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La Viticultura en El Císter Primitivo

Este documento describe la contribución de la orden cisterciense a la agricultura y el comercio en la Edad Media temprana. Los monjes cistercienses domesticaron el paisaje silvestre, desarrollaron técnicas agrícolas avanzadas y explotaron recursos naturales como la madera, el ganado y el vino. Esto contribuyó a una "revolución agrícola" que transformó la economía europea y el clima. La orden también participó activamente en el comercio de sus productos.

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La Viticultura en El Císter Primitivo

Este documento describe la contribución de la orden cisterciense a la agricultura y el comercio en la Edad Media temprana. Los monjes cistercienses domesticaron el paisaje silvestre, desarrollaron técnicas agrícolas avanzadas y explotaron recursos naturales como la madera, el ganado y el vino. Esto contribuyó a una "revolución agrícola" que transformó la economía europea y el clima. La orden también participó activamente en el comercio de sus productos.

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1

Viticultura y actividad comercial en el Císter primitivo

El gran poeta y filósofo medieval, conocido como el ”Doctor Universalis”, Alano de Lille, que
ingresó en el monasterio de Císter en el crepúsculo de sus días (+1203) como hermano conver-
so. Dejó una obra poética con el título “La lamentación de la Naturaleza”. En esta perspectiva,
la Naturaleza, desciende hacia el poeta, vicario de Dios, con el encargo de suscitar en la tierra
la armonía, la fecundidad y la virtud. De este modo la Naturaleza se convierte en casi el alma
del mundo, porque lo impregna de energías divinas. Por eso, este mundo es naturaleza. Natu-
raleza como término está asociada a “nacer”. Toda vida que entraña la naturaleza está invadi-
da de estas energías que han de brotar conforme a las especies de cada cosa.
Eso requiere un mediador, que no sea depredador, y que reúna dos condiciones elementa-
les: Que sea recto, es decir, que no le domine una tendencia viciosa, para que pueda respetar
las leyes inscritas en los seres; y que sea inteligente, o sea, que esté dotado de capacidad de
extraer y desarrollar la capacidad de los seres, para ornato y belleza del conjunto de la natura-
leza y para beneficio propio del mismo hombre.
Precisamente estas dos cualidades destacaron al comienzo de la Orden cisterciense en pleno
Medioevo. La naturaleza “selvática”, pujante de vida, reclamaba un mediador para devenir
“cósmica” (bella, adornada y armoniosa). Un mediador o mediadores que fuesen “sabios e
inteligentes”1. Y así llevaran los gérmenes de la creación hacia su consumación en una plena
liberación de belleza.
Esta sabiduría les hace descubrir una dimensión sacramental en la misma realidad les en-
vuelve y que utilizan, en virtud de las energías comunes entre las diversas realidades y el hom-
bre. El hombre tiene una semejanza con toda criatura, que existe en las piedras, que vive en
las plantas, que siente en los animales, que piensa en los ángeles. Cada función se asocia a uno
de los grados de la creación, y el hombre participa en el orden universal según un lugar privile-
giado.
Esto supone la “ley de la naturaleza”, sus decretos, las órdenes que prescriben las cosas. Pe-
ro estas órdenes formales pueden infringirse; en eso consiste justamente la “lamentación de la
naturaleza”, porque el hombre ha pervertido las disposiciones que había tomado en vistas a la
reproducción de la energía de la vida.

La domesticación del espacio, un estilo de ecología integral


Todo cisterciense medieval, radicalmente localizado en su proyecto de libertad y madurez,
transige, desde que adopta su opción libre de compromiso, con un ideal de vida eremítica en
principio mal concordado con las realidades demográficas políticas y sociales del tiempo. Pero
es un espacio real en el que las horribles y vastas soledades son un recuerdo aleatorio. Ellos
trataron de alimentar la ilusión de la naturaleza virgen y de sustentar el sueño del desierto a
través de una verdadera poética del espacio.
Raramente el sueño cisterciense habrá tenido más dominio sobre la realidad que en esta
tentativa de resurrección de una naturaleza enajenada por el hombre. Al lado de esta utopía
ecológica grandiosa, las demás referencias a la vida del desierto parecen completamente pue-
riles y de poca monta. Porque para los cistercienses el desierto de los Padres del antiguo mo-

1
Llama la atención la personalidad sapiencial de los fundadores cistercienses, nobles por su virtud y por los dones
de la gracia (magnis suae gratiae muneribus illustravit, viris illustribus nobilitavit). Hombres de gran sabiduría y
profundamente inteligentes (viri nimirum sapientes, altius inteliigentes) (Exord.Cist I,3).
2

nacato es el bosque selvático y caótico del suelo europeo, que ellos pretenden armonizar o
racionalizar2 como símbolo de su trabajo ascético.
Esta domesticación racional del espacio suscita tres tareas en vistas a la libertad integral de
la persona:
- Armonización del sitio. Es lo más elemental. La pauta clave y única es la distribución
del agua que atraviesa el dominio adoptado, tan necesario para montar la vida comu-
nitaria como ya hemos dicho. Siempre será el agua el primer elemento como empeño
arduo de racionalización del lugar.
- Armonización de tareas. Concierne a los actos esenciales de la vida monástica. El ora-
re et laborare et legere, se corresponde con los lugares precisos, distribuidos para
adaptar los volúmenes espaciosos tales como el claustro y el capítulo, el locutorio, el
calefactorio, el refectorio, la cilla, la cocina y el dormitorio.
- Armonización de personas. Si el monasterio no lo ocupa más que una sociedad res-
tringida, esta sociedad, verdadero microcosmos ciudadano, reasume la diversidad del
mundo y de la sociedad. Para san Bernardo es un destello de la Jerusalén celeste,
símbolo también de la virtud del ánima colectiva en su equilibrio psíquico y moral,
adornada con las cuatro virtudes cardinales, como las cuatro murallas y ángulos de la
ciudad apocalíptica. Verdaderamente, la concepción funcional del monasterio y su or-
ganización social son indisociables de su dimensión mística.

