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(PUBLICADO EN “CLINICA FAMILIAR PSICOANALITICA, ESTRUCTURA Y
ACONTECIMIENTO”, I. BERENSTEIN COMP., PAIDOS, 2000)
ITINERARIO DE UN VINCULO: TRANSFERENCIA Y TRANSFORMACION
RELATO CLINICO: UNA FAMILIA SILENCIOSA
María Cristina Rojas
LA FAMILIA
ALBERTO, 45, SUSANA, 46; MARTIN, 14; ALEJO, 11
EL ENCUENTRO
Susana solicita con urgencia una entrevista en relación con un accidente sufrido por su hijo Martín.
Al primer encuentro asisten Susana y Alberto, padre de Martín.
Dice Susana, al describir el accidente, producido al cruzar la calle en que viven: “él mismo lo
produjo, él se hirió, fue como si se hubiera tirado... o caído abajo del auto, todos los presentes lo
dijeron.” “Alejo y yo estábamos en casa cuando ocurrió, el martes, pero yo estaba muy lejos, la casa
es larga, yo estaba atrás de todo, y él adelante, y salió”
Uno de los traumatismos sufridos dejó una secuela por la que debe ser operado a la brevedad,
con pronóstico de rápida y total recuperación de sus funciones posteriormente. No obstante, dicha
intervención implicará el implante de un cuerpo extraño en uno de sus miembros, donde permanecerá,
aunque de modo imperceptible.
En cuanto al clima de la entrevista, es de angustia y preocupación, la madre llora, siempre
discreta y silenciosa. Se preguntan reiteradamente ¿por qué Martín hizo esto? El padre menciona la
palabra suicidio. A propuesta de Alberto, la familia adoptó para el afuera otra versión del accidente
que atenuaba la responsabilidad de Martín en el mismo: ”para que Martín no quede mal”.
Mis pensamientos hasta acá tenían que ver con la cualidad autoagresiva del accidente y la
evaluación del riesgo de muerte o lesiones severas que Martín había corrido en el mismo. Otra línea
de ocurrencias se enlazaba con la frase materna: “yo estaba muy lejos”, a la vez que registraba con
atención la existencia de versiones “para afuera”.
Más adelante se refieren a su vida familiar. Destacan un intenso rechazo de Martín por su
hermano. Lo describen como poco comunicativo y nada sociable. Es en relación con su escasa
sociabilidad que Martín realizó años antes una terapia individual a la que asistió obligado. También
los padres se han tratado en forma individual en otros momentos de su vida.
Alumno medio, “solamente aprueba las materias”, mientras que “Alejo se destaca”. El hermano
carece de problemas, es excelente alumno, tiene amistades y sale mucho; “los fines de semana hace su
vida.” Asisten a un colegio privado, de alto nivel de exigencia.
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Otra secuencia de la primera entrevista:
Susana: “Los nombres de los chicos los eligió Alberto, yo acepté”
Alberto: “Se llama Martín por ninguna razón. ni por Güemes ni por Jaite, me gustó. No hay
Martines en la familia”
Susana:”El quería que se llamara Cipriano, como su abuelo, pero eso no acepté.”
Alberto:”Ese abuelo se llamaba Martín Cipriano”
Susana:”También está tu tío Martín.”
Los nombres propios asignan y demarcan; aquí, las atribuciones remiten al peso de la elección
paterna. La madre que concede, también restringe: Martín sí, Cipriano no; ésta es ya una producción
del vínculo conyugal en el que optan, aunque sólo es posible hacerlo entre alternativas
correspondientes a un campo único: el de la familia paterna.
Al finalizar esta entrevista los convoco a un encuentro familiar.
He aquí el comienzo de un proceso de consulta; lo nominé “el encuentro” en doble sentido: uno,
aquél que refiere coloquialmente al espacio-tiempo del conocerse; otro, que alude a la fundación
posible de un vínculo, en este caso la transferencia familiar. En el armado del vínculo se abren
condiciones de posibilidad para la emergencia de producciones a veces inéditas, a veces ligadas a la
repetición, en cada uno de los sujetos vinculados; dichas producciones ingresan en combinatorias
singulares. A la vez, el transcurrir temporal altera, modifica, produce: no se trata sólo del despliegue
de lo que en el comienzo estuvo. Los seres -y las cosas- no “son” en sí, “devienen” en intercambios;
las propiedades -productos, construcciones- no están “en” cada uno, sino “entre” ellos.
Así, se da ocasión y punto de partida a tramas novedosas e intrincadas en las que se despliegan
amores y espejismos, junto al significante y la pulsión. Se definen de tal modo en el singular vínculo
transferencial las tres dimensiones que considero propias de todo vínculo humano. (39) Me refiero
respectivamente a la dimensión narcisista, que propicia en cada vínculo la búsqueda de la completud y
la fusión; lo simbólico, nivel en que se articula el deseo, ligado a la marca de la castración que a su
vez permite el establecimiento de la alteridad; y la dimensión pulsional, en la que el otro se conjuga
como objeto parcial.
Más allá de reiteraciones y destinos, puede surgir en el vínculo lo nuevo y creativo que aun la
propia repetición, en una de sus vertientes, demanda y habilita. Esto es, un encuentro condiciona a
veces funcionamientos a predominio de lo preexistente, pero la producción vincular, de facetas
inéditas, es apta también para generar transformación y diferencia, expresadas tanto en ampliaciones
representacionales como en nuevos aconteceres del psiquismo. Esta aptitud de cambio tiende a
hacerse predominante en el vínculo transferencial como efecto del dispositivo y la función del
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analista, en particular cuando éste abre su escucha y desde el seno mismo de la repetición destaca las
diferencias que demarcan los tiempos, los vínculos, las subjetividades.
Por otra parte, un encuentro presenta siempre márgenes variables de desencuentro, los que inciden
en la posibilidad y características de la fundación de cada vínculo, aquí transferencial.
Este momento inaugural induce en quien ocupa la posición del analista un conjunto de
decisiones y maniobras tendientes a la instauración del dispositivo analítico, una de ellas, aquí, la
convocatoria a la familia, basada en el despliegue de la trama de la primera entrevista y en las
concepciones orientadoras de la escucha del propio terapeuta.
EL DISPOSITIVO
El dispositivo analítico es un conjunto de reglas y procedimientos que el analista propone al
paciente para instaurar y regular el proceso. Dichas reglas, determinantes del contexto analítico, se
instauran de modo a su vez procesual. El dispositivo instala un orden diferente de otros propios del
paciente y su cotidianeidad, a la par que ejerce de modo ineludible cierto grado de forzamiento, una
violencia primaria1 sobre quien, no obstante, lo demanda.
Dentro del dispositivo, de acuerdo con Laplanche, (30) distinguiré tres conjuntos de regulaciones.
En principio, la eficacia del dispositivo se sostiene en gran medida sobre la regla del “rehusarse”,
principio de abstinencia fundante de la actitud psicoanalítica, que ha de operar en todo ámbito. Otra,
la regla fundamental, que iré caracterizando en adelante en su especificidad ligada al ámbito familiar.
Por último, el encuadre, que regula tiempo, espacio y dinero. Es el aspecto de mayor variabilidad,
aunque posibilitador del trabajo analítico, y debe ofertar estabilidad.. No define por sí mismo la
situación clínica, pero diferentes encuadres tienen relación con la originalidad de la producción.
Desde el primer encuentro, el requerimiento de formular el encuadre apropiado a cada consulta exige
del analista reflexionar, elegir, decidir. Cuando él cuenta entre sus opciones las indicaciones
individuales y también vinculares ha de establecer además, como en el caso presentado, a quién
convoca.
A quiénes cita el analista, en este caso a la familia, genera efectos diferenciales. Nos abrimos de
este modo al fecundo campo de las especificidades del dispositivo analítico vincular, que luego
continuaré desarrollando. (40)
Segunda entrevista:
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Violencia primaria designa, según Piera Aulagnier, aquella violencia radical y necesaria que la madre ejerce sobre el
infans para la construcción de su psiquismo. (3)
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Ellos también deciden: no traen a Alejo. Me lo comunican cuando llegan y me dicen “no tiene
nada que ver”.
Me pregunto, a modo de ocurrencia, ¿qué es lo que en esta familia no hay que ver? Además,
considero nuevamente la atribución ligada al nombre propio: ¿por qué “Alejo”, el que “hace su vida
los fines de semana” debe mantenerse “alejado,” como evitando la reunión familiar?
. Hay entonces un pesado silencio, silencio inicial que fue común tanto a las entrevistas
preliminares como al primer período del tratamiento familiar. Luego comienza un extenso discurso
reprochante del padre, en relación con lo que él llama el “descuido” de Martín. Se pregunta el por
qué, sin embargo. Susana se muestra silenciosa y angustiada. Pido a Martín que cuente el suceso: su
relato denota, casi sin encubrimientos, la dimensión autoagresiva del accidente. Pausa, silencio, la
madre llora.
Tercera entrevista:
Cito a la familia, pero vienen solamente Martín y Susana. Alejo seguía sin tener nada que ver y el
padre tenía trabajo.
La madre informa que se ha fijado la fecha de la operación; si bien ésta no ofrece riesgos
importantes, madre e hijo se hallan muy preocupados. Trabajo media hora en conjunto y la temática
de la intervención quirúrgica se torna excluyente. La ansiedad materna, explícitamente manifiesta al
comienzo de la entrevista, va cediendo y permite la emergencia de la angustia de Martín. Hago
entonces salir a Susana a la sala de espera y continúo con él, en una intervención centrada en dichas
cuestiones. Analizo así dibujos y verbalizaciones en relación con los temores y fantasías que moviliza
la operación y lo cito solo nuevamente para continuar este trabajo.
