A C U E R D O
En la ciudad de La Plata, a 25 de octubre de 1999,
habiéndose establecido, de conformidad con lo dispuesto en
el Acuerdo 2078, que deberá observarse el siguiente orden
de votación: doctoresLaborde, Negri, San Martín, Salas,
Hitters, Ghione, Pisano, Pettigiani, de Lázzari, se reúnen
los señores jueces de la Suprema Corte de Justicia en
acuerdo ordinario para pronunciar sentencia definitiva en
la causa B. 50.082, “Pilomeno de Qüesta, Marta Susana
contra Municipalidad de Morón. Demanda contencioso
administrativa”.
A N T E C E D E N T E S
I. La señora Marta Susana Pilomeno de Qüesta, con
patrocinio letrado, promueve demanda contencioso
administrativa contra la Municipalidad de Morón requiriendo
la anulación por ilegitimidad de los decretos 909 y 1177
dictados en el año 1984, por los que se dispuso su cesantía
como agente municipal y se rechazó el recurso de
revocatoria contra la aludida decisión, como así del
sumario administrativo en que los mismos se fundaron.
Pide, por consecuencia, se condene a la demandada a su
reposición en el cargo que desempeñaba y al pago de los
haberes caídos, en concepto de daños y perjuicios, con
intereses y costas.
II. Corrido el traslado de ley se presenta a juicio el
apoderado de la Municipalidad de Morón que contesta la
demanda solicitando su rechazo y se opone a su progreso
fundando dicha defensa en la extemporaneidad del recurso de
revocatoria deducido contra el decreto 909/84 que, habiendo
de tal modo adquirido firmeza, resulta irrevisible en esta
instancia.
III. Agregadas las actuaciones administrativas, contestado
por la actora el traslado conferido a fs. 73, y glosados
los cuadernos de prueba de ambas partes (las que no
hicieron uso del derecho de alegar sobre su mérito), la
causa se halla en estado de ser resuelta por lo que
corresponde plantear y votar las siguientes
C U E S T I O N E S
1a.) ¿Procede formalmente la demanda?
Caso afirmativo:
2a.) ¿Es fundada?
V O T A C I O N
A la primera cuestión planteada, el señor Juez doctor
Laborde dijo:
I. Aduce la demandada que el decreto 909 de fecha 13-VIII-
84 se encuentra firme y consentido toda vez que no ha sido
idóneamente impugnado por la reclamante. Sobre el punto
señala que el recurso de revocatoria intentado resultó
extemporáneo en virtud de lo cual aquél resulta irrevisible
en esta instancia.
Manifiesta al respecto que dicho acto fue notificado a la
accionante el 23-VIII-84 e impugnado recién el 7-IX-84 y
que, si bien el escrito fue presentado a las 7.03 horas, no
resulta aplicable -como pretende la actora- el plazo de
gracia previsto en el Código Procesal Civil y Comercial y
propio -precisamente- de los trámites de dicha índole. De
tal modo -expresa- no dio cumplimiento al plazo previsto en
el art. 89 de la Ordenanza General 267.
Añade que de ello se desprende el consentimiento tácito de
la resolución administrativa derivado de la falta de
impugnación oportuna, circunstancia que impide al Tribunal
revisar la legitimidad de aquel acto.
II. Al contestar el traslado conferido la actora admite
haber presentado el recurso de revocatoria contra el
decreto 909/84 al día siguiente del vencimiento del
término, dentro de las dos primeras horas hábiles del
horario administrativo. Sostiene que ello no imposibilita
el acceso a esta instancia pues su demanda -en todo caso-
se funda en la ilegitimidad de los actos atacados.
III. 1. Ambas partes coinciden en las circunstancias
fácticas del caso en lo que hace a esta primera cuestión.
Contra el acto del Intendente municipal que dispuso su
cesantía (decreto 909 de fecha 13-VIII-84, fs. 48/49, act.
adm.), notificado el 23-VIII-84 (fs. 49 vta. de las
mismas), la actora Pilomeno de Qüesta interpuso revocatoria
en los términos del “art. 89 del dec. ley 7647” el día 7-
IX-84 a las 7.03 horas (cf. informe de la Dirección de
Personal de la comuna; fs. 50/52, exp. cit.).
Previo dictamen de la Dirección de Asuntos Legales, que
estableció la extemporaneidad del recurso deducido y la
legitimidad del procedimiento sumarial seguido, el
Intendente municipal rechazó el recurso de revocatoria
interpuesto (decreto 1177 del 30-X-84, fs. 53/55, exp.
cit.).
2. El cuerpo normativo aplicable al caso es la Ordenanza
General 267 que, al regular los recursos contra las
decisiones administrativas, establece que el de revocatoria
deberá ser fundado por escrito e interponerse dentro del
plazo de diez días, directamente ante la autoridad
administrativa de la que emane el acto impugnado (arts. 86
y 89, Ord. Gral. cit.).
El decreto 909 de fecha 13-VIII-84 por el que se declaró
cesante a la actora se le notificó el 23-VIII-84 (fs. 49
vta., exp. adm.). Ello importa, por consecuencia, que a
partir de la última fecha comenzó a correr el ya citado
plazo de impugnación, debiendo la señora Pilomeno de Qüesta
interponer el recurso administrativo antes del vencimiento
de dicho plazo de diez días. Sin embargo -y tal como
reconoce en estos autos- su presentación se hizo una vez
vencido el mencionado plazo (7-IX-84, a las 7.03 horas, fs.
50/52, exp. adm.), lo que motivó su denegatoria por
improcedente y habilitó a la parte demandada a esgrimir la
defensa en tratamiento.
3. Este tratamiento ya se ha expedido acerca de la
inaplicabilidad en el ámbito del procedimiento
administrativo del denominado “plazo de gracia” previsto en
el Código Procesal Civil y Comercial (art. 124). Ello en la
inteligencia de que, los trámites administrativos llevan
ínsita la condición de que la actividad de que se trate
deberá ejercerse indefectiblemente dentro del horario de la
Administración, en el día del vencimiento, y el virtual
alongamiento del término que consagra el art. 124 del
Código Procesal Civil y Comercial constituye un
procedimiento que no puede trasladarse a la esfera
administrativa sin mengua del buen orden que debe presidir
su actividad (“Acuerdos y Sentencias”, 1971-I-122; causa B.
47.412, “Electro Mecánica Argentina S.A.”, sent. 9-XI-76,
“Acuerdos y Sentencias”, 1976-III-32; conc. causa B.
49.359, “Calvi-ño”, res. 22-XI-83; recientemente, causa B.
