una reformulación del sentido al uso de la concepción de «realidad ahí fuera» (2004: 31-32): frente a la
idea de independencia de lo real, defenderá que «la realidad, así, no es independiente de los aparatos que producen
informes de la realidad» (Law, 2004: 31); frente a la idea de anterioridad, de pre-existencia, afirmará que si bien en
muchos casos lo real tiene una existencia previa, también es verdad que se va creando y re-actualizando de
forma continua; frente a la idea de que lo real sería definitivo, Law dirá que en parte resulta evidente que esto
no es así, puesto que está cambiando continuamente –tendría una consistencia fluida si empleamos la
terminología de García Selgas (2003)–; frente a la idea de la singularidad de lo real –existe una única realidad–
Law afirmaría que esta singularidad se produciría únicamente después de la resolución de las controversias, y
probablemente esta estabilización no sea sino precaria e inestable. Más aún si consideramos que no existe
independencia de lo real y de los mecanismos de producción de conocimiento, cada articulación particular de
estos elementos produciría, de hecho, «realidades» múltiples. En este sentido, parece probable que Harding
aceptara todos estos puntos, salvo quizá el último, dado que parece inferirse de su afirmación que existiría una
única realidad en el sentido fuerte –casi como mito, si se quiere– y la diversidad sería la de las formas nunca
definitivas de acercarnos a ella.
64
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
Así pues, Harding afirma que el feminismo, y cualquier movimiento político que
parta del punto de vista de los grupos marginalizados, constituyen espacios epistémicos
particularmente privilegiados para la producción de conocimiento. Una ventaja epistémica
que se asienta en una mayor capacidad para cuestionar lo no cuestionado, lo dado por
supuesto, y que le permite producir «contribuciones menos falsas», puesto que: «las
afirmaciones científicas deben sostenerse supuestamente, no como verdades sino, tan sólo
provisionalmente, como “menos falsas” hasta que evidencias en contra o un nuevo marco
conceptual dejen de proporcionarles el estatus de “menos falsas” frente aquellas con las
que han sido testadas.» (Harding, 1997/2004: 260). Curiosamente, esta afirmación que
parecería asentarse en un trasnochado falsacionismo popperiano (García Selgas, 2004a:
65
304), es sin embargo la que, probablemente, implique un mayor alejamiento de los
planteamientos de la tradición heredada, puesto que el estatus de «contribuciones menos
falsas» viene dado no por una erradicación de los valores e implicaciones políticas –como
plantearían los objetivistas–, sino por el contrario, por su inclusión como elementos
necesariamente constitutivos de la producción científica. Llega a afirmar que las
revoluciones sociales, por su cuestionamiento y crítica de las verdades socialmente
asentadas en una sociedad dada, han redundado en un avance de la ciencia proporcionando
perspectivas menos distorsionadas: «Los valores que incrementan la democracia39 han
generado sistemáticamente creencias menos parciales y distorsionadas que otros.» (Harding,
1993/2004: 137). De este modo establece una relación directamente proporcional entre
mayor democratización e inclusividad social y un conocimiento más objetivo –ya que
existiría también una mayor reflexividad cuestionadora–:
«Con esta cuestión resulta evidente que la búsqueda del conocimiento requiere de
políticas democráticas y participativas. Si éste no fuera el caso, sólo las élites de género, raza,
sexualidad y clase que predominan en las instituciones de búsqueda de conocimiento,
tendrán la oportunidad de decidir cómo plantear sus preguntas de investigación, y
tenemos suficientes razones para sospechar de la localización histórica desde donde
tales preguntas serán de hecho planteadas.» (Harding, 1991: 124. Énfasis añadido).
Las primeras versiones del punto de vista feminista fueron criticadas por definir la
opresión de género según la imagen de las mujeres blancas, heterosexuales, occidentales,
educadas, cristianas y de clase media. Frente a esta homogeneización excluyente, múltiples
han sido los intentos de teorizar un pensamiento opositivo y mestizo sustentado en la experiencia
de múltiples opresiones interconectadas e interdeterminadas (Anzaldúa, 1987; Sandoval, 1991; Collins,
2000). En cierto sentido se puede decir que la efervescencia teórico-política alentada por
estas críticas y la necesidad de responder a diferentes diferencias interrelacionadas viene a
39 No me resisto a preguntarme, sin embargo, y en un contexto como el actual en el que se multiplican los
usos del término democracia en direcciones tan aparentemente contradictorias con el mismo, y en que se
multiplican acciones de carácter opresivo e incluso guerras e invasiones, justificadas como medios para «hacer
avanzar la democracia», cómo se construye el propio significado de «democracia».
40 Utilizo el término Negro en mayúsculas siguiendo el uso que Patricia Hill Collins hace del término «Black»
41«Si la migración, en cuanto significa la no vinculación a un punto del espacio, constituye el concepto
opuesto a la sedentariedad, la forma sociológica del “extranjero” representa, en cierto modo, la unión de
ambas determinaciones, aunque revelando también que la relación con el espacio no es más que la condición
por una parte, y el símbolo por otra, de las relaciones humanas. El extranjero (...) es, por así decirlo, el
emigrante en potencia, que, aunque se haya detenido, no se ha asentado completamente.» (Simmel,
1908/2002: 59). Es precisamente ese no haberse «asentado completamente» lo que concede el particular
espacio cognitivo al «extranjero» que destaca Simmel y sobre el que Patricia Hill Collins elabora su concepto
de «intrusa» –outsider-within–.
67
Collins afirma que las mujeres Negras académicas estadounidenses se encuentran en una
posición de outsiders-within (intrusas) que las proporciona un distintivo ángulo de visión42:
resultan intrusas en una academia feminista poblada por mujeres blancas; resultan intrusas en
un pensamiento social y político Negro característicamente masculino; y más aún, resultan
intrusas en una academia que a excepción de las mencionadas disciplinas continúa siendo
coto mayoritario de varones blancos (Collins, 2000: 12). Esta situación de perpetuo
extrañamiento/intrusismo que impide que las mujeres Negras se incorporen como habitantes
de pleno derecho de estos espacios, resulta especialmente favorable para el desarrollo de
análisis críticos, dado que difícilmente podrán eludir considerar su propio posicionamiento
o invisibilizar su lugar de enunciación. Pero para Collins partir del punto de vista de las
mujeres Negras no implica la estabilización de un sujeto homogéneo, sino que implica
trabajar en la tensión de múltiples diferencias constitutivas:
42 Esta posición de intrusas se elabora de una forma más evidente cuando la analiza en relación con la
situación de las mujeres negras trabajando en las casas y barrios blancos, un espacio y un status que no les
pertenecía, pero del que sin embargo formaban parte. (Collins, 1986/2004).
68
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
grupo posee una perspectiva total de la dominación, y cada uno ofrece una perspectiva
relevante de la misma43.
«La fluidez no significa que los grupos desaparezcan para ser reemplazados por
una acumulación de mujeres únicas y descontextualizadas en cuya complejidad se
elimina lo político. Por el contrario, la fluidez de las fronteras opera como unas nuevas
lentes que potencialmente profundizan el conocimiento de cómo los mecanismos
heteropatriarcal con las mujeres negras; las mujeres negras heterosexuales su normatividad heterosexual con
mujeres negras lesbianas y varones negros gays; y mujeres lesbianas blancas pueden mostrar su racismo con
varones y mujeres negros (ver por ejemplo Barbara Smith, 1983).
69
concretos del poder institucional pueden cambiar dramáticamente mientras continúan
reproduciendo las desigualdades de larga tradición de la raza, el género y la clase que
revierten en estabilidad grupal. En este sentido, la historia y la situación del grupo
pueden considerarse como puntos de convergencia en relaciones estructurales de
poder jerárquicas, múltiples y cambiantes.» (Collins, 1997/2004: 249).
45 En el análisis de esta autora he empleado parte del trabajo que desarrollamos Silvia García Dauder y
Carmen Romero Bachiller (2002) en el artículo «Rompiendo viejos dualismos: de las (im)posibilidades de la
articulación» y Carmen Romero Bachiller y Silvia García Dauder (en prensa) «Epistemologías feministas y
democracia radical».
70
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
En este sentido, Haraway como el resto de las autoras feministas del punto de vista
va a defender que «la visión es mejor desde abajo que desde las “brillantes plataformas de
los poderosos”, pero subraya el peligro de romantizar y, en un ejercicio de ventriloquia,
apropiarse de la visión de los menos poderosos al mismo tiempo que se mira desde sus
posiciones. No se puede olvidar que los puntos de vista subyugados no son posiciones
inocentes, y mirar desde abajo no garantiza eludir “trucos divinos”» (Romero Bachiller y
García Dauder, en prensa). La posición privilegiada no sería por tanto la posición
subyugada «llena», saturada de múltiples marcas opositivas de identidad –de género, raza,
clase, sexualidad, etc.–, sino aquella que trata de buscar conexiones parciales46 y responsables
46 En Partial Connections Marilyn Strathern (1991: 33-36) desarrolla el concepto de «conexiones parciales»
haciendo referencia no sólo a ejercicios de conectividad parcial entre grupos diferentes, sino también a las
conexiones parciales establecidas en «una misma persona»: Marilyn-Strathern-la-feminista no es la misma que
Marilyn-Strathern-la-antropóloga, por ejemplo; ambas se incluyen pero no son mutuamente reducibles (Law,
2004: 64). Pero ésta no es una relación descorporalizada, sino por el contrario está profundamente encarnada
en una corporalidad necesariamente excesiva, porque, «uno es muy poco pero dos son demasiados»
(Strathern, 1991: 36). Enfatiza así la ironía de mantener juntas cosas incompatibles porque son al tiempo
necesarias y reales. (Haraway, 1991/1995: 253). Esta conectividad parcial puede servir para explicar el carácter
semiótico-material de lo real, una relación donde no existe escisión entre materialidad y significación si bien –y al
71
entre diferentes posiciones de sujeto precarias, incompletas y en perpetua mutación: «La
ironía consiste en contradicciones que, incluso dialécticamente, no se resuelven en
totalidades más amplias, consiste en la tensión de mantener juntas cosas incompatibles, porque ambas
o todas son al tiempo necesarias y reales» (1991: 14947. Énfasis añadido). Posiciones de sujeto
conocedor que se reconocen modestas, situadas, asumidas, autocríticas y abiertas a
conexiones: Haraway (1997) hace «queer»48, tuerce, la figura tradicional del neutral y aséptico
«testigo modesto» de la ciencia (Prins, 1997: 92), transformando así el sentido de la modestia.
mismo tiempo– ambos aspectos resultan mutuamente irreductibles: materialidad y significación se incluyen y
exceden mutuamente.
47 He preferido traducir este texto del original porque en la traducción castellana (1991/1995: 253) se perdía
72
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
73
un «héroe-científico-colonizador», sino que éste estaría siendo múltiple y reiteradamente
producido por las prácticas de conocimiento y los entramados en los que se insertan:
Por otro lado, y decidida a acabar con los dualismos transcendentales modernos,
Haraway –junto con la ANT– nos embarca en un proyecto amoderno (Latour, 1991/1993)
que parte de la inexistencia de una fractura entre los polos puros de lo social y de lo natural
característicos del pensamiento moderno, dando la bienvenida a sus no reconocidos
vástagos: los híbridos. La naturaleza queda desprendida de su mítico e inmaculado nicho
liminal para situarse en el mucho menos edénico y más cercano «ombligo del monstruo».
Una naturaleza artefactual, al tiempo ficción y hecho, consistentemente material y cargada de
significaciones, que Haraway presenta como un artefactualismo efecto del trabajo de
múltiples entidades:
«Si el mundo existe para nosotros como “naturaleza”, esto designa un tipo de
relación, una proeza de muchos actores, no todos humanos, no todos orgánicos, no
todos tecnológicos. En sus expresiones científicas, así como en otras, la naturaleza
está hecha, aunque no exclusivamente, por humanos: es una construcción en la que
participan humanos y no humanos.» (Haraway, 1992/1999: 123).
50Para un análisis de las posibilidades del cyborg en la reconfiguración de la agencia ver Fernando J. García
Selgas (1999) «El cyborg como reconstrucción del agente social», Política y Sociedad, 30:165-192.
76
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
Principio de simetría
generalizado
La naturaleza y la sociedad
han de ser explicadas
Figura 1.5.
Latour (1991/1993:142) 77
reclamaba la necesidad de no cambiar de registro al pasar de explicaciones técnicas a
sociales, de hablar de sujetos humanos a objetos no-humanos, y vinculaba este ejercicio con
un agnosticismo por parte del observador en relación con los agentes y sus
argumentaciones, y con la promoción de una asociación libre que rechazara la preexistencia
de una distinción clara y definitiva entre aspectos sociales y naturales. Latour interpreta este
movimiento como una «revolución contracopernicana» que urge al investigador a «situarse
en el punto central, desde donde puede seguir simultáneamente la atribución de
propiedades no-humanas y la de propiedades humanas.» (1991/1993: 143).
78
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
Además la mirada simétrica aposentada en ese «Olimpo divino que todo lo ve»
prometería una visión total, un acercamiento a «lo real» holista, globalizado y con
pretensión totalizadora. Tal como señalan Nick Lee y Steve Brown (1994/1998), la teoría
del actor-red al arrastrar lo no-humano al pliegue sociológico, en un ejercicio de
liberalización del continente objeto que reclama la igualdad para las cosas, corre el peligro
de acabar convirtiéndose en un vocabulario final «final»:
Aunque Latour (1992) señala que toda red tiene «agujeros» y no se expande por todo
el «mundo-mundial», Lee y Brown (1994/1998) afirman que dado que la ANT posibilita
que cualquier ordenamiento o secuencia de humanos y no-humanos sea codificado, podría
acabar por no dejar espacio a descripciones alternativas del mundo. De este modo, el
ejercicio de emancipación del oscuro continente de lo no-social, se acabaría convirtiendo en
proceso de colonización. En esta misma dirección habría que interpretar las críticas
desarrolladas por Donna Haraway (1992/1999), en particular a Latour, cuando rechaza lo
que denomina semiótica política de la representación a favor de una semiótica política de la
articulación: «Para contar esta historia debemos desconfiar tanto de la naturaleza como de la
sociedad y resistir a los imperativos a ellas asociados para representar al “otro”, para
reflejarlo, darle voz o actuar como sus ventrílocuos.» (Haraway, 1992/1999: 135). Según
Haraway, la efectividad de la semiótica política de la representación se asienta en operaciones
de distanciamiento: lo representado es escindido de los elementos semiótico-materiales que lo
rodean, que, desautorizados por su «implicación excesiva», son excluidos del drama de la
representación en favor de los ventrílocuos portavoces que se constituyen en los únicos
actores. Haraway (1992/1999) pondrá como ejemplos de esta representación ventrílocua las
prácticas de grupos pro-vida que reclaman «hablar por el feto» a expensas de la madre, y de
79
colectivos ecologistas dispuestos a salvar los enclaves selváticos sin contar con los pueblos
indígenas que allí habitan. En el paradigma moderno los científicos, testigos modestos
distanciados y no marcados desde su privilegio de varones, blancos, occidentales,
heterosexuales, resultan ser los representantes más desinteresados y por lo tanto los más
fiables: la naturaleza es movilizada y puesta a hablar a través de la ciencia, esto es, de sus
portavoces (Haraway, 1997: 23-39). De este modo como señalan Lee y Brown, la
vindicación de la ANT de una radicalización de la imparcialidad de los analistas mediante la
generalización de la simetría –que extienda el «derecho de ciudadanía» a los no-humanos–,
se convierte en un intento de los teóricos del actor-red de ser reconocidos como únicos
representantes legítimos de todos los elementos (1994/1998: 223). En esta dirección
Haraway señala que:
Pero, si «la autoría depende del representante», ¿no estaríamos ante otro ejemplo más
de construccionismo humanista sólo que ahora sería el hábil sociólogo de la ciencia el que
se erigiría como el más capacitado para hablar de la ciencia y sus objetos? Si naturaleza y
sociedad surgen como subproductos de los ejercicios articulatorios que narra una
investigadora, ¿no sería esta investigadora quien en un ejercicio disciplinario configuraría a
humanos y no humanos, lo social y lo natural emplazándolos en sus correspondientes
posiciones? Si éste fuera el caso, poco se habría avanzado, y la contrarrevolución
copernicana no sería tal. Pero el caso es que las investigadoras no podemos ocultar nuestra
corporalidad ni nuestra implicación en los análisis: no somos neutrales, ni tampoco
imparciales, no resultamos ajenas a los entramados que narramos sino que somos
parcialmente conformadas en el curso de las interacciones y análisis. Entonces, ¿cómo
mantener la simetría y los principios de agnosticismo y asociación libre? Si no podemos
distanciarnos y establecer un punto medio, ¿dónde se sitúa el eje sobre el que lo natural y lo
social se pliegan simétricamente? ¿Cómo hablar de simetría cuando las analistas somos parte
del tejido sin costuras que trenza lo que distinguimos como social y natural, como objeto y
80
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
sujeto? ¿Qué podemos decir de las formas de ordenamiento socio-técnico que dan forma a
lo social ampliado? Ante estas preguntas Law nos sugiere un acercamiento modesto:
51Estas cuestiones quedan desarrolladas en lo que se refiere a su aplicación concreta para esta investigación
en el capítulo 3 de esta tesis: «Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos».
81
Conocimientos situados y conexiones parciales: hacia una semiótica política de la articulación
De este modo, para Haraway las articulaciones son colectividades de humanos y no-
humanos materiales y siempre significativos, entidades colectivas en las que las distinciones
se difunden. Conexiones parciales inmersas en prácticas ritualizadas y sedimentadas y
posicionadas histórica y socialmente. Conexiones siempre desbordadas por una naturaleza-
coyote excesiva y no totalmente reducible a la significación:
82
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
52 Para explicarme este fenómeno un amigo físico me dijo que sería una situación en la que todo el universo
se introdujera en el espacio de un dedal, con lo que las densidades alcanzadas serían inimaginables.
53 Estos aspectos aquí apuntados se verán desarrollados en el curso del análisis que desarrollo en los capítulos
subsiguientes.
83
De androcentrismos, militarismos y otras (in)visibilidades
54 Ver los análisis desarrollados a este respecto, especialmente en los capítulos 4 «Cuerpos» y 5
«Subjetividades».
85
reiteradas de las entidades, las diferencias significativas, las hegemonías, los discursos y los
cuerpos (Butler, 1990/1999; 1993).
Otra de las limitaciones de las formas narrativas de algunos análisis de la ANT es que
tienden a ofrecer imágenes demasiado nítidas, claras y coherentes de los entramados
(Domènech y Tirado, 1998; Singleton y Michael, 1993/1998). Esto amenazaría con
bloquear las posibles ambivalencias e indeterminaciones de los ensamblajes, al tiempo que
ocultaría las posiciones marginalizadas sistemáticamente excluidas en la constitución de
redes. «Posiciones aún no etiquetadas», «otras inapropiadas/inapropiables» u «otredades
significativas» que ejercen como fuerzas latentes que pueden provocar disrupciones y
desplazamientos inesperados en los entramados (Singleton y Michael, 1993/1998; Star,
1991; Haraway, 1992/1999).
55 El término coyote es una imagen recogida de la tradición nativa estadounidense, y que hace referencia a una
figura de tránsito y engaño. Sería como un trisckster –embaucador, embustero–, que configuraría espacios
posibles artefactuales y heterogéneos.
86
Capítulo 1. De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad
Por otro lado, pero en esta misma dirección, la presentación nítida y coherente de los
entramados y relaciones que los constituyen implica un ejercicio de reduccionismo que
constriñe y ordena la complejidad desordenada de lo social ampliado (Law, 2004: 2). No es
tanto que se cuestione la focalización o la parcialidad, sino la imposición de matrices de
ordenamiento que pretendan simplificar y homogeneizar conexiones múltiples,
incoherentes y diversas. Esto tampoco implica renunciar a constatar distintas densidades,
espacios de condensación o sedimentación, o ciertas recurrencias. Implica un ejercicio de
modestia y parcialidad situada que muestre tanto las líneas de condensación como las líneas
de fuga, y que dé cuenta de la complejidad desordenada de lo social sin pretender traducirlo
de forma inmediata a un orden explicativo, sin convertir en sólido y coherente lo que
conforma marañas de ordenamientos múltiples y en ocasiones contradictorias (Law, 2004:
2-11). En este sentido resulta relevante el análisis realizado por Annemarie Mol en The Body
Multiple (2002), atendiendo a las múltiples formas en que la arteriosclerosis es actuada a
través de diferentes prácticas médicas y mediante diferentes síntomas en los pacientes. Así
argumenta que en un diagnóstico no hay una sino múltiples arteriosclerosis: «hay diferentes
arteriosclerosis en el hospital, pero a pesar de las diferencias entre ellas están conectadas. La
actualización de la arteriosclerosis es más de una –pero menos que muchas–. El cuerpo
múltiple no está fragmentado. Incluso si es múltiple, también se mantiene unido. La cuestión que hay
que responder entonces es cómo se consigue esto.» (Mol, 2002: 40. Énfasis añadido).
56 Esto queda más ampliamente analizado en el capítulo 6 «Documentos» del presente trabajo.
87
desarrollo esta investigación, a lo que habría que sumarle los distintos tratados
internacionales y las disposiciones vinculantes desarrolladas en el marco de la UE57–. En
este sentido, cualquier pretensión de definir a priori quiénes son las «mujeres inmigrantes»
resulta enormemente problemático, tanto más cuanto, como desarrollaré más adelante, al
margen del estatus jurídico o la situación de ciudadanía que ostente una persona, las
pertenencias y exclusiones, las interpelaciones y reconocimientos, las identificaciones y
alianzas se trazan de formas múltiples y en ocasiones contradictorias –color de la piel,
acento, formas de vestir, prácticas y deseos sexuales–.
57 En el estado español, la primera ley de extranjería data de 1985 (LO 7/1985), y a partir de 2000 y en los
siguientes cinco años ha sido modificada tres veces (LO 4/2000; LO 8/2000; LO 14/2003). A nivel europeo,
los principales tratados internacionales en vigor sobre este punto –que en ocasiones pueden contravenir
acuerdos internacionales previos como la Declaración Universal de los Derecho Humanos de la ONU (1948)
o la Convención de Ginebra sobre Refugio y Asilo (1951)–, son el Tratado de Schengen –en vigor desde 1990
en los Países Bajos, Luxemburgo, Francia, Alemania, Italia, y desde 1995 en España y Portugal y hoy
ratificado por los restantes miembros de la Unión Europea salvo Reino Unido–; el Tratado de Maastricht
(1992); y el Tratado de Ámsterdam, vigente en la UE desde el 1 de Mayo de 1999. Además en las cumbres de
Tampere (1999) y Sevilla (2002) se adoptaron acuerdos comunes para el tratamiento de las personas
«extranjeras no comunitarias» en el seno de la UE (Gutiérrez, 2005: 75-76).
88
2. Hacia una ontopolítica de las prácticas: feminismos, estudios
culturales y postcoloniales
Muchos han sido los intentos por dar cuenta de la significación, el cambio y la
organización de la vida social. Los debates sobre la primogenitura agente/explicativa del
lenguaje o del mundo; de la naturaleza o de la sociedad; de las fuerzas ideológicas o las
materiales/económicas se han multiplicado a lo largo de la historia de la teorización social.
En el primer capítulo de esta tesis ya describí el movimiento que venía a quebrar los
dualismos en los estudios sociales del conocimiento científico, especialmente en referencia
90
Capítulo 2.Hacia una ontopolítica de las prácticas: feminismos, estudios culturales y postcoloniales
Para ello, atenderé a cómo ciertos análisis que situaban los aspectos económicos
infraestructurales como principios explicativos que venían a determinar superestructuras
culturales y simbólicas, van a ser cuestionados por aquellos que reclaman la necesaria
consideración de los aspectos simbólicos como co-constituyentes de «lo real». En este
sentido, el feminismo, los estudios culturales y los estudios postcoloniales tratan de abordar
una complejidad y una diversidad que difícilmente puede plegarse a explicaciones
unidireccionales o que no consideren el entreveramiento de aspectos simbólicos y
materiales. Se trata de un giro que no busca tanto oponer las palabras a las cosas, lo
simbólico a lo material, sino que incide en el carácter netamente material de los aspectos
simbólicos, encarnados y materializados, de formas difícilmente reducibles a una
explicación que considere exclusivamente los aspectos económicos (Baudrillard,
1973/1979; Hall, 1980/2002, 1985/1998; Romero Bachiller, 2003a). Pero además, afirma
simétricamente el carácter netamente simbólico de las relaciones y transacciones
económicas. Esto resulta especialmente relevante en esta sociedad de consumo globalizado
donde la principal aportación de valor añadido en un producto procede de su valor de
signo, y cuando la materialidad de lo económico parece diluirse no sólo en el ámbito de los
grandes flujos financieros internacionales, sino también en la consolidación de la llamada
91
«producción inmaterial», e incluso en la efímera materialidad de los empleos precarizados
(Precarias a la deriva, 2004; Naomi Klein, 2001; Romero Bachiller, 2003a). Se trata de un
ejercicio que visibiliza y atiende la complejidad que emana de la implosión de múltiples
ordenamientos materiales y simbólicos –de género, «raza»/etnicidad, sexualidad, clase– en
cuerpos, relaciones, espacios, etc., lo que los vuelve irreductibles a cualquier explicación
unidireccional. Un ejercicio para abordar la complejidad que emerge inevitablemente en
cada actualización de las posiciones reconocidas como propias de «mujeres inmigrantes», lo
que constituye el núcleo de interés de esta investigación.
A lo largo de los sesenta se empezaba a hacer cada vez más evidente en las
teorizaciones marxistas que una formación de clase no respondía únicamente a la posición
que se ocupaba en relaciones «objetivas» de producción, sino que se reproducía a través de
una «cultura de clase», que actuaba como un cemento social que no podía explicarse tan
92
Capítulo 2.Hacia una ontopolítica de las prácticas: feminismos, estudios culturales y postcoloniales
sólo como un simple reflejo de las relaciones de producción (Richard Hoggart, 1957;
Edward Thompson, 1963/1977; Raymond Williams, 1958; 1961; 1977/1997). Así, la
recuperación de la línea teórica abierta por Gramsci; la teorización de la ideología en
Althusser y los autores de la Escuela de Frankfurt; unidas a la emergencia del
postestructuralismo y al giro lingüístico en autores como Ronald Barthes, Michel Foucault,
Gilles Deleuze y Jacques Derrida van a constituirse en un espacio de posibilidad teórico y
político para la irrupción en la teorización social de los estudios culturales desde la segunda
mitad de los sesenta y sobre todo de los setenta. De forma paralela a la emergencia de los
estudios sociales del conocimiento científico promovidos por el Programa fuerte de la Escuela
de Edimburgo, en el ámbito de las relaciones sociales, los determinismos –en este caso no
lógico-racionales, biológicos o naturales, sino económicos– van a ser cuestionados, así
como los ejercicios de primogenitura que subsumían unidireccionalmente las prácticas
culturales a las relaciones económicas. Las disputas entre idealismo y materialismo, entre
realismo y construccionismo irrumpen si cabe con más fuerza, para reorganizarse de forma
diversa. En este contexto, el énfasis de los estudios culturales en las prácticas aleja –al menos
en teoría– el fantasma de una preeminencia ideológica «inmaterial», para recuperar e incidir
en la materialidad sólida y tozuda de las prácticas sociales y culturales. Lo material deja de
relacionarse exclusivamente con lo económico y se introduce una consideración más
equilibrada de las relaciones entre aspectos culturales y económicos, simbólicos y materiales
que lleva a descartar no sólo jerarquizaciones estabilizadas, sino su necesaria escisión. Por el
contrario, parece evidenciarse su continuidad y mutua sobredeterminación.
93
embargo, tal como han señalado autores como Stuart Hall (1985/1998: 41), la lectura
estructuralista de Althusser clausura muy rápidamente el problema de la «determinación
económica en última instancia», al trasladarlo al ámbito de la ideología. Así, se reconvierte
en un problema de reproducción de la dominación que se describe simplemente como
resultado de la actuación de los aparatos ideológicos del estado. El Estado adquiere de este
modo consistencia de entidad totalizadora que reproduce y asegura el mantenimiento de la
ideología a través de los sujetos, constituidos por ésta y reiteradamente incorporados a su
posición a través del proceso de interpelación.
Con este concepto Hall pretende destacar, por un lado, cómo los aspectos
económicos de los procesos de producción capitalista presentes en un momento concreto,
efectivamente ejercen un papel constreñidor, en tanto «condiciones materiales de
existencia» y «materias primas» para formaciones sociales concretas y sus desarrollos
ideológicos. Pero, por otro lado, señala a su vez cómo lo económico no supone un cierre
final en el campo de la ideología que pueda garantizar un resultado particular, o asegurar
determinadas correspondencias, o vincular determinados modos de pensamiento con
determinadas posiciones sociales (Hall, 1986/1996: 44). De hecho afirma –recogiendo la
elaboración de Althusser de la «doble articulación»– cómo las relaciones entre los diferentes
Siguiendo este desarrollo, los llamados estudios culturales suponen una perspectiva que
recupera una línea de teorización más holista, donde la supuesta autonomía de los
subsistemas económico, social y cultural en las sociedades capitalistas modernas se
cuestiona abiertamente. Trabajos como los de Karl Polanyi (1944/1997) o los de Marcel
Mauss (1924/2002) –especialmente en lo que se refiere al concepto de fenómeno social total–
suponen relevantes antecedentes que encuentran su continuación en el ámbito francés,
además de en los trabajos althusserianos, en los primeros trabajos de Jean Baudrillard
(1973/1979), así como en las obras de Pierre Bourdieu (1979/1984) y Michel de Certeau
(1984; de Certau, Giard, Mayol, 1998)60.
59 Aquí el término asume las distinciones establecidas por Chantal Mouffe (1993/1999: 13-14) entre la política
y lo político. Lo político aparece descrito como la dimensión de hostilidad y conflicto que atraviesa cualquier
relación humana; y la política como el ejercicio de institucionalización y orden de la coexistencia humana que
siempre está atravesada por lo político. Lo político, así definido, desbordaría el espacio de la política
institucionalizada para permear toda relación social.
60 Así, Baudrillard en la Crítica a la economía política del signo (1973/1979) afirmaba el paso de una economía de
producción a otra de consumo y apuntaba la creciente relevancia del valor de signo de los productos frente a
sus valores de uso y de cambio. Por otro lado, Pierre Bourdieu en La distinción (1979/1984) situaba un aspecto
tan simbólico y al tiempo tan material como el «gusto» como un eje articulador de la clase. Así, aparece no
sólo como marcador de pertenencia a una posición social determinada, sino como elemento constituyente del
mismo grupo. A esto podemos añadir además los estudios de Michel de Certau (1984; de Certau, Giard,
Mayol, 1998) sobre la clase obrera de Lyon y cómo en su atención a las prácticas, relaciones y actividades
cotidianas ofrece una auténtica radiografía de una cultura de clase. Una cultura y pertenencia de clase que se
marcan en múltiples prácticas cotidianas, como el consumo de pan y vino en las comidas, pero también en
prácticas que afirman la pertenencia de clase definiendo espacios diferenciales para mujeres y varones. Así, los
varones de clase obrera en el estudio de De Certau en Lyon se encuentran a tomar un vino en la cantina,
mientras que el lugar de encuentro y relación para las mujeres es el mercado, puesto que su pertenencia de
clase viene marcada fundamentalmente por la de sus maridos: el espacio de los varones es la producción, el de
las mujeres el de la reproducción y el consumo (Michel de Certau, Luce Giard, Pierre Mayol, 1998).
95
fundado en 1964 por Richard Hoggart y Stuart Hall. Podemos destacar como principales
antecedentes de esta perspectiva los trabajos que desde finales de los cincuenta y principios
de los sesenta publican Richard Hoggart (1957), Raymond Williams (1958; 1961;
1977/1997) y Edward P. Thompson (1963/1977)61. Sin embargo, como apunta Paul Gilroy
(1996/1998), estos estudios tendían en gran medida a homogeneizar la pertenencia e
identidad de la clase obrera británica contraponiéndola con la emergente presencia de
inmigrantes procedentes de los países de la Commonwealth. La identidad de la clase obrera
británica se dibujaba así como blanca, y más aún, como una identidad netamente masculina,
ya que estos estudios se centraban en la población masculina, sin atención específica a las
mujeres: la posición de clase de las mujeres o bien se consideraba irrelevante o se
presentaba como un mero reflejo de la situación de sus esposos.
Sin embargo, como señala Gilroy, los actores sociales emergentes y las «nuevas»
identidades politizadas, van a tomar como modelo esos análisis de clase que habitualmente
los obviaban, transformándolos para politizar y abordar analíticamente esas otras opresiones
que les constituían: «Mujeres, jóvenes, “razas” y sexualidades: bajo cada una de estas
categorías, el interés por la subjetividad, por la igualdad y por la solidaridad, desarrolla un
orden de prioridades que ha tomado forma como resultado de examinar la clase.» (Gilroy,
1996/1998: 74)62. Así, frente a lecturas que continuaban reproduciendo, sobre todo por
omisión, el androcentrismo y el etnocentrismo racista habituales en la teorización social
61 En 1957 Hoggart publica The Uses of Literacy, un trabajo que analiza la influencia de las publicaciones y
medios de comunicación dirigidos a la clase obrera, para destacar la resistencia de las clases populares al orden
cultural industrial. Por su parte, Thompson publica The Making of the English Working Class en 1963, un texto
ya clásico donde desde una perspectiva histórica analiza la formación de la clase obrera británica como
resultado de múltiples luchas sociales en las que se entrelazan aspectos culturales y económicos, prestando
especial atención a las mediaciones de tipo cultural y moral que, en su opinión, habían quedado en gran
medida ausentes en la perspectiva marxiana. Finalmente, Raymond Williams va plantear la necesidad de
analizar el ámbito cultural desde una perspectiva materialista, primero con la publicación de Culture and Society
(1958) y después con The Long Revolution (1961) y Marxismo y Literatura (1977/1997). La potencialidad de las
prácticas culturales para materializar visiones y actitudes que se corresponden con regímenes socio-históricos
concretos, es condensada por Williams en su concepto de estructuras de sentimientos –structures of feeling– (1958;
1977/1997: y ss.). En opinión de Williams resultan fundamentales en este sentido el papel de los sistemas
educativos y los medios de comunicación de masas en los cambios sociales, en los que destaca, por ejemplo,
su incidencia en la estandarización de los conocimientos y la lengua (Mattelart y Neveu, 2004: 36-40).
62 Sirva como ejemplo la siguiente cita de Monique Wittig: «Por lo tanto ésta es nuestra tarea histórica, y sólo
nuestra, definir lo que nosotras llamamos opresión en términos materialistas, hacer evidente que las mujeres
son una clase, lo que significa que la categoría “mujer” así como la categoría “varón” son categorías políticas y
económicas y no categorías eternas. Nuestra lucha se propone suprimir a los varones como una clase, no a
través de un genocidio, sino a través de una lucha política. Una vez que desaparezca la clase “varón”, las
“mujeres” como clase desaparecerán también, porque no existen esclavos sin amos. Parece que nuestra
primera tarea es disociar continua y completamente a las “mujeres” (la clase dentro de la que luchamos) y la
“mujer” (el mito).» (1981/2005: 106).
96
Capítulo 2.Hacia una ontopolítica de las prácticas: feminismos, estudios culturales y postcoloniales
moderna, tanto desde posiciones feministas como desde los emergentes estudios culturales
y postcoloniales, se reclama una mayor atención a cómo el sistema de sexo/género o el
racismo estructuran las relaciones sociales, y no precisamente de manera secundaria. Las
propuestas esbozadas desde estas perspectivas ensayan ejercicios de entreveramiento
analítico donde lo simbólico materializado y las posiciones económicas tienden a reforzarse
y a estructurarse mutuamente, contrastando claramente con las concepciones marxistas más
ortodoxas. Desde estas últimas, a las que se reprocha su tendencia a impregnar los análisis
sociales de cierto reduccionismo economicista, se tendía a describir cualquier forma de
exclusión distinta a la marcada por las relaciones económicas de explotación, o bien como
un quiebre en falso producto de la ideología dominante y por tanto «falsa conciencia», o
bien como la expresión externa (superestructural) de una relación económica de
explotación, y por lo tanto subsumida en las relaciones de explotación capitalista. Esto
llevaba, en el primer caso, a la denuncia de fracturas de la alianza de clase por razones de
diferencias étnicas y nacionales como formas de «falsa conciencia» tendentes a quebrar las
naturales alianzas de clase63. En el segundo caso, la tendencia a subsumir las diferentes
formas de opresión a una cuestión de explotación capitalista se constata en la
multiplicación de análisis cuya pretensión ha sido la explicación en términos exclusivamente
económicos de la existencia de fenómenos como el sexismo o el racismo, tendiendo
muchas veces a minimizar unas formas de opresión que se disolvían en la formación de
clase. «La abstracción “fuerza laboral” se expuso como un medio para conectar la acción y
experiencias de diferentes personas, de tal modo que se consiguiera que el tipo de conjunto
dentro del cual se encontraban a sí mismas se convirtiera en un hecho secundario y a
menudo superficial.» (Gilroy, 1996/1998: 74-75). O como criticaba Monique Wittig:
63La ruptura del internacionalismo socialista en vísperas de la Primera Guerra Mundial, y la dificultad de la
formación de una clase obrera en Estados Unidos ante una situación de agudización de las pertenencias
étnicas y su definición en términos de exclusividad, son ejemplos citados para apoyar este argumento.
97
Así pues, los análisis generados desde la ortodoxia marxista se mostraban
especialmente insatisfactorios de cara a dar cuenta de posiciones que marcadas por
diferentes exclusiones se plegaban con dificultad a análisis «meramente» económicos;
posiciones donde, además, el establecimiento de opresiones prioritarias resultaba
simplificador. De ahí la necesidad de acudir a las formas y prácticas culturales de cara a analizar
aquellas situaciones en las que una clase social desarrolla un «comportamiento
contradictorio» –esto es cuando su acción política no responde a sus intereses «objetivos»
de clase–. Éste es el caso, por ejemplo, del apoyo de las clases trabajadoras
latinoamericanas a regímenes populistas (Laclau, 1977), o de los quiebres de la solidaridad
de clase como efecto del racismo (Hall, 1980/2002). Como afirma Hall con relación al
ordenamiento racista del capitalismo:
Este entramado teórico permite también abordar la situación de las mujeres en una
sociedad hetero-patriarcal y las exclusiones sociales producto del racismo, cuestiones que
irrumpen de forma importante en la teorización social y política a finales de los sesenta y
principios de los setenta64. Desde estas posiciones se reclaman análisis capaces de dar
cuenta de los complejos engranajes que atravesaban unas vidas no reducibles a un único
patrón de opresión. Así, por ejemplo, en el feminismo se multiplicaron las discusiones
sobre quién constituía el «enemigo principal» en la perpetuación de la opresión de las
mujeres, si el «capitalismo» o el «patriarcado» y la consecuente necesidad de considerar la
forma en que ambas opresiones se articulaban en las mujeres:
64 Afirmar esta irrupción en este periodo no pretende plantear que los movimientos feministas y los
movimientos de las personas negras y de color surgieran por primera vez en ese periodo (finales de los
sesenta, principios de los setenta). Esto implicaría olvidar la larga historia de demandas feministas y
movimientos negros (cuyos primeros desarrollos teóricos se remontan al menos a la Ilustración y que en
cuanto movimientos sociales tendríamos que situar su emergencia aproximadamente en el primer tercio del
siglo XIX).
98
Capítulo 2.Hacia una ontopolítica de las prácticas: feminismos, estudios culturales y postcoloniales
Así, va a ser para dar cuenta de la complejidad constitutiva de posiciones sociales que
no podían plegarse a una única línea de opresión, y de las contradicciones que ello conlleva,
que se desplegará el concepto de articulación –que he desarrollado con anterioridad en
99
relación con el trabajo de otras autoras como Donna Haraway–. Este concepto de gran
importancia para la investigación que aquí desarrollo y cuyos trazos genealógicos ya he
analizado con anterioridad en otro trabajo65 queda definida para Hall como sigue:
65 Ver García Dauder y Romero Bachiller (2002) «Rompiendo viejos dualismos: de las (im)posibilidades de la
articulación» en Atenea Digital 2, Octubre 2002, www.blues.uab.es/athenea.
100
Capítulo 2.Hacia una ontopolítica de las prácticas: feminismos, estudios culturales y postcoloniales
«Diferencia dentro de una unión compleja, pero sin convertirla en rehén para
privilegiar la diferencia como tal. Si bien Derrida (1977) tiene razón cuando argumenta
que siempre existe un deslizamiento perpetuo del significante (una “diferencia”
continua), también es correcto argumentar que, sin algún tipo de “precisión”
arbitraria, o lo que yo llamo “articulación”, no existiría ningún tipo de sentido o
significado.» (Hall, 1985/1998: 31).
Por otro lado, incide en que, que se trate de una relación no necesaria, no implica que
las relaciones surjan de una forma completamente libre, sino que vendrán constreñidas por
ordenamientos previos. La «costumbre», en cuanto «condiciones dadas», si bien es
resultado de condiciones anteriores, se mantiene en cuanto es reproducida activamente. De
ahí que Hall defienda que frente a una concepción de determinación en la última instancia,
nos encontraríamos más bien con una determinabilidad, que conformaría el marco de las
condiciones de posibilidad e imposibilidad producto de una configuración particular del
campo social. Esto se concreta cuando se abordan cuestiones como las categorizaciones
sociales y las formas de estructuración que promueven: éstas no estarían fijadas y
delimitadas de una forma clara y definida, ni tampoco las relaciones que se establecen entre
ellas estarían fijadas o «determinadas» por una única causa, sino que serían más bien «el
resultado de una “determinación excesiva” (sobredeterminación).» (Hall, 1985/1998: 56):
Así, pues, analizar las relaciones de clase, género, «raza», etnicidad, sexualidad,
ciudadanía, etc. en términos de articulación posibilita considerar estas categorías no como
realidades previas y constituidas de antemano, sino que incide en la necesidad de atender en
cada caso a la configuración de cada uno de estos elementos en una articulación concreta,
sin dejar de reconocer en todo momento la historia de relaciones previas condensada en
cada uno de estos conceptos. Esto incide en la imposibilidad de escindir cada uno de estos
aspectos salvo como condensaciones discursivas estilizadas que, de hecho, surgen
reiteradamente como productos de la fijación parcial de articulaciones concretas. La
articulación, en este sentido, se convertiría en una herramienta con la que considerar al
101
tiempo las fluidificaciones y las sedimentaciones, las continuidades y las discontinuidades, la
unidad y la diferencia, y, el pasado, el presente y el futuro como parte de un mismo tejido
sin costuras. Un tejido que vendría configurándose de forma relacional y dinámica por
medio de la acción de fuerzas diversas y contradictorias que tenderían a consolidar ciertas
relaciones y a desestabilizar o imposibilitar otras. Fuerzas que, en gran medida, son
producto de inercias de movimientos previos, lo que explicaría la tendencia a la
estabilización de las relaciones y ordenamientos existentes y al tiempo la existencia de
reflujos que desestabilicen dichos ordenamientos. En este sentido, por tanto, las
articulaciones nunca serán totales o cerradas, nunca estarán completas en sí mismas –como
si respondieran a un plan esencial previo–, sino que estarán permanentemente en
movimiento, incompletas, no terminadas, en proceso. Esta concepción permite, así, dar
cuenta de las contradicciones, conflictos, fricciones y tensiones entre los diferentes
elementos articulados, sin pretender subsumirlas bajo una unidad mayor que las dote de
coherencia interna. La multiplicidad y la heterogeneidad se convierten en elementos
constitutivos, pero no reducibles a las unidades precarias resultado de la articulación, una
articulación que también configura –al menos parcialmente– tales elementos heterogéneos.
Evidentemente esto complejiza y dificulta la inmediatez de lo político pero, por otro lado,
incide en respuestas políticas informadas por una mayor inclusividad no reductora y no
asentada en consensos sostenidos sobre la postergación jerarquizada de las diferentes
diferencias:
«Esto no hace nada fácil concebir cómo puede construirse una política que
funcione con y a través de la diferencia, que sea capaz de construir esas formas de
solidaridad e identificación que hacen posibles la lucha y la resistencia comunes, pero
sin suprimir la heterogeneidad real de intereses e identidades y que pueda dibujar las
líneas de frontera de las políticas sin las que la contestación política es imposible, sin
fijar tales fronteras para siempre.» (Hall, 1992: 254-255).
102
Capítulo 2.Hacia una ontopolítica de las prácticas: feminismos, estudios culturales y postcoloniales
establezcan algún elemento como prioritario de antemano sobre los otros –ante el cual el
resto de las diferencias serían subsumibles– y sin considerarlos como elementos
plenamente escindidos, sino como necesariamente co-constituyentes, si bien no
necesariamente isomórficos.
2.2. HACIA UN ANÁLISIS INTERSECCIONAL DE LAS DIFERENTES DIFERENCIAS: LAS APORTACIONES DEL FEMINISMO
66
NEGRO, LATINO/CHICANO Y POSTCOLONIAL
Como he apuntado, desde finales de los sesenta y durante los setenta la proliferación
de movimientos sociales que surgieron dando lugar a lo que se denominó «nueva izquierda»
constituyó un caldo de cultivo privilegiado en el que las contradicciones y limitaciones de
las llamadas unitarias a la solidaridad identitaria –con la clase obrera, con las mujeres, con
las personas negras, con los gays y lesbianas– se comenzaron a poner en evidencia. En un
momento en el que para ciertos movimientos sociales emergentes se hacía necesario el
establecimiento de un sujeto político fuerte, aquellas personas cuyas vidas no se plegaban
con facilidad a una solidaridad unívoca, o que no podían establecer una jerarquización clara
entre sus identificaciones socio-políticas, resultaban sumamente incómodas. La necesidad
de no contradicción como requerimiento identitario, y la concepción de las identidades
como totalizantes, estables y mutuamente excluyentes, no ayudaba precisamente en este
sentido. Así, fue precisamente la necesidad de construir espacios habitables donde se diera
cabida a situaciones vitales irreductibles a una única diferencia, la que posibilitó la
emergencia de un pensamiento que cuestionaba la fijeza de las identidades y abordaba la
complejidad constitutiva de posiciones atravesadas por múltiples diferencias:
66 Probablemente en este capítulo debería haber desarrollado más ampliamente la perspectiva postcolonial
incidiendo precisamente en el concepto de «colonialidad» y las implicaciones de las relaciones de dominación
colonial e imperialista en este análisis. De hecho, se trata de una perspectiva y un análisis que se sitúan en la
base de este trabajo que no podría haberse articulado sin considerar los planteamientos de Edward Said
(1978/1990; 1993/1996), Homi Bhabha (1996) o Gayatri Chacravorty Spivak (1988), por apuntar tan sólo los
más relevantes. Si he evitado una exposición más general ha sido porque he preferido integrarlos en el curso
del análisis como se verá en subsiguientes capítulos. Por otro lado, ese es un aspecto que he desarrollado más
ampliamente en otros trabajos, en este sentido ver, por ejemplo, Romero Bachiller (2005a). Agradezco a Paz
Guarderas que me advirtiera de esta carencia.
103
lugar era precisamente la casa de la diferencia, más que la seguridad de una diferencia
en particular.» (Audre Lorde, 1982/1996: 197).
En este sentido, en Estados Unidos, serán feministas negras lesbianas como Audre
Lorde o Barbara Smith, y feministas chicanas y latinas lesbianas como Gloria Anzaldúa y
Cherríe Moraga, las que proporcionarán un análisis y posicionamiento político fundamental
para articular las diferentes diferencias de una forma productiva. Desengañadas con un
movimiento político de izquierdas ciego a las diferencias raciales, sexuales y de género; con
un movimiento negro y chicano que reproducía estereotipos machistas y homófobos; con
un feminismo blanco racista, clasista y homófobo, se encontraban en posición de eternas
intrusas (outsiders-within), permanentemente incómodas en situaciones y espacios que las
posicionaban como «otras» (Patricia Hill Collins, 2000: 12). Quizá donde más claramente se
evidenció este desplazamiento continuado a la situación de otras fue en el título del
volumen colectivo editado por Gloria T. Hull, Patricia Bell Scott y Barbara Smith en 1982,
All Women are White, All Blacks are Men, But Some of Us are Brave –Todas las mujeres son blancas,
todos los negros varones, pero algunas somos valientes–. Este texto, junto con This Bridge Called My
Back (Moraga y Anzandúa, ed, 1981), Home girls (Smith, ed, 1983), Borderlands/La Frontera
(Anzaldúa, 1987) y los textos de Audre Lorde Zami: A New Spelling of My Name (1982/1996)
y Sister/Outsider (1984), irrumpieron en el panorama teórico-político planteando una
reconceptualización de la política feminista que sentaría las bases para la emergencia de los
movimientos queer y la perspectiva interseccional (Crenshaw, 1989; 1991).
Como ya mencioné en relación con Patricia Hill Collins (2000), partir del punto de
vista de las mujeres negras no implica la estabilización de un sujeto homogéneo, sino por el
contrario, trabajar en la tensión de múltiples diferencias constitutivas. No se trata tanto de buscar
una seguridad ontológica proporcionada por la «pureza» de una identidad múltiplemente
marcada, por la que la experiencia directa de la opresión garantizaría la posición de verdad
política; pero tampoco de plantear una falsa situación de igualdad donde se actúa «como si»
se fuese ciega ante las diferencias, sin realizar ningún análisis de las implicaciones de las
mismas en términos de exclusión, desigualdad y distribución asimétrica de fuerzas. Por el
contrario, la demanda de un análisis interseccional de la «simultaneidad de opresiones» (Smith,
1983: xxxii) supone una apuesta por la responsabilidad y el compromiso, que reconoce la
parcialidad y las contradicciones que emergen de la complejidad de vidas y relaciones
concretas, y apuesta por una política de alianzas que construya coaliciones que no anulen la
identidad de los que las constituyen. La sofisticación teórica de los análisis de las feministas
104
Capítulo 2.Hacia una ontopolítica de las prácticas: feminismos, estudios culturales y postcoloniales
No tenemos que ser iguales para constituir un movimiento, pero tenemos que
admitir nuestro dolor y nuestro miedo y dar cuenta de nuestra ignorancia. En
definitiva, finalmente, debemos rechazar fallarnos unas a otras.» (en Smith, 1983: xliii-
xliv).
Por otro lado, estas autoras cuestionan las llamadas a solidaridades acríticas y a las
demandas de una férrea homogeneidad al interior de las comunidades oprimidas. Una
105
demanda de homogeneidad que llevaba a una deslegitimación de aquellas personas que
«rompían» la solidaridad grupal –por ser gays o lesbianas, por no resignarse a la
subordinación de las mujeres, por establecer alianzas con otros grupos, o por renunciar al
cultivo de una supuesta «pureza»–. Frente a ello apuestan por la hibridez y el mestizaje,
porque las culturas nunca funcionan como compartimentos estanco, sino que emergen en
relaciones constantes y las identidades son reconformadas y reconstituidas en cada práctica
política. Pero, eso sí, sin dejar de considerar las asimetrías entre los distintos términos en
relación y sin miedo al conflicto. Como afirma Anzaldúa:
«No, no asumo todos los mitos de la tribu en los que nací. Puedo comprender
por qué cuanto más teñidas de sangre anglo, más firmemente mis hermanas de color y
decoloradas glorifican los valores de su cultura de color –para compensar la extrema
devaluación de que es objeto por parte de la cultura blanca–. Es una reacción legítima.
Pero yo no glorificaré aquellos aspectos de mi cultura que me hayan dañado y que me
hayan dañado bajo el pretexto de protegerme.
106
Capítulo 2.Hacia una ontopolítica de las prácticas: feminismos, estudios culturales y postcoloniales
Lo que aparece en tal marco enumerativo como categorías separables son, más bien, las
condiciones de articulación para cada una de ellas.» (Butler, 1993: 116-117. Énfasis añadido).
107
3. Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
demarcación administrativa y que, por tanto, delimita los datos estadísticos aquí referidos, no constituye un
espacio habitualmente reconocido como tal por sus diversos habitantes. El término más habitual para
referirse al espacio será «Lavapiés». En cualquier caso ambos términos no funcionarían como sinónimos,
puesto que Lavapiés actuaría más bien como un referente simbólico y emotivo, cuyas fronteras espaciales son,
además, laxas y móviles. Si bien hay un cierto consenso en torno a alguna de las áreas centrales que se
reconocerían con esta denominación, sus límites se multiplican al menos tanto como las entrevistas en las que
solicitamos se delimitaran las fronteras de Lavapiés como espacio: nos encontraríamos, así, ante un espacio
con consistencia de fluido, donde la carencia de límites claros no determina su anulación, ni su debilidad, sino
que, de alguna forma, lo posibilita/habilita en cuanto tal.
68 A lo largo de este trabajo me referiré reiteradamente a «diásporas» y «comunidades diaspóricas»,
A través de los desplazamientos en los que nos involucra la teoría del actor-red, la
realidad abandona su pretendida apariencia de solidez estática para pasar a ser efecto de la
relación de múltiples entidades heterogéneas y desiguales. Así, como ya apunté, el énfasis
en los análisis promovidos desde esta perspectiva va a centrarse en cómo se producen las
cosas, cómo se enlazan determinados elementos, o cómo ciertos entramados conforman
ordenamientos que alcanzan consistencia de solidez. Múltiples procesos de ensamblaje y
jerarquización de los que los análisis que realizamos no son ajenos: la posición de la analista
está tan transida de ordenamientos y tan constituida de ensamblajes como los fenómenos
de los que da cuenta. Más aún, las prácticas sociológicas no sólo participan e interactúan
con lo social ampliado, sino que intervienen en su constitución al tiempo que son
constituidas por éste. No sólo a través de los protocolos que delimitan qué constituye una
investigación válida, sino a través de los instrumentos que se movilizan –datos estadísticos,
discursos, notas de campo, procesador de textos y de imágenes, recursos bibliográficos,
personas, etc.–. Se hace así necesario atender al método de investigación, puesto que, como
apunta John Law:
70Un interesante desarrollo del concepto de «envoltura» como «cartografía de lo social», capaz de introducir
ordenamientos que unan elementos heterogéneos, si bien de forma contingente y situada, es el desarrollado
por Fernando García Selgas, que afirma: «la lógica cognitiva en la que nos instala la envoltura rebasa la lógica
del descubrimiento o la representación y nos lleva a la lógica de la interacción y de la interpenetración
constitutiva, que es la lógica de la articulación. Efectivamente esta lógica nos ayuda a desbordar la separación
entre las palabras y las cosas al resaltar que tanto lo que aquéllas signifiquen como el modo y manera en que
éstas existan son ambos efecto y parte del ensamblaje o asociación de ingredientes heterogéneos, esto es,
humanos, materiales, simbólicos, orgánicos, etc. La posibilidad de conocer un ámbito de la realidad no está en
113
las realidades y crea nuevas versiones del mundo. Produce nuevas señales y nuevas
resonancias, nuevas manifestaciones y nuevos ocultamientos y lo hace continuamente.
Las actualizaciones y las realidades que produce no permanecen en su sitio
automáticamente. Esto significa, que al menos en principio, pueden ser rehechas de
otras formas.
Así pues, rompiendo como punto de partida con las imágenes míticas que
prometerían la preexistencia del «objeto» del que damos cuenta en la investigación y la
posibilidad de dar cuenta del mismo sin mediaciones –la realidad estaría «ahí fuera», previa,
única, independiente y terminada (Law, 2004: 31-32)–, adopto la posición de que el
«objeto» de estudio no resulta en absoluto ajeno a las prácticas de conocimiento que dan
cuenta del mismo y que, en gran medida, lo producen. De hecho, mi investigación en su
conjunto se asienta en esta creencia, puesto que si bien en sus primeras versiones pretendía
dar cuenta de la situación de las «mujeres inmigrantes» en el contexto del barrio de
Embajadores/Lavapiés (Madrid), se ha ido desplazando hasta convertirse en una
investigación sobre cómo se configura esa posición reconocida como propia de «mujeres
inmigrantes», esto es, cómo se conforma «mujer inmigrante» como una figuración71 habitable,
función de que sepamos ponernos a la distancia adecuada e intentemos una reproducción mental, lingüística o
simbólica lo más limpia y ajustada posible, sino en que nos asociemos a una cadena que termine enlazando
con esos ingredientes de la realidad: no es cuestión de una representación justificada, sino la de una
articulación ágil y robusta.» (2006b: 225).
71 El concepto de «figuración» –muchas veces se ha preferido su traducción como «configuración»– tiene una
amplia tradición en el pensamiento sociológico de la mano del trabajo de Norbert Elias (1969/1993: 31; 191-
196). Para Elías la figuración surge como un término capaz de salvar las «falsas antinomias» individuo-
sociedad y acción-estructura y dar cuenta, en términos procesuales, de las múltiples interdependencias que
posibilitan el reconocimiento de una figura social concreta más allá de los individuos singulares que la
constituyen y que podrían ser sustituidos, como sería el caso del rey y los lacayos, entre otros, en la «sociedad
cortesana» –para una evaluación más amplia del concepto de «figuración» en Elias ver Sofía Gaspar (2003)–.
Sin embargo, mi acercamiento al término en este trabajo bebe mucho más directamente de Donna Haraway,
para quien: «Las figuraciones son imágenes performativas que pueden ser habitadas. Verbales o visuales las figuraciones pueden
ser mapas condensados de mundos contestados. Todo lenguaje, incluido el matemático, es figurativo, esto es, está
hecho de tropos, constituido por golpes que nos hacen desviarnos bruscamente de las lecturas literales.
Enfatizo en la figuración para hacer explícita e ineludible la cualidad trópica de todos los procesos semiótico-
materiales, especialmente en la tecnociencia. Por ejemplo, pensemos en todo un pequeño conjunto de objetos
en los que se construyen vidas y mundos –el chip, el gen, la semilla, el feto, la base de datos, la bomba, la raza,
el cerebro, el ecosistema–. Esta lista con aspecto de mantra está constituida por átomos implosionados o
nódulos densos que explotan en mundos enteros de prácticas. El chip, la semilla o el gen son simultáneamente
literales y figurativos. Habitamos y somos habitados por tales figuras que cartografían universos de conocimiento, práctica y poder.
114
Capítulo 3.Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
de la que no son ajenas las definiciones sociológicas de quiénes, por qué y cuándo ocupan
semejante posición. En ese sentido, se trata de una investigación que lejos de tomar su
supuesto «objeto» como dado, va a considerar, por el contrario, cómo y hasta qué punto
éste llega a devenir «objeto».
Leer tales mapas con diferentes y mezclados niveles de alfabetización y sin la totalidad, las apropiaciones, los
desastres apocalípticos, las resoluciones cómicas y las historias de salvación del realismo cristiano secularizado
es la tarea del mutado observador modesto.» (1997: 11. Énfasis añadido).
115
quedan configurados en cuanto tales como parte de ensamblajes y articulaciones más
extensos que los habilitan y posicionan de formas concretas. Así, quizá el impulso que
finalmente orienta este trabajo sea precisamente ese ejercicio ya clásico de intentar abrir las
«cajas negras» que habitualmente damos por supuestas, en este caso, en relación con la
posición social «mujer inmigrante».
Así pues, cómo se vaya a definir quiénes son «mujeres inmigrantes» y cómo llegan a
alcanzar dicha posición, tiene una gran importancia puesto que «como nos advierte
Abdelmalek Sayad, el estatuto científico de los objetos de investigación se corresponde en
gran medida con el estatuto social que estos tengan» (Santamaría, 2002: 46). Por tanto, «no
se puede escribir inocentemente sobre la inmigración y los inmigrantes; no se puede
escribir sin preguntarse lo que es escribir sobre este objeto, o, lo que viene a ser lo mismo,
sin preguntarse sobre el status social y científico de este objeto» (Sayad, 1991: 20).
Tal como apuntan Paz Guarderas y Marisela Montenegro en la cita con que abro este
epígrafe, «investigar mujeres-migrantes alimenta una “invención de las otras”» dirigida a
promover la «gobernabilidad» y «normativización» (2005: 8). No es algo, por tanto, de lo
que se pueda hablar inocentemente, como nos recordaba Sayad (1991: 20). De ahí que, en
este trabajo mi interés se centre, precisamente, en considerar cómo se están produciendo
cotidianamente esos procesos de «invención de las otras» que se actualizan a través de
múltiples elementos heterogéneos que se mueven en escalas distintas y con referencia a
ordenamientos en ocasiones contradictorios, pero no por ello menos robustos. Si como
señalaba Sara Ahmed «[e]n los discursos etnográficos de traducción cultural, conocer a los
extraños es transformar aquellos que son reconocidos como extraños en conocimiento.» (2000: 73), en
este trabajo lo que me interesa más que transformar a quienes se reconocen/son
116
Capítulo 3.Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
«La “invención del otro”, como aquel que difiere a la norma, funciona como
organizador de las diferencias de forma jerárquica, lo que facilita la gobernabilidad de
todos los grados de las diferencias (Braidotti, 2004: 190). Esta invención tiene sus
efectos en las comprensiones que se hacen sobre las personas a nivel semiótico y
material y como añadiría la misma autora, este proceso tiene por objetivo producir
subjetividad normativa.» (Guarderas y Montenegro, 2005: 8).
Así pues, de cara a abordar una investigación como la que aquí desarrollo la cuestión
de las relaciones de poder y las violencias, la autoridad y la forma en que ésta se produce y
reconoce se vuelven cuestiones centrales. Tanto más si como he afirmado cualquier
definición sociológica de las «mujeres inmigrantes» efectivamente las produce y habilita de
117
determinadas formas: una vez más la pregunta por el «conocimiento» resulta ser una
pregunta por las relaciones de poder y las implicaciones ético-políticas de nuestra
investigación. Atendiendo a la ampliación de la «reflexividad», defendida en el capítulo
primero, he intentado evitar la reproducción de situaciones en las que la «voz» de las
personas que en posiciones de mayor o menor grado de subalternidad son reconocidas,
interpeladas o se identifican en ciertos momentos o contextos como «mujeres inmigrantes»
sea simplemente usurpada en mi trabajo, o empleada como un simple material de análisis
que diseccionar en la mesa del laboratorio –social en este caso–. Ésta ha sido una cuestión
que me ha proporcionado cuantiosos momentos de angustia y de reflexión, en los que
intentaba sistemáticamente escapar a la responsabilidad de la violencia y la posición de
privilegio que me confería el papel de analista. Las tentaciones de tratar de disimular dicha
relación inherentemente desigual se multiplicaban asentadas en trabajos que defendían la
anulación y superación de las relaciones de poder proponiendo modelos de co-autoría72.