Entiendo al conjunto de las entrevistas preliminares como un proceso singular en el cual el analista,
con la referencia de la teoría y las reglas del dispositivo analítico, opera según los márgenes que
establece el caso por caso. Propone así encuadres diversos tendientes al armado de la situación clínica,
la fundación de la transferencia, el análisis de las problemáticas y el hallazgo de la indicación
adecuada y posible para cada consulta.
En cuanto a este proceso de consulta, marcado por la urgencia y la situación crítica que constituyen
el accidente y la próxima intervención quirúrgica, adquiere una fisonomía peculiar: la vertiente de
contención, ligada al trabajo elaborativo e intrínseca al dispositivo y la función analítica, se pone de
relieve por momentos, de acuerdo con tales características.
Sin embargo, ¿es posible concebir un proceso tal sin perfiles propios?
El trabajo sobre las vivencias despertadas por la intervención quirúrgica requiere un encuadre
específico, a solas con Martín. Si bien el lazo imaginario familiar estimula una fantasmática en
relación con una suerte de “cuerpo único vincular”, si bien el cuerpo erógeno se conforma en
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vínculos, son la enfermedad y la muerte, como el goce y el dolor, los que ponen de relieve aquella
dimensión del cuerpo en que éste constituye un tope del vínculo, signo de lo incompartible.
En algunas familias, el cuerpo indiferenciado correspondiente a la dimensión narcisista de las
vinculaciones conforma un espejo que les devuelve su identidad como “uno”, al preservarlos
ilusoriamente de todo desamparo. En conexión con esto, la amenaza de fragmentación de esa unidad
se vive como angustia de castración/separación, dado que conlleva la confrontación con la alteridad y
lo ajeno del otro, la imposibilidad del vincularse sin límites y la consiguiente amenaza de finitud.
Cuarta entrevista, Martín:
Dice en un momento: “Tengo siempre la misma idea desde el accidente, cómo pude ser tan
estúpido.” En otro momento: “No soporto a Alejo. Antes yo era celoso” “Antes yo era tímido, ahora
estoy bien” “Me peleaba mucho con papá. Nunca está. Si le pido salir, después no puede”
No transcribiré la producción singular de Martín en estos encuentros a solas sino en lo que hace a
su articulación con las líneas que iban a desenvolverse en la escena familiar, dado que me propongo
presentar un montaje que dio lugar a un proceso analítico multipersonal. De igual modo, podrá
advertirse que en el desarrollo del caso dejaré de lado en buena medida los condicionamientos
intrapsíquicos del accidente, para destacar el análisis de las pregnantes discursividades familiares;
plantearé además su articulación con condicionamientos sociales.
Quinta entrevista, familiar: Alejo continúa ausente.
La entrevista comienza otra vez con largas exposiciones llenas de interrogantes y acusaciones en
relación con el accidente, a cargo del padre.
Me pregunto ¿a quién se dirige este casi monólogo insistente que apenas refiere al destinatario
manifiesto?
Mientras tanto, en forma espontánea y silencioso, Martín dibuja, (yo había dejado un block y
lápices sobre el escritorio). Dibuja dos personajes conocidos e identificables y dice al respecto,
cuando lo interrogo: ”la familia Simpson, Homero y Bart, son padre e hijo”
Segundo dibujo:
Este dibujo tiene además un texto: le pedí que pusiera un nombre y una edad a los personajes
dibujados y escribiera algo en relación con los mismos.
Ellos son: “Esteban de 16 años y Lucky Lucke, de 25”, y escribe lo siguiente: “Esteban había
escapado de prisión en 1974, con 16 años ya era uno de los bandidos más buscados. Lucky Lucke
luego de cinco años de búsqueda logró encontrarlo bajo el nombre de Billy the Kid”.
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Le pido que lo muestre a los padres, éstos no tienen ningún tipo de reacción ni manifestación
alguna. Pregunto a Martín si quiere agregar algo más sobre estos personajes. Dice: “uno es un
personaje de historieta y es un gran tirador que siempre gana; el otro es un jovencito bandido y
convicto”. Y le digo: si esta historia tuviera un título, ¿cuál sería? “1974”.
Comenzaba a interrogarme primero por la vinculación de Martín con el padre y la posición de la
madre en lo que parecía una cuestión entre hombres; luego, me pregunté cuál era la conexión de
Martín con historias (¿violentas?) ligadas al padre. Como respuesta contratransferencial
experimentaba cierta “curiosidad”inducida probablemente por ese año, 1974, que en nuestra historia
refiere al período violento que precedió a la sangrienta dictadura militar.
En esta entrevista trabajo particularmente el posible sentido de la ausencia de Alejo,
relacionándola con una dificultad de reunión familiar que también se deducía de sus relatos y aparecía
de modo más directo en ciertas enunciaciones de Martín. Por ejemplo, éste se quejaba de la falta de
salidas conjuntas los fines de semana y la ausencia de diálogo durante las escasas comidas en que
participaban todos.
En cuanto a las producciones gráficas, estimuladas por la consigna del trabajo analítico en familias
con niños o adolescentes tempranos, se tornan pasibles de significación a partir de las asociaciones
tanto del propio dibujante como de otros integrantes, que suelen aportar ocurrencias en relación con
juegos y dibujos.
Estos recursos son utilizados por los pacientes de modo espontáneo, como en la entrevista referida,
o tal cual describiré más adelante, a partir de consignas enunciadas por el terapeuta; esto, de
preferencia durante el período diagnóstico o en especiales vicisitudes de un proceso. Tales ejecuciones
estimulan la creación de un espacio novedoso que hace posible la participación de los menores a
través de los modos expresivos y comunicativos que les son propios.
Destacaré que el juego, el dibujo y el drama en el contexto clínico familiar, dadas la eficacia del
dispositivo vincular y la consigna plural desubjetivante, al entretejerse en la interdiscursividad
despliegan representaciones también ligadas a la dimensión intersubjetiva..
Sexta entrevista, familiar: es la primera vez que vienen los cuatro
Describiré ahora la distribución espacial que esta familia mantuvo en la sesión durante buena parte
del tratamiento. Martín se ubicaba en una silla, apoyado en el escritorio, casi frente a mí, más cerca de
la madre, sentada del otro lado del escritorio, a mi derecha. El padre, más lejos, ocupaba el otro sector
de la habitación, a mi izquierda. Cuando Alejo llega por primera vez elige, entre los lugares restantes,
el diván, pero se sienta en el extremo más alejado. Se coloca, además, de espaldas al conjunto, su
mirada se dirige al único lugar posible en esa posición: la biblioteca, (¿no tiene nada que ver?).
Aparecía, de tal modo, solo y lejano.
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En un tramo de esta entrevista soy yo quien solicito dos realizaciones: el dibujo conjunto y el
juego del personaje, recursos que utilizo con habitualidad en las familias con niños, durante las
entrevistas preliminares. Ellos destacan la focalización en dimensiones vinculares y contribuyen no
sólo a la indagación de los lazos sino también a la construcción del paciente-familia.
Cuando doy la primera consigna - hacer un dibujo entre todos- Susana va a buscar a Alejo al
diván y lo conduce al escritorio, donde los cuatro deben reunirse para ejecutar la tarea solicitada.
Alberto queda a su vez inmóvil, no puede proyectar nada; Susana dice: “yo me adhiero a lo que
propongan”. Y Martín. propone un velero
La consigna incluye que cada miembro de la familia utilice un único color, distinto para cada uno,
a fin de facilitar la identificación de los trazos individuales en el conjunto. Dibujan en silencio total.
Concluido el dibujo, Martín toma el marcador que dejara el padre y dice: “ahora yo voy a hacer a mi
papá al timón”, lo agrega, usando ese color. En este momento, pregunto si quieren contarme algo en
relación con el dibujo, y Martín responde, mientras los demás guardan silencio. Cuenta que su papá
iba a comprar un velero, pero nunca lo hizo. A Martín le hubiera gustado porque hubieran ido todos:
casi nunca salen o se reúnen los fines de semana.
Ante la consigna conjunta Martín es capaz de responder y coordinar la producción, pero al mismo
tiempo plantea una demanda: que papá conduzca. Como en elecciones anteriormente mencionadas,
Susana se adhiere a la propuesta de otro. El planteo global de la situación exhibe limitaciones
parentales para liderar la vida familiar. En cuanto a Martín, se afirma en su posición diferenciada
respecto de los otros, que lo ha convertido hasta acá en el paciente designado por la familia.
Doy luego la consigna correspondiente al que llamaré “juego del personaje,”2 Distribuyo hojas y
lápices y solicito a cada uno el dibujo de una persona o personaje y la colocación de un nombre. Les
pido que se ubiquen espacialmente de forma tal que la producción individual no sea visible para los
otros. Aclaro que después van a organizar entre todos algún tipo de intercambio: diálogo, juego o
dramatización, en el que cada uno encarnará el personaje dibujado.
Dar vida a un personaje imaginario diluye inhibiciones y favorece desplazamientos que abren una
vía más de acceso a la fantasmática familiar.
Entonces dibujaron, colocaron el nombre de su personaje y lo mostraron a los demás. Martín
vuelve a hacer a Bart y Alejo dibuja al gato Garfield. Susana hace otro gato y lo llama Michitom.
