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Reseña de Impuesto A La Carne

El documento presenta una reseña del libro 'Impuesto a la carne' de Diamela Eltit, analizando cómo la autora aborda temas como el cuerpo y su relación con la sociedad y la política a través de su obra literaria.
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Reseña de Impuesto A La Carne

El documento presenta una reseña del libro 'Impuesto a la carne' de Diamela Eltit, analizando cómo la autora aborda temas como el cuerpo y su relación con la sociedad y la política a través de su obra literaria.
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Revista de Estudios de Género.

La ventana
ISSN: 1405-9436
[email protected]
Universidad de Guadalajara
México

CAPOTE CRUZ, ZAIDA


Reseña de "Impuesto a la carne" de Diamela Eltit
Revista de Estudios de Género. La ventana, vol. IV, núm. 33, julio, 2011, pp. 321-333
Universidad de Guadalajara
Guadalajara, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=88421343013

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EN LA MIRA 321

ZAIDA CAPOTE CRUZ íntimo, de registro de humores y heri-


CUERPOS BICENTENARIOS das más o menos.
(SAQUEADOS PERO En la narrativa de Eltit, el cuerpo
RESISTENTES) adquiere un lugar central, es cierto, pero
sólo porque a través suyo se narran
Diamela Eltit, Impuesto a la carne. epopeyas más o menos públicas, más
Santiago de Chile, Planeta, 2010. o menos ignoradas, más o menos elu-
didas por la historia oficial. Así, en
RECEPCIÓN: 15 DE MARZO DE 2011 Lumpérica, el cuerpo de L. Iluminada
ACEPTACIÓN: 30 DE MARZO DE 2011 es el suyo (el de una mujer itinerante,
sin identidad fija, que circula incansa-
El proyecto literario de Diamela Eltit blemente por la ciudad vedada a sus
(Santiago, 1949) puede leerse íntegra- iguales), pero es también el cuerpo
mente como un ejercicio de corporei- social, disminuido, sojuzgado con
zación de la letra. Ya en otro sitio —en clasificaciones, con restricciones varias,
algún coloquio y en uno de los núme- con agresiones (incluida la tortura),
ros más recientes de la revista Casa— todo como parte del paisaje urbano de
me referí a la importancia de lo corpo- los tiempos de la dictadura militar
ral (que incluye desde el gesto y la pres- de Pinochet. Pero el relato podría leer-
tancia de esos cuerpos hasta el flujo se llanamente como la historia de una
sanguíneo y lo estrictamente celular) deambulante y nada más. Es posible,
en la narrativa de Eltit. Pero esa cerca- sí, aunque para hacerlo debamos ne-
nía con la carne y la sangre no hacen gar su esencia misma.
ficcional su discurso —de ningún Tal compromiso con lo corporal y lo
modo—, concebido como un asunto social ha venido estrechándose a la par
a medida que el trabajo de Diamela Eltit

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va entregando nuevas muestras. Ya su patria (1986), El cuarto mundo (1988),


ejercicio como integrante del Colectivo Los trabajadores de la muerte (1998),
de Acciones de Arte (CADA) ponía el Mano de obra (2002) y Jamás el fuego
cuerpo en juego y, quizá, también en nunca (2007) han explorado la relación
peligro (en Lumpérica se alude a las corporal de sus protagonistas con el
heridas, a las cicatrices, a la sangre, y paisaje urbano, con el tejido social del
aparece una foto de la propia Eltit con cual forman parte, a veces como pús-
los brazos vendados), como un símbo- tulas, a veces como miembros en trance
lo del riesgo del día a día bajo la dicta- de amputación o muerte. La elaborada
dura. Otros textos suyos siguieron metáfora con que Eltit ha compuesto
luego mostrando esa conciencia de lo la narración de la realidad social chile-
carnal como político, que parecía sus- na en sus textos se ocupa no sólo de
cribir la eficaz sentencia de Kate Millet: la representación del cuerpo y sus en-
“Lo personal es político”. Bajo esa in- fermedades, carencias o avatares (el
vocación parece haberse escrito toda la parto, la sangre menstrual y los “lazos
obra de Eltit, muy notable en el conjun- de sangre” son materia común de sus
to de autores latinoamericanos coetá- escritos), sino del devenir histórico de
neos suyos, precisamente por su esos cuerpos a veces aniquilados y a
tremenda originalidad y por su cohe- veces en pleno combate, en plena ba-
rencia con una idea no sólo del cuerpo talla por la recuperación de sí mismos;
y la sociedad, sino también de la lite- batalla, hay que decirlo, tantas veces
ratura, que ha mantenido, sin repetir- perdida.
se, durante casi tres décadas. Así, sus ensayos refieren también
La centralidad del cuerpo en la his- a temas como la enfermedad y la sa-
toria social ha sido trabajada por Eltit lud, y no es casual que dos de sus más
de mil modos, y sus novelas Por la conocidos libros de ensayo se titulen