Pero estos ejercicios, en lugar de dar cuenta de las relaciones de poder que se reproducen
en el trabajo de investigación, diluyen la responsabilidad y la distancia bajo un barniz de
supuesta igualdad que disimula, pero no solventa la violencia y la desigualdad del proceso
de investigación73. Finalmente, el desplazamiento en el enfoque de la investigación desde
una pregunta por las «mujeres inmigrantes» a una pregunta sobre cómo, cuando, y por qué se
llega a ocupar una posición de «mujer inmigrante», me permitía evitar –al menos
parcialmente– la reificación de las personas que se movían dentro/fuera de dicha categoría.
Pero afirmar esto no pretende anular mi posición como analista, ni eludir la responsabilidad
72 Ver en ese sentido la reflexión que realiza Sara Ahmed (2000: 62-74 especialmente) sobre el trabajo de
Diane Bell «Speaking About Rape is Everyone’s Business» en co-autoría con Topsy Napurrula Nelson (1989).
73 Este problema se me presentaba particularmente en el momento de las entrevistas y constituyó una
importante fuente de bloqueo en un momento determinado, unido además a que, en ocasiones, mis
posiciones como persona implicada políticamente en determinados colectivos en el barrio como la Eskalera
Karakola, se confundían y solapaban con mi posición de investigadora, lo que me llevaba a que me viera
obligada a preguntarme a mí misma si en determinadas situaciones me encontraba presente como «activista» o
como «socióloga», aspectos ambos no necesariamente continuos, aunque sí probablemente vinculados por
«conexiones parciales» (Strathern, 1991). Como comenta John Law el concepto tiene que ver no sólo con
ensamblajes entre ordenamientos diversos, sino «con conexiones parciales en una misma persona. No tenemos,
este es el argumento, identidades singulares. Strathern apunta, por ejemplo, que Strathern-la-feminista no es la
misma a Strathern-la-antropóloga. Escriben de modos diferentes en diferentes circunstancias y para
audiencias diferentes. Al mismo tiempo, sin embargo, tampoco están completamente separadas la una de la
otra. Strathern-la-feminista está incluida en Strathern-la-antropóloga. Strathern-la-antropóloga escribe de un
modo que está informado, pero no es reducible a, Strathern-la-feminista. Y el mismo es el caso a la inversa.»
(2004: 64). En este sentido y reproduciendo la imagen propuesta, «Romero-Bachiller-la-activista-en-el-barrio»
y «Romero-Bachiller-la-socióloga-que-hace-una-tesis» se construyen como espacios distintos que se dirigen a
diferentes audiencias y que producen textos e intervenciones distintas. Al tiempo, ambas son posiciones que
se informan y atraviesan mutuamente: no están en absoluto separadas. Todo ello ha desembocado a que en
muchas ocasiones tuviera la sensación de estar traicionando a la «RB-activista-en-el-barrio» con la «RB-
socióloga-que-hace-una-tesis».
118
Capítulo 3.Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
por las decisiones adoptadas en este trabajo, que, finalmente, no dejan de encerrar una
violencia y representar un riesgo que asumo, por cuanto las formas y los ordenamientos
que he introducido, las selecciones y los descartes que he realizado, han dependido de mi
propia labor como analista y mi mayor o menor capacidad de producir una narrativa con
validez académica que sostenga los argumentos que aquí defiendo para responder las
preguntas que guían esta tesis74.
Por otro lado, el miedo a usurpar las «voces de las otras» se asentaba sin duda en una
proyección enormemente paternalista y etnocéntrica que, de hecho, posicionaba a las
mujeres reconocidas como «inmigrantes», como absolutamente pasivas y carentes de
capacidad de acción o de resistencia. Además, esta concepción tendía a estabilizar
enormemente las posiciones de «otras» y «nosotras», como si fueran necesariamente fijas,
exclusivas y excluyentes en todo momento y lugar, cuando, tal como desarrollo en este
trabajo, quiénes ocupan las posiciones de «otras» y «nosotras» es mucho más difuso y
complejo de lo que aparecería en un primer momento. Todo esto no implicaría sino otra
forma de ocultar las relaciones de poder, bajo la pretensión, esta vez, de dar cuenta de las
mismas de forma explícita. No consideraría cómo las mujeres entrevistadas, pueden, de
hecho, usar el escenario de la entrevista de formas diversas, situando sus intereses propios
como parte del trabajo de la investigadora –interesándome, en este caso, en el sentido de
Callon (1986/1995: 266)–, negándose a participar en la misma, o bien estableciendo las
condiciones para que la participación en la investigación fuera posible, como explico más
adelante75. Así pues, sobre la base de todas estas reflexiones de partida, el reto al que me
enfrentaría en esta investigación queda así expresado por Sara Ahmed:
74 Afirmar esto, sin embargo, no pretende negar el aprendizaje continuo y colectivo en el que han intervenido
múltiples personas de ámbitos diversos y que han posibilitado este trabajo, empezando por la labor de mi
director de tesis Fernando García Selgas y la labor continua de corrección, edición y apoyo de Silvia García
Dauder. Lo que pretende es no ocultar que la responsabilidad última, y los posibles errores en los que haya
incidido son sin duda míos.
75 Agradezco esta reflexión especialmente a Diana Mulinari, Ulrika Dahl y al resto de participantes en la
sesión «Intersectionality –“Race, ethnicity, gender” II», en el área 3 «Resistance and Empowerment» donde
presenté la comunicación «Bodies in the making: Migrant women in Embajadores (Madrid)» en la 5th Feminist
European Research Conference, celebrada en Lund (Suecia) entre el 20-24 Agosto 2003.
119
Embajadores/Lavapiés como escenario y personaje (I)76
contrario. Por otro lado, los datos ofrecidos tanto por el Censo como por el Padrón municipal hacen
referencia a «población extranjera» –lo cual no tiene por qué ser sinónimo de «población inmigrante», como
120
Capítulo 3.Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
relativos con un 35,16% de la población total del barrio, sólo por detrás del barrio de San
Cristóbal (distrito de Villaverde) con el 41,13% y del barrio de Sol (también en el distrito
Centro) con el 35,70% (Fuente: Padrón Municipal. Ayuntamiento de Madrid)79. Como se
ve en el siguiente gráfico que recoge la evolución de la población española y extranjera en
Madrid municipio, distrito Centro y barrio de Embajadores, el barrio de Embajadores se ha
destacado desde hace años por el significativo peso de la población extranjera
empadronada80 (figura 3.1):
se mostrará a lo largo de este trabajo– aunque en muchos casos, como por ejemplo, en términos estadísticos
en ocasiones se presenten como equivalentes.
79 Las series anuales son consistentes con los últimos datos, experimentándose, eso sí, un espectacular
crecimiento de la población inmigrante en todos los barrios de Madrid en particular desde 2000. En cualquier
caso Embajadores/Lavapiés ha destacado como uno de los espacios privilegiados de asentamiento, lo que
unido a su configuración como barrio céntrico, ha llevado a que sea considerado, de algún modo, el barrio
multicultural por excelencia de Madrid.
80 Los datos estadísticos de «población extranjera» que manejo en este trabajo se corresponden
fundamentalmente con los datos provenientes del Padrón Municipal de Habitantes (Ayuntamiento de
Madrid, Departamento de Estadística), o del Censo (INE). Los datos del padrón son de hecho los que
resultan más fiables de cara a proporcionar información sobre el número de personas inmigrantes en el
estado, puesto que, desde la LO 4/2000 vía empadronamiento se accede a asistencia sanitaria y a la
escolarización de menores. Sin embargo, una modificación introducida por la LO 14/2003, podría cambiar
esta situación, puesto que obliga a la renovación del empadronamiento de las personas extranjeras cada 2
años, renovación para la que se haría necesaria además la presentación de un documento de identificación –
pasaporte, DNI– en regla. Dado que esto requeriría: 1) un esfuerzo por parte de las personas extranjeras por
mantener el empadronamiento; y 2) la necesidad de renovar documentos caducados, etc., gestiones por las
que algunos consulados y embajadas cobran cantidades que pueden llegar a los 300 euros, puede que este
requisito acabe expulsando de los registros a una población que, sin embargo, sí continuase presente.
Agradezco esta información y las reflexiones sobre los problemas que podría acarrear a Enrique Montoliú,
Departamento de Estadística, Ayuntamiento de Madrid.
121
Evolución comparada en % de la población
española y extranjera en Madrid municipio,
distrito Centro y barrio de Embajadores
01/01/2000-01/01/2006
Figura 3.1
122
Capítulo 3.Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
Padrón Municipal. Elaboración propia)–. Así, de cara a diseñar el trabajo de campo, como
desarrollo en el siguiente apartado, los datos estadísticos de población, fundamentalmente
las fuentes del Padrón municipal del Ayuntamiento de Madrid y del Censo (INE), han sido
especialmente relevantes. Acudiendo a esos datos, las poblaciones más numerosas en el
barrio por origen nacional serían Ecuador, Bangladesh, Marruecos, China, Colombia y
Senegal (según datos de uno de enero de 2006). Pero esta distribución ha variado a lo largo
del tiempo, por ejemplo, las personas de nacionalidad marroquí, una de las comunidades
diaspóricas más antiguas y asentadas en el barrio, constituían la comunidad mayoritaria
hasta 2001 en que fue desbancada por Ecuador; la comunidad bengalí, por su parte, ha
experimentado un crecimiento espectacular en los últimos años, pasando de tan sólo 46
personas en 2000 a 1975 en 2006, lo que la convierte actualmente en la segunda comunidad
nacional más numerosa en el barrio81. En el curso del trabajo de campo se ha tendido a
fomentar la presencia de aquellos colectivos mayoritarios, aplicando también criterios de
maximizar la diversidad de procedencia de cara a posibilitar un cartografiado lo más amplio
posible de los diversos discursos existentes. Así pues se han procurado aunar la mayor
diversidad de posiciones y discursos, con un intento por considerar el peso simbólico y
social de los diferentes discursos en el barrio, como se verá en la enumeración de las
personas participantes en esta investigación.
Figura 3.3
124
Capítulo 3.Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
Figura 3.4
Figura 3.5
125
Figura 3.6
Figura 3.7
126
Capítulo 3.Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
Este trabajo surgió con una voluntad representativa pero no con un sentido de
representatividad estadística, esto es, se pretende alejar de los modelos realistas-empiristas-
representacionistas. Por tanto, no partiría de la consideración de la existencia de unos
fenómenos previos que puedan ser reflejados con mayor o menor grado de mediación.
Tampoco pretende ser un «reflejo» del colectivo de «mujeres inmigrantes» en España en
general, en Madrid en particular o incluso en el contexto concreto de Lavapiés: lo que
persigue es el análisis de cómo se llegan a configurar posiciones que en situaciones y momentos diversos
son reconocidas como propias de «mujeres inmigrantes», y para ello empleo el barrio de
Embajadores/Lavapiés como marco espacial, relacional y vivencial. Pero partir de una renuncia a la
representatividad en términos de peso estadístico no implica una renuncia a los datos
estadísticos, que sin duda ofrecen una importante información que ha orientado, entre
otras cosas, la selección de las personas a entrevistar y que continúa proporcionando datos
relevantes para el análisis. Lo que sí implica es que, del mismo modo que los discursos
generados en el curso del trabajo de campo son productos de dicho trabajo, los datos
estadísticos son «productos» capaces de realizar esos complejos ejercicios de yuxtaposición
y simplificación, que permiten controlar y organizar la diversidad sobre la base de unos
parámetros determinados que producen aquello de lo que dan cuenta de formas concretas.
127
Así pues, este estudio es representativo en dos sentidos: en primer lugar, porque produce
representaciones82, esto es, sentidos de realidad, de mundo –no podemos escaparnos de la
representación, siempre producimos nuevos significados, modificamos otros o los
desplazamos y traducimos–. En gran medida, por tanto, los elementos incorporados en este
estudio son construidos, conformados, o mejor articulados por el mismo. Alejada de
imágenes que entienden los estudios de sociología o los análisis sociológicos como
descripciones desinteresadas y distanciadas de un «objeto» de estudio claramente delimitado
y con existencia previa al análisis, este trabajo parte de la idea de que «objeto» y «sujeto» de
la investigación son –hemos venido siendo– conformados en el trabajo de investigación
mismo. A lo largo de estos años de investigación no sólo el «objeto» de mi estudio ha
cambiado y se ha «movido» con el desarrollo de la misma, sino que yo misma no soy la
misma persona que comenzó esta investigación. Esto tampoco quiere dar a entender una
relación igualitaria en la que mi posición de analista se haga equivalente con la de las
personas informantes u otros elementos presentes en la investigación. Por el contrario, se
trata de relaciones profundamente desiguales, aunque, como es el caso, se haya tenido una
especial consideración y cuidado, una intención consciente –no sólo teórica, sino también
política– de escucha y atención. Pero esta atención no deja de depender de cierta voluntad
de la analista, quizá alertada por llamadas a navegantes sobre los cuestionables
planteamientos tradicionales que establecen distancias insalvables y preservan en su
invisibilidad modesta a la estudiosa de la sociedad. He tratado así de huir de paternalismos
y patronazgos, pero estos tienen una consistencia viscosa y tienden a adherirse
poderosamente, con lo que a pesar de las revisiones constantes vuelven a aparecer una y
otra vez.
82 Hablar de «representaciones» no debe inducir a pensar que hago referencia tan sólo a productos
«cognitivos», «imágenes» desencarnadas o desprendidas de materialidad, en ese sentido, me sumo a la
concepción de la representación defendida por Teresa de Lauretis (1977). A riesgo de repetirme, tal como
apunté en el capítulo 2 de este trabajo «Hacia una ontopolítica de las prácticas: feminismos, estudios
culturales y postcoloniales», no entiendo que haya una escisión entre los aspectos semióticos y los materiales,
continuos y mutuamente excesivos, tendrían en todo caso la consistencia de un quiasmo (Butler, 1997a: 155-
156).
128
Capítulo 3.Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
conforman sus subjetividades, sus expectativas, sus deseos, sus cuerpos, sus relaciones, etc.
en torno a la figuración habitable «mujer inmigrante» y a los espacios de posibilidad que
esta categorización abre y cierra. No se ha buscado por tanto «reflejar» la «realidad» media
de un colectivo. Tal pretensión partiría de supuestos que no comparto a la hora de realizar
una investigación, como la existencia previa de un colectivo, que tendría una realidad
concreta y que tendría unos comportamientos estándares claramente reconocibles. Esta
investigación plantea por el contrario que la estabilización de tales entidades y fenómenos
es parte de los ejercicios de significación que se realizan en las investigaciones estadísticas,
los estudios sociológicos, las imágenes periodísticas, las conversaciones o vivencias
cotidianas, las actuaciones policiales y los desarrollos legales, y por supuesto en las prácticas
concretas y en la manipulación y articulación de múltiples objetos y materiales –comidas,
vestidos, peinados, calles, trabajos, organizaciones familiares, consumos, etc.–. Es
precisamente esa cotidianidad, ese sentido de normalidad/normatividad, lo que promueve
la invisibilización de esas prácticas dadas por supuestas y permite que se tornen
consistentes y robustas, por cuanto no cuestionadas. De ahí que, en ocasiones, haya
prestado especial interés a aquellas posiciones que por situarse en los intersticios, tendían a
cuestionar la pretendida homogeneidad del entramado «mujer inmigrante». Sobre todo,
porque es en esos ámbitos en los que los reconocimientos y las identificaciones se vuelven
vacilantes, en ese espacio del balbuceo, donde se tienden a visibilizar más claramente esos
aspectos que habitualmente pasamos por alto y conforman esos espacios sociales que
reconocemos sin necesidad de reflexión.
Así, lo que pretende este estudio es dar cuenta de estos ejercicios y prácticas de
representación/materialización/encarnación que conforman las subjetividades y delimitan
las posiciones de las personas que se mueven dentro/fuera de la figuración «mujer
129
inmigrante». Esta investigación marca un cambio de dirección. No es que se pretendan
explicar las vidas de estas mujeres en términos de clase, género, sexualidad, tenencia o no
de papeles, adscripción étnica y o racial, procedencia nacional, etc., cuanto que es a través
de la cotidianeidad que se pretende visibilizar cómo se constituyen estas variables en
interrelación y cómo se consolidan determinadas diferencias como significativas en
contextos concretos, que marcan cuerpos, espacios, representaciones, deseos, etc. hasta
constituir discursos o posiciones socialmente delimitables. Esta investigación tiene como
objetivo dar cuenta de los procesos mediante los que ciertas diferencias se tornan
significativas en determinados contextos dando lugar a un espacio social reconocido y
habitado como «mujer inmigrante».
En este sentido, los métodos y técnicas empleadas en esta investigación han sido
consistentes con los desplazamientos teóricos propuestos en los dos capítulos anteriores y
se concretan para el caso específico en estudio. Así, dado que en este trabajo argumento
que la figuración habitable «mujer inmigrante» se articula en relación a ordenamientos
múltiples y en ocasiones contradictorios, ha sido necesario acudir a fuentes diversas que
fueran capaces de considerar diferentes escalas y así multiplicar las perspectivas. Al mismo
tiempo, y como ya apunté, esa diversidad de técnicas y fuentes se ha empleado siempre no
sólo atendiendo a los productos de las mismas, sino también a la forma en que actúan y
cómo estos son generados en cada caso.
131
encuentros, etc. Finalmente, he realizado un análisis sistemático de la producción legal en
torno a inmigración y extranjería en el estado y en la UE.
83 Como ya mencioné he empleado en esta investigación todos los datos y materiales producidos en el curso
de dos investigaciones en las que he venido participando, «Globalization, transnational immigration and the
restructuring of the metropolitan regions of Los Angeles and Madrid: A comparative study of two
neighbourhoods (Westlake and Embajadores)» (financiado por la Fundación Del Amo, UC-UCM y co-
dirigido por Margarita Barañano Cid, UCM y Raymond Rocco, UCLA) (2000-2001), y «Glocalidad e
inmigración transnacional. Las relaciones sociales entre grupos étnicos en el espacio metropolitano (Madrid y
Bilbao)» (SEC2003-04615- MCYT i+D+i 2003, dirigido por Alfonso Pérez-Agote Poveda, UCM) (2003-
2006).
132
Capítulo 3.Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
133
10) 50-54, Varón, español, profesor de Universidad, en el barrio desde los
setenta.
11) 55-59, Varón, español, profesor Universidad, en el barrio desde los
setenta;
12) 35-39, Varón, español, arquitecto;
13) 25-29, Mujer, española, traductora, más de diez años en el barrio;
14) 50-54, Mujer, española, periodista;
15) 50-54, Mujer, española, Concejala en el Ayuntamiento de Madrid;
16) 30-34, Varón, marroquí, camarero;
17) 45-49, Mujer, española, asistente social;
18) 45-49, Mujer, española, arquitecta;
19) 25-29, Mujer, senegalesa, asalariada en el sector terciario, 7 años en el
barrio.
84 Al finalizar este trabajo quedaban por completar 4 grupos de discusión del trabajo de campo previsto en
esta investigación, por lo que sólo he dispuesto de 2 para el análisis.
134
Capítulo 3.Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
a. Entrevistas en profundidad:
1) 30-35, varón, indígena otavaleño, ecuatoriano, dos hijos,
reagrupó a su mujer, comerciante, importador mayorista de
productos de Ecuador, y tienda en el barrio, nueve años en
España.
2) 25-30, varón, senegalés, soltero sin hijos, asalariado en empresa
de envío de dinero, estudios superiores en Francia, reside en el
barrio desde 2000.
3) 35-40, varón, bengalí, propietario de un locutorio y un
restaurante, casado con una hija, acaba de reagrupar a su mujer,
reside en el barrio hace cinco años.
4) 50-55, mujer, ecuatoriana, llegó a España en la década de 1990,
maestra en Ecuador, trabajó en servicio doméstico como
interna, después como externa y ahora tiene un locutorio en el
barrio, ha reagrupado a sus dos hijas y su marido.
5) 35-40, varón, marroquí de origen bereber, casado con dos hijas,
trabaja en la construcción, reside en el barrio desde los primeros
años de la década de 1990.
6) 25-30, varón, chino, trabaja en tienda familiar de importación-
exportación, soltero sin hijos, miembro de la Asociación de
Comerciantes Chinos en España, criado en Madrid.
b. Historias de vida
1) 40-45, varón, colombiano, trabaja en comercio al por mayor
propiedad de personas chinas, reside en el barrio desde hace
cinco años.
2) 30-35, varón, marroquí, casado, reside en el barrio desde hace
un año, llegó vía reagrupación familiar, desempleado por
carecer de permiso de trabajo, si tiene de residencia.
3) 18, mujer, marroquí, soltera sin hijos, estudiante 2º de
Bachillerato en un instituto en el barrio, lleva pañuelo, reside en
el barrio hace tres años.
4) 30-35, varón, senegalés, regenta un locutorio en Lavapiés, tres
años en el barrio.
135
5) 1º) 35, varón, pakistaní, casado con familia en Pakistán, trabaja
como vigilante de obra, residente en el barrio desde hace diez
años; 2º) 40-45, varón, pakistaní, padre de familia con parte de
esta en Pakistán, regenta una agencia de viajes en la Plaza de
Lavapiés.
c. Grupos de discusión:
1) Mujeres procedentes de países de mayoría islámica: Marruecos,
Senegal, Bangladesh
1. 20-25, mujer, marroquí, soltera, estudiante, llegó hace
poco tiempo, vive con su hermano y pertenece a
asociación de inmigrantes marroquíes.
2. Mujer, soltera, senegalesa, lleva tiempo viviendo en
España. Reside en Rivas Vacía-Madrid, trabaja en
restaurante propio en Lavapiés. Cualificación media.
Promotora asociación de mujeres senegalesas.
3. Mujer marroquí, casada y con hijos, acuden a colegio
fuera del barrio.
4. Mujer marroquí, casada y con hijos, acude a colegio en el
barrio.
5. Mujer senegalesa, casada, con dos hijas nacionalizadas
españolas. Propietaria de restaurante en Lavapiés.
6. Mujer soltera bengalí, sin hijos, poco tiempo en España,
vino sola. Reside en Lavapiés, ha trabajado dentro y fuera
del barrio en restaurantes.
7. Mujer senegalesa, casada y con un hijo. Reside en el barrio
y busca trabajo fuera.
8. Mujer de Guinea Conakry, soltera, sin hijos. Busca trabajo
fuera del barrio.
2) Mujeres y hombres procedentes de países latinoamericanos:
Ecuador, Colombia, Perú.
1. Mujer, ecuatoriana. Titulación en medicina; trabaja en
limpieza de casa y como temporera agraria. Soltera, vive
con hermano y cuñada con dos hijas. Ocho años en
Madrid.
136
Capítulo 3.Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
85Tres fueron finalmente las historias de vida grabadas y transcritas, pero a ellas habría que sumar multitud de
conversaciones y entrevistas no grabadas de las que dispongo de notas de campo y que también han tenido
un inmenso peso a la hora de realizar el análisis.
137
b. M-HV8, 30-35, mujer, doble nacionalidad española-colombiana, llegó a
España con 12 años junto con sus padres y hermanas que recibieron
estatuto de refugiados políticos, vive en el barrio hace más de 10 años.
c. M-HV9, 25-30, mujer, turca, tres años en España, viviendo en el barrio.
a. He estado recopilando casi a diario todas las noticias que en torno a la cuestión
de la inmigración se han ido publicando en el diario EL PAÍS desde 2001. La
cantidad de material acumulado ha acabado siendo tan grande que sólo tenía dos
posibilidades para incluirlos en el análisis, o bien con un análisis de contenido, o
bien, como finalmente he realizado, incluyendo sólo aquellas noticias relevantes
para el análisis en relación con el resto de materiales que empleo.
b. Por otro lado, he acudido y manejado toda la producción legal en torno a
extranjería, asilo y refugio, procesos de naturalización y control de fronteras,
138
Capítulo 3.Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
Así pues, todos los elementos que forman parte del análisis han sido empleados
según los mismos criterios, ya fueran discursos, datos estadísticos, noticias, legislación,
notas del cuaderno de campo, análisis sociológicos o acciones o elementos artísticos. El
análisis que aquí ofrezco no pretende «cerrar campo» cuanto ofrecer un número
significativo de elementos que refuercen los diferentes argumentos por saturación. Así
pues, no he realizado un cartografiado general de todas las personas y discursos, por el
contrario, prefiero centrarme en lo que se presenta como dado por supuesto o casi como
anecdótico para a partir de ahí rastrear las implicaciones y conexiones, en ocasiones
enormemente amplias, que posibilitan acciones y prácticas que dan lugar a la posición
«mujer inmigrante».
86El término «modesto» en este caso se emplea asumiendo toda la crítica al mismo desarrollada por Donna
Haraway (1997: 30-31 especialmente) y que he descrito en el capítulo primero de este trabajo «De los estudios
sociales de la ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad». En esta dirección no resulta más
«modesta» y fiable la posición más desencarnada y aséptica, sino aquella que asumiendo su parcialidad situada
no trata de ocultarse.
140
Capítulo 3.Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
(Las siguientes reflexiones han sido elaboradas en el curso del trabajo de campo y, de
alguna forma, pretenden dar una información sobre el desarrollo de ese proceso,
precisamente para evitar que se convierta en esa «caja negra» aproblemática que me
aportaría los «datos» sobre los que realizo el análisis como si estos estuvieran dados de
antemano, y fueran simplemente recogidos y reflejados. Como vengo incidiendo, el trabajo
de campo efectivamente produce los materiales y los objetos sobre los que se centra esta
investigación. Las reflexiones que incluyo a continuación han sido construidas sobre notas
del diario de campo, y por tanto, tienen tiempos distintos. He creído conveniente incluirlas
precisamente por su tono de reflexión sobre un trabajo en curso, que no sólo muestra la
homogeneidad y coherencia del mismo, sino que apunta a alguno de sus quiebres y
limitaciones. Si finalmente no aparecen las fechas concretas en las que se realizó cada una
de estas notas, es porque convertidas en archivo informático, las nuevas aportaciones han
ido remodelando y reconstruyendo las anteriores, hasta conferirlas con una cierta
consistencia narrativa, y al haber sido este ejercicio meta-reflexivo un trabajo realizado
directamente en formato electrónico, no he podido recuperar los apuntes concretos, ni las
fechas originales de la producción de las mismas. Así, al elidir y borrar las fechas concretas,
el archivo de texto se convierte en una muestra del ejercicio de la memoria, que recrea y
reactualiza desde el presente, sobre la base, no sólo de recuerdos, sino también, y quizá
fundamentalmente, de olvidos y de descartes. De parte de ese ejercicio, pretendo dar
cuenta aquí.)
*****
141
periodistas, investigadores varios, ONG’s y activistas políticos de diverso perfil que en
muchas ocasiones realizan una auténtica persecución de personas migrantes para ser
entrevistadas. La constitución de las personas migrantes que viven, trabajan o habitan
Lavapiés de una u otra forma como objetos privilegiados de estudio hace que muchas veces
se muestre un cierto hastío, o cuanto menos una sensación de sospecha por parte de las
personas migrantes y las personas que trabajan con/por ellas hacia aquellas que
pretendemos entrevistarlas. Protestan argumentando que no se devuelve nada, que una vez
las investigadoras obtienen lo que buscan, el barrio y las personas informantes desaparecen
y carecen de interés: se transforman en datos, números, tablas, referencias bibliográficas o
comentarios, o cuanto más, en unos minutos en la edición de un reportaje. Esto además
refuerza imágenes de las personas migrantes en cuanto objetos –sujetos-objetos– a las que
sólo se les ofrece y reconoce un restringido papel en la producción de conocimiento social
en cuanto generadoras de discursos: se buscan y se aprecian los discursos, pero las personas
quedan ausentes o no se consideran en el contexto de producción teórico-analítica, sólo
el/la sociólogo/a como analista e intérprete reconocido y sancionado desde la academia es
capaz de dar cuenta de las posiciones de los/as otras/os.
142
Capítulo 3.Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
ordenamientos diversos en los que ese trabajo y yo misma nos integramos. Evidentemente,
realizar un análisis social es contar historias, contar cuentos, pero esto no quiere decir que
sean meras historias sin materialidad ni realidad. Por el contrario, las historias que cuento, si
bien parciales, precarias y contingentes son reales, pero lejos de pretenderse universales y
neutrales, desinteresadas y asépticas, son parciales y situadas, políticamente comprometidas,
y en absoluto distanciadas.
Al igual que John Law (1994), cuando describe la ansiedad al llegar por primera vez al
espacio para desarrollar su estudio etnográfico en el laboratorio de Daresbury, yo
experimenté una cierta tensión antes de cada entrevista: descolgaba y colgaba el teléfono
sin atreverme a llamar y cuando conseguía reunir el valor para marcar cruzaba los dedos
esperando un contestador automático o cualquier tipo de mediación técnica que me
«protegiera» de la voz humana. Pero la reflexividad, la atención a la forma de realizar la
investigación y la responsabilidad por la misma no sólo actuaron como martilleantes
«pepitos grillos», sino que también promovieron un tipo de relación muy gratificante e
interesante con las personas entrevistadas. En la mayoría de los casos las entrevistas partían
de un momento de desconfianza inicial por parte de las personas entrevistadas tanto del
interés del propio discurso –«¿entrevistarme a mí?»; «¿Yo que voy a decir?»– como hacia la
investigación en curso –«y esto..., ¿para qué es?»; «¿Para qué sirve?»–. Además solían aducir
problemas de tiempo y se procedía a una negociación del espacio de realización de la
entrevista, contenido etc. En general se trataba de generar un espacio de confianza con las
personas participantes garantizándoles la privacidad, la sencillez del trabajo y recalcando la
importancia de su participación, interesarlas en la investigación lo suficiente como para que
cedieran sus historias y su tiempo. En ocasiones esto derivó en que en la negociación
desarrollada se me exigía también responder a preguntas y aportar información e historias
propias. También es verdad que las implicaciones que se me exigían por parte de las
87Que en parte continúo atesorando, lo que se ejemplifica en el hecho de que las pocas ocasiones en que
hago referencia a las notas de campo en este trabajo es siempre acompañando alguna afirmación en una
entrevista, como si mis notas fueran demasiado personales, o carecieran del «rigor» necesario.
144
Capítulo 3.Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos
personas entrevistadas han variado, y ello también ha influido en el rumbo que han tomado
las diferentes entrevistas.
145
146
BLOQUE II
DE LA COMPLEJIDAD DE LO CONCRETO: ENSAMBLAJES Y
CONEXIONES PARCIALES
Por otro lado, cada uno de los capítulos desarrollados podrían haber dado lugar, con
total merecimiento, al desarrollo de una tesis. De ahí que cada uno de estos capítulos se
construya con trazo por momentos impresionista, apuntando direcciones que sólo en
ocasiones se abren y se analizan con detenimiento y que en otros casos se señalan, pero sin
perseguirlas con todo el cuidado que sin duda merecerían. Si bien esto puede entenderse
como una limitación de este trabajo, es resultado, precisamente, de la perspectiva adoptada
por el mismo, de la intención repetida de dar cuenta de la multiplicidad de entramados en
los que se asienta y que gravitan en torno a la figuración habitable «mujer inmigrante»: mi
intención, así, ha sido priorizar la atención sobre los diferentes ordenamientos y elementos
presentes en la configuración de ese espacio social habitable. Hay otro argumento,
probablemente menos académico, pero no por ello menos contundente, que me hizo
renunciar a desarrollar más ampliamente cada uno de los capítulos de este bloque, y fue,
precisamente, la imperiosa necesidad de dar un «punto final» a este trabajo –por
contingente y situado que este fuera–.
Cabe señalar también, el otorgar en cada caso un nombre singular a cada uno de los
capítulos –«Cuerpos», «Subjetividades», «Documentos», «Lugares»– responde más a un
criterio formal y estético que probablemente a un sentido analítico riguroso, de hecho,
probablemente cada uno de ellos podría desdoblarse dando lugar a: «Cuerpos y fronteras»,
«Subjetividades e identidades», «Documentos y ordenamientos jurídicos», «Espacios y
150
lugares»88. A pesar de todo, he decidido mantener los títulos de los capítulos de este
segundo bloque precisamente con esa intención de apuntar a «personajes» concretos en
torno a los cuales hacer gravitar, en cada caso, la figuración habitable «mujer inmigrante».
«Personajes» que, si bien son distintos y tienen entidad independiente, sí que se puede
trazar entre ellos ciertas continuidades que se convierten en hilo conductor de la narración,
en general, y de este bloque, en particular.
88 Este es particularmente el caso del capítulo 6 «Documentos», puesto que probablemente «Documentos y
ordenamientos legales» reflejaría de una forma más adecuada el contenido del capítulo. Sin embargo, creo
que, si no restringimos su uso a los «documentos de identidad», el término «Documentos» de hecho sí recoge
la idea de ordenamientos legales, puesto que, ¿qué son los ordenamientos legales, las leyes, sino
«documentos»? Es por ello que finalmente he decidido mantener dicho título.
151
152
4. Cuerpos
89 He presentado versiones anteriores de este capítulo en varios congresos: (2003c) «Bodies in the Making:
Migrant Women in Embajadores (Madrid)», 5th European Feminist Research Conference, «Gender and Power in the
New Europe», celebrada en Lund (Suecia), 20-24 de agosto 2003; (2004) «Cuerpos, fronteras, ensamblajes:
variaciones sobre la factualidad “mujer inmigrante”» presentada en el Grupo de Trabajo: 02. Teoría
Sociológica, Sesión 4ª. Globalización y diversidades culturales, VIII Congreso español de sociología (Alicante,
23-25 de Septiembre de 2004); (2005b) «Desplegando cuerpos y fronteras: resistencias, interferencias y
ejercicios de passing en torno a la figuración habitable “mujer inmigrante”», Simposium: Género, experiencia e
identidad: Los límites de lo político, IX Congreso Nacional de Psicología Social, A Coruña, 20–23 de
Septiembre de 2005. Agradezco a los participantes en dichas sesiones, así como a los miembros del Grupo de
Investigación Complutense GRESCO, los comentarios y sugerencias al mismo, que lo han mejorado
sensiblemente.
90 Utilizo de una forma un tanto forzada el término «corporealización» como traducción del término
«corporealisation» tal y como es empleado por Elizabeth Grosz (1994a), Donna Haraway (1997: 142) y Rosi
Braidotti (2002: 58). El término tiene la ventaja de referirse al cuerpo en su devenir, a la formación del
cuerpo, «cuerpo-realización», a la acción de hacer cuerpo. Al mismo tiempo, el término alude a cómo ese
cuerpo en devenir, cuerpo en proceso, en acción de ser constituido en cuanto tal, es al tiempo «real», produce
efectos de realidad y tiene una entidad concreta que lo permite relacionarse en tanto que unidad
precariamente forjada y nunca terminada. La ventaja de este término frente a otros como «encarnación»
(García Selgas, 1994; 1995) o «incorporación» (Preciado, 2002) –sin anular la utilidad de dichos términos para
cuestiones concretas– es, precisamente, que hace referencia al cuerpo en acción de constituirse, sin implicar:
1) la existencia previa de un espíritu, razón, conciencia o palabra que «insufle vida en el cuerpo» –como
las ficciones proyectadas de la «nación». Esto es, el cuerpo se erige en marca invisibilizada
de ciudadanía –«nacionales-blancos»–, o en marca visibilizada de exclusión –«mujeres
inmigrantes»–. Para abordar esta cuestión partiré de una problematización tanto de lo que
se entiende como un cuerpo-sujeto, como de lo que se entiende por «mujer inmigrante». Mi
intención no es proveer una descripción de qué es «realmente» una «mujer inmigrante», ni
pretendo representar o hablar por las «mujeres inmigrantes». Por el contrario, pretendo
considerar cómo ciertos cuerpos-posiciones de sujeto son interpretados, realizados y
reactualizados en situaciones diversas como propios o no de «mujeres inmigrantes», con
independencia del estatus legal o de las identificaciones de las personas así interpretadas,
realizadas y reactualizadas. Quiero enfatizar particularmente las posibilidades de
movilización y contestación política de estos ejercicios, y cómo determinadas fronteras son
actualizadas recurrentemente como marcas encarnadas de exclusión y/o inclusión.
podría connotar el término «encarnación», incapaz de separarse completamente de sus entramados histórico-
contextuales de referencia (García Selgas, 1994: 61. Nota 22)–; ni 2) la existencia previa de un cuerpo material
sobre el que se «añadan» o «incorporen» otros elementos –como parecería apuntar el concepto de
«incorporación» (Preciado, 2002)–. Más adelante desarrollaré con más detalle estos argumentos, tan solo
apuntados aquí.
152
Capítulo 4. Cuerpos
103-104) o una figuración habitable (Haraway, 1997: 11). «Mujer inmigrante» se convierte así
en una realidad social y en una imagen diversamente proyectada, que orienta actuaciones
concretas y facilita identificaciones, y al tiempo, se alimenta de las prácticas cotidianas que
actúan/actualizan las posiciones reconocidas como propias de «mujeres inmigrantes». Así,
el entramado que moviliza el término, lejos de constituir o englobarse en una unidad, sería
mejor interpretado como múltiples producciones o variaciones entre las que abundan las
traducciones y los desplazamientos, y que, si bien no son directamente equivalentes,
tampoco resultan completamente ajenas. Respondería a la lógica de lo que es «más que uno
y menos que muchos» (Mol, 2002b: 247), una realidad múltiple (Mol, 2002a: 6), reactualizada
mediante «conexiones parciales» (Haraway, 1991/1995; Strathern, 1991: 36).
153
en ocasiones contradictorios. De ahí que, para analizar la complejidad concreta de unos
«cuerpos» reconocidos como propios de «mujeres inmigrantes» sea necesario considerar los
procesos de corporealización. Es la complejidad desbordante de los «cuerpos» concretos la que
demanda un análisis que integre miradas múltiples y planos diversos, y la que requiere al
tiempo que seamos capaces de evitar la tentación de lecturas reduccionistas o planas, de
simplificaciones ordenadas de lo que se presenta enmarañado (Law, 2004: 2-3).
154
Capítulo 4. Cuerpos
91 Las mujeres, así, se presentan como cuerpo, no como razón, las discusiones pasan de ser «si las mujeres
tenían alma» a «si tenían razón». De ahí que Pulain de la Barre afirmase «la razón no tiene sexo» (Amorós,
1997: 143). Agradezco a Silvia García Dauder su apunte en esta dirección.
92 Es curioso en este sentido cómo en el modelo occidental es la moral «interior» la que determina la «virtud»
de una persona. En la cultura maya, por ejemplo, no es tanto la intención «personal» e «interior» cuanto los
comportamientos efectivamente realizados y los despliegues corporales «colectivos» y «públicos» los que
determinan la virtud de una persona. Agradezco este apunte a Martha Moreno que compartió conmigo esta
reflexión surgida en el curso del trabajo de campo de su tesis sobre la sexualidad de mujeres indígenas en
Chiapas (México) titulada Diferentes diferencias: la construcción de la sexualidad en las mujeres indígenas de la selva de
Chiapas.
155
Así pues, «el cuerpo» pasa de ser el límite «animal» de la razón «humana», a
constituirse en el referente último de la propia humanidad e individualidad de los sujetos, lo
que garantizaría, de algún modo, su posibilidad como agentes sociales: «el cuerpo» parece
haberse convertido en el último espacio en el que anclar «lo humano» y los «momentos-
posiciones de sujeto». Pero, si como he señalado en el capítulo primero:
(1) parto para este análisis de la consideración de que no existe una diferencia
ontológica entre los elementos considerados humanos y los no-humanos;
(3) y que, es sobre la base de este reconocimiento que se hace posible considerar las
diferencias y asimetrías en la configuración de los elementos humanos y los no-humanos;
(4) entonces, la respuesta a la pregunta sobre qué forma parte de lo humano, no será
sino el resultado contingente de luchas y demandas de reconocimiento concretas.
Como afirma García Selgas: «No es que no haya diferencias, es que estas no son
ontológicas y, además, no hay separaciones. La ontología de la fluidez es una ontología
relacional, no substancial, pero no es una relacionalidad formal sino material e histórica.»
(2003: 49).
Por todo ello, quiero destacar el papel del «cuerpo» en la definición de lo que cuenta
como un «sujeto-humano», no buscando una garantía de permanencia, sino atendiendo a
los continuos procesos agónicos que marcan los afueras y los adentros sobre quién cuenta
como «humano» en un momento concreto. Es un ejercicio de recurrente establecimiento y
cuestionamiento de fronteras que resulta particularmente relevante de cara a considerar qué
permite que ciertas personas pasen o no a ser consideradas –en determinados momentos y
contextos, bien sea por otras o por ellas mismas– como «mujeres inmigrantes». Una
identificación/reconocimiento que tiene implicaciones concretas en cuanto demarca
pertenencias y exclusiones al ámbito de la ciudadanía y por ende a una ficción estilizada y
homogeneizada de la nación que tendría ciertas resonancias corporales y a la que
156
Capítulo 4. Cuerpos
«Si bien no quisiera implicar que podamos hacer una analogía simple ente
cuerpos y naciones, creo que podemos comprender cómo los espacios sociales y
corporales se permean unos en otros, o se habitan mutuamente. La nación emerge
imaginada y encarnada como un espacio, no sólo al ser definida frente a otros espacios
sino al ser definida como cercana a algunos otros (amigos), y alejada de otros otros
(extraños). En este sentido, sólo algunos otros son leídos como extraños en el espacio
de la nación. La proximidad de extraños en el espacio de la nación –esto es, la
proximidad de lo que no puede ser asimilado en un cuerpo nacional– es un mecanismo para la
demarcación del cuerpo nacional, una forma de definir las fronteras al interior del
mismo, y no sólo entre la nación y un otro imaginario y exterior.» (Ahmed, 2000: 100).
95 Es precisamente esa ficción de sustancia la que nos salva de la profunda angustia de casos extremos de
trastornos de la memoria como los descritos en los libros de Oliver Sacks (1970/1991) –por ejemplo, «el
marinero perdido»– o el del protagonista de la película Memento (Christopher Nolan, 2000).
158
Capítulo 4. Cuerpos
El cuerpo, por otro lado, aparece en muchas ocasiones como el referente último que
nos otorga esa sensación de permanencia. Pero el cuerpo nunca está quieto, nunca es igual:
las arrugas, las cicatrices o las canas se van añadiendo y cambiando la fisonomía, por no
mencionar posibles modificaciones quirúrgicas, hormonales, etc. que desestabilizan incluso
los aspectos en apariencia más rígidos como son los del «sexo» –pensemos en las personas
transexuales, transgénero o intersexuales, por ejemplo–. Más aún, la imagen del cuerpo
como algo idéntico y continuo, es resultado de continuadas reactualizaciones: requiere de la
repetición rítmica de cada latido del corazón, de cada respiración, de cada conexión
neuronal –sinapsis–, etc.
En este sentido, afirmar que los «sujetos-cuerpos» son ensamblajes supone enfatizar
el carácter relacional y reactualizado de lo «humano» y de la posición que ocupamos en un
ordenamiento socio-técnico concreto. El carácter supuestamente unificado e independiente
de los «cuerpos» no es sino el efecto precario del ensamblaje contingente de múltiples
materiales heterogéneos, ordenamientos, protocolos, etc. (Law, 1994). Interacciones en las que
no todos los elementos participantes son humanos (Haraway, 1991/1995; Callon,
1992/1998; Latour, 1991/1993).
159
argumentar– una materialidad radicalmente diferente, sino el establecimiento de
ordenamientos concretos que conforman el espacio de lo «humano» como dotado de
narratividad, memoria, deseos, interioridad psíquica, etc., cualidades estas que se engloban
en un espacio físico-simbólico denominado cuerpo, conformando así una ficción de
sustancia que se apuntala en el ensamblaje96 de múltiples relaciones, mecanismos,
ordenamientos, disciplinas, objetos, ropas, alimentos, prácticas, etc. La subjetividad se asienta
en el cuerpo porque éste parece configurarse como garante de la unidad, de la
individualidad, de la autonomía de un sujeto –yo, conciencia, auto-imagen de sí mismo–
reconocido como tal en una colectividad dada. En palabras de Judith Butler:
Pero, ¿dónde estarían las fronteras de ese «cuerpo-sujeto-humano»? ¿Sobre qué base
sustentamos las premisas que supuestamente nos califican o descalifican como humanos?
¿Cuáles son sus límites y sus puntos de quiebre? ¿Qué hace que algo se conforme como
límite de ese «cuerpo-sujeto-humano» y en qué espacio-tiempo concreto?
Una pequeña incursión genealógica –en absoluto exhaustiva– nos informa de cómo
histórica y cotidianamente nos encontramos dirimiendo los espacios de lo propiamente
humano y de los cuerpos reconocidos en esta categoría. Más aún, constata que lejos de ser
una cuestión clara, se trata de un ámbito enormemente controvertido y densamente
poblado de discursos enfrentados: desde los debates en torno a los límites de la «vida
humana», ya sea sobre el momento de génesis de lo «humano» y los conflictos en torno a la
legitimidad del aborto y del empleo de células germinales embrionarias97; ya sea sobre hasta
qué momento se puede hablar de «vida humana» como tal, con los debates en torno a la
eutanasia y la vida «digna». Pero más allá de los límites marcados por los momentos
originarios y finales de la vida, los límites sobre qué constituye una vida humana se
cuestionan cuando se discute la individualidad de la conciencia o cuando esta parece
desgajada de una corporalidad reconocible como humana98. Las personas siamesas, en este
sentido, ponen en cuestión la ecuación unívoca entre un cuerpo y una única individualidad.
En este caso nos encontramos con situaciones que en diversos grados plantean la existencia
de dos conciencias en un solo cuerpo –¿cuerpo unido?, ¿cuerpo co-compartido?– (Dreger,
1998). El límite, en la otra dirección, se encontraría en la posibilidad de la existencia de una
conciencia sin cuerpo, una situación donde se alcanzase el «pienso, luego existo» cartesiano
pero sin referencia a una corporalidad dada. En este caso quizá sea tan sólo la ciencia-
ficción la que nos ofrezca ejemplos en esta dirección, como en la película Ghost in the Shell
(Mamuro Oshii, 1995, sobre el comic de Shirow Masamune), donde un programa de
97 Donna Haraway (1992/1999: 138) analizó los recursos narrativos empleados por los grupos auto-
denominados «pro-vida» en sus campañas antiabortistas, constituyéndose en los «portavoces» autorizados de
los fetos, mientras que las mujeres embarazadas se convertían en actrices demasiado implicadas y con
intereses antagónicos a los de los fetos. De forma parecida, el ejercicio retórico de las últimas campañas de la
Conferencia Episcopal Española para rechazar conjuntamente el aborto y la investigación con células
germinales embrionarias, pasa por tratar de establecer una linealidad unívoca entre el embrión y la vida
humana afirmando: «Todos fuimos embriones». Esta afirmación se construye sobre la invisibilización del
carácter tan sólo relativamente probable de que un embrión se llegue a desarrollar en un feto y finalmente en
un ser humano nacido, como muestran una y otra vez las técnicas de fecundación artificial, donde los
porcentajes de éxito se sitúan en el treinta por ciento, considerando además que en cada intento se implantan
varios embriones en el útero: la mayoría no llegan a «anclarse» en el útero, y sólo unos pocos llegan a
desarrollarse de forma satisfactoria (Eulalia Pérez Sedeño, 2004).
98 Recordemos que el actual Código Civil vigente desde 1888 reconoce como «persona civil» al «nacido vivo
con forma humana que sobreviviere 24 horas al parto separado del cuerpo de la madre». Ver nota 31 Cap.1.
161
ordenador alcanza conciencia de sí mismo y reclama ser aceptado como ser vivo con
conciencia99.
Los límites de la cordura, los límites de la conciencia, –un cuerpo sin conciencia–,
por un lado, y, por otro, los límites de un cuerpo falible que se desgasta o pierde toda
funcionalidad –conciencia sin cuerpo– supondrían líneas de fuga (Deleuze y Guattari,
1980/2000) de unos ensamblajes de «cuerpos-sujetos» y su supuesta promesa de
subjetividad autónoma. Así pues, los límites en este sentido los vincularíamos: en primer
lugar, con orígenes y fines –esto es, con la dimensión temporal–; en segundo lugar, con la
correspondencia unívoca entre cuerpo y conciencia, entre corporalidad y subjetividad –en
términos de multiplicidad de conciencias en un cuerpo, o de la posibilidad de una
conciencia sin cuerpo, o un cuerpo sin conciencia–.
99 Otra situación parecida se produce en 2001: Odisea en el Espacio de Kubrick, sólo que en ese caso se trata de
un ordenador el que alcanza conciencia –pero está sujeto a una materialidad–. En el caso de Ghost in the Shell,
se trataría de un programa de ordenador el que reclamaría conciencia e iría ocupando/habitando «cuerpos» y
fusionándose con ellos en su intento por ser reconocido como un ser vivo.
100 Como ya ha sido ampliamente analizado no resulta baladí el hecho de que las declaraciones de derechos
que marcan el ingreso en la modernidad, se denominaran «Declaración de derechos del Hombre y del
Ciudadano» (1789), donde «hombre» se configuraba doblemente: 1) como una sinécdoque de «humanidad»,
por tanto inclusiva de las mujeres y de las personas colonizadas; 2) como un sustantivo específico, y por tanto
excluyente de las mujeres. De hecho, la pretendida «universalidad» del término quedaba limitada desde el
comienzo, puesto que quiénes quedaban cualificados como «hombres y ciudadanos» no sólo serían los
varones, sino los propietarios educados, y en EE UU los varones blancos.
162
Capítulo 4. Cuerpos
Por tanto, la categoría de «lo humano» lejos de ser algo dado –característica
«inalienable»– requiere de múltiples requisitos y para poder ser ejercida tiene que estar
reconocida por alguien. Se debe conseguir el «reconocimiento» por parte de los
«propiamente humanos»: las «otras inapropiadas/inapropiables» tienen una frágil entrada en
el espacio de lo humano y que puede ser revocada con cierta facilidad. Pensemos en ese
sentido, y en el contexto de esta investigación, en la posición de las personas reconocidas
como «mujeres inmigrantes» y cómo los espacios de entrada y salida en la «ilegalidad», y en
las esferas de la ciudadanía, ponen en juego todos estos mecanismos. En las entrevistas
realizadas tanto a mujeres como a varones «inmigrantes» se pone de relieve la facilidad con
que se transita entre los difusos pero contundentes espacios de la legalidad y la alegalidad.
Son muchos los casos en los que además la pertenencia a determinados espacios de
ciudadanía son denegados en la interacción, al margen de la presencia de «papeles» que
acrediten tal estatus. De ahí la relevancia de la pregunta que guía este trabajo, ¿a través de
qué elementos y en qué circunstancias ciertas personas son reconocidas como «mujeres
101 En este contexto hay que situar las demandas de los incipientes movimientos en pro de los derechos de la
mujer, desde el texto paradigmático Vindicación de los derechos de la mujer (Mary Wollstonecraft, 1792/2000) y
sobre todo a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX; así como las demandas anti-
esclavistas y en pro del reconocimiento de la humanidad social y civil de las personas negras a lo largo del
XIX y XX en EE UU y otros lugares del planeta –en Sudáfrica la eliminación del régimen racista del
Apartheid data de una fecha tan reciente como 1991–. En este sentido, cabe recordar por su gran relevancia,
el trabajo del teórico anticolonialista Frantz Fanon (1951/2001) cuando reflexionaba en torno a la denegación
de la humanidad de las personas negras, realizando una particular lectura de la teorización hegeliana del
reconocimiento –que si bien tenía la capacidad de denunciar la situación de dominación colonial, no acababa
de desarrollar los potenciales de la consideración hegeliana de la dependencia mutua inserta en el
reconocimiento entre amo y esclavo (Hegel, 1807/1993: 113-121)–. Según analizaba Fanon, el encuentro
colonial reinstauraría a las personas colonizadas como lo «otro», lo que permitiría la constitución del
colonizador blanco como varón y como sujeto –como «hombre» en definitiva–. La mirada blanca –«Mira, ¡un
negro!... ¡Mamá, mira el negro! Estoy asustado.»– interpela al varón negro –al propio Fanon– como «otro»,
como «un objeto entre otros objetos», «como un ser negro frente a lo blanco» que posibilitaría el
reconocimiento del sujeto blanco ante la presencia de la persona negra, pero que se resistiría a reconocer
simétricamente a la persona negra como persona y como sujeto (Fanon, 1951/2001: 184, 185). Más aún, a
pesar de que «tras mucha reticencia, los científicos hubieron concedido que el Negro era un ser humano: in
vivo e in vitro, el Negro reveló ser análogo al Blanco: tenían la misma morfología, la misma histología.» (Fanon,
1951/2001: 189), sin embargo esto no garantizaba una total incorporación a la categoría de lo humano, sino
que por lo que él denominará un «mecanismo psicológico» se van a introducir nuevos elementos de
distanciamiento y diferenciación.
163
inmigrantes» y, por tanto, como «otras» –«otras» de la ciudadanía, «otras» de la nación...–?
Se evidencia así que:
Uno de los aspectos más relevantes para el análisis de los procesos de corporealización
que aquí desarrollo, es el abordaje de las formas en que se organizan y reiteran los
ensamblajes constitutivos de los «cuerpos-sujetos». En esta perspectiva no sólo defiendo
que las entidades reconocidas y vividas como «corporales-subjetivas-humanas» lo son sobre
la base de una relacionalidad radical, sino que además apunto a que las relaciones que las
164
Capítulo 4. Cuerpos
El trabajo de Pierre Bourdieu nos embarca en uno de los dilemas que atraviesa la
teorización sociológica al tratar de explicar la paradójica ecuación entre socialidad e
individualidad. En ese sentido, Pierre Bourdieu atiende a las prácticas como ejercicios
productivos constitutivos de realidad y enfatiza el carácter relacional e históricamente
situado de las diferentes posiciones sociales –si bien no cuestiona en ningún momento la
primacía ontológica de las entidades humanas–.
El análisis bourdieuano se basa en el concepto del habitus, que es descrito como ese
engranaje estructurado y estructurante mediante el cual el andamiaje del campo social toma
forma y consistencia en prácticas «subjetivas» concretas, que al mismo tiempo, internaliza,
re-crea y desplaza los ordenamientos sociales «objetivos» en los que está situado (Bourdieu,
1979/1984; 1980/1991). Según lo describe García Selgas:
El habitus constituye así una «entidad prelingüística encarnada en los agentes» (García
Selgas, 1995: 507), «estructura estructurada» preparada para actuar como «estructura
165
estructurante», esto es, con capacidad generativa. Un conjunto de «disposiciones, adquiridas
en concordancia con las condiciones próximas de existencia, [que] son duraderas, como
consecuencia de que se adquieren de manera no-reflexiva, repetitiva y a veces
institucionalmente inculcada, por lo que se convierten en una (segunda) naturaleza inscrita
en nuestra organización corporal» (García Selgas, 1995: 508).
Así, según García Selgas (1995: 509), el habitus sería una «encarnación disposicional» –
vinculada a un cuerpo– y el campo social constituiría una «encarnación posicional» –en las
diferentes instituciones sociales– de la «acción social». El campo social quedaría así
conformado como una red de relaciones «objetivas» –utilizando la terminología
bourdieuana– entre diferentes posiciones sociales. Sobre la base de esta red de relaciones
las diferentes posiciones quedan definidas y vinculadas a un habitus concreto. Sería por
tanto una «ontología relacional y no sustantiva» (García Selgas, 1995: 508), en la que las
diferentes posiciones y espacios sociales serían en cuanto actuadas, en cuanto que
prácticamente ejercidas en y a través de los cuerpos en relación.
De hecho, el sentido práctico que conforma los dispositivos internalizados del habitus se
encarna y vive a través de lo que Bourdieu denomina hexis corporal (Bourdieu, 1980/1991:
119). Hexis es un término tomado del antiguo griego que puede ser traducido como porte,
apariencia o aire y hace referencia a las formas de presentar, habitar o producir un cuerpo
de tal modo que una posición social concreta es asumida al tiempo que está siendo
actualizada a través de esas mismas prácticas. Funciona como una «mitología política
realizada, incorporada, convertida en disposición permanente, manera duradera de
mantenerse, de hablar, de caminar, y, por ello, de sentir y de pensar. (...) Se realiza en la
manera de mantenerse, de llevar el cuerpo, de comportarse (...).» (1980/1991: 119).
166
Capítulo 4. Cuerpos
«Calificar socialmente las propiedades y los movimientos del cuerpo es, a la vez,
naturalizar las elecciones sociales más fundamentales y constituir el cuerpo, con sus
propiedades y sus desplazamientos, en operado analógico que instaura toda suerte de
equivalencias prácticas entre las diferentes divisiones del mundo social, divisiones
entre los sexos, entre las clases de edad y entre las clases sociales o, más exactamente,
entre las significaciones y los valores asociados a los individuos que ocupan posiciones
prácticamente equivalentes en los espacios determinados por esas divisiones. (...) Todo
ello permite suponer, en concreto, que las determinaciones sociales adscritas a una
determinada posición en el espacio social tienden a formar, a través de la relación con
el propio cuerpo, las disposiciones constitutivas de la identidad sexual (como el porte,
la manera de hablar, etc.) y, probablemente también, las disposiciones sexuales
mismas.» (1980/1991: 121-122).
102 La misma consideración de «elemento» en este sentido puede dar lugar a equívoco. No es que existan
cosas previas que ensamblándose den lugar a cosas nuevas, sino que las mismas «cosas» ensambladas, todos
aquellos elementos que podemos reconocer como relativamente independientes, o reconocibles en cuanto
que «cosas», surgen como resultado de los mismos procesos relacionales. La independencia de las «cosas»
reconocibles en cuanto tales es también producto de las relaciones. Pero esto no debe abocarnos a un
construccionismo radical ligado a una noción de voluntarismo humanista según la cual lo que es, es en tanto
percibido por mí –en cuanto individualidad pensante previa con capacidad de percepción–, sino a un
reconocimiento de la existencia de elementos sobre los que tenemos alguna o ninguna capacidad de control y
que sin embargo tienen una consistencia que nos re-direcciona o nos conforma de una forma determinada y
no completamente esperada. Por otro lado, las «cosas» nunca pueden ser escindidas de la significación. Tal
como vengo insistiendo, materialidad y significación constituyen un tandem inseparable, que es al tiempo
mutuamente irreductible y mutuamente excesivo.
168
Capítulo 4. Cuerpos
están profundamente encarnados. Así, por ejemplo, el acto paradigmático de afirmar «es
una niña», en el momento del nacimiento de un bebé reconocido médicamente como de
«sexo femenino», articula un complejo entramado de expectativas sociales, simbólicas y
materiales –sin solución de discontinuidad– histórica y geo-políticamente situadas que
efectivamente van a entreverarse en el cuerpo así «nombrado», que se incorpora a un
proceso nunca acabado de «ser producido como niña» –girling en términos de Butler (1993:
7)–. Si bien la complejidad de este entramado puede resultar relativamente evidente si
hacemos un ejercicio reflexivo de repensar los dispositivos y tecnologías que múltiplemente
intervienen en la producción de los cuerpos diferentemente sexuados, se vuelve
insultantemente clara si pensamos en los tratamientos de asignación de sexo a bebés
intersexuales103. En estos casos, la afirmación «es una niña» se vincula a todo un conjunto
de protocolos de intervención médica, capacidades tecnológicas y expectativas socio-
medico-fisiológicas de cómo deben ser los cuerpos «apropiadamente» sexuados, que se
ponen en marcha para garantizar la «verdad» del enunciado –a costa muchas veces del
placer sexual futuro de los bebes así tratados, y sin considerar el efecto traumático físico y
psíquico de unas intervenciones enormemente intrusivas e irreversibles (Chase, 1998/2005;
Fausto-Sterling, 2000; García Dauder y Romero Bachiller, 2004)–.
103 Bebés intersexuales son aquellos que en su nacimiento resultan en términos médicos «sexualmente
ambiguos», esto es, no pueden reconocerse de una forma clara como «niños» o «niñas», bien sea por sus
genitales externos, su morfología gonadal, hormonal o cromosómica. Este hecho, no hace sino incidir en la
variabilidad de lo humano y cuestionar la naturalidad de la existencia de dos únicos «sexos» en la especie
humana que se dan de forma exclusiva y excluyente en cada una de nosotras –o bien seremos mujeres o bien
varones–. Sin embargo, la intersexualidad es tratada como una «urgencia médica» que requiere de múltiples
intervenciones para plegar unos cuerpos sexualmente insumisos a la imagen socialmente
normalizada/normativa de los cuerpos sexuados masculinos y femeninos. Los médicos, así, se convierten en
«artesanos» capaces de producir la «naturaleza» –tal como es definida socialmente– en aquellos cuerpos que
no responden al binarismo sexual: el género social precede y produce una naturaleza artefactual que se
presenta como previa (Chase, 1998/2005; Fausto-Sterling, 2000; García Dauder y Romero Bachiller, 2004;
Romero Bachiller y García Dauder, 2005).
169
presente, oculta o disimula las convenciones de las que constituye una repetición.» (Butler,
1993: 12).
Pero, según sostiene Derrida, y Butler (1993: 13, 95) recoge, estos ejercicios de
citación y re-citación son iterativos –lo que «puede ser leído como la explotación de esta
lógica que liga la repetición a la alteridad»104 (Derrida, 1970/2003: 356)–. Esto es, aquello que
es citado, repetido, nunca puede ser reproducido clónicamente, sino que siempre se
introduce una distancia y una diferencia que genera desplazamientos, distorsiones y
modificaciones parciales105. Butler (1997a), en este sentido, se sorprende de que Bourdieu
no vincule la performatividad al «sentido práctico» presente en el habitus. La crítica de
Bourdieu a la teorización lingüística de la performatividad se asienta en afirmar que la
magia performativa no reside en las palabras, sino en la sociedad: las palabras, así,
constituirían tan sólo elementos de mediación que movilizarían los rituales socialmente
reconocidos y autorizados. Pero esta crítica se sustenta en el mantenimiento de dos esferas
separadas y relativamente impermeables: el ámbito de lo lingüístico y el ámbito de lo social,
el espacio de las prácticas y el de los actos de habla. Butler va a cuestionar esta separación
de partida, para afirmar que los actos de habla no sólo representan prácticas sociales, sino
que son en sí mismas prácticas sociales106: «De hecho, si consideramos que el habitus opera
de acuerdo a la performatividad, entonces parecería que la distinción teórica ente lo social y
lo lingüístico es difícil, si no imposible, de mantener. La vida social del cuerpo se produce a
través de una interpelación que es al tiempo lingüística y productiva.» (Butler, 1997a:
153)107. Vinculando una performatividad que excede lo lingüístico con los dispositivos
104 La cita completa: «Un signo escrito se adelanta en ausencia del destinatario. (...) Ahí es donde la diferencia
como escritura no podría ser ya una modificación (ontológica) de la presencia. Es preciso (...) que mi
“comunicación escrita” siga siendo legible a pesar de la desaparición absoluta de todo destinatario
determinado en general para que posea su función de escritura, es decir, de legibilidad. Es preciso que sea
repetible –reiterable- en la ausencia absoluta del destinatario o del conjunto empíricamente determinable de
destinatarios. Esa iterabilidad (iter, de nuevo vendría de itara, “otro” en sánscrito, y todo lo que sigue puede ser leído como la
explotación de esta lógica que liga la repetición a la alteridad) estructura la marca de escritura misma (...). Una escritura
que no fuese estructuralmente legible –reiterable– más allá de la muerte del destinatario no sería una
escritura.» (Derrida, 1970/2003: 356. Énfasis añadido).
