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Economía de la Transitoriedad Actual

La economía de la permanencia ya no es viable en una sociedad en rápido cambio. A medida que la tecnología progresa más rápidamente y mejora los productos, tiene más sentido económico construir cosas para un uso a corto plazo en lugar de intentar que duren para siempre (párrafos 1.4, 1.5). La incertidumbre sobre las futuras necesidades también hace que sea más arriesgado comprometer grandes recursos en objetos rígidamente diseñados para propósitos inmutables (párrafo 1.1). Por lo tanto
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Economía de la Transitoriedad Actual

La economía de la permanencia ya no es viable en una sociedad en rápido cambio. A medida que la tecnología progresa más rápidamente y mejora los productos, tiene más sentido económico construir cosas para un uso a corto plazo en lugar de intentar que duren para siempre (párrafos 1.4, 1.5). La incertidumbre sobre las futuras necesidades también hace que sea más arriesgado comprometer grandes recursos en objetos rígidamente diseñados para propósitos inmutables (párrafo 1.1). Por lo tanto
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LA ECONOMÍA DE LA IMPERMANENCIA

Lea atentamente los párrafos del texto La economía de la impermanencia de Alvin Toffler
y luego ordénelos lógicamente, siga las pistas que le da el texto.
1.1 Tercero: al acelerarse el cambio y afectar, cada vez, a sectores más remotos de la
sociedad, aumenta también la incertidumbre sobre las necesidades futuras.
Reconocida la inevitabilidad del cambio, pero sin saber con certeza las exigencias
que nos planteará, vacilamos en destinar grandes recursos a unos objetos
fiados rígidamente y encaminados a servir objetivos inmutables. Para evitar
compromisos con formas y funciones fijas, construimos para un uso a corto plazo,
o bien, alternativamente, procuramos hacer productos adaptables.
«Jugamos sobre seguro», tecnológicamente hablando.

1.2 En resumen, el aumento de disponibilidad —la difusión de la cultura de un solo


uso—es una reacción a estas fuertes presiones. Al acelerarse el cambio y aumentar la
complejidad, cabe esperar una mayor difusión del principio de disponibilidad y una mayor
reducción de las relaciones del hombre con las cosas.

1.3 Sin embargo, al acelerarse el ritmo general de cambio en la sociedad, la economía de


permanencia es —y debe ser— sustituida por la economía de transitoriedad.

1.4 En primer lugar, la tecnología progresiva tiende a rebajar el costo de


fabricación mucho más rápidamente que el costo de reparación. Aquélla, es
automática; ésta, sigue siendo, en gran parte, una operación manual. Esto significa que,
con frecuencia, resulta más barato sustituir que reparar. Es económicamente sensato
confeccionar objetos baratos, irreparables, que se tiran una vez usados, aunque
puedan no durar tanto como los objetos reparables.

1.5 Segundo: los avances de la tecnología permiten mejorar el objeto con el paso del
tiempo. La computadora de la segunda generación es mejor que la de la primera y peor
que la de la tercera: Como cabe prever ulteriores avances tecnológicos, nuevas
mejoras a intervalos cada vez más breves, muchas veces resulta lógico,
económicamente, construir para un plazo breve, más que para un plazo largo.
David Lewis, arquitecto y urbanista de «Urban Design Associates», de Pittsburgh, habla
de ciertas casas de apartamentos de Miami que son derribadas a los diez años de
su construcción. Los perfeccionados sistemas de acondicionamiento de aire en edificios
más nuevos perjudica la rentabilidad de estas casas «viejas». Considerados todos
los factores, resulta más barato derribar estos edificios de diez años que repararlos.

1.6 En el pasado, la permanencia era lo ideal. Tanto si se empleaban en la confección a


mano de un par de zapatos, como si se aplicaban a la construcción de una catedral, todas
las energías creadoras y productoras del hombre se encaminaban a aumentar hasta el
máximo la duración del producto. El hombre construía cosas para que durasen.
Tenía que hacerlo. Como la sociedad en que vivía era relativamente
inmutable, cada objeto tenía una función claramente definida, y la lógica económica
imponía una política de permanencia. Aunque tuviesen que ser remendados de vez en
cuando, los zapatos que costaban cincuenta dólares y duraban diez años, resultaban
menos caros que los que costaban diez dólares y duraban solo un año.

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