Alberto dibuja un personaje al que por nombre le pone X.
Esta X se coloca en el centro del diálogo posterior, donde aparecen intentos diversos de
semantización de la incógnita, a través de sucesivas atribuciones. En tanto fallidas, se impone el acto
violento, sin palabras.
Alberto abre el diálogo diciendo: “A Bart hay que pegarle, siempre hace macanas”
2
Abelleira H. y De Lucca N. han elaborado un “Dibujo del personaje en interacción” para el diagnóstico vincular de la
familia en proceso de divorcio, a partir de cuyo aporte he incorporado este recurso en mi actividad clínica. (1)
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Martín contesta: Garfield también hace cagadas.
Susana: yo hice Michitom, puede ser el gato de Bart
Alberto: éste es sin historia, no sé, tal vez un duende, no sé cuántas cagadas hizo antes. Se llama X
Susana: un niño travieso, dos gatos, y una cosa que no se sabe bien qué es pero me parece bueno.
Bart se lleva el gato a la plaza y el bicharraco también se lleva su gato
Martín: es un marciano.
Alberto: no es un marciano, es un vegetal, no sé, acepten definiciones al revés.
Susana: sigue la historia: se encuentran y...
Alberto: los gatos se pelean.
Susana: Michi que siempre se asusta raja cuando ve a este gato con el vegetal Bart debe buscar
su gato, se le escapó, ¿cómo hará? se subió al árbol.
Martín: ponerle dinamita al árbol.
Alejo: Garfield se quería comer al enano.
Alberto: es una buena solución, ya que no se sabe qué es...
Alejo: cuando se lo va a comer se transforma en árbol, el otro gato se trepa al árbol y Bart le
pone dinamita, el gato vuela y con la dinamita se desconvierte y se cae, ya no es más árbol.
Martín: y fin, el enano voló por los aires y el gato cayó y se salvó
Susana: Bart le pega al Michi por escaparse y Garfield ya se fue antes.
X, presentado por Alberto como “sin historia” y “duende”, “quién sabe cuántas cagadas hizo
antes”, deviene sucesivamente “cosa”, “bicharraco”, “marciano”, “vegetal”, “árbol”, “enano”,
nuevamente, “árbol”. Ante la falta de saber e identidad, deviene la explosión: la X volará por los
aires, Bart/Martín se encargará del acto violento, y los gatos saldrán huyendo; Garfield/Alejo, por su
parte, hace lo que sabe, se “aleja” solo, antes que los demás. En cuanto a Michitom, pequeño,
inmóvil, casi sin brazos, este gato -gato de otro- parece mostrar un aspecto endeble e inasible de la
figura materna.
El diálogo expresa la articulación de la acción destructiva con lo que no puede ser nombrado,
así como las diversas posiciones de cada miembro en relación con lo desconocido, no semantizado..
Luego de esta entrevista Martín es operado exitosamente y pocos días después vuelvo a verlo.
Tengo un último encuentro a solas con él en relación con las vivencias ligadas a la intervención
quirúrgica, el cuerpo extraño implantado y los temores acerca de la recuperación del rendimiento del
miembro afectado. Su restablecimiento es inmediato.
LA INDICACION
Entrevista con Alberto y Susana
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Cito a los padres con el objetivo de intercambiar sobre lo trabajado y efectuar una indicación de
tratamiento. Los convoco a solas, dado que preveo resistencias tanto para hablar en presencia de los
hijos como para aceptar la indicación de terapia familiar que había decidido realizar.
Pienso a la indicación al mismo tiempo como hallazgo y construcción, hilvanada durante el
proceso preliminar. Dicho proceso se complejiza cuando la consulta es por el niño o el adolescente;
también cuando perturbaciones graves requieren la convergencia de distintos encuadres para su
abordaje.
En este caso particular sin desatender los puntos de urgencia, concitados en el cuerpo y la
angustia de Martín, la operatoria planteada tendió siempre a configurar una situación clínica familiar;
por otra parte, activamente resistida durante los contactos iniciales.
Eran siempre muy puntuales, pero ese día llegan 25´ tarde. Me planteo confrontar la X, que me
sugiere la existencia de un secreto familiar, e indicar el tratamiento. Al comenzar, señalo la
posibilidad de que la familia -en particular eso parece expresar Martín- requiera conocer o reconocer
cuestiones ligadas a la historia del padre. Este responde con un discurso en el cual, muy enojado,
acusa a Martín -esta vez en ausencia- tanto de decir cosas que no son ciertas como de no haber
querido escucharlo acerca de algunos temas, haciendo como que no le interesaban. Después de la
explosión, enmudece.
Susana, cautelosamente, sugiere: “puede ser lo de tu hermano”. Relatan que el hermano menor
de Alberto murió acribillado en un enfrentamiento “confuso” “poco claro” con la policía, antes del
golpe de 1976, “era militante”, dicen. Otro hermano estuvo desaparecido durante un tiempo y vive
ahora en el exterior. Alberto tuvo también participación política pero “dejó todo a tiempo” e intentó
alejar al hermano; éste, “más comprometido”, se negó. Fue una muerte oscura, semiclandestina, de la
cual la familia de Alberto nunca habló.
Susana: “tuve que luchar para que Martín no se llamara como ese hermano”.
Aquí, otra faz de Susana, la que no se adhiere; trata, en cambio, de rescatar al hijo de supuestos
identificatorios que, por su vinculación con situaciones no elaboradas, podrían ponerlo en riesgo.
Desde esta perspectiva, es Alberto quien acuerda y en el vínculo surge otro producto, una diferencia.
Alberto: “mi madre podría haberlo salvado, pero lo dejó seguir. Era distante, pensaba siempre
en ella misma”
Una madre, entonces, no es igual a otra madre
Martín y Alejo conocen confusamente esta historia, los padres no saben decir qué ni cuánto.
Planteo la indicación de terapia familiar y la importancia de hablar estos temas y otros en conjunto.
Alberto: “Con mi familia no; podemos venir solos si quiere. Ud. me está pidiendo que tire toda
la carne a la parrilla”.
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En la jerga de la dictadura militar “la parrilla” designaba a la tortura. De tal modo, en este punto se
perfila ya una situación transferencial -el analista ha sido introducido en una de las “series psíquicas”
peculiares del paciente-
Alberto me atribuía el lugar de quien exige con violencia la confesión y anula la dimensión
secreta del pensamiento. La consigna psicoanalítica le evocaba la crueldad mortífera que intenta
arrancar un decir, lo que pone de manifiesto la intensidad con que la palabra ha sido cercenada. Es así
que la presión misma del dispositivo: “Escucho... también lo que no debe ser dicho, o lo que no se
dijo” generó en él intensas resistencias.
Su profunda conmoción suscitó en mí aspectos contratransferenciales reiterados en algunos
momentos del tratamiento familiar. En tales ocasiones parecía sentirme efectivamente en el lugar del
torturador y yo misma me silenciaba, en relación con el temor de hacerlos sufrir. Experimentaba
alivio cuando, superado el obstáculo, lograba intervenir.
Fueron necesarias dos entrevistas más con la pareja para que Alberto acordara comenzar la terapia
familiar. A través de las mismas con la mediación de Susana, quien se hizo cargo de aquella
dimensión de la transferencia capaz de sustentar el tratamiento, fue posible para él transitar desde la
vivencia persecutoria de una violencia anonadante, hacia una expectativa de tolerancia de la violencia
primaria del dispositivo. La confrontación con lo silenciado sólo resulta tolerable cuando la
transferencia ya establecida da lugar a un ámbito de sostén y confiabilidad. Es necesario entonces
conformar dicho marco de contención, encuadrado en el dispositivo favorecedor de intercambios
verbales y tendiente a la vez a reemplazar la actuación y contener la transferencia del paciente-familia
en el campo de la fantasía y la palabra.
Las regulaciones del dispositivo analítico incluyen esa regla fundamental que sugiere “decirlo
todo”, lo cual plantea dejar de lado la selección conciente propia del discurso no analítico. Esta regla
se transforma en los distintos ámbitos psicoanalíticos dado que cada uno de los mismos gesta
producciones específicas y tiene a la vez topes relacionados con lo que solamente puede surgir en los
otros ámbitos. “Decirlo todo” se semantiza de modo diferente en cada dispositivo, por ende, debemos
distinguir el no decir resistencial de la respuesta contextualizada, propia de cada encuadre. Pero
“decir” es siempre nodular, y posee eficacia. Esto se jerarquiza cuando el silencio, como en esta
familia, se vincula al secreto y éste a lo traumático no representado. Lo no ligado opera en los modos
inconcientes de la vinculación conyugal y familiar y deviene presencia actual y mortífera en el
“accidente”, conectado más al sin sentido que a sentidos propios de la interdiscursividad. Esto
fundamenta de modo particular la indicación de terapia familiar.
No se trata de promover un decir catártico y compulsivo que devele una X perturbadora sino de
eliminar, a través de un proceso, la interdicción de la palabra instalada por el terror y la ausencia de
significado, tendiendo a la inscripción de los hechos traumáticos. Al mismo tiempo, acceder a los
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mecanismos de desmentida que sostienen con frecuencia el silencio y el secreto familiar, lo que dará
lugar al trabajo del duelo.
