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Joyas Emblemáticas de Alfonso V

Este documento describe las joyas emblemáticas del rey Alfonso el Magnánimo de Aragón en el siglo XV. Alfonso, como otros gobernantes de la época, adoptó emblemas personales como el trono ardiente, el libro abierto y el manojo de mijo que fueron representados en joyas sofisticadas como collares y broches. Aunque las joyas originales se han perdido, documentos e imágenes permiten evocar su apariencia y riqueza. Estas piezas cargadas de significado simbolizaron profundamente la esté

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Joyas Emblemáticas de Alfonso V

Este documento describe las joyas emblemáticas del rey Alfonso el Magnánimo de Aragón en el siglo XV. Alfonso, como otros gobernantes de la época, adoptó emblemas personales como el trono ardiente, el libro abierto y el manojo de mijo que fueron representados en joyas sofisticadas como collares y broches. Aunque las joyas originales se han perdido, documentos e imágenes permiten evocar su apariencia y riqueza. Estas piezas cargadas de significado simbolizaron profundamente la esté

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Las joyas emblemáticas de Alfonso

el Magnánimo*

Joan Domenge i Mesquida


Universitat de Barcelona
Departament d’Història de l’Art
[email protected]

Resumen
Uno de los ámbitos más creativos y originales de la orfebrería gótica fue sin duda el de la joyería em-
blemática. La singularidad de las divisas escogidas por los príncipes más selectos exigiría a los heraldos
imaginativas soluciones y a los orfebres gran pericia técnica para materializarlas. Al igual que otros
soberanos de su época, Alfonso el Magnánimo (1396-1458) sucumbió de lleno en las modas emblemá-
ticas y quiso lucir sus divisas en forma de sofisticadas joyas (collares y broches) para el engalanamiento
personal. El siti perillós –o trono ardiente–, el libro abierto, el manojo de mijo y el nudo, son sus propios
distintivos que manda representar por doquier y que se suman a los emblemas de la jarra y el grifo, iden-
tificativos de la orden caballeresca fundada por su padre Fernando de Antequera. Habiéndose perdido
las obras, abundantes testimonios documentales y figurativos permiten evocar el aspecto y la riqueza de
unas joyas que no fueron anodinos ornamentos, sino exquisitos objetos cargados de significación que
connotaron profundamente la estética cortesana en el otoño de la Edad Media.

Palabras clave: Artes suntuarias, orfebrería, joyería, arte gótico, órdenes de caballería, emblemas, divi-
sas, Corona de Aragón, Alfonso el Magnánimo.

The Emblematic Jewels of Alfonso the Magnanimous

Abstract
Emblematic jewelry was without a doubt one of the most original aspects of Gothic metalwork. Refined
princes chose unique personal devices that lead heralds of arms to come up with imaginative solutions,
which at their turn demanded a high level of technical expertise from goldsmiths involved in their ma-
nufacture. Like other rulers of his time, Alfonso the Magnanimous (1396-1458) gave in to this trend
and wanted to see his devices represented in sophisticated pieces of jewelry (necklaces and brooches)
made for his personal adornment. Alfonso’s devices –Siege Perilous (burning throne), the open book,
the ear of millet and the knot– were represented everywhere next to the jar and the griffin, the emblems
of the chivalric order that his father, Fernando de Antequera, had founded. While the objects themselves
disappeared long ago, images and documents still allow for the evocation of those extraordinary pieces

*
Esta aportación se ha realizado en el marco del proyecto de investigación La corona de Aragón y las
cortes septentrionales: contactos artísticos en época gótica (Ministerio de Economía y Competitividad,
HAR2010-18498) que se lleva a cabo en el Departament d’Història de l’Art de la Universitat de Barcelona.

Anales de Historia del Arte 99 ISSN: 0214-6452


2014, Vol. 24, Nº Esp. Noviembre, 99-117 http://dx.doi.org/10.5209/rev_ANHA.2014.48271
Joan Domenge i Mesquida Las joyas emblemáticas de Alfonso el Magnánimo

of jewellery: they clearly indicate that they had not been conceived as anodyne but as intentionally ex-
quisite products loaded with rich meaning, and they embodied the courtly aesthetics during the waning
years of the Middle Ages.
 

Key words: Sumptuary arts, metalwork, jewellery, Gothic art, chivalric orders, emblems, devices,
Crown of Aragon, Alfonso the Magnanimous.

Las vicisitudes históricas, los vaivenes de la fortuna, la fundición del oro y la plata
para reutilizar el material, etc. acabaron casi por completo con la joyería de períodos
tan lejanos como el Gótico. Los testimonios escritos e iconográficos permiten, hasta
cierto punto, paliar tan lamentables pérdidas. Pagos de la tesorería real, inventarios,
documentos notariales con listas de joyas pignoradas, etc. ofrecen detalladas des-
cripciones que, leídas a la luz de las imágenes de los retablos, manuscritos y tapices,
descubren la cara más amable de una sociedad aristocrática que se distingue por sus
singulares atavíos. Paños ricos, extravagantes tocados y sofisticadas joyas son atuen-
dos con los que se marcan diferencias, se ostenta el poder y se exhibe la supremacía.
Entre la variedad de jocalia para el engalanamiento personal (collares, broches,
chapeletes, guirnaldas, cadenas, cinturones…) las alhajas emblemáticas constituyen
una categoría especial, al incorporar singulares elementos cargados de significados
e intenciones no siempre fáciles de descifrar. Guiados por reyes de armas y heraldos
al servicio de los príncipes, los orfebres crearon, con selectos materiales, pericia téc-
nica y abundancia de piedras preciosas, joyas y otros objetos suntuarios en los que
se exhibían insólitas divisas. Con estos signos de reconocimiento e identificación,
los poderosos proclamaban, en clave simbólica, intenciones políticas, sentimientos
caballerescos, convicciones religiosas y ambiciones de todo tipo. La vaina de retama
de Carlos VI de Francia, el camail o puercoespín del duque de Orléans o el toisón de
oro de Felipe el Bueno, duque de Borgoña, son tres ejemplos representativos de la
originalidad, variedad y complejidad emblemática que despunta en el atardecer de la
Edad Media.
Muchas de las divisas materializadas en forma de alhaja surgen como distintivos
de las órdenes de caballería tan propias de ese “Otoño de la Edad Media” que Huizin-
ga colorea magistralmente en su obra 1. No se trata ya de una caballería militar, sino
más bien deportiva y decorativa, con fines altruistas y asociativos, que se regodea en
los oropeles de rituales y fastos sin precedentes, de los que se hacen eco la literatura
y las artes figurativas. Quienes forman parte de una orden tienen que manifestarlo lu-
ciendo opulentos collares u otros distintivos que muestran el prestigio de pertenecer a
tan elitistas sociedades y revelan una tupida red curial de fidelidades. L’efflorescence
emblématique es tan intensa hacia 1400 que los príncipes multiplican sus divisas –al
margen de órdenes caballerescas– decorando con ellas todo tipo de objetos y contri-
1  Para una visión general sobre las órdenes de caballería de finales de la Edad Media, véase J.D.D’A.
BOULTON, The Knights of the crown: the monarchical orders of knighthood in later medieval Europe, 1325-
1520, Nueva York, 2000 (1987).

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buyendo a crear una auténtica estética que connota y distingue de modo particular el
universo cortesano 2.

Fig. 1. Inicial con Alfonso el Magnánimo, rodeada por las divisas reales: el mijo (repetida en
la parte superior), el libro abierto (ángulo inferior izquierdo) y el trono ardiente (ángulo infe-
rior derecho). Breviario del rey Martín el Humano, París, BnF, Ms. Rotshchild 2529, fol. 444v.