105 En este sentido, entre Derrida, Bourdieu y Butler se produce un largo y complejo debate sobre la cuestión
de la performatividad en el que no voy a profundizar. Para considerar las diferentes posiciones sobre este
tema acudir fundamentalmente a: Bourdieu, 1985/2001; Derrida, 1970/2003; Butler, 1997a; Lois McNay,
2000.
106 Esto resulta más evidente si consideramos el poder performativo e interpelador del insulto que desarrollaré
en rechazar la capacidad del lenguaje para hacer cosas podría comprenderse en un contexto de dominio
teórico de un estructuralismo de base lingüística, frente al cual Bourdieu probablemente pretendía destacar la
170
Capítulo 4. Cuerpos
capacidad material y simbólica de las prácticas sociales –los artículos que componen «Lenguaje y poder
simbólico» (1985/2001: 63-104) donde Bourdieu analiza la performatividad se escriben entre 1970 y 1980–.
108 Esto se observa en particular en su artículo «El lenguaje autorizado: las condiciones sociales de la eficacia
del discurso ritual», originariamente escrito en 1970 (Bourdieu, 1985/2001: 67-77). En él analiza los
cuestionamientos por parte de algunos fieles en torno a los cambios de los rituales eclesiásticos tras el
Concilio Vaticano II. Estos fieles ven en los cambios introducidos una traición a los rituales en los que no se
reconocen, ni reconocen el poder de los mismos. Bourdieu utiliza estos argumentos para justificar la
necesidad de responder a las expectativas sociales reconocidas y autorizadas como legítimas para poder
realizar la magia social del performativo. Las palabras serían meras «intermediarias sin nobleza ontológica» –
como diría Latour (1991/1993: 124)–. Sin embargo, nos podemos preguntar ¿es toda la congregación de
fieles la que cuestiona los rituales modificados? ¿No podría pensarse que el mismo hecho de que
determinados sacerdotes modifiquen los términos del ritual está evidenciando que se puede introducir una
cierta distancia entre los espacios hegemónicamente establecidos como legitimados y autorizados y nuevas
formas de autoridad emergente? Probablemente el reconocimiento de la autoridad y las formas de ejercerla no
constituyan tanto una réplica de la noción de Estado en Althusser o del Orden Simbólico en Lacan, sino algo
mucho más cercano a la noción gramsciana de hegemonía, un espacio que marca tendencias dominantes,
pero que posibilita el espacio para la formación de contra-hegemonías.
171
reactualización que también implicaría un cierto desplazamiento –la ampliación del campo
de la hegemonía con elementos «contra-hegemonicos» cooptados y reintroducidos de tal
modo que revitalizarían el propio campo social–.
4.3. LAS «MARCAS» DEL CUERPO: O LA FETICHIZACIÓN DE LAS PIELES COMO FRONTERAS
en sí misma sobre la que se proyecta una mirada que la delimita y ante la que parece
volverse rígida. Son múltiples las formas en que sistemáticamente determinadas «posiciones
de sujeto-cuerpo» son leídas como «otras»: como «mujeres inmigrantes». Pero, ¿qué hace
que una «posición de sujeto-cuerpo» determinada sea reconocida, se auto-defina y/o
movilice el artefactualismo semiótico-material «mujer inmigrante»? ¿Frente a qué
artefactualismos se produce ese entramado? ¿Cómo son las posiciones reconocidas como
englobadas bajo esa categoría efectivamente incorporadas a la misma? ¿Qué mecanismos de
disciplinamiento e interpelación se ponen en marcha? ¿Qué espacios de posibilidad e
imposibilidad favorece la categoría «mujer inmigrante»?
173
Diferentes diferencias, marcas y exclusiones: haciendo «otro» el cuerpo
109Referirme a la existencia de ciertas «inercias» rompe con posiciones voluntaristas en las que daría la
impresión que todo resultaría potencialmente articulable con todo. Esta es precisamente la crítica de Stuart
Hall (1996a: 146) a la concepción de la articulación defendida por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en
175
establecimiento de ciertos «rituales» y patrones de comportamiento estandarizados, una
fenomenología de las convenciones (Star, 1991) que hasta cierto punto «asegure» que se actualizan
ciertas prácticas y relaciones y por lo tanto se «mantienen» en su sitio. La durabilidad
depende así de la multiplicación y solidificación de las relaciones –por reiteración–, al
tiempo que de su transformación mediante el desarrollo de nuevas conexiones.
Hegemonía y estrategia socialista (1985/1987). Hablar de inercias hace hincapié en que no se parte de una
situación de tabula rasa, sino que, no sólo los diferentes elementos tienen diferentes posibilidades de
conectividad, sino que están inmersos en relaciones previas que limitan su movilización. Además, la existencia
de relaciones altamente estabilizadas por la multiplicidad de relaciones en las que se asientan, y en particular
por el despliegue de mediaciones técnicas (Latour, 1994/1998), limita aún más el «libre juego de las
articulaciones». En cualquier caso estos «límites» nunca constituirían determinaciones últimas, sino las
condiciones de posibilidad e imposibilidad de partida –determinabilidad sin garantías, en términos de Hall, por
cuanto estarían determinadas en «primera instancia» y no en «última instancia» (Hall, 1986/1996: 45)–.
176
Capítulo 4. Cuerpos
177
un patrullaje de su interior110. La política del estado se convierte en una forma de biopolítica
o corpo-política (Foucault, 1976/1998; 1992). «La identidad cultural/racial de los “verdaderos
nacionales” permanence invisible pero se infiere de (...) la visibilidad cuasi-alucinatoria de
los “nacionales falsos” –judios, “italianos”, inmigrantes, indios, nativos, negros–.» (Balibar,
1990: 284). El siguiente extracto de una historia de vida realizada en el verano de 2003 a
una mujer colombiana que llegó a España con sus padres como refugiada política en 1984 y
que ahora posee doble nacionalidad –española y colombiana– (M-HV8, a partir de ahora),
en el que la entrevistada respondía a una pregunta por su autoidentificación –que variaba a
lo largo de la entrevista: inmigrante, refugiada política, española, colombiana–, resulta
reveladora a este respecto:
R: Hombre, eres inmigrante cada vez que abres la boca eres inmigrante, porque
todo el mundo sabe que no eres de aquí.
P: ¿Por el acento?
110 Como afirma Ginette Verstraete, en relación con el impacto del Tratado de Schengen que implica la
erradicación de las fronteras internas entre los países firmantes y el establecimiento de una frontera externa
común: «Los controles sistemáticos en las fronteras territoriales han sido desplazados y resituados en el
interior en la forma de paradas de control aleatorias y arbitrarias vecinas a la frontera, por un lado, y por otro,
controles arbitrarios de parada-y-búsqueda en las calles. Ambas formas de control consisten
fundamentalmente en una rápida comprobación visual para ver si el/la viajero/a o el/la peatón/a tiene el aspecto
“adecuado”. Para poner un ejemplo: ocasionalmente me paran oficiales de policía –habitualmente varones
blancos– en búsqueda de traficantes de drogas en la frontera interior que cruzo a diario entre mi hogar en
Bélgica y mi lugar de trabajo en los Países Bajos cuatro millas carretera abajo. Con un aspecto relativamente
limpio y muy blanco, nunca me han pedido que enseñe ningún documento. Mi aspecto y el color de mi piel
me proveen con libertad de movimiento. Lo contrario también es cierto: a las minorías étnicas en Bruselas y
Rótterdam se las para y registra continuamente y se les piden sus documentos de identificación. Esto no sólo
incrementa las tensiones raciales, sino que viola los derechos humanos básicos de la libertad de movimiento,
el derecho a la privacidad y el derecho a un tratamiento igualitario.» (2003: 230).
178
Capítulo 4. Cuerpos
jurídico que ostenta la persona, sino que se asienta en determinadas fijaciones contingentes
que establecen los afueras y los adentros a la «nación» constituida como ficción
homogeneizada con resonancias corporales, donde se incluyen determinado tipo de
competencias lingüísticas o acentos como propios –una persona con acento madrileño, o
vasco o catalán o andaluz, sería inmediatamente reconocida como «propia»–. En otras
ocasiones, sin embargo, y si el acento es reconocido como propio, los elementos que
excluyen de la «nación» se pliegan a cuestiones como la pigmentación, la forma de vestir o
de moverse. El cuerpo en este sentido, no es uno, sino más que uno, leído y proyectado de
formas diversas no completamente desconectadas, pero tampoco inmediatamente
equiparables las unas a las otras (Mol, 2002; Strathern, 1991). Más aún, en estos des/re-
conocimientos los cuerpos funcionan en relación con múltiples elementos que los
conforman en cuanto tales en un momento concreto.
En esta misma dirección podemos situar el siguiente extracto de una historia de vida,
realizada en junio de 2003, a una mujer española negra –de madre española blanca y padre
ecuato-guineano–, criada con su madre (M-HV7, a partir de ahora), en que me hablaba de
su relación con sus hermanos por parte de padre, dos de los cuales pertenecen a las fuerzas
armadas españolas. Este extracto resulta especialmente significativo porque las pertenencias
y exclusiones se dramatizan de una forma aún más aguda al establecerse sobre una de las
organizaciones más ligadas a la defensa y cohesión de la «patria» y por ende a la «nación»:
«Y por ejemplo pues eso, hablar con ellos que son los dos militares... los dos
paracaidistas... [mi hermano] X en concreto, veterano de Bosnia... una movida ahí que
te cagas... de amor patrio y no-sé-cuantitas cosas más... y sin embargo, hablando con
él,... él me decía y en eso sí que... en eso sí que yo le daba la razón en muchas otras
cosas no estaba para nada de acuerdo con él, pero en eso yo le daba la razón... “Joder,
ni somos de aquí, ni somos de allí, ni somos de ningún sitio”. Aunque él lo decía con
un halo así de tristeza y no-sé-qué, a mí eso no me da ninguna tristeza... es algo que no
me preocupa en absoluto, pero que él sentía... claro que la gente de aquí... claro, él
nació en Canarias y se ha criado en Madrid... toda su puñetera vida... veinti... bueno
treinta, ya tendrá treinta tacos... y la gente no le considera de aquí... evidentemente porque
es un negro como el tizón... porque hablar habla igual que yo... bueno un poco más garrulo,
pero en fin (risas) pero supongo que lo de ser militar tiene algo que ver (más risas).
Pero que quiero decir que se ha criado aquí y tal y cual, pero la gente no le considera
de aquí y él sí que ha tenido mucho más contacto con la colonia ecuato-guineana por
ejemplo, y la gente que es ecuato-guineana no nos considera ecuato-guineanos, ¿sabes?
O sea que es una sensación así... bueno él lo vivía como un poco angustiosamente... lo
de no soy de un sitio... lo del sentido de pertenencia... “no pertenezco a ningún sitio
en realidad, la gente de aquí... yo soy de aquí, pero la gente de aquí no me considera de
aquí, la gente de donde son mis orígenes... –además en su caso son sus orígenes por
parte de su padre y de su madre– no me consideran de allí”. Sabes, es como ahí un
179
rollo de desubicación bastante curioso... y desde luego en eso estoy de acuerdo,
bastante de acuerdo con él, pero vamos cien por cien...» (M-HV-7, 4 junio 2003: 15.
Énfasis añadido).
En este caso, si bien el hermano en cuanto soldado sería, por un lado, el epítome de
la nación, aglutinador de los ideales últimos de la «patria» –expresada en una
heterogeneidad de objetos dotados de enorme significación: la bandera, la sangre, el
heroísmo, etc.–; por otro lado, sin embargo, el color de su piel, no reconocible en el
imaginario homogéneo y dado por supuesto de las formas de corporalidad en las que se
reconocería la «nación» –que se presentaría como «blanca»–, lo convierte al tiempo en un
«otro» al que no se le concede la pertenencia como algo dado. Una falta de reconocimiento,
falta de pertenencia -«ni somos de aquí, ni somos de allí, ni somos de ningún sitio»- que se
repite también si se intenta acceder a la comunidad diaspórica de procedencia: los
miembros de la comunidad ecuato-guineana en el estado español cuestionan la autenticidad
de su adscripción al grupo al no haber tenido una experiencia «directa» con el «origen» –o
quizá más bien con la pérdida del origen nunca recuperado pero nunca desechado como
objeto, y con el que se establece por tanto una vinculación melancólica reforzada como
elemento aglutinador del colectivo111 (Freud, 1917/2004: 238)–. Un «origen» constituido
también homogéneamente como mito, como un lugar simbólico en torno al cual se ancla y
se asegura la identidad. La mayor «cercanía» con el mito de origen –la patria ecuato-
guineana– permite anclar las declaraciones de autenticidad, convirtiéndose en un
argumento de autoridad, jerarquización y cierre en el grupo.
111En el caso de la colonia ecuato-guineana en el estado español el hecho de que además Guinea Ecuatorial
se encuentre bajo un régimen dictatorial que además favorece a uno de los colectivos étnicos presentes en el
país –los fang–, mientras que la étnia bubi y otros colectivos minoritarios son discriminados, añadido a la fuerte
presencia de exiliados opositores al régimen en el estado español, hace que probablemente los lazos
emocionales y simbólicos con el origen se refuercen aún más y se condensen en la existencia de un proyecto
de futuro para el país de origen. En un sentido similar a este ejemplo, ver el análisis de Alfonso Pérez-Agote
sobre la diáspora vasca en Argentina (Pérez-Agote, 1997). Más adelante analizaré con más detalle la
producción y consolidación de comunidades diaspóricas en la sociedad de acogida.
180
Capítulo 4. Cuerpos
como «blanca» –«evidentemente porque es negro como el tizón»–. Si bien esto podría ser
entendido como un ejercicio de ratificación de algo que aparece como no cuestionado, sin
embargo parece más probable interpretarlo como la simple constatación de un «hecho» de
consistencia social-material-y-simbólica, sustentada además en una experiencia corporal y
subjetiva de esta mujer a lo largo de toda su vida –como apuntaré más adelante–.
En este sentido, resulta relevante considerar cómo los cuerpos actúan y son recurrentemente
producidos como fronteras. Así, ciertos cuerpos son reconocidos como «marcados» en una
lógica que tiende a homogeneizar imágenes de la nación con definiciones concretas de lo
que aparecería como un cuerpo «natural», «no-marcado» –natural (de)–. Pero esta
corporealización nacional lejos de no estar marcada o ser natural, está también
profundamente marcada. Requiere de la compleja articulación de múltiples y sofisticados
dispositivos difusos que se condensan en y más allá de los cuerpos: una amplia
competencia lingüística en la lengua «nacional», un acento reconocido como no tener
acento –esto es, un acento «propio» de la nación–, una adscripción religiosa concreta, una
particular pigmentación, color de pelo y ojos, ciertas formas de vestir. Pero también, el
cumplimiento de los múltiples requisitos legales que autorizan a alguien como ciudadano:
haber nacido en el estado, o completar un número de años en él, o ser hijo/a de padres que
ostenten la nacionalidad, o tener un hijo/a en el país, o claro está, ser una estrella del fútbol
–o en su defecto algún otro deporte de élite–. Cómo apunta Sara Ahmed:
«La política de inmigración y los controles fronterizos no son los únicos lugares
en los que la cuestión del “extraño” se plantea desde y para la nación. La identidad
nacional se relaciona metonímicamente con otros lugares de la formación de la
identidad: mediante el trazado de espacios de vivienda, espacios que son familiares e
inhabitables, los sujetos son interpelados en múltiples regímenes. Como otras formas
de identidad, la nacionalidad está siendo constantemente renegociada, y esa
negociación depende crucialmente de encontrar a aquellos que son reconocibles como
extraños, y que demandan una respuesta por parte del ciudadano: ¿Quiénes son?
¿Pertenecen al aquí? ¿Quién soy yo? ¿Quiénes somos nosotros?» (2000: 101).
181
autoevidente y sobrepresente, ejerce una saturación por transparencia112 que se constituye en
«marca de normalidad/normatividad», de tal forma que: «la invisibilidad se produce así, no
por falta de presencia o de materialidad, sino porque dicha materialidad no cuestionada se
vuelve invisible, transparente» (Romero Bachiller y García Dauder, 2003: 51). Pero este
imaginario normativizado de la «nación» no resulta transparente para todo el mundo, sino
que es particularmente evidente para aquellas personas que no se ajustan al mismo. Sobre
todo porque es construido sobre una negación: nosotros como no-otros. Es difícil por tanto
identificar en positivo esa imagen que, sin embargo y quizá precisamente por no poder ser
fácilmente asimilable a nada en singular, está dotada de una enorme capacidad
normativizadora. En este sentido, la entrevistada M-HV7 –mujer española negra hija de
madre española blanca y padre ecuato-guineano–, reflexionaba sobre qué significaba «ser de
aquí»:
«P: Cuando dices que lo has vivido en tus carnes y cuando dices que no sólo se les
note en la cara que no son de aquí, ¿qué quieres decir con eso?... Quiero decir, por lo que
dices, parecería que tendrías que tener algún tipo de aspecto que de repente significara
“ser de aquí”...
112 Para un interesante análisis de las masculinidades heterosexuales como «juegos de transparencia», ver
Antonio A. García García (2003).
113 En este sentido se apela de nuevo a la diferencia entre el inmigrante y el turista: el «guiri» es un turista que
Así pues, nos encontramos con una creciente lucha por la representación y por el
establecimiento de imágenes que rompan o refuercen ese imaginario homogéneo, lo que
nos habla no sólo de la constatación de la fluidez e ineficiencia de unas imágenes
incapacitadas para aprehender una multiplicidad de relaciones y «posiciones de sujetos-
cuerpos» con la nacionalidad o la ciudadanía, sino de un creciente espacio de contestación y
producción de contra-hegemonías desde las que se presentan imágenes alternativas de
«pertenencia». Por otro lado, esta misma constatación de la imposibilidad de mantener esa
supuesta imagen de «pureza» y homogeneidad, lleva a ejercicios de resistencia tozuda que
pretenden negar, forzar y asegurar, a través de la violencia –bien física o simbólica–, el
mantenimiento de dicha imagen sobre la base de la exclusión de aquellos no reconocidos
como «apropiados» (García Selgas, Romero Bachiller y García García, 2002: 35-36).
Con una apuesta por la hibridez y la mezcla creativa que no sólo se plasma en la letra
y en el uso indistinto de inglés y castellano, sino en una música que no tiene complejos de
jugar con ritmos flamencos y rumberos, aderezados con tintes africanos y de la música
negra americana, a lo que se añaden ciertos coqueteos electrónicos, Concha Buika rechaza
interpelaciones que la reconocen como otra, al tiempo que afirma su pertenencia a la
«nación» de una forma que no reproduce clónicamente las imágenes corporeizadas
homogéneas de la misma, sino que tiende a incidir en la heterogeneidad de «posiciones de
sujeto-cuerpo» que la constituyen. Una pertenencia, por otro lado, que no se asienta en la
sangre o en la raza, ni tampoco se vincula a una retórica de heroísmo guerrero, ni al
reforzamiento de fronteras, sino más bien en una voluntad de conexión que iría vinculada a
184
Capítulo 4. Cuerpos
la intención prescriptiva –a la par que descriptiva– de la canción para abrir nuevos espacios
pensables y posibles donde asentar la pertenencia.
En el otro extremo se situarían canciones que con títulos como «Me cago en esos
putos rumanos», «Facha vs. moro» o «El sudaca nos ataca»114 constituyen expresiones de un
racismo rabioso que trata desesperada –y violentamente– de reforzar los imaginarios de la
nación como étnicamente homogénea ante una tendencia creciente e irrefrenable hacia la
diversidad. Si bien no tienen por qué constituir expresiones ampliamente extendidas
resultan, sin embargo, significativas. Tanto más cuando, adoptando el envoltorio cool y light
de una canción popular y reconocible –en el caso de «Me cago en esos putos rumanos» la
«víctima» es «Voglio vederti danzare» de Franco Battiato y en el caso de «Facha vs. moro»
todo un «clásico popular castizo» como «Mi carro» de Manolo Escobar– a la que se le
transforma la letra y se adapta a un ritmo bakalaero y bailable, se convierte en un producto
de consumo «cómico» que además posee capacidad performativa. En los bares y pubs no
se pichan las canciones con las letras transformadas, sino unas versiones con el mismo
ritmo bakalaero, pero con las letras originales. Pero esto activa una práctica curiosa, la gente
«reconoce» en ellas las canciones con las letras transformadas y canta estas letras afirmado
la originalidad de las canciones transformadas, al tiempo que «se reconocen» a sí mismos
como colectivo en el acto concreto de cantar dichas letras. De este modo, para «activar» la
carga performativa del insulto no resulta necesario «pinchar» las versiones transformadas de
las canciones –lo que podría acarrear probablemente no pocos problemas a los dueños de
los locales–, sino que los propios «originales» se transforman en «copias» de sus supuestas
«copias pirata» a las que citan en cada ocasión, permitiendo así al selecto grupo de
«entendidos» no sólo reproducir la letra de la «original modificada», sino reconocerse y
constituirse como colectivo –como un nosotros «auténtico» defensor de la nación ante sus
agresores e invasores contaminantes y abyectos– mediante la recitación y consumo de tales
productos. La «copia» suplanta y precede al «original» que se convierte así en mero
suplemento derivativo.
114 Ver «La xenofobia baila en Internet», EL PAÍS, lunes 4 de Abril de 2005: 40.
185
Interpelación y disciplinamiento: regímenes de fijación de los «sujetos-cuerpos» «mujeres
inmigrantes»
186
Capítulo 4. Cuerpos
R: Sí, sí, por la forma. Yo creo que son muchos códigos que la gente nota que
no eres de aquí. La gente enseguida te pregunta que de dónde eres. Todo el tiempo. O sea, no es
solamente el hecho de que tú te definas como inmigrante a lo mejor por otras movidas, es
que todo el tiempo te están recordándote que no eres de aquí.» (M-HV8, 30 junio
2003: 26. Énfasis añadido)
Se trata de un ejercicio continuado de interpelación que la sitúa como otra, una «otra»
alejada del estatus de ciudadanía y de las garantías y derechos que ello comporta. Un
ejercicio en el que es incorporada a la posición de «mujer inmigrante» en reiterados
ejercicios de interpelación que, o bien la reconocen como «inmigrante», o bien la nombran
por defecto al no reconocerla como parte del «aquí»: «cuándo eres inmigrante, cuando todo el
mundo te está diciendo: “tú no eres de aquí”.». Pero, lo más relevante sin duda de esta frase es que
incide en el carácter provisional y situado, si bien reiterativamente actualizado del ser «mujer
inmigrante»: llegas a ser cuando todo el mundo te lo dice; eres por los efectos semiótico-
187
materiales que se movilizan en el curso de una locución que te hace performativamente
«mujer inmigrante» en el curso de tu nombramiento. Más adelante en la entrevista incidía
en la misma idea:
«Y eso también hace que si cada vez que tú pides algo, una ayuda o algo, no te
la dan porque no eres española. El único requisito para no dártela es porque no eres
española, pues están diciendo que no eres de aquí. O por ejemplo cuando mi hermana
estaba en la liga profesional de fútbol y la iban a fichar para un equipo de primera
división y le dijeron que no la fichaban porque era española de segunda categoría, no era
española-española.» (M-HV8: 26, 30 junio 2003. Énfasis añadido).
188
Capítulo 4. Cuerpos
Figura 4.1.
(MATT, EL PAÍS, Domingo 12 de Mayo de 2002)
La imagen cómica que nos ofrece MATT (EL PAÍS, Domingo 12 de Mayo de 2002)
ironiza sobre el modelo de integración de los inmigrantes que se representa como un
proceso industrial en el que los cuerpos «negros» indiferenciados de las personas
inmigrantes son incorporados a una cadena de montaje donde esperan a ser procesados por
una extraña máquina denominada «SpainMatic LX-2000», de la que salen transformados en
cuerpos blancos caracterizados además con una identificación española que resulta grotesca
por lo excesivo: o bien la imagen tradicional del varón rural con boina y chaleco; o la
imagen folklórica de la mujer vestida de sevillana con peineta incluida –pero
adecuadamente teñida de rubio–; o la imagen del fan futbolero de la selección nacional que
combina camiseta de la selección, banderita y chapela. Lo relevante de esta imagen no es
189
sólo que pretende cuestionar las demandas de integración que exigen que las personas
«inmigrantes» sean «como nosotros», sino que muestra cómo esa exigencia de mimetismo
hace que las supuestas «copias» deban plegarse a unos imaginarios míticamente
homogéneos, además de mostrar un apego a los mismos, una identificación, que vaya más
allá de la que probablemente es exigida a una persona «reconocida» como «española». Su
carácter de «copias» permanentemente en suspenso, hace que su posición y su apego pueda
ser cuestionado en cada momento, por lo que debe reiterarse repetidamente por exceso o
se interpretará como una falta de interés por la integración que desembocará en rechazo.
Por otro lado, ese esfuerzo por «ser igual que» debe poder ser reconocido en todo
momento en tanto que esfuerzo, por lo que el mimetismo debe ser fallido, introducir una
cierta distancia: el símil solo se puede establecer entre elementos no idénticos. Sólo se puede
afirmar que se «es como» porque «no se es como»: «Efectivamente, el es metafórico es
simultáneamente no es y es como.» (Casado Aparicio, 1999: 42). Es sobre la tensión de esta
ambivalencia sobre la que Homi Bhabha elabora el concepto de mimetismo –mimicry–:
190
Capítulo 4. Cuerpos
Figura 4.2.
Campaña por la integración de las personas inmigrantes. Cruz Roja Española,
Ministerio del Interior. 2002.
En ella se ve a un conjunto de muchachas blancas que se están vistiendo de falleras y
ayudan a una muchacha de rasgos indios –lleva el círculo de la marca del tercer ojo
tradicional en la frente– a hacer lo mismo. La muchacha india, a pesar de «estar vestida
como» deja claro en todo momento que «no es». Se presenta más como
espectadora/espectáculo que como participante. Ocupa un espacio doblemente exótico:
por un lado, la exotización erótica del cuerpo «otro» de la mujer oriental, densamente
cargada de múltiples narrativas de conquista heterosexual (Said, 1978/1990); por otro, la
exotización de la tradición como anclada en el pasado y rememorada, recreada, rehecha
desde el presente de una forma espectacular que sobrepasa con creces el modelo de
referencia. De nuevo en este ejemplo el mimetismo funciona por la visibilización que
posibilita. La campaña se completa con un rótulo que afirma «yo formo parte, tú formas
parte, ella forma parte,...». «Ella forma parte» en tanto en cuanto siga siendo «ella», esto es,
reconocible como «otra» desde un «nosotros» que dotado de un voluntarismo paternalista
cargado de buenas intenciones –pero que refuerza y mantiene las posiciones jerárquicas–,
«tolera» a la «otra» en tanto en cuanto asuma la posición que le ofrecemos.
191
El segundo ejemplo se trata de un foto-montaje incorporado en un artículo de EL
PAÍS (lunes 26 de abril de 2004) titulado «Euskadi abre sus puertas a los “sin papeles”». A
continuación, y bajo la entrada «Los nuevos vascos», presenta una fotografía en la que
aparecen ocho varones ataviados con lo que aparece como el traje «típico» del campesinado
vasco115. Sobre cada una de sus cabezas aparece su nombre y debajo entre paréntesis su país
de procedencia, excepto en uno de los casos –el del vasco «auténtico»– en el que se señala
su comarca de origen. Todos los varones están posando para la foto. Pero resulta curioso
comprobar cómo el único que no completa su vestimenta con alpargatas de esparto, sino
que lleva zapatos de calle, es el único vasco «de verdad».
115 No deja de ser significativo este hecho en relación a la invisibilización habitual de las mujeres reconocidas
como «inmigrantes». Resulta significativo apuntar cómo, dado que las identidades se tienden a proyectar
como exclusivas y excluyentes, se suelen reproducir el tipo de homogeneizaciones que Gloria T. Hull, Patricia
Bell Scott y Barbara Smith denunciaban en el monográfico de feminismo negro All the Women are White, All
the Blacks are Men, but Some of Us are Brave, publicado en 1982.
192
Capítulo 4. Cuerpos
Figura 4.3.
«Euskadi abre sus puertas a los “sin papeles”», EL PAÍS (lunes 26 de abril de 2004).
La imagen, con evidente intención cómica, sirve para ilustrar un artículo que analiza
las políticas de integración desarrolladas por el gobierno autónomo vasco, pero no deja de
resultar significativo el modo en que se presenta: en traje típico los cuerpos traicionan aún
193
más la autenticidad de la pertenencia –en este caso la pertenencia sería a la «nación vasca» y
no a la «nación española» a la que la primera se contrapondría, empezando por su política
de integración y acogida de las personas inmigrantes–. Su integración/normalización resulta
excesiva, evidenciando que será en último extremo imposible: siempre sería posible
reconocer a los nosotros frente a los otros. Esto hace que se refuercen las jerarquizaciones que
conforman relacionalmente las diferentes posiciones. La integración dependerá así, en
primer lugar, de la buena voluntad de los nosotros que deciden aceptar a los otros a pesar de
sus evidentes carencias; en segundo lugar, dependerá de la aceptación por parte de los otros
de los bagajes culturales y formas de vida de los nosotros. Su esfuerzo por «ser como» debe
resultar evidente en todo momento, pero el esfuerzo apunta, al tiempo, que nunca se podrá
alcanzar el prometido «ser como»:
194
Capítulo 4. Cuerpos
Anclados en un pasado tradicional y exótico, los cuerpos senegaleses y sus ropas son
leídos como parte de un «disfraz»: no existiría una identificación real; no son trajes «reales»,
ese estatus sólo se les puede otorgar a los trajes occidentales a los que se les dota de
universalidad y normalidad. Son muestra de la estaticidad del reconocimiento de los «otros»
como anclados en el pasado. La mirada que fetichiza al «otro» como «otro inmigrante», lo
hace inscribiéndolo en la posición exótica de lo lejano en el tiempo y en el espacio, pero
que se acerca para solventar la curiosidad de la mirada blanca. Esa misma mirada, sin
embargo, rechaza como «una tontería» que el disfraz sea algo que puedan llevar todos. Las
personas «españolas occidentales blancas» no reconocerían la posibilidad de ser objetos
exóticos o grotescos ante la mirada de las «otras personas inmigrantes»: Miran haciendo
«otros» pero no reconocen la posibilidad simétrica de ser mirados como «otros».
195
reconocer simétricamente a la persona negra como persona y como sujeto. La mirada
blanca configuraría al otro negro, objetivado sobre la narración blanca del proceso de
colonización y de la identidad e historia de los colonizados (Fanon, 1951/2001: 184-185):
«Tuve que confrontar la mirada del hombre blanco. Una pesada carga
desconocida cayó sobre mí. (...) En el mundo blanco, el hombre de color enfrenta
dificultades en la elaboración de su esquema corporal. El conocimiento del cuerpo es
meramente una actividad negada. Es un conocimiento en tercera persona. (...) Una lenta
construcción de mi propio yo como un cuerpo en la bruma de un mundo temporal y
espacial, tal parece ser el esquema. No se me impone; más bien, consiste en una
estructuración definitiva del yo y el mundo –definitiva porque de este modo se
establece una dialéctica definitiva entre mi cuerpo y el mundo. (...) Bajo el esquema
corporal, he creado uno histórico-racial. Los elementos que he usado me fueron provistos no
por “sensaciones residuales y percepciones de un orden primariamente táctil,
vestibular, kinestético y visual”, sino por el otro, el Blanco, que me ha entretejido a
partir de un millar de detalles, anécdotas e historias. (...) “Mira, ¡un Negro!”. (...)
“Mamá, mira el Negro, ¡tengo miedo!” (...) Ya no me parecía gracioso porque sabía de
las leyendas, los cuentos, la historia y, especialmente, la historicidad (...) Entonces el
esquema corpóreo colapsó, atacado por varios puntos, para ceder el paso a un esquema
racial epidérmico. (...) No era una cuestión de saber de mi cuerpo tan sólo en tercera
persona, sino como una persona triple. (...) Yo existía en triplicado: estaba ocupando
un espacio. Me movía hacia el otro... Y el otro evanescente, hostil pero no opaco,
transparente, ausente, desapareció. Nausea...
196
Capítulo 4. Cuerpos
Pero, tal como describe Fanon (1951/2001: 185), el esquema racial epidérmico116 no sólo
se impone a través de la mirada del otro-colonizador-blanco –el «sujeto» que construye y se
construye frente al otro-objetivado-negro– sino que lo posiciona como una «triple
persona»: como cuerpo individual, como cuerpo colectivo equiparable a cualquier persona
negra, y como cuerpo colectivo epítome de un pueblo, y por tanto responsable de una
historia condensada elaborada por el colonizador blanco –¿condensado en la historia?;
¿anclado en un pasado?; ¿perpetuamente incorporado en lo arcaico, en lo tradicional, lo
incivilizado? La individualidad como marca característica de los «sujetos-cuerpos-
ciudadanos» adecuadamente diferenciados queda cuestionada por esta implosión. El
«cuerpo negro» no circula tanto en cuanto individualidad, sino como marca de lo otro, –
«todos los negros son iguales», «todos los chinos son iguales»–, la mirada blanca niega el
reconocimiento del otro en cuanto sujeto: el cuerpo negro es el «cuerpo especie». Un
«cuerpo especie» indiferenciado que queda anclado en el pasado. El otro «racializado» es
alienado en el sentido más literal del término: es hecho otro, separado y excluido, reconocido
como un extraño, como distanciado, como alejado en el espacio –el otro racializado
inmigrante que «no pertenece» a este lugar– y como alejado en el tiempo –el otro arcaico,
atrasado, incivilizado, tradicional–. En este sentido apunta el siguiente comentario de dos
mujeres senegalesas en un grupo de discusión realizado a mujeres procedentes de países
con mayoría islámica –Marruecos, Senegal, Bangladesh–, en el que ironizaban sobre el tipo
de preguntas que, en ocasiones, les hacían personas españolas acerca de su país, que se
presentaba como anclado en un pasado lejano y ajeno a la «civilización occidental»
equiparada con elementos tecnológicos:
P5. ¿Sabes por qué? Por la imagen que enseñan en la tele. Cuando enseñan
África enseñan siempre el lado pobre, el lado malo, la selva, no enseñan la realidad,
nunca la enseñan. A mí me dicen: “¿Dónde vives, en un árbol?”, digo: “Sí. Enfrente
del árbol de la Embajada española en Senegal”. ¡Hombre, por favor! Sí, hay coches y
eso. Digo que hay una bicicleta y es para el presidente. ¡Una bicicleta para el
116El concepto de «esquema racial epidérmico» lo elabora Fanon sobre el concepto de Maurice Merleau-
Ponty de «esquema corpóreo» que desarrollo en el epígrafe «Haciendo cuerpos (II): «Esquema corporal»,
corporealización, encarnación» del capítulo 5 «Subjetividades».
197
presidente! (risas).» (GD1, Mujeres procedentes de países con mayoría islámica,
Marruecos, Senegal, Bangladesh, 28 Junio 2005: 42).
Aunque Gilroy (2001: 47) señala que el espacio «científico» de clasificación racial ha
abandonado la superficie de los cuerpos para adentrarse en su organización genética119, no
podemos dejar de considerar cómo los procesos de racialización y etnización continúan
asentándose en ejercicios de epidermialización y dermo-política, particularmente en una sociedad
como la occidental que privilegia la visión como método de acceso al conocimiento, y
donde existe una cierta fetichización del «color de la piel» como garante de la «verdad» del
«Pero sí que... yo cuando llegué aquí (...), bueno, hace siete años había pocos
negros en Madrid, era la época de cuando entrabas en el metro la gente te miraba, desde
el momento que entrabas hasta que salías, era la época en que te sentabas en el metro y
mucha gente no se quería sentar a tu lado...
P. ¿¡Sí?!
R. Eso ya no existe... Entre otras cosas te tienes que sentar, porque si no, con la
cantidad de negros que hay, vas a viajar de pie todo el rato. O si no te toca un negro te
toca un (¿?)... con lo cual haces de tripas corazón (risas). Mira, yo el otro día estuve en
el Vips, y había una mujer con su madre y con su hijo... Yo después de estar tres
minutos sabía que esa mujer no era de Madrid por la forma en que me miraba... Yo
hacía años que nadie me miraba así. No me miraba mal, pero me miraba como
diciendo: hostias, una negra que va... no sé, como suelta, viene, se sienta en una barra,
pide, se compra el periódico... estaba alucinando... Porque vienen de alguna ciudad de
provincia, donde los negros caminan medio de lado, donde no hablan español, solo se
juntan entre ellos, donde no entran en los bares, ni en los cines, ni.... Entonces,
cuando viene a Madrid, te ve suelto...» (M-E18, junio 2001: 14. Énfasis añadido).
La mirada blanca que se sorprende ante la presencia «negra» está delimitando las
pertenencias a la nación y situando a la persona «reconocida como otra» en su posición a
través de esa mirada. ¿Quién puede ejercer el privilegio de la mirada? ¿Quiénes quedan
posicionados como objetos y sujetos en esta relación? La sorpresa de la mujer blanca ante
el cuerpo de la mujer negra no viene sólo determinada por la presencia de un cuerpo «otro»
reconocido como «fuera de sitio», sino sobre todo por la «soltura» de ese cuerpo.
Posicionado como otro por aquella que mira, no se comporta como se esperaría de ese otro,
no responde a los imaginarios condensados que posicionan a las personas racializadas de
origen colonial como ancladas en la lejanía: una lejanía en el espacio –son cuerpos que
«corresponden» a otro lugar–; y en el tiempo –se les presupone atrasados y lastrados por
«tradiciones» arcaicas–. Sin embargo, este extracto constata al mismo tiempo un cambio: la
mujer blanca sorprendida ante la presencia del cuerpo negro también es a su vez
reconocida como «otra» por la mujer negra, que a su vez le devuelve la mirada120: «después
120En este sentido, he analizado con anterioridad la escena de la película Flores de Otro Mundo (Iciar Bollaín,
1999) en que Milady, la cubana, llega al pueblo en que se desarrolla la acción de la película. Mirada por los
ancianos del pueblo que la reconocen y posicionan como otra exótica en un ejercicio de fetichización erótica
199
de estar tres minutos sabía que esa mujer no era de Madrid por la forma en que me
miraba.». Por otro lado, el incremento de personas inmigrantes hace que la presencia de
cuerpos que no se pliegan al imaginario uniforme de la nación en cuanto blanco, pasen a
ser reconocidos de una cierta forma: ya no serán simplemente «extraños», serán
«inmigrantes», esto es, un cierto régimen especial de «extraños» a los que se les reconoce
una cierta «presencia». Pero, tal como sugiere la entrevistada, no es tanto que se produzca
una aceptación vinculada con un cambio de actitud generalizada, sino que «no queda más
remedio» -«haces de tripas corazón [porque si no] vas a viajar de pie todo el rato.»-.
Parecería, sin embargo, que el tránsito temporal habría transformado de tal forma el
escenario social en el estado español que podría dejar de tener sentido hablar de
(Bhaba, 1996: 78); ella a su vez, les devuelve la mirada a través de sus gafas de sol y les reconoce como ciertos
«otros»: ancianos rurales, probablemente sin educación y anclados en el pasado del lento discurrir del tiempo
en el campo (ver Romero Bachiller y García Dauder, 2003: 47 y García Selgas, Romero Bachiller y García
García, 2002: 39-44).
200
Capítulo 4. Cuerpos
121 En otro momento la sentencia afirma literalmente: «Lo discriminatorio hubiera sido la utilización de un criterio (en
este caso el racial) que careciese de toda relevancia en orden a la individualización de las personas para las que el
ordenamiento jurídico ha previsto la medida de intervención administrativa, en este caso los ciudadanos
extranjeros. Estos, como ha quedado expuesto, están obligados a exhibir los documentos justificativos de su
estancia legal en España, obligación de identificarse que, por lo demás, afecta a la generalidad de los
ciudadanos según resulta del art. 20.1 de la Ley Orgánica 1/1992, de 21 de febrero, sobre protección de la
seguridad ciudadana, en relación con su art. 9 y el art. 12 del Decreto núm. 196/1976, de 6 de febrero, por el
que se regula el Documento Nacional de Identidad, en la redacción dada por el Real Decreto 1245/1985, de
17 de julio.». Esta afirmación no hace sino incidir en la idea de que determinadas marcas o características
étnico-raciales resultan indiciarias de la no pertenencia a la «nación», de lo que se concluiría que existirían un
determinado tipo de características corporeizadas reconocidas como «ajenas» y otro conjunto de marcas
corporalizadas indiciarias de pertenencia.
122 En esta dirección apunta el voto particular que sobre esta sentencia fue emitido con fecha 2 de Febrero de
2001 por el magistrado Julio Diego González Campos en cuya argumentación afirma: «la introducción de un
criterio basado en la pertenencia de una persona a un grupo racial determinado resulta a mi entender
contrario al art. 14 CE, pues nos encontramos ante una discriminación expresamente prohibida por este
201
de ser por tanto «apuntalada» con extensiones protésicas –documentos- que «prueben» la
legitimidad de la pertenencia.
Con esta sentencia el tribunal rechazaba la demanda presentada por una mujer a la
que la policía pidió que se identificara tan sólo por ser negra. La mujer no tenía apariencia
alguna de estar realizando ningún tipo de actividad delictiva. Tan sólo acababa de
descender de su tren junto a su familia en la estación de Valladolid –que por ser blanca no
fue requerida identificación alguna–. Ante la lógica «dermo-política» de este dictamen que
vincula determinada pigmentación dérmica con un acceso o exclusión de la ciudadanía, un
color de piel reconocido como «oscuro» se convierte en significativo, en marca de
sospecha. Se transforma en una frontera corporeizada que marca los afueras y los adentros,
las exclusiones y pertenencias a la nación. Pero también se convierte en potencialmente
indiciario de una conducta delictiva: la sospecha que recae sobre los «otros» «quizá-no-
ciudadanos» es la de que, excluidos del contrato civil, y de los derechos de ciudadanía,
efectivamente atenten contra la legalidad que ampara al conjunto de los «ciudadanos».
Esta sospecha, como he apuntado, se pliega en gran medida a la piel y de ello son
muy conscientes las personas interpeladas en estos regímenes dermo-políticos. La siguiente
anécdota no puede resultar más significativa al respecto. Una mujer senegalesa con su bebé
toma un tren para el que tiene billete en clase preferente, y es inmediatamente cuestionada
e interpelada como «no adecuada», «no reconocible» en dicho espacio «exclusivo» –
¿exclusivo para blancos/as?, ¿para españoles/as?–. En la discusión que sigue, en la que la
mujer negra es marcada y configurada como ajena al vagón de «preferente», el «billete» se
torna en extensión protésica capaz de «mostrar» la adecuación de tal cuerpo a dicho espacio.
Una adecuación que se configura vía consumo y mostrando una determinada capacidad
económica –desligando la marca de clase de la marca de la ciudadanía y la «raza»/etnicidad
que se le supone–. Por otro lado, de nuevo se observa –al igual que en el caso anterior–
cómo la respuesta no es el silencio o la aceptación de la humillación pública, lo que vendría
a reforzar los papeles dados, sino una respuesta altamente politizada y que rechaza el
emplazamiento en que se la sitúa y por el que se la interpela como «mujer inmigrante»:
precepto, ya sea directa o sólo indirecta. Distinción de la que parece partir la Sentencia de la que discrepo para
admitir la segunda cuando del control de extranjeros se trata. Pues me resulta difícil aceptar, y esta es la razón
fundamental de mi discrepancia con la Sentencia, que "determinadas características físicas o étnicas pueden
ser tomadas en consideración" en los controles policiales de carácter general "como racionalmente indiciarias
del origen no nacional de la persona que las reúne", según se afirma en el FJ 7.»
202
Capítulo 4. Cuerpos
P5. Por tener la piel diferente, somos africanos todos, pero tenemos algo de diferencia.
P2. Es la piel.
P5. Pero ellos, la piel negra les da… ¿sabes? No tienen costumbre a lo mejor, o yo
qué sé… la ven, no sé como explicarlo, porque nada más verme sentada con mi hija,
se levantó de su sitio donde estaba, viene y me dice: “Oye, te has equivocado, ¿tú no
sabes que es preferente?”. La miro así… Pero eso es algo que no me gustaría contarlo
porque he armado un jaleo allí. Bueno, al final me dijo: “Enséñame tu billete”: “Será
que te importa a ti. No te voy a enseñar mi billete”. Se fue a llamar al revisor y viene el
tío tan tonto para pedirme el billete.
P5. Cogí la silla de la niña y me levanté: “Te voy a enseñar mi billete, cuando
empieces donde tienes que empezar hasta mi sitio, te enseñaré el billete y te voy a
decir una cosa: me has pedido mi billete porque soy negra, porque si fuese una española o
una latinoamericana o una chica marroquí, que no tiene la piel como yo, no me ibas a
pedir el billete. Pero por ser negra, pensáis que yo soy tonta porque todos los negros
no tienen esto y me he equivocado de sitio. No tengo derecho a coger preferente.
Pero te voy a decir una cosa: lo que estamos pasando aquí nosotros, negros, la culpa la
tenéis vosotros, hay que oírlo, duele mucho oírlo ¿eh? pero hay que oírlo porque
África fue el primer continente, cuna de la humanidad donde nació todo, vinieron los
blancos a llevarse toda la riqueza africana, ahora nos toca venir a por lo nuestro y nos
llevaremos lo nuestro, que les guste o no, tenemos que compartirlo porque es lo
nuestro. África está vacía, si nos hubieran dejado lo que teníamos nosotros; oro, toda
la riqueza que tenían los africanos, no necesitaríamos emigrar porque éramos muy
ricos, pero como se llevaron todo porque los africanos no tenían medios para
explotarlo, así que vinieron a llevarse todo”.
P5. No nos queda más remedio que venir. Así que cogí la hoja de
reclamaciones, he apuntado todo lo que me dio la gana, todo, ¿eh?, en mi derecho,
llorando ¿eh?; llorando, bueno como…» (GD1, Mujeres procedentes de países de
mayoría islámica, Marruecos, Senegal, Bangladesh, 28 de Junio 2005: 35-36).
203
4.4. CUERPOS EN MOVIMIENTO: «PASANDO POR»/TRAS-PASANDO LAS FRONTERAS DEL CUERPO
Pero si las fronteras se inscriben en la piel, ¿cómo pueden ser movilizadas? ¿Qué
posibilidades de contestación poseen esos regímenes desiguales de reconocimiento y
producción? Se han desarrollado múltiples análisis en torno a lo que se han denominado
«estrategias de passing» (Ahmed, 1998, 1999, 2000; Somerville, 2000; Smith, 1998; Butler,
1993). El principal interés del análisis de estas estrategias proviene del hecho de que los
ejercicios de passing, que podría ser traducido por «pasar por otro», cuestionan la estabilidad
de las fronteras asentadas entre ciertos «nosotros» y ciertos «otros» –nosotros como
no(s)otros–. Más aún, cuestionan la estabilidad de las «marcas corporales» y de las promesas
que garantizan una relación directa entre «la verdad» de un cuerpo y su reconocimiento
visual (Ahmed, 1998). La teorización del passing ha venido generalmente vinculada a las
prácticas de personas calificadas como «negras» que «pasaban por blancas»123. Se trataba de
prácticas en las que personas cuyo aspecto no se correspondía con su clasificación racial
como negras, vivían como blancas, cuestionando así los rígidos sistemas clasificatorios
establecidos, y tratando de «puentear» los regímenes de discriminación y segregación racial.
Así, los trabajos que abordan el passing enfatizan su potencial para cuestionar la seguridad
de cualquier identidad. Apuntan cómo, de hecho, cualquier ocupación identidaria se asienta
en un vacío, en un reiterado ejercicio que busca adaptarse a un ideal fantasmático al que se
ansía imitar, pero que esa imitación está siempre destinada al fracaso (Butler, 1990/1999):
«Las identidades son, por decirlo así, las posiciones que el sujeto está obligado a
adoptar a pesar de “saber” siempre (el lenguaje de la conciencia nos traiciona aquí) que
son representaciones, que la representación siempre está construida sobre una “falta”,
sobre una división, desde el lugar del Otro, y por tanto nunca puede ser adecuada –
idéntica– a los procesos de sujeto que se apoyan en ellas [are invested in them].» (Hall,
1996b: 6).
123 Esto puede entenderse especialmente en el contexto de los EE UU en que hasta hace relativamente poco
se consideraba que cualquier persona que poseyera una gota de sangre negra, era negra. Este rígido marco de
clasificación en un contexto de segregación y discriminación racial permitía preservar los privilegios
vinculándolos a una idea de pureza de sangre. Lo blanco se conformaba como un espacio a proteger,
potencialmente contaminable, por lo que uno de los aspectos que se tornaron más rígidos fue la preservación
de la sexualidad de las mujeres blancas. Para evitar el peligro de miscegenation –mestizaje– se alimentó el mito del
violador negro y las prácticas de linchamiento que funcionaban para amedrentar a una población negra que
empezaba a reclamar sus derechos (Davis, 1983: 177 y ss.; Lott, 1999: 27 y ss.). Pero si las mujeres blancas
eran presentadas como vulnerables, las mujeres negras se presentaban como «disponibles»: presentadas como
hipersexualizadas, su violación sistemática en el contexto de la esclavitud y más allá, no se consideraba
relevante.
204
Capítulo 4. Cuerpos
Así, destacan que toda ocupación identitaria resulta siempre incompleta, y hasta
cierto punto fraudulenta, de manera que, en cierto modo, se podría señalar que cualquier
forma de identificación incorporaría un cierto passing (Butler, 1993): nuestra identidad se
sustentaría sobre unas proyecciones idealizadas e inalcanzables que sin embargo nos
orientarían en nuestras prácticas124. En cualquier caso, la afirmación de Butler de que
cualquier identidad es de algún modo un tipo de passing, puede convertirse en una forma de
asimilar prácticas muy diversas que anulen las diferencias y no den cuenta de las mismas: el
passing acabaría convertido en un término paraguas sin capacidad explicatoria. De hecho,
una de las características más destacadas de las prácticas de passing sería que constituyen
prácticas de riesgo que ponen en evidencia las diferentes vulnerabilidades de los cuerpos, cuerpos
co-constituidos en relaciones diferenciales enormemente constreñidoras y, sin embargo,
parcialmente movilizables. Pero esta movilización implica un riesgo al situar los «cuerpos» en
espacios y posiciones que se «ocupan» sin la preceptiva legitimidad: así, las legitimidades
que autorizan ciertos «cuerpos» y desautorizan otros quedan cuestionadas y potencialmente
en suspenso. O mejor dicho, quedan agujereadas de tal forma que podrían ser puenteadas a
través de las prácticas de passing. Considerar la asunción del riesgo ligada a la vulnerabilidad
que sitúa a los «cuerpos» en primera línea en las prácticas de passing evidencia al tiempo la
robustez de los regímenes de reconocimiento y regulación de los «cuerpos» y cómo pueden
ser potencialmente desplazados. Los ordenamientos no pueden, en ocasiones, ser
enfrentados de forma directa, pero sí pueden, sin embargo, ser vadeados y potencialmente
descargados de su capacidad reguladora facilitando determinados reconocimientos y
evitando otros. Se potencia que los cuerpos sean introducidos en otros regímenes de
reconocimiento que desactiven temporalmente los ordenamientos vigentes. Pero como
«prácticas de riesgo» los «cuerpos» así movilizados pueden en cualquier momento ser
«llamados al orden», cuestionados e interpelados en su legitimidad, «ser descubiertos» y,
eventualmente, desalojados de los espacios «ocupados», reintegrados en sus «posiciones»,
en ocasiones de una forma violenta.
124 Esto se evidencia si consideramos las formas en las que nos hacemos «mujeres» o «varones» a través de
prácticas concretas, lo que posibilita que usemos expresiones del tipo «hoy voy a vestirme de chica»
implicando por ejemplo que me voy a poner un vestido o una falda, que es algo supuestamente característico
de las mujeres pero que no hago habitualmente. En este sentido acude Judith Butler a Aretha Franklin cuando
cantaba «You make me feel like a natural woman» –«Me haces sentir como una mujer de verdad»– lo que
implicaría que no existiría la identificación de una forma directa o que esta puede ser fallida (1990/1999: 34).
205
Para explicar los mecanismos del passing, Sara Ahmed (1998) emplea una anécdota
autobiográfica como punto de partida de su análisis sobre el carácter distorsionador del
bronceado en la lectura del cuerpo: un cuerpo bronceado bien puede ser un cuerpo blanco
que se ha expuesto a la luz solar, respondiendo a los cánones occidentales de belleza,
cuidado del cuerpo y ocio, o un «otro racializado» que se interpreta como una amenaza,
como un intruso:
«Esto me ocurrió cuando tenía 14 años, caminando por las calles de Adelaida.
Fui parada y abordada por dos policías en un coche. Me llamaron, me preguntaron
qué estaba haciendo (les dije que andando). El policía más cercano me preguntó si era
aborigen. Yo repliqué, indignada “no”. El otro policía interrumpió, me hizo un guiño,
y dijo “es sólo bronceado solar, ¿verdad?”. Sonreí pero no dije sí o no.» (Ahmed,
1998: 38).
Sin embargo, como apunta Sara Ahmed (2000), las diferencias entre unas y otras
formas de passing son importantes, puesto que se producen en relaciones de poder
enormemente desiguales que es necesario considerar, en particular porque tienen
consecuencias tanto para el éxito como para el fracaso de los ejercicios de passing. Así, por
ejemplo, de cara a contestar la vigilancia y los regímenes de frontera, así como las
limitaciones de entrada en el estado español como inmigrante, una mujer ecuatoriana puede
intentar pasar por turista para tras-pasar la frontera, que en este caso se materializa en la
aduana del Aeropuerto de Barajas. Si bien esta forma de passing constituye un método
bastante habitual de resistir los controles y patrullajes de frontera, entraña también una alto
riesgo de fracaso. Los agentes de aduana tienen la competencia de denegar la entrada a
cualquier persona que consideren «sospechosa», incluso si ésta posee todos los
206
Capítulo 4. Cuerpos
requerimientos jurídicos de entrada al estado125: visado de turista, un lugar para residir, una
cantidad diaria de dinero para el periodo de estancia, etc. (Real Decreto 864/2001 de 20 de
Julio, B.O.E. 21/07/2001, Artículos 4, 5 y 24, puntos 1-3). Como cuenta una mujer
ecuatoriana que llevaba tres años en España cuando fue entrevistada en junio de 2001 (M-
HV2, a partir de ahora):
R. Eso, que pareciera un turista. Entonces ya llegué... y fui a lo que son los
controles ya para pasar acá. Y me dicen: “a dónde va usted”. Y yo le digo “me voy a
Madrid”. ¿Y qué vas a hacer? Y yo digo: me voy a pasear... (risas)... Porque me decían: no
digas que vas a buscar un trabajo, porque si no te hacen volver enseguida a Ecuador.
No estarás diciendo así nada. Vos dices... Yo tengo mi hijo en Estados Unidos y me
voy a un paseo y nada más. Entonces dice ahora: ¿cuánto de dinero tienes? Saqué,
como tenía bastante dinero que me prestaron para pasar... Y me dice: “ha, pasa
nomás”...» (M-HV2: 7. Énfasis añadido).
En este caso, pasar por turista permite, de hecho, pasar/traspasar la frontera. Al ocultar
ciertas «marcas» del cuerpo y proyectar otras se introducen determinadas posibilidades de
movilización que evitan la vigilancia y el control que recurrentemente interpelan a
determinados cuerpos marcándolos como frontera, como «otros» extraños a través de una
lógica dermo-política que fetichiza diferencialmente cuerpos y pieles. Una situación
parecida se presentó cuando en enero de 2001 algunas mujeres magrebíes se preguntaban si
no sería mejor quitarse el pañuelo islámico para no resultar tan fácilmente reconocibles
como inmigrantes –y posiblemente «sin papeles»– frente a las fuerzas del orden126. Esta
estrategia se propuso como una respuesta a la implementación de la LO 8/2000, más
125 Hasta el año 2003 las personas procedentes de Ecuador no necesitaban visado para entrar como turistas en
el estado español. Sin embargo el número de devoluciones de personas procedentes de Ecuador en la frontera
era bastante elevado. Los agentes de aduana además desarrollan todo tipo de estrategias, desde preguntarles
«¿es una cámara reflex?» o «¿me hacen una foto?», y «descubrir» así a los «falsos turistas» en su inhabilidad en el
manejo de los objetos que los conforman como turistas, por ejemplo, una cámara fotográfica que se
incorpora como «elemento de atrezzo». De nuevo es a través de la articulación exitosa con determinados
objetos que el passing se volvía posible. (ver Tomás Bárbulo, «La exigencia de visado frena en seco la llegada
de ecuatorianos», El País, España, 21-07-2004).
126 Esta estrategia de passing se propuso por parte de mujeres magrebíes a las responsables de un centro de día
de atención a mujeres magrebíes (BAYTII), (registrado en las notas tomadas durante la entrevista realizada en
Enero de 2001, y que no fue grabada a petición de las entrevistadas).
207
restrictiva que la LO 4/2000, y que amenazaba con «tolerancia cero» ante las personas «sin
papeles». Paradójicamente, despojándose de sus pañuelos y pasando probablemente a estar
sobre-expuestas a la mirada masculina occidental para su contexto cultural, y a cumplir con
los requisitos de «integración» occidentales, quedaban cubiertas para la mirada de vigilancia y
control policial que ya no las podía «reconocer» inmediatamente como «otras» extrañas
(Ahmed, 2000: 55), como mujeres marcadas étnico/racialmente y probablemente «sin
papeles».
208
Capítulo 4. Cuerpos
P: ¿Todo el rato?
R: Sí.
P: O sea, que prácticamente tienes que entrar en el metro con los papeles…
R: Que vivo en Lavapiés, siempre hay policía que piden los papeles.
P: ¿En Lavapiés?
R: No. Como yo estoy con el pañuelo, entonces yo soy musulmana, soy árabe,
por eso.
P: Por supuesto. Cuando por ejemplo, tú te decidiste a ponerte el pañuelo, ¿qué edad
tendrías?, tienes ahora diecinueve me has dicho.
R: Dieciocho.
R: Sí.
P: Te lo pusiste porque decidiste que era adecuado, ¿por qué te decides a ponerte el pañuelo?
Porque no todo el mundo se lo pone ¿no?
209
R: Sí, porque en nuestra religión es obligación para poner el pañuelo, es
obligación. Tú no puedes decir sí o no para elegir esa decisión. Es obligación hacerlo.
Pues hay muchas chicas que no les gusta, que nos les gusta así. Viven aquí y dicen que
aquí la libertad, pues yo no creo así, yo no soy así y hacen cosas... Yo soy musulmana,
pues soy musulmana; si yo soy cristiana, pues soy cristiana, no puedo hacer así los dos
juntos. No. Por eso, pues eso, si soy musulmana, yo con el pañuelo, yo leo la Coran,
tu sabes, es la... Pues haces todos los derechos de mi religión, no te falta de nada, por
eso el pañuelo también, son obligaciones para hacer…
P: Por ejemplo, hay mujeres musulmanas que no llevan pañuelo, ¿son peores musulmanas por
no llevarlo?
R: Sí, es obligación.
R: Es obligación, pero aquí, aquí es otra cosa. Si quieres vivir aquí en España es
otra cosa. En Marruecos es obligación para hacer el pañuelo, pero hay chicas también
en Marruecos que no hacen pañuelo, cada uno con su vida… Pero aquí es mejor no tener
pañuelo, si quieres vivir bien, si quieres estudiar, si quieres trabajar, si quieres hacer muchas cosas, tú
puedes vivir más tranquila sin pañuelo. Si tienes la religión, tienes el corazón o en el alma o en la
cabeza... pero con el pañuelo...
R: Y entonces tú eres perfectamente consciente de que para ti sería probablemente más cómodo
no llevar el pañuelo.
R: Sí, estoy acostumbrada al pañuelo ya, llevo cuatro años con pañuelo, no
puedo quitar…
P: ¿Pero por otro lado si crees que probablemente…? Y de hecho lo has comentado ¿no?, pues
habría que amigas tuyas, etc., que a lo mejor han decidido no llevar el pañuelo precisamente por todo
lo que decías ¿no?, que te pilla la policía, que te mira la gente.
R: Sí, sí, pues yo creo que si estoy sin pañuelo, pues yo estoy casi... soy rubia así,
pues tengo el pelo de otro color, no parece marroquí, parece de Rumania o de
América Latina, no parece marroquí.
P: No, yo no estoy diciendo… pero estoy digamos, haciendo ciencia ficción ¿no?, Tú crees que
si en el caso supuesto que decidieras o que te apeteciera o lo que sea en un momento determinado, por
probar, que te lo quitaras, ¿tú crees que tendrías menos problemas o no?
210
Capítulo 4. Cuerpos
P: Pero por otro lado lo que sí que decías es que tú estabas muy segura también cuando… o
sea, que supongo que también es un disgusto cada vez que te llega la policía y te pide los papeles ¿no?
R: Sí. Claro.
P: O sea, a mí no me gustaría que la policía me pidiese… como que al mismo tiempo pues
eso ¿no? Que tienes tus papeles y tal y que se los enseñas y ya está ¿no? De alguna forma, como que
de alguna forma que estás segura de lo que quieres y de lo que quieres hacer ¿no? Más o menos…
R: Claro. Claro. Bueno sí, tengo problemas ahora con pañuelo, pero gracias a
Dios que yo estoy musulmana pues que tengo problemas, pero poco a poco vamos
arreglar esto ¿sabes? Poco a poco. Tengo antes más problemas pero ahora ya gracias a
Dios que tengo menos.» (HV3, 10 Noviembre 2005: 9-12)127.
127 Curiosamente, una vez se apagó la grabadora y se dio por terminada la entrevista, la entrevistada me dijo
«¿sabes que estoy pensando quitarme el pañuelo?». Esto me hizo sentirme un poco apurada pensando si en la
entrevista habría dado la impresión de querer presionarla para que se quitara el pañuelo. Por ello le comenté
que no tenía por qué hacerlo, que cada persona puede ir como quiera y que nadie debe cuestionarles por ello.
A lo que me contestó que lo ha hablado con su madre y que su madre le había dicho que la religión se lleva
en el corazón y que si ella creía que era mejor para sus estudios o para trabajar, el quitarse el pañuelo porque
se fuera a sentir más cómoda, que lo hiciera, que siempre se lo podría volver a poner más adelante. Además,
para reforzar lo dicho anteriormente de que no parecería marroquí ni musulmana sin el pañuelo, me enseñó
su pelo, para mostrarme que era claro. Pero al mismo tiempo, continuaba expresando su temor a quitarse el
pañuelo, afirmando que se había acostumbrado a llevarlo y sin él se sentiría como desnuda. (Cuaderno de
campo 2005, 10 Noviembre, 2005).