52.853, “Victo-rel”, sent. 4-IV-95, por mayoría).
La aplicación de esta doctrina conduce a confirmar la
extemporaneidad del recurso intentado por la doctora
Pilomeno de Qüesta quien para evadirla invoca en su demanda
el art. 74 de la Ordenanza General 267 (precepto que señala
que: “todo recurso interpuesto fuera de término será
considerado por el órgano superior y si importa una
denuncia de ilegitimidad se sustanciará, pudiendo éste
revocar o anular el acto impugnado”) y al contestar el
traslado conferido a fs. 73, soslayando, empero, que de esa
facultad de apreciación de la Administración no puede
derivarse un derecho para quien omitió recurrir en tiempo
hábil (causa B. 47.412 cit.).
En efecto: si bien la Administración analizó
subsidiariamente la presentación efectuada el 7-IX-84 como
una denuncia de ilegitimidad decidiendo finalmente su
rechazo (decreto 1177 del 30-X-84, conc. dictamen de la
Dirección de Asuntos Legales, fs. 53/55, exp. adm.), es
doctrina de esta Corte que la resolución administrativa
emitida con tal motivo no puede ser equiparada a la
resolución definitiva que deja expedita la instancia
contencioso administrativa y por lo tanto no resulta
susceptible de habilitar esta vía judicial. Ello así, pues
el acto contra el que la denuncia se dirige es, por
definición, un acto firme por falta de impugnación legal en
término (causas B. 48.173, “Guidi”, res. del 16-XII-80,
D.J.B.A., t. 120, p. 190; B. 52.732, “Céspedes”, res. del
25-IX-90; B. 54.067, “Herrera”, res. 6-IV-93; B. 54.947,
“Arbini”, res. 16-XI-93, entre otras).
IV. De acuerdo con lo expuesto, corresponde acoger el
planteo de improcedencia formal formulado por la comuna
demandada (conc. art. 14, C.P.C.A.) por lo que, tal como se
resuelve la presente cuestión, resulta innecesario el
análisis de la restante. Costas por su orden por no ser el
presente el caso previsto por el art. 17 del Código de
Procedimiento en lo Contencioso Administrativo.
Voto así por la negativa.
A la primera cuestión planteada, el señor Juez doctor Negri
dijo:
Tal como me he pronunciado en la causa B. 52.853,
“Victorel” (sent. 4-IV-95) en que se debatió una cuestión
específicamente análoga, considero que la admisión del
denominado “plazo de gracia” en el procedimiento
administrativo en general y, en particular, respecto de los
plazos establecidos para la interposición de recursos
administrativos, no compromete ninguno de los principios
aplicables a dicho ámbito, sino que -por el contrario- se
adecua a ellos. Conclusión que, además, encuentra
suficiente fundamento en disposiciones del derecho común
(art. 27, Código Civil), en la sustancial semejanza
existente entre los plazos para recurrir en sede
administrativa y los establecidos para las actuaciones
judiciales -que permite aplicar a aquéllos, por vía de
interpretación analógica, la solución o previsión que para
éstos ha dado el legislador local: art. 124 del Código
Procesal Civil y Comercial-, así como en el criterio
sostenido por la doctrina especializada en la materia y en
la tendencia legislativa actual que se advierte al haberse
consagrado expresamente al mentado plazo de gracia en
distintos ordenamientos que reglan sobre el procedimiento
administrativo (art. 25, decreto nacional 1883/91
modificatorio del decreto reglamentario del dec. ley
19.549/72; art. 79, apart. LXXXI, decreto provincial
1227/87, reglamentario de la ley 10.430).
En materia de derecho disciplinario administrativo a la que
el caso se refiere, la solución que propongo resulta -a mi
juicio- impuesta asimismo por la propia naturaleza del
derecho comprometido -la defensa en juicio de la agente
cesanteada-, constituyendo una justificación adicional para
interpretar, con criterio amplio, las exigencias formales a
que se hallan sujetos los recursos ante las autoridades
administrativas competentes para resolver acerca de ellos.
Me permitiré, pues, reproducir virtualmente los argumentos
entonces vertidos.
1. De acuerdo con el art. 27 del Código Civil, los plazos
deben terminar siempre en la medianoche del último día, de
manera que el impedimento de efectuar presentaciones en la
última jornada del plazo fijado -esto es, en término
oportuno- derivado del limitado horario de atención de la
Administración -es decir, de la existencia de un horario
hábil dentro de esa jornada-, no sólo resulta atendible
sino que, además, no puede perjudicar la vigencia del
aludido principio del derecho común ni la situación del
interesado que se vio privado de utilizar un tiempo idóneo
para realizar la gestión por una causa que le es totalmente
ajena.
El virtual alargamiento del plazo que deviene de considerar
temporánea la presentación efectuada dentro de las dos
primeras horas hábiles del día siguiente al del vencimiento
constituye una solución que halla, entonces, suficiente
justificación, porque compensa la aludida imposibilidad del
ejercicio de un derecho en tiempo oportuno. No se trata de
modificar los plazos o sus vencimientos, sino de reconocer
una facultad a quien gestiona una vez fenecidos -pero en
forma inmediata a su agotamiento-.
2. El hecho de que el ordenamiento procedimental aplicable
al caso (Ordenanza General 267) no contemple expresamente
tal solución, o que no prevea del mismo modo la aplicación
subsidiaria del Código Procesal Civil y Comercial, no es
obstáculo para admitirla, pues, como he de demostrar
seguidamente, no se afecta por ello la esencia del
procedimiento ni la actividad administrativa, como tampoco
se trata de una solución desprovista de fundamento
normativo, el que se encuentra en la aplicación analógica
del art. 124 del citado Código (conf. arts. 171,
Constitución provincial y 16, Código Civil).
3. La jurisprudencia citada por el señor Juez de primer
voto proporciona -al arribarse como en dicho precedente a
una conclusión contraria- fundamentos débiles o poco
convincentes, pues expresa que el procedimiento previsto
por el art. 124 del Código Procesal Civil y Comercial, “no
puede trasladarse a la esfera administrativa sin mengua del
buen orden que debe presidir su actividad”. No advierto de
qué manera puede alterarse el buen orden si, admitido el
plazo de gracia, existe la certeza de que los trámites
correspondientes pueden ejercitarse dentro de las dos
primeras horas hábiles del día hábil siguiente al del
vencimiento del plazo. Tampoco encuentro en la necesidad de
dejarse constancia de la hora de presentación del escrito
una circunstancia que pueda entorpecer el orden de la
actividad administrativa, atento a la obligación de la
autoridad administrativa de poner el cargo pertinente en
todo escrito que le fuera presentado (art. 34, Ord. Gral.