La evitación del reunirse, la falta de contacto, estaban en este grupo también al servicio de no
percibirse como familia afectada por el trauma y evitar así la amenaza de confrontar duelos
irrealizados o congelados. Estos suponen un doloroso tránsito, generador sin embargo de nuevas
condiciones para una trasmisión intergeneracional predominantemente significativa.
Secreto familiar alude a datos históricos parcialmente conocidos/desconocidos por los
integrantes del grupo; cada uno conoce y silencia un aspecto de un tema cuya mención en conjunto
está vedada. Hay acuerdos no manifiestos en relación con la evitación del mismo. A menudo, cada
uno sabe que el otro sabe, pero se trata de un sé/no sé, al modo del “ya lo sé, pero aun así...” propio de
la desmentida. (32) No es en este caso solamente un ocultamiento, sino la falta de palabras que indica
ausencia de simbolización. Secretos, desmentidas y ausencia de palabra son rasgos que suelen
determinar fallas en el sostén y estimulan a veces situaciones de riesgo; en tales casos, el niño y el
adolescente resultan los grupos más expuestos.
Por otro lado, particularmente para Alberto, los hijos deberían ser “preservados” de aspectos de
su historia, juzgados como dañinos y presuntamente olvidables. Para él, coprotagonista de una
historia no contada, la construcción/reconstrucción de lo vivido implica la amenaza del sufrimiento y
la confrontación con la culpabilidad, dolores tantas veces reeditados sin saberlo en el vínculo con ese
hijo mayor que por momentos encarna para él al hermano perdido.
En tal sentido, recordemos a Billy the Kid y Lucky Luke, los personajes dibujados
espontáneamente por Martín, para considerarlos, por su emergencia en el contexto multipersonal,
expresión de representaciones circulantes en las discursividades familiares, más allá de sus
abrochamientos intrasubjetivos. Billy, el joven bandido, condensaría lo necio y desvalorizado del tío
paterno y de Martín, supuestos buscadores de la muerte. El otro, valiente y justiciero, salvador de los
buenos y límite de los malvados, muestra los aspectos idealizados tanto del tío/héroe, muerto al
enfrentar la injusticia, como del propio Alberto que, de haberlo salvado, se hubiera exceptuado del
fracaso y el remordimiento.
El proceso analitico familiar conforma un contexto privilegiado para la aproximación a estas
cuestiones, aun cuando ello no excluya abordajes desde otros dispositivos en forma simultánea o
posterior. El dispositivo familiar favorece el armado del rompecabezas en cuya fragmentación se
sostiene el secreto, así como permite el desmontaje de la desmentida, asentada en pactos vinculares.
Dicho “modelo para armar” los implica a todos, en modos y grados diversos.
El contexto familiar psicoanalítico cuenta con un instrumento eficaz para el abordaje de lo no
sabido: la construcción de lo histórico faltante, engarzada en la reconstrucción y resignificación de
historias ya habidas. Cuando una historia familiar se dice en el contexto multipersonal, dicho armado
histórico adquiere siempre, en tanto trabajo psíquico vincular y en transferencia, una vertiente
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constructiva que excede la sola resignificación, como producción novedosa para cada uno de los
integrantes y el conjunto.
Las situaciones de índole traumática, la violencia social padecida, involucran de forma global al
grupo familiar y abarcan a los descendientes, así como dañan otros y distintos sectores de la trama
social. Es decir, el trauma vivido por uno adquiere valor de tal para los otros. Aquello no elaborado en
la psique del padre invadió con su violencia mortífera la conyugalidad y por su categoría de secreto y
desmentido no pudo inscribirse en el psiquismo de los descendientes. El vínculo de alianza no fue
apto para crear las condiciones de metabolización de los sin sentidos de la historia de Alberto. Susana
misma, capaz en otros aspectos de propiciar nuevas significaciones, se vio limitada como generadora
de diferencia al conjugar verbos semejantes a los de su esposo, en relación con una historia infantil
propia cargada de abandonos y desafectos que se sostuvieron como duelos a su vez congelados.
En relación con las cuestiones señaladas, pienso al proceso analítico familiar como vehículo
nodular, en estos casos, de nuevas inscripciones, estimuladas en las específicas vicisitudes de la
transferencia familiar.
La sesión de familia favorece la significación del trauma y permite abarcar los enlaces
intersubjetivos lesionados. Aparecen de dicha manera aconteceres intrapsíquicos y vinculares que
abren espacio a lo no conocido, a la par que exceden y acotan los márgenes de la repetición. El
análisis y comprensión del accidente incluirá entonces por un lado, la historización y el abordaje de la
trasmisión transgeneracional condicionante. Por otro, el examen de los condicionamientos sociales
que posibilitaron la situación traumática y aquéllos actuales que todavía dan sustento a aspectos
silenciados. Además, las dimensiones de la situación presente que hacen diferencia con el pasado y
nos eximen de encerrar al acto de Martín en la categoría de lo anticipado-predictible, mera reedición
textual de un pasado ligado a la muerte.
EL PROCESO ANALITICO
Secuencia de una sesión, dos meses después.
Vienen todos, pero Alejo participa escasamente. Su relación conmigo es aún francamente
evitativa, trata inclusive de no mirarme. A veces, los padres continúan dejándolo afuera de las
sesiones ya que “no las necesita”. Su inhibición e inexpresividad son acordes con la ideología y
modalidad parentales.
Al comienzo hay un silencio. Luego, el padre contra Martín, muy enojado: “trajo el boletín del
trimestre, nunca tuvo notas tan bajas, tiene tres 5 y mintió porque nosotros no sabíamos. Además, no
quiere ir al viaje de estudios.”
Martín: “no mentí, sabía una nota solamente. Del viaje, cambié de amigos, porque me gastaban,
mi amigo nuevo no va.”
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Susana: “fui a una reunión en el colegio, qué sorpresa, van casi todos al viaje de estudios, y él
no quiere. Estoy preocupada, le pregunto qué le pasa, no habla, no dice”
Martín. va a contestar y el padre, violento, le grita., tapando su intento de respuesta
Terapeuta: señalo que si a veces Martín no dice, otras veces se hace difícil escuchar lo que él sí
dice.
Alberto, furioso, me grita: “Ud. miente” y después se queda callado largo rato
La madre empieza a llorar hablando de la incomunicación con Martín: “Fue así desde chiquito,
desde bebé no se lo podía acariciar” -gesto de rechazo- "Fue larguísima la adaptación al Jardín.
Tampoco arregló nada para irse ahora a esquiar, no tiene con quién, le dije que llamara a Francisco”
Martín: “lo llamé, pero se va con otros chicos a Córdoba.”
Susana: “Alejo sí, un amigo lo invitó y se va una semana afuera con la familia.”
Terapeuta: Martín, al quedarse, produce una reunión familiar, como ésta de la sesión, que los
conmueve. Muchas veces quieren evitarla, alejándose cada uno, solo. Pero es como si Martín los
forzara a estar juntos y a sentir estando juntos
madre y padre: ¿Por qué Martín. no habla? ¿oculta cosas o no piensa?
En los inicios del tratamiento, la familia exhibe sus modalidades vinculares predominantes.
Alejo, semiexcluído, Martín, acusado. En esta secuencia le reprochan la conmoción de las defensas,
pilares hasta allí de la vida familiar; la amenaza de confrontarse con verdades que los silencios
enmascaran. Al invertir los términos, quienes cuestionan -Martín, la analista- son los que mienten.
Las acusaciones a Martín resumen ciertos rasgos de sus vinculaciones: la mentira, que alude a
ocultamiento y secreto familiar, la dificultad para aprender y salir de la repetición; la
distancia/alejamiento, como coraza defensiva que incurre en rigidez y estereotipia..
Secuencia de otra sesión, 3 meses después de la anterior.
Sus sesiones eran los lunes, el anterior no había podido atenderlos. Como usualmente, Martín
está ubicado en la silla central, frente a mí y entre los padres.
Susana: Alejo no vino, está el primo de Uruguay y tenían un programa. Podríamos seguir con lo
que veníamos discutiendo con Martín en el coche.
Alberto: muy enojado; inicia una vez más un discurso reprochante en relación con las
calificaciones escolares “Se perjudica a sí mismo” “Querrá ir a una escuela de repetidores” Susana:
“ya hace dos sábados, antes del lunes que Ud no estuvo, tuvimos pelea con Martín.Tenía un
programa, no volvió y no avisó, empezamos la búsqueda, había desaparecido.”
Terapeuta: “los desaparecidos, los que están en riesgo, parecen tener un lugar en la familia.
Hubo que moverse por él.” (Pausa, silencio, agrego:) “Cuántos miedos vuelven a aparecer ahora que
Martín crece”.
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Susana: “desde chico yo sentía que no lo podía despegar, se colgaba de mi pollera, lo llevaba a
los cumpleaños obligado. Ahora parece que tengo que estar otra vez sobre él”.
Martín. “a mi mamá no le gusta que la toque, se sacude” ( se estira por encima del escritorio
hasta rozarle el hombro, la madre permanece quieta, sorprendida)
Alberto: “eso es cierto”.
La sesión comienza con el estereotipo: Alejo ausente, el padre reprochante. Sin embargo,
aparecen transformaciones en el discurso; así, el crecimiento de Martín y su inédita salida movilizan
en la pareja parental creencias relativas a un mundo poblado de fantasmas violentos y persecutorios.
Con la mirada de la repetición, transforman esa “salida” que de modo manifiesto promovían, en
“desaparición”. Se perfila un Martín adolescente, del otro lado del umbral, (¿cruzada la zona de
riesgo?)
