ANANDA K COOMARASWAMY - Sobre La Doctrina Tradicional Del Arte
ANANDA K COOMARASWAMY - Sobre La Doctrina Tradicional Del Arte
SOBRE LA
DOCTRINA TRADICIONAL
DEL ARTE
A. K. COOMARASWAMY
A.K. COOMARASWAMY, SOBRE LA DOCTRINA TRADICIONAL DEL ARTE
PREFACIO
Las cosas hechas por arte responden a las necesidades humanas o, en otro caso,
son lujos. Las necesidades humanas son las necesidades de la totalidad del hombre,
que no vive sólo de pan. Eso significa que tolerar comodidades insignificantes, es de-
cir, comodidades que no tienen ningún significado, por muy cómodas que puedan
ser, está por debajo de nuestra dignidad natural; la totalidad del hombre necesita co-
sas bien hechas que sirvan al mismo tiempo a las necesidades de la vida activa y a las
de la vida contemplativa. Por otra parte, el placer que se tiene en las cosas hechas
bien y verdaderamente, no es una necesidad en nosotros, independiente de nuestra
necesidad de las cosas mismas, sino una parte de nuestra verdadera naturaleza; el
placer perfecciona la operación, pero no es su fin; los propósitos del arte son entera-
mente utilitarios, en el sentido pleno de la palabra según se aplica a la totalidad del
hombre. Nosotros no podemos dar el nombre de arte a nada irracional.
() apareció por vez primera en de la Hermana Mary Noreen
Gormley SSND con ocasión de un Taller realizado en el College of Notre Dame de Maryland en ene-
ro de 1942.
2
oct-00
EL ARTE ASIÁTICO
Al contemplar el arte de Asia como un todo, lo primero que hay que entender es
que no representa meramente otro tipo de arte, sino un arte genéricamente diferente
de lo que nosotros hemos llegado a comprender por «arte» en los tiempos modernos;
nosotros somos demasiado propensos a cometer el error de considerar cualquier
ejemplar de arte asiático de la misma manera en que consideramos la obra personal
de un artista exhibida en una exposición, olvidando que la obra asiática, separada
ahora de su ambiente, nunca se hizo para nada excepto el uso, ni para ser expuesta en
ninguna otra parte excepto en el lugar para el que se diseñó. De hecho, como se ha
señalado muy a menudo, existen dos tipos de arte muy diferentes, uno de los cuales
es constante y normal, el otro, variable e individualista. Hablando en un sentido am-
plio, las artes tradicionales y normales son las de Asia en general, las de Egipto, las
de Grecia hasta el cierre del periodo arcaico, las de la Edad Media europea, y las de
todo el mundo a las que se alude colectivamente como las artes de los pueblos primi-
tivos y como arte folklórico. Las artes anormales son las de la decadencia clásica y
las de la Europa posrenacentista.
La obra de arte asiática siempre se ha producido cuando se ha necesitado, es de-
cir, para suplir una necesidad humana específica. No puede hacerse ninguna distin-
ción tajante entre un arte fino e inútil y un arte aplicado y útil, ni hay aquí ninguna
cosa tal como un arte puramente decorativo en el sentido de una mera tapicería ente-
ramente desprovista de significado. Todo lo que podemos decir es que en algunas
obras predominan los valores físicos y en otras los espirituales, pero estos valores
nunca son mutuamente exclusivos. Tampoco puede trazarse ninguna distinción lógi-
ca entre las artes cultivadas y las artes folklóricas; su diferencia es de elaboración, y
a veces de refinamiento, más que de sofisticación o contenido. En otras palabras,
( ) fue publicado por primera vez por la New Orient Society of America
en 1938.
