Álvaro Obregón: Ocho Mil Kilómetros en Campaña
Álvaro Obregón: Ocho Mil Kilómetros en Campaña
Nota preliminar
Obregón, militar, por Francisco L. Urquizo
Las campañas del general Álvaro Obregón. Ensayo de interpretación, por Francisco J. Grajales
Ocho mil kilómetros en campaña
Proemio
Cómo fui simpatizador del señor Madero
La revolución en Sonora
Cómo formé parte del gobierno del señor Madero
Primeras agitaciones de la reacción
Cómo fui soldado
Campaña contra Orozco
Preparativos de campaña
En campaña
Batalla de Ojitos
Batalla de San Joaquín
Cuartelazo en la Ciudadela
En Hermosillo. Ante el gobernador
Creciente indignación en Sonora. Maytorena sigue vacilante
Renuncia y salida de Maytorena
Estalla la Revolución
Preparativos para la lucha armada
Situación de las fuerzas federales
Campaña contra Huerta
Toma de la Villa de Nogales
Toma de ciudad de Cananea
Operaciones del coronel Hill
Promulgación del Plan de Guadalupe
Brutales atentados de Ojeda
Toma de la plaza de Naco
Batalla de Santa Rosa
Sitio de Ortiz y batalla de Santa María
Sobre el sitio de Guaymas
La Revolución en Sinaloa
Regreso de Maytorena a Sonora
Toma de la ciudad de Culiacán, capital del Estado de Sinaloa
Se deja sitiado a Mazatlán y se inicia el avance al Sur
Intromisión de los miembros del creo en favor del gobierno de usurpación
Operaciones sobre las Islas Marías
Conferencia telegráfica con Villa
Combate de los cañoneros Tampico y Guerrero frente a la Isla de San Ignacio
Continúa la marcha
Ascenso del General en Jefe y telegramas cruzados entre éste y el general Francisco Villa
Empréstito impuesto en el Estado de Jalisco
Operaciones sobre Colima
Operaciones sobre Manzanillo
Conferencia telefónica con el jefe federal de Manzanillo
Regreso a Colima, nombramiento de gobernador y marcha a Guadalajara
Conferencia telegráfica con el Lic. Francisco Carbajal
Alarmas en Colima, y avance sobre el Estado de Guanajuato
Marcha a Querétaro y conferencia telegráfica con la Primera Jefatura
El general Iturbe inicia su ataque sobre la plaza de Mazatlán
Comunicación al Lic. Francisco Carbajal e incorporación de Teoloyucan de la vanguardia
Comunicación del Ing. Alfredo Robles Domínguez
Reconcentración de fuerzas en Teoloyucan. Traición de Maytorena. Parte oficial de la
ocupación de Mazatlán
Llegada al campamento de Teoloyucan del Ing. Robles Domínguez, Eduardo Iturbide y
algunos representantes del cuerpo diplomático
Actas y tratados de rendición de la ciudad de México y disolución del Ejército Federal
Entrada triunfal a la capital de la República del Cuerpo de Ejercito del Noroeste
Viaje a Chihuahua y conferencias con Villa
Marcha a Nogales y conferencias con Maytorena
Regreso a México
Conferencia con Mr. Fuller
Continúa el licenciamiento y desarme del Ejército Federal. Entrevista con la Primera
Jefatura
Contestación del Primer Jefe
Parte oficial de la toma de Mazatlán
Preparativos de ejecución y baile obsequiado por el Estado Mayor a los Jefes de la División
del Norte
Comisión al mayor Julio Madero. Negativa de Hill a órdenes de Villa
Salida de Chihuahua y regreso a México
Conferenica con el secretario particular de Villa, y salida de Chihuahua
Conflicto en Estación Corralitos y llegada a Torreón
Conferencia con Robles y Benavides
Llegada a Zacatecas y conferencia con Natera
Acuerdo tomado en junta celebrada en la ciudad de México. Regreso a Zacatecas
La Convención se traslada a Aguascalientes
Empieza la lucha en Naco. Comisionados de la convención para notificar al jefe los
acuerdos y resoluciones de ella
Vacilaciones de Gutiérrez
Se inicia la evacuación de México y la defección de Blanco
Evacuación de la ciudad de México y marcha a Veracruz
Llegada a Veracruz del Primer Jefe. Visita al Fuerte de Perote. Viaje a Teziutlán y regreso a
Veracruz
Instalación en México del Gobierno de la Convención
Carta al general Gutiérrez
Defección del gobernador de Sinaloa y operaciones militares en aquel Estado
Nombremiento de Jefe de Operaciones sobre la capital de la República y circular de éste a
sus jefes subalternos
Campaña contra Zapata, la Convención y Villa
Organización del Ejército de Operaciones. Evacuación de la ciudad de Puebla y defección
de nuestras fuerzas en el distrito sur de Baja California
Situación militar del Ejército Constitucionalista
Visita del Primer Jefe a los campamentos militares sobre la vía del Mexicano
Se inician las operaciones militares sobre la ciudad de Puebla
Operaciones en Tepic y Sinaloa
Proyecto de decreto sometido a la consideración del C. Primer Jefe
Comisionados del Gral. Gutiérrez y rompimiento de éste con Villa y su huida de la ciudad
de México
Derrota de los reaccionarios en Guadalajara, inflingida por los generales Diéguez y Murguía
Avance sobre la ciudad de México. Combate en Irolo y ocupación de aquélla
Suspensión de hostilidades en Naco
Hostilidades del clero, comercio en grande escala, banca, industriales acaudalados y la
mayoría de los extranjeros
Medidas tendientes a conjurar el hambre en México continuación de los combates
sostenidos en sus contornos
Operaciones en Sinaloa y Jalisco
Contribuciones decretadas para conjurar el hambre
Incorporaciones de jefes convencionistas
Aprehensión de los ministros del clero y acaudalados que se negaron a pagar la contribución
Combate de Peón
Intromisión de los extranjeros en la política nacional
Parte oficial del Gral. Martínez
Preparativos para la evacuación de México
Evacuación de la ciudad de México y avance al Norte, del Ejército de Operaciones
Derrota infligida en Tuxpan a los reaccionarios y nombramiento del Gral. Hill como
Segundo Jefe del Ejército de Operaciones
Protesta del gobernador provisional de Querétaro
Ampliación a los partes oficiales de las batallas de Celaya
Efectivos con que se libró la segunda batalla, y telegramas remitidos a la Primera Jefatura
Celaya
Expedición de la columna del coronel Guerrero
Operaciones de la Columna Expedicionaria de Sinaloa en el sur de Sonora
Operaciones de la Primera División de Caballería del Noroeste
Distancias recorridas en campaña por el ejército a las órdenes inmediatas del general Álvaro
Obregón
Observaciones
Apéndices
Ávaro Obregón, estadista. Por Manuel González Ramírez
Manifiesto, por Álvaro Obregón
Ideario de Álvaro Obregón
Discurso
Memoria fotográfica
Notas
ÁLVARO OBREGÓN
Esta obra tiene el propósito de ser material de consulta libre y sin fines de lucro para todo público en general.
NOTA PRELIMINAR
La labor que el Patronato de la Historia de Sonora ha venido realizando desde hace algunos años
para formar el Archivo de la Revolución, que es el patrimonio de la Universidad de Sonora, y
para deducir de ese Archivo y de otros lugares los documentos que han constituido la parte
esencial de sus distintas publicaciones, se enriquece en esta ocasión al reeditar Ocho mil
kilómetros en campaña, escrito por el general Álvaro Obregón.
Ese libro fue publicado, por primera vez, en 1917, en días que estaban muy cercanos los
hechos que dieron material al relato del Caudillo de Sonora y cuando vivía la mayoría de las
personas que se citaban en el curso de la obra. A este respecto debe decirse que, salvo lo escrito
por don José María Maytorena, el libro de Obregón no fue motivo de rectificaciones por ninguno
de los aludidos, menos aún obligado a modificarse en cuanto a su contenido. Ahora bien, por lo
que respecta a don José María Maytorena, que publicó en Los Ángeles, California, un folleto, se
limitó a expresar desahogos personales, enderezados contra el general Obregón, como
supervivencia de la lucha de facciones que había llevado a Obregón y a Maytorena a militar en
bandos contrapuestos. Por eso Maytorena se esmeró en negar las aptitudes personales, militares y
políticas del general Obregón, para entonces conocidas por el país, y a demostrar la nostalgia que
le causaba su derrota, así como cultivar, por esa causa, rencor que contra el Caudillo de Sonora le
acompañó hasta su muerte. Mas por lo que se refiere al fondo del libro, Ocho mil kilómetros en
campaña, Maytorena no pudo ni estuvo en condiciones de hacer alguna rectificación al volumen,
así fuera en su forma como en su fondo.
Por otra parte y muy principalmente, Ocho mil kilómetros en campaña es una obra
documental de primerísimo orden, y aseguramos que en nuestro medio es única en su género, lo
que la hace recomendable a fin de que no falte dentro de la serie documental que se refiere a la
Revolución mexicana, y que hemos venido publicando en el curso de los últimos tiempos.
Es de primerísimo orden porque su autor, el general Álvaro Obregón, tomó parte en las
campañas militares que de 1913 a 1914 concurrieron a derrotar al Ejército Federal, exponente y
sostén del Antiguo
Régimen, defensor decidido de la usurpación de Victoriano Huerta. Con el Cuerpo de
Ejército del Noroeste, que tuvo bajo su mando, emprendió desde la frontera septentrional
sonorense hasta la ciudad capital una campaña de fulgurantes batallas, de las cuales la de mayor
trascendencia política fue la de Orendáin, que le abrió el camino para Guadalajara y en pocas
semanas lo colocó frente a la ciudad de México, donde acabó por lograr la capitulación del
Ejército Federal y la metrópoli.
Es obra única en su género, puesto que pese a que en la historia del México independiente
múltiples han sido los militares de nombradla que dieron numerosas batallas y realizaron
campañas, bien en la guerra de Independencia, ora en la lucha de la Reforma, luego en la defensa
de la República frente a la invasión francesa y el imperio de Maximiliano, esos jefes omitieron
escribir la historia militar de las acciones de armas a que concurrieron. Y lo anterior lo
afirmamos sin perder de vista que algunos próceres redactaron memorias, pero sin especializar el
punto de vista en el aspecto militar, sino incluyendo en sus libros lo militar y lo político.
Por lo que respecta a la Revolución, salvo el general Obregón, los principales jefes como
Francisco Villa, Pablo González, Jesús Carranza, Emiliano Zapata, ya desaparecidos, no dejaron
constancias personales y de género militar acerca de sus campañas. De haber escrito cada uno de
esos personajes las referencias a sus acciones de guerra, tendríamos ahora una historia militar de
la Revolución completa y de primera mano. Es verdad que han sido suplidas con importantes
aportaciones y según puede leerse en los volúmenes preparados por el general Gildardo Magaña
con el título Emiliano Zapata y el agrarismo en México, y las Memorias de Pancho Villa
formadas por Martín Luis Guzmán, en una versión histórica novelada de la vida pública del
Centauro del Norte; pero con todos los merecimientos que deben reconocerse a esos libros, lo
sensible, repetimos, es que los principales jefes no se hubieran preocupado por dejar constancia
de sus luchas militares.
Por lo que respecta al constitucionalismo, la única historia fehaciente escrita por el artífice
principal de la Revolución es ésta de Ocho mil kilómetros en campaña, que con toda oportunidad
estuvo preparada y editada por su autor el general Obregón. Sus propósitos fueron rendir
homenaje a todos y cada uno de sus compañeros en las acciones de guerra que libró contra el
Ejército Federal y la División del Norte.
Pero con la perspicacia que le fue peculiar se anticipó a los futuros arribistas e improvisados
historiadores, pues dijo el general Obregón que escribió Ocho mil kilómetros en campaña porque
era el poseedor de los documentos originales que constituían pruebas de lo afirmado por él; y
porque el conocimiento directo que tuvo de la campaña lo colocaba en mejores condiciones de
apreciar y de reconocer los méritos de los hombres que militaron a sus órdenes. Por nuestra parte
debemos agregar que la indisputada autoridad, que conquistó y gozó como Jefe del Cuerpo de
Ejército del Noroeste, dan valor muy principal a este capítulo de la historia militar de la
Revolución Constitucionalista. Aunque, claro está, que haya de deplorarse la ausencia de obras
análogas, que pudieran haber escrito los generales Pablo González y Jesús Carranza, que ahora
cerrarían las puertas a los audaces que nunca participaron en las acciones de guerra que
describen, pero que interpretan atribuyéndose conocimientos y suficiencia.
En sí misma esta obra está formada por los partes militares que rindiera al general Obregón,
conforme las acciones de guerra fuéronse desarrollando. Su orden cronológico y los múltiples
detalles que se insertaban en cada documento hace posible la reconstrucción de las que fueron
principalísimas campañas, que se libraron en la etapa violenta revolucionaria. Ahora bien, como
Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste, y de acuerdo con los principios de todo ejército
organizado, el general Obregón era el único que tenía autoridad para rendir los correspondientes
partes militares. Precisamente por esta razón en las escuelas castrenses de México se enseñan e
ilustran las campañas del constitucionalismo, con base en el libro del general Obregón.
Ahora bien, para los fines didascálicos la reedición de esta obra se hace muy necesaria. Y a
este objeto el Patronato de la Historia de Sonora procuró respetar escrupulosamente el texto que
dejara escrito el general Obregón, de acuerdo con la primera edición de 1917. Mas para ponerlo
al día este volumen quedó adicionado con tres estudios que han de servir al lector moderno para
entender las campañas, así como también la personalidad del general Obregón.
Con este fin, el señor general de División Francisco J. Grajales, Director que fue del H.
Colegio Militar, ahora de la Escuela Superior de Guerra y uno de nuestros más distinguidos
técnicos, escribió la interpretación de las campañas del Caudillo de Sonora. Los estudiosos
militares hallarán en el trabajo del general Grajales la reconstrucción de esas campañas, el
acucioso examen de ellas y la interpretación técnica militar de acuerdo no sólo con los adelantos
del arte de la guerra que en México eran conocidos en aquella época, sino también con puntos
comparativos en lo que se relaciona con la actual forma de hacer la guerra, que ilustran cómo la
intuición del militar sonorense aprovechó recursos, que después se han generalizado e incluso
tomado las proporciones fantásticas que hacen de la guerra moderna una de las más costosas
preocupaciones de los hombres, costosas en vida y en elementos de todo orden. Además, y esto
es lo principal, la interpretación sirve para dar a conocer la forma en que se hizo la guerra
durante la etapa de violencia, en nuestro medio, según eran nuestros recursos, en función de los
accidentes geográficos y de la idiosincrasia de los combatientes. Lo cual, además de su valor
histórico, tiene el pedagógico, que de mucha utilidad debe ser para los que se dedican a la carrera
de las armas.
En cuanto a la persona del general en Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste, el distinguido
general revolucionario Francisco L. Urquizo, preparó el estudio que tituló Obregón, militar. El
conocimiento personal que de hombres y hechos tiene el general Urquizo, su gran sentido
humano y sus reconocidas dotes de escritor, son garantía de la calidad de lo que escribiera. Sin
embargo, no está fuera de lugar subrayar de manera enfática que la filiación política de Francisco
L. Urquizo, su lealtad insospechada hacia don Venustiano Carranza, acrecientan el esfuerzo de
quien, despojándose de las miserias que trajo consigo la lucha de facciones, y superando los
rencores que esa misma lucha provocó y conservó, considera a la personalidad del general
Obregón con sus merecimientos. Y entiende que ni la Revolución ni sus próceres son patrimonio
de persona alguna o de grupo de personas, sino que su culto y el reconocimiento que se debe a
sus obras pertenecen a la República toda. De ahí que el Patronato de la Historia de Sonora al
acoger en estas páginas el estudio del general Urquizo lo haga con complacencia y reconociendo
públicamente la grandeza de espíritu que hizo posible que se escribieran las líneas emotivas, que
pronto el lector podrá conocer.
Para complementar la presentación del Caudillo sonorense, el Director de la obra que tiene a
su cargo el Patronato de Historia de Sonora, licenciado Manuel González Ramírez, preparó el
ensayo denominado Obregón estadista. Se procuró en este trabajo presentar al lector de nuestros
días los principales aspectos de los problemas que se plantearon a la administración del general
Obregón y la forma de resolverlos. Como podrá hallarse en el lugar que corresponde, el
licenciado González Ramírez llama la atención acerca del hecho de que el Caudillo de Sonora no
solamente participó en la violencia destructiva revolucionaria, cuando hubo necesidad de barrer
los intereses creados, sino que además la sustitución social hecha con sentido revolucionario, por
una parte, justificó la violencia a que se tuvo que recurrir y, por la otra, inició la etapa
constructiva que transformó a México en los sistemas de convivencia social y desplazó a los
hombres que ocupaban los puestos de responsabilidad durante el Antiguo Régimen. Con lo cual
se podrá comprender que Álvaro Obregón fue general invicto, actor principalísimo durante la
violencia, y después Presidente de la República, con dotes de estadista, constructor inicial del
Nuevo Régimen.
Más aún, la reedición de este libro implica el reconocimiento a la labor que realizaron los
hombres humildes que, desde los tiempos de los batallones irregulares que defendieron a las
instituciones, personificados en el señor Madero frente a la rebelión orozquista; más tarde
combatiendo la usurpación de Victoriano Huerta; y meses después enfrentándose a la División
del Norte, reconocimiento, decimos, a que son merecedores por el grado heroico con que se
comportaron. Hombres del pueblo, muchos de cuyos nombres se perdieron definitivamente, otros
que ascendieron a puestos de responsabilidad y cuyas acciones las registra la Historia, es verdad
que constituyeron el pie veterano de lo que fue en el curso del tiempo ejército revolucionario; y
de lo que acabó por constituirse en el Ejército Federal actual, que defiende las instituciones y la
República, y para la Nación es garantía de paz.
Por supuesto que ese reconocimiento, que se hace a favor de todos los combatientes
revolucionarios, debe ser motivo, en nuestro caso, de mención especial para los luchadores que
dio el Estado de Sonora. Pues lo cierto es que pueblo y caudillo sonorenses aportaron su sangre,
sus sacrificios a la causa revolucionaria en primerísima fila, y fueron los autores principales de
que la violencia se hubiera resuelto a favor del constitucionalismo, que el constitucionalismo
hubiera llegado al poder y, ya en el poder, se reconstruyera un México sobre bases
revolucionarias.
De donde es el momento para apuntar que el esfuerzo que ha realizado el Patronato de la
Historia de Sonora, bajo los auspicios del gobierno del Estado de Sonora y de la Universidad de
Sonora, así como mediante la dirección del licenciado González Ramírez, ha sido con fines de
exaltar la aportación sonorense en hombres del pueblo y de caudillos en acciones destructoras del
Antiguo Régimen.
Por esa causa la parte documental de nuestras publicaciones, sin perder de vista que la
aportación sonorense no es exclusiva, no se limitó a las fronteras de la entidad, antes bien fue de
repercusiones nacionales, se ha ido orientando hacia problemas en los que los sonorenses
tuvieron participación. Por ejemplo, La huelga de Cananea, libro publicado para conmemorar el
cincuentenario de tan importante hecho obrero, acusa ya esa orientación. Porque es innegable
que los
sucesos que en 1906 tuvieron lugar en Cananea marcaron en la historia de las luchas
laborales en Sonora y en México un capítulo de importancia decisiva. Y en particular en la
entidad septentrional, puesto que conmocionaron a la generación que pocos años más adelante
iba a tomar parte en la violencia revolucionaria.
La orientación de la cual hemos hablado se confirma con el libro documental La cuestión del
yaqui (el indigenismo en Sonora), que conquista para la historiografía mexicana el conocimiento
de un problema secular, muchas veces invocado, siempre tenido como grave pero,
infortunadamente, desconocido para los mexicanos. El volumen está formado por piezas
documentales que abarcan desde la penetración del hombre blanco en Sonora hasta los acuerdos
que dictara el gobierno federal en 1957 en relación con la tribu yaqui. Debe decirse que los
documentos fueron deducidos de los archivos españoles; del Archivo del Gobierno de Sonora;
del de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México; de la Secretaría de la Defensa Nacional
y de algunas universidades norteamericanas, especialmente la de Arizona.
La reedición de los Ocho mil kilómetros en campaña, libro documental por excelencia,
afirma la preocupación de orientarnos hacia los problemas en los que los sonorenses han
participado; además de que para nosotros constituye el capítulo previo a lo principal de nuestra
tarea, que no es otra que la de escribir la obra histórica Sonora en la Revolución.
Esto es, presentar en forma objetiva, científica y debidamente ordenada, la aportación que el
pueblo y los caudillos de Sonora realizaron durante la primera mitad del siglo XX en el escenario
estatal y en el panorama de la República toda. Ahora bien, en preparar esta parte del esfuerzo nos
encontramos ya, con propósitos de que próximamente aparezca Sonora en la Revolución.
Ha sido nuestro interés ubicar la acción del pueblo y los revolucionarios sonorenses dentro de
la perspectiva nacional, pues así actuaron ellos en todo momento de la Revolución. Esto nos ha
llevado a publicar libros como Planes políticos y otros documentos, ya que ahí se encuentran las
fuentes ideológicas de la Revolución y se pueden apreciar las razones que el pueblo tuvo para
llegar a la violencia. Asimismo publicamos La caricatura política, que es un capítulo de la
pugna ideológica entre el Antiguo Régimen y el Nuevo Régimen, el sostenido por los dibujantes
con el objeto de despertar interés para lograr la transformación social. En suma, todo aquello que
hemos creído necesario para presentar una mejor perspectiva del fenómeno histórico, evitando
mutilaciones u omisiones, lo hemos realizado por nuestra parte.
El interés que se tiene por los estudios acerca de la Revolución es notorio. Varios son los
investigadores que se preocupan de la materia; pero con todo, sería de desear que en las distintas
entidades de la Federación, en donde el fenómeno revolucionario fue más intenso, pongamos por
caso, además de Sonora, los Estados de Chihuahua, Coahuila, Morelos, Michoacán, Guerrero,
Veracruz y otros, emprendieran trabajos tendientes a dar noticia de la participación de sus
pueblos y sus próceres, y la interpretación histórica respectiva. Tales esfuerzos, unidos a los que
realizan el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana y este Patronato
de la Historia de Sonora, a la postre podrán servir para presentar la mejor perspectiva y además
autorizada acerca de la gran transformación social mexicana; para que de este modo las
generaciones venideras puedan estar en condiciones de conocer y apreciar uno de los capítulos
más complejos de nuestra historia.
De ahí que nos tomemos la licencia de exhortar a las entidades aludidas y, en general, a las
que tengan deseo de aportar su cooperación al respecto, para que enriquezcan las fuentes de
estudio histórico y preparen y publiquen los trabajos que realicen acerca de la Revolución
mexicana. Es un servicio que debemos prestar a México ya que México lo espera de nosotros.
El Gobierno de la República, cumpliendo la disposición del Poder Legislativo, ha señalado el de
1959 como el “Año del Presidente Carranza”. Al honrar al que fuera Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista y más tarde Presidente de la República, indudablemente que se honra a la
Revolución.
Por nuestra parte, atentos como hemos estado a lo que se refiera al movimiento social
mexicano, nos unimos a lo decretado por el Gobierno federal; y presentamos como homenaje la
reedición de los Ocho mil kilómetros en campaña. Pues entendemos que es significativa la
entrega del volumen, cooperando en el año de que se trata. Y lo es porque el esfuerzo del pueblo
de Sonora y la sangre que derramó a las órdenes de su Caudillo el general Obregón, no pueden
quedar en el olvido en ocasión tan relevante.
Bien se sabe que cuando fueron asesinados el presidente y vicepresidente de la República,
señores Madero y Pino Suárez, y a continuación subió al poder Victoriano Huerta, las
Legislaturas de Coahuila y Sonora, sin concierto previo, desconocieron la usurpada investidura
que ostentaba Huerta.
Se iniciaron las hostilidades en los dos estados sin liga alguna, sino hasta que en Monclova
fue suscrito el documento que reconoció la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista a
favor de don Venustiano Carranza. Tampoco se ignora que al Pacto de Monclova concurrieron
delegados oficiales de los estados de Sonora, Chihuahua y Coahuila, firmando entonces el
compromiso que consolidó la Primera Jefatura del Constitucionalismo, según había sido
instaurada en el Plan de Guadalupe.
Por la parte que les correspondió el Gobierno del Estado de Sonora y el pueblo de Sonora
habían dado ya las primeras manifestaciones de su actividad en la frontera septentrional. En
pocas semanas las fulgurantes batallas conducidas por el general Obregón hicieron posible la
expulsión de los federales de aquella entidad, salvo el Puerto de Guaymas, que quedó en estado
de sitio. Tales batallas hicieron también posible que la visita del Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista a Sonora se realizara como en terreno propio, con las seguridades que había
conquistado el ejército vencedor al mando de Álvaro Obregón.
Al proseguir su campaña rumbo al sur, el Cuerpo de Ejército del Noroeste conservó
fundamentalmente al núcleo sonorense, aunque fue engrosado por combatientes, primero de
Sinaloa, luego de Nayarit, más adelante de Jalisco, para que, con posteridad a la caída de
Guadalajara, el general Obregón, según instrucciones del Primer Jefe, se presentara ante la
ciudad de México exigiendo la capitulación de la metrópoli, la del Ejército Federal, así como la
disolución de este instrumento del Antiguo Régimen. Por lo demás la campaña contra la
usurpación se había hecho a favor del constitucionalismo, bajo la dirección de Venustiano
Carranza, y al mando directo de Álvaro Obregón.
Una de las divisiones entre los revolucionarios que más sangre ha costado a la República ha
sido la que operó entre Carranza y Villa. Esa vez el general Obregón y las fuerzas a su mando
optaron por la jefatura del señor Carranza; y de nueva cuenta el pueblo sonorense, en la
compañía de otros luchadores de la República, libraron grandes batallas contra la División del
Norte que, al quebrantarla y destruirla, abrieron el camino para que las reformas sociales
preconizadas por el constitucionalismo tuvieran vigencia. De donde sin los triunfos del Cuerpo
Expedicionario guiado por el general Obregón, difícil o tardíamente se hubiera podido llegar al
funcionamiento del Constituyente de Querétaro, a la formación y promulgación de la
Constitución de 1917, y a la posibilidad de las elecciones que dieron la Presidencia
constitucional a don Venustiano Carranza.
Como quiera que Ocho mil kilómetros en campaña es la crónica documental de las acciones
de guerra que hicieron posible la destrucción del Antiguo Régimen y el triunfo del
Constitucionalismo, que a su vez hizo llegar a la presidencia al señor Carranza, repetimos, el
volumen lo entregamos como un homenaje al “Año Presidente Carranza”.
En este orden de ideas no perdemos de vista que años después de los sucesos que se relatan
en el presente libro, los dos próceres, Carranza y Obregón, actuaron divididos. Pero es que entra
en nuestros propósitos suscribir lo que dijo el Vicepresidente de nuestro Patronato, licenciado
Aarón Sáenz, en ocasión del XXX aniversario de la muerte del general Obregón,[1] de acuerdo
con los fragmentos que a continuación copiamos:
La intriga política se había desatado desde los días de incertidumbre de 1914, desde aquellos tiempos en los que el Primer Jefe se
encontraba en Veracruz al frente de la lucha que trajo la escisión Carranza-Villa. Los que estaban en la retaguardia, los que
apenas pusieron en peligro sus vidas, comenzaron a intrigar contra el general Obregón y los suyos, precisamente en los instantes
en los que el Caudillo de Sonora y las fuerzas constitucionalistas engarzaron los triunfos que a costa de sangre y sacrificios
dieron la victoria final a la Revolución.
Esas intrigas tuvieron éxito pleno en su labor de zapa, hasta lograr distanciar a los hombres que, como Carranza y Obregón,
habían sido los más prominentes luchadores y apoyos a favor del constitucionalismo. El trabajo subterráneo tuvo su expresión
durante la campaña electoral de 1920, en la que quedaron divididos los campos...
La división condujo a usar de las armas. Y las armas llevaron a los infortunados acontecimientos en que perdiera la vida don
Venustiano Carranza. De haber sido fuerzas revolucionarias las que en la última noche de su vida escoltaron al señor Carranza,
muy seguramente no habría caído asesinado el prócer de Cuatro Ciénagas...
Por encima de las fatales miserias humanas, alzo mi voz precisamente ante ese monumento, para exaltar las virtudes de don
Venustiano Carranza, que como Gobernador Constitucional del Estado de Coahuila, enarboló la bandera de la reivindicación
nacional y ya como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, dirigió la lucha contra el pretorianismo, para llevar al triunfo a la
Revolución; que reconstruyó a las instituciones que son propias de México; que afrontó con dignidad y patriótico empeño el
respeto a nuestra soberanía en el exterior, en defensa de la voluntad de nuestro país a autodeterminarse, tanto como Primer Jefe
como en el alto desempeño del cargo de Presidente de la República. Fue uno de los constructores de nuestra patria, por lo cual
merece el bien que se otorga a esta clase de próceres. Asimismo, abogo porque lo que los acontecimientos de 1920 separó, la
historia, la historia de la Revolución, vuelva a unir a los dos próceres, a Carranza y a Obregón, lo mismo que cuando los dos
conjuntamente lucharon a favor del constitucionalismo en los tremendos días de 1915. Si la historia realiza esta unificación, en
verdad quedarán derrotados los despreciables intrigantes que poco tuvieron de revolucionarios y mucho mal hicieron al país.
PATRONATO DE LA HISTORIA DE SONORA
OBREGÓN MILITAR
Había muerto uno de los valores más grandes de la Revolución mexicana, el licenciado Luis
Cabrera. La caja que guardaba su cadáver la cubría un lienzo con la bandera nacional. Era un día
de luto no tan sólo para la que había sido su esposa, para sus hijos o para sus familias; era luto
también y grande para la familia revolucionaria.
Había, en torno de la fosa que iba a dar albergue eterno a los restos mortales del ilustre
desaparecido, un conglomerado de gente de todos los matices. Predominaban los antiguos
revolucionarios: precursores, veteranos de las luchas de 1910 y de 1913. Nos encontrábamos ahí
reunidos, por un momento, maderistas, carrancistas, obregonistas, villistas y zapatistas. Todos,
haciendo a un lado diferencias que existieron durante la gran lucha contra un enemigo común y
de malas inteligencias y choques armados entre unos y otros, estábamos ahí. Un dolor nos volvía
a unir unos a otros, como en otrora nos unió en la juventud para luchar contra la tiranía, con la
pluma, con la verba o con las armas.
Es cosa triste que los que luchamos antes hermanados por idénticos ideales y con desinterés,
inclusive de la misma vida, que más tarde, logrado el triunfo primordial, nos revolveríamos unos
contra otros, y pasado el tiempo, serenados los ánimos, volviéramos a encontrarnos en ocasiones
como aquella unidos por un común sentimiento de pena.
Había caído uno de los grandes nuestros; una figura auténtica y significativa de la
Revolución y ahí estábamos todos los que aún vivíamos. Acaso los muertos, los que antes
partieron, en espíritu también estaban ahí.
Sólo un desaparecido grande de los nuestros logra el milagro de reunir a los supervivientes
de la Revolución.
Fueron siete las oraciones fúnebres que ahí se pronunciaron; fueron limitados los oradores.
Muchos más podrían haber hablado; hubiera sido interminable el número de oradores si se
hubiera deseado y sin cortapisa para ello. Mucho se dijo y mucho dejó de decirse. Por lo demás,
no hacía falta, pues demasiado conocida por su gran tamaño era la figura del gran revolucionario
que se sepultaba en ese día.
Junto a mí, alejado un poco de la fosa de Cabrera, estaba el licenciado y general Aarón
Sáenz, presidente de la Asociación Cívica Álvaro Obregón, Vicepresidente del Patronato de la
Historia de Sonora, y antiguo y distinguido miembro del Estado Mayor del Caudillo de Sonora.
Aarón y yo éramos conocidos y amigos desde allá por los meses de abril o mayo del lejano
año de 1913, cuando empezaba la lucha contra Victoriano Huerta.
Nuestra mente almacena constantemente recuerdos; es un archivo interminable desde que se
tiene uso de razón hasta que se pierden los sentidos en los aledaños de la muerte. Pero de ese
archivo inmenso que reunimos en las células del cerebro hay recuerdos que tienen más firmeza y
que se imponen a los otros, a los de todos los días, y son aquellos que se grabaron más por las
circunstancias en las que vivimos, por la huella que nos dejaron o por la trascendencia de lo que
ocurrió.
Tuvimos la suerte, los que fuimos revolucionarios de 1910 y 1913, de asistir y actuar poco o
mucho, bien o mal, en un cambio trascendental del país. Fue una suerte haber nacido en la época
de Porfirio Díaz y haber sentido la necesidad de una sacudida revolucionaria que cambiara la
situación tranquila, adormecida y miserable de la ciudadanía; de palpar la necesidad de una
política gubernamental eficiente y efectiva, de renovar lo carcomido y dar o tratar de dar a la
gran mayoría proletaria aunque fuera un mediano bienestar que no tenían.
Fue una suerte nacer entonces y ser jóvenes y animosos cuando empezó la gran lucha y en
los vaivenes de la misma y poder todavía contarlo. Suerte aún mayor para algunos de nosotros el
haber convivido con la clase de oficiales en los Estados Mayores de los grandes caudillos del
formidable movimiento armado del país.
Cayeron muchos de los compañeros en la lucha. Muchachos sanos, buenos, sencillos y bien
intencionados, regaron con su sangre el gran campo de batalla que los constituyó el perímetro del
suelo patrio. No supieron del triunfo ni las entradas triunfales y los anhelos satisfechos. No
tuvieron la oportunidad de dejar de ser buenos ni de presenciar las subsecuentes divisiones entre
los que luchaban como hermanos contra un enemigo bien definido y después, por diferencias
secundarias, lucharon entre sí.
Dichosos aquellos que murieron y no les tocó derramar la sangre de los que habían sido sus
compañeros de lucha y de los ideales, que no supieron del “embute”, del placer, del dinero, del
automóvil ni de los puestos públicos.
La Revolución fue una efervescencia, un fuego que primero quemó lo que debía quemar,
aquello para lo que había sido encendido, pero que después, fuego al fin, quemó también mucho
que no debió quemar.
Fue una conjunción de valor, de energía, de coraje, de pasiones desatadas, encontradas a
veces entre sí, pero con una finalidad única, insuperable y latente desde entonces ahora mismo:
el mejoramiento de la Nación Mexicana.
Cayeron muchos, se pervirtieron muchos, claudicaron muchos. La Revolución no la hicieron
los santos sino hombres de carne y hueso y como tales pasionales y con muchos defectos.
Ahora, a la distancia de los años, cuando estamos viendo, los que fuimos también
revolucionarios conscientes y llenos de ánimo, los que fuimos mozos y ahora peinamos canas o
no tenemos nada que peinar, que se van los nuestros para siempre o que ya se han ido; cuando
vemos que “le tiran al grupo”, que la vida va llegando a su fin, podremos considerar
serenamente, por encima de nuestras divergencias, de nuestros rencores y nuestras desazones,
que la Revolución mexicana es única, grande e imperecedera y que las grandes figuras de ella
siguen y seguirán en pie al través del tiempo y de las generaciones que habrán de sucedemos y
que a veces nos hicieron chocar entre sí.
Nuestras grandes figuras prominentes, con sus errores y sus grandes diferencias, como
mortales que fueron; con sus debilidades, con sus energías, con sus pasiones (hombres al fin),
pero por encima de todo, fueron grandes revolucionarios que dieron al país una contextura
nueva, pujante y perdurable.
Seguían los oradores hablando ante el cadáver del licenciado don Luis Cabrera.
—Sólo nos encontramos los revolucionarios en los entierros de los compañeros —me dijo
Aarón Sáenz.
—Es triste eso, pero cierto. Por lo demás, van siendo muy frecuentes ya estas cosas.
—Hemos de charlar entre usted y yo largamente.
—Cuando usted quiera.
—Bueno, mire. Se me ocurre esto; le voy a solicitar una cosa, usted la piensa; no, no conteste
ahora mismo, sino cuando lo haya meditado bien.
—¿De qué se trata?
—Vamos a hacer en el Patronato de la Historia de Sonora una nueva edición del libro del
general Obregón, Ocho mil kilómetros en campaña. Yo desearía que usted hiciera el prólogo a
esa edición, en el aspecto militar de la obra. Esto es. No me conteste luego. Más tarde.
—Mi estimado amigo Aarón, lo que usted me propone no requiere meditarse: desde luego
que acepto y créame que me siento muy honrado con ello. Sólo lamento que mi capacidad no
esté a la altura necesaria para ese fin, pero mi buena voluntad desde luego que sí lo está.
—Usted lo puede hacer.
—Por lo menos, mi buena voluntad es manifiesta. El libro del general Obregón, agotado,
necesita una nueva edición. Siempre será una positiva obra de consulta para la posteridad. Su
vida militar, independientemente de su acción revolucionaria al servicio del pueblo, es
notabilísima. Era, por encima de todo, esencialmente, un gran general, intuitivo e inteligente; sus
campañas, las grandes batallas que él dirigió, tienen una enseñanza enorme para las juventudes
militares mexicanas de todos los tiempos.
Y es así como aquí estamos tratando de cumplir con un encargo por demás significativo y
honroso para mí.
Ocho mil kilómetros en campaña, del general Álvaro Obregón, es una narración acuciosa escrita
por él sobre su vida militar, desde que, siendo comandante del 4.º Batallón Irregular de Sonora,
tomó parte en la campaña en contra del orozquismo, durante el gobierno del señor Madero, hasta
sus campañas contra la dictadura de Huerta y en contra del villismo, ya en plena Revolución
Constitucionalista, como Comandante del Cuerpo de Ejército del Noroeste.
Si el general Pablo González, Comandante del Cuerpo de Ejército del Noroeste y el general
Francisco Villa, Jefe de la División del Norte, hubieran dejado escritas sus memorias sobre las
campañas en que tomaron parte las fuerzas de su mando, tendríamos ahora, con esta obra del
general Obregón, un acervo valiosísimo para la Historia Militar de México en esa época tan
agitada de los años de 1913 a 1915.
Es una lástima también que no exista la versión “federal”, o sea del Ejército sostenedor de
Huerta. Estaríamos en condiciones de estimar mejor los hechos; indudablemente resaltarían más
las grandes acciones militares, como las que el autor narra en esta interesantísima obra que
vamos a comentar.
Conocí al general Obregón en el mes de noviembre de 1913.
Don Venustiano Carranza, gobernador del Estado de Coahuila y Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista, formado para luchar contra el usurpador Victoriano Huerta, había llegado a
Sonora atravesando la Sierra Madre Occidental desde Durango, después de haber intentado, al
frente de las fuerzas duranguenses de Tomás Urbina, Calixto Contreras, José Isabel Robles,
Orestes Pereyra y Juan García, tomar la plaza fuerte de Torreón, Coahuila, defendida con éxito
por los federales al mando del general Ignacio A. Bravo, veterano de las Guerras de Reforma,
quien a sus federales unía a los antiguos orozquistas que mandaba Benjamín Argumedo. Las
desavenencias entre los jefes atacantes, la falta de disciplina de las nuevas fuerzas, hicieron que
el ataque a la plaza no tuviera la consistencia necesaria para hacerla caer, y don Venustiano
Carranza hubo de retirarse a Durango, albergue e ínsula de los hermanos Arriate, que habían
tomado aquella plaza y no sentían muchos deseos de salir de ahí. Trató el Primer Jefe de
organizar aquellas bravas pero desordenadas fuerzas, bajo un mando de prestigio entre los
comandantes, que los uniera a todos y pudiera llevar una acción eficaz de conjunto sobre el
enemigo. Había de ser más tarde el general Francisco Villa quien lograra aquello.
Yo, que pertenecía al Estado Mayor del Primer Jefe, no le acompañé en el ataque de Torreón,
ni en la travesía de la Sierra Madre, por haberme quedado en la frontera de Coahuila con el
mando de un Batallón de Zapadores, con el que combatimos victoriosamente en Candela contra
Rubio Navarrete y casi en seguida en Monclova contra Joaquín Mass, cuyas fuerzas,
infinitamente superiores a las nuestras, nos hicieron perder el suelo de nuestro Estado hasta
desalojarnos de él tras sucesivos combates posteriores infortunados. Salimos de Coahuila a las
órdenes del general Pablo González a revolucionar en Nuevo León, cuya capital, Monterrey,
atacamos a fines de octubre de 1913 con bastante éxito, aun cuando sin consumar totalmente la
ocupación de la misma. Después de aquello, deshecho mi batallón, recibí órdenes de
incorporarme al Primer Jefe que ya estaba en Sonora.
Allí fue donde conocí a los siempre victoriosos jefes sonorenses, entre los cuales destacaba
en primerísimo término el general Álvaro Obregón.
Era entonces el general Álvaro Obregón hombre joven y robusto, con una inteligencia bien
clara y despierta y con una simpatía que se apreciaba y subyugaba desde el primer momento.
En su estado mayor, que jefaturaba Pancho Serrano, estaban, entre otros, Aarón Sáenz y
Garza, jóvenes estudiantes que junto con Manuel Pérez Treviño se habían presentado en Piedras
Negras en el mes de mayo de 1913, cuando allí tenía establecido su Cuartel General don
Venustiano Carranza y habían sido destinados, los primeros, con el entonces coronel Álvaro
Obregón a Sonora, quedando solo en Coahuila Manuel Pérez Treviño en la incipiente artillería
que se construía muy defectuosamente en los talleres de la Maestranza ferrocarrilera de Piedras
Negras.
Bajo la hábil dirección militar de Obregón, Sonora estaba libre de enemigos federales que
habían sido derrotados en brillantes batallas y
combates en Nogales, Naco, Santa Rosa y Santa María, quedando los enemigos reducidos tan
sólo al puerto de Guaymas, bajo el amparo de los cañones de los barcos de guerra al servicio del
usurpador. Guaymas fue sitiada y el enemigo habría de quedar allí inmovilizado hasta el final de
la lucha, sin que aquello obstruyera el avance de los constitucionalistas del Noroeste hacia los
siguientes objetivos.
Aquella táctica del general Obregón venía a romper las reglas clásicas napoleónicas de
campaña, de no dejar enemigo a la retaguardia. Aquella misma nueva técnica habría de emplear
más adelante, cercando al enemigo huertista en Mazatlán y continuando no obstante sobre Tepic,
Colima y Jalisco.
La primera Guerra Mundial, que estalló a los pocos meses (año de 1914), conservaba aún el
estilo napoleónico y los ejércitos del káiser Guillermo II no efectuaron su avance formal hacia
Francia, hacia la Batalla del Marne, hasta no haber abatido los fuertes de Lieja y demás plazas
belgas que se interponían a su paso, como muchos años antes tampoco el ejército francés no
avanzó sobre la ciudad de México hasta no haber tomado Puebla.
Ha sido hasta la segunda Guerra Mundial cuando esta nueva táctica ha quedado plenamente
establecida: “No importa el enemigo atrincherado en una plaza fuerte, se le deja fijo, vigilado y
adelante directamente sobre el objetivo mayor”.
Así como esta nueva modalidad empleada en la conducción de la guerra, debe también
hacerse referencia a una quizás pequeña cosa, que ahora en el mundo, entre las grandes potencias
militares, es factor preponderante, quizás el decisivo en la guerra moderna: la aviación de
combate.
La primera vez, en la historia militar del mundo, que se utilizó un avión con fines
exclusivamente militares fue en el Cuerpo de Ejército del Noroeste bajo el mando del general
Obregón.
En abril de 1914 en las cercanías de Topolobampo y en mayo del mismo año el biplano
Sonora, tripulado por el capitán Gustavo Salinas, llevando como ayudante al maquinista naval
Teodoro Madariaga, lanzó bombas de guerra sobre las naves de Victoriano Huerta, hazaña no
realizada hasta entonces por nadie.
El general Obregón consigna en su libro y hace hincapié en el vuelo que realizaran en el
Sonora, Salinas y Madrigada en Topolobampo, internándose mar adentro hasta 18 kilómetros y
volando a una altura de 3 200 pies.
Nunca hasta entonces se había utilizado un avión para fines militares; le cabe a México esta
iniciativa como quizá también alguna
otra, en aquel entonces hasta graciosa, como fueron los cohetes que inventó el teniente
coronel Mariñelarena y que consistían en un dispositivo de 10 tubos que lanzaban igual número
de cohetes sobre el enemigo. Entonces no hicieron mayor daño; actualmente son armas serias e
inclusive hasta secretas en los ejércitos modernos del mundo.
Es verdaderamente difícil analizar la polifacética personalidad del general Obregón, si se
toman en cuenta los innumerables ángulos bajo los cuales se le puede observar; sin embargo, no
lo es menos cuando se trata de juzgarlo únicamente bajo el aspecto militar, que es el más rico en
enseñanzas y hechos gloriosos cuyos resultados sin lugar a duda fueron los que de una manera
definitiva contribuyeron al triunfo de la causa revolucionaria.
Así observamos cómo el modesto agricultor de Huatabampo, con sólo estudios primarios y
sin ninguna preparación militar, se enfrentó en los principios de su carrera de soldado, con éxito
rotundo, al Ejército Federal, cuyo mando correspondía a militares profesionales, algunos de los
cuales habían inclusive realizado estudios en el extranjero.
Pruebas plenas de nuestro dicho comienza a darlas cuando, al marchar a Hermosillo en el 4.º
Batallón Irregular de Sonora, tuvo que librar algunas escaramuzas entre las estaciones de
Pitahaya y Mapoli contra gavillas de yaquis alzados (bandoleros) a las cuales derrotó, iniciando
así lo que más tarde sería una brillante carrera militar.
Unía a su espíritu de observación un gran acontecimiento de calidad humana y procuraba
sacar provecho de nimios detalles que aun pareciendo a otros insignificantes o ilógicos, para él
tenían un valor considerable; ejemplo de esto lo da en el combate que se libró en la hacienda
Ojitos (1912) contra los orozquistas, en donde adelantándose a su época y desoyendo las
opiniones del teniente coronel Rivera y del mayor Salvador Alvarado, que se inclinaban por la
construcción de trincheras y barricadas circunvalando la hacienda para defenderla, propuso que
cada combatiente se proporcionara seguridad cavando su propia “lobera”; apoyó su dicho en que
esto no requería herramientas complicadas ni costosas, en que se obtendría mayor rapidez en los
trabajos y sobre todo en que si la seguridad del combatiente que ha de ocupar el foso estriba en el
grado de perfección con que se construya éste, todo combatiente se preocuparía por que tales
trincheras individuales quedaran lo mejor posible, pues en ello les iba la vida; poco tiempo
después estos “agujeros de zorra” se emplearon en la primera Guerra Mundial por los ejércitos
beligerantes que en materia de técnica militar marchaban a la cabeza del mundo.
Citaremos otros ejemplos en los que se hace patente la intuición del general Obregón, y
mencionaremos, aunque muy a la ligera, dos hechos que hablan por sí, no sólo de su espíritu
combativo sino de la rara habilidad con que se compenetraba de las situaciones tácticas y de la
rapidez y precisión con que concebía sus planes de operaciones. Uno de ellos es el que se refiere
al combate que tuvo lugar en el poblado de San Joaquín contra fuerzas orozquistas, en donde a
pesar de existir una superioridad de efectivos de cuatro a uno en su contra, se lanzó al ataque a
las tres de la mañana sobre un enemigo con servicios de seguridad deficientes o nulos y en un
terreno cenagoso y cruzado por numerosas cercas de alambre, hecho con el que tuvo dos
ventajas: la sorpresa y la imposibilidad del adversario para emplear adecuadamente su caballería,
puesto que el terreno la privaba de su característica principal: la movilidad.
Otro ejemplo lo tenemos en los combates que libró para capturar las plazas de Nogales,
Cananea y Naco, en los que explotó al máximo el principio de acumulación de medios de
elementos y el de la economía de fuerzas, demostrando que conocía también el peligro que
representaba para un comandante el hecho de atacar un objetivo dejando a retaguardia tropas
enemigas o un obstáculo infranqueable.
Los hechos se desarrollaron de la siguiente forma: Primero. Al atacar Naco lo hizo por un
doble envolvimiento (por el Este y el Oeste) con un ataque demostrativo por el Sur. El ataque en
fuerza lo orientó en las direcciones mencionadas para evitar que los proyectiles pasaran al lado
norteamericano, con las consecuencias fáciles de suponer. Segundo. Debiendo haber iniciado el
ataque a las primeras horas de luz para que sus tropas obtuvieran el mayor provecho de sus
fuegos, lo hizo de noche para privar al enemigo de dicha ventaja, y para que al adoptar esta
situación, al parecer ilógica, se explotara al máximo la sorpresa. El éxito de esta operación dio
por resultado que su línea de comunicaciones quedara en cierta forma expedita a través del
territorio norteamericano.
El segundo objetivo que se marcó fue la plaza de Cananea, para lo cual inició desde luego su
desplazamiento hacia él, sólo que apenas iniciado el movimiento tuvo noticia de que el teniente
coronel Calles, quien no había recibido oportunamente la orden de no atacar Naco, había
fracasado en el intento de capturar esta plaza, lo que motivó que de primera intención el entonces
coronel Obregón modificara su plan inicial para acudir en auxilio de Calles; pero la lógica y el
buen juicio se impusieron cuando midió el peligro que representaba dejar a la retaguardia al
enemigo que estaba en Cananea, y el resultado fue que la idea de maniobra quedara como
inicialmente se había planeado, esto es, atacar de inmediato la plaza de Cananea para evitar que
las tropas que la defendían pudieran ser reforzadas por elementos enviados desde Naco y en
seguida lanzarse a la captura de este último punto, hechos todos que se realizaron al pie de la
letra y que son la mejor demostración de que el general Obregón, aunque de una manera natural,
no desconocía los secretos de la táctica ni los principios de la guerra.
Donde posiblemente el general Obregón se perfiló como un verdadero genio militar fue en la
batalla de Orendáin, en la que derrotó definitivamente al general José María Mier, completando
así el aniquilamiento de la División de Occidente.
Sin entrar en detalles de todos conocidos, sólo hablaremos de las enseñanzas obtenidas en
dicha operación y que pueden resumirse en los siguientes puntos:
Conocimiento a fondo de los elementos de que se dispone y empleo adecuado de cada uno de
ellos; flexibilidad en la idea de maniobra y en los planes de operaciones para introducir las
variantes que la situación exija, cuando por circunstancias fortuitas estas situaciones modifiquen
el curso de las operaciones; apoyo logístico adecuado y líneas de comunicaciones expeditas aun
cuando las necesidades de la campaña exijan que las tropas vivan de la explotación local; buscar
por todos los medios el dislocamiento del dispositivo enemigo para que el efecto moral que esto
produzca le acarree finalmente efectos materiales funestos, y explotación al máximo de los
medios de transmisión disponibles, a fin de estar enterado en todo momento de la situación que
guardan las tropas enemigas, esto es, tener a todas las unidades en la mano; al mismo tiempo que
por los informes periódicos de éstas, positivos o negativos, conocer la situación del enemigo para
deducir sus intenciones probables durante el desarrollo de las operaciones.
A mayor abundamiento cabe decir que en esta batalla, que se realizó por una maniobra por
líneas exteriores, el general Obregón aplicó eficazmente algunos principios de la guerra, tales
como el de la ofensiva, cuando fue él quien buscó el combate y lo realizó de acuerdo con su idea
de maniobra; el de la sorpresa, cuando por la rapidez y cautela con que se desplazaron sus masas
de maniobra lograron colocarse sobre las líneas de comunicaciones federales y los comandantes
de los agrupamientos tuvieron que cambiar de frente, dislocando su dispositivo inicial, obligados
por la presencia de tropas enemigas en su retaguardia, amén del efecto moral que les produjo
verse privados de abastecimientos y refuerzos procedentes de la retaguardia, y finalmente el de la
economía de las fuerzas, principio mediante el cual distribuyó inteligentemente las tropas
disponibles a fin de lograr con éxito la coordinación de esfuerzos de las armas en presencia, con
objeto de ser fuerte en un punto y en un momento dados, conservando además bajo su mando
directo un potente núcleo y la artillería en apoyo general que le sirvió no sólo para influir en las
operaciones sino para decidir la acción, asestando el golpe de muerte a los federales.
Otro ejemplo de la inteligencia del general Obregón aplicada a las operaciones militares lo
dio el caudillo sonorense durante los combates de Celaya, en donde, a diferencia de las
operaciones que había realizado anteriormente, parte de las cuales se han mencionado aquí,
asumió una actitud defensiva en contra de tropas que no eran profesionales sino hechas como las
que él comandaba, al calor de la Revolución y más o menos con la misma experiencia que las
suyas, con la diferencia de que las tropas de Villa gozaban de una superioridad manifiesta tanto
en hombres como en armamento, equipo y municiones, lo que consecuentemente las hacía
disfrutar de una moral muy elevada; dicho todo esto sin subestimar la calidad de las tropas
constitucionalistas, que tenían plena confianza en su propio poder combativo; sin embargo, en
donde realmente existía una diferencia muy marcada era en el alto mando de los beligerantes,
pues mientras Villa sólo buscaba el aniquilamiento del adversario por cualquier medio, sin tomar
en cuenta los estragos que el fuego enemigo podía causar en sus filas, razón por la que lanzaba
sus impresionantes cargas de caballería en oleadas sucesivas, el general Obregón, calculador,
sereno, inteligente y audaz, valiente y agresivo, pero con un sentido humano de la realidad y
considerando que el valor no significa la inútil exposición de la vida, primero estudiaba
detalladamente la situación para compenetrarse de la misión a cumplir, para conocer al enemigo
por batir, el terreno en que se llevarían a cabo las operaciones y, finalmente, para comprobar los
medios de que disponía y poder conjugarlos atinadamente a fin de llegar a resultados favorables,
sin sacrificios estériles por parte de las tropas a su mando.
Lo anterior se comprueba en el curso de las operaciones que se realizaron por parte de los
villistas, en forma audaz y temeraria pero sin sujeción a un plan preconcebido, sólo buscando el
triunfo por el impacto, por la fuerza de choque y la violencia; por el lado constitucionalista los
hechos fueron otros, ya que todo estaba calculado juiciosamente, y de ahí que el general Obregón
optara por la defensiva, situación que se acepta como un medio para economizar fuerzas y
material, para ganar tiempo y facilitar la llegada de refuerzos y gastar al enemigo; pero siempre
teniendo en la mente que la defensa debe ser agresiva y que los contraataques son los elementos
decisivos en toda acción defensiva. El resultado no se hizo esperar y después de librarse el
primer combate las consecuencias fueron desastrosas para los villistas, tanto en lo moral como en
lo material. Previendo las futuras operaciones, el general Obregón pidió refuerzos al señor
Carranza, que se encontraba en Veracruz, y el Primer Jefe, aplicando en forma adecuada y
oportuna el principio de economía de fuerzas, dejó unos cuantos elementos en la mano y ordenó
que todas las tropas que se encontraban fuera de Celaya marcharan a reforzar a Obregón, orden
que se cumplió al pie de la letra y que significó para las tropas constitucionalistas una poderosa
inyección de hombres, materiales, armamento y equipo, y que su moral se fortaleciera
grandemente para enfrentarse a la segunda embestida que se inició el día 13 con mayor ímpetu
que la primera, puesto que también Villa había reforzado considerablemente sus contingentes;
desgraciadamente para él, su desconocimiento absoluto de la táctica más elemental lo hizo
cometer errores imperdonables, como el de lanzar cargas de caballería contra un enemigo
aferrado al terreno que previa y potentemente había organizado, y ahí fue donde comenzó a
fincarse su derrota, por el empleo inadecuado e ilógico de los elementos de que disponía. En el
campo constitucionalista la situación era otra: las operaciones se realizaban de acuerdo con la
decisión del comandante y las órdenes giradas a cada una de las unidades; nada se había dejado
al azar, pues de antemano el general Obregón sabía que ahí se estaba jugando la suerte de Villa y
así lo deja entrever en la excitativa que hizo circular entre sus tropas: “El esfuerzo colectivo de
todos los que luchamos por el bien nacional será la única salvación. El próximo combate será
probablemente el último que pueda resistir la reacción y para presentarlo Villa reunirá todos los
elementos de que pueda disponer, y de un solo golpe podremos acabar con ellos”. La
consecuencia fue que antes de las 72 horas de iniciado el combate los constitucionalistas
obtuvieron uno de los triunfos más contundentes de la Revolución al derrotar a la ya famosa
División del Norte, a la que hicieron huir rumbo a Salamanca, perseguida muy de cerca por la
caballería constitucionalista, después de dejar en el campo de batalla 4 000 muertos, 5 000
heridos, 6 000 prisioneros, 5 000 fusiles, 32 piezas de artillería y 1 000 caballos, esto es, 50% de
sus efectivos; los constitucionalistas tuvieron 500 bajas entre muertos y heridos. Huelgan los
comentarios, pues los hechos hablan por sí solos.
Terminaremos diciendo que el general Obregón, desde el punto de vista militar, fue un
verdadero Jefe, si hemos de ser consecuentes con la opinión del general Serrigny (Reflexions sur
l’Art de la Guerre), que resumía las cualidades del jefe en los siguientes términos: “... ser a la
vez bravo, creyente, organizador, enérgico”.
Bravo, para servir de ejemplo viviente a sus hombres; creyente, en el sentido patriótico de la
palabra, para hacer pesar en el alma de su tropa, llegado el momento, su fe patriótica, sin la cual
aquélla no se batirá; organizador, para crear el orden que es la base misma del éxito, pues el
desorden es la primera señal de la derrota; enérgico, para defender sus decisiones y hacer
ejecutar sus órdenes, cueste lo que cueste; y finalmente, que debe, por encima de todo, poseer
sano juicio e imaginación creadora.
El general Obregón fue un gran soldado. En la vida militar de México es el único general que no
sufrió nunca una derrota en su copiosa vida en los campos de batalla.
En sus luchas contra el Ejército Federal, formado por profesionales y mandado por hombres
capaces, cultos e instruidos, se impuso la estrategia de sus altas concepciones y la táctica en el
combate. Sin haber estudiado el arte de la guerra, la sentía. Era intuitivo, siempre afortunado.
En la campaña contra Villa se enfrentó a un huracán impulsivo y arrollador y lo deshizo. Con
menos efectivos, sin una base segura de aprovisionamientos a retaguardia, esperó los choques,
los contuvo y asestó los golpes definitivos para lograr el triunfo.
Más tarde, Presidente de la República ya, cuando la rebelión delahuertista, en la que
defeccionó la mayor parte del ejército, improvisó soldados, maniobró habilísimamente por
“líneas interiores” y triunfó definitivamente, ruidosamente, sobre los dos frentes poderosos que
luchaban contra él.
Seguramente que su enemigo militar más grande fue Francisco Villa. Allí no iba a pelear
contra tropas de forzados, sino con hombres de “pelo en pecho” y de gran valor. Sobre la
impetuosidad se impuso la inteligencia. Conocía a sus enemigos y los medía certeramente.
Él y Carranza fueron amigos. Se comprendían y se estimaban. Fatalmente, desgraciadamente,
chocaron entre sí.
Villa y Zapata no eran sus amigos; una diferencia muy grande existía entre ellos y él.
Aquella diferencia entre Carranza y Obregón con Villa y con Zapata perduraría aun a pesar
de haber muerto todos ellos. Indudablemente valían más los primeros que los segundos, pero la
leyenda, el cine y la novela encuentran todavía hoy en día un filón más explotable en Villa y en
Zapata que en Carranza y Obregón.
Eran aquéllos pintorescos, pasionales, representativos de nuestras clases bajas, en tanto que
los otros eran hombres decentes, cultos, preparados, sin esas aristas bruscas y muchas veces
trágicas que entusiasman y zarandean a quien, alejado del tiempo en que ocurrieron los hechos
reales o ficticios, ve en un cine, escucha en una narración o lee tranquilamente en un reportaje o
en un libro.
Ha habido mucha sangre; mucha sangre regada en el gran campo de batalla que fue el amplio
territorio nacional. Diferencias humanas, muy humanas, hicieron a los revolucionarios ir unos
contra otros.
Dentro de la gran finalidad de todos ellos, pueden considerarse esas diferencias como
secundarias. Todos buscaban, por diferentes caminos, el bien del pueblo mexicano. Sangre,
desolación, destrucción de todo para después construir sobre escombros y cadáveres una patria
más grande y más robusta y un bienestar para los desamparados de todos los tiempos.
Todos contribuyeron para la realización de la gran obra de la Revolución; los que ganaron y
los que perdieron; los que murieron y los que aún viven. Cada uno contribuyó con lo que pudo:
con su vida, con su sangre, con su bienestar.
La Revolución es de todos; está en pie.
Nos quedan, a los supervivientes de las luchas pasadas, pocos años de vida. No pueden ser ya
muchos y aun para aquellos que llegamos mozos a la lucha, nos espera la tierra que aún pisamos
y en ella hemos de dormir profundamente. Tierra mexicana que nos vio nacer y luchar y nos ha
de ver morir y dar cobijo amorosamente. Hijos de México, buenos, malos; luchadores por una
misma causa, por diferentes senderos, han de ser todos finalmente vencidos para siempre en la
tierra bronca de las montañas o la blanda de los llanos de nuestro eterno México.
Poco nos queda y ¿qué vamos a dejar a nuestros hijos? ¿Nuestros odios y nuestras
desavenencias? ¿Aceptarán ellos esa triste herencia? ¿Hemos de condenar a nuestros hijos a que
continúen odiando a los que fueron nuestros enemigos?
No tenemos el derecho de amargar a nuestras gentes cuando estamos a punto de partir para
siempre.
Carrancistas, obregonistas, villistas y zapatistas, revolucionarios todos de México, antes de
despedirnos para siempre, ¡démonos un abrazo de hermanos!
El libro del señor general Obregón, más que un relato de sus campañas, es la transcripción literal
de los partes oficiales que rindió él de los combates y batallas librados bajo su mando,
insertando, en ocasiones, los partes que sus comandantes subordinados le transmitieron cuando
actuaron descentralizadamente. Esta forma seguida por el caudillo sonorense para recopilar sus
acciones guerreras lo libera de suspicacias en cuanto a la veracidad de los hechos narrados, pero
nos priva del acervo de sus opiniones personales acerca de los antecedentes que lo llevaron a
concebir sus planes de operaciones y sus ideas de maniobra para librar las batallas, dejándonos
también ayunos del conocimiento de múltiples incidentes en la consumación de aquellas
acciones bélicas. Los que ahora deseamos recoger las enseñanzas que aquel genio militar de la
Revolución nos legara, deploramos sinceramente la parquedad del estilo y la ausencia de sus
propias consideraciones.
Al estudioso de la historia le hacen falta relatos pormenorizados para sentar conclusiones de
firme validez, encuadrándolas en el ambiente de la hora en que los hechos tuvieron lugar. Mas,
por otra parte, a medida que el historiador amplía sus descripciones haciéndose prolijo,
disminuye el crédito que sus narraciones debían merecer. Ésta es la encrucijada por la que ha de
atravesar todo investigador que ambicione sacar deducciones normativas de la Historia.
La síntesis que ofrecemos a continuación no busca ciertamente ahorrar trabajo al lector de
Ocho mil kilómetros en campaña; su finalidad es reducir la exposición de los combates y batallas
descritos en el libro, a esquemas vertidos en lenguaje técnico para servir de consulta e
inspiración a los oficiales de nuestro ejército en el presente y en lo futuro. Seguiremos
puntualmente al señor general Obregón en cuanto a los hechos reseñados, apartándonos sólo en
el estilo del relato, a lo cual nos obliga en parte el propósito de condensar la obra y el deseo de
interpretar algunos aspectos estratégicos y tácticos. Y ahora, al grano.
Al romperse las hostilidades se encuentran en el Estado de Sonora las fuerzas armadas siguientes
(véase el croquis 1):
Federales:
En el Norte:
a) Nogales:
Coronel Kosterlitzky y teniente coronel Reyes con 400 hombres.
b) Naco:
General Pedro Ojeda con 700 hombres, dos morteros de 80 y ocho ametralladoras.
c) Cananea:
Coronel Moreno con 660 hombres y cuatro ametralladoras.
En el Sur:
a) Región Guaymas-Cócorit:
General Miguel Gil con 2 000 hombres de la División del Yaqui, teniendo su
Cuartel General en Torin.
b) Álamos:
Adrián Marcos con 200 hombres.
En el puerto de Guaymas se hallaban los cañoneros Guerrero, Morelos y Tampico.
Marchando del Sur hacia Torin venía el coronel José Tiburcio Otero con 200
voluntarios.
Revolucionarios:
En el Norte:
a) Agua Prieta:
Calles y Bracamontes con 500 hombres.
b) Estación del Río:
Coronel Manuel M. Diéguez con 300 hombres.
c) Hermosillo:
1 200 hombres.
Además, en Navojoa, Río Mayo, Obregón y Carpió se encontraban muchos indios armados
con flechas.
Para inmovilizar a los federales del Sur, mientras eran derrotados los del Norte, Obregón hizo
destruir algunos puentes del Ferrocarril Guaymas-Hermosillo y fue destacado el coronel
Benjamín G. Hill con misión de operar el este y el sureste de Guaymas, siendo su principal
objetivo apoderarse de la plaza de Álamos.
A fines de abril (1913) el coronel Obregón se desplaza con el grueso de sus tropas hasta la
Estación Batamotal, situada a 12 kilómetros al norte de Guaymas. La penuria de municiones le
impide atacar desde luego al puerto. Para ganar tiempo destaca fuerzas de caballería en la región
del Yaqui, con misión de ocupar la plaza de Torin. Tropas del coronel Hill, procedentes de
Álamos, concurrirán en la misma misión.
El 1.º de mayo la guarnición de Guaymas, que ascendía ya a unos 2 000 hombres, es
reforzada con otros 1 500, dotados de artillería, transportados de varios puntos del litoral en los
cañoneros Morelos y Guerrero, más el barco mercante General Pesqueira. En la misma fecha se
sabe también que el mando federal hace preparativos para marchar sobre Hermosillo.
Los revolucionarios concentrados en el valle de Guaymas suman alrededor de 2 200
hombres, con 14 ametralladoras y muy escasa dotación de cartuchos.
Ante la superioridad material del enemigo, el coronel Obregón decide replegarse hacia el
Norte, manteniendo contacto. El estudio que hace de la situación es certero, tanto estratégica
como tácticamente; su idea de maniobra es clara y precisa: alejar al adversario de su base de
operaciones (Guaymas), obligándolo a distraer fuerzas en la protección de sus comunicaciones
a retaguardia; hostilizarlo en combates parciales para causarle desgaste moral y material antes
de presentar batalla.
Pero la maniobra, concebida tan hábilmente por el jefe militar, es detenida casi al iniciarse
por una orden del gobernador Pesqueira, provocada por la psicosis de la población civil de
Hermosillo.
Las operaciones comienzan el día 2 de mayo con el bombardeo de Empalme por el cañonero
Guerrero. Las fuerzas revolucionarias se repliegan sucesivamente a Batamotal, Maytorena,
Santa Rosa y Ortiz; sus avanzadas mantienen siempre el contacto con la vanguardia federal, que
llega a Santa Rosa el día 4. Obregón supone que el enemigo, alentado por su fácil progresión,
continuará moviéndose hacia el Norte. Le prepara, en consecuencia, una emboscada a la altura
de San Alejandro; el dispositivo queda listo la misma noche del 4 al 5. Pero el mando federal,
fiel a su sistema lento y cauteloso, permanece inactivo durante tres días, reanudando su avance el
día 8 para ocupar en fuerza la Estación de Santa Rosa. El coronel Obregón juzga que el
adversario pudo haber descubierto su estratagema y, rápidamente, cambia de plan.
Tras un cuidadoso reconocimiento del terreno y del enemigo, vuelve a su campamento, reúne
a sus comandantes de unidad y les hace conocer su nueva decisión. El enemigo ocupa con unos
500 hombres Santa Rosa y algunos puntos dominantes de las inmediaciones; su grueso está en
Maytorena. La idea de maniobra del coronel Obregón se resume así: atacar, a primera hora del
9, por el frente y sobre los dos flancos, al enemigo que se encuentre en Santa Rosa. Para eso, el
coronel Cabral, con 390 hombres, llevará la acción frontal; el coronel Diéguez, al mando de 600
hombres, caerá por el Oeste sobre el flanco izquierdo del adversario, y el coronel Sosa, al frente
de 1 175 infantes y dragones, atacará por el Este el flanco derecho de las tropas federales. Típica
maniobra de doble envolvimiento en la que se cuida, todavía, el escalonamiento en tiempo de la
entrada en acción de los agrupamientos de combate. Cabral y Diéguez atacarán primero; ellos
tienen terreno mas favorable y conviene distraer al enemigo hacia esas direcciones, antes de que
Sosa llegue por el Oriente (véase el croquis 3).
Croquis 3. Batalla de Santa Rosa (primera fase), a las 11:00 horas del 9 de mayo de 1913.
El ataque comienza a las 05:00 del día 9; pronto se generaliza la batalla empeñándose muy
reñidos combates sobre los diversos frentes. Hacia las 08:00 se advierte el avance del grueso de
las fuerzas federales que había pernoctado en Maytorena. El Comandante en Jefe de todas estas
fuerzas, general Medina Barrón, creyendo tal vez que se desarrollaba en Santa Rosa una de
tantas acciones de hostigamiento, lanza en primer escalón para auxiliar a su vanguardia los 300
dragones que tenía disponibles. Antes de una hora esta caballería queda reducida a menos de un
escuadrón; el resto lo constituyen muertos, heridos y dispersos en total desbandada.
Seguidamente se empeña la infantería apoyada por fuego de ametralladoras y de artillería. Pero
la impulsión de los cuerpos de maniobra revolucionarios, que habían tomado la iniciativa,
paraliza el ataque obligando a los federales a prenderse al terreno sin plan ni dispositivo táctico.
Dieron así las 11:00 de la mañana, hora en que arribó el coronel Alvarado con 458 hombres. Esta
fuerza es aprovechada desde luego para reforzar el ataque sobre el flanco izquierdo enemigo.
Podemos decir que desde la tarde del día 9 la batalla tomó el aspecto de una sucesión de
combates cuyos objetivos fueron, para los constitucionalistas, desgastar moral y materialmente a
su adversario, a la vez que ir estrechando el cerco de fuego establecido en torno de aquél, y para
los federales, ganar una que otra posición dominante del terreno para mejorar su comprometida
situación. Se peleó así, encarnizadamente, todo el día 10 y la mañana del 11. La municiones
empezaron a escasear con apremio del lado revolucionario. Hacia las 16:00 horas, el coronel
Obregón llevó a cabo una inspección detenida del campo de batalla y comprobó las condiciones
precarias del enemigo. Un asalto dirigido a esa hora por el coronel Diéguez sobre la artillería
federal agravó más aquella difícil postura. El coronel Obregón quiso destacar tropas sobre la
retaguardia enemiga, pero la falta de cartuchos le hizo desistir de sus propósitos, impidiéndole
rematar a Medina Barrón (véase el croquis 4).
Croquis 4. Batalla de Santa Rosa (segunda fase), a las 20:00 horas del 11 de mayo de 1913.
La victoria, aunque sin explotación del éxito, fue completa en Santa Rosa. Las observaciones que
agregaremos más adelante no marchitan una sola hoja de los laureles del general otorgados a raíz
de la batalla por el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista al hasta entonces coronel Álvaro
Obregón.
Puesto que aspiramos a sacar enseñanzas de las campañas del general Obregón, bueno es
iluminar tanto sus aciertos indiscutibles como algunas violaciones a las reglas que la experiencia
ha consagrado en táctica y estrategia.
Observaciones:
a) En Santa Rosa se encontraba, al amanecer del día 9, únicamente la vanguardia de la columna federal: 500 hombres.
b) El jefe revolucionario ataca al enemigo que se hallaba en Santa Rosa, empeñando desde el primer momento la totalidad de sus
tropas en una maniobra de doble envolvimiento, dejando afuera, libre en sus posibilidades de acción, al grueso.
c) Únicamente la ineptitud del mando federal pudo llevar desde Maytorena a los 1 800 hombres, con 12 ametralladoras y ocho
piezas de artillería, a meterse entre las muelas de la tenaza con que Obregón tenía ya cogida a la vanguardia en Santa Rosa.
Del 12 al 28 de mayo los constitucionalistas se ocupan de mejorar su organización,
integrando con los efectivos a las órdenes del general Obregón una brigada mixta; hacen acopio
de municiones y gozan de un breve descanso.
Mientras tanto los federales concentran en Guaymas sus destacamentos de la región Yaqui y
traen por mar numerosos efectivos a cuyo frente viene el general Pedro Ojeda, quien asume la
jefatura de todas las fuerzas ahí reunidas, que ascienden en total a 6 000 hombres, con 20
ametralladoras y 16 piezas de artillería.
Ojeda realiza cuidadosos preparativos antes de buscar a su adversario. Las derrotas sufridas
lo inducen a extremar sus precauciones. Forma, con 4 000 soldados, 10 cañones y 12
ametralladoras, una División; acondiciona góndolas blindadas para transportar infantería y, sobre
dos plataformas, blindadas también, monta sendos cañones de 80 mm. Cuando todo está listo,
inclusive una táctica nueva con su correspondiente dispositivo para avanzar limpiando
sistemáticamente el terreno, inicia su marcha.
El general Obregón tiene su Cuartel General en Estación Moreno, hacia donde hará concurrir
el grueso de sus fuerzas, incluyendo las del coronel Hill, que ocupan Cruz de Piedra. El coronel
Diéguez, con sus avanzadas en Batamotal, recibe la misión de establecer contacto con el
enemigo y, manteniendo ese contacto sin dejarse fijar, replegarse hacia el Norte. Las demás
unidades de la brigada se hallan escalonadas a lo largo del ferrocarril, entre Santa Rosa y Ortiz.
El puesto de mando del comandante de la brigada es mantenido siempre a inmediaciones del
escalón de retaguardia (coronel Diéguez).
La mañana del 29 de mayo se queman los primeros cartuchos en Batamotal. Diéguez
comienza a retirarse maniobrando hábilmente para ocultar sus efectivos y las intenciones del
mando superior. En el movimiento general de retirada, la tarde del mismo día llega a Estación
Ortiz el grueso de la brigada. También la misma tarde tropas frescas a las órdenes del general
Alvarado relevan a las del coronel Diéguez, que marchan a Estación Tapia.
Es digno de ser mencionado con cierto detalle el sistema de progresión de la columna federal.
Los movimientos son realizados únicamente de día; precede a la vanguardia una fuerte
descubierta de caballería; dos guardaflancos, igualmente de caballería, marchan a la altura del
escalón de combate de la vanguardia, ésta es integrada con un tren blindado en que se
transportan dos cañones de 80 mm y 200 infantes; flanqueadores de caballería acompañan al
tren, siguiendo a éste, a pie, un batallón de infantería, más o menos; a unos cuatro kilómetros
atrás, marcha el grueso de la División. Cada día, a las 06:00, se inicia el movimiento yendo el
tren blindado a la cabeza de la vanguardia; todo punto del terreno capaz de ocultar tropas
adversarias es bombardeado nutridamente por la artillería a bordo; al cesar el fuego, la caballería
reconoce la zona batida. Zapadores marchan delante del tren revisando minuciosamente la vía y
sus obras de arte. El grueso de la División se desplaza por saltos, cuando la vanguardia ocupa
posiciones dominantes. Tan meticuloso procedimiento de marcha imprime gran lentitud al
avance siendo ésta la causa de que Ojeda empleara más de dos semanas en recorrer los 39
kilómetros que separan Empalme de Estación Ortiz. En este último lugar la columna se detiene
sin dar muestras de querer seguir más al Norte.
El general Obregón aprovecha el tardo desplazamiento del enemigo para obtener informes
precisos acerca de sus efectivos y dispositivo, para estudiar palmo a palmo el terreno y situar los
elementos de su brigada en los lugares adecuados conforme a la idea de maniobra que
gradualmente va gestándose en su espíritu. El día 15 de junio la situación alcanza su punto
crítico. Obregón reúne a sus comandantes de tropas y les hace conocer su plan de batalla, que en
resumen trata de bloquear a la división federal en Ortiz, cortándole sus líneas de operaciones y
acceso a los aguajes. Para ello ordena:
a) Que el general Alvarado marche por El Represo, El Saucito y La Fuente, hasta ocupar El Aguajito;
b) que el coronel Ochoa, siguiendo el mismo itinerario citado arriba, se posesione de El Chimal;
c) que el mayor Méndez se desplace con la misión de destruir la vía del ferrocarril entre Batamotal y Tres Jitos; cumplida esta
orden se incorporará a la Hacienda de Santa María;
d) Alvarado y Ochoa alcanzarán sus destinos antes del amanecer del día 19; Méndez cumplirá su misión la noche del 18 al 19;
todos los movimientos serán nocturnos;
e) los coroneles Diéguez y Hill, partiendo de Estación Tapia, ejecutarán un ataque demostrativo por el este de Ortiz, la tarde del
día 18;
f) el coronel Hill, luego de haber participado en este ataque, regresará a Tapia, de donde continuará la misma noche del 18 al 19,
haciendo un amplio rodeo para alcanzar Santa Anita y destruir, desde este punto hacia el Sur, la vía férrea y las líneas
telegráficas; cumplida dicha misión, ocupará la Hacienda de Santa María;
g) las ametralladoras del mayor Kloss serían repartidas entre las diversas columnas, quedando cinco en Estación Moreno como
reserva;
h) el Cuartel General de la Brigada se establecerá en Chimal durante la madrugada del 19; al efecto, el propio general en jefe, su
Estado Mayor y la escolta, marcharán con el coronel Hill hasta el punto mencionado (véase el croquis 5).
Croquis 5. Bloqueo de la División Federal en Ortiz. Movimientos terminados durante la noche del 18 al 19 de mayo de 1913.
Todas las órdenes son ejecutadas con exactitud y oportunidad. El enemigo queda cercado en
Ortiz sin darse apenas cuenta de ello e ignorando el dispositivo de las tropas revolucionarias. El
general Ojeda advierte que se está destruyendo la vía al sur de Ortiz, por las detonaciones de las
cargas explosivas; el mismo día 19 destaca su tren blindado para reparar los desperfectos; los
trabajos se suspenden en la noche y al reanudarlos el día 20 (véase el croquis 6), fuerzas del
general Alvarado atacan al destacamento federal arrojándolo hasta San Alejandro. Reforzados
aquí con unos 600 hombres venidos de Ortiz, los federales atacan al coronel Ochoa en Chimal,
sufriendo un nuevo revés; pero en la noche del 20 al 21, debido al incumplimiento de las órdenes
para cubrir el cerro de Chimal, el coronel Ochoa es sorprendido y desalojado de sus posiciones.
A consecuencia de esto, el general Obregón decide abandonar la región de Chimal trasladándose
a El Aguajito, que había quedado desguarnecido al empeñarse el general Alvarado en dirección
de San Alejandro. El 21 tienen lugar combates de poca importancia en esta última región,
siempre con resultados adversos para los federales. El 22, ante la imposibilidad de abrirse paso
hacia el Sur, Ojeda ataca al coronel Diéguez en sus posesiones al norte de Ortiz, recibiendo un
nuevo y severo escarmiento. Durante el día 23 los federales continúan sus esfuerzos para
encontrar una salida, pero todo es inútil. En tales condiciones, Ojeda dispone la concentración de
sus fuerzas para el día 24 en Ortiz y manda destruir los puentes del ferrocarril al norte de la
misma estación, con el propósito de dificultar el avance del coronel Diéguez, que representa muy
serias amenazas sobre su retaguardia en caso de retirarse.
Croquis 6. Bloqueo de la División Federal en Ortiz. Situación durante la tarde del 20 de mayo de 1913.
Al amanecer del día 25, abandonando sus trenes, la División Federal inicia su retirada por el
camino que conduce de Ortiz a la Hacienda de Santa María, al través del valle de Guaymas
(véase el croquis 7).
Tan luego como el general Obregón tiene noticias de aquel movimiento, sube al Cerro del
Aguajito para ver con sus propios ojos a la columna federal; comprueba entonces que toda la
División marcha hacia el Sur. Ordena de inmediato que el general Alvarado, con los hombres
que tiene a la mano, refuerce al coronel Hill en Santa María, asumiendo la jefatura de todas las
fuerzas reunidas en dicha hacienda. Dispone también que el coronel Diéguez ocupe Estación
Ortiz, movimiento que este jefe había realizado ya de propia iniciativa. El resto de la brigada
(tropas del coronel Ochoa y fracciones de las fuerzas de Alvarado) deben concentrarse en El
Aguajito.
Croquis 7. Batalla de Santa María (primera fase). Situación a las 15:00 horas del 25 de mayo de 1913.
Los federales atacan rudamente Santa María; parece que buscan, mas que romper el cerco,
apoderarse de un aguaje, pues la sed les castiga implacable. Pelean sin éxito desde las 12:30
(véase el croquis 8). A eso de las 16:00 Obregón destaca al coronel Ochoa con misión de atacar
al enemigo por su flanco derecho; pero en vista del redoblado empuje federal sobre Santa María,
se ordena a Ochoa reforzar con 400 de sus hombres al general Alvarado. A las 18:00,
aparentando un cambio de propósitos, Ojeda desplaza parte de sus tropas a Santa Rosa, apoyando
este movimiento con fuego nutrido de artillería dirigido sobre el Cerro del Aguajito y la entrada
del Cañón de Santa Úrsula. (Ahora que conocemos el desenlace de la batalla, pensamos que el
movimiento hacia Santa Rosa fue una simple acción diversiva, a la vez que de contención de las
reservas del general Obregón, para huir en la noche por las llanuras al este de Santa María y no
por el Cañón de Santa Úrsula). El general Obregón había previsto la posibilidad de que el
enemigo tratara de escapar hacia el Oeste, a través del Cañón de Santa Úrsula; por ello, al
iniciarse el movimiento y bombardeo mencionados antes, ordenó al coronel Diéguez cubrir con
parte de sus tropas los aguajes de San Alejandro y al teniente coronel Félix que ocupara, con el
resto de las fuerzas del coronel Ochoa, las alturas paralelas a la vía, desde el cerro de Maytorena
hasta la boca del Cañón de Santa Úrsula. El propio general en jefe, con su Estado Mayor y la
escolta del Cuartel General, cubre la entrada al manantial de El Aguajito.
Croquis 8. Batalla de Santa María (segunda fase). Situación a las 01:00 horas del 26 de mayo de 1913.
Los ataques sobre Santa María continuaron sin desmayo, a pesar del castigo impuesto por los
contraataques de la defensa. Es sólo hasta la 01:00 del 26 cuando cesa el fuego. Dos horas
después (03:00) el general Obregón ordena que todas las fuerzas posesionadas de las alturas
entre Maytorena y El Aguajito avancen hacia la vía del ferrocarril. Cuando se consuma este
movimiento, llegan informes de que el enemigo había huido por el oriente de Santa María. Se
organiza desde luego la persecución, logrando capturar más de 300 prisioneros. La derrota es
completa, pues los federales, además de las bajas sufridas, pierden toda su artillería, regresando a
Guaymas totalmente dispersos.
Consumada la batalla de Santa María, el general Obregón tuvo el impulso de meterse a Guaymas
detrás de los últimos fugitivos de la División Ojeda. Pero al consultar a sus comandantes de
tropas comprobó que éstas se hallaban muy fatigadas después de 10 días con sus noches de
marcha y combatir sin tregua. Pero si desiste de tomar por asalto el puerto, procede en cambio a
ponerle sitio desde la noche del siguiente día, 27 de junio. Las operaciones de reconocimiento y
consolidación del sitio duran hasta el 21 de julio.
El general Obregón hace, mientras tanto, un sereno y concienzudo balance de las
posibilidades del enemigo y de las suyas propias, llegando a la conclusión de que era más
ventajoso bloquear a los federales encerrados en Guaymas que empeñarse en una batalla de
desgaste, cuyo desenlace parecía incierto. Dispone entonces, con la aprobación del gobernador
Pesqueira, formalizar el bloqueo, ampliando el cerco para disminuir el consumo de municiones y
la fatiga de sus hombres. El día 13 las tropas constitucionalistas ocupan las nuevas posiciones
(véase el croquis 9).
Para mediados de julio, el general Obregón dispone ya de unos 7 000 soldados y de la artillería
capturada al enemigo en las últimas batallas. Dejando frente a Guaymas las fuerzas
indispensables para neutralizar a la guarnición federal, destaca el resto de su brigada hacia el Sur,
con intenciones de ocupar los puestos del litoral sinaloense que sirven de bases de
aprovisionamiento a los defensores de Guaymas; figura también en sus designios, al planear las
operaciones siguientes, apoderarse de Culiacán.
En aquellos días operaban en Sinaloa varios núcleos revolucionarios que reconocían como
jefe al general Ramón F. Iturbe, quien tenía su cuartel general en San Blas, asiento provisional de
los poderes locales.
Sucesos políticos vienen a perturbar el curso de las actividades militares. Cumplido el permiso
que el Congreso de Sonora otorgó a Maytorena, éste se presenta reclamando sus derechos para
reasumir el gobierno del Estado. Los jefes revolucionarios ven con recelo y disgusto el regreso
de Maytorena. Pero en acatamiento de la ley y de la soberanía del Congreso local, aceptan en la
Junta de Nogales la restitución del gobernador constitucional.
A principios de septiembre se tuvo conocimiento de que el señor Carranza, Primer Jefe del
Ejército Constitucionalista, venía en camino hacia Sinaloa. El general Obregón salió en busca del
señor Carranza, encontrándose en El Fuerte el día 14 del mes arriba citado. De El Fuerte los dos
altos jefes revolucionarios se dirigen a Hermosillo. Aquí, en el discurso que el Primer Jefe
dirigió a la multitud que acudió a recibirlo, hizo del conocimiento público que con esa fecha, 20
de septiembre, quedaba nombrado el general Obregón Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste,
con jurisdicción de mando operativo y territorial en los Estados de Sonora, Sinaloa, Durango y
Territorio de la Baja California.
También son ascendidos por esos días los coroneles Diéguez y Hill.
Al asumir su nuevo mando, el general Obregón se propone como objeto inmediato la ocupación
de la ciudad de Culiacán. Para ello es preciso limpiar antes de federales el norte del Estado de
Sinaloa. Se libran así la batalla de Los Mochis, en la cual el general Hill derrota al coronel
huertista Rivera que, procedente de Guaymas, traía la misión de recuperar San Blas; la batalla de
Topolobampo, ganada por el general Iturbe, y juntos ya Iturbe y Hill, atacan la plaza de Sinaloa,
que se rinde a las armas revolucionarias después de tres días de reñidos combates.
Terminada esta primera fase de las operaciones precursoras al ataque de Culiacán, el general
en jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste inicia la concentración de sus fuerzas. Se reúne con
los generales Iturbe y Hill en la plaza de Sinaloa, designando a Iturbe segundo en jefe del Cuerpo
de Ejército del Noroeste.
El avance hacia el Sur comienza el 25 de octubre. El día 5 de noviembre llega a Estación San
Pedro el grueso del Cuerpo de Ejército. En las cercanías de Culiacán se encuentra ya el general
Mariano Arrieta.
Navolato, sobre la vía del Ferrocarril Occidental, está ocupado por una guarnición federal; se
destaca la caballería del general Blanco para ocupar aquella plaza. La misión queda cumplida el
día 5 y el 7 Blanco informa encontrarse en Altata, evacuado apresuradamente por los huertistas.
El general Obregón llega a Bachihualato el 6 de noviembre e inicia desde luego sus
reconocimientos del terreno y de las posiciones ocupadas por los federales que guarnecen
Culiacán. La pasividad del enemigo permite al comandante del Cuerpo de Ejército del Noroeste
dedicar el 7 y medio día del 8 a un minucioso estudio de la situación. En la tarde del 8 reúne en
su Cuartel General a todos los comandantes de tropas de la Gran Unidad y les da a conocer su
plan de ataque. Este debía iniciarse a las 04:00 del día 10, pero el intento de desembarco
realizado en Altata por el enemigo el día 9 distrae fuerzas en aquella dirección. El mismo día 9
tiene lugar un encuentro en Estación Palmito entre una fracción federal de la guarnición de
Culiacán y las fuerzas del general Hill; en este combate resulta herido en una pierna el propio
general Obregón. Los federales fueron rechazados con 30% de pérdidas (53 hombres entre
muertos y prisioneros), llevándose en su retirada los cierres de las dos piezas de 80 mm que
debían apoyar el ataque a la plaza.
Liquidados los incidentes de Palmito y Altata, se fija el día 12 para comenzar el ataque a
Culiacán.
El plan del general Obregón (éste continúa dirigiendo las operaciones a pesar de su herida),
modelo de organización de mando, de dispositivo de fuerzas, de apoyo de fuegos y
aprovechamiento del terreno, hizo que la batalla iniciada a las 05:00 del 12, culminara en una
victoria completa a las 02:00 del día 14, no obstante la superioridad material y la resistencia
desesperada ofrecida por el enemigo (véase el croquis 10).
La explotación del éxito a raíz de la toma de Culiacán se realiza con extraordinaria diligencia
empeñando todas las fuerzas disponibles; en una tenaz persecución que dura cinco días (del 15 al
20 de noviembre) y se extiende en más de 150 kilómetros (desde Culiacán hasta las Barras,
desembocadura del Río Piaxtla), los restos de la guarnición federal son dispersados o capturados,
logrando escapar un reducido número.
Hallándose en ejecución el desplazamiento del Cuerpo de Ejército del Noroeste para iniciar la
campaña de Occidente, hizo crisis el gravísimo incidente surgido entre el gobierno de Victoriano
Huerta y el de los Estados Unidos, que culminó con la ocupación del Puerto de Veracruz por la
infantería de marina norteamericana. Huerta buscó aprovechar este suceso para extinguir la
Revolución, llamando a sus caudillos a la unidad en nombre de la patria mancillada por fuerzas
extranjeras. Pero tanto el señor Carranza como los jefes revolucionarios comprendieron a tiempo
la jugada y adoptaron actitudes que, sin menoscabar su decoro y patriotismo, les permitieron
seguir la lucha contra la usurpación huertista.
El general Obregón, partiendo de Culiacán, llega a Estación Modesto el 29 de abril. Aquí se
encuentra ya el general Hill con su brigada y la artillería del Cuerpo de Ejército. Están próximas
a incorporarse las tropas de los generales Iturbe y Cabral. Las Brigadas Diéguez y Blanco tienen
órdenes de continuar hacia Tepic.
De Estación Modesto el general en jefe sigue a Venadillo, donde Carrasco y Flores han
establecido su Cuartel General. Después de cambiar impresiones con estos jefes, ordena el
avance de sus fuerzas para poner sitio a Mazatlán. El Cuartel General del Cuerpo de Ejército se
instala en Casa Blanca el día 4 de mayo.
Al llegar a Casa Blanca el general Obregón tiene conocimiento de que al Occidente y muy
cerca de Isla de Piedra se encuentra varado el cañonero enemigo Morelos. Presintiendo la
posibilidad de aniquilar esta unidad naval tan valiosa para el adversario, hace embarcar en dos
canoas a remo a 20 soldados y su Estado Mayor, con los cuales va personalmente a practicar un
reconocimiento. Comienza en esta forma una de las atrevidas empresas que significarán al
general Obregón por su amor al peligro y su valor sereno a la vez que osado.
Es tan edificante como ejemplo de lo que puede hacer un jefe valiente y arrojado, la hazaña
de Isla de Piedra, que quisiéramos citarla en extenso, pero romperíamos el marco que tenemos
asignado. Rogamos al lector ver este periodo en la obra original. Cabe decir aquí que después de
cinco días de reñidos combates, bajo el fuego de 24 piezas de artillería de los fuertes de tierra y
del cañonero Guerrero, que intervino en defensa del Morelos, este barco fue abordado por los
revolucionarios y volado con dinamita.
En los últimos días de la “operación Morelos”, el general Obregón instaló su Cuartel General
en Isla de Piedra, desde donde siguió el curso de los combates empeñados por sus fuerzas al
estrechar el sitio de Mazatlán.
Mientras se combatía con el Morelos, las fuerzas de los generales Diéguez y Blanco, a las
que se unieron tropas del general Buelna, sitiaban y rendían la guarnición federal de Acaponeta,
capturando un enorme botín de guerra y 1 600 prisioneros, inclusive al general Solares que los
mandaba.
Tomada Acaponeta se ordena al general Diéguez continuar sobre Tepic. La caballería de
Lucio Blanco, reforzada con la del general Buelna, debe rebasar Tepic para atacarla por el Sur
cuando Diéguez haya iniciado el ataque por el Norte. Pero Blanco y Buelna, desatendiendo las
órdenes recibidas, caen sobre la guarnición de Tepic el 14 de mayo y ocupan la plaza tras de 24
horas de combate.
La precipitación del general Blanco trae graves consecuencias, a pesar del éxito táctico
inmediato. La mitad de la guarnición federal (unos 1 000 hombres) escapa hacia el Sur,
destruyendo en su fuga largos tramos de vía y el puente del ferrocarril sobre el Río Santiago;
daños que el general quería evitar en beneficio de las operaciones futuras. Sobreviene, además,
un choque personal entre Diéguez y Blanco, que obliga al general en jefe a trasladarse a Tepic
para resolverlo.
Con la captura de la plaza de Tepic, los constitucionalistas dominan todo el noreste del país.
De regreso a su Cuartel General en Casa Blanca, el comandante en jefe del Cuerpo de Ejército
del Noroeste consagra todo su tiempo al estudio de la situación en Mazatlán. Cuando se hubo
formado un juicio cabal de las posibilidades del enemigo y de las que se le ofrecían a él mismo,
reúne a sus comandantes de tropas y les da a conocer sus puntos de vista.
El general Obregón manifestó que la plaza podía ser tomada por asalto con las fuerzas
disponibles, pero que una vez ocupada quedarían imposibilitados para continuar la campaña en el
Occidente y el
centro del país, a consecuencia del enorme desgaste material que les impondría el ataque. En
el mejor de los casos el éxito sería incompleto, porque el enemigo podría salvar importantes
efectivos y pertrechos retirándolos por mar.
Atendidas las razones expuestas por el general en jefe, éste ordena, el 17 de mayo, que el
general Iturbe, al frente de todas las fuerzas del Estado de Sinaloa (irnos 3 000 hombres con
cinco cañones y tres ametralladoras), establezca el bloqueo formal del Puerto de Mazatlán,
mientras el grueso del Cuerpo de Ejército sigue su movimiento llevando por objetivos las plazas
de Guadalajara, Colima y Manzanillo (véase el croquis 11).
Croquis 11. Sitio de Mazatlán. Operaciones del 1.º al 6 de agosto.
Cuando el general Obregón firmaba en Casa Blanca las órdenes nombrando al general Iturbe
comandante de las fuerzas que mantendrían el bloqueo de Mazatlán, arribó procedente de
Chihuahua el pagador Breceda, enviado por don Venustiano Carranza para comunicar sus
instrucciones de activar el avance del Cuerpo de Ejército del Noroeste hacia el Occidente y el
centro del país, en virtud de la tirantez que habían alcanzado las relaciones del Primer Jefe con el
general Villa.
Estas divergencias surgidas entre la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista y el
comandante de la División del Norte crearon sin duda la más grave situación confrontada por los
caudillos de la Revolución mexicana.
El señor Carranza depositó en el general Obregón la suerte de las armas revolucionarias,
pidiéndole aniquilar al Ejército Federal a la mayor brevedad. Con esta misión sale el adalid
sonorense rumbo a Tepic el 18 de mayo de 1914.
Al día siguiente está ya el general en jefe en la plaza de Tepic. De inmediato enfoca su
atención al problema creado por las actividades del clero, aliado decididamente con el huertismo.
Enérgicas medidas represivas ponen término a esa labor contrarrevolucionaria.
En seguida se ocupa de dictar órdenes militares de largo alcance.
El coronel Jesús Trujillo saldrá desde luego con 300 dragones para destruir la vía del
ferrocarril Guadalajara-Colima, al sur de Estación Quemado. Cumplida esta misión, marchará a
Zacoalco para realizar más destrucciones a lo largo de la vía férrea; después se incorporará al
grueso del Cuerpo de Ejército. Con esta incursión del coronel Trujillo se quiere impedir el envío
de refuerzos, pertrechos y víveres a los puertos de Manzanillo, Mazatlán y Guaymas; y se busca
también atraer hacia el rumbo de Colima la atención del enemigo concentrado en Guadalajara
mientras el Cuerpo de Ejército del Noroeste termina el paso de la Sierra Madre.
Al capitán Cruz Medina, comandante de la guarnición del Puerto de San Blas, Tepic, se le
ordena embarcar parte de las fuerzas a su mando en el vapor Unión y salir inmediatamente a las
Islas Marías con la misión de capturar al destacamento federal, poner en libertad a los presos
políticos y acopiar víveres y demás efectos utilizables en campaña. Antes de 48 horas Cruz
Medina cumple con todo éxito su cometido.
Por estos días, en atención a la importancia que sus fuerzas habían adquirido, el general
Obregón eleva a la categoría de Divisiones las Brigadas de Infantería de los generales Diéguez,
Hill y Cabral, y la de Caballería del general Lucio Blanco.
El 10 de junio todo está listo para iniciar la marcha sobre Guadalajara. Como en esa época no
existía el ferrocarril entre la ciudad de Tepic y los linderos del Estado de Jalisco, las tropas se
desplazarían marchando y los pertrechos e impedimentos lo harían a lomo y en carros
hipomóviles.
La División de Caballería es destacada como vanguardia del Cuerpo de Ejército a varias
jornadas de distancia sobre el eje principal de marcha.
El general Diéguez, con parte de sus fuerzas, sale formando el primer escalón de la
infantería.
El día 14 lo hace el general en jefe con el grueso del Cuerpo de Ejercito, y, en dos jornadas,
alcanza Ixtlán del Río, donde permanece hasta el 22. Aquí se presenta a recibir órdenes el
general Julián Medina, que opera en el Estado de Jalisco desde mayo de 1913. En este lugar se
reciben también los partes del coronel Trujillo que comunica haber cumplido su misión y librado
además combates victoriosos contra tropas federales al mando del general Zozaya.
El 23 de junio Obregón reanuda su movimiento por San Marcos a Etzatlán, adonde arriba la
noche del 24. En Itzatlán tiene noticias de que una fuerte columna enemiga viene a su encuentro,
procedente de Guadalajara. Como respuesta, ordena continuar el avance hasta Ahualulco,
ocupado con anterioridad por elementos de la División de Caballería.
Los informes recibidos el día 25, a la llegada del general en jefe a Ahualulco, sitúan al
enemigo avanzando lentamente de La Venta hacia La Vega, por la vía férrea. Con algunos
oficiales de su Estado Mayor el general Obregón se adelanta unos 10 kilómetros al sur de
Ahualulco, para reconocer el terreno y observar al adversario. Desde una altura ocupada por los
puestos avanzados puede ver los trenes del enemigo, cuya fuerza evalúa en unos 8 000 hombres.
Antes de volver a su Cuartel General, deja establecido en la misma altura un puesto de
observación, ligado por el telégrafo con Ahualulco, para que le rinda partes cada dos horas.
El 26 todo el Cuerpo de Ejército queda concentrado en Ahualulco, inclusive los dragones del
coronel Trujillo. El enemigo se ocupa de reparar la vía; su grueso permanece inactivo; patrullas
de caballería incursionan sobre la propia vía férrea y por el camino que une la Hacienda de El
Refugio con Ahualulco, el cual pasa por las faldas de la Sierra de Tequila y por Teuchitlán. En la
citada hacienda, la caballería del general Blanco toma contacto con las patrullas federales.
El general Obregón aprovecha el tiempo para completar su estudio del terreno y dictar
órdenes a los jefes revolucionarios de Jalisco para que se incorporen al Cuerpo de Ejército o bien
para que orienten sus fuerzas hacia Guadalajara, a fin de que concurran al ataque de esta plaza,
considerado inminente.
Amanece el día 27. Los federales siguen quietos. El general Obregón, invitado por las
ventajas que el terreno le ofrece, decide esperar el ataque de su adversario sobre una posición
apoyada en Teuchitlán, por el Norte, y el Cerro de Santa Cruz, hacia el Sur, incluyendo Mesa
Grande y la vía férrea en el Centro; el trazado de la línea principal de resistencia es francamente
convexo hacia el enemigo; en ella se establecen las Divisiones Cabral, Hill y Diéguez,
cubriendo, respectivamente, los sectores Teuchitlán, Mesa Grande-vía férrea, y de ésta a Cerro
Santa Cruz; la División de Caballería se instala en las faldas de la Sierra de Ameca, frente a La
Vega, lista para atacar por la retaguardia cuando el enemigo se empeñe de frente. En rigor, se
trata de una emboscada, pues todos los preparativos se ejecutan sin que los huertistas adviertan el
menor indicio. El coronel Trujillo, con su Regimiento, provocará a los federales, atrayéndolos
hacia la posición (véase el croquis 12).
El 28, cuando el plan del general en jefe debía ponerse en marcha, se observa al enemigo
replegarse con inusitada agilidad sobre Orendáin. Este movimiento fue provocado por un error
del general Medina, quien obrando de propia iniciativa apareció sobre la retaguardia de la
columna federal quemando un pequeño puente del ferrocarril. El general Bernard, comandante
de las fuerzas contrarias, tardo en la ofensiva, se muestra muy diligente al sentir cortada su línea
de operaciones. En Orendáin, una vez reparado el puentecito, los federales vuelven a su habitual
pereza, acampando formalmente.
La situación general es apremiante; el general Obregón la estudia con certero juicio y
establece las conclusiones siguientes:
a) En Guadalajara deben hallarse unos 8 000 hombres, que sumados a los 8 000 acampados en la región de Orendáin, hacen los
16 000 soldados que componían su guarnición original;
b) la distancia entre Guadalajara y Orendáin es de unos 40 kilómetros, que pueden recorrerse por ferrocarril en dos horas;
c) además, Huerta puede mandar refuerzos al Estado de Jalisco, ahora que el general Villa dejó Zacatecas para retirarse hacia el
Norte en abierta rebeldía contra el Primer Jefe;
d) en estas condiciones, el tiempo juega raudo en contra del mando revolucionario.
Las decisiones del general Obregón, en casos semejantes, fueron siempre iguales: atacar. Las
batallas de Orendáin y El Castillo miden tanto sus grandes aptitudes estratégicas y tácticas como
su ímpetu bravío de guerrero innato.
Su idea de maniobra estratégica es muy simple: atacar al enemigo de Orendáin, amagando
simultáneamente la plaza de Guadalajara por el Sur. Se propone, pues, batir al adversario en
detalle, aniquilando primero al de Orendáin; para impedir que la guarnición de Guadalajara
intervenga en la primera batalla, se ejecutará una acción diversiva hacia el lado opuesto.
Las operaciones sobre Guadalajara son encomendadas a la División de Caballería, que ha
recibido órdenes de concentrar su grueso en Ameca. A esta gran unidad se le restan la Brigada
Buelna y el 2.º Regimiento (Trujillo) para emplearlos en el ataque a Orendáin. El general Blanco
marchará el día 1.º de julio en dirección de Tlajomulco hasta alcanzar, precisamente al amanecer
del 6, la vía del ferrocarril México-Guadalajara entre las estaciones de El Castillo y Ea Capilla,
hará destrucciones a la vía y avanzará desde luego sobre Guadalajara. Los movimientos se
efectuarán de noche para garantizar la sorpresa (véase el croquis 13).
Para el ataque a Orendáin se ordena a la División Diéguez, reforzada con el 2.º Regimiento
de Caballería, que ejecutando un amplio movimiento envolvente por el Norte, caiga sobre la
retaguardia del enemigo, también al amanecer del día 6, en Estación La Venta; ocupado este
lugar, destruirá la vía y atacará Orendáin de Este a Oeste. El resto del Cuerpo de Ejército, bajo el
mando directo del general en jefe atacará por el Oeste. En esta idea de maniobra se halla
implícita la intención de obligar al adversario a pelear con frente invertido, para lo cual bastará
diferir pocas horas el empeño por el Oeste.
Las órdenes comenzaron a ejecutarse el día 1.º de julio y mientras las dos masas de maniobra
realizan sus desplazamientos, el comandante en jefe estrecha la vigilancia de las fuerzas
enemigas, comprobando de manera invariable que siguen impasibles su vida de campamento,
dando la apariencia de ignorar lo que ocurría en sus alrededores.
El general Diéguez, bordeando por el Oriente la Sierra de Tequila, llega a Amatlán el día 4;
aquí se le incorpora el general Medina con sus tropas. El 5 prosigue por Plan de Barrancas y en
la madrugada del 6 ocupa el Cerro de La Venta, toma la estación y da frente al Oeste.
Sensibles a cualquier amenaza de su retaguardia, los federales se empeñan en fuerza sobre la
División Diéguez, liberándose muy reñidos combates. El grueso del Cuerpo de Ejército,
retardado en su marcha por una fuerte y prolongada lluvia, inicia su ataque por el Occidente
hasta la medianoche del 6. Se lucha encarnizadamente. Con el apoyo de la artillería, los
constitucionalistas desalojan al enemigo de los puntos dominantes del terreno y bombardean sus
trenes, en los cuales, inexplicablemente, habían permanecido aún buena parte de sus efectivos. A
las 10:00 del 7 el ejército expedicionario de Bernard huía en desbandada.
El general Obregón dicta órdenes para emprender la persecución, pero inmediatamente las
cancela, disponiendo que todas sus tropas avancen sobre Guadalajara para adelantarse a los
fugitivos que buscarán, sin duda, un refugio en dicha plaza. Forzando la marcha, la vanguardia
del Cuerpo de Ejército llega al anochecer a Zapopan, pero se le ordena retroceder a Pueblitos en
donde acampan cubriendo los caminos de Orendáin a Guadalajara. Este proceder da resultados
excelentes, pues durante la noche son capturados tantos dispersos del adversario, que al
amanecer del día 8 algunos batallones habían atrapado más prisioneros que sus propios efectivos.
A primera hora del 8 se reanuda el avance sobre Guadalajara. Apenas iniciada la marcha, el
general Obregón es informado de que la plaza había sido evacuada por los federales en el curso
de la noche. Ordena entonces acelerar el movimiento para ir en auxilio del general Blanco si
fuere necesario. Mas no fue preciso tal auxilio, porque la División de Caballería batió al general
Mier en la Hacienda de El Castillo, causándole un descalabro tan definitivo que el mismo Mier
pagó con la vida su ineptitud e indolencia.
En tres días los huertistas sufrieron más de 8 000 bajas, dejando en poder de los
revolucionarios 26 piezas de artillería, más de 5 000 fusiles, municiones y ganado; además, 18
trenes con 40 locomotoras.
Dueño del Estado de Jalisco, el general Obregón tiene como principal objetivo la ciudad de
México. Pero no puede continuar hacia el Sur dejando a sus espaldas los 2 000 federales que
guarnecen la plaza de Colima y el Puerto de Manzanillo, máxime cuando esos efectivos pueden
ser duplicados, como pronto se vio, si el enemigo retira sus tropas de Guaymas o de Mazatlán.
Decide, por tanto, marchar sobre Colima, sin desatender los preparativos de su avance al interior.