Como polis, o ciudad ideal3, el monasterio cisterciense responde a todas las necesidades de
una sociedad racional y ordenada. Como el espíritu en la carne, el monasterio se levanta en
medio de un calvijar, en donde la naturaleza vegetal es laboriosamente domesticada, arranca-
da a su turbulencia y a su somnolencia4. Desde el comienzo del Medioevo, conjuntos compa-
rables a grandes ciudades se habían organizado, como Sant Gall, entre otros monasterios, en el
interior de las murallas. Cuando la norma cisterciense se define, cinco siglos de experiencia
benedictina ya habían creado formas de urbanismo monástico de lo más diversificado. En su
clausura el monasterio cisterciense se presenta como un conjunto coherente y completo, una
obra de arte en el control del espacio y en organización social.
Instalados los sabios mediadores de la naturaleza en un calvijar rodeado de una selva caóti-
ca, comenzaron sabiamente a trabajarla, no para explotarla y depredarla. Llovían las donacio-
nes de terrenos en una economía de regalo que se transforma en economía de beneficio. De
ahí se extraen las energías ocultas en elementos minerales dentro de las minas, en las energías
fluyentes, hidráulicas y eólicas, en sujetos vivientes, plantas y animales. La Orden al crear la
institución de los Hermanos Conversos, configuran definitivamente el monasterio-tipo cister-
ciense a modo de pulpo en el mar de este mundo; un pulpo con su cuerpo, el monasterio pro-
piamente dicho; y con sus tentáculos, las granjas que extraen las energías naturales y vitales
para la supervivencia del cuerpo.
Revolución agrícola
Los cistercienses contribuyeron como nadie en la durmiente sociedad europea del siglo XII al
aprovechamiento de la energía hidráulica y a la promoción de la llamada revolución agrícola5 y

2
Cf. M.B.BRUUN, The Cistercian Rethinking of the Desert, en Citeaux 53 (2002) 193-211; J.LE GOFF, El desierto y el
bosque en el Occidente medieval, en Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval, Barcelona 1991, 25-39.
3
Ver ELREDO, STemp.2: Observémonos en nuestra ciudad. Amurallada ciudad es nuestra Orden, fortificada por todas
partes con buenas observancias como si fueran muros y torres para que no nos engañe nuestro enemigo ni nos
aparte del ejército de nuestro Emperador. Ver también TH.RENNA, The City in early cistercian thougt, en Cîteaux 34
(1983) 5-19.
4
Cf. G.DUBY, L’Europe au Moyen Âge, Saint Amand, Flammarion 1984, 83.
5
Cf. L.CHAMPIER, Citeaux, ultime étape dans l’aménagement agraire de l’occident, en Mélanges Saint Bernard, Dijon
1953, 254-261 ; J.GIMPEL, o.c. 43-54.
3

sus derivados, como la calidad de los terrenos, las variaciones del clima. Serios estudios han
probado que el clima en el continente europeo e incluso en las Islas Británicas, atravesó un
período de sequía en torno a comienzos del siglo XI. El período seco y cálido desempeñó un
papel determinante en la reducción de los bosques que cubrían hasta el momento gran parte
del continente. El análisis del polen muestra que el crecimiento de los bosques se detuvo en
algunas regiones. Esta disminución permitió roturar con menor dificultad y utilizar el viejo ara-
do romano, para el cultivo de cereales. Los cistercienses supieron aprovechar la ocasión y ex-
traer el máximo rendimiento en sus granjas a través de los hermanos conversos mediante el
talado de árboles, el drenaje del terreno y la roturación de millares de hectáreas de bosque y
de monte bajo.
Por otra parte, en las Islas Británicas los monjes se especializaban en cría y explotación del
ganado vacuno y lanar6, trasladando sus productos al continente mediante sus propios barcos.
En algunas regiones flamencas y germanas, los cistercienses cubrían los terrenos de vides y
cultivaban el mejor vino para la exportación, también con sus propias embarcaciones a lo largo
del caudaloso Rin, sobre todo hacia Colonia7. El activo comercio vinícola suplantó, en estas
zonas del corazón de Europa la explotación del cereal. Ya desde los comienzos, el llamado
“Nuevo Monasterio”, fue agraciado desde el comienzo de importantes viñedos que la comuni-
dad supo explotar. Ante tal oferta y demanda, los monjes desarrollaron notables técnicas de
viticultura y vinificación a lo largo del siglo XII e incluso del XIII. La dedicación a estos meneste-
res no era del todo ajena al espíritu benedictino. La misma Regla de san Benito permite a los
monjes beber con moderación8.
De la tala de bosques extraían la madera, útil para diversos usos como también para el mer-
cado; y de la lana y las pieles de animales elaboraban los monjes sus propias vestimenta y su
calzado, y también servían para su venta externa9.
Hablar de actividad comercial10 es mencionar mercados, forum, y ferias, nundinae. A los
mercados acudían con sus productos, sarcinae, a veces de lejos. Pensemos en los medios de
transporte marítimos de monasterios irlandeses, ingleses y galeses. Para asegurar sus mer-
cancías se procuraban ya un derecho de naufragio ante posibles tempestades en la travesía
marítima. Esta especie de seguros eran públicos y conocidos para los monasterios galeses de
Titern, Neath, Margam y Aberconwy; y en el caso de naufragio tenían el derecho de ser soco-
rridos y rescatar, en la medida de lo posible, las mercancías11. Normalmente los monasterios
tenían ya sus puestos concretos de venta en las ciudades en donde mercadeaban los conver-
sos. Si los monasterios galeses llevaban sus productos a la cercana capital de Bristol; los con-
versos de Heiligenkreuz, a Viena. Todavía un plano mercantil de la ciudad de Colonia, de 1571,
muestra los puestos que tenían los conversos de los monasterios de Altenberg, Eberbach y
Kamp12. Normalmente se permutaban los productos, y se llegaba a formar una clientela

6
Cf. G.CARVILLE, Economic Activities of Cistercians in Ireland, en Citeaux 22 (1971 278-299; J.GIMPEL, o.c, 54-65.
7
Lo mismo podíamos referirnos al aprovechamiento por parte de los cistercienses portugueses del caudal del río
Duero en su último tramo por tierras lusitanas. Ver A.J.MORAIS BARROS, Os Mosteiros de Cister e o aproveitamento do
Douro, en Actas del IX Centenario de la fundación del Cister. II Congreso internacional sobre cister en Galicia y Por-
tugal Vol IV, Ourense 1998, 2059-2077; también el trabajo colectivo, Cister no vale do Douro, Porto 1999.
8
Ver RB 40. A pesar de estas advertencias, los riesgos en los que se ocupan en estas ocupaciones suscitaron la
máxima preocupación del Capítulo General de la Orden, celebrado en 1237: Se prohíbe el uso de bebidas fermenta-
das durante el período del año que abarca desde el primer domingo de Adviento hasta el domingo de Pascua. Por-
que en las granjas sobre todo, había hermanos alcoholizados, que había provocado ya todo tipo de excesos, reyer-
tas e incluso asesinatos.
9
Cf. W.RIBBE, Die Wirtschaftstätigkeit der Zistercienser im Mittelalter: Agrarwirtschaft, en Die Zisterzienser o.c. 203-
215.
10
Cf. M.MAYR, Die Wirschaftsfürung der Zistercienser im Mittelalter und das Konzept der strategischen
unternehmungsfürung en AnalCist 54 (2002) 217-245.
11
Cf. D.H. WILLIAMS, o.c. II, 330-331.
12
Cf. W.SCHICH, a.c. 227.
4