128 En un principio las mujeres que participan en el movimiento de liberación argelino vestían a la europea,
sin pañuelo, para ganar acceso y confianza frente a la vigilancia francesa. Cuando los franceses empezaron a
desconfiar de las mujeres sin pañuelo, volvieron a cubrirse y aprovechaban las túnicas para transportar armas.
211
como la esencia atemporal de Argelia, en una construcción temporal por la cual los
franceses se posicionaban en la modernidad, mientras que las mujeres argelinas veladas
aparecían como perpetuamente ancladas en el pasado. Así, «Argelia, las mujeres argelinas y
el velo están en primer lugar metonímicamente unidas; en segundo lugar se convierten en
metáforas para cada una de las otras. Estratégicamente entonces, para que Argelia sea
llevada a la identidad ilustrada de Occidente, era la mujer la que tenía que ser persuadida
previamente.» (Mohanram, 1999: 63). Las mujeres «veladas» se presentan como dominadas
y carentes de subjetividad, que han de ser «desveladas» para que alcancen el estatus de
sujetos independientes. Pero en esta transacción se produce una «competición» por las
mujeres: las mujeres «veladas», quedan ocultas y fuera del alcance de los colonizadores
franceses que al tiempo las posicionan como objeto de deseo exótico; las mujeres
«desveladas» son cuestionadas por los varones argelinos que consideran que se exhiben y
prostituyen ofreciéndose a la mirada blanca; en ambos discursos las «mujeres argelinas» se
presentan como objetos silentes. En este contexto, «los hombres blancos» se posicionarían
como «salvando a las mujeres oscuras de los varones oscuros» como apuntaría Gayatri
Chacravorty Spivak (1988: 297), al analizar las prácticas imperialistas británicas en La India,
en particular en torno a la prohibición del sati –sacrificio ritual de las mujeres indias en las
piras de sus maridos muertos–. El imperialismo construye así a «la mujer como un objeto a
proteger de su propia gente» de tal forma que la estrategia patriarcal occidental queda
disimulada al otorgar aparentemente a las mujeres «colonizadas» la «libre elección como
sujeto» (Spivak, 1988: 299). Las mujeres quedan así situadas entre dos sistemas patriarcales
que competirían por la regulación y encauzamiento de su sexualidad de formas alternativas,
y donde las mujeres quedarían, de nuevo, silenciadas, en ocasiones, y paradójicamente,
acudiendo a discursos pseudo-feministas que sirven para apuntalar estrategias etnocéntricas
(Mohanram, 1999: 63). Sin embargo, tanto el ejemplo de las mujeres magrebíes en el centro
de día BAYTTI, como en el caso de la muchacha marroquí entrevistada, nos encontramos
con que lejos de aceptar de una forma acrítica, pasiva o no reflexiva las diferentes
interpelaciones recibidas desde frentes distintos, van negociando cotidianamente su
identidad y su corporalidad. El pañuelo se convierte en un elemento constitutivo que es
movilizado y negociado en las situaciones concretas, que se pone y se quita, como
estrategia para evitar llamar la atención, o para favorecer una imagen de respetabilidad que
facilite sus movimientos, según el caso. La decisión de llevar el pañuelo se convierte en una
práctica de riesgo que visibiliza espectacularmente el cuerpo de las mujeres musulmanas
como «otro», que las expone a una sobrevigilancia y control, ante la que se pueden o no
212
Capítulo 4. Cuerpos
hacer fuertes dependiendo de los elementos que puedan movilizar en cada caso: aquí, por
ejemplo, tener o no papeles –la joven entrevistada no tiene miedo, porque tiene sus
papeles; las mujeres sin papeles de BAYTTI, optan por quitarse el pañuelo para evitar la
vigilancia policial–.
Lo interesante de todos estos ejemplos es, además, cómo los ejercicios de passing
requieren de la movilización de múltiples dispositivos que permiten ciertos
reconocimientos y evitan otros. La presencia de dinero y el ir «bien rizado el pelo, bien
arreglada», en el caso de la mujer ecuatoriana para pasar por turista. El quitarse o no el
pañuelo en el caso de las mujeres magrebíes. La movilización de determinados objetos y
mecanismos que funcionan como mediaciones técnicas, como dispositivos de mediación,
permite nuevas reconfiguraciones en las que los cuerpos-sujetos actualizados son leídos de
forma distinta.
Para apoyar este argumento usaré varios ejemplos tomados de la historia de vida
realizada a M-HV7 –mujer negra española, previamente citada–. En una situación en la que
se privilegia lo visual, y se reactualiza continuamente la ecuación que iguala «ser-española»
con «ser-blanca», el cuerpo de la mujer negra es reconocido como extranjero, como un
extraño. La siguiente anécdota no puede ser más significativa al respecto:
«Sí, sí, pues una noche en la Karakola [casa ocupada de mujeres en el barrio de
Lavapiés] bajaron... pues estábamos... yo creo que debía ser un domingo o algo así... y
en verano estábamos con las puertas ahí abiertas y tal... y entonces pues nada, bajaron
tres vecinas a decir que bueno que bajásemos la música, que tal y no-sé-cuantos y yo
justo en ese momento estaba discutiendo, en la otra puerta, con un tío que estaba
intentando entrar... y total que “tío que no puedes entrar que tal, que no-sé-cuantos”.
Y bueno, cuando consigo que el tío entienda que no puede entrar porque es una casa
sólo para mujeres y tal me doy la vuelta y veo a las tres señoras estas que estaban pues
eso diciendo que bajásemos la música que tal y que no-sé-cuantos... y hablando con
ellas... bueno sí hablando con ellas, estaban pues X italiana, con el acento italiano que
tiene y Z que era otra compa de la, bueno que las dos eran compas de la Karakola,
pero Z que era suiza, y bueno, que tampoco tenía un acento muy de aquí, por decirlo
de alguna forma... y estaban las dos ahí intentando hablar con las tres señoras estas
vecinas de allí de la Karakola... y entonces yo me doy la vuelta y les digo “bueno, tal,
qué pasa, aquí, qué hay que bajar la música, pues bueno que se baja...” pero ¿sabes?
Además así como de super-buen rollo hablando con una de ellas... y de repente pues
otra de las señoras, que estaba allí como muy vehemente ella, le digo, “pero bueno,
señora, –que le iba a decir, como– tranquilícese, que sí que vamos a bajar la música y
tal” y me dice “pero tú, tú cállate que tú no eres de aquí” (risas). Sabes, y fue como vaya...
pues bueno... este tipo de interpelaciones, pues claro, con el consiguiente cachondeo
por parte de todas las Karakolas que era como, no nos lo podemos creer. A la señora
que estaba hablando con X y con Z, a cada una de ellas con mayor acento y llego yo a
213
decirle “bueno, señora” que tal, así con esta voz “bueno qué pasa” y me dice que me
calle que yo no soy de aquí... entonces era como bueno sí, en fin, ¡oh!, qué es esto... El
sentido de pertenencia y cómo debe de ser la gente de según qué sitios...» (M-HV7, 4 junio 2001:
16. Énfasis añadido).
Pero, ¿qué ocurre cuando se oculta lo visual? Otra anécdota narrada por la misma
entrevistada M-HV7. Durante cierto tiempo estuvo trabajando como teleoperadora. En
esas interacciones, en que la mirada, lo visual, quedaba excluido a través de la mediación
técnica del teléfono, la entrevistada era sistemáticamente reconocida como española y por
214
Capítulo 4. Cuerpos
tanto parte de ese «nosotras» frente al «otro» inmigrante racializado. Su acento, despreciado
previamente como una característica relevante, se convertía ahora en el máximo elemento
para clasificarla. Un acento que proyectaba su cuerpo para la gente con la que hablaba por
teléfono como un cuerpo-blanco. Esto daba lugar a algunas situaciones curiosas. Su trabajo
básicamente consistía en enviar a personas para reparar distintas cosas según requerían sus
clientes, y en comprobar después si los resultados habían sido satisfactorios. En ocasiones
algunas personas se quejaron –por teléfono– que la persona que había sido enviada para
hacer la reparación no era española o no era blanca. No sólo ignoraban que ella era de
hecho una mujer negra, sino que como su acento era inmediatamente reconocido como un
acento español, su cuerpo se proyectaba como blanco. Una vez más se reproduce la
ecuación «pertenencia a la nación, a la ciudadanía» = «cuerpo-blanco». Por otro lado,
durante la entrevista con esta mujer, ella opuso el sistemático cuestionamiento de su
ciudadanía española con su reconocimiento como «nacional» (cubana) cuando estuvo en
Cuba de vacaciones:
«Sí, sobre todo, bueno, con el tema de la raza por supuesto... Pero bueno es muy
curioso, ahora mismo me estoy acordando, cuando estuve en Cuba de vacaciones...
pues yo estaba de vacaciones allí y estaba pues con el chico con el que estaba por
aquellos entonces, pues nada alquilamos un coche e íbamos a una playa... no-sé-qué
historia, una playa que en teoría, –es muy fuerte por otro lado– sólo era para turistas...
entonces, pasamos con el coche... entonces pasamos por una especie de controlillo o
algo así pero que ni te paraban ni nada... y bueno pues pasamos y cuando llegábamos...
habíamos pasado, justo acabábamos de pasar, pues yo qué sé, cien metros más allá, o
así, vemos que nos estaban echando el alto... paramos tal... se acercan un par de tipos
y tal y nos dicen que esta playa sólo es para turistas (risas). Entonces claro yo
automáticamente le miré, cogí la mochila, saqué el pasaporte y entonces
automáticamente: “Lo sentimos” ¡Cómo si me hubiesen hecho una gran ofensa...!
Sabes, a mí lo que me pareció indignante es que sólo fuese para turistas, pero es muy
curioso... un sitio donde he encontrado que puedo “pasar por”, pero sí me tuve que ir a Cuba para
pasar por autóctona... (risas) en fin, sí muy fuerte, en según qué términos...» (M-HV7,
junio 2001: 16. Énfasis añadido).
En contraste con la mujer ecuatoriana que tenía que pasar por turista para
pasar/transpasar la frontera y poder ser una «mujer inmigrante» una vez dentro del estado,
aquí nuestra informante es incapaz de pasar por turista: pasa por «autóctona». Pero, ¿qué
significaba su passing como autóctona? ¿Cómo era situada y reconocida por ese passing? En
primer lugar, se la denegaban ciertos privilegios: la playa era solo para turistas. Pero
también, y tomando en consideración que Cuba es un importante centro de turismo sexual,
¿cómo era interpretado su cuerpo de mujer negra en compañía de un varón blanco y
dirigiéndose a una playa reservada exclusivamente para turistas? Quizá fue interpretada
215
como una mujer cubana mulata involucrada en algún tipo de transacción económica
heterosexual con un turista europeo. En cualquier caso, como vemos la fetichización de
cierta pigmentación dérmica implica además una jerarquización racializada/racista que
emplaza lo blanco en posiciones de privilegio frente a ciertos «otros» «coloreados» u
«oscuros» –lo blanco permanece como carente de color–. En cualquier caso, es de nuevo
mediante el empleo de ciertos dispositivos de mediación que le fue restablecido su estatus
como turista: en este caso el pasaporte se transforma en «aliado» que sustenta una
identidad/identificación de un sujeto-cuerpo, que no queda exclusivamente plegado a lo
contenido por la membrana epidérmica.
Como ella misma señala, probablemente estas dificultades para ser reconocida como
otra –o mejor dicho este éxito en ser reconocida como «perteneciente»– tienen que ver con
que no encaja en los estereotipos esperados: como apuntará en otro momento de la
entrevista, su prodecedencia más que convertirse en un problema se convierte en un cierto
«aire» que se vuelve interesante. Evidentemente ella reconoce que esto no deja de tener
ciertas vinculaciones con una imagen de exotismo, pero al tiempo es un exotismo que se
interpreta como asimilable y no amenazador, un elemento que se constituye más en una
particularidad original, y que finalmente no despierta mucho más interés. De hecho ella
216
Capítulo 4. Cuerpos
misma planteaba cómo, curiosamente, una vez expresado su origen, nadie incidía más allá,
preguntando por la situación de su país de procedencia, etc. (M-HV9, febrero 2005: 25).
Probablemente, esa supuesta «falta de interés» podría interpretarse como una
aceptación/asimilación que se construye sobre la ignorancia de lo «otro». Encerrado en el
silencio no sería necesario su reconocimiento, y no demandaría respuestas que requiriesen
de una transformación por parte de los «nosotros»: no es tanto una diferencia, cuando un
«aire»:
«Entonces, ahí lo que veo es que ahí ser turca, dentro de lo que cabe, dentro de
los pues eso, los movimientos sociales tal o los pequeños círculos gay-lésbicos y tal ahí
como que tienen una valoración positiva en la medida en que no encajo en las
expectativas de la gente en el sentido de que no soy la típica turca, o no soy la turca que ellos
creen que es típica, ¿no? Entonces además viniendo de un país Islámico y un poco
exótico y oriental, como que eso de ser turca, pues me da un aire así... pues un aire...
así de de... no quiero decir ser guay, pero como una cosa que es, como se sabe poco
de ello, no es como ser francesa, pero sí... (...) Así como mucho puede ser un poco
interesante... interesante desde la perspectiva de los otros que me clasifican como
tal...» (M-HV9, febrero 2005: 25).
129 En este caso, el no acabar de encajar con los estereotipos, posiblemente tiene que ver precisamente con
moverse por espacios no esperados. En la tendencia a configurar las identidades como exclusivas y
excluyentes se tiende a considerar que las personas “inmigrantes” no pueden ocupar ciertos espacios, por
ejemplo, no se pensaría que podrían ser gays o lesbianas o transexuales: los gays, lesbianas y transexuales se
tienden a presentar como «cuerpo-ciudadanos-blancos», y las personas identificadas como «inmigrantes» se las
tiende a posicionar no sólo como heterosexuales, sino como vinculadas a modelos patriarcales y machistas,
tradicionales y homófobos. En general son muy escasos los intentos de considerar la situación de las personas
«inmigrantes» que son gays, lesbianas o transexuales en el estado español (ver, Pichardo Galán, 2003;
Gutiérrez, 2005; Romero Bachiller, 2005a; Bargueiras Martínez, García Dauder, Romero Bachiller, 2005).
Además, en ocasiones lo que puede suceder es que el elemento de la sexualidad se configure en determinados
contextos –por ejemplo, en un bar de Chueca– como la marca más relevante sobre la que establecer la
identificación, mientras que aspectos como la procedencia nacional pueden resultar secundarios. Pero
también puede ocurrir al revés, que la pertenencia a un determinado colectivo nacional cancele la posibilidad
de un reconocimiento como «gay» o «lesbiana». En este sentido se puede interpretar lo ocurrido en un bar de
Lavapiés al que fueron un grupo de chicas con unos chicos marroquíes que conocían de colectivos
inmigrantes (Diciembre 2004). Al entrar en el bar el camarero se negó a servir a los chicos marroquíes
alegando que «causaban problemas». En las listas de correo de la «Red de Lavapiés» y la «Karakola» alojadas
en el servidor «sindominio.net» se generó todo un debate para movilizar una campaña de boicot contra el
racismo de dicho bar (Diciembre 2004-Enero 2005). Finalmente se decidió hacer una intervención más
dialogante y se volvió a ir al bar con los chicos marroquíes por si esa vez volvían a negarse a servirles y para
preguntar el porqué. Al hablar con el dueño del bar éste alegó que se trataba de un bar de «ambiente» y que lo
primero era proteger a «gays y lesbianas». Aún en el caso de que la decisión del dueño del bar hubiera estado
sustentada en alguna experiencia concreta de homofobía por parte de alguna persona del colectivo marroquí,
217
identidades se tienden a proyectar como exclusivas y excluyentes, los elementos que de
alguna manera podrían perturbar ciertas identificaciones no es tanto que queden en
suspenso, cuanto que quedan descargados en gran medida del potencial diferenciador.
Podríamos suponer, sin embargo, cómo en otros contextos probablemente el principal
elemento diferenciador vendría dado por esa procedencia nacional, como veremos más
adelante en relación con el estatus socio-jurídico de persona extranjera no comunitaria en el
estado español.
Pero al mismo tiempo, esta «invisibilidad», esta falta de reconocimiento como «mujer
inmigrante», se sustentaría en la proyección de una imagen racializada de los «otros
inmigrantes»: los cuerpos «blancos» aparecerían como no racializados ni etnizados. Así, el
cuerpo blanco, sus prácticas y sus hábitos no podrían ser reconocidas sobre la base de esa
lógica «dermo-política» que identifica las pertenencias a la nación y la ciudadanía como
homogéneas. Por el contrario, el cuerpo de la entrevistada se plegaría en gran medida a las
resonancias corporeizadas de la nación. De igual forma que los inmigrantes italianos en el
contexto británico que describe Anne-Marie Fortier (1999: 58; 2000) su presencia es
«invisibilizada», puesto que no se pliega de forma evidente a los reconocimientos «dermo-
políticos» imperantes, cuestionando, así, el «fetichismo corpóreo» y cortocircuitando su
promesa de reconocimiento visual inmediato: quiénes son «otros» dejaría de ser algo auto-
evidente. La promesa de distancia y separación quedaría quebrada.
homogeneizar a todo el colectivo con el epíteto de «homófobo» resulta una generalización basada en
prejuicios etnocéntricos que, entre otras cosas, niega la legitimidad a gays y lesbianas de procedencia
marroquí: «la utilización del racismo como defensa frente a la lesbo/homofobia, lo que no es sino una forma
de homofobia racista que anula y denigra a gais y lesbianas reconocidas como pertenecientes a “otras razas”.»
(Bargueiras Martínez, García Dauder y Romero Bachiller, 2005: 25).
218
Capítulo 4. Cuerpos
219
5. Subjetividades
A pesar de haber defendido una concepción de los cuerpos como ensamblajes que
transitan más allá y más acá de los límites del pliegue epidérmico, en el capítulo anterior he
atendido principalmente a los cuerpos y su reconocimiento externo, la producción de
reconocimientos de ciertos cuerpos y su interpelación en determinados espacios. En este
capítulo me voy a centrar más concretamente en los movimientos dentro y fuera del
cuerpo, en la producción de identidades y subjetividades, y su movilización en encuentros
concretos que actualizan determinados momentos-posiciones de sujeto que ocupan de
formas diferentes la figuración habitable «mujer inmigrante» en el contexto del barrio de
Embajadores (Madrid).
130Por las limitaciones evidentes de este trabajo no me voy a detener en aspectos especialmente relevantes
como son la formación de deseos, ni adentrarme de forma muy exhaustiva en cuestiones de interioridad. Éste
es un trabajo de gran interés teórico, que mi intención es trabajar más adelante, y en el que autoras como
220
Capítulo 5. Subjetividades
pretendan vincular determinados pasados personales con situaciones actuales, sino a tratar
de reconstruir el entramado socio-técnico concreto en el que tales posiciones subjetivas y
sociales emergen y en las que se vuelven significativas.
Teresa de Lauretis (1994a, 1994b), Elizabeth Grosz (1994a, 1994b), Judith Butler (1993, 1997b), Diana Fuss
(1995) y Rosi Braidotti (2002), han realizado aportaciones que considero enormemente sugerentes.
221
efectivamente, esa voluntad, esos deseos, emociones e individualidad –incluyendo la
internalización y producción de imágenes psíquicas inconscientes y su activación en la
generación de deseos, imágenes, expectativas, etc.–. En este sentido, Nikolas Rose (1998)
analiza el papel de lo que, siguiendo a Foucault (1991), denomina dispositivos y tecnologías
«psi» en la producción de dicho espacio de interioridad en los sujetos:
«Si los seres humanos han llegado a situarse a sí mismos como sujetos, con una
voluntad de ser, una predisposición hacia ser, esto no surge, como algunos sugieren,
de algún deseo ontológico sino más bien como resultado de una historia concreta y
sus invenciones. (...) Sugiero que todos los efectos de la interioridad psicológica, junto
con un amplio conjunto de otras capacidades y relaciones, son constituidos mediante
la conexión de los humanos en otros objetos y prácticas, multiplicidades y fuerzas. (...)
Los conocimientos y autoridades “Psi” han dado lugar a técnicas para dar forma y
reformular “yoes” conjuntamente ensamblados con los aparatos de ejércitos,
prisiones, aulas, dormitorios, clínicas y muchos otros.» (Rose, 1998: 172 y 173).
222
Capítulo 5. Subjetividades
Así pues, como señala Latour (1999: 18), un momento-posición de sujeto con todas
las características que se le presuponen de agencia, voluntad, deseo, individualidad no es
sino el resultado precario de una heterogeneidad de interacciones, definiciones y
ordenamientos complejos estabilizados de forma contingente. Como afirma Nikolas Rose:
131 Más aún sobre esa corporalidad que supuestamente delimita unidades humanas –ver el análisis
desarrollado en el apartado «Cuerpo-sujeto, cuerpo-humano, cuerpo-ciudadano» del capítulo 4 «Cuerpos» a
este respecto– se establece el mito de autonomía e independencia que define determinados cuerpos como
«capacitados» frente a otros «con discapacidad». Pero ese mito de independencia y autonomía no es sólo
puesto en cuestión por cuerpos «impropios» que necesitan de su articulación con otros elementos –una silla
de ruedas, un perro-guía o un bastón, etc. (Moser y Law, 2001)–, sino que también lo evidencian los
constantes requerimientos de mediaciones técnicas en cuerpos reconocidos como «propios/apropiados» –
ordenadores, frigoríficos, duchas, bombillas, gafas, abrigos, protector solar, etc.–.
223
fabricada, no menos antinatural y por lo tanto no menos real, efectiva, confusa,
técnica, dependiente-de-máquinas que la problemática agencia de los robots, los
replicantes y las simbiosis monstruosas que Donna Haraway emplea para pensar sobre
nuestra existencia: cyborgs, híbridos, mosaicos, quimeras.» (1998: 189).
132 De hecho, quizá una de las preguntas más complejas con las que nos podemos enfrentar en la teorización
social es la de cómo dar cuenta de eso que damos en llamar subjetividad. Máxime en un momento en que se
cuestionan las preeminencias de almas o esencias previas, cuando se descarta la escisión entre mente y cuerpo
y cuando el propio cuerpo se configura como producto precario e incompleto. En este sentido, la teorización
de Elizabeth Grosz del concepto de corporealización (1994a), a partir sobre todo de su lectura de Merleu-Ponty
(1945/2000), y también la teorización de Fernando J. García Selgas (1994; 1995) sobre el concepto de
encarnación, se vuelven sugerentes espacios que nos permiten desplazarnos desde el análisis del capítulo
anterior en el que la corporealidad constituía un momento de cierre contingente que configuraba espacios de
pertenencia y exclusión, pero sobre todo marcando superficies de sutura, hacia la configuración de los
procesos que materializan continuamente los tránsitos entre exterioridad e interioridad, entre colectividad e
individualidad, dando lugar a eso que damos en llamar «subjetividades». Este es un trabajo que aquí queda,
finalmente, sólo apuntado, puesto que desborda el ámbito de esta tesis, pero que espero poder desarrollar
más adelante.
224
Capítulo 5. Subjetividades
133 A este respecto me comentó una amiga que es negra y lesbiana cuando en una conferencia feminista una
ponente afirmó «estar cansada de hablar de identidades», que ella no podía permitirse el lujo de «cansarse de
hablar de identidades» porque era sistemáticamente interpelada en esos términos (Cuaderno de campo, 30 de
Junio de 2004). Esto no hace sino reiterar el hecho ya mencionado de cómo aquellas personas que se sitúan
en las posiciones «no-marcadas» de privilegio, se configuran como carentes de «identidad», «transparentes»
frente a las otras marcadas e incapaces de desprenderse de sus «particularidades» (Romero Bachiller y García
Dauder, 2003; García García, 2003).
134 Grosz recoge la figura de la cinta de Möbious de la teorización de Lacan sobre la constitución del sujeto,
pero se separa en parte de la propuesta lacaniana y la dota de mayor materialidad. Lacan se refiere a la cinta de
Möbious y su relación con el sujeto en los siguientes términos: «Este diagrama puede ser considerado como la
base de un tipo de inscriptor esencial en el origen, en el nudo que constituye el sujeto. (...) En términos
simples, esto significa tan solo que en un universo de discurso nada contiene todo, y aquí se encuentra de
nuevo el hueco que constituye al sujeto. El sujeto es la introducción de una pérdida en la realidad, sin
embargo nada puede introducirla, puesto que por su estatus la realidad está tan llena como es posible. (...)
Cuando el sujeto toma el lugar de la falta, una pérdida se introduce en la palabra, y ésta es la definición del
sujeto. Pero para inscribirla, es necesario definirla en un círculo que he llamado la otredad, de la esfera del
lenguaje. Todo lo que es lenguaje es una lente de esta otredad, y esto es así porque el sujeto siempre es un
desvanecimiento que corre bajo la cadena de significantes» (Lacan, 1970: 192, 193-194).
225
en los otros y entre los que se establecerían «conexiones parciales» (Haraway, 1991/1995;
Strathern, 1991). Se trata de una imagen que da cuenta de un proceso, un proceso en el que
se ponen en el mismo plano corporalidad y psiquismo, sin pretender reducir o subsumir un
plano al otro, y sin presentarlos como netamente disímiles:
«Los cuerpos y las mentes no son dos sustancias distintas o dos tipos de
atributos de una única sustancia sino algo entre estas dos alternativas. La cinta de
Möbious tiene la ventaja de mostrar la inflexión de la mente en el cuerpo y el cuerpo
en la mente, los modos en que, a través de algún tipo de giro o inversión, un lado se
transforma en el otro. Este modelo también provee una forma de problematizar y
repensar las relaciones entre el adentro y el afuera del sujeto, su interior psíquico y su
exterior corpóreo, mostrando no su identidad fundamental o su reducibilidad sino la
torsión del uno en el otro, el pasaje, el vector o incontrolable empuje del adentro en el
afuera y del afuera en el adentro.» (Elizabeth Grosz, 1994a: xii).
226
Capítulo 5. Subjetividades
135 Pero, tal como apunta Anne Fausto-Sterling, si bien Grosz (1994a) reconoce la importancia de los
aspectos biológicos, al postular que existirían «pulsiones innatas que se organizarían por la experiencia física
en sentimientos somáticos que se traducirían en lo que llamamos emociones» (Fausto-Sterling, 2000: 25), lo
biológico para Grosz, funcionaría como un sustrato innato e invariable del que, finalmente, no se podría decir
nada –esto se evidencia particularmente en su análisis de la «diferencia sexual» (ver Grosz, 1994a: 187-210,
especialmente página 207 sobre su referencia a mujeres transexuales)–. Fausto-Sterling, sin embargo, se
embarca precisamente en el intento de romper con esa idea de lo biológico como un sustrato estático,
radicalmente diferente y escindido de lo social. Acudiendo a la teoría biológica de los sistemas en desarrollo –
Developmental Systems Theory, DST por sus siglas en inglés– rechaza que existan dos procesos radicalmente
distintos, uno natural e innato, que guiara células, neuronas y hormonas y, otro, social y aprendido, que rigiese
la experiencia, el medio ambiente y las fuerzas sociales: «Ni los genes ni su medio determi[nan] su anatomía.
Solo su ensamblaje [tiene] semejante poder» (Fausto-Sterling, 2000: 25-26). En este sentido, las mediciones de
diferencias entre varones y mujeres en la corteza cerebral, por ejemplo, no darían cuenta, en todo caso, más
que de un uso diferente, del que no se podría inferir una propensión innata más que sugerir un diferente tipo
de usos sociales adquiridos. El tejido biológico no es meramente un sustrato inmutable, sino un tejido vivo
que interactúa continuadamente con el medio de formas muy complejas, y que responde a los hábitos y usos
del mismo.
136 En sus propias palabras: «Asediado por el ser, y olvidando el perspectivismo de mi experiencia, en adelante
trato al ser como objeto, lo deduzco de una relación entre objetos. Considero mi cuerpo, que es mi punto de vista acerca del
mundo, como uno de los objetos de este mundo. La consciencia que tenía de mi mirada como medio para conocer, la
contenciono (refouler), y trato a mis ojos como fragmentos de materia. (...) Asimismo, trato mi propia historia
perceptiva como un resultado de mis relaciones con el mundo objetivo, mi presente, que es mi punto de vista acerca del
tiempo, se convierte en un momento del tiempo entre todos los demás, mi duración en un reflejo o en un
aspecto abstracto del tiempo universal, como mi cuerpo en un modo del espacio objetivo.» (Merleau-Ponty,
1945/2000: 90. Énfasis añadido).
137 Esto se evidencia por ejemplo en los análisis que realiza Merleau-Ponty siguiendo a los neuropsicólogos –
en particular a Schilder– sobre situaciones como las del «miembro fantasma» –personas que han perdido un
miembro pero que lo sienten y enfrentan su relación con el espacio como si el miembro perdido continuase
227
imagen y el sentido de un «yo corpóreo» se asentarían en relaciones y negociaciones
múltiples que articularían cuestiones de la materialidad biológica, psíquica y social de los
cuerpos138. Esos límites y sus garantías de mantenimiento emergen en relaciones con otros
objetos y otros cuasi-objetos/cuasi-sujetos: no sólo un bastón o los contornos de un
sombrero o un traje pueden quedar incorporados al cuerpo, «extendiendo» los supuestos
contornos «naturales» del mismo –que ya vimos no son en absoluto naturales ni dados de
una vez y para siempre–, sino también las expectativas sociales interrelacionales de qué
constituyen «sujetos-cuerpos» socialmente reconocibles como tales varían en el espacio y en
el tiempo, y constituyen cuestiones políticas más que ontológicas –como ya mencioné en el
capítulo anterior–.
presente–; o de agnosia, que hace referencia a un no reconocimiento de elementos corporales como propios
(Grosz, 1994a: 89-90; Merleau-Ponty, 1945/2000: 96).
138 García Selgas resume los elementos relacionales sobre los que se asentaría ese «sujeto-cuerpo» como sigue
en su elaboración del concepto de encarnación: «Puede decirse que la encarnación del sistema de disposiciones
y esquemas generativos se refiere a cuatro hechos básicos y generales:
1. Que tiene que estar ligada a estructuras cerebrales-neuronales.
2. Qué sólo existe en y por las prácticas de los agentes, pues el habitus (como forma de caminar, forma
de hacer cosas, etc.) no es algo abstracto u oculto sino que se manifiesta en la práctica como uno de
sus elementos constitutivos.
3. Que las clasificaciones y taxonomías prácticas (arriba-abajo; izquierda-derecha; frente-detrás;
caliente-frío; etc.) están enraizadas en la organización, experiencia y ordenación corporal.
4. Que el porte o estilo que actúa un agente (su hexis corporal), además de asentar bajo el nivel de lo
consciente una manera de pensar y sentir, sirve de confluencia a lo idiosincrático y a lo sistemático-
social.» (1995: 509-510).
228
Capítulo 5. Subjetividades
139 He defendido y continúo defendiendo que la «realidad» tiene siempre una consistencia «semiótico-
material», y que ni aun los aspectos simbólicos están completamente desgajados de la materialidad. Si hago
este inciso aquí es precisamente para afirmar ese carácter no sólo material sino productor de efectos de
materialidad de aspectos simbólicos, como pueden ser estándares, ordenamientos, normas sociales, etc.
229
consciencia global de mi postura en el mundo intersensorial, una «forma» en el sentido
de la Gestaltspychologie.» (Merleau-Ponty, 1945/2000: 116).
Así pues, y de cara a considerar ese paradójico proceso por el cual multiplicidad,
discontinuidad y yuxtaposición se convierten en unidad, continuidad y coherencia, acudiré
en el siguiente apartado a los conceptos de experiencia en De Lauretis (1984/1992: 288), y
consideraré el papel de la narratividad y la memoria en el desarrollo de un «yo» coherente, para
ligarlo, a continuación, a la configuración de subjetividades e identidades individuales y
colectivas en el marco de una situación de diáspora. En particular, consideraré los ejercicios
de producción de memoria y de continuación de la identidad diaspórica en términos
generacionales en torno al entramado semiótico-material «mujer inmigrante» en el barrio de
Lavapiés/Embajadores (Madrid). En este sentido, el énfasis se situará doblemente en
considerar los ejercicios dirigidos a la producción de coherencia y continuidad y a las
multiplicidades y complejidades que continuadamente desbordan tales intentos de fijación,
y cómo, eventualmente, ciertos elementos que en un momento fueron considerados como
ajenos y disruptores, pueden llegar a reincorporarse como seña de identidad en el seno de
una comunidad diaspórica.
230
Capítulo 5. Subjetividades
La imagen del tiempo que fluye y se escapa entre los dedos constituye casi un lugar
común en las reflexiones sobre la vida y la muerte que tantas páginas han llenado a lo largo
de la historia en la literatura o la filosofía. La temporalidad ligada al cuerpo y a la
subjetividad nos ofrece tal como sugiere la cita de Merleau-Ponty con la que abro este
apartado, no tanto la imagen de una linealidad progresiva y continuada, cuanto una imagen
de rugosidades y densidades diversas que son en cuanto se transforman y quedan ligadas a
un presente y las relaciones que habitan y conforman dicho presente. La memoria se
convierte en un juego de mediaciones, de traducciones, de interpretaciones y relecturas y,
por tanto, en un ejercicio de olvidos, de invenciones, de saltos. La memoria es siempre un
ejercicio desde un presente: hacer memoria es, efectivamente, un trabajo de producción, y
por tanto una práctica donde de cara a dar coherencia y continuidad al sentido del yo, nos
vemos impelidas a ligar, unir y olvidar. Las contradicciones tienden a quedar borradas y
nuestra imagen llega pulida como si hubiéramos seguido un camino que conocíamos de
antemano. Y es el cuerpo, el depositario último de esa idea de permanencia y continuidad,
el que nos ofrecería esa imagen de «identidad» a la que nos anclamos. Pero como mencioné
en el capítulo anterior, el cuerpo nunca es idéntico, y para que se produzca su
mantenimiento, es necesario que sea continuamente nuevo140.
140 Recientemente se ha publicado un estudio dirigido por Jonas Frisén, del Instituto Karolinska de
Estocolmo y publicado en Cell en 2005, según el cual nuestro cuerpo nunca tendría más de diez años, pues
este sería el periodo máximo de renovación celular. Es más, esta regeneración no acontecería al mismo
tiempo, sino que distintos tejidos y células tendrían diferentes periodos de renovación. Por tanto el cuerpo
estaría siendo continuamente rehecho, produciéndose diversamente, y sería esa diferencia, esa transformación
continua, la que «garantizaría» la identidad (Spalding, Bhardwaj, Buchholz, Druid y Frisén, 2005).
141 Describe Sacks sobre el marinero perdido: «“Está, digamos”, escribí en mis notas, “aislado en un
momento solitario del yo, con un foso o laguna de olvido alrededor... Es un hombre sin pasado (ni futuro),
atrapado en un instante que cambia sin cesar.”» (1970/1991: 51).
142 En el caso del protagonista de Memento esto sería literal, se tatúa el cuerpo para intentar mantener una
232
Capítulo 5. Subjetividades
143En el capítulo 3 «Metodologías del ensamblaje y sus efectos performativos», ya adelantaba la forma en que
empleo en este trabajo el concepto de diáspora para referirme de forma amplia a la dispersión de cualquier
grupo humano, y más concretamente a las comunidades inmigrantes asentadas en sociedades de acogida, en
ocasiones por generaciones pero que, sin embargo, mantienen un cierto sentido de colectividad y un –si bien
a veces difuso– vínculo melancólico con un «origen» que alcanza dimensiones míticas. Este uso se nutre en
una abundante literatura, particularmente desde los estudios postcoloniales, y queda más claramente
desarrollada más adelante.
233
costumbres, tradiciones y fiestas, y otorga una identificación colectiva que configura
instancias de anclaje. Sin embargo, el hecho, ya apuntado, de que las identidades e
identificaciones tiendan a presentarse como exclusivas y excluyentes, hace que estos
procesos de transmisión de memoria colectiva constituyan espacios de fricción y
resistencia: resistencia de las comunidades diaspóricas al discurso y las prácticas
hegemónicas de asimilación por parte de la sociedad de acogida; resistencia de los
miembros de las nuevas generaciones a unas identidades hegemónicamente desarrolladas
por los padres/madres en las que, posiblemente, no se sienten completamente
cómodos/as; pero al tiempo, resistencias ante una sociedad de acogida que, probablemente
en muchos casos, no les reconoce como miembros de pleno derecho y cuestiona su
identificación con ella. Como describe Anne-Marie Fortier, es en esa tensión permanente
entre identidad y cambio, memoria y recreación, en la que se mueven las relaciones
generacionales en las comunidades diaspóricas:
se transmita a sus hijos e hijas144. Estos extractos constituyen ejemplos significativos del
miedo a la pérdida de la «identidad» colectiva diaspórica145, la pérdida de las «raíces», de lo
«nuestro» –«nuestro idioma», «nuestra religión», «nuestras costumbres»– frente al
«castellano» de la sociedad de acogida. Un miedo a la pérdida que se asienta en una
percepción de vulnerabilidad e incluso de falta de reconocimiento, de legitimidad, frente a
la sociedad de acogida, cuyos criterios se perciben casi como incontestables. Esto se asienta
además en un interés doble por parte de la generación de los padres y madres que desearían
que sus hijos e hijas no renunciaran a los vínculos con las sociedades de origen y que se
identificaran y reconocieran en ellas, y al tiempo, que puedan manejarse e integrarse en la
sociedad de acogida, lo que se percibe como una oportunidad de futuro para la siguiente
generación. Se trataría de un vínculo melancólico con un origen re-inventado y hasta cierto
punto nunca poseído como «objeto» –su producción como tal «objeto» acontecería en la
diáspora, y sería efecto de una continuada recreación fantasmática, que eventualmente llega
a no ser reconocida cuando se retorna a ese «origen», y éste no se corresponde con la
imagen del mismo proyectada en la diáspora–. La identificación sería melancólica
precisamente porque el objeto perdido no habría llegado a existir previamente a la pérdida
en cuanto tal, sino que la sensación de pérdida sería, de alguna forma, previa a la
144 Para uno de los entrevistados –un varón marroquí bereber, casado con una mujer marroquí árabe– esto no
parecía tener importancia –sí la tenía para su mujer, sin embargo– (E5, varón, 22 de Julio de 2005: 11-12).
Pero en general, este interés en la transmisión del idioma materno es una constante, lo que se plasma en
demandas de profesores de idiomas a la administración o en la financiación de clases extraescolares por parte
de la propia comunidad diaspórica –como en el caso del colectivo chino que financia clases extraescolares de
chino todos los sábados, en el Colegio Público Nuestra Señora de la Paloma (E6, varón miembro de la
Asociación de Comerciantes Chinos, 10 Septiembre 2005: 9-10)–.
145 Como vengo apuntando el concepto de «diáspora» ha sido amplia y sugerentemente desarrollado en la
teorización postcolonial y los estudios de migraciones (ver particularmente, Safran, 1991; Clifford,
1997/1999; Brah, 1996 y, en el estado, Martínez de Albeniz, 2005). Si bien analizaré más concretamente
algunas posibilidades de este concepto en el capítulo 7 «Lugares», quisiera acudir a la definición de Safran por
constituir de alguna manera un «punto de paso obligado», un «tipo ideal» que el resto de autores va a
contestar. Tal como lo recoge Clifford (1997/1999: 303), Safran caracteriza las diásporas como:
«“comunidades minoritarias expatriadas” 1) que se han dispersado, a partir de un “centro” original, hacia por
lo menos dos lugares periféricos; 2) que conservan “una memoria, una visión o un mito acerca de su tierra de
origen”; 3) que “creen que no son –y quizá no puedan serlo– plenamente aceptados por el país que los
recibe”; 4) que consideran el hogar ancestral como un lugar de regreso final, para cuando llegue la hora; 5)
que asumen un compromiso con el mantenimiento o restauración de esa tierra natal, y 6) cuya conciencia y
solidaridad como grupo encuentran una “definición importante” en su relación continuada con la tierra natal
(Safran, 1991: 83-84)». Como defenderé más adelante, probablemente y paradójicamente, ninguno de estos
elementos tiene por qué ser necesario e indispensable para la emergencia y funcionamiento de una comunidad
diaspórica (en ese sentido ver especialmente Brah, 1996: 178-210).
235
constitución del objeto que la produciría como «objeto perdido» (Freud, 1917/2004:
238)146.
146 En una dirección parecida se desarrolla el análisis de Alfonso Pérez-Agote (1997; 2006) sobre la diáspora
vasca en Río Carabelas (Argentina). Según Pérez-Agote la diáspora vasca en Río Carabelas se encontraría en
una situación de «duelo no resuelto» ante la pérdida del objeto amado, la «nación vasca» como origen. Sin
embargo, al describir en términos de «duelo no resuelto» la vinculación y la identificación vasca en la diáspora
–que Pérez-Agote define como un ejercicio de «mantener la identidad»– se implicaría que efectivamente se ha
perdido el objeto amado, y, sobre todo, que éste ha existido de forma previa a la pérdida del mismo. Con
respecto a la primera condición, puede ser difícil mantener que el objeto se ha perdido definitivamente, por
cuanto es precisamente el rechazo al reconocimiento de la pérdida el que potencia la identificación con el
mismo y el «mantenimiento de la identidad». En cuanto a la segunda, ¿hasta qué punto es posible afirmar que
la configuración del objeto «nación vasca» como origen colectivo amado y perdido es previa a la pérdida? Más
aún, al ser el objeto reiteradamente reconfigurado como memoria colectiva, resulta más bien efecto de una
producción continuada y sin término: el objeto se mantendría vivo en cuanto proyección –y por tanto
reinvención distanciada del «origen»– colectivamente representada como pérdida, e introyectada como
identificación grupal. En este sentido, nos hallaríamos más ante una identificación melancólica que ante una
situación de duelo, puesto que, el lamento de la pérdida y la memoria colectiva configurada para preservarla,
finalmente estarían conformando la propia identidad colectiva de los vascos de Río Carabelas, al margen de la
experiencia más o menos cercana con el «origen» proyectado desde esa diáspora. De ahí que, finalmente, esa
memoria y pérdida colectiva pueden circular de unas generaciones a las siguientes, a pesar de que nunca
existiera ningún contacto con el origen míticamente recreado del colectivo diaspórico.
147 Ejemplos abundan en este sentido, la celebración del Año Nuevo Chino, conmemorada por primera vez
«P3. Por eso, que yo tengo mis hijos, me dices ahora mismo que los padres nos
falta un profesor en el colegio para aprender árabe. Estamos a la casa, hablamos nuestro
idioma, que sale a la calle habla castellano, al colegio habla castellano y viene a la casa y
no quiere hablar nuestro idioma, que habla castellano también ¿sabes? Y nosotros en casa,
yo con su padre también, dijimos: “habla nuestro idioma, por ejemplo”. Hay en el
colegio una hora a la semana puede aprender ¿sabes? que puede aprender o no, que
puede aprender árabe y el corán, el corán está en el idioma árabe.» (mujer marroquí, GD1,
mujeres procedentes de países de mayoría islámica –Marruecos, Senegal, Bangladesh-,
28 Junio 2005: 10).
«P4. (...) Por ejemplo, ella tiene dos hijos, yo tengo también con la otavaleña
tengo también dos hijos. Yo, principalmente, mi hija que tiene ya diez años, ella no viste
como ella, o sea, ella tiene otra forma de vestirse. Mi hijo tampoco tiene esa costumbre, entonces, ya
depende de los padres. Si ellos son otavaleños, tienen ese orgullo de tener su cultura. Yo
también tengo otra cultura en el país, mi madre también son de allí, de mi padre
también, pero ellos tienen otra forma. Entonces, pero como yo sé, ustedes conocerán
Guayaquil, yo soy nacido en Guayaquil, entonces, tengo otra mentalidad, tengo otra
forma de pensar, de expresarme. Por ejemplo, en la cultura de ellos, no se pierde el
Quechua y sigue el Quechua, ellos se expresan así, entre hijos, todos se expresan en su
idioma. En cambio, en la parte mía, se está perdiendo, o sea, esas las formas se van perdiendo.
P: ¿Y sus hijos?
148 Como se verá más adelante en este mismo capítulo, en otro extracto del mismo grupo que reproduzco a
continuación una participante blanca reconoce las costumbres y los trajes indígenas como «un orgullo»: «P2.
Bueno, perdona, es un orgullo llevar esta ropa, yo siempre he sido admiradora de esa ropa y me parece que
encantada de la vida, lo llevaría, y con mucho cariño. ¡Yo si fuera indígena sería fiel!.» (GD2, Mujeres y
hombres latinoamericanos, Ecuador, Colombia, Perú, 30 de Junio 2005: 15).
238
Capítulo 5. Subjetividades
ante nuevos vecinos que pueden tener otros usos y costumbres. Se impone
mayoritariamente una imagen enormemente jerarquizada donde el esfuerzo de integración
se interpreta como un ejercicio unidireccional en el que tienen que invertir e implicarse los
otros «inmigrantes», pero que no requeriría de ningún esfuerzo recíproco por parte de la
sociedad de acogida. Pero como planteé con anterioridad, el esfuerzo de las personas
«inmigrantes» debe evidenciarse en todo momento como «esfuerzo» y por lo tanto resultar
parcialmente fallido y mantenerse permanentemente bajo observación y sospecha (Bhabha,
1996: 85-86)149. Es sobre el esfuerzo –sin contrapartida– por vincularse que se establecerá
cierto reconocimiento como «otros domésticos» –otros a los que reconocemos cierto
derecho de permanencia, que puede, por supuesto, ser revocado en cualquier momento150–.
Como se apunta en este extracto de una conversación entre dos mujeres senegalesas,
desarrollada en el curso de un grupo de discusión compuesto por mujeres procedentes de
países con mayoría islámica –Marruecos, Senegal y Bangladesh–:
«P5. (...) Porque ellos lo que llaman integración no es integración porque integrar no es beber
alcohol, comer jamón y vestirse (…) y vestir igual que ellos. Es que tú no puedes tener tus creencias,
tus costumbres y tu manera de vestir.
P2. Porque cuando voy así [vestida con la ropa tradicional de Senegal] para ellos me voy a un
carnaval.
P5. Y querer cambiar al otro, no puede ser porque yo tengo mi religión, he nacido
con mi religión, mis tatarabuelos eran musulmanes y mi religión musulmana nadie me
la va a quitar. Si yo me pongo el velo, ¡es que van a decirle a una persona que tenga la
cabeza rapada que se ponga velo o peluca!, ¡es que nunca!, ¿es que van a decirle alguno
que tenga el pelo afro arriba que se lo rape? ¿Qué más da el velo entonces? Quien
quiera ponerse el velo no cambia la personalidad de las personas, eres la misma, es
igual que te vistes o te maquillas o lo que sea, así que yo creo que tienen que dejar a la gente
vivir con sus creencias, con sus costumbres y todo y ahora si es algo del país que a lo mejor no
respetamos hacia por ejemplo la convivencia o cosas que son importantes, ahí se hablan. Pero estas
cosas no son cosas importantes para mí, que cada uno se vista como quiera o que cada uno
practique su religión o cada uno… o alguien bebe alcohol y el otro no come cerdo, o el otro no…
respetar a los demás.
149 Ver en este mismo sentido el apartado «La ambivalencia del “mimetismo”: exotismo, distanciamiento y
normalización en el discurso de la “integración”» en el capítulo 4 «Cuerpos» de este trabajo.
150 En los momentos en los que escribo estas líneas (otoño 2005) se elevan voces tanto en Francia como en
Holanda que defienden la posibilidad de «revocar» la nacionalidad a aquellas personas «naturalizadas» como
francesas u holandesas, cuyo comportamiento se entienda como «no adecuado». De alguna forma, estas
demandas buscan situar perpetuamente a las personas naturalizadas como «otras no-totalmente-nacionales», su
nacionalidad, su pertenencia a la «nación», estaría permanentemente en sospecha y podría ser revisada/ble por
los «verdaderos nacionales», usando el término de Etienne Balibar (1990: 284).
239
Según critican las entrevistadas, para la sociedad de acogida «integración» se iguala a
«asimilación», a un ejercicio de mimetismo [mimicry] (Bhabha, 1996: 89) que pretende una
«reproducción» del modelo hegemónico de la sociedad de acogida como norma. Los usos y
costumbres de la sociedad de acogida se presentan como verdades incuestionables, tanto
más por cuanto no se presentan como un modelo, sino como norma internalizada y por tanto
olvidada en cuanto tal: resulta transparente porque su sobrepresencia
normalizadora/normativizadora queda invisibilizada al ser dada por supuesta (Romero
Bachiller y García Dauder, 2003: 51), al naturalizarse e integrarse como parte de la
conformación de las propias subjetividades corporeizadas reconocidas como «nacionales».
Pero esta situación se complica particularmente en el caso de las nuevas generaciones de los
hijos e hijas, muchas veces nacidas o criadas en la sociedad de acogida, y que tienden a
adoptar los modelos de identificación propuestos por la misma –lo que tendría sentido
además como un esfuerzo por reclamar un estatus de ciudadanía que les separaría de ese
espacio estigmatizado de «inmigrantes» que ocuparían sus padres y madres–. En este
sentido, son en ocasiones los hijos e hijas los que ejercen un papel disciplinador sobre sus
padres y madres, exigiéndoles un plus de identificación y adecuación hacia las exigencias y
hábitos hegemónicos en la sociedad de acogida, porque sus «usos diferentes» son
percibidos como algo embarazoso o vergonzoso: ya sea llevar un tipo de ropa «no
occidental», o no hablar correctamente castellano, etc.:
«P: Has dicho: “mi hija tampoco sabe que son estos vestidos y no quiere que
me los ponga”. ¿Podéis explicar algo esto?
P5. Porque nació aquí y tiene la misma mentalidad que ellos, que los españoles.
P5. Es que tenía un mes o dos meses y no podía ni mirarlo, es que no sabía.
P5. Han nacido aquí, son españoles negros (risas). No, en serio, a mi hija la oyes
hablar en español. Yo hablo muy bien el español por ella, no quiere oírme hacer mezcla, un fallo
así, decirlo mal.
P7. Te lo corrige.
240
Capítulo 5. Subjetividades
P5. “Deja de decir esto”. Se asusta oírme decir una frase, ¿no?, cuando digo una
frase incorrecta: “mamá, eso no te lo quiero oír”. Es una española total que tengo en casa, te lo
juro.
P1. Yo he venido aquí menor de edad, pero ya sabía mis costumbres, ya sabía lo
que había dejado, pero ellos nacieron aquí, no saben nada…
P5. Es porque estamos luchando, a lo mejor los demás no, pero yo estoy
luchando de aquí a tres años, ir a vivir unos años a mi país para que mis hijos cojan un
poquito la costumbre porque si no voy a tener un problema enorme, es coger un español y
llevarlo a África. Aunque es negra pero se considera como una española, se considera como una
española porque si ve cosas que hacemos nosotros en casa, viene y nos pregunta: “¿por
qué hacéis esto?”, porque para ella las navidades… a partir del uno de diciembre tengo que
empezar a poner el árbol como todo el mundo y en nosotros esto no existe, no ponemos el árbol, pero lo
estamos haciendo aquí. Y hay que poner árbol, reyes, entonces, para evitar todo esto, hay
que llevarles, aunque es muy difícil, y llevarles allí y ver el lado bueno de todo esto. Yo,
por ejemplo, de aquí a tres años y le estoy pidiendo a dios que me ayude de verdad a
cumplir mi sueño, me voy con mis hijos a lo mejor vienen de vacaciones porque han
nacido aquí. Yo la nacionalidad nunca la voy a quitar, son españolas, pero yo lo que quiero que
cojan mi cultura151.
P2. Y costumbres.
«P2. Hasta mi hija. Mi hija cuando me pongo [rops de Senegal]: “por favor, mamá, dónde
vas con esta ropa”.
P1. Tiene lo que tiene todo el mundo en la cabeza.» (GD1, mujeres procedentes de
países de mayoría islámica –Marruecos, Senegal, Bangladesh-, 28 Junio 2005: 41).
Expresiones como «tiene lo que tiene todo el mundo en la cabeza», dan cuenta de esa
tensión entre generaciones de la que he hablado, al tiempo que muestra la frustración por
parte de unas madres que se ven incapaces de transmitir su cultura, y que no perciben el
151 Expresiones como «No son senegaleses como nosotros» y «Yo la nacionalidad no se la voy a quitar nunca,
pero quiero que cojan mi cultura», efectuadas por las madres en este grupo de discusión –y que aparecen en
los extractos aquí consignados–, apuntan a una cierta percepción de distancia con las nuevas generaciones, y,
al tiempo, al reconocimiento de las ventajas que una determinada nacionalidad –española, en este caso– puede
aportar. Al mismo tiempo, se percibe la tensión de la perdida de la identidad –«es una española total la que
tengo en casa»– y por otro lado, parece introducirse un interrogante sobre la identificación española de la hija:
«Aunque es negra pero se considera como una española, se considera como una española». Sería una «consideración» de la
hija, que parecería ser traicionada por su color de piel, que, de alguna forma, o así parece expresarse en la
argumentación de la madre, no se correspondería con la identificación como española. Se incorporaría así esa
proyección homogeneizada y corporeizada de la nación como blanca, de la que hablé en el capítulo anterior
«Cuerpos».
241
reconocimiento esperado por parte de unos hijos e hijas que sitúan sus referentes de
identificación en otros lugares. Los/as hijos/as parecen, según estos discursos, haber
aceptado acríticamente las percepciones de la sociedad de acogida, que presenta las
costumbres y usos de los colectivos diaspóricos como «prácticas del pasado»: los otros
presentados como alejados en el espacio, también se presentarían como distantes en el
tiempo, anclados en un permanente pasado. Esto se sustentaría en un imaginario de
progresión evolucionista, por el cual el occidente representaría la modernidad y el progreso.
Tal como se observa en los extractos presentados, las madres –en este caso–
muestran además en su discurso una cierta ironía hacia las propias expectativas de sus
hijos/as sobre el hecho de su ciudadanía –como se ve en las expresiones «son españoles
negros», «es una española total la que tengo en casa», acompañadas de risas–. Pero esta
ironía se torna desencanto cuando se comprueba que la identidad «española» proyectada
por sus hijos/as se yergue sobre un desencuentro y desidentificación con la identidad
diaspórica de padres y madres, una identidad que se configura como la «original» y, por
tanto, la más auténtica. Por supuesto, esto puede desencadenar en ocasiones en actitudes
tozudas por parte de padres y madres que exigen pleitesía a sus hijos, y particularmente a sus
hijas –la posición de género es aquí, como mostraré más delante, de gran relevancia– y un
plegamiento total a las costumbres y formas de las comunidades diaspóricas, en ocasiones
exacerbadas ante la propia sensación de peligro y cuestionamiento a la que están sometidas
en la sociedad de acogida. Por otro lado, a la generación de hijos e hijas, también se les
exige un plus de integración por parte de la sociedad de acogida, con presiones que en
ocasiones pueden sustentarse sólo en las normatividades de las modas, los acentos, o de
celebrar determinadas fiestas como las Navidades, pero en otras pueden ir acompañadas de
agresiones tanto verbales como físicas por no responder a las demandas exigidas. Esto
puede desencadenar situaciones en las que se promueven intentos de asimilación total por
parte de los miembros de la nueva generación para evitar las sanciones negativas y como
medio de alcanzar el reconocimiento, o por el contrario desembocar en actitudes reactivas
donde se reclama con orgullo la identidad diaspórica como forma de resistencia ante una
sociedad de acogida que pone permanentemente en sospecha sus pertenencias y
vinculaciones. Pero si estas actitudes marcarían dos polos extremos de respuesta,
habitualmente nos encontramos –como se muestra a lo largo de los extractos escogidos en
este trabajo– con situaciones donde lo que se producen son negociaciones constantes, y
donde se cuestionan tanto los modelos impuestos por la sociedad de acogida, como por
242
Capítulo 5. Subjetividades
«P5. Porque ya están los inmigrantes, han nacido aquí, por ejemplo, yo tengo tres españoles
en casa, sí mis hijos, segunda generación153, han nacido aquí y son españoles. Esta gente… bueno, en
mi país ¿sabes? no son senegaleses como yo; yo todavía sigo con mi nacionalidad, pero mis
hijos han nacido en España, tienen la nacionalidad española. Entonces, el problema
152 El impacto de los atentados del 11S y del 11M en la comunidad islámica es inmenso, y esto se plasma
reiteradamente tanto en las entrevistas y grupos realizados, como en el ambiente que se percibe en el trabajo
etnográfico. Un impacto que, por un lado, se percibe en la imagen de la comunidad islámica por parte de los
colectivos no islámicos, con un sensible incremento de la islamofobia y con el establecimiento de una
permanente sensación de «sospecha» sobre todo hacia la comunidad de origen marroquí; y por otro lado, en
la sensación de rechazo y vulnerabilidad que muestra la comunidad islámica, a lo que se une una mayor
reivindicación de su religión como elemento identitario, frente a las agresiones y cuestionamientos de los que
es objeto. Éste es un aspecto que no desarrollo en este trabajo, pero que constituiría un elemento sobre el que
profundizar en futuros proyectos.
153 No simpatizo especialmente con este término, si bien se viene imponiendo y circula con soltura por los
ámbitos académicos y socio-políticos –y como se puede ver, en el propio discurso de las personas
reconocidas como «inmigrantes»–. En particular resulta problemático entre otras cosas porque muchas de las
personas a las que interpela este término, poseen por nacimiento la nacionalidad del «supuesto» país de
acogida. Esto haría que, de alguna forma, pareciera que su ciudadanía fuese de segunda clase, de peor calidad,
y que permaneciera permanentemente bajo sospecha. Sobre todo, este término refuerza las pretensiones
homogeneizadoras de la nación y su promesa de visibilidad. Al margen de que se haga necesario dar cuenta de
las situaciones de fricción intergeneracionales en los colectivos diaspóricos, resultan problemáticas las
repercusiones de un uso acrítico de términos como éste. Para una revisión más amplia de los límites y
problemas de este término ver García Borrego (2003).
243
que tienen los españoles, temen que… no es que los inmigrantes no quieran integrarse
¿eh?
P5. Estamos haciendo todo para integrarnos porque yo soy musulmana, yo soy
musulmana, he tenido problemas en el barrio donde vivimos, en el colegio sobre todo mi
hija no tenía… lo que estaban diciendo ahora mismo, no tenía que comer el cerdo, pero lo
mismo que le dijeron a la señora es lo que le dijeron a mi marido: “mira aquí, por ser
musulmana no vamos a cambiar el menú. Tenéis que comer lo que comen los demás”.
P3. A la fuerza.
«P4. Para que entiendan nuestros hijos el idioma nuestro. Por el comedor
tenemos también problemas. Yo me fui a la directora y le he dicho que para mis hijos
no les dé cerdo, me ha dicho: “que no tenemos aquí restaurante” y mis hijos comen
cerdo y nosotros no queremos. Eso es un gran problema que tenemos nosotros, no
respetan… » (GD1, mujeres procedentes de países de mayoría islámica –Marruecos,
Senegal, Bangladesh-, 28 Junio 2005: 5).
Por otro lado, y desde el lado del colectivo de las «hijas» se expresa en ocasiones
frustración ante el nivel de exigencia continuado al que se ven sometidas tanto por parte de
sus familias, como por parte de la sociedad de acogida. Las proyecciones de futuro de
padres y madres «inmigrantes» o «exiliados» –como se ve en la siguiente cita– se desplazan
y continúan en la siguiente generación, particularmente en las hijas, que se encuentran ante
una fuerte demanda de responsabilidad, a menudo teniendo que responder al cuidado de
hermanos y hermanas más pequeños mientras los padres trabajan, una exigencia de
responsabilidad que se acompaña en ocasiones con una situación que es percibida como de
falta de libertad. En el extracto reproducido a continuación, la entrevistada, una mujer con
doble nacionalidad colombiana y española que llegó con doce años junto con su familia
como refugiada política, describe cómo precisamente esta presión la llevaría a
independizarse al cumplir dieciocho años:
244
Capítulo 5. Subjetividades
Tal como veíamos en los extractos de entrevistas del apartado anterior la articulación
de identidad y diferencia constituye uno de los aspectos claves de toda conformación de
colectividades y subjetividades. Resulta hasta cierto punto paradójico, sin embargo, pensar
que, cuando nos referimos a identidades colectivas, generalmente nos referimos a
colectivos que serían reconocidos como «minoritarios» en sentido sociológico, esto es, no
tanto porque su número sea necesariamente inferior, cuanto porque son considerados
como «diferentes» de aquellos colectivos o identidades caracterizados como normativos y
que marcarían las líneas hegemónicas de identificación vigentes en una sociedad
determinada, que se presentarían en oposición como carentes de identidad: su identidad así
se marcaría como una supuesta «ausencia» de identidad, no porque no marque patrones
reconocibles de comportamiento, sino porque al situarse como modelo hegemónico se
245
presenta como norma frente a la «particularidad» que representarían las identidades «otras»
(Romero Bachiller y García Dauder, 2003: 51)154.
154 Así, podemos preguntarnos con Avtar Brah: «¿Cómo designa la diferencia al “otro”? ¿Quién define la
diferencia? ¿Cuáles son las normas supuestas a partir de las que un grupo se marca como “diferente”? ¿Cuál
es la naturaleza de las atribuciones que se afirman para caracterizar a un grupo como diferente? ¿Cómo se
constituyen, mantienen o disipan las fronteras de la diferencia? ¿Cómo se interioriza la diferencia en los
paisajes de la psique? ¿Cómo se representan distintos grupos en diferentes discursos de la diferencia? ¿La
diferencia diferencia horizontal o jerárquicamente?» (1992/2004: 120).
155 En su sentido último, esto nos llevaría a la teorización de lo abyecto en Kristeva (1982) como eso que
siendo parte del cuerpo ha de ser sistemáticamente expulsado y hecho otro para preservar el cuerpo, y
viceversa, aquello que sería necesario aportar al cuerpo para garantizar su mantenimiento.
246
Capítulo 5. Subjetividades
156 Expresión acuñada como analogía a las concepciones de «sign-work» (de Lauretis, 1980: 160-161) y el
concepto de «trabajo del sueño» –Traumarbeit– en Freud. Según de Lauretis el concepto de «sign-work» hace
referencia a: «un movimiento parcialmente estructurado dentro y fuera del texto, que establece asociaciones
temporales y encuentros provisionales de significados y signos (funciones sígnicas) los cuales, por la constante
variación del contexto, en el proceso de lectura, no configuran un sentido totalizado, sino que de hecho
resisten la fuerte presión hacia un cierre narrativo y distorsionan los mecanismos de la narración.» (1980: 160).