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Emergencias: escritos sobre literatura, arte (2010), hablan una y otra vez, obsesi-
y política (2000) y, en una alusión vamente, acerca del control de sus
mucho más clara: Signos vitales (2008). cuerpos y sus vidas por los médicos,
La propensión a estudiar la naturaleza por aquellos que saben qué es mejor,
social de las exclusiones más drásti- y a quienes esos saberes les otorgan
cas ha hecho también detenerse su el derecho de intervenir, medicar, tro-
pluma en el estudio y escucha de las cear los cuerpos ajenos si fuera preci-
voces no escuchadas, recluidas, voces so. En El infarto del alma (reeditado el
repetitivas o fantasiosas cuya realidad año pasado) también se aborda el tema
distinta, creada a partir de la palabra, de la reclusión, de la pérdida de identi-
no da sólo una pista para entender el dad (la mayoría de los enfermos son
orden desordenado de sus experiencias indigentes, algunos catalogados como
vitales, sino el orden aparentemente N. N., —sin nombre ni familia cono-
eficiente de la sociedad exterior. Y ahí cidos—) y de la manipulación de los
están, para probarlo, sus testimonios cuerpos por la medicina y la ley. Hay
El Padre Mío (1989) y El infarto del alma que decir aquí que Eltit posee una for-
(1995), donde recupera la voz de los mación teórica muy fuerte, muy cohe-
dementes y da cuenta de sus obsesio- rente, que aflora por momentos en sus
nes, de las numerosas intervenciones textos de la manera más inesperada.
que la medicina ha hecho en ellos, y Leyendo El infarto… recordamos a
no sólo la psiquiatría (las operaciones Foucault, a Freud, pero también a Marx
para esterilizar a las dementes, por y a muchos otros. El infarto… es un
ejemplo). Es importante recordar aho- texto creado para acompañar las fotos
ra El infarto del alma porque los per- que tomara Paz Errázuriz en el hospi-
sonajes protagónicos de la novela más tal psiquiátrico de Putaendo, un mun-
reciente de Eltit, Impuesto a la carne do otro, a sólo dos horas de Santiago.

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Diamela relata cómo fueron recibidas La percepción de una huella social, en


al llegar ahí: las incisiones, heridas, torceduras, he-
matomas de esos cuerpos recluidos
…como si ellos mismos no lo pudie- —¿para evitar la contaminación?— po-
ran creer y más la besan y más la dría considerarse un antecedente claro
abrazan y a mí también me besan y de la voz que se agita y demanda en
me abrazan hombres y mujeres ante muchas de sus novelas posteriores.
los cuales debo disimular la profun- Espacio vital, escenario social, el
da conmoción que me provoca la cuerpo en la narrativa de Diamela Eltit
precariedad de sus destinos. No sus aparece una y otra vez comprometido
rostros ni sus cuerpos, me refiero a de los modos más diversos: escenario
nuestro común diferido destino. casi único para los gemelos de El cuar-
¿Qué sería describir con palabras to mundo (1988); herida permanente-
la visualidad muda de esas figuras de- mente sangrante en Vaca sagrada
formadas por los fármacos, sus difíci- (1991), a cuya protagonista le han
les manías corporales, el brillo ávido amputado a su amante (que ha sido
de esos ojos que nos miran, nos tras- desaparecido); objeto sucesivo del de-
pasan y dejan entrever unas pupilas seo y la explotación capitalista en Mano
cuyo horizonte está bifurcado? ¿De de obra (2002); en la autonomía de los
qué vale insistir en que sus cuerpos cuerpos mutilados, mendicantes, ma-
transportan tantas señales sociales lévolos, de Los trabajadores de la muerte
que cojean, se tuercen, se van peli- (1998); o en la reproducción corporal
grosamente para un lado, mientras (a nivel celular, podría decirse) de las
deambulan regocijados al lado de Paz organizaciones políticas clandestinas
Errázuriz, ahora su parienta? durante la dictadura militar en Jamás
el fuego nunca (2007).