Al efecto organiza dos agrupamientos: uno al mando del general Hill, formado con su
División y los Regimientos de Caballería Sosa y Acosta de la División Blanco, para proteger a
los trabajadores que han iniciado las reparaciones del ferrocarril Guadalajara-México; el otro,
bajo el mando personal del general en jefe, constituido por la División Cabral, el 2.º Regimiento
de Caballería (Trujillo) y algunos elementos más, que hacen un total de 2 000 soldados, irá a
Colima.
Con sus fuerzas transportadas por ferrocarril, el general Obregón llega el 17 de julio a
Zapotiltic; a su arribo se le informa que las avanzadas huertistas se hallan a unos 10 kilómetros,
en las inmediaciones de Tuxpan y que al replegarse destruirán los grandes puentes que existen al
sur de Tuxpan. Valorando las serias consecuencias que esas destrucciones originarían desde los
puntos de vista operativo y económico, resuelve dejar los trenes, devolviéndolos a Zapotlán, y
continuar su desplazamiento por tierra. El mismo día 17 llega a Platanar, pasando las enormes
barrancas de Beltrán, Atenquique y El Muerto, en las faldas del Volcán de Colima. Al siguiente
día, la columna expedicionaria alcanza Tonila.
En Tonila, restablecida la línea telegráfica con Guadalajara, llegan al Cuartel General
noticias muy importantes: la primera hace saber que el Puerto de Guaymas había sido evacuado
el día anterior y sus defensores embarcados en transportes marítimos, navegan rumbo al Sur; la
segunda viene de Mazatlán, de donde el general Iturbe informa que el mismo día 17 habían
hecho escala en aquel puerto algunos barcos procedentes de Guaymas, los que continuaron hacia
Manzanillo.
Las previsiones se estaban realizando. En breve los federales tendrían aplastante superioridad
numérica sobre la columna del general Obregón. Ganar en tiempo al enemigo era el desiderátum.
En consecuencia, al amanecer del día 18, forzando la marcha, los revolucionarios continúan
su avance. A la vanguardia va el coronel Trujillo con su Regimiento; adelantándose
valientemente, sorprenden a la guarnición de Colima en los momentos de embarcarse para huir a
Manzanillo. Tras ligero combate, los huertistas (unos 1 800 hombres) se dispersan dejando
numerosos prisioneros, armas y municiones en poder del atacante.
Ocupada la plaza de Colima, el general Obregón continúa sin demora sobre Manzanillo. En dos
trenes lleva unos 500 hombres con dos cañones de 80 mm traídos urgentemente de Guadalajara.
Sus intenciones son atacar al puerto antes de que los federales (unos 6 000 hombres con 30
piezas de artillería) procedentes de Guaymas, al mando del general Téllez, desembarquen.
La tarde del 20 de julio, en las proximidades de Estación Campos, la vanguardia
revolucionaria captura 40 soldados de la guarnición de Manzanillo, quienes informan que la
División Téllez (a la cual dicen pertenecer) había comenzado a desembarcar desde la mañana de
ese día.
El general Obregón se comunica telefónicamente con el general Calero, a la sazón jefe de
Estado Mayor de Téllez, para intimarle rendición. Calero responde que no tiene facultades para
resolver, que el general Téllez arribará esa misma noche.
El primer impulso del general en jefe es atacar el puerto, pero renuncia de su propósito en
vista de la superioridad numérica que sin duda tiene ya el enemigo a esas horas. Resuelve
entonces cogerse al terreno sobre una posición que le permita cerrar la única salida existente de
Manzanillo hacia Estación Campos.
Transcurren así los días 21 y 22. El 23 Obregón pide la plaza a Téllez, quien, como era de
esperar, da una negativa cortante. Entonces ordena que la máquina exploradora, a cuyo frente va
una plataforma que monta uno de los cañones de 80 mm avance hasta 2 500 metros del puerto y
abra fuego sobre las defensas enemigas. La respuesta a tal provocación fue muy enérgica: tres
baterías federales contestaron simultáneamente. Tras eso siguió un ataque en fuerza sobre las
posiciones revolucionarias, que resistieron con éxito rechazando al enemigo.
Mientras tenían lugar los últimos acontecimientos descritos, llegaban noticias del Primer Jefe
comunicando que Huerta había dejado el poder y el país, sustituyéndolo el licenciado Carvajal.
El general en jefe, como lo hizo en Guaymas y después delante de Mazatlán, analiza la
situación estratégica y táctica que le plantea el enemigo posesionado de Manzanillo.
Su estudio puede resumirse así:
a) Se sabe que Téllez tiene órdenes de continuar inmediatamente a la capital de la República;
b) estas órdenes no las puede cumplir internándose en Colima y Jalisco dominados por el Ejército Constitucionalista;
c) el único camino practicable para él es seguir por mar a Salina Cruz y de ahí continuar vía Istmo de Tehuantepec y Estado de
Veracruz.
Consecuente con sus propósitos, el general en jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste instala su
Cuartel General de La Piedad el día 28. El 30 recibe parte del general Sosa comunicando la toma
de Irapuato y la salida de la ciudad de Guanajuato del general huertista Rómulo Cuéllar,
gobernador y comandante militar del Estado, quien al frente de 1 600 hombres pretendía
incorporarse a la ciudad de México.
Sosa y Acosta, ágiles y acometedores por temperamento, cortan el paso a Cuéllar causándole
total descalabro en la Hacienda de Temascalco,
La toma de Irapuato y la derrota de Cuéllar dejan en manos de los constitucionalistas ocho
trenes, un cañón, varias ametralladoras y buena cantidad de parque.
El 31 de julio el Cuartel General del Cuerpo de Ejército se traslada a Irapuato. Al llegar a
esta plaza el general Obregón es informado de que el general Pablo González, comandante del
Cuerpo de Ejército del Noreste, se halla en Querétaro. Sale a esta plaza con el fin de coordinar
las actividades de las dos grandes unidades en su avance sobre la ciudad de México. El 1.º de
agosto, después de un cambio de impresiones, ambos comandantes, Obregón y González,
conferencian telegráficamente con el Primer Jefe.
Los acontecimientos se precipitarán a partir de esta fecha.
Las tropas del Cuerpo de Ejército del Noroeste aceleran sus movimientos en dirección de la
capital. La caballería marcha por tierra, en tanto que la infantería y la artillería se desplazan por
ferrocarril a medida que va siendo reparada la vía.
El 4 de agosto el general Obregón llega a San Juan del Río y el 8 establece su Cuartel
General en Estación Salto, Hidalgo, a 60 kilómetros de la ciudad de México. De dicha estación
dirige un mensaje al licenciado Carvajal conminándolo a definir su actitud, pues el ataque a la
plaza es inminente y si hay resistencia debe comunicarse a los residentes extranjeros que
abandonen la ciudad.
El día 9 la vanguardia constitucionalista, al mando del coronel Miguel M. Acosta, ocupa el
pueblo de Teoloyucan, prácticamente en contacto con las avanzadas federales.
En el ínterin se han registrado nuevos e importantes acontecimientos en Sinaloa y Sonora. El
general Iturbe ocupa ya el puerto de Mazatlán, tomado a sangre y fuego, destruyendo su
guarnición. Maytorena, precisamente el día 9 de agosto, se declara en franca rebeldía contra el
Ejército Constitucionalista, ordenando multitud de aprehensiones, entre otras la del general
Alvarado, quien nunca obedeció las órdenes para destacar fuerzas de su mando al interior del
país, ni siquiera la más apremiante para reforzar al general Iturbe cuando éste atacó Mazatlán.
El 12 de agosto es autorizado el general Obregón (que se halla en Teoloyucan desde el 10) por el
Primer Jefe para tratar con el mando federal la rendición de la plaza de México.
Los tratados se firman en los puestos avanzados del Ejército Constitucionalista, cerca de
Teoloyucan.
En aquel histórico documento se estipularon, además de las condiciones para ocupar la
ciudad de México, los pormenores para desarmar y licenciar a todo el Ejército Federal,
incluyendo la Armada. Se declaró también que a la entrada del Ejército Constitucionalista en la
capital del país, el Primer Jefe, don Venustiano Carranza, asumiría provisionalmente la
Presidencia de la República.
Bajo estos auspicios el general Obregón, al frente de sus tropas, hizo su entrada en la capital
el día 15 de agosto.
Al consumarse la derrota del Ejército Federal, el Cuerpo de Ejército del Noroeste tenía un
efectivo aproximado de 25 000 hombres de las tres armas, contando las tropas de guarnición de
los estados de Sonora, Sinaloa, Colima, Jalisco y Territorio de Tepic, y los 18 000 soldados que
llegaron hasta la ciudad de México.
Por su parte, los federales tenían, sólo en la capital, 30 000 hombres, también de las tres
armas.
Era lógico esperar que con la derrota y el licenciamiento del Ejército Federal, sostén de la
usurpación huertista, los revolucionarios triunfantes asumieran el gobierno y volviera la paz en
toda la nación. Pero nada de eso ocurrió. La irreconciliable disensión surgida entre el Primer Jefe
del Ejército Constitucionalista y el comandante de la División del Norte desembocaría muy
pronto en el choque armado, fragmentando las huestes revolucionarias en múltiples fracciones.
El 20 de agosto don Venustiano Carranza hace su entrada victoriosa en la ciudad de México.
Pero las explosiones de júbilo se apagan con el sol de ese día. La situación en Sonora, estimulada
abiertamente por Villa, y la actitud personal de éste eran tan agresivas y tensas, que al día
siguiente (21 de agosto) hubo de salir el general Obregón hacia Chihuahua en procura de
fórmulas conciliatorias con el objeto de detener la inminente catástrofe.
Las gestiones de Obregón en su primer viaje a Chihuahua y Sonora sólo alcanzan un éxito
aparente y fugaz. Antes de que transcurrieran 15 días de haber firmado compromisos de buen
entendimiento, Villa plantea nuevas y apremiantes exigencias. Con tal motivo, el 13 de
septiembre sale otra vez a Chihuahua el general Obregón en arriesgado y supremo esfuerzo para
intentar un avenimiento. La conducta voluble del general Villa, a merced de los encontrados
intereses que gravitan en su entorno, imprime a las pláticas alternativas de optimismo y de
tragedia.
Entretanto, el Primer Jefe, con su investidura de Encargado del Poder Ejecutivo, invita a
todos los generales y gobernadores constitucionalistas para celebrar una Convención en la capital
de la República.
Villa, que unos días antes había encapillado a Obregón para fusilarlo, resuelve ponerlo en
libertad y decide también que todos sus generales asistan a la Convención. La tarde del mismo
día 21 de septiembre en que son tomadas aquellas resoluciones, salen de Chihuahua los
representantes de la División del Norte en compañía del general Obregón.
Antes de 24 horas Villa revoca las órdenes anteriores disponiendo el regreso de sus enviados
juntamente con el general Obregón en calidad de prisionero. Al encontrarse de nuevo los dos
cabecillas, Pancho Villa muestra a Obregón copia del mensaje que ese día (22 de noviembre)
había dirigido al señor Carranza comunicándole que no se haría representar en la Convención y
que, además, lo desconocía como Presidente de la República.
No podemos seguir en esta síntesis las emocionantes peripecias que vivió el caudillo
sonorense antes de escapar de las trampas que le fueron tendidas para asesinarlo.
Villa inicia desde luego su avance hacia el Sur en plan ofensivo. Nuevas intervenciones del
general Obregón, secundado por otros jefes revolucionarios que buscan todavía conjurar el
peligro, dan por resultado que la Convención adopte por sede la ciudad de Aguascalientes para
dar oportunidad a los jefes de la División del Norte de participar en ella.
Los trabajos de la Convención de Aguascalientes se orientan casi exclusivamente a encontrar
una solución al conflicto desencadenado por Villa. El resultado final se resume en el siguiente
acuerdo: cese del señor Carranza como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y Encargado
del Poder Ejecutivo de la nación; destitución del general Villa como jefe de la División del
Norte y nombramiento de Presidente provisional de la República, por un periodo de 20 días, en
favor del general Eulalio Gutiérrez.
Al terminar sus trabajos la Convención de Aguascalientes, Villa tenía concentrado en esta
ciudad y en la de Zacatecas al grueso de su División. Todas las determinaciones de la
Convención se dictaron bajo la presión de aquellas fuerzas. Fue así como Eulalio Gutiérrez, lejos
de cumplir fielmente con los acuerdos, designó a Villa jefe de operaciones militares y puso
francamente baso su custodia al gobierno emanado de la asamblea. Esta conducta dio base al
Primer Jefe para no acatar, por su parte, el mandato que en su oportunidad le fue comunicado.
Mientras los convencionistas discuten en Aguascalientes, Maytorena inicia sus ataques a los
puertos fronterizos de Agua Prieta y Naco, defendidos por los generales Hill y Calles. Muy
inferiores en número, los constitucionalistas acaban por encerrarse en la plaza de Naco,
defendiéndola bizarramente en un sitio que duró más de tres meses.
Con singular franqueza reconoce el general Obregón que fue un grave error político aceptar a
Villa en la Convención, después de que el comandante de la División del Norte había
desconocido públicamente al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. Lo conveniente habría
sido batirlo de inmediato. Ahora lo vemos enfrentarse al señor Carranza con sus fuerzas reunidas
al sur de Zacatecas, aliado estrechamente con el Ejército Libertador de Zapata y reforzado por
innumerables fracciones desertoras del constitucionalismo y, lo que es más importante, investido
con la personalidad legal que el gobierno convencionista le ha conferido.
Sería interminable la enumeración de los jefes que al mando de tropas más o menos
importantes abandonaron por aquellos días al señor
Carranza para sumarse al villismo. El más destacado de los disidentes fue Lucio Blanco,
hasta entonces comandante de la División de Caballería del Cuerpo de Ejército del Noroeste.
Con el general Blanco pasan al bando contrario Cabral, Buelna, Sosa, Trujillo y Julián C.
Medina.
Conocidas oportunamente las intenciones del general Lucio Blanco, es sustituido en el
mando por el general Miguel M. Acosta.
Villa, cumpliendo las órdenes de Eulalio Gutiérrez, avanza con todas sus fuerzas sobre la
ciudad de México.
En tales circunstancias, don Venustiano Carranza decide retirarse hacia el Sur, estableciendo
su gobierno en el Puerto de Veracruz. La evacuación de la capital tiene lugar los días 18, 19 y 20
de noviembre.
Los norteamericanos ocupan todavía Veracruz, pero abandonan la plaza y el territorio
nacional el 23 del citado mes de noviembre.
El Primer Jefe, acompañado del general Obregón, llega al puerto el día 26 instalándose en el
edificio de Faros.
Desde esta fecha hasta mediados de diciembre el mando constitucionalista se ocupa en
reorganizar sus tropas y planear una contraofensiva general.
El 13 de diciembre el señor Carranza designa al general Obregón jefe de las operaciones para
batir a Villa, asignándole como primer objetivo la recuperación de la plaza de México.
Difícil tarea resulta bosquejar el panorama general que ofrecía el país por aquellos días. Los
ejércitos beligerantes, fragmentados sobre toda la extensión del suelo patrio, sin estabilidad
orgánica por las constantes defecciones, con tropas de inusitada movilidad, presentan al
estudioso una inextricable confusión. No obstante, desde el punto de vista geográfico pueden
advertirse varios teatros de operaciones. El principal de éstos lo encontramos en el Centro, con
su frente de combate en Puebla; otros secundarios se localizan, respectivamente, en Jalisco,
Tepic, Sinaloa, Sonora y Baja California; otros más aparecerán bien pronto en el Noreste
(Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y San Luis Potosí) y en Yucatán y el Istmo de Tehuantepec
(véase el croquis 14).
En el Centro los constitucionalistas cuentan solamente con los restos del Cuerpo de Ejército
del Noroeste situados en puntos importantes de las vías férreas entre las plazas de Veracruz y
Puebla. El Cuerpo de Ejército del Noreste (general Pablo González), en sus encuentros con la
División del Norte, al retirarse de Querétaro hacia Pachuca, quedó prácticamente desintegrado;
algunas fracciones tomaron rumbo a Tuxpan y Tampico; otras se pasaron al enemigo.
El gobierno de la Convención acordó que el Ejército Libertador del Sur se hiciera cargo de la
campaña contra las fuerzas constitucionalistas que operaban en los estados de Puebla, Veracruz y
Oaxaca, es decir, en el teatro de operaciones del Centro, ordenando a la vez que el general Villa
condujera la campaña en el Occidente, el Noroeste y el Noreste.
Esta absurda dispersión de fuerzas, nacida de un obtuso criterio de jurisdicción localista
reclamado por Zapata, fue la tabla de salvación del constitucionalismo. Sumábase a la dispersión
de las fuerzas la muy inferior calidad de los jefes y de las tropas zapatistas que iban a enfrentarse
nada menos que con las aguerridas legiones del general Obregón, mandadas por él mismo.
Hacia el 14 de diciembre la situación en la ciudad de Puebla se había hecho insostenible para
los constitucionalistas. El general Alvarado, no obstante sus 10 000 soldados, perdía terreno ante
la abrumadora superioridad numérica del atacante.
El día 15 sale el general Obregón de Veracruz rumbo a Puebla para tomar personalmente la
dirección de las operaciones. Al llegar a Esperanza es informado de la evacuación de Puebla.
Sigue a San Marcos, en donde encuentra los primeros trenes procedentes de la plaza evacuada.
¡Ominosos preliminares para recuperar la capital de la República y enfrentarse al Centauro del
Norte!
Pero el triunfador de Puebla no explota su éxito. Transcurre una semana antes de que mueva
sobre Tehuacán tropas con efectivo de aproximadamente 5 000 hombres. Conocida la presencia
de esta columna, el general en jefe ordena la concentración de sus fuerzas en Esperanza y San
Marcos, lanzando sobre el enemigo, en primer escalón, la caballería de los generales Castro,
Coss, Sánchez, Rojas, Maycote y Alejo González, que presentan batalla a los zapatistas en
Tecamachalco arrojándolos en desbandada hacia su lugar de origen.
Ágil como siempre, el general Obregón dicta sus órdenes para marchar sobre Puebla
haciendo converger hacia allá todas sus tropas.
Su idea de maniobra se resume así: el general Alvarado, al mando de toda la caballería,
atacará la plaza por el Este, viniendo de Tepeaca por Amozoc; la infantería y artillería,
descendiendo del Norte, por Santa Ana, Tlaxcala, Zactelco y Panzacola, llevará su ataque en
dirección general Noroeste, bajo las órdenes directas del general en jefe (véase el croquis 15).
Para dar seguridad al dispositivo de ataque, se ordena al general Alvarado que mande 2 000
dragones a cortar la vía férrea entre Atlixco y Estación Santa María, y al general Novoa que
marche de Huamantla, por las estribaciones de La Malinche, con la misión de destruir la vía del
Ferrocarril Mexicano al sur de Estación Santa Ana.
La maniobra para librar la batalla de Puebla es atrevida, ya que se interpone entre los dos
agrupamientos la cortina infranqueable del volcán de La Malinche. Frente a un enemigo bien
mandado y combativo, los riesgos habrían sido enormes, máxime cuando existía la posibilidad
inminente de que los zapatistas fueran reforzados con tropas procedentes de la ciudad de México,
transportadas por el Ferrocarril Interoceánico. Este peligro subsistió durante cinco días.
Las columnas de ataque libraron combates diariamente a lo largo de sus itinerarios,
venciendo las resistencias escalonadas del enemigo.
De acuerdo con el plan general, la batalla fue iniciada por el agrupamiento de caballería a las
05:00 del día 5 de enero de 1915, en tanto que la infantería entró en acción a las 08:00 del mismo
día.
Defendían la plaza unos 15 000 zapatistas, los cuales, después de una resistencia que no
correspondió al valor de sus efectivos, abandonaron la ciudad en completa dispersión.
Estamos en vísperas de las grandes batallas que decidirán no solamente el destino del
constitucionalismo, sino también la suerte de la Revolución.
La persecución de Santibáñez en el Istmo y el sometimiento de Ortiz Argumedo y Sosa
Torres en Yucatán han distraído elementos de guerra hacia aquellos rumbos. Los zapatistas,
dueños de la capital, incursionan frecuentemente sobre la línea de operaciones al sur de Pachuca.
Gertrudis Sánchez fue barrido de Michoacán. En Jalisco alternan derrotas y victorias los dos
bandos contendientes; en la batalla de Tuxpan, última de la serie, Diéguez aniquila a los villistas,
pero él también queda en muy precarias condiciones operativas. En el Noreste la lucha prosigue
encarnizada. Villa personalmente ha tomado el mando de la campaña, bastándole pocos días para
reducir a fracciones sin importancia, que se refugian en Piedras Negras, Nuevo Laredo y
Matamoros; a las tropas de Antonio Villarreal, Maclovio Herrera, Luis Gutiérrez y José Santos.
Pablo González, huyendo hacia el Sur, pide al señor Carranza que le permita embarcar con
destino a Veracruz lo que le queda de infantería, pues la desmoralización de sus tropas es muy
grande; y también solicita permiso para fraccionar en guerrillas los restos de su caballería.
Únicamente el general Jacinto B. Treviño se mantiene firme en El Ébano, cuyas posiciones
organizadas han resistido los ataques de Tomás Urbina y Manuel Chao.
Tal era el panorama general cuando Villa tiene conocimiento del avance de Obregón al norte
de San Juan del Río.
El 4 de abril, fecha de la ocupación de Celaya por el Ejército de Operaciones
constitucionalista, hace su arribo a Irapuato el general Villa, procedente de Torreón, plaza desde
la cual ha transportado las fuerzas que presentarán batalla a su adversario.
En el análisis de la situación realizado por el general Villa en su Cuartel General de Irapuato,
concluye que al retirar del Noreste las tropas que está concentrando en Salamanca, se ha llegado
a un equilibrio de fuerzas en todos los teatros de operaciones y que, por tanto, en ninguno de
ellos podrá obtenerse una decisión inmediata. Sólo él, atacando a Obregón donde lo encuentre,
puede romper ese equilibrio, quedando luego en aptitud de consumar una gran maniobra por
líneas interiores y aniquilar a su enemigo en cuatro o cinco batallas sucesivas. Villa teme ser
fijado él también, de ahí que no espere ni la llegada de nuevos envíos de municiones y ni siquiera
el cumplimiento de las órdenes de concentración dictadas a los generales Prieto, Ruiz, Moya y
López, que operan en Michoacán. Impaciente y recrecido por sus últimos éxitos alcanzados en el
Noreste, se lanzará como avalancha sobre Celaya.
El general Obregón prosigue su marcha de Querétaro y ocupa Celaya el 4 de abril con el grueso
de su ejército, fortalecido con 11 000 hombres, 86 ametralladoras y 13 piezas de artillería. De los
11 000 hombres, 6 000 son de caballería.
Celaya es la puerta sureste del Bajío guanajuatense; en los linderos de la ciudad se cruzan dos
grandes troncales ferrocarrileras que la unen con Irapuato y Querétaro la una y con San Luis
Potosí, Dolores Hidalgo y Acámbaro, la otra; en este último lugar confluyen las vías férreas que
vienen de Toluca y de Morelia.
Recordemos que al arribar el Ejército de Operaciones a Celaya, operaban fuerzas villistas
importantes en Michoacán y en San Luis Potosí, además de las concentradas ya en Irapuato y
Salamanca, mandadas personalmente por el general Villa.
En consecuencia, para internarse en el Bajío, el general Obregón hubo de protegerse
previamente de cualquier incursión enemiga sobre su retaguardia. Además, el general en jefe,
carente de información sobre las verdaderas intenciones de Villa, cree firmemente que la primera
batalla se librará en Irapuato. Por estas razones destaca en Apaseo el Alto dos fuertes columnas
de caballería; una hacia el Sur, sobre Acámbaro, formada por 2 000 jinetes mandados por los
generales Alejo G. González y Alfredo Elizondo, y la otra hacia el Norte, sobre Dolores Hidalgo,
con 1 500 dragones al mando de los generales Porfirio G. González y Jesús S. Novoa. Los dos
agrupamientos llevan por misión destruir las vías más allá de los puntos de destino que se les ha
señalado. Desde luego que además de sus misiones inmediatas, constituyen importantes
destacamentos de seguridad en los flancos del Ejército de Operaciones y, a la vez, dos masas
potenciales de maniobra.
La vanguardia del Ejército de Operaciones, Brigada de Caballería Maycotte, continúa el día 4
hasta El Guaje, situado a unos 18 kilómetros al oeste de Celaya. El día 5 el general Obregón
recibe informes de que Villa avanza de Irapuato rumbo a Salamanca y El Guaje. (De hecho las
tropas villistas se han concentrado desde el día anterior en Salamanca y el 5 son revistadas en esa
misma plaza por su comandante en jefe.) El primer paso que da el caudillo sonorense es practicar
un reconocimiento del terreno que bordea la plaza de Celaya, ordenando al mismo tiempo al
general Maycotte que rinda parte de novedades cada cuatro horas y que, si es atacado en fuerza
por el enemigo, no se deje fijar, replegándose sobre Celaya.
A primera hora del día 6 Villa inicia su avance partiendo de la región de Salamanca en tres
columnas de marcha: una por el Norte, sale de Cerro Gordo; otra por el Centro, siguiendo el
camino paralelo a la vía férrea; y la tercera va por el Sur, partiendo de La Cal. Las dos columnas
exteriores son de caballería, mandadas por Agustín Estrada la del Norte y Abel Serratos la del
Sur. En el centro marchaban las brigadas de infantería de José Herón González, Dionisio Triana,
Bracamontes y San Román, seguidas por la artillería. Posiblemente la División del Norte
encuadrara en esta fecha unos 20 000 hombres con 22 piezas de artillería. En materia de
efectivos los datos son siempre vagos e incontrolados en los dos bandos contendientes.
Ninguna de las batallas libradas por el general Obregón tuvieron su fase inicial más
infortunada que esta primera de Celaya. Ha sido ya víctima de una sorpresa estratégica al aceptar
que el encuentro ocurriría más delante, en Irapuato; idea que lo llevó a dispersar su caballería a
varias jornadas hacia sus flancos. Lo veremos ahora sorprendido tácticamente por la destrucción
de su vanguardia (la cual, ciertamente, llámesele vanguardia o destacamento de seguridad
avanzado, fue instalada a una distancia fuera de lo normal, por exceso) que lo obliga a
comprometer efectivos importantes para tratar de salvarla, distrayéndose él mismo en esta
operación, con detrimento de los preparativos para empeñar la batalla formal.
En la mañana del día 6, cuando los villistas marchan sobre Celaya, el comandante de las
fuerzas de seguridad avanzadas, general Maycotte, se encuentra precisamente en Celaya tratando
asuntos del servicio; es ahí donde recibe la noticia de que se está combatiendo seriamente en El
Guaje. Sale para allá en el mismo automóvil en que había venido y a su arribo informa que está
siendo cercado por el enemigo en El Guaje y que el resto de sus tropas se bate en retirada.
Desde el primer aviso, el general Obregón ordenó que se alistara un tren para embarcar 1 500
hombres a las órdenes del general Laveaga a fin de ocurrir en auxilio de Maycotte; dispuso al
mismo tiempo que saliera, con igual objeto, el general Triana al mando de la caballería de su
Brigada más los tres regimientos de la Brigada Antúnez,
Al llegar el parte del general Maycotte indicando la gravedad de la situación, el general en
jefe resolvió ir personalmente, dejando a Laveaga en Celaya.
En tren parte a las 12:00. Apenas ha recorrido unos 10 kilómetros cuando empiezan a
descubrirse fracciones de la Brigada Maycotte en plena retirada, sin cohesión orgánica,
arrolladas materialmente por el alud villista que desborda y envuelve sus flancos. Obregón
decide avanzar más para frenar el ataque y atraer sobre sí la atención del enemigo. Con fuego y
silbatazos de locomotora consigue su propósito, permitiendo a Maycotte salir de El Guaje y al
resto de sus fuerzas aliviarse del acoso y escapar rumbo al Oeste. A continuación se retira él,
lentamente, sin romper contacto, engolosinando al atacante con la esperanza de capturar el tren.
Esta operación no termina hasta las 16:00 horas.
Las bajas de la Brigada Maycotte fueron estimadas al incorporarse en unos 800 hombres
entre prisioneros, muertos, heridos y dispersos, y las del agrupamiento Triana en 200
aproximadamente.
Cuando partió el general Obregón al encuentro del enemigo, ordenó al general Hill mantener
las tropas restantes en apresto para salir en su auxilio si fuere necesario. Al incorporarse el
general en jefe, con los villistas pisándole los talones, el general Hill había dispuesto ya que la
infantería tomara posiciones de combate en los linderos de la plaza, a caballo, sobre la vía del
Ferrocarril Central, mientras el general Castro reagrupaba la caballería en el interior de la ciudad
para darle nuevas misiones.
Se instalaron así, formando la línea principal de resistencia, de la vía hacia el Sur, los
Batallones 8.º, 10.º, 4.º, 2.º y 1.º; de la vía hacia el Norte, los Batallones 9.º, 21.º, 17.º, 20.º, 22.º y
15.º. Detrás de este frente ocupó emplazamientos la artillería, sostenida por tres regimientos de
caballería (1.º y 2.º de la Brigada Triana y 4.º de la Brigada Antúnez). Sobre los extremos de la
línea principal de resistencia quedaron establecidos, en el Norte, el 1.er Regimiento (coronel
Torres) y en el Sur el 5.º Regimiento (coronel Elizalde), ambos de la Brigada Antúnez. El
general Castro debe prolongar con sus dragones, desmontados (dejando el ganado a cubierto en
el interior de la ciudad), la línea de circunvalación por el Sur (véase el croquis 16).
A medida que las tropas constitucionalistas ocupaban sus puestos de combate, aprovechando
las cubiertas naturales que les ofrecía el terreno, abrían el fuego, pues los villistas estaban ya
encima de ellas. El combate se generalizó en todo el frente. Los atacantes, siguiendo la impulsión
que traían, enardecidos por una jornada completa de éxitos, sin modificar su dispositivo general
de marcha ni esperar el apoyo de su artillería, se lanzan al asalto. La situación en el flanco
derecho resulta muy comprometida; para aliviarla se ordena al teniente coronel Berlanga que,
con los 600 jinetes de la escolta del general Castro, cargue sobre el enemigo. Este contraataque
choca con la brigada de Agustín Estrada, que responde impetuosamente dispersando a sus
adversarios, al grado de que únicamente 100, de los 600, logran incorporarse durante la noche a
la plaza. Pero la fusilería, las ametralladoras y la artillería del defensor entran en acción a lo
largo de toda la línea y detienen a los atacantes, rechazándolos después con graves pérdidas.
Por estafetas montados se ordena a los generales Alejo González y Alfredo Elizondo, que
han ocupado Acámbaro, se incorporen de inmediato a Celaya. Iguales órdenes reciben Porfirio
González y Jesús Novoa.
Como a las 18:00 la artillería de la División del Norte entra en posición y abre fuego con sus
22 piezas de artillería, tirando a la máxima cadencia del material. El general Villa no quería
seguir atacando ese día, pero el estruendo de las baterías excita a sus tropas que vuelven a la
carga con renovado ahínco, sin más resultado que aumentar el número de sus bajas y el consumo
de municiones. Los fuegos de ametralladora y de la artillería siguen escuchándose
intermitentemente en el transcurso de la noche.
Durante las primeras 10 horas de combate los constitucionalistas habían sufrido 1 500 bajas
(en su mayoría dispersos, muchos de los cuales se incorporaron antes del amanecer del día
siguiente).
Alrededor de las 20:00 la situación parecía desesperada, a tal punto, que varios oficiales
superiores del Cuartel General sugirieron al general en jefe la conveniencia de retirarse con todo
el ejército hacia Querétaro. Mas el general Obregón los disuadió de aquella idea exponiéndoles
razones poderosas en contra.
El señor Carranza, informado de todos los incidentes por los telegramas del general Obregón,
ordenó que la 1.ª División de Oriente, destacamentada a lo largo de la vía férrea entre Pachuca y
Esperanza, fuera transportada inmediatamente para reforzar al Ejército de Operaciones. Aquella
gran unidad no pudo, naturalmente, llegar a tiempo para intervenir en la primera batalla de
Celaya.
Con las primeras luces del día 7, arribaron a Celaya las Brigadas de Caballería de Alejo
González y Elizondo.
El dispositivo previsto por el general Villa para el ataque del día siguiente (7 de abril), lleva
implícito el germen de la derrota. En la distribución de sus fuerzas no se advierte ninguna idea de
maniobra, ningún propósito de obtener la superioridad en determinado sector o dirección, ni
siquiera el deseo de formar una reserva general. La acción será uniforme y simultánea sobre todo
al frente. Bracamontes con su infantería, seguido por la caballería de Joaquín de la Peña, atacará
el ala derecha de la posición; Dionisio Triana con su Brigada, llevando en segundo escalón la
caballería de Canuto Reyes, acometerá el centro, y sobre el ala izquierda irá la infantería de J.
Herón González y San Román con la caballería de Agustín Estrada y Calixto Contreras a su
retaguardia. La artillería se reparte por igual entre los agrupamientos de ataque, a dos baterías
para cada uno.
A las 04:00 del día 7 abren fuego las seis baterías villistas, ametrallando por parejo a todo el
frente. La infantería inicia su avance con las primeras luces de la mañana y la batalla adquiere
muy pronto inusitada violencia. Todos los esfuerzos del atacante resultan estériles. La caballería
carga repetidamente sembrando de cadáveres el terreno. La artillería norteña se anota marcada
superioridad sobre la constitucionalista. Hacia las 09:00 el general en jefe del Ejército de
Operaciones llega con su Estado Mayor a la línea de fuego del sector Norte, donde los
contendientes luchan desesperadamente. Mas la falta de cartuchos obliga a los hombres del 8.º,
9.º, 17.º y 22.º Batallones, y parte del 21.º, a retirarse de sus trincheras para ir en busca de
parque. Advertida la falla por el general Obregón, ordena que traigan, para tapar el portillo, al
15.º Batallón (coronel Talamantes) y al 5.º Regimiento (coronel Elizalde), que se hallaban en la
extrema derecha; dispone asimismo que sus ayudantes se encarguen de activar el
reamunicionamiento de las corporaciones. Mientras sus órdenes son cumplidas, recurre a una
estratagema para desorientar al enemigo, haciendo tocar diana a un corneta, el desde entonces
famoso Jesús Martínez, de 10 años de edad; el ardid tuvo éxito y se ganó el tiempo necesario
para establecer la continuidad del frente.
En los críticos minutos en que parecía desmoronarse el sector Norte, el comandante de la
artillería, coronel Maximiliano Kloss, ordenó la retirada de sus baterías. Informado el general
Obregón, dispone la aprehensión de Kloss y su inmediato fusilamiento. Pero este viejo soldado
tiene tiempo de justificar su determinación y salva la vida.
Al advertir el general Villa la debilidad del sector Norte, ordena un nuevo asalto sobre todo
el frente del sector. Algunos villistas llegan hasta las trincheras constitucionalistas, pero la masa
de dragones e infantes, que en avalancha furiosa formaba la ola de asalto, fue detenida, en parte
por el nutrido fuego de la defensa, pero más aún porque halló anegado el terreno.
El desgaste material y moral de las tropas villistas resulta evidente a raíz del último asalto. El
general Obregón ordena entonces al general Castro que tenga lista toda la caballería disponible,
inclusive las unidades recién incorporadas de Acámbaro.
El general en jefe hará culminar la batalla defensiva (que ha roto la cohesión táctica del
adversario, que ha relajado sus ligas de mando, que ha consumido sus municiones y que, además,
le ha diezmado fuertemente sus efectivos), desencadenando con rapidez y energía su maniobra
predilecta de doble envolvimiento realizada por dos potentes masas de caballería (véase el
croquis 17).
Croquis 17. Primera batalla de Celaya (segunda fase). Ofensiva del general Obregón, 7 de abril de 1915.
El general Castro, preocupado sin duda por los acontecimientos del sector Norte, había
empeñado por el Sur, sobre el flanco derecho del general Villa, a las Brigadas Maycotte, Novoa
y Elizondo, que se lanzaron al ataque desbordando ampliamente el extremo sur del dispositivo
enemigo hasta llegar sobre su retaguardia.
Hacia las 13:00 el general Alejo González, con su brigada y otras fracciones de caballería,
realiza por el Norte una operación similar, atacando briosa y enérgicamente.
Villa, que nunca dispuso en esta batalla de una reserva general, no pudo responder a ninguno
de los dos ataques y hubo de retroceder, con cierto orden primero, en completa desbandada y
confusión después.
La División del Norte, maltrecha y desmoralizada, retornó a sus vivacs de Salamanca e
Irapuato.
Las pérdidas del enemigo fueron considerables: 1 800 muertos, unos 3 000 heridos, 500
prisioneros, y gran cantidad de armas, municiones y ganado.
Los constitucionalistas sufrieron las siguientes bajas: cuatro jefes, 27 oficiales y 526 de tropa,
muertos; cinco jefes, 20 oficiales y 340 de tropa, heridos.
Al día siguiente de la primera batalla de Celaya, el Estado Mayor del Ejército de Operaciones
inició la restructuración de sus unidades de tropa con el propósito de marchar lo antes posible en
seguimiento del enemigo. Pero en la mañana del día 10 el general Obregón recibe una
comunicación del general Villa escrita en tono desafiante, con amenazas fanfarronas, señalando
la fecha en que volvería al ataque. Obregón no pone en duda, cuando menos la última parte de
contenido del documento, ocupándose inmediatamente de organizar la defensa de Celaya, donde
ha resuelto esperar el regreso de su contrincante.
Para esta fecha, el Ejército de Operaciones había recibido importantes refuerzos; estaban ya
en Celaya: la 1.ª División de Oriente con tres regimientos de caballería, un batallón de infantería,
una sección de ametralladoras y una sección de artillería; fracciones de la Brigada Gavira,
procedentes de Tula; fracciones de la Brigada Gonzalo Novoa, procedentes de Querétaro; dos
batallones de obreros (Rojos), procedentes de Orizaba; el agrupamiento de caballería de los
generales Porfirio G. González y Jesús S. Novoa, que se les ordenó contramarchar; la Brigada de
Caballería del general Joaquín Amaro, procedente de Acámbaro. Con estos nuevos elementos el
efectivo del Ejército de Operaciones llegó a 15 000 hombres, con 13 piezas de artillería y 86
ametralladoras. De los 15 000 soldados, 8 000 eran de caballería.
Lo apremiante y angustioso era disponer de suficientes reservas de municiones, problema
que se planteaba tanto al general Obregón como al general Villa. Dicho problema quedó resuelto
para los constitucionalistas por el arribo a Celaya, el día 12, del general Norzagaray conduciendo
dos furgones de cartuchos.
La concepción del general Obregón para librar la segunda batalla de Celaya se resume así:
esperar en una posición defensiva que circunvalará la plaza de Celaya, el ataque del enemigo;
mantener una importante reserva fuera de la línea de circunvalación para tomar la ofensiva
cuando el atacante se haya gastado material, física y moralmente, en grado suficiente para
derrotarlo.
El general en jefe tiene ahora una idea clara y precisa de su plan de batalla, conoce mejor el
terreno y sacará partido del carácter impulsivo de su adversario. Las tropas también han tenido
oportunidad de reconocer detenidamente sus posiciones y mucho les servirá la experiencia del
primer encuentro.
La línea de circunvalación es dividida en tres sectores: el primero ve al Sur, hacia el Río de
La Laja, extendiéndose desde la Hacienda de Castro hacia la vía del Ferrocarril Central, al oeste
de Celaya; el segundo va desde la misma vía, hacia el Norte, hasta el camino a la Hacienda de
Higueras; y el tercero se desenvuelve hacia el Este, desde el camino de la Hacienda de Higueras
hasta voltear por el Oeste y concluir en la Hacienda de Castro.
Las tropas son distribuidas como sigue (la nominación se hace en el sentido del movimiento
de las manecillas del reloj) (véase el croquis 18):
Croquis 18. Segunda batalla de Celaya (primera fase). Situación el 14 de abril de 1915.
PRIMER SECTOR: Brigada de Caballería Elizondo: Brigada de Caballería Amaro; Regimiento de Caballería Lerdo de Tejada de
la 1.ª Brigada de Infantería (general Laveaga) de la 1.ª División del Noroeste (con los batallones 15.º, 10.º, 2.º y 1.º de Sonora).
SEGUNDO SECTOR: 2.º Batallón de Sonora (teniente coronel Amarillas) de la 3.ª Brigada de Infantería; 2.ª Brigada de
Infantería (general Manzo) de la 1.ª División del Noroeste (con los batallones 8.º, 9.º, 22.º y 17.º de Sonora); entre el 9.º y el
22.º batallones fue intercalado un batallón (coronel Castro) de la Brigada Triana.
TERCER SECTOR: 3.ª Brigada de Infantería (general J. J. Ríos) de la 1.ª División del Noroeste (con los batallones 3.º y 4.º
Rojos, el 21.º Batallón de Sonora y el Cuerpo Especial Reforma); 1.er Regimiento de Caballería (coronel Torres S.) de la
Brigada Antúnez; fracciones de la 1.ª División de Oriente (general G. Sánchez); fracciones de la Brigada Jaimes y 23.º
Batallón y 5.º y 4.º Regimientos de la Brigada Antúnez (coroneles Castañeda, Elizalde y Silva, respectivamente).
RESERVAS PARCIALES:
Primer sector: 2.º Regimiento de Caballería y una Compañía del Batallón Fieles de Pachuca, ambos pertenecientes a la Brigada
Guillermo Prieto, en los linderos sur de la ciudad.
Segundo sector: 4.º Batallón de Sonora y dos compañías del 9,º en la Hacienda San Juanico. Batallón de Ferrocarrileros La
Favorita.
Tercer sector: Fracciones de la Brigada Gavira, a retaguardia del 3.er Batallón Rojo y 21.º Batallón de Sonora.
RESERVA GENERAL: Se constituye con la División de Caballería del general Cesáreo Castro, integrada por las Brigadas
Maycotte, Regional de Coahuila, Jesús Carranza, Francisco Sánchez Herrera (al mando, respectivamente, de sus comandantes,
generales Maycotte, Alejo González, Porfirio González y Jesús Novoa). Toda la División quedará oculta fuera de la línea de
circunvalación, en un bosque cercano a Apaseo el Bajo, a siete kilómetros de Celaya.
AMETRALLADORAS: Sobre el frente occidental de la línea de circunvalación se distribuyeron 32 piezas; otras 32 quedaron
repartidas en los demás frentes y con el resto del material se formó una reserva.
ARTILLERÍA: A todas las baterías se les dieron emplazamientos detrás de las posiciones de la infantería, en el frente occidental,
repartidas más o menos uniformemente. A los comandantes de batería se les ordenó formular sus “croquis de combate” para
tener referidos los puntos más importantes del terreno y, sobre todo, los probables asentamientos de las baterías enemigas.
PUESTOS DE MANDO: Del general en jefe, en el templo de San Antonio. Del segundo sector (general Manzo), en la Hacienda
de San Juanico. (No se mencionan los puestos de mando de los otros sectores.)
OFICIALES DE ENLACE: En los puestos de mando de cada sector fueron destacados oficiales del Estado Mayor del Ejército de
Operaciones; estos oficiales recibieron órdenes de recorrer constantemente, durante la batalla, las líneas de fuego y comunicar
inmediatamente las novedades observadas. Al primer sector fue designado el teniente coronel Aarón Sáenz con dos oficiales
más; al segundo, el teniente coronel Jesús M. Garza y un oficial, y al tercero el coronel Miguel Piña Jr. y dos capitanes.
TRANSMISIONES: Todos los puestos de mando de sector quedaron ligados con el puesto de mando del general en jefe por
medio de líneas telefónicas y telegráficas.
TRENES: Los trenes, a excepción de los del Servicio de Sanidad, fueron despachados a Querétaro.
La organización toda y los preparativos para la defensa quedaron terminados el día 11: desde
esa fecha cada hombre permaneció en su puesto de combate día y noche, esperando al enemigo.
Entretanto, Villa reorganiza también sus tropas en Salamanca y le llegan refuerzos. A Irapuato
arriban las Brigadas de José I. Prieto y José Ruiz, más alguna gente de Felipe Maya, procedentes
de Michoacán; llegan igualmente fuerzas de las tres armas que operaban en Jalisco; Francisco
Carrera Torres y Pánfilo Natera concurren con sus tropas. Remesas de cartuchos son recibidas de
Ciudad Juárez.
Toda la División del Norte es concentrada en Salamanca, donde el general Villa le pasa
revista el día 12 de abril.
Al amanecer del día 13 van en marcha sobre Celaya dos potentes agrupamientos de
caballería, uno al Norte y otro al Sur de la vía férrea; la infantería se transporta en trenes hasta
Crespo, donde es desembarcada para continuar por tierra, en vista de que la vía se halla destruida
a partir de aquel lugar; con la caballería marcha la artillería, exclusivamente hipomóvil en
aquella época.
El dispositivo de aproximación, a partir de Crespo, difiere poco del adoptado hasta este
punto, salvo que ahora la infantería marcha en el centro, con un primer escalón desplegado en
tiradores, y que la artillería se desplaza detrás de la infantería, trayendo a su retaguardia un
agrupamiento de tropas montadas.
Desde Celaya comenzaron a observarse muy temprano las densas nubes de polvo que
levantaban las columnas de caballería villista en su avance. El general Obregón y su Estado
Mayor tomaron como observatorio las azoteas de la fábrica La Internacional, situada al occidente
de la ciudad; desde aquí se dominaba todo el futuro campo de batalla.
La señal convenida (el disparo de una pieza de artillería) para indicar a los defensores la
proximidad del enemigo, fue dada a las 16:00. Una hora más tarde se escucha ligero tiroteo en el
frente de la 1.ª Brigada de Infantería. Para las 18:00 el empeño se generaliza sobre el sector de la
2.ª Brigada y la artillería rompe fuego sobre la artillería enemiga emplazada a unos cuatro
kilómetros al Occidente; la respuesta marca el comienzo de un duelo encarnizado que no termina
hasta muy entrada la noche. Los villistas, al mismo tiempo que atacaban con más furia, iban
extendiendo su frente por el Norte y por el Sur. Hacia esta dirección el atacante progresó por las
riberas del Río de La Laja y a las 24:00 se combatía en el puente de la carretera Celaya-Apaseo,
es decir, en sector Oriental de la posición. Los asaltos se sucedían uno tras otro en las tres
direcciones de ataque, pero eran detenidos y rechazados invariablemente sin más consecuencias
que el desgaste material y moral del agresor.
Al amanecer del día 14 los contendientes mantenían sus líneas a unos 400 metros de
distancia. El terreno, despejado y completamente llano que los separaba, permitía a los
defensores magníficos campos de tiro y perfecta visibilidad. Las cargas de caballería resultaban
suicidas en estas condiciones y aun la infantería sólo podía moverse a costa de fuertes pérdidas.
Como a las 05:00 la presión del enemigo amenazaba desalojar de sus posiciones al 3.er
Batallón Rojo, en el Norte, sobre el tercer sector; el general en jefe hace intervenir en este punto
a la escolta de su Cuartel General y a la escolta del general Hill, restableciendo el equilibrio.
Era evidente que el general Villa pinchaba por todos lados, buscando un punto débil para
romper las líneas de la defensa; pero tales esfuerzos lo conducían a una dispersión cada vez
mayor de sus tropas, diluyéndolas sobre un extenso frente que contorneaba los 360 grados de la
posición defensiva.
El general en jefe constitucionalista sigue atento las peripecias de la batalla, va tomando el
pulso de los acontecimientos y en su espíritu de soldado nato se gesta y afirma la idea maestra
que rematará con otra gran victoria esta acción de armas, cuya importancia es trascendental.
Piensa que en el resto del día y en el transcurso de la noche del 14 al 15 el adversario llegará al
punto límite de sus posibilidades ofensivas y podrá asestarle el golpe mortal. Para definir su plan
de maniobra que le permita pasar de la defensiva estática a una contraofensiva general, pregunta
a sus comandantes de sector y de tropas si están en aptitud de mantener inviolables sus
posiciones hasta la madrugada del 15; la respuesta es unánimemente afirmativa. Desde esa hora
(12:00 del 14), comienza a dictar sus órdenes para el día siguiente.
La idea de maniobra del general en jefe, una de las completas y artísticas de su victoriosa
carrera militar, puede condensarse en los términos siguientes: con dos fuertes masas de
caballería envolver al enemigo por el Norte y por el Sur, hasta tomarlo por la retaguardia en
ambas direcciones. Para que el adversario no pueda sustraerse a este doble envolvimiento, la
infantería del 2.º sector (2.ª Brigada) atacará frontalmente al iniciarse la maniobra; la
infantería de los sectores 1.º y 3.º (1.ª y 3.ª Brigadas, respectivamente) atacará también,
realizando conversiones sobre sus alas interiores (derecha para la 1.ª Brigada e izquierda para
la 3.ª) para apoyar con sus alas salientes el avance de las columnas de caballería. Las reservas
entrarán en línea sobre las posiciones que vayan quedando desguarnecidas al avanzar sus
ocupantes primitivos. El tramo Oriental del 3.er sector será cubierto por las escoltas del Cuartel
General y del general Hill.
El agrupamiento de caballería del Norte quedará formado por la División del general Castro,
más la caballería del general Triana. Por enfermedad del general Castro asume el mando de la
División el general Maycotte (véase el croquis 19).
Croquis 19. Segunda batalla de Celaya (segunda fase). Ofensiva del general Obregón, 15 de abril de 1915.
El agrupamiento de caballería del Sur se constituirá con las Brigadas Amaro (general Joaquín
Amaro) y Antúnez (general Norzagaray), más las unidades de caballería de las Brigadas Jaimes y
Gavira.
Por telégrafo se ordena a los generales Maycotte y Triana que al oscurecer de ese día (14) se
desplacen con sus tropas hasta la fábrica La Favorita (situada en el cuadrante Noroeste formado
al cortarse las vías de los ferrocarriles Central y Nacional), sin importarles que al avanzar dejen
fracciones del enemigo a su retaguardia.
Los generales Amaro, Norzagaray, Jaimes y Gavira son convocados para transmitirles la
misión que tienen asignada. A las 23:00 se hace lo mismo con los generales comandantes de las
brigadas del agrupamiento Norte.
Al amanecer del día 15 de abril de 1915, el Ejército de Operaciones desencadena su
contraofensiva de gran estilo. El propio general en jefe va a la cabeza de las tropas que
contraatacan en el centro del dispositivo (2.ª Brigada de Infantería).
La sorpresa fue absoluta, en lo táctico y en lo material. El general Villa inquiría la tarde del
14 en dónde podría encontrarse la caballería de Obregón, pues no se la advertía por ningún lugar.
Su conclusión fue que toda esa caballería se hallaba combatiendo como infantería, para cubrir la
inmensa línea de trincheras que circundaba la ciudad. Las bravas y altivas huestes de la División
del Norte, agotadas por el esfuerzo continuado a lo largo de 36 horas de porfiada y cruenta lucha,
mermadas sus dotaciones de cartuchos, abatida su moral por lo infructuoso de sus sacrificios,
sorprendidas por el cambio repentino de la situación, estaban maduras para ser trituradas por la
embestida fulminante del Ejército de Operaciones constitucionalista.
Dijimos ya que al amanecer da comienzo la batalla en campo raso. Por el Norte el enemigo
trata de resistir apoyándose en los caseríos de las haciendas de Higueras y de Burgos, pero es
arrollado por el empuje simultáneo de dragones e infantes. Los Regionales de Coahuila, que
forman el primer escalón de la caballería, pronto alcanzan la retaguardia villista en la Hacienda
de Crespo. Hacia el Sur, flanco derecho de Villa, las Brigadas Guerrero y Querétaro de la
División del Norte se aferran a las márgenes del Río de la Laja; Norzagaray y Amaro voltean
estas posiciones hasta tomarlas por la espalda, mientras Laveaga monta un asalto partiendo de
sus posiciones de sector; tras muy reñidos combates, la concurrencia de estos ataques expulsa a
los villistas de sus posiciones, arrojándolos sobre la Hacienda de Trojes, cuyas casas les permiten
crear un nuevo centro de resistencia.
Hacia las 13:30 la derecha y el centro de Obregón habían puesto en fuga al enemigo,
capturándole numerosos prisioneros y toda la artillería empeñada en estos frentes. Quedaban
firmes los defensores de la Hacienda de Trojes quienes, al parecer, ignoraban lo ocurrido al resto
de su División; fue necesario reforzar a los atacantes para reducir este punto.
Una tenaz persecución realizada hasta el anochecer, a lo largo de todo el frente de batalla,
completa el descalabro del guerrillero norteño, que deja en poder de su adversario toda su
artillería, 5 000 armas ligeras, 6 000 prisioneros, 1 000 caballos ensillados. La segunda batalla de
Celaya cuesta, además, 4 000 muertos y otros tantos heridos a la División del Norte.
Villa se retira hacia el Norte con intenciones de reorganizar su ejército en Aguascalientes. Los
reveses de Celaya fueron muy duros, pero no han logrado quebrantar su espíritu combativo.
Mientras puede concentrar fuerzas traídas de todos los demás teatros de operaciones, deja en
contacto con las vanguardias obregonistas las tropas de caballería de Fierro y Canuto Reyes,
retiradas de Jalisco; quedan, además, para cubrir su retaguardia, Serratos en la plaza de
Guanajuato y otras fuerzas en Dolores Hidalgo y San Miguel Allende, guardando la ruta de San
Luis Potosí.
El general Obregón permanece en Celaya para levantar el campo y dar tiempo a su escalón
avanzado de caballería (Brigadas Maycotte y J. S. Novoa) que alcance Salamanca e Irapuato.
Hace volver hacia el Sur las unidades de la 1.ª División de Oriente y la Brigada del general
Gonzalo Novoa, para que continúen guarneciendo la línea de operaciones hacia Veracruz.
El 19 de abril sale de Celaya el grueso del Ejército de Operaciones rumbo a Irapuato; se
desplaza marchando por hallarse destruidos algunos tramos de vía. Ese mismo día llega el
general Obregón a Salamanca y de allá ordena a los generales Diéguez y Murguía que se
incorporen a Irapuato, forzando sus desplazamientos.
El día 20 los villistas abandonan Silao y Guanajuato; al punto se ordena que los generales
Maycotte y Alejo González avancen hasta ocupar, respectivamente, dichas plazas.
Tanto el general en jefe como el grueso de sus tropas llegan a Irapuato el 21. Silao es
ocupado ese día como estaba ordenado. Murguía se acantona con su caballería en Pénjamo.
Las actividades de algunas partidas villistas en el Estado de Michoacán y las de mayor
importancia de los zapatistas sobre las vías férreas entre Tula, Pachuca y Ometusco, dan lugar a
la designación del general Amaro como jefe de las operaciones y del general Elizondo como
gobernador de aquella entidad. De Celaya y Salamanca marcha la 5.ª División de Caballería
(general Amaro) a su nuevo destino.
Procedente de Veracruz llega a Irapuato el día 23 un tren de municiones y equipo.
El día 25, terminadas las reparaciones de la vía de Pénjamo, el general en jefe se dirige a este
lugar en donde pasa revista a la División del general Murguía. En la misma fecha continúa hasta
La Piedad e inspecciona la División del general Diéguez.
Maycotte da parte de que su vanguardia tomó contacto con el enemigo a la altura de Los
Sauces, sobre el camino a León; se le ordena reconocer al adversario a fin de ampliar y precisar
sus informes. En el ínterin, la Brigada Regionales de Coahuila, que va rumbo a Guanajuato, debe
hacer alto, instruyéndose a su comandante para que se repliegue hacia el Sur en caso de que
Maycotte sea obligado a retroceder. Al general Hill se le comunican estas novedades y
providencias, recomendándole permanecer alerta sobre las posiciones que ha ocupado en torno a
Irapuato; Murguía sale de inmediato con su caballería para alcanzar el pueblo de Romita, situado
a unos 29 kilómetros al suroeste de Silao. La infantería de las Divisiones de Murguía y Diéguez
será transportada por ferrocarril a Irapuato.
Durante los días 25 y 26 la caballería de Maycotte libra los primeros encuentros con la
caballería villista en Los Sauces, unos 16 kilómetros al noroeste de Silao; estos combates acusan
la presencia de importantes fuerzas enemigas al sur de León. El 26 Murguía ocupa Romita y se le
ordena efectuar reconocimientos hasta la Hacienda de Santa Ana del Conde para comprobar si
hay también enemigo en esa dirección; los resultados son negativos.
El 27 la infantería de la 2.ª División (Diéguez) y la del general Murguía terminan su
concentración en Irapuato y el día 28 toda la infantería del Ejército de Operaciones alcanza Silao.
Nos encontramos en los preliminares de la gran batalla de Trinidad que se inicia formalmente el
29 de abril para terminar 38 días después, el 5 de junio. Antes de resumir los principales
incidentes de esta prolongada acción de armas, agregaremos unas cuantas reflexiones que nos
ayuden a comprender mejor ciertos aspectos de su conducción estratégica y táctica.
Hemos visto al general Obregón librar dos batallas defensivas en Celaya; en ambas se
marcan distintamente los dos tiempos clásicos: resistencia por el fuego para desgastar al atacante
y contraofensiva para aniquilarlo por el fuego y el choque. Mientras el caudillo sonorense hubo
de enfrentarse con federales y zapatistas, lerdos y timoratos los unos, faltos de organización y de
mando los otros, se mostró siempre audaz y la ofensiva fue su única forma de combate. Pero
ahora que tiene delante de sí al bravo, impetuoso y osado Pancho Villa, creador de su propio
ejército, en el que predomina la caballería cuya táctica sólo conoce la carga y el choque, alentada
por un espíritu ofensivo de brutal y salvaje fogosidad, ahora, decíamos, Obregón explota las
ventajas de la ofensiva para quebrantar al enemigo antes de atacarlo. Deliberadamente escogerá
el próximo campo de batalla y aplicará con firmeza su estrategia y táctica de desgaste.
Mas en esta ocasión también el general Villa, trabajosamente convencido por Felipe Ángeles,
ha decidido seguir los mismos procedimientos de combate que viene utilizando su adversario.
Esta coincidente actitud de los dos comandantes en jefe rivales imprime a la batalla su aire
lento, determina su aspecto fragmentario en el tiempo y el espacio, y da la apariencia de
indecisión en los mandos superiores. Las batallas defensivas economizan personal, pero devoran
municiones; en Trinidad los constitucionalistas sufrieron muy graves limitaciones de cartuchos a
causa de los frecuentes ataques realizados sobre su larga línea de operaciones por los zapatistas.
Las actividades diversas efectuadas por villistas y zapatistas en la retaguardia impusieron
servidumbres muy duras al Ejército de Operaciones, obligándolo a distraer fuerzas importantes
hacia Dolores Hidalgo y sobre las línea férreas Celaya-San Miguel Allende y Celaya-Pachuca; la
sana previsión de mantener abiertas las comunicaciones con el puerto de Manzanillo llevó a
Colima la Brigada del general Juan José Ríos y a Jalisco la Brigada Quiroga.
Se agiganta en la batalla de Trinidad el maduro juicio militar del general Obregón y su
perspicaz intuición guerrera, pues a pesar de la opugnación de sus comandantes divisionarios, en
particular del general Murguía, espera inflexible la hora propicia para saltar al cuello de su
enemigo.
Durante los preliminares de la batalla sólo había delante del Ejército de Operaciones masas
de caballería enemiga de extraordinaria movilidad, que habrán escapado indemnes a cualquier
ataque, por impetuoso que hubiera sido.
No podemos, sin salimos del marco de este trabajo, desarrollar un análisis completo de los
fundamentos estratégicos y tácticos que normaron el plan del general Obregón para librar la
batalla de Trinidad. Sin duda algunos de esos fundamentos fueron de carácter esencialmente
intuitivo, pero eso no hace más que exaltar las virtudes militares del caudillo. La elección del
campo de batalla, asunto estratégico, es impecable, tanto por lo que se refiere a la topografía
general de la región cuanto por su encuadramiento geográfico en función de la red de
comunicaciones y de las posibilidades operativas propias y del enemigo. La conducción táctica
respondió siempre a ideas claras y precisas sobre las características del adversario y de sus
posibilidades de acción, así como a imperativos de índole logística. El éxito final, el desenlace
victorioso de la batalla, obtenido a pesar de la ausencia corporal del general en jefe, se debió a la
concepción estratégica para empeñarla y al desarrollo táctico sistemático en el estilo defensivo
de agotamiento y desgaste, y no a la intervención de última hora de uno o más comandantes
subordinados.
El 28 de abril, una vez concentrada en Silao toda la infantería del Ejército de Operaciones, el
general en jefe decide avanzar hasta Estación Trinidad con el doble propósito de reconocer en
fuerza al enemigo establecido al noroeste de aquella estación y de alcanzar el terreno que a su
juicio convenía mejor para situar su primera línea defensiva. Sus intenciones de largo alcance
son ocupar el valle con líneas de defensa paralelas, tendidas más o menos de Norte a Sur, a la
altura de Estación Trinidad, apoyando sus flancos en las estribaciones de las sierras; en los
flancos de la infantería se instalarán masas de caballería, hasta formar un inmenso cuadrilátero, a
la manera de los “cuadros contra caballería” que inventó la táctica en el siglo pasado.
El general Hill recibe órdenes de tener embarcadas, a las 07:00 del día 29, en dos trenes, las
Brigadas de Infantería de los generales Manzo y Contreras, y en un “tren explorador”, en el que
irá el general en jefe, 40 soldados y un cañón de 75 mm. La Brigada Maycotte y otras unidades
de Caballería, que se hallan en contacto con el enemigo, intervendrán también en la operación.
A las 07:30 del 29 el convoy llega a Estación Sotelo. El enemigo está a la vista. Acto seguido
se ordena a la Brigada Maycotte voltear el flanco izquierdo villista por la Hacienda La Loza
hasta colocarse en su retaguardia; la escolta del Cuartel General (teniente coronel Muñoz) y los
Regimientos de Caballería Torres y Elizalde atacarán el flanco derecho. La infantería
permanecerá en sus trenes.
El doble ataque sobre los flancos basta para arrojar al enemigo más allá de Trinidad. Obregón
avanza con sus trenes hasta dicho lugar, disponiendo que la infantería desembarque y ocupe el
terreno en previsión de un contraataque y que la caballería, deteniéndose, levante el campo. Con
su tren explorador se adelanta para perseguir, con el fuego del cañón de 75 mm, a las fracciones
enemigas que huyen rumbo a León. Atrevidamente el general en jefe y su pequeña escolta llegan
hasta unos seis kilómetros de la ciudad. Descubre entonces que vienen a su encuentro, quizá para
proteger el repliegue de sus compañeros en derrota, dos fuertes columnas de caballería villista.
Hace alto, con intenciones de retroceder para sustraerse a la amenaza del enemigo. Pero en esos
momentos advierte que, a pesar de sus órdenes, lo había seguido y galopaba a sus flancos el
general Maycotte con irnos 500 dragones. Así las cosas, la situación cambiaba radicalmente. No
era ya posible contramarchar dejando a la caballería, con sus bestias muy agotadas, a merced del
adversario. El primer impulso del general en jefe es traer las tropas que habían quedado en
Trinidad y empeñar un combate formal. Ordena en consecuencia, utilizando el silbato de la
máquina, según clave preestablecida, que reembarque la infantería y se desplace rápidamente
hacia León.
Mientras tanto, sobre el terreno plano y despejado de aquella región se ve al enemigo, fuerte
en unos 6 000 jinetes, tomar dispositivo de ataque. La superioridad numérica de los villistas y la
desventajosa situación táctica en que se encontraba, inducen al general Obregón a cambiar sus
planes; todo el mundo debe replegarse sobre Silao, él lo hará manteniendo el contacto con el
enemigo. Se comunican las órdenes respectivas mediante el silbato de la máquina.
Los acontecimientos se precipitan. El atacante, que de táctica sólo conoce la carga y el
choque, lanza su primer escalón en avalancha; los más audaces llegan hasta la plataforma que
monta el cañón 75 mm y son abatidos por el sostén de la pieza; hacia los flancos, los
constitucionalistas logran detener el asalto y prosiguen su repliegue.
Mas la tregua dura pocos minutos. Los villistas, con tropas de segundo escalón,
desencadenan otra carga más enérgica, que alcanza al tren explorador hasta casi rodearlo; se
lucha cuerpo a cuerpo; un soldado villista pretende abordar la plataforma en que viaja el general
en jefe, pero Maycotte, que cabalga a inmediaciones, lo mata a culatazos. A pesar de todo, el
ímpetu del atacante es roto y el movimiento de retirada puede continuarse lentamente, a causa de
la fatiga del ganado.
El enemigo no es de los que sueltan fácilmente su presa; la superioridad numérica lo hace
más osado y tenaz. Una tercera carga de caballería arrolla a los mermados dragones de Maycotte
y desborda al tren explorador, que se detiene para dar mayor eficacia al fuego de sus tripulantes y
en seguida para recuperar dos ametralladoras abandonadas a lomo de acémila por los
compañeros en su ya precipitada fuga. Los villistas aprovechan estas detenciones para colocar un
caballo muerto sobre la vía, detrás del tren, buscando descarrilarlo; pero no logran su intento,
pues el obstáculo es removido, neutralizando al atacante con certero fuego desde las plataformas.
Este primer día de combates en la batalla de Trinidad termina con un éxito táctico para los
villistas. La conducta del general Obregón, serena y razonable hasta la ocupación de Trinidad, no
se justifica después, aunque resulte imponderablemente ejemplar como expresión de valentía e
intrepidez personal. Junto a él realizaron actos de valor temerario el capitán Orta, capturando dos
banderas en lucha cuerpo a cuerpo, y el coronel Elizalde, que con su asistente y un soldado
femenino, libra singular combate contra centenares de atacantes hasta que el propio general en
jefe acude a “desempeñarlo”.
El mismo día 29 el general Murguía, en cumplimiento de órdenes recibidas, marcha con su
División a ocupar la Hacienda Santa Ana del Conde. Llegado a este lugar tiene conocimiento de
que fuerzas enemigas ocupan las haciendas de San Cristóbal, La Sandía y La Sardina, puntos
situados a unos 15 kilómetros al suroeste de Trinidad. Decide atacarlas inmediatamente,
logrando batirlas y quedar posesionado, al atardecer, de La Sandía, La Sardina, Jagüeyes y Santa
Ana.
El 30 de abril se incorpora el general Alejo González con parte de sus fuerzas, procedente de
Guanajuato, ordenándosele relevar a la Brigada Maycotte en Estación Nápoles. El resto de los
Regionales de Coahuila permanece en la plaza de Guanajuato, a las órdenes del general Benecio
López, con misión principal de vigilar los caminos a Dolores Hidalgo y San Miguel Allende.
Hacia las 14:00 de aquel 30 de abril, los villistas atacan a la División Murguía por su flanco
izquierdo, en La Sandía, volteándola después hasta caer sobre su retaguardia. La sorpresa y la
maniobra ponen en derrota al bravo general Murguía, que se repliega, con graves pérdidas, hasta
el pueblo de Romita.
El 1.º de mayo se incorporan en Romita, para reforzar a la 2.ª División (Murguía), la Brigada
de Caballería de Martín Triana y la Brigada de igual arma del general Pedro Morales, a la que se
agregaron los Regimientos 1.º y 4.º (coroneles Torres y Silva) de la Brigada Antúnez.
Las noticias del próximo arribo de un tren con municiones procedente de Veracruz se
confirman el día 2. Con base en estos informes, el general Obregón resuelve iniciar su avance
para ocupar formalmente el terreno sobre el que proyecta librar la batalla defensiva. Ordena en
consecuencia que el general Hill tenga listas para ser embarcadas por ferrocarril, a las 06:00 del
siguiente día, las brigadas 1.ª, 2.ª y 4.ª de su División; el resto de la gran unidad marchará por
tierra, partiendo de Silao a las 10:00. El general Kloss, comandante del agrupamiento de artillería
y ametralladoras, marchará incorporado al escalón terrestre de la 1.ª División de Infantería (Hill).
La 2.ª División de Caballería (Murguía) se desplazará desde las 06:00, partiendo de Romita, con
instrucciones de encontrarse a las 09:00 en la Hacienda Santa Ana, debiendo luego extender su
frente a La Loza de Barrera por la derecha y a los cerros inmediatos a Santa Ana hacia la
izquierda. La 1.ª División de Caballería, bajo el mando accidental de Maycotte, se desplazará
también, sin que se le asigne misión inmediata. Por último, la 2.ª División de Infantería
(Diéguez) permanecerá en Silao.
Todos los movimientos se ejecutan como estaba ordenado. El Cuartel General del Ejército de
Operaciones se instala en la capilla de la Hacienda Sotelo. Aquí llega el parte del general
Murguía informando que tras reñido combate había ocupado Hacienda Santa Ana. Para entonces
los constitucionalistas estaban ya desplegados sobre un frente de 16 kilómetros, desde los cerros
al poniente de Hacienda Santa Ana hasta Loza de Barrera. Los villistas adoptaron también un
dispositivo lineal, más o menos paralelo al de su adversario, aprovechando lo mejor posible la
topografía del terreno.
Salvo el combate de Hacienda Santa Ana, el día iba terminando en calma; inesperadamente, a
la puesta del sol, el enemigo ataca la Hacienda La Loza, defendida por las Brigadas Novoa y
González (Porfirio) de la División Maycotte. El estruendo del combate indicaba lo reñido de la
lucha. Preocupado el general en jefe, sale personalmente llevando el 20.º Batallón para reforzar a
la caballería. En las proximidades de Hacienda La Loza tropieza con fracciones de tropa que se
retiraban desordenadamente; al indagar lo que ocurre, algunos oficiales informan que la
caballería enemiga, al cargar, había rebasado las líneas de la defensa y que el general Maycotte
estaba gravemente herido. Ha oscurecido ya cuando el general Obregón llega al lugar de la pelea;
todo es ahí confusión; los generales Novoa y González tratan con gran energía de restablecer el
orden y detener al enemigo. La oportuna intervención de la infantería rechaza al atacante y, con
su refuerzo, queda restaurada la línea de defensa.
La 2.ª División de Infantería (Diéguez) marcha el día 4 de Silao hasta desplegarse a
retaguardia de la 1.ª División, en una segunda línea paralela a la ya establecida; se completa así
“el cuadro” del dispositivo general del Ejército de Operaciones. En el espacio comprendido entre
las dos líneas principales, en el centro del cuadrilátero, ocupa sus posiciones la artillería y se
instalan las reservas divisionarias, formadas con la 2.ª Brigada de la 1.ª División (Hill) y la 1.ª
Brigada de la 2.ª División (Diéguez)
Este dispositivo en cuadro, en que se incluye a todas las fuerzas disponibles para la batalla,
impresiona fuertemente a quien lee por primera vez la obra del adalid sonorense o a quien
simplemente se concrete a leerla una y más veces. Extraña desde luego la renuncia previa a toda
posibilidad de maniobra de gran estilo; los dispositivos lineales sobre extensos frentes diluyen
las tropas, aminoran su capacidad de resistencia, hacen rígidas y frágiles las formaciones. Se han
previsto ciertamente reservas, pero sólo en la medida estricta para garantizar la integridad de “las
líneas”; aun las grandes unidades de caballería reciben misiones para mantener “la forma” del
cuadro.
Y sin embargo, esta repartición extravagante de fuerzas (extravagante sobre todo a la escala
en que fue usada) se apoyó en razones profundas que sólo anidaron en el espíritu del general en
jefe; quizá haya sido más bien puro sentimiento, intuición pura, que un producto del raciocinio.
Sus mismos compañeros (lugartenientes) no lo comprendieron cuando a sus urgencias de
cambiar de táctica les respondía que no era oportuno y que, además, les harían “perder la figura”.
Obregón sabía de lo que era capaz el enemigo, conocía su táctica y la psicología de sus jefes.
Todo el desarrollo de la batalla, hasta la hora crítica en que Villa voltea completamente el
cuadro, toma e incendia Silao, destruye las comunicaciones a retaguardia y ataca furiosamente
sobre los 360° de la rosa de los vientos, justifican sin discusión el dispositivo adoptado y la
inquebrantable resolución de conservar “la figura”.
En el transcurso del día 4 llega el general Cesáreo Castro con el tren de municiones. De
inmediato se le restablece en el mando de su División de Caballería (la 1.ª) que dejó acéfala el
general Maycotte al pasar a hospitalizarse.
El día 5 se libran simples escaramuzas y es aprovechado para reamunicionar a las tropas.
El 6 todo el Ejército de Operaciones avanza, manteniendo su dispositivo general, hasta el
kilómetro 399, con intenciones de proseguir al ser terminada la reparación de un tramo de vía.
Los villistas retroceden a medida que los constitucionalistas avanzan. Restituida la vía, se
continúa el movimiento de progresión el día 7 hasta llegar a Estación Trinidad. El adversario se
repliega para detenerse y ocupar el terreno a unos tres kilómetros de la primera línea obregonista.
La infantería del Ejército de Operaciones forma de inmediato su cuadro, cuyo centro es ahora
la Estación Trinidad. La 1.ª División de Caballería (Castro) vivaquea en Los Sauces con
avanzadas en Hacienda La Loza, y la 2.ª División (Murguía) lo hace en Hacienda Santa Ana con
sus puestos avanzados en el rancho El Resplandor (véase el croquis 20).
Croquis 20. Batalla de Trinidad. Situación el 7 de mayo de 1915.
Como si las columnas de humo producidas por los incendios de Silao y Nápoles fueran una
señal convenida, los villistas reanudan sus ataques en todo el frente.
Para las 10:30 se pelea con igual encarnizamiento lo mismo en el frente que en las
retaguardias del Ejército de Operaciones; literalmente no quedaba a esas horas una sola fracción
de tropa que no estuviera empeñada.
La caballería de Castro y Murguía, posesionada de las alturas que bordean por el Sur la
Estación Nápoles, retrocede bajo la presión impetuosa de los dragones villistas y se bate en
retirada hacia Hacienda Santa Ana. Para aliviar esa situación se destaca la Brigada del general
Morales, reforzada con el Regimiento de Caballería del coronel Elizalde, quienes logran alcanzar
el rancho de La Loza de Barrera, situado a unos cuatro kilómetros al este de la Hacienda Santa
Ana. El repliegue de Castro y Murguía se consuma en Santa Ana con las últimas luces del día,
logrando así, en este lugar, una importante concentración de fuerzas, ya que a las existentes con
anterioridad se suman las procedentes de Nápoles y las brigadas de los generales Figueroa,
Porfirio González y Novoa.
Como los villistas arremetieran contra Morales y Elizalde en La Loza de Barrera, se ordena a
éstos replegarse al rancho San Gerónimo y acto seguido a Hacienda Santa Ana. En esta
operación pierde la vida el valeroso coronel Cirilo Elizalde.
La lucha en el frente y en el flanco izquierdo constitucionalista fue perdiendo intensidad al
atardecer de este día, hasta reducirse a la pura acción de la artillería, que siguió nutrida aun en las
primeras horas de la noche. Los villistas tomaron posiciones en contorno de Hacienda Santa Ana,
circunvalándola prácticamente.
A su plan de ataque para este día, 1.º de junio, sobre el campo de batalla de Trinidad, Villa
coordina un asalto a la plaza de Guanajuato, que ocupan fuerzas de los generales Natera,
Bañuelos, García y otros.
Al finalizar la jornada del día 1.º, el general en jefe analiza su comprometida situación. No
podía pensarse ya en la contraofensiva proyectada para el día siguiente. La caballería, duramente
castigada, apenas reorganizaba sus unidades en Hacienda Santa Ana; era necesario dar descanso
al ganado y reamunicionar a las tropas, lo cual sólo podía obtenerse mediante la evacuación de
Santa Ana para meter aquellas fuerzas en el cuadro de infantería; pero su crecido número y la
escasez de agua y forrajes en aquellos lugares eliminaba esa posibilidad. Además, por encima de
tales consideraciones, se erguía el interés táctico de conservar el balcón topográfico en el que se
asienta la repetida hacienda, balcón que limita el valle y lo domina en toda su extensión. En estas
condiciones el general en jefe decide conservar Santa Ana llevando hacia allá suficiente
infantería para defenderla, hasta formar un cuadro de resistencia que le sirva de base de partida al
iniciar la contraofensiva general. No pudiendo retirar tropas de la primera línea del frente, ordena
que todas las que cubren el sector de retaguardia, desde el rancho El Resplandor hasta la misma
Hacienda de Santa Ana, sean concentradas en esta última. El movimiento debía iniciarse desde
luego y quedar terminado en el curso de la noche. Lo importante y difícil de la operación hizo
que fueran designados para vigilar su ejecución dos miembros del Estado Mayor del ejército, el
teniente coronel Aarón Sáenz y el capitán Benito Ramírez. A las 02:00 del 2.º, el 8.º y 20.º
Batallones de Sonora ocupaban sus nuevas posiciones.
Desde el amanecer del día 2 de junio los villistas atacan furiosamente Hacienda Santa Ana en
el sector del 20.º Batallón, siendo rechazados con graves pérdidas. Mientras tanto, el enemigo
que el día anterior se había acercado por la retaguardia al rancho El Resplandor, advierte que la
finca está desguarnecida y se apresura a ocuparla, extendiendo luego su línea de combate hasta
las inmediaciones de Santa Ana. A pesar de esto, la lucha en el ala izquierda del Ejército de
Operaciones va amainando. Es que el comandante en jefe villista ha decidido desplazar el centro
de gravedad de su ataque sobre el flanco derecho constitucionalista. Carecemos de informes
suficientes para juzgar esta veleidosa conducción táctica de la batalla por el general Villa (se dice
que detrás de él estuvo constantemente Felipe Ángeles, ex federal de prestigio). En escasas 48
horas lo vemos descargar su esfuerzo principal en el flanco izquierdo, en la retaguardia y después
en el flanco derecho. Esta forma de operar lo lleva irremisiblemente a una gran dispersión de
fuerzas y, por ende, a ser débil en todas partes, a pesar de que globalmente era superior a los
constitucionalistas.
A las 12:00 del día 2, partiendo de Hacienda Duarte comenzó a desplazarse hacia el flanco
derecho de Obregón un fuerte agrupamiento villista formado con tropas de las tres armas. Poco
después la artillería enemiga tomaba posiciones frente a los sectores cubiertos por los Batallones
1.º y 21.º de la 1.ª División y 5.º y 16.º de la 2.ª División.
Firme en su idea de pasar a la contraofensiva partiendo de Hacienda Santa Ana, el general
Obregón ordena que el general Hill lleve más infantería al flanco izquierdo no obstante la visible
amenaza por la derecha.
Impaciente, el general Murguía pide autorización para contraatacar al enemigo que tiene
frente a Hacienda Santa Ana. El general en jefe le ordena esperar, en vista de que está
preparando un plan de contraofensiva general que piensa poner en práctica del día 4; le anuncia
los refuerzos de infantería que están en marcha hacia Santa Ana y que en la mañana del siguiente
día estará él personalmente en aquel lugar.
En la noche del 2 al 3 Villa retira la mayor parte de las fuerzas que tenía al sur de Hacienda
Santa Ana para reforzar su masa de ataque en el flanco derecho constitucionalista. Lo anterior
permite al general Obregón enviar estafetas a Irapuato con órdenes para los generales Amaro,
Quiroga y Maycotte, quienes deben marchar de inmediato al pueblo de Romita a fin de atacar
posteriormente Silao, conforme a instrucciones que en su oportunidad les serán comunicadas.
Como medida preventiva, para resguardar los trenes concentrados en Estación Trinidad al
emprender la contraofensiva del día 4, la misma noche del 2 al 3 se organiza un reducto
circunvalando la estación; al estilo de entonces, el trazado sólo es un cuadrado de 300 metros por
lado en el que se abren loberas. Fueron destinados para ocupar este pequeño reducto, a fin de
economizar fuerzas destinadas a la acción principal, los ambulantes, telegrafistas, proveedores,
empleados de pagaduría, ordenanzas del Cuartel General, etcétera.
A primera hora del día 3 el general en jefe se dirige a Santa Ana; lo acompañan el general
Diéguez y miembros de los Estados Mayores de ambos. A las 07:00 están en la hacienda, donde
esperan los generales Castro, Murguía y Alejo González. Instalados en un torreón de la finca,
que utilizan como observatorio, el general Obregón expone su plan de ataque para el día
siguiente, fijando misiones, dispositivo y hora inicial. Desde la cima del torreón dominábase todo
el campo de batalla y se distinguían las posiciones del enemigo, así como los movimientos que a
esa hora se realizaban. Cuando el general Obregón y sus acompañantes se disponían a descender
del torreón, advirtieron que una columna villista se aproximaba rápidamente a la finca,
comprobando luego que se trataba de artillería. Los constitucionalistas no tenían en esta parte del
frente ni siquiera un cañón para mantener a distancia la artillería contraria, que tomaba ya
emplazamientos a unos 1 200 metros. Apresuradamente se hizo evacuar del casco de la hacienda
a la caballería (más de 1 000 dragones que daban pienso y descanso a sus monturas) y la
impedimenta. Los generales Castro y Murguía se encaminaron a sus respectivos frentes de
combate; el general Diéguez partió hacia Trinidad. El general en jefe, con el general Serrano, el
coronel Piña y cuatro de sus ayudantes, se dirigió a la posición ocupada por el 8.º Batallón.
Pronto comenzaron a caer las granadas enemigas a inmediaciones del pequeño grupo e instantes
después una hizo explosión tan cerca que derribó a todos, hiriendo gravemente al general
Obregón y al capitán Ezequiel Ríos. El caudillo sonorense fue alcanzado por un fragmento de
granada en el brazo derecho cercenándoselo de inmediato. Se le prestan los primeros auxilios y
acto seguido es evacuado a Trinidad para su atención quirúrgica.
Mientras el general en jefe es transportado a Trinidad, los villistas atacan rudamente
Hacienda Santa Ana y a la vez en el extremo opuesto del frente, sobre el flanco derecho
constitucionalista. En ambas direcciones son batidos, obligándolos a replegarse.
Imposibilitado el general Obregón para ejercer el mando, entra en vigor la orden expedida el
29 de marzo en San Juan del Río, por la cual se dispuso que a falta del general en jefe asumiría la
jefatura del Ejército de Operaciones el general Benjamín G. Hill.
En la noche del 4 se reúnen con el general Hill los comandantes de División Castro, Murguía
y Diéguez; asisten a la junta el general Serrano y los tenientes coroneles Jesús M. Garza y Aarón
Sáenz, del Estado Mayor del general Obregón. Se estudia en esta reunión el plan de ataque para
el día siguiente, 5 de junio; después de analizar diversas posibilidades, todos concluyen
aceptando que la idea de maniobra establecida el día 3 en Hacienda Santa Ana por el general
Obregón, era todavía la más conveniente y la que debería ponerse en práctica. A propuesta del
general Murguía, apoyado por el general Castro, el plan original es adicionado con la disposición
de lanzar un agrupamiento de caballería sobre la retaguardia enemiga, para cortar la vía del
ferrocarril en San Francisco del Rincón. La adición no es discutida, porque los mismos
proponentes informan que ese movimiento está ya ejecutándose. Sin duda que la idea de cortar la
vía férrea en San Francisco del Rincón era magnífica desde el punto de vista táctico, pero no
tuvo éxito en la práctica porque los ejecutantes llegaron con retardo al cumplimiento de su
misión y Villa pudo retirar sus trenes, reservas de municiones y algo de artillería. Queda sólo en
pie, como hecho histórico, la indisciplina de dos comandantes de División que distraen fuerzas
importantes sin la autorización y aun sin el conocimiento del comandante en jefe, en el momento
culminante de una batalla, a la hora en que cada unidad y cada hombre debía sumar
coordinadamente su esfuerzo.
La idea general de maniobra para la contraofensiva del día 5 (véase el croquis 22) puede
resumirse así:
Croquis 22. Batalla de Trinidad. Ofensiva final constitucionalista, 6 de junio de 1915.
1. La 2.ª División de Caballería, reforzada con elementos de la 1.ª, más los batallones 8.º, 17.º y 20.º y algunas tropas de la 5.ª
Brigada de Infantería, apoyados por dos piezas de artillería de 75 mm, todos al mando del general Murguía, atacará a las 05:00
la extrema derecha del frente enemigo.
2. Las fuerzas situadas delante del rancho El Resplandor atacarán de frente a la misma hora (05:00).
3. La 1.ª División de Infantería, reforzada con dos batallones de la 2.ª, a las órdenes de su comandante, general Diéguez, atacará
el flanco izquierdo del adversario debiendo ocupar en primera urgencia el Cerro de la Capilla y Hacienda de Otates.
4. Hacienda Santa Ana y la segunda línea del “cuadro” permanecerán ocupadas por fuerzas con efectivos suficientes para
rechazar cualquier ataque de los villistas posesionados de Estación Nápoles y la ciudad de Silao.
A la hora fijada se inicia la contraofensiva general. Murguía, dividiendo sus fuerzas en dos
agrupamientos, uno de infantería para atacar de frente y otro de caballería en maniobra
envolvente, se lanza como ariete y en pocas horas destroza el ala derecha villista. El movimiento
de la 1.ª División de Infantería reforzada comienza cuando el éxito de Murguía es evidente.
Diéguez no encuentra mayor resistencia para desalojar al enemigo que tiene a su frente. Acto
seguido monta un ataque sobre las posiciones que ocupa el adversario en el flanco y a
retaguardia del ala derecha constitucionalista, derrotándolo también. Simultáneamente el general
Gavira, con su Brigada de Infantería y dragones de la Brigada José Murguía, ataca Loza de
Barrera y Sotelo, arrojando al enemigo en dispersión.
La derrota de la División del Norte es completa. Pronto Murguía llega a las puertas de León,
ocupando la plaza en las últimas horas del día. La persecución de los villistas, fragmentados en
todas direcciones, prosigue hasta el anochecer.
Los 2 000 dragones lanzados sobre San Francisco del Rincón a las órdenes del general Alejo
González, caen en el vacío.
El enemigo sufre pérdidas cuantiosas y queda disperso en múltiples fracciones por todos los
rumbos cardinales.
El día 6, Amaro, Quiroga y Maycotte, combinando la acción de sus fuerzas, baten a los
villistas de Silao, recuperando la plaza. El enemigo posesionado de la ciudad de Guanajuato,
después de intentar, sin éxito, destruir la vía férrea al sur de Silao, se retira rumbo a Dolores
Hidalgo y la plaza de Guanajuato es ocupada el día 12 por tropas del general Amaro y del
coronel Siurob, entonces gobernador y comandante militar de la entidad.
Se dictan, en consecuencia, las órdenes para ser ejecutadas a partir de las 07:00 del día 6.
El mismo día 5 se distribuyen víveres a las tropas hasta completar raciones para cinco días.
Con esa ministración quedaron agotadas las provisiones de boca disponibles.
El ejército, con sus dos Divisiones de Caballería en primer escalón, se desplazará al oriente
del Cerro de los Gallos y el Cerro de San Bartolo, siguiendo el camino que pasa por el Cerro del
Tigre y la Hacienda Las Rosas, en dirección general Sur-Norte.
Como estaba ordenado, el movimiento se inicia a las 07:00 del día 6. Los villistas cubren con
fuerzas importantes los puntos dominantes en la zona de marcha del Ejército de Operaciones.
Pronto la caballería de vanguardia toma contacto y se empeña contra esos elementos a la altura
de Hacienda Los Sauces. Como el enemigo recibiera refuerzos, hubo necesidad de hacer
intervenir, para desalojarlo de sus posiciones, a las Brigadas de Caballería Triana y Alejo
González y a la 9.ª de Infantería (E. Martínez).
Al finalizar la jornada el ejército vivaquea en la región de Hacienda Las Rosas.
El día 7, al amanecer, desde la azotea de la casa principal de la hacienda, el general Obregón
realiza una inspección ocular del terreno y descubre que el enemigo está desplegado en tiradores
detrás de las cercas de piedra que cortan el desemboque al valle hacia el Norte, apoyándose en el
Cerro de San Bartolo; advierte, además, que los villistas ocupan otra línea que va del Cerro de
los Gallos al Cerro de San Bartolo. La decisión del general en jefe es atacar inmediatamente.
Para ello ordena que el general Laveaga, con su escolta y la del Cuartel General, avance sobre el
flanco derecho adversario apoyado en el Cerro de los Gallos; que el general Manzo, con parte de
su Brigada más el 20.º Batallón, apoyado por la artillería, lo haga sobre el Cerro San Bartolo; que
las Brigadas de Infantería 5.ª y 9.ª (Gavira y Martínez) y la Brigada de Caballería Maycotte,
ataquen el centro de la línea (entre los cerros de San Bartolo y Los Gallos); y, finalmente, que las
Divisiones de Caballería Castro y Murguía desalojen al enemigo que cierra el desemboque al
valle por el Norte, sobre el itinerario de marcha.
El ataque general dio principio a las 09:00 y fue tal el brío puesto en la acción, que para las
12:00 los constitucionalistas habían ocupado Hacienda San Bartolo, repeliendo a los villistas
hacia el Norte y Noroeste.
Después del mediodía el ejército prosigue su marcha por el camino a El Duraznillo. Avanza
en tres agrupamientos que siguen rutas paralelas: a la izquierda la 1.ª División de Caballería, en
el centro toda la infantería y la artillería y a la derecha la 2.ª División de Caballería. A las 17:00
es alcanzado El Duraznillo, pero resulta imposible detenerse ahí por la falta absoluta de agua y
leña. Dos horas más tarde las vanguardias llegan a la altura del poblado de Calvillo y, con gran
fatiga, los gruesos terminan de incorporarse a las 23:00. El Ejército de Operaciones vivaquea esa
noche en “una llanura de incomparable aridez” donde no pudo encontrarse ni un solo leño, ni un
trago de agua, ni una brizna de pasto para el ganado.
Previendo nuevos intentos del enemigo para retardar la marcha del ejército y causarle mayor
fatiga y desgaste, el general en jefe ordena que al amanecer del día 8, desviándose un poco a la
derecha, la infantería continúe avanzando hasta alcanzar una presa descubierta por algunos
soldados la misma noche del 7 al 8. Esta primera etapa se cubre sin incidentes y para las 08:00
los hombres habían almorzado y estaba bien provistos de agua.
De continuar la 1.ª División de Caballería en el encuadramiento que se le dio el día
precedente, se vería obligada a cruzar la Barranca de Calvillo para seguir por su margen
occidental; esto representaba un
grave peligro, ya que el resto del ejército marcharía sobre la margen opuesta de la cortadura.
Tal circunstancia no podía pasar inadvertida para el general Obregón y fue por ello que ordenó al
general Castro reunirse con Murguía en el flanco derecho. Mas el comandante de la 1.ª División
no atendió la orden y siguió su itinerario atravesando la barranca. Las consecuencias que
pudieron ser desastrosas para todo el ejército, lo fueron de inmediato para la 1.ª División de
Caballería.
Apenas reanudado el movimiento después del almuerzo, comienza a escucharse nutrido
fuego hacia el flanco izquierdo; de primer intento se piensa en una más de las acciones rutinarias
de hostigamiento, pero luego se advierte que el enemigo ataca en fuerza por varias direcciones.
La División del general Castro es prácticamente arrollada por la caballería villista; en vez de
mandarle refuerzos como lo solicita, se ordena a Castro replegarse hasta quedar protegido por el
cuadro que la infantería ha formado apresuradamente. A estas horas también el general Murguía,
que trataba de desbordar la Barranca de Calvillo por el Norte, era rudamente atacada. El general
en jefe acude a este frente de combate para ver de cerca lo que estaba ocurriendo; en el camino
encuentra la Brigada de Caballería del general Pedro Morales en plena retirada; hace intervenir
unidades de infantería en auxilio de Morales, logrando así detener y rechazar al atacante. Regresa
el general en jefe a Hacienda El Retoño y toma las azoteas de una casa como observatorio. Desde
ahí distingue a la caballería de Castro que comienza a incorporarse desordenadamente; también
advierte que el enemigo, volteando por el Sur, ataca la retaguardia del ejército. La lucha se
generaliza por el Norte, el Occidente y el Sur; los constitucionalistas mantienen firmes sus líneas
defensivas, que configuran en el terreno un cuadrilátero de 6 000 por 4 000 metros. Al caer la
noche, los beligerantes entran en relativa calma (véase el croquis 23).
El general Villa piensa que ha cogido a su adversario en una trampa y estima propicia la
situación para asestarle un golpe definitivo. Ciertamente, desde todos los ángulos visuales,
estratégico, táctico y logístico, las condiciones del caudillo sonorense eran por demás ominosas:
cortado de su base de operaciones distante más de 1 000 kilómetros, destruidas las vías férreas
hacia el Sur, dueño Rodolfo Fierro del centro de la República, se ve compelido a librar una
batalla de improviso, en un terreno desértico y hostil, agotadas sus reservas de municiones y de
víveres. Es ahora Obregón quien tendrá que pelear dando frente a su flanco izquierdo.
Villa no vacila en abandonar sus posiciones fortificadas para empeñarse en campo raso,
porque ve claramente que esas posiciones carecerán bien pronto de valor si su contrincante
desborda la ciudad por el Norte.
Al amanecer del día 9 los villistas tienen circunvalado casi en su totalidad el cuadro
defensivo del Ejército de Operaciones y han emplazado baterías de artillería pesada cuyo fuego
comienza con las primeras luces del alba. La contrabatería no se deja esperar y el duelo artillero
continúa hasta el anochecer. El enemigo ataca indistintamente sobre varias direcciones; su
esfuerzo es particularmente enérgico en el sector del general Murguía, quien solicita ser
reforzado con infantería y artillería. En su auxilio son destacadas dos brigadas de infantería
(Gavira y Lino Morales) y dos cañones de montaña (véase el croquis 24).
La penuria de municiones impone tomar por asalto las posiciones enemigas, prescindiendo
del apoyo de la artillería. La Barranca de Calvillo, interpuesta entre los dos frentes principales
de los contendientes, imposibilita comenzar el asalto en esa dirección. Hacia el Norte, a la
altura de la Hacienda El Maguey, la barranca es menos ancha y profunda; además, por aquí
está la juntura de las líneas Oeste y Norte del enemigo; en consecuencia, es por Hacienda El
Maguey que debe buscarse la ruptura del frente, para luego atacar los flancos. El asalto para la
ruptura será ejecutado por las Brigadas de Infantería 1.ª y 8.ª, al mando directo del general Hill;
el propio general en jefe irá con este agrupamiento, que recibe la misión principal.
Simultáneamente al ataque de ruptura, la 2.ª División de Caballería, reforzada, a las órdenes de
su comandante (general Murguía) atacará al enemigo que tiene al frente, llevando su esfuerzo
principal sobre Hacienda San Gregorio. Una vez empeñadas las tropas de Hill y las de Murguía,
la 2.ª Brigada de Infantería y parte de la 9.ª, en posición sobre el borde oriental de la Barranca de
Calvillo, se lanzarán al asalto de las posiciones enemigas instaladas en la margen opuesta. A
continuación, el general Carpió, haciendo una conversión a la derecha, debe pasar la barranca
abajo del poblado de Calvillo para tomar de flanco por el Sur la línea enemiga. Al cambiar de
frente el general Carpió, el lado sur del cuadrilátero quedará desguarnecido y las fuerzas villistas
situadas frente a él podrían caer impunemente sobre sus espaldas. Para prevenir este peligro, se
ordena al general Castro cubrir con sus dragones las retaguardias de las tropas de asalto.
Conocidas sus misiones y la organización de conjunto para la operación del día siguiente, los
comandantes de División o quienes los representaron en la junta, parten a sus respectivos
cuarteles generales para dictar las órdenes particulares necesarias.
Pasada la media noche del 9 al 10, los villistas atacan rudamente las posiciones del general
Carpió, pero no sostienen su acción por más de 20 minutos, retirándose a sus líneas originales.
A las 06:00 del 10 la 1.ª y 8.ª Brigadas de Infantería (general Hill) dejan su base de partida y,
a paso veloz, en un solo aliento, usando apenas de sus armas, se lanzan al asalto. Los villistas
abren nutrido fuego de fusilería, ametralladoras y artillería, pero todo es inútil, y antes de llegar
al cuerpo a cuerpo, huyen rumbo al Oeste.
Lograda la ruptura frente a Hacienda El Maguey, el atacante se rebate sobre los flancos
creados. Villa intenta contraatacar, mas ya el avance frontal entre Calvillo y El Retoño ha ganado
terreno e impulso, y el general Carpió, venciendo las resistencias que se le oponían, realiza su
movimiento de conversión y pasa la barranca.
El general Murguía, un poco retardado al partir, empeña de frente la infantería, mientras que
con su caballería desborda el flanco izquierdo enemigo. Éste pelea bravamente, pero es arrollado
por el ímpetu del atacante. Murguía deja que la infantería prosiga el acoso de las fracciones
villistas en franca derrota y él, con toda su División, marcha directamente a Estación Chicalote,
situada 15 kilómetros al norte de Aguascalientes, para cortar la vía férrea y evitar la fuga de
tropas y material de la División del Norte.
A las 12:00 del día 10, el general Obregón ocupa la ciudad de Aguascalientes. El enemigo ha
perdido sus ligas tácticas, su cohesión orgánica, su voluntad de seguir luchando, está derrotado.
A partir de la batalla de Aguascalientes, la lucha contra el villismo adquiere un aspecto
fragmentario sobre una gran extensión del territorio nacional y aunque se libran encuentros de
cierta importancia, ninguno alcanza las proporciones de una verdadera batalla.
Cerramos aquí el trabajo que se nos pidió realizar. Debemos insistir en el hecho de que no hemos
pretendido hacer Historia, es decir, que no nos propusimos investigar los acontecimientos
narrados, sino únicamente trasladarlos a otros moldes literarios tomándolos tal cual los expone
uno de sus grandes protagonistas.
Al trasegar una vez más la epopeya militar de la Revolución mexicana, se agiganta en mi
espíritu el reconocimiento de los méritos de sus caudillos: Carranza, Obregón, Villa, Zapata,
Hill, Diéguez, Murguía...
En esta obra he querido consignar los hechos de índole puramente militar; desarrollados, unos
bajo mi dirección, y otros dentro de la órbita de mi mando y al cuidado directo de Jefes a mis
órdenes; sin hacer historia de todos los demás sucesos de distinta índole, que en la misma época
se desarrollaban en los Estados de que hago mérito, y relacionados con autoridades o
empleados civiles, cuya labor, en muchos casos, fue de igual o mayor valimiento que la llevada
a cabo por nosotros, los hombres de armas.
CÓMO FUI SIMPATIZADOR DEL SEÑOR MADERO
Corrían los últimos años de la dictadura del general Díaz. Ésta había extendido sus
ramificaciones en todo el país, y automáticamente comenzaron a formarse dos partidos: el que
explotaba y apoyaba al Gobierno de la dictadura, y el de oposición.
En el segundo de esos partidos me contaba yo, que en el largo período de diez años que
pertenecí al gremio obrero y que administré algunas haciendas, pude darme cuenta exacta del
trato que recibían de los capataces y de los patrones, todos los hombres que llevaban a sus
hogares el pan ganado con el sudor de su frente; y pude apreciar también el desequilibrio
inmenso que existía entre las castas privilegiadas y las clases trabajadoras, debido al inmoderado
apoyo que las autoridades prestaban a las primeras para todo género de monopolios y privilegios.
Esta experiencia me llevaba al convencimiento de que era necesario odiar la tiranía, ya que
no sabíamos amar y conquistar la libertad. Cada espíritu de oposición que surgía, era para
nuestro partido una esperanza: Flores Magón, Reyes, quienquiera, menos Díaz.
A medida que la división se acentuaba, multiplicábanse también las vejaciones de todo
género para los que no aplaudíamos incondicionalmente todos los actos despóticos de las
autoridades de aquel régimen.
Después de un período de decepciones y angustias políticas, surgió Madero, quien con valor
y abnegación sin límites empezó su labor antirreeleccionista, enfrentándosele al tirano.
Todos los enemigos de la dictadura reconocimos en Madero a nuestro hombre; y el
Maderismo germinó simultáneamente en la República.
El tirano y su corte dijeron: Dejemos a este loco, que se burlen de él en todo el país.
Aquel abnegado apóstol, en unos cuantos meses, recorrió la mayor parte de la República,
encendiendo la verdad en todas las conciencias y conmoviendo con ella el podrido andamiaje de
la dictadura.
Aprehendido Madero, arbitrariamente, por un supuesto delito que le inventara uno de los
cachorros de Ramón Corral, el licenciado Juan R. Orcí; perseguidos sus principales
colaboradores, no quedaba más recurso que la guerra.
Así lo comprendió la generalidad; pero no todos nos resolvimos a empeñarla.
Madero logra fugarse, y, burlando a los esbirros, gana la frontera:
La revolución estalla...
Entonces el partido maderista o antirreeleccionista se dividió en dos clases: una compuesta
de hombres sumisos al mandato del deber, que abandonaban sus hogares y rompían toda liga de
familia y de intereses para empuñar el fusil, la escopeta o la primera arma que encontraban; la
otra, de hombres atentos al mandato del miedo, que no encontraban armas, que tenían hijos, los
cuales quedarían en la orfandad si perecían ellos en la lucha, y con mil ligas más, que el deber no
puede suprimir cuando el espectro del miedo se apodera de los hombres.
A la segunda de esas clases tuve la pena de pertenecer yo.
La guerra seguía...; y la prensa venal lanzaba los calificativos más duros a los hombres
empeñados en la lucha contra el dictador.
Los maderistas inactivos nos conformábamos con hacer una propaganda solapada y cobarde.
Seguíamos siendo objeto de mayores vejaciones, contentándonos con decir: ¡Ya nos la pagarán!
LA REVOLUCIÓN EN SONORA
Oficialidad
PREPARATIVOS DE CAMPAÑA
Cuartel General
Infanterías
Caballerías
Artillería
Tren de transportes
EN CAMPAÑA
Con tales noticias, y como nada teníamos ya que esperar, el general Sanginés ordenó la marcha,
emprendiéndose ésta el mismo día 9 y continuándola hasta acampar en Colonia Oaxaca, en cuyo
lugar permanecimos algunos días para tomar mayores informes sobre los movimientos del
enemigo, pues para entonces ya se tenían noticias de que Orozco, con todos sus elementos,
intentaba invadir el Estado de Sonora, en vista de su impotencia para contener el avance de la
División del Norte, que al mando del general Victoriano Huerta lo venía rechazando del Sur.
En Colonia Oaxaca fue aumentado el efectivo de nuestra columna con la incorporación de los
Voluntarios de Bavispe, al mando del capitán Miguel Samaniego.
De Colonia Oaxaca se continuó la marcha, dirigiéndonos por el cañón del Púlpito, hasta salir
por la cuesta que lleva el nombre de Cumbre de las Bolsas y atravesar la línea que divide a los
Estados de Sonora y Chihuahua —el día 18 de julio—, acampando en la parte más elevada de la
sierra, frente a un rancho denominado Las Varas.
El general Blanco, con trescientos hombres, había avanzado hasta el rancho El Coyote, a
veinte kilómetros de nuestro campamento y con dirección al puerto de Palomas.
El Cuartel General ordenó a Blanco que marchara a la hacienda Ojitos; disponiendo, a la vez,
que yo marchara a incorporarme a Blanco, con el resto de las caballerías.
De acuerdo con esas órdenes, las caballerías se reconcentraron en la hacienda Ojitos, la que
está situada en una de las altiplanicies de la Sierra Madre, a 40 kilómetros de la línea divisoria
entre Chihuahua y Sonora, en una inmensa pampa, sin más vegetación que zacate en abundancia.
Al siguiente día, una de nuestras avanzadas, al mando del capitán Cervantes, descubrió y
rechazó a una exploración enemiga en Salto de Ojo, rumbo a Guzmán, dando cuenta de esto al
general Sanginés por la vía telegráfica, la cual estaba ya reparada; y en previsión de que el
enemigo intentara atacarnos en aquel lugar procedimos a construir algunas fortificaciones en el
pequeño cerro, a cuya falda se encuentra situada la hacienda Ojitos.
El día 26 se incorporó a Ojitos el general Sanginés con el grueso de la columna.
Nuestro cónsul en El Paso, Texas, que lo era entonces el señor Enrique Llorente, contaba con
agentes muy activos entre el enemigo, y de esta manera suministraba constantemente informes al
general Sanginés sobre los movimientos que hacían o intentaban los orozquistas.
Un día, el general Sanginés nos llamó a su Cuartel General al teniente coronel Rivera, al
mayor Alvarado y a mí, y ya reunidos, nos dijo:
—Todos los informes que tengo, tanto de Llorente como de los espías que he mandado,
indican que seremos atacados por un fuerte núcleo enemigo que se está reconcentrando en Casas
Grandes, y quiero conocer la opinión de ustedes.
Yo guardé silencio, porque era el menos autorizado para opinar. El mayor Alvarado propuso
que se construyeran bordes circundando la hacienda y se formaran trincheras en el cerro. El
teniente coronel Rivera opinó porque se hicieran zanjas circundando también la hacienda; y
entonces, como particularmente se me pidiera mi opinión, manifesté que consideraba acertadas
las disposiciones de Rivera y Alvarado, porque podrían ser igualmente útiles para la defensa las
zanjas y los bordes; pero que, en mi concepto, no contábamos en aquella hacienda con los
elementos suficientes para construir toda clase de fortificaciones y que, por lo tanto, podríamos
prescindir de las zanjas y los bordes, supliéndolos con loberas[2], que podrían cavarse a tres
metros de distancia una de otra, circundando la hacienda y abarcando dentro del círculo, el cerro,
que ya tenía algunas trincheras arriba.
El general Sanginés aprobó mi iniciativa; y cada uno de los jefes procedimos a colocar
nuestra gente, a fin de que se llevara a cabo la excavación de dichas loberas. Al día siguiente
estábamos preparados para resistir cualquier ataque.
En las trincheras del cerro habían quedado colocadas las fracciones del 47.º y del 48.º
Cuerpos Rurales y el cuartel del teniente coronel Rivera, más dos ametralladoras al mando del
teniente Kloss.
La colocación de las demás fuerzas era como sigue: al Oriente, el Cuerpo Auxiliar Federal; al
Norte, soldados de mis caballerías, y al Poniente, el 4.º Batallón Irregular de Sonora.
En el centro quedaba la casa de la hacienda, e instalado allí el Cuartel General.
Yo tenía la costumbre de ir diariamente, a primeras horas de la mañana, al Cuartel General,
tanto para rendir mi parte reglamentario, como para inquirir noticias sobre el enemigo,
distrayéndome algunas veces en conversación con el general Sanginés a quien había cobrado
gran afecto, porque había descubierto en él una acrisolada honradez y un amplio espíritu de
compañerismo.
Cierto día, después de rendir mi parte de novedades a las seis de la tarde, el general Sanginés
me invitó a que tomara con él asiento en un mecedor que había en el centro del pequeño parque,
que existe frente a la casa de la hacienda; y cuando estuvimos ya en aquel sitio, después de
conversar un rato sobre la situación, me preguntó: —¿Cuánto tiempo piensa usted servir al
Gobierno en el Ejército?; a lo que le contesté: —Estaré en el Ejército solamente el tiempo que el
Gobierno necesite mis servicios. A esto replicó el general: —Prepárese, pues, mi teniente coronel
para servir en el Ejército cuatro o cinco años, porque este indio de Huerta va a darnos un dolor de
cabeza.
Disimulé la mala impresión que aquella profecía me causara, pues la consideré sincera.