267).
4. Los principios que rigen el procedimiento administrativo
-formalismo moderado, debido proceso adjetivo, búsqueda de
la verdad material- refuerzan las consideraciones que vengo
exponiendo, puesto que resulta obvio que la admisión del
plazo de gracia no sólo guarda armonía con ellos, sino que
coadyuva al logro de la finalidad esencial de tal
procedimiento -verdad material-, principio que las normas
privilegian aún en materia de recursos frente al
vencimiento del plazo correspondiente (conf. art. 74,
segunda parte, Ord. Gral. 267, conc. decreto ley 7647/70;
v. asimismo, art. 1 inc. e ap. 6, dec. ley 19.549/72).
5. Idénticas conclusiones surgen si se atiende a las
características que en ese ámbito tienen los plazos, dado
que por principio, son susceptibles de prórroga y no son
perentorios (arts. 72 y 73, Ord. Gral. 267, conc. dec. ley
7647/70). Si bien los establecidos para interponer recursos
administrativos hacen excepción a tales caracteres (art.
74, primera parte, Ord. Gral. cit.), esto no permite una
interpretación tan rigurosa que termine por desnaturalizar
el procedimiento de que se trata y su finalidad, sobre todo
teniendo en cuenta que la propia ley brinda una pauta en
tal sentido, desde que posibilita la sustanciación del
recurso interpuesto fuera de término y la subsiguiente
revocación o anulación del acto impugnado (art. 74, segunda
parte, cit.).
Si la firmeza del acto -y las razones de seguridad jurídica
que la sustentan- no obstan y ceden frente al supuesto
previsto por la citada disposición, con mayor razón no
puede vérselas afectadas por admitirse que el derecho de
recurrir se ejerza válidamente dentro de un brevísimo lapso
posterior al vencimiento del plazo fijado.
6. Pero como si estas razones no bastaran, la aplicación
por analogía del art. 124 del Código Procesal Civil y
Comercial resulta precisamente de la sustancial semejanza
que existe entre los plazos del proceso judicial y los
recursivos del procedimiento administrativo, en tanto ambos
se caracterizan por ser perentorios, solución por lo demás
auspiciada por la más autorizada doctrina (conf. Linares,
“Derecho Administrativo”, 1980, p. 365 y nota 23 y Fiorini,
“Derecho Administrativo”, t. 2, p. 522), puesto que lejos
de resultar incompatible, es la que más armoniza con las
reglas, principios y finalidades de dicho procedimiento.
Si en el proceso judicial, sujeto a reglas rigurosas en
materia de preclusión y perentoriedad de plazos (art. 155 y
concs., C.P.C.C.) -dado el principio de igualdad que lo
rige-, el legislador ha contemplado expresamente el
denominado “plazo de gracia”, con mayor razón esta solución
puede ser aplicada a un procedimiento sujeto a reglas no
rigurosas.
Es que el hecho de que en el primer caso el legislador haya
contemplado expresamente la solución y en el segundo no, no
constituye, frente a las razones dadas, un fundamento
determinante para resolver el último en distinto sentido;
por el contrario, la imprevisión legislativa autoriza
acudir a la previsión normada para el supuesto
sustancialmente análogo, en el caso, el del art. 124 del
Código Procesal Civil y Comercial.
7. Recuerdo que la posición que sostengo se encuentra
respaldada, además, por la tendencia legislativa actual de
instituir normativamente el plazo de gracia en el ámbito de
los procedimientos administrativos (conf. normas
provinciales y nacionales ya citadas), criterio aceptado
antes de tal expresa incorporación por la doctrina (conf.
citas de Linares y Fiorini) y por la jurisprudencia
nacional (C.S.N., J.A., 1979-I-557).
8. Por los fundamentos expuestos, y acreditado que la
actora interpuso el recurso administrativo dentro de las
dos primeras horas hábiles del día siguiente al del
vencimiento del plazo correspondiente (cf. informe de la
Dirección de Personal de la comuna; fs. 50/52, exp. adm.),
por lo que debe ser considerado en término oportuno (art.
124, C.P.C.C.), corresponde desestimar el planteo de
improcedencia formal de la demandada.
A la primera cuestión planteada, voto por la afirmativa.
Corresponde por consecuencia el tratamiento de la segunda.
Costas por su orden (art. 17, C.P.C.A.).
Los señores jueces doctores San Martín y Salas, por los
fundamentos expuestos por el señor Juez doctor Laborde,
votaron la primera cuestión por la negativa.
A la primera cuestión planteada, el señor Juez doctor
Hitters dijo:
Adhiero al voto del señor Juez doctor Negri.
Ello así por los fundamentos vertidos por mi distinguido
colega, y por los que agrego a partir de ahora a mayor
abundamiento.
1. Considerando que la Corte Suprema de Justicia de la
Nación se ha expedido en favor de aplicar el art. 124 del
Código Procesal Civil y Comercial al procedimiento
administrativo (causa “Fundación Universidad de Belgrano”,
sent. 5-X-78; publ. en Rev. E.D., 80-630 con nota de Germán
J. Bidart Campos y Rev. L.L., 1979-B-104 con nota de Jorge
José Dacobo), me pliego -por razones de celeridad y
economía procesal- a tal postura de la casación nacional.
Ello así, porque la Corte es el último y más genuino
intérprete de la Carta Fundamental y, por ende, la exégesis
que hace de ella, es como si fuera la Constitución misma,
expandiéndose en forma vinculante para los demás
judicantes, en los tópicos federales (Bidart Campos,
Germán, “El control de constitucionalidad de oficio en sede
provincial”, Revista “El Derecho”, t. 100, pág. 633).
Todo sin olvidar que -como es sabido- no existe en nuestro
país -a diferencia de lo que sucedía en la Constitución de
1949 (art. 95)- norma vigente que obligue a los jueces a
acatar la doctrina legal del Superior Tribunal, ni el art.
16 del Código Civil incluyó a la jurisprudencia entre las
fuentes del derecho.
En los temas no federales, los órganos jurisdiccionales no
deben perder de vista que una de las finalidades de la
casación es la uniformación de la aplicación del derecho
objetivo. Y en nuestro país, si bien es cierto que no hay
un tribunal de casación strictu sensu (como en el caso de
España y Francia), no lo es menos que la Corte Suprema de
Justicia de la Nación, ejerce esta tarea a través de la vía
recursiva extraordinaria.