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Pero entremos, de una vez, en Elemento fundante de la novelís-


materia. ¿Qué relación puede tener este tica de Diamela Eltit, el cuerpo, en esta
énfasis en lo corporal y en el control oportunidad, se convierte en el esce-
social sobre los cuerpos enfermos o nario en el que se despliegan las cer-
dementes, y su recurrencia en la nove- tezas y fisuras propias de la relación
lística de Diamela Eltit, con el tema entre una madre y una hija. La autora
que nos reúne aquí? A simple vista, se embarca en una lectura orgánica
superficialmente, nada. De hecho Im- de la figura materna, esta vez no en
puesto a la carne se trata de una nove- clave simbólica, sino como un ente
la del año pasado, es decir, pertenece corpóreo y vivo que habita, literal-
ya al siglo XXI y, porque, como reza la mente, las entrañas de toda hija.1
nota de contraportada, la anécdota de
la novela podría contarse así: Hay en esta breve descripción dos
menciones que debemos retener: la
Un hospital. Hordas de médicos. En- primera, el asunto de la metáfora na-
fermeras que trafican sangre. Grupos cional; la segunda, esa presencia or-
de fans. Enfermos vaciados de sus gánica y eterna de la madre en su hija.
órganos. Impuesto a la carne funcio- La idea de metaforizar la historia na-
na como una metáfora nacional de cional es usual en la narrativa de Eltit,
los últimos doscientos años, en la que como se ha visto antes, y el asunto de
será posible reconocer algunos de los los cuerpos fundidos en uno ya había
paisajes más sórdidos de nuestra his- aparecido también. Pero Impuesto a la
toria. Una crónica marginal que re-
gistra el tránsito de dos almas 1
Reseña de contracubierta de Impuesto a la carne, de
Diamela Eltit (Santiago de Chile, Planeta, 2010). También
anarquistas por un espacio opresor. las citas siguientes se tomaron de esta edición; en adelan-
te sólo se indicará entre paréntesis la página correspon-
[…] diente.

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carne, cuyo título alude ya a una obli- La historia nos infligió una puñalada
gación, a una deuda, funde estas cons- por la espalda (p. 9).
tantes temáticas para expresar un
decursar, un devenir, muy poco satis- Una y otra vez la voz pregunta: “¿Hace
factorio, por cierto. cuánto?, ¿unos doscientos años?”, para
La voz narrativa, perteneciente a la responderse enseguida: “Sí, doscien-
hija, da la pauta de esa lectura de sus tos años”. Ese gesto repetido, la
vidas en clave histórica. La novela co- pervivencia de la misma situación du-
mienza así: rante dos siglos, da la primera señal.
Madre e hija viven internadas en un
Nuestra gesta hospitalaria fue tan hospital, acosadas por fans de la me-
incomprendida que la esperanza de dicina y por médicos que intervienen
digitalizar una minúscula huella de continuamente sus cuerpos. La metá-
nuestro recorrido (humano) nos pa- fora nacional (esos 200 años de legali-
rece una abierta ingenuidad. Hoy, dad de la nación chilena) se entreverá
cuando nuestro ímpetu orgánico ter- aquí con las políticas higienistas es-
minó por fracasar, sólo conseguimos grimidas como argumento primero de
legar ciertos fragmentos de lo que la intervención del gobierno en la vida
fueron nuestras vidas. La de mi ma- privada, los gestos, los comportamien-
dre y la mía. Moriremos de manera tos, o en la adscripción sanguínea (en
imperativa porque el hospital nos el caso de los indígenas) o la capaci-
destruyó duplicando cada uno de los dad de decidir quiénes están aptos y
males. quiénes no para formar parte de la na-
Nos enfermó de muerte el hospital. ción. Hay varios episodios ilustrativos:
Nos encerró.
Nos mató.