BATALLA DE OJITOS
El 31 del mismo mes, siguiendo mi costumbre, me trasladé al Cuartel General a las seis de la
mañana, y, después de rendir mi parte, me invitó el general Sanginés a tomar asiento cerca de él,
lo que hice en seguida, entablándose luego una conversación entre ambos, sobre diversos
tópicos.
No había transcurrido media hora, cuando empezamos a oír toques de clarín de las fuerzas
que estaban en el cerro, indicando ¡Enemigo al frente!
El general mandó a uno de sus oficiales que subiera al cerro para que observara lo que
estuviera ocurriendo; pero en seguida el mismo clarín daba los toques de ¡Enemigo al frente, a
derecha e izquierda!
El general en jefe llamó a sus oficiales de Estado Mayor, y dándoles algunas instrucciones,
emprendió el ascenso al cerro; ordenándome que con toda rapidez alistara mi fuerza, cuya
caballada, por escasez de forrajes en la hacienda, tenía que pasar la noche suelta en los potreros
inmediatos.
Con los toques de los clarines, todo el campamento estaba en movimiento.
Se trataba de librar un combate con un enemigo desconocido, cuyo número se ignoraba
también.
La plaza más cercana que teníamos, adonde poder replegarnos en caso de una derrota, era
Agua Prieta y, de ésta, nos separaba una distancia que para salvarla, era necesario hacer diez días
de marcha a través de la Sierra Madre, que limita los Estados de Sonora y Chihuahua.
El enemigo fue desplegándose y avanzando por nuestros flancos, denunciando con estos
movimientos su intención de sitiarnos.
Como yo tenía que salir con las caballerías, quedando allí el 4.º Batallón de Sonora que había
sido organizado por mí, y que se componía, en su mayor parte, de hombres que habían salido a la
campaña atendiendo a mi invitación, quise explicarles por qué no me verían al frente de ellos
durante la batalla; y a ese fin me trasladé adonde el batallón estaba acampado, encontrando al
capitán Martínez con sus tropas formadas y listas para todo movimiento. Subí a una eminencia
de aquel terreno, y desde ahí dirigí la palabra a mis compañeros, explicándoles la causa por la
cual estaría ausente y exhortándolos, a la vez, a que cumplieran con su deber, ya que las
circunstancias les eran tan propicias.
En los momentos en que terminaba de hablar, se escuchó el primer disparo del cañón
enemigo y, a continuación caía, precisamente donde estaba formado el batallón, el proyectil
disparado, sin causar daño alguno.
Aquel disparo, precursor del combate, llenó de entusiasmo a mis compañeros del 4.º
Batallón, y con ello regresé satisfecho adonde estaban mis dragones, comunicando de nuevo
órdenes para que se activara el alistamiento de la caballería.
Ya empezaba el fuego de la fusilería enemiga, siendo contestado por la nuestra; ya el capitán
Ruiz había entablado un verdadero duelo de artillería con el enemigo, y ya comenzaban a
funcionar también nuestras ametralladoras emplazadas en el cerro.
El general en jefe ordenó el avance por nuestra izquierda; y entonces el mayor Alvarado, con
el Cuerpo Auxiliar Federal y algunas otras pequeñas fracciones, emprendió un movimiento
enérgico; que el enemigo no pudo resistir, empezando éste a dar media vuelta.
Yo había logrado alistar cerca de 200 dragones, formándolos a retaguardia del mayor
Alvarado, con el objeto de esperar órdenes del general en jefe. Un oficial de órdenes del Cuartel
General llegó corriendo y me dijo:
—Por orden de mi general, destaque usted un oficial de confianza con 50 hombres para que
cargue sobre un cañón que está atorado en un barranco, y que el enemigo trata de sacar.
Contesté al oficial: —Diga usted al general Sanginés que me permita personalmente cumplir
su orden; mas como el oficial tardara en regresar con la respuesta del general en jefe, ordené a mi
ayudante, el capitán Antonio A. Guerrero, que diera parte a Sanginés de que salía yo
personalmente a cumplir la orden; y emprendí entonces la marcha con cerca de cincuenta
dragones.
Cuando esto acontecía, el combate se mostraba reñido por todo nuestro flanco derecho.
El general Sanginés ordenó al teniente coronel Rivera que tomara la ofensiva, haciendo
abandonar las trincheras por su infantería.
La orden fue cumplida con todo celo, y el 4.º Batallón de Sonora y les demás fracciones de
infantería, al mando directo del teniente coronel Rivera, hacían su avance a paso acelerado hasta
obligar al enemigo a retirarse, batiéndose hacia los cerros de San Pedro.
El teniente coronel Rivera continuó su avance, y yo, con mis dragones, llegué al lugar donde
había estado atorado el cañón; pero los orozquistas ya habían conseguido sacarlo y retirado por
el camino de Janos, junto con dos cañones más, protegiendo la retirada de su artillería con una
extensa línea de tiradores, cuyo número sería difícil precisar.
Al percatarse el enemigo del número reducido de hombres que yo llevaba, empezó a cargar
con decisión sobre mi fuerza; y entonces ordené que todos desmontaran y ocultaran los caballos
en un pequeño barranco, para resistir pecho a tierra el ataque del enemigo.
Al mismo tiempo destaqué uno de mis oficiales de órdenes para que violentamente fuera a
notificar a los demás jefes de caballería la orden de avanzar, a paso veloz, para evitarme la pena
de huir.
La situación se había hecho casi insostenible cuando, por nuestro flanco derecho, empezaron
a aparecer algunos infantes de los 47.º y 48.º Cuerpos Rurales; los cuales entraron a tomar parte
en el desventajoso combate que estábamos sosteniendo.
En los mismos instantes se incorporaban algunas otras fracciones de caballería al mando del
general Blanco, ocupando una loma alta a nuestra izquierda, y entrando desde luego en acción.
El enemigo empezó a replegarse; y entonces pudimos observar, a simple vista, que la
artillería iba en retirada por el camino que conduce al rancho El Cuervo, y de allí a Casas
Grandes.
El general Blanco mandó pedir al general Sanginés un cañón para emprender la persecución;
mas yo le supliqué me permitiera continuar inmediatamente, porque, de lo contrario, podía el
enemigo ganar distancia; a lo cual accedió el general Blanco, marchando juntamente con
nosotros.
El enemigo, al darse cuenta de nuestro avance, se dividió en dos columnas; una de las cuales
hizo alto y se desplegó en tiradores, desmontando y colocándose pecho a tierra para resistirnos.
Cuando estuvimos a una distancia en que sus fuegos comenzaron a ser efectivos, hicimos alto
y, desmontando también, nuestros dragones se pusieron a contestar el fuego del enemigo.
El combate fue de muy poca duración, lográndose la retirada de los contrarios, que en un
principio pretendieron contener nuestro avance, pero la artillería había tomado ya alguna
distancia.
La columna que iba con la artillería hizo alto entonces, y comenzó a proteger, con sus fuegos,
a la que se retiraba perseguida por nosotros.
Cuando esto sucedía, se escuchaba a la izquierda de nuestra retaguardia, y con dirección al
rancho de San Pedro, un fuego nutrido de fusilería y detonaciones de bombas Martín Hale.
Estábamos ya como a quince kilómetros del campamento cuando nos dio alcance el mayor
Díaz de León, quien me comunicó órdenes del general Sanginés para que me reconcentrara al
campamento de Ojitos. Con el mismo mayor mandé recado al expresado general, diciéndole que
teníamos todas las probabilidades de capturar la artillería enemiga y que, por esta circunstancia,
continuaba la persecución, anunciándole que al terminarla me incorporaría.
Continuábamos en seguimiento del enemigo hasta el rancho El Cuervo, donde los
orozquistas intentaron hacerse fuertes, obligándonos a seguir nuestro avance por un arroyo que
llega hasta las casas del rancho, para hacerlo con menos peligro. Con este movimiento quedaron
divididas las columnas enemigas, y nosotros en el centro.
En aquel rancho se quedó el general Blanco, reconociendo un carro que el enemigo había
dejado abandonado; y yo continué el avance con unos cuantos hombres solamente, pues una
parte de la fuerza se había quedado a retaguardia con los caballos cansados.
En esta vez el enemigo emplazó los tres cañones que le quedaban y, con ellos, abrió fuego
sobre nosotros; y yo, al ver esa resolución, ordené dejar los caballos y avanzar pie a tierra sobre
los cañones.
Hicimos el avance en la siguiente forma:
Pagador Miguel Antúnez y capitanes Corral y Gálvez, con 17 dragones, por el frente; yo con
los capitanes Guerrero y Márquez y mi asistente Rafael Valdez con 23 soldados por el flanco
izquierdo, y el capitán Cervantes y el subteniente Buendía, con 20 dragones, por el flanco
derecho. Los atacantes, por el frente y el flanco derecho, entrarían de caballería, y nosotros, pie a
tierra, por tener que avanzar en terreno más plano.
Tan pronto como iniciamos nuestro movimiento, el enemigo abrió fuego de artillería; pero
nosotros continuamos resueltamente el avance y dimos el asalto en la forma convenida,
desconcertando de tal modo al enemigo, que en unos cuantos minutos nos habíamos apoderado
de dos de sus cañones y de algunos carros de víveres, haciéndole algunos heridos y habiendo
muerto a algunos artilleros y herido a otros.
En tales momentos se incorporó el capitán Rubio, a quien ordené que con sus dragones
avanzara dos kilómetros más, a fin de que cubriera nuestra retaguardia cuando nosotros
hubiéramos dado media vuelta; pues consideré conveniente suspender allí la persecución y
regresar al rancho El Cuervo, donde el general Blanco nos esperaba.
El capitán Rubio, de acuerdo con mis instrucciones, hizo su avance, y, en la marcha,
descubrió que el enemigo trataba de inutilizar, en una pequeña sinuosidad, el cañón que le
quedaba, logrando capturárselo también.
A las tres de la tarde nos habíamos reconcentrado al rancho El Cuervo, con la artillería, los
carros y demás elementos quitados al enemigo. En el mismo rancho se habían reconcentrado
igualmente los soldados que en nuestro avance quedaron atrás con los caballos cansados.
Nos preparábamos ya para emprender la marcha con rumbo al campamento de Ojitos, cuando
un oficial, a quien había ordenado subir por la escala de un papalote (molino de viento) que
servía para proveer de agua al rancho, nos avisó que se avistaba una columna de caballería por
nuestra retaguardia.
Al recibir aquel aviso, destaqué al pagador Antúnez y al capitán Corral con órdenes
terminantes de salir a reconocer aquella fuerza, y no regresar al campamento sin haberse
cerciorado si aquélla pertenecía o no al enemigo; y al mismo tiempo, por vía de precaución,
distribuí a la tropa en los corrales, en las casas y en los bordes de la presa.
Antúnez y Corral, con un arrojo digno de encomio, llegaron hasta el lugar donde se
encontraba la columna y cambiaron algunas palabras con su vanguardia, volviendo a toda prisa a
darme parte de que aquella fuerza era enemiga. Los orozquistas no sospecharon la comisión que
habían llevado aquellos hombres, a quienes creyeron compañeros suyos.
Aquella columna enemiga era precisamente la que nos había atacado en nuestro campamento
de Ojitos, por el Poniente, y que había sido rechazada por el teniente coronel Rivera, con parte de
la infantería de la columna.
El enemigo, al descubrir en el rancho El Cuervo sus carros y sus cañones, tuvo la certeza de
que la fuerza que allí estaba acampada pertenecía a la misma que había atacado Ojitos y
replegándose después hasta aquel rancho; y en esa creencia emprendieron su avance a
incorporársenos, en completo desorden y sin sacar siquiera sus armas de las respectivas fundas.
Y cuando estuvimos a un distancia conveniente, abrimos fuego sobre ellos, poniéndose desde
luego en fuga, sin intentar ninguna resistencia.
Emprendimos la marcha hacia el campamento, adonde llegamos al siguiente día, a las dos de
la madrugada, después de hacer una persecución de cerca de 40 kilómetros, en la que habíamos
capturado al enemigo toda la artillería que intentaba salvar, y en cuya jornada pasamos 32 horas
sin tomar alimento alguno.
Ya en el campamento, fuimos informados de que el teniente coronel Rivera, en su avance
sobre el flanco izquierdo del enemigo, lo había obligado a huir con tal precipitación que
abandonó dos cañones.
La columna orozquista fue dispersada completamente, habiéndosele hecho regular número de
bajas, entre muertos y heridos, y 11 prisioneros.
Nosotros tuvimos un número tan reducido de bajas, que apenas es creíble; pues no llegaron a
veinte, entre muertos y heridos, contándose entre los últimos, el teniente coronel Rivera, que
resultó herido de una mano, y el soldado Casimiro Valdez, del 4.º Batallón de Sonora, quien fue
atravesado de un muslo por un proyectil enemigo, a pesar de lo cual continuó combatiendo y
avanzando un kilómetro más.
El general Sanginés no trataba de ocultar su satisfacción; él tenía una perfecta comprensión
de lo aventurado que había sido nuestra expedición al internarnos en un territorio completamente
hostil.
Al enemigo se le recogieron también algunos carros de harina, cuya mercancía se distribuyó
entre la tropa, que desde hacía dos días carecía enteramente de ella.
El general Sanginés, al siguiente día, me confesó el constante temor que había tenido de que
fueran a cumplirse las profecías de Garibaldi, y que tal cosa le había hecho pasar algunas noches
sin conciliar el sueño.
El avance de la División del Norte continuaba por el Noroeste, y nosotros hacíamos nuestros
preparativos para avanzar a Casas Grandes y, de allí, a Ciudad Juárez, último reducto del
orozquismo.
El día 10 de agosto se emprendió la marcha, habiendo acampado a las seis de la tarde en el
rancho El Cuervo.
El día 11 marchamos a acampar a la hacienda de Ramos, y el día 12 se continuó el
movimiento, llegando por la tarde a Colonia Dublán, frente a Casas Grandes, plaza esta última
que había sido ocupada por la división al mando de los generales Téllez y Rábago.
Como la artillería quitada al enemigo en el combate de Ojitos era precisamente la que en
Rellano habían quitado los orozquistas al general Téllez, en este jefe se despertó algún celo hacia
nosotros, y empezamos a notar de parte de él algunos signos de hostilidad, aunque hábilmente
ejecutados.
El general Téllez ordenó que se nos recogiera aquella artillería y la que desde antes teníamos,
disponiendo que quedáramos guarneciendo las plazas de Dublán y Casas Grandes y la vía del
ferrocarril al Norte, y él marchó a ocupar Ciudad Juárez; en la que días después hizo su entrada,
anunciando la prensa de El Paso, Texas, que el general Téllez había entrado triunfalmente a
Ciudad Juárez con la artillería quitada al enemigo.
Yo había pasado a guarnecer Casas Grandes con 100 hombres. Había en la ciudad más de
300 orozquistas amnistiados; y, a inmediaciones, grupos de rebeldes de alguna importancia.
Posteriormente recibimos órdenes de reconcentrarnos en Pearson, y en esos días, cerca de
Cumbre, al sur de Pearson, el mayor Salvador Alvarado, con el Cuerpo Auxiliar Federal, atacaba
y dispersaba a un grueso núcleo de rebeldes.
Los prisioneros hechos en la batalla de Ojitos fueron puestos en absoluta libertad, por orden
del general Sanginés.
De Casas Grandes, se nos ordenó avanzar por el Noroeste con rumbo a Ciudad Juárez,
teniendo que reparar algunos puentes destruidos por el enemigo en Santa Sofía y Sabinal. Hechas
las reparaciones, llegamos a Sabinal el día 31.
Nos encontrábamos acampados en dicha estación, cuando el general Sanginés nos advirtió
que debíamos estar preparados para hacer los honores a nuestro general en jefe, Victoriano
Huerta, que debería pasar por aquella estación, en su viaje del Sur a Ciudad Juárez.
El día 1.º de septiembre a las 12 m. se dejó ver el tren explorador y, pocos momentos
después, llegaba éste a la Estación Sabinal, seguido del tren especial del general Huerta. Nuestras
tropas presentaron armas y el general Sanginés nos llamó a los jefes para presentarnos con
Huerta.
Sanginés estuvo muy galante al presentar a cada uno de nosotros; y al llegar a mí,
dirigiéndose a Huerta, le dijo: —Mi general: tengo el gusto de presentarle a usted al teniente
coronel Obregón, quien quitó la artillería en la batalla de Ojitos. Huerta, tendiéndome la mano,
replicó: —Ojalá que este jefe sea una promesa para la patria.
Terminados los honores de ordenanza, los trenes se pusieron en marcha, y nuestras tropas
continuaron el avance hacia Guzmán, en donde hicimos alto al llegar, y después de una corta
estancia en aquel punto continuamos la ruta hasta Ciudad Juárez, adonde llegamos el día 7.
Los orozquistas habían formado un grueso núcleo invadiendo con él a Sonora, persiguiendo
como objetivo inmediato la plaza de Agua Prieta. Los informes recibidos hacían ascender la
columna enemiga a más de 1 000 hombres, y en Agua Prieta estaba como jefe de la línea el
teniente coronel Begné, con menos de 300 hombres.
El gobernador Maytorena había hecho algunas gestiones ante el general Huerta para que las
tropas de Sonora volvieran a su Estado a activar la campaña contra el orozquismo; y como nada
consiguiera, hizo salir a su secretario particular, Ismael Padilla, a El Paso, Texas, de donde
estuvo éste conferenciando telegráficamente con el señor Madero, en compañía del cónsul
Llorente; consiguiendo, al fin, que el Presidente ordenara a Huerta la inmediata salida de la
columna de Sonora para aquel Estado.
Se habían hecho ya las gestiones necesarias para que pudiéramos hacer la marcha por
territorio norteamericano, y obtenido el permiso para ello, cuando se recibió la noticia de que
había sido pedida la plaza de Agua Prieta por José Inés Salazar, Emilio Campa, Antonio Rojas y
otros jefes orozquistas, que intentaban atacarla con 1 500 hombres.
Recibí orden del general Sanginés para proceder a embarcar toda mi tropa y caballada esa
misma noche, en trenes que con tal objeto habían sido puestos a mi disposición en la estación del
ferrocarril.
El día 12, a las tres de la madrugada, estábamos embarcados, y emprendimos la marcha
rumbo a Agua Prieta, adonde llegamos el mismo día, teniendo al enemigo ya a la vista.
Con la incorporación de nuestra columna a la plaza de Agua Prieta y los preparativos que el
general Sanginés ordenó tomar desde luego, el enemigo desistió de su empresa y acampó a
distancia de algunos kilómetros de nosotros.
El efectivo de fuerza que entonces tenía la plaza, era de 1 200 hombres, con 8 ametralladoras,
4 fusiles Réxer y 2 morteros de 80 mm, que a cambio de nuestra artillería nos había dado el
general Huerta, y que estaban al mando de un sobrino suyo.
El enemigo, al considerar empresa difícil la toma de Agua Prieta, hizo un movimiento rápido
y atacó el mineral El Tigre, apoderándose de aquella plaza y procediendo a hacerse de todos los
elementos que allí había, contándose, como principal producto de su entrada, 60 barras de plata
que se llevaron consigo.
Al recibir el general Sanginés el aviso de la toma de El Tigre, ordenó que de Nacozari
salieran fuerzas al mando del teniente coronel Villaseñor y del mayor Trujillo a recuperar aquella
plaza, disponiendo, al mismo tiempo, que de Agua Prieta se movilizara el mayor Alvarado con el
Cuerpo Auxiliar Federal, por ferrocarril hasta Estación Esqueda, para que, de allí, continuara su
marcha por tierra a reforzar las tropas que debían atacar y recuperar El Tigre. Este movimiento
se efectuó el día 15.
Al siguiente día recibí orden del general Sanginés para salir yo con 150 hombres del 4.º
Batallón Irregular de Sonora y una ametralladora, al mando, esta última, del teniente
Maximiliano Kloss, con el objeto de reforzar a Nacozari, plaza que, según noticias recibidas en
el Cuartel General, estaba seriamente amagada.
Obedeciendo esas órdenes, preparé mi tren, y salí un día después que el mayor Alvarado, a
quien encontré a mi paso por Fronteras, incorporándome a Nacozari a las seis de la mañana del
día siguiente.
En Nacozari permanecimos todo aquel día (17), y parte del siguiente; mas como en la tarde
de este último día tuviera conocimiento de que el enemigo había evacuado El Tigre y se
aproximaba al pueblo de Fronteras sobre la misma línea del ferrocarril de Nacozari Agua Prieta,
pedí permiso al general en jefe para marchar en mi tren hasta aquel pueblo, permiso que obtuve
ya muy tarde.
Al emprender el avance nuestro tren, fui informado de que las líneas telegráficas habían sido
cortadas, quedando, por lo tanto, incomunicado con el Cuartel General.
Esa misma noche llegamos a Fronteras, acampando con toda clase de precauciones.
El día siguiente lo pasábamos sin novedad, pero a la una de la tarde se presentó una de nuestras
exploraciones, dando parte de que una columna enemiga, cuyo número se aproximaba a 900
hombres, acababa de acampar en San Joaquín, 9 kilómetros al norte de nuestro campamento y 4
al oriente de la vía del ferrocarril.
Desde luego ordené que se formara mi tropa, la que se componía de 8 oficiales y 180
soldados, con una ametralladora al mando del teniente Kloss, y les hablé en estos términos:
Tenemos al enemigo acampado a nueve kilómetros de nosotros en número aproximado de 900 hombres; nuestro tren
está listo y en unos 40 minutos podríamos llegar, retrocediendo, a Nacozari, donde estaríamos enteramente seguros con
la guarnición que hay en la plaza; pero debemos recordar que no hemos venido a dar la espalda al enemigo, y, por lo
tanto, espero que todos los que estén dispuestos a ir al combate en estas condiciones, den un paso al frente.
El movimiento fue general y simultáneo, no habiendo un solo soldado que no demostrara el
mejor ánimo.
Como el hecho antes relatado se desarrolló en presencia de algunos vecinos de aquel pueblo,
éstos se sintieron inspirados del mismo entusiasmo que embargaba a los soldados, y, momentos
después, se me presentaban 34 vecinos armados, trayendo como jefe al señor Aniceto Campos,
presidente municipal del pueblo, ofreciéndose desde luego para acompañarme al combate.
Agradecí aquel ofrecimiento, y separé del grupo al presidente municipal, y cuando estuvimos
a una distancia que nos permitía hablar sin ser oídos, le dije:
Yo no llevaré a ustedes al combate, porque tengo la seguridad de que voy al sacrificio, y si nosotros como soldados
estamos obligados a sacrificarnos, no debemos sacrificar a hombres que no tienen el compromiso nuestro, y cuyas
familias tendrían que sufrir las vejaciones y atropellos de que serían objeto por parte del enemigo, después de que
ustedes hubieran quedado en la lucha. Deben, pues, permanecer ustedes en el pueblo, cuidando sus hogares y
reforzando la pequeña guarnición que tiene la plaza.
CUARTELAZO DE LA CIUDADELA
Por la tarde del siguiente día llegamos a Hermosillo mi hermano, Carpio, Talamante y yo, y en la
noche pasé a hablar con el gobernador Maytorena, a quien encontré en un estado que inspiraba
lástima. Se quejaba con amargura de la situación en que estaba colocado, sin que la indignación
se manifestara en ninguna de sus palabras, limitándose a decir: Yo se lo decía al señor Madero.
En la plática que tuve con Maytorena le hablé de las personas que iban conmigo a ofrecerle
sus servicios, después de decirle que contara conmigo para sostener su Gobierno y defender la
dignidad nacional. Maytorena me contestó: No son hombres de armas los que necesito en estos
momentos; lo que necesito es que me ayuden a guardar el orden.
Ya bastante avanzada la noche me retiré, muy desconcertado, sin poder aclarar cuál sería la
actitud de Maytorena.
Al día siguiente volví a la oficina del Gobernador, haciéndome en esta vez acompañar de las
personas que de Navojoa habían ido conmigo para ofrecer a aquél sus servicios.
Al hacer a Maytorena la presentación de mis acompañantes, descubrí en su rostro algunos
signos que denunciaban el esfuerzo que tenía que hacer para mostrarse amable. Yo expresé a
Maytorena que aquellos eran los señores de quienes le había hablado en nuestra entrevista de la
noche anterior y los cuales estaban dispuestos a empuñar las armas para defender la legalidad de
su Gobierno y la dignidad nacional; que eran hombres de reconocido prestigio en el distrito de
Álamos y los más apropiados para encabezar el levantamiento en aquella región. Mis
acompañantes afirmaron, ante el Gobernador, su resolución de encabezar el movimiento contra
Huerta en el distrito de Álamos, agregando que, para el efecto, sólo esperaban la anuencia de él.
Maytorena les contestó, con una voz desprovista de energía: Agradezco a ustedes su buena
intención; pero en estos momentos no debemos alterar el orden. Mis acompañantes y yo
abandonamos la oficina del señor Maytorena, profundamente decepcionados de aquel hombre.
El Gobernador ordenó la reconcentración de las fuerzas irregulares del Estado en Hermosillo, por
vía de precaución quizás, y debido a la constante labor que hacíamos el coronel Benjamín G. Hill
Y yo en tal sentido, para evitar que los federales de Guaymas y de Torin fueran a apoderarse de
la capital del Estado, sin esfuerzo alguno.
El coronel Hill demostró, desde luego, la más completa entereza para combatir a la
usurpación, así como la intransigencia más radical para tratar con el grupo científico que en
Hermosillo encabezaba José María Paredes.
De todas las ciudades y pueblos del Estado, Maytorena recibía protestas de adhesión, en
términos altivos y resueltos, para defender su Gobierno.
Era entonces comandante militar de la plaza de Hermosillo el coronel Rivera, del ejército
federal; y aun cuando su honorabilidad era reconocida, empezó a dudarse de su lealtad; siendo
entonces designado yo para desempeñar aquel puesto, en sustitución de Rivera, a quien se le
encomendó una comisión en el Norte.
Por aquellos días se incorporaron el coronel Juan G. Cabral y el mayor Salvador Alvarado,
quienes también manifestaron estar resueltos a sostener la legalidad del Gobierno, con las armas
en la mano.
El día 22 del mismo mes el telégrafo nos llevó la noticia de los asesinatos del presidente y del
vicepresidente; y, a continuación, la de la exaltación a la Primera Magistratura de la República
del traidor más abominable, que ha tenido nuestra patria, Victoriano Huerta.
La indignación que esas noticias despertaron en todo el Estado de Sonora es una nota que
debe enorgullecemos: En el pueblo de Nacozari, Bracamontes y el teniente Macías; en Agua
Prieta, el comisario de policía, Plutarco Elías Calles (hoy general de brigada); en Fronteras el
presidente municipal, Aniceto Campos (hoy teniente coronel), y en Cananea, el presidente
municipal Manuel M. Diéguez (hoy general de división), empezaron a sublevarse.
Entretanto, el Gobernador no tomaba ninguna resolución y continuaba cruzándose telegramas
con Rodolfo Reyes.
Maytorena había hecho salir a su secretario de Gobierno, señor Ismael Padilla, a Coahuila,
para conferenciar con el Gobernador de aquel Estado, C. Venustiano Carranza, con quien
Maytorena había tenido una larga conferencia durante su última estancia en México, sin que
ninguno de nosotros supiera cuál era el objeto de aquella comisión conferida a Padilla.
Al mismo tiempo, Maytorena enviaba en comisión cerca de Felipe Riveros, Gobernador de
Sinaloa, al padre Esparragoza.
Maytorena empezó a telegrafiar a la frontera, calificando de bandoleros a los que se habían
levantado en armas contra el llamado gobierno de Huerta.
La situación en Hermosillo se hacía cada vez más difícil y desconcertante para nosotros, por
la actitud ambigua y cobarde de Maytorena, quien ya insinuaba su propósito de renunciar al
Gobierno.
Ninguna influencia era posible ejercer sobre aquel hombre.
Hill, Alvarado, Cabral y yo constantemente trabajábamos para conseguir que Maytorena
definiera su actitud, haciéndole ver la inconveniencia de su renuncia en aquellos momentos tan
difíciles, y demostrándole que siendo él el Gobernador Constitucional del Estado, sería para
nosotros la mejor bandera.
Una vez que Maytorena consideró inútiles sus esfuerzos para convencernos de que no debía
alterarse el orden, nos presentó un telegrama trasmitido de Piedras Negras, Coahuila, por su
secretario de Gobierno, Ismael Padilla, en que le comunicaba que Carranza había reconocido a
Huerta, y que Sonora ya era el único Estado de la República que continuaba sin definir su
situación.
En nuestro empeño porque Maytorena tomara la digna resolución que le insinuábamos,
llegué yo, en cierta ocasión, a hablar en los siguientes términos:
Señor Maytorena: yo no necesito su persona para salir a la campaña; necesitamos solamente
su apellido, que en estos momentos representa la legalidad. Protesto a usted que tomaré
cualquiera de las plazas fronterizas que usted me indique, para que en ella establezca usted su
Gobierno y de allí pase la línea internacional cuando no quede otro recurso para salvar su vida.
Aquel hombre fijó en mí sus ojos; pero tengo la absoluta seguridad de que no me miraba: sus
palabras y sus movimientos denunciaban el más completo agotamiento moral, y casi con
disgusto me contestó:
De abolengo traigo ligas, que no podré romper, con todos los hombres que ustedes llaman
científicos; no tengo carácter para andar huyendo por las sierras, comiendo carne cruda, y, por
último, estoy enfermo y mi agotamiento es tal que ya no puedo prolongar esta situación.
Aquellas terminantes declaraciones me dejaron convencido de que nada podíamos esperar de
aquel pobre hombre, y me retiré de allí.
Con el telegrama que nos mostró Maytorena, firmado por Padilla, en el que se notificaba que
el señor Carranza había reconocido a Huerta, quedaba ya confirmado el reconocimiento del
Gobierno de Huerta por todos los Estados, a excepción del nuestro: (Posteriormente hemos
sabido que el secretario de Gobierno de Sonora, enviado especial de Maytorena para
conferenciar con el señor Carranza, manifestó a éste que Sonora había reconocido a Huerta, y
que todo estaba en completa calma).
El Congreso de Sonora, el día 26 de febrero, concedió a Maytorena una licencia que éste había
solicitado para separarse temporalmente del Gobierno, nombrando Gobernador interino al señor
Ignacio L. Pesqueira (hoy general de brigada), quien tomó posesión de su cargo el mismo día.
En la misma fecha de la licencia, Maytorena emprendió su huida de Hermosillo al Norte,
llegando en tren hasta cerca de Magdalena, donde ocurrió un descarrilamiento, y, de allí,
continuó en coche y en automóvil hasta ganar la frontera e internarse en los Estados Unidos, con
destino a Tucson, Arizona, población donde fijó su residencia.
Maytorena, antes de solicitar permiso para separarse del Gobierno, hizo extraer de las cajas
de la Tesorería General del Estado la cantidad de Doce mil pesos, que había por toda existencia,
suma que recogió a pretexto de pagarse con ella, por adelantado, sus sueldos de seis meses que
duraría su licencia, y distribuir el resto entre las personas que lo acompañaban, que eran también
funcionarios de la administración, a título, igualmente, de sueldos por el tiempo que estarían
ausentes.
ESTALLA LA REVOLUCIÓN
Hermosillo, febrero 27 de 1913. Señor Humberto Obregón. Huatabampo, Sonora Mi querido hijo: cuando recibas esta
carta, habré marchado con mi batallón para la frontera del Norte, a la voz de la patria que en estos momentos siente
desgarradas sus entrañas, y no puede haber un solo buen mexicano que no acuda. Yo lamento sólo que tu cortísima
edad no te permita acompañarme. Si me cabe la gloria de morir en esta causa, bendice tu orfandad, y con orgullo
podrás llamarte hijo de un patriota. Sé siempre esclavo del deber: tu patria, tu hermana y esas tres mujeres que les han
servido de madres, deberán formar un conjunto sagrado para ti, y a él consagrarás tu existencia. Da un abrazo a María,
a Cenobia y a Rosa, y tú, con mi querida Quiquita, reciban el corazón de su padre. Álvaro Obregón.
Número 122
El Congreso del Estado, en nombre del pueblo, decreta lo siguiente:
LEY QUE AUTORIZA AL EJECUTIVO PARA DESCONOCER AL C. GENERAL VICTORIANO HUERTA COMO
PRESIDENTE DE MÉXICO
ARTÍCULO PRIMERO. La Legislatura del Estado Libre y Soberano de Sonora, no reconoce la personalidad del C. general
Victoriano Huerta como Presidente interino de la República Mexicana.
ARTÍCULO SEGUNDO. Se excita al Poder Ejecutivo del Estado para que haga efectivas las facultades que le concede la
Constitución política del mismo.
Transitorios
PRIMERO. Comuníquese al Ejecutivo la presente Ley para su sanción y promulgación.
SEGUNDO. Asimismo, comuníquese, con inserción de la parte expositiva del dictamen, y por el conducto del propio Poder
Ejecutivo, al Tribunal Superior de Justicia y a las prefecturas y ayuntamientos de esta entidad federativa, así como a los poderes
federales y a los demás Estados.
Salón de Sesiones del Congreso del Estado. Hermosillo, 5 de marzo de 1913. Alberto B. Piña, D. P. Garduño, D. S. M. F.
Romo, D. S.
Por tanto, mando se imprima, publique, circule y se le dé el debido cumplimiento.
Palacio de Gobierno del Estado. Hermosillo, marzo 5 de 1913.
El Secretario de Estado interino, Lorenzo Rosado.
De antemano había yo conseguido del gobernador Pesqueira su autorización para salir a batir las
fuerzas enemigas que estaban controlando el norte del Estado; habiendo incorporado al 4.º
Batallón de Sonora las fracciones del 47.º y del 48.º cuerpos rurales.
En la misma fecha en que se hizo la declaración de que el Congreso y el Ejecutivo de Sonora
no reconocían como Presidente de la República al usurpador Huerta, el gobernador Pesqueira
extendió despacho de coronel al mayor Salvador Alvarado, nombrándole jefe de las operaciones
en el centro del Estado.
Al coronel Hill le fue proporcionada una escolta del 5.º Batallón y se le dieron algunos
pertrechos, nombrándolo jefe de las operaciones en el Sur, y al coronel Juan Cabral se le
extendió nombramiento de jefe de las operaciones en el Norte.
Posteriormente, el mismo gobernador Pesqueira me expidió nombramiento de jefe de la
Sección de Guerra, con permiso para salir a campaña al frente de mis tropas.
Con toda oportunidad, destaqué al mayor Antonio A. Guerrero con un piquete de soldados a
destruir algunos puentes entre Guaymas y Estación Ortiz, para que los federales que estaban en
el Sur no pudieran hacer un avance rápido y, de esta manera, poder hacer yo mi ataque sobre la
plaza de Nogales, antes de que Hermosillo pudiera ser amagada.
El día 5, con permiso del señor Gobernador, organicé una parada militar con todas las fuerzas
que había en Hermosillo,desfilando por las principales calles y haciendo alto en la plaza de
Zaragoza, frente al Palacio de Gobierno, lanzando un Manifiesto al pueblo de Sonora, cuyo
documento reproduzco íntegro a continuación:
Al pueblo de Sonora. Ha llegado la hora...; ya se sienten las convulsiones de la patria que agoniza en manos del
matricida, que después de clavarle un puñal en el corazón continúa agitándolo como para destruirle todas las entrañas.
La Historia, retrocede espantada de ver que tendrá que consignarse en sus páginas ese derroche de monstruosidad. El
mundo civilizado contempla nuestra actitud y espera que sepamos defender la dignidad nacional. ¡Volemos a
disputarnos la gloria de morir por la patria, que es la mayor de las glorias!, lancémonos sobre esa jauría, que con los
hocicos ensangrentados aúllan en todos los tonos, amagando cavar los restos de Cuauhtémoc, Hidalgo y Juárez, para
profanarlos también. Saciemos su sed de sangre hasta asfixiarlos con ella y seamos dignos del suelo que nos vio nacer.
¿Con qué derechos reclamaremos para nuestros hijos el título de ciudadanos si no somos dignos de serlo? Sonora
siempre ha sabido colocarse a la altura que le corresponde, y ahora dará una prueba de ello. Lancémonos, pues; a la
lucha armada, porque la lucha del Derecho no puede llevarse a la práctica, porque el Derecho ha sido asesinado; y
disputémosles a esos pulpos los ensangrentados jirones de nuestra Constitución. Arranquémosles todos los tentáculos,
de un golpe, pero con la dignidad del patriota, siempre a la altura de nuestra causa; no descendamos al bajo nivel en que
ellos se encuentran, cometiendo asesinatos. El respeto al vencido es la dignidad de la victoria. Es tiempo de renunciar a
las delicias del hogar por las del deber cumplido. No toleremos la dignidad de la patria ultrajada. ¡Con los crímenes
registrados en la capital, Nerón se horrorizaría!... ¡Monstruos sin dignidad ni conciencia!... ¡Malditos seáis! Hermosillo,
marzo de 1913. El comandante militar de la plaza, coronel Álvaro Obregón.
Hónrome poner en el superior conocimiento de usted que obedeciendo la orden verbal que recibiera de marchar con la columna
de mi mando a tomar posesión de esta plaza, salí de esa capital el día 6 del presente a las 9 a. m. llegando a las 4 p. m. del mismo
día a Magdalena, deteniéndome allí el tiempo indispensable para reparar la vía que tenía varios puentes quemados: salí de allí el
día 10 habiéndose incorporado el coronel Cabral con algunos oficiales y 25 de tropa, deteniéndose el convoy en el cañón de Los
Alizos, donde acampamos a las 7 p. m.; se nombró el servicio y se aprovisionó a la tropa para emprender la marcha pie a tierra,
pues la vía estaba muy destruida y no había tiempo que perder, porque el general Ojeda podía reforzar Nogales y colocarnos en
una situación difícil, habiendo emprendido esta marcha a las 2 a. m. del siguiente día, dejando una fajina competente para que
trabajara día y noche en la construcción de puentes; se marchó todo el día, acampando en Troncón a las 5 p. m.; durante toda la
tarde y noche estuvo nevando y nuestras tropas sufrían estas inclemencias, sobre las lomas de los flancos, frente y retaguardia, sin
que se notara en los soldados el menor signo de desagrado; tal marcha se emprendió de nuevo; todo el día fuimos azotados por
una lluvia menuda y fuerte viento del Norte, en todas las alturas se veía la nieve, y el frío era intensísimo; llegamos a Lomas a la
1 p. m. Después de establecer el servicio se pidió la rendición de la plaza, siendo comisionados para ello los señores Carlos
Montague e ingenieros Juan Serrano y Pedro Trelles, quienes volvieron manifestando que los jefes, coronel Emilio Kosterlitzky y
teniente coronel Reyes decían estar dispuestos a defenderla hasta quemar el último cartucho y derramar la última gota de sangre.
Inmediatamente salí para hacer un reconocimiento para ordenar el ataque; reconocido que hube las fortificaciones del
enemigo, creí conveniente un asalto de noche, pues de día podría causarnos grandes daños, por las ventajas que sus trincheras
ofrecían. Organicé dos columnas de 150 hombres cada una a las órdenes del mayor Antonio A. Guerrero y capitán primero
Gonzalo A. Escobar.
A las 8 p. m. mandé formar dichas columnas y después de exhortar a jefe, oficiales y tropa, al fin del cumplimiento del deber,
les ordené: al mayor Antonio A. Guerrero, que marchara con su columna, que se componía de 150 hombres del 4.º Batallón de
Sonora para que marchara con ella a la 1 a. m., emprendiera el asalto sobre las trincheras del Oriente, marchando paralelo a la
línea internacional, para evitar que los proyectiles fueran a causar daños en territorio norteamericano; iguales órdenes recibió el
capitán Escobar, diferenciando solamente en que Escobar debería atacar las trincheras del Poniente. El coronel Cabral y yo
entraríamos por el frente con 15 dragones del coronel Cabral, para iniciar el ataque y llamar la atención del enemigo, facilitando
así el asalto general. Desde luego se pusieron las columnas en marcha, pues tenían que hacer un gran rodeo. A las doce y media
salí con los 15 dragones avanzando por el centro, como estaba acordado, devolviéndome a las dos, porque las columnas no
llegaban y nuestra situación era comprometida. A las cuatro, acompañado del coronel Cabral y los 15 dragones, avancé de nuevo
por el centro y a la vez trasmitía órdenes a los jefes de las columnas para que si no podían emprender el asalto antes de amanecer,
se retiraran al campamento, pues repito que de día no juzgaba prudente el asalto. Y a empezaba a aclarar y cuando los federales
empezaban a tocar la diana reglamentaria se rompió el fuego por el flanco derecho y centro, porque los comisionados para
trasmitir la orden de que no atacaran por haberse perdido la noche no llegaron a tiempo y lo hicieron cuando el combate había
empezado. El mayor Guerrero, obedeciendo la orden, suspendió el fuego y marchó al campamento; el capitán Escobar hizo lo
mismo, no pudiéndose retirar el capitán Acosta, que era uno de los oficiales de Escobar, porque su retirada habría sido peligrosa,
porque con la fracción de su mando había avanzado mucho; en vista de esto mandé protegerlo con otra fracción del 5.º; el fuego
no cesaba y al hacer un reconocimiento a las 10 a. m., pude ver que la situación de Acosta era comprometida; entonces destaque
una fracción del Cuerpo Voluntario de Hermosillo al mando del capitán Fernando S. Betancourt a tomar una loma alta que está al
sureste de Nogales, protegiendo así a las otras fracciones.
Este movimiento se hizo en seguida, y a las doce el fuego continuaba; el capitán Acosta, al ver cubierta su retaguardia,
emprendió un ataque vigoroso sobre las trincheras federales; entonces ordene al coronel Jesús Chávez Camacho destacara al
capitán Reyes N. Gutiérrez con una fracción del 5, para que tomara los cerros del Poniente y los conservara para emprender el
asalto en la noche, marchando el capitán Gutiérrez con los oficiales capitán segundo Francisco D. Santiago, teniente Delfino
Álvarez, teniente Raúl Gallegos, subteniente Florencio León, capitán segundo Rafael Durazo con 22 de tropa del 5.º Batallón y
15 del 47.º. A las tres de la tarde, el fuego continuaba y recibí yo una nota del cónsul norteamericano comunicándome que
nuestros fuegos estaban causando daños dentro de su territorio, cosa que no podía explicarse dada la colocación de nuestras
tropas; inmediatamente después ordené a Acosta y Gutiérrez suspendieran el fuego para dar el asalto en la noche,
manifestándoles la queja del cónsul; el fuego no fue suspendido, porque los federales, al verse perdidos, hacían descargas sobre
Nogales, Arizona, esperanzados en que un conflicto pudiera salvarlos. Comisioné al coronel Chávez Camacho para que hiciera
un reconocimiento de nuestras posiciones con instrucciones de hacer esfuerzos porque se suspendiera el combate para dar el
asalto en la noche; pero no fue así; antes que pudieran dictarse estas órdenes, Acosta y Reyes emprendieron un ataque tan
vigoroso, que los federales no pudieron resistir y empezaron a pasarse al lado norteamericano; el ataque fue forzándose y
momentos después huían los llamados coronel Kostelitzky y teniente coronel Reyes, sin quemar el último cartucho, ni derramar
una gota de su sangre, dando con ella la primera prueba de su absoluta falta de dignidad y pundonor militar al rendir las armas,
que en mala hora les confiara la nación, a un ejército extranjero, probando a la faz del mundo que no son dignos de llamarse
mexicanos los que violan la bandera que han jurado para pedir protección a otra.
La fracciones de Acosta y Reyes habían tomado ya posesión de esta plaza, cuando hice avanzar 100 hombres más para
guardar el orden, que quedó perfectamente restablecido. A las siete de la noche recibí una carta del coronel norteamericano,
diciéndome que ya retiraba sus tropas de la línea, porque veía que el orden en Nogales en nada se había alterado y que así lo
comunicaba a su Gobierno, dándome también las gracias por haber sujetado el ataque a las Leyes Internacionales, pues estaba
seguro que nuestros proyectiles no habían cruzado la línea y que nosotros no éramos responsables de los heridos que habían
resultado en Nogales, Arizona. Al siguiente día hice avanzar toda la columna, entrando a esta plaza a las 8 a. m., en medio de un
desbordante entusiasmo. Las pérdidas de nuestros enemigos fueron: un capitán primero, un teniente y 22 de tropa muertos, y
heridos 24, habiendo quedado presos, en poder de las tropas americanas, todos los que atravesaron la línea en número de 250,
quedando en nuestro poder algunas armas y cartuchos. Las pérdidas por nuestra parte fueron: 6 muertos y 9 heridos, contándose
entre éstos el subteniente del 4.º Batallón de Sonora, Anselmo Armenta.
El comportamiento del capitán Acosta fue heroico, así como el de sus oficiales tenientes Julio Montiel y Juan B. Humar y la
fracción del 48.º Cuerpo Rural en número de 65, habiéndose distinguido el capitán Reyes N. Gutiérrez, así como oficiales y tropa.
Felicito a usted, señor Gobernador, y por su conducto al pueblo de Sonora por la victoria obtenida contra la usurpación.
Sufragio efectivo. No reelección.
Nogales, Sonora, marzo 15 de 1913. El coronel jefe de la columna. Álvaro Obregón. Al C. Gobernador Interino del Estado,
Ignacio L. Pesqueira. Hermosillo.
Con la captura de Nogales, todo el centro del Estado tuvo una base de aprovisionamiento de
todos los elementos necesarios, y la revolución ganó facilidades para la introducción de
pertrechos con que debía fomentarse el movimiento armado.
Siempre he creído que la toma de Nogales se debió a torpeza del enemigo y no a habilidad de
nosotros, y me fundo en la siguiente consideración:
Nuestra marcha de Hermosillo a Nogales no podía hacerse en menos de seis días, mientras
que el enemigo habría podido reforzar Nogales en menos de un día, hasta el grado de hacer bien
difícil para nosotros la empresa de atacar y capturar aquella plaza; pero el enemigo, seguramente,
no dio importancia a mi avance, no juzgó necesario reforzar la plaza, y tal confianza fue la causa
de su primer fracaso.
Obtenida ya la comunicación con la vecina República Norteamericana por Nogales, por la
prensa de aquel país tuvimos conocimiento de que el señor Carranza no había reconocido a
Huerta y que en su carácter de Gobernador Constitucional del Estado de Coahuila había
protestado contra la bárbara usurpación, levantándose en armas en aquel Estado con los pocos
elementos que quisieron secundarlo. Esto nos alentó mucho. Primero, porque el señor Carranza,
conservando su carácter de Gobernador Constitucional del Estado de Coahuila, representaba la
autoridad legítima de aquel Estado; y segundo, porque conocíamos el importante papel que éste
había tenido en el partido antirreeleccionista y en la revolución de 1910.
Antes de emprender la marcha sobre Cananea, como lo tenía resuelto, recibí un telefonema
de Calles, comunicándome su resolución de atacar al general Ojeda en Naco, con una fuerza
aproximada de 600 hombres que había logrado reunir, teniendo como principales jefes a Pedro
Bracamontes, Miguel Antúnez, Samaniego, Escajeda, Gálvez, Gómez, y otros cuyos nombres no
recuerdo.
Conocedor yo de los elementos y organización de las tropas de Ojeda, por haber sido la
columna de éste aquella en que estuve incorporado con el 4.º Batallón de Sonora, trasmití orden
a Calles por teléfono, vía Douglas, para que suspendiera el ataque, augurándole un fracaso si lo
efectuaba antes que yo me incorporara; y así atacar a Ojeda con todo nuestro efectivo reunido.
Mi telefonema fue recibido en la Agencia Comercial de Roberto V. Pesqueira, que se había
convertido en Agencia Revolucionaria, regenteada por el mismo Pesqueira y Francisco S. Elías;
y de allí, fue enviado a Calles por conducto del diputado Adolfo de la Huerta que, procedente de
México, había llegado a la frontera en aquellos días. Mi orden no pudo ser entregada con
oportunidad a Calles, y éste llevó a cabo su ataque, realizándose, muy a pesar mío, mi profecía,
pues nuestras tropas sufrieron un serio descalabro en el ataque que emprendieron contra el
susodicho Ojeda.
Cuando hubo sido tomada la plaza de Nogales por nuestras fuerzas, se incorporó a aquélla el
señor Francisco R. Serrano que, hasta poco antes, había sido secretario particular de Maytorena,
y quien, al convencerse de la ineptitud y cobardía de aquel gobernante, lo abandonó,
incorporándose a las fuerzas de mi mando, habiéndolo efectuado como ya digo, en Nogales. El
señor Serrano fue comisionado para instalar algunas oficinas públicas en Nogales, labor a la que
se dedicó mientras nosotros avanzábamos sobre Cananea.
Las operaciones que se emprendieron sobre Cananea dieron por resultado la captura de esta
plaza por nuestras fuerzas, según se relata en el parte oficial respectivo que íntegro se reproduce
a continuación.
Hónrome comunicar a usted, que inmediatamente que fue tomada la plaza de Nogales destaqué al mayor Carlos Félix sobre la vía
que viene a este mineral, para que procediera inmediatamente a la reparación de puentes que había quemados en dicha vía y
poder marchar sobre Naco y esta plaza. En Nogales, y previo consentimiento del coronel Cabral, lo nombré segundo jefe de la
columna, dándole a reconocer por la Orden General de la Plaza del día 16 del presente mes. El día 19, y ya cuando se había
incorporado el coronel Alvarado, con sus tropas, ordené se emprendiera la marcha, llegando hasta Santa Cruz donde acampamos
ese día, emprendiéndola el siguiente hasta llegar a Molina adonde se acampó esa noche; al día siguiente se abandonó la vía para
marchar rumbo a Naco, emprendiendo dicha marcha a las 7 a. m. En San Pedro Palominas se dio a la tropa dos horas de descanso
y la marcha continuó hasta llegar a Agua Verde, a las cinco de la tarde, acampando allí la columna. Esa misma noche se puso una
nota al general Pedro Ojeda excitándolo a que saliera a batirse fuera de la población para evitar un conflicto internacional, cuya
nota fue firmada por el coronel Cabral, con el fin de que Ojeda creyera que Alvarado y yo estábamos amagando esta plaza; sin
embargo, Ojeda no salió. El 22 se hizo un llamamiento sobre Naco, como último recurso, para ver si Ojeda salía, presentándole
200 hombres solamente, no consiguiendo nuestro objeto; las avanzadas sostuvieron un ligero tiroteo replegándose hasta Naco.
Reuní a los jefes y les manifesté mi determinación de marchar sobre esta plaza para atacaría y obligar a Ojeda que saliera en su
auxilio; todos estuvieron de acuerdo, habiendo ordenado la marcha a las siete de la noche y atravesando la sierra de San José,
para no ser vistos por el enemigo. Se marchó hasta la 1 a. m. del siguiente día, deteniéndonos en Sauceda, donde se le dio
descanso a la tropa hasta las nueve, marchando por ferrocarril a Estación del Río donde estaba el coronel Diéguez, quien desde el
cuartelazo encabezó el levantamiento de este mineral y permaneció en aquella estación para evitar que los federales avanzaran a
la frontera. Mientras la tropa tomaba descanso, se le mandó una nota al coronel Moreno intimándole rendición y fijándole para
ello 18 horas que deberían cumplirse a las 6 a. m. del día 24. El coronel Moreno contestó que tenía orden superior de defender la
plaza y que así lo haría. Reuní a mis jefes y les manifesté que yo no conocía Cananea y no podía desarrollar ningún plan de
ataque antes de hacer reconocimientos detenidos; pero que tenía plena confianza en ellos y que de común acuerdo presentaran el
plan que juzgaran más conveniente, porque no había tiempo que perder, habiendo presentado el siguiente: El coronel Diéguez
con la fuerza que era a su mando, atacaría por el lado de los tanques; el coronel Alvarado, con su Cuerpo, atacaría por el lado de
la población, y Cabral y yo, con los cuerpos 47.º Voluntarios de Hermosillo y una fracción del 5.º, por Luz Cananea, quedando el
coronel Camacho en Lechería, con una fracción del 5.º, para que cuidara, si intentaban los federales salir por aquel rumbo y
estableciera avanzadas sobre el camino de Naco. Este plan fue aprobado desde luego ordenando que las ametralladoras fueran
distribuidas en la forma siguiente: una al coronel Diéguez, otra al coronel Cabral y yo, y dos al coronel Alvarado.
La marcha se emprendió a las tres de la tarde, deteniéndose el tren en Lechería, donde se dividieron las columnas, marchando
cada una a su destino. La marcha que tuvimos que hacer el coronel Cabral y yo con nuestras tropas, resultó penosísima por lo
accidentado del terreno y porque la temperatura había descendido mucho. A la 1 a. m. del 24 llegamos a Luz Cananea y desde
luego procedí a colocar la gente, y al iniciarse el día destaqué algunas fracciones al mando del capitán Escobar a posesionarse de
unas colinas que estaban a nuestra izquierda y que ofrecían algunas ventajas. Ya cuando la luz del día lo permitió, emplacé
personalmente una ametralladora enfrente de la oficina telefónica de Luz Cananea, cuyo fuego batiría perfectamente todo aquel
flanco. A las seis abría el fuego con la ametralladora sobre un pelotón de federales que avanzaban del cuartel a reforzar otro, que
se había parapetado en una casa de adobes, haciéndoles cuatro bajas y rechazándolos; entonces empezó el fuego de los que había
colocado en el terreno de la mina. En esos momentos abría sus fuegos el coronel Diéguez sobre el fortín federal que está en la
loma, habiendo emplazado un pequeño cañón antiguo en la loma de los tanques, que era manejado por el mayor Aniceto C.
Campos; los fuegos del coronel Alvarado empezaron en seguida y el combate se generalizó a las ocho de la mañana entrando en
acción, por ambos lados, 7 ametralladoras, el cañón ya mencionado y como 1 200 fusiles.
El coronel Diéguez había logrado tomar magníficas posiciones y sus fuegos eran muy eficaces; el coronel Alvarado había
colocado su gente en los edificios que ofrecían más ventajas; los federales contestaban con mucho brío desde el cuartel, el fortín
de la loma y las casas que quedan frente a la Luz Cananea.
Como a la 1 p. m. hice un detenido reconocimiento, llegando hasta donde estaba el coronel Diéguez y allí observé las
posiciones que ocupaba el coronel Alvarado; en vista de todo esto creí que la plaza caería en nuestro poder antes que el general
Ojeda, que estaba en Naco, pudiera auxiliarla, pues ya había recibido aviso que dicho general alistaba su marcha en auxilio de
dicha plaza. Considerando el fortín como la principal posición de los federales, ordené fuera tomado por asalto, emplazando 2
ametralladoras perfectamente fijas para que no perdieran su puntería con la trepidación, apuntadas al perfil de la trinchera de
dicho fortín y que éstas abrieran sus fuegos cuando el clarín de órdenes lo indicara para proteger a los que dieran el asalto; para
dicho asalto nombré al teniente Tiburcio Morales con 30 hombres que deberían emprender el asalto a las 9 p. m. para aprovechar
la oscuridad, porque la luna salía a las once y el asalto sería mucho más difícil. Al capitán Acosta, con 50 hombres, le ordené se
colocara en la loma inmediata y protegiera a Morales.
El combate duró todo el día sin que hubiera tregua ninguna, cesando al oscurecer. A las 8 p. m. marcharon Morales y Acosta
a cumplimentar las órdenes que habían recibido, y el coronel Cabral y yo tomábamos un lugar conveniente para presenciar el
asalto que empezó a las nueve.
Las ametralladoras que protegían a los asaltantes estaban manejadas por gente de Diéguez, dirigida por él. Las ametralladoras
funcionaron perfectamente, y Morales avanzaba con éxito hasta poder lanzar a mano las bombas de dinamita que llevaba;
nuestras ametralladoras suspendieron sus fuegos en estos momentos para no causar daño a los nuestros que estaban ya a orillas
del fortín, cuando la dinamita explotaba dentro de las trincheras, notamos perfectamente que los federales huían, algunos de ellos
pasaron cerca de nosotros haciéndonos algunas descargas; el fuego se suspendió de improviso, y la contraseña que había dado yo
a Morales para cuando toman el fortín no se tocaba, lo que me demostró que el asalto se había frustrado y hasta llegué a creer que
hubieran acabado con los nuestros, pues el silencio se prolongó, sin haber siquiera quien rindiera parte; la situación era
angustiosa, y al transcurrir 25 minutos con aquella ansiedad, mandé llevar mi caballo y seguido de mi asistente, quise cerciorarme
personalmente de lo que pasaba; caminamos hasta llegar al pie de la loma del fortín; allí dejamos los caballos, ordenándole a mi
asistente que subiera por el flanco izquierdo de la loma, haciéndolo yo por el derecho, hasta encontrar algún soldado con quien
tomar datos; en esos momentos nos abrieron fuego con una ametralladora del pie de la loma, lo que indicaba que la habían sacado
del fortín, pues antes no tenían allí ninguna; al empezar el ascenso encontramos a un soldado de Morales, y éste nos dijo que los
federales habían abandonado el fortín, pero que Morales hablá recibido aviso de que el fortín estaba minado y que al tomarlo él,
lo volarían con su tropa, que por esto se retiró al recorte del ferrocarril para evitar el desastre; inmediatamente ordené a Morales
que marchara a posesionarse del botín, pero en todo ese tiempo los federales se habían dado cuenta de que Morales no lo había
ocupado y volvieron a posesionarse de él, emplazando de nuevo su ametralladora; al llegar Morales, abrieron fuego sobre él.
Notando esto, mandé inmediatamente al capitán Acosta a proteger a Morales con orden de que se retirara, pues la luna habla
salido y nos ponía en condiciones de sacrificar mucha gente para tomar dicha posición.
El resto de la noche pasó sin ninguna novedad, reanudándose el combate al amanecer; los federales habían tenido muchas
bajas, que no habían podido levantar, y como se les había cortado el agua, su situación se hacía insostenible.
A las dos de la tarde se suspendió el fuego del coronel Alvarado; poco después el del coronel Diéguez y en seguida tuve que
suspender el nuestro por haber recibido un telefonema de Alvarado quien me decía que había firmado un armisticio con el
coronel Moreno, que duraría hasta las doce del siguiente día; inmediatamente lo comuniqué a usted, pues era inexplicable firmar
un armisticio que sólo favorecía a los federales y ponía a Ojeda en mejores condiciones de auxiliar dicha plaza.
Poco después recibí en contestación el siguiente mensaje:
Hermosillo, 25 de marzo de 1913. Para Cananea. Señor coronel Álvaro Obregón:
Enterado de su mensaje por el que particípame que Alvarado celebró y firmó armisticio con el enemigo sin su previo
conocimiento.
Permítome manifestarle a usted, jefe supremo de esas fuerzas, que es usted el único autorizado pan celebrar tratados con el
enemigo, y, en consecuencia, puede y debe de declarar nulo el armisticio firmado por el coronel Alvarado, mandando reanudar
ataque sobre posiciones del enemigo si estima lo conveniente.
Usted, señor coronel, es el inmediato responsable de las consecuencias consiguientes
Espero sus noticias.
El Gobernador Interino, Ignacio L. Pesqueira.
Al enterarme de este mensaje, quise reanudar el combate, pero las familias que habían permanecido entre los cerros sufriendo
el frío y el hambre, al tener conocimiento del armisticio, se volvieron inmediatamente a sus casas para aprovecharlo, haciendo
algo para comer, y como casi en su totalidad las casas son de madera, habríamos causado estragos entre los no combatientes.
Los federales, desde luego, se ocuparon en levantar sus heridos, recoger sus muertos, relevar la gente del fortín, que ya no
pensaba resistir, aprovisionarse de agua y hacer loberas frente a Luz Cananea; este trabajo lo suspendieron porque le telefoneé al
coronel Moreno, quien me dijo que no lo había ordenado él.
Al siguiente día recibí un telefonema de Alvarado, comunicándome que el coronel Moreno deseaba una conferencia con
nosotros; accedí a ella y se verificó en el mineral La Demócrata, entre 11 y 12 m., sin ningún resultado, pues Moreno se negaba a
rendirse y yo no exigía otra cosa.
A esa conferencia asistí con los coroneles Cabral, Diéguez y Alvarado. Por haber llegado a la hora fijada para abrir el fuego y
estar aún en la conferencia, acordé con Moreno que se abriría a las dos de la tarde, tiempo apenas necesario para llegar cada
quien a su campamento; a esa hora el fuego se abrió de nuevo y ordené que se preparara el asalto al fortín para esa noche,
trasladándome a la estación del ferrocarril, para informarme de los movimientos de Ojeda, habiendo sabido allí que dicho general
había salido ya de Naco.
Di las órdenes necesarias para que al oscurecer se movilizaran las tropas que operaban por Luz Cananea y las del coronel
Alvarado a la estación del ferrocarril y que se alistaran los trenes necesarios para salir a encontrar a Ojeda, y que Diéguez
quedara hostilizando al coronel Moreno para evitar que éste se saliera.
Al llegar a la Prefectura, como a las 6 p. m., me habló por teléfono el coronel Moreno, diciéndome que deseaba parlamento,
que mandara suspender el fuego, a lo que contesté que tenía todo listo para dar el asalto definitivo al oscurecer y no tenía ningún
objeto perder tiempo en parlamentar, y que lo suspendería solamente si él se rendía; quiso poner algunas condiciones para
rendirse y sólo le ofrecí que serían tratados como prisioneros de guerra, contestando él que estaba rendido. Le dije entonces
ordenara suspender el fuego inmediatamente, que mandara reunir sus oficiales y tropa, que ya salía yo para su cuartel; el fuego se
suspendió, y en compañía del pagador Enrique Breceda, marché al cuartel federal.
A nuestra llegada el centinela tendió su rifle en el suelo y permaneció de pie; entramos al cuartel y al presentarse el coronel
Moreno, le dije: Es usted mi prisionero; contestó: Sí, señor, entregándome su arma, que no acepté; le ordené que presentara
oficiales y tropa, y lo hizo en seguida, siendo éstos 2 jefes, 8 oficiales y 300 de tropa, que aún permanecían armados; les mandé
que depositaran sus armas y lo hicieron en seguida; comisioné a un oficial para que recogiera el armamento, ordenándole luego al
coronel Alvarado que marchara con su cuerpo a tomar posesión del cuartel y recibiese los prisioneros, lo que hizo una hora
después. Las bajas del enemigo fueron: 3 oficiales y 45 de tropa muertos; 4 oficiales y 40 de tropa heridos; prisioneros: 2 jefes, 8
oficiales y 300 de tropa, habiéndose podido escapar tres oficiales y algunos soldados que huyeron rumbo a Naco. Se recogieron al
enemigo 3 ametralladoras, 500 máusers, 30 000 cartuchos, caballos, acémilas y algunos otros pertrechos de guerra. Las bajas, por
nuestra parte, fueron: 6 de tropa muertos, y heridos: 2 oficiales y 15 de tropa; hubo también algunos muertos de los no
combatientes, habiendo muerto el doctor Filiberto V. Barroso y un francés, quienes hacían fuego a nuestros soldados. Todas las
tropas, sin excepción, se portaron valientes, pudiéndose hacer mención del coronel Diéguez, mayor Bule, capitán Kloss y teniente
Malbow.
Felicito a usted, señor Gobernador y, por su digno conducto, al pueblo de Sonora por esta brillante victoria alcanzada por
nuestros heroicos soldados y ya preparo todas nuestras tropas para salir a encontrar al general Ojeda, que salió de Naco con este
rumbo.
Sufragio efectivo. No reelección.
Cananea, abril 26 de 1913.
El coronel en jefe. Álvaro Obregón.
Al C. Gobernador Interino del Estado. Hermosillo, Sonora.
En la fecha en que, después de tres días de sangriento combate, se rendía la plaza de Cananea, se
consumaba otro hecho trascendental de la Revolución:
El mismo día 26 de marzo, en el Estado de Coahuila, en la hacienda de Guadalupe, se
firmaba el Plan que debería ser la bandera de la Revolución y que se llamó Plan de Guadalupe,
en el cual se puntualizaron las finalidades del movimiento y por el que se reconocía, por todos
los jefes allí reunidos, como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, al Gobernador
Constitucional del mismo Estado de Coahuila, C. Venustiano Carranza, quien, sin vacilaciones,
había desconocido a Huerta desde el momento de la traición de éste.
En Sonora, se pensó desde luego mandar a Coahuila una comisión ante el señor Carranza
para felicitarlo por su actitud, y manifestarle, en nombre del Congreso y del Ejecutivo del
Estado, así como en el de los jefes militares del mismo, la adhesión de Sonora al movimiento
constitucionalista y el reconocimiento de su personalidad como Jefe Supremo del movimiento,
sin establecer, por nuestra parte, condición alguna.
La comisión fue nombrada con tal fin, constituyéndola los señores Roberto V. Pesqueira y
Adolfo de la Huerta, quienes, inmediatamente, emprendieron su viaje hacia Coahuila.
Por mi parte, hice la siguiente recomendación a los comisionados:
Les suplico presentar mis respetos al señor Carranza y, en mi nombre, sugerirle la idea, no como una condición, sino como
iniciativa mía solamente, de que expida un decreto inhabilitándonos a todos los jefes que tomamos parte en el actual movimiento
armado, para ocupar puestos públicos, dado que todas las desgracias nacionales se han debido a desenfrenadas ambiciones de los
militares.
La comisión se despidió, y nosotros continuamos preparando nuestras columnas.
Yo siempre tuve la mejor intención de tratar al enemigo con benevolencia, cuando éste estuviera
vencido, y la mejor demostración de ello fue el tratamiento que, por nuestra parte, recibieron los
jefes oficiales y soldados hechos prisioneros en Cananea, practicando mi teoría contenida en mi
Manifiesto lanzado en Hermosillo: El respeto al vencido, es la dignidad de la victoria. Pero mi
disposición y mis esfuerzos en tal sentido comenzaron a declararse estériles cuando, después de
la toma de Naco, al incorporarse a mi columna las fuerzas de Calles y Bracamontes, pudimos
conocer detalles sobre el brutal tratamiento que Ojeda estuvo dando a los nuestros que caían en
sus manos; los heridos que Ojeda capturó al derrotar a Calles y Bracamontes, recibieron una
muerte despiadada; sus cabezas fueron trituradas con enormes piedras que, por orden de Ojeda,
se arrojaron sobre aquellos infelices heridos. Cierto día, dentro de la plaza de Naco, Ojeda
ordenó la aprehensión de dos ciudadanos simpatizadores de nuestro movimiento, y luego hizo
sacrificarlos con inconcebible lujo de crueldad y de barbarie, atando al cuello de cada uno un
pañuelo, y haciendo retorcer éste con un bastón hasta que aquellos infelices quedaron
estrangulados; siendo, después, sus cuerpos arrojados a la calle, donde estuvieron tirados durante
dos o tres días. Cuando fueron conocidos estos criminales atentados, nuestros compañeros
sintieron profunda indignación y empezaron a ser embargados por el deseo de venganza.
Para el día 13 de abril, la plaza de Naco estaba en nuestro poder y, dé la toma de esa plaza,
rendí parte telegráfico al señor Carranza a Piedras Negras, Coahuila,donde entonces tenía
establecido su Cuartel General; y el parte detallado de las operaciones efectuadas con ese
resultado aparece: inserto en seguida, íntegro, tal como fue rendido en su oportunidad al
Gobernador Interino de Sonora:
Hónrome en comunicar a usted que el día 26 de marzo próximo pasado, en que cayó en nuestro poder la plaza de Cananea,
procedí desde luego al alistamiento de nuestras tropas para salir a batir al general Ojeda, quien había salido de esta plaza en
auxilio de aquélla, y constituyendo un estorbo para nuestros movimientos los 300 y tantos prisioneros que hiciéramos allá,
dispuse que fueran despachados en el tren que teníamos listo para nuestras tropas, ordenando un nuevo convoy para la columna.
Éste fue el motivo que retardó nuestra marcha, viniendo a aumentar la demora un descuido del conductor, que dejó sin
manear los carros que ocupaba la gente del coronel Alvarado, empezando éstos a caminar y tomar poco a poco una velocidad
vertiginosa, por la gran inclinación que en todo este trayecto tiene la vía, yendo el tren sin maquinista a detenerse hasta más allá
de Estación del Río, después de estar a punto de sufrir un descarrilamiento de terribles consecuencias.
A las 8 p. m. se arregló el convoy, y se emprendió la marcha, llegando a Estación Meza a las tres de la mañana del siguiente
día. Allí ordené se detuviera el convoy, pues juzgué peligroso continuar la marcha de noche, ignorando, como ignorábamos, el
punto preciso en que se encontraba el enemigo.
Cuando amaneció, llegaron dos norteamericanos procedentes de ésta, quienes me informaron haber dejado al general Ojeda
saliendo de Villa Verde para Estación Meza.
Desde luego destaqué una exploración de un piquete de 25 dragones y ordené que la tropa procediera a desayunarse para que
estuviera lista, pues los datos de los norteamericanos me hacían ver que el combate se libraría entre Estación Meza y Villa Verde.
Antes, había librado órdenes a los tenientes coroneles Calles y Bracamontes para que tomaran la retaguardia de Ojeda,
conservando siempre una distancia conveniente, sin atacarlo, hasta que nosotros empezásemos el combate.
Como a las nueve y en atención a que la exploración de caballería no regresaba, destaqué al mayor Bule con una fracción de
su gente, en una máquina, para que hiciera un reconocimiento, del cual no regresó hasta las 12 m., informándome que Ojeda huía
rumbo a este lugar, quemando los puentes de la vía del ferrocarril.
Inmediatamente procedí a embarcar la tropa, y cuando se hubo concluido el embarco, se emprendió la marcha, habiendo
llegado a Villa Verde a las cinco de la tarde, donde fue preciso hacer alto, por haber encontrado el primer puente quemado; y
viendo que era imposible dar alcance a los federales antes de que penetraran a Naco, ordené la contramarcha a Cananea, para dar
descanso y provisiones a la tropa, que empezaba a sentirse extenuada, pues desde que se emprendió la marcha de Nogales no
había descansado un solo día.
Esa noche llegamos a Del Río, pasando a Cananea al día siguiente, donde permanecimos hasta el 31 en la tarde, hora en que
se emprendió de nuevo la marcha rumbo a esta plaza.
Esa misma noche llegamos al puente quemado, a 20 kilómetros de ésta, continuando de allí, al siguiente día, hasta el
Papalote, donde se tomó descanso y donde encontré al teniente coronel Calles, habiendo acordado con él y con el coronel
Alvarado un plan para ver si lográbamos hacer salir a Ojeda de esta plaza, consistiendo en lo siguiente: quedaría el coronel
Alvarado con el mando accidental de toda la fuerza y marcharía con ella hasta ocultarla en La Noria, lugar en que sabía Ojeda se
encontraban únicamente las fuerzas de Calles y Bracamontes, y yo, con los trenes, marcharía rápidamente a Hermosillo
esparciendo la noticia, a mi paso por Nogales, de que llevaba todas mis tropas para esa capital, llamado violentamente por usted.
Así se hizo, y cuando Alvarado emprendió la marcha, en la noche, para la Morita, yo salí con todos los trenes para esa capital,
dejando el convoy en Estación Lomas y llegando a Nogales únicamente yo.
Ese mismo día en la tarde, toda la prensa de la frontera anunciaba que había yo pasado con mi columna, llamado
violentamente por usted, con motivo de que el general Gil avanzaba por el Sur sobre Hermosillo.
Como transcurrieron tres días sin que Ojeda hiciera ningún movimiento, determiné volverme para estudiar la manera de
atacar esta plaza, llegando al kilómetro 12 el día 5. Encontré al coronel Alvarado acampado al pie de la sierra de San Juan, al
poniente de ésta, y a los tenientes coroneles Calles y Bracamontes acampados al oriente, a 4 kilómetros.
Esta plaza estaba defendida por 500 hombres, más o menos, con 2 morteros de 80 mm y 4 ametralladoras, presentando su
ataque serias dificultades para nosotros, como son: la línea internacional, que limita al pueblo por el Norte, impedía el ataque por
aquel rumbo; atacando por el Sur, nuestros proyectiles tendrían que pasar al lado norteamericano. Debía atacarse, pues,
solamente por los flancos, y siendo el terreno perfectamente plano y desprovisto de vegetación, el ataque se hacía muy peligroso.
El general Ojeda, durante los meses que estuvo preparando la defensa, había hecho construir loberas alrededor de la
población, aspillerando todas las casas y formando trincheras en las azoteas. Había también construido trincheras en las calles, de
tal manera que podía caminarse de un cuartel a otro sin descubrirse al enemigo. La artillería la tenía emplazada por los flancos,
únicos puntos por donde podía ser atacado.
En vista de las condiciones en que se encontraba la plaza y tratando de evitar en lo posible el número de bajas que podría
costarnos el ataque, quise hacer uso de la dinamita, construyendo una máquina que, enganchada a un carro del ferrocarril y
aprovechando la inclinación de la vía, fuera a explotar precisamente frente al cuartel la dinamita necesaria para destruirlo y
sembrar el pánico entre los federales, momentos que deberían ser aprovechados para el asalto.
Así lo comuniqué al coronel Alvarado, ordenándole que con sus fuerzas hostilizar a Ojeda, mientras que yo me trasladaba a
Cananea a construir la máquina referida.
Salí ese mismo día para aquel mineral, donde permanecí hasta el día 7, en que la máquina quedó concluida.
Volví a incorporarme al kilómetro 12 y, citando allí a todos los jefes para tratar el asunto, quedó acordado en la forma
siguiente: el coronel Alvarado, que tenía la dinamita, la mandaría con el teniente coronel Bracamontes y éste debería esperarme
en el lugar en que estaba el carro que íbamos a lanzar sobre la plaza y al cual habíamos puesto por nombre Emisario de Paz,
marchando él (Alvarado) con sus tropas a colocarse a 800 metros de esta plaza para emprender el asalto cuando el Emisario de
Paz hubiera explotado, quedando por ese flanco, como reserva, el coronel Diéguez, con sus tropas. Los tenientes coroneles Calles
y Bracamontes tomarían posiciones por el Oriente y emprenderían el asalto, lo mismo que Alvarado. Como el teniente coronel
Bracamontes había quedado comisionado para arreglar la dinamita en el carro, sus tropas entrarían al ataque bajo las órdenes del
teniente coronel Calles.
Cuando hube dejado todo dispuesto, tomé un automóvil y acompañado del señor Santiago Smithers marché a Agua Prieta a
poner en conocimiento del coronel norteamericano que el asalto se daría esa misma noche, pues él me había suplicado que se le
diera aviso para poner a salvo a las familias de Naco, Arizona. Llegué a Agua Prieta a las siete de la noche y tuve allí
conocimiento, de que el coronel se había venido a Naco, Arizona, y emprendí desde luego el regreso, llegando al campamento del
teniente coronel Calles a las diez de la noche. De allí mandé un recado al mencionado jefe norteamericano, quien a las 11:30
llegó al lugar en que yo me encontraba.
Tuve con el una conferencia, que duro media hora y a las doce salí para el kilómetro 9, donde se encontraba el Emisario de la
paz, habiendo tenido que dar un rodeo por la Morita y Papalote, por lo que no fue posible llegar sino hasta las 2 a. m. No encontré
allí a Bracamontes y, al preguntar por él, el jefe de la escolta me informó que caminaba por la vía llevando en una carrucha la
dinamita, algunos cables, alambres y otros útiles, informándome también que Alvarado y Bracamontes habían acordado
modificar el plan de ataque y que a eso obedecía el proceder de Bracamontes. Inmediatamente dirigí a este, jefe una nota
previniéndole que lo haría responsable de las consecuencias, si hacía explotar la dinamita contraviniendo mis órdenes, y otra nota
dirigí al coronel Alvarado comunicándole lo que decía a Bracamontes.
Como todos los jefes tenían órdenes de retirarse si la explosión no se efectuaba antes de iniciarse el día, creí que así sucedería
al suspender la acción de Bracamontes; pero cuando amaneció empecé a escuchar un fuego nutridísimo, sin poder darme cuenta
de lo que pasaba. Este fuego se prolongó dos horas, precisamente en dirección al flanco que ocupaba Alvarado, a quien puse una
nota en seguida pidiéndole que me diera parte de lo que ocurría, y marché para el campamento de dicho coronel, donde se me
enteró que Alvarado no se retiró al amanecer, esperando la contraseña de Bracamontes, y que habiendo sido descubierto por los
federales, le abrieron fuego, rechazándolo y haciéndole 17 bajas, entre ellos dos oficiales. Las demás fuerzas se retiraron
oportunamente, sin tener pérdidas que lamentar.
Todo ese día y el 9 se invirtieron en alistar la tropa para dar el asalto en la noche, acordándolo en la misma forma que el 7. A
las tres de la mañana, fue lanzado el Emisario de Paz, impulsándolo la máquina hasta el kilómetro 7, y como no se oyera
explosión alguna, las tropas se retiraron antes de amanecer. Ya de día, pude observar que el carro se había detenido entre el
kilómetro 5 y 6. El Emisario fue recogido y se dieron las mismas órdenes para esa noche, solamente que esta vez se emprendería
el asalto a las cuatro de la mañana, aunque la dinamita no explotara. A las 3:30 a. m., personalmente, lancé el Emisario de Paz
impulsándolo con la locomotora hasta el kilómetro 4, y pasó el tiempo necesario para que hubiera hecho el recorrido, sin que se
escuchara la explosión.
Llegó la hora fijada para el asalto, y nuestras tropas no lo emprendieron, escuchándose sólo el fuego de la artillería y fusilería
del enemigo.
Marché, acompañado de mi Estado Mayor, al lugar donde creí que estarían nuestras fuerzas, y no habiendo encontrado a
nadie, continué la marcha hasta el campamento del teniente coronel Calles. De allí cité a todos los jefes para las doce del día en el
Cuartel General, para donde me regresé en seguida y donde recibí el siguiente parte: “Campamento, 12 de abril de 1913. Señor
coronel Álvaro Obregón. Su campamento. Estimado compañero: Tengo la pena de comunicar a usted los sucesos acaecidos
durante la mañana de hoy: llegué al lugar designado, a las tres menos 15, y una vez dada la señal convenida, salió el mayor Félix
con su fuerza y el mayor Bule con la suya a emprender el asalto. Yo marchaba a la retaguardia de ellos con los Voluntarios de
Magdalena, y habrían transcurrido diez minutos desde que se emprendió la marcha, cuando se presentó el mayor Félix
manifestándome que el carro no había llegado hasta Naco, que iba muy despacio y se había parado. Regresose a continuar el
avance con su gente, cosa que no pudo hacer, según me manifestó después, por haberse desmoralizado completamente su fuerza,
diseminándose a favor de la sombra entre el chaparral al empezar a explotar entre ellos las granadas de cañón que arrojaba el
enemigo. En esos mismos momentos se me presentó el mayor Bule, manifestándome que la fuerza de su mando se negaba a dar
el asalto, empezando a diseminarse en pequeños grupos y ante la imposibilidad de llevar a efecto el ataque, resolvimos de común
acuerdo, el mayor Félix, el mayor Bule y yo, empezar a recoger la fuerza para evitar que la ametrallaran en el llano al aclarar,
cosa que pudimos hacer con una parte de la fuerza pues la demás ya venía en camino. Asimismo; noté que las fuerzas de
Bracamontes; Elías, Acosta y Gómez estaban a nuestra derecha y sólo hacían algunos disparos, retirándose tan pronto como
empezó el fuego de cañón. La fuerza del 5.º Batallón Irregular no fue posible que se me incorporara, porque el capitán López de
Mendoza, que debió de haberlo traído, no pudo encontrarla, debido a que en la oscuridad de la noche se perdió entre los
barrancos. Atentamente. El coronel Salvador Alvarado”.
Después de enterarme de este parte espere la cita que para las 12 del día había dado a los coroneles Diéguez y Alvarado,
tenientes coroneles Calles y Bracamontes, mayores Félix, Acosta, Urbalejo y Bule.
A la hora citada y antes de que se incorporaran los demás jefes, se presentó el teniente coronel Bracamontes, seguido de
algunos hombres armados, pretendiendo asesinarme, exponiendo como pretexto que yo estaba traicionando y que necesitaban
quitarme de enmedio.
Logré imponérmele sin necesidad de hacer uso de la fuerza armada, que, aunque allí no la tenía, podía haberla pedido a los
campamentos inmediatos.
Poco después se reunieron los demás jefes, encontrándose también en la junta el señor Santiago Smithers, que había venido
prestando muy importantes servicios.
Una vez reunidos, les hablé de todas las dificultades con que se había venido tropezando, de la desmoralización que
empezaba a cundir entre algunos jefes, oficiales y tropa, de la necesidad que teníamos de tomar esta plaza a cualquier costo,
mostrando la significación que este hecho tendría para nuestra causa.
El coronel Alvarado tomó la palabra y dijo que él juzgaba muy difícil el ataque, que las trincheras que había construido Ojeda
eran magníficas, y que su tropa no estaba acostumbrada a pelear contra fortificaciones, como lo había probado la noche anterior.
Habló el teniente coronel Bracamontes, diciendo que la gente a sus órdenes no tenía confianza, que siempre había servido de
carne de cañón.
El mayor Bule habló diciéndome que la gente de él se negaba a entrar al asalto.
Me dirigí entonces a los mayores Urbalejo, Félix y Acosta y capitán Arnulfo R. Gómez, quienes me contestaron que estaban
dispuestos a obedecer mis órdenes en cumplimiento de su deber y que creían que en la forma en que yo indicaba el asalto, el
éxito sería nuestro, suplicándome solamente que se cambiara la hora para emprenderlo, a las tres de la mañana.
Accedí a esta modificación, por juzgarla juiciosa y felicité a aquellos jefes, que no medían el peligro ante el cumplimiento del
deber.
Los demás jefes hablaron entonces, diciéndome que ellos estaban también dispuestos a cumplir con las órdenes que se les
dieran, y el coronel Diéguez me dijo: —Le suplico, mi coronel, que si llega a fracasar el asalto, me permita repetirlo mañana con
la gente que es a mi mando, y le conteste que accedería a su petición.
Ordené entonces se formaran dos columnas, una al mando del mayor Carlos Félix, compuesta de 200 hombres de los cuerpos
47.º Rural, 5.º Batallón y Voluntarios de Horcasitas, con los oficiales capitán primero Ignacio C. Enríquez, capitán primero
Miguel Ramírez, teniente Eutimio Márquez, teniente Francisco C. Castro y subteniente Víctor Bascasegua, y la otra columna al
mando del mayor Acosta, compuesta del 48.º Cuerpo Rural y una fracción del 3.º que comandaba el capitán Arnulfo R. Gómez,
la que iría al mando directo del mayor Urbalejo.
Con estas fuerzas iban los siguientes oficiales: capitán primero Arnulfo R. Gómez, teniente Florencio Fimbres, Julio Montiel
y Juan B. Humar, con un total de 150 hombres de tropa.
A las cinco de la tarde mandé formar la fuerza que iba a tomar parte en el asalto, y dirigiéndole la palabra la excité en nombre
de la justicia de nuestra causa, al estricto cumplimiento de sus deberes; y cuando terminé de hablar, en todos los semblantes se
retrataba el entusiasmo, cundiendo hasta el grado de que el capitán segundo Tiburcio Morales y 4 soldados, que se encontraban
enfermos, abandonaron sus camas y salieron del carro que les servía de hospital, pidiendo que les permitieran tomar parte en el
asalto. Yo accedí con gusto y satisfecho de la actitud de aquellos valientes.
Luego emprendimos la marcha hasta llegar a un zanjón, que dista de Naco 800 metros, sitio que había estado ocupando el
coronel Alvarado y desde donde estuvo hostilizando a los federales. Ya en aquel lugar, se colocó a la tropa en forma conveniente
para que durmiera hasta la hora fijada para el asalto. A las doce de la noche se le habló al mayor Félix, y desde luego procedió a
alistar su tropa, emprendiendo con ella la marcha, en que le servía de guía el capitán Enríquez. A esa misma hora, hacían sus
movimientos de avance por el Oriente los mayores Urbalejo y Acosta, habiendo quedado el Cuerpo Auxiliar Federal en sus
posiciones, y el coronel Diéguez como reserva al Poniente. Al Oriente y también como reserva, quedaron las fuerzas de los
tenientes coroneles Calles y Bracamontes.
Una hora había transcurrido, cuando de improviso se dejó oír una descarga simultánea, seguida de otras muchas, y en unos
cuantos minutos más el asalto estaba generalizado por todas las fuerzas que se había ordenado tomaran parte en él.
Ojeda, que había mandado formar un enorme montón de tablas y durmientes para prenderles fuego y descubrirnos si era
atacado de noche, lo hizo arder en el momento del asalto y en un corto tiempo se levantó una inmensa llamarada que iluminaba
perfectamente bien la llanura y a la luz de ella se veían con claridad los combatientes, que comenzaban ya a batirse cuerpo a
cuerpo. La negra columna de humo producida por el fuego poco a poco empezó a ennegrecer el espacio, y media hora después
era un cuadro indescriptible.
Los combatientes parecían no darse cuenta del peligro: los cañones y ametralladoras del enemigo batían la llanura; pero
inútilmente, pues ya nuestros soldados estaban mezclados con los federales en las primeras trincheras. Quise reforzar a los
asaltantes con 200 hombres del coronel Alvarado, pero éstos dijeron que no entrarían hasta el amanecer.
Entre tanto, la lucha continuaba con el mismo encarnizamiento, y, al amanecer entraron los 200 de Alvarado, al mando del
mayor Bule, al mismo tiempo que por el Oriente entraban a reforzar a los asaltantes los capitanes Antúnez y Escajeda, y poco
después empezaron a tomar parte las fuerzas de los tenientes coroneles Calles y Bracamontes y todas las demás fuerzas.
Siguió el combate hasta las diez, hora en que el general Ojeda comenzó a preparar su huida, incendiando una casa en que
tenía armamento y 60 000 cartuchos. Momentos después, Ojeda atravesaba la línea internacional y rendía sus armas al ejército
norteamericano, habiendo dejado abandonados a su propia suerte a un capitán y dos tenientes, que ni siquiera sabían dónde se
encontraba su jefe.
Estos oficiales se batieron todavía una hora más, con un valor digno de otra causa. Como a las once, y cuando llegaba yo a la
calle Central, salieron del cuartel algunos federales, que huían en precipitada fuga para ganar la línea, y viendo yo que tenían que
pasar forzosamente por el sitio en que me encontraba, torné el rifle de uno de los muertos que estaba cerca y empecé a hacerles
fuego y marcarles el alto, y el mayor Acosta, que se dio cuenta de esto, avanzó inmediatamente con algunos de sus soldados a
protegerme, logrando así detener y desarmar a 2 oficiales y 40 soldados que corrían.
Durante quince minutos más siguieron escuchándose algunos disparos aislados de los federales que habían quedado cortados,
y a las 12 del día todo había terminado, habiendo dado nuestras tropas la nota más brillante que pueda dar un ejército, y el general
Ojeda, la segunda prueba de que los jefes federales están perfectamente desprovistos de honor militar y patriotismo, pues, sin
ruborizarse siquiera, tanto los defensores de Nogales como él, habían atravesado la línea internacional y rendido sus armas a un
ejército extranjero, antes que derramar una gota de sangre en nuestra patria, que en mala hora hiciera confianza en ellos.
Desde luego se procedió a levantar el campo y preparar los funerales, con los honores debidos, de los valientes tenientes
Márquez y Villegas, que habían muerto con el heroísmo de los patriotas.
El enemigo dejó en el campo 79 muertos, 23 heridos, y 2 oficiales y 80 de tropa prisioneros; 2 cañones de 80 mm, 104
máusers con 30 000 cartuchos, caballos, mulas y otros pertrechos.
Por nuestra parte, tuvimos que lamentar la muerte de los tenientes Eutimio Márquez y Eduardo Villegas y 15 individuos de
tropa, y heridos los capitanes primeros Ignacio Enríquez y Miguel Ramírez, teniente Francisco G. Castro y subteniente Víctor
Bascasegua y 36 de tropa. No hago especial mención de ninguno de los jefes y oficiales que tomaron parte en el asalto, porque
todos, sin excepción, estuvieron heroicos.
Felicito a usted, muy entusiastamente, señor Gobernador, por este nuevo triunfo, y hago a usted presentes las seguridades de
mi atenta subordinación y respeto.
Sufragio efectivo. No reelección.
Naco, Sonora, abril 15 de 1913.
El coronel en jefe. Álvaro Obregón.
Al C. Gobernador Interino, Ignacio L. Pesqueira. Hermosillo, Sonora.
Los comisionados por el Estado de Sonora para hacer presente la adhesión del Ejecutivo y
del ejército de Sonora al Plan de Guadalupe llegaron a Monclova, Coahuila, y en aquella ciudad
se celebró una Convención entre ellos y los jefes del movimiento en Coahuila, el 18 de abril,
quedando desde aquella fecha reconocido por las autoridades y el ejército de Sonora, como
Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, el señor don Venustiano Carranza, reconocimiento
que más tarde ratificó y promulgó por Bando el Congreso de Sonora.
Después de derrotar a todas las fuerzas federales que ocupaban la frontera, dejando
controlada así toda aquella zona por la Revolución, regresé a Hermosillo con la mayor parte de
mis fuerzas, quedando Alvarado y Calles encargados de vigilar la frontera.
De Hermosillo continué a Estación Batamotal, a 12 kilómetros de Guaymas, donde tenía su
campamento el coronel Ramón Sosa, que era jefe de las fuerzas que teníamos avanzadas en
aquella estación para vigilar los movimientos de los federales, y cuyo efectivo era,
aproximadamente, de 800 hombres.
No pudo desde luego emprenderse un ataque sobre Guaymas, porque estábamos sumamente
escasos de parque, siendo la dotación media de 40 cartuchos por plaza; y, con este motivo,
determiné esperar pertrechos, mandando, entretanto, una columna ligera de 300 hombres de
caballería, a las órdenes del teniente coronel Rodríguez para que operara en la región del Yaqui,
procurando tomar contacto con el contingente que de Álamos mandaría el coronel Hill, para
atacar la plaza de Torin, lugar este último que tenía una guarnición de 600 hombres, incluyendo
los reaccionarios encabezados por José Tiburcio Otero, que ya se habían incorporado.
Justo es consignar que, para esa fecha, el coronel Hill había tomado posesión de la plaza de
Álamos, como resultado de las activas operaciones que desarrolló después de la batalla librada
en la Concentración; operaciones que el mismo jefe relata en la siguiente forma:
El día 5 de abril emprendí mi marcha a Minás Nuevas con el grueso de mi columna, donde establecí mi Cuartel General,
amagando la ciudad de Álamos. En la tarde del mismo día, las avanzadas me rindieron parte de que sabían que el enemigo en
número de 70 hombres había salido de Álamos a atacar a nuestros puestos avanzados, y ordené, desde luego, que salieran fuerzas
competentes a batirlo, entablándose un nutrido tiroteo que duró media hora, obligando a los federales a dar media vuelta en el
más completo desorden, y dejando en el campo 4 muertos, entre ellos Alfredo Santini.
Los espías que llegaron el día 6, procedentes de Álamos, me informaron que la plaza estaba bien defendida por una
guarnición de más de 500 hombres, con parque en abundancia; que habían establecido muy buenas fortificaciones alrededor de la
ciudad, así como que también habían sembrado de minas los lugares por donde nosotros teníamos necesidad de pasar para
hostilizar a los defensores de la plaza.
Estos informes me hicieron comprender que con los elementos que yo tenía me sería imposible emprender un asalto general
sobre la plaza con probabilidades de éxito inmediato, y con este motivo comuniqué órdenes a todos los puestos avanzados para
que, cuando cerrara la noche, se aproximaran haciendo demostraciones hostiles sobre la plaza, con objeto de que el enemigo
agotara sus municiones.
Esta táctica me dio los resultados que yo esperaba, puesto que el enemigo hacía nutridísimo tiroteo cada vez que mis fuerzas
se aproximaban a la ciudad, agotando con ello sus reservas de parque; y cuando después de once fingidos asaltos, estuve
perfectamente convencido de que no resistirían el ataque general sobre la plaza, lo inicié el día 16 de abril en la siguiente forma:
El teniente coronel José Díaz López, con su gente, tomó posesión de las lomas de Agua Escondida, y yo, personalmente,
avancé por el barrio de La Capilla con la gente de los capitanes Guillermo Chávez y Ramón Gómez y de los tenientes Antonio
Duarte y Alfredo L. Márquez, consiguiendo llegar hasta La Esmeralda, donde establecí mi cuartel general y ordené el ataque
sobre un fortín federal que se encontraba como a 460 metros de donde nosotros nos habíamos establecido.
Toda la noche del 16 estuvimos tiroteándonos con el enemigo. El día 17 se me presentó el C. coronel Alejandro Gandarilla
con 30 hombres, quien forzando sus marchas pudo llegar en momentos muy oportunos a cooperar de una manera efectiva en el
ataque de la plaza.
A la una de la tarde del día 17, el enemigo izó bandera blanca en sus fortines, mandando como emisarios de paz a los señores
Alfonso Goyecolea y José María Sifuentes, reos políticos que los federales tenían prisioneros y que prestaron muy útiles servicios
como parlamentarios.
Después de oír a los emisarios de paz del enemigo, en virtud de no convenirme las proposiciones que me hacían, reanudé el
ataque sobre la plaza, cayendo ésta en nuestro poder el mismo día, a las tres de la tarde, procediendo luego a desarmar a los
federales y vecinos que la defendían, quienes entregaron todos los pertrechos que tenían en su poder. Allí hicimos prisioneros a
los señores Pánfilo Santini, que era el jefe de las armas; a su hermano, Francisco J. Santini, enemigo acérrimo de nuestra causa; a
Adrián Marcor, ex-prefecto político del distrito, que defeccionó cobardemente con elementos del Estado; a Flavio S. Palomares,
ingeniero militar de la plaza, y a dos señores extranjeros, cuyos nombres no recuerdo, quienes se habían encargado de colocar
minas para hacerlas explotar entre nuestros soldados; a Ignacio Mendívil y su hijo Aureliano y como a cuarenta individuos más,
todos enemigos acérrimos de la Revolución.
En esta acción de armas tomaron importante participación también el coronel Juan Antonio García, el mayor Juan Cruz y el
teniente Fausto Topete, quienes desalojaron al enemigo que estaba posesionado del cerro de la Campana, frente a la estación del
ferrocarril, que nos hostilizaba mucho. Como mis tropas carecían hasta de lo más indispensable y no tenía ningunos recursos para
abastecerlas de provisiones y equipo que con más urgencia estábamos necesitando, procedí a imponer algunas multas a los
prisioneros que habían caído en nuestro poder, en virtud de que todos ellos eran hombres adinerados y habían ayudado
pecuniariamente al Gobierno de Huerta.
Con el producto de dichas multas quedó completamente equipada mi columna, proporcionando fondos a las tropas
expedicionarias de Sinaloa, así como también a las guerrillas que comandaba el coronel Díaz, de Chínipas, y con el resto de la
cantidad que quedó en mi poder ordené se procediera a la reparación de la vía del ferrocarril hasta Cruz de Piedra, Sonora.
El día 1.º de mayo, estando en Estación Empalme, se avistó en alta mar una flotilla
compuesta de 5 barcos y, antes de dos horas, pudieron ser reconocidos los cañoneros Guerrero,
Morelos y Tampico y dos barcos mercantes, uno de los cuales era el Pesqueira.
Por la tarde del mismo día, aquellos barcos fondeaban en la bahía de Guaymas.
Al día siguiente pudimos saber que la guarnición federal del puerto, comandada por el
general Miguel Gil, había sido reforzada con 3 000 hombres llegados con los generales Luis
Medina Barrón y Francisco A. Salido, con bastante artillería de grueso calibre; sabiendo,
también, que los federales en Guaymas hacían toda clase de preparativos para emprender su
avance sobre Hermosillo.
Dos días emplearon los federales en hacer sus preparativos y al tercero emprendieron su
avance, ocupando Empalme y el rancho de San José de Guaymas.
La situación era entonces comprometida, considerando la superioridad del enemigo, en
número y elementos de guerra, así como que el combate que teníamos que librar sería
completamente decisivo. Era, pues, necesario poner de nuestra parte todo lo que estuviera dentro
de los límites de lo posible para asegurar un golpe.
Yo consideré, desde luego, que la columna federal iría debilitándose a medida que avanzara
al Norte, puesto que tendría la necesidad de cuidar su retaguardia con una serie de guarniciones
que restarían considerablemente su efectivo en la batalla, dándonos con esto probabilidades de
éxito al librarla.
Era, pues, conveniente, replegarnos al Norte sin perder el contacto con el enemigo hasta
alejarlo de su base, todo lo necesario para poder infligirle una derrota completa y hacer después
una persecución tenaz y prolongada sobre los restos de su columna, destrozándolos más,
mientras mayor fuera la distancia en que se hiciera la persecución.
Por esas consideraciones, seguía yo replegándome al Norte para librar la batalla lo más
retirado de Guaymas que fuera posible; cuando, en Estación Ortiz, recibí orden del gobernador
Pesqueira de no retroceder más, porque en Hermosillo había inusitada alarma, e indicándome
que, en caso de una derrota para nosotros a inmediaciones de Hermosillo, tendrían ellos que
hacer su huida al Norte con mucha precipitación.
Esa orden me hizo contramarchar al encuentro del enemigo y librar la batalla en Santa Rosa,
con el resultado que se verá en el parte oficial que se inserta a continuación.
Tengo la honra de poner en el superior conocimiento de usted, que el primero del presente se encontraba la columna de mi mando
en la Estación Batamotal, llegando las avanzadas a Empalme, cuando me dieron parte de que tres buques se aproximaban a la
bahía de Guaymas. Inmediatamente mandé al capitán Álvarez Gayou para que efectuara un reconocimiento, quien me informó
que habían anclado en la bahía los cañoneros Morelos y Guerrero y el buque General Pesqueira, perteneciente a la compañía
naviera. Mandé exploradores para que me informaran el número aproximado de tropas que éstos traían; y por los datos que tuve,
los buques desembarcaron alrededor de 1 500 hombres, siendo 300 de caballería y con dotación completa de artillería. Como los
cañoneros podían muy bien bombardear Empalme, inmediatamente mandé que se retirara la avanzada que allí tenía, mandando
sacar antes todas las locomotoras, para entorpecer los movimientos del enemigo; esto se hizo en la madrugada del día 2, ya
cuando el Guerrero estaba fondeando frente a Empalme, con actitud amenazante. A las seis de la mañana empezó el bombardeo
sobre la población, donde sólo había mujeres y niños, que, creyendo que nada tendrían que temer, se habían quedado, pues todos
los hombres, con excepción de los extranjeros, huyeron ante la presencia de los federales. Poseídas del pánico más espantoso, las
familias huían en todas direcciones, teniendo yo que destacar algunas de mis fuerzas para recogerlas y traerlas al campamento,
cosa que se hizo en todo el día, y en trenes especiales fueron remitidas a esa capital.
Nuestra columna quedó acampada en Batamotal, pero como la columna enemiga se movilizó a Empalme, ordené la retirada
inmediata a Estación Maytorena; al notar esto el enemigo, avanzó a Batamotal y nuestra columna retrocedió a Ortiz; estos
movimientos, que sólo tenían por objeto retirar a los federales de Guaymas, hicieron creer a los generales Gil y Medina Barrón
que no nos atrevíamos a presentar combate y que continuarían su marcha sin que nadie se atreviera a entorpecerla.
El día 4 la columna enemiga avanzó hasta Maytorena, llegando sus avanzadas hasta Santa Rosa; como estos movimientos
indicaban que continuarían su marcha el día 5, reuní a todos los jefes para acordar lo conveniente; todos estuvieron de acuerdo en
que se le preparara una emboscada al enemigo en la hacienda de San Alejandro, donde de antemano había hecho un
reconocimiento detenido del terreno, acompañado del coronel Cabral.
Usted estuvo en la junta y aprobó todos nuestros planes; esa misma noche se movilizó toda la columna, y antes del amanecer
quedó tendida en dos alas paralelas, cubriendo el frente, de manera que el enemigo no pudiera escapar.
Amaneció el día 5 y el enemigo no avanzó; el 6 y el 7 tampoco lo hizo, haciéndolo el 8, que destacó una columna como de
500 hombres, la que tomó posesión de Santa Rosa, después de tirotear al mayor Trujillo, que hacía servicio de exploración.
Como habían transcurrido tres días, ya no era fácil que la columna enemiga cayera en la emboscada, pues en un período tan
largo hubo que relevar varias veces la gente y estos movimientos podían habernos denunciado. Esto me hizo cambiar de plan:
inmediatamente salí, acompañado del coronel Cabral, del jefe de mi Estado Mayor, Nicolás Díaz de León, del mayor Félix y del
capitán Chaparro, haciendo un reconocimiento detenido hasta llegar a menos de un kilómetro de donde estaba el enemigo;
tomamos una altura y desde allí pudimos darnos cuenta exacta de las posiciones que ocupaban; volvimos al campamento, donde
mandé reunir a todos los jefes para acordar con ellos el ataque sobre Santa Rosa; en todo estuvieron de acuerdo, y el asalto quedó
resuelto en la forma siguiente: por el frente, coronel Juan G. Cabral con las siguientes tropas: 4.º Batallón Irregular de Sonora,
comandado por el mayor Francisco R. Manzo, con 21 oficiales y 200 de tropa; ex-Insurgentes y Guardias Nacionales del Estado,
comandados por el mayor Francisco G. Manríquez, con 5 oficiales y 60 de tropa; fracción del 3. er Batallón Irregular de Sonora,
comandado por el capitán primero Arnulfo R. Gómez, con 4 oficiales y 100 de tropa.
Ayudante, capitán primero Luis Álvarez Gayou.
Teniente Francisco Arvizu.
Total: 3 jefes, 30 oficiales y 365 de tropa.
Por el flanco derecho: coronel M. M. Diéguez; ayudante, teniente Alejandro Quiroga, con los siguientes cuerpos: Voluntarios
de Cananea: comandante, capitán primero Pablo Quiroga, con 14 oficiales y 150 de tropa; Voluntarios de Arizpe: comandante,
mayor Francisco Contreras, con 14 oficiales y 200 de tropa; fracción del Cuerpo Auxiliar Federal: comandante, mayor Luis Bule,
con el mayor Urbalejo, con 11 oficiales y 209 de tropa.
Total: 4 jefes, 41 oficiales y 559 de tropa.
Por el flanco izquierdo: coronel Ramón V. Sosa con sus ayudantes, capitanes primeros Miguel Piña, hijo, y Felipe Plank, con
los siguientes cuerpos: fracciones del 48.º Cuerpo Rural y de Guardias Nacionales del Estado, comandadas por los mayores José
M. Acosta y Jesús Gutiérrez, con 19 oficiales y 200 de tropa; fracciones del 47.º Cuerpo Rural y 5.º Batallón Irregular de Sonora,
al mando del mayor Carlos Félix y capitán primero J. Gonzalo Escobar, con 8 oficiales y 235 individuos de tropa; fracciones de
Voluntarios del Río de Sonora, de Guaymas y de Hermosillo, comandadas por el mayor Aurelio Amavisca, con 26 oficiales y
215 de tropa; Cuerpo de ex-Insurgentes, comandado por el mayor Jesús Trujillo, con 5 oficiales y 100 individuos de tropa;
Batallón Fieles de Huírivis, al mando del capitán primero Lino Morales, con 22 oficiales y 300 individuos de tropa; Voluntarios
de Mátape, al mando del capitán segundo Jesús Pesqueira, con 5 oficiales y 40 individuos de tropa.
Total: 6 jefes, 90 oficiales y 1 090 individuos de tropa.
La sección de artillería, compuesta de su comandante el capitán primero Maximiliano Kloss, con 5 oficiales y 40 artilleros,
quedó dividida así: 2 ametralladoras Colt de 7 mm con el capitán primero Lino Morales; 2 con el capitán primero J. Gonzalo
Escobar; 2 con el coronel Diéguez y el mayor Félix; 1 con el mayor Bule y 2 con el mayor Manzo; quedando en reserva 5 piezas
iguales.
El asalto empezó a las 5 a. m. del día 9, iniciándolo las fuerzas del flanco derecho y las del frente y formalizándose momentos
después hasta tomar el carácter más sangriento: los combatientes se mezclaban y combatían cuerpo a cuerpo; se hacían
prisioneros, que eran atados de los brazos por no haber tiempo para más. El mayor Manzo se batía con arrojo; los mayores Bule y
Urbalejo redujeron el círculo al enemigo, y al frente de sus fuerzas se batían como leones, a cuerpo descubierto. El mayor
Contreras cubría la retaguardia de ellos y se mostraba impaciente por entrar en acción; el coronel Diéguez, con la serenidad que
le caracteriza, hacía sus movimientos siempre oportunos y atrevidos. Las fuerzas del frente ocasionaban al enemigo grandes
pérdidas, logrando en el primer encuentro matarle un jefe, 5 oficiales y más de 50 de tropa y cogerle 40 prisioneros, que fueron
hechos por las tropas del mayor Manzo. En los momentos en que el combate era más reñido, mandé al capitán Chaparro, de mi
Estado Mayor, a trasmitir una orden al mayor Manzo, cumpliendo con admirable valor su cometido, habiendo tenido que
atravesar por entre los fuegos de los combatientes, y como se diera cuenta de que el enemigo acababa de hacer 2 prisioneros
nuestros, avanzó con arrojo hasta quitarlos. Uno de ellos era el teniente Manuel Mendoza.
Por el flanco izquierdo se registraban también iguales actos de heroísmo; en los primeros momentos del combate fue muerto
el mayor Gutiérrez y herido el capitán Escobar; estos acontecimientos, y muy especialmente la muerte del mayor Gutiérrez, jefe
que siempre se distinguió por su valor y que era muy querido por todos, enardecieron más los ánimos de los mayores Acosta,
Trujillo y Félix, quienes redoblaron sus esfuerzos hasta arrancar a los federales de las posiciones que ocupaban y reducidos a las
casas de Santa Rosa. La misma cosa pasaba en el flanco derecho, donde el mayor Bule, uno de los jefes más prestigiados de las
fuerzas yaquis, acababa de caer muerto de un balazo en la cabeza.
El grueso de la columna enemiga estaba en Maytorena, y cuando recibió aviso de que había sido atacada la columna de la
vanguardia, forzó la marcha y antes de las 8 a. m. ya se descubría una densa nube de polvo que denunciaba su avance. Poco a
poco fue aproximándose, y cuando se hubo acercado lo bastante, pude ver que de la extrema vanguardia a la retaguardia, cubría
una extensión de 78 postes de teléfono, dato que desde luego me reveló su magnitud.
Se componía, según los datos recogidos de los prisioneros, de 1 500 hombres, entre artillería e infantes y 300 dragones, con
12 ametralladoras y 8 cañones de grueso calibre. Medina Barrón cometió la gran torpeza de hacer avanzar la caballería adelante,
la que se componía de 300 dragones, que en el término de una hora habían quedado reducidos a 60 o 70 y que en la más completa
dispersión salieron huyendo por distintos rumbos; algunos de ellos no se detuvieron hasta llegar a Guaymas. En seguida entró la
infantería, y la artillería de grueso calibre abrió sus fuegos, secundándola las ametralladoras y fusilería. El combate se generalizó,
pero nada hacía retroceder a nuestros soldados un solo paso, al contrario, avanzaban continuamente; al enemigo le fue imposible
seguir avanzando y quedó formando un ángulo recto, desde las casas de Santa Rosa a la vía del ferrocarril y sobre ésta, en una
extensión como de 1 kilómetro.