A.K. COOMARASWAMY, EL ARTE ASIÁTICO
4
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, EL ARTE ASIÁTICO
5
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, EL ARTE ASIÁTICO
6
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, EL ARTE ASIÁTICO
7
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, EL ARTE ASIÁTICO
8
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, EL ARTE ASIÁTICO
arte son como las nueces, que han de ser despojadas de su hermosa cáscara material,
si uno quiere ver la pintura que no está en los colores, de la misma manera que para
encontrar a la naturaleza como es en sí misma (esa naturaleza cuya manera de opera-
ción se imita en el arte) «deben destruirse todas sus formas». Los verdaderos propó-
sitos del arte son finalmente iconoclastas; y precisamente en este sentido, las menos
artísticas de todas son las formas de arte antropomórficas y naturalistas, puesto que
no forma parte de la manera de la naturaleza imitar sus propios efectos; y el artista se
compara al Arquitecto Divino precisamente en este respecto, a saber, en que no tra-
baja por medio de ideas externas a sí mismo, sino «por una palabra concebida en su
intelecto», y juzga lo que las cosas deben ser, no por la observación, sino «por sus
ideas», que, primero de todo, él debe concebir en formas imitables. Así pues, la per-
fección del arte se realiza, ciertamente, cuando la operación intelectual, es decir, el
arte en el artista, por el cual él trabaja, deviene la totalidad de la forma de la obra que
ha de hacerse, forma que procede entonces sin cálculo desde el artista. Y esto es lo
que significa el «vuelo del dragón» chino, y la desaparición del artista mismo. Pues
si hay una perfección última hacia la que tienden todas las cosas, la de ese Uno en
quien las formas mismas de cuyo intelecto ya son vidas, aunque no están hechas por
manos ni de acuerdo con ningún modelo externo —hablar entonces de un «arte crea-
tivo» humano implica que la libertad y espontaneidad relativa de quien está en plena
posesión de su arte (es decir, del artista en quien la forma de la cosa que ha de hacer-
se está ya inherente en todos sus detalles) y la «vida» de la obra misma (que es igual-
mente un reflejo de la vitalidad de su autor) son verdaderamente imitaciones de esta
naturaleza en su manera de operación y en sus efectos.
Así pues, es de primera importancia, si no queremos no comprenderlo en absolu-
to, darnos cuenta de que las apariencias que presenta este arte no son, o lo son sólo
accidental e incidentalmente, recordatorios de percepciones visuales. Aquí no se trata
del estudio de un modelo que posa, ni del registro de efectos de luz pasajeros. Todos
los temas que pertenecen al «género realista» son ajenos a este arte; el desnudo, por
ejemplo, jamás se representa como un fin en sí mismo, sino sólo cuando el tema lo
requiere; y esto no puede explicarse tampoco por consideraciones de tipo moralista,
donde el simbolismo sexual se emplea libremente para propósitos doctrinales. Ni si-
quiera el paisaje chino es una «vista» tal como lo entendemos nosotros, sino mucho
más una conversación alusiva (y sólo para nosotros elusiva) sobre los principios con-
juntos de la existencia. No debemos caer en el error común de ver en las artes folkló-
ricas antiguas, o en las artes asiáticas, un intento inadecuado de llegar a ese tipo de
9
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, EL ARTE ASIÁTICO
destreza descriptiva que nosotros asumimos tácitamente que ha sido la meta del arte
siempre que hablamos de una «evolución» o «progreso» en él. No debemos adular-
nos a nosotros mismos diciendo que «eso era antes de que supieran algo de anato-
mía», o quejarnos de que se han ignorado «las» reglas de la perspectiva, olvidando
que nuestras propias preocupaciones médicas y topográficas pueden no haber intere-
sado en absoluto a aquellos que estamos considerando. No debemos suponer que la
«composición» se ha determinado aquí sólo por una búsqueda del confort, como ocu-
rre en nuestro caso, sino que debemos darnos cuenta de que en un arte significante, la
composición depende de las relaciones lógicas entre las partes, y de que si el resulta-
do es agradable, ello no se debe a que se ha buscado el placer, sino a que hay princi-
pios de orden que son comunes al pensamiento y a la visión, o, en otras palabras,
porque la verdad, ya sea matemática o metafísica, no puede expresarse de otro modo
que bellamente. No es que todas las artes —incluso las más abstractas— no sean, ha-
blando estrictamente, «imitativas», sino que en el arte, en tanto que se distingue de la
figuración descriptiva y científica, «la similitud es con respecto a la forma», y la mi-
mesis es del tipo que asume la existencia de simbolismos naturalmente adecuados, ya
sean visuales o auditivos, o geométricos o naturales, puesto que en esta concepción
de la vida las analogías se asumen en todos los niveles de referencia; y, ciertamente,
ésta es la razón por la que las formas aparentemente naturalistas, por ejemplo las de
montañas, nubes o animales, e igualmente todas las relaciones humanas, pueden
usarse, de la misma manera que las formas geométricas, en la comunicación de otros
significados que los meramente físicos.