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Empezó justo cuando el primer mé- cina, un simple y prescindible insumo


dico se hizo presente. o una basura médica. Me observó
Un médico blanco, frío, metálico, con una indiferencia infame. Después
constante. me midió, me pesó e hizo una incur-
Eso me dijo mi mamá: Un médico frío, sión antropométrica (p. 13).
metálico, constante. Blanco.
[…] Aquí hay un dato nada desdeñable. El
[…] se abocó a la estructura de sus primer médico tiene una característica
genitales y al conjunto tenso de sus que se repite una y otra vez, es Blan-
órganos. […] Y luego se abalanzó co. Manuel Blanco Encalada fue el pri-
artero para ensañarse con ella de un mer presidente de la República de Chile,
modo tan salvaje que en vez de exa- electo en 1826. La alusión a la historia
minarla la desgarró hasta que le cau- nacional no es gratuita, y a partir de
só un daño irreparable. Mi pobre entonces se hace permanente la higie-
mamá se sentía morir molecularmen- nización, medición y educación de esos
te y ese médico provisto de todo su cuerpos que terminan por ser intoxi-
poderoso instrumental le arruinó el cados, lentamente desangrados y
peregrinaje ambiguo del presente y siempre vigilados. La rebelión, sin em-
toda la esperanza que había deposi- bargo, parece posible. Dice la prota-
tado en su futuro. gonista sin nombre:
[…]
En esas horas tétricas para nosotras, nosotras incitamos a nuestros órga-
mi madre me dijo que el médico, nos a una posición anarquista y así
cuando supo que iba a sobrevivir, conseguimos imprimirle una direc-
me miró (por primera vez) como si ción más radical a nuestros cuerpos
yo fuera una producción de la medi- (p. 15).

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Me aferré a mi madre de una forma zar, medir, medicar. Todos son altos, y
que podría considerarse maníaca o cuando hay uno bajo, lo mismo que
excesivamente primitiva. Lo hice por- ellas, la estatura puede ser un tema
que desde nuestro nacimiento (mar- que discutir: todos los médicos son
cado por signos de una abierta altos (es decir, respetables). La hija,
rebeldía) estuvo claro que éramos dos entonces decide mentir y aceptar lo que
seres o dos almas solas en el mundo. llama las “fantasías nacionales de al-
La patria o el país o el territorio o tura” de la madre, y la alusión a la his-
el hospital no fueron benignos con toria chilena no se hace esperar:
nosotras.
Mi madre (que ya era anarquis- Dos mujeres pequeñas que no íba-
ta) se permitió disfrutar de un éxtasis mos a crecer en ningún sentido y cu-
prolongado cuando comprendió que yos órganos débiles nos convirtieron
éramos dos mujeres solas en el mun- en una atracción turística para los
do (p. 18). médicos, uno y otro, un cabildo de mé-
dicos, una interminable junta de mé-
Estas dos mujeres, la madre y su hija, dicos, un parlamento médico. Sí, una
van delineándose en el texto como los nación o un país o una patria médica
espacios de la nación, pero siempre plagada de controles parciales … (pp.
contradiciendo los planes de ese pri- 29-30).
mer médico y de los que llegarán lue-
go. A pesar de las mediciones y Nótese la sucesión (histórica): cabil-
remedios, la hija nacerá muy parecida do, junta, parlamento… son tres mo-
a la madre: ambas son bajas, feas y dos de gobierno sucesivos: el cabildo
aterradoramente comunes. Así, va lle- inicial, la junta militar, el parlamento
gando un médico tras otro, para anali- representativo. Ésa es la historia que

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la hija quiere contar, en su peculiar te mi madre. Ni siquiera en cuatro-