Es obvio -entonces- que la suprema función revisora de la
actividad jurisdiccional que ejercita la casación, busca
tanto controlar la observancia del derecho objetivo, como
prohibir que por los desvaríos de una decisión que no se
ajusta a derecho, se afecte la unidad interpretativa, que
por razones de conveniencia social y política debe presidir
la tarea judicial (Geny, Francisco, “Método de
interpretación y fuentes del derecho privado positivo”,
Reus, Madrid, 1925, pág. 642).
La seguridad jurídica y la igualdad se robustecen a través
de este campo de impugnación. Decía Carnelutti que la
“uniformidad busca certeza, en torno a cada precepto de
derecho se constituye un halo de normas jurisprudenciales
(cuasi-normas o sub-normas)...”.
Si las mismas reglas jurídicas se aplican de distinto modo
en un país, se produce una inseguridad que no es
conveniente. Ello sin perjuicio de que en determinadas
problemáticas cada juzgador decida libremente según su leal
saber y entender.
Por lo dicho, la exégesis que hace la Corte de la Lex
Maxima, es como si fuera la Constitución misma y, en
consecuencia, la compartamos o no, es atrapante -en temas
federales- para los demás jueces.
A lo expresado hay que añadir, en mi opinión, que en las
cuestiones no federales tiene efecto de vinculación moral
para los demás judicantes, sobre la base de principios de
celeridad y economía procesal, sin perjuicio de que los
inferiores pueden apartarse, si así lo consideran
conveniente según las circunstancias peculiares de la
causa.
2. Sin perjuicio de lo que antecede -repito- comparto en un
todo las argumentaciones del doctor Negri en cuanto
al formalismo moderado que rige en el procedimiento
administrativo, que impera en todos los ordenamientos
adjetivos, y en particular en el procedimiento civil, como
lo he señalado en alguno de mis votos (causa B. 55.400,
“Orciuoli, Gilda c/I.P.S.”, actualmente en circulación) y
que la doctrina italiana
denomina informalismo (“deformalizzacione”) como señala
Vittorio Denti (“Un Progetto per la Giustizia Civile”, Il
Mulino, Bologna, 1982, ps. 331/335).
A la primera cuestión planteada voto por la afirmativa,
correspondiendo así el tratamiento de la segunda.
Costas por su orden (art. 17, C.P.C.A.).
A la primera cuestión planteada, el señor Juez doctor
Ghione dijo:
Sin apartarme de lo sostenido en el precedente “Victorel”
(sent. 4-IV-95), en el presente caso el art. 74 de la
Ordenanza General desplaza el efecto que en la especie se
intenta atribuir al vencimiento del plazo originario.
Voto por la afirmativa.
El señor Juez doctor Pisano, por los fundamentos expuestos
por el señor Juez doctor Laborde, votó la primera cuestión
por la negativa.
Los señores jueces doctores Pettigiani y de Lázzari, por
los fundamentos expuestos por el señor Juez doctor Negri,
votaron la primera cuestión por la afirmativa.
A la segunda cuestión planteada, el señor Juez doctor
Laborde dijo:
I. Relata la actora que revistando como Jefe del
Departamento Sumarios en la Municipalidad de Morón el día
6-III-84 el Director del Personal, en presencia del
Subdirector del área, le comunicó que a partir del día
siguiente debía pasar a desempeñarse en categoría 4
profesional por lo que sería relevada de dicha jefatura, ya
asignada a otra persona, para lo cual requirió su
conformidad, a lo que se negó.
Como consecuencia de ello -dice- fue prevenida de que ya
“encontrarían otra forma de obtener la vacante”, lo que fue
confirmado días después cuando el Director de Asuntos
Legales le urgió la renuncia al cargo pues “si no accedía a
salir por la puerta grande” habría de instruírsele un
sumario por causas que ya determinarían. Con fecha 3-IV-84
-agrega- puso en conocimiento del señor Intendente lo
sucedido mediante carta documento, empero sin obtener
respuesta.
En tales circunstancias iniciaron actuaciones por supuestas
faltas a los deberes de su cargo en la tramitación de dos
sumarios administrativos, actuaciones que, aduce, tras
irregular sustanciación culminaron con el acto de cesantía
que impugna.
Señala que la verdadera causa de ésta debe hallarse en la
voluntad administrativa de obtener de cualquier modo la
vacancia del cargo que desempeñaba por cuya razón el acto
debe ser anulado.
II. La comuna demandada considera infundada la demanda
sosteniendo -en sustancia- que la cesantía aplicada se
fundó en graves anomalías cometidas por la doctora Pilomeno
de Qüesta, a la par de su falta de idoneidad en el
ejercicio de su cargo de Jefe de Departamento Sumarios,
tales como omitir pronunciarse sobre el ofrecimiento de
pruebas así como investigar hechos denunciados y expresar
opinión fundada, las que -afirma- fueron debidamente
probadas en el sumario sustanciado de conformidad a las
normas estatutarias y reglamentarias.
Niega la existencia de una maniobra tendiente a lograr la
vacancia del cargo que ejercía la señora Pilomeno de
Qüesta. Señala que lejos de constituir una medida
arbitraria la cesantía dispuesta se adoptó sobre la base de
presupuestos de hecho suficientes y la valoración de
pruebas esenciales y decisivas como la propia declaración
de la nombrada. En todo caso -agrega- se ha sumariado a la
agente por negligencia y violación de las normas que debía
cumplir y no por los resultados de los sumarios en que
intervino.
De tal modo, encontrando fehacientemente acreditada su
responsabilidad y adecuada la medida impuesta a la gravedad
de la falta imputada, invoca la legitimidad de los actos
atacados y pide el rechazo de la pretensión.
III. De las actuaciones administrativas agregadas surgen
los siguientes datos útiles para resolver la causa:
a) A raíz de presuntas irregularidades en la sustanciación
de actuaciones sumariales instruidas por la doctora Marta
Pilomeno de Qüesta, Jefe del área, el Intendente municipal
dispuso el correspondiente sumario y la designación de su
instructor (fs. 1/6 y 8, exp. 4079-13.131/84).
b) Efectuado el análisis de las actuaciones la Instrucción
entendió configuradas a priori faltas reiteradas en el
cumplimiento de las tareas (cf. art. 65 inc. 2º, conc. art.
60 inc. “a”, Ord. Gral. 207) -tales como recepción de un
informe de una pseudo asistente social y de testimonios
irregularmente producidos sin profundizar la investigación
correspondiente, omisión en la resolución de prueba
testimonial y pericial ofrecida así como de la foliatura de
un alegato que por ella fue indebidamente incorporado a las
actuaciones, generar la indefensión del sumariado al
negarle fotocopias requeridas, ausencia de los
considerandos en una conclusión sumarial-, se citó a la
nombrada a prestar declaración indagatoria (fs. 21/24, exp.
cit.), acto en el que la agente dijo no recordar las
presuntas irregularidades sobre las que fue interrogada en
virtud del cúmulo de expedientes en que interviniera (fs.