Al considerar una obra de arte que no nos es familiar, debemos dar por sentado
necesariamente su propósito, puesto que actuar de otro modo sería como querer que
la ocasión de su existencia no hubiera surgido nunca. Para comprender su figura ac-
tual desde un punto de vista más específico como artefacto, y para juzgar su virtud o
su verdad artística, primero de todo debemos considerar la forma de la obra tal como
preexiste en la consciencia del artista; forma, o razón de ser, o idea de la cosa que
permanece en el artista, cualquiera que sea el destino del objeto mismo (o aunque el
artista no lo haga nunca), y potencialmente en la naturaleza humana hasta el fin del
tiempo; y si esto fuera de otro modo tendríamos que confesar de que nadie excepto
del artista mismo puede decirse que ha comprendido la obra de sus manos. Por su-
puesto, la manera en que se concibe esta forma imitable del tema será modificada por
la naturaleza del material que ha de emplearse, puesto que, por ejemplo, un hombre
se imaginará diferentemente en piedra que en pigmento, y una secuencia de experien-
10
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, EL ARTE ASIÁTICO
11
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, EL ARTE ASIÁTICO
y las ideas, que no tienen posición local, tampoco pueden ser otra cosa que «concebi-
das».
Esta palabra —en chino , en japonés zen y en el yoga cristiano
— es sinónima de «arte en el artista», o simplemente de «arte», en el
sentido de eso lo que el artista trabaja, y de que lo que se hace es una obra arte.
El mundo mismo es una creación contemplativa —«Él piensa las cosas, y contempla
que ellas son»; conocer el verdadero «nombre» de una cosa es evocarla. Cuando los
constructores del altar del fuego, que es una imitación del cosmos y una síntesis de
todas las artes de la misma manera que una catedral, están desorientados en alguna
etapa, los dioses les amonestan para que «reflexionen». Como lo expresó también
Chuang Tzu, «primero ver mentalmente, después proceder», lo que está de acuerdo
con la sentencia india posterior, «primero la visión, después la obra» (
): y estas concepciones de lo que se llama en la estética escolástica las opera-
ciones artísticas «primera y segunda» o «libre y servil» se encuentran en toda la lite-
ratura asiática sobre el arte. Kuo Hsi, por ejemplo, observa que el pintor «confun-
diéndose con las montañas y los ríos, aprehende su idea ( ), y así la idea del paisaje
se ve abstractamente»; y dice también que «aprehender la idea es difícil», lo que nos
recuerda un pasaje del en que el héroe observa que no le había sido
fácil representar la «idea» o la «intención» (japonés , chino ) de las escenas
que había tratado de pintar. Todo este punto de vista puede resumirse en las siguien-
tes palabras del Maestro Eckhart: «Para expresarse propiamente, una cosa debe pro-
ceder desde dentro, movida por su forma» (lat. = gr. ), o las de San Agus-
tín: «Es por sus ideas como nosotros juzgamos cómo deben ser las cosas». El arte
asiático es enteramente ideal en este sentido, y no en el sentido vulgar de «mejorar la
naturaleza».
Será de gran valor probar la conformidad de estas concepciones con otra peculia-
ridad del arte asiático y otras artes tradicionales; una peculiaridad que se define con-
venientemente en el último de los cánones de Hsieh Ho: «Repetir las fórmulas trans-
mitidas». No es inusual en absoluto que el observador moderno piense que estas ar-
tes, en las que se expresan los mismos motivos y se emplean los mismos símbolos
durante períodos de miles de años, son monótonas; de la misma manera que piensa
que una civilización estática es inerte y que el conocimiento mismo es inferior a la
investigación. A este respecto, el observador moderno, acostumbrado a la idea de la
propiedad intelectual, fascinado y confundido por el atractivo del genio, y a pesar del
12
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, EL ARTE ASIÁTICO
13
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, EL ARTE ASIÁTICO
riedad, tanto más nos acercamos a una mentalidad de rebaño y al mínimo común de-
nominador. Se puede decir que mientras que en las sociedades unánimes hay varie-
dad en la semejanza, en las sociedades individualistas hay una uniformidad en toda
variedad. Lo que en las artes tradicionales nos parece una cuestión de memoria y una
tediosa repetición es en realidad una recreación (en los dos sentidos de la palabra); si
no podemos escuchar sin fatiga la misma historia contada más de una vez,
no es porque al narrador le falte invención, sino que ello es un síntoma del cansancio
de hombres de negocios hastiados.