A finales del s. XIV los reinos hispánicos asumen abiertamente esta moda o ten-
dencia. Los príncipes fundan órdenes caballerescas y crean divisas que se manifiestan
en múltiples esferas de su vida íntima y social. Recordemos las empresas del lebrel
blanco de Carlos el Noble de Navarra, de la jarra y el grifo –fundada por el infante de
Castilla Fernando de Antequera antes de subir al trono de Aragón– o de la escama, de
Juan II de Castilla 3. Alfonso el Magnánimo, rey de Aragón a partir de 1416, sucumbe
de lleno en este fascinante mundo emblemático y durante su largo reinado (42 años)
va a reunir un espectacular tesoro en el que no faltan las joyas con sus divisas: el siti
2  M. PASTOUREAU, Une histoire symbolique du Moyen Âge occidental, París, 2004; L. HABLOT, “La
devise, un nouvel emblème pour les princes du XVe siècle”, E. TABURET (dir.), La création artistique en
France autour de 1400, París, 2006, pp. 177-192. Sobre la incidencia del mundo emblemático en la joyería
medieval, véanse los respectivos capítulos del documentado estudio de: R.W. LIGHTBOWN, Mediaeval
European Jewellery, Londres, 1992.
3  M. NARBONA, “Le roi de la bonne foy. Charles III le Noble et les devises des Navarre-Évreux au
XVe siècle”, D. TURREL et al. (eds.), Signes et couleurs des identités politiques du Moyen Âge à nos jours,
Rennes, 2008, pp. 477-509; A. FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA, “Las divisas del rey: escamas y ristres en la
corte de Juan II de Castilla”, Reales Sitios, 191 (2012), pp. 22-37.

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perillós (o trono ardiente), el manojo de mijo y el libro abierto (Fig. 1). Detalladas
descripciones e imágenes de las divisas alfonsinas nos ayudarán a imaginar el aspecto
que debieron tener estos joyeles 4.
Alfonso deviene infante heredero de la corona cuando su padre Fernando de Ante-
quera sube al trono de Aragón en 1412. Ante tan honorable destino no es de extrañar
que se inicie un inventario de todas sus joyes, robes e altres coses que, a pesar de
llegarnos incompleto, constituye una fuente excepcional para conocer los bienes del
primogènit del senyor Rey y los vaivenes de su cámara 5. A lo largo de una docena de
años se anotarán entradas y salidas de objetos en este registro, permitiéndonos co-
nocer los usos del tesoro principesco y descubrir a algunos de los “incondicionales”
de Alfonso, agraciados con piezas impregnadas del aura real. Entre las joyas para el
adorno personal se registran: una corona de oro –con balajes y perlas–, chapeletes,
correas, cinturones de aparato, cadenas, rosarios, brazaletes, etc. realizados mayor-
mente en oro y combinados con otros selectos materiales, perlas y pedrería. Destacan
una serie de collares con originales formas de inspiración vegetal, resueltas con los
esmaltes de moda: blanco, verde y rogicler. También llaman la atención varios bro-
ches sembrados de zafiros, balajes, diamantes y perlas, cuyos motivos figurativos
incorporan el novedoso esmalte blanco opaco 6. En algunas piezas inventariadas cam-
pea la divisa de la orden de su padre, “la jarra y el grifo”, llamando la atención tres
soberbios collares que más adelante trataremos.

* * *

El despliegue emblemático del Magnánimo debió de producirse en los años veinte,


como se confirma en un elenco de alhajas que el rey deposita en la taula de canvi
de Barcelona en 1429 7. Las tres divisas principales de Alfonso hacen su aparición
4  Para una aproximación a la personalidad del Magnánimo remitimos a la clásica monografía de A. RYDER,
Alfonso el Magnánimo, rey de Aragón, Nápoles y Sicilia, 1396-1458, Valencia, 1992. Sobre el significado y
localización de los emblemas alfonsinos, cfr. J. DOMENGE, “La gran sala de Castelnuovo. Memoria del
Alphonsi regis triumphus”, G.T. COLESANTI (a cura di), Le usate leggiadrie. I cortei, le ceremonie, le
feste e il costume nel Mediterraneo tra il XV e XVI secolo, Montella, 2010, pp. 307-325. Véanse además las
recientes aportaciones de: J. MOLINA, “Un trono in fiamme per il re. La metamorfosi cavalleresca di Alfonso
il Magnanimo”, Rassegna Storica Salernitana, XXVIII/2, 56 (2011), pp. 11-44; E. JUNCOSA BONET, “El
rei Alfons i la promoció de la magnanimitat”, M.R. TERÉS (coord.), Capitula facta et firmata. Inquietuds
artístiques en el quatre-cents, Valls, 2011, pp. 141-166; R. BELTRÁN, “Els diàlegs matrimonials de la casa de
Borgonya i els emblemes amorosos al Tirant lo Blanc”, Tirant, 14 (2011), pp. 86-92.
5  E. GONZÁLEZ HURTEBISE, “Inventario de los bienes muebles de Alfonso V de Aragón como infante
y como rey (1412-1424)”, Anuari de l’Institut d’Estudis Catalans, 1907, pp. 148-188.
6  La magnífica colección de broches de fabricación parisina que se conservan en la catedral de Essen (c.
1390) ayuda a visualizar cómo pudieron ser los fermalls perdidos de Alfonso. Sobre la orfebrería gótica al filo
del 1400, véase: Paris·1400. Les arts sous Charles VI, catálogo de la exposición, París, 2004; E. KOVÁCS,
L’âge d’or de l’orfèvrerie parisienne, Dijon, 2004. Tratamos de la incidencia que pudieron tener las nuevas
técnicas en la producción suntuaria hispánica en J. DOMENGE, “Circulation d’objets, d’orfèvres et de
techniques: l’émail en ronde-bosse en Espagne autour de 1400”, Les transferts artistiques dans l’Europe de
l’époque gothique, París, 2014, pp. 141-162..
7  M. TINTÓ I SALA, “Dos fermalls i altres joies d’Alfons el Magnànim, segons un inventari de la taula de
canvi de la Ciutat de Barcelona”, Acta Historica et Archaeologica Medievalia, 26 (2005), pp. 767-773. Junto

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en deslumbrantes piezas de oro –repletas de perlas y piedras preciosas– para el en-