25/26 vta.).
c) Al contestar la vista conferida la doctora Pilomeno de
Qüesta negó los cargos formulados. Si bien admitió no
haberse pronunciado sobre el ofrecimiento de pruebas adujo
que ello no había obstado al ejercicio del derecho de
defensa del encartado. Intentó justificar su inacción ante
nuevas irregularidades detectadas manifestando que toda
investigación debía ser ordenada por el Intendente.
Consideró ridículo el reproche sobre la falta de foliatura
así como irrelevantes otros comportamientos observados en
orden a la instrucción de los sumarios (fs. 35/38 vta.,
exp. cit.).
d) La instrucción encontró responsable a la agente de los
hechos imputados, configurando su conducta como violatoria
en reiteradas oportunidades de las obligaciones
establecidas en el art. 60 inc. “a”, Ord. Gral. 207 y por
tanto pasible de la sanción prevista en el art. 65 inc. 2º
de la misma. Computó como agravantes su doble condición de
abogada y de personal jerárquico (fs. 40/50, exp. cit.).
e) La Junta de Disciplina hizo suya tal argumentación
empero aconsejando la aplicación de la suspensión de 30
días y el cambio de destino de la agente (fs. 44/46),
mientras que el Director de Asuntos Legales opinó que dada
la gravedad de los hechos comprobados correspondía la
aplicación de una medida expulsiva en los términos del art.
63 ap. 2º inc. “c” de la Ordenanza General 207/77 (que
prevé la cesantía con causa) (fs. 47, exp. cit.).
f) El Intendente consideró demostrado el comportamiento que
se imputara a la agente Pilomeno de Qüesta e invocando las
disposiciones de los arts. 60 inc. “a”, 65 inc. 2º, 79 y 83
de la Ordenanza General 207 dispuso su cesantía mediante
decreto 909 de fecha 13-VIII-84 (fs. 48/49, exp. cit.).
g) La nombrada interpuso recurso de revocatoria contra la
aludida decisión, agraviándose en sustancia por lo que
entendía falta de acreditación de los hechos imputados y
violación al derecho de defensa en juicio, así como la
variación del objeto procesal y el inconsulto apartamiento
del dictamen de la Junta de Disciplina que aconsejaba la
aplicación de una sanción menor (fs. 50/51 vta.).
h) Llamada a expedirse la Dirección de Asuntos Legales
estimó correcto el procedimiento sumarial seguido. Negó la
variación del objeto procesal argüida, aduciendo que el
distinto encuadre de los hechos investigados, por la
Instrucción y el Intendente (faltas reiteradas en el
cumplimiento de las tareas, cf. art. 65 inc. 2º, Ord. Gral.
207) y por la Junta de Disciplina (negligencia en el
cumplimiento de las tareas o funciones, cf. art. 64 inc.
3º, ord. cit.), de ninguna manera configuraba la
irregularidad pretendida (fs. 53/54 vta., exp. cit.).
i) El Intendente rechazó el recurso de revocatoria
interpuesto mediante decreto 1177 de fecha 30-X-84 (fs. 55,
exp. cit.).
IV. La actora finca su defensa en su falta de
responsabilidad en los hechos examinados empero sin negar
totalmente las anomalías que le son atribuidas. Antes bien
admite que en la instrucción de los sumarios en cuestión no
observó estrictamente ciertas normas de procedimiento
relativizando el alcance de tal inobservancia. Niega en
todo caso que aquéllas afectaran el derecho de defensa o la
búsqueda de la verdad material en tales actuaciones.
Anticipo que -en mi criterio- ninguna de las circunstancias
aducidas alcanza para borrar su responsabilidad en los
hechos investigados. Por lo contrario, resulta evidente que
las funciones que ejercía la abogada Pilomeno de Qüesta en
la Municipalidad de Morón le imponían mayor cautela y
responsabilidad en la adopción de determinadas conductas.
Sin embargo, reconoce que no procedió a ahondar la
investigación ante irregularidades denunciadas en
actuaciones a su cargo ni a dar cuenta de ello a la
autoridad, así como su omisión en pronunciarse sobre el
ofrecimiento de pruebas testimonial y pericial y la
indebida incorporación y foliatura de un alegato en las
actuaciones, limitándose a considerar irrelevantes y aun
ridículas tales observaciones (v. contestación de la vista
conferida, fs. 35/38, exp. adm.).
Sobre tales bases entiendo que la demanda debe ser
desestimada en cuanto la accionante no ha logrado demostrar
(más allá de los testimonios vertidos sobre su correcto
desempeño: fs. 92/94 de su cuaderno de pruebas arts. 25,
C.P.C.A.; 375, C.P.C.C.) la existencia de una maniobra
tendiente a desplazarla del cargo -como aduce- ni que los
hechos acreditados evidencien como irrazonable la sanción
impuesta. La cesantía se sustenta en las disposiciones de
los arts. 60 inc. “a” (“los agentes deben cumplir estricta
e ineludiblemente -entre otras obligaciones- la prestación
de los servicios en forma regular y continua...de acuerdo
con la naturaleza y necesidades de ellos, con toda su
capacidad, dedicación, contracción al trabajo y diligencia,
conducentes a su mejor desempeño y a la eficiencia de la
Administración municipal”) y conc. 65 inc. 2º (que
contempla la aplicación de la sanción de cesantía en el
supuesto de “faltas reiteradas en el cumplimiento de sus
tareas...”), ambos de la citada Ordenanza General 207.
Tales preceptos resultan aplicables al comportamiento de la
actora quien no guardó estrictamente los recaudos propios
del procedimiento sumarial minimizando tales deficiencias
en algunos casos e intentando justificar su inacción en la
investigación en otros. El cumplimiento de sus obligaciones
laborales no fue el correcto y diligente que es dable
exigir a quien ostenta a la vez la condición de abogada e
instructora de sumarios administrativos (doc. art. 902,
C.C.).
La sanción disciplinaria, además de ajustarse a los hechos
acreditados ha tenido en cuenta la naturaleza y gravedad de
las faltas comprobadas y el doble carácter profesional y
jerárquico de la agente, como así “una actuación
repetidamente negligente y revestida de notorios signos de
antijuridicidad” que llevó a la autoridad a reprocharle al
menos el desconocimiento palmario de elementales principios
jurídicos exigibles a un abogado de la Administración
municipal (cf. dec. 909/84 cit.).