157 En términos de Judith Butler: «El poder “constructivo” del performativo tácito es precisamente su
habilidad para establecer un sentido práctico del cuerpo, no sólo un sentido de qué es el cuerpo, sino cómo
puede o no puede negociar el espacio, su “lugar” en términos de las coordenadas culturales imperantes. El
performativo no es un acto singular ejercido por un sujeto previamente establecido, sino uno de los
poderosos e insidiosos modos por los que los sujetos son llamados a ser seres sociales desde difusas regiones
sociales, inaugurados en lo social a través de una variedad de interpelaciones poderosas y difusas. En este
sentido, el performativo social es una parte crucial no sólo de la formación del sujeto, sino de la contestación
247
Pero, ¿qué elementos sería necesario articular para desarrollar una determinada
identidad individual y/o colectiva? Parecería relevante que existiese algún vector de
identificación reconocible. Más aún, las identidades tenderían a aglutinarse y
homogeneizarse más cuanto mayor fuera la sensación de peligro y de diferencia frente al
resto. Si bien es probable que en situaciones en las que no existan tensiones o competencias
sociales, las identidades no requieran adoptar una forma rígida, parece probable que en
situaciones donde el conflicto se asienta sobre determinados quiebres identitarios se tienda
a reforzar la imagen de homogeneidad hacia el interior y de diversidad hacia el exterior.
Éste es el caso, en ocasiones, del desarrollo de identidades diaspóricas fuertes en una
sociedad de acogida, especialmente si se percibe algún tipo de rechazo hacia la identidad
colectiva diaspórica. Las colectividades diaspóricas se configurarían así como espacios
donde los patrones de la sociedad de acogida, desfavorables y censuradores de prácticas
identificadas como propias de la comunidad diaspórica, quedarían parcialmente en
suspenso158. Eso permitiría movilizar reconocimientos diversos frente a las actitudes
sancionadoras, discriminatorias o racistas de la sociedad de acogida –que se moverían desde
la incomprensión y la falta de reconocimiento hasta el insulto o la agresión física–. Las
comunidades diaspóricas permitirían, eventualmente, el establecimiento de unos lazos
suficientemente firmes como para repeler lo que se interpretan como agresiones. Esto se
sostiene sobre un cierre y un reforzamiento de la homogeneidad grupal –a veces sobre la
movilización de «tradiciones» enormemente conservadoras–, que ante lo que interpreta
como peligro cierra y refuerza su caparazón. Pero estas demandas de homogeneidad
chocan también con las diferentes personas de la comunidad diaspórica, que pueden verse
cuestionadas en otras identificaciones que pasarían a considerarse «peligrosas» para la
comunidad diaspórica y el «mantenimiento de la identidad colectiva». Las identidades, así,
adoptarían la forma de lo que Gilroy ha denominado «mentalidades de facción» (2001: 83),
convertidas en espacios exclusivos y excluyentes, homogeneizadores y totalizantes.
política, así como de la reformulación del sujeto en curso. El performativo no es sólo una práctica ritual: es
uno de los influyentes rituales a través de los cuales los sujetos son formados y reformulados» (1997a: 160).
158 Esta afirmación no quiere decir que no existan habitualmente, en situaciones en las que el colectivo de
identificación está socialmente infravalorado, incorporaciones por parte de miembros del colectivo de los
valores de la sociedad dominante –incluso de planteamientos que justificarían la discriminación–,
adoptándose los criterios de la sociedad dominante como criterios de referencia. Un ejemplo literario muy
significativo nos lo ofrece la premio Nobel Toni Morrison en su novela Ojos Azules (1974/1998), donde su
protagonista Pecola Breadlove, que es descrita por la autora y el resto de los personajes de la novela –ella no
tiene voz propia en toda la novela sino es a través de otros–, como niña, mujer, negra, pobre y fea, tiene
como máximo deseo para su difícil situación vital el llegar a tener unos ojos azules, que condensan para la
protagonista toda la belleza, riqueza, etc. que se puede desear.
248
Capítulo 5. Subjetividades
«Bueno, yo la verdad es que me siento cada vez más española (risas). En serio,
la idea de ser turca pues es un pequeño dato al igual que tu nombre, ¿no? Te tienes
que introducir y tienes que decir una chorrada sobre lo que tú eres... que te sitúe... es
un pequeño detalle que concedes a los otros, lo que esto sea tu identidad para ti o para
los otros, ahí ya tienes un enorme espacio... no es que me sienta más turca aquí, la
verdad es que no, te lo digo sinceramente... me siento cada vez más española, pero
tampoco creo que dentro de la reflexión que yo he podido hacer hasta ahora sobre lo
que soy y sobre lo que me ha tocado ser, y sobre lo que me toca todavía convertirme y
transformarme... eh... pues el concepto de pertenencia a, es algo que me resulta pues cada vez más
extraño y la verdad, que no... y eso no lo digo para decir que ahora resulta que sea una
desarraigada o una sin pertenencia, o una sin tierra, porque no es así, sino que esto...
esos significados pues cobran nuevos sentidos dependiendo del contexto en el que me encuentro y
dependiendo del punto de evolución, ¿no? Evolución no porque eso significa digamos
una linealidad, de un progreso, de la idea de progreso, sino que más bien me veo en la
posición de vivir cosas, de aglutinar cosas y de combinar distintas cosas y de formar
una identidad que sí que es mía y que es verdad que es construida, en determinada
manera hasta cierto punto... porque he querido que sea así... ¿cómo se dice esto?..
P: ¿Mi voluntad?
P: No...
R: Bueno, pues que Alemania ha tenido toda una historia con la inmigración turca y
porque ahí ser turca es algo muy distinto a ser turca en España, francamente, entonces...
249
R: Porque hay toda una historia... toda una historia de inmigración y toda una
confrontación entre la comunidad turca y la comunidad alemana y hay un conflicto
social, por lo menos lo hubo, ¿no? Y ahí el significado, o sea, el ser turco ahí y con mi
edad es totalmente otra cosa de lo que es ser aquí turca... no lo sé... no lo sé... pienso
en realidad que todo es relativo, que la formación de un yo está siempre en función de
lo que está alrededor y que no es una cosa que se forme por sí misma o que tenga una
esencia inmutable y tal, porque veo que no es así, francamente no porque me haya
leído mis libros, que también lo he hecho, pero que veo que mi experiencia se ve en
parte reflejada en esto, en todo lo que he vivido, que de alguna manera siempre lo he
sentido así... He querido ser esto, he querido ser menos turca y menos musulmana y
menos española y como un poco de todo más a la vez... es una elección personal en
realidad, también porque bueno hay muchos turcos que en Alemania de repente han
elegido ser más turcos todavía, podrían haber elegido ser más europeos o más
alemanes... dentro del contexto en el que vivían, pero no lo han querido hacer o a lo
mejor a algunos de ellos la comunidad turca misma no les ha dejado...
Como se ve se trata de una mujer con amplia formación y que, probablemente por su
propia experiencia personal, ha desarrollado una narrativa bastante sólida de su formación
identitaria y proporciona además una lectura que se puede emplear –como vengo haciendo
en general al abordar, tanto las narrativas producidas en el trabajo de investigación, cuanto
los textos que tomo como referentes– al tiempo como objeto de análisis y como herramienta
analizadora159. En particular, y más allá de una primera tendencia a defender la identidad
como producto individual de la voluntad –aunque sea de forma parcial–, me interesa la
reflexión que introduce sobre cómo dependiendo del contexto y del hecho de la no
existencia de una comunidad diaspórica turca reconocible en el estado español, su identidad
no se asienta tanto sobre su origen nacional, cuanto en otros aspectos –y otros círculos
159 Esta necesidad de narrarse viene inevitablemente acompañada de la necesidad de olvidar, de cubrir huecos
sociales– que posibilitan sus afirmaciones de que se siente «cada vez más española» y de
que «el concepto de pertenencia le resulte cada vez más extraño». Esto ocurre
probablemente porque por su forma de vida, por sus contactos sociales etc. no queda
claramente asimilada a la imagen de «mujer inmigrante» –turca– esperada, no tanto porque
no tenga problemas con papeles, o de cara a encontrar trabajo o vivienda –como describirá
en otros momentos de la entrevista– sino porque su «forma de vida» no se plegaría a las
expectativas sociales asociadas al entramado «mujer inmigrante». Pero tal como ella apunta,
este no reconocimiento se relaciona, en gran medida, con una falta de presencia fuerte de
un colectivo diaspórico turco en el estado español: «no me siento más turca aquí... a lo mejor si
estuviera en Alemania, a lo mejor, pues sería más turca allí, pero no porque yo sea más turca, sino porque
Alemania sea más Alemania que España. (...) Porque hay toda una historia... toda una historia de
inmigración y toda una confrontación entre la comunidad turca y la comunidad alemana y hay un conflicto
social. (...) Y ahí el significado, o sea, el ser turco ahí y con mi edad es totalmente otra cosa de lo que es
ser aquí turca...». «Si estuviera en Alemania» a lo mejor «sería más turca allí», puesto que
existe una presencia histórica de la comunidad turca, y un importante conflicto social,
ligado en gran medida a la tradicional concepción de la ciudadanía en Alemania, por la que
ésta queda asentada en el ius sanguinis, excluyendo casi por completo el ius solis160 –si bien
este modelo de ciudadanía étnica y hereditaria ha sido parcialmente modificado por los
cambios legislativos desarrollados en los últimos años, cambios que han sustentado no
pocos debates y críticas–. Esto ha favorecido que generaciones sucesivas de inmigrantes
asentados en Alemania puedan carecer de la ciudadanía alemana, a pesar de haber nacido
en el país y no hablar más que alemán, por ejemplo. El mantenimiento de estos
compartimentos estanco, de comunidades que viven en el país como otros que tienen vetada, en
gran medida, la incorporación total a la ciudadanía, escatima derechos y potencia
situaciones de discriminación y racismo por parte de la sociedad de acogida, además de un
reforzamiento identitario en gran medida reactivo por parte de la comunidad diaspórica
turca. Esto se acentúa cuando, en la nueva legislación más incluyente que se desarrolló de
cara a abordar esta situación, las identidades turca y alemana se conforman como
mutuamente excluyentes: sólo se alcanza la ciudadanía alemana tras renunciar a la
ciudadanía turca; al tiempo Turquía no concede la posibilidad de doble nacionalidad a sus
160 Como apunta Encarnación Gutiérrez a este respecto: «En comparación con el modelo estatal republicano
francés y el americano, que parten del principio de la demos, el modelo alemán parte de la idea de una
comunidad étnica con una misma historia y cultura (Volk). El Estado como organización política se
estructura sobre la pertenencia a un colectivo étnico. La binariedad entre los de “afuera” y los de “adentro” se
establece a través de una connotación étnica.» (1999: 264-265).
251
ciudadanos. En este contexto habría que enmarcar las afirmaciones de la informante, donde
refleja, por un lado, el carácter contextual, experiencial, relacional, contingente e inacabado
de la identidad y, al tiempo, cómo en este proceso la presencia de una comunidad de
referencia que pueda conformarse como vector de identificación resulta muy importante de
cara al establecimiento de puntos de anclaje y pertenencia. La informante se reconoce en
medio de un proceso donde colectividad y subjetividad se entrelazan de forma inseparable;
donde gravitan diferentes focos de identificación con densidades diversas. Un proceso del
que, por otro lado, ella espera encontrar un cierto espacio de lo propio sobre el que pueda
tener algún control –aunque éste sea limitado–, una proyección que apunta a un deseo de ser
más allá de las constricciones que, constituyentes, se muestran en gran medida
impermeables a su voluntad: «...entonces, pues no soy de nadie, quiero ser mía, por favor...
a ser posible...». La expresión de ese deseo –«quiero ser mía, por favor... a ser posible»–
evidencia las tensiones entre una experiencia –y posiblemente una formación– que
rechazan las promesas de unidad de un yo volitivo previo, y por otro, la no renuncia a las
promesas de libertad individual que ofrecía este modelo, y que se expresan en un
posicionamiento politizado por parte de la informante que se empeña en cuestionar los
espacios de reconocimiento en los que es emplazada en tanto que reconocida como «mujer
inmigrante» en el contexto del estado español.
252
Capítulo 5. Subjetividades
marginalización del Estado alemán» (Gutiérrez, 1999: 262). Una distancia que se asienta,
por un lado, en el cuestionamiento de las expectativas de género sobre las «mujeres turcas»,
como pasivas, dependientes, sin estudios y vulnerables, desarrolladas hegemónicamente en
la comunidad turca diaspórica y en las imágenes proyectadas de las mismas en la sociedad
alemana; y, por otro, en la experiencia de pérdida de status y «descenso social» que
experimenta Mine por las expectativas alemanas sobre los «extranjeros inmigrantes» como
«sin profesión ni estudios» (Gutiérrez, 1999: 263).
Esto ha favorecido que sobre las mujeres se haya tendido a cargar el peso del
mantenimiento de la identidad, de la garantía de perpetuación del colectivo. De ahí que sus
prácticas, sus relaciones y sus cuerpos –y en particular sus intercambios sexuales– tiendan a
estar altamente regulados163. Las mujeres son así convertidas en iconos de la identidad,
sobre ellas se tienden a reforzar los imperativos colectivos de identificación, se espera que,
de alguna manera, resulten siempre reconocibles en cuanto mujeres del colectivo diaspórico
al que pertenecen. Por otro lado, presentadas como «madres de la nación», literalmente se
espera de ellas que se reproduzcan ligadas a varones del colectivo para perpetuar la
identidad diaspórica. Así, las prácticas de mantenimiento de la identidad se pliegan a los
«cuerpos sexuados», adquieren resonancias corpóreas donde las formaciones étnicas y de
género están ineludiblemente entreveradas:
161 Una cuestión que finalmente no abordo en este trabajo son algunos de los límites sobre qué configura el
entramado semiótico-material «mujeres» en la configuración «mujeres inmigrantes». Esto es, sí incidiré, como
se ve en este apartado, en la especificidad generizada de las posiciones etnizadas y racializadas de las personas
reconocidas como «mujeres inmigrantes». Pese a todo, bastante quedaría por decir de posiciones como las de
«mujeres transexuales inmigrantes», por ejemplo, o de «mujeres inmigrantes lesbianas» y de cómo y hasta qué
punto sus posiciones como «mujeres» son, en ocasiones, ampliamente cuestionadas. En este sentido ver José
Ignacio Pichardo Galán (2003), Encarnación Gutiérrez Rodríguez (2005), Esther Ortega (2005b) y Carmen
Romero Bachiller (2005a). Éste es un trabajo que espero poder desarrollar en futuros proyectos.
162 Esto lleva a que su presencia en el estado español en cuanto «mujer inmigrante» sea muchas veces leída
como prolongación o consecuencia del viaje del marido, al margen de que esta situación no tenga porqué
producirse de este modo, ni tenga porqué ser la más común. Este aspecto queda más ampliamente
desarrollado en el análisis de las implicaciones generizadas de la legislación de extranjería, en particular en lo
referente a reagrupación familiar, del capítulo 6 «Documentos» de esta tesis.
163 Quede claro que esta tendencia no se aplica exclusivamente a las «identidades» reconocidas como «otras»,
propias de personas «inmigrantes», sino que también continúa presente en alto grado en el estado español
como sociedad de acogida y en occidente, en general. Posiblemente la diferencia –si existe– radicaría en los
tránsitos e intercambios sexuales concretos prohibidos o permitidos en cada caso, y no con la
normativización de los mismos, que tendría el mismo sentido de regulación social de los cuerpos sexuados.
254
Capítulo 5. Subjetividades
En este sentido, Anne-Marie Fortier (1999; 2000) destaca el carácter corpóreo de las
prácticas y regulaciones étnicas y de género, y cómo los ejercicios de producción de una
identidad colectiva tienen en los «cuerpos» aliados muy poderosos para asentar marcas que
delimiten pertenencias y exclusiones. Los «cuerpos» individuales han de proyectar la
identidad colectiva asegurando, de algún modo, su visibilidad y reconocimiento continuado.
Pero considerar estos esfuerzos de las comunidades diaspóricas por mantener una
identidad reforzada y atrincherada en una tradicionalidad reconstruida en la diáspora,
precisamente como respuesta a una situación de vulnerabilidad y riesgo, nos informa,
precisamente, que están situadas en medio de fuertes corrientes que se perciben por parte
del colectivo como tendentes a erosionar y disolver esa identidad diaspórica. La sociedad
de acogida actúa así, mayoritariamente, favoreciendo prácticas y conductas de asimilación, y
sancionando negativamente prácticas identitarias que considera ajenas o que juzga
reactivas164. Esto favorece la emergencia de pautas de reforzamiento identitario que tienden
a bloquear cualquier transformación que será presentada como una contaminación. En
general, las identidades se configuran como totalidades cerradas y homogéneas, exclusivas y
excluyentes, lo que favorece la introducción de criterios rígidos de pertenencia y el
establecimiento de patrullajes continuos destinados a preservar una identidad así definida.
Como hemos visto, estos patrullajes serán más agudos si cabe en las mujeres: sus
movimientos, la forma en que se presentan los cuerpos, sus intercambios sociales y
sexuales son espacios enormemente regulados y vigilados.
164 Hay todo un debate de hondo calado sociológico que no voy a desarrollar aquí –para ello ver Romero
Bachiller (2003a y 2003b)– sobre el multiculturalismo y el pluralismo, y las posibilidades de integración de
colectivos diaspóricos en sociedades occidentales regidas por las pautas de la «democracia», los «derechos
individuales» y los «derechos humanos». En particular destacan en esta controversia los trabajos de Nancy
Fraser (1997; 2000; 2001), Judith Butler (2000; 2001) y de Iris Marion Young (1990/2000; 1997). En el estado
español han trabajado sobre este debate particularmente María Xosé Agra Romero (2000); Celia Amorós y
Ana de Miguel (eds, 2005) y Luis Enrique Alonso, (2005 y en el monográfico «Ciudadanía, reconocimiento y
distribución» publicado en la revista Cuadernos de Relaciones Laborales, 21 (1), 2003).
255
Pero apuntar esa tendencia no quiere implicar que no existan otras, o que las mujeres
de los diferentes colectivos diaspóricos constituyan elementos pasivos sobre los que se
acumulan demandas imposibles a las que inevitablemente tienen que responder. Por el
contrario, la situación de las «mujeres inmigrantes» parece apuntar en direcciones y
respuestas más complejas, en las que se tiende a hacer compatible la expresión de una
identidad diaspórica fuerte –e incluso politizada–, y el desarrollo de mayores espacios de
libertad e independencia individuales. Entre otras cosas porque, como mostraré más
adelante, las «mujeres inmigrantes» tienden a ser en muchas ocasiones las que garantizan el
sustento y el mantenimiento familiar, mientras que los varones tienden a tener una
inserción más inestable y temporal en el ámbito del empleo –si bien sus remuneraciones
tienden a ser sensiblemente más elevadas–. Por supuesto, estas pautas de comportamiento
resultan enormemente diferentes de unos colectivos diaspóricos a otros, como mostraré a
continuación.
165 Se trata de una tendencia que se repitió a lo largo de todo el proceso colonizador y que se ha visto
reforzada en la actualidad con la asunción institucional de un barniz pseudo-feminista por el cual las
instituciones occidentales –mayoritariamente constituidas por varones blancos– se embarcan en la tarea de
«salvar» a las «otras mujeres oscuras» de sus varones incivilizados, atrasados y machistas (Spivak, 1988: 297).
Se trata de un desplazamiento que sitúa en los «otros» no tan evolucionados las situaciones de violencia y de
machismo que no serían propias de nuestra sociedad occidental y democrática. Esto no sólo hace que sitúen a
una tranquilizadora distancia las prácticas machistas abusivas, sino que transforma a las «mujeres inmigrantes»
en víctimas sin recursos e ignorantes de sus propios derechos, sin considerar que es en ocasiones la propia
configuración de la legislación sobre extranjería e inmigración en el estado español la que refuerza situaciones
256
Capítulo 5. Subjetividades
de vulnerabilidad de las «mujeres inmigrantes» –ver especialmente capítulo 6 «Documentos» y Casal y Mestre
(2002: 142) –.
166 Esto no ocurre en todos los colectivos, en el caso de la población procedente de Bangladesh, la mayoría de
las mujeres –que constituyen tan sólo en torno al 10%– llegan vía reagrupación familiar y no está bien visto
que trabajen fuera de casa, con lo que los ámbitos de interacción fuera del ámbito familiar o del propio
colectivo diaspórico tienden a ser reducidos (ver entrevista E-3, varón de Blangladesh, 19 de julio de 2005). A
este respecto ver análisis en capítulo 6 «Documentos».
257
proyección de renovadas identificaciones que, eventualmente, pueden transformar qué
significa el ser «mujer» como parte de la experiencia «inmigrante». Si enfatizo que no se
trata de un cambio en términos cognitivos es precisamente para incidir en el carácter
relacional y material del cambio, y para evitar análisis de corte moral donde a través de una
determinada lectura feminista etnocéntrica se refuerzan las creencias de occidente y, sobre
todo, se reitera la imagen de las «mujeres inmigrantes» como vulnerables y carentes.
Por otro lado, y por la pérdida de status generalizada que suele acontecer en las
prácticas migratorias, los varones del colectivo probablemente van a tender a asentar su
reconocimiento fundamentalmente en el ámbito familiar y diaspórico, puesto que en la
sociedad de acogida estarán enormemente desvalorizados. Al depender en gran medida su
reconocimiento personal de los ámbitos familiares y de las relaciones de género en la
pareja, esto puede llevar a una mayor exigencia de sometimiento por parte de los varones a
sus parejas mujeres, que, eventualmente, adopte forma de violencia167. Una exigencia que
no tiene porqué ser respondida en el sentido esperado y que dibuja líneas de conflicto
donde las marcas generizadas se asientan en una demanda de mantenimiento de la
identidad diaspórica: las mujeres que responden o contestan a los maridos son acusadas de
«estar volviéndose españolas», esto es, un conflicto de género se presenta como un conflicto de
mantenimiento o pérdida de la identidad étnica, como se ve en esta conversación desarrollada en
el curso de un grupo de discusión con mujeres procedentes de países de mayoría islámica:
P7. El hombre si estás aquí te dice: “ah, ahora has cogido las costumbres de los
españoles, ahora eres así, ahora te ves así”. Es que no tienes derecho a opinar ni dar tu
opinión ni nada.
P7. Yo lo comparto.
167Aquí se abre una situación compleja y que requeriría de un análisis más amplio que no voy a intentar aquí
Para una revisión más amplia de las implicaciones del reconocimiento y la dependencia en situaciones de
violencia de género ver el trabajo desarrollado por Fernando J. García Selgas, Fernando J. García Selgas,
Concepción Gómez Esteban, Elena Casado Aparicio, Antonio A. García García y Fernando Fernández
Llebrélez en la investigación «Vinculaciones entre violencia de género e identidades sexuadas en parejas
heterosexuales», (Instituto de la Mujer 15/03-12293). En particular ver Casado Aparicio y García García
(2006) y García Selgas (2004b).
258
Capítulo 5. Subjetividades
P5. Claro, no salto la raya, pero no quiero que nadie me lleve como si fuese una
máquina ¿sabes lo que te quiero decir? A veces, me pongo muy revolucionaria ¿sabes?,
pongo mis leyes también.
P. O sea, que lo que estáis diciendo es que los maridos son los que no quieren cambiar.
P5. Como el rey león en la selva (risas).» (GD1, mujeres procedentes de países
de mayoría islámica –Marruecos, Senegal, Bangladesh-, 28 Junio 2005: 45. Énfasis
añadido)
Lo que se interpreta por las mujeres como una resistencia al cambio por parte de sus
maridos musulmanes que no aceptan que su sitio sea modificado, y que ellas negocian con
bastante ironía, se transforma, preguntadas por la actitud que en el futuro tendrán sus hijas,
en la seguridad de que no aceptarán determinados comportamientos y demandas. Unas
demandas que además no interpretan como mandatos de la religión islámica, ni siquiera
como imperativos de reproducción cultural e identitaria, sino como residuos de un modelo
machista que no comparten:
«P: Una cosa, de lo que estás diciendo, tú estás segura que de aquí a unos cuantos años, tu
hija, según lo que habéis hablado antes con respecto a las mujeres musulmanas que nunca va a ser
igual que el hombre ¿va aceptar no ser igual que el hombre?
P7. Si sigue aquí, yo creo que va a tener esta mentalidad. Si sigue aquí nunca va
a querer que un hombre le mande, eso seguro.
259
Esto también se plasma en el caso de otros colectivos diaspóricos, que contrastan la
situación de constreñimiento y las demandas esperadas e impuestas –en ocasiones
violentamente– de sometimiento a los varones en la pareja, con lo que se interpreta como
una «liberación de las mujeres» acontecida en el curso de la experiencia migratoria. En este
sentido apunta el siguiente párrafo, una conversación desarrollada entre varias mujeres
ecuatorianas en el marco de un grupo de discusión entre personas latinoamericanas:
P1. O sea, yo le digo porque yo he visto, pero muchas de las veces también la
mujer, lo que cuadra en nuestro país por decirle, la mujer y el hombre tiene su oficio.
Por decirle, en Ecuador si no pide autorización o no conversa con su marido no sale a
ningún lado, pero en cambio, ahora hemos visto que han venido aquí a España y se han
liberado, las mujeres son libres y no me digan que no.
P1. No, o sea, porque yo lo digo en todos los sentidos, o sea, no es porque
desde el punto de vista que lo vea. Aquí, todas las mujeres hemos venido aquí
sinceramente yo le digo, empezando desde yo misma, cuando vine aquí a España, dije:
“no, ahora sí. Tú te vas por allá y yo por acá”.
P1. Liberación en el sentido de que muchas de las mujeres, muchas veces las
mujeres no tienen el sentido de decir, ahora voy a estar con mi hijo hoy día. Yo he
visto y he palpado a muchas personas, por decirle: “ahora nos vamos a bailar con otra
amiga”: “ah, bueno, bueno”. Yo he visto y hasta la actualidad se va viendo, le dice a la
otra: “no, no quédate un ratito no más”, o tienen aquí a mamás o tías les dejan a los
niños o muchas veces de las veces al marido le dicen: “ah, pues ya estás tomando por
ahí, te quedas por ahí, yo también me voy a otro…”, o sea, en ese sentido ¿me
entiendes? Usted también tiene que sentir el clamor como mujer, no, allá en Ecuador me harías lo
que me harías, aquí me vienes a pegarme, como en España estoy, si vienes a pegarme o a insultarme
yo ya te denuncio, le dicen168. Yo lo he oído y lo he visto. Entonces, por ejemplo, decía
168 Las posibilidades de denuncia por parte de las «mujeres inmigrantes» víctimas de violencia de género
dependen en gran medida del status socio-jurídico que ostenten, siendo más difícil en situaciones de
irregularidad y en situaciones donde el permiso de residencia es resultado de la reagrupación familiar como
260
Capítulo 5. Subjetividades
cónyuge del maltratador. En el primer caso, se daba la paradoja de que mujeres «sin papeles» que presentaban
una denuncia por violencia de género veían cómo se iniciaban, al mismo tiempo, dos expedientes: uno el de la
denuncia por maltrato; el otro, un expediente de expulsión por estancia irregular en el estado español. Esta
situación, no animaba precisamente a que las mujeres denunciaran la situación. Esta cuestión se ha tratado de
solventar con una orden del Ministerio del Interior por la cual se «anula la expulsión de maltratadas “sin
papeles” con orden de protección. (...) El Ministerio del Interior ha ordenado que se suspendan con carácter
general los procesos de expulsión de las extranjeras en situación irregular que hayan denunciado malos tratos
de sus parejas y a las que el juez otorgue una orden de protección.» (EL PAÍS de sábado 27 de agosto de
2005). En el segundo caso, dado que las mujeres reagrupadas no poseen cartilla sanitaria propia y su status
socio-jurídico depende del cónyuge reagrupante, la denuncia se hace más difícil. «La ley, así, niega la
autonomía a las mujeres reagrupadas, pero exige, al mismo tiempo, que denuncien. (...) Si una mujer
reagrupada tiene vetado el acceso al ámbito público como sujeto con estatuto propio, ¿cómo y por qué
exigirle una muestra de heroicidad semejante?» (Casal y Mestre, 2002: 142). En cualquier caso, la LO 14/2003
introduce en el artículo 19.1 la posibilidad de obtención de permiso independiente para mujeres víctimas de
violencia de género una vez, esos sí, se haya dictado una orden de protección a su favor –en este sentido, ver
capítulo 6 «Documentos»–.
261
existencia de una red informal de atención y cuidado que permitiría dejar a los hijos al
cargo de otras mujeres, lo que facilitaría una mayor capacidad de movimiento e
independencia. Esta experiencia lleva a que sean «relativas [las mujeres] que les hayan
soportado o sigan soportando a su marido porque ahora en realidad estando aquí en
España nuestra gente mismo ha venido a desunirse más que a unirse». Como se ve en este
comentario final –y en general en todo su discurso– existe una clara ambivalencia entre lo
que la participante percibe como conductas inaceptables que no pueden ser toleradas –
violencia contra las mujeres y situaciones de radical desigualdad en la pareja– y una
concepción tradicional del matrimonio y la familia como indisoluble. Esto se observa, si
cabe con más claridad, en el siguiente párrafo en el que abunda sobre esta idea, apuntando
además, cómo esa experiencia migratoria, las distancias con familias y parejas ausentes y
una novedosa percepción de independencia por parte de las mujeres fomentan la
emergencia de nuevas relaciones surgidas en el marco del desplazamiento, en ocasiones con
los patronos de las casas en los que trabajan como internas –como comenta escandalizada
la informante–:
«P1. Yo he ido a compartir con miles de personas, miles, miles, miles de latinos,
no sólo ecuatorianos; bolivianos, peruanos, colombianos y la mayoría me ha dicho: “¡ah,
no, ya no es, cuando le he preguntado por su marido; si ahora éste es mi marido”. Pero digo:
“¿cómo?”; dice: “no, es que me separé porque me encontré con otro mejor, ahora me he dado cuenta
que ya no le quiero como mujer y mi marido ya se encontró con otra mujer”. Y eso ha habido y no
nos engañemos y seamos reales. Ha habido muchas de las veces que gente interna,
discúlpeme, gente interna, nuestra y de todos los sitios que han venido de fuera, les
han quitado a los mismos hogares españoles que les han brindado su casa porque yo
les he visto. Por ejemplo, compañeras mías que han estado trabajando en casas de las
mismas dueñas españolas, les han quitado a sus maridos.» (CD2, Mujeres y hombres
latinoamericanos, Ecuador, Colombia, Perú, 30 Junio 2005: 40-45).
P3. No, mira, yo es que tengo una teoría. Sabes qué es lo que pasa, que en
países como el nuestro, y yo creo que la gente en todo le pasa lo mismo, en países
como los nuestros ahí hay mucho machismo y los papás en casa no te dejan salir,
entonces tú a los 18 quieres ir a una fiesta: “pues no, ¿con quién vas a ir?, con tu
169Sobre los problemas de cambios de parejas y de relaciones surgidas en la diáspora, mientras el otro
miembro de la pareja permanece en el país de procedencia, comentaba también un informante chino
entrevistado en 2001 (V-E2, Julio 2001: 10-11).
262
Capítulo 5. Subjetividades
hermano”, si no tienes hermanos, o sea, que no. Entonces, qué pasa, no dejan salir a
las chicas, ¿cuál es la salida?, casarse. Pero qué pasa, dejas de pasar de depender del papá y la
mamá a depender del esposo y sale la oportunidad de viajar a España. Pues se va ¿quién?, la
mujer primero y llega aquí y si ya tienen hijos, pues ya deja a sus hijos. Llega aquí y
encuentra lo que siempre soñó, no tener que pedirle permiso ni a su papá, ni a su mamá, ni a su
marido, ni tener un hijo que… Entonces encuentra el mundo, encuentra el mundo que
han querido encontrar hacía diez años y fuera de eso tienen que trabajar duro, pero les
dan unas pelas, encuentra gente con la misma soledad y gente que te dice “cómo estás de guapa”. Y
empiezas a decir, yo puedo hacer esto con mi dinero, a tomarme una copa allí, que
puedas tomarte una copa allí, a que descubras otra vida. Y cuando ya pronto empieza la
reagrupación… pero mientras tanto, allá el esposo, no nos digamos mentiras, la
esposa o el esposo, bueno, que no quiero generalizar, pero qué pasa, pues que el esposo
está allí también, pues solito, se consiguen una amiga para no estar tan solitos. No nos digamos
mentiras porque venimos de países así de machistas. (...) Entonces, pero claro, yo
entiendo, yo soy casada. Yo espero que mi marido no me esté haciendo allá las… Pero
que te estoy hablando de en general que es nuestra cultura, entonces el hombre no quiere
estar solo; la mujer aquí también descubre ese mundo y es cuando se encuentran, la mujer ya ha
probado otras cosas: “Oiga, que venga y hágame la comida”, “pues hágasela usted”; “las
chanclas”. Llegan a ese extremo: “tráigame las chanclas”: “usted, qué es ¿bobo?,
tráigaselas Ud”. Porque ya encontró dinero, porque ya vio como la mujer que no se
deja del marido, o sea, que también aquí hay diferencias y todo. Pero ya encontró que aquí:
“Paco, saca la colada de la ropa, ayúdame a colgar la ropa”. Entonces, ellas también pretenden que
su marido haga lo mismo y se dan cuenta que, o pueden o yo me voy porque ya sabe que puede vivir
sola. Entonces, eso, puede separar mucho. Y, claro que hay parejas y ¡ojala!, sigan
habiendo muchas parejas, pero mucho, si vamos analizar las personas que han venido
es por eso, es porque encontraron otro mundo y lo mismo el hombre. El hombre que
viene primero aquí solo, en nuestros países los malcrían al 85% las mamás y las
hermanas: “siéntese que ya le vamos a servir la comida”. El mejor pedazo de carne
para el hijo, para el hombre. La hija: “recoja la ropa, la loza y la lavan” y el hombre a
leer. El lavar una cosita, el planchar, eso es para las mujeres y llegan aquí, dicen, “me
voy para España”. Llegan aquí ¿quién les lava? ¿quién les plancha?, se consiguen una
noviecita, una amiga, a vivir juntos y ahí solucionan parte del problema, que también
ya esa amiguita dice: “tú planchas y yo lavo”. Pero ya no encuentra la misma, pero por
lo menos un apoyo. Entonces, la mujer, de pronto buscamos y el hombre busca esa
comodidad y lo digo porque lo he visto en mi casa, en mi piso. El hombre es más dado a
eso. El hombre llega su mujer y vuelve con su mujer y sus hijos. Pero la mujer, la mujer cuando ama
no le importa dejar lo que deja. Es un poco más así porque la mujer ama más. El hombre
siempre tendrá más, o sea, no siempre, quiero decir, o sea, no quiero decir que
siempre porque yo lo que digo, yo soy casada. Tú conoces a un hombre casado y te
dice: “no, mira, yo estoy mal con ella, pero estamos en la misma casa, pero yo estoy
mal con ella”. Un hombre casado nunca está bien con su mujer, en cambio, la mujer si
consigue un amante dice: “es que no me lo soporto, es que no me hace bien cositas
ricas, es que no me dice, es que me ve sólo como su empleada”. Entiendes la diferencia, el
hombre siempre dice: “mi mujer es la mejor, pero te quiero tener a ti también”. La mujer no, la mujer
se va de una manera porque algo está fallando, algo, esas cositas ahí….» (CD2, Mujeres y
hombres latinoamericanos, Ecuador, Colombia, Perú, 30 Junio 2005: 40-45).
263
experimenta una situación de libertad sin parangón hasta el momento, ya que el
desplazamiento tradicionalmente esperado para las mujeres era el que se realizaba de la casa
del padre a la casa del marido vía matrimonio. En este sentido, al experimentar nuevas
relaciones y ampliar los ámbitos de reconocimiento además de las capacidades de decisión,
perciben la existencia de posibilidades diferentes a las que tenían naturalizadas, y esa
percepción hace que se resistan a un modelo de relaciones que consideran insatisfactorias.
La pareja ya no va a ser parte de un mandato, sino una relación que les ha de proporcionar
el reconocimiento que ahora consideran indispensable. No sería, por tanto, como he
apuntado al principio de este apartado, un proceso de toma de conciencia de carácter
meramente cognitivo, por el cual las «mujeres» en el curso de la experiencia «inmigrante»
«tomaran conciencia» por medio de un aleccionamiento en un cierto modelo
institucionalizado de pseudo-feminismo occidental en el que las «mujeres inmigrantes»
quedan construidas como víctimas. Sería más bien una muestra de capacidad de acción y un
ejemplo de que las subjetividades son relacionales y se van conformando sobre la base de las
prácticas en las que se inscriben con múltiples elementos heterogéneos: el hecho de ganar
dinero propio, de asumir la responsabilidad del mantenimiento familiar, de romper con
determinados ordenamientos jerarquizadores, la ausencia de elementos de control a los que
«deberían» responder, el ver otros modelos y expectativas de relación, todo ello conforma
su posición de formas diferentes favoreciendo espacios de movilización, quizá previamente
vedados. Así pues, al cambiar las prácticas y los escenarios, al incorporarse a relaciones
diferentes y responder a expectativas sociales también diferentes, sus propias expectativas
de qué significa ser una «mujer», qué significan y qué esperan de las relaciones de pareja
quedan transformadas.
Así pues elementos que configuran ese cuerpo extenso, ese cuerpo ensamblaje del
que hablé en el capítulo anterior, tales como ropas, formas de llevar el pelo, formas de
ocupar el espacio, o aspectos como las diferentes pigmentaciones de la dermis se
convierten en elementos que al potenciar determinadas identificaciones y reconocimientos
están dotados de un poder coercitivo de gran calado. Determinados elementos reconocidos
como «otros» son empleados para «marcar» derogativamente y «situar» a las personas,
espacios, etc. así marcados en una posición de subordinación: bien sea condensados en un
término singular, un insulto como «sudaca», o «moro», por ejemplo, o en elementos quizá
aparentemente más sutiles pero no por ello menos contundentes, como miradas de
desaprobación, o de sospecha, o la acción de agarrar el bolso como si alguien fuera a
quitárselo, o a través de bromas hirientes o aparentemente banales. Esos elementos poseen
semejantes efectos interpeladores –si bien su capacidad de movilización y «enrolamiento»,
en cada caso resultaría diferente– no por su materialidad o consistencia particular, sino
porque reproducen y actualizan todo un entramado de relaciones de poder, que se ocultan
tras lo que puede parecer sólo un nombre o un acto banal. Fundamentalmente funcionan,
además, porque nunca constituyen un acto singular, sino porque forman parte de
265
entramados de prácticas más amplias que reiterados configuran hábitos y pautas de
actuación reconocibles170.
Por tanto, el poder interpelador no sólo funciona por el reconocimiento del mismo
por parte de la instancia que emite el insulto, sino por la movilización que este realiza de
toda un esquema «histórico racial» como apuntaría Fanon (1951/2001: 185), del que la
persona así interpelada no se puede escindir. Como se observa en los siguientes
comentarios tomados del trabajo de campo y que destacan la arbitrariedad y el carácter
injusto de estas prácticas:
P7. Y una cosa que también hemos vivido. Cuando hay una pelea entre español
y negro, cuando llega la policía en vez de preguntar, lo primero que hacen es esposar
primero al negro, atrás, primero, le ponen las esposas y después preguntan lo que
pasa, o si no te llevan directamente a la comisaría.
P5. Sí
P7. Sí. Un día había una pelea en mi calle y entonces han llamado a la policía,
antes de que llegara la policía, los chicos se habían ido y como saben que los negros
que viven ahí, somos nosotros, en vez de preguntar, no han visto a nadie, a las dos de
la madrugada han tocado la puerta y pregunta: “¿quién está peleando? ¿dónde están?”:
“pero ¿quién está peleando?”, como si nosotras fuéramos… Es que vamos, es
increíble, es increíble.
P8. Y una cosa, dentro del autobús o en el tren o donde sea, si hay una chica
negra que está sentada al lado, española no se va a sentar al lado de ella.
P7. Nunca.
170 Acudiendo de nuevo a Butler: «El poder funciona mediante disimulación: aparece como algo distinto de sí
mismo, de hecho, aparece como un nombre. (...) El nombre carga en sí mismo el movimiento de una historia
que lleva secuestrada. Evidentemente, los nombres injuriosos tienen una historia, una que es invocada y
reconsolidada en el momento de la locución, pero no explícitamente contada. (...) El nombre tiene, por tanto,
una historicidad, que debe ser comprendida como la historia que se vuelve interna a un nombre, que ha venido
a constituir el significado contemporáneo de un nombre: la sedimentación de sus usos según han llegado a
formar parte del propio nombre, una sedimentación, una repetición que congela, que da al nombre su fuerza.
(...) La fuerza del nombre no depende tan sólo de su iterabilidad, sino de una forma de repetición que está
ligada al trauma, de lo que, estrictamente hablando, no se recuerda, pero se revive y se revive en y a través de
la sustitución lingüística del evento traumático. El evento traumático es una experiencia extendida que desafía
y propaga la representación al mismo tiempo. El trauma social toma la forma, no de una estructura que se
repite mecánicamente, sino más bien de una subyugación continuada, la reescenificación de la injuria a través
de signos que al tiempo obstruyen y reactualizan la escena.» (1997a: 36-37).
266
Capítulo 5. Subjetividades
P8. ¡Es negro!, parecen sucios, caca. El autobús está lleno de gente, ahora no
hay ninguna forma de sentarse en otro lado; luego se queda así… [Hace el gesto de
alguien que se sienta muy tiesa y como temiendo tocar a la persona de al lado].
P5. Y nuestros hijos también sufren mucho en ese caso también en el colegio.»
(GD1, mujeres procedentes de países de mayoría islámica –Marruecos, Senegal,
Bangladesh-, 28 Junio 2005: 36-37)
«La primera casa que tuve, fui a vivir con una amiga a la zona de Rubén Darío.
Y nada, horrible, porque estaba cerca de mi trabajo pero la gente era horrible... muy
muy facha... de hecho una vez nos tiraron una botella desde una ventana, otro día nos
intentaron ahí meternos en un coche... porque éramos sudacas... bueno... horrible.» (M-
HV8, mujer con doble nacionalidad colombiana-española, Junio 2003: 15).
«P3. Te quería preguntar, ¿tú siempre vas con tu vestido?, lo pregunto, ¿Cómo te tratan?
¿te sientes diferente porque llevas tu vestido puesto? ¿te miran diferente?, ¿cómo te sientes? Porque tú
¿de dónde eres?
P8. Soy de Otavalo. Es la ropa que nos ponemos en Ecuador; a veces, usamos esto y es
nuestra cultura.
P3. Sí, es muy lindo, ¿pero cómo te sientes? ¿La gente te mira diferente?
P8. Los españoles que nos miran diferentes, como que me han dicho que si iba a alguna
fiesta, me han dicho así, pero no, nosotros llevamos así un montón de tiempo.
267
P3. Pero alguien se detiene a preguntarte: ¿por qué vas vestida así o algo?
P: Bueno, me imagino que otros compañeros tendrán hijas. Por ejemplo, las hijas ¿también
van vestidas así?
P: ¿Y comentan algo si le dicen los amigos del cole? Es decir, los compañeros ¿los notan
distinto, le dicen algo o no dicen nada?
P8. Algunos sí; algunos no dicen nada. Yo no tengo niñas. A mi hijo, tiene un pelito
cogido así y me ha dicho que los amigos le han dicho que se tiene que cortar el pelo; es que nosotros
llevamos así, como hombres llevan, tiene que ser con pelo, no tenemos que cortar
más, aunque, según el gusto ¿no?; alguno sí puede cortar el pelo.» (GD2, Mujeres y
hombres latinoamericanos, Ecuador, Colombia, Perú, 30 de Junio 2005: 15-16).
En este ejemplo, la mujer mestiza que interpela a la mujer otavaleña, reconoce en ella
«un orgullo» y afirma que si ella fuera indígena también llevaría esa ropa. Es una mirada que
otorga un cierto reconocimiento, pero eso no impide que la interpelación sea menos
efectiva. Esto se ve aún más claro cuando la mujer otavaleña narra cómo «los españoles»,
que no dotan de semejante reconocimiento a la cultura indígena otavaleña, le preguntan si
«va a alguna fiesta», o cuando se le pregunta hasta qué punto esa ropa se mantiene en la
siguiente generación en la diáspora y qué tipo de interpelaciones reciben los hijos en
espacios de socialización/normalización tan poderosos como el colegio y los grupos de
pares –«A mi hijo, tiene un pelito cogido así y me ha dicho que los amigos le han dicho que
se tiene que cortar el pelo»–.
268
Capítulo 5. Subjetividades
«R: Las mujeres van vestidas así de lo típico, pero nosotros los hombres no nos
vamos a vestir así.
R: (…) Más antes sí se vestía, pero ahora ya no. No nos vamos a vestir así. Era
el típico pantalón blanco, con camisa, ahora.
P : ¿Pero por qué las mujeres siguen vistiendo? ¿Porque les gusta? ¿Por qué unos sí y otros
no?
P: ¿Sí? ¿Te hablan mal? Pero, las niñas por ejemplo, ¿siguen vistiendo?
171 En cualquier caso, las hibridaciones abundan: es bastante habitual, sobre todo en invierno ver cómo las
mujeres otavalo tienden a combinar elementos como forros polares, sudaderas o zapatillas de deporte, con las
faldas, camisas blancas bordadas y los collares dorados tradicionales.
269
P: ¿Y de ellas no hablan nada?
R: No, no. Eso serían las personas mayores. Tienen que vestir lo que ellos
dicen, con las niñas pequeñas no pasa nada.
R: Sí.
P: ¿Y si no quieren…?
R: Si no quieren ¡qué van hacer!, es que los obligan, los padres, las madres. Las
obligan las madres y dicen, que ¡¿por qué la hija anda vestida así?! Por esa razón, las
madres desde pequeñas… Claro, les cuesta, es la vestimenta les cuesta… no lo pueden
cambiar eso, solamente porque están en Alemania o en otro lado. Peor en Ecuador.
P: Si una chica de catorce o quince años, siguiera estudiando en el instituto, ¿le dirían algo
por ir vestida así?
(…)
P: O sea, si a lo mejor en el cole no les dejaran, pues se le cambiaría, pero solamente por eso.
R: Claro, si no le dejan.
R: No, no. Lo que pasa que algunas chicas tienen recelo, de que hablen: “mira,
una india”. Entonces, por ese recelo, ellas no se ponen…
P: Entonces, no se lo ponen, para evitar eso para que cuando van al colegio…
R: Sí.
R: Salen con las amigas y no se cambian. Pero cuando uno tiene una amiga o un
amigo, se cuenta de dónde es cada uno. Y ellos, les van y les cuentan, saben que la
madre y el padre; y la madre lleva la vestimenta, y sí que les preguntan por qué. Ellos
lo entienden.
R: No.
270
Capítulo 5. Subjetividades
P: Y en el caso de los chicos, de los hombres en general, ¿el tema del pelo?
P: ¿Por qué?
R: Porque son pequeñitos todavía, hace mucho calor, pero ya cuando sean un
poquito más grandes, ya tendrán que dejar crecer el pelo si es que les gusta, más
adelante. No importa que no sea muy largo, pero un poco sí.
R: Porque me gusta.
R: Lo hace cortar. Pero la gente habla mucho. Allá les dicen “mocho” con el pelo
corto, les dicen: “mocho”, “no les dará vergüenza hacerle cortar el pelo”.
R: Ya no, porque ya los están viendo más, ya hace mucho calor. En el cole les
dicen: “¡ay!, una chica, una chica” porque le ven con pelo largo. “Una chica, una chica”. Y le hizo
cortar el pelo.» (E1, Ecuatoriano indígena otavaleño, 7 Julio 2005: 37-39).
La «vergüenza» se moviliza socialmente a través del uso del insulto con clara
intención reguladora. En este caso, como vemos, la vergüenza se moviliza de forma
contradictoria en la comunidad diaspórica y en la sociedad de acogida y los referentes se
ponen en tensión. Tanto más cuando, como es el caso, lo que es interpretado como una
marca de masculinidad por la comunidad diaspórica es interpretado por la sociedad de
acogida como un elemento feminizador y que, por tanto, atenta contra la virilidad y
cuestiona la heterosexualidad con que se asocia –«en el cole les dicen: “¡ay!, una chica, una chica”
porque le ven con pelo largo. “Una chica, una chica”. Y le hizo cortar el pelo.»–. En cualquier caso, lo
interesante de la narración es cómo lo que en un primer momento se presenta como una
realidad sin fisuras, una vez que se consideran las prácticas concretas, se muestra como
parte de una negociación mucho más compleja y contingente, donde las respuestas y los
271
ejercicios identitarios se realizan de manera estratégica172 dependiendo de los contextos y de
las posibilidades de movilización que se dan en cada caso. Por otro lado, se constata cómo
el peso de la identidad y de su mantenimiento tiene en los cuerpos de las mujeres –y en la
forma en que se presentan cotidianamente: ropas, pelo, etc.– uno de los canales de
producción y reproducción más importantes. La tradicional imagen de vulnerabilidad de las
mujeres hace que se multipliquen las regulaciones sobre su conducta, la forma en la que
deben presentarse en público, etc. Se convierten en el reducto de la identidad, en el
epítome de la nación (McClintock, 1995; Fortier, 1999; 2000).
172 Aquí empleo «estratégica» vinculándolo a la forma en que en el capítulo 1 «De los estudios sociales de la
ciencia a las perspectivas parciales de la complejidad» abordaba la concepción del poder en Foucault. En
concreto Foucault apunta que: «las relaciones de poder son a la vez intencionales y no subjetivas. Si, de hecho, son
inteligibles, no se debe a que sean el efecto, en términos de causalidad, de una instancia distinta que las
“explicaría”, sino que están atravesadas de parte a parte por un cálculo: no hay poder que se ejerza sin una
serie de miras y objetivos. Pero ello no significa que resulte de la opción o decisión de un sujeto individual; no busquemos
el estado mayor que gobierna su racionalidad; ni la casta que gobierna, ni los grupos que controlan los
aparatos del Estado, ni los que toman las decisiones económicas más importantes administran el conjunto de
la red de poder que funciona en una sociedad (y a la que hace funcionar); la racionalidad del poder es la de las
tácticas a menudo muy explícitas en el nivel en que se inscriben –cinismo local del poder–, que
encadenándose unas con otras, solicitándose mútuamente y propagándose, encontrando en otras partes sus
apoyos y su condición, dibujan finalmente dispositivos de conjunto: ahí, la lógica es aún perfectamente clara, las
miras descifrables, y, sin embargo, sucede que no hay nadie para concebirlas y muy pocos para formularlas: el carácter
implícito de las grandes estrategias anónimas, casi mudas, que coordinan tácticas locuaces cuyos “inventores”
o responsables frecuentemente carecen de hipocresía.» (1976/1998: 115-116).
173 Son muchos los trabajos en los que de una forma exhaustiva se viene tratando este tema, entre ellos:
Fanon, 1959; Mohanram, 1999; Casanova Fernández, 2001; Ayllón y Panadero, 2002; de Botton, Puigvert y
Taleb, 2004.
272
Capítulo 5. Subjetividades
quienes el pañuelo, más que un signo religioso, pasa a ser sobre todo una forma de expresar
una pertenencia identitaria, particularmente ante lo que se percibe como una situación de
acoso y amenaza hacia sus comunidades diaspóricas de referencia (de Botton, Puigvert y
Taleb, 2004). En torno al uso del pañuelo se ha gestado un debate tal que se hace extensivo
a las interacciones cotidianas, de tal modo que se percibe como una cuestión especialmente
problemática y conflictiva, como apuntan los siguientes comentarios desarrollados en el
curso de un grupo de discusión con mujeres procedentes de países de mayoría islámica, en
el que ninguna de las participantes llevaba pañuelo:
«P1. Disculpen, en el caso del pañuelo sí que hay un gran problema aquí en
España porque le voy a contar un caso que mi hermano lo ha vivido y lo ha visto:
resulta que en un colegio una chica marroquí que nació aquí en España, o sea, que es
de la segunda generación podemos decir y llevaba pañuelo, o sea, que ella se sentía
muy a gusto con el pañuelo, nadie le obligó a llevar el pañuelo ni sus padres ni nadie
porque ella, como ella es musulmana, ella ha decidido poner el pañuelo y llevarlo e ir
al colegio. Entonces, resulta que un día la directora del colegio la ha echado del
colegio, le ha dicho dos cosas: “tienes la elección o bien tienes que quitarte el pañuelo
o bien no entras al colegio”. Entonces, en este caso qué haremos. Y la chica se ha
defendido muy bien, le ha dicho: “yo estoy muy convencida o sea, si quieres echarme
pues que me eches, pero yo estoy muy convencida y es mi religión y yo respeto a su
religión, entonces usted también me tiene que respetar a mí porque lo de la
indumentaria no es…”. Uno no tiene que juzgar a una persona por el mero hecho de
llevar el pañuelo o no, hay que saber respetar a los demás y hay que ser tolerante, eso
es lo más importante, o sea, que todos somos ciudadanos del mundo y la persona no
tiene que juzgar a otra por el mero hecho de haber nacido en un país, en tal país, en
un país o en otro, según mi punto de vista, o sea, la persona… lo más importante en
un ser humano es que tiene que respetar a la opinión de otra persona y a la religión de
otra persona y a la cultura y a las costumbres, igual que nosotros. Y, sobre todo, o sea,
hablo de mí misma, yo respeto, o sea, yo no puedo juzgar a un judío o no hablar a un
judío o a un cristiano, a mí me da igual, tengo amigos de todas las razas del mundo:
estadounidenses, ingleses, o sea, hebreos, cristianos, budistas, o sea, yo no puedo
juzgar a una persona por ser de tal religión o de tal país.» (GD1, mujeres procedentes
de países de mayoría islámica –Marruecos, Senegal, Bangladesh–, 28 Junio 2005: 6).
«P3. El otro día estamos en una tienda, viene una señora que está echado el
pañuelo y viene otra española y dice: “¿por qué se echa el pañuelo?”: “porque respeto
mi religión, el pañuelo es una cosa obligatoria, no es una cosa voluntaria, es una cosa
que dice mi religión que hay que poner el pañuelo”. Luego la señora dice a esta señora:
“¿por qué las monjas se ponen pañuelo?” y la señora queda así… cómo va a contestar,
se queda helada, de verdad.» (Mujer marroquí, GD1, mujeres procedentes de países de
mayoría islámica –Marruecos, Senegal, Bangladesh–, 28 Junio 2005: 16).
En ambos casos, nos encontramos con ejemplos donde mujeres que eligen llevar el
pañuelo son cuestionadas por hacerlo por parte de miembros de la sociedad de acogida,
que asientan sus interpelaciones en argumentos sobre la defensa de la libertad de la mujer y
el incremento de su independencia. Paradójicamente, sin embargo, los argumentos de las
273
mujeres que llevan el pañuelo son ignorados o descartados como no válidos: han sido
forzadas o han introyectado una narrativa opresora.
«Y sí yo lo he vivido desde que era canija. (...) Mi primer recuerdo del colegio,
con seis añitos es de estar pegándome en el patio del colegio con dos niños, hermanos
ellos, los más malotes del cole allí en X, que además curiosamente eran gitanos y,
porque bueno, porque se metieron conmigo y tal “negra de mierda”. Lo típico... no sé
pues yo supongo que ya habría decidido, porque ya habría tenido alguna experiencia previa
aunque de eso no me acuerdo... que eso no podía ser...
274
Capítulo 5. Subjetividades
P: Claro...
R: (...) A partir de ese momento se estableció una relación muy curiosa, (...)
porque nuestro primer encuentro fue que nos pegamos... que me insultaron... que nos
partimos la cara... (...) y a partir de entonces de ser supercolegas, porque como ellos no
me habían ganado, pues entonces pues yo también era guay... no hemos podido con
ella pues entonces es guay o algo así... A partir de ese momento en ese colegio nadie
más se metió conmigo... en mi cara... no sé si por detrás tal, pero bueno, a mí eso...
pues francamente supongo que me daría igual... pero todo el mundo tenía ya un cierto
respeto, no sólo porque yo era más chunga ya... había ingresado en la categoría de chunga,
que no te podías meter conmigo... porque yo ya me había pegado con los más malos
del cole...
R: Y había salido ilesa, y además los más malos del cole ya eran amigos míos,
con lo cual ya éramos todos supermalos y entre que ellos eran gitanos y yo negra (...) pero bueno,
ésa ha sido una dinámica que luego se ha ido manteniendo... me refiero, con los
cambios de colegio y así. Yo cada vez que llegaba a un colegio nuevo sabía que me iba
a tocar pues poco menos que partirme la cara con alguien. Y así pasaba. Yo en ese
colegio sólo estuve ese año... al año siguiente me cambiaron a otro colegio y también
me peleé con no-sé-quién, pero también con el mismo tema. Y ya se acabó... hasta que
me volvieron a cambiar de colegio en quinto... y entonces también me peleé con otro
chico que también me insultó y tal... bueno ya a partir de ahí no, porque luego en el
instituto ya la cosa era un poco diferente, pero en buena medida se estableció así. Yo
no sé si eso ha moldeado en parte también mi carácter o no, pero eso era como algo...
R: Sí, sí, sí. O eso o que lo he sabido con los años, no sé si en ese momento
tendría el chip puesto de que eso iba a pasar... seguramente sí de que eso podía pasar...
y de cual iba a ser mi respuesta ante eso. Desde luego no me iba a achantar y dejar que
me insultasen o me dijesen todo tipo de cosas... porque no sé supongo que siempre he
pensado que esas dinámicas o las cortas a tiempo o van a más. Y vamos no estaba yo
muy por la labor de que se metiesen conmigo todos los días, ¿no?» (M-HV7, junio
2003: 10-11).
«R: Supongo que cuando era más peque sí, supongo que no me debía hacer
excesiva gracia... sí que... tengo como vagos recuerdos de un poco, un poco
angustiosamente a veces, sí que me angustiaba, pero no tanto por mí fíjate qué
curioso, porque eso, yo solucionaba el tema pegándole dos guantadas al más pintado,
a mí no me iba a vacilar nadie, sino cuando, sobre todo cuando iba con mi madre o
así.
P: ¿Sí?
275
En ambos fragmentos de la entrevista, la informante narra su experiencia de ser
insultada y su respuesta ante ello, y cómo esa percepción constante de vulnerabilidad y la
posibilidad de ser objeto de agresiones verbales y físicas se mantenía permanentemente. El
poder interpelador del insulto se moviliza con toda su fuerza en el momento de la locución,
pero el resto del tiempo permanece como una amenaza asentada en la vulnerabilidad de un
cuerpo «racializado» y por tanto marcado como «otro» en torno al cual se moviliza toda una
historia acumulada, pero oculta, de discriminación, colonización y racismo hacia las
personas negras. En el espacio del colegio, todo ese dispositivo es movilizado, pero la
entrevistada, en lugar de asumir la posición de subordinación y el espacio de legitimación
desde el cual es interpelada por el insulto, reacciona y lo rechaza –se pega con los niños que
la insultan como mecanismo para evitar la repetición del insulto–. Pero tal como apunta, la
interpelación es reiterada y la necesidad de responder también lo es: cada vez que cambia
de colegio tiene que hacer muestra de su rechazo a las interpelaciones derogativas –tiene
que acabar pegándose con algún niño/a que la insulta–. Inmersa en un marco más amplio
donde se movilizan determinado tipo de reconocimientos y lecturas de los cuerpos, su
ejercicio de auto-afirmación y rechazo de dicho marco ha de ser reactualizado en cada
nuevo espacio174, puesto que los elementos hegemónicamente movilizados y que la
interpelan como «otra racializada» son reiterados continuadamente.
174 En un sentido parecido, Butler (1991: 16) habla de cómo el ejercicio de «salir del armario» para lesbianas y
gays nunca consiste en una práctica única, sino que reiteradamente interpelados en la matriz heterosexual las
personas lesbianas y gays, nunca están totalmente «fuera» o «dentro», sino que continuamente se ven
impelidas –o amenazadas, dependiendo de las situaciones– a repetir una y otra vez ese ejercicio de «salir del
armario» como afirmación y respuesta a la matriz heteronormativa imperante.
276
Capítulo 5. Subjetividades
elemento peligroso, como «niña mala», que además no respondería adecuadamente a las
expectativas de su género: la vulnerabilidad radical de la que es objeto por su
reconocimiento racializado es compensada y contestada por una trasgresión de las normas
generizadas, esto es, para resistir a los reconocimientos negativos en términos raciales,
trasgrede las expectativas sociales de género como niña. Pero el elemento más interesante,
lo constituye sin duda la reflexión sobre la importancia que estas experiencias de insultos,
agresiones e interpelaciones varias han tenido sobre el desarrollo de su propia subjetividad
y cómo, en este caso, ante esa reiterada experiencia de vulnerabilidad la entrevistada se ve
impelida a responder y a cuestionar sistemáticamente las normatividades sociales impuestas.
Este ejercicio de resistencia, se convertirá así en un elemento configurador por excelencia
de su propia identidad, de tal forma que en lugar de intentar amoldarse a unas
normatividades y reconocimientos que sistemáticamente la excluyen, lo que hará será
cuestionar el marco general de reconocimientos, haciendo de la resistencia y la trasgresión
elementos que definirán su propia formación subjetiva.
277
incluso afecciones mucho más físicas como migrañas, y a las personas que las sufren
(Guarderas y Montenegro, 2005: 274-275)175.
Pero afirmar esto no implica negar que las situaciones de trauma y tensión
provocadas por el proceso de desplazamiento y, sobre todo, por el proceso de adaptación
en un espacio a menudo hostil, no provoquen conflictos que eventualmente deriven en
problemas de salud mental, o en problemas que sean tratados como de salud mental. Como
narra un mediador social chino entrevistado:
«R. (...) No quiere decir que los chinos no tengan problemas; los chinos
también tienen problema social, porque los chinos que tienen aquí han tenido crisis
familiar, crisis social. Porque la dimensión cultural es de crisis social, la diferencia de
punto de vista de la familia... Fíjate, ahora mismo, yo he discutido varias veces con mis
padres, porque no convenía, no sabían... los padres quieren que tú trabajes... Porque,
mira: mi hermano pequeño, cuando llegaba aquí tenía 17, no hacía nada. Y hasta ahora
tampoco no hacía nada. Y eso es un fracaso total. Y luego bebía. Y si bebía es como
que... Y luego le venía cómo algo de enfermedad...
R. Por parte de los padres, porque trabajan mucho. Trabajan quince horas, cómo vas a tener
preocupación por estos chavales...» (E2-V, Julio 2001: 2-3. Énfasis añadido).