A las 11 a. m. llegó el coronel Alvarado con las siguientes fuerzas: Cuerpo Auxiliar Federal, 2.ª Compañía Voluntarios
Benito Juárez, Zaragoza de Bacerac, de Magdalena y de Pilares de Nacozari, con 24 oficiales y 434 individuos de tropa, entrando
desde luego en acción por el flanco derecho, que era el que más reñidamente disputaba el enemigo, donde fue siempre rechazado.
El coronel Alvarado se batió con valor y acierto.
El coronel Sosa, que fue el primer jefe en Batamotal y que conservó siempre el contacto con el enemigo, desplegó gran
actividad durante todos los días que duró el combate, no obstante de estar muy delicado de salud. Desde que recibí el mando de la
columna le manifesté mi deseo que fuera a Hermosillo a atender a su salud; pero él se negaba y me decía: No me moveré de aquí
antes de que se libre la batalla.
Desde el primer día se destacó la fuerza que mandaba el mayor Urbalejo a cubrir uno de los puntos más importantes, llamado
Aguajito, y los federales hicieron siempre verdaderos esfuerzos para apoderarse de dicho punto, siendo siempre rechazados por
las fuerzas de Urbalejo.
Las tropas se relevaban cuando se podía, y las que no recibían relevo permanecían en sus puestos sin decir una palabra. Así
pasó todo el primer día y la noche: los federales haciendo esfuerzos por hacernos retroceder y los nuestros avanzando de una
manera lenta, pero segura.
En la mañana del día siguiente, los federales lograron tomar uno de los cerritos de la derecha y emplazaron en él una
ametralladora, protegida por una batería de artillería de grueso calibre, emplazada como a 350 metros; el teniente Urías, del 4.º
Batallón Irregular de Sonora, con 20 hombres de su cuerpo y 15 del coronel Diéguez se lanzó sobre aquella posición, que era una
verdadera fortaleza; media hora después pudimos ver cómo se disputaban el cerro: nuestros soldados tenían la mitad y los
federales la otra, registrándose verdaderos actos de temeridad, hasta lograr Urías desalojarlos por completo, haciéndoles algunos
prisioneros y quedando en poder de él la importante posición; desde ese momento, la artillería de grueso calibre abrió sus fuegos
sobre la citada loma, descargando como 70 granadas que, al explotar sobre ella, la cubrían de humo; los federales, que con este
fuego creían haber acabado con los nuestros, lo suspendieron, y cuando se hubo disipado el polvo, con verdadera sorpresa pude
ver que ninguno de nuestros soldados había abandonado su puesto y que continuaban haciendo un fuego terrible.
Siguieron nuestras fuerzas ese día avanzando y mejorando sus posiciones, despreciando el fuego de artillería enemiga, que
cada vez se hacía más nutrido. Esa noche hicieron los federales tres asaltos simultáneos y los tres fueron rechazados, y cuando
amaneció, ya estaban los federales reducidísimos; la artillería de grueso calibre casi había cesado de hacer fuego.
A las ocho de la mañana del día 11 se incorporó a este campamento el coronel Jesús Chávez Camacho, quien fue
comisionado desde luego para municionar y organizar las fuerzas que del combate venían a tomar descanso y alimento,
nombrando para que le ayudaran en el desempeño de esta comisión al capitán primero F. S. Betancourt, capitán primero Gerardo
Ortiz, capitán segundo Rafael Durazo, subteniente Crisóforo García y Domingo Gutiérrez. El coronel Camacho cumplió con
verdadero celo, pues su actividad estaba a la altura de las circunstancias.
En la tarde del mismo día 11 el parque empezó a escasear, y lo pedí a usted urgentemente. A las 4 p. m. acompañado de mi
Estado Mayor hice un detenido reconocimiento de las posiciones que ocupaba el enemigo, de las ventajas que las nuestras
ofrecían y pude ver cómo los federales ya no podían moverse; a esa misma hora el coronel Diéguez hizo un movimiento
atrevidísimo, logrando llegar, al frente de una fracción de su Cuerpo, a una distancia de 100 metros de la batería enemiga y,
forzando el ataque enérgicamente, logró poner a los federales en condiciones mucho más difíciles.
Quise destacar gente para que les cortara la retirada, pues era seguro que esa noche la intentarían, pero al hablar con el
coronel Sosa, me manifestó que tenía 600 hombres sin cartuchos, pues los 575 000 que me remitió usted en tren especial llegaron
al amanecer, y a esto se debe que la columna Gil-Barrón no se hubiera acabado por completo.
La mañana del día 12 destaque al mayor Trujillo, con 150 caballos, sobre la columna enemiga, quien la siguió hasta
Maytorena.
Desde luego se procedió a levantar el campo, habiéndose recogido 6 ametralladoras, 7 cofres con 2 500 cartuchos para las
mismas, 91 cargadores, una caja de herramientas, 26 granadas de cañón, un armón, 7 cofres para granadas, 200 máusers, 30 000
cartuchos de 7 mm, 230 monturas, 40 caballos, 25 acémilas, 3 furgones con provisiones de boca, 3 carros de transporte, 2
teléfonos de campaña, un telémetro y multitud de objetos de uso personal de los jefes y oficiales federales, que abandonaron en
su fuga.
Hemos incinerado hasta hoy 380 cadáveres y sepultado 84; total de muertos, 464, de los cuales corresponden a nuestras
fuerzas, 42, según pormenor adjunto, y quedando, en consecuencia, como correspondientes al enemigo 422 muertos. El enemigo
perdió también 180 individuos que cayeron prisioneros en nuestras filas durante los tres días de combate. El número de dispersos
no lo puedo precisar; pero debe de ser muy crecido, pues tengo conocimiento de que hasta en la sierra del Bacatete han recogido
algunos los yaquis.
En resumen, el total de bajas por nuestra parte, fue de: 2 jefes, 7 oficiales y 33 de tropa muertos, y 10 oficiales y 79 de tropa
heridos.
De los 422 muertos del enemigo, no fue posible hacer la identificación de los jefes y oficiales; pero por las insignias que
portaban se reconocieron 5 jefes, y más de 30 oficiales. Tengo datos precisos de que el general Medina Barrón salió gravemente
herido, así como dos mayores médicos y algunos otros jefes y oficiales.
El mayor Urbalejo, que sucedió en el mando al mayor Bule, no regresó a este campamento hasta que la batalla se terminó; no
habiéndose podido relevar en las posiciones que ocupaba, permaneció en ellas los tres días del combate; durante los cuales los
federales estuvieron disputándoselas constantemente.
El capitán Arias fue destacado con 40 hombres de avanzada rumbo a La Pasión, y cuando se le ordeno incorporarse no fue
encontrado por los que llevaron la orden; fue repetida, y tampoco fue encontrado ésta segunda vez; se había creído que había
abandonado su puesto; pero no fue así, pues había permanecido cuatro días sin comer, al cabo de los cuales se incorporó, dejando
varios de sus soldados, que ya no pudieron dar paso de hambre, quienes en seguida fueron traídos y atendidos por el personal de
las cruces Blanca y Roja. Estuvieron a punto de perecer todos, pero cumplían con su deber. Menciono estos dos hechos para que
se forme una idea del comportamiento de nuestras tropas, que una vez más han demostrado su abnegación y patriotismo, sin que
pueda hacerse mención de ninguno de los cuerpos o fracciones, pues todas, sin excepción, pudieron ponerse a la altura de la
comisión que se les confiaba. Me siento orgulloso de comandar una columna como esta. A los coroneles Cabral, Alvarado y
Diéguez, Sosa y Camacho, nada hubo que ordenarles; obraron con verdadera iniciativa y oportunidad. Los mayores Gutiérrez,
Manzo, Acosta, Trujillo Bule, Félix, Manríquez, Urbalejo, Contreras y Amavisca, estuvieron heróicos. La oficialidad toda estuvo
con grandes bríos y entusiasmo, pudiéndose aún hacer mención de los siguientes: capitán primero de artillería, Maximiliano
Kloss; capitanes primeros Locas Oros y Guadalupe Ramírez, de las fuerzas al mando del mayor Acosta; capitanes segundos de
las mismas fuerzas, Julio Montiel, Guillermo McGregor y Feliciano Acosta; capitán primero Miguel Valenzuela y capitán
segundo Agustín Chávez, de las fuerzas del coronel Alvarado; capitán primero Pablo Quiroga, de los Voluntarios de Cananea, al
mando del coronel Diéguez; teniente Enrique Urías, capitanes segundos Tiburcio Morales y Guillermo Palma, del 4.º Batallón
irregular de Sonora, al mando del mayor Manzo, y todos los oficiales del Batallón Fieles de Huirivis, que comanda el capitán
primero Limo Morales.
Por separado tengo el honor de remitir a usted un cuadro en que figuran todas las unidades de esta columna que tomaron parte
en el combate. En éste no figuran las columnas que se destacaron al Yaqui, y que actualmente se encuentran sitiando a Torin, por
no haber creído necesaria su colaboración en la batalla.
En el cuadro a que hago referencia, figuran, marcados con una M, los que murieron en la batalla, y con una H, los que fueron
heridos.
El personal de las cruces Blanca y Roja prestó muy importantes servicios, no obstante que los federales hacían fuego sobre
dichas corporaciones siempre que se aproximaban a levantar heridos. El mayor médico Pedro escobar prestó también importantes
servicios, tanto en la atención de heridos como en el levantamiento del campo.
Me permito hacer a usted mención del mayor Nicolás Díaz de león, del capitán Benjamín Chaparro, del capitán segundo J. J.
Méndez y del teniente Luis M. Anchondo, que pertenecen a mi Estado Mayor.
Al renovar a usted mis felicitaciones por este nuevo triunfo, hago a usted presente mi subordinación y atenta y distinguida
consideración.
Sufragio efectivo. No reelección.
Campamento de San Alejandro, mayo 15 de 1913.
El coronel en Jefe. Álvaro Obregón.
Al C. Gobernador Interino, Ignacio L. Pesqueira. Hermosillo, Sonora.
Después de esta victoria, fui ascendido a general brigadier, por acuerdo del C. Primer Jefe del
Ejército Constitucionalista, y, unos días más tarde, le fue conferido igual grado al coronel
Salvador Alvarado, por el mismo Primer Jefe.
Más tarde me comunicó el Gobernador del Estado, señor Ignacio L. Pesqueira, que el C.
Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, don Venustiano Carranza, le había extendido
despacho de general de brigada, con fecha 17 de mayo.
El gobernador Pesqueira hacía una activa labor para adquirir pertrechos y provisiones con
que abastecer a nuestras tropas, aparte de la labor que desarrollaba como Gobernador del Estado,
y de la cual no hago mención alguna, por ser esta obra de carácter puramente militar.
Cuando logramos municionar a nuestras fuerzas y darles el necesario descanso, llegaron
nuevos refuerzos de Guaymas, incorporándose con ellos el general de división Pedro Ojeda,
quien, desde luego, asumió el mando de la división federal, reconcentrando las tropas que
estaban en la región del Yaqui.
De esta manera, el efectivo del enemigo reconcentrado en Guaymas se elevaba ahora a 6 000
hombres, teniendo 16 cañones de grueso calibre y 20 ametralladoras.
Ojeda, desde que se incorporó y se enteró del desastre que en Santa Rosa había sufrido la
columna al mando del general Gil, sumó la experiencia que le daba este fracaso con la que
personalmente adquiriera en sus desastres en la frontera, y desde luego se dedicó a tomar toda
clase de precauciones para preparar un avance seguro, aunque lento: Mandó arreglar góndolas
blindadas en los talleres de Empalme; hizo emplazar en plataformas, también blindadas, 2
cañones de 80 mm, y después de proveerse de todo lo que juzgó necesario para su éxito,
emprendió el avance el día 29 del mismo mes, acampando en Batamotal, donde tomaron
contacto nuestras vanguardias, ese mismo día.
El coronel Benjamín G. Hill había llegado, para entonces, a Estación Cruz de Piedra con su
columna, reparando la vía hasta aquella estación, y se le comunicaron órdenes para que marchara
a incorporarse a nuestro campamento en Estación Moreno a fin de que cooperara en las
operaciones que tendrían que llevarse a cabo contra la columna de Ojeda.
El avance de Ojeda se continuó hasta Estación Ortiz, lugar donde se libró la batalla,
consumándose en Santa María.
A continuación se inserta el parte oficial relativo a estas acciones, que tuvieron por resultado
el más completo triunfo de nuestras armas; figuran también unas fotografías de los pertrechos
recogidos a Ojeda:
Tengo el honor de poner en el superior conocimiento de usted que después de haber tomado el contacto con la columna del
general Ojeda, el día 29 de mayo próximo pasado, en Batamotal, emprendí con la brigada de mi mando la contramarcha hacia el
Norte, dejando, para que conservara el contacto con el enemigo, al coronel M. M. Diéguez, con instrucciones de hacer visibles
sólo 300 hombres y de ir retirándose paulatinamente para atacar a las fuerzas de Ojeda.
Con el grueso de la brigada continuaba yo retrocediendo, a una distancia cuando menos de 20 kilómetros del enemigo, con
objeto de que nuestro efectivo y nuestros movimientos no fueran conocidos.
Así continuamos replegándonos hasta Estación Ortiz, donde fue también reconcentrada la columna Diéguez; y al general
Alvarado se le ordenó que tomara el contacto con el enemigo, retirando la columna Diéguez a Estación Tapia, y el resto de la
brigada a Estación Moreno, adonde se ordenó la incorporación de la columna Hill, que se hallaba acampada en Cruz de Piedra.
Durante todo este tiempo, acompañado de mi Estado Mayor y del jefe que tenía tomado el contacto con las fuerzas enemigas,
diariamente hacía yo reconocimientos de todos los movimientos de Ojeda, logrando, de esta manera, que no hiciera uno solo que
no fuera conocido por mí.
La columna enemiga se componía de 4 000 hombres, 10 cañones y 12 ametralladoras, y traía la formación siguiente: la
extrema vanguardia, compuesta de 200 dragones, marchaba a un kilómetro de la vanguardia, que la formaba el llamado cuerpo
Serranos de Juárez, en número aproximado de 600 hombres; los flanqueadores, marchando paralelos a la vía del ferrocarril, y a
una distancia de 2 kilómetros de éste, se componían como de 200 dragones a cada lado; la vanguardia traía, durante el día, un tren
blindado con una batería de 2 cañones de grueso calibre, 2 ametralladoras y un sostén de 200 infantes, apoyando sus flancos con
dos pequeños grupos de caballería; a 4 kilómetros atrás estaba el grueso de la columna, y a un kilómetro de ésta, la retaguardia.
Su marcha la hacían como sigue: a las seis de la mañana avanzaba el mencionado tren blindado hasta la vanguardia, abriendo
sus fuegos los cañones de grueso calibre sobre todos los lugares que creían ocupados por tropas nuestras. Después de un fuego de
dos horas, hacían avanzar su caballería, y ésta efectuaba una minuciosa exploración, y un cuerpo de zapadores emprendía un
detenido reconocimiento sobre la vía, avanzando entonces la vanguardia y los flanqueadores; después de ocupar las principales
posiciones hasta el sitio explorado por la caballería y de construir loberas en las partes donde no se contaba con una fortificación
natural, el grueso de la columna seguía este movimiento. A las seis de la tarde el tren blindado y la mayor parte de la caballería
volvían al campamento, quedando únicamente un reducido número de caballería como extrema avanzada, y cubriendo la
vanguardia la infantería, que durante el día se habían ocupado en tomar posiciones. Por la noche, en todos los cerros que
ocupaban encendían grandes fogatas.
Así marcharon hasta Estación Ortiz, variando su avance diario según las facilidades que les ofrecía el terreno. En Ortiz
suspendieron su marcha, y viendo que no podíamos alejarnos más de su centro de operaciones (Guaymas), y estudiado que hube
el plan que podía ponernos en condiciones de destruirlos, sin que pudieran ellos causarnos daños, reuní a todos los jefes de la
brigada y, de todos, mereció la aprobación, habiendo procedido desde luego a dar las siguientes órdenes para llevarlo a cabo:
El coronel Chávez Camacho marcharía a Cruz de Piedra a hacerse cargo de aquella guarnición y proporcionarse los
elementos para aprovisionar las fuerzas que deberían sostener el sitio por la retaguardia; el general Alvarado, con su columna,
marcharía el día 16, siguiendo como ruta El Represo, El Saucito, La Puente, debiendo tomar posesión de El Aguajito al amanecer
del 19; el coronel Ochoa, con la columna de su mando, seguiría la misma ruta que el general Alvarado, hasta La Puente, de donde
la dejaría, para tomar posesión del Chinal al amanecer del mismo día 19; el mayor Méndez marcharía con sus tropas a cortar las
comunicaciones entre Tres Gitos y Batamotal, de manera que amanecieran destruidas el 19, con orden de incorporarse en seguida
a Santa María; el coronel Diéguez con su columna que quedaría en Estación Tapia, de donde avanzaría la tarde del 18, y en
combinación con las fuerzas del coronel Hill, simularía un ataque por el flanco, al enemigo; el coronel Hill, después de simulado
el referido ataque, contramarcharía a Tapia, y ya entrada la noche, emprendería la marcha, formando un semicírculo, hasta llegar
al switch Anita, desde donde, al amanecer, empezaría a destruir las vías del ferrocarril y telégrafo hacia el Sur y se acamparía con
su columna en Santa María; la artillería, al mando de su comandante Kloss, quedaría así: 4 ametralladoras con la columna Ochoa,
3 con la columna Alvarado, 2 con la columna Diéguez y 5 en reserva, en Estación Moreno. Yo, acompañado del coronel Hill, mi
Estado Mayor y la escolta al mando del capitán Juan Cruz, establecería, el mismo día 19, el Cuartel General en Chinal. Todas las
marchas deberían hacerse siempre de noche, ocultándose las columnas durante el día, para que no fueran conocidos nuestros
movimientos por el enemigo.
A las 4 a. m. del día 19, y cuando con la vanguardia de la columna Ochoa llegaba yo a la ciudad, se oían las explosiones de la
dinamita con que el coronel Hill destruía la vía; a esa misma hora, el general Alvarado tomaba posesión de El Aguajito, y el
intrépido mayor Méndez, acompañado del jefe yaqui Mori, después de interrumpir las comunicaciones entre Batamotai y Tres
Gitos, como lo había ordenado, y obrando a su propia iniciativa, atacaba y destruía la guarnición federal de Maytorena, tomando
posesión de esta estación e incorporándose a la columna del coronel Hill en Santa María.
Así quedó establecido el sitio de Ortiz, sin que el general Ojeda pudiera siquiera darse cuenta de las posiciones que
ocupábamos, y en dónde se encontraban nuestras columnas.
El mismo día 19, a las 10 a. m., Ojeda intentó reparar la vía, haciendo avanzar un tren de reparaciones, protegido por un tren
blindado que llevaba 2 cañones y 200 soldados, apoyando sus flancos por dos columnas de dragones en número aproximado de
300. Este convoy volvió el día 20 a continuar la reparación y fue rechazado por las fuerzas del general Alvarado, que ya habían
tomado posiciones frente a Santa Rosa.
Devuelto el tren hasta frente a San Alejandro, intentaron los federales apoderarse de El Chinal, haciendo venir de Ortiz otro
tren con número de fuerzas aproximadamente de 600 hombres, resultando todos sus esfuerzos inútiles, por haber sido
vigorosamente rechazados por las fuerzas del coronel Ochoa, que habían tomado las posiciones del frente, compuestas del 4.º
Batallón, Cuerpo de Voluntarios de Altar, 31.º Cuerpo Rural, fuerzas del capitán Beltrán, 47.º Cuerpo Rural y una sección de
ametralladoras mandada por el mayor Kloss.
En los mismos momentos, parte de las fuerzas del mayor Méndez, al mando del capitán primero Eleazar Amavisca, que había
quedado de destacamento en Maytorena, sorprendió a una fuerza federal que venía del lado de Empalme, derrotándola
completamente y haciéndole 2 muertos y 17 prisioneros con armas y municiones, sin que los nuestros sufrieran ninguna baja.
En la noche del mismo día 20, cuando se relevaban las tropas que cubrían las alturas, fueron designados para cubrir el cerro
del Chinal, al pie del cual estaba acampada la columna Ochoa, dos oficiales del Cuerpo de Voluntarios del distrito de Arizpe, con
100 hombres del mismo cuerpo, los que faltaron a las órdenes recibidas: no lo cubrieron, y al ser notado esto por los federales,
destacaron una fracción que se apoderó de él, a las 9:30 p. m., abriendo sus fuegos sobre el campamento de Ochoa.
Inmediatamente ordené a dicho coronel se retirara con su columna al Aguajito, sin contestar el fuego a los federales, para
evitar que se fuera a empeñar un combate que nos apartara del plan general que se había adoptado, orden que fue cumplida esa
misma noche.
El día 21 quedó establecido el Cuartel General en El Aguajito, y se daba descanso a la columna Ochoa, para relevar con ella a
las fuerzas del general Alvarado, que habían estado rechazando constantemente a los federales, que intentaban apoderarse de las
lomas de San Alejandro.
Durante el día 22, el enemigo siguió siendo rechazado, y por la tarde emprendió un ataque sobre las posiciones que tenía
tomadas el coronel Diéguez, con su columna, entre Tapia y Ortiz, y fue duramente repelido, obligándolo a replegarse nuevamente
a esta última estación.
El día 24 continuaron los federales en sus esfuerzos por romper el sitio, intentando, por la noche, apoderarse del cerro que
está al poniente de la loma de San Alejandro, posición ocupada por las fuerzas del mayor Amavisca, habiendo sido rechazados
los federales con algunas pérdidas, entre ellas el capitán que los comandaba, que quedó muerto frente a dicha posición. Este
último día se acordó dejar en descanso una parte de la columna del general Alvarado, para que estuviera lista y pudiera reforzar,
sin pérdida de tiempo, el lugar por donde los federales intentaran romper el sitio, siendo designados para el caso, el Cuerpo
Auxiliar Federal, que comandaba el teniente coronel Urbalejo; Voluntarios del Río de Sonora, comandados por el mayor Aurelio
Amavisca; Voluntarios de Guaymas, Voluntarios de Zaragoza, 40 hombres de la Compañía Benito Juárez y 40 hombres de la
Guardia Especial.
El teniente coronel Urbalejo y el mayor Lino Morales, distinguiéndose siempre en los ataques que los federales emprendían
contra sus posiciones, no sólo los rechazaban, sino que los hostilizaban hasta arrancarlos algunas veces de las ocupadas por ellos,
haciéndolos retroceder hasta la casa de San Alejandro.
El 24, el enemigo se retiró de frente a nuestras posiciones, empezando a reconcentrarse en Ortiz, sin que la noche de ese día
ocurriera nada notable, salvo la destrucción que hicieron los federales de dos grandes puentes entre dicha estación y Tapia.
El 25, como a las siete de la mañana, el capitán Beltrán, que ocupaba los cerros más elevados, frente a San Alejandro, rindió
parte de que el enemigo emprendía su marcha por el valle, al oriente de la vía del ferrocarril. Inmediatamente salí a hacer un
reconocimiento, acompañado del general Alvarado y algunos oficiales de Estado Mayor, habiendo ascendido al cerro frente al
Aguajito, estando en observación hasta que nos cercioramos plenamente de que era el total de las fuerzas de Ojeda, que
marchaban con rumbo a San María, seguramente intentando apoderarse de esta hacienda. Desde luego lo comuniqué, con
extraordinario, al coronel Hill, ordenándole que alistara todos sus elementos; al coronel Diéguez comuniqué instrucciones de que
avanzara con su gente a ocupar la Estación Ortiz, lo que ya este jefe había procedido a hacer, desde el momento que notó el
movimiento de la retirada de los federales, procediendo también, con la hábil y activa gestión del mayor J. L. Gutiérrez, jefe de
trenes, a reparar la vía del ferrocarril. Ordené también al general Alvarado marchara violentamente a reforzar a Hill con las
fuerzas que estaban en descanso, y que ascendían a 650 hombres, para que resistieran al enemigo, mientras se reconcentraba el
resto de la columna Alvarado y las fuerzas del coronel Ochoa, que estaban en servicio, para atacar con ellas a la columna federal
por la retaguardia.
A las 12:30 p. m., y cuando las fuerzas del general Alvarado llegaban a Santa María, ya las tropas del coronel Hill se batían
con el enemigo, que hacía esfuerzos inauditos por apoderarse del agua de que se abastece esa hacienda. El general Alvarado
empezó a dictar órdenes, distribuyendo las fuerzas en la forma siguiente: por el centro, 1.ª y 3.ª compañías del Cuerpo Auxiliar
Federal y 40 hombres de los Voluntarios Benito Juárez; a la derecha, fuerzas del teniente coronel Trujillo, del mayor Rivera
Domínguez y la 4.ª compañía del Cuerpo Auxiliar Federal; a la izquierda, 2.ª compañía del Cuerpo Auxiliar Federal, cuerpos de
voluntarios del Río de Sonora, de Guaymas y de Zaragoza, y fuerzas del mayor Méndez, y sostén y reserva, fuerzas del mayor
Belisario García y del capitán Francisco D. Quiroz.
A las 2:30 el combate se había generalizado ya. Los fuegos de la artillería y fusilería del enemigo eran nutridísimos, pues
cada vez procuraban dar mayor vigor a sus ataques, con la esperanza de desalojar a los nuestros y apoderarse del agua, elemento
de que carecían. El primer ataque lo dieron sobre nuestras posiciones del centro, siendo rechazados; cargaron entonces sobre
nuestra ala derecha, intentando abrirse paso por allí; pero el teniente coronel Trujillo, después de algunos esfuerzos, logró
rechazarlos también. En el curso de la tarde continuaron haciendo intentos de apoderarse de algunas de nuestras posiciones,
siempre con el mismo resultado de verse obligados a replegarse.
A las 4 p. m. había logrado ya reunir en El Aguajito las fuerzas del coronel Ochoa, y ordené a este jefe emprendiera la marcha
hacia la vía del ferrocarril, para atacar al enemigo por su flanco derecho, pues el ataque por la retaguardia era peligroso, por la
formación que llevaba la columna federal, cuya retaguardia se extendía más arriba de Santa Rosa, y abandonando nuestras tropas
su ala derecha, los ponía en condiciones de apoderarse de las aguas de El Aguajito y entrar por el cañón de Santa Úrsula.
Llegaban ya las fuerzas del coronel Ochoa a la vía del ferrocarril, y como los ataques de los federales continuaban por el
frente, ordené a este jefe marchara con 400 hombres y 4 ametralladoras a reforzar al general Alvarado, con objeto de que éste
pudiera disponer de los elementos suficientes para cubrir mejor nuestra ala derecha, al oriente de Santa María, por donde
pudieran tener éxito los intentos del enemigo por escaparse. El coronel Ochoa emprendió la marcha a las 5:30 p. m.
A las seis de la tarde, y cuando había ordenado ya el ataque sobre el flanco derecho del enemigo, éste comenzó a movilizar
parte de su columna hacia Santa Rosa y a bombardear los cerros del Aguajito y los que quedan a la entrada del cañón de Santa
Úrsula, movimiento que me confirmaba en la idea de que trataban de apoderarse de dichas aguas.
Con extraordinario, ordené al coronel Diéguez, que se encontraba ya ocupando la Estación Ortiz, hiciera avanzar una fracción
de su columna a cubrir las aguas de San Alejandro. Al teniente coronel Félix ordené que con el resto de la columna de Ochoa
cubriera la cordillera desde el cerro de Maytorena hasta la entrada del cañón de Santa Úrsula, regresándome al Aguajito, donde
reuní las fuerzas que allí habían quedado, y con ellas cubrí los cerros que dan entrada a dicho aguaje, habiendo tenido que cubrir
personalmente una de las posiciones con mi Estado Mayor y escolta del Cuartel General; ordenándole al capitán Malo que
emplazara sus ametralladoras frente a la casa de Santa Rosa, adonde habían empezado a llegar los federales, como a las 8 p. m.
Una hora después, recibí un recado del general Alvarado, diciéndome que creía conveniente el ataque por la retaguardia, y
contesté explicándole los motivos que había observado y los que había yo ordenado.
Entretanto, los federales habían seguido haciendo esfuerzos por apoderarse de Santa María, habiendo dado un rudo ataque
sobre nuestro centro y ala izquierda, siendo vigorosamente rechazados con algunas pérdidas, hasta verse obligados a replegarse,
perseguidos por la 2.ª compañía del Cuerpo Auxiliar Federal y los cuerpos de Voluntarios del Río de Sonora, de Guaymas y
Zaragoza, que después de precipitarse sobre el frente del flanco derecho del enemigo, lograron desalojarlo de sus posiciones, que
ocuparon inmediatamente los nuestros.
Los asaltos de los federales sobre nuestras posiciones de Santa María continuaron hasta la 1 a. m. del 26, escuchándose ya
sólo disparos aislados.
A esa misma hora recibí un nuevo recado del general Alvarado, en que suplicaba se le enviaran fuerzas a reforzarlo, y le
contesté que desde las 5:30 había salido el coronel Ochoa con ametralladoras y 400 hombres y que de las demás tropas no podía
disponerse, porque ocupaban puntos muy importantes.
A las 3 a. m. ordené que todas las fuerzas que cubrían las posiciones del Aguajito hasta Maytorena, avanzaran
simultáneamente hacia la vía, movimiento que tardó en llevarse a cabo dos horas y media. Al efectuarlo, las fuerzas del teniente
coronel Félix hicieron 13 prisioneros y éstos declararon que la mayor parte de los federales había escapado durante la madrugada,
por el oriente de Santa María. Momentos después, recibí parte del general Alvarado, que confirmaba esta noticia, y
comunicándome también que el coronel Ochoa no había cumplido con mi orden de incorporársele, ni con las repetidas que le
había dado él, resultando, como consecuencia, que se escapara una gran parte de la columna federal. Inmediatamente emprendí la
marcha rumbo a Batamotal, con todas las tropas que estaban sobre la vía del ferrocarril, para ver si era posible cortar la retirada a
las fracciones federales que huían rumbo a Guaymas, llegando hasta Tres Gitos a las diez de la mañana, donde tuve conocimiento
de que el general Alvarado, obrando con toda actividad, había reunido las fuerzas de caballería del teniente coronel Trujillo y del
mayor Antúnez y emprendido una batida con rumbo a Cruz de Piedra. En El Águila ordenó que las fuerzas que llevaba se
dividieran en pequeñas fracciones para que recorrieran el valle. A esa hora se hallaba ya en El Águila el capitán primero Antonio
A. Galaz, que había estado en Cruz de Piedra y que tenía recogidos ya algunos prisioneros.
De Tres Gitos me regresé a Santa María, con mi Estado Mayor, ordenando a las fuerzas que había llevado continuaran su
marcha hasta acamparse en La Calera, con el fin de ir aproximando nuestras tropas a Guaymas.
Llegado que hube a Santa María, tuve conocimiento de que el teniente Jesús Ochoa, a quien desde el amanecer del día 26
había destacado el coronel Ochoa con 20 hombres rumbo al Oriente, había aprehendido al coronel federal Francisco Criapa, en
San Antonio de Arriba; jefe que fue conducido por el coronel Hay a Santa María y ejecutado a las 5 p. m. del mismo día.
A las 7 p. m. se incorporó al campamento de Santa María el general Alvarado, dando parte de que en la persecución que
emprendió sobre el enemigo, había logrado hacerle 270 prisioneros, aparte de 125 que había hecho el coronel Jesús Chávez
Camacho en Cruz de Piedra, y de multitud de mujeres y niños que también fueron recogidos por nuestras tropas. Entre los
prisioneros hechos por el general Alvarado, y los del coronel Chávez Camacho, figuran 12 oficiales que fueron pasados por las
armas inmediatamente después de ser aprehendidos.
El jefe yaqui Sibalaume, con sus fuerzas, se encargaba de aprehender a los federales que huían rumbo a la sierra, habiendo
hecho alrededor de 80 prisioneros.
Entretanto, las fuerzas que habían quedado en Santa María habían recogido 243 prisioneros, entre los cuales se hallaba un
mayor herido, que poco después falleció en nuestro hospital.
En la tarde del mismo día 26, hice un reconocimiento del campo abandonado por los federales, encontrando gran número de
muertos, entre los que estaban los cadáveres de dos coroneles, uno de los cuales era López; cañones, ametralladoras, carros
cargados con parque e impedimenta; un automóvil y multitud de objetos abandonados por el enemigo en su huida. Ordené desde
luego al coronel Hill nombrara al mayor Rivera Domínguez para que cuidara del campo y al teniente coronel médico P. D.
Escobar, en combinación con Rivera Domínguez, que procediera desde luego a levantarlo, incinerando los cadáveres y
trasladando el botín de guerra a Estación Maytorena, para ser embarcados por ferrocarril a Hermosillo.
El coronel Diéguez, en San Alejandro, había hecho algunos prisioneros, entre ellos un pagador, que entregó la suma de ocho
mil pesos, y un oficial, que fue ejecutado desde luego.
Al mismo jefe Diéguez libré orden para que avanzara por la vía del ferrocarril rumbo al Sur, dejando algunas fuerzas para que
continuaran la reparación de la vía.
En la mañana del 27, el Cuerpo de Voluntarios de Cananea y las 3.ª y 4.ª compañías de los Voluntarios de Cananea,
eficazmente dirigidos por el jefe de trenes, mayor Gutiérrez, terminaban la reparación del ferrocarril hasta Estación Maytorena,
donde se acampó la columna del coronel Diéguez, hasta las 8 a. m., en que llegué a dicha estación y ordené al citado jefe que
comenzara a movilizar sus tropas rumbo al Sur, y se acampara con su columna en la hacienda de El Pardo.
Esa misma tarde, el teniente coronel médico Escobar y el mayor Rivera Domínguez terminaban de levantar el campo, dando
cuenta: el primero, de que habían sido incinerados 300 muertos, incluyendo algunos jefes y oficiales; y el segundo de que se
habían recogido del enemigo: 9 cañones, con 2 000 proyectiles; 530 rifles; 5 ametralladoras; 190 000 cartuchos; 25 carros de
transporte, cargados con objetos diversos, entre ellos 4 cajas de fierro, máquinas de escribir, telémetros, teléfonos de campaña,
anteojos, equipajes de jefes y oficiales y gran número de artículos de menor significación.
Por nuestra parte, tuvimos que lamentar 2 oficiales y 25 de tropa muertos, y 2 oficiales y 28 de tropa heridos, según pormenor
adjunto.
También tengo el honor de acompañar una relación de los jefes y oficiales que tomaron parte en estos hechos de armas, que
una vez más han cubierto de gloria al Ejército Constitucionalista, y con orgullo hago constar que, a excepción de los que dieron
una nota discordante, como ha quedado relatado, todas las unidades que componen la brigada se portaron heroicamente, haciendo
especial mención del general Alvarado y el coronel Hill, quienes fueron los que rechazaron al enemigo, obligándolo a abandonar
su artillería y demás impedimenta; el coronel Diéguez que mostró, como siempre, durante todos los días del sitio, gran acierto en
sus disposiciones; el teniente coronel Trujillo, que supo batirse como valiente; el teniente coronel Acosra, que desafiando el
nutrido fuego de los federales en El Chinal, ocurrió a todas las posiciones ocupadas por nuestras tropas hacia el Oriente, mientras
el coronel Ochoa, con igual arrojo, concentraba la gente que cubría las del Norte, para emprender con ella la marcha que se habla
ordenado; el teniente coronel Urbalejo que como sabe hacerlo, se batió con todo valor en las posiciones frente a San Alejandro y
los diversos ataques que dieron los federales a Santa María; el mayor Manzo que con la bravura que acostumbra, rechazó a los
federales cuando intentaron apoderarse de las posiciones que ocupaba enfrente de San Alejandro el 4.º Batallón de su mando; el
mayor Rivera Domínguez, que se batió bizarramente; el mayor Fructuoso Méndez que, como ha quedado dicho, supo obrar
siempre con toda intrepidez; los mayores Lino Morales, Antúnez y García; el capitán Félix F. Romero y el subteniente Andasola,
de la columna Alvarado; los ayudantes de este general, capitanes Enríquez, Moreno y Gaitán; los capitanes Bustillos, Quiroz,
Buelna y García, de la columna Hill; el teniente Quiroga, ayudante del coronel Diéguez.
El telegrafista del campamento, señor Ángel M. Pérez, prestó muy importantes servicios, al igual que el mayor Gutiérrez, jefe
de trenes, cuya actividad es bien conocida.
También me permito hacer especial mención de los servicios prestados por el coronel Hay que, con toda eficacia, colaboró en
los movimientos que se llevaron a cabo, así como del mayor médico Carlos Hidalgo y Terán, quien empeñosamente impartió
valiosas atenciones a los heridos; y del teniente coronel Nicolás Díaz de León, jefe de mi Estado Mayor, y del cuerpo de oficiales
del mismo, compuesto por los capitanes Francisco R. Serrano, Benjamín M. Chaparro, capitán segundo José Méndez, y tenientes
Bernardo Félix, Aarón Sáenz y Lorenzo Muñoz, que estuvieron incansables en el cumplimiento de su deber.
Al enviar a usted mi calurosa felicitación por esta nueva victoria obtenida, reitero a usted las seguridades de mi subordinación
y respeto.
Sufragio efectivo. No reelección.
Campamento Maytorena, a 13 de junio de 1913.
El general en jefe. Álvaro Obregón.
Al C. general don Ignacio Pesqueira, Gobernador Interino del Estado. Hermosillo.
El desastre causado a Ojeda fue tan completo, que desde luego consideré que la toma de
Guaymas sería sumamente fácil si podíamos iniciar el ataque sobre aquella plaza esa misma
noche; y a este fin, llamé a los principales jefes para preguntarles el estado en que se encontraban
sus fuerzas, y si podríamos continuar el avance para emprender el ataque sobre Guaymas; pero
los jefes me manifestaron que las tropas estaban muy agotadas por las continuas fatigas que
tuvieron que sufrir durante el sitio y última batalla de Santa María; por lo que entonces encontré
preferible tomar algunas precauciones y acabar de levantar el campo para, después, hacer un
avance menos precipitado y atacar aquel puerto; ordenando que suspendiera su avance la
columna del coronel Ochoa, que ya lo había iniciado sobre Guaymas, sin orden de mi Cuartel
General; pues el coronel Ochoa, faltando a las disposiciones que se le habían comunicado, no
tomó parte en la batalla de Santa María y, cuando en la mañana se enteró del desastre de la
columna Ojeda, emprendió el avance con dirección a Guaymas, con su sola brigada, sin esperar
órdenes de mi Cuartel General, y sin que yo supiera qué intención animaba aquel movimiento.
Creo que hubo un error de parte mía con no haber hecho avanzar cualquier número de
fuerzas sobre Guaymas, aprovechando el pánico que se había apoderado de la guarnición al
conocer el desastre de Ojeda, que les iba siendo confirmado con colores más o menos vivos por
cada grupo de dispersos que, muriendo de hambre, de sed y de fatiga, llegaban a la plaza.
El día 27 de junio se inició la movilización de tropas sobre Guaymas, y el 28 empezamos a
establecer el sitio de aquel puerto.
Nos encontrábamos en estas operaciones cuando recibí, en Estación Moreno, una carta
firmada por el teniente coronel Eleazar C. Muñoz, jefe del 10.º, y perteneciente al ejército
federal, con quien había cultivado yo muy buenas relaciones durante el tiempo que milité
incorporado a la columna que comandaba el general Sanginés primero, y el general Miguel Gil
después. En esa carta me decía estar autorizado por el general en jefe, Pedro Ojeda, para entrar
en proposiciones conmigo y ofrecerme el reconocimiento de mi grado y algunas otras
concesiones, si yo estaba dispuesto a dejar la revolución para incorporarme al ejército federal.
Mi contestación al teniente coronel Muñoz fue la siguiente:
Campamento Constitucionalista en Estación Maytorena.Julio 10 de 1913. Señor teniente coronel Eleazar C. Muñoz. Campamento
Federal. Muy señor mío: He quedado impuesto de su nota que dice: Autorizado por el señor general en jefe hago esta
proposición: Véngase usted con su gente a nuestro lado y le será reconocido su grado de general, teniendo a su mando la gente
que a su grado corresponde, en la inteligencia que, para mayor seguridad, puede conferenciar con el mencionado general en jefe a
la hora que usted lo indique. No será quien milite en defensa de un Gobierno criminal quien ha estado dispuesto a sacrificar su
vida defendiendo la dignidad nacional; pero si por una monstruosidad me arrastrara a tal degradación, no me pondría bajo las
órdenes de un hombre que, sin ningunos conocimientos militares, ha llevado siempre a sus tropas al desastre y a la vergüenza,
para dejarlas luego abandonadas a la hora del peligro y a quien sólo conozco por la espalda, pues dondequiera lo he vencido, y
tengo la seguridad de vencerlo. Réstame sólo significarle mi pena porque usted, a quien aprecio, milite en un ejército que, por
pundonor nacional, no debía existir ya. Lo saludo atentamente. General Álvaro Obregón.
El sitio al puerto de Guaymas quedó establecido y fue haciéndose más efectivo día a día,
como se verá por el siguiente parte oficial que se inserta, relativo a las primeras fases de ese sitio.
Tengo el honor de poner en el superior conocimiento de usted que el día 27 de junio, después de librar las órdenes
correspondientes para que se terminara de levantar el campo en Santa María, y con el objeto de ir acercando nuestros elementos a
Guaymas, salí con mi Estado Mayor, la escolta del Cuartel General y una fracción de caballería de la columna Hill, de Santa
María para Tres Gitos, pasándome a Batamotal, de donde destaqué la citada fracción a Empalme, que acababa de ser evacuada
por el enemigo, y con mi Estado Mayor y la escolta, salí a las 3:30 p. m. para San José de Guaymas, llegando a este pueblo a las
cinco de ese día.
La fracción de caballería, destacada a Empalme, recogió 18 soldados federales que habían quedado dispersos, haciéndolos
prisioneros, y algunos objetos abandonados por el enemigo en su reconcentración a Guaymas.
En San José de Guaymas hallé una avanzada de las fuerzas del teniente coronel Trujillo, al mando del capitán primero
Antonio Loustaunau, a quien ordené procediera desde luego a ocupar con 25 hombres el cerro que queda frente a San José y que
se conoce por el antiguo Vigía. La ocupación se llevó a cabo a las 2 a. m. del 28, haciéndosele al enemigo 4 muertos y 12
prisioneros con armas y municiones, sin lamentar por nuestra parte ninguna baja.
Entretanto, hice avanzar nuestras fuerzas, que habían quedado extendidas desde Maytorena a Batamotal y La Calera, y a las
doce de la noche se incorporaban a la hacienda de El Pardo la columna Ochoa y parte de la del coronel Diéguez, llegando poco
después a San José de Guaymas el general Alvarado con parte de sus fuerzas.
Al amanecer del 28, ordené que marcharan dos compañías del 4.º Batallón a cubrir el cerro, que por la noche había ocupado
el capitán Loustaunau, al mismo tiempo que pasé con mi Estado Mayor a la cumbre de dicho cerro para observar desde allí las
posiciones del enemigo. Pareciéndome de importancia la ocupación de otro cerro (el de las Batuecas), que queda a la izquierda
del primero, destaqué al mayor Fructuoso Méndez con 150 hombres de su fuerza a ocuparlo, y tomó posesión de él a las 7 p. m.,
hora en que el enemigo destacaba algunas fuerzas para cubrirlo y las cuales fueron obligadas a replegarse.
El día 29 marché con algunos miembros de mi Estado Mayor al cerro ocupado por Méndez, con objeto de hacer un detenido
reconocimiento de las posiciones del enemigo. A mi llegada a las posiciones de Méndez se entabló un reñido tiroteo; y aunque
los federales abrieron y sostuvieron por algún tiempo nutrido fuego de fusilería, ametralladoras y artillería de grueso calibre de
mar y tierra, pude apreciar como a las 12 m. que los nuestros, con facilidad, hacían replegarse a los contrarios. No obstante,
ordené al mayor Méndez suspendiera su avance por ese lado y se mantuviera conservando sus posiciones con el menor gasto
posible de parque; pues deseaba antes reconocer minuciosamente las posiciones del flanco izquierdo del enemigo, para combinar
el avance simultáneo, reconocimiento que me proponía efectuar al día siguiente; pero a las 6 p. m., que regresé al campamento de
San José de Guaymas, caí en cama víctima de insolación y me fue imposible ya salir al campo de operaciones por algunos días.
Al dejar la cama tuve el honor de rendir a usted, el informe siguiente:
Ciudadano Gobernador Interino del Estado, general don Ignacio L. Pesqueira. Hónrome en dar a usted el siguiente informe
respecto del puerto de Guaymas: El día 27 de junio, a las 5 p. m., acompañado de mi Estado Mayor y escolta del Cuartel General,
llegué a este pueblo, donde encontré una avanzada de 50 dragones de nuestras fuerzas al mando del capitán Antonio Loustaunau,
ordenando que inmediatamente dicho capitán ocupara el cerro más grande que queda frente a este mismo pueblo, importante
posición que nos pondría en condiciones de hacer reconocimientos de las posiciones enemigas. El cerro fue tomado a las 2 a. m.
del 28, haciendo al enemigo algunas bajas y prisioneros. El mismo día 28, seguido de mi Estado Mayor subí al cerro citado y
pude ver la necesidad de ocupar otro que está al sureste de éste, frente a las Batuecas, y destaqué al mayor Fructuoso Méndez,
que lo ocupó a las 7 p. m. Al día siguiente me trasladé acompañado de mi Estado Mayor a dicho cerro, desde donde pude hacer
minuciosos reconocimientos de todas las fortificaciones de los federales, habiéndonos batido con su artillería, sin causarnos
daños, el vapor Tampico. Ese día, al regresar al campamento, caí en cama víctima de una insolación que me tuvo postrado cinco
días, durante los cuales, por el Oeste operaban, en combinación, los coroneles Diéguez y Ochoa, a quienes al caer en cama, di
órdenes de operar por aquel lado, a su propia iniciativa, para reducir al enemigo, estrechando el sitio que nos proponíamos cerrar;
cosa que se hizo sin tener que llevar a cabo ningún combate formal, pues sólo se registraron ligeros tiroteos; y el sitio quedó
establecido desde el día 3 del actual, habiendo quitado al enemigo las aguas de donde se abastece la población: la de San Germán,
la de las Batuecas y la de Bacochibampo que aunque no está en nuestro poder, nuestros fuegos impiden que se surtan de allí los
federales.
Desde entonces, he dado orden de que se conserven nuestras posiciones sin intentar ningún avance, hasta tener estudiado
debidamente el ataque general que, con los últimos reconocimientos que he hecho y con los datos tomados del general Alvarado,
quien con su Estado Mayor ha hecho también detenidos reconocimientos sobre las posiciones enemigas, creo tener bases para
estudiarlo y fundar mi opinión, que es la siguiente: el combate duraría cinco días con un gasto probable de 1 000 000 de
cartuchos y bajas en nuestras filas no menores de 200 hombres, sin que pudiéramos rendir ni hacer prisionera la guarnición de
Guaymas, porque tiene todo lo necesario para embarcarse en caso dado; tampoco podríamos recoger municiones al enemigo, por
el mismo motivo. Como el efectivo del enemigo se compone de 2 000 hombres bien atrincherados, y 3 buques de guerra, con un
total de 30 cañones y cerca de 3 000 unidades de combate, el éxito no es completamente seguro, aunque, dado el ánimo de
nuestra tropa, podríamos contar con un noventa por ciento de probabilidades de que la plaza cayera en nuestro poder. Ahora bien,
si se intenta tomar la plaza por asalto, las proporciones varían mucho, y en este caso, mi cálculo es el siguiente: el asalto duraría
20 horas, el consumo de cartuchos sería de 400 000 y bajas probables en número de 400, pudiendo hacer al enemigo gran
cantidad de prisioneros y capturar algún armamento y municiones; pero las probabilidades de éxito serían solamente un cincuenta
por ciento, y en caso de un revés, nuestras bajas no bajarían de 1 000, y el enemigo, con cualquier refuerzo que recibiera, podría
emprender su avance y estaríamos en condiciones poco favorables para destrozarlo; mientras que en la actualidad, con la mitad
de la brigada, es suficiente para tener la guarnición federal de Guaymas embotellada.Espero pues, en vista del informe que
antecede, se servirá librar sus respetables órdenes, y mientras tanto, continúan nuestras fuerzas en sus posiciones. Reitero a usted
mi atenta subordinación.
Sufragio efectivo. No reelección.
Campamento en San José de Guaymas, julio 7 de 1913.
El general en jefe. Álvaro Obregón.
Entretanto, el coronel Ochoa había logrado apoderarse del cerro de Bacochibampo; el coronel Diéguez ocupaba los cerros del
túnel, donde está el depósito de agua que abastece Guaymas, y que queda frente por frente del cerro de la Tortuga que ocupaban
los federales, y 200 hombres del general Alvarado y el mayor Méndez con sus fuerzas continuaban conservando toda la cordillera
que da frente a San José de Guaymas.
La artillería federal seguía funcionando diariamente, con ligeras intermitencias, sobre las posiciones ocupadas por los
nuestros y sobre los campamentos, pero sin causarnos daños. Las tropas federales, que ocupaban posiciones frente a las nuestras,
abrían también frecuentemente fuego de fusilería y ametralladoras, sin resultado.
El día 6, por la tarde, se intentó por los nuestros desalojar a los federales que ocupaban el fortín principal de su flanco
izquierdo, costándonos la muerte de un teniente del 5.º Batallón y la herida del capitán Mariñelareña que mandaba en el asalto
una sección de dinamiteros. También murieron en ese intento un sargento, un cabo y un soldado de los nuestros, sin que se
hubiera logrado el propósito de desalojar de allí al enemigo.
Para evitar estos sacrificios innecesarios, fue preciso reiterar con energía la orden de que nuestros soldados se concretaran a
mantener las posiciones inter se adoptaba el plan de ataque general.
La conservación de nuestras posiciones nos costaba alrededor de 15 000 cartuchos diariamente, pues el enemigo no cesaba en
sus fuegos y era preciso hostilizarlo, sin emprender por eso un ataque decisivo, porque, como queda dicho, no contábamos con
los elementos suficientes para darlo.
Con ese gasto de parque, y careciendo, como carecíamos, de reservas, la disminución de municiones era muy sensible, y si la
situación se prolongaba, como de hecho tenía que suceder, llegaríamos al agotamiento.
Durante los días de mi enfermedad, comisioné al general Alvarado para que hiciera frecuentes reconocimientos del enemigo,
y en cada uno de sus partes mostraba siempre lo difícil que le parecía, dadas nuestras condiciones de pertrechos, el ataque con
éxito a las posiciones federales.
Aliviado un tanto de mis males, volví a hacer reconocimientos desde los puestos avanzados, y mis nuevas observaciones me
confirmaban en la idea que ya había expresado, respecto a las condiciones para emprender el ataque definitivo, en el informe
rendido a usted con fecha 7.
Fue entonces cuando me permití telegrafiar a usted, haciéndole ver la necesidad de su presencia en el campamento, y de
acuerdo con mi indicación, llegó a San José de Guaymas el 8 de julio por la tarde. Tratamos el asunto verbalmente y, como final,
me manifestó usted que muy en breve llegaría un furgón de parque y, con esto, podríamos asegurar el asalto sobre el puerto.
Regresó usted al día siguiente, y por dificultades imprevistas en la introducción de municiones por la frontera, el parque
anunciado no llegaba aún el día 12.
La situación, sin ser tirante, no presentaba ventaja alguna para nosotros, pues he repetido que nos concretábamos a mantener
nuestras posiciones; porque todo intento de avance hubiera sido infructuoso, en tanto que los federales, teniendo expeditas las
comunicaciones por mar, se allegaban elementos de vida de la Baja California y otros puntos, resultando que sólo el pueblo de
Guaymas sufría las consecuencias del sitio, aminorándosele la ración de agua y careciendo de provisiones de boca. Y mientras
nosotros esperábamos ansiosamente el parque, el enemigo recibió un poderoso refuerzo de pertrechos y poco más o menos 600
hombres en los vapores Morelos y Pesqueira, según ha podido comprobarse con personas salidas posteriormente de Guaymas.
Reuní entonces a los jefes de las diferentes columnas que integran la brigada y les expuse la situación, el número de cartuchos
con que contábamos, el informe que había rendido a usted y mi plan de que, para suspender nuestro gasto de municiones, era
conveniente ampliar el semicírculo establecido alrededor de Guaymas, retirando algunos kilómetros nuestras fuerzas, adonde se
contara con mejores elementos, sin abandonar por eso la incomunicación por tierra que se ha tenido establecida a Guaymas, plan
que con aprobación aceptaron todos y se decidió ponerlo en práctica la noche del día 12 de julio, como se hizo.
Durante los quince días que duró el asedio a Guaymas, nuestras bajas sumaban, en junto, 9 muertos y 31 heridos, todos de la
clase de tropa, a excepción de los oficiales de que se ha hecho mención.
La columna del coronel Hill, dejando una fracción formada por las fuerzas del teniente coronel Trujillo que recorriera el valle
desde Batamotal hasta frente a San José de Guaymas, marchó a Cruz de Piedra y quedó acampada allí la misma noche del 12, con
avanzadas hasta la Bomba de Empalme; la columna Alvarado y la de Diéguez se acamparon en Maytorena, estableciendo
destacamentos y servicios de exploración en Tres Gitos, Batamotal y Empalme, y la columna Ochoa acampó en Santa María.
Al mediodía del 13 me trasladé a Batamotal, y pude cerciorarme de que las órdenes dictadas, como consecuencia de la
conformidad de todos los jefes, habían sido cumplidas fielmente, sin dar a conocer al enemigo ni indicios de las nuevas
posiciones que ocupábamos, pues todavía en la tarde de ese día y aún al siguiente, los federales continuaban sus fuegos de
artillería sobre las posiciones y campamentos abandonados por los nuestros.
Me es honroso reiterar a usted mi atenta subordinación y mis respetos.
Sufragio efectivo. No reelección.
Campamento en Maytorena, a 15 de junio de 1913.
El general en jefe. Álvaro Obregón.
Con los movimientos que se refieren en el final del parte transcrito, el sitio de Guaymas no se
levantó, y solamente se amplió el radio de nuestras líneas para tomar posiciones más
convenientes y evitar un inútil consumo de cartuchos, que no podríamos reponer, debido al
embargo que las autoridades norteamericanas tenían establecido a lo largo de la frontera, para
toda clase de pertrechos.
Con los refuerzos que Ojeda recibía, intentó algunos asaltos, sin que lograra desalojarnos de
las posiciones que habíamos tomado; y con este motivo, se registraban diariamente combates de
mayor o menor importancia.
LA REVOLUCIÓN EN SINALOA
El gobernador de Sinaloa, señor Felipe Riveros, que había reconocido a Huerta y que,
posteriormente, fue destituido y reducido a prisión por orden del mismo usurpador, había logrado
evadirse y obtener del señor Carranza se le reconociera como gobernador de Sinaloa, y por
aquellos días se dirigía a aquel Estado.
En Sinaloa, era jefe de las operaciones el general Ramón F. Iturbe, quien tenía su Cuartel
General en San Blas.
Los grupos que andaban levantados en armas en aquel Estado, eran ya numerosos, siendo los
principales jefes rebeldes los ciudadanos Mesta, Cabanillas, Rocha, Carrasca, Flores y algunos
otros.
Con el armamento y cañones quitados al enemigo, habíamos organizado ya una columna de
7 000 hombres aproximadamente, contando con una regular dotación de artillería.
Los acontecimientos de Guaymas habían tomado un cariz no muy favorable para nosotros;
pues las posiciones ocupadas por los nuestros eran magníficas, y Ojeda era impotente para
desalojarnos de ellas con los elementos que tenía en Guaymas; en cambio, los federales
ocupaban también muy buenas posiciones, de las que tampoco podríamos desalojarlos en caso de
intentar un ataque; y la prolongación de tal estado de cosas era de peligro para nosotros; porque
estando el enemigo en un puerto de mar y teniendo a su disposición barcos suficientes para
allegarse contingentes de refuerzo y toda clase de elementos de cualquiera de los puertos del Sur
en el Pacífico, que todos ellos estaban en poder de las tropas federales, podrían, en un momento
dado, hacer una poderosa reconcentración en Guaymas para formar una columna muy superior a
nuestros elementos y, entonces, su ofensiva tendría mayores probabilidades de éxito.
En consideración de todo ello, decidí activar las operaciones en el Estado de Sinaloa,
mandando hacia allá algunas de nuestras fuerzas para ver si lográbamos ocupar los puertos de la
costa de aquel Estado, que estaban sirviendo de base de aprovisionamiento a la guarnición sitiada
en Guaymas.
A mediados del mes de julio, Maytorena anunció su regreso al Estado para hacerse cargo
nuevamente del Gobierno.
Todos los jefes de alta graduación protestaron contra el regreso de Maytorena, exponiendo
que era indigna la conducta que éste había seguido en los momentos de prueba, huyendo
cobardemente al extranjero y llevándose los únicos doce mil pesos que existían en las cajas de la
Tesorería del Estado, siendo dichos jefes de opinión que no debería permitirse el regreso de
Maytorena.
Yo estaba enteramente de acuerdo en que la actitud de Maytorena lo hacía indigno de nuestra
confianza; pero no estaba de acuerdo en que nos opusiéramos a su regreso y lo desconociéramos
como Gobernador; porque él había obtenido del Congreso un permiso para separarse por seis
meses del Gobierno, y como su regreso lo hacía dentro del término de su licencia, toda
oposición, por nuestra parte, entrañaba un desconocimiento a los actos ejecutados por el
Congreso.
En la última decena de julio, tuvimos una junta en Nogales, a la que asistió Maytorena,
habiendo concurrido a ella el general Pesqueira, Gobernador Interino de Sonora; el general Hill,
el señor Roberto V. Pesqueira, el teniente coronel Plutarco Elías Calles, algunos otros jefes y yo.
En aquella junta, todos expresamos con absoluta claridad nuestra opinión con respecto al
pretendido regreso de Maytorena y se hicieron a éste cargos que ni siquiera intentó desvanecer,
limitándose a decir que él era el Gobernador Constitucional del Estado, y que si había
permanecido fuera del país, había sido en virtud de una licencia que el Congreso le concediera.
Yo manifesté a todos los jefes mi decisión de no oponernos al regreso del gobernador
Maytorena, mientras éste conservara la investidura constitucional que el Congreso le había dado.
En consecuencia, esa misma noche quedó resuelta la cuestión, acordándose que Maytorena
volviera a Sonora a hacerse cargo nuevamente del Gobierno del Estado.
Maytorena emprendió su marcha de Nogales a Hermosillo el día 31 de julio, y desde luego
que arribó a la capital surgieron dificultades entre él y el general Pesqueira, por cuestión de la
entrega del poder, habiéndoseme llamado violentamente por ambos, por cuyo motivo me trasladé
nuevamente a Hermosillo, llegando a dicha ciudad el día 3 de agosto.
Las dificultades entre Pesqueira y Maytorena quedaron solucionadas, y el último se hizo
cargo del Gobierno, empezando desde entonces su política criminal contra la Primera Jefatura y
contra la Revolución, apoyándose en los reaccionarios despechados que habían sido expulsados
del Estado por nosotros.
Las operaciones al Sur presentaban para nosotros enormes dificultades, debido al pésimo
estado en que había quedado la vía del ferrocarril, y debido, también, a la falta de material
rodante; pues teníamos apenas dos máquinas chicas del ferrocarril Kansas City México y Oriente
y una grande, cuyo número —207— he querido consignar, por el papel tan Importante que esta
locomotora desempeñó en la campaña.
Con objeto de extender nuestro movimiento hasta el Distrito Norte de la Baja California,
preparé una pequeña columna para que fuera a revolucionar a aquel territorio, dando la jefatura
de ella al coronel Luis S. Hernández, quien llevaba como subalternos al coronel Melchor T.
Vela, al teniente coronel Miguel Hernández, al mayor Gaspar R. Vela, al capitán Altamirano, al
teniente Manuel Montoya, y como 30 individuos de tropa.
Esta expedición salió de Hermosillo el día 18 de agosto de 1913, llegando hasta Estación
Santa Ana por ferrocarril, y haciendo allí el desembarque para seguir por tierra, por Altar,
Caborca, Sonoyta hasta río Colorado, que es el límite entre Sonora y el Distrito Norte de Baja
California, por donde debería internarse la expedición en aquel territorio. La expedición tuvo que
atravesar toda la parte desierta de Sonora, en que hay distancias hasta de 50 leguas de terreno
completamente árido y arenoso, siendo, por lo tanto, penosísima la travesía.
De la citada expedición sobrevivieron solamente unos cuantos, pues la mayor parte de los
que la formaban perecieron en los combates desiguales que tuvieron que librar contra las fuerzas
huertistas en Baja California.
Después de campaña tan penosa y desafortunada, se incorporaron a Sonora el jefe de la
expedición, coronel Luis S. Hernández, quien había resultado herido en uno de los combates, y el
coronel Melchor T. Vela, que fueron casi los únicos supervivientes de aquella expedición, pues
habían muerto el mayor Gaspar R. Vela, el teniente Montoya y casi todos los individuos de
tropa.
El señor Alfredo Breceda me avisó que el C. Primer Jefe venía haciendo una travesía por la
Sierra Madre, desde Durango, para salir al norte de Sinaloa; y como al mismo tiempo tuviera yo
conocimiento de que el general Ojeda había destacado de Guaymas una columna, al mando del
coronel Rivera, para desembarcar en Topolobampo y marchar a apoderarse de San Blas, Sinaloa,
lugar donde tenía establecido Iturbe su Cuartel General, y donde estaba también el gobernador
Riveros con los poderes del Estado, ordené se alistara una columna de 600 hombres para que
marchara al Sur a reforzar la plaza de San Blas.
Esa columna se puso en marcha en los primeros días del mes de septiembre, yendo a las
órdenes directas del coronel Hill, y, con ella, marché yo para encontrar al Primer Jefe, quien,
según últimas noticias, había cruzado ya la Sierra Madre, y caminaba con rumbo a El Fuerte,
población del Estado de Sinaloa.
En esta vez, como en todas aquellas en que las exigencias del servicio me obligaban a
retirarme de nuestros campamentos frente a Guaymas, quedaba al cuidado de las operaciones del
sitio el general Salvador Alvarado.
El camino se hizo tardado por los desperfectos que las lluvias ocasionaban en la vía, por cuyo
motivo frecuentemente tenía que detenerse nuestro convoy, hasta que, al fin, llegamos a San Blas
el día 13 de septiembre; quedando allí acampada la columna, en tanto que yo continué al día
siguiente mi viaje con dirección a El Fuerte, adonde había llegado ya el Primer Jefe con su
Estado Mayor y una escolta de 150 hombres.
A las cinco de la tarde del día 14, llegué a la estación del Fuerte, donde por primera vez tuve
el gusto de abrazar al Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, quien en seguida me presentó a
los miembros de su Estado Mayor.
De la estación nos dirigimos en coche a la población El Fuerte; y allí permanecimos esa
noche y el día siguiente, saliendo ya muy tarde para San Blas y tomando en el camino algunas
precauciones, porque de buena fuente se sabía ya que el enemigo estaba en Topolobampo y
avanzaba sobre San Blas.
El día 16 de septiembre llegamos a San Blas, a las ocho de la mañana.
Toda la guarnición estaba formada y los pocos habitantes de aquel pueblo se congregaron en
la estación a la llegada del Primer Jefe, haciéndole una cariñosa manifestación.
En San Blas permanecimos todo el día 16, y el 17 salimos para Hermosillo, llegando por la
noche a Navojoa, donde permanecimos todo el día siguiente y parte de la noche, continuando la
marcha para el Norte, hasta el campamento en Estación Cruz de Piedra, de donde, a caballo,
seguimos el viaje, rindiendo la jornada en hacienda Santa María, lugar donde fuimos recibidos
por el gobernador Maytorena y la comitiva que éste llevaba.
De hacienda Santa María seguimos a Estación Maytorena, donde estaban formando valla
todas las fuerzas de la guarnición, en honor del Primer Jefe, continuando luego hasta Hermosillo.
En Hermosillo fue objeto el Primer Jefe de la recepción más entusiasta que he presenciado yo
durante la Revolución.
Todas las manifestaciones de simpatía que el Jefe recibió en el trayecto desde Navojoa a
Hermosillo, fueron la expresión franca y sincera de un pueblo consciente, que sabe apreciar los
sacrificios de los hombres que le defienden su dignidad y sus derechos.
Cuando estaba para terminar la manifestación que se hacía al Primer Jefe en Hermosillo,
como muestra de regocijo por su llegada, él tomó la palabra para significar su satisfacción y
agradecimiento por la forma tan franca con que el pueblo de Sonora le manifestaba su adhesión y
simpatía, y al final dijo: —Desde esta fecha, queda nombrado Jefe del Cuerpo de Ejército del
Noroeste uno de los hijos de Sonora: general Álvaro Obregón.
Pocos días después de la llegada del Primer Jefe a Hermosillo, nos informó que el general
Ángeles venía de Europa a incorporarse a la Revolución; y con esta noticia todos sentimos
grande entusiasmo, pues sinceramente creíamos que Ángeles sería un elemento muy importante
en nuestro Partido.
Desde el día que dejo indicado, con la designación que hizo en mi favor el Primer Jefe, quedé
como Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste, comprendiendo la jurisdicción de mi Cuartel
General los Estados de Sonora, Sinaloa, Chihuahua y Durango y el Territorio de Baja California.
Por orden de la Primera Jefatura, empecé a activar las operaciones al Sur.
Ya con anterioridad se había hecho una regular remesa de cartuchos a Chihuahua, al entonces
general Francisco Villa, remisión que se encargó de hacer el señor Francisco Elías, y que fue
escoltada por el coronel Samaniego.
Se incorporó a Nogales el general Felipe Ángeles, habiendo sido yo uno de los primeros en
felicitarlo por su arribo a nuestro Estado; y pocos días después llegaba a Hermosillo, donde me
fue presentado por el Primer Jefe.
Poco más tarde, cuando ya había sostenido yo algunas conversaciones con el general
Ángeles, el Jefe me preguntó: ¿Qué le parece a usted el general Ángeles? A lo que contesté: No
he podido conocerlo todavía.
Se había librado ya la sangrienta batalla de Los Mochis, en que la columna del general Hill
(éste había ascendido ya a general por acuerdo del C. Primer Jefe) derrotó completamente a la
del coronel Rivera, que de Guaymas había sido destacado para recuperar San Blas. Entre las
bajas que sufrimos en esta batalla se contó, como una de las más lamentables, la muerte del
mayor Escajeda.
El general Iturbe, por su parte, había librado también una sangrienta batalla en el puerto de
Topolobampo, con muy buen éxito para nuestras armas.
Las operaciones en Sinaloa, después de aquellas victorias de las armas constitucionalistas,
entraron en un periodo de actividad por nuestra parte, para obtener el control de todo el Estado.
El general Martín Espinosa había pasado con una pequeña escolta a operar en el territorio de
Tepic.
La columna del general Hill, después de librar la batalla de Los Mochis, continuó bajo las
órdenes de dicho general, y éste, a las órdenes del general Iturbe, para atacar la plaza de Sinaloa,
una de las que el ejército federal consideraba inexpugnables.
El ataque de dicha plaza se llevó a cabo y, después de tres días de combatir sangrienta y
desesperadamente, la plaza cayó en poder de nuestras tropas; y entonces empecé a hacer
movilización de más tropas para reforzar los contingentes de Sinaloa, y elementos para
pertrecharlos, para tomar yo el mando directo de las operaciones y avanzar sobre la plaza de
Culiacán, capital de aquel Estado.
Las fuerzas que movilicé de Sonora, para dar empuje a las operaciones de Sinaloa, fueron las
de la columna Diéguez y 100 hombres del 4.º Batallón de Sonora, con las que marché,
habiéndonos incorporado a Bamoa el 24 de octubre; pasando en seguida a Sinaloa, donde se
encontraban los generales Iturbe y Hill.
Al asumir el mando de las operaciones de Sinaloa, nombré segundo en jefe al general Iturbe,
y continuamos nuestro avance hasta Guamúchil, donde los federales habían destruido por
completo un gran puente que está sobre el río Mocorito.
En aquella estación, recibí un telegrama de la Primera Jefatura comunicándome que había
sido designado el general Felipe Ángeles para el puesto de secretario de Guerra, en el Gabinete
del señor Carranza.
El concepto que yo había podido formarme de Ángeles, durante el poco tiempo que lo traté,
era tan malo, que creía honradamente que su nombramiento sería de consecuencias lamentables
para la Revolución, y juzgué de mi deber expresar al Jefe, con toda sinceridad, la mala impresión
que me causaba aquel nombramiento, e indicarle, en forma respetuosa, que todos los demás jefes
participaban de igual mala impresión, como lo demostraba el hecho de que los generales Hill y
Diéguez llegaron hasta a presentar solicitud para obtener su baja en el ejército. Con tal motivo, y
con previo permiso del Jefe, me trasladé a Hermosillo para tratar verbalmente el asunto, mientras
se reparaban las vías para continuar nuestro avance a Culiacán.
Una vez en la ciudad de Hermosillo, manifesté al Jefe, con toda claridad, la mala impresión
que el nombramiento de Ángeles había causado.
La primera impresión que causó mi actitud en este caso, fue, naturalmente, poco favorable
para mí; atribuyéndose a egoísmo de mi parte la inconformidad que manifestaba con la
designación hecha en favor de Ángeles; pero yo procuré convencer al Jefe de que el egoísmo no
me había aconsejado aquella protesta, y en apoyo de esta afirmación expuse, como argumento, el
hecho de haber estado yo subordinado a Maytorena desde que éste regresó a Sonora, no obstante
de que tenía yo la convicción de la cobardía de Maytorena, con la agravante de subordinar él, a
su sed de oro, todo principio de honor; sin embargo de lo cual yo me había resignado a ser su
subordinado, sólo porque tenía él la investidura de Gobernador Constitucional; y que, por
consiguiente, ningún mezquino sentimiento podía rebelarse en mí con subordinárseme a un
hombre de los conocimientos militares del general Ángeles, máxime cuando yo no tenía
ningunos, sirviendo como militar sólo por causas ajenas a mi voluntad.
El Jefe me interrogó sobre los motivos que yo tuviera para estar en pugna con la exaltación
de Ángeles a aquel puesto de confianza, y yo contesté con estas frases:
Cuando he conversado largamente con Ángeles, he podido descubrir, con pena, que economiza mucho la verdad y que cada
palabra que pronuncian sus labios la ha meditado antes su cerebro; y como la verdad no se discurre, se expresa, creo haber
descubierto en este hombre la idea fija de no dejarse conocer; y el hombre que procura que no se le conozca íntimamente, es
porque oculta algo que no debe favorecerle mucho... Lo bueno procura uno exhibirlo; lo malo todos procuramos ocultarlo.
El Jefe me explicó que el papel de Ángeles sería limitado y que todas las órdenes emanarían
de la Primera Jefatura.
Protesté al Jefe hacer todo esfuerzo por disipar el desaliento que entre los jefes de la
Revolución había causado el nombramiento de Ángeles; me despedí y me trasladé a mi tren,
emprendiendo la marcha a la plaza de Sinaloa adonde me incorporé al día siguiente.
Desde luego expliqué a los jefes mi conferencia con el señor Carranza y éstos convinieron en
retirar su solicitud de baja, y las operaciones sobre Culiacán siguieron activándose.
Como en el parte oficial rendido acerca de las operaciones llevadas a cabo para la toma de
Culiacán figuran los movimientos hechos desde Bamoa, me limito a copiar íntegro a
continuación dicho parte.
Tengo el honor de comunicar a usted que siguiendo las instrucciones que verbalmente se sirvió darme en esa capital, emprendí la
marcha hacia este Estado con la columna Diéguez y 100 hombres del 4.º Batallón de Sonora, habiéndome incorporado a Bamoa
el 24 de octubre, pasando personalmente a la ciudad de Sinaloa, donde se encontraban el general Iturbe y el general Hill con su
columna. Desde luego tomé el mando de las fuerzas de Sonora y Sinaloa, quedando como segundo jefe el C. general Iturbe, a
quien di órdenes para que al siguiente día la columna Diéguez continuara su marcha, en el mismo tren en que venía, hasta el río
de Mocorito, frente a la estación de Guamúchil. El puente del ferrocarril sobre este río se halla destruido, pues los federales le
prendieron fuego en tres partes, quemándose largos tramos, y ordené que con toda actividad se procediera a su reparación,
quedando comisionados para dirigir los trabajos el C. mayor, jefe de trenes militares, J. L. Gutiérrez, bajo las órdenes del C.
general Diéguez, cuya gente sería la que trabajara.
El 29 de octubre quedó terminado el nuevo puente que hubo de construirse, y esa misma noche pasó hacia el Sur el tren
militar de la columna Diéguez, acampándose en Guamúchil. Ordené entonces la incorporación a esa misma estación del general
Hill y de las fuerzas sinaloenses que se encontraban en la ciudad de Sinaloa.
En Guamúchil se encontraba ya el 3.er Regimiento de Sinaloa, comandado por el C. general Blanco, y di órdenes para que éste
avanzara hacia el Sur, practicando reconocimientos, a fin de asegurar nuestros movimientos.
En la mañana del 31 se incorporó el general Hill a Guamúchil y ese mismo día di órdenes al general Iturbe para que
dispusiera que el 1.º y el 2.º regimientos de Sinaloa, que se hallaban respectivamente en Angostura y Mocorito al mando de los
coroneles Gaxiola y Mezta, marcharan a la hacienda de Pericos.
De Guamúchil me puse en comunicación con el general Mariano Arrieta, que se encontraba en un lugar cercano a Culiacán,
dándole órdenes de que permaneciera inactivo hasta recibir nuevas instrucciones. También tomé contacto con el mayor
Herculano de la Rocha y, por conducto del general Iturbe, le di órdenes para que se incorporara también a Pericos.
Había al sur de Guamúchil algunos otros puentes quemados, aunque no de gran significación, y el general Diéguez continuó
la reparación de ellos, logrando pasar los trenes hasta Estación Retes, en la mañana del 3 del actual.
El 4 se continuó la marcha hasta Estación Caimanero, previa reparación de pequeños puentes quemados y haciéndose avanzar
las fuerzas de caballería por el camino carretero, y en tren las de infantería.
Di instrucciones al general Iturbe para que procediera a disponer que el general Blanco, con 40 hombres de caballería,
marchara de Caimanero a las 5 p. m. del mismo día 4 a apoderarse de Limoncito, estación del Ferrocarril Occidental entre
Navolato y Altata, de donde debería marchar a Navolato y atacar la plaza.
En la tarde del mismo día 4 marché con todas las fuerzas hasta Estación Culiacancito, en dos trenes militares, yendo el resto
pie a tierra. Terminaron de incorporarse las tropas a dicha estación, a las diez de la noche e inmediatamente di órdenes para que a
las 3 a. m. del 5 estuviera lista toda la gente para emprender la marcha a Estación San Pedro, distante 16 kilómetros de Culiacán,
sobre la vía del Ferrocarril Occidental.
Me incorporé con todas las fuerzas a San Pedro, a las ocho de la mañana del 5, y poco después recibí parte del general
Blanco, por conducto del general Iturbe, de que se habían apoderado de la plaza de Navolato, después de dos horas de combate
esa misma mañana, haciendo al enemigo que la defendía 11 muertos y 23 prisioneros, contándose entre los primeros el capitán
federal Contreras, jefe de la guarnición; sin ninguna pérdida por nuestra parte. Comunicaba también que en el Limoncito se había
apoderado del tren que hacía el servicio entre dicha estación y Altata.
A las nueve de la noche, después de librar las órdenes correspondientes para emprender la marcha la mañana siguiente,
trasmití un telefonema al agente consular de los Estados Unidos en Culiacán, en que poco más o menos dije lo siguiente:
Me permito notificar a usted, suplicándole que a su vez lo haga con todos sus nacionales y, si es posible, con los demás
extranjeros residentes en esa capital, que deberán salir de ella en un plazo de 24 horas, contadas desde el recibo de este
telefonema; en el concepto de que cualquier perjuicio que reciban al ser atacada esa plaza, no siendo en sus personas, estamos
dispuestos a repararlo.
Otra nota dirigí al comandante federal de la plaza, invitándole a que permitiera la salida de todas las familias y personas no
combatientes, para librarlas de las consecuencias del ataque. Ninguna de estas notas fue contestada, y quedó interrumpida la
comunicación con Culiacán.
En la madrugada del 6 emprendí la marcha con las fuerzas a Bachihualato, de donde destaqué al teniente coronel Antonio A.
Guerrero con el capitán segundo Aarón Sáenz y el teniente Jesús M. Garza de mi Estado Mayor, y la escolta del Cuartel General
al mando del capitán segundo Fernando F. Félix, a practicar un reconocimiento hasta las cercanías de Culiacán, regresando
después de reconocer las posiciones del enemigo, rindiendo parte detallado de ellas.
En la tarde del mismo 6 se incorporó al campamento de Bachihualato el general Arrieta, con una escolta, dando parte de que
sus tropas se encontraban en El Barrio, o lado oriente de Culiacán, listas para entrar en acción. Se incorporó también el mayor
Herculano de la Rocha con 60 de tropa.
De Bachihualato emprendí la marcha para Palmito a la mañana siguiente, llevando la vanguardia las fracciones de caballería
que mandaban los capitanes Candelario Ortiz y Alejandro de la Vega, quienes desde Caimanero se habían incorporado a la
columna, prestando importantes servicios en exploraciones y reconocimientos.
Por la vía telefónica, pues había hecho reparar la línea hasta cada campamento que íbamos estableciendo, recibí parte del
general Blanco, en que comunicaba haber tomado posesión de puerto de Altata, que fue evacuado por los federales cuando
sintieron su aproximación. En Altata se capturaron mercancías por valor aproximado de sesenta mil pesos. Di entonces
instrucciones al general Blanco para que procediera con toda actividad a la reparación del puente de Limoncito, a fin de pasar el
tren que estaba en dicha estación.
El general Arrieta regresó a su campamento de El Barrio, después de haberle sido entregados 31 000 cartuchos para dotación
de sus fuerzas.
Procedí en Palmito, que dista un kilómetro de Culiacán, a tomar posiciones, y al establecimiento de puestos avanzados y de
vigilancia, ordenando que, con las debidas precauciones, se acamparan nuestras fuerzas. El general Iturbe, con el celo y actividad
que le son reconocidos, cuidaba empeñosamente del exacto cumplimiento de las disposiciones.
El Cuartel General quedó establecido en la casa de Palmito, a una distancia de más o menos 1 000 metros de los fortines
federales, y a una no mayor de 3 kilómetros de las trincheras en que el enemigo tenía emplazada su artillería.
Acompañado de los generales Iturbe y Diéguez, de los miembros de mi Estado Mayor, de los mayores Mérigo y Breceda y de
la escolta del Cuartel General, hice un reconocimiento por la loma que queda frente a Culiacán y entre esta plaza y Palmito,
estableciendo una cadena de tiradores sobre ella, de Norte a Sur, con fuerzas del general Diéguez. Continuamos nuestro
reconocimiento, buscando el sitio más apropiado para emplazar nuestras piezas de artillería, y fue designado un lugar dominante
a la vez sobre la población y sobre la capilla de Guadalupe, en cuya loma los federales tenían sus principales posiciones. Di
órdenes al general Diéguez para que se abriera una brecha por donde conducir las piezas, sin que el enemigo se apercibiera de
ello, trabajo que se emprendió desde luego y regresé al Cuartel General sin que los federales nos hicieran más fuego que una
descarga cuando estábamos al descubierto, en observación, sobre la casa de la sección ferrocarrilera de Palmito.
En la tarde del mismo día 7, acompañado también de mi Estado Mayor, de los generales Iturbe y Diéguez y del mayor
Breceda, y con la escolta del Cuartel General, marché por las lomas que son continuación de las que habían sido exploradas por
la mañana y que quedan al sureste del sitio en que estaba establecido el Cuartel General, hasta ponernos a la vista de las
fortificaciones federales de la capilla de Guadalupe, pudiendo notar en este reconocimiento que los federales tenían algunos
fortines en lo alto de cada una de las lomas que circundan la de la capilla.
Volví en la mañana del 8, acompañado de los mismos jefes y del teniente coronel Manzo, a practicar un nuevo
reconocimiento sobre las lomas recorridas en la tarde anterior, hasta fijar con precisión las posiciones enemigas. En este
reconocimiento fuimos acompañados por el señor gobernador Riveros.
Teniendo ya conocimiento exacto de las posiciones que ocupaban los federales, dispuse un plan general de ataque sobre la
plaza y reuní a todos los jefes, por la tarde del mismo día 8, a fin de dárselos a conocer; y todos estuvieron conformes con él,
apoyándolo. Los jefes que estuvieron presentes, fueron: el señor Gobernador, general Felipe Riveros; los generales Ramón F.
Iturbe, Manuel M. Diéguez y Benjamín Hill; coroneles Claro Molina, Manuel Meztas y Macario Gaxiola; tenientes coroneles
Miguel M. Antúnez, Francisco R. Manzo, Gustavo Garmendia, Carlos Félix, Antonio A. Guerrero y Antonio Norzagaray y
mayores Emilio Ceceña, Alfredo Breceda, Juan José Ríos, Esteban B. Calderón, Camilo Gastélum, Juan Mérigo y Pablo Quiroga.
El general Iturbe propuso que se modificara el plan general en el sentido de que por el frente, o sea por la derecha del
Ferrocarril Occidental y en línea paralela de ésta, atacaran las fuerzas de los coroneles Meztas y Gaxiola, proposición que desde
luego fue admitida, quedando definitivamente el plan de ataque, de la manera siguiente:
Las tropas que operaban en los alrededores de Culiacán quedarían divididas en 5 columnas, como sigue: columna al mando
del general Diéguez, compuesta de la segunda columna expedicionaria de Sonora y 300 hombres del general Arrieta; 1.ª Columna
Expedicionaria de Sonora, al mando del general Hill; Columna de Durango, al mando del general Arrieta, compuesta de las
fuerzas de aquel Estado que comanda este general, excepción de los 300 hombres que se incorporarían al general Diéguez;
fracciones del 1.º, 2.º y 3.er regimientos de Sinaloa, al mando del general Blanco; fracciones del 1.º, 2.º y 3. er regimientos de
Sinaloa, que militan como infantería, bajo las órdenes del coronel Gaxiola. Independiente de estas columnas operaría la sección
de artillería al mando del C. mayor Juan Mérigo, bajo las órdenes directas del Cuartel General, quedando, como sostén de ellas,
las fuerzas del mayor Herculano de la Rocha.
El asalto deberían iniciarlo las columnas Arrieta, Hill y Gaxiola a las 4 a. m. del día 10, en el siguiente orden: la Columna
Arrieta emprendería el asalto sobre la línea oriente de la población, desde el río Tamazula hasta el Panteón Nuevo, reforzando
especialmente las posiciones que quedan frente al camino para Mazatlán; la Columna Hill asaltaría por el oeste de la plaza,
llevando como objetivo desalojar al enemigo, que estaba fortificado sobre la vía del Ferrocarril Sur Pacífico; la Columna Gaxiola
atacaría por el Suroeste, penetrando por la colonia Almada y llevando como objetivo desalojar al enemigo de la vía del
Ferrocarril Occidental e interceptar el paso entre la ciudad y la capilla de Guadalupe. Los movimientos de estas dos últimas
columnas los dirigía personalmente el general Iturbe.
Cuando la luz del día permitiera fijar puntería, se abriría fuego con dos piezas de montaña sobre la capilla de Guadalupe, y la
Columna Diéguez emprendería el asalto sobre esas posiciones, para lo cual debería quedar colocada, desde la misma noche del 9,
en la forma siguiente: una fracción de sus fuerzas en la loma inmediata a la de la capilla, que queda al poniente de ésta, y que
personalmente habíamos reconocido el día anterior, cuya fracción debería fortificarse en dicha loma para que desde allí abriera
sus fuegos a la hora indicada, protegiendo el avance de la que emprendería el asalto; ésta quedaría en el lugar conveniente para
que a la hora señalada emprendiera el avance sobre la loma, continuación de la que ocupa la capilla.
El número de gente que integrarían estas fracciones quedó al criterio del general Diéguez, y el objetivo de toda su columna
sería apoderarse de la capilla.
El general Blanco quedaría como reserva para reforzar la línea de fuego en caso necesario o emprender la persecución del
enemigo, excepción de 50 hombres que, de su columna, se destacaron en la tarde del 9 sobre el camino de San Antonio y Tierra
Blanca, donde harían demostraciones para llamar la atención del enemigo.
Las dos piezas de artillería de batalla quedarían emplazadas frente a la casa de la estación de Palmito, hacia el río, y harían
fuego sobre la capilla de Guadalupe o las posiciones federales de la población, según fuera ordenado, y los cañones Sufragio y
Cacahuate dirigirían sus fuegos sobre las trincheras enemigas de la vía del ferrocarril.
El Cuartel General continuaría establecido en la casa de Manuel Clouthier, en que se encontraba. Todas las fuerzas que
entrarían en el asalto deberían ir sin sombrero, y se ordenó a los jefes y oficiales recomendado de una manera especial a sus
subalternos, por haber sido la única contraseña que se adoptó en el ataque.
Todos los jefes de columna, excepción del general Arrieta, rendirían parte al Cuartel General cada dos horas, y el general
Arrieta lo haría cada tres.
A medida que nuestras fuerzas fueran avanzando y tomando posiciones, colocarían en cada una de ellas un asta con un
sombrero en el extremo superior, de manera que fuera fácil distinguirlo desde lejos.
Todos los jefes deberían reunir el día 9 a sus oficiales, previniéndoles que quedaba bajo su estrecha responsabilidad cualquier
desorden que se cometiera por las fracciones de fuerzas a su mando, al tomar la plaza, quedando autorizados para obrar con toda
energía y emplear los medios que fueren necesarios para evitarlo.
Estas disposiciones fueron entregadas por escrito, acompañándose un plano de esta capital, a cada uno de los jefes de
columna, y se publicaron en la Orden General del 9 al 10 de noviembre.
En la mañana del 9, el general Diéguez comenzó a movilizar sus fuerzas con objeto de tomar las posiciones que prevenían el
plan de ataque y a fin de alistarse a emprenderlo en su oportunidad. Las fuerzas de la Columna Hill formaron en una larga cadena
de tiradores desde las orillas del río hasta frente a la casa de la Sección.
Intempestivamente, y como a las 9:30 de la mañana, se dejó oír en el campamento un nutrido fuego de fusilería en dirección
al lugar fijado para el emplazamiento de la artillería. Inmediatamente salí a caballo, acompañado de mi Estado Mayor al sitio en
que el fuego era más nutrido, y donde se encontraba ya el general Iturbe; en tanto que sobre algunas de nuestras posiciones y
sobre el campamento mismo caía una verdadera lluvia de proyectiles. Pude, desde luego, observar que en el terreno mismo,
ocupado por los nuestros, se luchaba en confusión, hasta cuerpo a cuerpo, entre federales y nuestros soldados. Allí me sentí
herido en una pierna. Algunos soldados de artillería se presentaron con 3 ex-federales prisioneros, cogidos cuando éstos se creían
entre los suyos, y lanzaban vivas al 8.º Batallón.
Casi una hora duró el fuego cerrado, en aquella confusión, al cabo de la cual se me dio parte de que los federales se habían
apoderado de dos cierres de las piezas de batalla que aún no habían sido emplazadas, y estaban sin el retén correspondiente, en
camino para el sitio que se había acordado para su emplazamiento. Los federales, en número de 150, salieron por la mañana a
practicar un reconocimiento por entre el monte espeso; y cuando, sin esperarlo, se vieron dentro de nuestra línea, haciendo
esfuerzos por reconcentrarse a la plaza, abrieron el fuego nutrido de que he hablado, yendo por casualidad, en retroceso, a parar
al lugar en que se encontraban las dos piezas sin sostén, de lo que se aprovecharon para quitar los cierres. Pasaron en seguida por
donde estaban las otras dos piezas debidamente escoltadas, y allí sintieron el empuje de nuestros bravos soldados que los hicieron
continuar de huida su reconcentración a sus posiciones, haciéndoles 6 muertos, que unidos a 18 que se recogieron en otros
lugares, suman 24 muertos los que los federales dejaron en su huida, y 29 prisioneros que quedaron en poder de los nuestros.
Todavía en la tarde, fue traído de San Pedro un ex-federal de los llamados voluntarios, que se presentó en dicho pueblo y
manifestó que aprovechando la confusión que reinó entre los federales, al verse entre los nuestros, pudo escaparse, y refirió
detalladamente el extravío que sufrieron y fue causa de ir a dar, por verdadera casualidad, al lugar en que estaban los cañones.
Nosotros lamentamos ese día la muerte de 6 soldados, tres de ellos de artillería y los otros tres de las fuerzas del coronel
Meztas, que había ocurrido con toda prontitud al lugar en que se desarrollaron los hechos, y un oficial de artillería y 3 soldados
más, heridos.
Al regresar al campamento, y a pesar de que sentía mi pierna inmóvil, pude ver que la herida que había sufrido no era de
importancia, pues la bala se había atravesado, sin penetrar, quizá por haber chocado antes en algún objeto. El mal se reducía sólo
a un golpe que produjo la inflamación de la pierna.
Di órdenes para que el 4.º Batallón, al mando del teniente coronel Manzo, cubriera la línea frente a las casas de Palmito,
prolongando la cadena de tiradores de la Columna Hill. Continuando la línea del 4.º, fueron colocadas las fuerzas de los coroneles
Meztas y Gaxiola. Ordené también que fueran retirados los dos cañones que habían quedado sin cerrojos, y procedí a tomar el
dispositivo de combate, modificando el plan en lo que era preciso con la pérdida sufrida en la artillería, por la mañana. El mayor
De la Rocha, que aún no se había hecho cargo de custodiar la artillería, pasó a reforzar las posiciones del coronel Meztas.
Recibí a la sazón comunicación del general Blanco, por teléfono, en que decía que se avistaba en Altata un buque de guerra.
Pedí mayores datos, y resultó ser el Morelos, que pretendía desembarcar las tropas que traía a bordo, y hasta logró poner en tierra
una fracción. Como debía destruirse la partida de federales que viniera con esa dirección, ordené al general Blanco, por conducto
del general Iturbe, que dispusiera sus tropas para batirla, retrocediendo de Altata y haciendo a los federales que se internaran por
tierra a la mayor distancia posible del puerto, sin presentarles combate, hasta hacerlos llegar al lugar que se le designara. Para
asegurar el éxito en estas operaciones, suspendí el ataque sobre la población sin levantar, por esto, el sitio.
Comunicó el general Blanco que los capitanes Ortiz y Tiburcio Morales habían marchado con 80 hombres hasta frente al
Robalar, vipilando la costa y logrando descubrir una partida de federales que hablan desembarcado por aquel rumbo, a la que
tirotearon y obligaron a replegarse inmediatamente, reembarcándose.
Dirigí, ese mismo día, una comunicación al general Arrieta, dándole instrucciones para que dejara 500 de sus hombres en las
posiciones que tenía ocupadas por el oriente de la población, y que el resto de sus fuerzas se reconcentrara al campamento de
Palmito, y en la noche del mismo 9, cumplimentando esta disposición, se incorporó al campamento.
El general Blanco, entretanto, continuaba con toda actividad la reparación del puente de Limoncito, operación que era de gran
interés para poder disponer del tren a fin de utilizarlo en conducir provisiones al campamento.
Durante el día 10, nuestras fuerzas conservaron las posiciones que habían tomado, y por la noche del mismo día, el enemigo
pretendió echarse sobre la cadena de tiradores, formada por tropas del coronel Meztas, frente a la Casa Redonda, siendo
rechazado vigorosamente.
El Morelos, en tanto, continuaba bombardeando la playa, pero sin que las tropas que había desembarcado se atrevieran a
internarse en tierra.
Por conducto del general Iturbe, el día 11 recibí parte del general Blanco en que comunicaba que el enemigo había procedido
a reembarcarse en Altata, y no siendo ya necesaria la presencia del general Blanco en la costa con toda su gente, ordené que
dejara sólo 50 hombres al mando del capitán Tiburcio Morales en los alrededores de Altata y, con el resto, emprendí por tren la
marcha a Palmito, pues había terminado ya la reparación del puente.
En la tarde del mismo día 11, hablé con el general Iturbe para que comunicara instrucciones a todos los jefes de columna, a
fin de que en la madrugada del 12 se emprendiera el ataque sobre la plaza en las mismas condiciones que las fijadas en el plan
comunicado para el día 10, por lo que se refería a las fuerzas de los generales Hill y Diéguez y coroneles Gaxiola y Meztas;
quedando el general Arrieta con la tropa que tenía en Palmito como reserva, y las fuerzas de este mismo general que quedaron en
El Barrio conservando las mismas posiciones.
A las 5 a. m. del 12 nuestras fuerzas emprendieron su avance simultáneo sobre las posiciones federales, entablándose un
combate reñido, logrando los nuestros apoderarse de las trincheras enemigas que quedaban a su frente, siendo de las principales:
los fortines de la Casá Redonda, que fueron ocupados por las fuerzas de los coroneles Gaxiola y Meztas, teniente coronel Félix y
mayor De la Rocha. Por la izquierda de estas posiciones avanzaron fuerzas del teniente coronel Félix, al mando de los tenientes
Crescencio Limón y Ramón Inzunza, que se apoderaron de las posiciones de la Bomba, sobre la vía del ferrocarril, lamentando la
muerte del teniente Inzunza. El teniente coronel Antúnez avanzó con sus fuerzas hasta desalojar al enemigo de las posiciones que
ocupaba por el lado del canal y La Ladrillera, tomando posesión de ellas. Por el lado del puente, las mismas fuerzas cargaban
valientemente sobre el enemigo, pero por las condiciones ventajosísimas en que se encontraba, no fue posible desalojarlo. El
teniente coronel Antúnez resultó herido de un hombro, muy cerca de la clavícula izquierda, y se negó a retirarse de la línea de
fuego, continuando al frente de sus tropas, tan luego como se le hizo la primera curación.
A la misma hora, se incorporó al campamento, en un tren militar, el general Blanco con sus fuerzas, y en seguida se ordenó su
avance en el mismo tren hasta adelante de la casa de la Sección, protegido por fuerzas del coronel Meztas, al mando del mayor
Emilio Ceceña. Serían como las once de la mañana cuando, por falta de agua en la locomotora, se ordenó que retrocediera el tren,
habiendo hecho todos estos movimientos bajo un fuego nutridísimo de los federales, que nos ocasionó algunos heridos a bordo
del tren, entre ellos el capitán Francisco Moncayo.
Mientras se desarrollaban estos acontecimientos por el frente e izquierda, el general Diéguez había emprendido también el
avance por la derecha, destacando al 4.º Batallón a apoderarse de uno de los fortines que quedaban frente a la capilla, y al 5.º
Batallón al asalto de otro fortín, que era el principal de los que tenía al frente la capilla. El fuego se había entablado desde luego
muy nutrido, y como a las nueve de la mañana que llegaba el 5.º Batallón al fortín con su jefe, el teniente coronel Gustavo
Garmendia, a su frente, desalojando, en una lucha encarnizada, a los federales que se hacían fuertes en él; cayó Garmendia herido
en una pierna por bala expansiva, que le produjo una intensa hemorragia, y a pesar de haber sido desde luego ligado fuertemente
y sacado del sitio en que con tanta bizarría se batía, sobrevino la muerte en medio de una serenidad que impresionó a los
presentes, y antes de que pudiera llevársele a un lugar en que se le impartieran auxilios médicos. Su cadáver fue conducido al
Cuartel General, donde se le hicieron guardias de jefes y oficiales, y a la mañana siguiente fue trasladado a Navolato, dándosele
sepultura con los honores debidos.
Por la tarde, a las 4, cuando la fracción del 5.º que quedó resguardando el fortín se encontraba debilitada por haberse
destacado gente a proveer de agua y provisión de que se había carecido todo el día, resintiéndose especialmente la falta de la
primera, fueron sorprendidos los nuestros y desalojados del fortín por una numerosa tropa federal. En la resistencia hecha por el
5.º Batallón resultó herido en un ojo el mayor Esteban B. Calderón, que había quedado como jefe accidental del cuerpo. Esa
fuerza se vio obligada a replegarse, parte al campamento y parte a las trincheras que tema el resto de la columna del general
Diéguez.
El mismo general Diéguez destacó una compañía del Cuerpo de Voluntarios de Cananea a reforzar al 4.º Batallón, que desde
la mañana siguiente se batía bizarramente, disputando al enemigo el magnífico fortín de que estaba apoderado, sufriendo la
herida del capitán primero Cenobio Ochoa y uno de tropa. En la tarde fue preciso reconcentrar esa gente al campamento, en
virtud de que se le agotó por completo la dotación de parque que llevaba.
Un nuevo empuje dio el general Blanco con sus fuerzas, por la tarde, posesionándose de algunas trincheras, que no abandonó
más, a pesar de las frecuentes y bravas tentativas que hicieron los federales por desalojarlo.
Por la noche, los federales cargaron con ímpetu sobre las posiciones ocupadas por los nuestros, sin conseguir que
retrocedieran un palmo, pues tanto los coroneles Meztas y Gaxiola; el general Blanco y el mayor De la Rocha, que desde que
lograron apoderarse de las trincheras que ocupaba el enemigo entre la capilla, la Casa Redonda y la vía del ferrocarril, estuvieron
inconmovibles, como los tenientes coroneles Félix; y Antúnez, de las fuerzas del general Hill, que habían tomado posiciones
desde la Casa Redonda hasta la Bomba y el canal, no fueron movidos de los puntos que ocupaban.
En la misma noche, el general Diéguez, con fuerzas de Cananea y otras fracciones de su columna, usando especialmente
bombas de dinamita, logró desalojar al enemigo del fortín que por la mañana le disputaba el 4.º Batallón, y se apoderó de él,
resistiendo el nutrido fuego, tanto de artillería como de fusilería, que desde la capilla y otros lugares hacíanle los federales.
Nuestra artillería había funcionado con regularidad, disparando en la mañana desde la casa de la Sección de Palmito, y en la
tarde, desde las posiciones que ocupaban las fuerzas del general Hill, haciendo que muchos disparos perforaran los carros
blindados que sobre la vía del Sur Pacífico tenían los federales y batiendo, a intervalos, las posiciones enemigas de la capilla. Los
cañones Cacahuate y Sufragio funcionaron también durante todo el día, y es digno de aplaudir el valor temerario demostrado por
los oficiales que los manejaban, muy especialmente el del primero, teniente Praxedis Figueroa, que al alcance de la fusilería
enemiga, y bajo el nutrido fuego de ésta, constantemente avanzaba con su pieza.
Durante la mañana del 13, el fuego continuó por ambas partes, cerrándose a intervalos y siendo siempre rechazados los
federales cada vez que intentaban desalojar a los nuestros, protegiéndose con disparos de artillería.
Por la tarde, el general Diéguez tomó dispositivo para apoderarse de nuevo del fortín que había tenido el 5.º Batallón, y esa
misma noche fue ocupado, desalojando a los federales, con fuerzas al mando del mayor Ríos.
Las fuerzas del coronel Laveaga relevaron en sus posiciones a las del teniente coronel Antúnez, sosteniéndolas con el mismo
brío que las de éste, a pesar de los esfuerzos que hacían los federales por recuperarlas. El general Arrieta con sus fuerzas estuvo,
en tanto, reforzando la línea de fuego por el frente, protegiendo así a los nuestros que ocupaban las posiciones de la Casa
Redonda y sus alrededores.
Desde el oscurecer de esa noche fueron notables las cargas dadas por el enemigo, pretendiendo desalojar a los nuestros,
entablándose a intervalos nutridísimo fuego de fusilería y ametralladoras, hasta cerca de las 2 a. m., en que el enemigo comenzó a
retirarse. Momentos después, y apenas se hubieron dado cuenta los nuestros de que los federales abandonaban sus posiciones,
pasaron a ocuparlas; en seguida se internaron a la población, siendo de los primeros en penetrar a la ciudad el teniente coronel
Muñoz, de las fuerzas del general Blanco, los coroneles Gaxiola y Meztas, el mayor De la Rocha, los tenientes coroneles Félix y
Antúnez y el resto de las fuerzas del general Blanco.
Al amanecer del 14, el general Diéguez, con sus tropas, tomó posesión de la capilla, acampándose allí, y en la mañana del
mismo día todas las fuerzas hicieron su entrada a la ciudad, en correcta formación, no registrándose más acto de desorden que el
cometido por dos soldados de las fuerzas de Durango, que se introdujeron a una casa habitación y que fueron aprehendidos por
uno de los piquetes que patrullaban las calles, y pasados por las armas, por orden del general Iturbe. En seguida reinó un
completo orden que se ha conservado hasta la fecha.
No es posible precisar el número de bajas del enemigo, debido a que éste, durante los días del sitio, estuvo dando sepultura a
sus muertos, y al abandonar la plaza se llevaron a sus heridos; pero por los datos recogidos hasta hoy, y contando los dispersos
que se refugiaron en la población, y que han estado siendo recogidos por nuestras tropas, puede calcularse en 150 el número de
muertos por parte de los federales y poco más de 100 el de prisioneros, incluyendo en los últimos el capitán ex-federal Miguel
Guerrero, que se encuentra herido de una pierna.
El total de nuestras bajas fue: un jefe, 5 oficiales y 30 soldados muertos, y 2 jefes, 4 oficiales y 75 de tropa heridos.
Como rasgos dignos de especial mención, debo relatar el del teniente Francisco Nevárez, que con un puñado de sus valientes
soldados, cuando desalojó a los federales de las posiciones cercanas al puente del ferrocarril, se mantuvo en ellas por dos días y
una noche, careciendo en lo absoluto de provisiones de boca. Los coroneles Gaxiola y Meztas y mayor De la Rocha
permanecieron siempre en sus posiciones, sin mostrar la necesidad que tenían de que se les proveyera de alimentos y agua para
ellos y sus fuerzas.
El general Iturbe se mantuvo constantemente en la línea de fuego, dando muestras de una energía y actividad inquebrantables;
sin descuidar ningún detalle, recorría siempre las posiciones avanzadas, celoso de que nuestras tropas guardaran la actitud que les
correspondía.
Merece también muy especial recomendación el general Diéguez que estuvo activo y bizarro como siempre; los coroneles
Gaxiola y Meztas, a cuyo valor y tenacidad se debe gran parte del éxito alcanzado, lo mismo que los tenientes coroneles Manzo,
Antúnez y Muñoz, y mayor De la Rocha.
Los demás generales, jefes y oficiales estuvieron todos a la altura de su deber, distinguiéndose especialmente el capitán
primero Climaco Coronado y los tenientes Francisco Nevárez y Praxédis Figueroa. En general, la tropa y oficialidad son dignos
de todo elogio, pues, como siempre, dieron altas pruebas de gran valor y abnegación.
Por separado, encontrará usted un Estado de generales, jefes y oficiales que tomaron parte en esta jornada, con expresión de
los que fueron muertos y heridos.
Por disposición del general Iturbe, marchó, en la mañana, el coronel Laveaga con sus fuerzas en persecución del enemigo, a
fin de que tuviera contacto con él e informara con precisión la ruta que siguiera, para ordenar la salida de una fuerza competente.
A las 11 a. m. del mismo día 14, por escrito comuniqué orden al general Iturbe a fin de que dispusiera que el general Blanco
marchara inmediatamente con sus tropas a Limoncito, donde tenía su caballada, y allí emprendiera la marcha, trazando una
diagonal por el Robalar, con objeto de evitar que los federales se embarcaran en aquella playa, si llevaban intento de hacerlo. En
la misma orden dispuse que el general Arrieta marchara con sus fuerzas de caballería por el camino carretero rumbo a Mazatlán,
paralelo a la vía del ferrocarril, y el general Diéguez, con 1 000 hombres de infantería, marcharía por el centro, por la vía del
ferrocarril, esa misma tarde.
También ordené que, con propio violento, se comunicara al general Carrasco, que se encontraba asediando a Mazatlán, que
las fuerzas federales que se fugaron de Culiacán marchaban en aquella dirección, y recomendándole que dispusiera lo
conveniente, con objeto de batirlas, en combinación con las que ya salían persiguiéndolas.
Por la tarde, marchó la escolta del Cuartel General, al mando del capitán segundo Fernando F. Félix, a incorporarse al coronel
Laveaga, y el mayor Elías Mascareñas, con fuerzas de caballería, debería también incorporarse a dicho jefe. Comuniqué órdenes
al mismo coronel Laveaga, a fin de que con toda frecuencia rindiera parte, por extraordinario, de los movimientos que efectuara y
de la ruta que siguiera el enemigo.
El general Diéguez marchó en un tren, con sus fuerzas, compuestas de las siguientes fracciones: 4.º Batallón de Sonora,
Batallón Libres de Sonora, 1.er Batallón de Sonora y una fracción del 2.º Regimiento de Sinaloa, bajo las órdenes directas del
teniente coronel Francisco R. Manzo, y 5.º Batallón de Sonora y 1.º y 2.º cuerpos de Cananea, a las inmediatas órdenes de los
mayores Juan José Ríos y Pablo Quiroga. Este tren militar llegó en la mañana del 15 al kilómetro 597 de la vía del ferrocarril,
donde encontró un puente recientemente quemado, y habiendo ordenado el general Diéguez echar pie a tierra, se continuó la
marcha para Quilá, distante 4 kilómetros, y donde se suponía que se encontraba el enemigo.
El capitán Ortiz, que había estado recorriendo la región de El Dorado y Robalar, se incorporó al coronel Laveaga en las
cercanías de San Rafael, dando muestras de la misma actividad y empeño con que siempre se había distinguido.
Como en la mañana del 15 todavía no recibía ninguna información sobre la persecución del enemigo, salí violentamente con
el teniente coronel Herculano de la Rocha, a quien le completé 200 hombres con fracciones del 1.º y 2.º regimientos de Sinaloa,
en un tren rumbo al Sur, habiendo llegado al puente quemado del kilómetro 597 a las 6 p. m. de ese día, de donde continuamos
nuestra marcha a pie, por no haber querido, a nuestra salida de Culiacán, perder siquiera el tiempo necesario para el embarco de
nuestros caballos. El teniente coronel De la Rocha nos acompañaba también a pie, a pesar de su avanzada edad, y dando muestras
de especial empeño en cooperar a la persecución.
Desde luego me apercibí de un tiroteo que se oía con rumbo al puente de ferrocarril sobre el río de San Lorenzo, y marché
con aquella dirección. Era que el general Diéguez, habiendo dado alcance al enemigo en Quilá, y habiendo éste emprendido de
nuevo la fuga, marchó sobre él y lo obligó a presentar resistencia en los bordes del río, en cuyo lugar lo batía desde mediodía. El
fuego cesó ya entrada la noche, y a esa hora pude hablar con Diéguez, ordenándole que a fin de dar descanso a la tropa y
aprovisionarla en lo posible, se reconcentrara a Quilá; pues ya el enemigo había proseguido su marcha hacia el Sur, según
informaban el teniente coronel Manzo y el mayor Ríos, que practicaron un reconocimiento hasta las primeras casas de Oso,
donde el enemigo se había hecho fuerte. El coronel Laveaga, con los capitanes Félix y Ortiz, se habían incorporado al general
Diéguez en los últimos momentos del combate.