humana específica por los frecuentes contactos, a veces fustigada duramente por los capítulos
generales. Las nundinae, o ferias de mercados, llegaban a ser acontecimientos incontrolables
con repercusiones en los comportamientos personales de los mercatores13. El Capítulo General
estuvo seriamente inquieto por los problemas ocasionados a la Orden en los mercados14. San
Bernardo entendía la preocupación de este sector mercantil y escribe una de las más hermosas
parábolas con el propósito de que no se descontrolara y, de alguna manera, intentaba evange-
lizarlo: El reino de los cielos se parece a un monje comerciante que, al enterarse de la apertura
de un mercado, preparó su mercancía para exponerla en la plaza15. En este párrafo introducto-
rio Bernardo expresa las cuatro palabras claves del comercio: monachus negotiator, nundinae,
sarcinae, forum. E inmediatamente después la tensión “vender-comprar” (vendere-emere).
Es necesario estudiar sabiamente el lugar en donde se implanta el monasterio, el corte de
los terrenos, la calidad del suelo, el clima, el impacto de la luz solar y de los vientos, la pluviosi-
dad y la humedad. Terrenos aptos para cría de ganado y la producción de lana, como en la
mayoría de los monasterios anglosajones y escandinavos; y suelos específicos para el cultivo
del grano y cereales, como en la meseta castellana y en concreto parcelas disponibles para el
cultivo de la vid, abundantes y frecuentes en el corazón de Europa a lo largo de la ribera del
Rin, en la región de Borgoña, como podemos advertir en las donaciones de los comienzos de la
Orden, en tiempos del abad Esteban Harding para el monasterio de Cister, como el viñedo de
Mersault que regala el duque Eudes al mismo Roberto en 1098, o la donación de Gilly16.
El vino, es a lo largo de la Edad Media, la bebida por excelencia de Occidente, siendo here-
dero de la civilización greco-latina, como auténtico regalo de los dioses, y primer símbolo cris-
tiano, expresión de libertad, nobleza y riqueza; de bienestar, de urbanidad, fuente de salud y
tonicidad, salario, regalo, objeto de fiestas pública y privada. Implica de suyo una bidimensión
sacramental, más marcada que ningún otro producto. La gente sencilla sin viñedos, bebedores
de ale, de cerveza y de sidra, sueña con el vino. Y sólo, los muy pobres, los penitentes forzados
o libres, hacen del agua su bebida diaria.
Los vinos medievales ofrecen una gran diversidad. En primera instancia por su color. Los
blancos abundaban más; se elaboraban sobre todo en las regiones septentrionales, por pren-
sados sobre todo de la cosecha blanca y a veces de racimos negros, por cepas blancas y negras
que ocupaban una misma parcela. Luego, la fermentación lenta del mosto en pipas de poco
calibre. Un procedimiento distinto permitía obtener vinos más o menos rosados a partir de
sólo racimos negros, pisados en cubas donde el mosto macera poco a poco en su marco. Rápi-
damente extraído y encubado, da un vino rosado tirando a pálido, el llamado “ojo de perdiz”.
Al famoso clarete que dio reputación al bordelés y a muchos lugares del viñedo francés. Una
fermentación prolongada deja colar el vino rosado, producto en excelencia de las regiones
mediterráneas y más tarde en Borgoña. A los vinos de lágrima que se elaboran utilizando el
mosto que se obtiene de una primera prensada en la bodega. Son vinos ligeros y generalmente
con menor grado alcohólico. La pensada a la que nos referimos generalmente carece de ele-
mentos mecánicos y en caso de utilizar máquina, se realiza un prensado muy ligero. Es la pre-
sión de unos racimos sobre otros y la gravedad la que realizan esta tares para obtener el mos-
to. Se les conoce también como vinos de yema. Los vinos de licor muy azucarados y fuertes en
alcohol estaban aparte; salidos en el Sur de Italia de cepas viejas, llegan al litoral portugués y
andaluz de cepas orientales, desarrolladas a finales de la Edad Media. Se les llama moscatel o
garnacha, con alto nivel de azúcar, y se comparan a la malvasía y al vino de Chipre, y solía be-

13
Inst.Gen.Cap. LIII: Periculosum quidem est minusque honestum religiosis frequentare nundinas nominatas; sed
quia paupertas nostra hoc exigit, ut de rebus nostris vendamus vel necesaria emamus, quibus talis incumbit necessi-
tas potuerint ire ad mercatum vel nundinas, non tamen ultra tres dietas vel ad plus ultra quattuor; nec plures de
monachis vel conversis quam duo de una abbatia…
14
Stat.1157, 35: Multa de mercatoribus nostris querela est, multa confusio.
15
Ver la parábola completa en OCSB VIII, 486-499.
16
Cf. J. MARILIER, Chartes et documents concernants l’abbaye de Citeaux, Roma 1961, 52, 63.
5