De tal modo la cesantía dispuesta resulta proporcionada a
las faltas que se comprobaran. Perdida la confianza en la
agente depositaria de la misma, parece razonable la
decisión de separarla del cargo, pues, tal como ha resuelto
esta Corte en causas en que se debatió una cuestión
específicamente análoga (B. 52.918, “Diorio de Erriest”,
sent. 1º-VI-93; B. 52.770, “Faverio”, sent. 29-IV-97; B.
56.090, “Quatromano”, sent. 24-II-98, entre otras), la
buena fe lealtad es un principio rector en las relaciones
profesionales que se dan entre autoridades y empleados de
una institución. Casi intangible a la valoración de quienes
no pertenecen a la misma, hace a su esencia.
Por lo tanto, comprobada la transgresión, su magnitud y el
grado da la sanción correspondiente es una cuestión propia
del juzgador, a condición de que éste se pronuncie con
arreglo a la normativa específica. Tal lo que ocurre en el
caso, por lo que no hallo motivo para su revisión (arts.
25, C.P.C.A.; 375, C.P.C.C.).
V. Concluyo así que la medida disciplinaria cuestionada no
es inválida, ya que ha sido dictada en el ámbito de un
sumario disciplinario y como resultado de un ordenado
procedimiento en el que la Administración reunió pruebas
suficientes a tal fin, las que no fueron desvirtuadas por
el agente en la oportunidad que tuvo de efectuar su
descargo y ofrecer las que hacían a su derecho (cf. doc.
causa B. 50.760, “Rodríguez”, sent. del 3-X-89). En virtud
de ello corresponde el rechazo de la demanda.
Costas por su orden (art. 17, C.P.C.A.).
Voto por la negativa.
A la segunda cuestión planteada, el señor Juez doctor Negri
dijo:
La doctrina judicial que reconoce amplias facultades a la
autoridad administrativa para valorar y calificar los
hechos y determinar las sanciones se restringe naturalmente
por la exigencia de razonabilidad y la debida salvaguardia
de los derechos constitucionales del agente, lo que lleva
en todo caso a la posibilidad de revisión judicial de tales
facultades de la Administración (doc. de la mayoría en
causa B. 51.249, “Trezza”, sent. 10-XI-92 y fallos allí
citados).
Aun así, del análisis de los antecedentes documentales en
el procedimiento que culminó con el acto de cesantía de la
actora, de los que se da cuenta en el voto del señor Juez
preopinante y de su objetiva valoración en esta sede
judicial, resulta la justicia de la sanción impuesta.
Voto por la negativa.
El señor Juez doctor San Martín, por los fundamentos
expuestos por el doctor Laborde, votó la segunda cuestión
por la negativa.
El señor Juez doctor Salas, con la salvedad efectuada por
el doctor Negri, adhirió al voto del doctor Laborde y lo
hizo por la negativa.
A la segunda cuestión planteada, el señor Juez doctor
Hitters dijo:
1. Antes que nada es dable señalar que comparto la postura
que propugna la amplitud de la revisión judicial de las
facultades discrecionales de la Administración, tal como lo
ha resuelto este Tribunal por mayoría en la causa B. 51.249
(sent. del 10-XI-92, “Trezza”, en especial, votos de los
doctores Ghione y Negri).
Ello, por cuanto es doctrina unánime que no existen actos
estrictamente reglados, o totalmente discrecionales, sino
que, en todo caso, tales caracteres pueden informar
predominantemente un determinado acto administrativo. En
ese orden de ideas, se inscribe la moderna corriente
doctrinaria y jurisprudencial que niega diferencias
extremas entre ambas actividades, debido a que todo acto
administrativo participa de ambos caracteres (García de
Enterría, Eduardo, “La lucha contra las inmunidades del
poder”, p. 25, Madrid, 1983).
En efecto, no es el acto en sí mismo el que puede
calificarse de “discrecional” o “reglado”, sino la
atribución que al efecto se ha ejercido. Como señala
Laubadère “se ha tornado banal repetir de acuerdo a Hauriou
que no existen actos discrecionales, sino solamente
un cierto poder discrecionalde las autoridades
administrativas. Esta precisión es una alusión a una
categoría de actos hoy desaparecidos cuya noción era en
realidad muy diferente de aquélla de poder discrecional. Se
llamaban actos discrecionales (o de pura administración) a
ciertos actos respecto de los cuales ninguna crítica de
legalidad parecía concebible y que escapaban así por su
naturaleza a todo control...” (Traité elémentaire de droit
administratif, París, 1963, t. I, 3º ed., p. 214).
Por ende, repito, nunca las atribuciones de un órgano
administrativo pueden ser totalmente regladas o
absolutamente discrecionales. La actividad de la
Administración Pública, como acertadamente lo expresa
Fiorini, sea discrecional o reglada, estará ligada radical
y fundamentalmente con la norma legislativa o ley que
ejecuta. No puede existir, agrega, actividad de la
Administración, vinculada o discrecional, sin ley previa
que autorice la gestión. La actividad discrecional está tan
ligada a la norma como lo debe estar la actividad
vinculada. En el estado de derecho -concluye dicho autor-
no se concibe que los órganos realicen determinada labor
sin tener como fundamento una regla autoritativa, sea de
carácter administrativo, legislativo o constitucional. Toda
la Administración está vinculada a una norma jurídica (“La
discrecionalidad en la Administración Pública”, Bs. As.,
págs. 41 y sig.).
Es decir, que la tarea discrecional no está desvinculada de
la reglada; sino comprendida, como todo accionar estatal,
por la plenitud hermenéutica del orden jurídico; de allí, y
tal como lo ha señalado la Corte Suprema de Justicia de la
Nación, la discrecionalidad del obrar de los órganos
administrativos no implica que ellos tengan un ámbito de
actuación desvinculado del orden jurídico o que tal
discrecionalidad no resulte fiscalizable (C.S., en autos
“Consejo de Presidencia de la Delegación Bahía Blanca de la
Asamblea Permanente por los Derechos Humanos s/acción de
amparo”, sentencia del 23-II-92).
Por ello, y compartiendo la doctrina elaborada por el Alto
Tribunal federal, juzgo que el órgano jurisdiccional se
encuentra investido de la potestad de revisar los actos
disciplinarios emanados de la Administración, abarcando no
sólo el control de su regularidad, sino también el de
larazonabilidad de las medidas que los funcionarios hayan
adoptado en el ejercicio de sus facultades, pudiendo los
jueces anularlas cuando aquellos incurran en arbitrariedad
manifiesta (C.S., mayo 13-986, “D`Argenio de Redwka, Inés
A. c/Tribunal de Cuentas de la Nación”, La Ley, 1986-D,
123).