A mi vez, me incorporé a Quilá con las fuerzas al mando del teniente coronel De la Rocha y el teniente coronel Guerrero, los
capitanes Serrano, Arvizu, Robinson y Muñoz que me acompañaban, llegando a dicho pueblo a las 10 p. m.
Desde luego traté de comunicarme con el general Blanco, por teléfono, y tras de muchas dificultades, se obtuvo la
comunicación de El Dorado, de donde informaron que ningunas noticias tenían de dicho general, ni de sus fuerzas. Desde mi
llegada al kilómetro 597 había regresado el tren a Culiacán con un mensaje urgente para el citado general, que debería serle
trasmitido por teléfono a Limoncito, y de allí, hacerlo llegar, con propio, a sus manos, ordenándole que inmediatamente
emprendiera su marcha a Quilá. pues la caballería nos era absolutamente indispensable para la eficacia de la persecución.
Al amanecer del 16, el coronel Laveaga, con los capitanes Ortiz y Félix, salió sobre las huellas del enemigo y se procedió a
levantar el campo, encontrándose 9 cadáveres de ex-federales, como resultado del combate de la tarde anterior, y algunos
dispersos, entre ellos, un capitán segundo, que desde luego fue ejecutado por orden del teniente coronel Manzo. Esos dispersos
daban clara muestra de las condiciones de cansancio y aniquilamiento en que caminaba el enemigo, pero nuestra infantería se
hallaba por completo extenuada, pues las fatigas y privaciones tenidas desde el principio del ataque a esta capital, y muy
especialmente las de los dos días anteriores, habían dejado a nuestros soldados imposibilitados para continuar la marcha, y
dispuse que permaneciera parte de las fuerzas del general Diéguez en la citada estación de Oso, adonde nos habíamos
incorporado por la mañana, para que de allí se regresara a Culiacán en tren, tan pronto como terminara la reparación del puente
quemado, en cuya obra se trabajaría empeñosamente.
De nuevo hice inútiles esfuerzos por comunicarme con el general Blanco, sin lograr siquiera saber su paradero, y como no
habían sido aún reparadas las vías telegráficas entre Culiacán y Quilá, y carecía de caballos para mí y los oficiales de mi Estado
Mayor que me acompañaban, resolví regresarme esa misma noche a esta capital, con objeto de activar desde aquí la marcha del
general Blanco, habiéndome incorporado a ésta al amanecer del 17.
Al mediodía del mismo 17, se incorporó a Quilá el general Blanco y poco después el general Arrieta con sus respectivas
fuerzas de caballería, y comunicó, este último, que le era imposible continuar la marcha por impedírselo el mal estado en que se
encontraban sus caballos.
El general Blanco continuó en la misma tarde su marcha hacia el Sur, por el camino que llevaban los federales y que era el
que seguía también el coronel Laveaga. Entretanto, este jefe había dado nuevamente alcance al enemigo en Abuya, de donde
emprendió la huida tan pronto como sintió su aproximación, dejando algunos dispersos que fueron recogidos por Laveaga. Como
se tuviera allí conocimiento de que por la vía del ferrocarril marchaba una partida de federales, que iba dejando también gran
número de dispersos, el coronel Laveaga con el capitán Félix y 10 hombres de sus fuerzas marchó por ese camino, encontrando,
en efecto, bastantes dispersos que recogió, desarmándolos, y ordenó al resto de su fuerza que continuara la marcha por el camino
carretero que llevaban los federales.
En la tarde del 19, al llegar a La Cruz, donde se encontraba el enemigo, el coronel Laveaga, con los pocos hombres que lo
acompañaban, sostuvo un tiroteo con él, mientras se incorporaba el resto de su fuerza, que fue ya entrando la noche. A esa misma
hora se incorporó el general Blanco con su caballería, tomando desde luego el mando de toda la fuerza perseguidora. El enemigo
había abandonado La Cruz a las 7 p. m. y los nuestros entraron a dicha estación momentos después.
A la mañana siguiente continuó el general Blanco su marcha sobre el enemigo, que había tomado rumbo a la costa, y en la
tarde, la vanguardia, formada por los capitanes Félix y Ortiz, le dio alcance en un punto llamado San Dimas, distante 4
kilómetros de Las Barras, adonde los federales se encaminaron inmediatamente que sintieron la aproximación de los nuestros.
Tan pronto como se incorporó el grueso de las fuerzas del general Blanco y del coronel Laveaga, se prosiguió la marcha sobre
Las Barras, lugar en que el enemigo había procedido a embarcarse en un buque que lo esperaba, entablándose un ligero tiroteo
como de dos horas, hasta que, habiendo cerrado la noche, el general Blanco ordenó el regreso a San Dimas.
Mientras tanto, el general Diéguez había dado fin a la reparación del puente quemado en el kilómetro 597 y había continuado
por ferrocarril hacia el Sur, con los cuerpos de Voluntarios de Cananea, una fracción del 5.º Batallón y las fuerzas del teniente
coronel De la Rocha, teniendo que reparar algunos puentes pequeños en el trayecto, hasta llegar el día 21 a La Cruz, donde lo
detuvo la destrucción que hicieron los federales del puente sobre el río de Elota.
El general Blanco permaneció desde el 20 hasta el 22 en San Dimas, no emprendiendo ningún nuevo ataque sobre los
federales que seguían embarcándose en Las Barras, hasta la tarde de ese día, en que habiéndosele solicitado auxilio por el general
Carrasco, que desde en la mañana se encontraba atacando al enemigo con fuerzas que había desprendido del asedio a Mazatlán,
marchó a incorporarse a dicho general, retirándose poco después, para emprender su regreso hasta esta capital, en virtud de que
los federales se habían embarcado ya, retirándose por mar.
No puede darse el número exacto de las bajas hechas al enemigo en esta persecución, debido a que en todo el trayecto, por
distintas fracciones, y en diversas circunstancias, se recogieron dispersos, y aún hoy mismo están siendo recogidos muchos de
ellos; pero como datos elocuentes sobre la eficacia de la persecución, pueden servir los hechos de que de Culiacán salieron 1 200
federales, y en Las Barras se han embarcado poco menos de 600. El resto ha quedado en nuestro poder con armas y las pocas
municiones que les quedaban. Por nuestra parte, tuvimos que lamentar en la persecución 4 soldados heridos de las fuerzas del
general Diéguez, en el combate del río de San Lorenzo.
Me permito hacer muy especial mención del coronel Miguel Laveaga y de los capitanes Fernando F. Félix y Candelario Ortiz,
por la incansable actividad que demostraron.
Me es altamente honroso felicitar a usted por el nuevo éxito alcanzado por las armas de la legalidad, renovándole las
seguridades de mi muy atenta subordinación y respeto.
Sufragio efectivo. No reelección.
Culiacán, Sinaloa, noviembre 23 de 1913.
El general en jefe. Álvaro Obregón.
Al C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, D. Venustiano Carranza. Hermosillo.
Cuando Culiacán caía en nuestro poder, el general Carrasco, el coronel Flores y algunos otros
jefes asediaban el puerto de Mazatlán, y el coronel Rafael Buelna, con algunos elementos que
había logrado reunir, hacía la revolución en Tepic.
Después de la toma de Culiacán me trasladé a Hermosillo para gestionar la adquisición de
pertrechos, a fin de continuar nuestro avance al Sur; y, entretanto, se activaban las operaciones
de la vía del ferrocarril al sur de Culiacán y quedaba en actividad la vía del ferrocarril al puerro
de Altata, que estaba ya en nuestro poder.
Para estas fechas se tenía ya conocimiento, en aquella región, de la toma de Ciudad Juárez y
de Ciudad Victoria, capital del Estado de Tamaulipas, fortaleciéndose con esto el entusiasmo
para la lucha y la esperanza en el completo triunfo de las armas constitucionalistas.
La adquisición de pertrechos se había hecho sumamente difícil, debido a la vigilancia estricta
que ejercían los guardas norteamericanos sobre la línea internacional, para impedir el paso de
pertrechos de guerra al lado mexicano.
El sitio de Guaymas continuaba aún, y a diario se libraban combates más o menos
sangrientos entre nuestras tropas y las de la guarnición sitiada, pues eran constantes los esfuerzos
de Ojeda por romper nuestras líneas sitiadoras y avanzar sobre Hermosillo. Combates hubo tan
sangrientos, que se dio el caso de que las fuerzas federales perdieran 200 hombres en dos horas
de lucha, cosa que ocurrió frente a Cruz de Piedra; combate en el que murió el general Girón,
jefe que esa vez dirigía el ataque sobre nuestras posiciones.
A Hermosillo ocurrían jefes de todas partes de la República a recibir órdenes de la Primera
Jefatura y pertrecharse, y de allí salían ya todos perfectamente orientados y llenos de fe para
desarrollar la labor que se les encomendaba.
Por aquellos días fue relevado del mando de la guarnición de Guaymas el general Ojeda,
habiéndolo recibido el general Joaquín Téllez, quien llegó a Guaymas con algunos contingentes
de refuerzo.
Para entonces, se había dado ya la mejor organización posible al Cuerpo de Ejército del
Noroeste, habiendo sido aprobados por la Primera Jefatura los nombramientos, que siempre
fueron extendidos, tomando en consideración la importancia de los servicios prestados por cada
uno de los jefes, así como el número de hombres con que se presentaban, el que siempre estuvo
en relación directa con el prestigio de dichos jefes.
En aquellas fechas se tenía controlado todo el Estado de Sonora, a excepción de Guaymas,
puerto que estaba sitiado por tierra, e igualmente teníamos controlado el Estado de Sinaloa,
excepto el puerto de Mazatlán, que estaba asediado, y se procedía a la reparación de las vías;
pero estos trabajos no se podían llevar a cabo con toda eficacia, porque tropezábamos con la falta
de material rodante al sur de Estación Cruz de Piedra, y aunque al Norte teníamos suficiente, nos
era imposible pasarlo, ya que los federales estaban interceptando la vía de Empalme, estación
que estaba en su poder, y que es precisamente el punto donde unen la vía del ferrocarril que
viene de Nogales, y la que va al Sur.
A efecto de solucionar esas dificultades, se comisionó al entonces mayor, jefe de trenes
militares, J. Lorenzo Gutiérrez, para que pasara tres locomotoras y algún material rodante, de
Estación Maytorena —que se eligió como punto terminal de la vía que corre de Nogales al Sur—
a Estación Cruz de Piedra, que era el punto desde donde dominábamos al Sur, mediando entre
ambas una distancia de 14 kilómetros y para lo cual era necesario construir vía que uniera ambas
estaciones, salvando Estación Empalme; pero aun esta obra se presentaba impracticable, porque
faltaba material de construcción en la cantidad que era necesaria. Entonces el mayor Gutiérrez
presentó, y fue aprobado, llevándose a cabo, el siguiente proyecto, para el paso de las
locomotoras y material rodante: construir secciones de vía en tramos de la longitud de los rieles,
y armar, con estas secciones, 500 metros de vía conectada en Estación Maytorena, extensión que
era suficiente para colocar las máquinas y material rodante que había que trasladar, así como los
tanques de agua necesarios para alimentar a la locomotora que haría el remolque hasta Cruz de
Piedra; quedando atrás un tramo, que se iría levantando sucesivamente, para armarlo adelante del
convoy y, de esta manera, ir haciendo avanzar éste lentamente. Algunas cuadrillas de
trabajadores serían dedicadas exclusivamente a nivelar el terreno adelante, para que, sin
interrupción, se fueran armando las secciones de vía levantadas a retaguardia y hacer así
continuadamente el avance del convoy.
Esos trabajos se prolongaron por quince días, al cabo de los cuales hubimos de pasar a
Estación Cruz de Piedra nuestro equipo de vía, que tanta falta nos estaba haciendo al Sur.
Como el paso del material rodante a que se hace referencia tenía que hacerse a la vista del
enemigo, que estaba posesionado de los cerros de Batamotal y de las posiciones de la Bomba,
entre Cruz de Piedra y Empalme, éste, comprendiendo la importancia que tendría para nosotros
aquel material en el desarrollo de las operaciones hacia el Sur, en varias ocasiones intentó
impedir el trabajo, atacando con más o menos vigor a nuestras tropas encargadas de vigilar los
movimientos del enemigo y de custodiar a los trabajadores. Los federales no tuvieron éxito en su
intento, pues nuestros soldados rechazaron siempre sus ataques.
En aquellos días, el Primer Jefe empezó a hacer preparativos para emprender su marcha a
Nogales y, de allí, a Naco, por ferrocarril, para continuarla a caballo, a través de la Sierra Madre,
hasta Chihuahua, ordenándome reforzar su escolta con el 4.º Batallón de Sonora a las órdenes del
entonces mayor Francisco R. Manzo, y con 100 hombres de caballería al mando del entonces
mayor Ignacio C. Enríquez.
Ya cuando el Jefe hacía sus preparativos de marcha hacia Chihuahua, y yo, por orden de él,
preparaba mi avance al Sur, era del dominio público el descontento del gobernador Maytorena
manifestado hacia la Primera Jefatura, y extensivo a los que continuábamos leales al señor
Carranza; descontento que, en gran parte, obedecía a que el Primer Jefe se negó a dar a
Maytorena el mando del Cuerpo de Ejército del Noroeste, y se negó también a consecuentar con
algunas otras pretensiones de Maytorena, que el Jefe juzgó inconvenientes.
Maytorena empezó a desarrollar una labor solapada de cohecho, aprovechándose de la
ignorancia de algunos de nuestros jefes y de la mala fe de otros, usando para esa criminal labor
los fondos públicos, sin ningún escrúpulo.
Cuando todo estuvo listo, el Jefe emprendió la marcha hacia Nogales, hasta donde yo lo
acompañé.
El viaje se emprendió de Hermosillo el día 26 de febrero de 1914, habiendo tardado tres días
en hacer el trayecto, debido a que el Jefe quiso tomarse el tiempo suficiente para despachar en el
camino todos los asuntos que tenía pendientes.
Cuando llegamos a Estación Santa Ana, se recibió un telegrama del general Ramón F. Iturbe,
comunicando que el cañonero Tampico había desertado de Guaymas el 28 de febrero y
presentándose el 19 de marzo en el puerto de Topolobampo, poniéndose a las órdenes del
Gobierno Constitucionalista, para combatir la usurpación.
El día 3 de marzo, ya incorporados a Nogales, Sonora, recibí del Primer Jefe la siguiente
comunicación:
Encarezco a usted se sirva activar el reclutamiento, organización e instrucción que le he encomendado, a fin de poder emprender
la campaña por la costa occidental de la República, sujetándose a las siguientes instrucciones:
El primer objetivo de las operaciones será batir y exterminar a las tropas ex-federales de los Estados de Sonora, Sinaloa,
Jalisco, Aguascalientes y Colima y el Territorio de Tepic, atacando los puertos de Guaymas y Mazatlán desde luego o cuando lo
juzgue usted oportuno, en vista de los intereses militares, políticos y comerciales.
Con objeto de obtener un éxito más rápido en las operaciones señaladas para lograr la conquista absoluta de la región del país
mencionada, queda desde ahora bajo sus órdenes el cañonero Tampico, al mando inmediato del capitán de navío, Hilario R.
Malpica, a quien ya se comunica esta disposición.
Las partidas de tropa constitucionalista que operan en esa región, y que hasta ahora no están bajo sus órdenes, pasarán a
formar parte de sus tropas, a medida que éstas lleguen a los lugares en que aquéllas operen, y queda usted facultado para
organizarlas bajo el mismo plan general que las suyas.
Cuando su Cuerpo de Ejército llegue al Territorio de Tepic, incorporará usted a sus tropas la brigada del general Rafael
Buelna, hasta apoderarse en absoluto de ese Territorio; verificado lo cual, el mencionado general quedará en Tepic como
comandante militar y jefe político, con las tropas de su brigada estrictamente indispensables para conservar el orden y rechazar
las incursiones de pequeñas partidas que pudieran ir de otros Estados.
A medida que vaya usted apoderándose de las diversas entidades federativas que hasta ahora no tienen Gobernador
Constitucionalista, lo pondrá usted en conocimiento mío, para que nombre las autoridades que han de gobernarlas.
Si fuere indispensable para la organización de las tropas que ahora recluta o de las que caigan bajo su mando al avanzar hacia
el Sur, otorgar despachos a algunos oficiales de nuevo ingreso al Ejército Constitucionalista, los extenderá usted
provisionalmente, a reserva de que, si por las aptitudes y servicios prestados se reconoce que son merecedores de los grados que
se les haya otorgado, sean ratificados por esta Primera Jefatura. Igualmente, queda usted autorizado para ascender
provisionalmente a los oficiales de sus tropas, cuando sea indispensable cubrir las vacantes que otros dejen, por muerte o
cualquiera otro motivo. Se le autoriza a usted, igualmente, para imponer empréstitos o hacer las requisiciones de elementos de
guerra que necesite para proseguir su campaña, extendiendo los comprobantes necesarios para que los interesados puedan ser
indemnizados en su oportunidad por el Gobierno Constitucionalista.
Al abandonar sus tropas el Estado de Sonora, dejará usted, además de las tropas necesarias para tener en jaque al enemigo, en
caso de que éste no sea desalojado desde luego de Guaymas, otras que impidan los desmanes de las tribus yaquis rebeldes, que
eviten las incursiones posibles de tropas venidas de Estados Unidos y que sirvan para la vigilancia de la frontera y eviten el
contrabando. Recomendará, muy especialmente, a los jefes de las tropas que queden guarneciendo cada Estado, que se esfuercen
en dar garantías a los habitantes y que atiendan las indicaciones de las autoridades civiles, para hacerlas respetar y para mantener
su prestigio.
Me tendrá usted al tanto, por la vía telegráfica, de la situación militar de la región que le encomiendo, para que pueda yo
conducir con más acierto las operaciones de las otras tropas del Ejército Constitucionalista.
Constitución y Reformas.
Nogales, Sonora, 3 de marzo de 1914.
El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. V. Carranza. Rúbrica.
Al C. General de Brigada, Comandante del Cuerpo de Ejército del Noroeste. Presente.
Desde luego di principio a los preparativos para cumplimentar la superior disposición de la
Primera Jefatura.
Un día antes de mi salida al Sur, y cuando trataba con el Primer Jefe algunos asuntos
relacionados con el armamento y municiones que por su orden pondría a mi disposición el señor
Francisco S. Elías, quien se encontraba presente allí también, le dije, al terminar: Señor: me voy
con la pena de que el general Ángeles lo va a traicionar a usted. El Jefe, sin ocultar la mala
impresión que mi profecía le causara, me contestó: Creo que es usted injusto, general Obregón,
en juzgar así al general Ángeles. Entonces me concreté a decirle: Señor: yo tengo la obligación
de ver las cosas a través de mi criterio y expresarlas en la forma que las veo. ¡Ojalá que sufra una
equivocación!
Al siguiente día, después de haber recibido del Jefe las últimas instrucciones, nos despedimos
en la estación, y emprendí yo mi marcha al Sur, llegando ese mismo día a Hermosillo.
Después de una permanencia en Hermosillo hasta el día 14, que fue empleada en el arreglo
de los últimos detalles de nuestra marcha, salimos ese día hacia el Sur, acampando en Estación
Maytorena.
El día 15 de marzo, en aquella estación, extendí nombramiento en favor del general Salvador
Alvarado como jefe de las tropas que sitiaban el puerto de Guaymas y de las guerrillas que
operaban contra los yaquis rebeldes en el río Yaqui.
Las fuerzas que sitiaban Guaymas, eran: la brigada al mando directo del general Alvarado;
las fuerzas al mando del general Ramón V. Sosa; las del teniente coronel Fructuoso Méndez; las
del teniente coronel Cenobio Domínguez, y la brigada del teniente coronel Acosta.
Las fuerzas que hacían la campaña contra los pequeños grupos de indios rebeldes estaban
destacadas en la región del Yaqui.
El mismo día, extendí nombramiento al C. coronel Plutarco Elías Calles como comandante
militar de la plaza de Hermosillo y jefe de las Fuerzas Fijas del Estado.
El coronel Antonio A. Guerrero fue nombrado jefe de la línea del Norte, en sustitución del
coronel Calles, debiendo depender aquél de éste.
Todas estas disposiciones fueron comunicadas al gobernador Maytorena en oficios de aquella
misma fecha.
Las consideraciones que me impulsaron a no atacar desde luego a Guaymas, fueron las
siguientes:
Primera. Siendo Guaymas un puerto de mar, se hacía para nosotros, que teníamos solamente fuerzas de tierra, imposible rendirla
por hambre.
Segunda. Siendo tan ventajosas las posiciones con que contaban los defensores del puerto, el ataque por nuestra parte hubiera
sido en condiciones muy desfavorables, y aun en el caso de capturar la plaza, el enemigo hubiera podido salvar, en sus
embarcaciones, sus principales elementos y trasladarse a cualesquiera de los puertos del Sur, dejándonos a nosotros exhaustos de
parque y sin poder reponer el consumido en la batalla.
Tercera. El desembarco de la columna desalojada de Guaymas, en cualquiera de los puertos del Sur, hubiera puesto en
condiciones bien difíciles a los nuestros, que operaban en aquella región.
Creí, pues, más conveniente dejar establecido el sitio y emprender nuestro avance, para
controlar todos los puertos que al Sur servían de base de aprovisionamiento al de Guaymas;
poniendo así en condiciones cada día más difíciles a la guarnición federal, hasta obligarla a
abandonar la plaza o rendirse a nuestras fuerzas.
El día 16 me incorporé a Navojoa, Río Mayo, con mi Estado Mayor; y, desde luego,
convoqué a una junta de personas de reconocida honorabilidad y de prestigio, capaces de
ayudarnos en el reclutamiento.
Con anterioridad, se habían dado algunos elementos al general Lucio Blanco, quien se había
trasladado a Culiacán, para organizar una brigada de caballería, habiéndosele incorporado
algunas fracciones de fuerza de aquella arma, y dando yo autorización al general Iturbe para que
comprara hasta 1 000 caballos, y los pusiera a disposición de Blanco.
El reclutamiento en la región del Mayo se hizo con muy buen éxito, debido al entusiasmo
que habían despertado los triunfos alcanzados por nuestro ejercito.
El armamento y las municiones que habría de remitirnos el agente comercial del Cuerpo de
Ejército del Noroeste, señor Francisco S. Elías, tardaba más de lo que esperábamos, y esto hizo
demorar nuestra marcha; pero el tiempo no era perdido, pues constantemente se daba instrucción
a los soldados reclutados y, con éstos, se organizaban batallones y brigadas, dándoseles la
correspondiente denominación.
El día 23 de marzo recibí un telegrama del general Iturbe, procedente de Culiacán, en el que
me comunicaba que el teniente coronel Gregorio Osuna, a bordo del vapor Bonita, se
incorporaba ese día al puerto de Altata, reconociendo al Gobernador Constitucionalista,
procedente del Distrito Sur de la Baja California —donde había estado dicho jefe como
comandante militar—, trayendo prisionero consigo a Moreto Cruz, prefecto político de
Guaymas, quien había sido uno de los parásitos de la dictadura, individuo que se captó el odio
más completo de todo el elemento revolucionario, por haberse distinguido como cómplice de
Ojeda en los principales crímenes cometidos por este empedernido federal. En el mismo mensaje
me informaba el general Iturbe que el barco Bonita quedaba, desde aquel día, al servicio de la
revolución, agregando que bajo las órdenes del teniente coronel Osuna venían los capitanes
Carlos González y Urbano Angulo; los licenciados Enrique de Kératry y Enrique Pérez Arce; el
periodista Enrique Bañuelos Cabezudt, y 175 personas más, entre tropa y particulares.
En la misma semana había llegado al puerto de Yavaros el vapor Unión, conduciendo a
bordo a los señores Miguel Cornejo y hermanos Labastida, procedentes también del Distrito Sur
de la Baja California, quienes huían de la persecución de las autoridades de Huerta; y a los que el
mismo teniente coronel Osuna, siendo éste aún comandante militar de aquel Distrito, había dado
aviso de la orden que recibió para proceder en contra de ellos, favoreciéndoles así la huida.
El día 1.º de abril recibí un parte fechado en el puerto de Topolobampo y firmado por el
capitán de navío Hilario R. Malpica, comandante de nuestro cañonero Tampico, en el que me
comunicaba que el día anterior había sostenido un combate en alta mar contra los cañoneros
Guerrero y Morelos, habiendo sufrido su barco serias averías; que apenas logró ganar la barra
del puerto de Topolobampo y buscar un bajo donde poder encallar, habiendo conseguido
quedarse a la altura de Punta de Copas, en una profundidad de más de veinte pies de agua,
rechazando a los barcos enemigos con el cañón de proa, que había quedado en condiciones de
utilizarse todavía. El mismo parte decía que en el combate habían muerto algunos de sus marinos
y un oficial, que perdió la vida al intentar colocar un tapón en uno de los agujeros que, bajo la
línea de flotación, causara al barco un proyectil enemigo.
Ordené al comandante Malpica que nadie abandonara el barco, mientras procurábamos
impartirles alguna ayuda y ver la manera de salvarlo.
Al mismo tiempo, en vista del fracaso de nuestro cañonero, que era el único barco con que
contábamos, creí conveniente adquirir un barco ligero que pudiera, con su velocidad, burlar a los
cañoneros Guerrero y Morelos, que estaban al servicio de Huerta, y utilizarlo para transladar
pertrechos a los distintos puntos de la costa, donde teníamos fracciones de fuerzas operando
contra la usurpación; y con tal objeto, comisioné a un oficial que había pertenecido a la
tripulación del Tampico, cuyo nombre era Fernando Palacios, para que se transladara a cualquier
punto de los Estados Unidos e hiciera la adquisición del barco, dándole para tal objeto la
cantidad de treinta mil dólares.
El reclutamiento en Navojoa y otros pueblos de la región del Mayo se había continuado con
tan buen éxito, que al terminar la primera decena de abril, se tenían reclutados y organizados más
de cuatro mil hombres, con una parte de los cuales se cubrieron las bajas que en la campaña
habían sufrido los batallones veteranos, y, con el resto, se formaron cinco batallones más, los que
fueron puestos bajo las órdenes de los mayores Eugenio Martínez, Severiano A. Talamante,
Ramón Gómez, Guillermo Chávez y Alfredo Murillo. El batallón al mando del mayor Gómez
fue movilizado a estación Cruz de Piedra, para reforzar a las tropas que sitiaban el puerto de
Guaymas.
Entretanto, las fuerzas de Sinaloa continuaban el asedio del puerto de Mazatlán, aunque sin
poder establecer un sitio efectivo, debido a los pocos elementos con que contaban los jefes de
aquellas fuerzas, que lo eran el general Juan Carrasco y el coronel Ángel Flores, por lo que se
limitaban a hostilizar constantemente a la guarnición federal de dicho puerto.
En Culiacán, capital del Estado, el general Iturbe, jefe de las fuerzas de Sinaloa, eficazmente
ayudado por el coronel Eduardo Hay, como jefe de su Estado Mayor, se ocupaba también, con
toda actividad, en dar la mejor organización posible a los distintos cuerpos de tropas que tenía en
aquella plaza, y que se alistaban para marchar al Sur.
La columna de caballería que organizaba el coronel Miguel M. Acosta, bajo el mando del
general Lucio Blanco, ascendía ya a más de un mil hombres, los que habían sido perfectamente
equipados y pertrechados con los elementos que se le remitieron del Cuartel General.
Las reparaciones de la vía del ferrocarril al Sur continuaban con actividad, estando, para
entonces, muy adelantadas.
En este estado de cosas, ordené la salida, con destino a Culiacán, de todas las fuerzas que
deberían emprender la campaña por el Occidente y el centro de la República, inclusive la
artillería, que la formaban 10 cañones de grueso calibre, al mando del mayor Juan Mérigo y 10
ametralladoras al mando del mayor Maximiliano Kloss.
La columna llevaba también, para los servicios de campaña, el biplano Sonora, que era
tripulado por el capitán Gustavo Salinas y su ayudante Teodoro Madariaga.
Marchaba, incorporado a la columna, el señor Jesús H. Abitia, miembro de la casa Abitia
Hermanos, de Hermosillo, quien había obtenido permiso mío para tomar varias vistas
cinematográficas en la marcha y combates que hubieran de efectuarse en nuestro movimiento al
Sur. El señor Abitia ha sido un verdadero liberal y demócrata, y siempre ha demostrado la
adhesión más completa a los principios revolucionarios. Tanto por sus ideas revolucionarias
como por la íntima amistad que ha cultivado conmigo desde su niñez, tuvo el impulso de
abandonar su casa establecida en Hermosillo para concurrir a la campaña del Cuerpo de Ejército
del Noroeste, por el Occidente y centro de la República.
La marcha se emprendió de estación Navojoa, por ferrocarril, el 14 de abril; y al llegar a
estación San Blas, me separé yo de la columna, para seguir por la vía del ferrocarril Kansas City
hasta Topolobampo, con objeto de visitar el cañonero Tampico y darme cuenta exacta de la
situación de sus tripulantes, que estaban siendo constantemente amagados por los cañoneros
enemigos Guerrero y Morelos, los que intentaban apoderarse de nuestro barco y capturar a la
tripulación.
El día 15, temprano, llegamos a Topolobampo y, desde luego, me embarqué en una lancha de
gasolina, acompañado de los miembros de mi Estado Mayor, para salir a visitar el Tampico, que
estaba hundido a una distancia de 12 kilómetros del muelle.
Antes de embarcarnos, pudimos observar, desde los cerros de Topolobampo, que afuera de la
bahía, y como a ocho kilómetros de donde se encontraba el Tampico, estaba fondeado el
cañonero Guerrero y, a un costado de éste, un barco mercante que parecía transbordar
provisiones al cañonero.
El capitán Salinas había recibido orden de efectuar un vuelo en su biplano y arrojar, desde él,
algunas bombas sobre el Guerrero, cuando nosotros estuviéramos ya en el Tampico.
Como a las 10 a. m., abordamos el Tampico. Éste no podía estar en peores condiciones que
las que guardaba: se encontraba totalmente lleno de agua y tenía enormes aberturas abajo de su
línea de flotación; y la imposibilidad de hacer funcionar las máquinas en tales condiciones hacía
impracticable la instalación de bombas para achicar. La corrientada de la marea había ido
enterrando el barco de popa, y, con este motivo, habían sido desemplazados ya algunos de sus
cañones para sacarlos a tierra, quedando utilizable solamente el cañón de proa para repeler los
ataques de los barcos enemigos.
Al llegar nosotros al Tampico, su comandante ordenó izar el pabellón, indicando con esto la
presencia del General en Jefe a bordo.
El comandante del Guerrero seguramente se dio cuenta de este detalle y juzgó oportuno
atacar a nuestro barco en aquellos momentos, pues desde luego levantó ancla el Guerrero,
iniciando su movimiento hacia nosotros, en dispositivo de combate.
Mi primera intención fue abandonar el barco y ganar tierra en nuestra lancha de gasolina,
cuya velocidad nos pondría a cubierto de todo peligro; pero cuando iba a dar la orden en este
sentido, recordé el telegrama que de Navojoa había dirigido a los tripulantes del Tampico
ordenándoles no abandonar el barco, y entonces decidí quedarme a bordo para correr la misma
suerte que aquellos abnegados marinos que, durante medio mes, habían permanecido en aquel
maltrecho barco, haciendo esfuerzos por salvarlo, en acatamiento de mis órdenes.
La lucha iba a entablarse, y a ella nos aprestábamos en nuestro barco, no siendo muchas las
órdenes que había que dictar, puesto que no se podía hacer ningún movimiento, y teníamos
solamente un cañón.
El comandante del Tampico ordenó abrir fuego sobre el Guerrero, y éste, al notar nuestra
actitud resuelta y su desventajosa condición para empeñar combate, volvió a su fondeadero.
Las circunstancias que nos daban ventajas sobre el barco enemigo, eran: que ningún aliciente
presentaba para él un combate, puesto que en las condiciones en que estaba el Tampico —
encallado y por ende convertido en una fortaleza— no podría hundirlo, aun cuando sus granadas
hicieran blanco en él; en tanto que aquél sí podía ser averiado, dondequiera que lo tocaran las
granadas del Tampico.
Nuestro cañón disparó solamente cinco proyectiles, sin hacer blanco.
En aquellos momentos aparecieron el capitán Salinas y su ayudante Madariaga en su biplano,
a una altura mayor de 3 000 pies, siguiendo en dirección adonde los barcos enemigos estaban
fondeados; y entonces ordené la salida de la lancha de gasolina rumbo a la barra, para proteger a
los aviadores en caso de que sufrieran algún accidente, debido a la brisa que empezaba a soplar
fuerte.
Unos momentos después, pudimos observar las columnas de agua que se levantaban cerca de
los barcos enemigos, siendo ellas producidas por la explosión de las bombas que de nuestro
biplano arrojaban Salinas y Madariaga; y observamos, también, que aquellos barcos levaron
ancla y se pusieron en movimiento para esquivar las bombas.
Cuando los barcos ganaron alta mar, nuestro biplano emprendió su regreso para aterrizar en
la playa, sin haber logrado hacer blanco con las bombas en ninguna de las embarcaciones.
Nosotros dejamos el Tampico, y regresamos al puerto después del mediodía.
He querido hacer hincapié en el vuelo efectuado en aquella ocasión por Salinas y Madariaga,
por considerarlo el más atrevido de cuantos se practicaron durante la campaña por estos
aviadores, pues la distancia que tuvieron que recorrer, con un tiempo poco favorable, fue de más
de 18 kilómetros, mar adentro, y en circunstancias en que soplaba una brisa fuerte, habiendo
tenido que mantenerse a una altura mayor de 3 000 pies para ponerse a salvo del fuego de la
fusilería de a bordo del cañonero enemigo. Estos datos demuestran la intrepidez de nuestros
aviadores.
En la conferencia que tuve con el comandante del Tampico, éste se mostró muy empeñado en
salvar el barco, y a este efecto, di desde luego las órdenes necesarias para hacer llegar a
Topolobampo alguna maquinaria de la hacienda Los Mochis y de estación San Blas, con la que
pudiera emprenderse el trabajo de salvamento de nuestro navío, a la vez que se contrataban
algunos buzos.
Al día siguiente, continué mi marcha hasta incorporarme a Culiacán.
El movimiento al Sur se había iniciado movilizando la brigada al mando del general Diéguez
al Sur de Mazatlán, para evitar que vinieran refuerzos de Tepic al mencionado puerto, y para que
la citada fuerza quedara a la vanguardia de nuestra marcha.
En seguida, ordené la salida del resto de las fuerzas, siendo inmediata la marcha de la brigada
de caballería del general Blanco, con instrucciones de avanzar adelante de las posiciones del
general Diéguez, y quedar como extrema vanguardia sobre la vía a Tepic.
A continuación se movilizaron las fuerzas de los generales Iturbe, Cabral y Hill.
De Culiacán mandé una expedición armada a posesionarse del distrito Sur de la Baja
California, al mando del teniente coronel Camilo Gastélum, acompañando a éste el señor Miguel
L. Cornejo, quien fue nombrado Jefe Político de aquel Distrito, y el señor Adolfo Labastida, con
algunas otras de las personas que habían abandonado el Territorio, para incorporarse a la
revolución en Sonora. Dicha expedición debería transladarse al puerto de Altata y esperar allí el
momento oportuno —cuando los barcos enemigos estuvieran frente a Guaymas o Mazatlán—
para embarcarse en el vapor Bonita y, cruzando el Golfo, dirigirse a desembarcar en las costas de
la Baja California.
Por haberse retardado la llegada de los fondos que se enviaban para las atenciones del
Cuerpo de Ejército del Noroeste, y estando sumamente necesitados de ellos, cuando nuestras
fuerzas emprendían su avance al Sur, alejándose más de nuestra base de abastecimiento, hube de
conjurar aquella escasez haciendo en Culiacán una emisión de Vales Provisionales, por valor de
$50,000.00, con previa autorización de la Primera Jefatura, con cuya emisión pudimos hacer
frente a todos los gastos de nuestra columna, permitiéndonos esto proseguir nuestra campaña, sin
el temor de tener dificultades por falta de fondos para llenar las necesidades de las tropas.
Estando aún mi Cuartel en Culiacán, surgieron las memorables dificultades entre el Gobierno
de los Estados Unidos y el usurpador Huerta, las que trajeron, como consecuencia, el
desembarco de tropas norteamericanas en el puerto de Veracruz, de lo cual tuve primer noticia
por el general Salvador Alvarado, quien desde su campamento en Empalme, me transmitió una
comunicación que le fue dirigida por el general federal Joaquín Téllez, jefe de la guarnición
sitiada en Guaymas, relacionada con aquellos acontecimientos, y cuyo texto se inserta a
continuación:
La contestación mía para Téllez, enviada por conducto de Alvarado, fue la siguiente:
Señor Joaquín Téllez. Guaymas. El abominable crimen de lesa Patria, que el traidor y asesino Huerta acaba de cometer,
provocando deliberadamente una invasión extranjera, no tiene nombre. La Civilización, la Historia y el Ejército
Constitucionalista, único representante de la Dignidad Nacional, protestarán con toda energía contra tales hechos; y si
los norteamericanos insisten en la invasión, sin atender las notas que nuestro digno Jefe, señor don Venustiano
Carranza ha puesto al presidente Wilson, el Ejército Constitucionalista, al que me honro en pertenecer, luchará hasta
agotar sus últimos elementos, contra la invasión, salvando de esta manera la dignidad nacional, cosa que no podrán
hacer ustedes, porque la han pisoteado. Por lo expuesto, verá usted que no estamos dispuestos a unirnos con un ejército
corrompido, que sólo ha sabido pactar con la traición y el crimen. Si ustedes son atacados en ese puerto por los barcos
norteamericanos, y derrotados, como de costumbre, se les permitirá la retirada, determinándoseles el lugar donde deban
permanecer, hasta que se reciban instrucciones del Primer Jefe sobre lo que deba hacerse con ustedes. General en Jefe.
Álvaro Obregón.
El general Diéguez, desde su campamento al Sur de Mazatlán, me dio también parte de que
los federales, sitiados en aquel puerto, lo invitaban a unirse a ellos, con motivo de los
acontecimientos registrados en Veracruz, y di instrucciones al general Diéguez para enviar al jefe
de la guarnición de Mazatlán una respuesta idéntica a la que dirigí por conducto de Alvarado.
Al día siguiente recibí un mensaje de la Primera Jefatura, que entonces estaba establecida en
la ciudad de Chihuahua, informándome detalladamente de las dificultades surgidas entre Huerta
y el Gobierno de la Casa Blanca, y transcribiéndome la nota que, con motivo del desembarco de
tropas norteamericanas en Veracruz, había dirigido la propia Primera Jefatura al Presidente de
los Estados Unidos.
Todos comprendimos que Huerta, en su impotencia para conservar el poder que había
usurpado mediante la traición y el crimen, había provocado aquel conflicto internacional, para
desconcertar la opinión pública y buscar la manera de salvarse.
Teniendo ya confirmada la noticia del desembarco de fuerzas norteamericanos en Veracruz,
y aunque con bastante confianza en que las gestiones diplomáticas emprendidas por el Gobierno
de la Revolución harían desaparecer todo peligro de un conflicto y sería respetada por el
Gobierno de los Estados Unidos la soberanía e integridad nacional, mi Cuartel General ordenó a
los jefes de nuestras fuerzas, cerca de la costa del Pacífico, tomar toda clase de precauciones y
estar preparados para rechazar cualquier intento de desembarco de fuerzas norteamericanas en
nuestro suelo por los lugares que estaban bajo nuestro dominio.
Al propio tiempo se continuaban desarrollando todos los preliminares de nuestro avance al
Sur.
La vía del ferrocarril que hubimos de utilizar para nuestra marcha y para nuestro tráfico de
trenes al Sur de Culiacán corre paralela a la playa, en una extensión de 100 kilómetros
aproximadamente, y esta circunstancia permitía que el enemigo, con la artillería de sus dos
barcos de guerra, de que disponía en aquellas costas, hostilizara constantemente a nuestros
trenes, y algunas veces efectuaba desembarcos de fuerzas en puntos desguarnecidos, para
destruir la vía o volar los principales puentes, reembarcando a sus soldados, después de causar
los daños y burlar así nuestra persecución.
El día 29 salí de Culiacán con el Cuartel General hasta incorporarme a estación Modesto,
donde ya estaban reconcentradas las columnas al mando del general Hill, y la artillería.
De allí me transladé a Venadillo, donde el general Carrasco y el coronel Flores tenían su
Cuartel General; y después de conferenciar largamente con dichos jefes, quienes me enteraron
detalladamente de la situación de Mazatlán, continué mi marcha hasta Castillo, emprendiendo,
desde luego, la movilización de las tropas para cerrar el sitio a Mazatlán, estableciendo mi
Cuartel General en Casa Blanca, a cuatro kilómetros del fuerte federal llamado Loma
Atravesada, que constituía la mejor defensa preparada por la guarnición federal de aquel puerto,
y en donde tenía el enemigo emplazada una batería de cañones de grueso calibre.
A Casa Blanca me incorporé el día 4 de mayo, e inmediatamente el general Cabral me rindió
parte de que el día anterior el capitán J. Manuel Sobarzo, de su brigada, había practicado un
reconocimiento en Isla de Piedra y rendídole parte de que el cañonero Morelos se encontraba
varado al occidente de dicha isla, una distancia aproximada de cuatrocientos metros.
Para cerciorarme plenamente de aquello, ordené que se alistaran, desde luego, dos pequeños
botes o canoas de que podíamos disponer, y acompañado de mi Estado Mayor y 20 hombres de
mi escolta, y de los señores Juan R. Platt y Jesús H. Abitia, me embarqué en dichas canoas, y, a
remo, nos dirigimos en ellas a la Isla de Piedra, teniendo que hacer una travesía de un kilómetro
bajo los fuegos de la artillería enemiga.
Logramos hacer la travesía sin que los proyectiles de la artillería enemiga hicieran blanco en
nosotros, y, ya en tierra, continuamos nuestro avance por entre los matorrales y cocoteros, hasta
llegar al extremo poniente de la Isla, después de hacer un recorrido aproximadamente de cuatro
kilómetros.
Sin ser descubiertos por el enemigo, ascendimos a una pequeña colina que tiene la isla al
poniente, quedando allí en condiciones magníficas para reconocer al cañonero Morelos, y
entonces pudimos confirmar el informe que rindiera el capitán Sobarzo; pues, realmente, el
cañonero estaba varado, y su comandante y tripulantes trabajaban esforzadamente en sacarlo.
Inmediatamente regresamos al campamento, habiendo llegado al Cuartel General ya entrada
la noche.
Desde luego ordené que en las canoas de que disponíamos se embarcara un cañón de 57 mm
y que en algunas otras, que pudimos conseguir, se embarcaran doscientos hombres.
Inmediatamente que las tropas y nosotros hubimos cenado y proveídonos de los víveres
necesarios para permanecer el día siguiente en la isla, emprendimos la travesía, sin que el
enemigo pudiera descubrir nuestro movimiento, debido a la obscuridad de la noche.
Siguiendo el mismo camino que nos sirvió para hacer la exploración durante el día, llegamos
a la playa Occidente, frente al barco varado, a las doce de la noche.
A esa hora, ordené la colocación de las tropas en la parte más baja de las lomas, y frente al
barco varado, e hice emplazar nuestro cañón entre unas rocas que nos servían de trincheras.
Mientras tanto, las demás fuerzas continuaban cerrando el sitio a Mazatlán. El general Iturbe
había establecido su Cuartel General en Otates, al Norte; el general Carrasco tenía el suyo frente
a Loma Atravesada, y al Sur, sobre la vía del ferrocarril y en los pequeños cerros que están al
Norte de ésta, tenían sus posiciones las infanterías de Sonora, al mando de los generales Cabral y
Hill.
Al amanecer del día 5, abrimos el fuego sobre el barco enemigo, con nuestro cañón de 57
mm, manejado por el capitán Gustavo Salinas.
Debe haber sido una verdadera sorpresa para la tripulación del Morelos el despertar por el
estampido de nuestro cañón, y la explosión de las granadas que chocaban contra el casco de su
barco.
Los artilleros de a bordo intentaron desde luego contestar el fuego; pero eran obligados a
desistir, pues cuando aparecían en la cubierta, presentaban un magnífico blanco a la fusilería de
nuestros soldados, que habían sido colocados en las posiciones más ventajosas para batir a los
marinos.
Cuando amaneció, el comandante de la guarnición de Mazatlán, general Rodríguez, se había
dado cuenta de nuestra aventura y ordenó a los fuertes de Loma Atravesada y Nevería, que están
a muy corta distancia de Isla de Piedra, abrieran fuego sobre nosotros, para proteger al cañonero,
a la vez que daba iguales instrucciones al cañonero Guerrero, que estaba también a las órdenes
del mismo general Rodríguez.
El Guerrero levantó ancla desde luego, haciendo un movimiento de flanco; se colocó a una
distancia de dos millas de nosotros y abrió fuego con sus cañones, simultáneamente con el que
nos dirigían los ocho de los fuertes de tierra, que sumados con aquéllos, hacían un total de 24
cañones.
Nosotros, hacia quienes convergía aquel terrible cañoneo, permanecíamos entre los peñascos
del extremo de la Isla, haciendo fuego con nuestro cañón sobre el Morelos, con éxito magnífico.
Entablada la lucha en tales circunstancias, dirigí al C. Primer Jefe el siguiente parte
telegráfico:
Isla de Piedra, mayo 5 de 1914. Hónrome comunicar a usted que inmediatamente que llegué a Urías me transladé a esta
Isla a hacer un reconocimiento, encontrando varado el cañonero Morelos, a quinientos metros de la playa y a
seiscientos de los fuertes de los federales. Inmediatamente hice pasar infantería y, anoche, un cañón de 57 mm
haciendo fuego sobre el barco desde el amanecer. A estas horas, 7 a. m., hemos logrado que hagan blanco ocho
proyectiles. Esta noche pasaré artillería de 75 mm, y creo que el éxito será más seguro. General en Jefe. Álvaro
Obregón.
Como a las ocho de la mañana, los artilleros del Morelos habían logrado formar algunos
parapetos, que los protegían algo contra los fuegos de nuestra artillería y fusilería, y entonces
entraron en acción, también contra nosotros, los cañones de ese barco.
Ese desventajoso combate se prolongó todo el día; y mientras estos acontecimientos se
desarrollaban, en la misma fecha se rendía la guarnición federal de Acaponeta, al ser sitiada por
nuestras fuerzas, al mando de los generales Diéguez, Blanco y Buelna, a quienes había ordenado
atacaran dicha plaza. La guarnición federal de Acaponeta se componía de 1 600 hombres
aproximadamente, al mando del general Solares, teniendo tres cañones y una considerable
reserva de cartuchos.
Con motivo de esa victoria, rendí al C. Primer Jefe el siguiente parte telegráfico:
Castillo, 5 de mayo de 1914. Hónrome comunicar a usted que, como se lo participé en mensaje anterior, fue sitiada la
columna del general Solares, compuesta de mil seiscientos hombres, con tres cañones y varias ametralladoras, en
Acaponeta, por la vanguardia de nuestra columna, con fuerzas de los generales Diéguez, Blanco y Buelna, habiéndose
rendido hoy dicha columna, a las 11:30 a. m., quedando en nuestro poder la plaza de Acaponeta y más de dos mil
máusers, tres cañones, un millón de cartuchos y prisionera toda la guarnición. La plaza de Mazatlán la tengo sitiada
desde el amanecer de hoy, habiendo cerrado el sitio con la Isla de Piedra, de la que tomamos posesión desde antenoche.
Desde el amanecer de hoy, emplazamos un cañón en dicha Isla, abriendo el fuego sobre el Morelos, que se encuentra
varado frente a la Isla, entablando con él un duelo de artillería a cuatrocientos metros de distancia. A estas horas, 3 p.
m., once de nuestros proyectiles han hecho blanco, causando estragos en dicho buque. Creo que el Morelos está ya
imposibilitado, pues está caído por un costado. Esta noche pasaré más artillería y la emplazaré de manera que ningún
buque pueda entrar al puerto. La guarnición ha hecho un nutrido fuego de artillería, y continúa lo mismo.
Respetuosamente. El General en Jefe. Álvaro Obregón.
Todos los pertrechos de la guarnición rendida pasaron a poder de nuestras fuerzas y una parte
de la clase de tropa se incorporó voluntariamente a nuestras filas, siendo enviados a Hermosillo
los jefes y oficiales.
Siendo tan desventajoso para nosotros el combate que estábamos librando, por la infinita
superioridad de los elementos con que nos batía el enemigo, por la noche, aprovechando la
obscuridad, hice llevar de nuestro campamento a Isla de Piedra dos cañones más, doscientos
infantes y dos ametralladoras, con cuya artillería se incorporaron el mayor Kloss y el teniente
Jácome.
El día 6, al amanecer, se reanudó el combate, y ese día el fuego no cesó un solo momento,
hasta las cuatro de la tarde, hora en que pudimos notar que el Guerrero se hacía a la mar rumbo
al Sur, hasta perderse de vista; cesando, a la vez, los fuegos de la artillería del Morelos y
siguiendo solamente, a intervalos, los disparos de los fuertes de tierra.
De nuestra artillería habían logrado desemplazar, y casi inutilizar, un cañón y una
ametralladora, y nuestras fuerzas habían sufrido algunas bajas, aunque de poca importancia,
tomando en cuenta lo nutrido y desesperado del fuego que nos había sido dirigido durante todo el
día.
En la tarde, cuando la marea empezó a bajar, pudimos ver que el Morelos tenía grandes
agujeros abajo de su línea de flotación, causados por los proyectiles de nuestra artillería, y por
los que salían gruesos chorros de agua.
Esa misma tarde, el vapor Korrigan II hacía su entrada a la bahía de Mazatlán, y ordené que
se abriera fuego sobre él con toda nuestra artillería. Nuestros cañones hicieron algunos disparos y
el Korrigan II se vio obligado a hacerse de nuevo a la mar.
Tal procedimiento no fue sino consecuencia de la nota que de antemano había dirigido yo a
los comandantes de los barcos de guerra extranjeros, surtos fuera de la bahía, avisándoles que
había declarado cerrado el puerto, y que batiría a cualquiera embarcación que intentara entrar en
él.
Con anterioridad se había dado permiso para que el oficial Wallace Buctoll, ayudante del
comandante en jefe de la flotilla norteamericana del Pacífico, bajara a tierra en Topolobampo, a
fin de recoger a los residentes norteamericanos en la región que desearen regresar a los Estados
Unidos; y ese día recibí una comunicación del citado oficial, en los siguientes términos, dirigida
de a bordo de uno de los acorazados norteamericanos, frente a Altata:
Señor General Obregón: Tengo el honor de manifestar a usted, que desde abril 27 al primero de mayo, inclusive, estuve
en Topolobampo con torpederos-destroyers, para recoger norteamericanos de Topolobampo y sus alrededores que
desearen regresar a Estados Unidos. En atención de estos norteamericanos, tengo el honor de informarle que el mayor
Jesús A. Cruz, Comandante Militar de Topolobampo, y el señor Víctor Preciado, jefe de la Aduana, me trataron con
suma cortesía y caballerosidad, expeditando el desempeño de mi comisión. No podría significarle el excelente
valimiento de las atenciones de los mencionados caballeros, con los cuales mis trabajos no tropezaron con ninguna
dificultad. Permítame llamar la atención de usted sobre la conducta tan eficiente de los oficiales bajo su mando, con lo
cual la salvación de México está en sus manos, por su eficiencia, cortesía y maneras caballerosas. Como oficial,
representante del Comandante en jefe de la Flotilla del Pacífico, doy en su nombre las más expresivas gracias por la
cortés atención de usted, al permitir a los norteamericanos salir del territorio, honrosamente controlado por usted. Suyo
respetuosamente. Wallace Buctoll. Ayudante del Comandante en Jefe de la Flotilla del Pacífico.
Recibí el atento mensaje que, a nombre del Almirante, se sirve usted transmitirme y agradezco a usted las frases de
encomio que tiene para mí y mis subordinados, por las atenciones dispensadas a sus nacionales; asegurándole que no
incurre usted en error al afirmar que la Patria mexicana se salvará en nuestras manos. El Ejército Constitucionalista, al
que me honro en pertenecer, no vacilará jamás en el cumplimiento del deber, lo que siempre ha sido y será una garantía
para todos los extranjeros que, sin mezclarse en nuestros asuntos interiores, permanezcan en actitud neutral. Suplico a
usted hacer presentes mis respetos al honorable Comandante en Jefe. De usted atento y seguro servidor. General en
Jefe. Álvaro Obregón.
Por la noche, el fuego cesó, y sólo se oían disparos aislados cuando se advertía algún
movimiento a bordo del barco varado; manteniendo nosotros una vigilancia extrema, para evitar
que el enemigo, que disponía de remolcadores y embarcaciones pequeñas, intentara hacer algún
desembarco de tropas en la misma isla, a nuestra retaguardia, poniéndonos así en condiciones
mucho más difíciles que aquella en que ya nos encontrábamos.
Nuestra permanencia en la isla podíamos, aunque con peligro, prolongarla varios días más,
pues teníamos provisiones, aunque limitadas, y el agua, que era lo que más escaseaba, la
suplimos con la de los cocos, que tanto abundan en aquella isla.
Al amanecer del día siete, pudimos notar cómo las olas habían arrojado a la playa algunas
gorras de los marinos del Morelos, y que en el barco estaban aún apagados hasta los fuegos de
las estufas y no había en él ningún signo que denunciara la presencia de tripulación.
Durante ese día, continuamos siendo batidos por los fuertes de tierra, de los cuales nos
dirigían, a intervalos, disparos aislados.
El cañonero Guerrero, que el día anterior se había perdido al Sur, no regresaba.
Cuando tuve la seguridad de que el Morelos había sido abandonado y consideré que su
artillería podría ser desmontada por el enemigo, para emplazarla en los fuertes de tierra, tomé la
determinación de destruir por completo el barco, ya que nosotros no podríamos aprovechar nada
de él, porque éste quedaba bajo los fuegos de los fuertes de tierra y, en esas condiciones, sólo
podríamos acercamos a él de noche.
Por la tarde de ese día, el mayor Kloss tomó una canoa, y haciéndose acompañar de dos
soldados, que le servían de marinos, trató de abordar el Morelos, sin lograrlo, y resultando
seriamente herido; habiendo debido su salvación al valor de los dos marineros que lo
acompañaban, quienes, a nado, remolcaron la pequeña canoa llevando a Kloss herido, en una
distancia aproximada de dos kilómetros y bajo el fuego del enemigo. Uno de estos heroicos
soldados se llama Julián Jaramillo.
El día 8, se pasó sin que el Guerrero se presentara en acción, y sólo continuando, a
intervalos, el fuego de los fuertes sobre nuestro campamento.
Con referencia al cañonero Guerrero, pasábaseme decir que al retirarse de la lucha por la
tarde del día 6, y cuando nos dirigía sus últimos disparos, tomaba colocación entre los cruceros
norteamericanos, que estaban anclados afuera de la bahía, para librarse de nuestros fuegos o para
acarrear complicaciones internacionales, si lo batíamos allí.
Durante nuestras operaciones contra el Morelos, establecí el Cuartel General en Isla de
Piedra, y allí empecé a recibir partes de los jefes que estaban frente a Mazatlán, relativos a los
combates parciales que, más o menos reñidos, estaban librándose ya con las fuerzas federales, al
establecer el sitio.
El mismo día 8, por la noche, hicimos algunos esfuerzos para abordar el Morelos, lo que no
logramos, debido a lo agitado que estaba el mar, siendo por tres veces obligados nuestros
pequeños botes a regresarse.
Los días 9 y 10 transcurrieron sin más novedad que ligeros tiroteos entre nuestros soldados
en la isla y los de la línea que el enemigo había tendido en la playa Oriente de Mazatlán, frente a
nuestras posiciones.
El día 10, por la tarde, se preparó lo necesario para ver si se lograba la voladura del Morelos,
y, al entrar la noche, uno de nuestros pequeños botes, con sus cuatro tripulantes, emprendió su
travesía, llevando una carga de dinamita suficiente para el objeto deseado.
Yo, en compañía de los miembros de mi Estado Mayor y del licenciado Manuel Aguirre
Berlanga, quien había llegado ese día, me coloqué en lugar conveniente para esperar el resultado
de aquella expedición.
Nuestros marineros lograron abordar el barco y colocar sobre la cubierta la dinamita,
encendiendo en seguida la mecha y regresando a todo remo hasta ganar la playa.
Precisamente a las ocho y media de la noche, el fuego llegó a la dinamita, produciendo la
explosión deseada.
A continuación transcribo íntegro el parte telegráfico que rendí a la Primera Jefatura, dando
por concluido el combate contra el Morelos, cañonero que tanto nos había hostilizado desde las
primeras operaciones del sitio de Guaymas, hasta poco antes de ser inutilizado:
Isla de Piedra, mayo 11 de 1914. Hónrome en comunicar a usted que anoche, a las 8:30, la bahía de Mazatlán se
iluminaba con el incendio del cañonero Morelos, que fue abandonado y volado con dinamita frente a las fortificaciones
de los federales. El incendio se ha prolongado hasta estas horas. Cuatro de nuestros soldados, en una pequeña góndola,
llevaron a cabo este acto de heroísmo, que debe enorgullecer a todos los que hemos puesto nuestra vida al servicio de la
Patria; pues no sólo se ha inutilizado, para siempre, una unidad naval de la usurpación, sino que esto se hizo burlando la
pretendida protección de los federales al Morelos desde todos los fuertes inmediatos. El espectáculo era imponente,
pues al comunicarse el fuego a los bordajes, todas las substancias inflamables hacían explosión. Mientras
presenciábamos el espectáculo recordábamos, con satisfacción, que coincidía la fecha con la gloriosa toma de ciudad
Juárez por el Presidente Mártir, y era el primer aniversario del segundo día de combate en Santa Rosa. Salúdolo
respetuosamente. El General en Jefe. Álvaro Obregón.
Terminado el combate con el Morelos, transladé mi Cuartel General a Casa Blanca, donde
estuve dando las disposiciones necesarias para el perfeccionamiento del sitio de Mazatlán.
A raíz de la rendición de Acaponeta, ordené a los generales Diéguez y Blanco que avanzaran
con sus tropas sobre la plaza de Tepic, dando a Blanco instrucciones de que se colocara, con sus
caballerías, al Sur de Tepic, tanto para evitar que la guarnición de dicha plaza recibiera refuerzo,
como para impedir el paso a la misma, en caso de que intentara huir rumbo a Guadalajara; en
tanto que el general Diéguez, con las infanterías y la artillería, atacaba por el Norte. Al
comunicar estas órdenes, recomendé hacer todo esfuerzo por impedir que los federales
destruyeran el puente del ferrocarril que está sobre el río de Santiago, que es uno de los más
grandes puentes que existen en la República, considerando que la destrucción de él entorpecería
mucho nuestra marcha.
El día 15, recibí mensaje del general Diéguez, comunicándome la captura de la plaza de
Tepic, y de este hecho de armas rendí el siguiente parte telegráfico a la Primera Jefatura:
Casa Blanca, 16 de mayo de 1914. Hónrome en comunicar a usted que la plaza de Tepic ha caído en poder de nuestras
fuerzas, que forman la extrema vanguardia de esta columna, al mando de los generales Blanco y Buelna. Tepic lo
defendían dos mil federales, perfectamente afortinados, y el combate duró veinticuatro horas, habiendo estado muy
reñido. Una parte de la guarnición desertó en la madrugada de hoy y se le persigue con tenacidad. Con esta victoria
queda controlado por nuestro ejército el Territorio de Tepic, y en nuestro poder toda la línea del Ferrocarril Sud-
Pacífico, desde Nogales hasta Tepic. Hoy mismo destaco una columna a cortar las comunicaciones entre Colima y
Manzanillo, con lo cual las guarniciones huertistas de Guaymas y Mazatlán quedarán abandonadas a su propia suerte.
Respetuosamente. General en Jefe. Álvaro Obregón.
En Tepic se infligió al enemigo una completa derrota, haciéndole más de ciento cincuenta
muertos y un gran número de prisioneros, y capturándole un importante botín de guerra; y si la
mitad de la guarnición logró escapar, fue debido a que el general Blanco no cumplió con la
eficacia con que se hubiera deseado las órdenes recibidas de mi Cuartel General, en el sentido de
que se colocara al Sur de Tepic y no emprendiera ningún ataque a la plaza, hasta que lo iniciara
el general Diéguez por el Norte, con las infanterías y la artillería. Por nuestra parte, tuvimos que
lamentar alrededor de cien bajas, entre muertos y heridos, contándose entre los primeros el
coronel Soto, de las fuerzas del general Buelna.
Los federales, en su huida, como yo lo temía, quemaron el puente del ferrocarril sobre el río
de Santiago, y causaron en la vía cuanto daño les fue posible, con el deliberado propósito de
entorpecer nuestra marcha, ya que eran impotentes para contenerla de otra manera.
Inmediatamente que recibí el parte de la captura de Tepic, y sabedor de que habían surgido
algunas dificultades entre los generales Diéguez y Blanco, debido a que este último no ejecutó
fielmente las órdenes que se le habían dado para el ataque sobre la plaza, salí en una carretilla de
vía, movida por motor de gasolina, acompañado del capitán Julio Madero y del teniente Rafael
Valdés, con rumbo a Tepic, en cuyo trayecto empleamos dos días, debido a las dificultades con
que tropezábamos para salvar con nuestro motor los puentes destruidos.
Arreglados los asuntos que me llevaron a Tepic, regresé a Casa Blanca.
Llegado de nuevo a Casa Blanca, continué haciendo exploraciones sobre las posiciones que
ocupaban los federales que defendían Mazatlán, hasta llegar a formarme una idea, más o menos
exacta, de lo que nos costaría capturar esa plaza.
Como casi todos los reconocimientos los practicaba acompañado de los principales jefes de
nuestras fuerzas frente a Mazatlán, éstos estaban también en condiciones de hacer una
apreciación más o menos acertada; y tomando ello en cuenta, un día los cité a mi Cuartel General
para conocer la opinión de ellos y darles a conocer la mía, para que hicieran las observaciones
que juzgaran pertinentes.
La reunión de jefes se verificó, y una vez entrados en materia, les expuse mi personal opinión
sobre la situación que teníamos enfrente, relativa a nuestro asedio sobre Mazatlán, indicando yo
lo que juzgaba más conveniente hacer para abatir al enemigo; y luego los invité a que
consideraran mis ideas, y a que con toda libertad me expusieran las suyas sobre el mismo caso.
La opinión sustentada por mí en aquella junta fue que, no obstante las posiciones tan
ventajosas del enemigo, la plaza de Mazatlán podía ser capturada por nuestras fuerzas si
emprendíamos el asalto con todos los elementos de que podíamos disponer para el ataque; pero
que, después de tomar la plaza, quedaríamos imposibilitados para continuar nuestro avance al
Sur, por las dificultades con que tropezaríamos para reponer las municiones que consumiéramos,
considerando que a los federales no podríamos capturarles parque en cantidad digna de tomarse
en cuenta; porque tenían ya, a su disposición, el cañonero Guerrero y otros transportes, en los
que salvarían sus pertrechos de reserva, y quizás también en ellos lograría embarcarse la mayor
parte de la guarnición y transladarse a Guadalajara, para reforzar aquella plaza que,
indispensablemente, teníamos que atacar en nuestro avance al centro del país. Y, en vista de
todos esos inconvenientes, que se oponían a la idea de un ataque decisivo sobre Mazatlán,
propuse dejar este puerto en las mismas condiciones que el de Guaymas —sitiado— y emprender
el avance con el grueso del Cuerpo de Ejército, hasta cortar a los federales, que lo defendían, las
comunicaciones que conservaban por Manzanillo, y obligarlos a abandonar la plaza con este
golpe, si antes no se podían remitir cartuchos en cantidad suficiente a las fuerzas sitiadoras, o si
el cañonero Tampico no era puesto oportunamente en condiciones de servicio para que tomara
parte también en un ataque decisivo.
Por fortuna, no hubo entre los jefes divergencias fundamentales de criterio, al considerar
aquel caso, estando todos de acuerdo con mi opinión y proposición.
Las mismas consideraciones sometí a la Primera Jefatura, con referencia a un ataque sobre
Mazatlán, y el señor Carranza me contestó manifestándome que dejaba a mi criterio atacar o no
aquel puerto, y recomendándome solamente que activara las operaciones al Sur.
En la misma fecha, se incorporó a mi campamento el señor Enrique Breceda, Pagador
General del Cuerpo de Ejército del Noroeste, quien era comisionado por la Primera Jefatura para
manifestarme el deseo del señor Carranza de que hiciera yo todo esfuerzo por activar mi avance
sobre el centro del país; porque empezaba a sospechar de la conducta de Villa y de Ángeles,
siendo su idea que nuestro Cuerpo de Ejército, de cuya lealtad nunca había dudado, ocupara las
principales plazas del interior.
Resolví emprender mi avance sobre Guadalajara, Colima y Manzanillo, sin atacar Mazatlán;
dejando este puerto sitiado por las tropas de Sinaloa, al mando del general Ramón F. Iturbe, y
cuyo efectivo ascendía aproximadamente a tres mil hombres, con cinco cañones y tres
ametralladoras; teniendo como principales subalternos, que comandaban los distintos cuerpos de
la brigada, a los generales Juan Carrasco y Macario Gaxiola; los coroneles Ángel Flores, Manuel
Mezta, Mateo Muñoz, Isaac Espinosa, Fructuoso Méndez; los tenientes coroneles Ernesto
Dammy y Ascensión Escalante, y los mayores Manuel Barraza y Pedro H. Zavala, este último
como jefe de la artillería.
Débese consignar que durante las primeras operaciones efectuadas para poner sitio a
Mazatlán, nuestros aviadores, capitán Salinas y ayudante Teodoro Madariaga, efectuaron
algunos vuelos en el biplano Sonora, lanzando bombas sobre las posiciones que ocupaban los
federales; pero esos vuelos hubieron de suspenderse, debido a que en uno de ellos el motor del
biplano sufrió una descompostura, y éste descendió sin gobierno hasta estrellarse en el suelo,
quedando inutilizado el aparato, y los aviadores a punto de perder la vida en este accidente, con
graves contusiones, de las que, por algún tiempo, estuvieron en estado delicado.
Resuelta mi salida para el Sur, el día 17 de mayo confirmé el nombramiento del general
Iturbe, como jefe de las operaciones en el sitio de Mazatlán, dirigiéndole la siguiente
comunicación:
Un sello al margen, que dice: República Mexicana. Ejército Constitucionalista. Cuerpo de Ejército del Noroeste.
Cuartel General. Número 1 261. Teniendo que marchar para el Sur, hoy, quedará usted, como verbalmente se lo había
ordenado, con las brigadas de Sinaloa, conservando el sitio que tenemos puesto a la plaza de Mazatlán. Cuando se
reciba la remesa de parque, se terminen las reparaciones del cañonero Tampico, que desde ayer está a flote, y quede
cortada la comunicación entre Manzanillo y Guadalajara, daré a usted orden para que ataque la plaza sitiada, para así
no tener que sacrificar la gente que tendríamos que perder si se atacara ahora. No tengo que hacer a usted ninguna
recomendación especial, porque el celo con que siempre ha sabido usted cumplir con sus deberes es una garantía de
acierto. Hago a usted presentes mi atenta consideración y aprecio. Constitución y Reformas. Casa Blanca, mayo 17 de
1914. El General en Jefe. Álvaro Obregón. Al C. General Brigadier Ramón F. Iturbe, Jefe de las fuerzas en el Estado.
Otates.
Al día siguiente me transladé con el Cuartel General de Casa Blanca a Tepic, acompañado de
los miembros de mi Estado Mayor, y agregado a esta corporación el señor Juan R. Platt,
ciudadano sonorense que, aunque sin carácter militar, por amistad conmigo y por vivas simpatías
hacia nuestro movimiento abandonaba sus negocios en Hermosillo para asistir a nuestras
acciones de armas, de que tenía anuncio oportuno, gustando de compartir con nosotros las
penalidades, servicios y peligros de la campaña.
A Tepic nos incorporamos el día 19, e inmediatamente fui informado de la labor que los
miembros del clero católico habían hecho en aquel Territorio durante el tiempo que dominaron
las fuerzas huertistas; llegando la intromisión de ellos en los asuntos políticos hasta patrocinar y
asesorar dos periódicos, que en aquella ciudad se editaban bajo los títulos de El Hogar Católico
y El Obrero de Tepic, en los que hacían una desesperada defensa del huertismo y atacaban al
Partido Constitucionalista, teniendo los más acres calificativos para los hombres que militábamos
en sus filas; por lo cual ordené que, desde luego, se intervinieran los archivos de dichos
periódicos y que se practicaran las averiguaciones preliminares para que fueran consignados a un
tribunal militar los que aparecieran responsables de aquellos gratuitos ataques a la Revolución.
De las averiguaciones practicadas sobre el particular, resultó como principal responsable de
la labor antirrevolucionaria el obispo Andrés Segura, a quien se le instruyó proceso y se le
sentenció a ocho años de prisión.
Los demás clérigos complicados con el obispo en su obra difamatoria contra nuestro
movimiento fueron expulsados por orden de mi Cuartel General, siendo conducidos hasta
Nogales, Sonora, donde se les hizo atravesar la línea internacional.
Después de quedar hechas las reparaciones a la vía del ferrocarril hasta Tepic, inclusive el
puente de Santiago, cuyos trabajos fueron hábilmente dirigidos por los mayores Melitón Albáñez
y J. Lorenzo Gutiérrez, se ordenó la concentración en Tepic de todas las impedimentas y material
rodante que habían quedado a nuestra retaguardia; y al hacer este movimiento, tuvimos que
lamentar un accidente doloroso, ocurrido en la pendiente que la vía del ferrocarril tiene desde el
Río de Santiago hasta Tepic; accidente que consistió en haberse desenganchado cuatro carros de
un tren militar que iba a Tepic, los que rodaron sin frenos por la pendiente hasta ir a chocar
bruscamente con otro tren militar que estaba colocado sobre la vía principal, en estación Roseta;
choque en el cual tuvimos que lamentar aproximadamente cien bajas, entre muertos y heridos;
contándose entre éstos, de gravedad, el teniente coronel Herculano de la Rocha, de las fuerzas de
Sinaloa.
El día 22, mi Cuartel General comunicó la siguiente orden escrita al general Diéguez:
Sírvase usted destacar, a la mayor brevedad posible, al coronel Jesús Trujillo, con trescientos hombres de caballería,
para que corte la vía que une a Manzanillo con la ciudad de México, entre estación Quemado y el límite con el Estado
de Colima, proporcionándole la dinamita necesaria para que lleve a cabo esa obra. Después deberá marchar dicho
coronel Trujillo a Zacoalco, cortando todas las vías de comunicación con Guadalajara, y siguiendo de allí la ruta más
conveniente hasta incorporarse al grueso de las fuerzas de esta División. Constitución y Reformas. Tepic, mayo 22 de
1914. El General en Jefe. Álvaro Obregón. Al C. General M. M. Diéguez, Jefe de la Vanguardia. Presente.
El objeto del movimiento que se encomendaba al coronel Trujillo era evitar que por la vía de
Manzanillo siguieran haciéndose envíos de víveres y pertrechos para las guarniciones sitiadas en
Guaymas y Mazatlán y, con esto, obligarlas a evacuar aquellos pueblos o rendirse a nuestras
fuerzas sitiadoras. También tenía por objeto ese movimiento llamar por aquel rumbo la atención
de la guarnición federal de Guadalajara, mientras nosotros hacíamos la travesía de la sierra para
internarnos en Jalisco.
Como en Tepic deberíamos abandonar las comodidades que los trenes nos proporcionaban
para hacer nuestras movilizaciones y conducción de pertrechos, provisiones e impedimentas, por
no haber vía entre Tepic y San Marcos, Jalisco, teniendo, por lo tanto, que hacer la marcha pie a
tierra; necesitábamos proveemos de carros y mulas para transportar los elementos indispensables
a la columna, y a efectuar la concentración de estos transpones nos dedicamos desde luego.
Con fecha 1.º de junio, el Cuartel General dictó una disposición, dando a reconocer al general
Lucio Blanco como jefe de la División de Caballería del Cuerpo de Ejército del Noroeste,
poniendo bajo sus órdenes todas las columnas y fracciones del arma que se habían incorporado.
Como el general Buelna, que por disposición expresa de la Primera Jefatura había asumido la
Comandancia Militar y la Jefatura Política del Territorio, habría de marchar con la columna
hacia el Sur, con fecha 3 de junio expedí nombramiento de Comandante Militar del Territorio, en
substitución de Buelna, a favor del general Juan Dozal, y de Presidente Municipal a favor del
licenciado Carlos C. Echeverría.
En Tepic volvieron a agotarse los fondos para las atenciones de las fuerzas, y como éstas
estaban próximas a internarse en una zona donde no había medios eficaces de comunicación para
hacernos llegar los fondos necesarios, el Cuartel General de mi cargo, con previa autorización de
la Primera Jefatura, hizo una nueva emisión de vales provisionales por valor de $60,000.00.
Próximos ya a emprender la marcha para hacer la campaña en Jalisco, redacté e hice
imprimir la siguiente hoja, mandando, por diversos conductos, un gran número de ejemplares de
ella, para distribuirlos en Jalisco:
Con fecha 4, el Cuartel General comunicó al general Rafael Buelna la siguiente orden escrita:
Número 1315. Sírvase disponer que el C. capitán 1.º Cruz Medina marche en el vapor Unión a capturar la guarnición
federal de Islas Marías; destruya la estación radiográfica de las mismas; recoja y haga conducir a ésta a nuestros
partidarios que hayan sido internados en dichas islas, y traiga el buque cargado con sal y otros artículos de provecho
que pueda encontrar para su abarrotamiento. Reitero a usted mi distinguida consideración y particular aprecio.
Constitución y Reformas. Tepic, junio 4 de 1914. El General en Jefe. Álvaro Obregón. Al C. General Rafael Buelna.
Presente.
El capitán Medina, a quien se encomendaba la expedición a Islas Marías, era el jefe de las
armas del puerto de San Blas, Tepic, y desde luego procedió a cumplir las órdenes que le diera el
general Buelna, rindiendo a éste el siguiente parte, con fecha 6, de San Blas:
Conforme a instrucciones que recibí para efectuar marcha a Islas Marías y apoderarme de lo que allá se encontrara, en
cumplimiento de mi deber tengo el honor de informar que el día 4 del corriente, a las 5 p. m., levé anclas rumbo a las
islas expresadas, llegando a las 4 a. m., a la Isla Magdalena. Entramos por el Canal hacia las Salinas, en donde, a las
5:30 a. m., ordené inmediatamente el desembarque de parte de 1.ª fuerza, sorprendiendo un pelotón de diez soldados y
un sargento 2.º de las fuerzas federales, los que quedaron prisioneros. Hice avanzar la fuerza por tierra sobre el Balleto,
habiendo ordenado al barco, que, a media máquina, marchase a tiempo que las fuerzas fuesen auxiliadas por él a su
llegada al Balleto. En dicho punto, dispuse que los aparatos de la estación inalámbrica fueran desprovistos del motor
desarrollador de fuerza eléctrica, a fin de que no pudiera haber comunicación, evitando así que una mala disposición
perjudicara mis operaciones. Terminado esto, procedí al embarque de los efectos que encontré en dicha isla, y que
consisten en harina, panocha y algunos otros efectos, de los cuales procedo a levantar inventario, y oportunamente daré
cuenta. Encontré diez monturas, y armas en número aproximado de veintiocho. Sabedor de que el señor Manuel Novoa
se había hecho a la mar en el pailebot Presidente, rumbo a Manzanilla, inmediatamente levé anclas y me puse en su
persecución, habiendo logrado darle alcance, a las 3 y media horas de la marcha. Intimado que fue a rendirse, lo hizo
desde luego incondicionalmente, quedando a disposición del Gobierno Constitucionalista. De los reos políticos y
empleados que formaban la administración de la isla, mandaré a usted lista, juntamente con inventarios.
Al serme transcrito el parte anterior, por el general Buelna, ordené que el mismo capitán
Cruz Medina procediera a formar, en San Blas, un juicio sumario al verdugo Manuel Novoa,
hecho prisionero cuando huía rumbo a Manzanillo, y quien había fungido como director de la
colonia penal de las Islas Marías, para que fuera éste pasado por las armas.
El día 10 quedaron hechos todos los preparativos para la marcha hasta San Marcos, habiendo
logrado concentrar más de doscientos carros y como dos mil mulas, transportes que fueron
equitativamente distribuidos entre las brigadas y batallones, para que en ellos condujeran sus
provisiones, pertrechos e impedimentas. Había ordenado al general Diéguez que hiciera salir
parte de sus fuerzas para Ixtlán del Río, para que quedaran allí como puesto avanzado.
En cumplimiento de esa orden, el general Diéguez destacó el 5.º Batallón de Infantería de
Sonora, al mando del teniente coronel Esteban B. Calderón.
Continuaron el movimiento el resto de las fuerzas del general Blanco.
Ya cuando empezaba a hacer los preparativos para nuestra marcha al Sur de Tepic, recibí un
recado del jefe de nuestra oficina telegráfica, diciéndome que el general Villa deseaba tener una
conferencia conmigo.
Me transladé en seguida a la oficina de telégrafos, en la que se había comenzado a recibir el
mensaje del general Villa, haciéndome una relación de las dificultades que tenía él con la
Primera Jefatura y los obstáculos que, según él, le presentaba el señor Carranza, con objeto de
entorpecer la marcha de la División del Norte hacia el centro del país; insinuándome que
llegáramos a un acuerdo, para continuar las operaciones sobre el Centro, sin tomar en cuenta a la
Primera Jefatura.
Contesté a Villa negándome a celebrar el pacto que me proponía, y tratando de hacerlo
desistir de sus propósitos de desconocer a la Primera Jefatura; haciéndole ver la necesidad que
teníamos de seguir sosteniendo a la Primera Autoridad de la Revolución, a quien nosotros
mismos habíamos reconocido, máxime cuando, en mi concepto, no había ninguna causa que
justificara un desconocimiento.
Posteriormente, con fecha 14, hice yo mi salida de Tepic con el resto de las infanterías, al
mando de los generales Cabral y Hill, y la artillería, al mando del mayor Juan Mérigo.
El día 16 me incorporé a la población de Ixtlán del Río, después de haber atravesado las
estribaciones del Ceboruco (volcán apagado que está entre Chapalilla y Ahuacatlán).
Entretanto, el general Diéguez continuaba su avance hasta penetrar en el Estado de Jalisco,
del cual había sido nombrado Gobernador y Comandante Militar en Tepic, el 12 de junio, por
acuerdo de la Primera Jefatura, estableciendo el general Diéguez su Cuartel General y el asiento
de su Gobierno en Etzatlán.
En la columna iba incorporado el general Martín Espinosa, convaleciente aún de las heridas
que recibiera al iniciar sus operaciones en Tepic; de las cuales había estado curándose en
Durango, marchando después a incorporarse a mis fuerzas, para tomar parte en el avance al Sur.
En Ixtlán permanecimos algunos días, esperando la incorporación de las infanterías y la
artillería, que marchaban a nuestra retaguardia.
Como estaba ya muy avanzada la temporada de lluvias, y diariamente se desencadenaban
fuertes aguaceros en toda aquella región, las líneas telegráficas, que habían sido reparadas muy
provisionalmente en nuestra marcha, sufrían frecuentes daños, que interrumpían la comunicación
y, con este motivo, se hacía muy deficiente el servicio, recibiendo y trasmitiendo nuestros
mensajes con retraso.
En Ixtlán, comenzamos a tener algunas noticias sobre las serias dificultades que habían
surgido entre la División del Norte y la Primera Jefatura; pero a causa de lo irregular de nuestras
comunicaciones telegráficas, no podíamos saber de una manera precisa cuál era el origen de
aquellas dificultades, y cuál, por fin, la actitud de Villa.
Sin embargo de la carencia de una completa información sobre aquel caso, con la impresión
que guardaba yo de Ángeles, tenía, para mí, que un viento de reaccionarismo y de traición
soplaba ya en aquel ambiente, desde que Ángeles había llegado a ser un favorito consejero de
Villa y un factótum de la División del Norte; y no vacilé en reconocer que el deber de todo
revolucionario consciente y honrado, en aquellos momentos, era ponerse de parte de la Primera
Jefatura y apoyar su autoridad. Y, consecuente con este criterio, el día 18 escribí un mensaje para
el Primer Jefe, haciéndole conocer la actitud que nosotros asumiríamos, si las dificultades con
Villa no llegaban a solucionarse.[3]
Antes de ser transmitido el mensaje, reuní a los principales jefes de la columna para
mostrárselos. Todos estuvieron de acuerdo con su texto, a excepción de los generales Blanco y
Buelna, quienes opinaban que no se dijera nada al Primer Jefe, mientras no se conocieran, en
detalle, los acontecimientos relacionados con las dificultades a que vengo refiriéndome.
El general Julián Medina, jefe que independientemente había estado operando en Jalisco,
contra las fuerzas federales, se presentó en mi Cuartel General, a recibir órdenes para las
operaciones que deberían llevarse a cabo en aquel Estado.
En Ixtlán, recibí un parte del general Diéguez, en que me comunicaba que el coronel Trujillo,
cumpliendo exactamente las órdenes que había recibido en Tepic, había cortado las
comunicaciones cerca de Zacoalco, entre Guadalajara y Colima, atacando y derrotando
completamente a una guarnición federal de 300 hombres, en la plaza de Teocuitatlán de Corona,
y que, después, había sido obligado a replegarse, al ser derrotado en un desventajoso combate
que sostuvo contra la columna federal al mando del general Zozaya, en Zacoalco, en cuya acción
perdió nuestro jefe una gran parte de los pertrechos quitados al enemigo en el primer combate,
habiendo resultado herido el general Zozaya, que mandaba la columna federal.
Estaba mi Cuartel General todavía en Ixtlán cuando se recibió parte de que, el día 10 de
junio, después de arduos trabajos llevados a cabo a bordo del Tampico con los elementos del
barco y alguna maquinaria llevada de la hacienda La Constancia y de los talleres del ferrocarril
de Topolobampo, quedó a flote nuestro cañonero, siendo reparadas, hasta donde fue posible, las
averías que sufriera en el combate librado el 31 de marzo con el cañonero Guerrero; y que el día
14 del mismo mes, el Tampico levó anclas en Topolobampo, haciéndose a la mar con rumbo a
Altata.
Un parte posterior daba cuenta de lo siguiente: El Tampico, antes de llegar al puerto de Altata,
sufrió una descompostura en la bomba de alimentación y se quemaron las calderas, quedando
dicho barco al garete, y siendo en seguida arrastrado por la corriente del Golfo, hasta la altura de
la Isla de San Ignacio, donde lograron dar fondo. A la madrugada del día 16, el oficial de guardia
del Tampico descubrió al cañonero Guerrero, que avanzaba sobre nuestro barco, rompiendo el
fuego y colocándose a una distancia menor de dos kilómetros. Como el Tampico no podía hacer
ningún movimiento, el enemigo pudo hacer certeros fuegos sobre él, los que eran contestados de
nuestro barco, solamente con el cañón de proa, que era el único utilizable en aquel combate; y en
lo más reñido de éste, una granada del Guerrero explotó sobre unas cajas de alcohol, provocando
el incendio en la cámara de popa, que era donde se encontraban dichas cajas, y obligando a los
artilleros a abandonar el cañón de popa, con el que entonces contrarrestaban los fuegos del
Guerrero, pues poco antes una corriente había hecho a nuestro barco virar de popa frente al
Guerrero. El comandante del Tampico, capitán de navío Hilario Rodríguez Malpica, ordenó
entonces abrir las válvulas de fondo, para hundir su barco antes que permitir fuera capturado por
el enemigo. Cuando esto sucedía, a bordo del Tampico habían muerto ya el maquinista, Ramón
C. Estrada, el maquinista Vela y cinco individuos de la marinería, y había un regular número de
heridos, entre ellos el segundo comandante Agustín Rebatett. Al estar hundiéndose el barco, la
tripulación se transbordó a una lancha de gasolina y a un bote de remo, para salvarse; pero a
poco de navegar, fueron hechos prisioneros por el cañonero Guerrero, a excepción del
comandante Rodríguez Malpica, quien prefirió darse muerte antes que dejarse hacer prisionero,
disparándose un tiro de su pistola, que le causó muerte instantánea, en los momentos en que se
hundía el barco. Entre los prisioneros hechos por el Guerrero se encontraba el capitán de fragata
Agustín Rebatett, segundo comandante del Tampico, quien había resultado seriamente herido en
el combate.
El comandante Rodríguez Malpica se privó de la vida contando apenas 24 años de edad, y
con este hecho se hizo pasar al reducido número de los que tienen el privilegio de perpetuar su
nombre y el legítimo derecho de hacer venerable su recuerdo.
Con la pérdida del Tampico, el enemigo volvía a recobrar el completo dominio de las costas
de Occidente, y nuestro Ejército perdía la esperanza de restar a la usurpación ese dominio, pues
nada podríamos esperar ya de la comisión conferida desde el mes de abril al oficial Palacios,
para comprar un barco en el extranjero; porque éste, al encontrarse fuera del país y después de
dilapidar parte de los fondos que se le confiaron para aquella compra, negó haber recibido tal
comisión y se apoderó del resto del dinero, del que solamente una parte se logró recogerle,
debido a las activas gestiones de nuestro agente comercial en los Estados Unidos, señor
Francisco S. Elías.
CONTINÚA LA MARCHA
El día 23 continuamos nuestro avance de Ixtlán, acampando en Arroyo del Agua, y al día
siguiente lo proseguimos hasta San Marcos, llegando a este lugar a las 12 del día, después de
bajar la famosa Cuesta de los Ingenieros. Allí se dio un ligero descanso a la tropa y, por la tarde
del mismo día se continuó la marcha hasta Etzatlán, donde se encontraba el general Diéguez.
En ese lugar, tuve conocimiento de que una poderosa columna federal había salido de
Guadalajara a nuestro encuentro, para contener nuestro avance y presentamos batalla; y en
atención a esas noticias, ordené que al día siguiente se continuara la marcha hasta Ahualulco,
para hacer un reconocimiento del terreno en que deberíamos librar la batalla.
Como estaba ordenado, el día 25 se continuó la marcha, incorporándome ese mismo día a
Ahualulco, donde se encontraba acampada ya una parte de nuestra división de caballería.
Al día siguiente, terminaron de reconcentrarse en Ahualulco las fuerzas de la columna, y
tomó el contacto nuestra vanguardia con la del enemigo, en la hacienda El Refugio, a veinte
kilómetros de nuestro campamento.
En el parte oficial, que más adelante se inserta, se relatan los movimientos que nuestras
fuerzas comenzaron a efectuar desde aquella fecha.
DECRETO NÚMERO 1
Primero. En calidad de Contribución Especial Extraordinaria, sobre bienes inmuebles, capitales impuestos, giros mercantiles,
industriales y empresas bancarias, se impone en el Estado de Jalisco, la cantidad de CINCO MILLONES DE PESOS, de los
cuales la mitad se exhibirá desde luego en la Jefatura de Hacienda en esta ciudad, y la otra mitad en el plazo que señalará este
Cuartel General.
Segundo. Esta contribución no será reversible en ningún caso, sobre otras personas que aquellas a quienes directamente se
fije, a pesar de lo que en contratos celebrados anteriormente se determine en contrario.
Tercero. Las cantidades que se perciban serán devueltas al restablecimiento del orden constitucional en la República, en la
manera y forma que determinen las leyes que entonces se expidan.
Cuarto. Para obtener la cantidad expresada, se hará derrame discrecional por este Cuartel General, que señalará a los
contribuyentes la cuota que les corresponda, en la inteligencia de que una comisión que se nombrará al efecto, en vista de los
datos que pueda tomar, hará cotización definitiva, para que se devuelva a los contribuyentes que hayan dado mayor cantidad, la
diferencia entre la cuota provisional y la definitiva.
Quinto. El capital en pequeño queda expresamente exceptuado de la Contribución Especial Extraordinaria, debiendo
determinarse por este Cuartel General, qué ha de entenderse por capital en pequeño.
Sexto. Las penas en que incurran los causantes, si no entregan las cantidades que se fijen, así como los plazos en que han de
entregarlas, y todos los detalles relativos a esta Contribución, se determinarán por el General en Jefe que subscribe, según
corresponda en cada caso.
Por tanto, mando se imprima, circule y se le dé el debido cumplimiento. Dado en el Cuartel General del Cuerpo de Ejército
del Noroeste, en Guadalajara, Jalisco, a los catorce días del mes de julio de mil novecientos catorce. El General en Jefe. Álvaro
Obregón.
Me es satisfactorio consignar que fue magnífica la impresión que en Guadalajara causó la
organización de nuestro Ejército, considerándosele en aquella ciudad como una garantía de orden
y seguridad; y fue tan patente la confianza experimentada, que hubo instituciones, como el
Banco de Jalisco, que reanudaran sus operaciones, con toda regularidad, al día siguiente de la
ocupación de la plaza por nuestras fuerzas, no obstante que algunas de esas instituciones,
inclusive el propio Banco de Jalisco, habían sido saqueadas por las fuerzas federales, cuando
éstas evacuaban la plaza.
Todo el Estado de Jalisco manifestaba grandes simpatías hacia el Constitucionalismo, a
excepción de uno que otro acaudalado fanático, y los miembros del clero, quienes hacían una
solapada oposición, por cuantos medios estaban a su alcance, a la obra de la revolución, no
omitiendo para ello ni procedimientos tan mezquinos y ridículos como el siguiente, que les fue
plenamente descubierto: a los fanáticos, que aceptaban puestos públicos en el Gobierno que se
estaba organizando, los frailes los amonestaban, exhortándolos a que se retractaran de la protesta
que rindieran al tomar posesión de sus puestos —de adhesión al Plan de Guadalupe y defensa de
las Leyes de Reforma— y confesaran su arrepentimiento por dicha protesta, otorgando
juramento de no defender el Plan de Guadalupe ni las Leyes de Reforma... Varios empleados que
se habían colocado en la administración revolucionaria, y a quienes se les descubrió que
figuraban entre los arrepentidos, fueron desde luego, vergonzosamente, destituidos de sus
puestos.
Con objeto de utilizar en compras de pertrechos y equipo los fondos capturados al general
Mier en el combate de Castillo, y mientras se empezaba a colectar el empréstito impuesto a los
capitalistas de Jalisco, el Cuartel General de mi cargo solicitó y obtuvo de la Primera Jefatura el
acuerdo para hacer una nueva emisión de billetes, a fin de arbitrarnos recursos para el pago de
haberes a la tropa y los demás gastos que se originaban.
Cuando las tropas hubieron tomado el necesario y merecido descanso, formé una columna de
cerca de dos mil hombres, con las fuerzas del general Cabral, las del coronel Trujillo, las del
teniente coronel Lino Morales, la guerrilla de J. Cortina y cien hombres de la escolta del Cuartel
General, y con esta columna emprendí la marcha por ferrocarril rumbo a Colima y Manzanillo,
llevando a la vanguardia un tren de reparaciones para expeditar la vía, reparando los desperfectos
que en ella había causado el enemigo.
Antes de emprender la marcha, ordené al general Hill que al quedar reparados los primeros
puentes al Sur de Guadalajara, emprendiera su avance con las tropas a su mando, por dicha línea,
para activar las reparaciones y escoltar con su brigada los trabajos.
También comuniqué órdenes al general Blanco, para que destacara rumbo al Sur las fuerzas
del general Sosa y del coronel Acosta, de la División de Caballería, para que sirvieran de
vanguardia y exploración a los trenes de reparación, que avanzaban componiendo la vía.
En la mañana del diecisiete, y después de dejar reparada la vía hasta Zapotiltic, me incorporé
con mi columna a dicha plaza, habiendo sido allí informado de que los federales tenían sus
primeros puestos avanzados sobre la vía del ferrocarril, adelante de Tuxpan, como a diez
kilómetros de nosotros, y que tenían minados los grandes puentes de fierro y los túneles que hay
entre Tuxpan y Colima.
Por esas noticias, consideré que sería inconveniente seguir avanzando por la vía del
ferrocarril, puesto que al volar los federales el primer puente, nos dejarían incapacitados para
seguir nuestra marcha, y al ser destruidas aquellas grandes obras, no podríamos siquiera intentar
su reparación, por no contar con ningunos materiales para acometer semejante empresa, en cuyo
caso las comunicaciones del ferrocarril entre Guadalajara y Manzanillo no podrían restablecerse
hasta después de seis u ocho meses de trabajo, con un costo enorme.
Tales consideraciones me obligaron a cambiar de ruta, devolviendo a Zapotlán nuestros
trenes, y emprendiendo la marcha, pie a tierra, por el camino que atraviesa las famosas barrancas
de Beltrán, Atenquique y El Muerto, por las estribaciones de los volcanes de Colima.
La jornada de este día, que se distinguió por lo penoso de la marcha, la rendimos en Platanal.
De allí reanudamos la marcha hasta Tonila, en cuyo lugar logramos entrar en comunicación
telegráfica con Guadalajara y los demás puntos de nuestra red, comenzando, allí mismo, a recibir
los mensajes que para mi Cuartel General habían sido dados a la oficina de Guadalajara.
Entre los primeros mensajes recibidos, figuraba uno del general Salvador Alvarado, jefe de
las operaciones en el sitio de Guaymas, en el cual me comunicaba que aquel puerto había sido
evacuado, y que la columna federal, al mando del general Joaquín Téllez, embarcada en varios
transportes, se había hecho a la mar con rumbo al Sur, saliendo los primeros barcos con fuerzas
de aquella guarnición el día 17.
Esa misma noche recibí mensaje del general Iturbe, que continuaba como jefe de las fuerzas
que tenían puesto el sitio a Mazatlán, comunicándome que el día anterior habían estado saliendo
de aquel puerto, en el que hicieran escala, los primeros barcos de la columna de Téllez, con
rumbo a Manzanillo.
Esas noticias me obligaron a precipitar las operaciones sobre Colima y Manzanillo,
considerando que, de retardarlas, daría lugar a que desembarcara en Manzanillo la columna
procedente de Guaymas, y probablemente lograra el enemigo reforzar Colima, hasta el punto de
que no pudiera yo capturar dicha plaza con la columna que llevaba a mi mando.
En Colima había entonces una guarnición de poco menos de dos mil hombres, al mando del
general Delgadillo, y la de Manzanillo era menor de doscientos hombres; y fue basado en esto,
que la columna que yo formé para emprender las operaciones sobre dichas plazas, y a la que
juzgaba bastante para obtener un éxito completo, era solamente de unos dos mil hombres; pero si
Téllez desembarcaba en Manzanillo y reforzaba Colima con dos o tres mil de sus hombres, me
pondría en condiciones de replegarme hasta Zapotiltic, y de allí pedir refuerzos a Guadalajara
para iniciar de nuevo mi campaña al Occidente.
Al amanecer del siguiente día iniciamos nuestro avance sobre Colima, forzando la marcha, y
a las nueve de la mañana, cuando ya habíamos salvado la mitad de la distancia, se me
presentaron dos individuos, diciendo ser emisarios del general Delgadillo, para manifestarme, en
nombre de dicho jefe, que deseaba suspendiera yo mi avance, para tratar la rendición de la plaza,
por estar él dispuesto a entregarla.
Desde luego comprendí que la proposición de Delgadillo no era sino un ardid, con objeto de
dar tiempo a recibir los refuerzos de Téllez o tomarse el necesario para embarcar sus tropas y
replegarse con ellas a Manzanillo, dejándonos burlados. Ordené, pues, el arresto de los
emisarios, manifestándoles que no entraría yo en tratados con el enemigo, y que era probable
que, a esa hora, ya la columna de Trujillo, que desde la madrugada había hecho salir a colocarse
al poniente de Colima, estuviera atacando la plaza.
Continuamos el avance, y cuando nos faltaban cinco o seis kilómetros para llegar a los
suburbios de la ciudad, recibí parte del coronel Trujillo, informando que había sorprendido a la
guarnición de Colima en los momentos en que trataba de embarcarse en la estación del
ferrocarril, atacándola y logrando ponerla en completa dispersión, después de un combate de
poca importancia, haciéndole muchos prisioneros y capturándole la mayor parte del armamento y
municiones de éstos. El mismo parte daba cuenta de que, entre los prisioneros, se encontraba
Darío Pizano, el que había ganado trágica celebridad por sus crímenes en Tepames, durante las
postrimerías de la dictadura porfiriana.
A mediodía hicimos nuestra entrada en la ciudad de Colima, con las infanterías y la artillería,
y desde luego ordené que se emprendieran las reparaciones de algunos ligeros daños que la vía
del ferrocarril había sufrido al poniente, para continuar rumbo a Manzanillo.
Darío Pizano y algunos jefes y oficiales que con él cayeron prisioneros en poder de los
nuestros, fueron pasados por las armas, conforme a la ley de 25 de enero.
Tan luego como llegué a estación Campos, pasé a la oficina telefónica de la estación y solicité
comunicación con Manzanillo, llamando a la oficina del Comandante Militar de la Plaza, para
hablar con él. En poco tiempo obtuve comunicación, y me contestó el general Calero, que fungía
como jefe del Estado Mayor de Téllez, y con éste me identifiqué como jefe de las fuerzas
revolucionarias frente al puerto, pidiéndole la rendición de éste. Calero me contestó que nada
podía resolver antes de la llegada de Téllez, que era el General en Jefe, informándome que éste
se incorporaría, probablemente, en la noche.
Durante la conferencia telefónica que sostuve con Calero, éste se manifestó muy inclinado a
evitar el combate, encontrando conveniente la entrega de la plaza y la rendición de las fuerzas
que la guarnecían; pero yo comprendí que Calero sólo trataba de ganar tiempo para que se
incorporara el resto de la división de Téllez, la que tenía un efectivo de seis mil hombres
aproximadamente, con treinta cañones.
De ahí que mi primera idea fue emprender el ataque y apoderamos del puerro, antes de que
llegara el resto de las tropas federales, al mando de Téllez; pero luego hube de desistir, pues los
datos obtenidos de los prisioneros concordaban todos en que las fuerzas ya desembarcadas en
Manzanillo se acercaban a dos mil hombres, número cuatro veces superior a la fuerza que yo
llevaba, aparte de que Manzanillo presenta muy buenas condiciones para su defensa, por lo que
consideré aventurado empeñar un ataque.
Desistiendo de atacar Manzanillo, hice distribución de mis tropas en forma de cubrir
perfectamente la única salida que tiene el puerro sobre estación Campos, y allí pasamos la noche,
habiendo improvisado nuestros soldados sus atrincheramientos de arena.
El día siguiente se pasó sin novedad.
El día 22 tuve noticia de que Téllez se había incorporado ya a Manzanillo, y como aún el
general Calero no me había dado contestación categórica a mi intimación de que rindiera la
plaza, el día 23 dirigí al general Téllez una comunicación en el mismo sentido, obteniendo una
contestación terminantemente negativa. Ese mismo día, por la tarde, y con objeto de descubrir
las posiciones de Téllez, hice avanzar la máquina exploradora, que tenía al frente una plataforma
con uno de nuestros cañones de grueso calibre, y abrimos fuego sobre Manzanillo cuando
estuvimos a dos y medio kilómetros, teniendo que replegarnos hasta nuestra línea de defensa, por
haber sido nuestro fuego contestado por tres baterías de las de Téllez. Esa misma tarde, los
federales hicieron algunos esfuerzos para desalojamos de nuestras posiciones, atacándonos con
bastante energía y siendo rechazados en todos sus intentos.
El mismo día 23 recibí de la Primera Jefatura la notificación de la huida de Huerta y la
substitución de éste por el licenciado Carbajal, quien estaba dispuesto a entregar el poder a la
revolución.
Para tomar una resolución conveniente, respecto de la situación que se nos presentaba frente
a Manzanillo, con motivo del desembarco de la división de Téllez en aquel puerto, hice un
estudio de aquella situación, con las siguientes consideraciones:
Un ataque sobre Manzanillo con los elementos que yo tenía allí sería un disparate.
Movilizar de Guadalajara seis o siete mil hombres, para igualar en fuerza al enemigo y
emprender el ataque con éxito, sería entorpecer las operaciones sobre el centro, que eran, por
todos conceptos, de más importancia.
Por otra parte:
La división de Téllez en Manzanillo no constituía una amenaza sobre el territorio
conquistado por nosotros, pues aquellas tropas estaban de tal manera agotadas y desmoralizadas
por sus fracasos en Guaymas, y por la penosa travesía que habían hecho, que seguramente Téllez
no cometería la torpeza de intentar un avance por Colima y Guadalajara para llegar a la ciudad
de México, adonde había sido llamado con urgencia.
En tales condiciones, Téllez se limitaría a permanecer en Manzanillo, dando a sus soldados el
necesario descanso, para, de allí, reembarcarse a Salina Cruz y continuar por el ferrocarril del
Istmo hasta tomar el ferrocarril Mexicano e incorporarse a la ciudad de México, ya que había
llegado tarde para auxiliar a Colima, que fue el objeto de su desembarco en Manzanillo.
Dándome esa serie de consideraciones la seguridad de que Téllez no trataría sino de
incorporarse a México por la vía que le ofreciera más facilidades, y vista la inconveniencia de
atacarlo en Manzanillo, juzgué que mis esfuerzos deberían encaminarse a llegar a la ex-capital
antes que él, pues aunque su tropa no estaba muy moralizada, constituía una división con
efectivo y elementos considerables, cuya incorporación a México alentaría mucho a la
guarnición que había en aquella ciudad.
Siguiendo este plan, movilicé las fuerzas del general Cabral hasta estación Campos, y a este
jefe le encomendé la vigilancia de Manzanillo, para que evitara la introducción de ganado, que
seguramente intentarían hacer los federales para mejorar la crítica situación en que se
encontraban en aquella plaza, por la escasez de víveres.
En la misma fecha (23 de julio), recibí un parte, comunicando que la expedición que había
destacado de Culiacán sobre el distrito Sur de Baja California, al mando del teniente coronel
Camilo Gastélum, y del prefecto Miguel L. Cornejo, había ocupado el puerto de La Paz,
capturando a la guarnición federal que en él había, y adueñándose con este golpe de todo el
Distrito.
En seguida me regresé a Colima, habiendo tenido antes conocimiento de que el general Téllez
había ordenado el fusilamiento del capitán de fragata Agustín Rebatett, hecho prisionero al
hundirse nuestro cañonero Tampico, fusilamiento que se llevó a cabo en Manzanillo, cuando
Rebatett aún padecía de las heridas que recibiera en el último combate del Tampico con el
Guerrero, de las que no había sanado, a causa de que los federales lo privaron de adecuadas
atenciones médicas, en el tiempo que lo tuvieron prisionero.
Las noticias que se recibían de Sonora hacían infundir la sospecha de que, de un momento a
otro, se rebelaría Maytorena contra el Constitucionalismo, y aun hacían suponer, fundadamente,
que estuvieran de acuerdo con él las fuerzas que al mando del general Alvarado habían sostenido
el sitio de Guaymas.
Tales noticias obligaban a tomar precauciones y, por mi parte, las tomé, ordenando al general
Alvarado que inmediatamente movilizara dos mil o tres mil hombres al Sur, hasta incorporarse a
mi columna en el centro de la República, al mando de los jefes que menos confianza le
merecieran; y que, con esas fuerzas, remitiera todas las reservas de los cartuchos y la artillería,
para dejar así a Maytorena incapacitado para llevar a cabo su rebelión, sin que se resintiera en
aquella región ningún perjuicio por la salida de tales fuerzas, puesto que no era necesaria su
permanencia allá, desde que los federales evacuaron el puerto de Guaymas.
En Colima nombré Gobernador interino, por acuerdo del C. Primer Jefe, al señor Eduardo
Ruiz, quien posteriormente fue substituido en su puesto por el general Juan José Ríos; y el día 24
emprendí mi marcha a Guadalajara.
Al ocupar Guadalajara, pude cerciorarme de que el ex-Gobernador de Colima, J. Trinidad
Alamillo, no era revolucionario ni general, ni tenía mando de tropas, por lo que empecé a
considerarlo un elemento nocivo en nuestras filas. Posteriormente, cuando nuestras fuerzas
ocuparon la plaza de Colima, fueron encontrados en los archivos de la oficina de telégrafos de
aquella ciudad varios telegramas que habían sido dirigidos por Alamillo al usurpador Huerta, a
raíz de los asesinatos de Madero y Pino Suárez, en los que hacía al asesino las más cordiales
felicitaciones. En virtud de ello, ordené que Alamillo fuera consignado a un Tribunal, a fin de
que respondiera de los cargos que resultaban en su contra.
El día 26 recibí en Guadalajara un parte, comunicando que las fuerzas de caballería
destacadas al Sur, al mando del coronel Miguel M. Acosta, habían atacado y tomado La Piedad,
plaza del Estado de Michoacán, sobre la vía a Irapuato, derrotando completamente a la
guarnición que había en dicho lugar, compuesta de 100 federales, al mando de un capitán, y 200
voluntarios, al mando del cura y del jefe político del lugar, a los que nuestras fuerzas hicieron 23
muertos, 20 heridos y 14 prisioneros, recogiéndoles 70 armas en buen estado y 90 caballos
ensillados; habiendo tenido, por nuestra parte, 11 muertos y 13 heridos. El resto de los huertistas
que defendían la ciudad, según el parte mencionado, huyó en completo desorden, siendo
perseguidos por nuestras fuerzas hasta Pénjamo, 48 kilómetros al Sur.
Por la noche del mismo día, recibí un recado del jefe de la oficina telegráfica de Guadalajara,
diciéndome que había quedado al corriente la comunicación con la ciudad de México, y que
habían llamado de aquella ciudad, comunicando que el licenciado Carbajal, substituto de Huerta,
deseaba tener una conferencia telegráfica conmigo y que, al efecto, me suplicaba pasar a la
oficina de Guadalajara.
No teniendo inconveniente en obsequiar los deseos de Carbajal, me transladé a la oficina
telegráfica, y dije a este señor que estaba listo para conferenciar.
En la misma fecha, recibí en Guadalajara un telegrama urgente del Gobernador de Colima, señor
Eduardo Ruiz, pidiéndome refuerzos para aquel Estado; porque Cabral había sido rechazado por
las fuerzas del general Téllez, obligándolo a replegarse hasta el río de Armerías; y en respuesta
di a Ruiz instrucciones de comunicar a Cabral que no debía empeñar ningún combate, y que si
Téllez emprendía un avance formal, evacuara la plaza de Colima, retrocediendo al Sur, y
dándome parte oportunamente, para salir yo, personalmente, con fuerzas suficientes para batir a
los federales que avanzaran.
Poco más tarde, recibí un telegrama del general Cabral, comunicándome que había sido
sorprendido por el enemigo y obligado a hacer una rápida retirada hasta el río de Armerías,
abandonándole un tren con algunas impedimentas. Ratifiqué a Cabrallas órdenes que ya le había
comunicado por conducto del Gobernador Ruiz, y quedé pendiente de lo que ocurriera por aquel
rumbo para tomar las medidas que fueran necesarias; pero no volvió a ocurrir novedad, pues los
federales siguieron reconcentrados en Manzanillo, sin intentar un avance sobre Colima.
El día 28 salí de Guadalajara hasta incorporarme a los campos de reparación, que estaban ya
frente a La Piedad.