“cuerpo a cuerpo con la madre”, como cientos (p. 31).
diría Cixous:
Una vez más, la voz narrativa de Diamela
Mi programa es apelar a un escrito Eltit ha tomado a su cargo el señala-
sin pretensiones, escalofriantemente miento de los excluidos de la historia,
sencillo, a un simple diario local o a estas mujeres que vagan solas y asus-
una memoria que no se termine de tadas por el hospital, que no cumplen
comprender del todo y que, sin em- el sueño de representación de un ser
bargo, nos permita hacer un milíme- nacional: son bajas, morenas, (“Nos
tro de historia. dicen: Negras curiches”, p. 33), son
Una gesta encabezada por no- parias. La madre, conservadora, se nie-
sotras, unas mujeres solas en el mun- ga a apoyar el desdén de la hija por los
do. Dos ancianas que ya hemos médicos:
cumplido ¿cuánto?, no sé, ¿doscien-
tos años? Y que luchamos para que Tendrías que ser tonta o retardada,
el terrible y hostil transcurso del tiem- me dice mi mamá, para profanar la
po nos garantice que en los próxi- burbuja histórica de la nación, del país
mos doscientos años que se avecinan o de la patria médica, así es que te
van a empezar a circular nuestro le- repito, cállate la boca y déjalos en
gado. paz, que hagan lo que quieran, lo
No, me dice mi madre, nunca va que se les antoje. Nosotras estamos
a circular ni un pedacito de palabra. aquí para permitir y hasta estimular
La nación o la patria o el país van a que nos sigan tratando como
aplastar la revuelta de la sílaba. No. subpacientes o subespecies, qué nos
Ni en cuatrocientos años más, insis- importa, dice mi mamá, mientras res-

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pira con una dificultad terminal aden- elaboraciones de la historia nacional


tro de mi pecho (pp. 35-36). llevadas al continuo parloteo de la hija
hospitalizada:
Madre e hija se mantienen en el force-
jeo perpetuo entre la sumisión y la re- Mi madre afirma que los médicos ge-
sistencia; la muerte orgánica se nerales eran atentos y olvida senilmen-
equipara a la muerte civil; la parentela te que sus características opresoras
asustada y servil va muriéndose poco sobre nosotras los volvían temibles,
a poco, y es así que van quedándose violentos. Se niega a aceptar mi ma-
solas las dos. Una con la otra. Nadie dre que ellos no tenían escrúpulos
más que ellas y los médicos y su gru- porque prácticamente no nos exa-
po de fans, que los siguen y aplauden minaban y nos trataban con una vio-
sus acciones, por poco honorables que lencia que no comprendo cómo ha
sean. Así, van transitando por varios podido disculpar.
niveles de reconocimiento de su pro- Así son los generales.
pia prescindencia, de ese estar a mer- […] Cómo es posible, me pre-
ced de los médicos, pero también de gunto alarmada, que mi madre me-
su fortaleza, de su capacidad para morice a cada uno de ellos como un
enfrentarlos. La madre podría ser el servidor social de nuestra salud en
territorio preexistente o, bien, la his- circunstancias que ha sido un terri-
toria patria, o la identidad misma de torio, el de nuestra salud, duramente
la nación chilena. Sin ella, la hija no ganado […]
podría vivir, es la hija quien deberá su- Yo oscilo entre el miedo y la furia
frir gestos lindantes con la tortura por (p. 54).
parte de los médicos y recordar cuan-
do la madre olvide. He aquí otra de las

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Nótese ahora la equiparación históri- El castigo interminable de un te-


ca: se alude luego a los médicos gene- rritorio que me saca sangre, me saca
rales como “los generales”. En ese sangre, me saca sangre, me saca san-
paisaje equívoco, ellas sobreviven en- gre. Que me saca sangre (p. 80).
tregando su sangre al cuerpo de enfer-
meras, huyendo de los fans que las Tanto modo equívoco de servir a la
vigilan, haciéndose las bobas ante cual- patria (o la nación, o el país), dándole
quier sospecha de sabiduría o de rebe- sus sangres y sus órganos, donándolo
lión. La hija quiere escribir su versión todo para un fin desconocido o fran-
de la historia; la madre se niega, sabe camente reprobable, terminará por con-
que eso las condenaría. Cada vez que vertir estos cuerpos, extasiados en su
decide enfrentar la opresión, hay un propia increíble supervivencia, los cuer-
pacto de silencio. Hay cosas que no pos de la madre y la hija, en uno solo.
pueden decirse y hay otras que pue- Un solo cuerpo que ya no es más el de
den soportarse a duras penas: ambas, ya no es más el cuerpo de la
hija con la madre alojada en sus costi-
No sé vivir sin experimentar el casti- llas. Finalmente, el cuerpo que da voz
go de la patria o de la nación o del a la narración ha sobrevivido a los
país. Este país que no devuelve el múltiples atentados médicos y a las
mar, que no devuelve el mar, que se celebraciones hueras, a la esperanza de
traga, se traga las olas del mar, se tra- intervenir en la escena pública al me-
ga el mar. Se traga todo y por eso en nos por un segundo, mientras, subida
cada uno de estos años y en la per- a la tarima de la celebración del bicen-
cepción que me provocan las horas tenario, dejaba su huella fugaz en imá-
comprendo cómo funciona el casti- genes digitales, en la televisión y los
go de la nación o de la patria. blogs que reportarían su aparición con-