galanamiento personal del rey, que se guardaban con esmero en estuches de cuero
sellados con las armas de Aragón y/o Sicilia. Este “tesoro” es representativo del valor
de los encargos de Alfonso, de su inclinación al fasto y de sus inversiones exorbitan-
tes en objetos suntuarios, aunque demasiado a menudo se viera en la necesidad de
desprenderse temporalmente de ellos para disponer de recursos con los que atender
necesidades vitales y ambiciosos proyectos políticos.
La primera joya emblemática descrita en 1429 es un gran collar de oro con la
empresa del mijo, combinada con 18 balajes –unos irregulares, en forma de còdols,
otros tallados a manera de losa– y 71 perlas “grandes, claras, redondas”, especifica el
escribano, seguramente para subrayar su valor y belleza. El mismo emblema se repite
en un broche pequeño de oro fino, obrado a manera de una mata de mill, adornado
también con pedrería y perlas. Esta divisa estaba pues en dos de las alhajas más co-
diciadas de la época: collares y broches. Los inventarios, las novelas de caballería y
las pinturas que muestran cómo vestían las personas de rango acreditan la difusión y
el prestigio de estos adornos. ¿Qué aspecto tenían los joyeles de Alfonso? Tan solo
podemos imaginarlos a partir de los testimonios gráficos que del manojo de mijos nos
brindan medallas, cerámicas, sellos, manuscritos... El mijo, símbolo de fecundidad
y prodigalidad de la tierra, asume en el contexto alfonsí un significado mucho más
directo y personal que la ficción literaria, al apropiarse de la realidad, contribuye a
desvelar. En la novela Tirant lo Blanc, el protagonista viste un manto con espigas de
mijo acompañadas con las letras del refrán “Uno vale mill y mill no vale uno”. El rey
Alfonso vale por mill y la divisa deviene un auténtico manifiesto de propaganda real
al proclamar el valor, el coraje y la fuerza del Magnánimo, en definitiva sus virtudes
caballerescas y su valentía en el combate.
Otro de los collares guardados en la taula de canvi estaba obrado a modo de bavera
y llevaba letras esmaltadas. Su valor emblemático residía en el colgante: un libro de
oro que llevaba engastados un balaje losa y un bello diamante lanzengat; tres perlas
grandes y redondas colgaban de los registros del libro. La divisa del libro debía de
representarse según los rasgos comunes que conocemos a partir de múltiples testi-
monios gráficos: un libro abierto, visto por las cubiertas, como si alguien estuviera
leyéndolo y con los registros colgando en la parte inferior. El historiógrafo de corte
Beccadelli –conocido como el Panormita– descubre el significado de esta divisa en su
libro “De los dichos y hechos del rey Alfonso” 8. Con ella Alfonso proclama que lleva
el saber por insignia, que ama los libros y que el conocimiento de las artes y ciencias,
propio de reyes, se alcanza solo leyendo, estudiando y amando los libros. Muestra así
otra faceta de la personalidad del rey y reviste su imagen con un toque de intelectua-
lidad y de cultura, incluso mucho antes de que se formara el círculo de humanistas
a su alrededor en la etapa napolitana. Sea como fuere, lo cierto es que poseer bellos

a las joyas con emblemas se describen otras alhajas de gran valor, algunas piedras y perlas sueltas, así como
dos piezas de orfebrería religiosa.
8  A. BECCADELLI, EL PANORMITA, Dels fets e dits del gran rey Alfonso, E. DURAN (ed.), Barcelona,
1990, p. 145.

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libros y disponer de una buena librería era entonces también un “ornamento” de las
monarquías que se querían prestigiosas.

Fig. 2. Busto de Fernando I de Nápoles o de Alfonso de Aragón, duque de Calabria. Nápo-


les, Museo di Capodimonte, inv. AM 10527.

Una tercera joya llevaba la otra divisa que el Magnánimo utilizó asiduamente, pues
entre los eslabones esmaltados de un collar, semejantes a algas de mar, se distinguían
los citis perillosos (la silla peligrosa o trono ardiente). Pendía del collar un colgante
de oro fino, a modo de espejo, con letras esmaltadas en blanco y rojo –quizás un mote
relacionado con la divisa– y un molt bell e gros diamant. Los múltiples ejemplos de
esta divisa, representados en los márgenes de los manuscritos reales y en otros con-
textos, ayudan a imaginar cómo podían ser los citis del collar. Su significado tampoco
suscita dudas. El trono ardiente es una imagen de la literatura artúrica que alude a la
silla vacía de los caballeros de la mesa redonda, reservada al victorioso Galaad tras la
conquista del Santo Grial. Quien quiera ocuparla sin llevar a cabo la proeza, perecerá
inflamado. Con esta divisa Alfonso quiere presentarse como un nuevo Galaad lanza-
do a la conquista del trono de Nápoles. Lo proclama en su discurso una de las virtudes
de los entremeses que desfilaron el día en que se festejó el triunfo de Alfonso sobre
Nápoles 9. No acaso unos años después, al hacerse representar triunfante en el arco de
ingreso al Castel Nuovo, no queda la menor duda de que él puede ocupar legítima y
9  E la una de les dites Virtuts ab alta veu significà e parlà al dit senyor: que la dita empresa del dit
siti perillós, per la benaventurada conquesta havie son obtente, com algun altre rey, príncep ne senyor no
ere stat digne de seure sobre aquell siti, sinó lo dit senyor que havia supeditat e obtengut lo dit reyalme.

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cómodamente este trono sin peligro de incendiarse; las llamas han quedado depuestas
a sus pies.
Los collares que Alfonso tenía en 1429 no serían muy distintos de los que luce su
hijo bastardo Fernando, heredero del trono de Nápoles, en dos bustos conservados
en el Museo Capodimonte de Nápoles (Fig. 2). En ambos se ven atrevidas –y segu-
ramente muy intencionadas– combinaciones de las divisas paternas con las propias:
el monte de diamantes y el armiño 10. Aunque en los collares de Alfonso los mijos es-
tuvieran en los eslabones, el libro fuera un colgante, y los tronos ardientes se unieran
con algas de mar, las alhajas de Fernando muestran cómo se podían combinar o aso-
ciar a otras divisas, según una lógica que, de existir, se nos escapa. Sea como fuere, el
resultado son unas joyas con mensaje –para quien sepa interpretarlo, por supuesto– y
no simples ornamentos carentes de significación.

* * *

Las divisas reales podían verse también en objetos que el soberano encargaba para
sus ofrendas religiosas –contribuyendo a perpetuar el recuerdo del donante– y en los
que recibía como regalos, sirviendo tanto para recordar a quien lo ofrecía como para
envanecer al receptor con sus personales marcas. Sirvan tres destacados ejemplos de
orfebrería para corroborarlo. En 1426 Alfonso mandaba labrar al orfebre Bernat Da-
ries, para entregarlo a los agustinos de Valencia, un cáliz y una patena de plata dorada
con tres esmaltes en el pie; en uno figuraban las armas de Aragón y Sicilia y en los
dos restantes les divises del dit Senyor, dels libres e spigues de mill en campo azul 11.
En un memorial de las alhajas empeñadas por el rey para subvencionar sus campañas
napolitanas (1431) se alistaron, entre otros muchos objetos de plata, diez imágenes de
apóstoles en cuyas peanas llevaban los escudos de Aragón y Sicilia; en las esculturas
de San Bartolomé, Santiago el Menor y Santo Tomás también se hallaba la divisa del
libro 12.
En 1451 los consellers de la ciudad de Barcelona quisieron agraciar y persuadir
al monarca regalándole dos piezas excepcionales: una escultura de Santa Eulalia en
oro y una conca o gran cuenco de plata. De estos objetos se conserva una abundante
y detallada documentación que permite conocer todo el proceso, desde la decisión de
fabricarlas hasta la recepción y reacción entusiasta por parte del insigne destinatario,
pasando por el acopio del material, la ejecución, el pago de las obras y el reconoci-

J.M. MADURELL, Mensajeros barceloneses en la corte de Nápoles de Alfonso V de Aragón, 1435-1458,


Barcelona, 1963, p. 218.
10  Uno, en bronce, atribuido al escultor de Módena, Guido Mazzoni, representa a Fernando, o bien a su
hijo el duque de Calabria, Alfonso II. El otro, en mármol, lleva la inscripción Ferdinandus rex inclitus y en su
collar, sin colgante, se alternan solamente los emblemas del siti perillós y del monte de diamantes.
11  J. SANCHIS SIVERA, La orfebrería valenciana en la Edad Media, Valencia, 1924, pp. 19-20. Publica
también el documento, J.V. GARCÍA MARSILLA, “El poder visible. Demanda y funciones del arte en la corte
de Alfonso el Magnánimo”, Ars Longa, 7-8 (1996-1997), pp. 42-43.
12  A. DURAN I SANPERE, “Joies i obres d’art empenyorades i venudes per a la campanya de Nàpols”,
IDEM, Barcelona i la seva història, vol. 3: L’art i la cultura, Barcelona, 1975, p. 272.