berse en pequeña cantidad al final de la comida como cordial. Pues el vino se diversifica tam-
bién por su gusto y sus propiedades.
Hasta el siglo XIV la clientela afortunada, principalmente las de las regiones importadoras
del Norte de Europa, ha preferido los vinos blancos, ligeros, frescos, algo ácidos y de buena
compostura, como los claretes; pasaban por convenir a estómagos caldeados por una rica ali-
mentación en carne, y para estimular y alegrar el espíritu. Más tarde, los vinos tintos más car-
gados en alcohol, más cálidos, hacían su aparición en las mesas aristócratas y principescas,
mientras que los laboratores calmaban su sed desde hacía tiempo con vinos tintos muy medio-
cres e incluso con los llamados “peleones”, pero que animaban la sangre y estimulaba las
energías. Crudo reputado o producto modesto, el vino se bebe joven, pues se conserva mal de
un año a otro. Muy pronto los toneles abandonan las cillas y son objeto de un intenso tráfico
local y regional, utilizando con frecuencia las redes fluviales, aunque no rehúsan a veces las
rutas terrestres. Un comercio internacional se teje en vinos de calidad el conjunto de países
del Norte.
Zonas vitícolas y éxito de mercado cisterciense
El éxito el vino ha favorecido la economía de mercado. Cada año el abastecimiento de gran-
des consumistas engendraba un intenso movimiento comercial en los monasterios a través de
vías comerciales y marítimas. Destacando el producto el diversos monasterios.
Así, en el corazón de Europa recordamos el monasterio de Eberbach, fundado en 1136 por
Bernardo de Claraval, como primer monasterio cisterciense en la ribera este del Rin. Aquí se
rodó en el inverno de 1985-1986 una gran parte de los interiores en la película El nombre de la
rosa. A la fundación se le exigía vivir del producto generado por el trabajo de sus propias ma-
nos. Pronto se convierte en uno de los más grandes y activos monasterios alemanes. Bajo la
guía del primer abad, Rutardo, comenzó a prosperar en lo temporal con una importancia con-
siderable. Contó pronto con una docena de granjas, y sobre todo de viñedos, repartidos en
todo el Rheingau, hasta las cercanías de Limburg, al norte, y de Kreuznach, al sur. Desde el
siglo XII el monasterio contaba con una casa en Colonia, con una cilla o taberna, para la venta
de vinos. Los emperadores y los reyes las eximieron de tasas para el transporte del vino, que
los monjes hacían por el Rin, con sus propias embarcaciones. Estos privilegios suscitaron mu-
chos conflictos con la municipalidad de Colonia, que llegó a prohibir la entrada de los vinos de
Eberbach en la ciudad. Pero ante las reclamaciones de los comerciantes, se levantó la prohibi-
ción a los monjes. Colonia era su mercado principal, pero también vendía sus vinos a Maguncia
y a Frankfurt.
Además de los vinos, el monasterio comerciaba harinas, cueros y tejidos. Por lo demás, la
historia de Eberbach ha sido algo dramática. Se produjeron graves desordenes entre los Her-
manos Conversos en 1238(St, 1238,52). Tres años más tarde un converso mutiló gravemente
(enormiter mutilavit) a su abad. Un estatuto del capítulo general ordena detenerlo, y conde-
narlo a prisión perpetua con sus cómplices (St. 1241,19). Tras unos años de calma la agitación
se acrecentó, y esta vez el abad fue asesinado por un converso. Y el Capítulo General prohibió
recibir en Eberbach conversos sin un permiso especial (St.1261,32). Finalmente el abad de
Claraval fue encargado por el Capítulo general de restablecer la paz en Eberbach (St.1290,14).
Sin embargo, los monjes de Eberbach se distinguieron por su devoción y su ciencia, como el
abad Conrado. El escudo del monasterio es todo un símbolo, en él figura un jabalí (Eber) y un
arrollo (bach).
Durante los siglos XII y XIII alberga al menos a 150 monjes y hasta el triple de conversos. La
abadía prosperaba económicamente como resultado de la producción de vino. Aquí se resalta
el viñedo de Riesling, que es una variedad o casta de uva blanca, originaria de la región del Rin,
como uva más cultivada, ocupando el 20.8% de su superficie de cultivo vinícola. Los monjes
cultivaban una tinta como Grobot, la primera variedad de uva registrada en Eberbach. Todavía
6

en 1525 se conservaba un gran tonel, con un volumen de entre 72.000 litros, cuyo contenido
fue consumido por los rebeldes de Rheingau, acampados junto al monasterio, durante la Gue-
rra de los campesinos alemanes. Hoy en día es un lugar tradicional de atas de vinos. Y entre
sus dependencias se encuentran una vinacoteca, como algo más que referencia histórica. Es
digno de visitar la antigua cilla del monasterio, que conserva gran parte de viejos envases. JA-
NAUSCHEK en su clásico Originum Cisterciensium afirma que Eberbach sobresalía entre todos los
monasterios de la región por sus granjas y por su movido mercado17. Quizá no le venía a la
zaga el monasterio de Himmerod, también en esta región renana, y celebérrimo también por
sus viñedos18.
La región suroeste francesa produce el célebre vino bordelés, en cuya comercialización y di-
fusión en la Edad Media destaca el monasterio cisterciense de GrandSelve (Grandis Sylva),
afiliado a la orden en 1144, situada en una región agradable y fértil en la rivera oeste del río
Nardesse, y a una legua y media de la rivera izquierda del Garona. Ya su misma denominación
expresa un drama en tres dimensiones vitales y una solución: Silva, Natura, Homo. Silva es la
confusión primordial, “caos informe, concreción belicosa, rostro descolorido del ser, masa
disonante por sí misma. Aspira a que la turbación sea refrenada, a que lo informe sea formado,
a que el barbecho sea culturizado. Y para emerger del tumulto inicial, reclama numerosos ar-
tesanos. En cuanto a la Natura, es la madre de toda generación, de una operación genésica de
la que la Silva es la infatigable matriz. Es decir, del progreso. Es decir, de la reforma. Ella es
espíritu de iluminación progresiva. El Homo, en fin que es la fábrica prepotente de la naturale-
za. Es el obrero de una fabricación. Todo lo que hace el suelo fecundo por la técnica debe con-
sumarse en un embellecimiento del mundo
Pasa por ser el monasterio más importante del mediodía francés. Se decía que llegó a contar
con unos 800 monjes. Cifra, al parecer, exagerada; aun contando todos lo residentes del mo-
nasterio y de las grandes. Lo bienes raíces e inmobiliarios de Grandselve se repartían en una
extensión inmensa19, una dimensión de 240 km que separaba la abadía del puerto aquitano,
testigo de una importante actividad comercial, transportaba al mediterráneo, aceite y sal. Y
hacía llegar anualmente a Burdeos, donde poseía bodegas, una enorme cantidad de barricas
de vino producido en el territorio gascón y destinado a las mesas de los reyes de Francia y de
Inglaterra. Este tráfico fluvial fue facilitado por el control del puerto de Verdún. Fundó el cole-
gio universitario de san Bernardo en Toulouse, y en España el monasterio de Santes Creus (Ta-
rragona). Durante más de un siglo, el desarrollo de la abadía de Grandselve fue sobre todo
cuantitativo: arpendes, granjas, cosechas, que se multiplicaban. En el siglo XII se desarrollaba
en una amplia parte de Europa una economía de intercambios, incidiendo en algunos produc-
tos muy reclamados, como la lana y el vino, que la abadía producía. Era un autentico sistema
económico realizado, gracias a la diversidad de actividades agrícolas y a la extensión geográfica
sobre grandes ejes de comunicación. Todos estos factores provocaron la inserción en una eco-
nomía de relación a lo largo de vías comerciales privilegiadas, como el río Garona.
Dos mercados acogían el vino producido por las viñas de GrandSelve: el de Toulouse y el de
Burdeos, esta ciudad facilitaba también su puerto marítimo para el envío del vino a otras re-
giones.
Uno de los sesenta monjes que contaba la abadía en 1306 ejercía el oficio de vinaterius,
probablemente encargado a la vez de la gestión de los viñedos y del comercio de sus vinos. En

17
… disciplina, industria, eruditione, nemorum vitiumque cultura, praestatissimis grangiis et amplissima mercatura
ómnibus suae regionis monasteriis praecellebant… (Originum Cisterciensium, Vindobonae 1877, 21)
18
Ibid, 31:…Adhuc in finibus orbis terrae nominabitur locus hic; venture enim sunt quidan servi Dei, qui in hac
solitudine vitam asperam ducendo regnum coeleste merebuntur, per quos etiam terra haec santificabitur et de habita-
tione hac narrabunt omnes populi”, de la carta de fundación.
19
Cf. M. MOUSNIER, Les granges de l’Abbaye cistercienne de Grandselve (XII-XIV siècles), en Annales du Midi,
1983, 7-27.
7