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fusa y confundida. La identificación de cuerpos expoliados, aniquilados y en-


la hija, sobreviviente (a duras penas gañados, cuerpos bicentenarios, como
sobreviviente) de múltiples interven- la nación misma, con ésta, se actuali-
ciones y cercenamientos; con su cuer- za una vez más con el señalamiento
po repleto de cicatrices y expoliado, final. Las anarcobarrocas, como ellas
carente, a punto de morirse, y casi a mismas se llaman —en inevitable aso-
punto de volverse loca, con la historia ciación con Auxilio y Socorro, las pro-
nacional, llega a su clímax. La madre tagonistas de De donde son los
se ha asentado en algún sitio en su cantantes, de Severo Sarduy, y su modo
interior, es un órgano más; fundidas, burlón de enfrentar la vida—, las deli-
ambas darán lo último por el bienestar rantes pacientes de ese hospital que
de la nación. Sin embargo, sus cuer- puede ser también un país, terminan
pos rebeldes serán la sede de la revuelta: ellas mismas “operadas, rotas, mal
“pronto iniciaremos la huelga de nues- cosidas” y víctimas de una rebelión
tros líquidos y el paro social de nues- interna. También sus órganos se jun-
tras materias”, anuncia la hija, para tan para rebelarse, para fundar una
concluir casi enseguida, con su madre comuna, para “protestar por el estado
cantando un himno en su interior. de su historia”. No hay futuro, pare-
He intentado un recorrido a gran- ciera decirse, para recomponer ese cuer-
des trancos por el argumento inespe- po gastado que ha sido sumamente
rado y sutilmente confuso de la novela maltratado y que, por último, recono-
más reciente de Diamela Eltit: ahora ce llegado el fin:
pareciera, ante este párrafo final, re-
afirmarse la impresión metafórica de Ya es tarde para nosotras. El territo-
esta anécdota a ratos inexplicable. La rio puso en marcha un operativo para
identificación frecuente entre esos decretar la demolición y expatriación

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de nuestros cuerpos. Minas. Minera- nista, esa conciencia alimenta su per-


les. Nuestros huesos cupríferos se- cepción de la historia fallida de una
rán molidos en la infernal máquina nación que no quiere reconocer sus
chancadora. El polvo cobre del últi- faltas ni dar cobijo a todos sus hijos.
mo estadio de nuestros huesos ter- Ese cuerpo sobreviviente, un cuerpo de
minará fertilizando el subsuelo de un mujer, contiene todas las heridas y toda
remoto cementerio chino (p. 187). la memoria, pero su voz — su proyec-
to de comuna anarquista— no ha po-
Este final casi apocalíptico, igual a aquel dido escucharse en el espacio común.
estremecedor “la niña sudaca irá a la Ahora que esos cuerpos que son uno
venta” con que cerraba El cuarto mun- se identifican con el suelo chileno y
do, se convierte en el reconocimiento sus recursos naturales, su futuro, al
de una imposibilidad: la supervivencia parecer ineluctable, es la demolición,
de la nación en un mundo dominado la desaparición. No me sorprende, tra-
por el capital transnacional, donde la tándose de una narradora con tan cla-
única razón es la ganancia. Por eso la ra percepción de lo político, ese final
identificación de sus cuerpos con el que parece invocar otros tiempos de
cobre, recurso indispensable de la eco- la historia chilena, y que reconoce, en
nomía chilena y catalizador de un mo- la aniquilación completa que conlleva
vimiento obrero de fuerte presencia en la exclusión, la posibilidad de la muer-
la historia del país. La ironía constan- te total de esa mujer bicentenaria que
te en las situaciones descabelladas que bien podría ser la patria, la nación o el
primero imagina y luego naturaliza país, como ella misma, confusamen-
Diamela Eltit es el inicio mismo de la te, ha venido proclamando.
rebelión; la conciencia del ridículo es
la causa movilizadora de su protago-

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