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miento o visura de las mismas 13. Puesto que se trata de una información que va más
allá de lo anecdótico y nos adentra tanto en la cotidianeidad como en los valores
simbólicos que revisten estos encargos, creo conveniente destacar algunos aspectos.
El propósito que mueve a los consejeros está claramente expresado: ofrecer un
presente al rey Alfonso que sia bell e poxant, a imagen de la ciudad que lo ofrece,
pues a través del regalo, “la fama de dicha ciudad resonará en aquellas partes”, se
dice literalmente. Deciden encargar una imagen de oro de santa Eulalia, patrona de
la ciudad, para la capilla del rey y una bella e gran concha de plata sobredorada para
el tinelo real 14; se trataba de un artilugio que podía servir de bañera, pues tenía un
dispositivo en el que podían insertarse las varas de un pabellón para que quant lo
dit Senyor se volrà mullar, puxe entrar en bany dins la dita concha. Ambas piezas
llevarían las armas reales y municipales con la intención de que “cuando el rey viera
dichos joyeles tuviera en la memoria a dicha ciudad”, o sea, no se olvidara de Bar-
celona. Alrededor del cuenco campearían además las divisas del rey ço és, los mills,
libres e sitis perillosos.
Mientras el afamado platero Francesc Artau estaba inmerso en la ejecución de las
piezas, un emisario barcelonés enviado a la corte de Nápoles aprovechaba la disponi-
bilidad e interés del rey para avanzarle aspectos del obsequio que Barcelona le estaba
preparando, como preámbulo –y calculada estrategia– para luego abordar temas po-
líticos más espinosos. El mensajero describe las obras, subrayando que en el cuenco
se alternan los gallones dorados y plateados y que en cada gallón se ve una de las
divisas reales. Suplica al rey que excuse la tardanza, pues quieren corresponder a su
dignidad con piezas magníficamente acabadas. Alfonso reacciona manifestando gran
satisfacción y alabando el acierto de la alternancia cromática de los gallones, pues
de ser todos dorados parecerían de latón. Ciertamente no interesaba que así fuera: el
regalo era de gran valor y su apariencia no podía falsearlo. El soberano se interesa
también por saber si es el orfebre Lleopart quien ejecuta las piezas, manifestando
conocer a los artífices y tener claras sus preferencias 15.
Las obras llegaron sanas y salvas a Nápoles el 31 de enero de 1452, lo que fue mo-
tivo de satisfacción por parte del monarca, dada la inminente celebración de la fiesta
de santa Eulalia, el 12 de febrero. Los pormenores de la entrega de las piezas también
se narran en la correspondencia de los mensajeros Vinyes y Desplà. Comentan no
poder describir la alegría y placer de Alfonso ante los obsequios y recuerdan las ala-
banzas unánimes del rey y de sus curiales –magnífic i ben obrat i que semblava que
Barcelona el trametia– seguramente para complacer a los consejeros de Barcelona
por un esfuerzo económico tan grande. La estatua lució en la capilla real el día de
Santa Eulalia, presidiendo desde lo más alto el conjunto de imágenes y candelabros
13  La publica detalladamente: J.M. MADURELL, “El arte en la Comarca Alta de Urgel”, Anales y Boletín
de los Museos de Arte de Barcelona, IV, 1/2 (1946), pp. 78-79, y J.M. MADURELL, op. cit., 1963, docs. 366,
390-393 y 413.
14  Se dan también otros pormenores de las obras: el peso, las medidas y el coste, realmente exorbitante,
pues ascendía a 5.500 libras.
15  A propósito de los plateros Artau y Lleopart -quien por indisposición no pudo asumir el encargo-, véase
la documentación reunida por N. DE DALMASES, Orfebreria catalana medieval: Barcelona 1300-1500
(aproximació a l’estudi), vol. II, Barcelona, 1992, pp. 25-27 y 88-91.

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de plata que se exhibieron en una tarima del altar mayor. Según el testimonio de los
mensajeros, el rey quedó altamente satisfecho de la visión de esta imagen –más si
cabe que al recibirla– y constató que por su belleza y gallardía eclipsaba a las restan-
tes figuras. Vinyes relata que la atracción de la imagen fue algo milagroso; todos los
asistentes quedaron embelesados y nadie podía despegar su mirada de la áurea santa.
La invocación final del emisario acaba por revelar la intención de los consejeros y el
sentido interesado de los dos presentes: A Déu plàcie (…) vulla prest anar visitar sos
regnes e terres. La información acerca de estas obras concluye con la carta de agrade-
cimiento de Alfonso a los representantes barceloneses 16. Merece la pena insistir en la
valoración que se hace de la belleza y técnica de las piezas, pero también de la digni-
dad de las mismas, lo que contribuye a dignificar a quien recibe el regalo (el rey) y a
quienes lo han ofrecido (los consejeros, en representación de la ciudad de Barcelona).

* * *

En Nápoles, Alfonso el Magnánimo utilizó una cuarta divisa, el nudo, muy represen-
tada en la arquitectura y en otras iniciativas artísticas partenopeas, especialmente en
manuscritos ilustrados. Los porqués y razones de este nuevo emblema no son fáciles
de esclarecer; es probable que se apropiara del distintivo de la orden del Santo Espí-
ritu au droit désir, fundada en 1352 por Luis de Tarento, rey de Nápoles, conocida
también como la orden del nudo. No obstante la forma específica de la divisa era
distinta a como se la representa en el entorno alfonsí 17. La presencia de este emble-
ma en la joyería del rey parece muy limitada y aún dudosa. En 1455 la tesorería real
remunera varias piezas al orfebre Guido d’Antonio, entre ellas un collar de oro de la
divisa de Nuestra Señora, con 30 giarrette e 30 nodi con un grifo pendente, tutto di
oro di 20 carati, che donò al suo paggio Messer Simonetto di Settimo 18. Puede que
los 30 nudos no tuvieran necesariamente un sentido emblemático y fueran simples
eslabones de formas retorcidas que se alternaban con las giarrette.
Las jarras ciertamente eran emblemas de la orden de Santa María o de Nuestra Se-
ñora. Conocida también con el nombre de “la jarra y el grifo” –o de “la estola”– esta
orden caballeresca había sido creada por el padre de Alfonso, Fernando de Anteque-
ra 19, el día de la Asunción de la Virgen de 1403, en honor a María, “su señora y aboga-
da”, como explicita en el proemio del documento fundacional de la orden 20. Se aclara
16  Vos regraciam, quant més podem, la dita ymage d’or e conca d’argent, tant per ésser cascuna en sa
spècie de singular perfecció e bellesa, quant encara per ésser coses dignes, axí a nos, a qui ho haveu donat
e fet presentar, com a vosaltres per part de qui nos són stades presentades. J.M. MADURELL, op. cit., 1963,
doc. 413.
17  J. DOMENGE, op. cit., 2010, pp. 320-322.
18  Puesto que los documentos originales no se conservan, remitimos a los extractos de C. MINIERI
RICCIO, “Alcuni fatti di Alfonso I di Aragona”, Archivio Storico per le Provincie Napoletane, VI (1881), p.
436.
19  Sobre el personaje, véanse las recientes monografías de: D. GARRIDO, Ferran I “el d’Antequera”
un rei de convèniencia, Valencia, 2011; S. GONZÁLEZ SÁNCHEZ, Fernando I regente de Castilla y rey de
Aragón (1407-1416), Gijón, 2012.
20  J. Villanueva dio a conocer una versión en catalán de los estatutos de la orden a partir de un códice
del convento de Santo Domingo de Barcelona. J. VILLANUEVA, Viage literario a las iglesias de España,