Así pues, los problemas de «salud mental» no serían sino efecto de un determinado
clima social hostil y un reflejo de la vulnerabilidad de unas personas a las que, bien sea por
cuestiones idiomáticas, por rechazo social, por desconocimiento de los códigos socio-
culturales vigentes en la sociedad de acogida, por rechazo de las posiciones en las que son
interpelados como «inmigrantes», o por todo ello conjuntamente, se enfrentan con
problemas de comunicación y con dificultades para establecer vínculos emocionales que les
proporcionen una cierta seguridad y estabilidad. Las «crisis» de «salud mental» parecen, más
bien, no tanto deficiencias de personas «inmigrantes» individuales, que serían incapaces de
«adaptarse» y a las que habría que medicar, sino reflejo de un conflicto social que lejos de
emerger como tal queda individualizado y patologizado: parece más fácil medicar a
personas individuales que tratar de resolver problemas de exclusión, racismo, etc. Las crisis
personales podrían interpretarse así como una reacción ante imposiciones múltiples que,
plegadas sobre personas concretas, se vuelven demandas imposibles de cumplir. Esto
además se agudizaría en el caso de menores, sobre los que se acumulan los proyectos de
una vida mejor de los padres y las narrativas –y en muchos casos las hostilidades– de la
sociedad de acogida. Ante esa tensión constante de tener que responder a menudo a
demandas contradictorias en un periodo en el que se está desarrollando una identidad, se
pueden generar crisis que evidencien las dificultades de conciliación. Como narra una mujer
con doble nacionalidad colombiana y española que llegó con sus padres y hermanas a
mediados de los ochenta y recibieron estatuto de refugiados políticos, la tensión producida
ante el rechazo social y las experiencias de exclusión y racismo se convierten en elementos
que en determinadas situaciones si no pueden articularse como conflictos sociales explícitos
pueden introyectarse como crisis personales:
«R: Y ya al llegar aquí, fue... fue muy duro. Porque de vivir en un país tropical,
en el que tienes la libertad absoluta en el que nadie me controlaba... yo me podía ir con
la bicicleta y estar dos días por ahí... estar en la playa cazando cangrejos y si volvía...
pues mi mamá estaba tranquila porque estábamos siempre en grupo... y llegar aquí y
ver todo, todo lo que veían eran amenazas. Y realmente había un montón de
amenazas. Realmente fue muy violenta, fueron muy violentos los primeros años aquí. Fueron muy
duros, porque por primera vez vives el racismo, vives la exclusión, vives pues el no tener derechos. De
haber vivido como un rey hasta los once años a empezar a ser una especie de persona
marginal y encima ser consciente de ello porque tienes toda la... todo el conocimiento
de cuales son los derechos humanos y como son los derechos humanos, y como te
están negando tus derechos todos los días y los de tus padres, pues es, es bastante... de
280
Capítulo 5. Subjetividades
hecho a los dos años me suicidé [sic.] porque me negaba a vivir esta vida... (...) [Retoma el tema en
la segunda sesión] Después de los 12 años que fue cuando tuve, pues esta crisis
impresionante, que no me gustaba lo que tenía que vivir y (...) me intenté suicidar,
bueno, pues estuve ingresada en NN, y... (...) Pero fue porque, pues eso, porque no
quería vivir la vida que estaba viviendo, o sea, fue una acumulación de muchísimas
cosas. Y también porque se me exigían pues muchas responsabilidades que veía que no era justo.
176En este sentido, Marimar Velasco (2005) proporciona un interesante análisis de la película Contra la Pared
de Fatih Akin (2004) y de los intentos de suicidio de la protagonista Sibel, una joven turco-alemana, como
una forma de afirmación de agencia frente a lo que se percibe por la protagonista como demandas imposibles
de sujeción.
281
de protección, en ocasiones directa, ante las agresiones. El conflicto social de la exclusión y
las agresiones racistas, que ante la imposibilidad de ser enfrentado como tal se traducía en
conflicto personal y se buscaba evitar mediante la auto-anulación –el intento de suicidio–,
pasa a ser traducido en conflicto social –colectivo– dirimido en el ámbito de lo público.
Pero todo esto no quiere implicar que no se provoquen tensiones que produzcan
dolor y sufrimiento agudo en las personas inmigradas. En muchas ocasiones las narraciones
de los primeros momentos en la sociedad de acogida, la sensación de soledad, de pérdida,
de desamparo, el peso de la responsabilidad personal, familiar y colectiva asumida, así
como la necesidad de devolución de la deuda contraída para llegar por las personas que
deciden migrar, se hace pesada como una losa. Especialmente si no se poseen redes
institucionales o informales que faciliten el tránsito y asentamiento, si se tarda en encontrar
empleo o vivienda, si no se tienen personas de contacto o se desconoce el idioma. Los
siguientes extractos de una historia de vida a una mujer ecuatoriana mestiza que llevaba tres
años en el estado español cuando se realizó la entrevista en 2001, es bastante explícita en
cuanto a esa sensación de pérdida radical, pérdida que se hace extensiva a un espacio que
resulta desconocido y hostil:
R. No... Yo solamente como le he dicho, para venir acá, ahí nomás... Llegué de
Macas, del oriente, a Quito, y estaba en una pensión. Al siguiente día cogí el taxi...
todo eso viendo los edificios grandes, me mareaba la cabeza, y me daba un
sufrimiento moral... decía: si acá hay un temblor me tapan las casas, me muero... Mis
hijos se quedan allá. Y por todo eso era el sufrimiento. Yo decía: por qué venir acá...Y
que no tenía trabajo, nada...» (M-HV2: 8).
282
Capítulo 5. Subjetividades
R. Allá, en el oriente... Ellos decían para qué quería yo venir aquí a España, para
qué. Y todo eso me acordaba cuando estaba trabajando acá. Así me dijeron, y yo no
oí... Pues tengo que trabajar decía yo... Y a veces no dormía nada a la noche...
P. No dormías...
«Pues sí, te lo he contado, los primeros cuatro años [en Turquía primer lugar de
emigración junto con su familia] pues realmente han sido una pesadilla. Han sido para
mí una experiencia tremenda que me ha producido para mí mucha tristeza, mucha
tristeza, mucha tristeza... y me han hecho sentir muy distinta a los demás y muy sola
frente a todo y esto es algo pues que llevo y pues no por nada será que mi mayor
pavor en esta vida sea frente a la soledad, no sé ahí hay muchas cosas que creo que
vienen de ahí que todavía no las tengo muy controladas y que sí que han contribuido a
ver la vida, de alguna manera, han contribuido a formar mis deseos. La experiencia
misma ha contribuido mucho en la formación de mis deseos, pero también en la
formación de mis miedos y en la formación de lo que soy. Eso no quiere decir que
toda mi vida se haya limitado a esto, pero sí pienso que esta experiencia sí que ha
tenido gran repercusión en mí, ¿no? También por la edad que tenía, por muchas cosas,
y no me resulta fácil la verdad.» (M-HV9, Febrero 2005: 28).
283
En este párrafo, una mujer turca joven y educada, narra su primera experiencia
migratoria a Turquía con su familia cuando era una niña177. Reconociendo la sensación de
soledad y tristeza que le produjo la experiencia, de desencuentro e incluso de rechazo, la
entrevistada recrea desde su ahora cómo esa experiencia de vulnerabilidad la ha forjado,
cómo, de alguna manera, ha contribuido a la «formación de sus deseos, de sus miedos» y a
la formación de su subjetividad. Pero, quizá lo que resulte más relevante para el análisis de
su narrativa, en mi opinión, es que si bien reconoce el impacto de esa experiencia en su
propio desarrollo identitario, rechaza que su vida y su identidad puedan explicarse
exclusivamente por su experiencia migrante. Como vengo afirmando a lo largo de este
trabajo, las personas reconocidas como «inmigrantes», por esa tendencia a establecer las
identidades como exclusivas y excluyentes, en ocasiones ven cómo todo elemento de su
existencia pasa inmediatamente a ser reconocido y explicado en términos de su experiencia
migrante: únicamente son reconocidas como personas «inmigrantes», al margen de muchos
otros elementos que puedan estar marcando sus experiencias vivenciales, y al margen de
que estas puedan a veces tener más similitud con la experiencia de determinadas personas
«nacionales»/«autóctonas» que con otras personas con los que es asimilada bajo el
calificativo «inmigrante». Es en ese sentido, por ejemplo, que resulta cuestionable el
«síndrome de Ulises», puesto que unifica experiencias y síntomas muy diversos bajo una
categorización patologizante y que no se asienta tanto en una etiología de síntomas
comunes, cuanto en el establecimiento de una comunidad homogénea «inmigrantes» como
«población de riesgo».
177La entrevistada nació fuera de Turquía en el seno de una familia de origen turco que eventualmente
decidió «retornar al origen» por las condiciones del país de residencia.
284
6. Documentos
286
Capítulo 6. Documentos
178 Al menos se asientan, como veremos más adelante, en una cierta promesa de inmutabilidad ligada a una
concepción de la identidad como estática: las pertenencias nacionales, o los cuerpos sexuados, etc. se
consideran como elementos estáticos, cuando, tal como se evidencia cotidianamente son espacios mutables y
móviles que se mueven más bien con una lógica fluida (Mol y Law, 1994: 655; De Laet y Mol, 2000; García
Selgas, 2002; 2003; 2006a).
288
Capítulo 6. Documentos
identificación –bancos, compras, etc.– como espacios que actúan como terminales de esos
centros de cálculo en los que se acumula la información y donde se contrastan los datos. Los
centros de cálculo resultan claves, como ya mencioné en el capítulo primero, por su
capacidad de establecer y estabilizar relaciones, multiplicarlas y acumularlas, lo que favorece
y potencia las capacidades de movilización y ejercicios de distribución de poder: la
durabilidad y solidez de un fenómeno, la estabilidad de un entramado concreto de
humanos y no humanos, vienen dadas precisamente por una multiplicación de las
conexiones que favorece que todos los elementos «permanezcan en su sitio»:
Tal como apunta Serres, las categorías recogidas, fijadas, en los documentos de
identidad son tan enormemente reducidas que su «lógica roza la miseria» (1995: 200).
Evidentemente resultan incapaces de dar cuenta de la complejidad fluctuante que somos,
pero constituyen verdaderos «puntos de paso obligados» que fijan qué categorías o
adscripciones resultan relevantes para una identificación en el ámbito policial o estatal. En
cualquier caso, son elementos indispensables para el tránsito de fronteras y los regímenes
que establecen qué personas o elementos pueden desplazarse y cuáles no. Pero, ¿qué
elementos se recogen en los documentos de identidad? En primer lugar, el nombre y los
apellidos. Estos elementos ya nos sitúan y posicionan de formas muy concretas,
introduciéndonos en ordenamientos de los cuerpos, las relaciones y las distribuciones
sociales de los géneros, e incluso nos orientan sobre los orígenes geográficos y culturales de
las personas que los detentan. Los nombres así, aparecen generizados. Salvo contadas
excepciones, que además son reguladas, los nombres, han de tener necesariamente una
289
clara adscripción de género: han de ser reconocibles a simple vista como de varón o de
mujer179, pero además, el régimen de parentesco implícito en los apellidos también nos
informa de los ordenamientos de las relaciones de género socialmente vigentes. Así, por
ejemplo, en el estado español y en gran parte de América Latina se mantienen tanto el
apellido del padre como el de la madre, si bien es el del padre el que ocupa el primer lugar –
aunque la Ley 40/1999, de 5 de Noviembre de 1999, sobre el nombre y apellidos y el orden
de los mismos, (B.O.E. 266/1999, de 6-11-1999) que modificó el Código Civil y la Ley de
Registro Civil180 permite que se alterne el orden de los apellidos, la tradición continúa
pesando–181. En los casos de madres solteras, se repiten los apellidos de la madre, pero
hasta la fecha continúa siendo necesario introducir un nombre, aunque sea ficticio, de un
padre –por supuesto, el de un varón– en la partida de nacimiento del bebé. Sólo con ese
primer dato se nos introduce en un régimen de parentesco y organización social marcado
por determinadas relaciones de género, donde se da una preeminencia tradicional al varón,
y donde la expectativa de las relaciones es una de normatividad heterosexual182. Por otro
lado, los documentos de identidad constatan el lugar y la fecha de nacimiento, los nombres
de los progenitores y por supuesto el sexo de la persona que ostenta el documento. En
179 En este sentido, las personas transexuales antes de haber conseguido el cambio de sexo y para evitar
situaciones de discriminación, intentan en ocasiones cambiarse el nombre por uno que no tenga
connotaciones sexuales tan claras o permita una cierta ambigüedad, pero esto está prohibido por la Ley de
Registro Civil. «[E]l párrafo segundo del Artículo 54 de la Ley de Registro Civil prohíbe que [los nombres]
produzcan confusión en el sexo: “(...) Quedan prohibidos los nombres que objetivamente perjudiquen a la
persona, así como los diminutivos o variantes familiares y coloquiales que no hayan alcanzado sustantividad,
los que hagan confusa la identificación y los que induzcan en su conjunto a error en cuanto al sexo.”»
(Martínez, 2005: 117).
180 Concretamente modifica el artículo 109 del Código Civil: «La filiación determina los apellidos con arreglo a
lo dispuesto en la ley. Si la filiación está determinada por ambas líneas el padre y la madre de común acuerdo
podrán decidir el orden de transmisión de su respectivo primer apellido, antes de la inscripción registral. Si no
se ejercita esta opción, regirá lo dispuesto en la ley. El orden de los apellidos inscrito para el mayor de los
hijos regirá en las mismas inscripciones de nacimiento posteriores de sus hermanos del mismo vínculo. El
hijo, al alcanzar la mayor edad podrá solicitar que se alterne el orden de los apellidos.» También se modifica el
artículo 54 de la Ley de 8 de Junio de 1957 de Registro Civil anteriormente citado.
181 En Portugal y Brasil es, por el contrario, el apellido de la madre el que ocupa el primer lugar. Sin embargo,
en la mayoría de países occidentales sólo se posee un único apellido que se corresponde con el del padre, que
la esposa toma como propio al casarse –la mujer pasa así de ser hija a ser esposa, pero su identidad se marca
con relación a un varón–. En la actualidad son muchas las mujeres que deciden mantener su apellido o unirlo
con un guión al de su esposo, o mantenerlo intercalado.
182 Es de esperar que con la reciente aprobación del matrimonio y la adopción de lesbianas y gays (2005), estas
cuanto al sexo, sólo se permiten dos opciones alternativas, o mujer o varón, sin espacios
para otras posibilidades183.
Por otro lado, y de forma muy relevante el documento de identidad nos informa de
la nacionalidad que ostenta la persona titular del documento. Nacionalidad que va a
introducirnos en toda una serie de acuerdos internacionales y regulaciones de flujos de
personas y de mercancías a escala global. No todas las nacionalidades poseen, empleando el
lenguaje de la química, las mismas valencias, y esto posibilita que ostentar determinadas
nacionalidades favorezca o perjudique los tránsitos fronterizos. Además, en los
documentos de identidad se incluye una fotografía del rostro de la persona que ostenta el
documento: el rostro aparece en nuestras sociedades como elemento identificador por
excelencia, junto con la firma, y las huellas dactilares; y en el rostro se condensan múltiples
elementos de reconocimiento racializados y generizados –color de la piel, del cabello,
aspecto externo masculino o femenino, etc.– que además se asientan en la promesa de
visibilización que fetichiza los cuerpos y que promete que su identidad se volverá
transparente, clara e inmediata ante nuestra mirada. En el caso de las huellas dactilares, si
bien han desaparecido físicamente del Documento Nacional de Identidad vigente en el
estado español, no han desaparecido de las informaciones recogidas por los centros de
cálculo desde donde se expiden los documentos, o bien se introducen en pequeños chips
junto con otros datos biomédicos –como en el caso de los nuevos pasaportes y DNIs
electrónicos–. Sí permanecen bien visibles, sin embargo, en el reverso de los documentos
de residencia permanente o temporal para «extranjeros», que además resultan
inmediatamente identificables porque el número del documento empieza en todo caso con
una X y porque el color en tonos azules, se distingue del documento «nacional» en tonos
rojos y amarillos. Además, en los documentos de identidad de residentes aparece en el
reverso los «motivos de la concesión» de la residencia, y cuando ésta es resultado de
reagrupación familiar –como en el ejemplo de la figura 6.1– aparece a su vez el nombre de
la persona de la que depende directamente la residencia de la titular del documento: en este
caso la concesión de la residencia se haría directamente dependiente del mantenimiento del
vínculo afectivo y/o de parentesco entre la persona titular del documento y la persona que
183La rigidez de este binarismo se constata si atendemos a la situación de personas intersexuales o de los
problemas y las trabas que existen para que se acepte un cambio de sexo, en personas transexuales. En este
sentido ver Chase (2005), Romero Bachiller y García Dauder (2005), Martínez (2005) y Ortega (2005a).
291
reagrupa, lo que, como apuntaré más adelante, tiende a potenciar situaciones de
dependencia y vulnerabilidad por parte de las personas reagrupadas.
184 Lo que no deja de resultar indicativo de los cambios que se han venido produciendo en estos últimos años,
en los que el trabajo ha dejado de ser una de las principales marcas de identidad, en particular, porque con la
creciente tendencia a la flexibilización y precariedad en el empleo, los trabajos distan de ser considerados
como elementos estables, y cada vez más resultan endebles como espacios en los que asentar identificaciones.
292
Capítulo 6. Documentos
185 En este sentido, me gustaría destacar la forma en la que se plasman estas relaciones entre la identidad y las
extensiones protésicas que la apuntalan, en el documental de creación Tras las fronteras del sueño de la inmigración
(sin papeles) realizado por Virginia Villaplana en 2000 junto con un grupo de personas inmigrantes que
participaron en un taller de realización audiovisual en Valencia. En este trabajo, las imágenes y los relatos de
las personas que participan en el documental van siendo enmarcadas en, o se les van superponiendo, la
imagen física de los documentos de identidad que poseen: pasaportes, permisos de residencia, pero también
los formularios que hay que cumplimentar para obtener la regulación requerida. Sirviéndose de ese ejercicio
visual se da cuenta, precisamente, de ese carácter de extensiones protésicas de los documentos de identidad, al
tiempo que en su discurso se enfatiza la capacidad agente de objetos tales como «los papeles», esto es, los
documentos sancionados por el estado y que dan reconocimiento legal a la estancia en el estado y a la
posibilidad de trabajar en él. El documental visibiliza, así, no sólo la materialidad de los papeles, sino también
su capacidad para dotar a las personas que los ostentan de determinadas posiciones de agencia y de
determinados reconocimientos sociales dentro y fuera del espacio de la ciudadanía. Al tiempo, la «identidad»
se extiende más allá de los «documentos» que supuestamente la apuntalan, de tal forma que la validez de los
«papeles» se ve cuestionada, incapaz de encerrar los paisajes, memorias, encuentros, afectos, anhelos, etc. que
enmarcan.
186 Me gustaría mencionar como contrapunto a estos ejercicios de regulación de los documentos de identidad,
una intervención realizada para participar en la manifestación del «Orgullo LGTB» el 28 de Junio de 2003,
por el colectivo asentado en Lavapiés GtQ (Grupo de Trabajo Queer), que tomó precisamente un DNI como
punto de partida para cuestionar los constreñimientos e interpelaciones que incorporados en dichos
documentos de identidad se están movilizando continuadamente y que nos conforman de formas muy
significativas. Se trataba de una intervención que modificaba de forma irreverente todas y cada una de las
categorías presentes en los documentos de identidad para cuestionar, precisamente, los regímenes normativos
de frontera que implican. Ejerciendo una lectura queer interseccional esta intervención jugaba con lo grotesco
para marcar aquello no marcado, pero que está dotado de enorme capacidad para ordenar y jerarquizar los
cuerpos, las relaciones entre ellos y sus tránsitos posibles e imposibles: «El cartel y el manifiesto del DNI
(GtQ) cuestionan las diferentes «categorías» presentes en el DNI (sexo, género, nacionalidad, parentesco, etc.)
evidenciando los mecanismos de regulación de las identidades y la «naturalidad» y «estabilidad» de esas
categorías. En la imagen aparecen un conjunto de nuevas adscripciones promovidas por los «Misterios del
Interior», más acordes con cuerpos, sexualidades y placeres encorsetados en marcas identidarias que les son
ajenas (nació: sí; provincia: cyber-lab; sexo: S/M; dirección: desviada; localidad: en tránsito; provincia de
residencia: dildotopía...). Esta acción-representación denuncia con acidez cómo una pequeña tarjeta de plástico
como el DNI produce y controla, al tiempo que refuerza múltiples divisiones entre legales e ilegales,
nacionales y extranjeros, hombres y mujeres, masculino y femenino, etc. Divisiones que conforman una
identidad fija que no permite ninguna ambigüedad a los sujetos, y que no es modificables. No podemos
«redecorar» libremente nuestros DNIs; pero sí podemos mantener una vigilancia crítica respecto de las
exclusiones que producen estas «categorías» aparentemente neutras» (Trujillo Barbadillo, 2005: 39-42).
293
6.2. EXTRANJERÍA O «LA CREACIÓN JURÍDICA DE LA DIFERENCIA»
Tal como apuntan Marta Casal y Ruth Mestre y reitera Javier de Lucas, la
configuración de regímenes de extranjería y todo el entramado legislativo que regula los
tránsitos y las formas estatalmente sancionadas de permanencia en el estado, de aquellas
personas consideradas «extranjeras inmigrantes», se configura sobre el establecimiento o la
«creación jurídica de una diferencia» entre aquellas personas «extranjeras» y aquellas
«ciudadanas» (Casal y Mestre, 2002: 121). Lo interesante no es sólo que se instaure esa
diferencia, sino que en el establecimiento de la misma lo que se está configurando es quiénes
pueden ser caracterizados como «inmigrantes» y quiénes como «ciudadanos». En este
sentido, no sólo resulta necesario atender a qué dicen los documentos legales sobre los
tránsitos y los requerimientos que han de cumplimentar las personas que los realizan, sino,
sobre todo, a cómo lo dicen, y qué implicaciones, probablemente dadas por supuestas,
están introduciendo sobre cómo son y qué debemos esperar de las personas «inmigrantes».
«La lección más relevante de la inmigración hoy, como ha insistido Abdelmalek Sayad, es
mostrar las aporías de un discurso que se pretende universalista e igualitario, plural y
solidario, y que se revela anclado en la ontología monista del Estado-nación, en la
conceptualización monádica y egoísta del individualismo liberal más arcaizante» (de Lucas,
2002: 31).
294
Capítulo 6. Documentos
Así pues, y como analiza Alberto Riesco Sanz (2003: 121-122) siguiendo a Sayad
(1989), va a ser en la sociedad de llegada donde se configure la figura de la persona
«inmigrante» sobre la base de toda una serie de expectativas e interpelaciones que delimitan
a quiénes pueden quedar reconocidos como tales, como parte de un hacer permanente que
no se agota una vez se ha completado el tránsito y se ha producido el asentamiento. Así,
según esta perspectiva la persona «inmigrante» sería una «presencia extranjera» que «ha de
ser legitimada», y esa legitimación se configura sobre el «trabajo» y su permanente
disponibilidad para el mismo, de tal forma que su existencia queda reducida al «vínculo con
el trabajo» y su permanencia en la sociedad de llegada se configura como dependiente a ese
vínculo (Riesco Sanz, 2003: 122-123). Sin embargo, y si bien es cierto, como voy a analizar
a continuación, que cuestiones tales como la vinculación con el trabajo, la temporalidad provisional
–expectativa de no permanencia187–, y la promesa de permanente distancia –extranjería– con
la población de la sociedad de llegada, se plasman en las imágenes y en las normas que se
configuran en torno a la cuestión de la «inmigración», creo que resulta necesario considerar
en qué formas concretas se está realizando esta producción de la figuración «inmigrante».
Ofrecer una caracterización con forma de tipo ideal como la que proporciona Sayad resulta
enormemente sugerente y relevante, pero tiende a homogeneizar y estabilizar los
reconocimientos y las prácticas de producción del entramado semiótico-material
«inmigrante», además de no introducir en su consideración cuestiones como las relaciones
de género, ni atender a las enormes diferencias entre los diferentes colectivos «inmigrantes»
y dentro de cada uno de los mismos. Además, no atiende a cómo desde las propias
posiciones que en mayor o menor grado son interpeladas o reconocidas como
«inmigrantes» se negocian, rechazan o manipulan dichos reconocimientos y los espacios
sociales de posibilidad e imposibilidad que habilitan tales categorizaciones. El trabajo que
aquí realizo se mueve en otra dirección, trata de analizar las instancias y espacios de
producción del entramado semiótico-material «mujer-inmigrante» considerando en
particular las distancias, las identificaciones y desidentificaciones, las interpelaciones y las
formas en las que una identidad emerge o queda descargada en el contexto de interacciones
187 Pero tal como apunta Sayad esa ilusión de temporalidad se vuelve permanente: «Esta contradicción
fundamental, que parece constitutiva de la condición misma del inmigrante, nos impone a todos mantener la
ilusión colectiva de un estado que no es ni provisional ni permanente, lo que viene a ser lo mismo, de un
estado que no es admitido como provisional (de derecho) más que a condición de que esta “provisionalidad”
pueda durar indefinidamente, o que no es admitido como definitivo (de hecho) más que a condición de que
este carácter “definitivo” no sea nunca enunciado como tal» (Sayad, 1989: 81. Traducción Alberto Riesco,
2003).
295
concretas. El ser reconocido/a como «inmigrante», como vengo argumentando, no tiene
por qué constituir ni el único ni tan siquiera el principal elemento organizador de la
existencia y la identidad de las personas así interpeladas. Puede ser un elemento relevante
en relación con la situación de los papeles o de las posibilidades de encontrar un trabajo
con unas determinadas características, pero, en otro momento, puede quedar descargado
favoreciendo que prevalezca otro elemento como marcador de la identidad. De ahí que el
interés de este trabajo se centre en el análisis de las formas en que se produce, se configura,
se negocia, se habita, se rechaza, o se es interpelada con la figuración habitable «mujer
inmigrante», algo que, como reiteradamente señalo, es algo mucho más contextual y
relacional de lo que parece apuntarse habitualmente.
Todo ello favorece que exista un creciente debate sobre las pertenencias a la «nación»
y a «Europa», pertenencias que no se centran tanto en la defensa de unas identidades
nacionales difícilmente delimitables189, cuanto en una jerarquización de las pertenencias a la
«nación» que establece diferentes grados de autenticidad donde no sólo se prima el ius
sanguinis sobre el ius solis, sino que además se concatenan las sospechas de tal forma que se
llega a hablar de «segunda» y «tercera generación» de inmigrantes en referencia a personas
que no sólo han nacido en el estado, sino que sus progenitores también lo hicieron. La
continuidad se trunca, así como la pertenencia que, finalmente, parece asentarse más en la
homogeneidad de unas líneas racializadas y religiosas que en la vigencia o no del estatuto de
ciudadanía. Pero si esta tensión se produce en el caso de personas «nacionales» y «nativas»
en términos de autenticidad, en el caso de las personas llegadas más o menos recientemente
la tensión se plasma en términos de acceso no ya a la ciudadanía, sino a los documentos de
residencia «legal», con las implicaciones de vulnerabilidad e inseguridad que ello conlleva.
Por otro lado, sin embargo, en este caso la «diferencia» entre «ciudadanos» y «extranjeros»
está legalmente sancionada y por lo tanto las posiciones de pertenencia no son cuestionadas
de la misma forma: están aseguradas desde el principio.
188 Finalmente se decidió iniciar las negociaciones para una futura incorporación de Turquía pero en medio de
una gran controversia y reiteradas llamadas a la revisión de tal decisión.
189 En el caso del estado español, esto se complica aún más con los nacionalismos catalán, vasco y gallego. En
la actualidad la defensa de la identidad nacional no se centra únicamente en los «otros inmigrantes españoles»
sino también en los «otros inmigrantes extranjeros»: los «otros» se complejizan y jerarquizan.
297
A todo esto hay que añadir el que, de la mano del creciente control de la inmigración,
se está tendiendo a revisar y homogeneizar severamente las políticas de refugio y asilo de
los países de la UE, fundamentalmente desde 1991 con la adhesión del estado español al
Acuerdo de Schengen (1985) –en vigor en el estado español desde 1995– y 1992 con la
firma del Tratado de Maastrich, acuerdos ampliados posteriormente con el desarrollo del
Acuerdo de Ámsterdam (1997) y con los acuerdos alcanzados en las cumbres de Tampere
(1999) y Sevilla (2002), que llevaron a la implementación de lo que se denomina «espacio de
libertad, seguridad y justicia» europeo190. Así, cada vez más se tienden a limitar las
posibilidades de solicitud de asilo, y éstas se ponen bajo sospecha de constituir una forma
de burlar las restricciones a la inmigración. La ecuación sería así: la persona peticionaria de
asilo no es una «verdadera» demandante de asilo, sino que «realmente» es un/a inmigrante
económico/a que pretende «pasar por» asilado/a para «traspasar» una frontera que se le
cierra como «inmigrante económico». Así pues, se priman los esfuerzos para repeler a
supuestos «falsos peticionarios de asilo» sobre la base de reducir las garantías legales que
deberían estar en la base de tales demandas, una reducción de las garantías que además se
legitima como parte de una política de incremento de la seguridad: los «falsos» peticionarios
de asilo no sólo resultan amenazadores para las legislaciones de inmigración, sino que
encadenados a una creciente paranoia de amenaza global, quedan asimilados a potenciales
amenazas terroristas. Como nos recuerda Encarnación Gutiérrez, en la cumbre de Sevilla
en 2002 «se introdujeron los términos de “países de persecución” y “tránsito” en el
programa de seguridad de la UE (Kopp 2002: 6). Revelando la conexión discursiva entre el
área de seguridad y la de inmigración que se manifiesta en un nivel práctico mediante la
coordinación entre la policía y el control de fronteras, facilitando la deportación y el
internamiento de “sin papeles”, así como la aceleración del proceso de demanda de asilo a
escala europea.» (2005: 76)191.
190 Parece ser que se está elaborando el borrador de un anteproyecto de ley por parte del gobierno español
dirigido, por el contrario, a incrementar las garantías de cara a peticiones de refugio y asilo (ver EL PAÍS, 2 de
Enero de 2005). Se trata de una propuesta que habría que ver desarrollada, pero que si se plasma en las líneas
anunciadas supondría un giro radical con respecto a las tendencias generalizadas en este punto en toda la UE.
Una explicación más detallada del marco legal vigente en la UE y en el estado español se puede encontrar en
Gutiérrez Rodríguez, (2005: 75-76) y en la página web sobre extranjería mantenida por el Real e Ilustre
Colegio de Abogados de Zaragoza (www.reicaz.es).
191 A esta conexión discursiva entre seguridad e inmigración, habría que añadirle un tercer elemento: el de
«integración», si bien este tercer elemento aparecería a priori dirigido a quebrar la dinámica antes apuntada,
incidiendo en programas y políticas de corte social que facilitasen el asentamiento de las personas inmigrantes.
Sin embargo, a menudo, como en el último «plan de integración de inmigrantes en la UE» propuesto por
Rodríguez Zapatero en la cumbre europea de Bruselas (Junio, 2005), bajo tal epígrafe se esconden programas
298
Capítulo 6. Documentos
que inciden en las políticas de vigilancia de fronteras y expulsión de las personas «irregulares». En el caso de
este proyecto concreto, aprobado en dicha cumbre, se destinaban en torno a la mitad de la partida
presupuestaria asignada a mejorar los sistemas tecnológicos de control de las fronteras en el Mediterráneo,
prácticamente la otra mitad a la devolución de personas inmigrantes a sus países de origen o a terceros países
o a ayudas a países emisores de inmigración y, finalmente, se destinaba una partida sin especificar a
«promocionar la integración» de las personas inmigrantes en el seno de la UE. No deja de ser significativo el
desplazamiento semántico: lo que se denomina plan de integración, dedica la práctica totalidad de sus partidas
a vigilancia y seguridad, y sólo un resto inespecífico al fin que enuncia.
192 Desde la primera ley de extranjería han existido múltiples procesos de regularización (de Lucas y Torres,
2002: 5-6), siendo el último el desarrollado en 2005 que vinculaba la regularización con la posesión de un
contrato de trabajo.
193 En la LO 8/2000 aparece por primera vez la posibilidad de regularización ordinaria «por arraigo» (art.
31.4), quedando finalmente redactado como sigue en la LO 14/2003 art. 31.3: «La Administración podrá
conceder una autorización de residencia temporal por situación de arraigo, así como por razones humanitarias
u otras circunstancias excepcionales que se determinen reglamentariamente. En estos supuestos no será
exigible el visado.». Qué es lo que se considera «arraigo» ha sido constante fuente de controversia, siendo
modificado su contenido de forma reiterada. Por otro lado, esta posibilidad se convertía en papel mojado
porque de forma efectiva no se realizaban regulaciones de acuerdo a este criterio. En el reglamento se
concreta este supuesto para «aquellos que acrediten la permanencia continuada en España durante un periodo
mínimo de tres años y en los que concurra una situación excepcional y acreditada de arraigo, considerando
como tal la incorporación real al mercado de trabajo y los vínculos familiares con extranjeros residentes o con
españoles.» (art. 41.2. d), Real Decreto 864/2001 de 20 de Julio, B.O.E. 21/07/2001). Por otro lado, el hecho
de que el reconocimiento de la estancia y de derechos se vincule con la incorporación al ámbito del «trabajo»,
o más concretamente al «empleo», esto es, un trabajo con un contrato, con cierta estabilidad e incorporado a
la economía formal, tiene no pocos problemas, tanto por las condiciones de irregularidad y precariedad que
caracterizan las condiciones laborales, en general y más para la mano de obra «inmigrante», cuanto por la
299
como apuntan Javier de Lucas y Francisco Torres la existencia de un número tan elevado
de personas irregulares evidencia que las opciones legislativas restrictivas en materia de
inmigración no sirven para impedir la entrada, sólo la hacen más costosa en términos
humanos y económicos194; además, el hecho de que la mayoría de las personas que llegan a
estar indocumentadas entraran de forma legal en el país –bien sea con visado de turista, de
estudiante o con algún otro tipo de permiso– constata la fluidez de los tránsitos entre unos
y otros status y las dificultades para mantenerse en la «legalidad» (de Lucas y Torres, 2002:
6-7; Andrijasevic, 2003: 258-259).
Canarias, o los intentos durante el verano-otoño de 2005 por saltar la valla que separa Marruecos de Ceuta y
Melilla, así lo atestiguan.
300
Capítulo 6. Documentos
ostenta, sino que lejos de constituir un espacio definitivo que establecería una línea entre
aquellos «buenos inmigrantes» que actúan de acuerdo a la ley y «tienen papeles», y los
«ilegales», se muestra un espacio mucho más difuso en el que abundan los saltos: tal como
se observa en las entrevistas realizadas en esta investigación y como constatan otras
muchas, lo más habitual suele ser que las personas inmigrantes vayan cambiando de status
socio-jurídico a lo largo de su experiencia migrante, pasando por muchos de los diferentes
estados señalados. Asimismo, se constata en las entrevistas cómo esa carencia de
reconocimiento y amparo legal refuerza las situaciones de vulnerabilidad y conduce a
trabajos más precarios y peor pagados. Como se muestra en el siguiente extracto en el que
la entrevistada, una mujer colombiana que llegó a España hace más de 15 años junto con
sus padres, rememora los primeros años en España, antes de que se tramitase
positivamente su solicitud de asilo político:
«R: Porque los primeros años se nos juntó que no teníamos papeles, que no nos habían dado
el asilo, que mis padres no tenían papeles para trabajar, que mi padre pues tenía empleos como
superprecarios...
R: Por eso te digo que los primeros cinco años fueron difíciles porque mi mamá se
quedó embarazada y nosotros estábamos pendientes de que nos llevaran o a Australia
o a Canadá. Mi mamá se quedó embarazada. Vivíamos en un hostal de aquí de Atocha
antes de ir a La Fortuna, que eso ya fue cuando nos quedamos sin dinero, cuando tal.
Mi papá, le tocó empezar a trabajar leyéndole el periódico a un abuelito... que además
era el ABC, que era superfacha, lo pasó fatal. Luego después mi mamá empezó a
cuidar viejitos, pero cuando viejitos... todo el tiempo que estuvo ella embarazada
teníamos un kiosco de helados en Cibeles, que era de otra colombiana y entonces pues
mi mamá era como su empleada y tal. Entonces pues al principio fue así. Y luego
después con esta señora, con esta amiga, NN, pues también vendiendo ropa en la
calle, libros... y luego ya ellos pudieron ahorrar un poco de dinero, compraron una
máquina y estaban todo el tiempo cosiendo en casa... Entonces, pues todo el tema del
cuidado de las niñas y todo el tiempo que ellos no estaban, pues eso era un carga que
tenía que asumir yo. Y lo que pasa es que luego mi mamá, pues cuando ya consiguió
un trabajo más estable, cuidando señores, ancianos en una residencia y ya tiene un
salario fijo, ya tienen los papeles, ya empezamos a tener... la calidad de vida fue un
poco mejor, y.... eso a lo mejor sería a los 4 años, 5 años... pues entonces ahí a mejorar
nuestra calidad de vida, pues también van mejorando pues todas las condiciones...»
(M-HV8, Junio 2003: 14-15).
«R: Yo creo que la diferencia más importante que hay entre inmigrantes y refugiados
políticos es que de alguna forma los refugiados políticos, por lo menos en el caso de la
gente que yo conozco colombiana y de mi familia, ha sido gente que tenía una
conciencia política de izquierdas muy clara que por amenazas directas de muerte y por
cárcel y por una razón de subsistencia pura tienen que irse de su país pero quieren cambiar la
situación de su país y siguen desde fuera pensando siempre en eso y quieren volver y cambiar
esa situación y hacen lo posible para cambiar esa situación. Un inmigrante económico, sabe que no
tiene posibilidades económicas en su país, su sueño de vida es crecer en otro país, y fundirse con ese otro
país y cambiar su forma de vida, y establecerse en ese otro país y si puede su motivación es económica...
R: Ya, pero porque es una emigración, es un proyecto de vida, para ellos es un proyecto de
vida. Para el exiliado es una expulsión, prácticamente. O sea, de alguna forma las
196 En este sentido es especialmente notable el ejercicio de Sayad (1989) por caracterizar la posición de
«inmigrante» en una suerte de «tipo ideal» à la Weber (1922/1993: 16-18). Para un análisis más exhaustivo de
este ejercicio ver Alberto Riesco (2003).
303
de la primera ley de extranjería del 1985, esto es, la LO 4/2000, LO 8/2000 y LO
14/2003– en relación con la situación de las mujeres que migran. ¿Qué imágenes proyectan
los documentos legales de las personas que migran? ¿Qué implicaciones reguladoras tienen
esas imágenes legalmente sancionas en la vida de las personas concretas interpeladas bajo
tales ordenamientos?
197 Si bien ha existido alguna modificación en este respecto en las últimas revisiones de la Ley de Extranjería
(LO 4/2000; LO 8/2000; LO 14/2003) es muy revelador el análisis de Ruth Mestre (1999-2000: 11-16).
198 «Pero no debería extrañarnos: si para los extranjeros el modelo que se impone es el de la ciudadanía
laboral, el ganapán, este modelo necesita de un complemento femenino. Si los trabajadores se convirtieron en
cabezas de familia para dejar de ser proletarios, los extranjeros han de recorrer un camino semejante. Primero
serán trabajadores (un año de permiso) para poder ser después padres, cuando merezcan la integración y sean
de los nuestros. Y el modelo familiar será el del país de recepción: la mujer cuidadora, el ángel del hogar que
depende del cabeza de familia y está al servicio de sus necesidades. No se trata de ningún pacto patriarcal
internacional, sino del espejo de los modelos de sujeto y relaciones que tenemos en el Estado.» (Casal y Mestre,
2002: 145).
304
Capítulo 6. Documentos
Pero, al proyectar la imagen de las «mujeres inmigrantes» como pasivas amas de casa,
se pierde de vista el hecho de que son ellas las que en muchos casos asumen el peso de
garantizar la renta familiar, mientras que sus esposos y compañeros fluctúan circulando
entre diferentes empleos, que, sin embargo, sí tienden a estar mejor remunerados199. Como
se apunta en el siguiente fragmento donde una mujer colombiana comenta al ser
preguntada por dónde están las «mujeres inmigrantes» en Embajadores/Lavapiés:
«P. Otro tema es la cuestión de las mujeres, que nos llamaba la atención en
observaciones que hemos hecho, que teníamos la sensación de que se ven en la calle
más hombre que mujeres... inmigrantes, siempre hablando de inmigrantes. ¿Eso es así?
¿Es porque las mujeres están pero no se ven?
R. No, eso es más simple. Casi todas las mujeres que vienen aquí o están
trabajando en casas, y trabajan de internas, y los que vienen son sus familiares, que los
hombres trabajan de externos. Entonces no tienen la mujer, no tienen a nadie, se
reúnen más vínculos de hombres. Pero mujeres hay muchas. Y si no se dedican a la
prostitución. Como no encuentran trabajo fácil éstos, entonces a lo que se dedican también es a
mantenerlos. Porque son sus maridos... La mujer se ve muy poco porque es la que curra...» (M-
E6, Colombiana, 4 Julio 2001: 16. Énfasis añadido).
199 Son muchas las referencias que en las entrevistas y los grupos sostienen esta idea (GD2, 30 de Junio 2005,
varones y mujeres de procedencia latinoamericana: 35-36; M- E4, 21 de Julio de 2005, mujer ecuatoriana: 10-
13), que además se reitera en otros estudios que han abordado la situación de las «mujeres inmigrantes» (ver
especialmente, Mestre, 1999/2000; y Casal y Mestre 2002).
200 Este patrón aparece reiteradamente en las entrevistas y grupos realizados, tanto a mujeres como varones
de procedencia Latinoamericana. Sin embargo, existen importantes diferencias por nacionalidades que
también resultan relevantes, y, en cualquier caso, este apunte no indicaría más que una cierta tendencia que no
anula otros posibles patrones migratorios.
305
para los varones, lo que hace que en muchas ocasiones sean ellas las garantes del sustento
familiar, eso sí, en situaciones laborales mucho más precarias: menos garantías, menos
salarios, jornadas más largas. Es la vulnerabilidad de las personas inmigrantes –
particularmente [mujeres] “sin papeles” – lo que las hace ser “discriminadas positivamente”
siendo “preferidas” para ciertos empleos en los que serán “discriminadas negativamente” –
horarios más amplios, salarios más bajos, carencia de contratos, temporalidad radical–
(Cachón y Moldes, 1999: 94):
«P3. Yo, por ejemplo, veo unas situaciones en que la mujer cuando no tiene
documentos es más fácil que trabaje que el hombre y ahí se invierten los papeles
porque la mujer es la que entra el dinero a la casa, mientras el hombre, supervive, a ver
cómo consigo y puede hacer una jornada o dos jornadas. Se invierten un poco los
papeles ya dentro de la familia ¿no?, pero y eso le da poder a la mujer en el hogar, un
poco de igualdad ¿no?, un poco de igualdad y si vas a mirar, la mayoría… se separan
muchos hogares así de inmigrantes porque la mujer ve otro mundo, allá nunca ha
trabajado, siempre se ha dedicado al hogar; aquí, viene trabaja, tiene dinero, tiene
poder de decidir, eso a nivel del hogar y ya al nivel de la sociedad, pues eso, que tiene
un poco de más facilidad si no tiene documentos porque como está invisible, es la que
está en la casa, la que no se ve; en cambio el hombre no, porque el hombre casi nunca
está dentro, él siempre está fuera en la construcción y es más posible que lo pillen, que
lo vean los del Ministerio de Trabajo si pasan. Entonces, es más difícil conseguir
trabajo frente a eso. Pero ya cuando se logran ubicar los dos, siempre hay esa
desigualdad económica y en la mujer se nota, y como hay más mujeres, que hay más
mujeres inmigrantes aquí yo me he dado cuenta, un poco lo que he podido ver,
entonces también rebajan las condiciones laborales de calidad de sueldo, de salario, les
pagan menos. Entonces ahí también empieza como una riña entre las mujeres porque
se paga menos porque como hay más, la señora dice: “no, pues lo hace por 500 y si no
su amiga me lo hace por 450”. Entonces, también se está aprovechando un poco que
hay más mujeres para bajar unos salarios.» (GD2, Mujeres y hombres
latinoamericanos, Ecuador, Colombia, Perú, 30 de Junio 2005: 35-36)
La queja que se produce sobre las prácticas machistas de la sociedad española que
discrimina salarialmente a las mujeres frente a los varones, parece contrastar con la imagen
que proyecta dicho machismo sobre los colectivos inmigrantes, al tiempo que preserva la
sociedad española como espacio de igualdad y de libertad. Por otro lado, se constata cómo
la posibilidad de acceso al ámbito del empleo por parte de «mujeres inmigrantes», aunque
este sea en unas condiciones precarias, les permite transformar su propia posición social al
cambiar las relaciones en las que se ven inmersas201.
P. ¿Trabajando en tiendas?
R. No, las mujeres sólo trabajan en la casa. A nosotros no nos gusta que trabajen fuera.
R. Eso yo no sé… porque antes en mi país, había una ley que lo prohibía.
202 Éste es un colectivo especialmente interesante porque ha crecido espectacularmente en los últimos años,
pasando de 46 personas a 1 de enero de 2000 a 1929 a 1 de enero de 2006 en el conjunto del barrio de
Embajadores, pasando a ser el segundo colectivo por origen nacional en el barrio sólo detrás de Ecuador
(Fuente: padrón municipal. Dpto. de Estadística del Ayuntamiento de Madrid). Además este crecimiento se
ha concentrado casi con exclusividad en el barrio de Embajadores –a 1 de Enero de 2006 el 75% del total de
la población de Bangladesh en el municipio de Madrid se concentraba en el barrio de Embajadores (Barañano
Cid, Riesco Sanz, Romero Bachiller y García López, 2006: 65)–. Por otro lado, constituye una población que
posee una eminente proyección comercial, tanto en alimentación, como en ropa, con locutorios y cibercafés
y, sobre todo, en hostelería con profusión de restaurantes, de tal forma que su asentamiento constituiría un
claro ejemplo de «enclave étnico» en el espacio de Embajadores/Lavapiés (Portes y Wilson, 1980; Portes y
Jensen, 1987; Riesco Sanz, 2003: 107-108). Además, otra característica destacada del colectivo procedente de
Bangladesh, es que se trata de una migración mayoritariamente masculina, –en torno al 80%-90% del total
son varones–. Las mujeres son, fundamentalmente, esposas que son reagrupadas una vez el marido se ha
asentado, y que, como se apunta en el extracto de entrevista reproducido, tienen un limitado acceso al ámbito
de lo público, lo que también reduce sus espacios de socialización y sus oportunidades para aprender
castellano.
307
R. Había una ley, que el trabajo sólo el hombre fuera (de casa) y la mujer en la
casa.
P. Y estas mujeres, dos o tres que están trabajando fuera aquí, ¿es porque están
solas?
R. No. Porque trabajan con sus maridos que tienen tiendas. Son los
propietarios.
R. Sí.
R. Pero trabajan con ellos. Tienen que cuidar al niño, a la niña, cocinar, la ropa.
A la mujer sí le gusta el trabajo (fuera de casa); a la mujer sí le gusta ayudar al esposo,
¿sabes?
P. ¿En la tienda?
P. ¿Con el pañuelo?
R. Por ejemplo, cuando viene mi mujer a mi tienda, algún amigo: “hola, ¿qué
tal?”. Muchas cosas hablar, otra persona les mira a ellos y piensa otra cosa…
308
Capítulo 6. Documentos
P. ¿O sea, que no hay ningún lugar donde se reúnan las mujeres de Bangladesh
aquí en el barrio? ¿No se reúnen nunca entre ellas?
P. ¿Aquí?
R. Sí. Cuando hay fiesta, hay muchas mujeres que han venido a cantar, bailar,
comer, todos juntos.
P. ¿Todos juntos?
P. ¿Siempre?
R. No, en España. Hay todas las mujeres con marido, sin marido no entran, no pueden
entrar. Por ejemplo, por los papeles: yo solicité al Ministerio que viniera mi mujer (…), tuve que
hacer todos los papeles. Todas las mujeres entran con el marido.
P. ¿En la reagrupación?
R. Sí. Cuando viene mujer, aquí viene la niña, el niño.» (E3, varón Bangladesh, 19
Julio 2005: 10-12. Énfasis añadido).
203«El cónyuge reagrupado podrá obtener un permiso de residencia independiente cuando: a) Obtenga
autorización para trabajar. b) Acredite haber vivido en España con el cónyuge reagrupante durante dos años»
(Real Decreto 864/2001 de 20 de Julio, B.O.E. 21/07/2001, art. 41.4).
309
medios de subsistencia suficientes para atender las necesidades de su familia una vez
reagrupada» (LO 8/2000 cap. II, art. 18. 1). Además, para poder ejercer este derecho se
demanda que la persona que reagrupa haya residido legalmente en el estado español un año
y tenga autorización para residir al menos otro (LO 8/2000 cap. II, art. 18. 2). Esto se
concreta en el reglamento con la necesidad de acreditar un empleo, proveyendo copia de
las tres últimas nóminas, o documentando disponer de una cuantía de recursos considerada
suficiente según los criterios del Ministerio del Interior204, además de demostrar poseer una
vivienda en propiedad o en alquiler a su nombre, y que se considere adecuada en términos
de habitabilidad y tamaño mediante un acta notarial (Real Decreto 864/2001 de 20 de Julio,
B.O.E. 21/07/2001, art. 44.4). Además, el permiso que se concede por reagrupación
familiar es un permiso de residencia, pero no de trabajo, y las posibilidades de conseguir un
permiso de trabajo una vez se posee la residencia vía reagrupación no son tan fáciles. De
ahí que muchas mujeres reagrupadas por este procedimiento se vean abocadas, o bien al
papel de «cuidadora» «ama de casa», o bien que accedan al empleo de una forma «irregular».
Es en esta dirección en la que se apunta en el anterior extracto de entrevista cuando el
informante afirma que las únicas mujeres procedentes de Bangladesh que trabajan lo hacen
en las tiendas de sus esposos. En este caso, el comercio se convierte en una extensión de lo
doméstico, y como suele ser habitual en los comercios tradicionales, el trabajo de la esposa,
hijos/as u otros familiares, se interpreta como una «ayuda» al sustento familiar y no como
«trabajo» con entidad propia. De ahí que generalmente las mujeres que participan de este
modo en las empresas familiares no cobren ningún salario por el trabajo realizado, ni
coticen en la seguridad social. Por otro lado, en el caso de que las mujeres reagrupadas
busquen un empleo más allá de la esfera familiar, éste suele encontrarse en el ámbito del
servicio doméstico, que por su propio estatuto especial como empleo –que reduce gran
parte de los requisitos y garantías establecidos por el Estatuto de los Trabajadores para
otros empleos– parece configurarse como una extensión más de la domesticidad205. De una
204 Criterios que, por otro lado, nunca se explicitan, como apuntan también Marta Casal y Ruth Mestre (2002:
137).
205 «La vinculación de las mujeres al cuidado, y lo que se percibe como una incapacidad de escindir aspectos
«P2. Yo tengo papeles, pero solamente tengo permiso de residencia, tengo sin
trabajo permanente, pero que no es… es sin trabajo, por lo tanto que puedo pasar los
meses buscando trabajo sin contrato y si encuentro trabajo no me pagan los derechos
ni me pagan nada. Lo mismo que los otros trabajadores y eso me parece un abuso
total porque trabajo las mismas horas que ellos, hago las mismas tareas que ellos.»
(GD1, mujeres procedentes de países de mayoría islámica –Marruecos, Senegal,
Bangladesh–, 28 Junio 2005: 14).
«P3. Ahora es un problema para buscar un trabajo. Yo estoy aquí siete años
que yo vine con mi marido, que vine detrás del marido, si que no está mi marido aquí,
mejor que no voy a quedarme aquí porque estoy mejor en mi país que aquí. Mis
hermanas viven en Marruecos mejor que yo que estoy viviendo aquí. Por ejemplo, yo
voy a mi casa, mi hermano me da un dinero; éste viene… de Europa, decimos que
estamos en Europa ¿sabes? No, estoy aquí siete años y antes de tener ese trabajo lo
mismo que le pasa a ellas no puedo trabajar, ahora tengo Permiso (tarjeta de
Permanencia con trabajo, pero no me sale ningún trabajo.» (GD1, mujeres
procedentes de países de mayoría islámica –Marruecos, Senegal, Bangladesh–, 28
Junio 2005: 14).
obligación de cotización por la parte empleadora si el contrato es inferior a las 20 horas semanales, ni
necesidad de cubrir el salario mínimo interprofesional, y las jornadas de trabajo muy a menudo exceden lo
pactado prolongándose de forma indefinida. Las situaciones de indefensión se multiplican especialmente en
casos de enfermedad o edad avanzada, ya que al no haber cotizado –en la mayoría de los casos– resulta
imposible acceder a una pensión propia, –a no ser de tipo asistencial– lo que agudiza las situaciones de
dependencia.» (Romero Bachiller, 2003a: 49).
206 El colectivo «Precarias a la Deriva» lleva varios años de investigación-acción considerando el papel de los
cuidados y la distribución de los mismos en nuestra sociedad, con especial atención al papel desarrollado por
las «mujeres inmigrantes» en el circuito de los cuidados globalizados. En este sentido ver Precarias a la Deriva,
(2004). También ver en esta dirección el informe transnacional Hogares, cuidados y fronteras. Derechos de las mujeres
inmigrantes y conciliación (2004).
311
inconmensurables y no permeables207–. En este contexto Casal y Mestre afirman que, «la
idea extendida y normada es que las mujeres reagrupadas son mujeres musulmanas y, por
tanto, mujeres sometidas» (2002: 143)208 una apreciación que puede quizá parecer
exagerada, pero, este es, de hecho, un aspecto que se hace bastante evidente si acudimos a
la redacción del texto legal en términos de reagrupación:
207 Han sido muchos los autores que han denunciado planteamientos como este. Para un análisis más amplio
de las implicaciones de semejante consideración ver, por ejemplo, Romero Bachiller (2003b).
208 «Por otro lado, la dependencia jurídica comporta otros perjuicios no estrictamente legales ni de acceso a
recursos. La idea extendida y normada es que las mujeres reagrupadas son mujeres musulmanas y, por tanto,
mujeres sometidas (...). Si la dependencia está legitimada por las normas, y además se presenta como un
efecto/defecto de la cultura de origen, las posibilidades de acción (y credibilidad) de la persona (la mujer)
reagrupada en la sociedad de recepción se ven reducidas. (...) Se llega a culpabilizar de la negación de un
estatuto jurídico propio que Europa les impone a la cultura musulmana, como si las mujeres inmigradas
tuvieran capacidad para determinar las formas en que los Estados y el derecho van construyéndolas e
interpelándolas; como si fuesen ellas y no nosotros las que imponen las normas de convivencia –incluidas las
que se dan en el seno de la familia–; como si fueran ellas las que deciden el trato que reciben del Estado
receptor.» (Casal y Mestre, 2002: 143).
209 Las modificaciones introducidas por la LO 8/2000 y LO 14/2003 no suponen cambios en la redacción del
reagrupante tiene que realizar una declaración jurada «de que no reside con él en España otro cónyuge» (Real
Decreto 864/2001 de 20 de Julio, B.O.E. 21/07/2001, Artículo 44.4 e). Énfasis añadido).
312
Capítulo 6. Documentos
reagrupe sea un varón musulmán con más de una esposa. De este modo se preserva el
modelo monógamo de la institución matrimonial en el estado español, con dos intenciones
principales: por un lado, evitar que la reagrupación sea una vía expedita de entrada en el
estado; por otra, supuestamente, el evitar situaciones en las que las mujeres pudieran
encontrarse en una posición de inferioridad jurídica. Ambos aspectos, teóricamente
legítimos y garantistas, plantean de nuevo unas formas de tutelaje que cargan el peso de la
sospecha y el cuestionamiento en el «otro». Con la sospecha de que el matrimonio haya
sido celebrado «en fraude de ley», se está apuntando a la posibilidad de que el matrimonio
pueda ser utilizado como un contrato legal desvinculado de las expectativas de amor
romántico con el que ha sido vinculada esta institución en los últimos siglos en las
sociedades occidentales. Con la sospecha de posible poligamia se está cuestionando un
modelo de matrimonio aceptado en otras culturas, en este caso, y una vez más, utilizando
un argumento de preservación de la igualdad entre mujeres y varones. La paradoja resulta,
así, de lo más evidente: si el propio texto legal refuerza la situación de dependencia de las
mujeres «reagrupadas», y lo hace cargando el peso de la culpa en una «cultura» de origen
machista y que agudiza la dependencia de las mujeres, al tiempo, cuestiona dicha cultura,
por machista, pero ¿para proteger a las mujeres?; ¿para evitar nuevas vías de entrada al
estado?; ¿o para preservar el modelo socialmente sancionado de matrimonio en el estado
español? Parece más bien que, parapetados tras argumentos teóricamente feministas, nos
encontramos con implicaciones y expectativas morales sobre qué significa y qué tiene que
significar un «matrimonio»211, además, del establecimiento de juicios de valor sobre lo que
211 Resulta interesante comparar esta cuestión con la aprobación del matrimonio civil entre personas del
mismo sexo en el estado español en 2005 (según la Ley 13/2005 de 1 de Julio por la que se modifica el
Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio, especialmente arts. 66 y 67), pues si puede parecer
que se aleja en parte del análisis que abordo aquí, creo que tiene conexiones relevantes. En este caso, los
cuestionamientos se centraban en múltiples aspectos: desde los que afirmaban que la nomenclatura
«matrimonio» por su procedencia etimológica no podía aplicarse a parejas del mismo sexo; pasando por
aquellos que apuntaban que el matrimonio contenía una especie de esencia heterosexual e iba dirigido a la
reproducción; hasta aquellos que anunciaban apocalípticamente que significaría el fin de la familia. Por parte
de los colectivos LGTB más institucionalizados el interés se centraba en que se mantuviera el término
matrimonio y que se reconociera el carácter de vínculo afectivo-sexual de la relación, así como el status de
familia que dicha relación conlleva. Si los primeros afirmaban que el sentido de matrimonio cambiaba de
forma radical, los segundos defendían que el concepto de matrimonio se mantenía intacto. El segundo
argumento ha de entenderse como parte de una estrategia política que pretende incorporar a las personas
LGTB como ciudadanas de pleno derecho, de tal forma que la sexualidad no se convierta en una vía de
discriminación legal, y para ello enfatiza la normalidad: las personas gays y lesbianas también son ciudadanas,
deberían poseer los mismos derechos. De ahí el interés en enfatizar la igualdad: el matrimonio sería el mismo.
Sin embargo, probablemente el potencial transformador de la institución matrimonial por parte del
matrimonio de parejas del mismo sexo es mucho mayor que el señalado desde esta perspectiva, pero no en el
sentido apocalíptico apuntado por los grupos conservadores y religiosos opuestos al mismo, sino porque el
matrimonio como institución social enormemente regulada se ve profundamente transformado. A pesar de
313
se entiende como «otras culturas», todo ello bajo una supuesta consideración de
preservación de derechos, que sólo se mantiene según los legisladores entiendan que
favorece los intereses del estado.
Dentro de esta lógica –que supone que el inmigrante es un varón y que las «mujeres
inmigrantes» lo serán fundamentalmente vía reagrupación– que se asienta en las
expectativas latentes del texto legal, así como en gran medida en las expectativas de la
comunidad diaspórica –como se argumentaba en la entrevista al varón bengalí que
reproduje con anterioridad–, aquellas mujeres que no responden al modelo social
normativo como mujeres «dependientes» –de un varón– son presentadas como «extrañas»
para la comunidad diaspórica212. Muy probablemente serán cuestionadas como «malas
mujeres»213, mujeres que no se pliegan a las expectativas, ni cumplen con las normativas de
género esperadas. Como apunté en el capítulo anterior, sobre las mujeres se carga en gran
medida el peso del mantenimiento de la identidad, lo que hace que sus vidas sean espacios
altamente regulados: se convierten, de algún modo, en espejos de la «pureza» de la
comunidad y es por ello que se imponen fuertes restricciones tanto en su movilidad como
en la disposición de su propio cuerpo o su sexualidad. No sólo son ellas las que mantienen
los trajes tradicionales de una forma más habitual, sino que se espera que lo hagan como
una muestra de discreción y decencia; se convierten, de algún modo, en espejos de la
comunidad ante el resto de la sociedad. Esto es al menos lo que se transluce de las
entrevistas realizadas a personas del colectivo bengalí214 y, en este mismo sentido,
argumentaba una mujer bengalí, joven, soltera y «sin papeles», que llevaba menos de un año
todo, son muchas las voces que desde colectivos feministas y queer han cuestionado las implicaciones
reguladoras y normativizadoras de la afectividad, la sexualidad y los deseos del matrimonio. Una institución
social que, para que sea considerada válida, se espera que: 1. los cónyuges compartan vivienda; 2. que estos
mantengan relaciones sexuales entre ellos, pero sólo entre ellos, puesto que; 3. se demanda el mantenimiento
de la fidelidad entre los miembros de la pareja (ver especialmente art. 68 del Código Civil, modificado
conforme a la Ley 15/2005, de 8 de Julio). Las implicaciones normativas de la aceptación de semejante
contrato en términos de las relaciones, no pueden ser pasadas por alto (ver especialmente Butler, 2004: 102-
130).
212 Fundamentalmente en comunidades diaspóricas procedentes de países de mayoría islámica, donde la
migración mayoritaria es de los varones. Esto no ocurre en la mayoría de los casos en la población procedente
de Latinoamérica. En cualquier caso, apuntar «tendencias» no anula la diversidad de experiencias que se
producen en el curso del proceso migratorio con independencia del lugar de procedencia.
213 Aparece aquí el estigma de «puta» con carácter regulador para trazar la distancia entre las «buenas» y las
«malas mujeres» (Pheterson, 1996/2000: 82 y ss; Osborne, 2004: 14-15; Juliano, 2004: 43). Una «mala mujer»
que no se pliega a las regulaciones y accede a espacios que teóricamente no le corresponden –en el caso que
desarrollo de la joven mujer bengalí, el migrar sola y trabajar de forma independiente– queda desvalorizada y
cuestionada moralmente. Desarrollo este aspecto más ampliamente en un próximo epígrafe.
214 Esto se puede aplicar a otras comunidades diaspóricas más allá de la bengalí, por ejemplo, como se apunta
P6. Yo cuando salí de mi país aquí vine sola, yo también he sufrido mucho porque no tengo
familia aquí. Aquí en este país, hay muchos paisanos y como tienen muchos negocios
son muy ricos, nadie nunca me ayuda. Yo no hablo muy bien, perfectamente español
como ellas, pero intento hablarlo porque no vaya estudiarlo, aunque siempre muchos
dicen, que hay muchas organizaciones que lo enseñan, cada vez cambia… no puedo
trabajar porque no tengo papeles, todavía no tengo papeles. Mis paisanos también siempre
muchos preguntan: “¿porqué tú aquí sola?, las mujeres vienen cuando su marido viene”. Yo aquí la
primera vez sola, por eso muchos preguntan: “¿por qué tú aquí sola?”. Cuando chicas salen de su
país a otro país esas chicas son muy malas. (…); tú muy listo por eso tu saliste de tu país.