En ese orden de ideas, sostengo que la circunstancia de que
la Administración obre en ejercicio de facultades
discrecionales en manera alguna puede constituir un
justificativo de su conducta arbitraria, puesto que es
precisamente la razonabilidad con que se ejercen tales
facultades el principio que otorga validez a los actos de
los órganos del Estado y que permite a los jueces, ante
planteos concretos de parte interesada, verificar el
cumplimiento de dicha exigencia (C.S., marzo 22-1984,
“Fadlala de Ferreyra, Celia R.”; y Fallos, 298:223).
Ello, en modo alguno significa conculcar el principio de
división de poderes, y menos limitar el accionar de la
Administración en el ejercicio de las funciones que le son
propias, por cuanto la postura que propugno reconoce la
existencia de un casillero de la actividad discrecional
exenta del control judicial: la oportunidad, mérito o
conveniencia, elementos que integran la competencia
jurídica que el legislador ha conferido al administrador,
habilitándolo para que pueda realizar concretamente su
función de tal, en orden a satisfacer las necesidades
públicas.
La diferencia entre “discrecionalidad” y “oportu-nidad,
mérito o conveniencia”, obedece a la circunstancia de que
mientras el poder discrecional aparece como un margen de
arbitrio del órgano administrativo que se opone al carácter
reglado o vinculado de la respectiva facultad, el juicio de
conveniencia o mérito, se vincula a la potestad de apreciar
libremente o con sujeción a ciertas pautas del ordenamiento
positivo, la oportunidad de dictar un acto administrativo
por razones de interés público (Cassagne, Juan Carlos,
“Derecho Administrativo”, t. II, pág. 105).
En ese orden de ideas se inscribe la doctrina del Alto
Tribunal nacional, cuando expresa que “La potestad del
Poder Judicial de revisar los actos administrativos sólo
comprende, como principio, el control de su legitimidad,
que no excluye la ponderación del prudente y razonable
ejercicio de las facultades de las que se hallan investidos
los funcionarios competentes, pero no el de la oportunidad,
mérito o conveniencia de las medidas por éstos adoptadas”
(C.S., noviembre 25-986, “Ferrer, Roberto O. c/ Gobierno
Nacional -Ministerio de Defensa-“, La Ley, 1987-A, 569-
D.J., 987-I-370).
En suma, soy de la opinión de la factibilidad —sin
restricciones- del control judicial de las facultades
disciplinarias de la Administración Pública, no solo en
cuanto a su “legalidad” sino también en lo atinente a su
“razonabilidad” aún cuando se trata de potestades
discrecionales, sin que ello implique que los jueces tengan
la posibilidad de inspeccionar la “oportunidad, mérito o
conveniencia” de dichas facultades, misión que le es ajena.
Ello así porque la actividad discrecional no implica una
franja vacua del control judicial.
Lo que acabo de señalar se inscribe -en general- en lo que
oportunamente (mi voto en la causa B. 55.392, “Rusconi”,
res. del 4 de julio de 1995) he remarcado como los
principios liminares del Estado de Derecho: legalidad
administrativa y acceso a la justicia.
En tal sentido, adhiero a lo que expresó el doctor Negri -
en la causa B. 49.544, sent. del 7-XII-84, “Thomann”- sobre
la vigencia del principio de legalidad como pilar del
Estado de derecho, rechazando con tal premisa toda
hermenéutica que conspire contra la adecuación de la
Administración a la ley y cierre el camino a la
jurisdicción.
En ese orden de ideas, remito a lo que expresé en las
causas B. 54.239, sent. del 28-III-95, “González”; B.
52.111, sent. del 14-XI-95, “Vázquez”; B. 54.200, sent. del
28-V-96, con relación al control jurisdiccional de los
actos del Tribunal de Cuentas: “... Como con toda justicia
pone en evidencia Mauro Cappelletti, en general en el
Estado moderno el Poder Judicial aparece como una barrera
de contención contra el sobredimensionado auge de los
cuerpos ejecutivos y legislativos (“El formidable problema
del control judicial y la contribución del análisis
comparado”, Trad. de Faustino González, Nueva Epoca,
Revista de Estudios Políticos, enero-febrero 1980 nº 13,
pág. 95), ello sin perjuicio -obviamente- de la
autorestricción que deben tener los jueces (self restraint)
a fin de evitar que se rompa aquel equilibrio de funciones
(frenos y contrapesos)”.
Como señaló esta Corte (causa B. 49.102, voto del doctor
Rodríguez Villar), la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, también llamada “Pacto de San José de Costa Rica”,
consagra en su art. 8.1 como garantía de libertad
individual, el derecho de toda persona a ser oída por un
juez o tribunal competente “independiente e imparcial”,
protección judicial concreta que se reitera en el art. 25,
al asegurar a toda persona la sustanciación de un proceso
judicial.
Tal expresión sentencial (causa B. 49.102, recién citada)
cobra mayor virtualidad ahora, puesto que la Reforma de la
Constitución nacional del año 1994 le otorga a dicho
“Pacto”, jerarquía constitucional (art. 75 inc. 22),
dándole preeminencia sobre cualquier norma local -y un
mismo rango con la Constitución nacional- estando inclusive
por encima de todo precepto -aún de las constituciones
provinciales- que se le pueda oponer (art. 31 de aquel
cuerpo superlegal).
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, interpretando el
art. 6.1 del Convenio Europeo sobre Derechos Humanos, de
similar redacción al art. 8.1 del Pacto de San José de
Costa Rica, ha dicho en el Caso Adolf (García de Enterría -
Linde-Ortega- Sánchez Morón, “El Sistema Europeo de
Protección de los Derechos Humanos”, Civitas, España, año
1983, fs. 95) que la garantía de ser juzgado
equitativamente por un organismo judicial independiente,
significa el derecho de acceso a la justicia.
Por último, considero necesario valorar la temática en
cuestión a la luz de la reforma de la Constitución
provincial que asegura por mandato constitucional la tutela
judicial continua y efectiva y el acceso irrestricto a la
justicia (art. 15).
2. A mérito de lo expuesto y del análisis de los elementos
probatorios agregados en autos, la actora no ha demostrado
que se configure en el caso, el supuesto de arbitrariedad o
irrazonabilidad en el ejercicio de la potestad
disciplinaria que posibilite la revisión judicial de la
medida disciplinaria aplicada por el órgano administrativo.
Por ende, doy mi voto por la negativa.