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seguidamente la elección del motivo de la jarra: “E por remembrança del plazer que
ella en si resçibió quando la saludó el ángel Gabriel, tomé un collar por devisa de las
sus jarras de la Salutaçión”. No es de extrañar que elija un collar como distintivo de
la nueva orden; hacia 1400 la mayoría de sociedades curiales que se fundan optan por
extravagantes collares para prestigiar y distinguir a sus miembros, dejando atrás otros
ornamentos textiles y joyas menos opulentas 21.
La devoción a María le llevó, pues, a escoger un motivo iconográfico mariano
harto representado en la plástica de época gótica: la jarra con los lirios o azucenas,
símbolo de la pureza e inocencia de María en la Anunciación y de su concepción
inmaculada. El jarrón con lirios es omnipresente en las Anunciaciones pintadas, ad-
quiriendo a menudo visos de un verdadero emblema, pues suele desmarcarse de la
composición y situarse en un primer plano, separando por lo general a las figuras y
asumiendo un indiscutible protagonismo visual; otras veces se integra en la escena,
ubicándose en un plano más lejano, pero conservando su posición central.
Junto a este motivo religioso, el infante Fernando escogió otro emblema para con-
notar caballerescamente a su orden. El collar debía completarse con un colgante en
forma de grifo, al que se alude en la joya napolitana antes evocada. Su significado
también se desvela con claridad en los estatutos 22: el grifo es escogido por ser el más
fuerte de los animales, virtud que se espera de los caballeros de la orden. En efecto,
se les exige fortaleza y firmeza no solo en su amor a Dios y a la Virgen sino también
en todo lo tocante a la caballería. El propio fundador de la orden al elegir este animal
mitológico se hacía eco de sus valores simbólicos, asumidos por el cristianismo en
los bestiarios y visiones alegóricas. Mitad león y mitad águila, el grifo reúne la fuerza
del rey de los animales terrestres y de la reina de las aves.
Todavía un tercer distintivo, tal vez de uso voluntario, podía identificar a quienes
pertenecían a la orden. Los sábados y fiestas de Santa María podían vestir de blanco
o bien traer “una faxa blanca de tres dedos arriba en ancho” sin ornamentación alguna
que no fuera blanca, como bordados y aljófar. Esta banda textil puede que al fin aca-
bara siendo preceptiva, pues muchos caballeros de la orden se hicieron representar
con ella y el nombre de “orden de la estola” con el que también se conocía a esta
sociedad da fe de la importancia que tuvo este distintivo. Caballeros como Heinrich
Blarer o el poeta Oswald von Wolkenstein se hicieron retratar con ella 23 (Fig. 4). La

XVIII: Viage á Barcelona, Madrid, 1851, pp. 307-312. Seguiremos la versión castellana contenida en un
manuscrito de la Real Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo del Escorial (Madrid), publicada por G.
VITALE, Araldica e politica. Statuti di ordini cavallereschi “curiali” nella Napoli aragonese, Salerno, 1999,
pp. 103-108.
21  Lo corrobora R.W. LIGHTBOWN, op. cit., 1992, p. 260: Nevertheless collars fashioned of links shaped
to figure a device or riband collars with a badge or device hanging from them were destined to become the
usual insignia of a chivalric order.
22  “del qual collar viene un gryffo colgado, en significaçión que ansy como el griffo es fuerte sobre todas
las otras animalias, que ansy todos los de la dicha devisa deven ser fuertes e firmes en el amor de Dios e de la
Virgen sancta Maria, e esso mesmo en las obras de cavallería”. Los méritos militares de los miembros de la
orden, contra moros o en cualquier batalla, quedaban reflejados en este emblema, con el dorado sucesivo de
las dos alas del grifo.
23  R.W. LIGHTBOWN, op. cit., 1992, pp. 272 y 449. En el retrato de Blarer aparece también el grifo en
la parte superior derecha.

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lleva también el propio Fernando de Antequera en una miniatura del libro de horas de
su hijo Alfonso en la que se escenifican sus exequias. Se intuye de un tejido blanque-
cino y semitransparente, y como en las restantes representaciones, una jarra con tres
lirios decora la banda a manera de broche 24.
La identificación de la orden con sus emblemas –en especial con el collar– es tan
estrecha que en los estatutos, al sucederse los capítulos para señalar las obligaciones
de los miembros, se hace referencia a ellos como “los de la dicha devisa”. Desde la
fundación de la orden, jarras y grifos son omnipresentes en el entorno curial de Fer-
nando y continuarán siéndolo en tiempo de sus sucesores. Además de la insignia del
collar, los documentos corroboran que estandartes, orfebrerías, armas, tejidos, etc.
llevaban la empresa de las jarras de Santa María. Alfonso ya fue condecorado con
ella a los siete años, el día de la fundación de la orden. También lo fueron su madre,
su hermano Juan (el futuro rey de Aragón Juan II) y “otros ricos hombres cavalleros
e gentiles hombres e señoras, dueñas e doncellas que allí estavan”, algunos de los
cuales son identificados. No es de extrañar, pues, que el inventario de sus bienes re-
vele el peso específico que este emblema tuvo en la ornamentación de varios objetos
personales, alguno sin duda herencia de su padre.
Entre las piezas descritas que llevan las çetras o jarras de Santa María reclaman
nuestra atención tres impactantes collares de gran suntuosidad 25. En uno se combi-
naban 9 jarras de lirios con 9 hojas de trébol, en cuyo centro había flores de borraja
y una hoja colgando de cada flor. El pandant o colgante era un grifo blanco acompa-
ñado con un título o lema que rezaba Per vostra amor, del que no se hace mención
alguna en los estatutos de la orden. Sin embargo, asociar un mote a las divisas fue
práctica común en la época, y en uno de los más detallados testimonios iconográficos
del collar –un retrato de emperador Federico III– constatamos que el pintor conocía
el mote y pudo reproducirlo de forma aproximada 26 (Fig. 6). Una interesante versión
escultórica, aunque más sencilla que el ejemplar descrito, se ve en el yacente del
adelantado Gómez Manrique, procedente del monasterio de Fresdelval y conservado
en el Museo de Burgos 27 (Fig. 3). La anotación que sigue a la descripción del collar
alfonsí revela el destino que podían tener semejantes joyas, precisamente a causa de
su valor emblemático. La voluntad del rey de conceder su empresa a caballeros que
la merecían podía provocar la fragmentación de las piezas, si no se tenía liquidez para
encargos suntuarios de este calibre; en el inventario se indica la cancelación de ocho
jarras que fueron distribuidas por el rey a varios caballeros. A destacar que en estos
24  F. ESPAÑOL, Els Escenaris del rei. Art i monarquia a la Corona d’Aragó, Manresa, 2001, p. 215.
Podemos imaginar el aspecto de estas jarras gracias a la que aparece en el centro de una joya en forma de M
con la Anunciación, conservada en Oxford y fechada hacia 1400. J. ALEXANDER y P. BISNKI (eds.), Age of
Chivalry. Art in Plantagenet England 1200-1400, catálogo de la exposición, Londres, 1987, p. 483.
25  E. GONZÁLEZ HURTEBISE, op. cit. (1907), pp. 164-166.
26  En realidad el mote que se ve en la pintura reza Per bon amor. E. KOVÁCS, op. cit., 2004, pp. 294-295.
El retrato se considera una copia realizada por Hans Burgkmair el Viejo a partir de un original perdido de 1468.
Cfr. Hispania-Austria. I re cattolici, Massimiliano I e gli inizi della Casa d’Austria in Spagna: arte intorno al
1492, catálogo de la exposición (Innsbruck, 1992), Milán, 1992, cat. 87, p. 259.
27  R.W. LIGHTBOWN, op. cit., 1992, pp. 261-262. Las jarras van unidas por sendas cadenas, el escultor
no alcanza a reproducir de forma realista el aspecto de los lirios y sobre el pecho del yacente destaca un gran
grifo con una filacteria en sus garras, en la que debiera constar el pertinente mote.