1306 aconteció la transacción capital entre la abadía y el senescal de Gascuña a propósito de la


exención de la costumbre en Burdeos. Se había acordado en adelante que cada año podría
hacer llevar sobre el Garona al puerto de Burdeos 300 toneles de vino bordelés de sus propias
viñas sin pagar aduana. Eso supone que en Burdeos existían establecimientos, bodegas y “ta-
bernas” de Grandselve ocupadas por monjes y conversos, que explica la legislación preocupan-
te de la Orden, ya en los estatutos de 113420.
Finalmente la última región que quiero destacar en importancia de los vinos cistercienses es
la región del Franco-condado, incluidos los vinos de Borgoña, a los que contribuyen las prime-
ras donaciones de viñedos a los primeros monasterios de la Orden, como Cister y Claraval.
Los monasterios de la península ibérica ciertamente no pueden competir con esos dos colo-
sos europeos, como Ebarbach y sobre todo GrandSelve, por motivos obvios; todavía se vive un
clima de Reconquista, y no se dispone tan penamente de la misma amplitud de explotación y
enriquecimiento del lugar. Los reyes utilizan a los monasterios para repoblar y, además, para
afirmar sus intereses políticos en zonas de litigio, pero ésta no es su misión fundamental, aun-
que fue la causa de la fundación de varios monasterios. Situar un monasterio en territorios
fronterizos disputados era un fuerte elemento de disuasión para cualquier monarca cristiano;
por la misma razón los monarcas navarros o aragoneses deseaban ganarse con donaciones la
voluntad de los monasterios castellanos próximos a sus fronteras.
Dividimos los monasterios hispánicos en dos vertientes, importantes para nuestra conside-
ración vinícola; siempre al amparo de los ríos porque siempre al amparo de los ríos desarrollan
una importante riqueza vitícola relativamente variada; sin duda contagiada por los contactos
de los abades hispanos con los abades franceses y germanos en los Capítulos generales, de
donde pudieron traer incluso interesantes esquejes de cepas para implantarlas en sus domi-
nios. En la vertiente atlántica hay peculiaridades notables. Así en las regiones galaicas, casi la
totalidad de los monasterios procedían de la filiación de Claraval, estaban potenciados además
por las comunicaciones del Camino de Santiago, disponían de un patrimonio mayor al de los
castellanos, hasta el punto que en pocos años consolidaron sus inmensas propiedades21. Estos
monasterios dedicaron una parte muy importante de sus tierras al cultivo de la vid, sobre todo
en el tramo del valle del Miño comprendido entre las confluencias del Sil y del Avia, término
que hoy sigue produciendo los vinos del Ribeiro. Cuya extensión cubre los parajes de los mo-
nasterios de San Clodio y Melón, teniendo como centro la población de Rivadavia. Precisamen-
te a mediados del siglo XIII ya era importante el comercio de vinos promovidos desde Ribada-
via, y extendido hasta Porriño y Vigo, buscando salida incluso al mar. En esta actividad comer-
cial fue decisiva la presencia de la judería en Ribadavia. En el siglo XVI se cosechaban unos tres
millones de arrobas, de las cuales 400.000 se consumían en las zonas de Santiago, Lugo, La
Coruña y Betanzos. Otra parte importante se exportaba a Inglaterra a través de las balsas que
circulaban por el Miño. En la cuenca del Avia también tuvo viñedos el monasterio de Sobrado.
Estos vinos se caracterizan por una alta acidez y moderada graduación, debido al clima atlánti-
co, fresco y de elevada pluviometría.
En el corto cauce del río Umia se da un género de uva, aportado quizá por los monjes del
monasterio de Armenteira con esquejes traídos de Francia, según tradición inmemorial, y que
da origen al vino Albariño en la zona de Cambados, Pontevedra; y cuya denominación proviene
del claravalense río Alba, que dio el nombre al monasterio de la región conocido como Albari-
pa (Auberive). Más abajo, ya lindando con Portugal y la costa del Atlántico, en el llamado valle
del Rosal, limitando al norte con Bayona, en un excelente microclima, domina el vino también
llamado del Rosal, cuyo gran protagonista es el monasterio de Oya, afiliado a Cister en 1149 a

20
CH. HIGOUNET, La maison et le chais de l’abbaye de Grandselve à Bordeaux, en Mélanges `la mémoire du père
Anselme Dimier, Arbois 4, 1984, 697-699; M. MOUSNIER, L’Abbaye cistercienne de Grandselve du XII s. au debut du
XIV siècle,en Citeaux. Commentarii cistercienses 34, 1983, 53-76; 221-244.
21
Cf. E. PORTELA SILVA, La colonización cisterciense en Galicia, Santiago de Compostela 1981.
8