De una a otra sesión, además, el proceso terapéutico ha habilitado el pasaje de “Ud. miente “ a
“es cierto”; de un Martín rechazante a una madre esquiva. También, un acuerdo entre el padre y el
hijo: a mamá es difícil tocarla. Aflora así un aspecto materno distante que puede estimular el circuito
de la repetición en su dimensión de semejanza.
ESPECIFICIDADES DEL DISPOSITIVO ANALITICO FAMILIAR
En este ámbito la presencia efectiva del otro en la sesión define la especificidad. Presencia, por
otra parte, que da lugar al vínculo a partir de una negatividad jugada en aquello del otro que es ajeno.
Positividad del lazo, en fin, recortada sobre la radical imposibilidad del vincularse.
La presencia del otro-familiar vehiculiza producciones diferenciadas respecto de otros contextos
clínicos, a su vez psicoanalíticos. Es decir, la incidencia del conjunto presente es tal que condiciona
todo lo emergente. Afloran así producciones privativas de lo familiar, tanto a nivel significante como
en lo que refiere a las emergencias del hacer y la corporalidad, más allá de la palabra.
El dispositivo permite también operar en los nudos en que cada subjetividad se articula con el
grupo e impone el pensarse uno pero también en tanto parte de un conjunto: “yo” en un “nosotros” ; a
la vez, confronta a cada sujeto con dimensiones no conocidas del otro-familiar. Conlleva cierto
reconocimiento de la distorsión fantasmática implícita en el vínculo humano. Percibirse condicionado
por el grupo y a la par condicionándolo, constituye una vivencia que forma parte específica de la
situación clínica multipersonal. Todo ello implica para cada aparato psíquico exigencias específicas de
trabajo, diferenciadas de las que caracterizan al campo psicoanalítico bipersonal
El dispositivo analítico familiar piensa al trastorno o la formación de cada sujeto como producción
vincular, aun reconociendo diversas perspectivas en juego, especialmente abordadas por otros
dispositivos. La presencia del otro en tanto ligado por lazos de parentesco propicia así una
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interdiscursividad que la escucha privilegia, abriéndose al reconocimiento de dimensiones
inconcientes de los vínculos. Se generan discursos en los que asoman producciones que permiten la
aproximación a dicho nivel y se despliegan a su vez singulares configuraciones transferenciales. Con
respecto a lo que consideramos material clínico, éste es siempre vincular, tanto en lo que hace al
“entre ellos” como al “entre ellos/conmigo”.
En cuanto a la intervención del analista, se efectúa en la interdiscursividad y a la par que opera
sobre ella crea condiciones para el cambio intrapsíquico.
Citaré entre las especificidades la adecuación de la regla fundamental, el par asociación libre-
atención flotante que aparece, aunque transformado, en todo ámbito psicoanalítico y estructura en
gran medida cada situación clínica. La asociación presentada bajo la forma de encadenamientos
significantes familiares y la escucha del discurso conjunto especifican la regla en el contexto familiar,
cuestión que he trabajado, entre otros autores, con anterioridad. (38)
Por otra parte, la consigna conformadora de un conjunto peculiar, el paciente-familia, coloca en
primer plano en algunos momentos del proceso analítico la vertiente narcisista del lazo humano,
jerarquizada en los vínculos de familia en relación con ciertas funciones que les son inherentes. Estas
se articulan con la conformación subjetiva de los descendientes y el apuntalamiento del psiquismo de
cada miembro del grupo familiar. De tal manera, en la escena clínica adquieren en cierto momentos
relevancia los aspectos fusionales e indiscriminados, aquellos puntos en que la subjetividad misma se
diluye; su emergencia habilita la intervención psicoanalítica en el sentido de la interdicción que
discrimina. Al mismo tiempo, en familias en las que el sostén narcisista es deficitario, es posible
intervenir en favor de la conformación de ese aspecto del lazo también indispensable y constitutivo.
Este ámbito terapéutico permite además accesos privilegiados a los enunciados
transgeneracionales, que atraviesan las zonas de indiscriminación.
La situación clínica familiar sitúa de modo específico también la acción motriz, al incluir la
mirada, gestos y movimientos, desplazamientos espaciales. Pero cada dispositivo mantiene alguna
transformación de la regla: decir lo más posible, hacer lo menos posible. Alcances y límites del hacer
y el decir se encuentran relacionados con la singular psicopatología de cada grupo familiar y con la
edad de los integrantes. Consideremos además que ciertas formas expresivas del afecto y la pasión,
aun cuando acotadas como efecto del dispositivo, suelen verse facilitadas a partir de la presencia del
otro-no analista
En relación con esto, en ciertas vicisitudes de la clínica familiar la dramatización de los
conflictos con los propios partenaires de la vida cotidiana se constituye en viva recreación del
conflicto intersubjetivo y da crudeza e intensidad al tono emocional de la sesión. La escena
transferencial ampliada, es decir, inclusiva de las transferencias laterales, jugadas entre los miembros,
permite en ocasiones dicha exhibición del clima familiar, al carecer la dimensión lateral de ese “como
si” que actúa en el desplazamiento a la transferencia radial con el analista.
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En la sesión familiar, por lo demás, los cuerpos presentes se afectan recíprocamente y se
generan emergencias peculiares de la pulsión. El tabú del incesto, ineludible, marca distancias y
proximidades desde su rol ordenador de la sexualidad humana, tanto en los modos diversos de su
acatamiento como en su trasgresión. Instala en la familia cuerpos prescriptos -en la conyugalidad- y
prohibidos -en la filiación y el vínculo fraterno-, configurando así un campo específico de despliegue
de lo sexual.
En los instantes en que vacila la trama simbólicoimaginaria a la que me he referido en la sesión
familiar, emerge también lo pulsional en su carácter más puro, no ligado. Así, la irrupción pulsional
se presentifica, sin palabras.
Julia Kristeva señala: “La solicitación de la mirada, de la voz, de la gestualidad, etc., moviliza
una semiotización del afecto que, en ausencia de esta solicitación, permanece negado y segregado de
la palabra.” (28) Para esta autora, la semiotización primaria del afecto se ha mantenido inasequible a
los signos lingüísticos, y esto puede darse en las terapias “cara a cara,” individuales o grupales.
La mirada se hace presente en la sesión en sus dos vertientes: una, en la que es sede preferencial
de un sostén especular identificatorio ligado al narcisismo; otra, en su dimensión pulsional -pulsión
escópica-.
Por otra parte, el “cara a cara” no es privativo de los dispositivos vinculares y del niño; cuadros
de fuerte presencia en la consulta actual, como las denominadas patologías de borde o fronterizas,
requieren aun en el ámbito del tratamiento individual ese soporte especular que la mirada ofrece. Se
trata entonces de pacientes para quienes no resulta indicada la desconexión visual que el diván
impone.
En cuanto a las fantasías, son argumentos aptos para su emergencia en la dramática de los
encuadres vinculares. Se despliegan escenas clínicas en las que se articulan distintas posiciones
singulares y se recupera, respecto del dispositivo que conlleva la deprivación parcial de la mirada,
algo de “lo visto” que Freud señaló junto a “lo oído” en la constitución de la fantasía misma. (14)
El trabajo analítico frente a frente también promueve una especial incorporación de lo no
verbal, a la vez que el cuerpo exhibe mayor capacidad expresiva al ponerse de relieve el nivel del
espectáculo. Cuando la situación es además multipersonal, se manifiestan no sólo el gesto y otros
indicadores característicos de la corporalidad, sino el interjuego de las miradas y los contactos o
distancias espaciales, que denotan afectos.
El Psicoanálisis ha reconocido largamente que el lenguaje no dice con exactitud lo que dice: el
sentido manifiesto transmite otro, aun a su pesar. Por otra parte, el lenguaje desborda su forma
propiamente verbal, hay muchas otras cosas en el mundo que hablan y no son lenguaje “... los gestos
mudos, las enfermedades y todo el tumulto de nuestro alrededor pueden también hablar: y más que
nunca estamos atentos a todo ese lenguaje posible...” M. Foucault. (13)
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Como especificidad, los dispositivos de los que aquí nos ocupamos enfatizan estas zonas de
lenguaje “fuera del lenguaje” y ven complejizadas a partir de esto las técnicas de interpretación.
Con referencia al timing, éste adquiere su peculiaridad: la presencia del otro relativiza la
posibilidad de cada uno en cuanto a la regulación de la temporalidad. Ello configura un forzamiento
característico del dispositivo vincular, adscripto a la violencia primaria que al comienzo señalé, y que
pudiera dar lugar a intolerancias y contraindicaciones de la terapia familiar.
La realidad psíquica -el deseo inconciente y los fantasmas en los cuales éste se explicita en el
psiquismo del sujeto- constituye para Freud la realidad propia de la sesión analítica;
conceptualización que requiere especificaciones en los dispositivos vinculares. La realidad peculiar de
la sesión de familia es una realidad vincular, o realidad psíquica familiar, desplegada en la
interdiscursividad. Se explicita en este ámbito clínico una fantasmática donde se articula el deseo
inconciente de cada uno de los miembros de la familia, configurado como red deseante. Dicha
interfantasmatización contribuye a la constitución subjetiva y recibe, recíprocamente, la marca
constructiva y transformadora de cada sujeto participante en la red familiar.