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casos no se condecoraba con un collar, sino tan solo con una jarrita que probablemen-
te se usaría como broche 28.

Fig. 3. Yacente del adelantado Gómez Manrique (†1411), procedente del monasterio jeróni-
mo de Fresdelval. Museo de Burgos.

Todavía más opulento era un segundo collar, con 42 eslabones, compuesto cada
uno por dos jarras en dirección opuesta, separadas por una roseta esmaltada de blan-
co. Un matiz cromático diferenciaba los lirios inferiores –en oro– de los superiores
que, alcanzando visos de mayor realismo, llevaban esmaltes verdes y blancos, segu-
ramente para diferenciar el tallo y las hojas de las flores 29. El orfebre encargado de su
fabricación utilizaría las técnicas de esmaltar el oro que hacia 1400 habían alcanzado
cotas de gran refinamiento en algunos prestigiosos talleres de París. La suntuosidad
de ese collar se incrementaba todavía con una hoja de oro bruñido colgando de cada
eslabón, según hábitos muy arraigados en la joyería coetánea 30, pero no se indica que
llevara el colgante del grifo. Muy agradecido estaría el rey Alfonso a su camarero
28  Las mencionadas imágenes de Alfonso, Blarer y von Wolkenstein corroboran esta práctica.
29  Sirvan de referente las joyas con flores –esmaltadas en blanco y verde– de la catedral de Essen. E.
KOVÁCS, op. cit., 2004, p. 256.
30  En las miniaturas de las Très Riches Heures del duque de Berry se ve a los cortesanos con cadenas de
las que cuelgan pequeñas hojas y en los tapices de las cacerías de Devonshire (Londres, Victoria & Albert
Museum), varios personajes ostentan ricos y variados collares de hojas.

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Gonçalvo de Muntroy, o mejor dicho a su esposa, para que el 10 de octubre de 1417


mandase cancelar la alhaja para ofrecerla a esta señora.
En un tercer collar de diferente diseño aparecían de nuevo las jarras, sin el grifo.
La base de los 18 eslabones era una hoja de oro, en 12 de ellas se sobreponía la divisa
(la jarra), mientras en las 6 restantes se repetía un fermall de moda, en forma de flor,
con un balaje central rodeado por doce perlas 31; el efecto cromático debía resultar
atractivo gracias al contraste de la transparencia morada de los balajes con el blanco
nacarado de las perlas. Se recuerda que el collar fue un regalo que el rey Fernando
hizo a su hijo al casar con María de Castilla (1415). No obstante se trataría de un ob-
sequio que requirió la colaboración de Alfonso al tener que aportar cuatro de los seis
balajes que lo enriquecían, corriendo todo lo demás a cargo de su padre. No tienen
que sorprender situaciones como estas; los soberanos podían verse en la necesidad de
empeñar, si no joyas enteras, al menos valiosas piedras de las mismas. Seguramente
las nupcias de Alfonso cogieron al rey desprevenido, falto en este caso de algunos de
los balajes que se necesitaban para completar el collar que quería ofrecer al primogé-
nito en tan señalada ocasión.

* * *

La descripción detallada de la forma, materiales y ornamentos de estos collares que


se da en el inventario de Alfonso puede complementarse con la evocación del solem-
ne protocolo y de la atmósfera casi ritual con que se llevaba a cabo la concesión de
una joya emblemática. Lo testifican unas interesantes cartas del embajador Felipe
de Malla a su señor, el rey Fernando I de Aragón, fechadas en los primeros días de
1416 32.
Con el propósito de restituir la unidad de la Iglesia occidental, en otoño de 1415
se reunieron en Perpiñán el rey de Aragón, el papa Benito XIII y el rey de Romanos,
Segismundo de Luxemburgo. Fueron días de negociaciones en los que este debió pre-
sionar para que el Papa Luna abdicase y el rey Fernando le retirase su obediencia 33.
Poco después, Fernando comunica la decisión esperada a Segismundo, quien se halla
en Avinón, enviándole a su embajador Felipe de Malla. Las cartas de este informando
al rey de todo cuanto acontece en la ciudad papal descubren el intercambio de las
respectivas divisas, seguramente apalabrado ya en Perpiñán. Malla cuenta que des-
pués de comunicar a Segismundo la voluntad del rey aragonés de conseguir la “santa
unión”, ante muestras de alegría por parte del primero, tuvo lugar la entrega del collar
a Segismundo, quien lo recibió con sobirana alegria et acció de gràcias. Como signo
31  Esta combinación del balaje con las perlas –aunque en menor cantidad que en los fermalls de Alfonso–
se ve en algunos broches de Essen, en la Virgen de Altötting y en una estatuilla de Santa Catalina conservada
en el Metropolitan Museum de Nueva York. E. KOVÁCS, op. cit., 2004, p. 256; Paris·1400, op. cit., 2004,
pp. 176-177.
32  Fueron publicadas por F. DE BOFARULL, Felipe de Malla y el Concilio de Constanza, Gerona,
1882, pp. 1-22. Las comenta también F. VENDRELL, “Caballeros centroeuropeos en la corte aragonesa”,
Miscellanea Barcinonensia, XXVIII (1971), pp. 19-43.
33  F. SEBÖK, “Segimon i el viatge reial”, Princeses de terres llunyanes. Catalunya i Hongria a l’edat
mitjana, catálogo de la exposición, Barcelona, 2009, pp. 387-388.