Lo que hemos dicho más arriba respecto al acto imaginativo se describe tradicio-
nalmente como una derivación de todas las formas de arte a partir de niveles de refe-
rencia supramundanos. La afirmación india de que «toda obra de arte, por ejemplo un
vestido o un carro, se ejecuta aquí a imitación de las obras de arte angélicas» coinci-
de casi verbalmente con las de Plotino, de que «toda música es una representación te-
rrenal de la música que hay en el ritmo del Reino Ideal» y de que «los oficios tales
como la albañilería y la carpintería… toman sus principios de ese reino y de ese pen-
samiento de allí», y con el mandato de Éxodo, XXV, 40: «Mira, haz todas las cosas
según el modelo que se te mostró en el monte», mandato que dio a Tertuliano la oca-
sión de observar que los Querubín y Serafín del Arca «no se encontraban en esa for-
ma de similitud con respecto a la cual se dio la prohibición (de idolatría)». Los textos
indios prosiguen hablando de los prototipos intelectuales o angélicos del arte como
«conformaciones espirituales», y diciendo que por medio de las construcciones hu-
manas correspondientes se efectúa una análoga autointegración «métrica», «lumino-
sa» o «feliz» (). De hecho, se debe precisamente a su carácter «rítmico»
por lo que quienquiera que participa en un rito (que siempre es una obra de arte) se
eleva por encima de sí mismo a niveles superiores del ser —extensiones del modo
humano si está meramente «presente», pero incluso a niveles de luz suprahumana en
el caso de que «comprenda», es decir, en caso de que su conciencia se conforme real
y activamente al contenido último de la operación implicada por la obra de ritual y de
arte. De esta manera, toda obra de arte es potencialmente un «soporte de la contem-
plación»; la belleza formal de la obra invita al espectador a la realización de un acto
espiritual suyo propio, del que la obra de arte física ha sido meramente el punto de
partida. En general, cometemos el error de esperar que la obra de arte haga algo a/y
para nosotros, en vez de encontrar en ella meramente el poste indicador de un camino
que sólo puede ser recorrido por cada uno por sí mismo.
14
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, EL ARTE ASIÁTICO
Para recapitular, no podríamos haber intentado aquí nada semejante a una rela-
ción descriptiva o histórica del arte de medio mundo y de seis milenios al menos;
todo lo que hemos intentado hacer es aclarar la significación central de la idea de
«arte» en este medio. El arte asiático y similares no son de un tipo diferente de cual-
quier arte que hayamos visto en otra parte, sino de cualquiera con el que nosotros es-
temos familiarizados. Y esto no es tan sólo una cuestión de diferencia étnica y estilís-
tica, sino de una actitud hacia la vida y una «Weltanschaung» completamente dife-
rentes de las nuestras. La significación y el posible valor de estas artes para nosotros
no está tanto en lo que son, según lo cual nosotros somos libres de que nos agraden o
de que nos desagraden, sino en lo que representan, representación que nosotros sólo
podemos ignorar a nuestra propia costa. Como ellas son, sólo son fragmentos extraí-
dos de un contexto espléndido, y no pueden comprenderse excepto en la medida en
que somos capaces de reconstruir ese contexto, de participar en él, y de llegar a com-
prender la necesidad de todas sus manifestaciones correlacionadas. El producto final
del arte asiático es una organización de la vida en la semejanza de un canon eterno;
pues todo el aparato de esta vida, de la que los libros o los museos, o incluso los via-
jes, sólo nos comunican una parte muy pequeña, ha estado condicionada y determi-
nada por un punto de vista según el cual incluso las necesidades y los actos más hu-
mildes de la vida pueden referirse a sus razones trascendentales. No queremos decir
con esto que haya algo ilegítimo o censurable en el goce de estas obras de arte por lo
que son, si tienen atractivo para nuestro gusto o despiertan nuestra curiosidad; noso-
tros somos perfectamente libres de tratarlas como fruslerías ornamentales, o como
fuentes de información histórica; el enfoque arqueológico es ciertamente mucho más
sano que el de nuestra estética psicoanalítica. Sin duda es cierto que nosotros ya no
podemos hacer uso de estos fragmentos aislados de una vida ordenada de la manera
en que se hicieron para ser usados. Pero, sin embargo, puede ser bueno darnos cuenta
de que en el arte asiático y artes similares hay más que lo que se ve a primera vista, y
de que lo que se encuentra en esas otras artes que pueden considerarse meramente
como formas de entretenimiento, por muy refinado que sea, y cuyo significado se li-
mita realmente a sus superficies estéticas es quizá un alimento menos que adecuada-
mente humano.