través de Claraval. Monasterio asentado entre el océano y la montaña, y limitando al norte con
Bayona y al sur con La Guardia, franja muy estrecha, pero que no le impidió ampliar sus pose-
siones, sumando a su primitivos medios como la pesca y la cría de caballos, con la adquisición
de viñedos y la creación de una flota marítima con la abundante madera de sus bosques, dila-
tando así su actividad comercial en la exportación de vino en barricas y cubas de maderas
autóctonas, por el puerto de Bayona. El gran interés por aumentar sus posesiones en el valle
del Rosal respondía al descubrimiento por parte de los monjes, de la capacidad que tenían
estas tierras para la producción de vino.
En la Meseta toda una explotación y comercio se desarrolla en la cuenca del río Duero, aglu-
tina también los monasterios portugueses. Desde quizá la zona comprendida en torno al mo-
nasterio de Valbuena en la provincia de Valladolid, que poseía grandes posesiones dedicada a
la producción e cereales, base de la alimentación, a viñedos y a pastos para la numerosa caba-
ña que poseía el monasterio. En los contratos de arrendamiento el monasterio se reservó la
explotación de las viñas que se hallaban próximas a los edificios monacales; y sobre todo tenía
una predilección especial por los vinos de Olivares, el vino predilecto de los monjes. Además el
vino formaba parte de las rentas que se debían pagar al monasterio. Cantidad que se fijaba por
cántaras. Uno de los grandes aliados que tuvo Valbuena en la comercialización del vino fue el
caudaloso río Duero, por el que las barcas transportaban el vino sin riesgo de derramarse. Los
tres vinos más conocidos, todos ellos tintos, son los de Vega Sicilia, los tintos de Peñafiel y los
de Pesquera. Hay que decir que el clima es continental, aunque los montes que encarnan el
valle del río protegen las vides del aire frío del norte. El suelo es arcilloso-calcáreo en las partes
altas de las laderas, arcilloso-ferroso en la parte media; pero en las tierras próximas al río, se
ha cambiado la vid por la remolacha y la patata. Por su parte el monasterio vallisoletano de La
Espina fue el verdadero creador de la zona vitivinícola conocida tradicionalmente como Tierra
de Medina o, en nuestros días, como comarca con la denominación de origen de Rueda. Las
vides de Tierra de Medina son muy bajas y están completamente enterradas durante gran
parte del año. Al llegar la primavera echan tallos sobre la misma superficie del suelo. Están
muy separadas unas de otras, a veces la separación es superior a tres metros. Suele abundar la
variedad Verdejo, de gran calidad, con exquisito paladar y alta graduación alcohólica, fácilmen-
te llega a superar los 13º.
Siguiendo el curso del Duero, ya en tierras de Zamora, el cauce se acrecienta con las aguas
recibidas de su afluente el Esla, en cuya zona se asiente el célebre monasterio de Moreruela,
fundado hacia 1143, pero que consigue su máxima expansión hacia 1230, alcanzando sus do-
minios por el norte hasta León, por oriente hasta Valladolid y por el occidente sus posesiones
se internaban en Portugal. El esfuerzo expansivo de mediados del siglo XIII tuvo como objetivo
fundamental la plantación o adquisición de nuevos viñedos y el control de los cauces de los
ríos con el fin de aprovecharse de su riqueza piscícola y de su capacidad para el transporte.
Entre los espacios vírgenes merecen una atención especial los montes, porque, además de
pastos, proporcionaban leña para el fuego, carbón para las fraguas, vigas para la construcción
de las distintas dependencias monacales y tablas para la fabricación de cubas y toneles. El agua
del Esla y de sus canales era vital para la vida en este paraje desértico; aunque no es la fuente
única de su prosperidad. Los conversos extraían sal, tan importante para la conservación del
pecado; hierro, base de la revolución agraria, para fabricación de utensilios en las fraguas del
monasterio. Pero el vino era el alma de una atención sostenida, porque la demanda crecía
constantemente e poblaciones como Toro, Melgar y Benavente. Pero de hecho el monasterios
poseía cillas en los mercados más importantes de la zona, además de las poblaciones mencio-
nadas, cabe reseñar Zamora, La Bañeza, Villalpando, Salamanca, Braganza. El creciente nivel de
vida señorial y la conexión con el Camino de Santiago fueron las fuerzas motrices de este co-
mercio. La cepa tradicional del sudeste de Zamora ha sido la tinta Madrid, con las variedades
de la Garnacha y la Malvasía.
9

Ya en Portugal los monasterios cistercienses incrementan su actividad comercial a través so-


bre todo del río Duero, cómodamente navegable. Se podía establecer aquí un lejano paralelo
con el Rin de Centroeuropa.
En la vertiente mediterránea, cabe mencionar los monasterios que más o menos bordean
los cauces del Ebro y sus afluentes, los monasterios de la ribera de Navarra y Aragón, proce-
dentes aquí de la línea de Morimond, como Fitero, La Oliva, Veruela y Rueda. El vino tiene la
misma importancia que en las restantes regiones, con las diferencias climáticas, y de terreno.
Son vino de mayor graduación alcohólica. La uva que más se cultiva es la Garnacha tinta, que
da unos caldos afrutados, de mucho cuerpo y muy aptos para combinar con el resto de los
vinos obtenidos en las otras comarcas riojanas. En general son vinos inclinados al envejeci-
miento y con factores oxidativos. Las variedades cultivadas son cultivadas son Tempranillo,
Garnacha y Mazuelo para las uvas tintas y para las blancas cuenta con los vidueños Malvasía,
Garnacha, Blanca y Viura. En la Rioja Baja los vinos tienen mayor graduación alcohólica, fun-
damentalmente por el mayor empleo de Garnacha y por ser inferior la pluviometría. Son vinos
afrutados y de mucho cuerpo. La Rioja Alta produce un vino de graduación moderada, aromá-
tico, con distintas matizaciones de color en el tinto y muy equilibrado de sabor. Estos vinos son
muy aptos para su crianza en barricas y reposo en botellas. Pero los vinos que realmente dan
fama a La Rioja son los especiales, los que se llaman de “reserva” o “crianza”, aquellos que han
envejecido durante un año en barrica y reposado después, como mínimo, seis meses en bote-
lla. Los vinos denominados “gran reserva”, cuya crianza en roble es, al menos, de tres años y el
reposo en botellas de uno, en los famosos “calaos” subterráneos. También podíamos aludir a
los viñedos y comercialización de vinos en los monasterios cistercienses catalanes, sobre todo
los de Santes Creus y Poblet, que emplearon procedimientos semejantes con las peculiarida-
des de la región catalana. Así del patrimonio monástico de Santes Creus, a caballo entre las
provincias de Barcelona y Tarragona, hoy goza de la denominación de origen del Penedés.
Ocupa una superficie aproximada de 25.000 ha, y es la comarca vitivinícola más importante de
Cataluña. Una referencia especial merece el vino e la “Conca de Barberá”, en cuyo centro se
halla situada la abadía de Poblet.
Finalmente ya en la ribera del Tajo, como frontera sur de los monasterios cisterciense, me-
rece mención el monasterio de Valdeiglesias, a 62 Kms de Madrid, asentado en el afluente
derecho del Tajo, el Alberche, antiguo centro eremítico que se transformó en cenobio cister-
ciense hacia 1177. Ya desde sus comienzos encauzaron su economía al cultivo de la vid. apren-
dieron la ciencia del vino de sus fundadores, sus hermanos procedentes del monasterio valliso-
letano de La Espina. En muchos aspectos los alumnos superaron a los maestros y consiguieron
una gran rentabilidad para sus caldos. Y hasta que Fernando III les concedió la granja de Alarza,
mantuvieron el monopolio de su único cultivo. Por eso, quizá se convirtió en la verdadera
creadora de esa zona vitícola que se ubica en el valle. En esta región el clima es continental,
con inviernos muy fríos y veranos muy calurosos, con una precipitación anual media de 400
mm. El suelo es arenoso, muy pobre en caliza y rico en arcilla. La uva que predomina, por en-
cima del 80% es la tinta garnacha. El otro 15% se lo reparten la cencibel y la tinta Madrid. Se
elaboran básicamente vinos tintos, robustos, con una graduación entre 14 y 15º. Son muy ricos
en tanino y materias colorantes, afrutados y muy sabrosos de jóvenes, pero rápidamente se
enrancian en toneles.
El “vino” en el interior del monasterio y su repercusión mercantil
Al término de este somero recorrido una pregunta es inevitable: ¿los monasterios eran ri-
cos? Algunos se mantenían en gran holgura; la mayoría atendía desahogadamente a sus nece-
sidades materiales y a las limosnas. Una minoría sufrió agobios económicos permanente o
temporales. En cualquier caso debe abandonarse el mito tan extendido de la opulencia. Los
monasterios cistercienses son ante todo escuelas de compromiso cristiano en una soledad
cenobítica, y no grandes empresas económicas, aspecto que más ha llamado la atención. No
10