El día 30, estando mi Cuartel General en La Piedad, recibí un parte comunicando que las
fuerzas del general Sosa y del coronel Acosta, que habían seguido avanzando al Sur, el día
anterior atacaron y tomaron la plaza de Irapuato, derrotando completamente a los huertistas que
la defendían, a los que se hicieron 16 muertos, muchos heridos y 60 prisioneros, persiguiendo a
los restantes hasta estación Chico. Entre los muertos se encontraban el jefe político de Pénjamo y
el cura de Irapuato, y entre los prisioneros, dos clérigos de la Orden de los Carmelitas, que
también habían tomado las armas para hacer resistencia a nuestras fuerzas.
El parte agregaba que, después de tomar posesión de Irapuato nuestras fuerzas, el coronel
Acosta había tenido conocimiento de que el general huertista Rómulo Cuéllar, que fungía como
Gobernador y Comandante Militar del Estado de Guanajuato, salía de la capital del Estado en
tres trenes con 1 000 hombres de infantería, rumbo a México; por lo cual se destacaron
inmediatamente algunas fuerzas nuestras de Irapuato a cortar la vía del ferrocarril, con objeto de
obligar al enemigo a abandonar sus trenes.
Nuevos partes del general Sosa y del coronel Acosta comunicaban que nuestras fuerzas
habían cortado la vía, y que el enemigo, viéndose con ello obligado a abandonar sus trenes en
estación Villalobos, emprendía la marcha, pie a tierra, hacia Celaya; pero los nuestros, que se
dieron oportuna cuenta de este movimiento, salieron luego de Irapuato, en número de 1 400
hombres, al mando del general Sosa y del coronel Acosta, a batir a la columna federal,
habiéndole dado alcance en la hacienda de Temascalco, donde el enemigo intentó hacer
resistencia, librándose allí un reñido combate que se prolongó hasta las siete de la noche, hora en
que los nuestros lograron derrotar completamente y poner en fuga a los federales.
Los partes relativos indicaban que, durante el combate en Temascalco, y la persecución
hecha por nuestras fuerzas, los federales tuvieron como 200 muertos y 800 prisioneros, entre
éstas 21 jefes y oficiales, habiéndoles capturado más de un mil armas en buen estado y 30
caballos ensillados, pertenecientes a jefes y oficiales.
Nuestras fuerzas, al capturar la plaza de Irapuato, se apoderaron de cinco trenes,
abandonados allí por los federales al huir. También quedaron en poder de nuestras fuerzas los
tres trenes abandonados en estación Villalobos por el general Cuéllar, así como un cañón, varias
ametralladoras y regular cantidad de parque.
En la columna derrotada en Temascalco iban incorporados también los generales Fortino
Dávila, Andrés Zubieta y Antonio Ramos Cadena.
El mismo día 31 quedó reparada la vía del ferrocarril hasta Irapuato, y el Cuartel General de
mi cargo se incorporó a dicha ciudad.
En Irapuato tuve conocimiento de que el general Pablo González, Jefe del Cuerpo de Ejército
del Noreste, se encontraba en Querétaro, por lo que decidí salir con destino a aquella ciudad, a
efecto de conferenciar con el citado jefe sobre asuntos de la próxima campaña que habríamos de
emprender para capturar la ciudad de México.
La ciudad de Aguascalientes, capital del Estado del mismo nombre, había sido evacuada por
las fuerzas federales desde que sintieron nuestro avance al Sur de Guadalajara.
Ese día recibí un mensaje del general Iturbe, jefe de las fuerzas que sitiaban el puerto de
Mazatlán, comunicándome que, al intentar los federales evacuar aquella plaza, había él
emprendido el ataque sobre ellos, obligándolos a presentar combate, y que, con este motivo,
desde el día 5 se combatía desesperadamente en los alrededores de Mazatlán, no teniendo, por
nuestra parte, el peligro de un fracaso, si no era por la falta de parque, el que ya empezaba a
escasear.
Tan luego como me hube enterado del mensaje del general Iturbe, dirigí un telegrama, con
carácter de muy urgente, al general Salvador Alvarado —quien ya se había posesionado de
Guaymas, con todas las fuerzas que habían sostenido el sitio de dicho puerto— ordenándole que,
en trenes especiales y con la mayor rapidez posible, movilizara a Mazatlán dos mil hombres, con
todas las reservas de parque que tenía, y la artillería con toda la existencia de granadas para la
misma.
Al general Iturbe transcribí la orden comunicada a Alvarado, a fin de que estuviera pendiente
de la llegada de los refuerzos de tropas y municiones.
Las órdenes transmitidas a Sonora al general Alvarado tenían un doble objeto:
Primero: reforzar a nuestras tropas, que atacaban Mazatlán, asegurando con ello aún más el
éxito; y, segundo, retirar de Sonora algunas tropas, con la artillería y todas las reservas de
cartuchos, restando así tan poderosos elementos a Maytorena, cuya defección se esperaba ya de
un momento a otro, puesto que él no ocultaba su criminal labor. Por otra parte, ya no tenía caso
conservar aquellos elementos de combate en Sonora, desde que el puerto de Guaymas fue
evacuado por los federales.
El día 10, recibí comunicación firmada por el ingeniero Robles Domínguez, informándome que
los jefes federales de la guarnición de México estaban dispuestos a entregar la plaza, y
anunciándome, además, que pasarían él y el señor Eduardo Iturbide a conferenciar conmigo
sobre ese punto, así como agregaba también que algunos diplomáticos extranjeros le habían
manifestado sus deseos de acompañarlos a mi campamento, esperando éstos contar con mi
anuencia para hacer su visita.
Mi contestación por escrito, al señor ingeniero Robles Domínguez, fue como sigue:
Por la atenta comunicación de usted, fechada ayer, me ha sido grato enterarme del satisfactorio resultado obtenido por las
gestiones de usted, para lograr la entrega de esa plaza; pues aunque las diversas Divisiones con que habríamos de atacar la capital
cuentan con elementos más que sobrados para capturarla por la fuerza, es plausible ahorrar un nuevo derramamiento de sangre a
la Patria. Tendré positiva satisfacción de ver a usted en este campamento; y espero, como se sirve anunciármelo, que vendrá
acompañado de algunos miembros del Cuerpo Diplomático y del señor Iturbide, que funge como Gobernador del Distrito
Federal. Puede usted asegurar que el Cuerpo Diplomático, como el señor Iturbide, serán objeto de toda clase de consideraciones,
y al efecto, mandaré a nuestros puestos avanzados una comisión de oficiales de mi Estado Mayor, que se encargará de recibir a
ustedes y acompañarlos hasta este Cuartel General. Para la mayor oportunidad, ruego a usted se sirva noticiarme la hora de su
salida de ésa y la probable de su arribo a nuestras avanzadas. Reitero a usted, con toda estimación, las seguridades de mi
distinguida consideración. Constitución y Reformas. Cuartel General en Teoloyucan. Agosto 10 de 1914. El General en Jefe.
Álvaro Obregón. Al C. Ingeniero Alfredo Robles Domínguez, representante del Cuartel General Constitucionalista. México, D.
F.
El general de División Pablo González, Jefe del Cuerpo de Ejército del Noreste, tenía establecido
también, en Teoloyucan, su Cuartel General y estaba haciendo, en aquel lugar, la
reconcentración de las fuerzas del citado Cuerpo de Ejército, que habían emprendido su avance
de Querétaro, para tomar parte, con ellas, en las operaciones que creíamos haber tenido que
desarrollar, para capturar la capital de la República.
El día 11 recibí un parte de la ciudad de Álamos, Sonora, comunicándome la sublevación de
las fuerzas del teniente coronel Ramón Gómez, quien se había posesionado del pueblo de
Navojoa, desconociendo la autoridad de la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista y
reconociendo como único jefe al gobernador Maytorena, del Estado de Sonora.
El mismo día recibí telegrama del general Iturbe, fechado en Mazatlán el día 9, diciendo:
Hónrome comunicar a usted haber tomado posesión de esta plaza (Mazatlán), después de cinco días de combate, habiendo hecho
al enemigo trescientos muertos, más de quinientos heridos, trescientos prisioneros y capturando muchas armas y parque. Entre
prisioneros, un coronel y diez oficiales que, conforme con ]a ley de 25 de enero, fueron pasados por las armas. Ya daré a usted
detalles. Sigo recogiendo dispersos. Resto enemigo embarcose. Felicito a usted, en nombre de la brigada que me congratulo en
comandar, por este nuevo triunfo. (Firmado.) General Ramón F. Iturbe.
Débese hacer observar que la toma de Mazatlán se llevó a cabo solamente con las fuerzas con
que el general Iturbe había sostenido el sitio de dicho puerto, en virtud de que no llegó el
refuerzo ordenado al general Salvador Alvarado, por los motivos que este jefe expuso al general
Iturbe, y que aparecen consignados en el parte detallado que Iturbe rindió con fecha 11 de
septiembre, y el cual se inserta más adelante.
Además de las facultades que con esta fecha ha dado a usted esta Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista, que es a mi
cargo, para los arreglos respecto a la evacuación de la ciudad de México y rendición a esta Primera Jefatura, de las fuerzas
federales, tengo a bien autorizarlo para que reciba la autoridad política de la ciudad de México, de las personas que hubieren
quedado encargadas de ella, a efecto de resguardar el orden en la capital, dictando las medidas que crea oportunas a ese mismo
fin. Asimismo, autorizo a usted para que nombre el Comandante Militar de la ciudad de México. Lo que comunico a usted para
su cumplimiento, reiterándole las seguridades de mi atenta y distinguida consideración. Constitución y Reformas. Cuartel General
en Teoloyucan, México, agosto 13 de 1914. El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. Venustiano Carranza. Al C. General
de División Álvaro Obregón, Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste. Presente.
Ese día, y con la autorización de la Primera. Jefatura, me transladé a nuestros puestos
avanzados, entre Teoloyucan y Cuautitlán, y allí reunidos: el señor Eduardo Iturbide,
Gobernador del Distrito Federal; el señor general Gustavo A. Salas, en representación del
Ejército Federal, y debidamente autorizado por el Ministro de Guerra, señor General Refugio
Velasco; el Vicealmirante Othón P. Blanco, en representación de la Armada Nacional, y yo en
representación del Ejército Constitucionalista, levantamos y firmamos dos actas; la primera, por
el señor Iturbide, como Gobernador del Distrito Federal y por mí, como Representante del
Gobierno y Ejército Constitucionalista, cuyo texto se copia a continuación:
Como consecuencia de la partida del señor licenciado don Francisco S. Carbajal, que fue hasta anoche el depositario interino del
Poder Ejecutivo de la República, he asumido la autoridad, con mi carácter de Gobernador del Distrito Federal y Jefe de la Policía.
Es mi deber principal procurar a todo trance que no se altere el orden de la ciudad y que todos sus pobladores gocen de
tranquilidad y garantías.
Para el logro de tales fines, he pactado solemnemente con el señor General en Jefe del Cuerpo de Ejército Constitucionalista
del Noroeste, don Álvaro Obregón, debidamente autorizado por quienes corresponde, para la ocupación de la capital por las
fuerzas de su mando, las bases que en seguida se puntualizan:
1.º La entrada de dichas fuerzas en la ciudad de México se llevará a cabo tan luego como se hayan retirado (conforme vayan
retirándose) los federales, al punto de común acuerdo, fijado entre el señor don José Refugio Velasco, General en Jefe del
Ejército Federal, y el señor general don Álvaro Obregón.
2.º Una vez ocupada la plaza, haré entrega de todos los Cuerpos de Policía, quienes desde luego quedarán al servicio de las
nuevas autoridades y gozarán de toda clase de garantías.
3.º El Ejército al mando del General Obregón consumará la entrada en la ciudad de México en perfecto orden, y los habitantes
de la misma no serán molestados en ningún sentido.
El señor General Obregón se ha servido ofrecer, además, que castigará con la mayor energía a cualquier soldado o individuo
civil que allane o maltrate cualquier domicilio, y advertirá al pueblo, en su oportunidad, que ningún militar podrá permitirse, sin
autorización expresa del General en Jefe, solicitar ni obtener nada de lo que sea de la pertenencia de particulares.
Leída que fue la presente acta y siendo de conformidad para ambas partes, firmamos, quedando comprometidos a cumplir las
condiciones pactadas.
En las avanzadas de Teoloyucan, el día trece de agosto de mil novecientos catorce.
(Firmado.) Eduardo Iturbide. General Álvaro Obregón.
La segunda acta, firmada por el general Gustavo A. Salas en representación del Ejército
Federal; por el Vicealmirante Othón P. Blanco, en representación de la Armada Nacional, y por
mí, en representación del Gobierno y del Ejército Constitucionalista, en la cual se hizo constar la
evacuación de la plaza de México por el Ejército Federal y la disolución y desarme del mismo,
firmándola también el general Lucio Blanco que me había acompañado en las conferencias, fue
como en seguida se reproduce:
Condiciones en que se verificará la evacuación de la plaza de México por el Ejército Federal y la disolución del mismo:
I. Las tropas dejarán la plaza de México, distribuyéndose en las poblaciones a lo largo del ferrocarril de México a Puebla, en
grupos no mayores de cinco mil hombres. No llevarán artillería ni municiones de reserva. Para el efecto de su desarme, el nuevo
Gobierno mandará representantes que reciban el armamento.
II. Las guarniciones de Manzanillo, Córdoba, Jalapa y Jefaturas de Armas de Chiapas, Tabasco, Campeche y Yucatán, serán
disueltas y desarmadas en esos mismos lugares.
III. Conforme vayan retirándose las tropas federales, las constitucionalistas ocuparán las posiciones desocupadas por aquéllas.
IV. Las tropas federales que guarnecen las poblaciones de San Ángel, Tlálpam, Xochimilco y demás, frente a los zapatistas,
serán desarmadas en los lugares que ocupan, tan luego como las fuerzas constitucionalistas las releven.
V. Durante su marcha, las tropas federales no serán hostilizadas por las constitucionalistas.
VI. El jefe del Gobierno nombrará las personas que se encarguen de los Gobiernos de los Estados con guarnición federal, para
los efectos de la recepción del armamento.
VII. Los establecimientos y oficinas militares continuarán a cargo de empleados que entregarán, a quien se nombre, por
medio de inventarios.
VIII. Los militares que por cualquier motivo no puedan marchar con la guarnición, gozarán de toda clase de garantías, de
acuerdo con las leyes en vigor, y quedarán en las mismas condiciones que las estipuladas en la cláusula décima.
IX. El general Obregón ofrece, en representación de los jefes constitucionalistas, proporcionar a los soldados los medios de
llegar a sus hogares.
X. Los generales, jefes y oficiales del ejército y de la armada, quedarán a disposición del Primer Jefe de las fuerzas
constitucionalistas, quien, a la entrada a la Capital, queda investido con el carácter de Presidente Provisional de la República.
XI. Los buques de guerra que se encuentran en el Pacífico, se concentrarán en Manzanillo, y los del Golfo en Puerto México,
donde quedarán a disposición del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, quien, como se ha dicho, a la entrada a la Capital
queda investido con el carácter de Presidente Provisional de la República.
Por lo que respecta a las demás dependencias de la Armada en ambos litorales, como en el Territorio de Quintana Roo,
quedarán en sus respectivos lugares, para recibir iguales instrucciones del mismo Primer Funcionario.
Sobre el camino nacional de Cuautitlán a Teoloyucan, a trece de agosto de 1914.
(Firmado.) Por el Ejército Constitucionalista: General Álvaro Obregón. Lucio Blanco.
Por el Ejército Federal: G. A. Salas.
Por la Armada Nacional: Vicealmirante O. P. Blanco.
Ese mismo día nombré una comisión compuesta de los capitanes primeros Jesús M. Garza y
Aarón Sáenz y teniente Adolfo Cienfuegos y Camus, de mi Estado Mayor, con los capitanes de
artillería Jesús M. Aguirre y Domingo J. López, para que se trasladara a la ciudad de México a
recoger la artillería, municiones y demás pertrechos que debería dejar el Ejército Federal, de
conformidad con los tratados, y oficialmente di aviso de ello al general J. Refugio Velasco, quien
por su carácter de Ministro de Guerra, era considerado como Jefe Supremo del Ejército Federal,
pidiéndole, a la vez, una orden para desarmar las fuerzas que, al mando del general Joaquín
Téllez, estaban en Manzanillo, y para recoger los pertrechos que este Jefe tenía. En respuesta
recibí la siguiente comunicación:
Un membrete que dice: Ejército Federal. General en Jefe. Y un sello al margen: Estado Mayor General del Ejército. Sección
Cuarta. Refiriéndome al atento oficio de usted, número 1765, de fecha de hoy, en el que pide el envío de la orden para el desarme
de las fuerzas del general Téllez en Manzanillo, así como para que haga entrega de la artillería, municiones y demás pertrechos
que actualmente tiene, le manifiesto que dicha orden, que deberá ser transmitida a aquel jefe por la línea telegráfica, es la
siguiente:
A los Jefes de Cuerpo de Ejército, Comandantes Militares, Comandantes de las Armas y Jefes de Armas:
Para no seguir ensangrentando a la Patria y que el Ejército no aparezca como una rémora para el restablecimiento de la paz
que traerá el engrandecimiento de la Nación y garantizará la integridad de nuestro suelo, se ha pactado entre el subscripto, en su
carácter de Comandante en Jefe del Ejército Federal, y el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, el siguiente convenio:
Condiciones en que se verificará la evacuación de la plaza de México por el Ejército Federal y la disolución del mismo:
I. Las tropas dejarán la plaza de México, distribuyéndose en las poblaciones a lo largo del ferrocarril de México a Puebla, en
grupos no mayores de cinco mil hombres. No llevarán artillería ni municiones de reserva. Para el efecto de su desarme, el nuevo
Gobierno mandará representantes que reciban el armamento.
II. Las guarniciones de Manzanillo, Córdoba, Jalapa y Jefaturas de Armas de Chiapas, Tabasco, Campeche y Yucatán, serán
disueltas y desarmadas en esos mismos lugares.
III. Conforme vayan retirándose las tropas federales, las constitucionalistas ocuparán las posiciones desocupadas por aquéllas.
IV. Las tropas federales que guarnecen las poblaciones de San Ángel, Tlálpam, Xochimilco y demás, frente a los zapatistas,
serán desarmadas en los lugares que ocupan, tan luego como las fuerzas constitucionalistas las releven.
V. Durante su marcha, las tropas federales no serán hostilizadas por las Constitucionalistas.
VI. El Jefe del Gobierno nombrará las personas que se encarguen de los Gobiernos de los Estados con guarnición federal, para
los efectos de la recepción del armamento.
VII. Los establecimientos y oficinas militares, continuarán a cargo de empleados que entregarán a quien se nombre, por
medio de inventarios.
VIII. Los militares que, por cualquier motivo, no puedan marchar con la guarnición, gozarán de toda clase de garantías, de
acuerdo con las leyes en vigor, y quedarán en las mismas condiciones que las estipuladas en la cláusula décima.
IX. El General Obregón ofrece, en representación de los Jefes Constitucionalistas, proporcionar a los soldados los medios de
llegar a sus hogares.
X. Los Generales, Jefes y Oficiales del Ejército y de la Armada quedarán a disposición del Primer Jefe de las Fuerzas
Constitucionalistas, quien a la entrada a la Capital queda investido con el carácter de Presidente Provisional de la República.
XI. Los buques de guerra que se encuentran en el Pacífico, se concentrarán en Manzanillo; y los del Golfo, en Puerto México,
donde quedarán a disposición del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, quien, tomo se ha dicho, a la entrada a la Capital,
queda investido con el carácter de Presidente Provisional de la República.
Por lo que respecta a las demás dependencias de la Armada, en ambos litorales, como en el Territorio de Quintana Roo,
quedarán en sus respectivos lugares, para recibir iguales instrucciones del mismo Primer Funcionario.
Sobre el camino nacional de Cuautitlán a Teoloyucan, a trece de agosto de mil novecientos catorce. Por el Ejército
Constitucionalista: General Álvaro Obregón. Lucio Blanco. Por el Ejército Federal: G. A. Salas. Por la Armada Nacional:
Vicealmirante O. P. Blanco. Lo transcribo a usted para que tome todas aquellas medidas conducentes, en vista de las
disposiciones que se derivan de las estipulaciones preinsertas; en el concepto de que oportunamente se le comunicarán
instrucciones para el licenciamiento de las fuerzas. J. R. Velasco. Rúbrica. Protesto a usted mi atenta consideración. Libertad y
Constitución. México, 14 de agosto de 1914. (Firmado.) El General Comandante del Ejército Federal, J. R. Velasco. Al C.
General Álvaro Obregón, Jefe del Cuerpo del Ejército Constitucionalista del Noroeste, Teoloyucan.
La comisión de oficiales de mi Estado Mayor fue caballerosamente recibida y atendida en
México por el señor general Velasco, quien nombró a los oficiales federales Julián Castillo y
Alejandro Peza, para hacer la entrega de la artillería y demás pertrechos de guerra existentes en
la capital.
Ese mismo día, y atendiendo superiores órdenes de la Primera Jefatura, emprendí el avance
hacia México con el Cuerpo de Ejército de mi mando, acampando en Cuautitlán en la noche.
Las reparaciones de la vía estaban terminadas ya hasta dicho lugar.
Inmediatamente que llegamos a Cuautitlán, hice comunicar la siguiente:
ORDEN GENERAL DE LA COMANDANCIA DEL CUERPO DE EJÉRCITO DEL NOROESTE, DEL 14 AL 15 DE
AGOSTO DE 1914
Oficial de Guardia para hoy en este Cuartel General, teniente de infantería Rafael Villagrán, y para mañana el capitán 1.º de la
misma arma, Lorenzo Muñoz.
Jefe de Día para hoy, teniente coronel de infantería Alfredo Murillo, jefe del 17.º Batallón Regular de Sonora, con dos
capitanes y dos tenientes y la escolta correspondiente, del mismo Cuerpo. Para mañana, el que se nombre.
Dispone el C. General en Jefe que la División de Caballería, que es a las órdenes del C. General de Brigada Lucio Blanco,
marche desde luego a relevar las fuerzas ex-federales, que guarnecen las poblaciones de Tlálpam, Xochimilco, San Ángel,
Coyoacán y demás pueblos al sur de la capital, recogiendo a las tropas federales el armamento, municiones y demás pertrechos.
La División de Infantería y Secciones de Artillería avanzarán en los trenes militares que ocupan las columnas, al mando del
general Juan G. Cabral y coronel Miguel V. Laveaga; e igualmente los Batallones 15.º y 17.º de Sonora, que comandan,
respectivamente, los tenientes coroneles Severiano A. Talamante y Alfredo Murillo; el Primer Regimiento de Artillería de grueso
calibre, a las órdenes del teniente coronel del arma, Juan Mérigo; el primer Regimiento de Ametralladoras, comandado por el
teniente coronel de artillería, Maximiliano Kloss, hasta incorporarse a estación Tlalnepantla, donde se desembarcarán,
formándose en el siguiente orden: Extrema Vanguardia: Escolta del C. General Francisco Cosío Robelo. Vanguardia: Escolta de
este Cuartel General. Seguirá el C. General en Jefe con su Estado Mayor y la Banda del Cuartel General, y en seguida la columna
de infantería, que comanda el C. General de Brigada Juan G. Cabral; el primer Regimiento de Ametralladoras; la columna de
infantería, que comanda el C. Coronel Miguel V. Laveaga; primer Regimiento de Artillería y 17.º Batallón de Sonora. Cubrirá la
retaguardia el 15.º Batallón de Sonora.
A la cabeza de cada Cuerpo deberán marchar sus respectivas bandas de música.
La columna seguirá la siguiente ruta: De estación Tlalnepantla, marchará por la Calzada de los Gallos y calzada de la
Verónica, hasta el Paseo de la Reforma, continuando por la avenida Juárez y avenida San Francisco, hasta hacer alto frente al
Palacio Nacional, debiendo quedar la cabeza de la columna frente a la puerta principal del citado edificio. De ese lugar, cuando se
ordene, los Cuerpos desfilarán a ocupar los cuarteles que se les hayan designado. Se comunica a la División para su conocimiento
y cumplimiento. D. O. S. Serrano. Comunicada. Ramírez.
Para esa fecha, se habían incorporado ya a la columna parte de las fuerzas que había dejado
frente a Manzanillo, al mando del general Cabral.
El día 21, a las once de la noche, partí en tren especial con destino a Chihuahua, acompañado de
mi Estado Mayor y una escolta de 15 hombres; habiendo dejado, como jefe de la división de
infantería y de los cuerpos de artillería, al comandante Militar de la Plaza, general Juan G.
Cabral.
El viaje se hizo sin contratiempo alguno, habiendo llegado a Chihuahua el día 24, después
del mediodía.
En la estación, fuimos recibidos por el general Villa, en persona, y algunos de sus generales,
de los que recuerdo a Raúl Madero, Manuel Chao y José Rodríguez.
Una brigada de infantería formaba valla desde la estación del ferrocarril hasta la casa
particular del general Villa, en donde se me había preparado alojamiento, por orden de él mismo.
Cuando Villa y yo hubimos entrado en conversación, no tardé en descubrir su esfuerzo por
conocer la impresión que yo tuviera, con respecto a la personalidad del Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista, y el marcado deseo de halagar mi vanidad, con atenciones que él,
seguramente, estaba poco acostumbrado a guardar.
Por la tarde, cuando hubimos quedado solos, empezó a hacerme preguntas sobre la situación
en la capital; de la impresión que había causado en México la entrada del señor Carranza; de la
cantidad de pertrechos recogidos a los federales; de las bases en que se había llevado a cabo la
rendición de México, etc., sin poder ocultar la desagradable impresión que le causaban mis
informes.
Después de conversar algún rato, me dijo:
—Mira, compañerito: si hubieras venido con tropa, nos hubiéramos dado muchos balazos;
pero como vienes solo, no tienes por qué desconfiar; Francisco Villa no será un traidor. Los
destinos de la Patria están en tus manos y las mías; unidos los dos, en menos que la minuta
dominaremos al país, y como yo soy un hombre oscuro, tú serás el Presidente.
Mi situación se había hecho difícil, y me concretaba a decirle:
—La lucha ha terminado ya; no debemos pensar más en guerras. En las próximas elecciones
triunfará el hombre que cuente con mayores simpatías.
Yo procuraba hablar lo menos posible y escuchar a Villa, porque comprendí que aquello era
lo conveniente, en vista de que Villa es un hombre que controla muy poco sus nervios; y así fue
que, sin esfuerzo, pude descubrir que si yo llegaba a despertar en él alguna sospecha, mi
comisión rodaría por tierra, juntamente con mi cabeza.
Los miembros de mi Estado Mayor, entre los que se contaban el entonces teniente coronel
Francisco R. Serrano, el mayor Julio Madero, hermano del general villista Raúl del mismo
apellido; los capitanes Robinson, Villagrán y Muñoz, habían logrado improvisar buena amistad
con algunos de los principales jefes de Villa; y el mayor Madero había logrado llevar al ánimo de
su hermano Raúl la idea de que era indispensable una buena inteligencia entre los jefes de la
División del Norte Cuerpo de Ejército del Noroeste, así como hacer algunas aclaraciones sobre la
situación de Sonora.
El siguiente día lo pasamos reunidos en la casa del general Madero, conversando
amigablemente y cambiando mutuas impresiones.
Yo había logrado darme cuenta de que Villa estaba completamente desorientado, y que sobre
su ignorancia pesaban influencias que nosotros difícilmente podríamos contrarrestar.
En los momentos de retraimiento que este jefe tenía, demostraba un amplio espíritu de
conciliación, y renegaba de los políticos, como llamaba él a los intelectuales que lo asesoraban,
entre los que se contaban como principales el licenciado Miguel Díaz Lombardo y el general ex-
federal Felipe Ángeles.
El pueblo es soberano. Ha sonado la hora de que el pueblo hable y manifieste sus sentimientos. El pueblo es el sostén de los
gobiernos, y hay que darle al pueblo lo que es del pueblo. El pueblo puede y debe obrar como gobierno; pero el pueblo tiene sus
sentimientos, y es libre para manifestarlos espontáneamente, por medio de reuniones democráticas. Dentro del orden y de la
moral, tenemos derecho para congregarnos, expresando ante la faz del mundo lo que sentimos.
Al pueblo de Sonora se le ha ultrajado, se le ha escarnecido, y uno de los principales causantes de este ultraje y de aquel
escarnecimiento es y ha sido Álvaro Obregón.
Se ha pretendido violar la soberanía del Estado, y uno de estos violadores es Álvaro Obregón.
Se ha desterrado del territorio nacional a honrados constitucionalistas, obligándoles a comer el amargo pan del destierro y el
inspirador y autor de estos atropellos es Álvaro Obregón. El mismo que hoy se pasea cínicamente en las calles de este lugar,
haciendo alarde, en lujosos trenes y automóviles, y como desafiando a los ciudadanos, heridos en sus más caros sentimientos de
honradez y patriotismo.
Por eso protestamos con todas las veras de nuestra alma, con toda la energía de que somos capaces, contra la libre entrada de
Obregón y sus incondicionales aduladores a Sonora.
Cuando un hombre quiere atropellar al pueblo en sus derechos y despojar de su investidura al legítimo gobernante, merece se
le arroje en la cara el escupitajo del desprecio. Ese hombre es Álvaro Obregón.
Ayer tributamos un acto de justicia, recibiendo con regocijo al héroe de cien batallas, al ameritado general Francisco Villa, y
hoy, obrando también justamente, manifestamos nuestros sentimientos de antipatía y de desprecio a los causantes de las
desgracias y atentados al orden constitucional en Sonora.
Obregón, Alvarado, Calles, Gómez, Guerrero y otros muchos de menor importancia, son los autores de grandes crímenes
contra la soberanía del Estado, y de crímenes del orden penal, que deben castigarse, pues la ley ha de ser efectiva para los
malvados y los bandidos, porque así lo pide el pueblo y así lo pide el ejército, que sostiene la soberanía del Estado de Sonora, y
pueblo y ejército están sobre todas las consideraciones personales y del orden político. Que no se pisotee la ley, ni se burlen del
pueblo y del ejército los canallas altaneros.
Nosotros, ciudadanos sonorenses, en uso de nuestros derechos democráticos, levantamos la voz de protesta contra la entrada
libre de Obregón y los suyos a Sonora, y la libertad del criminal Salvador Alvarado, pues de lo contrario, se nos tacharía de
cobardes, y el pueblo de Sonora no es cobarde; sabe cumplir con su deber.
El pueblo es soberano, y por mil títulos, digno de que se le oiga, para eso derrama su sangre en aras de sus ideales, imitando
al mártir, don Francisco I. Madero.
Álvaro Obregón y los suyos son hijos espurios de Sonora, son parricidas, que cual otro Nerón, quisieron abrir el vientre de su
madre Patria, desgarrando su seno, y no son dignos de vivir entre nosotros.
¡Sonorenses!: ¿Permitiremos que nos sigan insultando y vivan entre nosotros los que han atentado contra la soberanía del
Estado? Si tal cosa permitiéramos, las tumbas frías de nuestros antepasados se abrirían solas, dando paso a nuestros padres para
maldecirnos.
Sonorenses: ¡Viva el Estado Libre y Soberano de Sonora, libre de asesinos y traidores! ¡Viva su Gobernador
Constitucionalista! ¡Viva el Ejército del Pueblo Soberano!
Nogales, Sonora, agosto 30 de 1914.
Varios sonorenses.
Inmediatamente que llegó a mi conocimiento la actitud de Maytorena, ordené su destitución
de la Comandancia Militar del Estado, comunicándosele oficialmente a él y comunicándolo
también al general Villa, quien se mostró muy indignado al conocer el texto de la hoja.
En vista de aquella regresión de Maytorena a su actitud abiertamente hostil, Villa y yo
tomamos un nuevo acuerdo, y lo hicimos constar a continuación de la acta levantada el día
anterior, calzándolo con nuestras firmas. Dicho acuerdo fue el siguiente:
CONSIDERANDO: Como posteriormente se cometieron, por los partidarios del señor Maytorena, manifestaciones hostiles y
actos ultrajantes para el Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste; considerándose con esto un ataque al principio de disciplina,
que venía a violar lo estipulado, de común acuerdo, los suscriptos, resolvimos dar por terminadas las gestiones y dejar sin efecto
lo que antes se había pactado; retirándosele, por el general Obregón al Gobernador señor Maytorena, el nombramiento que a su
favor había expedido, de Comandante Militar del Estado de Sonora, y para buscar una nueva forma de solución al conflicto y dar
tiempo a obrar sobre mayor abundamiento de datos, reservándonos a un definitivo acuerdo en que los suscriptos solucionaríamos
de una manera terminante la situación, giramos al señor Gobernador Maytorena y al señor Coronel Elías Calles la siguiente:
[ACUERDO]
ORDEN DE SUSPENSIÓN DE HOSTILIDADES
Los suscriptos, con el doble carácter de jefes de los Cuerpos de Ejército del Norte y del Noroeste de la República, y comisionados
del señor Venustiano Carranza para arreglar las dificultades surgidas en el Estado de Sonora, convencidos de que elementos
malsanos y antipatriotas están poniendo toda clase de obstáculos para realizar la paz, y no deseando, por otra parte, que fracasen
los arreglos que se han tenido, y vuelva a encenderse la lucha, han resuelto lo siguiente:
I. Las fuerzas que se encuentran actualmente al mando del Gobernador D. José María Maytorena, continuarán a sus órdenes.
II. Las fuerzas que estaban al mando del coronel Plutarco Elías Calles, pasarán a depender del general Benjamín G. Hill.
III. Ambas fuerzas deberán permanecer en los lugares que actualmente ocupan, sin que se hostilicen en ninguna forma unas a
otras.
IV. Si cualquiera de los jefes expresados violare la prevención comprendida en la cláusula anterior, será atacado
simultáneamente por las fuerzas de los Cuerpos de Ejército del Norte y Noroeste, hasta someterlo al orden, siendo personalmente
responsable de los daños que se causen.
V. Los servicios ferrocarrilero y telegráfico deberán ser restablecidos en el Estado, a la mayor brevedad posible, para el
servicio público.
Los que tenemos el honor de poner en conocimiento de usted para su conocimiento y fines consiguientes. Constitución y
Reformas. Nogales, Sonora, agosto 30 de 1914. El General en Jefe del Cuerpo de Ejército del Norte. Francisco Villa. El General
en Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste. Álvaro Obregón. Rúbricas.
Después de dar por terminadas las gestiones en Nogales, y haber ordenado la suspensión de
hostilidades, para estudiar una forma más eficaz de poner término a las dificultades surgidas en
Sonora, acordamos, Villa y yo, resolver en definitiva sobre la comisión que el Primer Jefe nos
había confiado.
De Nogales salimos el día 31 rumbo a Chihuahua.
En Villa se había experimentado un cambio tan completo, con motivo de los hechos que
presenció durante nuestra estancia en Nogales, que ingenuamente confesaba haber sido engañado
por Ángeles y Maytorena, y acerca de este último, opinaba que era un buen hombre, pero que se
dejaba manejar fácilmente por el grupo de zánganos que lo rodeaba; agregando que ninguna
solución era posible mientras Maytorena estuviera en el Gobierno, y que se hacía indispensable
separarlo de su puesto.
Sobre la base de la separación de Maytorena del Gobierno de Sonora, empezamos a
considerar un nuevo acuerdo, habiendo llegado, en conclusión, a formular y firmar el convenio
que a continuación se copia íntegro:
BASES PARA LOS CAMBIOS QUE DEBEN EFECTUARSE EN SONORA
I. El Gobernador señor José María Maytorena dejará el Gobierno, de aquel Estado, substituyéndolo el C. general Juan G. Cabral,
quien se hará cargo de él y de la Comandancia Militar del mismo Estado.
II. Las tropas que han estado bajo las órdenes del C. coronel Plutarco Elías Calles se movilizarán al Estado de Chihuahua,
acampándose en el lugar que se estime más conveniente, hasta que el Comandante Militar del Estado de Sonora juzgue oportuna
su reincorporación al Estado.
III. Todos los grupos de individuos que voluntariamente se han presentado a ofrecer sus servicios para combatir al
Gobernador Maytorena, desde la fecha del conflicto a esta parte, podrán regresar, licenciados, a sus lugares, si así lo desearen.
IV. El general Cabral dará toda clase de garantías, tanto en su persona como en sus intereses, al señor Maytorena.
V. El mismo general Cabral cuidará de restablecer, a la mayor brevedad posible, el orden en Sonora y convocará a elecciones
municipales, para que vaya restaurándose el orden constitucional en el Estado.
VI. Transcríbanse las presentes bases en el informe general que se rinda al C. Presidente Interino de la República, don
Venustiano Carranza, del que deberán sacarse tres copias, una para el mismo C. Presidente, otra para el C. general Francisco
Villa y la tercera para el C. general Álvaro Obregón.
Protestamos a usted nuestra subordinación y respeto. Constitución y Reformas. Chihuahua, Chihuahua, a 3 de septiembre de
1914. Francisco Villa. Álvaro Obregón. Rúbricas. Al C. Presidente Interino de la República, don Venustiano Carranza, México,
D. F.
El hecho de que Villa firmara este nuevo acuerdo, en el que definitivamente se estipulaba la
eliminación de Maytorena del Gobierno de Sonora, como único medio de terminar con las
dificultades existentes en aquel Estado y evitar otras subsecuentes y de mayor gravedad, indicaba
que Villa entraba por la senda de la conciliación y daba, con esto, esperanzas de tener un cambio
de actitud, favorable para los genuinos intereses de la Revolución Constitucionalista,
desvaneciéndose por completo los temores de una probable ruptura entre la División del Norte y
la Primera Jefatura del Ejército, que diera origen a una lucha entre los mismos elementos de la
Revolución.
Esas halagadoras esperanzas empecé a tenerlas desde nuestra estancia en Nogales, donde
advertí que Villa, según sus declaraciones con respecto a la actitud rebelde de Maytorena, estaba
inclinado a condenar aquella rebelión, por injustificada; esperanzas que fueron fortaleciéndose
durante nuestro viaje de regreso a Chihuahua cuando Villa frecuentemente y con ingenuidad me
decía:
Si tú no hubieras venido, compañerito, ya la División del Norte estaría echando trancazos.
Y hablaba ya de las próximas elecciones para Presidente, indicando la necesidad que había,
según él, de derrocar al señor Carranza en la lucha electoral; signos todos que me hacían
comprender que aquel hombre consideraba ya conjurado el peligro de una lucha armada.
A ese cambio, observado en Villa, contribuía, de manera importante la labor del señor
Aguirre Benavides, su secretario particular, la que siempre estuvo inspirada en el más amplio
espíritu de concordia.
El señor Aguirre Benavides ejercía sobre Villa una significativa influencia; aunque no era
decisiva, porque no le halagaba su vanidad, ni le fomentaba las ambiciones que en Villa
empezaban a ser ya una autoridad; y así era que tal influencia acababa por declararse impotente,
cuando Villa, antes de obrar, consultaba con Ángeles o con Díaz Lombardo, que eran quienes,
principalmente, ejercían la perniciosa influencia a que al fin Villa cedía.
Una de las personas que también tenían gran ascendiente sobre Villa, según pude notarlo en
las conversaciones tenidas con éste, era el norteamericano George Carothers, que fungía como
Agente Confidencial del Gobierno de Washington cerca de Villa.
Para convencer a Villa más plenamente de mi buena disposición para que todas las
dificultades tuvieran fin, y reinara la más completa armonía entre todos los hombres del
Constitucionalismo, le indiqué que, si estaba resuelto a solicitar de la Primera Jefatura, en forma
comedida y respetuosa, algún cambio en el Gabinete o en la investidura que debiera tener el
señor Carranza, como Encargado del Poder Ejecutivo o como Presidente Provisional de la
República, o alguna modificación en la política de nuestro Gobierno, no tenía yo ningún
inconveniente en discutir las bases para dichas modificaciones, formulando un memorial, que
firmaría juntamente con él, para elevado a la Primera Jefatura.
PROPOSICIONES DE LOS GENERALES VILLA Y OBREGÓN, SOMETIDAS A LA CONSIDERACIÓN DEL C. PRIMER
JEFE DEL EJÉRCITO CONSTITUCIONALISTA
Primera. El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista tomará, desde luego, el título de Presidente Interino de la República, e
integrará su Gabinete con Secretarios de Estado.
Segunda. Tan pronto como esté integrado el Gabinete del Presidente Interino, con acuerdo del Consejo de Ministros,
procederá a nombrar, con carácter de provisionales, a las personas que deban desempeñar los cargos de Magistrados a la Corte
Suprema de Justicia. Nombrará, también, a las autoridades judiciales de la Federación, correspondientes a los Territorios y al
Distrito.
Tercera. Los Gobernadores Constitucionales o militares de los Estados, de acuerdo con los ayuntamientos que estén
funcionando en las respectivas capitales, designarán a las personas que deban integrar los Tribunales Superiores, con el carácter
de interinos, y los Jueces de Primera Instancia e inferiores.
Cuarta. Los Gobernadores de los Estados, el Gobernador del Distrito y los Jefes Políticos de los Territorios, convocarán a
elecciones de Ayuntamientos, tan pronto como hayan sido nombradas las autoridades judiciales. Las elecciones se verificarán al
mes de la convocatoria y dentro de ocho días del en que se haya celebrado la elección; los ciudadanos designados se reunirán
para erigirse en Colegio Electoral, para calificar las elecciones y al día siguiente, instalarán el Ayuntamiento respectivo.
Quinta. Luego que hayan quedado instalados los Ayuntamientos, el Presidente Interino de la República y los Gobernadores
Constitucionales o militares de los Estados convocarán a elecciones; los primeros, para representantes al Congreso de la Unión, y
los segundos, para Gobernador Constitucional, diputados a la Legislatura local y magistrados a los Tribunales Superiores, en los
casos en que la Constitución del Estado prevenga que en esta forma se elijan estos últimos. Estas elecciones se verificarán,
precisamente, un mes después de expedida la convocatoria, y servirá de base para la división electoral, la de la última elección
que haya tenido lugar antes del 18 de febrero de 1913.
Sexta. Instaladas las Cámaras Federales y las Legislaturas de los Estados, las primeras, en sesiones extraordinarias, se
ocuparán preferentemente en el estudio de las reformas constitucionales siguientes, que propondrá el Presidente Interino:
A. Supresión de la Vicepresidencia de la República, y manera de suplir las faltas absolutas o temporales del Presidente;
B. Modificar la computación del período durante el cual deba desempeñar sus funciones el Presidente de la República;
C. La organización de la Corte Suprema de Justicia y la manera de proceder a la designación de sus Ministros;
D. La declaración de inhabilidad de todos los Jefes que formen parte del nuevo Ejército Nacional, para desempeñar los cargos
de Presidente de la República, Gobernadores de los Estados y demás de elección popular, a menos que se hayan retirado seis
meses antes de lanzar su candidatura.
Aprobadas las reformas constitucionales por las Cámaras Federales, las legislaturas de los Estados, también de preferencia y
en sesiones extraordinarias, si hubiere lugar, discutirán las expresadas reformas.
Séptima. Inmediatamente que se conozca el resultado de la discusión relativa a las reformas constitucionales, el Presidente
Interino expedirá la convocatoria para las elecciones de Presidente Constitucional y para la designación de los Magistrados de la
Corte, en los términos que establezca la Constitución Política de la República.
Octava. No podrán ser electos para Presidente de la República, ni para gobernadores de los Estados, los ciudadanos que
hayan desempeñado estos cargos con carácter de provisionales, al triunfo de la revolución, ni los que los desempeñen desde la
fecha de la convocatoria hasta el momento de la elección.
Novena. Los Gobernadores interinos de los Estados, inmediatamente que entren a desempeñar sus funciones, nombrarán una
junta, que tendrá su residencia en la capital del Estado y será compuesta de un representante por cada Distrito, a fin de que
estudie el problema agrario y forme un proyecto que se remitirá al Congreso del Estado, para su acción legal.
Chihuahua, septiembre 3 de 1914.
(Firmado.) General Francisco Villa. General Álvaro Obregón.
REGRESO A MÉXICO
Mientras tanto, el desarme y licenciamiento de las fuerzas ex-federales se habían llevado a cabo
con todo éxito en los lugares en que estaban distribuidas, pasando a nuestro poder, con este
motivo, una gran cantidad de pertrechos, los que fueron transladados a México y puestos a
disposición de la Primera Jefatura.
Pocos fueron los jefes ex-federales que se opusieron al licenciamiento de sus tropas, y entre
éstos figuraron el general Joaquín Téllez, quien desobedeciendo las órdenes que le girara el
general Velasco, se embarcó con sus fuerzas en Manzanillo, y las desembarcó en Salina Cruz,
abandonándolas en este puerto y siguiendo él para Centro América, con los fondos de su
columna y algunos pertrechos de la misma, los que inopinadamente fue a poner en poder del
Gobierno de El Salvador, reservándose para sí los fondos; Benjamín Argumedo, Juan Andrew
Almazán, Higinio Aguilar, Rafael Eguía Liz, Mariano Ruiz y otros de menor significación,
quienes con cerca de mil quinientos hombres desertaron de Puebla y se lanzaron abiertamente en
rebeldía contra el Gobierno Constitucionalista, y Pascual Orozco, que con un reducido número
de hombres, esquivando todo encuentro con nuestras fuerzas, se dirigió a la frontera Norte para
internarse a los Estados Unidos y fijar allá su residencia.
En una de las entrevistas que celebré en el Palacio Nacional con el Primer Jefe, para tratar
asuntos del servicio, me manifestó él sus deseos de que pasara yo a colaborar cerca de él, en la
secretaría de Guerra; y a esta indicación le contesté:
—Yo iré a la Secretaría de Guerra, si usted me lo ordena; pero juzgo de mi deber advertirle
que quedaría fuera de mi medio, y probablemente mis servicios no serían tan eficaces como lo
deseara. Por otra parte, si el rompimiento con la División del Norte no se evita, creo que mis
servicios podrían sarle de más utilidad en la campaña.
Al mismo tiempo, me permití objetar que quizás mi nombramiento llegaría a despertar celos
en algunos otros jefes, cosa que no sucedería si se nombraba para ese puesto a algún jefe como el
general Pesqueira, u otro de los que no habían hecho campaña y cuya honorabilidad era
reconocida, teniendo la consideración y aprecio de todo el elemento militar.
El Jefe fue aquiescente a mi súplica, y me dejó al frente del Cuerpo de Ejército del Noroeste,
habiendo nombrado, pocos días después, al general Ignacio L. Pesqueira, para el puesto de
Subsecretario de Guerra y Marina.
El mismo día 7, en que recibía la visita de Mr. Fuller, introducido por Díaz Lombardo y el
doctor Silva, dirigí a Villa el siguiente mensaje:
México, septiembre 7 de 1914. Señor general Francisco Villa. Chihuahua. Con gusto, particípole haber llegado a ésta, anoche.
Conferencié con señor Carranza, encontrándolo en la mejor disposición para la mejor solución de los asuntos generales de la
República. General Rábago será conducido a esa, conforme a sus deseos. Salúdolo afectuosamente. General Álvaro Obregón.
El anuncio de la salida de Rábago, general ex-federal, tenía relación con la súplica que Villa
me había hecho al despedirnos en Chihuahua, en el sentido de que a mi llegada a la capital
gestionara con el Primer Jefe la aprehensión de Rábago y su remisión a Chihuahua, a disposición
de Villa, quien le tenía preparado un proceso por el asesinato del Gobernador Constitucional de
aquel Estado, don Abraham González, cometido a raíz de la traición de Huerta, y del cual era
considerado inmediato responsable el citado jefe federal, por haber sido éste quien ordenó la
aprehensión del Gobernador y lo remitió en un tren al Sur, para que fuera asesinado en el
camino, después de deponerlo, por la fuerza, del Gobierno del Estado.
La contestación de Villa a mi mensaje fue en extremo cordial y en seguida se inserta:
Chihuahua, septiembre 7 de 1914. Señor general Álvaro Obregón. México. Aunque comprendo tendrá usted en esa capital
muchas y muy grandes ocupaciones, permítome recordarle bondadoso ofrecimiento de mandar, cuanto antes, para ésta, al señor
general Cabral y a Rábago; sobre todo al primero, pues deseo ir, cuanto antes, a arreglar situación de Sonora, de conformidad con
lo que hablamos. Salúdolo afectuosamente. El General en Jefe. Francisco Villa.
Mi contestación fue como sigue:
México, D. F., 7 de septiembre de 1914. Señor general Francisco Villa, Jefe de la División del Norte. Chihuahua. Su apreciable
mensaje. Tan pronto como general Cabral entregue oficina que es a sus órdenes, saldrá a esa. Afectuosamente. General Álvaro
Obregón.
Hasta entonces, todo me hacía esperar una feliz solución de las dificultades surgidas pues,
como se ha visto por los telegramas insertos, Villa se mostraba enteramente conciliador; pero al
día siguiente hubo de restarse mi optimismo, al recibir el telegrama que se copia a continuación:
Chihuahua, 8 de septiembre de 1914. General Álvaro Obregón. México, D. F. Telegrama 492. De conformidad con lo que
convinimos, he ordenado repetidas veces al general Hill que se retire a Casas Grandes, con fuerzas a su mando, a fin de evitar
dificultades, pues ya comprenderá usted que, para que mis gestiones tengan éxito en Sonora, necesitaría retiro inmediato esas
fuerzas y pronta venida general Cabral. Salúdolo cariñosamente. General Francisco Villa.
Como se ve por el texto del mensaje transcrito, Villa era el primero en violar los acuerdos
firmados por él mismo, al dictar órdenes al general Hill para que entregara a Maytorena las
plazas que dicho jefe tenía ocupadas con sus fuerzas. La profecía del secretario de Villa, señor
Aguirre Benavides, de que Villa cambiaría por completo tan pronto como sus consejeros le
hicieran ver la inconveniencia de llevar a cabo el mutuo acuerdo tenido para solucionar las
dificultades de Sonora, estaba realizándose.
El citado telegrama de Villa lo contesté con el siguiente:
México, septiembre 9 de 1914. Señor general Francisco Villa. Chihuahua. Enterado su mensaje número 492. Creo que no
debemos movilizar tropas que están en Sonora, hasta que general Cabral tome posesión de su puesto, pues si para ello tuviéramos
dificultades, esas tropas pueden servirnos. En dos o tres días más saldré con general Cabral, deteniéndome yo para arreglo asunto
Durango y continuando él a Sonora. Salúdolo afectuosamente. General Álvaro Obregón.
Desde luego, fueron dadas al general Cabral las órdenes correspondientes para qué entregara
al general Jesús Dávila Sánchez la Comandancia Militar de la Plaza de México y se alistara para
emprender su marcha a Sonora, a fin de hacerse cargo del Gobierno y de la Comandancia Militar
de aquel Estado.
Como una prueba de la malévola influencia que sobre Villa ejercían sus consejeros, a
continuación voy a insertar algunos de los telegramas que nos cruzamos Villa y yo, con motivo
de la permanencia de las tropas norteamericanas en Veracruz y por los cuales se ve marcado el
contraste entre lo que Villa a veces hacía motu proprio, y lo que en seguida lo inclinaban a hacer
sus consejeros, en provecho de sus planes y ambiciones:
México, septiembre 9 de 1914. Señor general Francisco Villa. Chihuahua. Con satisfacción comunícole que todo marcha bien. He
tenido oportunidad de hablar con mayor parte de los revolucionarios que han venido esta capital, y todos tienen iguales o muy
parecidas ideas. Es seguro que en nada diferirán de las nuestras. La única nota que en estos momentos lastima nuestra dignidad
de patriotas, es la continuación de las fuerzas norteamericanas en Veracruz. Con la desaparición del llamado gobierno de Huerta,
y con la disolución del ejército federal, cuyo desarme ha terminado, no debe haber en nuestro territorio más bandera que la
sagrada enseña tricolor, al pie de la cual hemos visto caer en los campos de batalla a tantos de nuestros compañeros. Es, por lo
tanto, humillante que continúe en el puerto de Veracruz, ondeando la bandera de las barras y las estrellas. Antes de salir de aquí,
he querido invitar a usted para que, con todo respeto, dirijamos una nota al C. Presidente Interino de la República, pidiéndole
gestione luego, ante el Gobierno norteamericano, la retirada de sus tropas de nuestro territorio, por los medios que aconseja la
dignidad nacional. Espero contestación y salúdolo afectuosamente. General Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste. Álvaro
Obregón.
La contestación inmediata de Villa fue como sigue:
Chihuahua, 10 de septiembre de 1914. General Álvaro Obregón. México. Enterado con satisfacción su mensaje de ayer, en que se
sirve comunicarme que ha encontrado a mayoría jefes revolucionarios que han llegado a esa capital, enteramente dispuestos a
apoyar y sostener ideas y aspiraciones que nosotros tenemos, y que, sinceramente, creo salvarán al pueblo mexicano. Acepto con
entusiasmo su patriótica idea de dirigimos juntos al C. Presidente de la República, pidiéndole gestione salida fuerzas
norteamericanas encuéntranse Veracruz, pues efectivamente, es humillante y vergonzoso para nuestra amada Patria, que
continúen aún fuerzas invasoras Veracruz, cuando no existe justificación para ello. Queda usted autorizado, ampliamente, para
dirigir dicha nota en los términos que juzgue convenientes, sirviéndose firmarla en mi nombre. Salúdolo cariñosamente. El
General en Jefe. Francisco Villa.
Al siguiente día recibí, sobre este asunto, un nuevo telegrama de Villa, cifrado, diciendo:
Chihuahua, 11 de septiembre de 1914. Telegrama número 596. Señor general Álvaro Obregón. México. Suplícole aplazar por
algunos días presentación nota que íbamos dirigir al señor Carranza, para ver si lográbamos desocupación Veracruz por fuerzas
norteamericanas, por razones que verbalmente le daré a conocer. Espero su contestación y salúdolo afectuosamente. El General
en Jefe. Francisco Villa.
Mi contestación fue como en seguida se reproduce:
México, 11 de septiembre de 1914. Señor general Francisco Villa. Chihuahua. Con referencia a su mensaje cifrado de hoy,
manifiéstole que, en atención a los patrióticos conceptos contenidos en su mensaje anterior, no tuve inconveniente en darlo a
algunos periódicos, que ya lo han publicado. Ruégole decirme si puedo dar publicidad segundo mensaje. Salúdolo
afectuosamente. General en Jefe, Álvaro Obregón.
El primer mensaje de Villa, contestando a mi invitación, fue el dictado de su sentir; pero el
segundo, anulando los conceptos del primero, fue probablemente inspirado por sus consejeros,
quienes temían lastimar el sentimiento del Gobierno norteamericano, del que esperaban decidido
apoyo, y, por lo tanto, estaban opuestos a que Villa apareciera tomando con calor la iniciativa de
pedir a nuestro Jefe hiciera las gestiones para que se retiraran de nuestro suelo las tropas
norteamericanas.
Regresemos al día 9.
En esta fecha nos recibió el Primer Jefe a los comisionados de la División del Norte y a mí, y
le hicimos entrega del memorándum, que para él habíamos traído de Chihuahua, y que ya queda
inserto en líneas anteriores, ofreciéndonos tomarlo en estudio detenidamente y darnos su
contestación sobre los puntos que contenía, lo más pronto que le fuera posible.
El día 10 recibí un nuevo telegrama del general Villa, en los siguientes términos:
Chihuahua, septiembre 10 de 1914. General Álvaro Obregón. México. Urgentísimo. Es absolutamente indispensable y urgente
ordene usted salida inmediata de fuerzas general Hill a Casas Grandes, o cualquier otro punto este Estado, pues su permanencia
en Sonora está originando dificultades. Espero me conteste luego sobre el particular. Salúdolo afectuosamente. General
Francisco Villa.
En este último mensaje, ya Villa no ocultaba el apoyo que de nuevo venía dando a la traición
de Maytorena, y con esta actitud, denunciaba nuevamente que volvía a ser un instrumento
inconsciente de Ángeles y Díaz Lombardo, quienes eran los más empeñados en que Villa se
rebelara contra la Primera Jefatura.
En vista de la insistencia con que se pedía que el general Hill saliera de Sonora, antes de que
el general Cabral tomara posesión de los puestos para los que había sido designado de mutuo
acuerdo, dirigí a Villa el siguiente mensaje:
México, D. F., 10 de septiembre de 1914. Señor general Francisco Villa. Chihuahua. Enterado de sus mensajes en que
manifiéstame conveniencia mover fuerzas general Hill desde luego, porque originan dificultades en Sonora. Haré responsable a
cualquiera de los jefes de aquellas fuerzas de dificultades originadas por él; pero es inconveniente movilizarlas antes que general
Cabral tome posesion del puesto que para él se ha acordado, pues, de lo contrario, podríamos encontrar grandes dificultades. Para
el día 13 saldrá general Cabral conmigo. Salúdolo afectuosamente. General Álvaro Obregón.
El día 13 recibí del C. Primer Jefe una comunicación, contestando el memorándum presentado
por Villa y por mí, siendo esa contestación la siguiente:
Con la atención y escrupulosidad que la trascendencia de la materia lo exige, me he impuesto del contenido de las proposiciones
presentadas en nombre del Cuerpo de Ejército del Noroeste y de la División del Norte, ya que se me hizo el honor, como Jefe
Supremo de la Revolución, de someterlos a mi criterio.
En general, cuestiones de tan profunda importancia no pueden ser discutidas ni aprobadas por un reducido número de
personas, ya que ellas deben trascender a la Nación entera, y son, por lo mismo, de su soberana competencia.
De ingente necesidad es el establecimiento de un Gobierno verdaderamente nacional, que sea la representación genuina del
pueblo, y por ende, la segura garantía de sus libertades y derechos; es decir, que este Gobierno sea una resultante natural y
legítima de la voluntad popular. Si la Revolución ha creado con el pueblo compromisos, que debe cumplir, justo y necesario es
que esa Revolución se inspire en los intereses de ese pueblo: investigando y extrayendo las raíces de sus males, aplicando los
remedios consiguientes y orientándole de esa manera definitiva hacia una finalidad progresista y firme. Esta finalidad, en mi
concepto, solamente puede alcanzarse con las reformas propias y adecuadas a la transformación de nuestro actual medio político-
económico, y con las leyes que deben garantizarlas.
En las expresadas ideas se fundamenta mi criterio —seguro estoy que el de ustedes también— para proceder a la
reconstrucción del país, siendo esta reconstrucción una consecuencia forzosa de los ideales revolucionarios. Claro que el Plan de
Guadalupe, inspirado en las anormales y urgentísimas circunstancias del momento, no pudo diseñar siquiera todos y cada uno de
los problemas que debieran y deben resolverse; pero tras el movimiento inicial, esos problemas han surgido de una manera
espontánea, y urge su resolución más o menos inmediata, ya que podemos decir que la insurrección llega a su fin, destruyendo —
tal es su objeto— los obstáculos para el proceso regenerador e innovador.
De las nueve proposiciones contenidas en el estudio a que me refiero, la primera debe considerarse como definitivamente
aprobada; en la cuarta, es necesaria la modificación en el sentido de que se convoque a elecciones de Ayuntamientos y jueces
municipales, en aquellos lugares en que está establecida la elección popular para el caso, y en los demás, conforme a las leyes
respectivas. Las demás proposiciones, de trascendentalísima importancia, no pueden considerarse objeto de discusión y
aprobación entre tres o cuatro personas, sino que deben discutirse y aprobarse, en mi concepto, por una asamblea que pueda tener
imbíbita la representación del país.
Inspirado en este espíritu democrático-práctico, además, he creído de altísima conveniencia la convocación a una junta, en
que deban discutirse y aprobarse, no solamente las proposiciones a que me refiero, sino todas aquellas de la trascendencia de
éstas y de interés general. Esta junta deberá celebrarse en esta ciudad, el día primero del próximo octubre, y es seguro que de ella
surgirá la cimentación definitiva de la futura marcha política y económica de la Nación, ya que tendrá que ser ilustrada con los
más firmes criterios y los más enérgicos espíritus que han sabido sostener los ideales revolucionarios.
En consecuencia, espero que sabrán interpretar ustedes las sanas intenciones mías, y que sabrán cooperar en la trascendente
obra con esas mismas intenciones; lo cual, además de ser en bien de la Patria, redunda en gratitud de la colectividad mexicana
hacia sus actuales directores.
Constitución y Reformas. Palacio Nacional, D. F., a 13 de septiembre de 1914. (Firmado.) Venustiano Carranza. A los CC.
Generales Álvaro Obregón y Francisco Villa.
El mismo día 13 recibí mensaje del general Iturbe, conteniendo el parte detallado de las
operaciones que sus fuerzas llevaron a cabo, para la captura del puerto de Mazatlán, a principios
del mes de agosto. Dicho parte se reproduce a continuación:
Mazatlán, 11 de septiembre de 1914. Señor general Álvaro Obregón, Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste. México, D. F.
Urgente. Tengo la honra de dar a usted el parte detallado de los combates que las fuerzas de mi mando, en cumplimiento de las
instrucciones que esa superioridad se sirvió darme por la vía telegráfica, libraron durante los días 5, 6, 7, 8 y 9 de los corrientes, y
que terminaron con la importante captura de esta plaza. El 1.º de agosto, la situación y efectivo de mis fuerzas era: en la Isla de
Piedra, la artillería, al mando del mayor Pedro H. Zavala, con 2 cañones de retrocarga, una ametralladora y un fusil ametralladora
Madsen, con 120 hombres, contando los sirvientes de las piezas y el sostén proporcionado por el 6.º Batallón de Infantería; en
unas, el grueso del citado 6.º Batallón, al mando del coronel Flores, con un efectivo de 628 hombres, teniendo, además, un cañón
de fierro fundido y otro de bronce, ambos de carga anterior, con sus comandantes de pieza y sus sirvientes respectivos; en el
mismo campamento de Urías, el 2.º Batallón de Infantería, mandado por el coronel Manuel Mezta, con un efectivo de 385
hombres; en el Conchi, el 4.º Batallón de Infantería, con un cañón de fierro fundido, de carga anterior, y una ametralladora, con
un efectivo total de 467 hombres, al mando del coronel Mateo Muñoz; en el campamento de Otates, residencia del Cuartel
General, la escolta respectiva, compuesta de 80 hombres; el 3.er Batallón de Infantería, con un efectivo de 757 plazas, al mando
del coronel Fructuoso Méndez; el 5.º del arma, con un efectivo de 288 hombres, a las órdenes del coronel Isaac Espinosa, y el
primer Regimiento de la columna Carrasco, con 307 hombres, a las órdenes inmediatas del teniente coronel Ernesto Dammy, y en
campamento de El Venadillo, el primer Batallón de Infantería, a las órdenes del general brigadier Macario Gaxiola, con 408
plazas, y en el Camarón, el 2.º Regimiento de la columna Carrasco, con 300 hombres, al mando del teniente coronel Ascensión
Escalante.
A fin de que las fuerzas estuvieran listas para dar el ataque en cualquier momento que se les ordenara, les fijé los objetivos
correspondientes, en la orden extraordinaria del 31 de julio al 1.º de agosto último, y verbalmente les indiqué las posiciones que
deberían ocupar al iniciar el ataque, dejando a la iniciativa de cada jefe el cuidado de elegirlas.
En general, pude localizar la línea de las posiciones iniciales de combate como una curva paralela a las posiciones de
campamento, pero teniendo avanzada hacia el enemigo.
Durante el día 4, el Cuartel General, por varios conductos, recibió informes de que el enemigo había embarcado ya
competente número de tropa y gran parte de su material de guerra; y a fin de cerciorarme de la veracidad de estos informes, en la
tarde del día 4 dicté las órdenes conducentes a la ejecución de un reconocimiento ofensivo en alta fuerza sobre las posiciones
enemigas.
En las primeras horas del día 5, las tropas salieron de sus campamentos para ir a ocupar sus posiciones iniciales de combate,
y, dada la señal de este, a las 4:20 a. m., se tomó el contacto con el enemigo y se trabó el combate.
El 2.º y 6.º de Infantería, al mando de sus respectivos jefes, atacaban por tierra a La Redonda; el 1.º del arma, encuadrado
entre el 4.º por su izquierda y el 3.º por su derecha, atacó de frente La Atravesada.
La columna Carrasco, dirigida por su Comandante, general Juan Carrasco, llevando el 5.º de Infantería como guarda-flanco
izquierdo, se subdividió en dos fracciones: el 1.º y el 5.º atacaron La Montuosa, y el 2.º regimiento avanzó por la playa de Puerto
Viejo, con la intención de apoderarse de El Fuerte Iturbide.
El fuego se generalizó en toda la línea, y pronto alcanzó su máxima intensidad.
El enemigo, desde sus fuertes posiciones, con su artillería cinco veces superior a la nuestra, con sus ametralladoras, por lo
menos diez veces más numerosas que aquellas de que nosotros disponíamos; con sus fusiles, en igual número que los nuestros,
pero susceptibles de ser municionados indefinidamente, rompió el fuego contra nuestras columnas de ataque; pero éstas,
impávidas, desafiando el peligro y la muerte, siguieron avanzando, hasta llegar a las defensas accesorias de las fortificaciones
enemigas.
Conseguido el objeto del reconocimiento ofensivo, y cerciorado de que el enemigo tenía aún toda su artillería emplazada, de
que todavía sus tropas no se habían embarcado, y de que un ataque de frente tenía muy pocas probabilidades de éxito, pues toda
la línea estaba fuertemente reforzada, como a la diez de la mañana ordené detener el avance, y ocupar aquellas de las posiciones
conquistadas que pudieran prestar algún abrigo, por pequeño que fuera.
El 2.º y el 6.º se retiraron a su campamento, a preparar un nuevo ataque.
Los 1.º, 3.º y 4.º, se replegaron, apoyándose mutuamente, a sus posiciones iniciales de combate, y en ellas permanecieron
todo el día, sin tomar alimento y batiéndose sin descanso.
Los dos regimientos de la columna Carrasco ocuparon Lechería de Tellería, hasta cerca de la 1 p. m., hora en que el enemigo,
tomando la ofensiva, salió de sus fortificaciones, en gran número, y obligó a los nuestros a desalojar esa posición y venir a ocupar
otra más a retaguardia, pero aún dentro del alcance eficaz del fusil. El 5.º de Infantería siguió los movimientos del 1. er Regimiento
de la Columna Carrasco; poco más tarde, el enemigo quiso desalojarnos de estas nuevas posiciones, y al efecto, volvió a tomar la
ofensiva; pero tras reñido combate, los nuestros lo obligaron a volver a sus trincheras. Satisfecho del brillante comportamiento de
las fuerzas a mi mando, y teniendo la prueba evidente de que su valor rayaba en el heroísmo, me propuse aprovechar estas
magníficas circunstancias y desarrollar un nuevo plan de ataque cuyos grandes lineamientos eran: romper la línea fortificada del
enemigo, apoderándome de La Redonda, y tomar La Atravesada, atacándola por retaguardia y frente.
La estación del ferrocarril Sur-Pacífico de México, los talleres de reparación, los depósitos de material fijo y rodante y el
caserío donde habitaban, en épocas normales, los empleados y terraceros, todo puesto en estado de defensa, desde hacía más de
ocho meses, y guarnecido por los llamados voluntarios del ejército ex-federal, pero que en realidad eran tránsfugas del ejército
constitucionalista, constituían la sólida posición de La Redonda y sus defensas. Esta posición reunía, además, las condiciones
técnicas de una magnífica posición defensiva. En efecto, es inaccesible por retaguardia y flancos, pues está situada en una
pequeña península formada por el estero del astillero, y de difícil acceso por el frente, que es despejado y estrecho, y ligada a La
Atravesada, que es como atalaya, sobre parte de su frente y todo un flanco; sin tener más línea de penetración que la vía del Sur-
Pacífico, que pasa sobre un puente tendido sobre la punta del Estero, y sin otro camino de acceso que el que viene del Conchi a
Mazatlán, y ambos cerrados; la primera (la vía del ferrocarril Sur-Pacífico), defendida por una plataforma blindada, que servía de
reducto a una ametralladora, y el segundo (el camino de Conchi), defendido por una línea de fortines dominantes que lo ligaban a
La Atravesada. Así aparece La Redonda como una posición inexpugnable, al lado de La Atravesada, que es otra posición muy
sólida.
Una a otra se prestaban mutuo apoyo; la ametralladora de la plataforma blindada y los tiradores que ocupan los fortines
citados flanquean en parte a quien intente atacar de frente La Atravesada y a su vez ésta, dando posición dominante, flanquea al
que se aventura a atacar de frente La Redonda.
No lejos de ésta, y al pie de La Atravesada, se extiende una marisma, limpia de vegetación, despejada a la vista, obstruida por
intrincada red de alambres y sembrada de férreos abrojos, que proporciona magnífico campo de tiro a los defensores y constituye
La Llanura de la Muerte, como alguien la designó gráficamente, para el asaltante. Pero, a pesar de todo, estando yo plenamente
convencido del valor extraordinario de los hombres a mis ordenes; sabiendo que ni el estampido de los cañones, ni las murallas
sólidas, ni los fosos profundos detienen el impetuoso ataque de las fuerzas de la legalidad, resolví adueñarme de estas
formidables posiciones.
Al efecto, dicté las órdenes correspondientes, y establecí mi Cuartel General en el mirador del Conchi, desde el cual, poco
tiempo después, envié a usted el telegrama siguiente:
Hónrome comunicar a usted que en estos momentos, 1:45 a. m., comenzó asalto sobre posiciones enemigas. Ya comunicaré a
usted resultado.
La difícil misión de tomar La Redonda, clave del plan de ataque adoptado, la confié al coronel Ángel Flores, a quien, para
conservar la unidad de mando, nombré comandante de todas las fuerzas que operaban en el sector comprendido entre el Panteón
Nuevo y la Isla de Piedra. He aquí cómo este ameritado jefe cumplió tan arduo cometido:
Las fuerzas que estaban a mis órdenes —dice en su parte el coronel Flores— ocuparon sus posiciones de ataque a la una de la
mañana del día 6, en la forma siguiente: en la Isla de Piedra, al mando del mayor Pedro R. Zavala, la artillería, constituida por
dos cañones, uno de 80 mm Bange, transformado en cañón de tiro rápido, dotado con 90 cartuchos reformados, y un cañón de 57
mm Krupp, con 75 granadas torpedos y 16 botes de metralla, con su sostén, constituido por 75 hombres del 6.º Batallón de
Infantería, y una ametralladora Colts, con suficiente dotación de municiones. En Urías se estableció el servicio de
comunicaciones, bajo la dirección del coronel Manuel A. Salazar; en La plaza de Urías, separada de la de La Redonda, por un
estero, se alistaron 300 hombres de los batallones 2.º y 6.º de Infantería, a las órdenes del teniente coronel Ramón Rangel, para
pasar el estero, ligeramente vestidos, pero bien armados y municionados, apoyándose en tablones flotantes, y atacar por sorpresa
al enemigo que ocupaba La Redonda y teñía una fuerte avanzada en la playa en la que habría de efectuarse el desembarco; el
resto de las fuerzas dispuestas del 2.º y 6.º, al mando de sus respectivos coroneles Manuel Mezta y el que subscribe, con un fusil
ametralladora Madsen, con suficiente dotación de municiones y un cañón de fierro fundido, de carga anterior, se desplegó entre la
vía del Sur-Pacífico (ramal de la Y a La Redonda) y el Panteón Nuevo, teniendo su cadena sobre el camino de Sinaloa, y
amenazando apoderarse del camino del Conchi a Mazatlán.
A las dos de la mañana del día 6 se dio la contraseña del ataque.
Inmediatamente, la fuerza del teniente coronel Rangel pasó el estero y llegó a la playa opuesta con sólo 125 hombres, pues
los demás, temerosos de ahogarse por no saber nadar, abandonaron los tablones y retrocedieron.
En un cuarto de hora, y sin más pérdidas de vidas que las del capitán 1.º José Yuriríar y dos soldados, el teniente coronel
Rangel se apoderó de La Redonda, sembrando el terror y la muerte en el enemigo, cuyos restos dispersos huyeron
precipitadamente a refugiarse a La Atravesada.
El que subscribe, informado oportunamente del feliz éxito de esta operación, en el acto lo participó al general en jefe de la
brigada y al comandante de las fuerzas del sector inmediato.
El enemigo, que ocupaba las sólidas fortificaciones de La Atravesada, reforzó, con los fugitivos de La Redonda, las defensas
accesorias, constituidas por alambrados y la línea de fortines que domina el camino del Conchi, que no fue abandonada, e
impidieron a las fuerzas que estaban a mis órdenes inmediatas ocupar fuertemente La Redonda y voltear La Atravesada.
Nosotros pugnando por avanzar y el enemigo por detenernos, estuvimos hasta las diez de la mañana, hora en que, por el
puente Juárez avanzó el enemigo en gran número, trayendo dos ametralladoras, con el ánimo evidente de recuperar La Redonda y
voltear La Atravesada. Entonces los pocos de los nuestros que habían quedado en La Redonda, cercados por todas partes y
abrumados por el número, se batieron heroicamente, hasta agotar las municiones, y por fin, como a las 11:30 a. m., se retiraron
los supervivientes, muchos de ellos heridos, echándose al agua y pasando el Estero. En esta gloriosa retirada perecieron el
teniente coronel Rangel V. y el mayor Clímaco Coronado y muchos de nuestros oficiales, clases y tropas, cuyos nombres se
encuentran en la relación nominal de muertos y heridos que acompaño.
Desde las primeras horas de la mañana, nuestra artillería estuvo disparando sobre La Montuosa y la Loma del Gato, logrando
acallar la artillería enemiga emplazada en La Montuosa y tener en constante vigilancia a la del Gato.
En la tarde, mandé retirar la ametralladora y emplazarla en La Isla de Soto, para hostilizar con mayor eficacia al enemigo.
Habiéndonos desalojado de La Redonda, el enemigo, sin salir de sus fortines, concentró sus fuegos sobre las tropas que
estaban a mis órdenes inmediatas, pero sin hacemos retroceder, no obstante que la artillería enemiga, desde La Nevería, nos
cañoneaba con furor.
Durante la lluvia que cayó como a las dos de la tarde, mandé suspender el fuego, y me retiré sin ser molestado hasta el
campamento.
Desde allí ordené violentar los trabajos de los camilleros encargados de la conducción de heridos y organicé un tren que los
condujera hasta Villaunión, donde estaba instalado el hospital de sangre.
En la noche del mismo día 6, y en previsión de que el cañón de 57 mm nos pudiera prestar mejor servicio en esta parte del
sector, ordené el translado de la pieza citada a Urías, operación que se verificó sin el menor contratiempo.
El servicio de seguridad se estableció en la forma acostumbrada: dos compañías de grandes guardias, que vigilasen desde el
Panteón Nuevo hasta Urías.
Los puestos avanzados de estas compañías, durante la noche, tiraban de vez en cuando sobre las avanzadas enemigas, que
respondían en la misma forma.
Por su parte, las fuerzas de los batallones 1.º, 3.º y 4.º de Infantería, que formaban el sector de ataque, comprendido entre El
Panteón Nuevo y La Montuosa, a las órdenes del general Macario Gaxiola, nombrado para el caso comandante de ese sector,
rompieron el fuego con el cañón de fierro fundido de que disponían, y llevando una ametralladora, atacaron de frente La
Atravesada, en tanto que la sombra de la noche los protegía: su avance fue rápido y feliz; pero al rayar el día, el enemigo,
dándose cuenta de la situación, reforzó sus líneas de fuego, hizo funcionar su artillería y repelió el ataque. Trabóse reñidísimo
combate; nuestros soldados, en medio del nutrido fuego, valientemente, a pecho descubierto, mataban y morían.
La victoria no coronó tan bravos esfuerzos; muchos heridos y no pocos cadáveres quedaron tendidos en La Llanura de la
Muerte.
Estas fuerzas diezmadas, al obscurecer, se retiraron a sus posiciones de combate.
Entretanto, las fuerzas de la columna Carrasco y su guarda-flanco, 5.º de Infantería, todas a las órdenes del general Juan
Carrasco, nombrado comandante del sector de ataque comprendido entre La Montuosa y El Mar, cooperando al movimiento
general, iniciaron su avance al romper el día.
Tras rudísimo combate, lograron apoderarse de Lechería de Tellería y de las trincheras enemigas que les cerraban el paso por
la playa del Puerto Viejo.
En esta peligrosa situación permanecieron hasta el anochecer, hora en que el enemigo, haciendo un esfuerzo supremo y
poniendo en juego todos sus elementos de combate, los obligó a desalojar las posiciones conquistadas y a replegarse a las
iniciales de combate, desde las cuales continuaron hostilizándolo de tiempo en tiempo, durante la noche.
La mañana del día 6 tuve la honra de poner a usted al corriente de la situación, enviándole el telegrama siguiente:
Hónrome comunicar a usted que, después de hora y media de combate, los coroneles Flores y Mezta, se apoderaron de la Casa
Redonda, procediendo inmediatamente al asalto de La Atravesada, en unión de los demás jefes. Respetuosamente.
Y en la tarde también, por la vía telegráfica, comuniqué a usted mi impresión personal de la jornada, en la forma siguiente:
Hónrome comunicar a usted que el combate sigue reñidísimo. El enemigo, con su artillería, el Guerrero y el refuerzo que recibió
de Baja California, ha hecho una resistencia tenaz. Hasta estos momentos, hemos tenido 25 por ciento de bajas, conservando
todas las posiciones ganadas al enemigo; únicamente fáltanos parque, para dar ataque formal. Aún confiamos en el triunfo de
nuestras fuerzas, que se encuentran animadas.
En la mañana del día 7, se notó que el enemigo había abandonado La Redonda y La Atravesada.
En el acto las ocuparon fuerzas de los batallones 1.º, 2.º, 4.º y 6.º de Infantería, a pesar del violento cañoneo de los fuertes
enemigos.
Con mi Estado Mayor, me transladé a la Loma Atravesada; establecí en ella mi Cuartel General; la ligué con líneas
telefónicas tendidas rápidamente a los puntos en que se encontraban los comandantes de sector, y, desde allí, continué dictando
las disposiciones y dando las órdenes que estimé oportunas, para el buen éxito de las operaciones, incorporándose allí a nosotros
el general Felipe Riveros, Gobernador del Estado, con su escolta.
Las fuerzas del 6.º Batallón, al intentar pasar el Puente Juárez, en persecución del enemigo, descubrieron que éste ocupaba
una segunda línea de resistencia, cerrando el paso con una ametralladora emplazada a la salida del puente. Además, en el Panteón
Viejo, y en una línea de fortines que se extendía hasta el pie de La Montuosa, tenía tropas de sostén y reserva.
Los nuestros, pues, se vieron obligados por esta parte, a detenerse, y bajo el fuego enemigo, se construyeron abrigos de
pequeño relieve a la entrada del Puente, desde donde hostilizaban sin cesar al enemigo.
Mientras tanto, las fuerzas confiadas a la pericia y valor del general Juan Carrasco se pusieron en movimiento, como a las
diez de la mañana, atacando rudamente al enemigo, que desde la víspera, en la noche, se había posesionado de la Lechería de
Tellería. Éste opone tenaz resistencia; los nuestros se baten como leones, y al fin el enemigo se ve forzado a ceder el terreno y a
replegarse a sus fortificaciones.
El 3.º de Infantería, que servía de liga entre las fuerzas que efectuaron este ataque y las que estaban al mando del general
Macario Gaxiola, secundaron eficazmente el ataque; pero como a las cuatro de la tarde, el enemigo sale de sus trincheras y toma
resueltamente la ofensiva, con caballería, artillería y la infantería de reserva, cargando rudamente contra los nuestros, que se
baten con gran denuedo; mas al fin tienen que ceder, y otra vez el enemigo recupera La Lechería. Pero si los contrarios se
obstinan en conservar esta posición a toda costa, también por nuestra parte hay hombres tenaces que abrigan iguales propósitos;
tras breve reposo, el teniente coronel Dammy reunió los restos de su tropa, y poniéndose a la cabeza de ellos, pues la mayor parte
de su oficialidad estaba herida, avanzó impetuosamente sobre La Lechería, con ánimo de tomarla a viva fuerza y mantenerse en
ella a todo trance.
El 3.º de Infantería otra vez vuelve a la carga y sostiene este movimiento: se despliega en orden de combate con la misma
precisión que si estuviera en el campo de maniobras, entra al fuego en el más perfecto orden; arrolla al enemigo, lo hace ganar
sus trincheras y queda otra vez dueño de La Lechería.
El teniente coronel Dammy avanza aún, y en medio de un terrible cañoneo, llega hasta las defensas accesorias de La
Montuosa. Allí, un grupo de individuos, diciéndose constitucionalistas, le anuncian la caída de la plaza y le invitan a entrar a ella
sin disparar. Disponíase a ejecutarlo el teniente coronel Dammy, cuando aquellos individuos, ganando rápidamente sus fortines,
abren, a corta distancia, mortífero fuego sobre nuestros confiados compañeros, que salen trabajosamente de tan peligrosa
situación, gracias a la oportuna intervención del 3.º de Infantería.
El teniente coronel Dammy pasa, sin detenerse, por La Lechería y perseguido de cerca, se ve obligado a desalojarla y va, por
último, hasta sus posiciones iniciales, donde pernocta.
El cañón de 57 mm quedó emplazado en La Atravesada, y desde el mediodía estuvo disparando sobre el Panteón Viejo. Al
cañón de 80 mm le ordené que disparara sobre el mismo objetivo, lo cual hizo desde la Isla de la Piedra, tan pronto como recibió
la orden y fue emplazado en lugar conveniente.
A propósito de la falta de municiones, que se hacía sentir desde el día anterior, oportunamente transmití el siguiente mensaje
al general Alvarado, a Guaymas:
General Obregón díceme usted ha de mandarme mil hombres inmediatamente. Suplícole esto sea en un tren especial, y sin
pérdida de tiempo, avisándome salida. Combate sigue muy reñido. Salúdolo afectuosamente.
No tardé mucho en recibir la contestación que sigue:
General R. F. Iturbe. Otates. Infórmanme hay muchos deslaves. Vías, de tres a cuatro días estarán listas, si no llueve más.
Ruégole informarme diariamente situación para saber si aún puede ser oportuno auxilio, pues, con esto, tardará mucho en llegar.
Boletines inalámbricos dicen que siguen embarcándose diariamente los federales en ese puerto.
Al entrar en la habitación en que Villa se encontraba, éste se levantó de su asiento, sin ocultar su
indignación, y desde luego me dijo:
—El general Hill está creyendo que conmigo van a jugar...; es usted un traidor, a quien voy a
mandar pasar por las armas en este momento.
Y dirigiéndose entonces a su secretario, señor Aguirre Benavides, que estaba en la pieza
contigua presenciando estos hechos, le dijo:
—Telegrafíe usted al general Hill, en nombre de Obregón, que salga inmediatamente para
Casas Grandes.
Luego se dirigió nuevamente a mí, y me preguntó:
—¿Pasamos ese telegrama?
A lo que contesté:
—Pueden pasarlo.
En seguida de obtener mi respuesta, Villa se dirigió a uno de sus escribientes ordenándole:
—Pida por teléfono veinte hombres de la escolta de Dorados, al mando del mayor Cañedo,
para fusilar a este traidor.
Entonces me dirigí a Villa diciéndole:
—Desde que puse mi vida al servicio de la Revolución, he considerado que será una fortuna
para mí perderla.
Aguirre Benavides, que había previsto los acontecimientos, había llamado violentamente al
general Madero, y éste se encontraba ya también en la pieza contigua, dándose cuenta de los
hechos relatados.
A propósito del mayor Cañedo, que debería mandar la escolta para mi ejecución, debo
consignar que, anteriormente, había pertenecido al Cuerpo de Ejército de mi mando, del que, por
disposición mía, fue dado de baja, expulsándolo de Sonora, por indigno de pertenecer a nuestro
ejército.
En los momentos en que yo replicaba al amago de Villa, y cuando quizás estuve en peligro
de ser asesinado por él mismo, como en muchos casos llegó a hacerlo con otros, se introdujo en
la pieza contigua el llamado general y doctor Felipe Dussart —individuo a quien yo en Sonora
había destituido de nuestras filas, por indigno de pertenecer al Ejército Constitucionalista—,
quien haciendo a Villa una señal, empezó a aplaudirlo, dando algunos saltos, para demostrar su
regocijo por mi próxima ejecución, y exclamando:
—¡Bravo, bravo, mi general...!; así se necesita que obre usted.
Fue tal la indignación que Villa experimentó contra aquel ser despreciable que iba a
festejarse con mi ejecución, que llevó sobre él su furia diciéndole:
—¡Largo de aquí, bribón, fantoche; porque lo corro a patadas!
Mientras se registraba aquel sainete entre Villa y Dussart, yo continuaba paseando a lo largo
del cuarto.
Cuando Villa hubo lanzado fuera a Dussart, volvió a mi compañía, y los dos seguimos dando
vueltas por la pieza.
La furia de aquel hombre lo estaba haciendo perder el control de sus nervios, y a cada
momento hacía movimientos que denunciaban su excitación.
A mí no me quedaba más recurso que llevar al ánimo de Villa la idea de que me causaría un
bien con asesinarme, y con este propósito, cada vez que él me decía:
—Ahorita lo voy a fusilar.
Yo le contestaba:
—A mí, personalmente, me hace un bien, porque con esa muerte me van a dar una
personalidad que no tengo, y el único perjudicado en este caso será usted.
La escolta había llegado ya.
A mis oficiales los tenían detenidos en la pieza que se me había preparado como recámara, y
sólo faltaba la última palabra de Villa.
Éste continuaba, a mi lado, paseándose por la pieza, cuando repentinamente se separó,
dirigiéndose hacia el interior de la casa.
Al cuarto contiguo, donde se encontraba al principio Aguirre Benavides y el general Madero,
habían llegado Fierro y algunos otros satélites de Villa, de los que —como Fierro— se
distinguieron siempre por su afición al crimen.
El tiempo transcurría, y nuestra situación no variaba en nada.
Cuando todo estaba listo para nuestra ejecución, llegó el agente especial del Gobierno de los
Estados Unidos, Mr. Canova, seguramente con intención de entrevistar a Villa; pero tuvo que
regresarse sin hacerlo, porque no le permitieron franquear la puerta de la casa.
La noticia de la orden para nuestro fusilamiento había cundido ya por toda la ciudad, y
grupos de curiosos se reunían en los contornos de la casa de Villa para presenciar las
ejecuciones.
Había transcurrido una hora, cuando Villa hizo retirar la escolta y levantar la guardia que
teníamos a la puerta.
Como a las 6:30 p. m., entró en la pieza y, tomando asiento, me invitó a que me sentara a su
lado.
Nunca había estado yo más consecuente en atender una invitación. En seguida tomé asiento
en el sofá que Villa me señaló al invitarme.
Villa, con una emoción que cualquiera hubiera creído real, en tono compungido, me dijo:
—Francisco Villa no es un traidor; Francisco Villa no mata a hombres indefensos, y menos a
ti, compañerito, que eres huésped mío. Yo te voy a probar que Pancho Villa es hombre, y si
Carranza no lo respeta, sabrá cumplir con los deberes de la Patria.
Aquella emoción tan bien fingida continuó en creciente, hasta que el llanto apagó su voz por
completo, siguiéndose a esto un silencio prolongado, el que vino a turbar un mozo, que de
improviso entró en la habitación y dijo:
—Ya está la cena.
Villa se levantó y, enjugando su llanto, me dijo:
—Vente a cenar, compañerito, que ya todo pasó.
Confieso que yo no participaba de la opinión de Villa de que todo había pasado, pues en mí
no sucedía lo mismo, porque el miedo ni siquiera empezaba a declinar.
Inmediatamente después de la cena, los oficiales comisionados por la mañana de be día para
preparar el baile, y que habían sido ya puestos en libertad, así como los que formaban la
Comisión de recepción, se transladaron al salón del Teatro de los Héroes, para que principiara la
fiesta.
Villa se excusó de asistir al baile, diciendo estar indispuesto, y yo me presenté en el teatro a
las nueve de la noche.
La fiesta estuvo muy animada, y bailamos hasta las primeras horas de la mañana del
siguiente día.
La mayor parte de los concurrentes estaba al tanto de los acontecimientos que habían tenido
lugar durante la tarde, y se formaban mil conjeturas al vernos entregados al baile sin hacer
ningunos comentarios.
COMISIÓN AL MAYOR JULIO MADERO. NEGATIVA DE HILL A LAS ÓRDENES DE
VILLA
Al mayor Julio Madero, de mi Estado Mayor, le recomendé salir por El Paso y transladarse a
Douglas, para informar confidencialmente al señor Francisco S. Elías, agente del Gobierno
Constitucionalista, y al general Benjamín G. Hill, sobre la situación en que estaba yo en
Chihuahua, y hacer a éste la advertencia de que no debería atender las órdenes transmitidas en mi
nombre por la oficina particular del general Villa. Al mismo tiempo, entregué a Julio Madero la
cantidad de veinte mil pesos en billetes de Banco, suplicándole depositarlos en la casa del señor
Francisco S. Elías e instruir a éste, en mi nombre, para que hiciera de ellos una equitativa
distribución entre las familias de los miembros de mi Estado Mayor, si éstos, como yo creía, eran
asesinados juntamente conmigo, por Villa.
El general Hill contestó el mensaje de Villa, en sentido de que no atendería ninguna orden
que fuera firmada por mí, mientras yo permaneciera en Chihuahua.
Villa, en el colmo de la indignación por la contestación de Hill, ordenó inmediatamente la
salida de dos mil hombres, al mando del general José Rodríguez, por vía Ciudad Juárez y Casas
Grandes, dizque para someter a Hill.
Se habían recibido ya noticias de que Cabral había sido mal recibido por Maytorena, quien se
negó a entregarle el gobierno y la Comandancia Militar de Sonora; y en estas circunstancias, se
consideró inútil todo esfuerzo para solucionar las dificultades en aquel Estado.
El día 18, ya muy tarde, se me presentó el agente consular de Estados Unidos, Mr. Canova, a
decirme que él y otras personas habían conseguido de Villa que se me pusiera en libertad y se me
mandara a Ciudad Juárez, hasta dejarme en territorio norteamericano, ofreciéndose él (Mr.
Canova), bondadosamente, a acompañarme.
A esta oferta, contesté:
—Agradezco sinceramente sus gestiones, y puede usted también expresar mi agradecimiento
a Villa y a las personas que acompañaron a usted ante él, para influir en su ánimo a tomar tal
resolución; pero no puedo permitir que se me arroje del país a buscar seguridades para mi vida
en territorio extranjero. Si yo soy un bandolero o un traidor, debo ser ejecutado aquí mismo, en
Chihuahua; pero si no lo soy, debo ser puesto en libertad, y regresar a México, a dar cuenta de la
comisión que me confirió el Primer Jefe.
El día 21, después de una serie de juntas y discusiones, Villa y sus generales llegaron a la
siguiente resolución: Villa permanecería en Chihuahua, mientras que todos sus generales
concurrirían a la Convención, en la capital de la República, y que, a fin de no perder tiempo,
saldrían desde luego, en mi compañía, los generales Eugenio Aguirre Benavides y José Isabel
Robles, en tanto que se reunieran en Chihuahua los demás jefes de la División del Norte para
marchar a México.
Chihuahua, septiembre 22 de 1914. Señor Venustiano Carranza. México. En contestación a su mensaje, le manifiesto que el
general Obregón y otros generales de esta División salieron anoche para esa capital, con el objeto de tratar importantes asuntos
relacionados con la situación general de la República; pero en vista de los procedimientos de usted, que revelan un deseo
premeditado de poner obstáculos para el arreglo satisfactorio de todas las dificultades y llegar a la paz que tanto deseamos, he
ordenado que suspendan su viaje y se detengan en Torreón.En consecuencia, le participo que esta División no concurrirá a la
Convención que ha convocado, y desde luego le manifiesto su desconocimiento como Primer Jefe de la República, quedando
usted en libertad de proceder como le convenga. El general en Jefe. Francisco Villa.
Yo leí el telegrama sin hacer ningún comentario.
Todo aquel día estuvieron nuestras vidas poco seguras; porque Villa, a cada momento,
insistía en la necesidad de fusilarnos, deteniéndose sólo ante la oposición que la mayor parte de
sus jefes presentaban a su idea en tal sentido.
El general Tomás Urbina, que había sido compañero de Villa desde que se dedicaban a robar
y matar en los caminos, ligándolos también el compadrazgo, y que con este motivo tenía grande
influencia sobre él, hacía hincapié constantemente en que deberíamos ser pasados por las armas.
Maytorena, por su parte, al saber mi situación, dirigió un telegrama a Villa, diciéndole que
por ningún motivo convenía que yo escapara, y anunciaba el envío de documentos muy
comprometedores para mí.
Las opiniones de Ángeles y Díaz Lombardo, a este respecto, no pude conocerlas; pero no
juzgo aventurado creer que apoyaban la de Urbina y de Maytorena, pues no figuraban entre los
que se oponían a la ejecución.
Durante todo ese día, Aguirre Benavides y Robles estuvieron insistiendo con Villa en que se
me permitiera regresar con ellos; pero Villa se opuso terminantemente a esto.
Por la tarde, Villa ordenó a los citados generales que salieran inmediatamente para Torreón;
orden la cual, seguramente, tuvo por objeto alejar la influencia que ellos estaban ejerciendo entre
los demás jefes de la División del Norte, para evitar el atentado.
Aguirre Benavides y Robles, al recibir la orden para su marcha, pasaron a hablar con Villa y
le manifestaron que saldrían para Torreón y continuarían con él, si les ofrecía que no se atentaría
contra mi vida; a lo que Villa accedió, y, en consecuencia, ellos salieron rumbo a Torreón esa
misma tarde.
Por la noche, durante la cena, Villa me dijo:
—Esta misma noche te voy a despachar con Carranza; nomás quiero que acaben de salir los
trenes del general Almanza.
Terminada la cena, Villa llamó al coronel Rodolfo L. Fierros, que era el verdugo en quien él
tenía más confianza, y le dio algunas órdenes para que preparara nuestra salida.
A esa misma hora, llegaba el general Raúl Madero —que era uno de los más empeñados en
que se me pusiera en libertad— llevando por objeto solicitar de Villa permiso para que una
comisión de generales de la División del Norte me acompañara hasta dejarme fuera del territorio
controlado por dicha División.
Villa se negó a dar ese permiso, y sólo fue anuente en que me acompañara el coronel Roque
González Garza.
Al despedirme del general Madero, esa noche, me dijo:
—En un pequeño álbum, donde escribo las cosas que no quiero que se pierdan con mi vida,
tengo escritas, general, las palabras que usted contestó a Villa, cuando éste dio la orden para su
fusilamiento.
Di las gracias a Madero por aquello, y nos despedimos.
Yo no quería emprender la marcha antes de hablar con el señor Luis Aguirre Benavides, a quien
había notado muy contrariado durante ese día; y con tal fin, lo invité a que diéramos un paseo,
invitación que él aceptó.
Pudimos esquivar la vigilancia que se ejercía sobre nosotros, y nos salimos a pie por la
Alameda de la avenida del Santo Niño, llegando hasta la estación de carga del ferrocarril.
Aguirre Benavides, ya sin ninguna reserva, me manifestó su determinación de abandonar a
Villa, diciéndome que para ello sólo esperaba ponerse de acuerdo con su hermano, el general
Eugenio, del mismo apellido, que había salido con el general Robles, para Torreón, y trasladar de
Chihuahua a su familia, para librarla de las vejaciones de que pudiera ser objeto por parte de
Villa, al efectuar ellos su separación.
Aguirre Benavides, en su desahogo, me confesó los inútiles esfuerzos que había él venido
haciendo al lado de Villa, por ver si lograba hacerlo desistir de sus instintos criminales y de las
ambiciones que Ángeles y sus demás consejeros habían despertado en su ignorancia.
A las diez de la noche, cuando habíamos regresado a la casa de Villa, éste me dijo:
—Todo está listo para que salga.
En seguida nos despedimos de Villa, de Urbina, Fierros y de algunas otras personas,
trasladándonos luego al tren, acompañados del coronel Roque González Garza, quien marcharía
con nosotros hasta dejamos fuera del territorio controlado por la División del Norte.
El tren partió cerca de las once de la noche.
El coronel González Garza era uno de los que más se habían opuesto a la idea de mi
fusilamiento, y cada vez que se tocaba este punto, decía que la mancha que Villa hubiera
arrojado sobre la División del Norte con mi asesinato nada podría borrarla.
La noche se pasó sin novedad, y antes de amanecer, dimos alcance al tren del general
Almanza, que había salido de Chihuahua algunas horas antes que el nuestro, y que estaba
detenido en una de las estaciones del trayecto, siguiendo el nuestro adelante.
El viaje se hizo sin contratiempo hasta estación Corralitos donde se recibió un telegrama de
Villa, ordenando que regresara nuestro tren.
En aquella estación, que está situada en uno de los desiertos de Chihuahua, no había más
gente que el empleado que atendía la oficina telegráfica del ferrocarril.
Cuando nuestro tren iba a emprender su contramarcha rumbo a Chihuahua, salté yo de mi
carro a tierra, y el coronel Roque González Garza, al ver mi actitud, saltó también, y me
preguntó:
—¿Qué va usted a hacer, general?
—Morir matando —le contesté.
El tren hizo alto, y entonces bajó violentamente el capitán Carlos Robinson, de mi Estado
Mayor, que iba como jefe de los quince hombres de nuestra escolta, y me dijo:
—Todos debemos correr la misma suerte, mi general, y voy en seguida a desembarcar la
escolta.
Como el tren del general Almanza se acercaba y yo tenía la seguridad de que Villa habría
trasmitido órdenes a este jefe para consumar su crimen, consideré que no había tiempo que
perder.
El coronel González Garza manifestaba marcada indignación contra Villa, por aquel
procedimiento, y trataba de convencerme de que mi resolución, en aquellos momentos, era inútil,
y que sería preferible volver a Chihuahua.
La mayor parte de los miembros de mi Estado Mayor se habían dado cuenta ya de aquella
situación, y saltaban también del tren, con igual ánimo que el capitán Robinson.
Dirigiéndome a Robinson, le dije:
—Incorpórese usted a su escolta, y haga todo esfuerzo por salvar a mis oficiales, y déjeme
aquí, acompañado de mi ayudante Valdés.
A éste había dado orden de que bajara de mi gabinete mi carabina y la suya.
Robinson y los oficiales de mi Estado Mayor protestaron contra mis órdenes de salvarse,
dejándome allí, y manifestaron su resolución de que todos corriéramos la misma suerte; a lo que
yo repuse:
—Nosotros no debemos justificar nuestro propio asesinato: Si todos hacemos resistencia, es
indudable que causaremos a los traidores un verdadero estrago en sus filas, antes de que haya
sucumbido el último de nosotros, y con esto daremos margen a que ellos, presentando sus
muertos en Chihuahua, declaren que asaltamos su tren o que nos pronunciamos, y que por esto se
vieron en la necesidad de defenderse y acabar con nosotros. Por otra parte, yo, en compañía de
Valdés solamente, tengo mayores probabilidades de salvarme, porque la persecución les será más
difícil que si la hicieran sobre un grupo numeroso, y si logran mi captura y me asesinan, no
podrán presentar ninguna disculpa a su atentado.
Dicho esto, me dirigí a Robinson, agregando:
—Ordene usted que dos soldados suban a ese poste (señalando uno de los del telégrafo), y
corten todos los hilos telegráficos, y usted, personalmente, aprehenda al telegrafista.
Ya había acordado yo con el teniente coronel Serrano que al coronel González Garza se le
atara y encerrara en el gabinete del Pullman, cuando Robinson llegó, manifestando que, al
proceder a la aprehensión del telegrafista, encontró a éste recibiendo un mensaje de Chihuahua,
en que se ordenaba que nuestro tren prosiguiera su marcha a Torreón.
Informado yo de aquella orden, dada por Villa, subí de nuevo al tren e hicieron lo propio mis
oficiales y soldados de la escolta, quedando completamente desorientados por aquella
disposición y con la seguridad de que entrañaba una nueva traición de Villa; pero, como de todos
modos aliviaba de momento nuestra situación, fue recibida con gusto por nosotros.
El coronel González Garza, mostrando una profunda contrariedad —que nosotros juzgamos
sincera—, subió también al tren con nosotros, sin que tampoco pudiera explicarse lo que Villa
intentaría hacer en seguida.
Nuestro tren partió inmediatamente que hubo subido el último de nosotros, y corría sin
novedad... pero poco después de haber pasado estación Mapimí, y cuando nos faltaba ya menos
de una hora para llegar a Gómez Palacio, uno de mis oficiales me dio parte de que un tren se
aproximaba por el frente.
Este nuevo acontecimiento ponía otra vez nuestros nervios en tensión, los que, en verdad, no
habían tenido reposo en algunos días. Momentos después, nuestro tren y el desconocido hacían
alto, frente uno al otro, a una distancia de poco menos de cien metros, y no tardé en ser
informado que el tren misterioso era un especial, que procedía de Torreón, ordenado por los
generales Aguirre Benavides y Robles, conduciendo a dos oficiales de Estado Mayor, en
comisión de aquéllos.
A poco rato subieron a mi tren los dos oficiales citados, quienes eran portadores de un pliego
de los generales Aguirre Benavides y Robles, el cual servía de salvoconducto, y a la vez de orden
para hacernos seguir hasta Torreón, con seguridades.
Desde aquel momento empecé a sentirme seguro, confiando en la lealtad de aquellos
hombres.
Los trenes se pusieron en movimiento hacia Torreón, y antes de una hora llegamos a Gómez
Palacio, encontrando en la estación una escolta, formada, al mando de un oficial. Éste subió a
nuestro tren cuando hizo alto, y después de hablar con los oficiales de Robles, descendió al
andén, continuando nosotros a Torreón, adonde llegamos poco después, a las cuatro de la tarde.
En la estación de Torreón había algún movimiento de tropas, unas embarcándose y otras
alistándose para hacer lo mismo.
Poco después de nuestra llegada, subieron a mi carro los generales Aguirre Benavides y
Robles, y después de saludamos con un abrazo cariñoso, pasamos a mi gabinete, para hablar
confidencialmente y para comunicar yo al general Aguirre Benavides el recado que su hermano
Luis me diera para él, la noche en que nos despedimos en Chihuahua.
Yo traté desde luego de referirles las peripecias que nos habían ocurrido en el camino, pero
ellos las conocían con mayores detalles, y a esto precisamente se debió que hubiésemos llegado
salvos a Torreón.
Robles y Aguirre Benavides nos explicaron entonces cómo nos habíamos salvado, haciéndonos
detallada relación de las circunstancias de aquel trance y las que en seguida relato yo, a mi vez:
Villa no permitió la salida de nosotros de Chihuahua sino cuando había hecho salir al general
Almanza con un tren militar, para esperar en el camino al nuestro, a la mañana del siguiente día,
y pasarnos por las armas a todos, cuya orden había dado Villa.
Como el tren del general Almanza tuvo que hacer alto en el camino, para enfriar unas
chumaceras, esta circunstancia imprevista dio lugar a que el nuestro lo alcanzara y siguiera
adelante, sin que de ello se diera cuenta el general Almanza, porque a esas horas venía dormido,
y a ninguno de sus oficiales había confiado las órdenes que recibiera de Villa.
Al amanecer, Almanza ordenó la parada de su tren, sin decir a nadie el objeto; pero cuando
hubo transcurrido bastante tiempo, sin que el nuestro le diera alcance, para cumplir las órdenes
de Villa, ordenó a un ferrocarrilero que se informara del tiempo que nuestro tren tardaría en
llegar. La contestación que obtuvo fue que desde la madrugada habíamos pasado adelante.
Esto hizo a Almanza comprender que el plan se había frustrado, y que habíamos ganado ya
una considerable distancia; luego comunicó a Villa lo ocurrido, para que éste ordenara el regreso
de nuestro tren, a fin de poder ejecutar sus instrucciones respecto de nosotros.
Cuando Villa tuvo conocimiento de aquel contratiempo, telegrafió a estación Corralitos,
ordenando el regreso de nuestro tren. El telegrafista de Torreón se enteró de la orden, y,
cumpliendo la recomendación que tenía recibida de Robles y Aguirre Benavides, en sentido de
reportarles la marcha de mi tren, les comunicó aquel incidente.
Desde luego, ellos se dirigieron a Villa, recordándole el ofrecimiento que les había hecho de
que no atentaría contra mi vida; y a la vez, en Chihuahua, Luis Aguirre Benavides y su ayudante,
el señor Enrique Pérez Rul —que en la mañana se habían enterado casualmente de las órdenes
dictadas por Villa—, en compañía de los jefes que no estaban de acuerdo en que se me asesinara,
se dirigieron a Villa, pidiéndole que revocara la orden de regresar nuestro tren.
Villa, siguiendo sus instintos felones, contestó a todos que no tuvieran cuidado, y dio orden
para que mi tren continuara hasta Torreón (siendo esta orden la contenida en el telegrama que se
recibió en Corralitos, en los momentos en que iba a efectuarse la aprehensión del telegrafista y la
interrupción de las comunicaciones, por mi orden). Pero en seguida Villa libró orden al
Comandante Militar de Gómez Palacio, Durango, en los siguientes términos: Al pasar tren
especial de general Obregón por ésa, sírvase usted aprehenderlo con todas las personas que lo
acompañan y pasarlos por las armas inmediatamente, dando cuenta a este Cuartel General de lo
ocurrido.
Este mensaje fue oído también por el telegrafista de Torreón, y lo puso en conocimiento del
general Robles, quien de acuerdo con el general Aguirre Benavides, hizo salir desde luego un
tren especial con dos oficiales de su Estado Mayor, para que me encontraran antes de llegar a
Gómez Palacio y me condujeran con seguridades hasta Torreón. (Ése fue el tren que nos
encontró entre Mapimí y Gómez Palacio, y la escolta, que estaba formada en la estación de
Gómez Palacio, a la llegada de nuestro tren, era la que el Comandante Militar de aquella plaza
tenía preparada para cumplir las órdenes de Villa).
Después de que nos hubieron hecho esa narración los generales Benavides y Robles, estos
mismos me aconsejaron que cambiara de ruta para mi viaje a la ciudad de México; sugiriéndome
la conveniencia de que lo continuara por la vía de Saltillo, y de allí por el ferrocarril Nacional,
porque consideraban peligroso que lo hiciera por Zacatecas, dado que el general Pánfilo Natera,
Comandante Militar del Estado de Zacatecas, acababa de telegrafiar a Villa, apoyando su actitud
y poniéndose a sus ordenes.
Yo manifesté a ellos mi decisión de seguir la marcha por Zacatecas, para conocer
personalmente la actitud de Natera, y ver si sería posible que volviera él por los fueros de la
lealtad.
En vista de mi invariable resolución, Robles me extendió el salvoconducto que copio a
continuación:
Un membrete que dice: Ejército Constitucionalista.División del Norte. Las autoridades civiles y militares se servirán guardar y
hacer guardar toda clase de garantías y seguridades al C. General de División Álvaro Obregón y sus acompañantes, que marchan
a la capital de la República, impartiéndoles la ayuda que les fuere necesaria. Constitución y Reformas. Torreón, septiembre 24 de
1914. El General J. A., de la División del Norte en la Comarca Lagunera. J. Isabel Robles. Rúbrica.
Al despedirnos, Robles y Aguirre Benavides me dijeron que ellos no secundarían a Villa en
su traición contra Carranza, y que ya estaban alistando todas sus tropas para transladarse a
Zacatecas, por órdenes de Villa, esperando llegar a aquella plaza para tomar la actitud que me
ofrecían en aquellos momentos.