La realidad vincular, en su dimensión de psiquismo, comprende un más y un menos respecto de
la realidad psíquica de cada sujeto; esto es, cada singularidad, por irrepetible y novedosa, excede las
determinaciones de lo vincular, al tiempo que cada lazo posee cualidades diferenciales y agregadas
respecto de cada subjetividad. Dicho de otro modo, lo intrapsíquico, lo intersubjetivo y también lo
sociocultural establecen entre sí relaciones recíprocas a la vez de exceso y de déficit. Se trata de
ámbitos articulados a la par que diferenciados: cada uno no recubre a los otros totalmente. Por ello,
cada campo impacta en los otros, es a la vez fuente de novedad y diferencia y plantea exigencias de
una semantización que de modo ineludible será parcial.
TRANSFERENCIA FAMILIAR
En la sesión individual -bipersonal- la realidad psíquica del paciente se conjuga en las
configuraciones de la realidad transferencial, donde emergen manifestaciones del inconciente
diferenciadas para cada polo del vínculo. En nuestro campo vincular, también este eje de la situación
terapéutica se redefine. Existen cualidades diversificadas entre la escena bipersonal de la transferencia
con el analista y la situación clínica familiar, en la que sus miembros repiten, recuerdan y a la vez
generan producciones novedosas entre sí, al mismo tiempo que con el analista. Por tanto, un tema de
particular interés dentro de las especificidades del campo que nos ocupa es la conformación de una
transferencia familiar, cuyo análisis y caracterización ha sido uno de los pivotes sobre los que apoyé
este relato clínico.
Pienso a la transferencia familiar como una producción propia de la sesión psicoanalítica de
familia, a la cual a su vez funda y condiciona. Se trata de una “realidad transferencial”, y es una de las
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formas que adquiere la realidad psíquica vincular; comprendiendo y formulando a la transferencia
como un vínculo de reconocidas peculiaridades que excede además, en tanto productivo, los márgenes
de la pura repetición.
El particular vínculo denominado transferencia exhibe una capacidad transformadora que
considero intrínseca a una de las modalidades potenciales del lazo humano: en todo caso, el
dispositivo creado por el Psicoanálisis contribuye, con su diseño singular, a poner de manifiesto e
intensificar, en el proceso de la cura, dicha cualidad de modificación. Como he trabajado en un
artículo anterior, si el vínculo familiar en función de apuntalamiento deviene a menudo soporte de la
resistencia al cambio y en una función netamente conservadora es sostén de la especificidad sintomal,
otra de sus opciones es también operar como agente de transformación. (41)
Designaré como transferencia familiar la disposición a actualizar la dimensión inconciente de
los vínculos familiares en una trama de transferencias radiales -con el analista- y laterales -de los
miembros entre sí- emergente como producción en el contexto del dispositivo analítico familiar.
Dicha trama incluye y posiciona al analista, que es a su vez su condición de producción, en los modos
de la repetición-creación propios de cada familia.(42)
Se trata de un armado de transferencias, si bien singulares, emergentes en el seno de un
encuadre multipersonal, propiciatorio de la articulación de un conjunto privativo de este dispositivo.
El eje transferencia-resistencia-repetición sobre el cual pivotea nuestra clínica configura un punto
nuclear dentro de las especificidades del dispositivo. (Ver en el capítulo de S. Moscona el desarrollo
en relación con la transferencia de la función fraterna.)
Si bien la transferencia es apta para su emergencia en todo lazo humano, tiende a recubrir de
modo especial vínculos estables y de intensa investidura como los de pareja y familia. No obstante,
ningún vínculo es puramente transferencial: ni aun lo es, destacaré, la propia transferencia con el
analista, en el sentido, al menos, en que ésta se concibe como pura actualización.
La transferencia, si se la confunde con la eficacia de la repetición o la restauración de lo oculto
en el inconciente, no es por sí sola, como Lacan señala, un modo operatorio suficiente. Este enuncia
además, en relación con la repetición: “...se vuelve hacia lo lúdico, que hace de lo nuevo su
dimensión”. (29) La repetición de tal modo constituye, al menos en una de sus formulaciones, “la
diversidad más radical.” Cuando la repetición, intrínseca al psiquismo humano, se desliza por las
cadenas del significante, como en el juego, en la cifra del síntoma y en ciertas configuraciones
transferenciales, habilita lo nuevo a partir de la extensión creativa del símbolo y la representación.
También Deleuze establece una repetición de la diferencia. Para este autor, el eterno retorno de
Nietzsche no es “la morada de lo idéntico”, sino “lo uno que se dice únicamente de lo diverso y de lo
que difiere”. (11)
Hay en la transferencia una línea de desciframiento, como traducción de textos implícitos en la
repetición. Aquí se juegan las reediciones, resignificaciones y reconstrucciones que posibilitan
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diferentes posicionamientos del paciente ante su vida. Sin embargo, la eficacia de la transferencia va
más allá, no se agota en tanto instrumento de revelación.
Es la compulsión a la repetición, vinculada a lo no ligado y al trauma, la que parece
contraponerse a toda diferencia y a la que me referí a lo largo del historial como presencia en la
acción o en la corporalidad. El dispositivo analítico tiende a su atrapamiento a través de situaciones
transferenciales que ponen en juego, por fuera del discurso, aquello ligado al acto y la pulsión. Hay
pues otros aconteceres transferenciales además de los significantes, y otra matriz de transferencia
además de la matriz del lenguaje. Cuando la expresión clínica es el hacer en alguna de sus formas, se
organiza un vínculo transferencial en el cual, siguiendo a Nasio, la relación analista-paciente es un
hecho compacto y terminal, heterogéneo a los significantes y marcado por la fusión. (35)
Por otra parte, como planteé al referirme a la indicación, la transferencia familiar es también
favorecedora de nuevas inscripciones del psiquismo, cuando la puesta en palabras de lo que nunca se
dijera propicia nuevas ligaduras, según señalé ya en el material clínico presentado.
La consideración del campo transferencial implica la idea de contratransferencia, ya que se trata
de otro aspecto de un mismo terreno clínico y conceptual. Esta, en tanto conjunto de sentimientos y
reacciones inconcientes frente al paciente-familia y en especial ante sus investimientos
transferenciales, supone los modos de inclusión/exclusión del analista en la transferencia familiar; su
propia “recíproca transferencia”, que constituye un factor condicionante de su intervención al
implicarlo como uno de los polos del proceso transferencial. Las resistencias que se expresan del lado
del analista surgen en íntima conexión con las respuestas contratransferenciales, que devienen a
menudo obstáculo e implican un singular requerimiento extra de trabajo elaborativo por parte del
analista. En cambio, su inmersión en el circuito transferencial actúa al mismo tiempo como motor del
proceso, cuando dadas las condiciones posibilitadoras propias de la transferencia en tanto simbólica y
de la eficacia abstinente del dispositivo, aparecen en el analista ocurrencias e intervenciones
conectadas con su particular posicionamiento en los encadenamientos intersubjetivos desplegados en
la sesión.
El “silencio” del analista en el caso aquí desarrollado, refiere en gran medida a reacciones
contratransferenciales que actúan como resistencia, tal como más arriba describí. La curiosidad o el
deseo de saber/enterarse (¿de qué? ¿hay acaso algún significante terminal, previo o “profundo” a ser
rastreado?) es también una respuesta contratransferencial relacionada, entre otros factores, con una
identificación con los interrogantes de Martín. Respuesta al mismo tiempo intensificada por el
impacto en el analista de situaciones sociales dolorosamente compartidas con el paciente-familia. Es
decir, la asistencia de casos como el que aquí presento, pone en movimiento en el analista no
solamente las teorías sustentadas sino la propia posición ante la historia social en común.
Por otra parte, en esta específica situación propia de la clínica familiar el analista debe mantener
varios vínculos diferenciados y simultáneos, a la vez que sustentar una relación con “la familia” como
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tal. Verse englobado en cadenas vinculares múltiples moviliza reacciones contratransferenciales
específicas ligadas, por un lado, a la puesta en cuestión de los propios modos de participar en
vinculaciones y posicionarse en la intersubjetividad; por el otro, a la originalidad de la inserción en
una red familiar, en tanto ésta es campo específico de la constitución misma del psiquismo humano.
EL SILENCIO
En este caso, la muerte del hermano paterno, la desaparición temporaria de otro hermano, la
pasada militancia del padre, se silencian y adquieren, en relación con falta de semantizaciones, como
señalé ya, la configuración de un secreto familiar sustentado en la operancia insistente de la
desmentida.
El ejercicio de la desmentida, mecanismo que funciona en ocasiones con simultaneidad en cada
uno de los miembros y en el conjunto familiar, se expresa aquí centralmente en las temáticas
vinculadas con elementos no historizados y sus arborizaciones. La desmentida, ligada a
clandestinidad, no es privativa, según pienso, de funcionamientos perversos, ya que aparece en la
neurosis, la psicosis y las patologías de borde, no obstante los diferentes predominios. De igual modo,
notamos que en otras discursividades desplegadas en este grupo familiar no es la desmentida sino la
represión el mecanismo prevalente. Es así que distintas modalidades psicopatológicas y mecanismos
predominantes diversos suelen manifestarse durante un proceso terapéutico.(41) La actitud del
psicoanalista, como su escucha, debe adecuarse a las formas emergentes como material, así cobra
matices específicos al dirigirse a la detección de lo desmentido y orientar la enunciación del juicio
rechazado. Por otra parte, y como señala también Missenard, (33), la escucha del funcionamiento
psíquico en la consulta familiar puede conducir al analista de modo especial a registrar ese operador
negativo peculiar que es la desmentida en tanto aplicada a las generaciones precedentes.