aspiran a la obtención de grandes beneficios: sólo pretenden cubrir sus necesidades económi-
cas. Por ello no son explotaciones agrícolas modélicas. El éxito cisterciense se debe a sus bases
espirituales, adaptadas al espíritu de la época en que nacen y su magnífica organización tanto
espiritual como material. Por esto no está exento de problemas y conflictos a nivel interno
sobre todo como reflejan las decisiones de los Capítulo Generales, que afecta al equilibrio y
austeridad que deben predominar la vida monástica. Lo expresamos con respecto al vino.
La Regla benedictina, alma de la vida cisterciense, ofrece dos capítulos paralelos respecto a
la alimentación y a la bebida del monje: De mensura cibus (39) y De mensura potus (40), adver-
tidas por dos vicios también paralelos, la crápula o la satietas y la ebrietas, y controlados por la
parcitas. El legislador Benito es consciente de la tradición monástica respecto al vino. Sabe que
una evolución es innegable. Las primeras generaciones monásticas, incluso en los cenobios, se
ha rehusado decididamente. Aunque, a continuación se ha convertido en un uso universal al
menos en las comunidades a partir de Paladio y Agustín. A medida que avanzamos en el siglo V
la abstinencia completa es una excepción. El mecanismo de esta evolución parece muy simple.
Se ha tomado en consideración el consejo de Pablo a Timoteo. El vino es excelente para la
salud; tiene un temple medicinal. Y la salud es argumento irresistible, cuando el impulso y la
convicción espiritual desaparecen. Por eso, Benito no tiene más remedio, y a su pesar, que
conceder como máximo y no menos de una “hemina” al día, o sea, algo más de un cuarto de
litro22. No deja de ser una medida discreta a repartir entre una o dos comidas. Aunque se
muestra dispuesto a permitir sobre la hemina, otra cierta cantidad, si el lugar, el trabajo, el
calor del verano lo requirieran23. Así, la austeridad benedictina se flexibiliza, aunque parece
engendrada por una especie de primitivismo, de mirada nostálgica hacia los orígenes24.
En la Orden cisterciense la hemina integra también el mixto, ese tentempié que la Regla
prevé a favor de los hebdomadarios o semaneros de cocina, el lector y servidores de mesa,
para que puedan desempeñar adecuadamente su cargo. El mito consiste en un trozo de pan y
un tercio de una hemina de vino. La bebida para mojar el pan recibe el nombre de mixto. Los
hermanos jóvenes y los que acaban de someterse a una flebotomía se les permite igualmente
tomar el mixto por la mañana25.
El problema que el vino presenta a los monasterios proviene de su mercantilización. Las
nundinae, esas ferias detestables en donde con frecuencia se detectan falta de conciencia y
escrúpulos, engañando en pesos y medida. Fenómeno proverbial y clásico en todas las ferias,
como apuntaba ya el filósofo cínico Diógenes Lercio (1,8) respecto a las ferias atenienses: “En
las ferias abiertamente se miente” (. Los 
(mercaderes) ofrecían sus productos en el ágora cada día, durante toda la jornada, en barracas
o chiringuitos, vehículos cargados de cántaros o pellejos de vino, en pleno mercado de frutas,
exhibidos en las mesas (. Solía distinguirse el pequeño comercio (), del gran
comercio (). Los transportes de las mercancías solían hacerse por tierra y por vía marí-
tima (), en este caso bajo la responsabilidad de un armador (). En la Edad
media este transporte pesado recibe el nombre de angaria (gr.  servicio de transpor-
te), muy propio de las abadías que habían creado una extensa y compleja red de comunicacio-
nes, para transportar, vino, grano, sal, harina e incluso cerdos. Mientras que en la venta de
pequeños comercios se servían de tenderetes (), almacenes de venta,
boticas o barraca, hechas de juncos, cañas o tela (, tentoria), montadas en las calles más
concurridas, desde donde el mercader gritaba sus productos. Se montaban y desmontaban en
la jornada. Recibirán el nombre de “tabernae”, cuando las instalaciones se vuelven más con-
22
Entre los romanos se tomó la medida del vino de la vasija, el , la vasija para sacar agua, una taza con un asa
especial. Con ella se vertía el vino el ánfora a los vasos: seis cyathi era una hemina, algo más de un cuarto de litro.
23
Ver, I. Herwegen, sentido y espíritu de la Regla benedictina, (pro manuscrito)
24
Cf. A.DE VOGÜÉ, La Règle de saint Benoît VI, SCr. Paris 1971,1142-1169.
25
Cf. Ecclesiatica Officia 73; Consuetudines L (Guignard 263): Adolescentiores fratres quibus diebus ieiunorum
mixtum sumere conceditur, Semper ante tercian illud summant.
11

fortables y espaciosas. Existía en Roma en el siglo IV, un corpus tabernariorum, dividido en