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de gratitud y para magnificar tal donación, lo tench en son coll més de una hora et féu
lo jurament dels capítols. Luego llegó el turno de Nicolás de Gara, conde Palatino
de Hungría, y de otros caballeros –uno de ellos inglés– y escuderos, a los que Ma-
lla impuso el collar por voluntad del Emperador, dejando constancia en sus escritos
del júbilo de los condecorados: et cert Senyor, molt apar bé, que vostra ampresa és
noble, car la porten volenters, et la magnifiquen, et s’en tenen per honrats los qui
la han. Imaginamos pues una celebración protocolaria, ritualizada, del juramento de
los capítulos y de la imposición del collar, con galantes muestras de gratitud por un
presente que honraba y dignificaba a los condecorados.
En la misma carta Malla desvela que la intención de Segismundo es enviar su
empresa a Fernando, lo que se confirma rápidamente 34. Aunque no se especifique,
se trataba de la del Dragón, creada por Segismundo en 1408 35, cuyo emblema era
un broche con un dragón retorcido, coronado por una cruz en llamas y no un collar,
tan propio de las órdenes curiales de la época. Destaquemos un detalle que reviste
gran simbolismo. Dice Malla: volria lo jorn dels Reys fer vos offerta de part del em-
perador de la sua ampresa. Pensaba pues en una jornada especial, la de la Epifanía,
en la que los Reyes Magos hicieron sus ofrendas al Salvador. Aunque al fin no fuera
posible, porque Malla permaneció unos días más en Aviñón, la importancia de lucir
las divisas reales en la fiesta de reyes no parece que fuera algo fortuito. Otra carta,
del 10 de enero, relata que lo jorn dels Reys Segismundo se presentó en la catedral
adornado con la empresa aragonesa, haciendo gala de la misma entre los caballeros:
a tota persona ab la qual parlava feya sobirana festa de la dita ampresa, dien “frater
meus Rex Aragonum et ego unum sumus”. Segismundo expresó además el deseo de
que Fernando luciera la suya este mismo día. Estamos pues ante unos presentes reales
que se veían oportunos para conmemorar la Epifanía y con los que se sellaban impor-
tantes acuerdos y se estrechaban complicidades; la proclama del rey de Romanos no
deja lugar a dudas.
Realmente después de confirmarse la sustracción de la obediencia al papa Luna
y ratificada la posición del rey de Aragón es cuando Segismundo ordena a sus men-
sajeros llevar la empresa a Fernando y a dos de sus hijos: el príncipe Alfonso y Don
Pedro, lo qual molt singularment ell ama, se dice en la carta. Luego, a instancias del
rey de Aragón, deben continuar su misión para entregarla al rey de Castilla, Juan II.
Resulta también significativo de la importancia que estos gestos tenían en el ambien-
te curial el hecho de que Malla se despida del rey aragonés notificándole que, en la
34  Una nueva carta, fechada el 1 de enero de 1416, descubre que Malla acaba de ser informado de que los
mensajeros de Segismundo (moceen Miquel y micer Othobono) le acompañarán, de modo inminente, para
entregar la empresa al rey de Aragón.
35  La carta de fundación es del 12 de diciembre de 1408. Los objetivos de Segismundo son similares a
los de los fundadores de otras órdenes principescas: reafirmar su posición, recibir la ayuda necesaria para
alcanzar sus objetivos políticos, asegurar la fidelidad de su círculo de adeptos para consolidar su reino y
asegurar la sucesión al trono. La divisa del dragón revela que la orden pertenece a la serie de las que optaron
por el patronazgo de San Jorge. P. LÖVEI, “Les ordres de chevalerie princiers au Moyen Age, en particulier
l’ordre du Dragon de Sigismond”, Sigismundus rex et imperator. Art et culture à l’époque de Sigismond de
Luxembourg, catálogo de la exposición, Budapest-Luxemburgo, 2006, pp. 251-263.

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procesión realizada en la corte papal, tanto Segismundo como sus caballeros han
ostentado la empresa de las jarras y el grifo.

Fig. 4. Retrato del poeta Oswald von Wolkenstein en su Liederhandschriff B, c. 1432. Inns-
bruck, Universitätsbibliothek.

Es posible que uno de los condecorados fuera precisamente el poeta áulico Oswald
von Wolkenstein del que se conserva un retrato en el frontispicio del llamado Lie-
derhandschriff B, fechado hacia 1432 (Fig. 4). Puesto que perteneció a la comitiva
de Segismundo, no es de extrañar que recibiera importantes divisas, como pone en
evidencia el retrato. Luce un soberbio collar de jarras, con un gran grifo como col-
gante que resalta sobre la estola blanca, el otro distintivo de la orden fernandina.
Subrayando su pertenencia a esta sociedad, en la estola lleva otra jarra de lirios como
broche que se combina, proclamando la alianza de empresas, con la insignia del dra-
gón rematado por la cruz 36.

36  Una combinación similar de divisas –sin el collar– se ve en otras representaciones de caballeros,
como la de G.F. Capodilista, y en varias lápidas sepulcrales, adoptando formas diversas. A título de ejemplo,
mencionemos las de los hermanos Étienne y Jean de Perény, fallecidos en 1437 y 1458. No es de extrañar
tal proliferación, pues Segismundo había sido autorizado por Fernando de Aragón a conceder la orden de la
jarra y el grifo a 50 miembros que él considerara merecedores de tal distinción. Sigismundus, op. cit., 2006,
pp. 343-354.

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* * *

Fernando I moría en 1416 y Alfonso, en tanto que primogénito, se convertía en el


maestre de la orden. Así lo había dispuesto sin ambigüedades su padre al fundar la
orden, decretando que Alfonso –u otro sucesor de esta primogenitura– en virtud de la
preeminencia que ello suponía, mantuviese en toda su vida “la dicha mi devisa con
las Reglas e condiçiones que adelante se siguen”. Si en su niñez Alfonso había recibi-
do de su padre la divisa, al subir al trono de Aragón con tan solo veinte años, pasaba
a ser el depositario de todos los derechos de la orden paterna, con la consiguiente fa-
cultad de escoger a los caballeros que podían pertenecer a la orden y ser portadores de
sus emblemas. Sin embargo las arcas reales no siempre debían de permitir dispendios
suntuarios para magníficos collares como los que se han evocado. No es de extrañar,
pues, que Alfonso proceda a desmembrar sus alhajas para atender compromisos de
todo tipo y poder ofrecer al menos jarritas-broche, como vimos al mencionar el pri-
mer collar de su inventario.
Es imposible rastrear la historia de la orden en tiempos de Alfonso y las repercu-
siones iconográficas que tuvo en las obras que el nuevo rey mandó realizar. Aunque
las joyas de la etapa napolitana del Magnánimo (1442-1458) también se perdieran,
quedan suficientes representaciones de las jarras que constatan la afección de Alfonso
por la empresa paterna 37. En el contexto monumental del Castel Nuovo, el emblema
de la jarra de lirios aparece camuflado entre la decoración flamígera de la ménsula
que soporta el balcón principal. En el arco triunfal que da acceso al castillo, la victo-
ria alada de la izquierda lleva no solo la prescriptiva corona de laurel para ofrecerla
al triunfador, sino también la emblemática jarra de lirios. Y en la representación de la
entrada triunfal de Alfonso en la ciudad, con todo su cortejo, que fue inmortalizada
también en el arco, se le ve luciendo precisamente el collar de la orden 38 (Fig. 5). Los
grifos rampantes que flanquean y sujetan las armas de Aragón podrían también tener
un sentido emblemático. Aunque en el encargo de azulejos que se hizo a un alfare-
ro valenciano para las dependencias del castillo no se mencione esta divisa, se han
conservado piezas cerámicas que muestran cómo la jarra también decoró algún pavi-
mento real. Y en las techumbres y manuscritos tampoco falta el emblema fernandino.
Por razones políticas, diplomáticas o personales Alfonso procedió a la concesión
del collar a miembros de diversos niveles sociales; premió la devoción de personas
que formaban parte de la corte regia y honró a aquellos que la frecuentaban ocasio-
nalmente 39. No es de extrañar, por tanto, que la realización de collares de la orden
–o simplemente de pequeñas jarras sueltas– quede bien refrendada en los pagos de la
tesorería real, sobre todo en los últimos años de vida de Alfonso 40.
37  J. DOMENGE, op. cit., 2010, p. 324.
38  G. VITALE, op. cit., 1999, pp. 46 y 49; F. RUIZ QUESADA, “Els primers Trastàmares. La legitimació
mariana d’un llinatge”, M.R. TERÉS (coord.), op. cit., 2011, pp. 87-88.
39  G. VITALE, op. cit., 1999, pp. 46-48.
40  Disponemos únicamente de las noticias que publicara C. MINIERI RICCIO, op. cit., 1881, passim.
De conservarse los documentos originales tal vez se podrían conocer detalles sobre la forma, materiales y
ornamentos de estos joyeles.