15
oct-00
ATENEA Y HEFESTO
( ) fue publicado en
, vol. XV, 1947. Es el último artículo que escribió el Dr. Coomaraswamy.
1
Una imitación —«pues si no efectuara eso, [la pintura] se consideraría un juego ocioso con colo-
res» (Filostrato, . 2.22). De un modelo invisible— cf. Platón, 51E, 92, 484C,
510D, E, 596B, 931A; Plotino, 5.9.11 «Es a imitación () de las formas divinas
como se inventa aquí cualquier forma humana... [por ejemplo] este arpa divina, de la que el arpa hu-
mana es una imitación ( 6.27,
8.9). El pintor ha de «poner en el
muro lo que se ha visto en contemplación» («
», ,
1.3.158).
Por supuesto, Platón entiende por «imitación» una iconografía de las cosas invisibles, y desaprue-
ba la realización de «copias de copias», o el realismo en el sentido moderno de la palabra. De la mis -
ma manera Apolonio, en Filostrato, . 6.19, llama a «la imaginación () un artista
() más sabio que la imitación», porque la obra del artista creativo depende de «la imagina-
ción, incluso de lo que no se ha visto» —cuando no es mejor aún «no hacer ninguna imagen en abso-
luto de los dioses… puesto que la mente intuitiva () puede dibujar y representar (
) mejor que cualquier artista». Esto último es lo que en la India se llamaría un culto pura-
mente «mental» () o «sutil» ().
2
Filostrato, . 2.22. cf. 3.2.4.11: «Si no fuera por el intelecto, la palabra
peroraría incoherentemente», y 3.6, 7: «Cuando el intelecto es su jinete, todas las
cosas se efectúan con las dos manos… pues, ciertamente, sin la cooperación del intelecto las dos ma-
nos no harían nada inteligible», es decir, no sabrían qué están haciendo.
16
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, ATENEA Y HEFESTO
3
Filón, , 2.74-76.
4
San Buenaventura, , 12.
5
4.483, en relación con la música. Dicho de otro modo, en el caso de la metalur-
gia, es por el arte y la razón ( ) como se dominan las causas materiales, a saber, el
fuego y el acero, etc. (Plutarco, . 436 A. B.). Cf. referencias en las notas 2, p. 1 y 1, p.4.
6
, « = “hombre”, vgl. » (Grasssmann,
); cf. Liddell y Scott, s.vv. y .
7
Platón, 260E, cf. 270B.
17
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, ATENEA Y HEFESTO
que existe entre la mera «industria» () y el «método» ()8. Esto equivale
a decir que en cuestiones de artesanía o manufactura ( ) hay una parte
más relacionada con la ciencia (), y otra menos, y que «sin enumeración, me-
dida y peso, las artes () serían relativamente sin valor… y una cuestión de
mera práctica y trabajo»9; o a distinguir arte () y mera experiencia () de
ciencia (), aunque el artista necesita ambos 10. Todas estas fórmulas proporcio-
nan un trasfondo para las fórmulas medievales: y
.