En cuanto al accidente, múltiples cuestiones precipitan la carga autoagresiva que lo califica; él
se sitúa, tal como vengo describiendo, en la intersección de determinaciones y condiciones ligadas a
lo intrapsíquico, lo vincular y lo sociocultural.
Nacido durante la dictadura militar, Martín advino a la sociedad del silencio. El conjunto social
mismo se vio impedido, en esos años de plomo, de ofrecer representaciones para ligar el trauma; la
violencia objetaliza, y el anonadamiento conlleva una desposesión de la palabra. Por lo demás, como
sabemos, el silencio se tornó pieza de supervivencia y sólo años después se iniciaría la recuperación
del derecho de decir, a través de la memoria. Aunque esta consulta se realiza casi una década después
del advenimiento de la democracia, la impunidad y ciertos “olvidos” sociales todavía sostienen
silencios parciales. Esto no refiere con exclusividad a los protagonistas de la dictadura, sino que se
actualiza en otras formas de corrupción y violencia social hoy predominantes y a su vez impunes. La
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familia y el psiquismo individual se ven afectados también por las fallas del apuntalamiento social,
falla o defecto de contención y elaboración psíquica.
Considero que las zonas de clandestinidad en esta familia constituyen la persistencia inadecuada
al contexto actual de un silencio y un ocultamiento que en tiempos de persecución, cuando la
perversión se situó en el lugar de la ley, tuvieron un sentido ligado a la vida; persistencia sustentada
por la falta de elaboración psíquica de situaciones que actuaran como traumáticas.
Trauma refiere a una experiencia vital de gran intensidad que aporta en poco tiempo un aumento
tan grande de excitación a la vida psíquica que el aparato queda sin posibilidad de elaboración ni más
respuesta que el trastorno. Tratándose de sucesos que se resisten a la homogeneidad de la
representación, su heterogeneidad ineludible y persistente genera efectos. La homeostasis del sistema
psíquico queda rota y el principio del placer abolido. El caos que esto introduce se experimenta como
dolor psíquico, dolor del trauma.
Lo traumático en vigencia obstruye el cambio y tiende a la repetición por la no ligadura y el
displacer que ocasiona. La ruptura generada por el trauma en el psiquismo perturba las funciones
yoicas y los principios del placer y de realidad, auspiciando la compulsión repetitiva. En tanto no
ligado, se articula con la pulsión de muerte y cierra el camino de la diferencia, habilitado por la
ligadura y la elaboración. Sólo éstas pueden situar al suceso en el campo de origen de la verdad.
Como señala Kaës, (26) (27), los objetos de trasmisión están marcados por lo negativo, lo que
se trasmite sería no solamente lo positivo, que abastece la continuidad narcisista y el mantenimiento
de los vínculos, sino lo que en ellos falta, lo que no se tiene, lo que no ha recibido inscripción. Culpa,
vergüenza, objetos perdidos, duelos no realizados o inconclusos.
El fantasma del hermano paterno y su muerte “sin historia”aparecen en el accidente de Martín:
son el cuerpo y el acto la sede preferencial en que lo no ligado se presentifica. (S. Gomel trabaja en
este mismo libro la cuestión de la presentación) El psiquismo de Martín se halla parcialmente
invadido por lo no semantizado de la historia familiar y esto en cierta medida lo objetaliza; más allá
de sí mismo, es empujado a un acto de características mortíferas por tramas que lo exceden, al
apresarlo, le marcan el camino de la repetición. Tomando términos de Baranes, (7) Martín se ve
capturado por una identificación alienante con los objetos desmentidos y clivados de su padre.
Desde otra perspectiva, el accidente deviene para la familia y para Martín mismo algo
imprevisto y sorpresivo: supone la irrupción de aquello que había quedado afuera, al mismo tiempo
antiguo y novedoso. No obstante, si a través del acto autoagresivo Martín asume el destino, a la vez lo
denuncia y lo trastorna, al imponer casi un estallido del pacto de silencio. Entiendo que la puesta en
cuestión de dichas tramas desubjetivantes favorece la discriminación y el recorte de la singularidad,
problemática tan propia además del inicio de la adolescencia.
El hacer, “agieren” en la terminología freudiana, o su manifestación durante el proceso
analítico, el acting out, es también el encuentro con lo imprevisible. Al darse por fuera de la cadena
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de la palabra pone en juego algo de lo indecible. Configura una puesta en escena convocante,
destinada a ciertos espectadores, pero no se trata de la “Otra escena” del inconciente y el significante,
sino de lo que no puede recordarse. Intenta provocar algo que sólo a posteriori, en transferencia,
tendrá oportunidad de cobrar sentido.
Quizá por azar, quizá por la diferencia que la repetición supone, Martín no ha padecido un
destino fatal. Su acto, aunque dañino para sí mismo, expresa una singularidad que excede lo no
significado familiar. Desde allí se diferencia y ello conlleva también una denuncia, una búsqueda, una
demanda, violenta esta vez, que bajo el ropaje del riesgo de vida es escuchada. Así llegan a consulta,
y ésta podrá ofrecerles otras perspectivas.
El accidente irrumpe y da por tierra con las modalidades defensivas habituales, formas
específicas de confrontarse con los conflictos. De tal modo, se convierte en un punto de inflexión en
el tiempo familiar al quebrar una organización estabilizada sobre silencios y requiere del psiquismo de
todos y cada uno un trabajo elaborativo específico y agregado. Hay pues una ruptura: ésta podrá
ocluirse y en tal caso dará lugar a más patología. O por el contrario abrirá, particularmente a través
de itinerarios terapéuticos, procesos de nominación y verdad; construcciones y reconstrucciones
vehiculizadoras de modalidades vinculares y subjetivas asentadas sobre la significación.
En relación con esto, el trabajo del analista implica también la reducción cuantitativa y la
posibilidad de diferir la descarga, a la par que ligar y religar procesos. Las intervenciones promoverán
ligazones, habilitando acercamientos significativos a aquello que permaneciera por fuera de las
cadenas significantes. Así colabora a la extensión de la función de representación, ampliación que,
según Green, constituye uno de los referentes principales del cambio psíquico. (23)
Los acuerdos inconcientes fundantes de la pareja conyugal excluyeron la historización de
aspectos de las vivencias de ambos cónyuges ligadas a duelos no realizados o inacabados, pérdidas,
miedo y soledad; particularmente, ello implicó desvanecer ciertos sucesos de la historia paterna
devenidos trauma. Para sostener dicha exclusión organizaron un sistema defensivo que obstruyó la
circulación de los afectos. En esta familia es intenso entonces el mandato de tomar distancia,
encubierto por valores de época ligados a la sociabilidad extrafamiliar y la autonomía. En lo
manifiesto silencio, rigidez y dificultad de contacto conforman índices de dimensiones vinculares
inconcientes que sustentan la cualidad autoagresiva del suceso.
El hijo menor fue signatario, luego, de dichos acuerdos que la pareja sostuvo y propuso de
modos no manifiestos. “Alejarse” es defensivo, ante la amenaza de desencadenar quizá un desborde
incontenible, tal vez dolor psíquico. Es así que Alejo se sobreadapta, al asumir de modo estricto
defensas e ideales familiares, los padres no pueden por tanto percibir su comportamiento como
patológico; él no buscará ni reunirse ni conmover la historia. Es el hijo mayor quien los cuestiona, de
modos diversos, siempre vividos como un ataque a la integridad familiar: no ser escuchado en la cifra
del síntoma predispone a la emergencia del acto.
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Al mismo tiempo, la salida al mundo es peligrosa, como indica el singular accidente de Martín,
y el mandato de alejarse se reviste de modo tanático. El crecimiento genera fuertes ansiedades ya que
por momentos se vincula para ellos con una posibilidad de muerte: el discurso familiar encierra
mensajes contradictorios ligados a la separación/individuación de los hijos. Al tiempo que se
sobreestimula una precoz autonomía se hipertrofian, de modo descontextualizado, los riesgos de un
medio hostil. Todo esto hace obstáculo a la definición de la propia identidad, una de las tareas de la
transición adolescente, en la que Martín se ha embarcado ya.
Las tareas psíquicas ligadas a la adolescencia favorecen la irrupción del trauma y su expresión a
través de la acción, propia de dicha etapa de la vida; por ende, el advenimiento de Martín a la
adolescencia plantea requerimientos a la realidad psíquica familiar que resultan difícilmente
procesables: es pues otro de los elementos que dan ocasión al accidente. El peso del silencio familiar
se convierte en una exigencia plus de trabajo para el joven. Encontramos que cierta pregnancia de la
desmentida y duelos no realizados desfavorecen la elaboración de los duelos por la infancia, actividad
psíquica propia del devenir adolescente vastamente considerada por los psicoanalistas. Las pérdidas y
la elaboración, recordemos, propician la construcción del deseo, motor y empuje vital que se articula
con el proyecto y orienta su flecha hacia el mañana. Lo desmentido no tramitado, en cambio, se
articula con la perentoriedad de la pulsión.