pedaturae (espacios o extensiones de un paso), que comprendía todos los géneros de taber-
nas. Muchos de sus productos se contienen en ánforas, y se adornan de reclamos; a veces en
la misma fachada de las tabernas, como la célebre panadería de Hostia: “veni, eme, vade”. En
una taberna vinícola se encontraba el mercator vinarius. En la Edad Media este comercio al por
menor se denominaba scara (germ. schar, grupo, posiblemente contingente o unidad de sol-
dados en el ejército carolingio). Además aquí era donde se facilitaba información sobre pro-
ductos, se mantenían acuerdos, y donde compra-vendía los paisanos o campesinos.
En el Medievo cisterciense no varía en absoluto este proceder greco-romano, incluso con
sus peligros de abusos y mentiras, en la fijación de precios. Porque ya entonces ”el dinero hac-
ía al hombre (), y se pretendía acumular capital. A veces el negotiator (en grande)
se distinguía del mercator, propiamente dicho.
Ya desde el comienzo el monasterio de Císter pretendió controlar los precios justos del
mercado, consultando con ocasión de las ferias de Troyes a la acreditada escuela rabínica de
Rashi. El mercatum, asamblea de compra-venta, de intercambios y prestaciones, a veces de
altos niveles mercantiles y de complicadas operaciones requieren meticulosidad moral. Las
ventas de productos requerían un alquiler de un puesto y el pago de tasas. La primera versión
del Estatuto LI (Inst.Gen.Cap) parece que permite la venta y la compra en ferias o mercados.
Una segunda versión prohíbe la venta de mercancías. Se van fijando las condiciones de asis-
tencia a las ferias: prohibición de superar tres o cuatro días. Además ningún abad enviará más
de dos monjes o conversos.
Los mercatores, monjes o conversos, que se aplicaban a comprar o vender, en ferias y mer-
cados públicos son un rompecabezas para el Capítulo General. En las Instituciones estos per-
sonajes son objeto de quejas. Ya en 1134 (St 51) se dice que multa de mercatoribus nostris
querela est, multa confusio. Y el Capítulo General legisla lo mejor que puede ante este mal
necesario. Declara que se vaya a las ferias para comprar algunos productos, pero que no se
venda nada. Nuestros productos deben venderse en otra parte, pagados en especie y no con
otras mercancías que luego se vendieran en otro lugar.
Una de las salidas del vino es el establecimiento en las tabernas de las poblaciones, pero con
control. En principio hay que buscar un vendedor seglar, que no sea monje ni converso (Inst.
54), y no se debe vender el por menor, extrayendo directamente de la cuba por la espita
(Inst.LI). Aunque posteriormente este artículo demasiado estricto se modifica, y puede vender-
se en vino a particulares (ad broccam). Pero se precisa que ningún monje o converso pueda
residir en la taberna, comer o dormir mientras esté abierto de mercado (St. 1182 6). El capítulo
General de 1183, 14 llama la atención y amenaza al abad, cillerero y otros oficiales que descui-
den la observancia de lo preceptuado en 1182, con seis días de ayuno a pan y agua, que no se
beba vino en las granjas. Bien que muchos abades se toman la liberal libertad de un encuentro
feliz en una etapa de llegada al Capítulo General, esquilmar la cilla de vino, accipiendi immode-
rate aggravent domos de los monasterios que les reciben (St. 1182,1). Y a veces encima requie-
ren un suplemento de almuerzo, quizá por la fatiga del viaje (St. 1189/4) un suplemento de
almuerzo. También esto se denuncia como un abuso. A veces la obsesión por el vino ocasiona
graves deudas. En tal caso, los respectivos abades deben ser castigados (St.1181,7). Por lo de-
más el vino requiere tal férreo control que provoca la creación de un cargo novedoso el “cille-
rero menor”26, asistente del gran cillerero, que se encarga de la cilla. Hay en principio una sen-
tencia irrevocable de no beber vino o cerveza en las granjas de algunas provincias firmiter te-
neatur. Por eso, los que quebrantaran, serían excomulgados como conspiradores. Pero alu-
diendo al St. 184,15, sabemos que en algunas regiones se había permitido y tolerado desde

26
Cellarius minor clavem habeat cellarii, et vinum distribuat ubi necesse fuerit, et i indiget solatio, administretur ei
(a. 1195,7).
12

hacía mucho tiempo disponer de vino o de sidra en las granjas, costumbre ya inapelable. Tanto
es así que, poco a poco se ha filtrando esta costumbre en algunas regiones. Al final remedio
con remiendo: se permitirá también en las granjas beber vino, pero en tal caso se administrará
sólo un plato al día, y aguado27.
El vino en el monasterio se guardaba en la cilla, mantiene su asociación a los misterios, que
quizá por eso también recibía la apelación de “apotheca”; en la terminología greco-romana era
un lugar en la parte superior de la casa romana, donde se colocaban ánforas de vino. El local se
situaba a propósito encima del fumarium, para que el humo contribuyera a madurar el vino y a
mejorar su gusto (HORACIO, Carmina III,8). Simbólicamente esta maduración sosegada en la
apotheca es la que simboliza la energía espiritual del vino en el Espíritu Santo28, como lo qui-
siere expresar san Bernardo en la fiesta de Pentecostés: “Estaban bebidos, pero no de un vino
ordinario. Estaban ebrios, repito, pero del vino nuevo que los odres viejos no merecen ni pue-
den contener. Este vino es fruto de la Vid celestial, un vino que alegra el corazón y no trastorna
la mente; un vino que desarrolla a los jóvenes y no extravía a los hombres inteligentes. Un vino
desconocido para los habitantes de la tierra. En el cielo siempre había sido abundante; no lo
tenían en odres ni en vasijas de barro, sino en bodegas y dispensas espirituales (in cella vinaria,
in spiritualibus apothecis). Por todas las calles y plazas de la ciudad corría este vino que llena
de alegría el corazón y no excita la lujuria de la carne. Pero los nacidos en la tierra y los huma-
nos lo desconocen por completo” (3,1).
El vino asociado a la sabiduría verdadera, bebido en las apotecas espirituales, “donde no hay
nada en todos los tesoros de la sabiduría (in omnibus apothecis sapientiae) que el Señor Dios
de la sabiduría piense privar a los ávidos de la verdad”29. Esa apoteca, es propiedad del Esposo,
el cillerero del monasterio, el que tiene la llave de la cilla: “Me introdujo el rey en su bodega.
Pero cuídate de gloriarte de ti, sino del Señor. Porque yo diría que no todo don, aunque sea
espiritual, procede de la bodega del vino (de cella vinaria). El esposo tiene otras bodegas y
dispensas (cellae vel apothecae) que guardan ocultos (recondita) otros dones y carismas, con-
forme a la riqueza de su gloria30.
El vino cubre las cuatro dimensiones del claustro en su simbología, en el norte, por la iglesia
con la celebración litúrgica de la eucaristía, frente al sur del refectorio, en las refecciones, con
la dimensión sapiencial de su bebida asociada a la lectura y escucha de la Escritura, en el oeste
de la cilla, guardado en su materialidad, frente al este de la dimensión espiritual de la Escritura
en el armarium, que guarda la Palabra de Dios, los textos de la Escritura, como la palabra inspi-
rada por el Espíritu y fuente de sabiduría.
La economía en la Orden cisterciense se nos muestra en marco creativo, de equilibrio frágil,
pero también como un reto, o más bien una tensión incluyente. El marco creativo es la Regla
benedictina, en lo que entiende como trabajo manual, siempre estimulante, y dinámico. La
Orden fija este trabajo, alma de la economía, en lo que Esteban Harding denominó acertada-
mente como “pobreza fecunda”, que de suyo es un freno ascético a una economía expansiva.
La austeridad, el trabajo y la oración, ensamblados en una equilibrada armonía aseguran la
explotación de recursos y la consiguiente riqueza. Así se mantiene este dinamismo a lo largo
del siglo XII. Pero cuando la economía pierde en control espiritual en su propia dinámica, se
desboca hacia la “avaritia”, es lo acontece a partir del siglo XIII, sumando otros factores como
el desequilibrio personal en el ámbito de los hermanos Conversos, las exacciones frecuentes

27
St 1194,12: “vinum non apponatur nisi prius fuerint adaquatum” (Instituta LI).
28
SCant 16,1: Spiritus Sancti apothecis.
29
SCant 32,8.
30
SCant 49,3
13

de los poderes reales y el nuevo clima teológico- espiritual que se va imponiendo por el pre-
dominio de la cultura urbana31.

31
Cf. W. RÖSENER, Spiritualität und ökonomie im Spannungfeld der Zisterciensischen lebensform, en Cîteaux,
Commentarii cistercienses 34, 1983, 245-274.

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