Reconocemos que para que algo esté «hecho bien y verdaderamente» es indispen-
sable la cooperación de las manos como causa eficiente y del intelecto como causa
formal. El propósito del presente artículo es llamar la atención a la expresión de esto
mitológicamente en los términos de la relación entre Atenea y Hefesto, donde la pri-
mera es la diosa de la sabiduría que surgió de la cabeza de su padre Zeus, y el segun -
do es el titán herrero cuyas maravillosas obras son producidas con la ayuda de Ate-
nea como co-laboradora ()11. Atenea y Hefesto «comparten una naturaleza
común, al haber nacido del mismo padre» y viven juntos en un santuario ( ) co-
mún o, por así decir, en la misma casa12: ella es «la mente de Dios» (
), y es llamada también Theonoe, y él es «el noble vástago de la luz» 13. De
ellos derivan todos los hombres su conocimiento de las artes, ya sea directa o indirec-
8
Aristóteles, . 3.18.
9
Platón, 55D-56A.
10
Platón, 422C, 532C, 536C.
11
Platón, 274C. Para un ejemplo de su cooperación, cf. Homero, 5.
12
Platón, 109C, 112B.
13
Platón,
407B. Para Theonoe como tipo cf. Eurípides, , e.g. 530, donde ella
«conoce todas las cosas verdaderamente». Hefesto ha de ser relacionado más correctamente con ,
encender; el fuego es 17.88. Epítetos característicos de Hefesto son
, «afamado por su arte», , «afamado por su oficio», y , «afamado
por su trabajo». Atenea es , «aquella que —por su sabiduría, o ciencia— da a la obra su
gracia o belleza» ( , 6.205); suya es la «causa formal» o «causa ejemplar», o «el arte en el ar-
tista», por el que éste trabaja. «Noble» ( ), como característica de Hefesto, puede referirse a la
paternidad común de Hefesto y Atenea ( 109C), pero puede significar más bien «fiel», lo que
no implica en absoluto que su función no sea servil, cf. Eurípides, 729, 1641, donde
va con , e implica una libertad sólo de la mente ( ), en el sentido del
de Filón; cf. Esquilo, 45, donde Hefesto trabaja para Zeus en una tarea que
«detesta».
18
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, ATENEA Y HEFESTO
tamente; «Hefesto, famoso por su arte ()14, ayudado por Atenea, la de los
ojos brillantes, enseñó obras gloriosas a los hombres de la tierra» 15; o fue Prometeo
quien les robó «la sabiduría artística inmanente ( ) y el fuego», y los
dio a los hombres «como una porción divina» ()16.
Aquí las palabras y significan que el «artista humano en posesión
de su arte» ( )17 es tal por participación ( ) en
el poder creativo del Maestro Arquitecto. De hecho, Atenea y Hefesto, «concordando
en su amor de la sabiduría y de la artesanía ( ), eligieron
juntos esta tierra nuestra como naturalmente adecuada para ser el hogar de la virtud y
la sabiduría, y en ella establecieron como nativos del terreno a hombres buenos, y
pusieron en sus mentes la estructura del arte del gobierno» 18. Todo esto significa que
el artista humano —digamos, el herrero en su fragua— en posesión de su arte tiene
dentro de él a la vez una sabiduría y un método, una ciencia y una pericia; y que
como un hombre integral, responsable de ambas operaciones, libre y servil, y capaz
por igual de imaginación y de ejecución, es a la vez de la naturaleza de Atenea y de
14
Para = , véase nota 4, p. 2. Cf. 10.19 y Píndaro,
9.78, donde =
. Metis como persona es la primera mujer de Zeus, que renace
de su cabeza como Atenea (Hesíodo, . 886); la historia implica que «el dios principal siempre tiene
a la Sabiduría dentro de él» (H. J. Rose, , p. 50); (por ), como epíteto
épico de Zeus, corresponde al sánscrito de manera que «si quieres crear una imagen de Zeus de-
bes intuir, o concebir ( = , sáns. ) campos, arte (), y las habilidades artísti-
cas (), y cómo ella floreció de Zeus mismo» (Filostrato, . 6.19). Atenea es una «trabaja-
dora» (, Sofócles, fr. 724), como en latín la con Vulcano; y puede observarse
que = , y que se contrasta con (Aristóteles, . 7.2.1 y 6), como se contrastan
y con el material que controlan (Plutarco, . 436 A. B). De la misma manera que, tam-
bién para Santo Tomás de Aquino, el artista trabaja per ,
1.45.6.
15
20; Platón, 109C, D.
16
Platón,
321D-322A.