La adolescencia remueve los puntales de la infancia, en los requerimientos de
construcción/reconstrucción de la propia identidad, inclusiva de nuevas exigencias pulsionales y
expansiones del campo representacional, a la vez que precisada de reposicionamientos identificatorios
ineludibles. Una tarea de la familia en transición es delimitar los espacios de intimidad en los
descendientes. Según Piera Aulagnier el secreto es condición para el funcionamiento del yo, pero en
tanto derecho a la creación de pensamientos que puedan o no comunicarse por decisión propia, es
decir, estableciendo zonas de intimidad. (4) Los secretos familiares, por el contrario, afectan el sostén
y la identidad. En tanto la adolescencia implica también un proceso de historización, ya que el pasaje
a la adultez requiere adueñarse de lo recibido, singularizando herencias, llega a cuestionar las marcas
sin palabras y pone en movimiento mecanismos adormecidos. Abre así un tiempo nuevo, tiempo de
retejer historias para que emerjan aperturas, tanto hacia los espacios de la intimidad como hacia
vinculaciones extrafamiliares.
Por otra parte, los padres afectados por situaciones mortíferas suelen desarrollar fuertes
expectativas respecto de los hijos, representantes de la vida. De ahí también el enojo de Alberto con
Martín, quien se aproxima a los senderos oscuros que el padre tanto se esforzó por olvidar. Este
insiste en criticar al hijo mayor sus problemas para aprender, su necedad, quizá en diálogo con el
hermano que no lo escuchó. Sin embargo, es en las discursividades familiares que impera un exceso,
el de las parciales desmentidas; lo cual impide aun mirar y pensar.
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Alberto parece identificar por momentos a Martín con el hermano al que no pudo salvar; la
culpa deviene reproche, expresado en los extensos discursos contra el hijo. La distancia, hasta allí
inconciliable, entre los dos hermanos, Martín y Alejo, a su vez escenifica aspectos del otro vínculo
fraterno, doloroso y conflictivo, que se sostiene clausurado en el psiquismo de Alberto y en el
discurso familiar.
La pérdida del hermano fue interpretada por Alberto en gran medida como un suicidio y esto
sostiene su ira. Muerte sentida con vergüenza y difícilmente reconocible en su momento frente al
mundo exterior peligroso, así recubierta, como hoy el accidente de Martín, por versiones
encubridoras. Por entonces, no fue posible poner en ejercicio los rituales del dolor, prácticas sociales
que favorecen la aceptación de la muerte. Martín se hace cargo de lo sin memoria, lo que él mismo no
vivió, impensable en la anterior generación. Así, actualiza la mentira, el miedo y el sufrimiento: esto
también es difícil de perdonar.
La identidad Martín/tío pudo quedar sellada con un nombre, pero allí aparece una marca
materna discriminadora, que intenta arrancar al hijo del espacio de riesgo; es Susana también quien
sostiene la indicación del tratamiento familiar y muestra al marido el camino de la palabra: ”puede
ser lo de tu hermano”
De tal modo, el vínculo de Susana y Alberto genera, en otra de sus facetas, un espacio
diferenciado del de la muerte y la repetición, en los complejos entrecruzamientos de la conyugalidad,
cuando entran en funcionamiento a la vez dos historias de origen y una tercera, nueva, la que ellos
están construyendo. Encontramos así al vínculo de alianza como operador de la apropiación
transformadora de lo trasmitido.(8) Es cuando padre e hijo quedan “a solas”, en los momentos en que
Susana se retrae, “no se deja tocar”, ligada a soledades y lejanías de su propia historia infantil, que se
deslizan peligrosamente cerca de aquella otra historia, aquella otra madre, la que sólo se amaba a sí
misma; entonces Martín puede verse arrastrado por lo no elaborado de la historia paterna. -Ella
estaba lejos, y él salió-.
También Alberto se debilita por momentos, cuando se halla inerme ante los huecos de una
historia que golpea más allá de todo discurso; en este aspecto, emerge la disfunción de lo paterno:
Homero Simpson, un par que requiere del hijo una función estabilizadora, un borde para la angustia
paterna. A su vez Alejo, al someterse al silencio y la distancia, le ofrece sostén. El accidente no puede
desconocerse, desequilibra: el padre teme no poder.
Ha sido enunciado ya que el analista en casos ligados a la trasmisión de la violencia social
eludirá el apresamiento fascinado en la escena traumática o en los decires a ella vinculados, en tanto
esto pudiera impeler el desconocimiento de los juegos complejos del azar y la determinación.
Confrontarse con la X constituye pues en este caso sólo una de las vicisitudes de apertura de la terapia
familiar. Sin embargo, para aquellos a quienes inunda el trauma sin enunciados, toda otra temática
suele ser indiferente o resultar vaciada de afectos y sentido. Pienso así que en los primeros momentos
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del sinuoso itinerario transferencial el analista es el mediador de tales enunciados y su trabajo tiende
al establecimiento de ligaduras significantes no existentes previamente; ellas podrán a la vez actuar
como barrera contenedora que acote el riesgo y la actuación. Enunciar y generar cauces elaborativos
en la línea del abordaje de lo traumático dará apertura a otras vertientes de lo familiar en tanto
inconciente, a través de oponer la reminiscencia a la puesta en acto. Una propuesta psicoanalítica es
historizar, lo cual conlleva la muerte simbólica del pasado que ha de instituirlo como tal, y como
perdido; en relación con el procesamiento de duelos, la presencia actual logra devenir recuerdo. La
desmentida en cambio es inmutabilidad, cristalización de la psique rehusándose al duelo.
No es posible explicar el presente sólo a partir del pasado, ni recurrir ya a la certeza de las
predicciones. El pensamiento occidental y dentro del mismo el psicoanalítico, ha sido en gran medida
un pensamiento de la identidad que obstruyó a menudo la consideración de la diferencia. En la
actualidad, nuevas concepciones científicas y filosóficas producidas en el seno de las profundas
transformaciones del mundo posmoderno, han puesto en cuestión cerradas determinaciones y
proponen en su lugar aperturas y probabilidades. Se abren paso entonces el azar y lo no predictible: lo
azaroso no está contenido como potencialidad entre los invariantes de la estructura; hay pues
regularidades, pero también asoma un más allá posible. Entre otras teorizaciones, Prigogine cuestionó
la necesariedad de las leyes y atenuó la posibilidad predictiva. (Los capítulos de R. Gaspari y J.
Moreno desarrollan también estas cuestiones) De tal manera, en este caso la historia familiar no
permitiría predecir el acto de Martín en su globalidad, el mismo se articula en condiciones
correspondientes a las áreas de lo intrapsíquico, lo vincular y lo sociocultural; éstas, en cuanto a cada
suceso del psiquismo, funcionan como condiciones de posibilidad que pueden ser excedidas, aun
cuando hasta acá pensamos que en cada área algunos determinantes tienden a permanecer y fijan topes
ineludibles, conectados a invariantes estructurales que no pueden ser superadas. Por otra parte, cada
uno de estos ámbitos excede a los otros y puede dar lugar a lo nuevo, no sólo como traumático sino en
tanto pasible de elaboración y habilitador de acontecimientos psíquicos inéditos.
Una visión plena ligada a las certezas, al orden de la repetición como reedición de lo idéntico y
a la vigencia excluyente de la determinación, solía imponer perspectivas por un lado tranquilizadoras,
en relación con el supuesto control del futuro que la predicción encerraba; por otro lado, fatalistas. En
relación con esto, el referido Prigogine al rescatar la dimensión de la transformación y la utopía como
propias del ser humano, enuncia: ”No podemos tener la esperanza de predecir el futuro, pero podemos
influir sobre él”. (36)
La mirada certera era también desmentida por el abordaje clínico psicoanalítico, contrapuesto, a
través de procesos elaborativos, significación y resignificación, a los destinos generalizables y
predeterminados. Las certidumbres aparecen divorciadas del cuerpo del Psicoanálisis, cuestionador de
ilusiones y completudes.
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Es preciso diferenciar la novedad como acto creativo del psiquismo respecto de la desligadura
del trauma. La elaboración constituye el camino de advenimiento de lo novedoso, es pues su
condición. Mientras el trauma queda del lado de la compulsión repetitiva, restringe el campo
representacional y retorna en el cuerpo y en la acción, como no simbolizado, el acontecimiento
novedoso se desabrocha de la cadena de la repetición; genera ampliación semántica y constituye un
corte y una expansión en sentidos imprevistos. Cuando el proceso analítico da ocasión de ligadura a
un suceso insólito, “presentado” por fuera de lo “re-presentado”, crea condiciones para la mutación a
través no solamente de reposicionamientos y resignificaciones sino con la aparición de significaciones
y posiciones vitales nuevas. Es así que lo inédito en tanto ligado podrá ser punto de partida de lo
radicalmente novedoso. Dicho de otro modo, lo que a veces aparece como un “error” de las
estructuras abiertas, puede, aunque sólo en ocasiones, ser recontextualizado y aprovechado como
factor de evolución. El ruido, el azar, el otro, lo distinto, son fuentes posibles de la novedad. (34)
Estas ideas han transformado los modos de la escucha y la intervención del analista, al generar
distintas posiciones en relación con el diálogo creación-repetición. De acuerdo con Foucault, saber no
significa “encontrar de nuevo”; “el saber no ha sido hecho para comprender, ha sido hecho para hacer
tajos”. (12)
De tal modo, el trabajo del psicoanálisis familiar puede pensarse no solamente como la
búsqueda de escrituras preexistentes sino también como apertura a dimensiones no anticipadas. La
realidad no es algo dado, una suerte de verdad a ser descubierta o develada: todo saber, entonces,
conlleva construcción e incompletud.
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