El coronel Roque González Garza no estuvo con nosotros durante esta entrevista, porque
Robles y Aguirre Benavides manifestaron no tenerle completa confianza.
Nuestra marcha se prosiguió de Torreón, por la vía a Zacatecas, y en todo el trayecto fuimos
dando alcance a los trenes militares de las fuerzas de Robles y Aguirre Benavides, hasta llegar a
Zacatecas el día siguiente, a las cinco de la tarde.
En la estación había reunida mucha gente, y una banda militar tocaba a nuestra llegada.
Cuando nuestro tren hizo alto en la estación, subieron a nuestro carro, a saludarnos, el
general Natera y algunos de sus principales jefes.
Natera me preguntó desde luego qué pensaba yo de la situación, a lo que contesté: —Yo
estoy ya enteramente de acuerdo con los generales Robles y Aguirre Benavides, quienes deben
llegar a ésta, mañana o pasado.
Natera, entonces me dijo: —Yo también me dirigí, desde ayer, al general Villa,
manifestándole que participo de las mismas ideas que él.
Antes de que entráramos en detalles, manifesté mi urgencia por continuar mi marcha para
arreglar algunos asuntos en la ciudad de México, y regresar luego a Zacatecas. Me despedí de
Natera y de los otros jefes que habían subido a mi carro, y nuestro tren continuó su marcha sin
contratiempo.
Poco antes de llegar a Aguascalientes, encontramos un tren que esperaba al nuestro, en una
de las estaciones. En él viajaban el coronel Luis S. Hernández el teniente coronel Alfredo
Murillo, el teniente coronel Severiano A. Talamante, el capitán 1.º Fausto Topete, los miembros
de mi Estado Mayor: capitán 1.º Jesús M. Garza; mayor médico Enrique C. Osornio y teniente
Alberto G. Montaño; los señores Rafael Manzano, ingeniero Manuel Urrea y Agustín Ortiz y
otros amigos míos, cuyos nombres no recuerdo, quienes habían salido de México, con el
propósito de llegar hasta donde pudieran tener noticias de mi paradero.
Todas esas personas subieron a mi carro y entablamos con ellos una muy animada
conversación, relatándoles, con colores más o menos vivos, los acontecimientos que se habían
desarrollado desde nuestra permanencia en Chihuahua. Ellos, por su parte, nos platicaban
también cómo en México había dado la prensa la noticia de nuestro fusilamiento, narrándonos
las versiones que circulaban sobre nuestra muerte.
En esa entretenida plática continuamos hasta Aguascalientes, adonde llegamos antes de las
doce de la noche.
Como en México se habían celebrado algunas juntas de jefes constitucionalistas, en la
residencia del general Lucio Blanco, con objeto de estudiar la forma más conveniente de evitar
un rompimiento entre la División del Norte y el Gobierno Constitucionalista, dirigí, desde
Aguascalientes, un mensaje a dichos jefes, suplicándoles reunirse a mi llegada, para darles, en
detalle, un informe sobre mis impresiones recogidas de los distintos jefes de la División del
Norte.
De Aguascalientes continuamos la marcha, llegando a la Capital el día 26.
Inmediatamente, me trasladé a presencia del Primer Jefe, para darle cuenta de la comisión
que me había confiado e informarle de los acontecimientos desarrollados en Chihuahua.
En la entrevista que con tal objeto celebré con el Primer Jefe, le manifesté mi creencia de que
podríamos restar a Villa sus mejores elementos, basándome en el acuerdo a que había yo llegado
con los generales Aguirre Benavides y Robles, y con el secretario particular de Villa.
El Jefe se mostró sorprendido de que hubiera yo podido salvarme de las garras de Villa, dado
lo sanguinario de este hombre, y el odio profundo que sentía hacia los que continuábamos leales
a la Primera Jefatura.
En la noche del 27, se celebró una Junta de jefes constitucionalistas en el Cuartel General de
Blanco, y en ella expresé, con la mayor claridad posible, mi idea de poder restar a Villa todos los
elementos de orden y moralidad que le estaban incorporados.
TELEGRAMAS CRUZADOS CON VILLA, GUTIÉRREZ, JEFES DE LA DIVISIÓN DEL NORTE Y PRIMERA JEFATURA
México, noviembre 11 de 1914. General José Isabel Robles y demás jefes de la División del Norte. Aguascalientes. Hoy digo al
general Villa lo siguiente: “He tenido conocimiento de que la División del Norte ha emprendido su avance al sur de
Aguascalientes. Es el momento en que usted, con hechos, pueda probarle a la Nación que es un patriota. Si usted se retira de
manera absoluta, ausentándose temporalmente del país, no se disparará un solo cartucho, y el señor Carranza entregará el Poder
al ser ratificado o rectificado el nombramiento de Presidente en esta capital, el día 20. No sería ningún sacrificio para usted salvar
al país de una nueva lucha, y esto lo colocaría entre los grandes hombres, que tanto escasean en nuestro desventurado país. Si
usted se obstina en que la lucha se incendie, recibirá la maldición de la Patria, y de nada le servirán las glorias que ha conquistado
ni las continuas protestas de patriotismo que a cada momento repite. Ruégole consultar sólo con su conciencia, sin que nadie
intervenga, y estoy seguro que se ahorrará mucha sangre. Lo saludo”. Creo que el general Villa, que al valor y patriotismo de
ustedes debe gran parte de su prestigio, sería consecuente, si todos ustedes, unidos, le suplican atender en estos momentos la
petición que le hacemos, ahorrando, con esta patriótica actitud, una nueva lucha injustificada, que tendría, como resultado, la
anarquía o la intervención. Por mi parte, declaro que, al retirarse de la manera indicada el general Villa, estaré en esta capital, con
las fuerzas que son a mi mando, para dar toda clase de garantías a la Convención y al Presidente Provisional, señor general
Eulalio Gutiérrez, a cuyas órdenes quedaré. Espero de la energía y rectitud de criterio de ustedes, que harán todo esfuerzo en el
sentido indicado. Los saludo afectuosamente. General en Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste. Álvaro Obregón [4].
México, 11 de noviembre de 1914. C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza. Córdoba, Veracruz.
Hónrome transcribirle siguiente mensaje, dirigido a jefes División del Norte: Hoy digo al general Villa lo siguiente: He tenido
conocimiento de que la División del Norte ha emprendido su avance al sur de Aguascalientes. Es el momento en que, con hechos,
pueda usted probar a la Nación que es un patriota. Si usted se retira de una manera absoluta, ausentándose temporalmente del
país, no se disparará un solo cartucho, y el señor Carranza entregará el Poder al ser ratificado o rectificado el nombramiento de
Presidente en esta capital, el día 20. No sería ningún sacrificio para usted salvar al país de una nueva lucha, y esto lo colocaría
entre los grandes hombres, que tanto escasean en nuestro desventurado país. Si usted se obstina en que la lucha se incendie,
recibirá la maldición de la Patria, y de nada le servirán las glorias que ha conquistado y las continuas protestas de patriotismo que
a cada momento repite. Ruégole consultar sólo con su conciencia, sin que nadie intervenga, y estoy seguro que se ahorrará mucha
sangre. Lo saludo. Creo que el general Villa, que al valor y patriotismo de ustedes debe en gran parte su prestigio, sería
consecuente, si ustedes le suplican atender en estos momentos la petición que le hacemos, ahorrando, con esta actitud patriótica,
una nueva lucha injustificada, que traería como resultado la anarquía o la intervención. Por mi parte, declaro que al retirarse el
general Villa de la manera indicada, estaré en esta capital, con las fuerzas que son a mi mando, para dar toda clase de garantías a
la Convención y al Presidente Provisional, señor general Eulalio Gutiérrez, a cuyas órdenes quedaré. Espero de la energía y
rectitud de criterio de ustedes, que harán todo esfuerzo en el sentido indicado. Los saludo afectuosamente. Éste enviélo a los
Generales Pablo González, Eulalio Gutiérrez, M. M. Diéguez, Ramón F. Iturbe, Benjamín G. Hill, Domingo Arrieta, Juan Dozal,
y Mayor Comandante Militar de Colima, Jesús M. Ferreira, con la siguiente nota: En caso de que el general Villa no se retire,
manifiesto a usted que estoy dispuesto a batirlo con toda energía, esperando de usted igual actitud. Salúdolo respetuosamente. El
General en Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste. Álvaro Obregón.
México, noviembre 11 de 1914. Señor General Eulalio Gutiérrez. Aguascalientes. Si separa usted a Villa como jefe del Cuerpo
de Ejército de operaciones de la Convención, estaré a sus órdenes con todos mis elementos; pero si usted insiste en que Villa no
debe separarse, seré el primero en batirlo con todas mis energías, pues no seré yo quien abandone al señor Carranza para apoyar a
un hombre como Villa. Lo saludo afectuosamente. General Álvaro Obregón.
VACILACIONES DE GUTIÉRREZ
Como el general Gutiérrez no contestó de una manera categórica, y las tropas de la División del
Norte, violando un armisticio firmado por los generales Pablo González y Eulalio Gutiérrez,
emprendieran su avance sobre Lagos y León, adonde llegaban las avanzadas del Cuerpo de
Ejército del Noreste, al mando del general Pablo González, quien tenía su Cuartel General en
Querétaro, juzgué inútil todo intento de paz, y empecé a tomar preparativos para la lucha.
El general Lucio Blanco, a quien había yo confiado el mando de la División de Caballería del
Cuerpo de Ejército del Noroeste, División que tenía un efectivo aproximado de doce mil
hombres, estaba observando una conducta que a todos nos hacía suponer que pretendía
defeccionar y pasarse al enemigo, con los elementos de la citada División.
Los principales jefes que militaban a las órdenes de Blanco, y que tenían a su mando directo
las Brigadas de la División de Caballería, permanecían leales, y creían que las sospechas recaídas
sobre Blanco no estaban justificadas. El general Buelna, que era uno de los jefes subalternos de
Blanco, constituía excepción entre ellos, pues sus procedimientos eran marcadamente hostiles al
Gobierno Constitucionalista, ya que nadie ignoraba sus ligas con Villa.
El general Enrique Estrada, perteneciente también a la División de Blanco, desde un
principio manifestó sus fundadas sospechas sobre la defección de aquél, e hizo presente su
inquebrantable resolución de separarse de él, tan pronto como tuviera la seguridad de que dicho
jefe no era leal a nuestro Gobierno.
En cuanto a los Jefes de las Infanterías del Cuerpo de Ejército del Noroeste, todos estuvieron
siempre enteramente de acuerdo en batir a la reacción representada por Villa, quien había
adquirido ya, como antes digo, una apariencia de legalidad.
Por su parte, los generales Pablo González, Antonio I. Villarreal y otros significados jefes
constitucionalistas, hacían esfuerzos por traer una solución pacífica de las dificultades que
estaban teniendo lugar. Esos esfuerzos pueden apreciarse en los telegramas que en seguida se
transcriben, dirigidos por los citados jefes, a la Convención, al Primer Jefe y al general Eulalio
Gutiérrez:
MENSAJE AL PRIMER JEFE
MENSAJE A LA CONVENCIÓN
Convención Militar de Aguascalientes:
Cumple a nuestro deber excitar el patriotismo de esa Convención, para que inmediatamente elimine de una manera efectiva al
general Villa, de toda ingerencia política y militar.
Nosotros estamos con la Convención, y por eso queremos que se cumpla honradamente con los acuerdos de ella.
Debe retirarse el general Villa de una manera absoluta, y en los mismos términos debe retirarse, a la vez, el general
Venustiano Carranza.
Que la Convención, para conseguir ese resultado salvador, labore cerca del general Villa, en tanto que nosotros influimos en
el ánimo del general Venustiano Carranza.
Un esfuerzo más, y seguiremos teniendo patria.
Respetuosamente, el general de división, Pablo González; el general de brigada, L. Blanco; el general de brigada, Antonio I.
Villarreal; generales brigadieres, Eduardo Hay. Francisco de P. Mariel. Andrés Saucedo. Pablo A. de la Garza. Abelardo
Menchaca.
Mexicanos: El monstruo de la traición y el crimen, encarnado en Francisco Villa, se yergue amenazando devastar el fruto de
nuestra Revolución, que tanta sangre y tantas víctimas ha costado a nuestro pobre pueblo.
El esfuerzo de todos los hombres honrados, por restablecer la paz en la República acaba de declararse impotente ante la
perversidad de la trinidad maldita, que forman Ángeles, Villa y Maytorena.
Es el momento supremo, de sublime angustia para la Patria, en que podrá contar a sus verdaderos hijos, que despreciando de
nuevo la vida, empuñan con más fuerzas el arma vengadora, para hacer desaparecer entre las invencibles garras de la justicia, a
los monstruos deformes, que en danza macabra, celebran en estos momentos la agonía de nuestra Patria.
A esos buenos hijos llamamos a nuestro lado; a esos que despreciarán el derroche, la orgía y el libertinaje —bandera de
corrupción infame— para venirse a agrupar al lado de nosotros, que sólo podremos ofrecerles privaciones y angustias, pero que
con ellas podrán legar a sus hijos su nombre honrado.
La Patria, en su agonía, como las madres que al expirar lanzan una mirada en tomo suyo para cerciorarse de si están todos sus
hijos a su lado, lanza también una mirada agónica sobre los mexicanos, para ver cuántos hijos tiene dignos de ella; y es el
momento supremo en que debemos demostrar al mundo, que no toleraremos el reinó de la Maldad en nuestro desventurado suelo,
y que preferiremos convertir a nuestro país en un vasto cementerio, antes que permitir que la Maldad y el Crimen engangrenen
todo nuestro organismo.
Allá está Francisco Villa, mexicanos, pregonando el patriotismo y vertiendo el veneno por los ojos, que hipocritamente quiere
demostrar que son lágrimas de patriota; allá, os repito, derrochando el oro y corrompiendo a todos los hombres que son
susceptibles de corromperse.
Ante esas halagadoras tentaciones, quiere probar la Patria a sus hijos:
¡Madres, esposas e hijas!: ¡arrodillaos ante el Altar de la Patria y llevad al oído de vuestros hijos, esposos y padres, la
sacrosanta oración del Deber, y maldecid a los que, olvidando todo principio de honor, se arrojan en manos de la traición para
apuñalear a su Patria!
México, D. F., 17 de noviembre de 1914.
El General en Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste. Álvaro Obregón.
El día 18 empezaron a salir los trenes militares del Cuerpo de Ejército del Noroeste, por la vía
del Ferrocarril Mexicano, con destino a Córdoba y Orizaba (Veracruz), iniciando la salida los
trenes del coronel Talamantes y los de la artillería de grueso calibre.
El día 19 se hizo salir el resto de la artillería, sumando toda 76 cañones con una regular
dotación de granadas.
El día 20 salieron los trenes con los regimientos de ametralladoras.
El domingo, una extra de El Liberal, periódico diario que se editaba en la capital, anunciaba
que el general Lucio Blanco había asumido el mando militar de la ciudad, y que había nombrado
Gobernador del Distrito, Inspector General de Policía, Director de la Penitenciaría y otros
funcionarios. Esto revelaba que Blanco había acabado por hacer patente su defección, ya que,
dentro de la subordinación, estaba incapacitado para dar disposiciones de esa índole, y éstas las
había dado sin contar siquiera conmigo, que era su jefe superior inmediato.
Para entonces, había ya sido nombrado yo, por el C. Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista, Jefe de Operaciones.
Yo había dejado solamente 900 hombres de infantería, ateniéndome a que Blanco no tendría
valor de atentar contra mí, por temor a que sus jefes subalternos lo desconocieran, al cerciorarse
de su traición.
Ese mismo día, Blanco ordenó a los tenientes coroneles Juan Torres y Vidal Silva que con las
fuerzas de su mando se trasladaron a la Villa de Guadalupe y destruyeran un tramo de la vía del
Ferrocarril para entorpecer mi salida y capturar el tren en que yo viajaría; pero dichos jefes, en
vez de atender las órdenes de Blanco, que entrañaban una traición, se presentaron a mí, dándome
cuenta de tales disposiciones y pidiéndome órdenes. Yo les contesté que deberían marchar a la
Villa de Guadalupe, para que Blanco no maliciara de su actitud, y que allí esperaran órdenes
mías.
Yo estaba incapacitado para obrar contra Blanco, porque había hecho ya salir un tren con
tropas de las pocas que había dejado en la capital, y para entonces contaba apenas con un
batallón incompleto.
Como ya ninguna duda tuviera de la defección de Blanco, acordé retirarle el mando de la
División de Caballería del Cuerpo de Ejército del Noroeste, y al efecto expedí el siguiente
nombramiento en favor del general Miguel M. Acosta:
Un sello que dice: República Mexicana. Ejército Constitucionalista. Cuerpo de Ejercito del Noroeste. Comandancia. Este Cuartel
General ha tenido a bien nombrar a usted general en Jefe de la División de Caballería que era al mando del general Lucio Blanco.
Procederá usted, desde luego, a la reorganización de esas fuerzas y a emprender a la mayor brevedad posible, su marcha hacia el
Estado de Jalisco; autorizándosele para abrir, desde luego, la campaña contra la reacción villista, debiendo establecer su base de
operaciones en el citado Estado de Jalisco, de donde dará cuenta de sus movimientos y adonde se le transmitirán órdenes. Reitero
a usted mi distinguida consideración. Constitución y Reformas. México, noviembre 23 de 1914. (Firmado.) General en Jefe,
Álvaro Obregón. Al C. General Miguel M. Acosta, nombrado Jefe de la División de Caballería. Presente.
Como Blanco sospechara que era ya de mi conocimiento su actitud, al mediodía se presentó
en mi Cuartel General, dizque a recibir órdenes.
Considerando yo que aquello pudiera ser, efectivamente, una reacción de Blanco, y que
estuviera dispuesto a acatar órdenes, le comuniqué las siguientes:
Tan pronto como nosotros hayamos abandonado la capital, deberá usted emprender la
marcha directamente a Toluca; allí se unirá con Murguía, y continuará por Michoacán, hasta
incorporarse al Estado de Jalisco, adonde me incorporaré yo también, por Manzanillo, para
emprender la campaña contra Villa.
Pero aquello no fue sino una aparente subordinación, con que Blanco engañaba hasta a sus
mismos jefes subalternos, quienes seguían creyendo en su lealtad, como lo prueba la actitud
asumida por el general Acosta, cuando recibió su nombramiento como Jefe de la División de
Caballería. Este jefe me dijo:
—Blanco no será capaz de una defección; yo se lo aseguro, mi General. Le suplico dejarlo al
frente de la División de Caballería y le protesto que yo seré el primero en abandonar a Blanco si
éste intenta una deslealtad.
En términos parecidos a los de Acosta se expresaron ante mí algunos otros jefes de la
División de Caballería.
De los jefes de Blanco que más se distinguieron en su resolución leal y enérgicas protestas
contra las evasivas de aquél, recuerdo a los siguientes: generales Enrique Estrada y Gonzalo
Novoa, coroneles Antonio Norzagaray y Jesús Madrigal y tenientes coroneles Juan Torres y
Vidal Silva; en tanto que los que se distinguieron como desleales, fueron: generales Rafael
Buelna y Julián Medina; coronel J. Cortinas y algunos otros jefes de menor graduación.
Los señores ingeniero Alberto J. Pani, doctor Atl y licenciado Jesús Urueta, que
permanecieron en mi compañía los últimos días de mi estancia en México, trabajaban
asiduamente en el ánimo de Blanco y sus jefes subalternos, con el fin de que permanecieran
leales al Primer Jefe.
El mismo día 23 se recibieron noticias de la evacuación del puerto de Veracruz por las
fuerzas norteamericanas, que desde abril anterior lo ocupaban; y con este motivo, se efectuó una
gran manifestación frente al monumento de Juárez, en la avenida que lleva este nombre.
A esa manifestación concurrimos, y en ella tornamos la palabra Pani, Urueta, Atl y yo.
En aquel acto, teníamos solamente dos tambores y dos cornetas, porque la escolta que había
dejado mi Cuartel General, estaba ya embarcada y los Cuerpos de Gendarmería habían ya salido
de México, por orden del general Cosío Robelo.
Por la noche de la misma fecha, los zapatistas ocupaban las inmediatas poblaciones de
Xochimilco y San Ángel.
Con anterioridad, había hecho yo un llamamiento a los estudiantes de México, el que dio
magnífico resultado, pues se presentaron a incorporarse en nuestras filas más de trescientos,
entre estudiantes normalistas, de Preparatoria, de Agricultura, Jurisprudencia, etc., y algunos
maestros y profesionistas, quienes fueron conducidos a Córdoba por el capitán Adolfo
Cienfuegos y Camus, de mi Estado Mayor, comisionado al efecto.
El día 24, a las 7 a. m., y después que hubieron salido los últimos trenes militares del Cuerpo de
Ejército del Noroeste, hice salir mi tren, yendo escoltado por los batallones 4.º y 17.º de Sonora,
al mando de sus jefes Manzo y Murillo, respectivamente.
Días antes, salió comisionado a los Estados de Sinaloa y Sonora el coronel José J. Obregón,
hermano mío, por la vía de Salina Cruz, conduciendo pertrechos para las tropas que operaban en
aquella región y llevando algunas instrucciones escritas y verbales para el general Iturbe, que
comandaba las fuerzas de la 3.ª División del Cuerpo de Ejército del Noroeste, en Sinaloa. Con
toda oportunidad había remitido también rifles y cartuchos a Jalisco, Colima y Tepic.
Nuestro tren pasó sin novedad por la Villa de Guadalupe, donde estaban las fuerzas de los
tenientes coroneles Torres y Silva, destacadas por Blanco para capturar mi tren, y a estos jefes
les di órdenes de estar preparados para hacer la marcha con sus fuerzas, en los trenes que, al
efecto, les enviaría del camino, a fin de que se incorporaran también a Veracruz.
Como lo había ofrecido, del camino ordené un tren con jaulas y carros vacíos para que fuera
a recoger en Villa de Guadalupe las tropas de los tenientes coroneles Silva y Torres, evitando
que fueran batidas éstas por Blanco, al cerciorarse de que no habían cumplido sus órdenes de
destruir la vía y capturar mi tren.
Por la tarde de ese mismo día, recibí un telegrama en que Torres y Silva me comunicaban
encontrarse ya en camino de Veracruz con sus fuerzas, llevando prisionero al coronel
Hermenegildo Osuna, de las fuerzas de Buelna, quien por orden de Blanco, había ido a la Villa
de Guadalupe a someterlos.
Al llegar a estación Apizaco ordené que el coronel Manzo, con el 4.º Batallón de Sonora que
comandaba, quedara guarneciendo aquel punto. En seguida de hacer el desembarco de las tropas
del coronel Manzo, continuamos la marcha hasta estación Esperanza, donde pernoctamos aquella
noche.
A primeras horas del día 25, proseguimos hasta llegar a Orizaba, ciudad donde tenía
establecido su Cuartel General el Primer Jefe, habiendo permanecido allí dos horas, y salido
después a Córdoba, adonde llegamos en la noche.
Se libraron las órdenes necesarias para la reconcentración de tropas en Córdoba, y en
compañía del C. Primer Jefe, salimos con nuestro tren con destino al puerto de Veracruz, el día
26, a las 10:30 a. m.
LLEGADA A VERACRUZ DEL C. PRIMER JEFE. VISITA AL FUERTE DE PEROTE.
VIAJE A TEZIUTLÁN Y REGRESO A VERACRUZ
El día 12 dirigí de Veracruz al general Eulalio Gutiérrez la carta cuyo texto copio a continuación:
Veracruz, diciembre 12 de 1914. Señor general Eulalio Gutiérrez. México, D. F.
Con la pena que me causa ver que continúa usted sirviendo de instrumento a la traición, me permito hacerle las preguntas
siguientes, que ya publico, a reserva de publicar también su contestación:
Diga usted si es cierto que en Aguascalientes declaró usted varias veces, en presencia de los generales Robles, Chao, Aguirre
Benavides, Villarreal y el suscrito, que el general Villa era un bandido, asesino, del que había que librar al país, por cualquier
medio.
Diga usted si es cierto que nos criticaba los esfuerzos que hacíamos por solucionar pacíficamente las dificultades, diciéndonos
que los bandidos como Villa entendían solamente a balazos.
Contestadas estas preguntas, suplícole explicarme el fenómeno que se ha efectuado: ¿dejó, en concepto de usted, de ser Villa
bandido, al utilizarlo para hacer la guerra a los hombres honrados, que no quisimos pactar con él?... ¿Renunció usted a su calidad
de hombre honrado, pactando con Villa, para hacer la guerra a sus compañeros de armas y convicciones?...
Son dos cosas igualmente imposibles; y los que conocimos al general Gutiérrez, impecable revolucionario, de honorabilidad
insospechable, sólo podemos explicarnos este fenómeno de la manera siguiente: Gutiérrez no es dueño de su acción, o ha
subalternado a su vanidad, halagada con la Presidencia, todas sus virtudes.
General Gutiérrez: ¡Nunca es tarde para reparar un mal! Retírese usted de esa atmósfera, que ha neutralizado sus energías y
su honradez, y vuelva al campo de la lucha con sus hermanos, donde volvería a aparecer grande y querido, y renuncie usted al
papel ridículo que está haciendo, el que le servirá para conquistarle la maldición que la Historia tendrá para todos los que pacten
con la maldad, legítimamente representada por Francisco Villa. General Álvaro Obregón.
Para esas fechas, el general Iturbe, que había sido nombrado jefe de la 3.ª División del
Cuerpo de Ejército del Noroeste, y cuya jurisdicción comprendía el Estado de Sinaloa, la parte
Sur del Estado de Sonora, que no había sido controlada por las fuerzas de Maytorena y el
Territorio de Baja California, había rendido parte de que el Gobernador de Sinaloa, Felipe
Riveros, asumió una actitud marcadamente afecta al villismo, y que, con tal motivo, él, Iturbe,
para evitar una ruptura de consecuencias, había mandado desarmar los batallones 1.º y 5.º de
Sinaloa, en el puerto de Topolobampo, que eran los más importantes elementos con que podía
contar Riveros para hacer armas contra el Gobierno Constitucionalista, obteniendo de Riveros, al
mismo tiempo, la promesa de que permanecería leal a la Primera Jefatura de la Revolución; pero
que, a pesar de todo, el citado Gobernador había defeccionado el día 20 de noviembre,
declarando su adhesión al villismo, por lo que inmediatamente fue batido por las fuerzas leales,
al mando del general Iturbe, infligiéndole una completa derrota en las cercanías de Culiacán,
donde el Gobernador rebelde abandonó armas, municiones y dinero, dispersándose en distintas
direcciones la gente que lo había secundado en su traición.
Otro parte de Iturbe, recibido en aquellos días, daba cuenta de que, después de destrozar
completamente a los reaccionarios mandados por Riveros, había él (Iturbe) salido al frente de
una expedición de un mil hombres con rumbo a la Baja California y había derrotado por
completo a la guarnición maytorenista, que se encontraba en el puerto de La Paz, Baja
California, el 8 de diciembre, regresando luego con su expedición al Estado de Sinaloa.
El día 13 me fue expedido, por la Primera Jefatura, nombramiento de jefe de las Operaciones
sobre la capital de la República, poniendo al efecto bajo mis órdenes las fuerzas que se
encontraban en los Estados de Veracruz, Puebla, Tlaxcala, Oaxaca e Hidalgo.
A raíz del nombramiento con que se sirvió distinguirme el Primer Jefe, dirigí circular a los
Comandantes Militares de los Estados y demás jefes con mando de fuerzas que quedaban
incorporados al Ejército de Operaciones, bajo mis órdenes en virtud del nombramiento que en mi
favor se sirvió extender la Primera Jefatura, siendo ellos los que a continuación se expresan, y el
texto de la circular, el que aparece también copiado en seguida:
Circular telegráfica. Veracruz, diciembre 18 de 1914.
Tierra Blanca, 18 de diciembre de 1914. General Álvaro Obregón. Enterado con satisfacción su respetable mensaje ayer;
hónrome en reiterarle mi más cordial felicitación por acertado y merecido nombramiento confirióle nuestro Primer Jefe.
Oportunamente mandaré estado fuerzas que están a mi mando, con todos los pormenores a que refiérese. Puede usted contar, sin
reserva alguna, con la lealtad y adhesión de todas mis fuerzas, para cooperar a la gloriosa obra regeneradora, emprendida por la
causa constitucionalista y representada hoy dignamente por usted. Protéstole, mi general, mi subordinación y respeto. El coronel
Adolfo Palma.
Perote, 18 de diciembre de 1914. General Álvaro Obregón. Paso del Macho, vía Orizaba. Enterado de su telegrama de ayer, en el
que se sirve comunicarme que el C. Primer Jefe lo ha nombrado Jefe del Ejército de Operaciones que hará la campaña sobre la
ciudad de México, quedando yo a las órdenes de usted, por pertenecer a la División del Estado de Veracruz. Ya ordeno se forme
el estado completo de las fuerzas de mi mando, de armamento y municiones; al mismo tiempo, enviaré nota de los elementos de
que carezco. Confío, por estar la justicia de nuestro lado, en el triunfo de la causa constitucionalista, pero cualquiera que sea el
final de esta segunda etapa de la lucha, hasta el último momento, sabré estar en mi puesto, como buen ciudadano y cumplido
militar. Respetuosamente. El general A. Palacios.
Cuartel General. Perote, 18 de diciembre de 1914. General Álvaro Obregón. Veracruz. Tanto mis fuerzas como yo, nos hemos
sentido profundamente satisfechos, al saber la designación que el Primer Jefe tuvo a bien hacer en su favor, felicitándonos de
tener un Jefe tan ameritado y tan patriota; asegurándole que, siguiendo su ejemplo y el de las bravas fuerzas que desde el Norte lo
acompañan, estaremos dispuestos a derramar hasta la última gota de sangre, en defensa de nuestra santa causa, y estaremos
siempre contentos de obedecer sus respetables órdenes. Lo felicitamos con todo cariño, y su telegrama, como lo dispone, será
dado a conocer en la orden del día. Con el mayor respeto. El general Comandante Militar de la Plaza y Fortaleza de Perote. A. de
P. Magaña.
Córdoba, 18 de diciembre de 1914. General Álvaro Obregón. Veracruz. Enterado con satisfacción de su mensaje de hoy.
Felicítolo sinceramente por nombramiento merecido hecho en su favor. No dude que continuaremos, como hasta la fecha,
colaborando por la causa que defendemos, y que no omitiremos esfuerzo alguno para lograr los fines que nos hemos impuesto.
Salúdolo respetuosamente. El general Jefe de las Armas. A. Machuca.
Cuartel General en Teziutlán, 18 de diciembre de 1914. General Álvaro Obregón. Hónrome comunicarle a usted, quedar enterado
patrióticos conceptos de su mensaje esta fecha, el que ya doy a conocer a todos los jefes esta zona mando. Interpretando los
sentimientos de esta Brigada, de la que me honro en ser jefe, puedo manifestar a usted que cuente, como hasta hoy, con la
inquebrantable lealtad a nuestros principios revolucionarios que, antes que a la traición, nos llevarán a la victoria o a la muerte. El
General en Jefe. A. Medina.
Huamantla, 19 de diciembre de 1914. General Álvaro Obregón. Veracruz. Enterado con satisfacción de su mensaje de ayer, en
que comunícame nombramiento hecho en su favor, por el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, nombrándolo General en
Jefe de las Operaciones militares sobre la capital de la República y Estados Veracruz, Puebla, Tlaxcala, Oaxaca e Hidalgo. Ya
doy a conocer contenido su mensaje en la orden del día, y felicítolo calurosamente por el honroso cargo le ha sido conferido.
Salúdolo respetuosamente. El Gobernador y Comandante Militar del Estado. General Alejo G. González.
Chalchicomula, diciembre 19 de 1914. General Álvaro Obregón. Veracruz. Hónrome acusar a usted recibo del atento mensaje en
que me participa el nombramiento hecho en favor de usted, como General en Jefe de las Operaciones en los Estados de Veracruz,
Puebla, Tlaxcala, Oaxaca e Hidalgo, y acatando sus órdenes lo he puesto en conocimiento de esta Plaza. Felicito a usted por tan
merecido nombramiento, protestándole mi adhesión, respeto y subordinación. El general Jefe de la 3.ª Brigada. A. Portas.
Huamantla, 19 de diciembre de 1914. Señor General Álvaro Obregón. Veracruz. Hónrome en contestar su telegrama de hoy,
participando su nombramiento como General en Jefe de las Operaciones sobre la capital de la República. Todos los generales,
jefes, oficiales y soldados de esta Brigada de mi mando, felicitamos a usted calurosamente por tan acertado nombramiento y nos
felicitamos nosotros mismos, por tener como jefe a quien, como usted, ha sabido defender tan honrada y patrióticamente los
ideales de nuestra causa. Al participar a usted lo anterior, me es grato protestarle mi respetuosa subordinación. Salúdolo
afectuosamente. El general de Brigada. Cesáreo Castro.
Jalapa, Veracruz, 19 de diciembre de 1914. General Álvaro Obregón. Veracruz. Enterado de su mensaje fecha de ayer. Lo felicito
calurosamente por su nombramiento de Jefe de Operaciones sobre la ciudad de México y varios de los Estados, y al mismo
tiempo, reciba usted mi adhesión y subordinación como uno de los más humildes luchadores y que no nos olvidemos del humilde
Ejército, que abnegado lucha, siguiendo a sus jefes que lo han levantado de sus humildes aldeas, para ayudarnos a reconquistar
esa libertad y esos derechos que asisten a todo buen mexicano. Salúdolo muy respetuosamente. General de Brigada. Francisco
Coss.
San Jerónimo, 19 de diciembre de 1914. General Álvaro Obregón. Veracruz. Hónrome comunicar a usted que, con las
solemnidades debidas, hoy se dio a conocer a las fuerzas existentes en esta plaza, que ha sido usted nombrado por el C. Primer
Jefe del Ejército Constitucionalista, General en Jefe del Ejército de Operaciones sobre la capital de la República, comprendiendo
las fuerzas de los Estados de Veracruz, Puebla, Oaxaca e Hidalgo y las de otros Estados que se encuentran en los indicados.
Ruego a usted, mi General, se sirva aceptar mi sincera felicitación y las protestas de mi respetuosa subordinación. E. J. de A. B.,
Hernán Carrera.
Apizaco, Tlaxcala, 19 de diciembre de 1914. General Álvaro Obregón. Veracruz, Veracruz. Enterado de su mensaje recibido el
día 18 a las 11:07 p. m., hónrome, en nombre de los CC. jefes, oficiales y tropa del Batallón Herrerías, que es a mis
órdenes"felicitar a usted por tan digno cargo a que se ha hecho acreedor, toda vez que, como abnegado mexicano, ha sabido
luchar valientemente por nuestras sagradas libertades. Hónrome, igualmente, estar bajo las órdenes de tan digno Jefe, y más me
honraría que usted tuviera a bien concederme la vanguardia en todas sus operaciones. Su subordinado. El Coronel Jefe del
Batallón. Jesús G. Morín.
Tehuantepec, diciembre 19 de 1914. General Álvaro Obregón. Veracruz. Teniendo informes que ha sido usted designado Jefe
Supremo de fuerzas que recuperarán capital República, en representación este Distrito y en nombre propio, permítome la honra
de manifestar a usted, que aplaudimos y celebramos tan acertado nombramiento, confiado en que, dada pericia y táctica militar de
la que ha dado innumerables pruebas, fuerzas constitucionalistas, bajo la hábil dirección de usted, conquistáranse un laurel más, y
libro Historia, en sus páginas de oro, grabará memorables hechos. Sírvase usted, ciudadano general, aceptar las protestas de mi
adhesión y respeto. Jefe Político. Luis E. Velasco.
Al margen un sello que dice: Comandancia Militar de Veracruz. Sección 1. Número 913. Me he enterado con satisfacción del
oficio número 27 de esta fecha, en que se sirve usted comunicarme haber recibido de la Primera Jefatura, el alto y honroso
nombramiento de Jefe del Ejército de Operaciones sobre la capital de la República y el mando de los fuerzas de los Estados de
Veracruz, Puebla, Tlaxcala, Oaxaca e Hidalgo, así como las de otros Estados, que se encuentran en los anteriores. La misma
impresión que el mencionado nombramiento de usted me causó al serme comunicado por nuestro Primer Jefe y que, con entera
sinceridad, le manifesté, se la hago presente ahora; pues no dudo que su reconocido patriotismo y abnegación por defender los
principios revolucionarios, sabrán manifestarse nuevamente al emprender esta lucha contra la reacción. Cuente usted con que en
mi esfera de acción, como Comandante Militar de este puerto, y por lo que se refiere a las fuerzas de mi mando, sabré colaborar
con usted como correligionario y subordinado. Reitero a usted mis protestas de adhesión y respeto. Constitución y Reformas. H.
Veracruz, diciembre 19 de 1914. El general Comandante Militar de la Plaza. H. Jara. Al C. General Álvaro Obregón, General en
Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste. Presente.
Al margen un sello que dice: Ejército Constitucionalista. Comandante Militar del Estado de Veracruz. 1.ª División de Oriente.
Jefatura de Estado Mayor. Con gran satisfacción me he impuesto por su atento oficio, de la acertada designación que ha recaído
en usted, al nombrado el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, General en Jefe del Ejército de Operaciones sobre la ex-
capital de la República, quedando bajo su mando las fuerzas pertenecientes a los Estados de Veracruz, Puebla, Tlaxcala, Hidalgo,
Oaxaca y otras. En nombre de la Primera División de Oriente y en el mío, envío a usted mis más sinceras y entusiastas
felicitaciones por esta demostración más del reconocimiento de sus méritos, pericia y elevado patriotismo.La Primera División de
Oriente, responde como yo, al fraternal abrazo de usted y del Ejército del Noroeste. Nos esforzaremos por ser dignos
colaboradores de usted en la difícil tarea que va a emprenderse, con fe inquebrantable en los destinos de la Patria, en los
principios proclamados por la revolución y en la solidaridad de nuestras conciencia, de nuestros fines y limpias intenciones;
unidos por el sincronismo de nuestras ideas, y la cohesión indestructible de los caracteres que rubrican las etapas del progreso.
Como gobernante y como militar, ofrezco a usted mi cooperación, así como la del Estado de Veracruz, que se estremece hoy en
paroxismos de libertad y patriotismo. Tengo el honor de protestar a usted mi distinguida consideración y afecto. Constitución y
Reformas. H. Veracruz, a 19 de diciembre de 1914. El Gobernador y Comandante Militar del Estado. General Cándido Aguilar.
Al C. General Álvaro Obregón, General en Jefe de las Operaciones.
Presente.
CAMPAÑA CONTRA ZAPATA, LA CONVENCIÓN Y VILLA
De esa manera, se veían seriamente amagados los diversos Estados y Territorios que comprendía
la jurisdicción del Cuerpo de Ejército del Noroeste y que eran: Sonora, Sinaloa, Colima y Jalisco,
Tepic y Baja California. Algunas de estas entidades, como Sonora y Baja California, estaban ya
casi dominadas completamente por el enemigo.
Por otra parte, las fuerzas leales en aquellos Estados y Territorios, estaban totalmente
incomunicadas por tierra con mi Cuartel General, del que dependían, y con la Primera Jefatura; y
la comunicación con ellas podía hacerse solamente por las irregulares vías marítimas de Salina
Cruz a Manzanillo y Mazatlán —tres puertos del Pacífico, situados el segundo al norte del
primero y el tercero al norte del segundo— no debiendo omitirse que era también bastante
irregular la comunicación entre Veracruz y Salina Cruz.
Por lo que respecta a las zonas de otras jurisdicciones, no era mejor la situación, y a diario se
recibían noticias de nuevas defecciones que seguían registrándose en distintos puntos de la
República, en favor del villismo.
Es digna de elogio la actitud viril que, en general, asumió el pueblo de Sinaloa,
manteniéndose leal a los principios de la Revolución Constitucionalista, no obstante la defección
de su gobernador, Felipe Riveros, y de haber quedado las fuerzas de aquel Estado,
completamente incomunicadas, por tierra, con el Cuartel General del Cuerpo de Ejército del
Noroeste y con la Primera Jefatura.
Aquí cabe, también, hacer un caluroso elogio de la actitud del general Luis Gutiérrez, que era
Comandante Militar del Estado de Coahuila y quien, virilmente, rechazó siempre las
insinuaciones que le eran hechas para que reconociera al llamado Gobierno de la Convención, no
obstante que éste era presidido por su hermano, el general Eulalio Gutiérrez, a quien también
desconoció como suprema autoridad de la República, lanzándose a la lucha como uno de los más
leales defensores de la causa representada por el señor Carranza, no sin hacer a su hermano
patrióticas exhortaciones, para que volviera por el camino del deber y rompiera las ligas que lo
habían puesto en contacto con Villa y la reacción.
El día 17 continué mi avance hasta estación Apizaco, y regresé el mismo día, después de
conferenciar con los jefes de aquella guarnición.
En San Marcos, conferencié con el general Alvarado y los principales jefes que habían
llegado a dicho lugar, procedentes de Puebla, continuando mi viaje de regreso a Veracruz,
adonde llegué el día 18, a las 3 p. m.
El día 19 conferencié con el Primer Jefe y le di cuenta de mis impresiones recogidas en el
recorrido que hice hasta Apizaco. El Jefe, en esta ocasión, me manifestó sus deseos de hacer una
visita a los campamentos, idea que yo apoyé, expresándole que, en mi concepto, esa visita sería
muy conveniente, porque su presencia haría renacer la moral en algunos jefes que la tuvieran
quebrantada por los últimos acontecimientos.
El día 20 se dieron las órdenes necesarias para preparar la salida del Primer Jefe al Norte,
sobre la vía del Ferrocarril Mexicano, a visitar los campamentos constitucionalistas, al siguiente
día.
Ese mismo día, comisioné al coronel Juan Cruz, con el mayor Fausto Topete y el capitán 2.º
Rafael T. Villagrán, para que marcharan a Yucatán, a recibir un batallón que había sido formado
en aquel Estado con indígenas yaquis, de los que habían sido deportados de Sonora a Yucatán, en
épocas de la administración del general Díaz, y el cual batallón debería ser incorporado al
Cuerpo de Ejército del Noroeste.
VISITA DEL PRIMER JEFE A LOS CAMPAMENTOS MILITARES SOBRE LA VÍA DEL
MEXICANO.
El día 21, el Primer Jefe, con una comitiva de altas personalidades de la administración
revolucionaria, yendo yo en su compañía, emprendió la marcha de Veracruz, sobre la vía del
Mexicano, en visita a los campamentos.
Entre las personas que nos acompañaban, se contaban los periodistas extranjeros de Courcy y
M. Fernández Cabrera.
El tren iba escoltado por doscientos soldados mayos, del Cuerpo de Ejército del Noroeste.
Antes de llegar a Estación Soledad, a muy corta distancia de Veracruz, y cuando nuestro tren
corría sin ninguna interrupción, el maquinista Palma, que manejaba la locomotora, descubrió una
máquina que, a gran velocidad, se aproximaba por nuestro frente; y como Palma advirtiera que
aquella máquina no traía tripulación, ni daba las señales que son de reglamento, cuando se
avistan, en sentido opuesto, dos trenes sobre la misma vía, tuvo tiempo de detener nuestro tren y
hacerlo contramarchar, descendiendo él violentamente y aprestándose a esperar a la máquina
misteriosa, la que seguía acercándose aunque perdiendo velocidad. Cuando ésta llegó hasta aquel
lugar, nuestro maquinista, con una agilidad digna de admiración, la abordó e hizo desde luego
esfuerzos por contenerla. El choque se produjo con nuestro tren, porque los esfuerzos de Palma
no habían bastado a contener del todo la marcha de aquella máquina loca; pero sí logró quitarle
gran velocidad y, con esto, que el choque no fuera de consecuencias.
Reparados los ligeros desperfectos que aquel choque ocasionó en la locomotora de nuestro
tren, éste continuó la marcha.
El viaje se hizo ya sin contratiempo alguno, y se visitaron todos los campamentos, hasta el de
la extrema vanguardia que estaba en Apizaco y de cuyas fuerzas era jefe el general Gabriel
Gavira.
En todos los campamentos fue recibido el Jefe con numerosas muestras de verdadero
entusiasmo, y todos los jefes, oficiales y soldados demostraron un estado de completa moral y
sinceros deseos de combatir a la reacción.
El día 24 llegamos de regreso a Veracruz.
Como el general Salvador Alvarado rindiera parte telegráfico, comunicando que una
columna, con efectivo mayor de cinco mil hombres, avanzaba sobre Tehuacán, ordené que todas
las fuerzas del Cuerpo de Ejército del Noroeste que estaban distribuidas en las distintas
estaciones sobre la vía del Ferrocarril Mexicano, en el Estado de Veracruz, se movilizaran a
estación Esperanza, para transbordarlas allí y dirigidas a reforzar la plaza amagada, ordenando a
Alvarado que reconcentrara en San Marcos cuatro mil hombres de caballería, para que con ellos
avanzara sobre la retaguardia de la columna enemiga, cuando ésta iniciara su ataque sobre
Tehuacán.
El día 29 salí yo de Veracruz, habiendo llegado ese mismo día a estación Esperanza, donde
recibí parte de que la columna enemiga que se dirigía a atacar Tehuacán, había sido derrotada en
Tecamachalco, por fuerzas de los generales Castro, Coss, González (Alejo), Sánchez, Maycotte y
Rojas.
En vista de ese parte, juzgué innecesaria la movilización ordenada a Tehuacán y entonces
dispuse que se hiciera a San Marcos, para, de allí, emprender las operaciones sobre la ciudad de
Puebla.
SE INICIAN LAS OPERACIONES MILITARES SOBRE LA CIUDAD DE PUEBLA
El día 30 salimos de San Marcos por la vía del Mexicano, al Sur, hasta Acajete, a 30
kilómetros de la ciudad de Puebla, en donde se encontraban los generales Alvarado, Castro, Coss
y otros, con la mayor parte de sus fuerzas.
Cuando llegué a Acajete, los jefes mencionados habían iniciado ya su avance sobre Amozoc,
y como la vía del ferrocarril a aquel punto tenía algunos desperfectos que no permitían continuar
la marcha en nuestro tren, la emprendimos pie a tierra, yendo conmigo algunos de los miembros
de mi Estado Mayor y 30 soldados del 21.º Batallón de Sonora, al mando del mayor J. Manuel
Sobarzo, como escolta.
Llegamos así a Amozoc, y allí encontramos al general Cesáreo Castro, con una pequeña
escolta de caballería, quien nos informó que el enemigo había sido desalojado de la plaza, sin
mucho esfuerzo, por nuestras tropas, y que éstas continuaban la persecución de los reaccionarios
rumbo a Puebla.
Conversando con el general Castro, nos dirigimos a la plaza del pueblo, y ya nos
encontrábamos en aquel sitio tomando descanso, cuando escuchamos, hacia el rumbo de la
estación, el pitazo de un tren que llegaba. Mandé a uno de mis oficiales a hacer un
reconocimiento por aquel rumbo, y a poco éste regresó con la noticia de que era tren enemigo
que conducía tropas, y que éstas estaban desembarcando.
Nosotros sumábamos, en total, cincuenta, incluyendo la pequeña escolta de caballería del
general Castro; pero sin embargo de nuestra inferioridad numérica, iniciamos el ataque sobre el
tren enemigo, logrando que emprendiera la fuga, antes de que terminara de desembarcar sus
tropas, y sin que pudiera recoger a las que ya había desembarcado, las que, tras un combate de
poca importancia, se rindieron a nosotros. De este hecho, di parte al C. Primer Jefe en el mensaje
que se copia a continuación:
Acajete, Puebla, 30 de diciembre de 1914. Señor Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. Veracruz.
Hónrome comunicar a usted que en estos momentos llego de Amozoc, plaza que fue ocupada por nuestras tropas a la una de la
tarde, después de combate de poca importancia. Persiguen enemigo que huye rumbo a Puebla, los generales Maycotte y
González, quienes han recogido un cañón y algunos prisioneros. Entre muertos encuéntrase un mayor de artillería y más de
treinta soldados. Recogiéronse armas, parque y caballos. Tres p. m., y cuando me encontraba en la plaza de Amozoc, con general
Castro, llegó tren enemigo, que había quedado copado al Sur, al tomarse dicha plaza. Inmediatamente procedimos a atacarlo con
nuestras escoltas que sumaban sólo cincuenta hombres, logrando rechazarlo, capturándole 105 prisioneros con armas y parque. El
tren no podrá escapar, por estar cortada la vía a su retaguardia, y mañana será capturado por la caballería que lo persigue. Entre
prisioneros, encuéntranse dos mayores y varios oficiales ex-federales, que están al servicio del villismo. Respetuosamente, el
General en Jefe. Álvaro Obregón.
Después de la toma de Amozoc, di las órdenes necesarias para que las tropas que se estaban
reconcentrando en San Marcos, continuaran por la vía del Mexicano, hasta Apizaco.
El general Salvador Alvarado había quedado con el mando de la columna de caballería, para
avanzar con ella sobre Puebla, por Amozoc.
Cuando hubieron reconcentrádose en Apizaco las fuerzas del Cuerpo de Ejército del
Noroeste, que eran de infantería y artillería, marché yo a dicho lugar para tomar el mando directo
de ellas, y preparar mi avance con esta columna, sobre la vía de Apizaco a Puebla, con objeto de
batir cualquier refuerzo que de México pudiera venir con destino a Puebla por la vía del
Ferrocarril Interoceánico.
El día 31, llegué a Apizaco, y desde luego ordené que el general Jesús S. Novoa, que estaba
de guarnición en estación Huamantla, avanzara por las estribaciones del volcán apagado La
Malinche, hasta cortar la vía del Ferrocarril entre Puebla y Santa Ana; ordenando, al mismo
tiempo, a los coroneles Jesús González Morín y Felipe López que salieran de Apizaco con mil
hombres y dos cañones, para que al amanecer del día siguiente atacaran la capital del Estado de
Tlaxcala.
También ordené al general Alvarado que destacara dos mil hombres a cortar la vía entre
Santa María y Atlixco, del Ferrocarril Interoceánico.
Después de dar esas órdenes, emprendí la marcha con tres trenes militares hasta estación
Santa Ana, punto que había sido ocupado, sin combatir, por las fuerzas destacadas con ese
objeto.
El mismo día recibí un telegrama del Primer Jefe, en que me comunicaba la traición de
Santibáñez en el Istmo y la aprehensión del general Jesús Carranza por el mismo Santibáñez,
ordenándome movilizara inmediatamente hacia el Istmo las fuerzas de los coroneles González
Morín y López.
Así concluyó el último día del año de 1914.
El día 1.º de enero de 1915 se re concentraron las fuerzas en Santa Ana, y el día 2 se continuó
el avance hasta Zacatelco, donde permanecimos el día 3, habiendo tenido allí un combate con
fuerzas enemigas, que trataban de contener nuestro avance; pero este encuentro no fue de
importancia, debido a la poca resistencia que opusieron los contrarios.
Nuestra situación en Zacatelco era peligrosa, debido a que estábamos entre México y Puebla,
y el enemigo podía recibir refuerzos de México, y éstos atacarnos por retaguardia, ya fuera
durante la marcha, o bien, cuando intentáramos el ataque sobre Puebla.
Ese día se trasladó el general Alvarado a Apizaco, y de allí conferenció conmigo por
telégrafo, recibiendo de mí las últimas instrucciones para el ataque que deberíamos llevar a cabo
sobre la ciudad de Puebla.
El día 4, al continuar la marcha sobre estación Panzacola, donde parecía que el enemigo
preparaba alguna resistencia, tuve que tomar toda clase de precauciones y hacer muy lento el
avancé. Por la tarde, ocupamos dicha estación, después de desalojar al enemigo, que resistió
nuestro ataque por espacio de una hora, sufriendo algunas bajas y no siendo de consideración las
nuestras.
En esta fecha recibí parte de que el general Gilberto Camacho, que estaba de guarnición en
San Andrés Chalchicomula, había defeccionado, incorporándose al enemigo con parte de sus
tropas, que lo secundaron en su traición. Las tropas que permanecieron leales, al mando del
coronel Cirilo Elizalde, marcharon a incorporarse a las nuestras.
Después de ocupar estación Panzacola, ordené al coronel Eugenio Martínez que, con sus
fuerzas, continuara la marcha hasta quedar frente a Puebla, como puesto avanzado de mi
columna, y todo quedó listo para continuar el movimiento, al empezar a aclarar el día 5, por tener
ya combinado con el general Alvarado el ataque sobre Puebla a esa hora.
El coronel Martínez fue rudamente atacado esa misma noche por una fuerte columna
enemiga, que intentó desalojado de las posiciones que tenía; pero el enemigo fue rechazado en
todos sus intentos y obligado a reconcentrarse en Puebla, con fuertes pérdidas.
Al día siguiente, se llevó a cabo el ataque sobre Puebla, y la histórica ciudad cayó en poder
de nuestras fuerzas, después de un sangriento combate, librado principalmente por las divisiones
de caballería de los generales Castro, Coss y Millán, que fueron las primeras en entrar al ataque,
y las que habían logrado desalojar completamente al enemigo de la plaza, cuando nosotros
iniciábamos el asalto por el Fuerte de San Juan.
No puedo entrar en detalles sobre esta acción, porque ninguno de los jefes de las caballerías,
que fueron, como dejo dicho, las que tomaron principal participación en el ataque, me rindió
parte detallado; por lo que me limito a copiar, en seguida, el parte telegráfico que rendí a la
Primera Jefatura:
COMBATE EN LA CIUDAD DE PUEBLA Y PARTE OFICIAL
Palacio de Gobierno de Puebla, enero 5 de 1915. Señor Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista.
Veracruz. Hónrome comunicar a usted que, después de seis días de combates, desde Tepeaca hasta Amozoc, por la línea del
Mexicano del Sur, y desde Santa Ana a Panzacola, por la vía del Mexicano, se inició anoche el ataque sobre esta plaza, que
estaba ocupada por un enemigo, aproximadamente de quince mil hombres, por el primer Batallón de Sonora, al mando ¿el
coronel Eugenio Martínez, de la brigada Laveaga, y por el teniente coronel Juan Torres, que comanda el escuadrón de caballería
Fieles de Sinaloa; habiéndoles recogido dos ametralladoras, pues fueron alcanzados dos trenes que llegaron ayer de México a
reforzar a los reaccionarios. Se generalizó el combate hoy, a las cinco de la mañana, por el cerro de Guadalupe, con las fuerzas de
los generales Coss, Millán y Villaseñor, y por el cerro de Tepozúchil, con las de Alvarado, Castro, Maycotte, González y Cepeda.
A las 8 a. m., abrí el fuego de artillería por la vía del Mexicano y camino de Covadonga a esta ciudad, y a las diez de la mañana,
alcanzó el fuerte de San Juan, que lo tomaron, a las 12 m., el 4.º Batallón de Sonora, al mando del teniente coronel Cenobio
Ochoa, de la brigada Manzo, y la escolta de este Cuartel General, al mando del mayor J. Manuel Sobarzo; habiendo encontrado
nosotros poca resistencia, debido al vigoroso empuje que desde las cinco de la mañana habían hecho los que atacaron por
Guadalupe. La caballería del general Jesús S. Novoa prestó también muy importantes servicios en nuestra marcha de Panzacola a
ésta. La ciudad y sus contornos están regados de cadáveres, y el enemigo huye en dispersión. Ya procedo a levantar el campo, y
daré a usted parte detallado. El comportamiento de los jefes, oficiales y tropa, como siempre, fue inmejorable. Felicito a usted por
esta importante acción de nuestras armas. Respetuosamente, el General en Jefe. Álvaro Obregón.
Nuestra marcha de Apizaco a Puebla fue verdaderamente penosa, debido a la inclemencia de
la temperatura en aquella región, en la temporada de pleno invierno, en que hicimos por ella
nuestra travesía; recrudeciéndose especialmente ese clima, en el camino que seguimos, por el
hecho de que atraviesa por entre los picos nevados del Iztaccíhuatl y el Popocatépetl, al Norte, y
La Malinche al Sur.
El día 7, después que hubo tomado posesión del Gobierno de Puebla el general Coss, marché
a Veracruz, a conferenciar con el Primer Jefe, llegando a aquel puerto el mismo día.
En Veracruz, permanecí hasta el día 11, y regresé a Puebla el día 12.
A mi regreso a Puebla, recibí parte del general Iturbe, comunicándome que el general Juan
Dozal, que fungía en Tepic como Jefe Político y Comandante Militar del Territorio,
inopinadamente había huido, abandonando, en la mayor desorganización, las fuerzas que tenía a
su mando, así como los pertrechos que se le habían confiado, y dejando con esto el Territorio a
merced del enemigo, precisamente cuando Iturbe se preparaba para invadir por el Sur el Estado
de Sonora, de acuerdo con las órdenes que yo le había dado, para llamar la atención de las
fuerzas maytorenistas por este rumbo, y lograr que distrajeran algunos de sus elementos con que
seguían atacando rudamente al general Hill en Naco, movimiento que ya no pudo hacer Iturbe,
debido a que tuvo que atender a la situación de Tepic, de cuyo Territorio se apoderó fácilmente
el reaccionario Buelna, y amagaba con ello invadir el Estado de Sinaloa.
En tales condiciones, el general Iturbe destacó sobre el sur de Sonora solamente una parte de
sus fuerzas, al mando del general Ángel Flores, dando a éstas la denominación de Columna
Expedicionaria de Sinaloa, y debiendo tener como centro de operaciones la plaza de Navojoa,
Sonora, para oponerse a la invasión del Estado de Sinaloa por el norte; otra parte de sus fuerzas,
al mando del general José María R. Cabanillas, la situó en Cosalá para repeler cualquier
expedición que el enemigo pudiera destacar del Estado de Durango sobre Sinaloa, y con el resto
de sus fuerzas, el general Iturbe marchó al sur a reforzar al general Juan Carrasco, que en
condiciones poco favorables estaba combatiendo con Buelna. Al general Mateo Muñoz, de las
mismas fuerzas de Iturbe, se le tenía encomendada la campaña contra los indios mayos rebeldes,
que operaban por el extremo Sur de Sonora y el extremo Norte de Sinaloa.
El mismo día 12 se presentó en mi Cuartel General, en Puebla, un individuo que había
llegado a aquella ciudad, procedente de México, quien me hizo entrega de una carta firmada por
el general Eulalio Gutiérrez, y dirigida conjuntamente a mí y al general Cándido Aguilar; el texto
de la cual se reproduce a continuación:
COMUNICACIONES CRUZADAS ENTRE EL GENERAL EULALIO GUTIÉRREZ Y EL GENERAL EN JEFE
México, D. F., enero 7 de 1915. Señores generales Álvaro Obregón y Cándido Aguilar. Donde se encuentren. Mis muy queridos
compañeros y correligionarios:
Por acuerdo tomado entre los generales J. Isabel Robles, Ministro de la Guerra; Lucio Blanco, Ministro de Gobernación;
Eugenio Aguirre Benavides, Subsecretario de Guerra, y yo, hemos creído patriótico y honrado dirigirnos a ustedes, para
indicarles la conveniencia de suspender su avance hacia esta Capital, mientras nosotros seguimos dándole forma al plan de
campaña que pretendemos dirigir contra el general Francisco Villa, a quien siempre hemos tenido la intención de separarlo en lo
absoluto del Ejército Constitucionalista, y hasta de toda clase de asuntos políticos de nuestro país.
Para conocimiento de ustedes, debo hacerles presente que han venido comisionados de los Estados de Tamaulipas, Coahuila,
Nuevo León y San Luis Potosí, a manifestarnos de una manera franca y precisa, que las fuerzas que operan en dichas Entidades
federativas, están enteramente de acuerdo en secundar la actitud que asumirá el Gobierno contra el referido Villa y los pocos
secuaces que lo secundan en su conducta de bandidaje y desolación, porque la mayor parte de los jefes honrados de la División
del Norte, están también con nosotros, dispuestos a colaborar en dicho sentido.
Quiero hacer constar que no es nuestro propósito apoderarnos de los principales puestos públicos de la Nación, sino el de
poner, por nuestra parte, todas nuestras energías, toda nuestra voluntad, todo nuestro patriotismo y honradez, porque la paz, en
nuestra dolorida Patria, sea en breve tiempo un hecho; y para esto, hemos querido hacer un esfuerzo más para lograr la unión
entre todos los revolucionarios que no tengan miras bastardas, exclusivistas o personalistas, sino que, procurando siempre el bien
común, nuestras tendencias se dirijan a no disgregarnos, para salvar al país de la anarquía y de la ruina.
Tan pronto como ésta llegue a sus manos, espero su contestación, la que, sin duda, será de acuerdo con nuestros propósitos.
Los saluda cariñosamente y les envía un estrecho abrazo, su compañero, correligionario y amigo muy afectísimo. (Firmado).
E. Gutiérrez.
Mi contestación a Gutiérrez, fue como sigue:
Puebla de Zaragoza, enero 12 de 1915. Señor general Eulalio Gutiérrez. México, D. F. Mi querido compañero y amigo:
Acabo de recibir la carta de usted, fechada el 7 del actual, en que, en su nombre y en el de los generales Robles, Aguirre
Benavides y Blanco, manifiesta sus deseos de que sea suspendido el avance sobre México, mientras ustedes abren su campaña
contra Villa y los secuaces que lo secundan en su obra de bandidaje y de desolación.
Me satisface ver que ustedes han comprendido la justificación de la lucha que nosotros emprendimos desde al principio,
contra el villismo, en el convencimiento de que el mayor crimen que pudiera registrar nuestra Historia sería el de pactar con
hombres que sólo pueden servir como ejemplo de monstruosidad; y con amargura debe usted recordar que uno de los mayores
motivos que los hombres honrados tuvimos para empeñarnos en esta nueva lucha fue que usted, pasando sobre las indicaciones
de sus amigos, que hacíamos un último esfuerzo para evitar, nombró a Villa Jefe de Operaciones.
No puedo suspender ninguna de las operaciones militares que estoy llevando a cabo en estos momentos, porque equivaldría a
traicionar a nuestros correligionarios, que en diversas partes de la República combaten contra la reacción villista, y entre cuyos
luchadores se encuentra un hermano de usted, quien tiene el orgullo de haber subordinado los más caros afectos de familia, a los
sagrados intereses de la Patria.
Cuando ustedes, con hechos, declaren la guerra a Villa y sus secuaces, poniéndose en el lugar que corresponde en estos
momentos a todo mexicano honrado, pondré todo lo que esté de mi parte, sin omitir esfuerzo alguno, como ya en otras veces lo
he hecho, para que se suspenda el derramamiento de sangre y se restablezca la paz en nuestra pobre República, digna de mejor
suerte; pero si continúan ustedes en su política ambigua de vacilaciones y debilidades, permitiendo que el país sea arrastrado a la
desolación y la ruina, no creo que deba contenerse la lucha, cuando se trata nada menos que de intereses de nuestra Patria, ante
los cuales nuestras vidas significan bien poco, máxime cuando se lleva la conciencia del deber cumplido.
Espero que, convencidos ustedes del error cometido, como su carta lo deja ver, no vacilarán en tomar la determinación que la
honradez les exige; permitiéndome advertirle que no contestaré ninguna nueva comunicación de ustedes, mientras continúen
ligados con el villismo.
Le envío cariñoso abrazo y los afectuosos recuerdos de su amigo y seguro servidor. (Firmado). General Álvaro Obregón.
El general Eulalio Gutiérrez, al escribirse la carta que dejo reproducida, continuaba en la
ciudad de México, con el carácter de Presidente de la República, nombrado por la Convención.
El día 13, en la noche, llegó a mi Cuartel General una comisión, integrada por el ingeniero
Rodríguez Cabo, el teniente coronel Aguirre Escobar y tres personas más, que de México habían
salido con instrucciones del general Eulalio Gutiérrez, para conferenciar conmigo. De esto di
parte al Primer Jefe, quien me ordenó remitir a los comisionados a Veracruz, como lo hice en
seguida, marchando yo con ellos.
La comisión enviada ante mí por Gutiérrez tenía por objeto exponerme, de viva voz, los
proyectos de éste y de algunos de los miembros de su Gabinete, de abrir una campaña contra
Villa, lanzando previamente un Manifiesto a la Nación, en el que se denunciaría la conducta
arbitraria de Villa para con el llamado Gobierno de la Convención, así como los innumerables e
inauditos atentados que el mismo jefe había perpetrado en la ciudad de México, y en otros
lugares que estaban bajo el dominio de sus fuerzas, a despecho del mismo Gobierno de
Gutiérrez, y sin hacer caso de la pretendida autoridad de éste. Para esos planes, pretendían
Gutiérrez y los suyos contar con mi adhesión y la de algunos otros jefes del Constitucionalismo,
enviándome una copia de su proyectado Manifiesto a la Nación.
Los comisionados quedaron en Veracruz, a disposición de la Primera Jefatura, y yo regresé a
Puebla, para seguir preparando nuestro avance sobre la ciudad de México.
En la ciudad de Puebla se estaban efectuando algunas veladas y manifestaciones en pro de la
causa constitucionalista, las que resultaban de grande éxito, pues el espíritu de las mayorías,
sobre todo en las clases trabajadoras, era simpatizador de nuestro movimiento. La Confederación
Estudiantil Revolucionaria, formada bajo los auspicios de mi Cuartel General, dio un importante
impulso a la propagación de los principios del Constitucionalismo en conferencias,
manifestaciones y otros medios de propaganda, y esta labor llevó a nuestras filas a muchos
liberales, que espontáneamente se aprestaron a luchar contra la reacción, con las armas en la
mano, especialmente del gremio de estudiantes, con cuyo contingente se empezó a formar un
batallón, que más tarde fue denominado Cuerpo Especial Reforma, que bravamente cooperó en
la campaña contra el villismo.
El día 16 recibí un telegrama del Primer Jefe, en el que me comunicaba que se habían
recibido noticias de México, dando a saber que el general Gutiérrez y los suyos habían salido de
la capital con rumbo a San Luis Potosí, y que Roque González Garza había sido declarado
Presidente Provisional de la República, por los restos de la llamada Convención. En el mismo
mensaje me ordenaba el Primer Jefe que activara mi avance sobre México.
En igual fecha, recibí también noticias de que el general Francisco Murguía, después de una
penosísima marcha desde Toluca, capital del Estado de México, del que era Gobernador
Constitucionalista, había logrado llegar a la ciudad de Tuxpan, Jalisco, y que el general Enrique
Estrada, que había abandonado a Blanco cuando se confirmó la defección de este Jefe, llegaba
también con sus fuerzas al Estado de Jalisco, para incorporarse a la división del general Diéguez.
El día 18 dispuse que el mayor de artillería, Gustavo Salinas, saliera a Veracruz a recoger un
regimiento de artillería del Cuerpo de Ejército del Noroeste, y que de allí marchara con él, por
Salina Cruz y Manzanillo, para ponerlo a disposición del general Diéguez, en Jalisco.
Como el mayor Salinas era el jefe de la artillería expedicionaria de la columna de mi mando,
para sustituirlo en ese cargo expedí nombramiento en favor del teniente coronel José Muñoz
Infante, de la División de Oriente.
El día 19, nuestra vanguardia de infantería, al mando del general Francisco R. Manzo,
llegaba a estación Apam, donde sostuvo combate de poca importancia con el enemigo.
Ese mismo día conferenció conmigo un enviado especial del general Ramón F. Iturbe, quien
me informó de la difícil situación por que atravesaban nuestras fuerzas en el Estado de Sinaloa,
dándome amplios detalles sobre el fracaso sufrido en Tepic, con motivo de la huida del general
Juan Dozal. El mismo enviado me informó que se había incorporado a Culiacán el general Luis
Berrera, con 700 hombres de la brigada Juárez, para cooperar en las operaciones militares de
aquel Estado.
En Puebla recibí un parte del general Diéguez, comunicando que el día 18 había capturado la
ciudad de Guadalajara, plaza que atacó en combinación con las fuerzas del general Francisco
Murguía, infligiendo a las fuerzas reaccionarias que la guarnecían una completa derrota, y
capturándoles doce cañones, varios trenes y gran cantidad de armamento, municiones y equipo.
Las fuerzas villistas derrotadas en Guadalajara ascendían a más de diez mil hombres, teniendo
como principales jefes a Calixto Contreras, Melitón Ortega y Julián Medina, el segundo de los
cuales resultó muerto en el combate.
A continuación se insertan los partes detallados que, sobre ese importante hecho de armas,
rindieron los generales Diéguez y Murguía:
PARTE RENDIDO POR EL GENERAL MANUEL M. DIÉGUEZ
Guadalajara, 20 de enero de 1915. Señor General en Jefe Álvaro Obregón. Hónrome en comunicar a usted que ayer tomé
posesión de esta capital,después de librar batalla unido a la División del General don Francisco Murguía, que se me incorporó en
la región del Sur del Estado, contra fuerzas comandadas por los generales Melitón F. Ortega, muerto en el campo de batalla;
Calixto Contreras, quien sé que también murió; Julián Medina, Margarito Salinas, muerto en un combate preliminar, y Gustavo
Bazán, infligiéndoles la más completa derrota, huyendo en dispersión y por rumbos opuestos; Medina, al Poniente y Noroeste, y
los demás al Oriente, habiéndoles matado diversos jefes y haciéndoles de 400 a 500 bajas. Se les recogieron doce cañones de 75 y
80 mm, con todos sus pertrechos y parque, ametralladoras, armamento, caballos y todos sus trenes, con más de 300 carros y 10
máquinas. Nuestras pérdidas no llegan a 200 hombres, entre muertos y heridos, sin lamentar más bajas entre nuestros jefes que un
teniente coronel y un mayor de la Segunda División del Noroeste. Tengo el honor de felicitar a usted, muy sinceramente, por este
importante triunfo alcanzado por nuestras fuerzas. Salúdolo afectuosamente. El Jefe de la 2.ª División del Cuerpo del Ejército del
Noroeste. General M. M. Diéguez.
A continuación se copia íntegro el parte oficial que el general Murguía rindió a la Primera
Jefatura, y que me fue transmitido por orden de la misma.
PARTE RENDIDO POR EL GENERAL FRANCISCO MURGUÍA
Cuartel General de la 2.ª División del Noroeste, en Guadalajara, Jalisco, a 23 de enero de 1915. Señor Venustiano Carranza,
Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. Veracruz. (Vía Salina Cruz). Tengo el honor de comunicar a usted, que después de
conferenciar con el general M. M. Diéguez, el 18 del actual, en Tuxpan, de este Estado, como me permití participárselo en
mensaje de esta fecha, quedamos de acuerdo en combinar nuestro movimiento para combatir al enemigo, con el mayor éxito
posible.
Con tal motivo, empecé a movilizar las fuerzas sobre Tlajomulco, Cuartel General del Campamento Diéguez, quedando éstas
reconcentradas entre los días del 15 al 17 de los corrientes, y allí dispusimos el plan de ataque, desarrollado en la siguiente forma:
A la derecha, coroneles Cirilo Abascal, Pablo González y Heliodoro T. Pérez, con dos mil hombres de caballería, con
instrucciones de cortar la vía férrea y telegráfica, entre Guadalajara y México, y de ocupar La Capilla y El Castillo, y de mandar
una fracción de caballería hasta Atequiza, destruyendo la vía hasta Guadalajara.
A la izquierda: licenciado Roque Estrada y coronel José D. Murguía, al mando de dos mil hombres de caballería, para que
atacaran y dominaran al enemigo posesionado de los cerros Gachupín y los contiguos, hasta El Cuatro; y,
Al centro las infanterías, al mando de los coroneles Pablo Quiroga, Esteban B. Calderón, Melchor T. Vela y Daniel Díaz
Couder, con un efectivo de cinco mil hombres, apoyados por las caballerías, al mando del general Rómulo Figueroa y coronel
Miguel T. González, y Felipe García Cantú, extendiéndose de la hacienda de El Cuatro hasta la calle real.
El 17, en la mañana, hicimos el avance hasta Orozco, en donde quedó establecido el Cuartel General.
Esta tarde el enemigo, que estaba posesionado cerca de La Junta, sobre la vía de Guadalajara a Colima, movilizó sus
avanzadas e hizo algunos movimientos con dos trenes militares; en su avance, los traidores hicieron algunas descargas sobre
Orozco, sin resultado alguno, pues no alcanzaron a hacer blanco. Nuestras fuerzas no contestaron el fuego, sino que hicieron
movimiento sobre la hacienda de El Cuatro, replegándose el enemigo a sus primitivas posiciones.
Esa misma tarde, el enemigo tiroteó, haciendo gasto inútil de gran cantidad de parque, a una avanzada nuestra, que exploraba
por la hacienda de la Escalerilla y la del Gachupín, y por último, la misma tarde del 17, el enemigo en gran número atacó a los
nuestros en la hacienda La Calera; pero fue rechazado con energía, y las fuerzas destruyeron la vía del ferrocarril y telegráfica,
que va de Guadalajara a México, y tomaron La Capilla y El Castillo.
Guadalajara quedó incomunicada. En la noche no ocurrió ninguna novedad.
A las primeras horas del día 18, y conforme al plan general de ataque, el coronel José D. Murguía, atacó, y después de
sostener rudo combate con el enemigo, ocupó el cerro del Gachupín y el de Santa María, capturando cuatro ametralladoras,
parque y armas en abundancia; el enemigo se dispersó por completo, dejando en el campo doscientos muertos, numerosos heridos
y prisioneros.
Al efectuarse estos movimientos, los traidores abrieron el fuego de la artillería, ametralladoras y fusilería sobre las fuerzas del
coronel Murguía y sobre las del centro y la derecha.
A las siete y minutos de la mañana, el suscrito, acompañado del Estado Mayor, tomaba el mando personal de la izquierda, y
ordenaba el avance de la caballería del teniente coronel Toribio García e infantería del coronel Díaz Couder, con dos secciones de
ametralladoras, sobre las posiciones enemigas del Cerro Cuatro.
Hago notar que, en un momento en que nuestras fuerzas avanzaron con todo ímpetu, se confundieron con los traidores, y no
obstante esa sorpresa, los nuestros se rehicieron, y con el apoyo más eficaz de la infantería, rechazaron al enemigo que, a toda
prisa, se replegó sobre sus posiciones del cerro del Cuatro.
Este golpe, la toma de los cerros del Gachupín y Santa María, el decidido avance del centro, ordenado por el general Diéguez,
y el de la derecha al mando de los coroneles Pérez, González y Abascal, determinó la retirada del enemigo en completa
dispersión, tomando el rumbo de Tonila.
En esta importante acción de armas, en que se ha combatido con un enemigo compuesto de diez mil hombres, con poderosa
artillería y ametralladoras, el Ejército Constitucionalista se ha cubierto de gloria una vez más, capturando a los traidores ocho
ametralladoras, con su dotación correspondiente de parque, tres trenes con suficientes carros de carga y pasajeros, en los que
conducían vestuario, municiones de guerra y de boca en abundancia.
Además, al hacer la persecución del enemigo, el general Figueroa recogió diez cañones de 75 mm, tipo poderoso y moderno,
31 cofres —todos con parque—, y dos carros transportes.
Los traidores han perdido en esta acción de armas a su ex-general Melitón F. Ortega, otro cuyo nombre se ignora, llevándose
herido a Calixto Contreras.
Julián Medina, titulado gobernador de este Estado, huye de una manera vergonzosa, seguido de sus secuaces.
El campo de batalla quedó cubierto de cadáveres, entre los que se encontraron muchos jefes enemigos. La derrota ha sido
completa.
Por nuestra parte, lamentamos la muerte del teniente coronel Toribio García, del mayor Pánfilo Herrera y del mayor Blas
Morín, de caballería. Mis heridos serán 36, y los muertos suman 80. Esto, por lo que respecta a mi División.
Recomiendo a usted, por su denuedo y valentía en esta gran batalla, a los coroneles Pablo González, Heliodoro T. Pérez,
Miguel T. González, José C. Murguía y Daniel Díaz Couder, y a los tenientes coroneles Ernesto Aguirre, jefe del Regimiento de
Ametralladoras, Toribio García (extinto) Jesús Gloria, H. de R. George, G. Blum, coronel y teniente coronel José Cortina;
mayores Epifanio Nava, Manuel González, Juan Quiroga y M. Hernández, así como a todos los demás jefes, oficiales y tropa de
mi División, quienes han luchado con energía y abnegación, contra las hordas villistas, que han reconocido su impotencia ante el
formidable empuje de las armas constitucionalistas.
Oportunamente rendiré a usted parte detallado, por lo que respecta a mi cooperación en el asalto y toma de esta plaza.
Felicito a usted, muy calurosamente, por este importante triunfo, augurio del definitivo, que no está muy lejano, y le protesto
una vez más, mi distinguida consideración y subordinación. El General en Jefe. Francisco Murguía.
El día 22 salí de Puebla con las últimas tropas del Ejército de Operaciones que tomarían parte en
el ataque sobre la ciudad de México; quedando en Puebla, como Gobernador y Comandante
Militar del Estado, el general Francisco Coss, con su División de Caballería.
Para entonces, el teniente coronel J. Lorenzo Gutiérrez, Jefe de trenes Militares, había dejado
expedita la vía del Ferrocarril hasta Ápam y continuaba con toda actividad reparando los
desperfectos que el enemigo había causado en dicha vía adelante de aquella estación.
El mismo día 22 llegamos a Ápam, donde pernoctamos esa noche.
El día 23 continuamos la marcha, habiendo llegado el mismo día a estación Irolo, donde
acampamos.
Como a las cuatro de la tarde, fuimos atacados repentinamente por un grueso núcleo
enemigo, que había logrado posesionarse de los cerros que estaban sobre nuestra izquierda;
contando el enemigo con dos piezas de artillería emplazadas en plataformas, que arrimaron por
la vía angosta del Interoceánico, a una distancia muy corta de nuestro campamento. El fuego
empezó nutrido, obligándome a tomar un formal dispositivo de combate, porque el efectivo del
enemigo me era desconocido y difícil de precisar, dado que su grueso quedaba detrás de las
colinas en que tenía colocada su línea de fuego. Ordené al general Alejo González, que saliera
inmediatamente con la brigada de su mando para atacar al enemigo por su extrema izquierda; y
con los batallones 20.º y 21.º de Sonora, ordené también un movimiento ofensivo por el frente.
El combate duró menos de dos horas, al cabo de cuyo tiempo el enemigo fue obligado a huir
en desorden, dejando en el campo setenta y cinco muertos, entre éstos un general, y cuarenta
prisioneros, y abandonando sesenta armas y cuarenta y cinco caballos ensillados.
Por nuestra parte, tuvimos solamente dos soldados muertos y nueve heridos.
Los prisioneros hechos al enemigo informaron que los atacantes eran en número de tres mil
quinientos a cuatro mil hombres, y que estaban mandados por Banderas, Cotero, Arenas,
Delgado, Morales, Gallegos, Serratos y hermanos Bonilla.
El combate librado en Irolo no fue de la importancia que yo le suponía al iniciarse.
El día 24 las fuerzas del general Maycotte dieron alcance, en los cerros de Jaltepec y Las
Flores, al enemigo que nos había atacado el día anterior, sobre el que emprendieron rudo ataque,
obligándolo a huir, después de haberle hecho veinte muertos y algunos prisioneros. Nuestras
fuerzas, en esta acción, sufrieron 19 bajas, siendo dos muertos y diecisiete heridos y contándose
entre los últimos el capitán 2.º Esiquio González.
El día 25 se incorporó a Irolo el contingente de indios yaquis que había ido a recibir a
Yucatán el coronel Juan Cruz, con el mayor Fausto Topete y el capitán 2.º Rafael Villagrán, y los
que fueron armados y pertrechados a su llegada a Veracruz, por orden de la Primera Jefatura.
Este importante contingente fue incorporado al 20.º Batallón de Sonora, que era también de
indígenas del Yaqui.
El día 26 emprendí el avance con el grueso del Ejército de Operaciones; ocupando la extrema
vanguardia las fuerzas del general Maycotte.
La jornada de ese día se rindió en la población de Orumba, sin novedad, en cuyo lugar
encontramos acampadas las fuerzas del general Maycotte. Este jefe me rindió parte de que se
había incorporado a su brigada el general Pedro Morales, con sus fuerzas, quien decidió
abandonar la causa llamada Convencionista, y reconocer a la Primera Jefatura del Ejército
Constitucionalista.
La marcha de Irolo se emprendió por tierra porque la vía del ferrocarril tenía algunos
desperfectos adelante de dicha estación, los que eran activamente reparados por el teniente
coronel Gutiérrez, mientras que la columna hacía su avance pie a tierra. En los trabajos de
reparación de la vía se ocupaban el Batallón de Ferrocarrileros, que habíamos organizado en
Puebla, bajo las órdenes inmediatas de su comandante, el mayor Carlos Caamaño, y éste a las del
teniente coronel Gutiérrez. El mismo Batallón custodiaba nuestros trenes e impedimentas que
quedaron en Irolo, al continuar la columna su avance.
El día 27 se prosiguió la marcha, llegando a estación Tepéxpam, donde fui informado de que
la llamada Convención y el ejército que la sostenía en la ciudad de México, habían huido con
rumbo a Cuernavaca, al sentir la aproximación del Ejército de Operaciones, y que en la ciudad de
México no quedaban sino el Ayuntamiento y la policía.
A la madrugada del día 28 se continuó el avance, y en la Villa de Guadalupe, ya en las
goteras de la Capital, fui encontrado por una representación del Ayuntamiento de México, la que
me hizo notificación de que la ciudad había sido evacuada por la Convención y su ejército.
Como quedaba confirmada la evacuación de la ciudad de México, no hubo necesidad de
tomar ningún dispositivo de ataque, y ordené que todas las tropas entraran en formación, yendo
por delante las brigadas de caballería de los generales Maycotte y González, para evitar toda
posibilidad de sorpresa por parte del enemigo.
Cuando toda la columna marchaba ya por las calles de la ciudad, y precisamente cuando yo
pasaba frente a Catedral con los miembros de mi Estado Mayor y la escolta del Cuartel General,
un grupo de hombres empezó a hacernos fuego desde las torres del templo, resultando muerto
uno de nuestros soldados y herido otro. Inmediatamente destaqué una escolta, con instrucciones
de penetrar a la Iglesia y capturar a los que hacían fuego, lo que se logró sin grandes dificultades.
Los individuos capturados confesaron que habían quedado apostados allí, dizque con la consigna
de hacer fuego sobre mí, en los precisos momentos en que pasara frente a ellos.
Después de aquel incidente, ninguna otra novedad se registró, y esa misma tarde quedaron
establecidos todos los servicios, instalando yo mi Cuartel General en el hotel St. Francis, situado
en la avenida Juárez.
El Ayuntamiento de México continuó en funciones, contando con el apoyo de mi Cuartel
General, para la gestión que le estaba encomendada.
El mismo día 28 quedó reparada la vía del Ferrocarril, y por la noche llegaron a México los
trenes que habían quedado en Irolo, incorporándose con ellos el resto de las fuerzas del Ejército
de Operaciones, que marchaban a retaguardia de la columna que avanzó de Irolo sobre la ex-
capital.
Inmediatamente después de mi llegada me recluí en cama, obligado por la fiebre que venía
sufriendo desde Puebla, a consecuencia de una laringitis aguda, que me ponía en condiciones de
alguna gravedad.
Los corresponsales de la prensa extranjera y los periodistas de la Capital se apresuraron a
interrogarme sobre las condiciones que guardaban mis relaciones con el Primer Jefe. La
incertidumbre a este respecto era debida a que los reaccionarios, en su ingrata labor,
constantemente hacían circular la versión de que yo había tenido un rompimiento con el señor
Carranza, y que venía batiendo a Villa por mi propia cuenta.
Ya en la ciudad de México, pude confirmar las noticias que había recibido, respecto a que el
general Eulalio Gutiérrez, en compañía de los generales Lucio Blanco, Aguirre Benavides,
Robles, Almanza y otros jefes militares, con algunas fuerzas que le eran adictas, así como
algunos miembros de su efímera administración y de la llamada Convención, había salido de la
capital, dirigiéndose hacia San Luis Potosí, en abierta pugna con Villa y Zapata. Tuve también
confirmación de que, a raíz de la huida de Gutiérrez y sus adictos, los restos de la Convención,
que eran elementos villistas y zapatistas, nombraron Presidente interino al general Roque
González Garza, quien hasta entonces había sido delegado de Villa a la propia Convención.
Las fuerzas del Ejército Convencionista, inmediatamente después de nuestra entrada a la
Capital, empezaron a hostilizar a nuestros puestos avanzados, y día a día reforzaban sus ataques,
en tal proporción, que antes de terminar la primera decena de febrero, México se podía
considerar en estado de sitio, logrando nosotros conservar solamente la comunicación con
Veracruz, debido a los constantes esfuerzos que hacíamos para controlar esta vía, única con que
contábamos para recibir pertrechos, que del puerto de Veracruz nos enviaba la Primera Jefatura.
El esfuerzo del Primer Jefe para la adquisición de pertrechos era continuado y sin omitir
gastos, no obstante que el Tesoro Constitucionalista estaba en un período de crisis
verdaderamente angustioso.
Al día siguiente de haber sido ocupada la ciudad de México por el Ejército de Operaciones,
ordené la clausura de todas las cantinas y casas de juego, quedando terminantemente prohibido
todo juego de azar.
Desde luego, hice conocer a la Cámara de Comercio y al Ayuntamiento de la ciudad de
México, mi buena disposición para prestar toda clase de facilidades para la introducción de
mercancías, de Puebla, Veracruz y otros Estados con que había comunicación ferrocarrilera, a fin
de que no se hiciera sentir la carencia de artículos de primera necesidad; y de acuerdo con mi
ofrecimiento, mi Cuartel General expedía diariamente un regular número de órdenes, para que
fueran puestos a disposición de los comerciantes o de comisiones del Ayuntamiento, los furgones
del Ferrocarril que eran solicitados para el transporte de mercancías destinadas a la Capital;
llegando, en muchos casos, a desocupar trenes que teníamos en el servicio militar de nuestra
columna para proporcionarlos a los solicitantes, con el fin indicado, cuando ya no había
disponibles carros de los destinados al tráfico comercial.
Para tales fechas, había cesado ya la sangrienta lucha en Naco: pues Maytorena, convencido de
su impotencia para apoderarse de aquella plaza, y el general Hill, atento al peligro inminente de
una complicación internacional si continuaba la lucha en la citada población vecina a la del
mismo nombre del Estado de Arizona, Estados Unidos de América, concertaron un armisticio y
éste fue ultimado entre el general Plutarco Elías Calles —que quedó como jefe de nuestras
fuerzas en Sonora, al salir de allá el general Hill, llamado por la Primera jefatura—, y
Maytorena, el 11 de enero de 1915, levantándose la siguiente acta:
Acuerdo celebrado entre el señor Gobernador Constitucional y Comandante Militar del Estado de Sonora y el señor general D.
Plutarco Elías Calles, Comandante de las fuerzas Constitucionalistas en Naco y Agua Prieta.
Primero. Que el puerto de Naco, Sonora, será evacuado por las fuerzas Constitucionalistas, al mando del señor general
Plutarco Elías Calles.
Segundo. El Gobernador Maytorena y el general Plutarco Elías Calles se comprometen solemnemente a no ocupar en ninguna
forma el puerto de Naco, Sonora.
Tercero. Para los efectos de los artículos anteriores, el puerto de Naco, Sonora, quedará neutral y cerrado al tráfico y al
comercio, así como su aduana, hasta que pueda tomar posesión de él un Gobierno constituido en México y reconocido, al menos,
por los Estados Unidos, o que una de las facciones contendientes en el Estado, domine completamente o sustancialmente a la
otra.
Cuarto. Se conviene, también, que durante las operaciones militares de las facciones contendientes, respetarán
respectivamente los puertos de Nogales, en poder de las tropas convencionistas, al mando del señor Maytorena; y Agua Prieta, al
mando del general Plutarco Elías Calles, jefe de las tropas Constitucionalistas en el Estado; esto es, que dichas plazas no serán
atacados por ningún motivo, así como también se evitará la lucha, en cualquier población fronteriza, que corresponda a una
población norteamericana, con objeto de evitar daños en territorio norteamericano, y no exponer las relaciones amistosas con los
Estados Unidos.
Quinto. Se conviene que, para cumplir y llevar a la práctica lo acordado en los artículos anteriores, todas las tropas al mando
del señor Maytorena, operando actualmente en los alrededores de Naco, se retirarán a Cananea o Nogales, Sonora, a su elección,
y no molestarán, en lo más mínimo, a las tropas del general Plutarco Elías Calles, durante la desocupación de Naco y marcha
hacia Agua Prieta. Se acuerda también que durante las operaciones anteriormente mencionadas, las tropas del general Plutarco
Elías Calles no molestarán a las del señor Maytorena.
Sexto. Las tropas al mando del señor Maytorena, actualmente en los alrededores de Agua Prieta, se retirarán a Fronteras, al
Sur de dicha plaza, dejando libre la parte Oeste de la misma, hasta el momento en que las tropas al mando del señor general
Plutarco Elías Calles, ocupen la citada plaza de Agua Prieta.
General Plutarco Elías Calles. Rúbrica. José María Maytorena. Rúbrica.
Naco, Arizona, enero 11 de 1915.
A consecuencia de este convenio, las tropas Constitucionalistas, al mando del general Calles,
evacuaron la plaza de Naco el día 17 de enero, reconcentrándose en Agua Prieta, y entonces ésta
era la única plaza que estaba en nuestro poder en todo el Norte de Sonora.
El general Benjamín G. Hill, después de haber hecho la brillante defensa de la plaza de Naco,
había sido llamado a Veracruz y de allí, por orden de la Primera Jefatura, pasó a incorporarse al
Ejército de Operaciones de mi mando, habiendo llegado a la ciudad de México, en compañía de
los miembros de su Estado Mayor.
Desde que me incorporé a la ciudad de México, había podido notar una hostilidad
determinadamente marcada hacia el Ejército Constitucionalista, por parte del clero, del comercio
en grande escala, de la Banca, de los industriales acaudalados y de la mayor parte de los
extranjeros; hostilidad que se venía revelando en la oposición que presentaban al cumplimiento
de las disposiciones emanadas de mi Cuartel General, o de las comunicadas por mí, por acuerdo
expreso de la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista. Esta hostilidad, sinceramente creo
que, en la mayor parte de los casos, no era hija de sus convicciones y sí de su conveniencia,
porque se les resistía suponer que nuestro Ejército, siendo tan reducido en número y tan limitado
de pertrechos también, fuera capaz de resistir a los ejércitos de Villa y Zapata, que habían visto
desfilar en la misma Capital, y que sumaban cinco veces más que los elementos nuestros, y
creían, naturalmente, que nuestro Ejército tocaría muy pronto a su fin; que Villa, el guerrero
invencible, y Ángeles, el flamante militar, después de aniquilarnos, los tratarían con más o
menos dureza. De ahí que su principal objeto, al seguir esa actitud hacia nosotros, era el de ser
consecuentes exclusivamente con sus intereses materiales.
Como una aclaración al párrafo anterior, en lo que se refiere a los extranjeros, debo decir que
nunca he considerado como tales a los latinoamericanos, que han venido siempre a nuestro país a
compartir nuestros dolores y desventuras, sin pretensiones de superioridad y sin constituir un
problema para nosotros.
El día 7 recibí un telegrama, procedente de San Antonio, Texas, suscrito por el connotado
reaccionario huertista Federico Gamboa, en el que, a nombre de una llamada Junta Pacifista, que
los reaccionarios de todos los matices (huertistas, felicistas, orozquistas, etcétera), habían
constituido en los Estados Unidos para procurar la paz de México, me invitaba a deponer las
armas, manifestándome que igual invitación dirigía a otros jefes del Constitucionalismo y a los
de la Convención, para que todos unidos, inclusive ellos, los reaccionarios expatriados,
laboráramos pacíficamente por el establecimiento de un Gobierno que llenara todas las
aspiraciones, si queríamos salvar a México de la anarquía o la intervención. Mi contestación a
Gamboa, fue la siguiente, trasmitida por la vía telegráfica:
México, 7 de febrero de 1915. Señor Federico Gamboa. San Antonio, Texas, E. U. A. Me he enterado de su mensaje, en que
viene invitándonos, en nombre de un grupo de mexicanos expatriados en esa, a deponer las armas. Los que hemos tenido el valor
suficiente para ofrecer nuestra sangre a la República, no depondremos las armas mientras no hagamos desaparecer de nuestro
sagrado suelo a los execrables traidores que, vendidos a la reacción, pretenden hundir nuestros principios revolucionarios. Si
ustedes, en lugar de buscar refugio bajo una bandera extranjera, empuñaran cada uno un fusil, afiliados al partido que mejor les
acomodara, su labor sería más efectiva y tendrían, cuando menos, el honor de llamarse ciudadanos. General Álvaro Obregón.
La ciudad de México se encontraba en un estado de miseria alarmante; todos los artículos de
primera necesidad estaban en manos de los acaparadores, y el pueblo sufría las consecuencias de
ese monopolio inmoral.
Como había sido decretada por la Primera Jefatura la nulidad de todo el papel moneda
emitido por el llamado Gobierno de la Convención y por el general Villa, forzosamente tenía que
quedar suspendida su circulación en todas las ciudades que iban siendo ocupadas por nuestro
Ejército; y esta disposición, dada con el exclusivo objeto de salvar al país de una deuda
incalculable, atentos a las cuantiosas sumas de papel moneda emitidas por la Convención y por
Villa, ponía, temporalmente, en condiciones aflictivas a los lugares en que iba siendo suspendida
su circulación.
Para conjurar, o cuando menos atenuar, la aflictiva situación en que habían quedado colocadas
las clases pobres de México, nombré una comisión, presidida por los señores ingeniero Alberto J.
Pani, doctor Atl y Juan Chávez, quienes venían prestándome grande ayuda en mi gestión, que se
llamó Junta Revolucionaria de Auxilios al Pueblo. En manos de esa Comisión puse, desde luego,
medio millón de pesos, cantidad que el C. Primer Jefe me había autorizado a exhibir, para
conjurar las necesidades más imperiosas de las clases pobres, en la ciudad de México.
Los ataques del enemigo sobre las posiciones de nuestras fuerzas, en las inmediaciones de la
ciudad, se hacían cada vez más vigorosos y la hostilización era constante, obligándonos a
permanecer dentro de la ciudad, sin poder extender nuestras líneas siquiera a Xochimilco, donde
está la planta que surte de agua a la Capital y cuyo líquido tanta falta hacía para todos los
servicios.
Las fuerzas que mantenían lo que puede llamarse sitio de la ciudad de México, eran casi
todas las del llamado Ejército Libertador del Sur, o zapatistas, reforzadas con algunas fracciones
de la División del Norte, que habían quedado como escoltas especiales de los jefes de aquella
División, que eran delegados a la Convención, y con las brigadas de González Garza, Cazarín,
Argumedo, Almazán y otros, pudiendo estimarse su efectivo total entre veinte y veinticinco mil
hombres.
Los ataques eran continuos, aunque se notaba falta de unidad de mando, por la poca armonía
que seguían siempre los asaltantes en sus ataques, pues se daban casos de que generalizaban un
asalto por el Oriente, sobre la Escuela de Tiro, precisamente cuando emprendían la fuga los que
horas antes habían atacado Santa Fe, por el Poniente, o cualquiera otro de los puntos de nuestra
línea de defensa.
En esos constantes combates, el enemigo sufría fuertes pérdidas, y las nuestras pueden
estimarse en un promedio de sesenta por día, entre muertos y heridos.
Habíamos logrado reparar la Fábrica Nacional de Cartuchos, y ésta nos prestaba un auxilio
poderoso, llegando a producir hasta cincuenta mil cartuchos diarios, bajo la dirección del coronel
Maximiliano Kloss, cuando su máximo rendimiento había sido siempre de veinticinco mil.
A medida que los ataques del enemigo se generalizaban, que nuestros cartuchos se
consumían en cantidades desproporcionadas con las que nos entraban en reposición, y que el
hambre hincaba sus garras en nuestras clases pobres, las castas privilegiadas —como las llamaré
sarcásticamente en mi obra, ya que su verdadero nombre debe ser el de castas malditas—, que
dejé ya señaladas en un capítulo anterior, encabezadas por el clero y hostiles a la Revolución,
elevaban los precios, ocultaban los artículos de primera necesidad, y hacían circular versiones de
tal manera alarmantes, sobre la aproximación de Villa con poderosas columnas para capturar la
Capital y nulificar con su triunfo nuestro papel moneda, que los acaparadores cerraban sus
puertas al pequeño comercio, y empezaban a verse por las calles grandes grupos de gentes
hambrientas, en cuyos rostros se hacían patentes las huellas de prolongadas vigilias.
La mayor parte de los extranjeros acudían a sus representantes diplomáticos, quejándose de
la situación; pero no ayudaban a conjurarla, y todas las maldiciones de los hombres que dejo
señalados, convergían a mí... Y el general Obregón aparecía, ante esos hombres,
monstruosamente malo, monstruosamente hereje y monstruosamente intratable y brutal.
Había, pues, llegado el momento en que se me presentaba la siguiente disyuntiva:
enfrentarme a todos los enemigos de la Revolución o, cediendo a la presión de sus influencias
perversas, declararme vencido.
¡Mil veces lo primero!: ésa fue mi resolución. Y en mi fuero íntimo, juré, por mi honor de
hombre, lanzarles el guante y tratarlos como su actitud lo exigiera.
Entonces consideré indispensable tomar medidas tan radicalmente enérgicas, que
denunciaran mi resolución de pasar por encima de todos sus intereses materiales, de todas las
influencias y de todas las presiones, en defensa de la dignidad de nuestra causa, y de los intereses
morales que veníamos representando.
La primera disposición de esa índole dictada por mi Cuartel General, fue la relativa a la
imposición de una contribución de medio millón de pesos, que había de ser cubierta por el clero,
y cuya cantidad sería destinada a la Junta Revolucionaria de Auxilios al Pueblo, para conjurar la
terrible miseria que abatía a nuestras clases pobres. Esta disposición fue comunicada al
representante del clero, canónigo Antonio de J. Paredes, fijándole un plazo razonable para que
hiciera el entero de la contribución impuesta, cuyo monto era insignificante, si se consideraba
que el clero tuvo, para apoyar al Gobierno del asesino Huerta, varios millones de pesos en
metálico.
Para entonces, el Ejército de Operaciones a mi mando controlaba ya la ciudad de Pachuca,
capital del Estado de Hidalgo, de la que con fecha 10 había tomado posesión el general Fortunato
Maycotte, con las fuerzas de su Brigada, destacadas de México con tal objeto, fungiendo el
citado jefe como Gobernador y Comandante Militar del Estado, nombramiento que le extendí por
acuerdo de la Primera jefatura.
Se habían recibido partes rendidos por el general Iturbe, comunicando que las fuerzas con que
había salido a auxiliar al general Carrasco a principios de enero, habían combatido con buen
éxito contra las del infidente Buelna, y que éste después de los primeros combates se había hecho
fuerte en La Muralla, con dos mil hombres, adonde llegó a atacarlo el general Iturbe con un mil
quinientos hombres, incluyendo en éstos las fuerzas del general Luis Herrera, que se habían
incorporado a Sinaloa, y combatiendo rudamente allí durante los días 2, 3 y 4 de febrero, al cabo
de los cuales, los nuestros habían arrebatado al enemigo sus mejores posiciones, haciéndole bajas
en número considerable, inclusive 150 prisioneros; no llegando a consumar la completa derrota
de Buelna debido a que, precisamente entonces, Iturbe recibió parte de que las fuerzas al mando
del general Cabanillas habían sido obligadas a retirarse de Cosalá, por una columna enemiga en
número de un mil doscientos hombres, al mando de Carlos Real, la que ya amagaba la plaza de
Culiacán, por cuyo motivo Iturbe se vio obligado a retirarse, en perfecto orden, de frente a La
Muralla e ir sobre Cosalá a oponerse al avance de la columna de Carlos Real, dejando en
Escuinapa las fuerzas del general Juan Carrasco, para que éstas impidieran cualquier avance que
intentara hacer Buelna al Norte. Iturbe con 600 hombres llegó a Cosalá, y batió allí a la columna
de Carlos Real, el día 10 de febrero, derrotándola y dispersándola por completo.
Se había sabido, también, que en la madrugada del 30 de enero anterior, un núcleo de
villistas, que ascendía aproximadamente a tres mil quinientos hombres, al mando de Julián
Medina, Morales Ibarra, Caloca y otros, había intentado apoderarse de la plaza de Guadalajara,
haciendo un ataque por sorpresa, en el que lograron llegar hasta el centro de la ciudad, habiendo
sido rechazados por las fuerzas de los generales Diéguez y Murguía que, a pesar de lo
intempestivo del ataque, se organizaron para la defensa y combatieron bizarramente, causando
verdaderos estragos a los asaltantes. Las noticias a este respecto indicaban que los reaccionarios
habían dejado en el centro de la ciudad de Guadalajara cuatrocientos cincuenta muertos y
muchos prisioneros en poder de nuestras tropas, así como quinientos caballos ensillados, muchas
armas y regular cantidad de parque, habiendo después sido perseguidos por la caballería del
general Murguía, hasta arrojarlos del Estado de Jalisco.
El día 18 de febrero, el Cuartel de mi cargo dio una disposición, fijando una contribución de
10 % (diez por ciento), de las existencias manifestadas con anterioridad, por todos los
comerciantes y acaparadores de los artículos de primera necesidad, y de los que en lo futuro
fueran introducidos a la ciudad de México por dichos comerciantes. Esta contribución se
destinaría a la creación de varios expendios en los lugares más adecuados de la ciudad, para que
el pueblo pudiera obtener, a precios bajos, los artículos mencionados.
La citada disposición fue modificada y ampliada, con fecha 20 del mismo mes, haciéndola
publicar en los siguientes términos:
Este Cuartel General modifica y amplía, el acuerdo relativo a la contribución de un 10 % impuesto a los comerciantes
acaparadores de artículos de primera necesidad, publicado ayer y comunicado a la Cámara de Comercio, de la siguiente manera:
I. Están obligados a contribuir con el 10 % expresado, TODOS LOS COMERCIANTES ACAPARADORES DE
ARTÍCULOS DE PRIMERA NECESIDAD, aunque no hayan hecho aún las manifestaciones de sus respectivas existencias.
II. Se concede el plazo improrrogable de 48 horas, contadas desde las 12 m. de hoy, para que los causantes enteren sus
contribuciones en el edificio de la ex-aduana de Santo Domingo.
III. Los comerciantes acaparadores que incurran en falta u omisión en el cumplimiento de este acuerdo, serán castigados con
la decomisación de la existencia total de los artículos de primera necesidad que posean.
IV. Para los fines de este acuerdo, se consideran como artículos de primera necesidad, los siguientes: maíz, frijol, haba,
arvejón, lenteja, chile, café, azúcar, piloncillo, manteca, sal, carbón, leña, petróleo y velas de sebo y de parafina.
V. Se faculta a la Junta Revolucionaria de Auxilios al Pueblo, para que haga la calificación de los pequeños comercios,
exentos de contribución, y para que fije las excepciones y modificaciones que proceden en ciertos casos particulares, en el monto
del impuesto.
México, 20 de febrero de 1915. El General en Jefe. Álvaro Obregón.
Había yo recibido algunas comunicaciones de la Primera Jefatura, haciéndome ver la
conveniencia de que continuara con mis tropas al Norte, considerando que, militarmente, el
verdadero peligro para el Constitucionalismo lo representaba la División del Norte, al mando de
Villa, quien estaba cada día adquiriendo mayor fuerza y dominio, amenazando controlar todo el
territorio Norte de la República, del que ya sólo pequeñas porciones quedaban ocupadas por
fuerzas leales.
Sin embargo de la positiva necesidad que existía de que el Ejército de Operaciones
emprendiera su avance sobre el centro y norte del país, las circunstancias en que yo me
encontraba en México eran poco propicias para efectuarlo, pues la vía entre Ometusco y Pachuca
había sido totalmente destruida y su restablecimiento nos era absolutamente indispensable, dado
que sería la única por donde podría tener comunicación con Veracruz —que era nuestra única
base de aprovisionamiento— al avanzar al Norte y abandonar al enemigo la ciudad de México,
plaza que no podría yo conservar al tiempo de emprender mi campaña por el interior, porque no
contaba con fuerzas suficientes para dejarla guarnecida; además, con motivo de los diarios
combates que estábamos sosteniendo con las fuerzas enemigas que atacaban la ciudad, no
contábamos con pertrechos suficientes para ir a una campaña, en la que tendrían que librarse
grandes batallas contra un enemigo poderoso en contingentes y elementos de guerra. Había,
pues, que esperar a que se concluyeran las reparaciones a la vía entre Pachuca y Ometusco, y
recibir remesa regular de cartuchos, para evacuar la plaza y avanzar al Norte, estableciendo
nuestra vía de comunicación con Veracruz por Tula y Pachuca, hasta conectar en Ometusco con
el ferrocarril Mexicano, que de allí va a Veracruz.
En la ciudad de México se nos habían incorporado algunos jefes que se habían separado de la
Convención, con pequeños grupos de tropa, figurando entre ellos los generales Martín Triana,
Luis Hernández y Carlos Martínez. También recibí en México comisionados de los generales
Joaquín Amaro y Alfredo Elizondo, quienes mandaban hacerme presentes sus deseos de
incorporarse al Ejército de mi mando y luchar a mis órdenes contra la reacción, reconociendo a
la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista, procediendo así los citados generales cuando
habían atacado y derrotado a las fuerzas convencionistas en el mineral El Oro, del Estado de
México. El general Luis M. Hernández fue comisionado entonces, por mi Cuartel General, para
ir a comunicar órdenes verbalmente a los generales Amaro y Elizondo, de quienes aquél había
sido compañero, militando juntos a las órdenes de Gertrudis Sánchez, en Michoacán.
El efectivo de tropas con que yo contaba haciendo la defensa de la ciudad de México
ascendía a nueve mil hombres de las tres armas, teniendo, en artillería de grueso calibre,
solamente trece cañones, y estando siempre sumamente limitados de parque, pues a causa de que
la Primera Jefatura tropezaba con innúmeras dificultades para obtenerlo en los Estados Unidos,
las remisiones que de Veracruz nos hacían eran escasas; tenía, además, en Pachuca, un mil
ochocientos hombres de caballería, al mando del general Maycotte, inclusive la brigada del
general Pedro Morales. Los atacantes, por su parte, sumaban alrededor de veinte mil hombres,
con regular dotación de artillería y cartuchos, que habían logrado recibir de Villa, para la
campaña del Sur, teniendo su base de operaciones en Cuernavaca, capital del Estado de Morelos.
El enemigo no desmayaba en sus intentos de apoderarse de la ciudad, y no daba tregua a
nuestras fuerzas con sus continuos ataques, llegando a generalizar varios asaltos formales sobre
toda nuestra línea, poniéndonos algunas veces en situación tan comprometida, que se hiciera
necesario mandar reforzar algunos puntos con las escoltas del Cuartel General y Comandancia
Militar de la Plaza, cuando ya no había otras tropas de que disponer en la ciudad, estando todas
en la línea de fuego.
Emprendida la campaña contra el hambre de las clases pobres, con fecha 23, el Cuartel
General de mi cargo expidió un nuevo decreto, en los siguientes términos:
DECRETO SOBRE CONTRIBUCIÓN
Con el objeto de aliviar la aflictiva situación actual de las clases trabajadoras, y de evitar los graves males sociales que pudiera
ocasionar.