17
Platón, 903C; cf. 277B, donde se distinguen según que un autor
conozca o ignore aquello de lo que trata, y 209A, donde se distingue al artista «inventivo»
() de los otros. Para Aristóteles, . 1.1.11. y 1.2.2., la distinción es la que hay entre aquél
cuyo trabajo está hecho según «las leyes del arte» ( ) y el que no es tal experto
(). Con cf. , «ingenio», etc.
18
109C, D. Para el arte del gobierno () como equivalente a las artes en general,
ver
342, —pues todo arte () es más fuerte y gobierna a aquello de lo que es un arte y
para lo cual opera.
19
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, ATENEA Y HEFESTO
Hefesto: es Atenea quien inspira lo que Hefesto efectúa. Así, tenemos a Fereclo, «cu-
yas manos sabían () hacer todo tipo de obras maravillosas () porque
Atenea lo amaba»19, y al carpintero de quien se dice que es «un maestro de la sabidu-
ría en cuanto a la forma, por los dictados de Atenea»20. En esta relación, la función
de Atenea, en tanto que ella es la fuente de la causa formal o el modelo de la obra
que ha de hacerse, es esencialmente autoritaria y paternal más bien que receptiva o
femenina, y no nos debe sorprender descubrir que a la «inspiración» (
) del artista, o «al poder divino ( = ) que le mueve», se le lla-
me a menudo «el Dios», el «Daimon» inmanente, o Eros, es decir, el Espíritu a quien
la palabra «inspiración» misma señala21.
Por otra parte, cuando el «mecánico meramente productivo» ( ) que,
por muy industrioso que sea, no comprende lo que está haciendo, y sólo realiza la
operación servil, su servicio deviene entonces una cuestión de mera «labor imperita»
( )22 y él es reducido a la condición del simple esclavo que gana dinero
para un amo23, o de simple «mano de obra» (), más bien que del arqui-
tecto o amante de la sabiduría 24. Ésta es precisamente la situación del moderno obre-
ro del trabajo en cadena, en quien el sistema industrial, ya sea capitalista o totalitario,
ha separado a Atenea de Hefesto25.
19
5.61. Apenas distinguible de la Sophia de Hefesto es «la Sophia de Dédalo» (Platón,
11 E); y lo mismo debe valer para Regin, Wayland y los demás grandes herreros míticos.
20
15.410-411.
21
Sobre la inspiración, ver mi , 1946, pp. 25-28, y s.v. en
.
22
Platón, 260E, cf. 270B.
23
Jenofonte, . 3.11.4.
24
Aristóteles, . 1.1.17; Jenofonte, . 5.4.
25
Todo esto es, por supuesto, perfectamente sabido. «La validación del éxito en función de las
apariencias externas ha devenido el objetivo de nuestra civilización. En este sistema de valores las re-
laciones humanas adoptan los valores del vendedor… Bajo estas condiciones, los hombres devienen
por todas partes deshonestos, brutales y crueles… A menos que consiga librarse de la degradante tira-
nía de su esclavitud a la religión de la economía, el hombre occidental está ciertamente condenado a la
autodestrucción, tal como lo indican todos los presagios» (M. E. Ashley Montagu en
, vol. 65, n.º 1696, 1947). «Hoy, bajo el orden económico centralizado, parece que estamos
descendiendo por debajo del nivel de la bestia, odiándonos, explotándonos y destruyéndonos unos a
otros a una escala mundial, y reduciendo al hombre común a un autómata uniformizado incapaz de
pensar y actuar por sí mismo» (Bharatan Kumarappa, , 1946, p.
194). Hay dos actitudes: la del negociante, según la cual «por mucho… que los individuos sufran, hay
20
oct-00
A.K. COOMARASWAMY, ATENEA Y HEFESTO
que dar vía libre al progreso en conformidad con la empresa de la civilización industrial» (Sir George
Watt, en , 1912), y la del humanista, según la cual «por mucho que un sistema eco-
nómico consiga crear riqueza, será inestable y demostrará ser un fracaso si durante este proceso causa
sufrimiento a los hombres, o del modo que sea les impide desarrollar una vida de plenitud» (Bharatan
Kumarappa, ibid., p. 112). Elijamos entre ambas.
21
oct-00