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Fig. 5. Alfonso el Magnánimo con el collar de las jarras y el grifo. Representación de su


ingreso triunfal en Nápoles. Arco de Castel Nuovo.

En 1442 el orfebre Paolo de Roma fabricó cinco jarras de la empresa de la estola y


en 1451 el artífice Francesco d’Antignano di Capua recibió 160 ducados por un collar
de oro colle giarrette. Un orfebre de probable origen italiano que estuvo largo tiempo
al servicio del rey tuvo un destacado rol en la elaboración de estas manufacturas.
Guido d’Antonio percibió en 1451 la considerable cifra de 1.500 ducados por ocho
collares de oro con las jarras; uno era para el propio rey y otro para su hijo Fernando.
Cuatro años después Guido continuaba recibiendo encargos de orfebrería, entre los
que sobresalen cinco collares emblemáticos, de oro o plata 41. De estos pagos parece
deducirse que habitualmente se seguía un modelo compuesto por treinta jarras. El
mismo artífice realizó 100 jarritas de plata dorada y otras 126 de plata blanca, que
podrían tener relación con los bordados de cuatro jubones para dos pajes del rey. Y
en el mismo periodo está documentada la actividad de Álvaro de Salamanca, maestro
encargado de fabricar las estolas de la orden de Nuestra Señora, lo que permite su-
poner que algunos collares se entregaron conjuntamente con el que fuera el otro dis-

41  Uno de plata blanca para su paje Giovanni Battista; otro de oro para su camarlengo Marino Curiale; un
tercero –ya mencionado– con 30 jarras y 30 nudos de oro para el paje Simonetto de Settimo; el cuarto –que
combinaba jarras y troncos– era para Fray Lluís Puig, maestre de la orden de Montesa y, por último, un quinto
ejemplar de plata entregado a Ferrante de Vares, gentilhombre de la guardia del rey de Castilla. Para una
relación de los encargos que hizo el Magnánimo a Guido d’Antoni a partir de 1424, cfr. J. SANCHIS SIVERA,
op. cit., 1924, pp. 44-48.

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tintivo de la orden, la estola blanca, como hemos visto en el caso del poeta húngaro
y en el retrato de Heinrich Blarer. Al año siguiente (1456) el rey ofreció el collar con
el grifo –esta vez con las alas esmaltadas de blanco 42– al caballero inglés Giovanni
Import, establecido en su corte. Y poco antes de fallecer el rey lo recibía Bernabé
Adorno (1457).
Son dignas de mención otras cuatro concesiones de la divisa al más alto nivel, aun-
que no queden reflejadas en los registros de la tesorería. En 1445 el duque de Borgo-
ña, Felipe el Bueno, quiso condecorar a Alfonso con la orden del toisón de oro. Según
Zurita, Alfonso recibió la divisa con mucha solemnidad, pero no sin condiciones,
pues políticamente no podía aceptar todos los requisitos que las reglas de la orden im-
ponían; recíprocamente Alfonso envió al duque la suya, con las mismas condiciones.
En 1452 salió de Nápoles con la empresa alfonsina el emperador Federico III, ca-
sado con Leonor de Portugal, sobrina de Alfonso. Con ironía y sarcasmo en la curia
romana se comentó que Federico andò a Napoli imperatore, et è tornato cavaliero di
banda –o sea, de la Estola–, según narra Vespasiano da Bisticci en la Vita de Alfonso
de Aragón. Ciertamente, el gesto de Alfonso se vería con inferioridad respecto a la
propia dignidad imperial de Federico 43. Sin embargo, ya hemos mencionado que el
emperador fue retratado con el collar de las jarras y el grifo, luciendo con orgullo tal
condecoración (Fig. 6).
En la festividad de San Jorge del siguiente año, 1453, se efectuó un intercambio de
divisas entre los reyes e infantes de Castilla y Alfonso de Aragón. Juan II, su esposa
Isabel de Portugal, los infantes Alfonso e Isabel y doce caballeros del rey recibieron
el collar de las jarras aragonesas. En reciprocidad, Alfonso el Magnánimo y doce
miembros de su casa tomaron “el collar de la Escama con la devisa de la Banda del
rey de Castilla”. Como ha sido subrayado 44, algunos detalles de este evento son sig-
nificativos: su celebración el día de San Jorge, patrón de la caballería; la concesión
de la empresa a doce caballeros, a imagen de los doce apóstoles, y la integración de
aristócratas e infantes. Después de dos décadas de enfrentamientos entre las dos coro-
nas, se sellaba una paz con un gesto en el que se amalgaman elementos caballerescos,
religiosos y dinásticos.
Tan solo un año antes de fallecer Alfonso, su sobrino Carlos de Viana, infante de
Aragón y de Navarra, le visitó en Nápoles (1457) para solicitar apoyos y alianzas.
Una carta dirigida a la reina María cuenta el “honor” que Alfonso hizo a Carlos al
desprenderse de su propio collar de las jarras para ponerlo en el cuello de su invitado,
junto con la estola. Era un ejemplar altamente lujoso, pues entre las garras del grifo
había un gran diamante. No es de extrañar que entre los bienes que se inventariaron
a la muerte de Carlos (1461) se encuentre en lugar destacado el collar de la empresa
fernandina 45.
42  La presencia del esmalte blanco no concuerda con lo que se establecía en los estatutos de la orden. En
estos se contempla el plateado y dorado de las alas del grifo, según las victorias militares del condecorado.
43  G. VITALE, op. cit., 1999, pp. 39-40 y 43.
44  A. FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA, op. cit., 2012, p. 36.
45  M. NARBONA, “¡Ay!... las divisas de Carlos de Évreux, Príncipe de Viana (1421-1461)”, Príncipe
de Viana, LXXII, 253 (2011), p. 372. En un retrato del Carlos que se conserva en la Biblioteca Nacional de

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2014, Vol. 24, Nº Esp. Noviembre, 99-117
Joan Domenge i Mesquida Las joyas emblemáticas de Alfonso el Magnánimo

Fig. 6. Retrato del emperador Federico III. Viena, Kunsthistorisches Museum, inv. n. 4398.

Como bien revela G. Vitale, la historia de esta orden, así como los valores político
y diplomático de la “vieja” divisa Trastámara, no perecen con la muerte de Alfonso ni
tampoco con la creación de la nueva orden del armiño, por parte de su hijo Fernando
I de Nápoles, en 1465. Los encargos de collares y estolas se prolongan durante el rei-
nado de Fernando y también en el de su sucesor, Alfonso II. Al parecer este asoció la
concesión de la divisa de la jarra con la del armiño para subrayar la pertenencia de la
dinastía napolitana a la historia y tradición de la casa Trastámara. En la iglesia napoli-
tana de Santa Anna dei Lombardi, la escultura yacente de Antonio d’Alessandro –que
lleva la estola decorada con una gran jarra– y el frontal de su sepulcro –con dos jarras
de lirios– atestiguan la vigencia de esta divisa 46. A su vez ponen de manifiesto que
la forma de representarla evolucionaba al compás del tiempo: el escultor Tomasso
Malvito, inmerso en la cultura clasicista de la ciudad partenopea, al finalizar la cen-
turia (1491) brinda esta novedosa representación de la divisa, aunque su significado
permaneciera inalterado.

Madrid se le ha representado con un gran collar de pedrería –sin aparente sentido emblemático– del que cuelga
la divisa del grifo.
46  G. VITALE, op. cit., 1999, pp. 40-43 y 50-51.

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