Muchos problemas como yo (…) Este barrio para mí muy malo, yo también vivo aquí
porque yo no tengo contactos en otro sitio, a veces necesito ayuda de mis paisanos,
todos son muy malos, pero a veces son buenos y quieren ayudarte pero no pueden, no
tengo permiso. Entonces, yo trabajo con mi paisano, él no quiere pagarme, quiere
gratuito sin dinero. (...) Muchos problemas he tenido. Luego yo he trabajado en otro
sitio en Plaza de España como camarera con mi paisano, también tiene tres socios,
uno es más bueno quiere darme pero otros dos no quieren. No puedo trabajar como
camarera, también me preguntan por qué tú aquí, mejor tú volver a tu país. (...) Mis paisanos son
como muy dados… es como un problema, como piensa en una chica sale aquí, viene aquí para
trabajar; en cosas malas piensan como un loco.» (Mujer de Bangladesh en GD1, mujeres
procedentes de países de mayoría islámica –Marruecos, Senegal, Bangladesh–, 28
Junio 2005: 12-13).
Como se ve en este extracto –que además confirma lo expuesto por el varón bengalí
anteriormente–, la mujer que migra sola en el colectivo bengalí es una mujer cuestionada
que ha roto con las expectativas sociales y que, de alguna manera, ha roto con su posición
de género al lanzarse a la práctica migratoria. Pero, ese ejercicio de libertad, como toda
ruptura de las expectativas sociales, sitúa a quien lo ejerce en una posición de enorme
vulnerabilidad, puesto que la comunidad diaspórica, que sería el espacio donde buscar un
apoyo y obtener redes informales que permitieran el asentamiento, se convierte, al tiempo,
en un espacio hostil que sanciona una conducta que considera impropia, convirtiéndola, en
ocasiones, en víctima de acosos y diversos tipos de abusos. Pero estos se presentarían para
la comunidad como justificados por la acción impropia de la conducta de la mujer que no
acepta la posición que se le ha asignado: ella sería, en definitiva, la culpable de los abusos de
los que sería objeto. Sin embargo, es precisamente el hecho de que su comportamiento sea
sancionado, que convierte el ejercicio migratorio de la mujer que migra sola en la
comunidad bengalí en un ejercicio de libertad aún mayor. Es también un ejemplo de cómo
las prácticas generizadas son transformadas en el ejercicio migratorio, aún a pesar de los
315
férreos intentos de la comunidad diaspórica por reproducir/recrear determinados espacios
de «tradición» (Azize Vargas, 2004: 175)215.
215 Quisiera en esta argumentación huir tanto del romanticismo que nunca cuestiona los comportamientos
desmontar las expectativas generizadas jerarquizadas y de carácter patriarcal que apuntalan el modelo del
«ganapán» y la «cuidadora». Según se destacaba en una entrevista realizada a un varón marroquí recientemente
reagrupado por su esposa (entrevistado el 11 de Noviembre de 2005), al margen de que sea ella la que
proporcione el sustento familiar –él sólo tiene permiso de residencia y eso le dificulta el acceso al empleo–,
sus expectativas generizadas por las cuales el lugar de la mujer es la casa, se mantienen: su propia posición y
valor como varón están tan vinculados a proporcionar el sustento, que aunque su experiencia cotidiana
contradiga a diario esta expectativa, su planteamiento no varía. La situación de desempleo del varón y empleo
de la mujer se entiende como una «anomalía» de carácter «temporal»: aceptarla de otra forma supondría tener
que revisar sus criterios de masculinidad (E2- 2ª fase, varón marroquí, 11 Noviembre de 2005).
316
Capítulo 6. Documentos
Todos ellos son requisitos diseñados ante unas expectativas de regulación y de formas de
empleo que muchas veces no se corresponden con la realidad de las personas a las que van
dirigidas, lo que se hace más evidente en el caso de las mujeres que soportan índices mucho
más elevados de irregularidad, precariedad, temporalidad y parcialidad –tanto en el caso de
«mujeres inmigrantes» como «nacionales»–. Por otro lado, como apunta Ruth Mestre, la
reagrupación es una medida dirigida a los trabajadores inmigrantes varones, pues «la Carta
Europea sobre los Derechos de los Trabajadores inmigrantes recoge en su artículo 17 el
derecho “a hacer venir a la esposa e hijos” [lo que] no deja de ser significativo por mucho que
ahora, donde dice esposa se entienda cónyuge.» (1999/2000: 15. Énfasis añadido)217. Más aún,
si la reagrupación por parte de los inmigrantes varones se entiende como una estrategia
favorecedora de la integración, no parece reconocerse el mismo valor a la estrategia
inversa218:
Por otro lado, esta imagen de «varón que reagrupa» y «mujer dependiente y pasiva
reagrupada» se observa en la modificación que la LO 14/2003 realiza en el artículo 19,
punto primero, donde, entre otros se introduce el siguiente matiz: «En caso de que el
cónyuge fuera víctima de violencia doméstica, podrá obtener la autorización de residencia
independientemente desde el momento en que se hubiera dictado una orden de protección
a favor de la misma». Al introducir este matiz se está, por un lado, respondiendo a una
217 Resulta enormemente significativo que en el estado español este derecho sólo se haya reconocido de facto
en los últimos tiempos, habiéndose pasado de 312 solicitudes de reagrupación familiar presentadas y tan sólo
12 concesiones en 2000, a 74.852 solicitudes presentadas y 74.919 concesiones en 2005 (Fuente: Ministerio de
Trabajo y Asuntos Sociales, en Andrés Aguayo, «Os espero en España», EL PAÍS, Domingo 18 de Junio de
2006). Esto apunta, por un lado, al constatable incremento de la población inmigrante en el estado, y por
otro, apuntaría a una tendencia al asentamiento de los colectivos inmigrantes. Estos datos requerirían, sin
embargo, de un análisis más detallado no sólo en términos de nacionalidades, sino que considerara en cada
caso, quién reagrupa y a quiénes reagrupa.
218 Esto es una constante en el conjunto de la UE, como muestran los trabajos de Verstraete (2003: 231) y
Phizaklea (1998: 30), entre otras. En palabras de esta última: «En el Reino Unido, por ejemplo, a pesar de la
formal igualdad legal en la ley de inmigración, la aplicación de las normas de inmigración es tanto sexista
como racista. Si una mujer asiático-británica demanda un permiso para que su esposo asiático no-británico se
le una es habitual que le sea rechazada porque muy a menudo se afirma que el principal interés del
matrimonio era traerle a Gran Bretaña. Si un varón asiático-británico o una mujer británica blanca buscan un
permiso para traer a sus esposos es mucho menos probable que sus motivos se cuestionen.» (1998: 30).
317
necesidad social evidente de enfrentar situaciones de violencia en el ámbito de la pareja y
del hogar, pero, al tiempo, se reproduce esa posición etnocéntrica por la cual las «otras»
quedan configuradas como incapacitadas para la agencia219: son víctimas de sus «varones»
no completamente civilizados, que serán «salvadas» por el civismo de los varones y mujeres
occidentales blancos (Spivak, 1988: 297). Pero con esta afirmación no pretendo negar la
existencia de relaciones de violencia en parejas heterosexuales inmigrantes, que, en
ocasiones, es denunciada por las propias mujeres220 –como se muestra en las entrevistas y
grupos de esta investigación–, sino las implicaciones, no cuestionadas, pero configuradoras
de realidad, de la producción legal que, así, tiende a reforzar la imagen de las mujeres como
víctimas pasivas221. En cualquier caso, no cabe duda de que el propio status de la
reagrupación sitúa a las personas que lo ostentan en una situación de dependencia directa
de la persona reagrupante, lo que se constata simbólicamente en el reverso del Documento
de Identidad para Extranjeros, donde figura el nombre de la persona de la que depende la
residencia de la persona reagrupada –ver figura 6.1. a este respecto–. Pero esta
dependencia:
Itinerario de inserción laboral para «mujeres inmigrantes»: el «ciclo del trabajo doméstico»
como vía de regulación
222En el artículo 2. «Relaciones laborales de carácter especial», se incorpora en el apartado1 b) «la del servicio
laboral familiar.», esto es, el servicio doméstico, según Real decreto Legislativo 11995, de 24 de Marzo
(B.O.E. 29-03-1995) por el que se aprueba el texto refundido de la Ley del Estatuto de los Trabajadores.
319
«R. Claro, cuando regresé me echó del trabajo... Me dijo que vos estás solo por
los papeles... ya tienes ahora tus papeles, anda... Sin darme ni la carta, ni nada... Eso,
yo digo: por qué no es franca y me dice: no quiero pagar los servicios sociales... yo
hubiera pagado por mis papeles, que yo necesito mis papeles para andar legal aquí...
No, no, no, no hay trabajo...
Yo salí, como puse los papeles allá en (¿?), donde el abogado... Entré y le avisé
yo al abogado: me echaron del trabajo. Entonces como el abogado sabía todo el
problema, que yo no tenía cómo hacer los papeles, que los papeles se arreglaban por
medio de una amiga que tengo...
223El concepto de «disponibilidad» vinculado al trabajo ha sido ampliamente desarrollado, en particular desde
la perspectiva de las «relaciones laborales» (Riesco Sanz, 2003; García López, Lago Blasco, Meseguer
Gancedo y Riesco Sanz, 2005). Como describe Alberto Riesco Sanz: «Esta idea misma de disponibilidad es
expresión, al tiempo que mecanismo amplificador, del abismo abierto por las relaciones capitalistas entre
trabajadores y sus puestos de trabajo. Esta escisión es el elemento que nos permite pensar en la posibilidad de
que la fuerza de trabajo deba ser movilizada, que cada trabajador no esté atado ni “natural” ni necesariamente
(por necesidades técnicas, por tradición, por dimensiones culturales) a un puesto de trabajo determinado, sino
que este vínculo deba ser construido previamente de manera social (y por lo tanto, para nosotros,
sociológicamente problematizado), pues es un vínculo que no está nunca definitivamente fijado.» (2003: 113).
320
Capítulo 6. Documentos
cuatro horas más, no me pagan. Si el niño tiene fiebre, no va al colegio, me quedo tres
horas o cuatro horas y no me paga. Se está aprovechando de mí.
P4. Sí.
P3. Te echan.
P5. Porque saben que eres extranjera, saben que necesitas el trabajo y ahí se
aprovechan al máximo, se aprovechan.» (GD1, mujeres procedentes de países de
mayoría islámica –Marruecos, Senegal, Bangladesh–, 28 Junio 2005: 25).
321
muchos casos puestos que se «heredan» cuando la mujer que los ocupaba, por diversas
razones, decide abandonarlo –eventualmente porque ha logrado «ascender» en el ciclo de
inserción laboral del que hablan Marta Casal y Ruth Mestre (2002: 126. Nota 9)224–. Otras
estrategias informales son, por ejemplo, el compartir los papeles, de tal modo que aquellas
que tienen los permisos correspondientes se los ceden a las que no los poseen para que
puedan trabajar. Esto resulta especialmente significativo, pues la posibilidad de que
funcione esta estrategia se asienta, precisamente, en esa mirada que fetichiza a lo
reconocido como «otro» –en este caso mujeres senegalesas negras– y proyecta sobre ello
una imagen de homogeneidad que hace que se difuminen las características personales e
individuales: una «mujer inmigrante» senegalesa negra, se hace así indistinta de cualquier
otra; puede pasar por cualquier otra: es en cuanto perteneciente al colectivo y por tanto
indiferenciable en su singularidad225. Paradójicamente, sin embargo, es este sesgo
etnocéntrico, el que es movilizado para poder cortocircuitar algunas de las limitaciones de
las que son objeto –carencia de papeles y las dificultades que ello comporta para encontrar
trabajo, por ejemplo–. Finalmente, si las estrategias informales no son suficientes, se cuenta
con mecanismos más o menos formales, como acudir al periódico «Segunda Mano», poner
anuncios, acudir a iglesias o a agencias de colocación especializadas que se lucran de la
necesidad de las mujeres de encontrar trabajo, quedándose con el primer sueldo que
obtienen. Como narra una mujer senegalesa en el curso de un grupo de discusión de
mujeres procedentes de países de mayoría islámica:
«P5. Porque no teníamos los papeles en regla, nos prestábamos los papeles
entre nosotros para poder trabajar, eso o lo más fácil que podíamos encontrar es
empleada de hogar, el servicio doméstico. Entonces, coges el “Segunda Mano”, haces
un anuncio o te vas a una agencia, el primer sueldo que te pagan en esta casa se lo
queda la agencia, pero a ti te da lo mismo, lo único que quieres es trabajar; pierdes un
mes, pero no pasa nada, abusan de ti también porque en vez de ayudarte a colocarte,
viven de ti, te cogen un sueldo, un mes te quedas sin nada, pero al mes siguiente te
pagan. O coges el segunda mano o vas a una iglesia. Yo me iba a una iglesia que estaba
en la Moraleja a poner unos anuncios allí porque los domingos va mucha gente, cogen
los anuncios, me llamaban y todo eso. Un poquito de todo, encontrar un trabajo aquí
224 «El itinerario de inserción, por lo que conocemos, consiste en pasar primero por el servicio doméstico
como interna, ascender a externa, después trabajar por horas, entrar a trabajar en la cocina de algún restaurante,
pasar a camarera y, con suerte, a responsable de camareros. Estos dos últimos trabajos son los más deseados
y no precisamente por el sueldo o las condiciones laborales, sino por el hecho de que permiten tener un
contacto más o menos normalizado con la sociedad y ya no se está encerrada, oculta y recluida.» (Casal y
Mestre, 2002: 126. Nota 9).
225 En este sentido ver el apartado «Regímenes dermo-políticos: pieles como fronteras», del capítulo 4
«Cuerpos».
322
Capítulo 6. Documentos
«P5. Yo he trabajado cinco años en una casa, cinco años con ellos y no me
pagan ni vacaciones ni navidades ni nada, no tengo nada de derechos, cinco años con
ellos. Cuando busco otro trabajo no hay nada y yo con mis papeles trabajo.» (GD1,
mujeres procedentes de países de mayoría islámica –Marruecos, Senegal, Bangladesh–,
28 Junio 2005: 14).
«P3. Las monjas no respetan las religiones. Yo respeto a todas las religiones,
ellos tienen que respetar la mía que soy musulmana, que soy judía, que soy cristiana, lo
que sea; un poco de respeto, eso no. El problema de los atentados también, tenemos
muchos problemas nosotros musulmanes. Muchas que ahora no quieren a la gente
musulmana, por ejemplo, que saben que eres marroquí no te quieren dar el trabajo.
P4. Y si además tiene pañuelo. Sí, que tiene pañuelo otro problema, tratarte
igual y la gente mira a la gente que tiene pañuelo igual que los perros. No, nosotros de
carne y hueso, iguales, un poco de respeto, eso es lo más importante, el respeto de
todos.» (GD1, mujeres procedentes de países de mayoría islámica –Marruecos,
Senegal, Bangladesh–, 28 Junio 2005: 5).
«P7. Que seas musulmana y también gente de color como negro también
porque aquí no dan ninguna oportunidad, porque por ejemplo, buscas un trabajo de
camarera, de secretaria, de lo que sea. No te dan el trabajo porque piensan que eres
dura o que no sabes hacer nada, no te dan ninguna oportunidad para ejercer esos
trabajos, es que no te lo dan, piensan que como eres de otro color, de otra religión no
sabes hacer nada, no sé… no logro entenderlo, no termino de entenderlo porque yo he
llevado mucho tiempo buscando trabajo como de camarera o de azafata o de esas cosas es que no te lo
dan o si vas buscando de casa de limpieza o de ayudante de cocina, te ponen en la cocina no sé porqué,
pero que te pongan al público, haces el trabajo como ellos, no te dan esa oportunidad, no puedes entrar
en un mercado y ver a una negra; no puedes entrar en algún sitio y ver una negra, no es que no
sepamos hacerlo, es que no nos dan la oportunidad de hacerlo.
323
P7. Tengas los estudios que tengas, es que no te lo dan; aunque tengas la experiencia y todos
los papeles y eso, me parece horrible.
P3. Una española que está trabajando con una señora que está conmigo en el
casino y ella tiene diplomas de su país, habla con la señora y dice: “mira que yo tengo
mis diplomas”: “tu tienes estos diplomas para venir a trabajar conmigo, para trabajar para mí”.
226En otro trabajo hablé de las normatividades que se imponen en los procesos de selección de personal, en
términos de criterios de masculinidad y feminidad adecuados a la posición de género que se ostenta
legalmente y las sanciones a quienes, de una forma u otra, rompen con tales expectativas –la «pluma» en
lesbianas y gays, o el ser cuestionada/o en la posición de género que se ocupa para mujeres y varones
transexuales– (Romero Bachiller, 2003a: 53-54).
324
Capítulo 6. Documentos
laborales mucho menos receptivos, cuando no hostiles, hacia las mujeres inmigrantes. Se
produce, de este modo, una situación de sobrecualificación, acompañada de una pérdida de
status, que en ocasiones, como en el extracto anterior, es utilizada por la empleadora como
una forma más de marcar las distancias y asentar la jerarquía con su empleada–«tú tienes estos
diplomas para venir a trabajar conmigo, para trabajar para mí.»–: aquí la posición «mujer
inmigrante» no sólo se definiría en términos étnico-raciales o de acceso a la ciudadanía, sino
también, muy particularmente, en términos de «clase»227.
Por otro lado, si el trabajo doméstico se define por la completa disponibilidad del
tiempo de las trabajadoras por parte de las familias empleadoras, ello implica, como
contrapartida, una absoluta falta de disponibilidad de tiempo propio y de la disponibilidad
del mismo para la atención de su propia familia, en particular menores dependientes. Esto
se agudiza porque los horarios de trabajo suelen ser incompatibles con los horarios de
entrada y salida de los colegios, por lo que, en muchos casos, se acude a redes informales,
más o menos estructuradas, que permiten solventar el cuidado de los niños, como se ve en
los dos siguientes extractos de una entrevista a una mujer ecuatoriana en julio de 2005:
«Porque tienen que realizar sus tareas porque ellas no tienen horas libres. Yo
trabajo, pero tengo una hora… pero las pobres están desde las ocho de la mañana a
ocho de la noche, u otras están internas, pero el poco tiempo que les quedan es para
estar en su casa y cuando vienen pues atender a su familia, hacer algo para el otro día
dejarlo y luego volverse a marchar, casi la mayoría de la gente.» (M-E4, Ecuatoriana,
21 julio 2005: 24).
«P. Entonces, la mayoría de las mujeres que trabajan en casa, trabajan por lo
que dices ¿fuera del barrio?
P. Porque ellas están internas. Entonces, como tienen los hijos aquí necesitan a
alguien que cuide de los niños.
227Un proceso que teoriza Encarnación Gutiérrez Rodríguez (1999: 259) con relación a la posición de clase
obrera que se les presupone a aquellas mujeres reconocidas como «inmigrantes turcas» en Alemania, como
quedó apuntado en el apartado «Identidad y diferencia: produciendo efectos de subjetividad, produciendo
efectos de colectividad» del capítulo 5 «Subjetividades».
325
R. No, no. Estas niñas, estas señoras, las que están internas son que no tienen
familia, bueno, que tendrán parientes. Pero las que tienen familia, que tienen a su hijo
y a su esposo tienen una jornada, por decir de ocho de la mañana a ocho de la tarde.
P. Externas.
R. Externas que les llamamos. Y otras que tienen desde las ocho de la mañana a
dos de la tarde, a ésas pues les suelo pues echar una mano a veces, me dicen: “¡ay!,
señora que no tengo que mi hijo, a las tres de la tarde sale del colegio y no hay quien
lo vaya…”.Yo voy y lo cojo.
R. Sí.
R. Se conocieron aquí, aquí. Y qué pasa, pues que ahora esta niña tiene
complicado el tema, pero mi amiga se lo va a cuidar, pero ya no por eso, por los
cuarenta euros. Pues lo que estoy ahora es buscándole trabajo para que tenga y pueda
pagar para que le cuiden al niño, que tenga una jornada más de trabajo, cosas así que
se hacen. Pero yo, mi idea siempre fue querer poner una guardería, tipo jardín, pero
eso no me…» (M-E4, Ecuatoriana, 21 de Julio de 2005: 10-11).
de las mujeres de los empleos con mejor salario, esto mismo tiende a reproducirse entre
«españoles» e «inmigrantes» –tanto mujeres como varones–: se tiende a pagar menor salario
a las personas inmigrantes por el mismo trabajo, o a imponer condiciones laborales
diferentes, o impedir el acceso a trabajos con mejor salario y mayor reconocimiento. Todo
esto, por supuesto, tiene una relación directa con la mayor o menor situación de
«regularidad»: a mayor irregularidad, peores condiciones laborales, porque existen menores
posibilidades de negociación. Así pues, tanto la carencia de «papeles» como la urgencia por
encontrar un empleo –la situación de absoluta disponibilidad que caracterizaría a las
personas inmigrantes según describe Alberto Riesco (2003: 123)–, generan una situación de
vulnerabilidad en la que se hace difícil negociar condiciones de empleo más favorables. El
acceso al empleo es así precario y en condiciones que favorecen situaciones de explotación,
los abusos y las arbitrariedades:
P6. Aquí yo he trabajado nueve horas, pero sólo quinientos, casi diez horas.
P7. No te pagan horas extras ni nada. No te pagan horas extras. Les da igual
que bajes… si tienes que salir a la una, sales a las tres les da igual. Tienes que quedarte
porque si no te echan a la calle y qué vas a hacer, no vas a decir, me voy porque no
puedes, si pierdes el trabajo te quedas en la calle, tienes que aguantarte, entonces eso
lo saben ellos porque saben que tú vives por el trabajo o estás sola o no tienes otra
cosa, así que te putean; así de claro.» (GD1, mujeres procedentes de países de mayoría
islámica –Marruecos, Senegal, Bangladesh–, 28 Junio 2005: 24).
R. Trabajan en doméstico.
327
P. ¿Y cómo es eso?
R. Más nos dedicamos al negocio, tanto las mujeres como los hombres más al
negocio. A nosotros nos ves, siempre nos va a ver en cualquier parte de aquí de
España, la mayoría de las mujeres están trabajando con nosotros. Pero así en
doméstico no, no les gusta ser mandados, que otros les den que hacer, les estén
mandando. Prefieren ellas salir adelante trabajar… Por una parte, mejor, es más
llamativo aquí es nuestra mujer indígena.
R. Porque más le atrae a los españoles. Por la forma de vestir más. No trabajan
mucho en el sector de casas.
P. Dices que no trabajan en casa porque no les gusta que les manden ¿y en el
negocio qué pasa?
R. En el negocio pues ya entre marido y mujer y a veces son solas por ellas
mismas, ¿quién les va a mandar?, nadie. Y el marido pues conversarán los dos, lo que
hay que hacer. Algunas son solteras, pues nadie les manda, trabajan por ellas mismas,
les gusta más el negocio, no sólo aquí en España, a nivel mundial estamos los
otavaleños. Lo que pasa que aquí es más, en España, el habla hispánico se entiende un
poquito más…» (E1, 7 de Julio 2005, varón ecuatoriano otavaleño: 9-10).
Las mujeres otavaleñas se dedican así, más bien, al comercio ambulante, siguiendo la
tradición comercial de la comunidad otavalo, pero además, al mantener los trajes
tradicionales de la comunidad, se convierten en elementos exóticos de atracción: «Porque
más le atrae a los españoles»; «es más llamativo aquí es nuestra mujer indígena». «Ellas»,
como se dirá en otro momento, «venden más», quizá porque se convierten en una
prolongación de los propios productos que ofertan –en su mayoría productos artesanales
y/o exóticos de origen indígena–. Las mujeres, con sus ropas tradicionales, ofrecen una
continuidad con el pasado y la tradición que representan sus productos, con aquel «otro»
exótico y alejado en el espacio, y presentado como permanentemente anclado en un tiempo
lejano. A través del consumo, de la cercanía de las mujeres otavaleñas con sus trajes,
pareciera posible salvar esa distancia: sería posible «devorar al otro», llegar a alcanzar, en
cierto modo, la experiencia de «ser otro» a través del ejercicio mediador del consumo
(Ahmed, 2000: 117; hooks, 1992: 20). Pero eso sí, se trata de una cercanía en la que el
cliente «siempre tiene la razón» y la exposición al «otro» adquiere la forma de un barniz
estético que permitiría vivir la experiencia del viaje, sin necesidad de hacerlo: la conquista
de tierras ignotas ya no requiere más que de la práctica de consumo. Sin embargo, este
interés exótico se convierte en un elemento que hace a las mujeres otavaleñas más valiosas
para la venta que sus compañeros varones, lo que parece situarlas en una posición de
328
Capítulo 6. Documentos
329
seguridad, reconocimiento, etc. (Cachón y Moldes, 1999: 94). Paradójicamente, sin
embargo, se trata de un trabajo que, por la remuneración que comporta –frente a los bajos
salarios que suelen darse en la mayoría de los trabajos a los que acceden las mujeres
inmigrantes– puede ser, en ocasiones, preferido a estos, pues implicaría menores horas de
trabajo y más ganancias. Esta «preferencia», en cualquier caso, dependería muy
directamente de las condiciones concretas de desarrollo del trabajo sexual y de las formas
de acceso al mismo. Como comentaba una mujer colombiana entrevistada en 2001:
«R. Los latinoamericanos también tienen ese mismo problema. Más que todo
nosotros los colombianos. Por ejemplo, todas las mujeres que estamos viniendo de nuestro país
estamos viniendo a la prostitución. ¿Cómo te puedes ganar 80.000 pesetas si te puedes ganar medio
millón? Y está pasando... es una cosa muy cruda que está pasando... Lo cual yo, como
vivo en otro terreno y en otra cosa, me he dado cuenta por la gente que está llegando.
Que son primas, que son amigas, y que se han metido allí ¿no? Se han metido ahí, y no
te explicas por qué razón. Vienen aquí a Madrid, no encuentran trabajo, no tienen
papeles. Ya vienen con una amiga que se ha venido yo no se adónde. O si no vienen
directamente con la mafia. Y son muchas veces niñas que son vírgenes... Niñas de 18
años, que su padre o su madre dicen que como aquí están ganando dinero y están
recogiendo el suelo, entonces hipotecan una casa, o si no toda la familia hipotecan dos
casas, para poder pagar un viaje. Entonces esas niñas cuando llegan acá llegan a otra
realidad, a otra cosa, de drogadicción, tragos, hombres, aberraciones, y mucho más.
Pero también es que necesitan el dinero. Y la comodidad de ganarlo... es muy difícil ganarlo, pero a la
final es preferible que ponerse a limpiar una casa y tener a alguien diciendo: oye, que me limpies el
polvo, que me hagas esto... ¿no? Entonces eso mismo pasa...» (M-E6, Colombiana, 4 Julio
2001: 12).
«Hay personas que somos privilegiadas, que llegamos a un medio, ese medio
nos acoge... Hay otras que no, que llegan al vínculo de la prostitución, de las mafias, a
esto... Y es según...» (M-E6, Colombiana, 4 Julio 2001: 20).
prostitución»; «me he dado cuenta por la gente que está llegando. Que son primas, que son amigas, y que se
han metido allí ¿no?».
«Paradójicamente, mis datos sugieren que las fronteras de la UE, los regímenes
de visados y las regulaciones restrictivas de la inmigración que pretenden suprimir el
tráfico e impedir el movimiento ilegal de personas, trabajan a favor de terceras partes
que organizan el tráfico, bien sean individuos o agencias, porque se convierten en una
forma de sistema de migración suplementaria o incluso una alternativa a la migración
regulada por la UE. De hecho, para un número de las entrevistadas [en su trabajo de
campo], entrar en Italia por medio de los sistemas de tráfico fue un medio de viaje y
migración.» (Andrijasevic, 2003: 262).
Por otro lado, Dolores Juliano apunta en este sentido que habría que distinguir entre
tráfico/trata de personas por un lado, y prostitución por otro entre otras cosas porque
como afirma: «se han detectado casos de trabajos forzados relacionados con el servicio
doméstico, la construcción, el trabajo rural y la hostelería» (2004: 50). Sin embargo, esta
vinculación se suele establecer de facto en la mayoría de las imágenes que se presentan en
los medios y se incorpora al marco legal vigente, eximiendo de «responsabilidad
administrativa» y permitiendo que se evite la expulsión de aquella persona que haya sido:
228 Dolores Juliano redunda en esta misma idea: «la multiplicación de los obstáculos legales para la llegada
constituiría el caldo de cultivo de los beneficios de las mafias», a la vez que ofrece una tipología sobre el tipo
de redes que se vinculan al tráfico y circulación de personas. Así, distingue entre: «a) redes de tipo familiar»
compuestas fundamentalmente por familia y amigos que aportan el dinero para el viaje. «b) Redes de tipo
comercial» como agencias de viajes o prestamistas que eventualmente prestan el dinero y en ocasiones la
documentación para entrar en el estado, y con las que se contrae una deuda mayor que el gasto real, en
ocasiones para la devolución puede que se pacte trabajar como prostituta, y aunque no suele existir engaño sí
se produce explotación. Finalmente «c) Redes de tipo coercitivo (...) en las que se usan presiones extraeconómicas
y/o amenazas de violencia para reforzar su objetivo económico». (2004: 51-53).
229 Este artículo no modifica su redacción desde la LO 4/2000, pero sí cambia de numeración, del art. 55 al
Así, pues, para poder obtener reconocimiento y permiso para continuar en el país,
una mujer ha de presentarse como víctima y denunciar la situación y a las personas que han
colaborado en la misma –el caso es el mismo en Italia como recoge Ruvtica Andrijasevic
(2003: 264). Por lo tanto, la única posición por la que pueden eventualmente acceder a una
regularización es la de víctimas, que por otro lado, es la única que se les reconoce desde el
principio230.
230 Sin embargo, al introducir la necesidad de denuncia, como condición sine qua non para la obtención de un
permiso de residencia por razones humanitarias, se está demandando un esfuerzo extra que de alguna manera
demuestre su posición de «víctima». No me resisto a incorporar el siguiente comentario sobre este aspecto de
Ruth Mestre que me parece enormemente esclarecedor: «En mi opinión es inconcebible que se pueda quedar
exenta de responsabilidad administrativa de un acto del que se ha sido víctima y perjudicada, a menos que la
responsabilidad esté en otro sitio. También es inconcebible que se conceda esa gracia bajo condición de
denuncia significativa. Una persona denuncia si es tratada por la administración como sujeto de derechos y no
como delincuente en potencia, que es lo que son los irregulares para la administración. (...) Para ser sujeto de
derechos hay que ser víctima, y para ser víctima protegible hay que haber negado dos veces (consentir el viaje
y consentir el ejercicio de la prostitución) y en público (denuncia). Se ha pasado de considerar que todas [las
mujeres inmigrantes que ejercen la prostitución] son traficadas a considerar que sólo si lo son y denuncian
merecen consideración y respeto. La victimización legitima la tutela de unas frente a otras en un sistema
injusto, traza de nuevo la línea entre las buenas y las malas, protege a unas y castiga a otras en lugar de protegerlas a todas.
Hacerlo significaría entender que los derechos fundamentales no son concesiones y mucho menos premios
del Estado a las buenas y pobres chicas. Significaría desvincular contribución y derechos, algo que ni la Ley de
Extranjería ni el Estado de bienestar están dispuestos a permitir.» (2004: 256, 258. Énfasis añadido).
231 «La estela del estigma se amplía hasta abarcar a todas las mujeres: todas pueden ser tachadas de “putas” en
cualquier momento. Ahí reside la clave: el marcarnos a todas los límites por medio del control sexual»
(Osborne, 2004: 15).
232 Son muchísimos los trabajos que han venido teorizando a este respecto, por mencionar sólo unos pocos
Edward Said (1978/1990), Ann Laura Stoler (1995); Anne MacClintock (1995); Angela Y. Davis (1998), Gail
Pheterson (1996/2000)
333
como «mujeres disponibles». Tal como se recoge en las siguientes afirmaciones de dos
mujeres senegalesas en un grupo de discusión de mujeres procedentes de países de mayoría
islámica:
«P5. O hacer una película. Estamos aquí viviendo cosas pero horribles,
horribles de verdad. Andas por el barrio, de repente ven que eres una negra, agarrarse el
bolso de una manera pensando que se lo van a quitar o te ven ser negra, nada más cruzar la calle,
encuentras a un señor, lo único que piensa: “¿cuánto cobras?”, a las negras, a las negras. Del bolso
nos pasa a todos los inmigrantes casi.» (GD1, mujeres procedentes de países de mayoría
islámica –Marruecos, Senegal, Bangladesh-, 28 Junio 2005: 11).
P2. Porque hemos conocido a un chico español que vive por el barrio, es lo que
dice de las mujeres negras, él dice que las mujeres negras es para llevar a la cama y
después tirar. Así que nos cogen como basura, por nosotros no nos deben respeto, no
somos madres, no sólo somos madres, somos… la mayoría, mujeres casadas con hijos y además de
todo, somos madres. La mujer, el hombre o quien sea, le debe un respeto muy grande a la
mujer sea del color que sea porque somos las madres. Hay un respeto muy importante
hacia las mujeres, que aquí yo no veo, no sé por ser negra a lo mejor que nos dicen cuánto
cobra y piensan que todas somos chicas de la calle. No, no. Nosotras somos gente trabajadora y nos
ganamos el dinero honradamente, trabajando muy duro para sacar a la familia adelante y para poder
sobrevivir, que no somos ningunas cualquiera, que van a ir por ahí, somos gente trabajadora y nada
más. Pero es su mentalidad, sus opiniones, no sé…» (GD1, mujeres procedentes de
países de mayoría islámica –Marruecos, Senegal, Bangladesh–, 28 Junio 2005: 40).
En estas intervenciones nos topamos de una forma muy dramática y directa cómo se
produce la devaluación cotidiana de los cuerpos de las mujeres negras que, de una forma
muy similar a la interpelación a la que se refería Fanon –«“Mira, ¡un Negro!”. (...) “Mamá,
mira el Negro, ¡tengo miedo!”» (1951/2001: 185)–, se ven inscritas e interpeladas en un
discurso social que se asienta en imágenes que criminalizan a los «otros». Esta es una forma
de racismo que actúa por medio de pequeños actos de desconfianza –agarrarse el bolso,
cruzarse de acera–, pero también de otros actos mucho más violentos, como la
interpelación «¿cuánto cobras?». Con esta interpelación se está igualando a todas las mujeres
negras y a las «mujeres inmigrantes» como «putas» prolongando y reproduciendo el estigma
en esta ocasión con fines racistas: las «mujeres oscuras» racializadas y exotizadas se
presentan como mujeres disponibles lo que permite mantener el privilegio de la posición
blanca y colonizadora. Son mujeres que no son dignas de una unión legítima, no serían
dignas de ser «esposas», privilegio que se limitaría a las mujeres blancas para asegurar una
descendencia legítima (Romero Bachiller, 2005a: 152-153).
334
Capítulo 6. Documentos
Pero las mujeres así interpeladas, van a rebatir semejante interpelación y las
implicaciones de la misma: rechazan que se les aplique el estigma, como sus implicaciones
racistas, pero lo hacen sobre la base de mantener la distinción entre mujeres «buenas» y
«malas», entre las «madres» y «mujeres casadas con hijos», «gente trabajadora» y las «chicas
de la calle», unas «cualquiera» «que van por ahí», «basura» «para llevar a la cama y después
tirar». De este modo, al cuestionar la interpelación racista que las vincularía con una cierta
«degeneración moral» van a destacar su «moralidad» precisamente destacando su papel
como «madres» y «mujeres casadas con hijos» y su esfuerzo por sacar adelante la familia –
«Nosotras somos gente trabajadora y nos ganamos el dinero honradamente, trabajando muy duro para
sacar a la familia adelante y para poder sobrevivir»–. En este discurso, el papel de la mujer se
justifica mediante la existencia de una relación socialmente normalizada dentro de los
límites de la heterosexualidad monógama, socialmente sancionada vía matrimonio y a
través de la imagen de la familia tradicional: son «madres» y «mujeres casadas con hijos»,
«buenas mujeres» frente a las «otras» «malas mujeres» que venden su cuerpo y sexo por
dinero, negocian y comercian con su sexo del que disponen fuera del ámbito normalizado –
«no somos ningunas cualquiera, que van a ir por ahí»–, por lo que son «interpeladas e insultadas»,
con lo que de alguna manera, las posiciones de «buenas» y «malas» mujeres permanecen, si
bien esta vez para responder al insulto, con lo que se mantendría la sanción moral a las
mujeres que ejercen la prostitución. El planteamiento moral y el estigma se salvaguardarían,
pero ellas pasarían a situarse en el plano de la moralidad.
335
6.4. «CIUDADANÍAS FLEXIBLES»: NACIONALIDADES Y TRÁNSITOS IDENTIFICATORIOS/DOCUMENTOS Y
TRÁNSITOS DE FRONTERAS
«Las maniobras y la movilidad transnacional significan que hay
un nuevo código de construcción de la identidad, así como nuevas
formas de subjetivación que cortan a través de las fronteras políticas.
(…) La flexibilidad, la migración y los reasentamientos, en lugar de
ser impuestos o resistidos, se han convertido en prácticas por las que
luchar frente a la estabilidad.
233 En este sentido recordar a la entrevistada M-HV8 de origen colombiano y con doble nacionalidad,
española y colombiana, y que llegó hace más de quince años al estado con sus padres que obtuvieron estatuto
de refugiados, y que en términos de auto-identificación afectiva, tendía a presentarse como colombiana, si
bien reclamaba su ciudadanía española en otros casos –en ese sentido ver especialmente el Capitulo 4
«Cuerpos»–. Igualmente, nos podemos referir a la mujer senegalesa que participó en el Grupo de Discusión
de mujeres procedentes de países de mayoría islámica cuando afirmaba que a sus hijos la nacionalidad
española no se la iba a quitar nunca, y al tiempo cuestionaba esa identidad «española» y deseaba que
desarrollasen una identificación afectiva con la nacionalidad de origen, en este caso Senegal –ver Capítulo 5
«Subjetividades». En este sentido, me interesa en particular la referencia de Ong a la posibilidad de que «[l]a
declaración de verdad del estado que está englobada en el pasaporte está siendo gradualmente reemplazada
por su uso falsificado en respuesta a la cadena global del capitalismo.» (1999: 2). En esta frase el término «uso
falsificado» resulta especialmente interesante, porque si, por una parte, incide en cómo las normas de frontera
estarían siendo burladas siguiendo los propios criterios que las detentan, esto es, manteniendo la
jerarquización de los pasaportes de las diferentes nacionalidades y por tanto empleando aquellos «más aptos»
frente a los «menos adecuados»; por otra, introduciría una sospecha en el/la portador/a del documento:
336
Capítulo 6. Documentos
sobre la «cultura» del país a cuya nacionalidad se va a acceder como requisito indispensable
para obtener la naturalización –como en Holanda, Reino Unido y Alemania–, o la
introducción de un documento de identidad obligatorio para los nacionalizados mientras
que de momento sería sólo voluntario para el resto de los ciudadanos –como en el Reino
Unido–, indican que la nacionalidad no se considera una mera adscripción administrativa,
sino un elemento identificador por excelencia, con el que se espera se establezcan fuertes
vínculos afectivos y emotivos de pertenencia.
Así pues, para desarrollar las implicaciones que estas transformaciones están
teniendo, en los dos epígrafes siguientes atenderé, en primer lugar, a los regímenes de
frontera implícitos en la UE y en el estado español y cómo las regulaciones y los tránsitos
se modifican dependiendo en gran medida de los documentos –pasaportes– que ostenten
las personas que atraviesan sus fronteras: no es lo mismo ser un «inmigrante» que un
«turista». En segundo lugar, fijaré mi atención en cómo el matrimonio se puede convertir
en una herramienta estratégica para obtener los papeles y eventualmente la nacionalización,
y en un método para salvar las rigideces de la legislación de extranjería.
poseedor/a de varias nacionalidades, el empleo de una u otra sería estratégico, lo que anularía el sentido de
lealtad y pertenencia al estado-nación que dejaría de ser incondicional. De hecho, la sospecha que parece
introducir el término «uso falsificado», parecería hacerse extensiva a todas las personas que acceden a la
nacionalidad por naturalización, como si su vinculación con el estado que les otorga la ciudadanía no tuviera
la misma validez.
337
Tránsitos y regulaciones: inmigrante vs. turista
estados poseerían una «frontera exterior»– sino que las fronteras externas se multiplican en
el interior de los aeropuertos internacionales de cada uno de los estados de la UE-
Schengen235; y en el exterior, haciéndose extensivas a «terceros países seguros» que funcionan
proporcionando una cordón sanitario en una suerte de «efecto dominó» que extiende y
jerarquiza las fronteras de la UE (Andrijasevic, 2003: 255):
«La construcción de “nuevas” fronteras crea una jerarquía entre los estados de
la UE y terceros países, e insinúa la nueva geografía de poder de la futura ampliación
europea (Regulska, 2001). Con esto quiero decir que las fronteras externas de la UE
son espacios relacionales donde se inscribe la materialización de las relaciones de
poder no sólo entre la UE y los países que acceden a ella, sino también una nueva
división entre los candidatos a formar parte de la UE y los no-candidatos, esto es,
entre países del Este europeo “estables” e “inestables”. Las fronteras no son
simplemente demarcaciones estáticas: los efectos de las nuevas fronteras no se
extienden únicamente hacia fuera para sancionar nuevas divisiones sino que también
son los efectos de un conjunto de prácticas y discursos institucionales que se
extienden hacia dentro en “la UE”, definiendo a algunas personas y naciones como
“pertenecientes” y otras como “no-pertenecientes”.» (Andrijasevic, 2003: 255-256)236.
Esto hace que en el interior de la UE, en los mismos aeropuertos, se realice todo un
proceso de gradación y jerarquización entre miembros y no miembros, y entre aquellos no-
miembros con derecho a tránsito y aquellos que deben ser expulsados, esto es, entre
turistas, personas de negocios o estudiantes cuyos tránsitos son celebrados por una
globalización que potencia el consumo, los intercambios comerciales y la circulación del
conocimiento y la información y aquellos inmigrantes y solicitantes de refugio y asilo, cuyos
tránsitos no son reconocidos.
A pesar de todo, la vía de entrada más habitual de las personas que posteriormente
serán reconocidas como «inmigrantes» en el seno de la UE en general, y en el estado
español, en particular, es a través de los aeropuertos y con visado de turista237. Es después,
una vez caducado el visado de turista, que se cae en la irregularidad, de ahí también la
multiplicación de controles internos que de alguna forma «garanticen» que los «turistas» sigan
siendo «turistas» y no acaben siendo «inmigrantes sin papeles». Pero ¿cómo reconocer a los
235 Esto no implica negar que aquellos estados que como en el caso español se sitúan en el perímetro externo
de la UE no estén desarrollando estrategias de vigilancia y control específicos –lo que resulta evidente en las
crisis de las verjas de Ceuta y Melilla en otoño de 2005, con la llegada de pateras a Andalucía, y con el
desarrollo del llamado Plan África en primavera de 2006 ante el incremento de la llegada de cayucos a
Canarias, procedentes de Mauritania primero y de Senegal después–.
236 El texto es anterior a la ampliación a veinticinco de 1 de Mayo de 2004.
237 Ver especialmente a ese respecto lo desarrollado en el apartado «Cuerpos en movimiento: «pasando
238 Mientras que, como hemos visto, la posición de «inmigrante» se tiende a ligar a trabajo y a producción, al
margen de qué, como vengo apuntando, esta relación no tenga que ver con el funcionamiento de los
regímenes de reconocimiento, vigilancia y control de los cuerpos, y las expectativas racializadas de cómo
tienen que ser los cuerpos «otros».
239 Aunque en este caso, en ocasiones, puede ser cuestionada como parte de algún tipo de transacción ilícita.
240Curiosamente la inclusión de esta exposición no puede ser más adecuada, porque estuvo expuesta en la
Casa Encendida que se encuentra en el propio barrio de Embajadores/Lavapiés, que es el espacio en el que se
enmarca esta investigación.
341
placer, con las imágenes y noticias sobre las condiciones de los tránsitos migratorios, los
controles y eventualmente, la deportación.
En esta misma dirección podemos hablar del repaso que realizan de los campos de
internamiento de inmigrantes en el estado español bajo el título «Paradores de
internamiento», como si estos campos fueran parte de la red estatal de Paradores,
alojamientos en lugares con encanto o interés histórico pertenecientes a Patrimonio
Nacional, y por tanto, incidiendo en el diferente trato dirigido a turistas e inmigrantes (fig.
6.5.). También se puede destacar la referencia a la existencia de una «Deportation Alliance»,
donde invitadoramente anuncian: «¿Cansado de viajar como una persona? Viaja como una
maleta.». Esta «Deportation Alliance» aparece formada por compañías como «Brutish
Airways» o «Siberia» que se anuncian como «Líderes en deportación», o como «KLM, your
deportation agent» –«su agente de deportación»–, que promete un «Outrageous return
flight» –«escandaloso viaje de vuelta»–. De esta forma irónica, pero no por ello menos
crítica, se cuestionan las implicaciones de que en las últimas regulaciones de extranjería se
responsabilice a las compañías de transporte de las personas que viajan sin los documentos
y visados oportunos. Así se estaría privatizando el control de las fronteras al convertirlo en
responsabilidad de compañías privadas (fig. 6.6.). Finalmente se hace una crítica a las
fórmulas de integración que favorecen la presencia de personas inmigrantes en el ejército
español, como una forma de cubrir unos puestos que quedan sistemáticamente vacantes
por falta de candidatos suficientes de nacionalidad española. Tal como anuncian: «Ven en
patera, saldrás en patrullera. Una integración que te mueres» (fig. 6.7.).
342
Capítulo 6. Documentos
Así, las implicaciones de esta reglamentación son, en primer lugar, que las relaciones
han de estar formadas por una pareja –desde junio de 2005 por entrada en vigor de la Ley
13/2005 de 1 de Julio, por la que se modificaba el Código Civil en materia de derecho a
contraer matrimonio, en el estado español puede ser del mismo o de distinto sexo, sin que
existan diferencias en cuanto a la aplicación, regulación o derechos implícitos en el
matrimonio–; pareja que, en segundo lugar, y aunque no se recoja explícitamente en el
344
Capítulo 6. Documentos
«P: Tu estuviste planteándote por ejemplo casarte para obtener los papeles.
¿Esto por qué fue? Explícame un poco...
R: Esto porque fue, a ver. Esto es una cosa a la que no, no renuncié... esto es
un proyecto de futuro y todavía estoy en ello
R: Que puede ser una opción no, sigo pensando que es algo que tengo que
hacer y ya. O sea ya. Me tengo que casar ahora mismo porque esto [el permiso del que
dispone](...) se va a acabar (...), con lo cual veo que yo me quiero mover más y yo me quiero
estar un rato más aquí. A lo mejor no para toda la vida pero... y sabiendo lo difícil que es volver a
entrar al espacio europeo una vez que vuelva (...) me va a ser tremendamente difícil volver a ir sea
aquí sea a otro sitio. Y pues evidentemente, creo que toda persona tiene que tener la
libertad de elegir lo que quiere hacer en este mundo y... el proceso y el derecho al libre
movimiento. Y entonces si bien en este país al igual que en otros países de la Unión Europea
los únicos cauces de conseguir este derecho es pasar por dos criterios muy reducidos, uno siendo el
criterio del mercado, teniendo que tener un permiso de trabajo para poder estar aquí y el
345
otro siendo un criterio moralista catolicista en fin... (...) Pues hay que elegir uno de los dos y en este
sentido pues me parece que casarse es lo que me concedería y me dejaría el espacio de llegar hasta la
nacionalidad, que es a donde quiero llegar, no porque la nacionalidad tenga un significado
trascendental o que me importe mucho ser española sobre los papeles o no, sino que para mí sería
importante conseguir esto ya que la organización del mundo tal y como está me requiere hacer esto.
(...) Entonces, el proceso, la verdad que el proceso no fue de muy larga duración está
viendo lo que hay lo que es posible fue... tampoco es que haya tantas opciones, tantas
posibilidades. O bien encuentras un trabajo lo que es muy difícil, tienes que tener una
oferta de trabajo y luego volver a tu país, la gente tiene que enviar la oferta de trabajo
a INEM y primero se tienen que asegurar, asegurar no, INEM tiene que hacer una
labor de ver que no hay ningún español españolete que pueda hacer tu trabajo y luego
encima esto dará lugar a un permiso de trabajo de un año sólo al principio y luego eso
se irá aumentando hasta conseguir cinco y con el tiempo y tal... obviamente la cuestión
del matrimonio, es una cuestión que se puede solucionar y es más práctico, es más práctico porque
puedes conseguir la tarjeta comunitaria, que te dejaría trabajar y te dejaría vivir aquí, pues casándote.
Sí hubo un tiempo en que estaba realmente en peligro de quedarme caerme en le
ilegalidad, y ahí sí que ya había empezado, a tener problemas, problemas económicos,
más que nada. (...) Entonces pues la decisión de casarme se hizo más evidente en el
momento en el que vi que francamente lo tenía que hacer y cuando más antes, tanto
mejor, porque al no tener, permiso de... al no poder tener un contrato laboral, y al ser
ciudadana de un tercer país es bastante difícil que consigas un trabajo al menos que sea un trabajo
con determinadas características, que tenga,... que sea un trabajo en malas condiciones, mal
remunerado, donde la explotación personal llegue a puntos impresionantes.(...)
R: (...) ¿Qué pasa con mi familia? (...) Entonces, mi familia es esto, mi hermana
que ha pasado por todo ese proceso y mi madre que, bueno, pues al fin y al cabo ha
tenido que vivir también un proceso de inmigración. ¿Qué ha pasado con la decisión?
Bueno pues mi hermana, lo ha visto como la cosa más normal del mundo dado que ya
lo ha vivido. Mi madre ya le suena el proceso y entonces no hubo como ningún gran
choque y tal, pero por supuesto hubo como una pequeña discusión familiar. Querían
saber un poco mejor de que hacer, tener la confianza de este tío, de que digamos,
hacer esto no me iba a suponer una obligación tremenda, o implicaciones negativas o
desventajas en el futuro, y tal... pues sí me han dado la libertad de hacer lo que me
parece mejor para mi vida. (...) ¿Qué supone para mí? Pues para mí no supone más
que un trámite burocrático, nada más. Supone algo que tengo que hacer, que el
matrimonio como institución la verdad es que me dice muy poco también.» (2005: 16-
19. Énfasis añadido).
Como se observa en este largo extracto que he creído conveniente mantener por la
riqueza del discurso que presenta la entrevistada, el matrimonio en este caso queda
desprendido de todas las expectativas sociales de regulación de los afectos que se le
suponen, para pasar simplemente a convertirse –frente a las dificultades y lentitudes de la
vía laboral– en el medio más eficaz de conseguir la regulación y eventualmente la
nacionalidad –de una forma que recuerda en gran media el sentido estratégico de las
346
Capítulo 6. Documentos
ciudadanías flexibles de las que habla Aiwa Ong (1999: 2)–. Por otro lado, la entrevistada
comenta cómo la concepción del matrimonio como vehículo para la regularización no le
resulta ajena ya que su hermana –que vive en otro país de la UE–, utilizó ese método para
regularizar su situación –si bien su hermana se casó con su pareja, con quién llevaba
viviendo varios años y por quien se trasladó al país de la UE en que actualmente reside–.
Pero el recurso al
matrimonio por papeles, no
constituye sólo un recurso
individual con el que solucionar
casos particulares, sino que en
ocasiones se ha presentado
como una estrategia política de
desobediencia civil ante una
legislación de extranjería que se
considera injusta. Es el caso de
la exposición «Clase turista»
antes mencionada, y que junto
con el catálogo antes comentado
donde se comparaban y
relacionaban turismo e
inmigración se presentaba este
otro donde, adoptando la
imagen de los catálogos de viajes
para «lunas de miel», se invitaba
a practicar una «desobediencia conyugal por lo civil» (fig. 6.8. arriba). En la misma línea que
el catálogo anteriormente referido en el que se cuestionaban y criticaban las legislaciones
vigentes de extranjería y se denunciaba el trato recibido por las personas inmigrantes en el
curso de las deportaciones o en su estancia en los campos de internamiento para
inmigrantes, en este catálogo se realiza una apuesta mucho más directa de intervención
donde se invita al matrimonio por papeles como una forma de desobediencia civil que
permitiría usar la norma contra la norma, de tal forma que quedara descargada de su
potencial regulador, así, «la ley se vuelve contra sí misma y genera versiones de sí misma
que se oponen a los propósitos que la animan y los manipulan.» (Butler, 1997b: 99). Para
347
ello, con gran ironía, dan una información concreta de todos los pasos que habría que
seguir para llegar a «casarse por papeles», así como una amplia información que justifica esa
opción como una actitud cívica frente a una regulación que se presenta como injusta, bajo
el título: «El amor es un largo y duro camino. Desobediencia conyugal por lo civil. Once
pasos para hacer bailar una ley puñetera» (ver fig. 6.9. página siguiente).
*****
Tal como he venido defendiendo las leyes tienen un enorme poder interpelador y una
gran capacidad para habilitar posiciones sociales concretas, no sólo por aquello que
explícitamente regulan, sino por las implicaciones que, dadas por supuestas, aparecen
implícitas, pero eso no las exime, sino antes bien al contrario, de su carácter regulador. Así,
por ejemplo, las implicaciones que vinculan inmigración y trabajo por un lado; las que
vinculan la regulación de las «mujeres inmigrantes» a una posición dependiente de sus
esposos y que se efectúa vía reagrupación, no sólo no tiene en cuenta la situación de
muchas mujeres que no se pliegan a dichas expectativas sociales, sino que, de hecho, hacen
que los requisitos legalmente exigidos para conceder la reagrupación sean más difíciles de
alcanzar por las mujeres debido a la propia estructura generizada del ámbito laboral: los
empleos de las mujeres tienden a concentrarse en los espacios más desrregulados y en
348
Capítulo 6. Documentos
condiciones de mayor precariedad, de entre los que destacan como «nichos laborales» el
trabajo doméstico y el trabajo sexual.
Por otro lado, atender a cómo se configuran los escenarios de tránsito de fronteras y
las regulaciones que se implantan, permite explicar por qué, dado que las fronteras dentro
del Espacio Schengen y dentro de la UE tienden a difuminarse, están siendo
paradójicamente reforzadas hacia el interior, plegándose a los cuerpos. Finalmente, las
estrategias como el matrimonio «de conveniencia», como método de obtención de los
papeles, evidencian la capacidad agente de las «mujeres inmigrantes» y los potenciales de
retorcer la ley contra sí misma.
349
7. Lugares
352
Capítulo 7. Lugares.
son porque se han quedado. Un barrio que se presenta como «localidad globalizada», como
un «espacio translocal» donde se articulan múltiples escalas y se multiplican los ámbitos de
anclaje que le confieren su identidad concreta (Barañano Cid, 2005: 437; Barañano Cid,
Riesco Sanz, Romero Bachiller, García López, 2006: 227-228).
Embajadores/Lavapiés como
escenario y personaje (II)241
Como ya he apuntado, el
barrio que delimita este trabajo se
conoce administrativamente como
Embajadores –si bien es
habitualmente reconocido por
habitantes y visitantes con el nombre
de Lavapiés242, aunque, como ya
señalé, ambas caracterizaciones no
son sinónimas–, y está situado dentro
del distrito Centro de Madrid (ver
figura 7.1, izquierda). Se trata por
tanto de un barrio que une una fuerte
presencia de población inmigrante
con una configuración histórica que
hace que sea un espacio con una
fuerte identidad tradicional:
Figura 7.1
241 Este apartado se sustenta en gran medida en el trabajo elaborado en el curso de la investigación
«Globalization, transnational immigration and the restructuring of the metropolitan regions of Los Angeles
and Madrid: A comparative study of two neighbourhoods (Westlake and Embajadores)» (financiado por la
Fundación Del Amo, UC-UCM y co-dirigido por Margarita Barañano Cid, UCM y Raymond Rocco, UCLA),
y cuyos resultados están publicados en Barañano Cid, Riesco Sanz, Romero Bachiller y García López (2006),
y continúa la presentación del barrio comenzada en el capítulo 3 «Metodologías del ensamblaje y sus efectos
performativos».
242 Dentro del espacio administrativo Embajadores se incluyen también otras zonas con importante presencia
significativa y simbólica como lo es la zona del Rastro. Lavapiés, tiene, como he advertido, una consistencia
difusa y emotiva que se asienta con mayor o menor amplitud en torno a lo que sería la zona más central del
barrio de Embajadores, en particular en torno a la plaza de Lavapiés. Para ver un intento de delimitación del
espacio de Embajadores en subzonas ver Barañano Cid, Riesco Sanz, Romero Bachiller y García López, 2006:
27).
353
curiosamente, será uno de los barrios con más raigambre «castiza» el que se destacará a
comienzos del siglo XXI como el espacio más «multicultural» de Madrid.
Si hacemos un breve recorrido histórico veremos que lo que hoy conocemos como
Embajadores/ Lavapiés (figura 7.2 abajo) comenzó a ser ocupado en el siglo XIII como
una zona de arrabal, esto es, situada a las afueras de la muralla de la ciudad en ese periodo,
no incorporándose al interior de la misma hasta el año 1620243. Originariamente barrio
judío y morisco, adquirió después una identidad de barrio popular, consolidada
fundamentalmente en los siglos XVIII y sobre todo XIX, donde se convirtió en receptor
de población procedente del campo en un proceso de inmigración interior ligado a un lento
pero creciente proceso de industrialización. Es en ese momento donde se consolida una de
las características urbanísticas del espacio: la corrala, un tipo de construcción que va a
gestionar la enorme densidad de la población en el barrio y la carestía de vivienda, y que
evidencia el carácter endémico de situaciones de infravivienda, una característica que se
sigue manteniendo en la actualidad, a pesar de los diferentes intentos de rehabilitación
(Riesco Sanz, 2002; Barañano Cid, Riesco Sanz, Romero Bachiller y García López, 2006:
49).
Figura 7.2
De hecho la configuración del entramado de calles así como la mayoría de los nombres de las mismas se
243
mantienen ya desde el famoso plano de Madrid que elaboró Pedro J. Texeira en 1656.
354
Capítulo 7. Lugares.
Son varias las explicaciones que darían razón de esta preferencia en el asentamiento
de la población inmigrante en el barrio de Embajadores/Lavapiés que se inicia en la década
244Como describe Margarita Barañano: «Como consecuencia de esta migración transnacional, además, los
espacios locales afectados se engarzan con procesos globales, al tiempo que dejan de ser inteligibles en los
términos unilocales del pasado, para requerir una comprensión en clave de translocalidad. De la misma forma,
muchos de los lugares que sobreviven se reactualizan con nuevas señas de identidad transnacionales, en las
que los referentes simbólicos e imaginarios autóctonos heredados coexisten y/o se hibridizan con otros
procedentes de muy distintas culturas.» (2005: 443).
355
de 1980 sobre todo con población procedente de Marruecos y exiliados argentinos. En un
primer momento, la presencia de importantes bolsas de infravivienda en alquiler a precios
reducidos, parece ser un elemento de gran relevancia en la elección de Lavapiés como
espacio de asentamiento, al igual que la situación céntrica del barrio y la presencia de
variados medios de transporte desde donde desplazarse a otras áreas –metro, RENFE,
autobuses–. Posteriormente, desde mediados de la década de 1990 y en los 2000, y como
consecuencia de la actuación paralela de un proceso de intervención en el espacio destinado
a la rehabilitación y «recuperación» del mismo como escenario céntrico residencial245, unido
a un proceso general de especulación inmobiliaria que ha dado lugar a una espectacular
inflación en el precio de la vivienda, deja de sostenerse la explicación que vincularía el
asentamiento de población inmigrante con vivienda barata. Paradójicamente el espectacular
incremento de precios de la vivienda convive con un crecimiento también espectacular de
la población inmigrante que se multiplica pasando de 2.228 personas extranjeras, tan sólo
un 4,9% del total de la población del barrio a 1 de marzo de 1991 (Fuente: INE. Censo de
población), a 3.768 personas extranjeras a 1 de enero de 2000, lo que suponía el 9,22% del
total, y finalmente a 18.563 y el 35,16% a 1 de enero de 2006, lo que supone un incremento
total del 733,17 % en los últimos 15 años (Fuente: INE. Censo de población y Padrón
municipal de Madrid; la figura 7.3, en la página siguiente muestra concretamente la
evolución de la población extranjera en el barrio de Embajadores en relación a la población
con nacionalidad española de 2000 a 2006)–.:
245Los diversos Planes de Intervención Preferente desarrollados por el Ayuntamiento, Empresa Municipal de
la Vivienda.
356
Capítulo 7. Lugares.
60.000
50.000
40.000
TOTAL
Población
ESPAÑA
30.000
EXTRANJEROS
20.000
10.000
0
2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006
Años
Figura 7.3
357
Bachiller y García López, 2006: 221). Esto también favorece la existencia de situaciones
abusivas que se sostienen sobre la vulnerabilidad radical que ostentan en particular de
personas recién llegadas y «sin papeles», como es la conocida como «cama caliente», lo que
otorga derecho al uso de una cama por turnos de 8 o 12 horas. Este es, en cualquier caso,
un fenómeno complejo que se asienta en redes de clientelaje y dotación informal de
servicios en ocasiones en el seno de las propias comunidades inmigrantes, sobre la base,
eso sí, de la explotación de unas condiciones de enorme precariedad y vulnerabilidad como
fuente de lucro (Barañano Cid, Riesco Sanz, Romero Bachiller y García López, 2006: 222).
Por otro lado, un factor que parece tener una creciente importancia explicativa de la
preferencia de Lavapiés como espacio de asentamiento, lo constituye la presencia previa de
«paisanos» y «compatriotas» en el espacio. El espacio, pasa así a ser reconocido como un
espacio propio de la comunidad diaspórica de referencia, que lo incorpora como propio,
como parte de lo cotidiano y lo va a reconocer como «hogar». La presencia previa de
compatriotas y «paisanos» no sólo proporcionaría unas condiciones de posibilidad para el
asentamiento, al proveer con contactos que permitan el acceso a vivienda o a empleo;
también, proveería de servicios específicos –alimentos, locutorios, peluquerías, mezquitas,
servicios de envío de dinero– así como de espacios de socialidad que permitirían el
establecimiento de lazos afectivos y redes de apoyo colectivas, muy vinculadas,
generalmente, a las comunidades diaspóricas de referencia: hacer del «aquí» un cierto «allí».
358
Capítulo 7. Lugares.
China (1.256 personas y 6,77%); Colombia (805 personas y 4,34%) y Senegal (724 personas
y 3,92%). Además destacan Bolivia (705), Rumania (600) o Argentina (598) (Fuente:
Padrón municipal). En cualquier caso, la evolución de la presencia de las diferentes
colectividades diaspóricas no ha sido ni mucho menos homogénea como se observa en las
siguientes tablas y gráficos (Figuras 3.3, 3.4 y 3.5 páginas siguientes).