A la segunda cuestión planteada, el señor Juez doctor
Ghione dijo:
1. Tal como recordara en la causa análoga B. 51.249 citada
(conc. causa B. 48.901), “la cuestión doctrinaria no
debería plantearse en los términos abstractos de si la
Administración dispone o no de poderes excluyentes en
materia disciplinaria, pues ello dependerá del régimen
legal aplicable (incluso en materia de valoración
probatoria)”. Como asimismo, “la verdadera cuestión reside
en determinar, en cada caso, si la Administración actuó o
no conforme a derecho, y si el régimen jurídico otorga o no
al reclamante el derecho a una sentencia favorable”.
En tal sentido los arts. 1º y 28 del Código de
Procedimiento de lo Contencioso Administrativo y la
Ordenanza General 207 abren la instancia contencioso
administrativa en tanto se invoca la indebida aplicación de
la sanción de cesantía de una agente de la Municipalidad de
Morón.
2. Dicha sanción no se ajusta a derecho.
La lectura detenida de estos autos y del sumario
administrativo evidencia que la cantidad de cargos
formulados y el contenido de los mismos no habilitan,
legalmente, a aplicar la cesantía en cuestión (arts. 62,
63, 65, 68 y 85 de la Ordenanza General 207 y sus
modificaciones).
El descargo de fs. 35 del sumario administrativo y los
desarrollos del escrito de demanda en la presente causa no
aparecen suficientemente refutados.
Como lo sostiene la actora (fs. 43 y sigts.) en el decreto
de cesantía nº 909 del 13 de agosto de 1984 se violó el
último párrafo del art. 68 (art. 79) de la citada Ordenanza
General pues no se formuló, ni expresa ni implícitamente,
“la clara exposición de los hechos” imputados.
Las genéricas referencias del último considerando del
decreto nº 909/84 sólo se ajustan en poca medida (se ocupan
de aspectos desfavorables a la imputada) a lo impuesto en
la segunda parte del art. 85 de la Ordenanza general
(omiten aspectos favorables a la actora).
Las omisiones señaladas en los dos párrafos precedentes se
vuelven llamativas en tanto se trata de una cesantía
fundada en supuestas transgresiones formales de la actora
(no se le atribuyen, como lo sostiene el señor Juez de
primer voto, ni mala fe ni deslealtad).
Corresponde anular la sanción cuestionada y devolver los
autos para que se vuelvan a realizar los procedimientos
administrativos pertinentes.
Con ese alcance voto por la afirmativa. Costas por su orden
(art. 17, C.P.C.A.).
A la segunda cuestión planteada, el señor Juez doctor
Pisano dijo:
1. Señalo en primer lugar, tal como he adherido en causas
anteriores (B. 51.249, “Trezza”, “Acuerdos y Sentencias”,
1992-IV, 249, y B. 49.330, “Alonso”, “Acuerdos y
Sentencias”, 1992-IV, 359), que el ejercicio de la potestad
disciplinaria por parte de la Administración sujeto a una
reglamentación específica en cuyo marco ha de ejercerse la
revisión judicial conlleva la amplitud de esta revisión,
aun cuando aquella reglamentación no existiere o sus
disposiciones fueren insuficientes para verificar la
legitimidad del acto administrativo resultante del
ejercicio de dicha potestad. En tales casos, los principios
generales elaborados en la materia sobre la base de la
juridicidad ínsita en la actuación de todos los órganos
estatales a partir del art. 31 de la Constitución nacional,
permiten el análisis de la existencia de los elementos que
conforman el acto administrativo, la configuración en el
caso de todos ellos conforme a derecho -comprendiendo las
normas de aplicación supletoria o analógica (arts. 1º, Ord.
Gral. 267/80, 171, Const. prov.)- y la consiguiente
constatación de los vicios que pudieren justificar su
anulación, incluida la irrazonabilidad en el ejercicio de
las facultades discrecionales.
Dicho enunciado resulta aplicable en la especie. En esa
inteligencia, comparto las observaciones que sobre el
sumario administrativo formula el señor Juez doctor Ghione,
en particular la referente a la falta de una suficiente
refutación por la demandada, tanto del descargo de fs. 35
del sumario administrativo como de los desarrollos del
escrito de demanda.
Por consecuencia, si bien no cabe revisar la valoración de
los hechos efectuada por el órgano administrativo, es
menester dejar sin efecto los actos que aplicaron a la
actora la sanción de cesantía en razón de su falta de
adecuada fundamentación, a fin de que la autoridad
administrativa ejerza, esta vez dentro del razonable marco
de discreción fijado por la norma, su potestad
disciplinaria (doc. causa B. 53.483, “Gómez”, sent. 6-VIII-
96).
Ello implica la reincorporación de la actora a su empleo,
la que deberá hacerse efectiva dentro del término de
sesenta días (arts. 163 y 215, Const. prov.).
En cuanto a los daños y perjuicios reclamados la pretensión
no puede ser decidida hasta tanto no recaiga resolución en
el sumario, conforme a cuyo resultado deberá resolverse.
2. Con el alcance que surge de las precedentes
consideraciones, a la segunda cuestión planteada voto por
la afirmativa. Las costas en el orden causado, por no
tratarse del caso que para imponerlas contempla el art. 17
del Código de Procedimientos en lo Contencioso
Administrativo.
Los señores jueces doctores Pettigiani y de Lázzari, por
los fundamentos expuestos por el señor Juez doctor Hitters,
votaron la segunda cuestión por la negativa.
Con lo que terminó el acuerdo, dictándose la siguiente
S E N T E N C I A
Por los fundamentos expuestos en el acuerdo que antecede,
por mayoría, se rechaza la demanda interpuesta.
Costas por su orden (art. 17, C.P.C.A.).
Por su actuación profesional regúlanse los honorarios
profesionales de los letrados de la parte actora, doctores
Manuel Angel Torcuato González y Graciela Elsa Serrano, en
las sumas de ... y ... pesos, respectivamente (arts. 10,
14, 15, 22, 26, 28 inc. “a”, 44 inc. “b” 2da. parte y 54
del dec. ley 8904/77), cantidades a las que deberá
adicionarse en cada caso el 10% (ley 8455).
Habida cuenta que los honorarios de los peritos deben
adecuarse, además del mérito, importancia, y naturaleza de
la labor cumplida, a los emolumentos de los profesionales
que han intervenido en la causa (B. 47.489, “Cegelec”,
D.J.B.A., t. 119, p. 602; L. 44.096, “Tarabore-lli”, sent.
27-XI-90), regúlanse los honorarios de los peritos
calígrafos Nancy S. Felices y Furio Copetti, en la suma de
... pesos, en conjunto.
Regístrese y notifíquese.