MARRUECOS
2006
SENEGAL
2005 COLOMBIA
2004 ECUADOR
Años
2003 BANGLADESH
2002 CHINA
2001 Resto extranjeros
2000
Figura 7.4
359
Evolución de la distribución de la población extranjera en el
barrio de Embajadores (Madrid) 01/01/2000-01/01/2006
8.000
7.500
7.000
6.500
6.000
MARRUECOS
5.500
SENEGAL
5.000 COLOMBIA
Población
4.500 ECUADOR
4.000 BANGLADESH
3.500 CHINA
3.000 Resto extranjeros
2.500
2.000
1.500
1.000
500
0
2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006
Años
Figura 7.5
360
Capítulo 7. Lugares.
351
Capítulo 7 Lugares
Evolucióncomparadaen%deladistribucióndelapoblaciónextranjeraenMadridmunicipio, DistritoCentroyBarriodeEmbajadores
(01/01/2000-01/01/2005)
01/01/2000 11,81 15,47 24,95 0,22 0,62 1,57 6,35 3,94 3,80 9,18 8,50 10,59 0,17 0,53 1,22 3,64 5,09 6,00 68,64 65,86 51,88
01/01/2001 7,80 10,53 15,91 0,18 0,55 1,32 11,10 6,60 6,02 29,35 27,73 31,67 0,18 0,92 2,34 2,90 4,53 5,48 48,48 49,14 37,26
01/01/2002 6,37 8,29 12,37 0,21 0,69 1,59 13,23 7,99 6,85 31,80 30,47 35,43 0,23 1,33 3,36 2,73 4,11 4,85 45,44 47,13 35,54
01/01/2003 5,86 7,43 10,89 0,21 0,76 1,77 11,93 7,59 6,31 33,40 30,40 36,08 0,24 1,52 3,83 2,82 4,10 4,88 45,54 48,20 36,23
01/01/2004 5,51 7,13 10,22 0,23 0,92 2,14 10,24 6,73 5,47 33,08 28,56 33,92 0,54 1,92 4,83 3,21 4,51 5,35 47,20 50,23 38,07
01/01/2005 5,36 6,84 9,90 0,29 1,34 3,16 9,45 6,30 4,91 29,33 23,92 27,25 0,38 3,16 7,71 3,97 5,58 6,42 51,23 52,85 40,70
01/01/2006 5,23 6,50 9,23 0,32 1,70 3,92 8,86 5,80 4,34 25,98 20,02 22,99 0,49 4,41 10,64 4,28 5,93 6,77 54,84 55,64 42,11
2000-06 16.170 1.259 774 1.512 712 669 41.144 2.230 662 130.219 8.268 3.869 2.453 1.973 1.929 19.325 2.160 1.030 225.163 18.236 5.862
% 135,84 72,48 82,34 693,58 1.017,14 1.133,90 642,57 504,52 462,94 1.406,10 866,67 969,67 1.460,12 3.344,07 4.193,48 527,14 378,28 455,75 325,30 246,67 299,85
361
362
Hay además otra característica especialmente significativa de los colectivos bengalí y
senegalés, aunque mucho más agudizado en el colectivo bengalí: se trata de poblaciones
que tienden a estar enormemente concentradas espacialmente en el área de
Embajadores/Lavapiés –en el caso del colectivo bengalí el 75% de la población total en el
municipio de Madrid a 1 de enero de 2006 estaba empadronada en Embajadores; en el caso
del senegalés el 42%–. Esta concentración se evidencia además en el caso de la población
bengalí por su especial proyección comercial –lo que dado el acelerado crecimiento de ésta
población está resultando especialmente vistoso porque en tres años han cambiado la
fisonomía en especial de las calles Lavapiés y Ave María, siendo esta primera actualmente
conocida en el barrio como «Currytown» por la multitud de restaurantes de comida india-
bengalí que se han abierto–. En cualquier caso, el colectivo bengalí no sólo ha volcado su
interés comercial en restaurantes, sino también en fruterías y tiendas de alimentación,
locutorios y video-clubs, tiendas de ropa, o de productos informáticos. Resulta significativo
que si comparamos la evolución de la distribución porcentual de los principales colectivos
en términos de procedencia nacional en el barrio de Embajadores/Lavapiés, con su
distribución en el conjunto del distrito Centro y del conjunto del municipio de Madrid,
podemos observar cómo en el barrio de Embajadores/Lavapiés no se reproduce
exactamente el patrón general de la capital, sino que hay determinados colectivos que
tienen mayor porcentaje que la media y otros que tienen menor presencia en
Embajadores/Lavapiés de lo que supone su peso en el conjunto del municipio. Esto lo
hemos visto muy significativamente para los colectivos bengalí y senegalés, pero lo mismo
podría aplicarse al colectivo marroquí –notablemente más presente en
Embajadores/Lavapiés que en el conjunto del municipio–, también el colectivo chino
estaría ligeramente más presente en Lavapiés246 que en otras zonas de la capital, pero, sin
embargo, se observa una menor presencia con respecto al conjunto del municipio de
personas procedentes de Ecuador y de Colombia (ver figuras 7.7; 7.8; 7.9; 7.10; 7.11; 7.12,
páginas siguientes).
246Está sólo ligeramente más presente en términos residenciales, pero significativamente presente en términos
comerciales. Desde hace ya más de diez años la expansiva presencia de locales regentados por personas
chinas, generalmente vinculados al comercio al por mayor, fundamentalmente de textiles, ha venido a
reconfigurar el espacio de Lavapiés, especialmente todo el entramado de calles que se encuentran entre la calle
Embajadores, Mesón de Paredes, Amparo, y expandiéndose hacia Duque de Alba, Magdalena y más
recientemente Ave María. De hecho, antes de que se usase la denominación «Currytown» para referirse a la
calle Lavapiés, como he mencionado antes, se usaba el término «Chinatown» para referirse a la zona de
expansión comercial china.
362
Capítulo 7 Lugares
40,00
35,00
30,00
15,00
10,00
Figura 7.7
5,00
0,00
2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 Años
12,00
10,00
8,00
BANGLADESH Muni.
6,00 BANGLADESH Centro
BANGLADESH Emb.
4,00
0,00
2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006
Años
363
Evolución comparada de la distribución proporcional de la
% población marroquí en Madrid municipio, distrito Centro y barrio
de Embajadores (01/01/2000-01/01/2006
30,00
25,00
20,00
MARRUECOS Muni.
15,00 MARRUECOS Centro
MARRUECOS Emb.
10,00
5,00
Figura 7.9
0,00
0
6
0
0
20
20
20
20
20
20
20
Años
8,00
7,00
6,00
3,00
2,00
0,00
2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006
Años
364
Capítulo 7 Lugares
14,00
12,00
10,00
COLOMBIA Muni.
8,00
COLOMBIA Centro
COLOMBIA Emb.
6,00
4,00
0,00
2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006
Años
4,50
4,00
3,50
3,00
SENEGAL Muni.
2,50
SENEGAL Centro
2,00 SENEGAL Emb.
1,50
1,00
0,00
2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006
Años
247 En esa dirección parecía incidir el discurso de la entrevistada M-E18, una mujer senegalesa perteneciente a
AISE y que llevaba siete años en España cuando se realizó la entrevista en junio de 2001 y comentaba cómo
parejas senegalesas con hijos se iban del barrio en busca de parques y mejores infraestructuras; y del
entrevistado E-5, marroquí de origen bereber casado con una marroquí de origen árabe, con dos niñas y que
estaba planeando dejar el barrio por esa razón (entrevista realizada el 22 de julio de 2005).
248 En este caso destaco la cuestión de género, pero la elección de quién migra y quién se queda, no está
únicamente atravesada por el género, sino también por las diferentes posiciones de clase, la edad, la
educación, etc. todos ellos son aspectos muy significativos que no hay que olvidar, sólo que en este caso
concreto me interesa destacar el impacto de la posición generizada.
249 Los ratios de feminidad en estos colectivos eran superiores hace unos años, pero en la actualidad muchas
de las mujeres que migraron solas han reagrupado a parejas varones e hijos, o les han buscado una oferta
nominal de trabajo para poder tramitar un permiso de trabajo independiente, y la relación de mujeres y
varones tiende a compensarse. Esto no ocurre de momento en colectivos como el bengalí o el senegalés que
están en plena expansión migratoria.
366
Capítulo 7 Lugares
esto es, el número de mujeres por cada 100 varones– que se sitúa, en el 129,73 (56,47% de
mujeres) en el caso de República Dominicana, el 120,18 (54,58% de mujeres) en el caso de
Colombia, y 113,68 (53,20% de mujeres) para Ecuador (datos referidos al conjunto del
municipio de Madrid a 1 de enero de 2006. Fuente: Padrón municipal. Ayuntamiento de
Madrid)250. Por el contrario, en la inmigración procedente de países subsaharianos, del
Magreb o asiáticos, suele existir una mayoría de varones, aunque de nuevo depende de los
casos porque Cabo Verde, por ejemplo, posee uno de los ratios de feminidad más elevado
en todo el municipio de Madrid (216,47 a 1 de enero de 2006. Fuente: Padrón municipal.
Ayuntamiento de Madrid). Donde más se agudiza esta tendencia es en el caso de las
personas procedentes de Bangladesh, donde las mujeres suponen tan sólo el 11,90% de la
población total –de hecho Bangladesh tiene uno de los peores ratios de feminidad (13,51)
de todas las poblaciones extranjeras en el municipio de Madrid, solo superada por Pakistán
y Malí– (a 1 de enero de 2006. Fuente: Padrón municipal. Ayuntamiento de Madrid). En la
misma línea, Senegal posee un ratio de feminidad de 24,37, lo que supone que sólo el 19,60
% son mujeres, y Marruecos tiene un ratio de feminidad de 63,21, lo que implica que las
mujeres suponen el 38,73% de la población total, en el caso de las personas chinas el ratio
de feminidad es de 82,18 lo que supone que las mujeres constituyen el 45,10% de la
población total (todos los datos mencionados están referidos al conjunto del municipio de
Madrid a 1 de enero de 2006. Fuente: Padrón municipal. Ayuntamiento de Madrid) 251.
250 Bastante habría que decir sobre la significación de este ratio, en cualquier caso, ya que presupone que las
poblaciones de varones y mujeres están equilibradas al cincuenta por ciento en las naciones de procedencia,
pero esto no tiene porqué ser así. En general tiende a haber mayor porcentaje de mujeres que de varones en
poblaciones donde no se produce ningún tipo de selección de los fetos por sexo en el nacimiento, puesto que
los varones tienden a tener una esperanza de vida inferior y mayores tasas de mortalidad. En ese sentido un
ratio de feminidad ligeramente superior a 100, probablemente no resultase más que un reflejo de ese mayor
porcentaje de mujeres en la población de procedencia en su conjunto. Por el contrario, en poblaciones donde
se tiende a preferir a los hijos varones y a seleccionar y a abortar o favorecer el infanticidio de niñas, y donde
ya existe un desajuste de la población, mayoritariamente de varones, un inferior ratio de feminidad también
sería un reflejo de esta distribución poblacional. En este caso este ratio se convierte en un claro ejemplo de
los ejercicios de reducción y simplificación plegados en las categorías estadísticas y poblacionales que
requieren constituir áreas claramente delimitadas y actuar como sí sus demarcaciones fueran fijas, exclusivas y
excluyentes. En cualquier caso, creo que es un indicador significativo, al margen de los matices señalados, de
cara a considerar el peso de varones y mujeres en cada una de las poblaciones por procedencia nacional.
251 Sin embargo, si atendemos al conjunto de personas extranjeras en el municipio de Madrid se percibe una
ligera feminización (un ratio de feminidad del 102,65 y un porcentaje de 50,65% de mujeres sobre el total de
personas extranjeras), pero si atendemos al conjunto de nacionalidades, son mayoritarias las que tienen ratios
de feminidad inferiores a 100 y, más aún, en algunos casos –como por ejemplo, los ya mencionados de
Bangladesh y Senegal, los porcentajes de mujeres en el conjunto del colectivo son enormemente reducidos.
Esta feminización ocurre, por tanto, porque son mucho más numerosas en su conjunto las poblaciones
donde hay mayor índice de mujeres. Sin embargo, dado que en Embajadores/Lavapiés se concentra
mayoritariamente la comunidad bengalí y gran parte de la senegalesa, así como un importante colectivo
367
Presencia de mujeres en las comunidades diaspóricas más relevantes
Municipio de Madrid (1/Enero/2006)
Total extranjeros
en el municipio
de Madrid 536.824 264.900 271.924 102,65 50,65
REPÚBLICA
DOMINICANA 20.363 8.864 11.499 129,73 56,47
COLOMBIA 47.547 21.595 25.952 120,18 54,58
ECUADOR 139.480 65.275 74.205 113,68 53,20
CHINA 22.991 12.620 10.371 82,18 45,10
MARRUECOS 28.074 17.201 10.873 63,21 38,73
SENEGAL 1.730 1.391 339 24,37 19,60
BANGLADESH 2.621 2.309 312 13,51 11,90
marroquí y chino, es probable que en Embajadores/Lavapiés exista una mayor presencia de varones, pues las
series anuales así lo señalaban, los últimos datos de que dispongo desglosados por sexo para el barrio de
Embajadores/Lavapiés de 1 de Enero de 2004, que situaba en un 80,27 el ratio de feminidad y en un 44,53 el
porcentaje de mujeres del total de población extranjera en el barrio. Por supuesto, el hecho de que las mujeres
sean minoritarias en algunos de los colectivos con mayor presencia en el barrio de Embajadores/Lavapiés no
hace menos relevante su estudio, puesto que ocupan posiciones que requieren de estudios que visibilicen la
especificidad de su posición que no es, en ningún caso, algo que pueda ser inferido de un estudio que atienda
sólo a los varones (Fuente: Padrón municipal. Ayuntamiento de Madrid).
368
Capítulo 7 Lugares
En la cita con la que abro este apartado, Annemarie Mol y John Law insisten en el
ejercicio de topologías múltiples que posibilitarían diferentes cartografías de lo social. En
concreto apuntan a tres modelos topográficos que, de algún modo, estarían conviviendo en
la conformación de espacios sociales. Pero que convivan no implica una continuidad que
permitiera desplegar una panorámica del elemento analizado: conviven precisamente
porque el objeto en análisis responde a múltiples ordenamientos, que por otro lado, y
paradójicamente, tampoco resultan totalmente discontinuos, si bien sus lógicas pueden
parecer contradictorias. Así, hablan de regiones, redes y fluidos, para dar cuenta de la
complejidad y multiplicidad inherentes a la producción social. Considero que el análisis que
realizan sobre el estudio de la anemia resulta enormemente relevante para el caso que aquí
analizo, pero sobre todo, para describir y considerar el espacio de Embajadores/Lavapiés.
369
cadenas que permiten la estabilización de determinados ordenamientos o configuraciones,
en ocasiones a través de múltiples mediaciones técnicas que anudan los «aquí» y los «allí».
En ese sentido, espacios como los locutorios, o las oficinas de envío de dinero, las tiendas
de comida «étnica» o incluso los restaurantes se convierten en laboratorios y centros de
cálculo, centros de distribución de las conexiones que permiten esa articulación continua de
espacios alejados que quedan repentinamente anudados. Así por ejemplo, un locutorio
permite hacer presente a las personas de «allí», «aquí» y viceversa, a través de múltiples
conexiones técnicas que anulan las distancias físicas; en una tienda de comida, son los
productos de «allí» que están «aquí» los que recrean los espacios y los anudan; igualmente
en un restaurante étnico o en una tienda de videos, son todos ellos escenarios donde
parecen combarse y plegarse las distancias físicas de tal forma que se recrean continuidades
y se articulan y refuerzan sentidos de pertenencia y nociones de comunidad. En todos ellos
las distancias físicas son quebradas por continuidades afectivas materialmente inscritas y
apuntaladas técnicamente:
«Una red es una serie de elementos con relaciones bien definidas entre ellos.
(…) En un espacio de red, entonces, la proximidad no es métrica. Y “aquí” y “allí” no
son objetos o atributos que se asientan dentro o fuera de un conjunto de fronteras. La
proximidad, por el contrario, tiene que ver con la identidad según el patrón semiótico.
Es una cuestión de la red de elementos y del modo en que estos se mantienen juntos.
Lugares con un conjunto de elementos y relaciones similares entre ello están cerca los unos de
los otros, y aquellos con elementos o relaciones diferentes están alejados.» (Mol y Law,
1994: 648).
desaparece. Así, estos vecinos están dando cuenta de una vinculación con un barrio
asentado en un conjunto de relaciones y formas de vida que no pueden reconocer en la
configuración actual del espacio, y que se refuerza por el sentimiento de pérdida de las
personas que conformaban también ese espacio evocado como referente melancólico, pero
que, con el paso del tiempo, efectivamente han muerto o se han ido. Así pues, dado que
cada vez percibirían una mayor distancia entre el espacio evocado como propio, un
escenario anclado míticamente en un pasado reconstruido y rememorado desde el presente
y lo que perciben como el Lavapiés actual, que califican sistemáticamente en clave negativa,
realizan ese diagnóstico de pérdida que fundamentalmente apunta a su desencuentro con el
espacio y las nuevas redes que lo configuran (Barañano Cid, Riesco Sanz, Romero
Bachiller, y García López, 2006: 212-213). Y es que el espacio social no es sólo una
disposición topográfica o material, también es una disposición simbólica y emotiva.
En ese sentido, el barrio constituye al tiempo una presencia constante pero elusiva,
que se extiende mucho más allá de sus supuestos límites administrativos y se pliega y
despliega en configuraciones múltiples y fluidas que se reconfiguran y recrean
continuamente:
«En los espacios fluidos a menudo, quizá habitualmente, no hay fronteras claras.
(…) Cualquier intento de fijación tiende a fracasar. (…) En un espacio fluido la
normalidad es un gradiente más que un punto de ruptura. (…) [N]o es posible
determinar las identidades precisa y pulcramente, de una vez por todas. O distinguir
dentro de fuera, este lugar de algún otro. Similitud y diferencia no son como la
identidad y la no-identidad. Vienen, de alguna manera, en variadas formas y colores.
Vienen juntas. (…) Un mundo fluido es un mundo de mezclas. Mezclas que pueden
separarse en ocasiones. Pero no siempre y no necesariamente. (…) [N]o hay “punto
de paso obligado”; (...) lo que significa que cada elemento individual puede ser
superfluo.» (Mol y Law, 1994: 658, 660, 661).
Así pues, si atendemos a las relaciones que se producen entre los diferentes
elementos articulados en el ámbito de Embajadores/Lavapiés, constataremos que,
probablemente, si bien se ofrece la imagen de la existencia de redes paralelas carentes de
relaciones entre ellas y, por tanto, en gran medida independientes las unas de las otras
extendiéndose y superponiéndose en el barrio y más allá, sí se estén produciendo relaciones
continuadas: pese a los esfuerzos de «purificación» que pretenden preservar supuestas
«autenticidades» –la autenticidad «castiza» del Lavapiés «tradicional»; la autenticidad de la
«tradición» y la «memoria» en las comunidades diaspóricas– éstas continuamente se
371
hibridizan y reconfiguran unas identidades que multiplican sus ámbitos de referencia y
anclaje (Brah, 1996: 208; Barañano Cid, 2005: 443)252. En este sentido cabe destacar, entre
otras cosas, cómo se configuran los posicionamientos identitarios, y las solidaridades y
reconocimientos colectivos. Así por ejemplo, una persona puede identificarse como
«inmigrante» y por tanto parte del conjunto de personas así reconocidas; y/o autorreferirse
con relación a su colectivo diaspórico de referencia, digamos Senegal; y/o identificarse
como creyente y por tanto parte de la comunidad islámica; y/o identificarse como africana;
o como persona negra; e incluso, en caso de poseer la ciudadanía, identificarse como
española. Como vengo argumentando a lo largo de este trabajo, ninguno de esos
posicionamientos tienen por qué ser discontinuos o autoexcluyentes. Podrían,
eventualmente, ser posicionamientos disponibles asumidos y habilitados en contextos
diversos por «una misma persona». En otra dirección, se puede apuntar también a cómo los
espacios «tradicionales», «castizos» se van transformando e incorporando elementos
vinculados las comunidades diaspóricas que los reconfiguran, sin que se anulen los
referentes previos. Así, en algunos comercios tradicionales de alimentación cada vez más
incorporan productos anteriormente identificados como «exóticos», pero que ahora se
vuelven «cotidianos» para los nuevos vecinos de diversas procedencias253; también se puede
destacar la continuidad y naturalidad con la que se despliegan unos croissants, unos panes
gallegos y unos típicos dulces árabes en una misma vitrina254; o los encuentros
«multiculturales» en los bares que proyectan fútbol, donde las afinidades se articulan
principalmente en torno al equipo que apoya cada cual, son todos ellos ejemplos
cotidianos. Nos encontraríamos, por tanto, con una yuxtaposición de escalas y referentes
por los cuales los escenarios más localizados ampliarían sus vínculos, relaciones y anclajes
más allá de sus fronteras físicas, expandiéndose globalmente y convirtiéndose en escenarios
«translocales»255:
252 En esta dirección apuntan consistentemente las diferentes entrevistas y grupos producidos en el trabajo de
campo, en particular cuando hacen referencia a los descendientes de las personas inmigrantes que ya han
nacido o se han criado en el estado. Ver en ese sentido especialmente el capítulo 5 «Subjetividades».
253 Sirva de ejemplo el caso de la tienda de ultramarinos llamada «La aduana de Lavapiés», una tienda
tradicional regentada por vecinos del barrio «de toda la vida» situada en la calle Lavapiés.
254 Panadería «Kasmi», calle Ave María.
255 En ocasiones se ha empleado el término «glocal» para hacer referencia a este tipo de relaciones. Comparto
la crítica de Margarita Barañano Cid (2005) sobre cómo en muchos casos el término «glocal» se convierte en
un cierre fácil que pretende anudar global y local sin desbancar dichas posiciones. Según esta autora
deberíamos reconceptualizar el término, puesto que: «lo glocal no se constituye sólo a partir de lo global y lo
local, sino contando también con otras muchas escalas diferentes, que seguirían siendo relevantes. La
recomposición en estas escalas no se realizaría conforme a un criterio jerárquico –de mayor a menor- y
372
Capítulo 7 Lugares
«Estos reanclajes, por otra parte, combinan los espacios territoriales con los
comunicativos, puesto que, como se ha presentados al tratar de las escalas, ninguno de
los dos está cerrado al otro, o delimitado por fronteras infranqueables. Por el
contrario, los flujos de información o conocimiento, entre otros, remodelan los
territorios concretos, cuyas formas de vida se transterritorializan, al tiempo que
devienen translocales, sujetas como están a las influencias de aquí y de allá. (...) Ni la
gente ni las actividades “flotan” en consecuencia en el espacio abstracto, poniendo de
manifiesto de nuevo las debilidades de lo que se han llamado las “metáforas” de la
desterritorialización. (...) se constata más bien un juego continuo entre lo distante y lo
próximo, la movilidad y la radicación, siendo esta última tan necesaria como la
cercanía para la recreación de múltiples aspectos esenciales de la vida.» (Barañano Cid,
2005: 438).
secuencial –de acuerdo con un tiempo exclusivamente cronológico- sino simultánea y entrecruzadamente, en
función de las geometrías de poder y de la lógica social imperante en cada caso. Precisamente, una de las
claves de la reorganización global en marcha sería el «salto de escalas» (Swyngedouw, 1997: 142), hoy mucho
más abierto que en el pasado.» (2005: 435).
373
contestan, se proclaman o se rechazan; donde lo permitido y lo prohibido se
interrogan perpetuamente; y donde lo aceptado y lo trasgresor se mezclan
imperceptiblemente aunque al mismo tiempo estas formas puedan ser rechazadas en
el nombre de la pureza y la tradición. Aquí, la tradición misma está inventándose
continuamente aunque sea aclamada como originaria de la miríada de procesos de
fisura y fusión que garantizan las formas contemporáneas de identidades
transculturales. Estas identidades emergentes sólo pueden ser reconocidas
subrepticiamente. De hecho, pueden ser incluso negadas o suprimidas frente a
imperativos construidos de “pureza”. Pero se inscriben en las formas de sincretismo
de finales del siglo veinte en el corazón de la cultura y la subjetividad.» (1996: 208).
256 En este sentido, me parece interesante destacar cómo, desaparecida en muchos casos la continuidad
espacial, será en términos de «afecto», delimitados por un vínculo emotivo, que se establecerán y asentarán los
sentidos de pertenencias e incluso las referencias al hogar, que en ocasiones pueden no situarse en la
continuidad del espacio habitado, sino proyectarse hacia otros tiempos y lugares. En este sentido ver Pérez-
Agote Poveda (2005: 317).
374
Capítulo 7 Lugares
257El concepto de «comunidad imaginada» se debe al célebre trabajo de Benedict Anderson (1983/1993)
según el cual la «nación» es una comunidad imaginaria conformada por personas que no necesariamente se
conocen entre sí pero sí reconocen un cierto «vínculo» que las une.
375
«P2. Sobre el tema de ayudar a los demás paisanos en el barrio, a veces sí porque
nosotros en nuestro restaurante, por ejemplo, hemos recibido a mucha gente que venía de la
patera porque cuando llegaban le daban la dirección de Tirso de Molina y cuando llegaban, buscaban
paisanos y cuando buscan paisanos les mandan muchísimas veces a nuestro restaurante y ahí les
damos de comer, ahí hacemos recaudación de dinero, cada uno da algo para poderles
comprar el billete, si se van por ejemplo, a la Línea, para trabajar en Almería o a
cualquier sitio, les damos ese dinero y se van. No tienen familiares o les tienen lejos;
buscamos siempre un lugar, les pagamos el hostal donde dormir, les pagamos para que
se queden unos días en el hostal y después si localizamos a sus familiares, les damos el
billete para que se puedan encontrar con sus familiares. Eso para días no para…
P5. Eso sólo pasa con la gente que viene en la patera, la gente de la patera.
P. ¿Cuáles serían las otras redes, por ejemplo? Serían redes informales...
R. Sí, hay redes de autoayuda, como se denominan, donde la gente todos los
meses va poniendo un dinero en una caja, y pues si alguien le surge un problema muy
grande pues se le dan... tal. Desde alguien que de repente le surge algo en Senegal y
tiene que ir y no tiene suficiente dinero, pues se le da dinero, no solamente para su
pasaje, sino teniendo en cuenta las realidades socioculturales que tenemos, pues un
dinero para sus familiares, para sus amigos, porque eso es una realidad. Y hay gente
que si no tiene ese dinero no va a ir, con lo cual son necesidades que esas redes
intentan satisfacer y lo logran bastante bien. Y hay redes que están llevando a cabo
proyectos en Senegal, como por ejemplo la construcción de un hospital en Senegal, y
bueno, hay muchas cosas dentro de la comunidad que funcionan y luego hay otras
376
Capítulo 7 Lugares
redes que están ahí donde digamos todos los senegaleses participamos pero que no
tienen nombre y que son todavía... digamos que podría ser la única red que
socialmente estamos todos los senegaleses... es (¿?) de vida espontánea, que coge a
cualquiera que acaba de llegar, pues la que acompaña a cualquiera que esté malo al
hospital, la que repatría a alguien cuando se muere, en fin... esa es una cosa donde
todos estamos pero no tiene nombre, digamos es una red espontánea. Es la razón por
la cual, por ejemplo, los senegaleses no acuden a los servicios sociales, no porque no
tienen necesidades, sino porque las necesidades se satisfacen dentro de la misma
comunidad. Eso tiene su lado bueno que es que la gente se siente segura, la gente no
tiene miedo de encontrarse un día en la calle, pero tiene su parte mala que es a la hora
de relacionarse con otras comunidades, pues esas relaciones son muy escasas, con los
cual los senegaleses, visto desde afuera, parece gente muy cerrada y gente que se
relaciona poco con las demás comunidades. Y es cierto pero no porque la gente no
quiera, sino de alguna forma la gente ve todas sus necesidades (¿?) dentro de la
comunidad. Incluso muchos senegaleses los viernes no van a la mezquita sino que
rezan juntos en algún local, con lo cual eso es malo, desde mi punto de vista
evidentemente, no desde el punto de vista de la persona que voluntariamente... desde
el punto de vista de la convivencia de las relaciones son gente, como quien dice,
desconocidas y eso te lo puede decir cualquier otro africano que no sea senegalés o
alguna gente que ha intentado trabajar con la comunidad y eso también da una imagen
que no es cierta de la comunidad senegalesa que en Lavapiés es una imagen bastante
(¿calada?), de que los senegaleses no se movilizan para nada. Si lo dice gente del
ayuntamiento, gente que trabaja con el ayuntamiento, dicen: a ver si trabajáis un
poquito más o si hacéis tal porque ... pero no es cierto. En realidad se movilizan y
mucho, lo que pasa es que se movilizan de cara, ellos mismos y de cara a Senegal,
entonces, ahora que he estado en Barcelona, viene el ministro de asuntos exteriores a
Barcelona, y son jornadas montadas por las asociaciones de senegaleses que están en
Cataluña, son jornadas donde han implicado a la Generalitat, al Ayuntamiento de
Barcelona, al Ministerio Senegalés de Asuntos Exteriores y al no se que catalán de
Estudio Mediterráneos, son jornadas bien montadas, y allí pues en una sala te
encuentras con 300 o 400 senegaleses y montas otras cosas y te encuentras con 10
senegaleses ...
R. Sí que lo hay, y lo hay y eso... (¿?) mucho tiempo para explicar, ¿no? Pero se
nota desde Senegal, la gente de fuera, lo nota, hay un...también una identidad, como
un sentido de una identidad común a pesar de que tenemos muchas etnias, a pesar de
que la gente del sur, de donde es mi padre por ejemplo, hay separatistas en el sur, pues
a pesar de todo esto, a esta identidad, ¿no? Como una identidad nacional...
R. ...sí, sí, una etnia que nació, más o menos, es curioso pero nació durante la
colonización ...
377
R. ...como una unidad frente a los colonizadores, entonces eso, porque antes no
existía. Entonces existió en torno al Islam, en torno a un Islam senegalés. Porque a
una escuela que es la Meca filosófica es puramente de Senegal. Yo creo que dentro del
Islam, podría ser una cosa única. Por eso te digo que muchos quizás no van a la
Mezquita y no pasa nada, y muchos senegaleses, sobre todo los que son de esta
escuela filosófica, no van a la Meca, que es digamos, el centro del Islamismo, y sin
embargo se sienten muy bien, con peregrinar por una ciudad que es Senegal. Es una
cosa muy curiosa. Entonces, eso sí que está ahí, y se puede dar en Francia, en Nueva
York, donde uno vaya, ¿no? Tiene sus cosas buenas y tiene sus cosas malas. Las cosas
malas para mí es este comportamiento endogámico, a mí personalmente, por mi
forma de ver la vida, no me gusta, de cara a una convivencia a largo plazo, de cara a
todos los conflictos étnicos entre grupos, surgen, yo creo que surgen por la falta de
vínculos entre diferentes comunidades, con lo cual, cuando las cosas van mal, pues
eso, la tendencia es a encerrarse un poco en tu propia comunidad y a ver la otra
comunidad...
P. ...como amenazante...
258 Por otro lado, resulta interesante constatar el papel del fútbol en este contexto. Este es un aspecto donde
me gustaría incidir porque provee ejemplos muy interesantes de cómo se articulan globalidad y localidad, y
como se despliegan, pliegan y desbordan los sentidos de «aquí» y «allí» en las situaciones de diáspora.
Desafortunadamente es un aspecto que creo que desborda y desvía el sentido que articula este trabajo.
378
Capítulo 7 Lugares
con todo lo que ello implica –como ya he señalado antes en términos de acceso o no a
determinados espacios, en términos de las ropas, etc.–, la sanción de la comunidad se
convierte así en especialmente eficaz de cara a evitar comportamientos que se consideran
inadecuados.
«R. Cuando nos vamos a Ecuador, pues nos reunimos todo el mundo allí. Todo
el mundo comenzamos a hablar de “¿qué, qué tal?” “¿cómo estás por allá?” y “¿qué
tal, por allá?”. El negocio está un poco mal allí (…) Son raras las personas que no les
ha tocado salir; la mayoría casi todos nuestros parientes, hasta en Japón tenemos,
claro. Todos los domingos nos reunimos y en carnavales.
P. ¿Aquí también?
R. Sí, aquí.
R. Okaerreño.
P. ¿Y qué es eso?
R. Como fiesta tradicional de nuestro país, de que cada años la hacemos allá en
Ecuador también, pero ahora lo hemos vuelto a hacer aquí.
R. Sí, nos coincide con el carnaval. En otros tiempos le decían ‘el dios de la
lluvia’. Llevamos cinco años aquí con esa tradición. (…) Lo hacemos en Valencia, en
Madrid, ahora se ha abierto en Barcelona, ahora está en Portugal, estamos por ahí,
ahora van a cuatro lados; en Italia también han abierto.
379
R. Como aquí, pero nosotros lo hacemos a nuestra manera y aquí pues lo llevan
de otra manera. Este año lo hicieron en Torrejón.
R. Todos.
P. ¿O sea, se sabe tocar en casi todas las casas? ¿Se saben los instrumentos?
R. No, en todas las casas; los que van… sí, el grupo que va. Ellos llevan su
instrumento y van bailando, van tocando y se baila y los que acompañan. Los que
acompañan se visten de mujer…
P. ¿Ah, sí?
380
Capítulo 7 Lugares
P. Y las mujeres son las que preparan de comer y se quedan en las casas y son los hombres los
que van.
R. Sí, sí. Y aquí lo mismo, los hombres salen a bailar así alrededor de los
puestos y la mujer se queda…
P. Y los que hacen la música en San Juan, por ejemplo, luego el resto del año
están en sus negocios, ¿o sea, que no se dedican…?
R. Están en su negocio.
R. Eso solamente es una semana. San Juan una semana, igual cuando hacemos
el campeonato de fútbol pues nos reunimos entre todos una semana. No sé si el año
pasado lo habrá visto en la televisión, que lo pasó. Se reúnen muchos aquí; en Valencia
también… Casi vienen de todos los lados, vienen de Holanda, de Bélgica, vienen de
Alemania. Cada persona que venga desde fuera trae su equipo y participamos entre
todos, pues aquí nos reunimos todos, todos.
R. Sí, nos vamos, cuando nos inviten ya iremos. Nos tiramos una semanita por
ahí también a jugar al fútbol.» (E1, 7 de Julio 2005, varón ecuatoriano otavaleño: 9-
12).
381
«P1. Para mí Lavapiés es el barrio multicultural. Aquí está la mezcla de todas las etnias.
P2. Coges una calle hay un chino, el otro un árabe, das la vuelta y un negro al
lado, Bangladesh, India. Aquí está la concentración de todos los inmigrantes que quieras
encontrar en España, estamos aquí. Aquí hay mucha… cómo se dice en inglés ‘business’
¿sabes?, es el barrio donde los comercios, los negocios, la venta al por mayor, muchas
cosas. Es aquí, por ejemplo, si llegas a España y eres inmigrante, la primera dirección que te
dicen si estás perdido: “oye, cógete el metro de Tirso de Molina o Lavapiés”, allí nada más llegar estás
en el centro de tus paisanos y es verdad. Es el barrio multicultural, donde está un poquito de
todos los inmigrantes. Todos los inmigrantes que hay en España están ahí. Entonces
es un barrio muy conflictivo también porque cada dos por tres hay un guardia al lado,
porque es un barrio de muchos líos sinceramente, hay que decir la verdad, y no sabemos
por qué nos gusta este barrio.
P2. Puede ser, es algo que, a veces, yo me lo pregunto y digo, ¿por qué vivo en
Rivas-Vaciamadrid y no monto mi negocio en Rivas-Vaciamadrid, pero tengo que
montarlo aquí en Lavapiés porque allí a lo mejor no me funciona. A veces, me hago la
pregunta por qué Lavapiés y todo el mundo hacemos la misma pregunta y todavía no hay
la respuesta, no hay una respuesta, todo el mundo: Lavapiés. Es el problema que
tenemos, engancha. Cualquier cosa que se te ocurre o que tienes un problema: “oye, me voy a
Lavapiés, allí me lo solucionan” y seguro.» (GD1, mujeres procedentes de países de mayoría
islámica –Marruecos, Senegal, Bangladesh–, 28 Junio 2005: 17).
«Lo que pasa que en este barrio, la pregunta del señor, ¿por qué hemos elegido
Lavapiés, sabes? Yo también me lo pregunto a veces, digo ¿por qué hemos elegido Lavapiés? Que
es el barrio más conflictivo pero lo tenemos que hacer. Aquí hay un poquito de todo,
hay que hablar muy sincera también, aquí está la mafia, aquí hay todo ¿sabes? Nos
movemos entre nosotros, aquí nos apañamos muy bien, hay que aceptar la realidad pero yo lo
que veo que racismo hay.» (GD1, mujeres procedentes de países de mayoría islámica –
Marruecos, Senegal, Bangladesh–, 28 Junio 2005: 18).
«P: ¿Por qué te parece a ti que eligen la zona esta los ecuatorianos?, ¿por qué
van a esta zona?
«P. Los problemas que dices o lo que quieren los inmigrantes, un techo y
trabajo y demás. ¿Por qué vienen a Lavapiés? ¿Es la vida más barata?
R. La primera cuestión es porque hay gente del mismo origen. Hay también sitios donde se
puede sentar sin que le moleste nadie. Por ejemplo los bares que están ahí se puede entrar y comer algo
sin mirarle nadie...
382
Capítulo 7 Lugares
«Luego está pues tu otra parte pues un poco del espacio que has construido en un
barrio como Lavapiés, en el que por primera vez no te has sentido fuera de algo porque toda la gente
que esta aquí, está un poco como, pues hay gente gay, hay gente inmigrante y tú estás un poco en mitad
de todo.» (M-HV8, Junio 2003: 20).
383
cuestionado, un espacio «familiar», donde «no te sientes extranjero» donde «no se te mira
como extranjero», donde te encuentras con «gente del mismo origen», porque es «donde
está mi gente», un lugar «en el que por primera vez no te has sentido fuera de algo porque
toda la gente que esta aquí, está un poco como, pues hay gente gay, hay gente inmigrante y
tú estás un poco en mitad de todo», donde hay sitios en los que «se puede sentar sin que le
moleste nadie», porque «cualquier cosa que se te ocurre o que tienes un problema: “oye, me
voy a Lavapiés, allí me lo solucionan” y seguro.» (GD1, mujeres procedentes de países de
mayoría islámica –Marruecos, Senegal, Bangladesh–, 28 Junio 2005: 17). Hasta tal punto
que «si llegas a España y eres inmigrante, la primera dirección que te dicen si estás perdido: “oye, cógete el
metro de Tirso de Molina o Lavapiés”, allí nada más llegar estás en el centro de tus paisanos y es verdad.»
(GD1, mujeres procedentes de países de mayoría islámica –Marruecos, Senegal,
Bangladesh–, 28 Junio 2005: 17). Lavapiés se configura así como un hogar en la diáspora,
como punto de encuentro, como espacio de socialidad más allá de la vivienda: aunque no
se viva en Lavapiés se pasa por Lavapiés. Es más, parece casi constituir un «punto de paso
obligado» en particular para las personas recién llegadas que necesitan articular todo un
conjunto de redes informales para conseguir alojamiento, trabajo, etc. Así, Lavapiés parece
poseer, como ya apunté, una cierta consistencia de fluido, su población circula
continuamente, está en tránsito, y al tiempo está asentada. Por otro lado, el barrio también se
articula en términos reticulares en torno a conexiones múltiples, fundamentalmente, pero
no exclusivamente, en torno a las comunidades diaspóricas de referencia. Esto parece
bastante corriente: personas que llegaron a Lavapiés como primer destino y después, al
asentarse laboral y personalmente, especialmente en el caso de tener familia, deciden
después buscar otro lugar más adecuado para la crianza de los hijos/as, que posea más
espacios verdes, más servicios, mejores infraestructuras. Por otro lado, lo que se destaca en
estos extractos, es precisamente el carácter práctico de ese sentido de «hogar»: el «sentirse en
casa» es algo de un hacer continuado, depende de todo un conjunto de relaciones que han de
repetirse reiteradamente precisamente para que sea efectivo ese sentido de hogar.
259 «que cada uno está más o menos metido en su mundillo, en su colonia... en su... no sé como llamarlo... y se relaciona poco...
pero bueno supongo que también es lógico... es lo más fácil, es lo más cómodo... y hasta cierto punto lo que se puede ver como más
seguro, y menos hostil, desde luego...» (M-HV7, mujer española negra de madre española blanca y padre ecuato-
guineano, Junio 2003: 8)
260 Ver en ese sentido lo comentado en el capítulo 5 «Subjetividades» en relación con la posición de los/as
«P: y ahora, pues veo un Lavapiés multicultural, que no intercultural, que nunca ha sido
intercultural.
R: Pues en el que... digamos que antes a lo mejor estaba más mezclado, o había
más... bueno nunca ha habido comunicación. Siempre ha habido comunicaciones más de comercio,
las relaciones de comercio. Los senegaleses empezaron con el tema de las cooperativas de
compra-venta, con el tema de los locutorios. Los chinos han empezado con el tema de
la venta al por mayor y las tiendas de todo a cien. Los marroquíes han empezado a
poner sus carnicerías, sus tiendas sólo para marroquíes, y tal, pero nunca ha habido
una confluencia sino que más bien el conflicto se ha ido haciendo más grande. Luego
ha entrado también la comunidad bangla, que pues que, tiene su propia conformación
sus propias costumbres. Entonces yo veo que hay muy pocos espacios de
comunicación y de crecimiento real. Cuando estuve en FEDORA y estuvimos
ayudando en el Instituto San Isidro a organizar las jornadas interculturales, se veía
muchísima, pues muchísimo... pues no hay ninguna jerarquía, no hay ningún tipo de
estructura que fomente la comunicación, que fomente la interrelación entre los
chavales, sino todo lo contrario, todo el mundo tiene miedo de todo el mundo. Si que
aunque es un barrio que puedes permitirte ir libremente como lesbiana o tal no sé qué,
tampoco es perfecto, para nada. Pero sí que a lo mejor es mejor que vivir en
Salamanca que nunca han visto un negro, nunca han visto una lesbiana, nunca han
visto un gay. Aquí todo el mundo ha visto de todo, pero también todo el mundo pasa de todo. O
sea que tampoco es una relación lo más positiva que pudiera ser. Es una relación de
indiferencia.» (M-HV8, mujer doble nacionalidad colombiana y española, llegó con sus
padres a mediados de los ochenta con estatuto de refugiados, Junio 2003: 20-21).
«R: Sí, supongo que es un espacio en el que de alguna forma todo el mundo
está acostumbrado a convivir de alguna forma en la indiferencia.
P: ¿En la indiferencia?
R: Sí es como que todo el mundo está acostumbrado a cualquier cosa. Yo no creo que sea
tampoco la mejor forma de convivencia. Sí que a lo mejor a través de asociaciones o a
través de otras formas, pues sí que... a través de las casas ocupadas, de los centros
sociales, en cierto tipo de bares se dé una comunicación de otro tipo. Pero a lo general, es
como que realmente no hay un intercambio, o sea, no hay grupos de amigos mezclados donde hay gente
de todas las culturas. No. Los senegaleses están con los senegaleses, los marroquíes están
con los marroquíes, los colombianos están con los colombianos... bueno, en general
386
Capítulo 7 Lugares
los colombianos están con los argentinos, con los chilenos, o sea, como que los latinos
sí que se unen más en plan latino. A excepción de los dominicanos que tienen un rollo
más dominicano-dominicano.
R: Hay contactos comerciales, siempre son contactos comerciales [[Tajante]] siempre con algún
tipo de interés mercantil. O sea, de trabajo, de compra, de vecinos... si que hay relaciones
de intercambio a ese nivel. O sea son relaciones de interés, no son relaciones, iniciales,
así tal. Luego me imagino que sí habrá más relaciones que yo no las conozco lo que es
a nivel de colegios, de APAs, de padres, pero eso son cosas que no conozco así que no
puedo hablar de eso.» (M-HV8, mujer doble nacionalidad colombiana y española,
llegó con sus padres a mediados de los ochenta con estatuto de refugiados, Junio
2003: 23-24).
R: Pues eso, un montón de gentes de sitios muy diversos y cada una viviendo en un mismo
barrio, en su propio mundo...
R: Eso es lo que ocurre... yo creo que eso es lo que ocurre... sabes, yo no veo que
haya gentes de diferentes sitios... habitualmente... más allá de compartir un espacio físico no veo que
vaya más allá de ahí... que se articulen otro tipo de... (...) pero a eso me refiero... yo tenía
a lo mejor contactos puntuales... pero que fuesen más allá yo desde luego, no los he
tenido... y me parece... bueno mi perspectiva es que funciona bastante así... bastante
bastante... que, pues eso, que cada uno está más o menos metido en su mundillo, en su colonia...
en su... no sé como llamarlo... y se relaciona poco... pero bueno supongo que también es lógico... es lo
más fácil, es lo más cómodo... y hasta cierto punto lo que se puede ver como más seguro, y menos
hostil, desde luego... que agüita también la gente de aquí... que tiene mucha tela... o
tenemos... me voy a incluir... bueno yo no sé si soy de aquí de allí o de dónde
demonios... pero desde luego la gente de aquí tiene tela... eso lo he vivido yo en mis
carnes y se supone bueno, que soy de aquí... que sí no... la gente que no sólo se les
note en la cara que no son de aquí, sino que además no hable bien el idioma, seguro
que entonces pueden flipar en colores, claro...» (M-HV7, Junio 2003: 8-9).
387
Lavapiés como espacio de vida: la vivienda
Por otro lado, y como comenté anteriormente, parece cada vez más difícil de
sostener la idea de que la elección de Lavapiés como espacio de asentamiento depende de
la existencia de alquileres baratos. Antes bien al contrario –más agudizado si cabe en las
entrevistas y grupos realizados en 2005–, hay un cierto consenso sobre que Lavapiés como
área de residencia resulta cara, y además, se incide en que las viviendas no tienen las
mejores condiciones y que a las personas inmigrantes, en general, les resulta difícil
conseguir alquiler. Ante las preguntas por las estrategias para obtener una vivienda, hacen
referencia a que usan amigos/as españoles/as para que hagan las gestiones, porque afirman
que así es siempre más fácil y por otro lado coinciden en que las viviendas son «pequeñas y
carísimas». Se tiene la idea entre los arrendadores, según afirman las informantes, que las
personas extranjeras «van a destrozar el piso», una desconfianza que se une a las múltiples
estrategias más o menos sutiles de producción de «otredad» a las que vengo haciendo
referencia a lo largo de este trabajo. Así, es de nuevo a través de estrategias de mediación
que se movilizan para responder y cortocircuitar los reconocimientos y expectativas
xenófobos y racistas que se puede conseguir una vivienda, en este caso acudiendo a un
amigo/a español/a. Los acentos y los cuerpos, en este sentido, son dotados, de nuevo, con
un peso enorme a la hora de establecer reconocimientos y posicionar a «unos» y «otros»: se
reproduce ese fetichismo de lo extraño que promete su reconocimiento permanente a
través de la mirada, del oído, de tal forma que el reconocimiento siempre será a distancia,
previo al contacto (Ahmed, 2000).
Por otro lado, se constata cómo Lavapiés constituye sobre todo un escenario de
llegada, el lugar del primer contacto: con las comunidades diaspóricas, con la ciudad, etc.
Es un escenario en el que a pesar de las limitaciones antes mencionadas continúa siendo
posible conseguir alojamiento: bien sea a través de algún familiar o conocido que aloja en
casa al recién llegado durante los primeros momentos, bien porque continúa existiendo ese
parque de vivienda en malas condiciones pero que relaja hasta cierto punto los requisitos
exigidos por el mercado más oficializado del alquiler: quizá los precios sean similares, pero
al rebajar las exigencias formales, los propietarios se desentienden de los pisos y de las
condiciones de los mismos, y finalmente se convierten en «accesibles» para las personas
inmigrantes.
388
Capítulo 7 Lugares
Finalmente, un aspecto que no desarrollo en este trabajo, pero que tiene sin duda un
gran interés en la reconfiguración del espacio, lo constituye el proceso de ennoblecimiento –
gentrification– que viene experimentando el espacio en los últimos años, de la mano del
encarecimiento de la vivienda y del proceso de rehabilitación de que viene siendo objeto el
barrio. Esto ha permitido una creciente entrada de un tipo de población relativamente
joven, profesional y sin cargas familiares que acuden a Lavapiés como un escenario donde
se articulan casticismo y multiculturalidad en un doble ejercicio de fetichización de lo
extraño: lo otro extraño, alejado en el tiempo, en este caso, el tipismo castizo; y, lo otro
extraño alejado en el espacio, pero al tiempo cercano y disponible a la vuelta de la esquina
vía consumo261.
261Para un desarrollo más amplio de esta cuestión y sus consecuencias en la reconfiguración del espacio ver
Barañano Cid, Riesco Sanz, Romero Bachiller y García López (2006).
389
P1. ¡Uf, fatal!, cara, o sea, casas pequeñas y carísimas. Por ejemplo, en mi caso,
alquilamos yo y mi hermano un estudio por quinientos euros de una habitación y una
sala de estar pequeñita y no amueblada y una cocina y un cuarto de baño.
P6. No, digo que es una de las cosas de las más importantes y de las más
difíciles de conseguir porque antes de entregarte un piso, todas las cosas que están
pidiendo y está muy difícil, muy, muy difícil.
P7. Porque también a veces te dicen: “ese es extranjero, si le das el piso te lo van a
estropear” como si nosotros fuéramos cochinos, no limpiamos, no sabemos nada,
venimos de la selva y hemos llegado como monos y cualquier casa que nos den, la
vamos a hacer pedazos y romper todo.
P1. Y cada mes llama a la puerta, para darle el alquiler, o sea, para pagarle, te llama a
la puerta y te dice: “oye, quiero entrar a ver la casa”, te lo juro por dios, cada mes
viene el dueño de la casa que es de Bangladesh, de Bangladesh que no español en este caso y
entra y ve las habitaciones y se va al cuarto de baño y tal, o sea, que a mí me da pena.
(...)
P5. Tienes que buscar un español para alquilar una casa, le das el teléfono, un amigo
muy amigo ¿eh?, te lo alquila el español, si no tú inmigrante no puedes tener una casa.
Tiene que llamar el español: “oye, es para mí, voy a vivir con unos amigos”, hablar un
poquito bien ¿sabes? para que la mujer española o el señor español tenga confianza…
ah, me lo va a coger un paisano, “eso no hay ningún problema, no me van a destrozar
la casa”. Una vez que la chica firma el contrato, te pasa el contrato a ti, si no no tenemos casa.»
(GD1, mujeres procedentes de países de mayoría islámica –Marruecos, Senegal,
Bangladesh-, 28 Junio 2005: 19-20).
«P3. Por ejemplo, que no tiene trabajo, antes yo estoy buscando una casa, yo se
lo he dicho a un montón de gente: “por favor, que quiero una casa, que si sabes de
alguna casa, por favor”. Al final, yo fui a una agencia y gracias a dios que el dueño de
mi casa no es igual que el de ella, que es español: “haga lo que le dé la gana a la casa”,
pagar el alquiler es lo más importante. Yo he entrado en la casa, no tengo nada, nada,
el calentador y la ducha no funciona; dice: “cómpralo”, sí así y tengo la casa horrible.
También es muy vieja: “haga lo que le dé la gana”. También el portal de la casa está roto y
puede también entrar los terroristas y no le importa, sólo el dinero; a este dueño sólo
el dinero es lo más importante de todo. El día que firmamos el contrato, yo le buscado
a una amiga mía que tiene una casa igual que un fiador, que tiene una casa de ella
propia para poder firmar mi contrato y me dice también la cuenta, el número de
390
Capítulo 7 Lugares
«R: (...) Porque ellos [senegaleses] son inquilinos, el barrio se está encareciendo,
y se están yendo. De hecho todos los jóvenes que se casan se van...
P. ¿Adónde se van?
R. Hacia barrios del sur, hacia Villaverde alto, hacia Carabanchel, Aluche, toda
esa zona. Pero hay sin embargo pisos grandes, de tres habitaciones, de cuatro
habitaciones, que cuestan 140 [mil pesetas], que sí pueden cogerlos chicos solteros
compartiendo... Pero una vez que alguien quiere montar una vida familiar, con su
mujer, su hermano... ya se tiene que ir del barrio, porque ya es otro tipo de vida... mas
que de vida, de espacio, lo que busca. Y eso no lo puede tener aquí. O si lo quiere
tener tiene que ser una casa no muy habitable...» (E18, mujer senegalesa miembro de
AISE, Junio 2001: 6-7).
391
392
[A modo de] conclusiones: articulaciones identitarias
394
formas diversas y múltiplemente conectadas que conformarían espacios locales y globales
continuadamente (Barañano Cid, 2005).
Por otro lado, la perspectiva que aquí he empleado lejos de presentarse como
entramado consolidado y «hecho», ha venido tomando forma en el curso del propio
análisis, lo que le ha permitido una flexibilidad que ha alejado, en gran medida, tentaciones
de amoldar el «objeto» en estudio al marco teórico en uso. Además, la insistencia
continuada en la necesidad de partir de «la complejidad de lo concreto», y la advertencia
siempre presente de evitar introducir supra-ordenamientos impuestos o continuidades
lógicas en lo que se presenta enmarañado, discontinuo y contradictorio, me ha obligado a
una atención constante al cómo se articulan y recrean los entramados, a cómo se multiplican
las relaciones que los constituyen y cómo, a pesar de su heterogeneidad desbordante,
alcanzan una cierta consistencia de unidad. Así pues, esta perspectiva ha atendido a cómo la
materialidad social toma forma y produce sentidos y a cómo los sentidos conforman
materialidad: mutuamente irreducibles pero no discontinuos, se implican y exceden
mutuamente, asumiendo la consistencia de un quiasmo (Butler, 1997a). Una perspectiva que,
en definitiva, ha pretendido abordar la multiplicidad heterogénea y compleja de la realidad
haciéndose.
262En este sentido ver lo planteado en el epígrafe «Las asimetrías de la simetría generalizada o la (in)modestia
de los testigos modestos» del capítulo primero, «De los estudios sociales de la ciencia a las perspectivas
parciales de la complejidad», de este trabajo.
395
habilitar una posición que reconocemos como «propiamente humana» y por lo tanto
considerar los diferenciales de poder que las constituyen. En ese sentido, señalaba cómo y
qué vaya a ser considerado «propiamente humano» no resulta ni tan auto-evidente, ni tan
estable como podría parecer, sino que se asienta en continuas negociaciones y luchas por
establecer y consolidar los límites de lo humano, o bien de ampliarlas y desplazarlas. Se
trata de un ejercicio continuado y no exento de controversia donde instancias diversas se
movilizan de cara a establecer sus criterios como hegemónicos.
¿Qué aspectos configurarían dicho entramado? Quizá lo primero que destaque, tal
como he reflejado a lo largo de este trabajo es, precisamente, que dispondríamos de
diferentes criterios que darían lugar igualmente a reconocimientos diversos, y por tanto,
396
diversas proyecciones de cuándo, cómo y quiénes son «mujeres inmigrantes». Siguiendo con la
metáfora propuesta por Annemarie Mol (2002), probablemente nos encontramos con una
realidad múltiple. De ahí que lo haya analizado utilizando en cada caso un elemento en torno
al cual se consolida el entramado «mujer inmigrante» de formas concretas. Reconociendo la
inevitable parcialidad –en tanto que parte, como parcial, alejada de pretensiones de
totalidad míticas; y parte, como partisana, que toma partido (Haraway, 1991/1995)–, utilizo
estos cuatro elementos –cuerpos, subjetividades, documentos, lugares– como instancias en
torno a las cuales se producen articulaciones particulares de la figuración habitable «mujer
inmigrante». Con ellos no he pretendido agotar los escenarios posibles de actualización,
sino que he incidido en que se trata de una realidad que se articula en planos y escalas
diversas en las que se introducen diferentes criterios que, si bien tienen influencia en el
resto, tampoco son completa y directamente traducibles los unos en los otros. La forma en
que ha presentado este trabajo no nos permitiría, sin embargo, construir una pretendida
vista panorámica superponiendo los diferentes ensamblajes que aquí he desarrollado, pero
tampoco considerar cada uno de ellos como inconmensurable con el resto.
397
cortocircuitar los reconocimientos a los que se ven abocadas aquellas personas cuyos
cuerpos no se pliegan al imaginario homogeneizado de la nación; o por el contrario, las
posibilidades para evitar los reconocimientos de personas cuyas imágenes corporales no
responden a las expectativas de ese tipo particular de «otros» denominado «mujeres
inmigrantes». Así pues, he constatado las resonancias corporeizadas que se movilizan en
torno a las ideas de nación y ciudadanía y cómo los reconocimientos se pliegan en las pieles
y en las imágenes hegemónicas de «otros» y «nosotros». Pero los cuerpos-ensamblajes
tampoco posibilitan lecturas totales y en ciertas situaciones es posible descargar
determinados reconocimientos y posibilitar otros: nos encontramos con ciertas formas de
passing –pasar por– que permitirían cuestionar la promesa de verdad incorporada en ese
fetichismo de la mirada que prometería que los «otros» son permanentemente reconocibles
y se mantendrían a distancia (Ahmed, 1998; 2000). En ocasiones, como he desarrollado,
ciertos cuerpos pueden escapar al régimen de reconocimiento, siendo leídos de otras
formas a través de determinados objetos o extensiones protésicas que posibilitan otras
identificaciones. En cualquier caso, se trata de prácticas de riesgo, pues implican que
cuerpos no autorizados se encaraman en posiciones que teóricamente «no les
corresponden», como por ejemplo, la mujer ecuatoriana que pasa por turista en la aduana
de Barajas, para poder llevar a ser «inmigrante» una vez traspasada la frontera como
«turista». Lo que en cualquier caso evidencian estas prácticas, como he venido apuntando,
es la imposibilidad de la promesa de verdad de la mirada, además de mostrar cómo las
expectativas y estereotipos hegemónicos racializados pueden ser movilizados contra sí
mismos, lo que apunta a que, finalmente, no se pueden mantener las promesas de pureza y
separación sobre las que se asentarían dichos criterios de reconocimiento.
398
sus parejas varones y con la comunidad diaspórica de referencia, y que presentarán
determinadas zonas de fricción tanto en términos generacionales como, en particular, de
género263. Más concretamente constato cómo la posición «mujer» se transforma en el curso
de la experiencia «inmigrante», precisamente por esa nueva configuración de los cuerpos y
las relaciones a las que se ven abocadas las personas que migran. En ese sentido
mencionaba, cómo, los posicionamientos generizados, transformados por la experiencia
«inmigrante», acaban siendo cuestionados particularmente por sus parejas varones, no tanto
en términos de género, sino identificado como una forma de contaminación que pondría
en peligro la identidad diaspórica hegemónica–«te estás volviendo española»–.
En cualquier caso, una de las cuestiones que he pretendido evidenciar en este trabajo
es que no existiría finalmente ningún elemento que determinara esencialmente quién o
cómo ha de ser una «mujer inmigrante», esto es, que probablemente ningún elemento sea
finalmente imprescindible para movilizar los regímenes de reconocimiento de los que aquí
he dado cuenta. Pero ello no indica que la figuración habitable «mujer inmigrante» tenga
por ello menor capacidad constreñidora o mejor robustez de cara a garantizar los
ordenamientos: que tenga una cierta consistencia de «fluido», o de «móvil mutable» no la
hace menos eficaz, ni más débil.
401
Lo que sí implicaría es que la posición «mujer inmigrante» es parte de un hacer, de un
proceso, que tendría que producirse de forma continuada para garantizar su funcionamiento.
En ese sentido he venido defendiendo el interés en mantener el término «inmigrante»,
frente al de persona «inmigrada» como sugieren algunos autores (García Borrego, 2003),
precisamente por la misma razón por la que ellos argumentan que sería más conveniente
hablar en términos de «personas inmigradas». Apuntan a que el sufijo «-ante» haría
referencia a un proceso no acabado, que se estaría produciendo continuamente, mientras
que la inmigración sería la acción concreta de entrar en un estado, y por tanto una acción
puntual. Tal como he mostrado a lo largo de este trabajo, los reconocimientos y
producciones de otredad que se articulan en la configuración «mujer inmigrante» son parte
de ejercicios continuados que requieren de su reiteración y reactualización para garantizar
su mantenimiento como pautas de ordenamiento reconocibles. De ahí, que la variación de
las leyes o de las condiciones que determinan que alguien sea o no reconocida como
inmigrante en determinadas situaciones, no invalide ni debilite su potencial para habilitar
determinadas posibilidades de existencia.
A pesar de todo esto, hay determinados aspectos que finalmente han quedado tan
sólo esbozados en esta investigación y que requerirían de trabajos específicos que pudieran
desarrollar y ampliar algunas de las líneas que, en ocasiones de forma casi intuitiva, apunto
como posibles direcciones de análisis, pero que desde luego no pueden sostenerse ni
justificarse únicamente sobre el trabajo aquí desarrollado. Cuestiones como la de las
posiciones generizadas y de sexualidad no normativas en personas «inmigrantes» no ha sido
suficientemente analizada en este trabajo, que finalmente acaba asumiendo la normatividad
heterosexual como el eje articulador. Por otro lado, la propia necesidad de poner un límite
a un trabajo que se sabe necesariamente incompleto, ha determinado que finalmente el
análisis del espacio o las relaciones entre los diferentes colectivos diaspóricos se haya visto
sensiblemente reducida264.
Finalmente, es quizá en las palabras de una de las entrevistadas –una joven turca que
llevaba unos tres años en el estado cuando se realizó la entrevista– donde mejor se reflejen
264 En cualquier caso esa decisión se justifica puesto que se trata de aspectos que sí están mucho más
extensamente desarrollados en otros trabajos en los que he participado. En ese sentido ver, Barañano Cid,
Riesco Sanz, Romero Bachiller, García López (2006) y la investigación dirigida por Alfonso Pérez-Agote
Poveda y actualmente en curso «Glocalidad e inmigración transnacional. Las relaciones sociales entre grupos
étnicos en el espacio metropolitano (Madrid y Bilbao)» (SEC2003-04615- MCYT i+D+i 2003).
402
algunas de las cuestiones que están detrás de esta investigación, que ha querido aportar,
sobre todo, una mirada diferente atienda a cuestiones que quizá por su aparente nimiedad
tienden a pasarse por alto, pero que precisamente por su obviedad, se tornan transparentes,
invisibles, y, por tanto, capaces de realizar su trabajo de ordenamiento y jerarquización sin
cuestionamiento:
403
404
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Referencias cinematográficas
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