Álvaro Obregón, General en Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste, a los habitantes del Estado del Valle, antes Distrito
Federal, hago saber que, en ejercicio de las facultades extraordinarias que me ha conferido el C. Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista, he tenido a bien decretar lo siguiente:
Artículo 1.º Se imponen, en calidad de subsidio extraordinario, las contribuciones que en seguida se detallan, las cuales se
pagarán por una sola vez, en el antes Distrito Federal, hoy Estado del Valle, en la proporción y en los términos que prescribe este
decreto:
I. Contribución sobre capitales.
II. Contribución sobre hipotecas.
III. Contribución predial.
IV. Contribución sobre profesiones y ejercicios lucrativos.
V. Derecho de patente.
VI. Impuesto sobre los siguientes ramos de carácter municipal: aguas, pavimentos, atarjeas, carros, carruajes y automóviles de
alquiler y particulares, velocípedos y casas de empeño.
Artículo 2.º La contribución sobre capitales se causará por todas las instituciones bancarias, sean o no de concesión federal,
por las sociedades de todo género, casas bancarias, empresas y negociaciones mercantiles, industriales o mineras, pertenecientes
a nacionales y extranjeros, en la proporción siguiente: ½ % (un medio por ciento), si el capital excede de diez mil pesos, pero no
de cinco millones; si excediere de esta cifra, se pagará el ½ % (medio por ciento), sobre los primeros cinco millones, y el ¾ %
(tres cuartos por ciento) sobre el excedente. Queda entendido que en el cómputo del capital serán incluidas las reservas.
Artículo 3.º Las sociedades cuya matriz estuviere domiciliada en el extranjero y que tengan sucursales o agencias en esta
ciudad, para practicar legalmente operaciones en la República, pagarán el mismo impuesto que establece el artículo anterior,
sobre el capital con que operen en la República. Para los fines de este artículo, se calcularán las monedas extranjeras sobre las
equivalencias que fija la ley de 9 de junio de 1906.
Artículo 4.º Los gerentes, administradores, dueños o encargados de las empresas, instituciones y negociaciones mencionadas
en el artículo segundo, presentarán a la Jefatura de Hacienda, en esta ciudad, una manifestación por duplicado, en la que
consignarán la denominación, el nombre o la razón social correspondiente, la ubicación del establecimiento principal y el importe
del capital, sobre el que calcularán el monto de la contribución, según el tipo que fija este decreto. La Jefatura de Hacienda,
previa revisión del cálculo, al que hará en su caso las rectificaciones que procedan, recibirá en el acto el pago, pondrá el sello de
la oficina en cada uno de los ejemplares de la manifestación y devolverá uno de ellos al causante, con la razón autorizada con la
firma del jefe, de estar pagado el impuesto, reservando el otro ejemplar para comprobante de la cuota.
Artículo 5.º La contribución sobre hipoteca se causará por todos los acreedores, cuyos créditos, sea cual fuere su procedencia,
estuvieren garantizados con hipoteca de bienes ubicados en el antes Distrito Federal y hoy Estado del Valle, calculándose dicha
contribución a razón de 1 % (uno por ciento), sobre el monto del capital impuesto a censo o garantizado por hipoteca. Los Bancos
que, según este decreto, habrán de pagar también impuesto sobre su capital y bienes raíces, pagarán, por concepto de las
hipotecas constituidas a su favor, sólo el ½ % (medio por ciento).
Artículo 6.º Para el pago de la contribución sobre hipotecas, los dueños de capitales impuestos a censo o garantizados con
hipoteca, presentarán a la Jefatura de Hacienda una manifestación por duplicado, análoga a la que previene el artículo cuarto, en
la que consignarán el monto del gravamen no cancelado, el nombre del deudor y los datos necesarios para identificar los bienes
que sirvieron de garantía. La oficina recibirá el pago, procediendo de la manera que establece el artículo cuarto citado. Si una
misma persona tuviere a su favor varios créditos, podrá hacer en un solo documento la manifestación de todos y practicar una
sola liquidación de lo que causarán.
Artículo 7.º Si los créditos estuvieren garantizados en su totalidad con bienes ubicados en el Estado del Valle, y a la vez con
otros situados fuera del propio Estado, se repartirá proporcionalmente el gravamen, para el efecto de que sólo se pague la
contribución sobre la parte correspondiente a los bienes situados en el Estado, estimados unos y otros según el valor fiscal
debidamente acreditado. Si el causante no pudiera acreditar ese valor, la contribución se causará y se pagará sobre la totalidad del
crédito.
Artículo 8.º En consideración a que el impuesto sobre hipotecas ha de gravitar por motivos de interés público, directa y
exclusivamente sobre los acreedores hipotecarios y no sobre los deudores, queda sin efecto cualquier pacto anterior o posterior,
en virtud del cual, los deudores tengan que reportar la obligación de cubrir aquella contribución o de reembolsar su importe. En
caso de que se les exija el reintegro, solamente lo harán por cuenta de réditos o abono a la suerte principal, si así les conviniere.
Los acreedores hipotecarios, que de cualquier manera eludan la incidencia del impuesto, haciendo que lo reporten los deudores,
perderán su derecho a cobrar intereses de su capital vencido o por vencer.
Artículo 9.º Las demás contribuciones extraordinarias que se establecen por el artículo primero de este decreto, se causarán,
respectivamente, a razón de una cantidad equivalente al importe de la cuota de dos bimestres, y se pagarán en la Sub dirección de
Contribuciones Directas, o en la de Ramos Municipales y en las agencias foráneas de recaudación que correspondan; en la
inteligencia de que el pago se hará sobre las boletas expedidas para el bimestre en curso, que los mismos causantes tendrán la
obligación de presentar a la oficina respectiva, si ya hubieren satisfecho el impuesto ordinario.
Artículo 10.º Todos los pagos de que trata este decreto se efectuarán dentro del término improrrogable de tres días, que
concluirá a las seis de la tarde del 26 del corriente mes de febrero. Los jefes de las Oficinas Recaudadoras tendrán abierto el
despacho de ocho de la mañana a una de la tarde, y de tres a seis, y dictarán las disposiciones reglamentarias que fueren
conducentes, para facilitar el cumplimiento de este decreto.
Artículo 11.º Los causantes que no hagan el entero de sus contribuciones dentro del plazo legal, así como los que no hagan su
manifestación con la debida exactitud, pagarán doble cuota de la que debieran satisfacer, conforme a los artículos respectivos de
este decreto, y las Oficinas Recaudadoras procederán a hacer efectivo el pago, haciendo uso de los medios de apremio que
autoriza el artículo 13.
Artículo 12.º La Jefatura de Hacienda podrá nombrar los inspectores que estime necesarios para comprobar la exactitud de las
manifestaciones que reciba, cuando tuviere sospecha de que no se ha procedido con verdad. Dichos inspectores tendrán facultad
de requerir la exhibición de libros, papeles y registros para examinarlos y descubrir si ha habido ocultación. En vista de las
diligencias practicadas, la Jefatura de Hacienda hará la liquidación complementaria que proceda, exigiendo, desde luego, el doble
de lo defraudado, como queda prevenido.
Artículo 13.º Las Oficinas Recaudadoras, además de las facultades ordinarias que las leyes les conceden, podrán hacer uso de
los siguientes medios de apremio, para hacer efectivas las contribuciones de que trata este decreto: Primero, intervención de las
negociaciones; segundo, incautación de bienes, y tercero reclusión por un término que no exceda de treinta días.
Artículo 14.º Este decreto anula los anteriores acuerdos, relativos al impuesto de un 10 % (diez por ciento), sobre todos los
artículos de primera necesidad, publicados los días 19 y 20 del presente mes de febrero.
Por lo tanto, mando se imprima, publique y circule, para su debido cumplimiento.
Dado en el Cuartel General del Cuerpo de Ejército del Noroeste, en México, a 23 de febrero de 1915.
El General en Jefe. Álvaro Obregón.
Este nuevo decreto fue dado en vista de la impracticabilidad del primero, que fijaba una
contribución de diez por ciento de las existencias de artículos de primera necesidad en manos de
los acaparadores; impracticabilidad que resultaba por la falta de disposición de los causantes a
cubrir la contribución, pues la mayoría de ellos, especialmente los grandes acaparadores,
pretendían eximirse de hacer el entero de su contribución, ocultando sus grandes existencias de
mercancías de primera necesidad, y era gestión muy tardada el descubrirles sus existencias
ocultas, para obligarlos al cumplimiento de la disposición.
Ese procedimiento de los acaparadores pudo comprobarse perfectamente, al ser anulado mi
acuerdo, que establecía gravamen sobre existencias de mercancías de primera necesidad:
entonces muchos almacenes, en que días antes no conseguía el comprador azúcar o café, por
ejemplo, ya hacían ventas de estos artículos, sin que esta repentina aparición de existencias se
justificara con recientes entradas de tales mercancías a la ciudad de México.
La mayor parte de los propietarios de pequeños capitales acudieron gustosos a cubrir el
impuesto que les correspondía; pero el resto de los comprendidos en el decreto celebraron una
junta en el teatro Hidalgo, y en ella acordaron no pagar.
Los miembros del clero siguieron igual conducta, dejando vencer el plazo que se les había
fijado sin hacer el entero y sin tomarse siquiera la molestia de hacerme ninguna notificación.
La mayor parte de los extranjeros que, por su calidad de comerciantes, industriales,
banqueros, acreedores, etc., debían pagar también contribución conforme a los términos de mi
decreto, se dirigieron al Primer Jefe, solicitando se les exceptuara de aquel pago, y lograron un
acuerdo favorable. Estos señores creían, quizás, que cuando se encuentra uno con un hambriento,
basta hablarle en un idioma que éste no pueda comprender para quedar relevado del deber de
aliviar su necesidad.
En vista de lo anterior, ordené la aprehensión de todos los rebeldes a las disposiciones del
Cuartel General, y se logró capturar a 180 sacerdotes católicos, inclusive el canónigo Antonio de
J. Paredes, los que quedaron presos en la Comandancia Militar de la Plaza.
A los acaudalados que se habían negado a cubrir la contribución impuesta, los cité a una
junta, la que se llevó a cabo en el teatro Hidalgo, y en ella les hice ver lo reprobable de su
actitud, y les anuncié la que yo seguiría con ellos, ordenando, en seguida, que fueran puestos
presos también.
Cuando se decretó la contribución para conjurar el hambre de las clases menesterosas, se
notificó también a los interesados que se iba a integrar una junta, compuesta de personas
contribuyentes, para que ésta hiciera la distribución de los fondos que produjera la contribución,
y la cual quedaría en México cumpliendo con su cometido, aun cuando yo tuviera que salir, por
convenir a las operaciones militares. De esta manera, quise yo desvanecer cualquier duda que
pudiera tenerse sobre el verdadero destino de los fondos que se colectaran.
Nuevos partes del general Iturbe se habían recibido, comunicando que, mientras él había ido
a batir a los reaccionarios apoderados de Cosalá, Buelna se reorganizó en La Muralla y
emprendió un avance sobre Mazatlán, llegando hasta Villa Unión, después de desalojar a las
fuerzas del general Carrasco, que estaban destacadas en Escuinapa; por lo que el general Iturbe
marchó a Mazatlán violentamente, a reorganizar sus fuerzas, para hacer frente al enemigo;
habiendo poco después, salido de Mazatlán, al frente de 1 200 hombres, para batir a los
reaccionarios, que en número de 1 000 hombres se encontraban posesionados de Villa Unión, al
mando de Parra, Llantada, Echeverría y otros jefes. El combate se libró en Villa Unión, el 22 de
febrero, obteniendo nuestras fuerzas, al mando de Iturbe, el más completo triunfo, pues obligaron
a los reaccionarios a abandonar la plaza y emprender la huida con rumbo al Sur, tenazmente
perseguidos por los nuestros.
Como extrema vanguardia para nuestro avance al Norte, había hecho salir de México al
coronel Eugenio Martínez, con el primer Batallón de Sonora, fuerte en quinientas plazas, y al
mayor J. Manuel Sobarzo, con el 21.º Batallón, cuerpo que tenía más de un cuarenta por ciento
de jóvenes estudiantes, incorporados en Puebla y en México. Martínez había llegado hasta la
población de San Juan del Río, Querétaro, después de reparar la vía del ferrocarril Central a su
retaguardia, comunicándose así con el Cuartel General, y Sobarzo había pasado a guarnecer
Huichápam, de donde tuvo que desalojar al enemigo, mediante un serio combate en que las
fuerzas de Sobarzo castigaron duramente a los reaccionarios.
Poco después de que el coronel Martínez ocupara la plaza de San Juan del Río, marchó de
México con aquel destino, el mayor doctor José Siurob, quien había sido nombrado Gobernador
del Estado de Querétaro, por acuerdo de la Primera Jefatura, llevando Siurob una escolta de 27
hombres a sus órdenes.
Cuando el coronel Martínez hacía su avance sobre San Juan del Río, se le presentó el general
Gonzalo Novoa, manifestándole su propósito de ponerse a mis órdenes, reconociendo a la
Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista. El general Novoa había pertenecido a la división
de caballería del Cuerpo de Ejército del Noroeste, y se había separado de Blanco, desconociendo
a la Convención, para reincorporarse al Ejército Constitucionalista.
Acepté de nuevo al general Novoa en nuestras filas, y le ordené que con sus fuerzas, que
ascendían a doscientos cincuenta hombres aproximadamente, pasara a guarnecer las estaciones
de Tula y Nopala.
En los primeros días de marzo recibí un telegrama del C. Primer Jefe, ordenándome que
procediera a evacuar la ciudad de México, reconcentrando mis tropas en Ometusco y
destruyendo las vías de los ferrocarriles Central y Nacional de Querétaro a México. A este
mensaje contesté manifestando estar dispuesto a obedecer desde luego sus respetables órdenes,
permitiéndome solamente indicarle que si destruíamos las vías férreas desde Querétaro a México
y me replegaba a Ometusco con mis tropas, confesaríamos a Villa nuestra impotencia, y lo
dejaríamos en condiciones de que destruyera impunemente a las tropas constitucionalistas que
combatían en el Norte, Oriente y Occidente de la República; que me permitiera emprender mi
avance al Norte, hasta tomar el contacto con Villa para tomar la ofensiva o defensiva, según me
lo permitieran las circunstancias.
Al día siguiente recibí contestación del C. Primer Jefe, ordenándome evacuar la plaza y
emprender mi marcha al Norte.
Antes de transmitir mi mensaje a la Primera Jefatura, reuní a algunos de los principales jefes
del Ejército de Operaciones, para someter a la consideración de ellos mis proposiciones hechas al
Jefe, en sentido de marchar al Norte a tomar contacto con Villa. Todos estuvieron de acuerdo,
especialmente el general Hill, quien era el jefe de las infanterías.
De México salían con frecuencia agentes confidenciales de mi Cuartel General, hasta algunas
plazas del interior que estaban en poder de las fuerzas villistas, y regresaban a comunicarme los
informes que podían obtener acerca de los movimientos del enemigo; de esta manera pude saber,
con alguna oportunidad, que una fuerte columna al mando directo del general Villa avanzaba al
Occidente, con el objeto de batir a los generales Diéguez y Murguía, e inmediatamente me dirigí
al general Diéguez, comunicándole la noticia e indicándole la conveniencia de que, al sentir la
aproximación del enemigo, evacuara Guadalajara y se replegara con sus fuerzas hasta las
barrancas de Beltrán y Atenquique, donde podría, aprovechando las grandes ventajas de aquel
terreno, destrozar fácilmente al enemigo, si éste, después de tomar Guadalajara, avanzaba sobre
Colima.
El día 25 de febrero recibí un telegrama del general Diéguez, comunicándome que, después
de dos días de sangrienta lucha, sostenida con sus fuerzas y las del general Murguía, contra una
poderosa columna, mandada personalmente por Villa, en la Cuesta de Sayula, Jalisco, se había
visto obligado a retirarse con pérdidas de consideración, replegándose hasta el Estado de Colima,
para reorganizar su división.
La situación para nosotros en México seguía siendo bastante crítica, y era desesperante no
contar con los elementos necesarios para emprender nuestra campaña por el centro de la
República, que era ya de imperiosa necesidad, pues se sabía que Villa emprendía una batida
general contra las distintas fracciones del Ejército Constitucionalista, que tenía por sus flancos, y
especialmente sobre el puerto de Tampico, del que tenía grande interés en apoderarse, para
establecer su base de operaciones y asegurar el combustible necesario para sus trenes.
COMBATE DE PEÓN
En esta situación, el día 6 de marzo, al amanecer, recibí un mensaje del coronel Martínez,
avisándome que una columna enemiga se aproximaba a su campamento.
Al siguiente día recibí un nuevo mensaje de Martínez, comunicándome que ya estaba
combatiendo con el enemigo; y pocos momentos después, quedó cortada la comunicación
telegráfica con el campamento de Martínez.
Desde luego que tuve conocimiento de la incomunicación, ordené al mayor Sobarzo que
saliera inmediatamente de Huichápam, a proteger a Martínez, y al general Gonzalo Novoa le di
orden de destacar de Tula al Norte, una fracción de sus fuerzas, con el mismo fin.
El mayor Sobarzo, cumpliendo mis órdenes, salió inmediatamente en auxilio de Martínez;
pero en el camino sufrió una descompostura la máquina del tren que lo conducía con sus fuerzas
al Norte, y tuvo que esperar a que su tren fuera remolcado por una máquina de auxilio, que
llevaba el mayor Paulino Fontes.
Por su parte, el general Novoa destacó también, violentamente, la fracción ordenada, al
mando del coronel Natividad Sánchez, que era de unos sesenta hombres de caballería.
Todo el día 7 se pasó sin poder obtener ningunas noticias sobre la suerte de Martínez, y solo
supe que el mayor Sobarzo había logrado llegar a estación Peón con ciento veinte hombres de su
batallón, abandonando allí su tren y empeñando desde luego combate con la columna que tenía
sitiado a Martínez, así como que el coronel Sánchez había entrado en acción con su pequeña
fuerza.
Yo me sentía sumamente intranquilo por aquella falta de noticias, pues aunque conocía yo lo
que Martínez y Sobarzo valían militarmente, consideraba la grande trascendencia que tendría un
fracaso de éstos, ya que era el primer encuentro de nuestra vanguardia con las fuerzas del Norte.
En ese estado de ánimo me encontraba, cuando recibí una nota del Departamento de Estado
en Washington, que me fue entregada por el señor don J. M. Cardoso de Oliveira, entonces
Ministro del Brasil y Encargado de los Intereses Norteamericanos en México, el texto de la cual
se reproduce a continuación:
NOTA DEL GOBIERNO AMERICANO Y CONTESTACIÓN A ÉSTE
Un membrete que dice: Legacao dos Estados-Unidos do Brasil. México, 7 de marzo de 1915.
Señor General:
En cumplimiento de terminantes instrucciones recibidas esta mañana, del Departamento de Estado de Washington, por la vía
telegráfica, es mi penoso deber transmitir a usted lo siguiente, en su lenguaje original, para mayor fidelidad:
“The Government of the United States has noted with increasing concern the reports on general Obregon’s utterances to the
residents of Mexico City. This Government believes they tend to incite the populace to commit outrages in which innocent
foreigners within Mexican territory, particularly in the City of Mexico, could be involved. This Government is particularly
impressed with General Obregon’s suggestions that he would refuse to protect not only Mexicans, but foreigners, in case of
violence and that his present decree is a forerunner of others more disastrous in effect. In this condition of affairs, the
Government of the United States is informed that the City of Mexico may soon be evacuated by the Constitucionalist forces,
leaving the population without protection against whatever faction may choose to occupy it, thus shirking responsibility for what
may happen as a result of the instigation to lawlessness before and after the evacuation of the city.
The Government of the United States is led to believe that a deplorable situation has been willfully brought about by
Constitucionalist leaders to form upon the populace submission of their incredible demands and to punish the city on account of
refusal to comply wirh them. When a factional leader preys upon a starving city to comply obedience to his decrees by inciting
outrage and at the, same time uses means to prevent the city from being supplied with food, a situation is created which it is
impossible for the United States to contemplate longer with patience. Conditions have become intolerable and can no longer be
endured. The Government of the United States, therefore, desires General Obregon and Carranza to know that it has, after mature
consideration, determined... as a result of the situation for which they are responsible, Americans suffer by reason of the conduct
of the Constitucionalist forces in the City of Mexico or because they fail to provide proper protection to life and property, the
Government of the United States will hold General Obregon and General Carranza personally responsible therefor. Having
reached this determination with the greatest... the Government of the United States will take such measures as are expedient to
bring to account those who are personally responsible for what may occur”.
Pidiendo a usted, se sirva honrarme con su acuse de recibo, aprovecho la oportunidad para reiterarle, señor General, las
seguridades de mi distinguida consideración y particular aprecio.
(Firmado): J. M. Cardoso de Oliveira, Ministro del Brasil. Encargado de los Intereses Norteamericanos en México.
Al señor general Álvaro Obregón. Presente.
P. S. Los puntos suspensivos indican palabras que no están claras en el texto; se ha pedido rectificación, la que comunicaré
tan pronto como sea recibida.
El texto de la Nota del Departamento de Estado, traducido al castellano, es como sigue:
El Gobierno de los Estados Unidos ha seguido con interés creciente, las notas referentes a los actos del general Obregón, para con
los residentes de la ciudad de México.
Este Gobierno cree que dichos actos tienden a incitar al populacho a cometer atentados, en los cuales pueden ser envueltos
extranjeros inocentes, dentro del territorio mexicano, y especialmente en la ciudad de México.
Este Gobierno, está particularmente impresionado con las insinuaciones del general Obregón, de que se rehusará a proteger,
no sólo a los mexicanos, sino aun a los extranjeros, en un caso de violencia, y que su presente decreto no es sino el primero de
otros más desastrosos en efectos.
En este estado de cosas, el Gobierno de los Estados Unidos ha sido informado de que la ciudad de México será pronto
evacuada por las fuerzas constitucionalistas, dejando a la población sin protección contra cualquiera facción que pueda ocuparla,
y evadiendo, de este modo, la responsabilidad por lo que pudiera suceder, como resultado de las instigaciones a la anarquía, antes
y después de la evacuación de la ciudad.
El Gobierno de los Estados Unidos cree que tan deplorable situación ha sido creada voluntariamente por los jefes
constitucionalistas, para conseguir la sumisión del populacho a sus increíbles demandas, y para castigar a la ciudad por su
negativa a cumplirlas. Cuando un jefe de facción predica a una ciudad hambrienta, para llevarla a la obediencia de sus decretos,
incitándola al atentado, y al mismo tiempo emplea medios para impedir que la ciudad sea surtida de alimentos, crea una situación
que es imposible, para los Estados Unidos, contemplar con paciencia más tiempo.
Las condiciones han llegado a ser intolerables, y no pueden permanecer por más tiempo así.
El Gobierno de los Estados Unidos, por consecuencia, desea que los generales Obregón y Carranza sepan lo que, después de
madura consideración, se ha determinado... como un resultado de la situación de que ellos son responsables, los norteamericanos
sufren por la conducta de las fuerzas constitucionalistas en la ciudad de México, o porque no pueden suministrar la protección a
las vidas y propiedades.
El Gobierno de los Estados Unidos hace al general Obregón y al general Carranza, personalmente responsables.
Habiendo tomado esta determinación, con el más grande... el Gobierno de los Estados Unidos tomará las medidas
conducentes para traer a cuentas a los que sean personalmente responsables de lo que pueda ocurrir.
Mi contestación al señor Ministro del Brasil, fue la siguiente:
Fue recibida en este Cuartel General la atenta nota de usted, y en ella transcrita la del Gobierno de los Estados Unidos, que dirige,
por conducto de usted, a este Cuartel General.
Como todo asunto de carácter internacional no es de la competencia mía, ya transcribo dicha nota al C. Primer Jefe del
Ejército Constitucionalista y Encargado del Poder Ejecutivo, Venustiano Carranza, quien oportunamente contestará la nota
aludida.
Protesto a usted las seguridades de mi atenta consideración y particular aprecio.
México, 7 de marzo de 1915.
El General en Jefe. Álvaro Obregón.
Al señor don J. M. Cardoso de Oliveira, Ministro del Brasil y Encargado de los Intereses Americanos en México. Presente.
La nota del Gobierno norteamericano, que se deja transcrita, es una prueba de la presión que
en nuestra contra hicieron los extranjeros acaudalados de la ciudad de México, alarmados por las
medidas que se hizo de imperiosa necesidad dictar, para conjurar una situación que ellos mismos,
en consorcio con los acaudalados mexicanos, habían cooperado a crear, con su desmedida
avaricia, y que era torturadora para todo un pueblo, cuyo bienestar venía siendo sacrificado sin
piedad, en aras del supremo egoísmo de aquellos.
La citada nota norteamericana, como dice mi contestación al señor Ministro del Brasil, fue
transmitida el mismo día, por la vía telegráfica, al C. Primer Jefe, y con referencia a la misma, le
dirigí el siguiente telegrama:
México, 7 de marzo de 1915. Señor don Venustiano Carranza. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. Veracruz. A fin de que
tenga usted mayores datos para contestar la nota del Gobierno norteamericano, manifiéstole lo siguiente: Inmediatamente que se
tomó esta plaza, pusiéronse a disposición de la Cámara de Comercio y del Ayuntamiento, todos las carros necesarios para
adquirir cereales y demás artículos de primera necesidad. Posteriormente, y por acuerdo suyo, se aprobó una cantidad de
quinientos mil pesos, a fin de conjurar las necesidades más imperiosas del proletariado, nombrándose una Junta de Auxilios,
presidida por el ingeniero Pani. Viendo este Cuartel General que se necesitaban mayores recursos, decretó el impuesto
extraordinario que usted ya conoce, y la contribución al clero, que se negó a pagar, con el exclusivo objeto de aliviar las
necesidades del pueblo. Los extranjeros, por disposición de esa Superioridad, quedaron exentos de pago, negándose a pagar
también gran parte de los capitalistas mexicanos. El general Hernández fue comisionado por esta Comandancia para adquirir
cereales de Tula y San Juan del Río, proporcionándoles a las clases pobres la mayor cantidad posible de éstos. Existe aún un
fondo de más de cien mil pesos destinados a auxilios. Es inexacto que yo haya puesto obstáculos a extranjeros adinerados que
pretendieron traer cereales para expanderlos; es inexacto que yo haya excitado al pueblo para amotinarse; solamente he querido
hacer ver a los acaparadores la necesidad que tenemos de colaborar para conjurar el hambre, evitando así que el pueblo
hambriento se amotinara, en cuyo caso, no podía yo, a balazos, mitigar su hambre. La actitud de los extranjeros, con raras
excepciones, que espontáneamente han hecho su pago, ha sido perfectamente hostil a los principios humanitarios a que estamos
obligados todos los hombres entre sí. Los adinerados nacionales han cooperado muy mal, negándose también a cubrir la
contribución que, con el fin conocido, se había decretado. Éstos han sido castigados por su desobediencia. Al contestar la nota,
encarézcole recordar que estamos a su lado, la mayor parte de los mexicanos honrados, que sabremos apoyar sus decisiones,
como hasta hoy lo hemos hecho, sin que sean necesarias las ridículas protestas que ninguno de nosotros necesitamos hacer para ir
al sacrificio en el cumplimiento de nuestro deber. Salúdolo respetuosamente. General en Jefe. Álvaro Obregón.
Como una prueba elocuente de la absoluta falta de moralidad de algunos extranjeros, y sus pocos
escrúpulos para mezclarse en los asuntos políticos de este país, he querido consignar hechos que
vienen a justificar mi actitud asumida contra dichos elementos, durante la ocupación de la ciudad
de México por el Ejército de mi mando, durante el mes de febrero y la primera decena de marzo
de 1915:
Después de que el general Victoriano Huerta, violando todo principio de lealtad y de honor,
traicionó al Presidente Constitucional, don Francisco I. Madero, y al Vicepresidente, don José
María Pino Suárez, aprehendiéndolos y asesinándolos después, para declararse él Presidente de
la República; El Buen Tono, S. A., que constituye una de las industrias que en el país giran
varios millones de pesos, regenteada entonces por el extranjero Ernesto Pugibet, mandó imprimir
algunas marcas especiales, una de ellas dedicada al asesino Victoriano Huerta, de la que
tomamos una cajetilla, que figura fotografiada, con el retrato del traidor más abominable que
conoce nuestra Historia, y con la dedicatoria más servil y rastrera que pudieran haber ideado los
gerentes de esa negociación.
Algunas otras marcas especiales de la misma fábrica, estaban dedicadas a Félix Díaz,
Mondragón y otras de las fatídicas figuras del Cuartelazo de 1913.
Los gerentes de la Casa Wagner y Levien Sucrs., universalmente conocida, que gira
cuantioso capital y que en nuestro país ha hecho grandes negocios, dirigían a Mondragón,
inmediatamente después de los asesinatos de febrero, la carta que también aparece fotografiada,
siendo de llamar la atención que la misma carta, que empieza destilando inmoralidad y
servilismo, concluye ofreciendo sus tambores y cometas, subordinando todo principio de honor,
a los intereses materiales.
Y éstos son los que protestan ahora contra el Ejército Constitucionalista, que vino a derrocar
a los traidores asesinos, a quienes ellos rendían culto, y ante quienes se arrodillaban cínicamente,
para quemar incienso a sus pies; éstos son los que ahora invocan la intervención, en nombre de
una moralidad, que nunca han conocido, y pretenden, criminalmente, que ejércitos extranjeros,
con sus bayonetas y sus escuadras, vengan en defensa de sus mezquinos intereses, acrecentados
con el sudor y las vigilias de nuestro pobre pueblo.
Debo hacer una aclaración, que me sugiere mi propia observación: durante la campaña que
hice en los distintos Estados de la República, pude notar que los extranjeros residentes en ellos,
casi en su totalidad, son simpatizadores de la Revolución Constitucionalista, estableciendo esto
un contraste con el sentimiento de los extranjeros de la ciudad de México, quienes, como antes
digo, eran, casi en su totalidad, enemigos de nuestro movimiento. Esto solamente puede
explicarse como una consecuencia de la influencia del medio y las ligas que, la mayor parte de
los extranjeros negociantes en la Capital, tenían con el llamado Círculo de Amigos del General
Díaz; ligas que anteriormente se habían acostumbrado a explotar en beneficio de sus intereses
materiales, y que poco a poco habían quebrantado su moralidad.
La victoria obtenida por el coronel Martínez y los mayores Sobarzo y Siurob y el coronel
Sánchez en la batalla de Peón, fue un hecho de grande significación, que nos ponía en
condiciones de emprender con más facilidad nuestro avance al Norte.
Si Martínez hubiera sido derrotado en Peón, el enemigo, probablemente, se hubiera
posesionado de la vía hasta Tula, y entonces nuestra salida de México habría presentado mayores
dificultades.
El enemigo que atacó a nuestras fuerzas en Peón, cerca de San Juan del Río, era en número
cuatro veces mayor y, sin embargo fue derrotado. Los jefes de la columna reaccionaria derrotada,
según informaron algunos prisioneros, hechos por nuestras fuerzas, eran: Estrada, Martínez y
Martínez, de la Peña y Canuto Reyes.
Debe ser un legítimo timbre de orgullo para los jóvenes estudiantes, incorporados en el
Ejército Constitucionalista, el comportamiento de sus compañeros pertenecientes al 21.º Batallón
de Sonora, que tomaron parte en la batalla de Peón; allí tuvieron una muerte heroica el teniente
Ciro Gavito, el subteniente Isaac Águila, el subteniente Rafael Hinojosa y el subteniente Arturo
Noriega (ex-estudiantes de Puebla los tres primeros, y de México el último), a quienes fue
encomendada la defensa de uno de los puntos más peligrosos, y murieron en su puesto,
valientemente, antes que dar media vuelta ante el enemigo.
El mismo día 8, ordené al coronel Martínez que se replegara con sus infanterías hasta
estación Nopala, y al general Maycotte —quien ya había dejado de ser Gobernador y
Comandante Militar del Estado de Hidalgo, y se encontraba con su brigada de caballería en
Tula— que avanzara hasta ocupar las Estaciones Polotitlán y Cazadero, a 39 y a 29 kilómetros al
Sur de San Juan del Río, respectivamente, para quedar como vanguardia del Ejército de
Operaciones al Norte.
Para tal fecha, estaban por terminarse las reparaciones que el teniente coronel Gutiérrez
llevaba a cabo en la vía del Ferrocarril de Ometusco a Pachuca, y habíamos recibido ya algunos
pertrechos remitidos por la Primera Jefatura, por lo que empezamos a hacer nuestros preparativos
para la evacuación de la ciudad de México a fin de emprender la campaña por el centro de la
República.
Por acuerdo de la Primera Jefatura, se procedió a desarmar la maquinaria de la Fábrica
Nacional de Cartuchos para conduciría a Veracruz, comisionándose para esto al general
Benjamín Bouchez, que había sido enviado de Veracruz con tal objeto.
Ordené poner trenes especiales para conducir a Veracruz a todas las personas que querían
salir de México, a prestar sus servicios en cualquier forma, a la causa Constitucionalista, o que
sencillamente no querían quedar en territorio controlado por fuerzas enemigas.
Presté toda clase de facilidades a los enviados de las diversas Secretarías de Estado, para
transladar a Veracruz el mobiliario, personal, etc., que debían llevar de México.
Ordené que, a efecto de expeditar nuestra movilización al Norte, y evitar el bloqueo de los
patios de las estaciones del ferrocarril, empezaran a ser despachados, con destino a Pachuca, vía
Ometusco, todos los trenes de artillería; de equipo; carros con talleres de reparación de
armamento, etc., etc., para que se nos incorporaran, después, en Tula.
Hice reconcentrar en México los contingentes reclutados por las diversas oficinas de
reclutamiento, que había establecido en Veracruz, Orizaba, Puebla y otras plazas.
Nuestros heridos y enfermos fueron cuidadosamente transladados a los hospitales
previamente establecidos en Orizaba y Veracruz, haciéndose este translado bajo la inmediata
vigilancia y atención de un competente cuerpo médico, y de enfermeras de nuestro servicio
sanitario, de que era jefe el coronel Andrés G. Castro.
Para entonces, se había producido en la capital una corriente de simpatía hacia el
Constitucionalismo en las clases populares y en general entre todos los elementos conscientes,
que no habían sido corrompidos con las prebendas de la dictadura, quienes supieron apreciar mi
esforzada labor, tendiente a conjurar la espantosa miseria de que era víctima el pueblo bajo,
dándose cuenta también de la criminal oposición que a mis disposiciones, encaminadas a tal fin,
presentaban las clases privilegiadas y el clero, y esa simpatía se había revelado ya en grandiosas
manifestaciones prorrevolucionarias, organizadas por los gremios obreros.
El partido reaccionario no descansaba, y un día llegó a organizar una gran manifestación que,
tumultuosamente, se dirigía al hotel St. Francis, donde estaba instalado mi Cuartel General, para
exigirme la libertad de los frailes que estaban presos por su desobediencia a mis disposiciones;
pero el partido revolucionario obrero se dio cuenta de aquel tumulto reaccionario y
diligentemente preparó una contramanifestación. Ambos grupos se encontraron en la Alameda,
precisamente cuando los fanáticos se aproximaban al Cuartel General, y allí tuvo lugar el
choque: al grito de ¡viva la Religión y muera Juárez!, los fanáticos agredieron a los liberales;
éstos, al grito de ¡vivan Juárez y las Leyes de Reforma!, repelieron la agresión, y se trabó una
lucha entre ambos manifestantes, por espacio de más de una hora. La policía acudió a dar fin al
escándalo y fue agredida por los fanáticos, causando éstos al coronel Octavio Bertrand, jefe de la
gendarmería, una herida en el costado derecho, que interesó el hígado, una en el carrillo del
mismo lado y otra en el brazo izquierdo, con puñal, a consecuencia de las cuales murió este jefe
poco después. El coronel Bertrand, al verse herido, hizo uso de su pistola y mató a dos de sus
agresores; y al ver esta resolución, los fanáticos huyeron en distintas direcciones, disolviéndose
también la manifestación liberal. De la lucha entre los manifestantes resultaron varios heridos.
Desde aquel día, los fanáticos suspendieron sus manifestaciones, y esperaban abnegadamente
la libertad de sus sacerdotes, al ser evacuada la plaza por nuestras fuerzas.
Es de hacerse notar que cuando los clericales iniciaban ese día su manifestación, las fuerzas
del llamado Ejército Libertador del Sur emprendían simultáneamente sus asaltos sobre nuestras
posiciones en la Escuela de Tiro, San Ángel e Ixtapalapa, por lo cual era de presumirse que había
un acuerdo entre los asaltantes y los reaccionarios de la ciudad, debiendo éstos llamar nuestra
atención con su manifestación tumultuosa, para desatender nuestra defensa; pero los asaltantes
fueron rechazados en todos sus intentos, causándoles considerables pérdidas. Así fueron
castigados simultáneamente los de afuera y los de adentro, demostrándoles, una vez más, la
fuerza del Constitucionalismo con el apoyo del pueblo.
Era tan grande el entusiasmo despertado entre las clases populares en favor de la Revolución,
que si hubiéramos tenido armas suficientes, habríamos podido armar más de veinticinco mil
hombres, antes de salir de la ciudad; pero carecíamos de armamento para nuevos contingentes, y
por esta razón tuvimos que desaprovechar muchas voluntades que se ofrecían a ir a la lucha
armada en contra de la reacción. Sin embargo, nuestras filas se aumentaron con cuatro mil
hombres, que pudimos armar con igual número de armas, que me fueron remitidas por la Primera
Jefatura, y un contingente de más de cinco mil hombres desarmados; la mayor parte
pertenecientes a los gremios obreros sindicados en La Casa del Obrero Mundial, fue remitido a
Veracruz, para esperar allí ser armados, cuando llegara a aquel puerto el armamento pedido por
la Primera Jefatura a los Estados Unidos.
Un grupo de empleados de comercio, a iniciativa del señor Manuel Carbajal, se adhirió
también a nuestro movimiento; abandonando muchos de ellos muy lucrativas posiciones en casas
comerciales, bancarias, industriales, etc., de la Capital, así como a sus familias, para salir a
Veracruz a organizarse en cuerpo de combate, y después incorporarse a mi Ejército, para
cooperar en la campaña contra la reacción. Es de justicia dejar consignados, cuando menos, los
nombres de los que de ese grupo, que dio un bello ejemplo de patriotismo y abnegación, más
tarde encontraron la muerte o recibieron heridas, luchando por la causa del pueblo:
Pedro Riquelme, muerto el 14 de abril en las trincheras de Celaya; Francisco González
Vázquez, muerto el 3 de junio en estación Trinidad; Jesús T. Rodríguez, herido en estación
Trinidad; Luis Piña, herido en estación Trinidad y José Hernández, herido en estación Trinidad.
Los zapatistas, al conocer nuestra intención de evacuar la plaza de México, redoblaron sus
ataques, y cargaron sobre la vía del Ferrocarril Mexicano, para evitar que sacáramos, rumbo a
Veracruz, nuestros trenes con impedimentas, y en este esfuerzo lograron destruir un tramo de vía
cerca de estación Tepéxpam, obligando a retroceder a las fuerzas que de México habían sido
destacadas para proteger esa vía; pero después hice salir una regular columna con artillería, la
que desalojó de la vía al enemigo y restableció la comunicación.
El día 9 comuniqué órdenes al general Cesáreo Castro, para que notificara a los sacerdotes
presos que si se obstinaban en negarse a pagar la contribución que se les había señalado para la
Junta de Auxilios al Pueblo, deberían alistarse para emprender la marcha con nosotros.
Igual acuerdo fue comunicado a los comerciantes que aún permanecían arrestados.
El general Castro, al comunicar mi acuerdo a los sacerdotes, recibió de algunos de éstos la
súplica de que se les practicara un reconocimiento médico, para justificar que estaban
imposibilitados, por motivos de salud, para salir con el Ejército de Operaciones; el general
Castro accedió a aquella petición y comisionó al médico de su división, doctor Gilberto de la
Fuente, para que practicara los reconocimientos solicitados por los sacerdotes.
El doctor de la Fuente rindió el informe correspondiente, que acusaba que más de una tercera
parte de los arrestados padecía enfermedades venéreas; pero que éstas no constituían un motivo
de imposibilidad para hacer la marcha.
En vista del citado informe, ordené que fueran puestos en libertad los sacerdotes que,
materialmente, estuvieran imposibilitados para emprender la marcha, así como los que tuvieran
una edad de 60 o más años.
Los comerciantes que estaban presos ofrecieron entregar las cuotas que se les había fijado en
el decreto del día veintitrés, y fueron puestos en libertad.
Para tales fechas habían ya dejado de depender de la Jefatura de Operaciones a mi cargo las
fuerzas de los Estados de Puebla, Tlaxcala, Veracruz y Oaxaca, quedando directamente a las
órdenes de la Primera Jefatura; pues se había previsto que, al iniciar yo mi avance al centro, no
podría atender a los asuntos relacionados con dichas fuerzas, ya, que entonces toda mi atención
la requeriría la campaña contra los núcleos villistas.
El día 10, por la mañana, habían terminado ya de salir de México todas las personas y los
elementos que se dirigían al puerto de Veracruz, y el Cuartel General de mi cargo comunicó la
siguiente
ORDEN DE MARCHA PARA LA EVACUACIÓN DE LA PLAZA DE MÉXICO POR LAS FUERZAS DEL EJÉRCITO DE
OPERACIONES
El general Cesáreo Castro, con las fuerzas de su mando, y las caballerías de la brigada Triana que comanda el C. general Carlos
Martínez, emprenderá la marcha a las 3 a. m. de la mañana 11, por Atzcapotzaltongo a Toluca e Ixtlahuaca, destruyendo la vía
del ferrocarril que va de México a Toluca, y entre Toluca e Ixtlahuaca. De este último punto, marchará a incorporarse al grueso
de la División, que se encontrará entre Cazadero y Nopala, sobre la vía del Ferrocarril Central. En caso necesario, el general
Castro podrá variar esta ruta conforme a su criterio, y como lo crea más conveniente para las operaciones militares.
El C. general Gabriel Gavira, con las fuerzas a su mando, a las 5 a. m., de mañana 11, emprenderá la marcha a Ometusco,
donde permanecerá hasta recibir nuevas órdenes.
El C. general Antonio Norzagaray, con sus fuerzas y la escolta de este Cuartel General, conduciendo la mulada de la artillería,
marchará a la 1 a. m. de mañana 11, por Tacuba, a Tlalnepantla, donde se le incorporarán todos los caballos de jefes y oficiales,
para continuar la marcha en la forma que lo ordene este Cuartel General. También se le incorporarán, allí, las fuerzas de
caballería de las brigadas 1.ª y 2.ª de Infantería de Sonora.
El C. general Miguel V. Laveaga, con la 1.ª Brigada de Infantería de su mando, emprenderá la marcha mañana a la 1 a. m.,
por Tacuba, a Tlalnepantla, donde embarcará las infanterías en los trenes que estarán dispuestos, al efecto, dejando la fuerza de
caballería y los caballos de jefes y oficiales (al cuidado de asistentes), incorporados al C. general Antonio Norzagaray.
El C. general Francisco R. Manzo, con la 2.ª Brigada de Infantería de Sonora, que es a su mando, emprenderá la marcha
mañana a la 1 a. m., por Tacuba, a Tlalnepantla, procediendo allí al embarco de sus infanterías en la misma forma que la 1.ª
Brigada de Infantería, y entregando también, al igual que ésta, las caballerías y los caballos de jefes y oficiales al C. general
Antonio Norzagaray.
El C. coronel Lino Morales, con el 20.º Batallón de su mando, emprenderá la marcha a la 1 a. m., de mañana 11, a Tacuba,
para continuar a Tlalnepantla, donde se embarcará, dejando los caballos de jefes y oficiales al cuidado de asistentes, incorporados
al C. general Antonio Norzagaray.
Se recomienda a todos los jefes proveerse de buenos guías, sugiriéndoles la conveniencia de que éstos sean choferes de
taxímetros, que conocen perfectamente los caminos.
En caso de que los zapatistas ataquen alguna de nuestras actuales posiciones esta noche, el jefe respectivo deberá dar
inmediato aviso a este Cuartel General, que dictará las órdenes que sean del caso.
México, Estado del Valle, a 10 de marzo de 1915.
El General en Jefe. Álvaro Obregón.
El día 10, en la noche, la ciudad de México quedó evacuada, y emprendimos la marcha al Norte,
habiendo quedado establecidas las oficinas del Cuartel General del Ejército de Operaciones en
un tren especial que se había formado con ese objeto.
Marchaban incorporados a nosotros, y con carácter de prisioneros, en los carros que se
habían designado para el efecto, el canónigo Antonio de J. Paredes y los demás miembros del
clero que no habían pagado la contribución que se les fijó, ni justificado su imposibilidad de
salir, por causa de seria enfermedad, o por edad avanzada.
El enemigo había logrado esa noche destruir la vía del ferrocarril Mexicano adelante de la
Villa de Guadalupe, obligando a replegarse al teniente coronel Gutiérrez, que había salido con un
tren rumbo a Ometusco.
Sobre la vía que nosotros seguimos, fueron destruidos también dos pequeños puentes, antes
de llegar a estación Tlalnepantla, obligándonos a permanecer el resto de la noche en repararlos y
continuando, en la mañana, hasta Tlalnepantla, estación en que había acordado yo hacer la
reconcentración de todas las fuerzas que durante la noche evacuaron México.
La evacuación se logró hacer sin haber tenido que sufrir ningunas pérdidas, no obstante que
el enemigo estaba pendiente de todos nuestros movimientos, era en número superior a nuestras
tropas y de antemano sabía nuestra resolución de evacuar la plaza. Esto se debió, principalmente,
a la torpeza del enemigo, y en segundo término, a la eficacia con que todos los jefes ejecutaron
las órdenes transmitidas por el Cuartel General.
Las bajas que sufrimos en nuestras filas, durante el período de la ocupación de la ciudad,
fueron inferiores en número a las del enemigo; pero entre ellas se contaron algunas muy
sensibles, debiendo, de éstas, citar las de los valientes tenientes coroneles Tiburcio Morales,
Daniel Mariñelarena, José Muñoz Infante y coronel Quirino Pérez, antiguos y ameritados
revolucionarios, que murieron en la defensa de la plaza.
Hecha la reconcentración de fuerzas en Tlalnepantla, ordené el avance de los trenes, con las
infanterías, hasta estación Tula, transmitiendo órdenes al general Castro para que, con su
División de caballería, continuara por tierra hasta incorporársenos en aquella estación, adonde
siguió el tren de mi Cuartel General, llegando a Tula la noche del mismo día 11.
El día 11 se acabaron de incorporar los trenes procedentes de México y se terminaron
algunas reparaciones en la vía que corre de Tula a Pachuca.
Inmediatamente ordené que se hicieran seguir de Pachuca a Tula los trenes de artillería, que
estaban reconcentrados en Pachuca, encargando de este movimiento al teniente coronel J. L.
Gutiérrez, Jefe de Trenes Militares.
En México había quedado, con el carácter de agente confidencial de mi Cuartel General, el
señor Felipe Bertrand, quien, por todos los medios posibles, me enviaría informes sobre la
situación de la ex-capital y los movimientos del enemigo por el Sur.
Como nuestra principal base de aprovisionamiento era el Estado de Veracruz, ordené al señor
Guillermo Domínguez, que era el Proveedor General de la columna, se transladara a aquel
Estado, y procediera, desde luego, a adquirir las mayores cantidades posibles de víveres, para el
abastecimiento de nuestras tropas.
El día 13, terminó de incorporarse en Tula la División de caballería, al mando del general
Castro.
Las reparaciones a la vía del Ferrocarril Central se continuaban al Norte, y nuestras
avanzadas llegaban ya a San Juan del Río.
Cuando se iniciaba la movilización de los trenes que habían sido reconcentrados en Pachuca,
con artillería e impedimentas, se desató un continuo período de lluvias, que puso en condiciones
casi intransitables a dicha vía. Los trenes que venían en marcha se descarrilaban frecuentemente;
las máquinas de gran potencia no podían caminar por la vía, por ser ésta de riel delgado, y las
chicas remolcaban solamente unos cuantos carros, haciendo muy tardada la movilización.
Nuestra situación era muy comprometida, no habiendo sido de consecuencias debido a que el
enemigo, con el fracaso que había tenido en Peón, el día 7, se había replegado hasta Querétaro, y
no hizo ningún movimiento ofensivo sobre nosotros.
Yo había iniciado ya el movimiento de las infanterías al Norte, haciendo avanzar algunos
cuerpos hasta las estaciones de Polotitlán y Cazadero, en las que antes estuvieron destacadas las
fuerzas de nuestra vanguardia, al mando del general Maycotte.
Con muchas dificultades, por las causas indicadas, estuvieron incorporándose a Tula los
trenes con artillería e impedimentas Que se encontraban en Pachuca, habiendo sido necesario
para ello, los esfuerzos unidos de nuestros jefes de trenes, teniente coronel J. L. Gutiérrez y
mayor Paulino Fontes; así como la personal vigilancia del mayor de mi Estado Mayor Jesús M.
Garza, a quien comisioné para que se transladara a Pachuca e hiciera allí todo lo posible porque
la salida de nuestros convoyes no se demorara más, ayudando a Gutiérrez y Fontes a salvar las
dificultades que se les presentaran, con la representación del Cuartel General.
Pocos días después de habernos incorporado a Tula, acordé remitir a Veracruz a los
sacerdotes prisioneros, debido a que éstos constituían una impedimenta en nuestra columna.
Los obreros salidos de México, dispuestos a empuñar las armas en favor del
Constitucionalismo, se habían reconcentrado en Orizaba, y estaban listos para recibir
organización. Ordené al coronel Juan José Ríos, que se encontraba en Veracruz, se transladara a
Orizaba a organizar batallones con aquel contingente, y marchara a incorporarse con ellos al
Ejército de Operaciones, recogiendo entonces a todos los soldados que habían sido ya
completamente curados en los hospitales de Orizaba y Veracruz, para incorporarlos también.
Las noticias que recibíamos del Norte eran muy desconsoladoras: las defecciones se repetían
con mucha frecuencia, y en los combates librados contra los villistas habían sido nuestras fuerzas
muy desafortunadas. Al desastre del general Villarreal, en Ramos Arizpe, Coahuila, cuya
magnitud es del dominio público, se siguieron otros muchos; y, por fin, el Primer Jefe me
transcribió en clave un mensaje del general Pablo González, procedente de Tampico, en el que
decía que con motivo de los últimos fracasos sufridos en los Estados de Nuevo León y
Tamaulipas, sus tropas habían quedado de tal manera desmoralizadas, que consideraba
indispensable mandar desde luego las infanterías a Veracruz, aconsejando que éstas no fueran
utilizadas en la campaña, porque podrían sembrar la desmoralización entre las demás tropas; que
las fuerzas de caballería que le quedaban, las dividiría en guerrillas para que hostilizaran las vías
de comunicación del enemigo, y terminaba pidiendo transportes para salvar la artillería que tenía
en Tampico.
El Primer Jefe me indicaba la necesidad de activar nuestro avance al Norte, para ver si era
posible llamar la atención del enemigo que marchaba sobre Tampico.
En la frontera Norte se conservaban solamente las plazas de Agua Prieta, en Sonora, y
Laredo y Matamoros en Tamaulipas, y éstas se encontraban completamente aisladas, sin que
fuera posible auxiliarlas, para evitar que cayeran también en poder del enemigo. El puerto de
Tampico, de grandísima importancia comercial e industrial, y principalmente por ser la llave de
la rica región petrolera, y ubicación de las más importantes refinerías, de donde el enemigo podía
obtener todo el combustible que necesitara para perfeccionar su tráfico ferrocarrilero, era
defendido por un reducido número de tropas constitucionalistas, que no contaban con más
refuerzos que los que podían serles enviados de Veracruz para resistir los rudos ataques que por
El Ébano hacían los villistas. Los generales Diéguez y Murguía estaban también en condiciones
difíciles, sin poder combinar ningún movimiento con otras fuerzas, y teniendo que atenerse a sus
propios elementos para las operaciones militares que desarrollaran con los pertrechos que, por
Salina Cruz y Manzanillo, les enviaba el Primer Jefe desde Veracruz.
En tales condiciones, se hacía indispensable activar nuestro avance en el Centro, para
resolver de una vez una situación que empeoraba día a día.
Al recibir el citado mensaje del Primer Jefe, lo mostré a los generales Hill y Castro
manifestándoles la necesidad que existía de activar nuestro avance, para ver si lográbamos atraer
la atención de Villa por el centro, y así debilitar su ofensiva sobre el puerto de Tampico. Ellos
estuvieron de acuerdo, y desde luego activamos los preparativos para nuestro avance.
La situación general de nuestras fuerzas era muy desfavorable, dado que ocupaban plazas
completamente aisladas, no habiendo la posibilidad de auxiliarse o de combinar operaciones
entre sí; en tanto que Villa contaba con la red ferroviaria del Norte y del Centro de la República,
teniendo comunicadas entre sí todas las plazas que estaban en su poder, lo que le facilitaba
movilizar, en un tiempo relativamente corto, todos los elementos de que podía disponer, a un
lugar deseado.
El día 21 hice el avance hasta estación Cazadero, con la mayor parte de las infanterías y el
total de las caballerías.
En este lugar se incorporó a mi columna el general Alfredo Elizondo, con sus fuerzas,
informando que el general Joaquín Amaro se encontraba en Michoacán reconcentrando las
suyas, y que no tardaría en incorporarse también, de acuerdo con las órdenes verbales que de
México les había comunicado mi Cuartel General, por conducto del general Luis M. Hernández.
Incorporado a la columna, marchaba el general Benjamín G. Hill, con los miembros de su
Estado Mayor.
Como tuviera conocimiento de que el enemigo hacía una regular reconcentración de fuerzas
en Querétaro, creí que iniciaría su avance sobre nosotros, y como estación Cazadero, donde nos
encontrábamos acampados, ofrecía algunas ventajas para librar allí una batalla, estuve haciendo
reconocimientos en los contornos de la hacienda, y principalmente sobre el cerro alto que queda
al norte, a muy corta distancia, el cual tiene magníficos atrincheramientos naturales.
Para nosotros hubiera sido muy poco probable el éxito, si el enemigo se hubiera dado cuenta
de las dificultades que el mal estado de las vías nos estaba presentando, y las hubiera
aprovechado en su favor para hostilizarnos y atacarnos formalmente.
Aquella situación tan difícil me tenía constantemente preocupado; máxime cuando me daba
cuenta de la imperiosa necesidad que existía de activar nuestra marcha para obligar al enemigo a
distraer fuerzas de las que estaba movilizando sobre El Ébano y Tampico, tanto de San Luis
Potosí como de Monterrey, sobre Matamoros, y demás importantes plazas que aún estaban en
poder de fuerzas leales.
El día 23 recibí un parte del coronel Felipe López, jefe de uno de los batallones de juchitecos
de la brigada del general Gavira, que estaba destacado en estación Ometusco, para proteger
nuestra comunicación con Veracruz, informando que el día anterior había combatido rudamente,
desde las 11 a. m. hasta las 5 p. m., con una fuerte columna zapatista, que intentó desalojarlo de
Ometusco, para interrumpir nuestras comunicaciones, habiendo los nuestros defendido con toda
bizarría aquella estación hasta rechazar a los atacantes, y obligarlos a huir con rumbo a La Palma
y Otumba, causándoles muchas bajas. Esta acción del coronel López fue muy meritoria, tanto
porque el enemigo era en número muy superior al de sus fuerzas, como porque su victoria
permitió que pasara, sin demora, hacia nuestro campamento, un tren que venía en camino,
procedente de Veracruz, conduciendo pertrechos para nuestras fuerzas, a cargo del coronel
Alfredo Murillo, a quien había despachado yo de Tula con aquella comisión.
El día 24, y después de haber explorado hasta la hacienda El Sauz, adelante de San Juan del
Río, emprendimos nuestra marcha, acampando ese mismo día en San Juan del Río.
El día 25 salí en compañía de los generales Hill, Maycotte y Novoa y otros jefes de alta
graduación, a practicar un reconocimiento en el valle que está al norte de San Juan del Río, con
objeto de elegir un sitio apropiado para presentar combate, pues las noticias que obteníamos de
nuestro servicio de espionaje, aunque contradictorias, hacían suponer que ya el enemigo no
tardaría en presentar una batalla formal, y todos los días se registraban escaramuzas de mayor o
menor importancia, entre las avanzadas enemigas y las nuestras.
En Orizaba, continuaba la organización de los obreros, labor encomendada a los coroneles
Juan José Ríos e Ignacio C. Enríquez.
El gran puente de fierro del ferrocarril Central, adelante de San Juan del Río, había sido
destruido por el enemigo, y tuvimos que emprender su reconstrucción. Estos trabajos se llevaban
a cabo con toda actividad, de día y de noche, por nuestros campos de puenteros, a las órdenes del
señor J. P. Kafranish.
Nuestros convoyes llegaban ese día a estación La Griega, deteniéndose allí, mientras quedaba
reparado un pequeño tramo de vía que estaba destruido, para seguir hasta Querétaro, lo que se
efectuó al día siguiente.
El día 2 de abril, el señor teniente coronel y doctor José Siurob, otorgó ante mí, como Jefe
del Ejército de Operaciones, con todas las formalidades de ley, su protesta como Gobernador del
Estado de Querétaro, nombrado por acuerdo de la Primera Jefatura, acto que se efectuó en el
Palacio de Gobierno, con asistencia de muchos generales, jefes y oficiales de la columna que
ocupó la ciudad.
El día 3 continuamos nuestro avance, llegando a Celaya el día 4, con las infanterías, la
artillería y la brigada de caballería del general Maycotte; el resto de las caballerías había sido
dividido en dos columnas: una, al mando de los generales Alejo G. González y Alfredo Elizondo,
fuerte en cerca de dos mil hombres, destacada sobre la plaza de Acámbaro, Michoacán, y la otra,
al mando de los generales Porfirio G. González y Jesús S. Novoa, destacada por nuestra derecha,
para ocupar la plaza de Dolores Hidalgo; columnas que salieron de Apaseo el día 4, poco
después de haber ocupado dicha plaza nuestras fuerzas, derrotando al enemigo en un ligero
combate sostenido allí.
De Celaya hice avanzar inmediatamente la brigada de caballería del general Maycotte, hasta
estación Guaje, 18 kilómetros al Norte, sobre la vía del Central.
El día 6 principiaron las batallas de que se da cuenta en los partes que se copian a
continuación, rendidos por mí a la Primera Jefatura del Ejército Constitucionalista, al terminar
esos combates:
PARTE OFICIAL DE LA BATALLA DE CELAYA, DEL 6 AL 7 DE ABRIL DE 1915
Tengo el honor de informar a usted que, en cumplimiento de sus superiores órdenes, la noche del día 10 de marzo del año actual,
el Ejército de Operaciones, que me honro en comandar, hizo su salida de la ciudad de México para emprender la campaña contra
los reaccionarios en el Centro y Norte de la República, habiendo llegado a la ciudad de Tula, Estado de Hidalgo, la noche del día
siguiente, lugar donde quedó establecido el Cuartel General, para hacer allí la reconcentración de todas las fuerzas e
impedimentas, teniendo a la vanguardia los batallones 1.º y 21.º de Sonora, comandados, respectivamente, por los CC. coronel
Eugenio Martínez y teniente coronel J. Manuel Sobarzo, y la brigada de caballería del C. general Fortunato Maycotte, cuyas
fuerzas, con anterioridad, habían consolidado la posesión del territorio hasta San Juan del Río, Querétaro, tras de reñidos
combates con el enemigo, en Huichapam y en el kilómetro 169, que libraron los dos batallones citados, con la cooperación de las
fuerzas del C. general Gonzalo Novoa, que guarnecían la ciudad de Tula. La reconcentración terminó de hacerse el día 22 del
mismo mes, en cuya fecha el Cuartel General se transladó a estación Cazadero, 82 kilómetros al Norte de Tula, adonde ya habían
sido movilizadas las infanterías y la artillería. De ese punto se emprendió la marcha el día 25, a San Juan del Río, llegando a esta
última población el mismo día, y allí se hizo la reconcentración final de fuerzas, emprendiendo el avance sobre Querétaro el día
30. Tras de algunos tiroteos con el enemigo, que fue obligado a retroceder, la ciudad de Querétaro fue ocupada por nuestras
fuerzas el día 31, permaneciendo allí hasta el día 3 de abril, fecha en que continuamos la marcha al norte, llegando a Celaya el día
4, después de derrotar al enemigo en un ligero combate sostenido en Apaseo. De Celaya avanzó nuestra vanguardia, al mando del
C. general Fortunato Maycotte, hasta estación Guaje, a 18 kilómetros al Norte, sobre la vía del Central. Al siguiente día —5 de
abril—, tuve conocimiento de que una columna enemiga, mandada por Francisco Villa, emprendía un avance al sur de Irapuato,
aproximándose a nuestra vanguardia. Inmediatamente procedí a hacer un reconocimiento topográfico de los contornos de Celaya,
y ordené al C. general Cesáreo Castro, jefe de la división de caballería, para que, a su vez, lo hiciera con el general Maycotte, que
si la columna enemiga era poderosa, no presentara combate y retrocediera hasta incorporarse a Celaya, donde yo me encontraba
con el grueso del Ejército, recomendándole, a la vez, que cada cuatro horas rindiera parte de novedades al Cuartel General. El día
6, a las diez de la mañana, recibí un parte del general Castro, reproduciendo el que a él habíale rendido el general Maycotte,
relativo a que tres poderosas columnas lo atacaban, y que su situación era muy comprometida. En seguida ordené al C. general
Benjamín G. Hill, jefe de la 1.ª División del Noroeste, alistar un tren para embarcar 1 500 infantes, y al general Martín Triana,
salir con sus fuerzas y los regimientos de los coroneles Juan Torres, Cirilo Elizalde y Vidal Silva, sobre la vía del ferrocarril, al
Guaje. Con el tren de infantería salí personalmente a las 12 m., para dar auxilio al general Maycotte, y darme cuenta aproximada
del efectivo del enemigo. Habíamos caminado 10 kilómetros, cuando empezamos a encontrar nuestras fuerzas de caballería de la
vanguardia, batiéndose en retirada, casi envueltas por dos columnas enemigas, que cargaban por los flancos, informándome que
el general Maycotte estaba sitiado en Guaje; hice entonces avanzar más el tren, ordenando al maquinista que diera algunos
pitazos, para denunciar nuestra presencia al enemigo que sitiaba al general Maycotte.
El enemigo, al darse cuenta de la llegada de nuestro tren, abandonó las posiciones que tenía y se abalanzó sobre nosotros,
permitiendo, así, que las fuerzas sitiadas salieran por el flanco derecho y empezaran a batirse en retirada también, rumbo al
campamento en Celaya. Ordené que nuestro tren retrocediera con igual velocidad que la que el enemigo traía, con el fin de que
éste continuara teniendo la esperanza de apoderarse de él, y de este modo, hacer más fácil la reconcentración de nuestras tropas a
Celaya, cosa que se logró a las 4 p. m. Entretanto, el general Hill, a quien habíale ordenado preparar toda la columna de infantería
y artillería para protegernos, en caso necesario, al darse cuenta de que nos reconcentrábamos al campamento, ordenó a las
infanterías el dispositivo de combate.
Inmediatamente comuniqué órdenes al general Hill para que dispusiera la colocación de las infanterías en la forma siguiente:
Por el frente, desde la vía del ferrocarril hacia la izquierda, los batallones 8.º, 10.º, 4.º, 2.º y 1.º de Sonora; por la derecha, los
batallones 9.º, 21.º, 17.º, 22.º, 20.º y 15.º de Sonora, lo que se efectuó desde luego, tomando posiciones en los bordes de las
labores de cultivo que existen en ese rumbo. Al coronel Kloss, jefe de la artillería, ordené que emplazara sus piezas, también al
frente, un poco a la retaguardia de las posiciones de la infantería. Igualmente comuniqué órdenes al general Triana, para que, con
las fuerzas de su mando y los regimientos de caballería que comandan los CC. coroneles Torres, Silva y Elizalde, tomara también
posiciones, lo que efectuó, colocando el 1.º y 2.º regimientos de su brigada y el 4.º de la brigada Antúnez, en las posiciones que
ocupaba nuestra artillería; el 5.º regimiento a las órdenes del coronel Elizalde, un poco a la izquierda de la fábrica La
Internacional, y el 1.º de la brigada Antúnez, comandado por el coronel Torres, a la derecha de las posiciones de la infantería.
Entretanto, el combate se había generalizado por todo el frente, haciéndose cada vez más reñido, especialmente en el arma de
artillería, pues la nuestra y la del enemigo entablaban un duelo reñidísimo.
Al general Castro ordené que reconcentrara las caballerías de que podía disponer, dentro de la ciudad, y poner la caballada en
descanso, en lugares convenientes, mientras que con los soldados, cubrir en nuestro flanco izquierdo de nuestra retaguardia, la
parte del círculo de defensa que quedaba descubierta. También le ordené que enviara dos correos a comunicar órdenes a los
generales Alejo G. González y Alfredo Elizondo, para que se incorporaran inmediatamente con sus columnas de caballería, con
que ese mismo día habían ocupado Acámbaro; y otro correo, sobre la vía del ferrocarril que va a San Luis, para comunicar
iguales órdenes al general Porfirio G. González, que marchaba en aquella dirección con una columna de 1 500 dragones.
La infantería enemiga se posesionaba de los bordes que quedan al frente de los que ocuparon nuestros infantes, y la caballería
villista cargaba impetuosamente sobre nuestras posiciones, estrellándose en cada uno de sus intentos. Así se prolongó la lucha,
durante toda la tarde, siendo cada vez más desesperada; continuando también durante la noche el nutrido fuego de fusilería,
ametralladoras y cañones, sin que lograra el enemigo desalojar de su puesto a uno solo de nuestros soldados.
Cuando amaneció, podía verse el campo por donde el enemigo daba sus cargas, literalmente sembrado de cadáveres, y los
caballos muertos constituían ya un obstáculo para continuar sus cargas; sin embargo, desde las 6 a. m., el enemigo, con nuevos
bríos, emprendió una serie de cargas de caballería, sin dar tregua a nuestros soldados, que sin haber sido relevados, continuaban
inquebrantables en sus posiciones. La artillería enemiga, que se componía de doce cañones, seguía batiendo las posiciones de los
nuestros con la misma energía que el día anterior. La nuestra había tenido que reconcentrarse a la ciudad, para reparar algunos
desperfectos sufridos por su continuo disparar. A las nueve de la mañana de ese mismo día (7), seguido de mi Estado Mayor, me
transladé a la línea de fuego del frente, cuando el combate se hacía más desesperado, para darme cuenta exacta de la situación.
Había llegado al lugar donde tenía su cuartel el general Manzo, en momentos en que éste recibía parte de que los batallones 8.º,
9.º, 17.º y 22.º y parte del 21.º, empezaban a abandonar sus posiciones por habérseles agotado por completo el parque. El
espectáculo era doloroso y desesperante; nuestros heroicos soldados exponían la suerte de la batalla y su propia vida,
abandonando sus posiciones para ir en busca de cartuchos, agotados por el incesante fuego que habían tenido que contrarrestar
durante toda la noche y esa mañana. Inmediatamente di órdenes a los miembros de mi Estado Mayor para que, con toda
actividad, se hiciera llegar parque del depósito de reserva, a la línea de fuego y se movilizaran el 15.º Batallón de Sonora, que
ocupaba nuestra extrema derecha, bajo las órdenes de su comandante, C. coronel Severiano Talamante, y las fuerzas que
comanda el C. coronel Cirilo Elizalde, para cubrir la línea abandonada. Pedí en seguida un trompeta, habiéndoseme
proporcionado uno del 9.º Batallón, Jesús Martínez, que sólo cuenta 10 años de edad, único que pudo conseguirse en aquellos
momentos, y, con él, me transladé a las posiciones de defensa que, para aquellos momentos, habían quedado casi por completo
abandonadas, y ordené al trompeta que tocara diana; éste obedeció inmediatamente, desorientando con ello al enemigo, que
contuvo su avance y empezó a tomar precauciones, creyendo que aquella retirada obedecía a un plan estratégico para hacerlos
acercar a nuestra línea, la que conceptuaban quizá más fuerte. Mientra el niño continuaba tocando diana, recorría yo la línea
distribuyendo los pocos soldados que quedaban, quienes repelían con sus fuegos los del enemigo. Hice avanzar una fracción del
17.º Batallón, al mando del teniente coronel Fernando F. Félix y al coronel Talamante, que en esos momentos se presentaba con
el 15.º Batallón, y en media hora nuestra línea quedó tan fuerte como lo había estado antes. Al mismo tiempo, llegaba el parque
pedido, y los soldados llenaron de nuevo sus cananas y volvieron a ocupar sus posiciones, llenos de entusiasmo y con el mismo
inquebrantable ánimo que los caracteriza.
Dispuse que el general Castro alistara todas sus caballerías, inclusive las de los generales Alejo G. González y Alfredo
Elizondo, que acababan de incorporarse, para efectuar un movimiento envolvente por ambos flancos; y cuando el general Castro
recibió esta orden, ya él había determinado hacer avanzar sobre el flanco derecho del enemigo, las brigadas de los generales
Fortunato Maycotte, Jesús S. Novoa y Alfredo Elizondo. Entonces ordené que la caballería del general González hiciera el
movimiento sobre el flanco izquierdo. Esos movimientos, efectuados con toda rapidez y energía, eran el comienzo de nuestra
ofensiva contra las posiciones del enemigo, y desde la 1 p. m., en que empezaron a desarrollarse, nuestras caballerías, con sus
respectivos jefes al frente, cargaban sobre los villistas con los bríos que siempre los han distinguido, lo cual hizo que el enemigo
empezara a batirse desesperadamente en retirada; y si en esta vez logró salvar su artillería, fue debido al desconocimiento, por
parte de nuestros jefes, del terreno en que hicieron la persecución, pues el valle que nuestras caballerías recorrieron, está cruzado
en distintas direcciones, por un sinnúmero de canales y acequias de irrigación, que favorecieron a los traidores en su precipitada
fuga. La persecución se prolongó hasta las 6 p. m., en una distancia de 15 kilómetros, de donde nuestras caballerías regresaron,
porque la noche que cerraba ya les impedía continuar sus movimientos.
Las pérdidas sufridas por el enemigo son de gran consideración, pues en el campo que ocupó fueron contados más de 1 800
muertos; se les capturaron poco más de 500 prisioneros, gran número de armas, caballos y municiones, tanto de fusil como para
cañones, y estimo que el número de heridos que sufrió debe ser mayor de 3 000, pues en su retirada hacia el Norte, ocuparon con
ellos cinco trenes. Entre los muertos del enemigo se encuentra el llamado general Agustín Estrada.
Por nuestra parte, tenemos que lamentar la muerte de los coroneles Alfredo Murillo, jefe del 17.º Batallón de Sonora, y
Tomás Estrada, jefe del 8.º Batallón de Sonora, y mayores Arturo Gutiérrez y José Ángel Guerra, de la brigada Regional de
Coahuila, que comanda el C. general Alejo G. González, y 27 oficiales y 526 de tropa; y heridos, los coroneles Eugenio
Martínez, jefe del primer Batallón de Sonora, y Paz V. Faz, de la brigada Maycotte; mayores Roque Chávez, del 10.º Batallón;
Dolores Guarizapa, del 15.º, y Abelardo Rodríguez, del 4.º, y 20 oficiales y 340 de tropa, conforme al pormenor adjunto.
Paréceme inútil hacer especial mención de los generales, jefes y oficiales que se distinguieron en esta batalla, pues todos, por
igual, estuvieron a la altura de su deber, desplegando actividad, energía y valor, como han sabido hacerlo siempre.
Permítome reiterarle, en mi nombre, y en el del valiente Ejército de Operaciones, que me honro en comandar, nuestras
felicitaciones muy sinceras por el triunfo obtenido, protestándole las seguridades de mi respetuosa consideración y
subordinación. Constitución y Reformas. Celaya, Guanajuato, a 10 de abril de 1915. El General en Jefe. Álvaro Obregón.
RELACIÓN DE LOS CC. JEFES Y OFICIALES MUERTOS EN LA BATALLA DE CELAYA, DEL 6 AL 7 DE ABRIL DE
1915
Muertos
Coronel Alfredo Murillo del 17.º Batallón de Sonora.
Coronel Tomás F. Estrada del 8.º Batallón de Sonora.
Mayor Arturo Gutiérrez de la Brigada Regional de Coahuila.
Mayor José Ángel Guerra de la Brigada Regional de Coahuila.
Capitán 1.º Rafael Gaxiola del 4.º Batallón de Sonora.
Capitán 1.º José Méndez de la Brigada Maycotte.
Capitán 1.º Alfredo Elizondo de la Brigada Maycotte.
Capitán 2.º Manuel Guzmán del 9.º Batallón de Sonora.
Capitán 2.º J. Antonio Torres de la Brigada Maycotte.
Capitán 2.º Guillermo González de la Brigada Maycotte.
Teniente Anacleto García del 21.º Batallón de Sonora.
Teniente Narciso Ontiveros del 21.º Batallón de Sonora.
Teniente Pablo Rojas del Regimiento Coronel Vidal Silva.
Teniente José de los Santos del Regimiento Coronel Vidal Silva.
Teniente Basilio Flores de la Brigada Maycotte.
Teniente Agustín Hernández García de la Brigada Maycotte.
Teniente Víctor D. Luna de la Brigada Maycotte.
Teniente Enrique P. Toledo de la Brigada Maycotte.
Teniente Ricardo Peimbert de la Brigada Maycotte.
Subteniente Juan Chávez del 21.º Batallón de Sonora.
Subteniente Fortino Hernández del 21.º Batallón de Sonora.
Subteniente Antonio Fernández del 8.º Batallón de Sonora.
Subteniente Jesús Piña del 8.º Batallón de Sonora.
Subteniente José B. Rubio del Regimiento Coronel Juan Torres.
Subteniente Raúl L. Alarcón del Regimiento Coronel Juan Torres.
Subteniente Lucas Muñoz de la Brigada Maycotte.
Subteniente Antonio F. Lozano de la Brigada Maycotte.
Subteniente Ángel Gómez de la Brigada Maycotte.
Subteniente Álvaro Aragón de la Brigada Maycotte.
Subteniente Enrique Careaga de la Brigada Maycotte.
Subteniente Jacinto Domínguez de la Brigada Maycotte.
Heridos
Coronel Eugenio Martínez del 1.er Batallón de Sonora.
Coronel Paz V. Faz de la Brigada Maycotte.
Mayor Roque Chávez del 10.º Batallón de Sonora.
Mayor Dolores Guarizapa del 15.º Batallón de Sonora.
Mayor Abelardo Rodríguez del 4.º Batallón de Sonora.
Capitán 1.º Doroteo Vega del 10.º Batallón de Sonora.
Capitán 1.º Joaquín Valencia del 20.º Batallón de Sonora.
Capitán 1.º José Córdoba Valdés del 9.º Batallón de Sonora.
Capitán 2.º Valentín Ontiveros del 21.º Batallón de Sonora.
Capitán 2.º Lauro Hernández del 1.er Batallón de Sonora.
Capitán 2.º Felipe Barreda del 8.º Batallón de Sonora.
Capitán 2.º Aureliano Guerrero del Estado Mayor del General Manzo.
Capitán 2.º Miguel Valle del Estado Mayor del General Hill.
Capitán 2.º Alfonso Ochoa de la Brigada Maycotte.
Teniente Manuel R. Ávalos del 2.º Batallón de Sonora.
Teniente Luis Sarmiento de la Brigada Regional de Coahuila.
Subteniente Arnulfo Serrano del Regimiento Coronel Júan Torres.
Subteniente Clodoveo Moguel del 21.º Batallón de Sonora.
Subteniente Cecilio Vega del 2.º Batallón de Sonora.
Subteniente David Mora del 8.º Batallón de Sonora.
Subteniente Daniel Martínez del 22.º Batallón de Sonora.
Subteniente Lauro Aguirre del 9.º Batallón de Sonora.
Subteniente José González del 17.º Batallón de Sonora.
Subteniente Juan González de la Brigada Maycotte.
Subteniente Miguel Pinzón de la Brigada Maycotte.
PORMENOR DE LOS INDIVIDUOS DE TROPA MUERTOS Y HERIDOS EN LA BATALLA DE CELAYA, DEL 6 AL 7
DE ABRIL DE 1915
Brigada Maycotte 302 muertos y 137 heridos.
Escolta del general Castro 78 muertos.
Brigada Regional de Coahuila 8 muertos y 21 heridos.
Regimiento Coronel Juan Torres 23 muertos y 7 heridos.
Brigada General Martín Triana 6 muertos y 1 herido.
Regimiento Coronel Vidal Silva 4 muertos y 1 herido.
Regimiento Coronel Cirilo Elizalde 13 muertos y 1 herido.
Brigada General Elizondo 10 muertos y 4 heridos.
Artillería Expedicionaria 7 muertos y 8 heridos.
Cuerpo del Mayor Zertuche 1 herido.
1.er Batallón de Sonora 4 muertos y 15 heridos.
2.º Batallón de Sonora 3 muertos y 11 heridos.
4.º Batallón de Sonora 2 muertos y 4 heridos.
8.º Batallón de Sonora 21 muertos y 15 heridos.
9.º Batallón de Sonora 13 muertos y 25 heridos.
10.º Batallón de Sonora 8 muertos y 12 heridos.
15.º Batallón de Sonora 2 muertos y 4 heridos.
17.º Batallón de Sonora 8 muertos y 24 heridos.
20.º Batallón de Sonora 0 muertos y 6 heridos.
21.º Batallón de Sonora 12 muertos y 21 heridos.
22.º Batallón de Sonora 2 muertos.
Total de bajas
9 jefes.
47 oficiales.
866 elementos de tropa.
Total: 922.
SE INICIA EL COMBATE
A las 5 de la tarde se dejó oír un pequeño tiroteo al frente de las posiciones que ocupaba la 1.ª Brigada de Infantería, cesando al
poco rato. A las 6 se abrió el fuego de fusilería por nuestro frente, y luego el de artillería, que se generalizó en unos cuantos
minutos, entrando en acción todos los cañones del enemigo y todos los nuestros.
El combate se hizo, desde luego, muy reñido, y con rapidez fue extendiéndose por nuestros flancos, y para las nueve de la
noche abarcaba una zona, aproximadamente, de 12 kilómetros.
El enemigo continuaba su avance por nuestros flancos, estableciendo un verdadero sitio, pues ya era atacada, en parte, nuestra
retaguardia, y había logrado colocarse, para las 12 p. m., hasta el puente del camino carretero que conduce a Apaseo, con el
propósito, según declaraciones que después hicieron algunos prisioneros, de cerrar, en caso dado, nuestra salida, y con la
consigna de no interceptar la vía telegráfica ni la del ferrocarril, halagándonos en esta forma para una retirada. Los reaccionarios
quisieron aprovechar la noche para sus asaltos, y no cesaron de darlos con más o menos energía, sobre casi todas nuestras
posiciones, siendo siempre rechazados con grandes pérdidas. La artillería continuaba funcionando sin cesar, y al amanecer del día
14 los asaltos eran continuos en toda la línea de defensa, y el fuego, tanto de fusilería como de artillería, continuaba siendo
nutridísimo. El enemigo, amparado por la noche, logró avanzar en su línea de ataque, y al amanecer, se encontraba en posiciones
distantes entre 400 y 500 metros de las nuestras, y como el terreno es perfectamente plano y desprovisto de árboles que pudieran
ocultar a los combatientes, la lucha era desesperada, no obstante lo cual nuestros soldados no retrocedían un solo paso, y el
enemigo no lograba tomar ninguna de nuestras posiciones. A las 5 a. m. mandé que la escolta de este Cuartel General y la del C.
general Benjamín G. Hill, comandada esta última por el C. mayor Doroteo Urrea y ambas bajo las órdenes del C. teniente coronel
Lorenzo Muñoz, de mi Estado Mayor, fueran a reforzar las posiciones ocupadas por el 3. er Batallón Rojo de la brigada que
comandaba d C. general Ríos, donde se combatía tenazmente desde las primeras horas de la madrugada.
Durante la mañana de ese día, en que se siguió combatiendo encarnizadamente a nuestros flancos, en algunos trechos de
nuestra retaguardia y muy especialmente al frente, ordené a todos los jefes dependientes de este Cuartel General, y por conducto
del C. general Hill, a los de las infanterías de la 1.ª División de su mando, que para las doce de ese mismo día enviaran una nota
al Cuartel General, informando de las condiciones que para esa hora guardaran sus respectivas tropas, y si en el concepto de que
el combate continuara tan reñido como hasta entonces; podrían sostenerse hasta las 7 a. m. del día siguiente, hora en que las
caballerías deberían emprender el ataque sobre los flancos enemigos, dado que tenía el propósito de movilizarse en la mañana del
15. De todos obtuve contestación, en el sentido de que el ánimo de nuestros soldados era excelente, y de que, a su juicio, podrían
continuar luchando en las mismas condiciones, aún más del tiempo que yo había señalado.
A las 12 m., tuve una conferencia telegráfica con el C. general Cesáreo Castro, manifestándole que deseaba dar la carga de
caballería hasta el día siguiente, a fin de que el enemigo, sin notar en todo este tiempo ningún movimiento nuestro, nos creyera
perdidos, sujetos a una defensiva desesperada, e hiciera entrar a su línea de fuego todas sus reservas, con lo que nos pondría en
condiciones de que su desastre fuera completo. El general Castro estuvo de acuerdo con mi plan, y me manifestó que, por
encontrarse enfermo, no podría venir al frente de las fuerzas de caballería. Le ordené entonces que el general Fortunato Maycotte
se hiciera cargo de ellas.
Como a la 1 p. m. el oficial que estaba encargado del teléfono me dio parte de que Francisco Villa, desde la hacienda de
Trojes, pretendía hablar por teléfono conmigo, a lo que di una breve y enérgica contestación, que debe haber desconcertado al
bandolero. El oficial transmitió desde luego mi respuesta.
Toda la columna de caballería se encontraba tendida a lo largo del camino, desde Apaseo hacia Celaya, apoyando su
vanguardia a la altura del kilómetro 285 del Ferrocarril Central. Di por teléfono órdenes al C. general Maycotte, así como al C.
general Martín Triana, para que al obscurecer emprendieran su avance, sin hacer caso del enemigo que pudiera quedar a la
retaguardia. La caballería avanzó hasta la fábrica La Favorita, situada en el lugar de donde parte la vía del ferrocarril a Empalme
González. A las once de esa noche hablé personalmente con el general Maycotte y con los generales Triana, Alejo G. González,
Jesús S. Novoa y Porfirio G. González que mandaban las fuerzas de caballería, ordenándole, al primero, que con todas ellas
emprendiera al amanecer un avance sobre el flanco izquierdo del enemigo.
Entretanto, el combate continuaba con mayor encarnizamiento por el frente y por el flanco que cubrían las fuerzas de los
generales Amaro, Espinosa y Laveaga, continuando también, sin cesar, el fuego de la artillería.
A las cuatro de la mañana del 15, di órdenes a los generales Amaro, Norzagaray, Jaimes y Gavira para que, al amanecer,
hicieran con sus fuerzas un movimiento envolvente sobre el ala derecha enemiga, donde los reaccionarios, en número de 6 000
hombres, aproximadamente, habían tomado magníficas posiciones en las márgenes del río La Laja. La escolta de este Cuartel
General y la del C. general Hill fueron a cubrir las posiciones que a nuestra retaguardia dejaban descubiertas las fuerzas que
harían ese movimiento, y entretanto, las fracciones de las brigadas Gavira y Guillermo Prieto, el Batallón de Ferrocarrileros y las
demás que se habían dejado de reserva, habían tomado, a su vez, posiciones en los lugares que se les designó para reforzar a
nuestros combatientes.
En la mañana de ese mismo día (15), ordené al general Hill que dispusiera que los generales Ríos y Manzo, con sus fuerzas
de infantería, hicieran una conversión en la línea de defensa de nuestro flanco derecho, apoyando su movimiento en la columna
de caballería que cargaba sobre el izquierdo enemigo, a fin de flanquear las infanterías villistas, que se encontraban posesionadas
de magníficos bordes; disponiendo, también, que nuestras infanterías del frente estuvieran enteramente listas para echarse sobre
las posiciones del enemigo, inmediatamente que las que flanqueaban a la derecha cargaran sobre las mismas posiciones. Al
general Laveaga di orden para que, dejando la mitad de sus tropas en las mismas posiciones que ocupaban, cubriera el flanco
derecho de las que hacían el movimiento envolvente sobre el río de La Laja, y que, con el resto de sus tropas, secundara el
movimiento de avance por el frente. Desde que comenzaron a efectuarse estos movimientos, el combate entró en un período
interesantísimo: Las caballerías habían desalojado al enemigo que ocupaba la hacienda de Higueras, después de una hora de
combate, haciéndole 25 muertos, y proseguía su avance por la hacienda de Burgos, donde de nuevo entraba en contacto con los
reaccionarios que extendían sus líneas desde el pueblo de Guaje hasta la hacienda de Crespo. Avanzaba por el frente de la
caballería el general Alejo G. González con sus fuerzas; a su derecha el general Porfirio G. González con las suyas, y el general
Jesús S. Novoa, con las de su mando, por la izquierda, siguiéndolas las brigadas de los generales Maycotte y Triana. Las
infanterías habían avanzado ya a la altura de la hacienda de Burgos; y en contacto con las caballerías, se extendían en tiradores
los batallones 4.º y 9.º de Sonora, siguiéndolos el 17.º, el 8.º, el 21.º y las demás fuerzas que forman las brigadas 2.ª y 3.ª de
Infantería de la 1.ª División del Noroeste. Acompañado del C. general Francisco R. Serrano, jefe de mi Estado Mayor, del
teniente coronel Jesús M. Garza, de los capitanes Alberto G. Montaña, Rafael T. Villagrán, Cecilio López y Rafael Valdés, y de
los subtenientes Arturo Saracho y Enrique Garza, me encontraba en la línea de fuego del frente, y ordene el avance simultáneo de
las infanterías, incluyendo el 20.º Batallón de Sonora, que estaba al frente y el 4.º, y dos compañías del 9.º que habían quedado de
reserva, poniéndome al frente de ellas. El enemigo hacía esfuerzos inauditos por conservar sus posiciones, que eran
vigorosamente atacadas por el frente y por su flanco izquierdo. Nuestra infantería, diseminada por los trigales, continuaba
resueltamente su avance, lanzándose sobre las posiciones ocupadas por el enemigo, y que por asalto fueron tomando una a una, a
pesar de la inútil desesperación con que se batían los reaccionarios. Las caballerías, entretanto, habían tomado ya el primer grupo
de prisioneros villistas en número de 200, y parte de ellas, mandadas por el C. general Alejo G. González, habían avanzado ya
hasta la hacienda de Crespo, a la retaguardia de la infantería enemiga, que se batía en retirada rumbo a Guaje. El general Hill, con
su Estado Mayor, estuvo también al frente de las infanterías en esta fase de la lucha.
El movimiento sobre el ala derecha de los traidores había comenzado a efectuarse desde las 10 a. m., asaltando los nuestros
las posiciones que tenían en la hacienda de Trojes y en el río La Laja. En esa lucha tomaban parte poco más de 9 000 hombres, y
la desesperación con que el enemigo pretendía conservar sus posiciones y el vigoroso empuje de los nuestros, hacían que el
combate fuera en extremo reñido e interesante.
Para la una de la tarde, las fuerzas de los generales Amaro, Espinosa, Norzagaray y demás que componían la columna que
cargaba por ese lado, habían logrado desalojar del río a los villistas, haciéndolos reconcentrarse en la hacienda de las Trojes,
donde el combate continuaba reñido.
Por el frente y el ala derecha del enemigo, para la 1:30 de la tarde, los reaccionarios habían sido arrancados de sus posiciones
y acallados los fuegos de su artillería, que poco a poco habían ido abandonando, y el enemigo continuaba batiéndose en retirada,
resultándole inútiles todos sus esfuerzos para contrarrestar el avance de los nuestros, pues a las dos de la tarde, el campo había
quedado en nuestro poder y todas las infanterías enemigas habían caído prisioneras, mientras que nuestra caballería continuaba en
la persecución de la enemiga y de los trenes villistas que retrocedían rápidamente a Salamanca.
Como el enemigo que se replegó a la hacienda de Trojes se había hecho fuerte en las casas de la misma, ignorando quizás el
descalabro de Villa, ordené al general Serrano que levantara parte de las fuerzas que seguían en nuestras posiciones de la
izquierda, y con ellas fuera a reforzar a los que atacaban la hacienda. El general Serrano marchó con el 10.º Batallón, a las 3 p. m.
(mandado dicho batallón por el C. coronel Guillermo Chávez), hora en que los reaccionarios se retiraban de Trojes, y les dio
alcance en la hacienda de Jofre, donde se incorporó el general Laveaga con su escolta y el 15.º Batallón, a las órdenes del C.
coronel Severiano A. Talamante. El enemigo ganaba rápidamente el cerro que queda en aquella dirección, batiéndose en retirada,
perseguido por los nuestros, que le hicieron 42 prisioneros y algunos muertos, y lo obligaron a abandonar nueve piezas de
artillería con su correspondiente dotación de municiones. Por su parte, el 1. er Batallón de Sonora, que había hecho un movimiento
también en dirección del cerro, recogió tres cañones con sus armones respectivos, que el enemigo había abandonado en su huida.
La persecución, por el frente, se prolongó hasta las seis de la tarde, habiéndose suspendido a esa hora, en estación Guaje, porque
la noche impedía los movimientos que la caballería hubiera debido efectuar. Durante esta persecución, el general Maycotte, con
sus fuerzas, logró flanquear los trenes villistas, sin poder obstruir la vía, porque algunas acequias inmediatas le impidieron el
rápido paso; pero al hallarse en los flancos de los trenes, abrió el fuego nutrido sobre ellos, haciendo descuajarse a la tropa de los
traidores, que iba en el techo y en los estribos de los carros, causando, seguramente, muchas bajas en el interior de ellos.
A las 7 p. m., terminaba también el combate con los fugitivos que pasaron por la hacienda de Jofre, habiendo sido diezmados
y dispersados completamente.
El número total de cañones capturados al enemigo fue de 32, todos de grueso calibre, en perfecto estado y con sus
correspondientes cofres y dotación de granadas; se les capturaron, también, más de 5 000 armas, alrededor de 1 000 caballos
ensillados; sobre 6 000 prisioneros; telémetros y otros aparatos de artillería, así como multitud de objetos varios, que nuestros
soldados recogieron. El enemigo tuvo poco más de 4 000 muertos, encontrándose entre ellos los llamados generales Migoni,
Meza, y tres más, que no se identificaron; más de 300, entre jefes y oficiales, contándose, entre éstos, los tenientes coroneles
Joaquín Bauche Alcalde, Manuel Bracamontes y algunos otros de alta graduación. El número de heridos que llevaron en los
trenes puede estimarse en 5 000.
Por nuestra parte, las bajas han sido: tres jefes, quince oficiales y ciento veinte de tropa muertos; y seis jefes, cuarenta y tres
oficiales, y 227 de tropa heridos, conforme a la relación que remito inclusa.
También incluyo una relación de los CC. generales, jefes y oficiales que tomaron parte en la batalla, y de algunos otros que,
aunque sin mando de fuerzas, o sin carácter militar, prestaron importantes servicios durante la lucha; lo mismo que un plano de la
ciudad de Celaya, y sus alrededores, que marca el dispositivo de combate.
El comportamiento de todos los miembros de este Ejército de Operaciones lo justifica el éxito obtenido, sin que pueda
hacerse mención especial de ninguno, porque todos demostraron iguales bríos y la misma entereza para enfrentarse con las
fuerzas del traidor Villa, bandolero de quien los pusilánimes y la prensa asalariada habían hecho un héroe de leyenda.
En nombre del mismo Ejército de Operaciones, y muy especialmente en el mío propio, felicito a usted, C. Primer Jefe, por
este nuevo triunfo, que contribuirá a la consolidación de nuestros principios, reiterándole las seguridades de mi respetuosa
consideración y subordinación.
Constitución y Reformas. Cuartel General en Celaya, a 18 de abril de mil novecientos quince. El General en Jefe. Álvaro
Obregón.
Al C. Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de la Unión.
Veracruz, Veracruz.
PORMENOR DE LOS CC. JEFES Y OFICIALES MUERTOS EN LA BATALLA DE CELAYA, GUANAJUATO, DE LOS
DÍAS 13, 14 Y 15 DE ABRIL DE 1915
Coronel Filomeno Ávila de la Brigada Amaro.
Teniente coronel Manuel Quintanilla de la Brigada Jesús Carranza.
Mayor Pedro González de la Brigada Jesús Carranza.
Capitán 1.º Pedro Buelna del 2.º Batallón de Sonora.
Capitán 1.º Luis Rubio Vaca de la Brigada Amaro.
Capitán 1.º José Fernández de Lara de la Brigada Guillermo Prieto,
Capitán 2.º Carlos Ramos del Regimiento del coronel Juan Torres.
Capitán 2.º Ramón R. Brambila de la Brigada Amaro.
Teniente Carlos Juárez del 3.er Batallón Rojo.
Teniente Francisco N. Gorichi del 21.º Batallón de Sonora.
Teniente Marcial Cerda dela Brigada Regional de Coahuila.
Teniente José M. Varela de la Brigada Jesús Carranza.
Teniente Francisco Monroy de la Brigada Amaro.
Teniente Porfirio Orozco de la Brigada Elizondo.
Subteniente Marcos López del Regimiento Coronel Vidal Silva.
Subteniente Lucas Muñoz de la Brigada Maycotte.
Subteniente Antonio F. Lozano de la Brigada Maycotte.
Subteniente Reyes Rocha de la Brigada Regional de Coahuila.
TOTAL DE MUERTOS
3 jefes y 15 oficiales que dan un total de 18.
Celaya, Guanajuato, 18 de abril de 1915. El General en Jefe. Álvaro Obregón.
RELACIÓN DE LOS CC. JEFES Y OFICIALES HERIDOS DURANTE LA BATALLA DE CELAYA, DE LOS DÍAS 13, 14
Y 15 DE ABRIL DE 1915
Coronel Braulio Peralta de la Brigada Amaro.
Teniente coronel Florencio Montemayor de la Brigada Jesús Carranza.
Mayor Ricardo G. Ortiz de la Brigada Jaimes.
Mayor Manuel Yoldi del Regimiento del Coronel Juan Torres.
Mayor Leoncio Muñiz de la Brigada Regional de Coahuila.
Mayor Amador Ortega de la Brigada Elizondo.
Capitán 1.º Pablo Villaseñor del Regimiento del Coronel Juan Torres.
Capitán 1.º Guadalupe Ramos de la Brigada Regional de Coahuila.
Capitán 1.º Luis G. Meza de la Brigada Regional de Coahuila.
Capitán 1.º Manuel Aguirre y Vela de la Brigada Regional de Coahuila.
Capitán 1.º Narciso Salazar de la Brigada Amaro.
Capitán 1.º Marcos Gómez de la Brigada Elizondo.
Capitán 2.º Ezequiel Ríos del Estado Mayor del Cuartel General.
Capitán 2.º Alfonso R. Montenegro del 1.er Batallón de Sonora.
Capitán 2.º Crisóforo Salido del 3.er Batallón Rojo.
Capitán 2.º Pedro C. Montes de la Brigada Gavira.
Capitán 2.º Miguel G. Castro del 3.er Batallón Rojo.
Capitán 2.º José Duarte de la Brigada Regional de Coahuila.
Capitán 2.º Lázaro Mendoza de la Brigada Regional de Coahuila.
Capitán 2.º Juan D. Franco de la Brigada Regional de Coahuila.
Capitán 2.º José Gudiño de la Brigada Amaro.
Capitán 2.º Francisco Meraz de la Brigada Amaro.
Capitán 2.º Febronio Corona de la Brigada Elizondo.
Capitán 2.º Pedro C. Contla de la Brigada Guillermo Prieto.
Capitán 2.º Miguel Orduño del Regimiento Coronel Cirilo Elizalde.
Teniente José L. Gómez del 2.º Batallón de Sonora.
Teniente Juan B. Verdugo del 4.º Batallón de Sonora.
Teniente José Ma. Arriaga del 3.er Batallón Rojo.
Teniente José Calete de la Brigada Gavira.
Teniente Miguel Gómez del 5.º Regimiento de la División de Oriente.
Teniente Ezequiel Castro del 5.º Regimiento de la División de Oriente.
Teniente Francisco Gallardo del Regimiento Coronel Juan Torres.
Teniente Gustavo Zamora del Regimiento Coronel Cirilo Elizalde.
Teniente Salvador Salazar de la Brigada Regional de Coahuila.
Teniente Marcos Hernández de la Brigada Regional de Coahuila.
Teniente Januario de la Garza de la Brigada Regional de Coahuila.
Teniente Jesús Valdés de la Brigada Elizondo.
Subteniente Demetrio R. Yépiz del 1.er Batallón de Sonora.
Subteniente Alfredo Castillo de la Brigada Gavira.
Subteniente Eduardo Barranco de la Brigada Jaimes.
Subteniente Ruperto González del 4.º Regimiento de la 1.ª División de Oriente.
Subteniente Ángel Valencia del 4.º Regimiento de la 1.ª División de Oriente.
Subteniente Francisco Martínez del Regimiento Coronel Vidal Silva.
Subteniente Vidal Blanco de la Brigada Regional de Coahuila.
Subteniente Miguel Enríquez de la Brigada Regional de Coahuila.
Subteniente Carlos Huitrón de la Brigada Regional de Coahuila.
Subteniente José Ramos de la Brigada Regional de Coahuila.
Subteniente Carlos Delgado de la Brigada Regional de Coahuila.
Subteniente Salvador Briseño de la Brigada Amaro.
TOTAL DE HERIDOS
6 jefes y 47 oficiales, que dan un total de 49.
Celaya, Guanajuato, 18 de abril de 1915. El General en Jefe. Álvaro Obregón.
RESUMEN DE LOS MUERTOS Y HERIDOS, HABIDOS EN LA BATALLA DE CELAYA, GUANAJUATO, DE LOS DÍAS
13, 14 Y 15 DE ABRIL DE 1915.
Muertos: 3 jefes, 15 oficiales y 120 de tropa.
Heridos: 6 jefes, 43 oficiales y 227 de tropa.
Total de bajas: 9 jefes entre muertos y heridos; 58 oficiales entre muertos y heridos; 347 elementos de tropa entre muertos y
heridos.
Total de muertos: 3 jefes, 15 oficiales y 120 de tropa. Total: 138.
Total de heridos: 6 jefes, 43 oficiales y 227 de tropa. Total: 276.
Total de bajas: 138 muertos y 276 heridos. Total: 414.
Celaya, Guanajuato, 18 de abril de 1915. El General en Jefe. Álvaro Obregón.
Como los partes oficiales que rendí de Celaya, a raíz de las victorias obtenidas en los combates
librados contra el Ejército de la reacción, encabezado por Villa, durante los días 6 y 7, y 13, 14 y
15 del mes de abril de 1915, debieran ser del dominio público, y del conocimiento del enemigo,
que aunque había sufrido esos rudos golpes, determinantes de su caída, no podía, sin embargo,
considerársele destruido, era inconveniente consignar en ellos algunos detalles que pudieran
orientar al enemigo, en sus operaciones subsecuentes, preferí omitir los datos que convenía
permanecieran ignorados, antes que adulterar la verdad.
Entre esos datos, los que menos convenía que llegaran al conocimiento del enemigo, eran: el
efectivo del ejército con que libré esas batallas, y las fases poco favorables que tuvimos durante
los combates.
Ahora que la reacción ha sido por completo aniquilada en los campos de batalla, considero
oportuno y necesario hacer del público dominio esos datos, omitidos por las circunstancias que
dejo indicadas.
El total de las fuerzas con que hice mi avance al centro de la República, a contar desde mi
salida de Querétaro, era de once mil hombres de las tres armas, como sigue: artillería, 13 cañones
de grueso calibre y 86 ametralladoras; caballería 6 000 jinetes, e infantería, 5 000 hombres,
incluyendo personal de la artillería, en sirvientes y sostén.
Los datos obtenidos por nuestro servicio de espionaje me hicieron suponer que no
libraríamos combate antes de llegar a Irapuato, donde Villa estaba haciendo su reconcentración
de fuerzas, dizque con objeto de avanzar sobre Jalisco y batir al general Diéguez, primero, y
volver después sobre mí; cuyos datos coincidían, de una manera absoluta, con las declaraciones
del propio Villa, contenidas en el mensaje que éste dirigió a la prensa de los Estados Unidos, en
los siguientes términos:
Irapuato, Guanajuato, abril 6 de 1915. —Prensa Asociada. El Paso, Texas.— Los reveses sufridos recientemente por mis
soldados en Querétaro y Guadalajara, fueron el resultado de errores de los jefes estacionados en esos lugares. Ayer fueron
despachados de Irapuato doce mil hombres para combatir al ejército de Obregón en Querétaro. Yo tengo las mayores esperanzas
de que mi ejército no solamente derrotará a Obregón, sino que aniquilará por completo sus fuerzas. Mañana saldré de esta ciudad,
a la cabeza de veinte mil hombres, para Guadalajara, y los mandaré personalmente contra el bandido Diéguez, quien pagará cara
su audacia de tratar de crear la impresión de que puede derrotar a un villista. Francisco Villa. General en Jefe.
Juzgué, por lo tanto, que podía disponer de tiempo suficiente para dividir mis fuerzas en tres
columnas; la primera, al mando del general Alejo G. González, qué avanzaría sobre Acámbaro, a
cortar la vía del ferrocarril entre Celaya y Morelia, capital del Estado de Michoacán, para evitar
que las fuerzas reaccionarias que se encontraban en esta última plaza, al mando del general
federal, Prieto, pudieran hacer un movimiento rápido por ferrocarril hasta Celaya, donde conecta
dicha vía con la del Central, y hostilizar nuestra retaguardia, cuando nos encontráramos frente a
Irapuato; la segunda columna, al mando del general Porfirio G. González, para que se
movilizara, a marchas forzadas, hasta la plaza de Dolores Hidalgo, y destruyera allí la vía
principal que sigue hasta estación Mariscala, donde entronca con la vía del Central, que va a
Querétaro; para evitar que las fuerzas al mando de Urbina, que se encontraban en San Luis
Potosí, pudieran movilizarse también con facilidad hasta Celaya o Querétaro, en combinación
con Prieto, y dejarnos, con esto, aislados al Norte, en difíciles condiciones, cortados
completamente de nuestra base, que estaba en Veracruz; y la tercera columna, que la constituían
las infanterías, la artillería, y el resto de las caballerías o sean las brigadas al mando de los
generales Maycotte y Triana, y los regimientos al mando de los coroneles Vidal Silva, Juan
Torres y Cirilo Elizalde, avanzaría hasta ocupar Celaya, bajo mis órdenes directas.
El día 5 quedamos acampados en Celaya, y la brigada de caballería del general Maycotte
avanzó hasta estación Guaje, donde quedó como puesto avanzado, estableciendo, desde luego,
una oficina telegráfica, para comunicarse con mi Cuartel General.
El general Maycotte recibió órdenes mías, por conducto del jefe de la División de Caballería,
general Cesáreo Castro, para que estableciera una vigilancia estricta sobre el enemigo, y no
intentara presentar combate, si avanzaba sobre él alguna columna fuerte, en cuyo caso debería
replegarse hasta Celaya, dando aviso oportuno al Cuartel General.
El día 6, las fuerzas al mando de los generales Alejo G. González y Alfredo Elizondo, se
encontraban en Acámbaro, y las de los generales Porfirio G. González y Jesús S. Novoa,
avanzaban sobre Dolores Hidalgo; quedando en Celaya y El Guaje solamente 7 000 hombres de
las tres armas.
Ese mismo día, el general Maycotte se trasladó a Celaya en automóvil, a primeras horas de la
mañana, para tratar algunos asuntos del servicio; y estando allí, recibió el primer parte
procedente de su campamento en Guaje, informándole haberse empeñado un combate reñido
entre sus fuerzas y el enemigo, que avanzaba dividido en tres columnas, de las tres armas y en
número que era difícil precisar, pero que pasaba de diez mil hombres.
Maycotte salió inmediatamente a su campamento, y por mi parte, ordené al general Hill que
mandara alistar un tren con 1 500 hombres de infantería, para que salieran al mando del general
Laveaga, en auxilio de Maycotte; ordenando, al mismo tiempo, al general Triana, que con la
caballería de su mando, incorporándosele los regimientos de los coroneles Torres, Silva y
Elizalde, saliera también en auxilio del general Maycotte.
Había transcurrido una hora de la salida de Maycotte, cuando recibí un parte de éste, en que
comunicaba que el enemigo le estaba cerrando sitio, y que en unos cuantos momentos más, le
cortaría probablemente la comunicación, siendo ya, para entonces, muy comprometida su
situación.
El tren con la infantería estaba ya listo, y en vista de los informes rendidos por el general
Maycotte, consideré que se hacía necesario salir yo personalmente con el mando del contingente
de infantería, para obrar conforme a mi propio criterio, en vista de las variantes que la situación
de Maycotte presentara; forma en que no podría obrar ningún jefe subalterno, quien tendría que
sujetarse, en todo caso, a órdenes que recibiera.
Con tal motivo, salí yo en el tren militar de auxilio.
Al empezar el combate en El Guaje, comuniqué al Primer Jefe, por la vía telegráfica, las
condiciones poco favorables en que dicho combate se había iniciado, describiéndolas así:
Nuestra vanguardia, al mando del general Maycotte, en su empeño de hacer resistencia al
enemigo, había sido envuelta completamente por las columnas de éste, que tenían un efectivo
total, cuando menos, cinco veces mayor que el de nuestras fuerzas en estación Guaje; era
necesario salvar de aquella situación a nuestra vanguardia, y para ello, movilizar fuerzas
suficientes en su auxilio, y aceptar un combate formal y quizás decisivo, en un terreno cuyas
ventajas habrían sido ya, seguramente, aprovechadas por el enemigo.
La movilización de todo nuestro contingente no podía hacerse con la violencia que el caso
requería, porque en Celaya no teníamos los trenes necesarios, y sólo por fracciones hubiera sido
posible el movimiento, presentando esto el grave peligro de que el enemigo fuera batiendo, en
detalle, a cada una de las fracciones movilizadas y aniquilarlas con facilidad.
De ahí que, como lo dejo expresado, decidí salir al frente de los 1 500 hombres para obrar
como, a mi juicio, lo indicaran las circunstancias en que se desarrollara el combate sostenido por
nuestra vanguardia.
En el parte oficial relativo se consigna el resultado de este movimiento.
Cuando me hube reconcentrado al campamento de Celaya, y el combate se generalizaba ya
en las cercanías de dicha plaza; como a las 5:30 de la tarde, dirigí al C. Primer Jefe, el siguiente
mensaje:
Celaya, Guanajuato, 6 de abril de 1915. Hónrome comunicar a usted que, como lo anuncié en mensaje anterior, combate se inició
muy desfavorable para nosotros, habiendo llegado auxilio a Maycotte, ya tarde, sirviendo sólo para salvarle a él, que logró salir,
replegándonos en seguida a esta plaza, donde continúa combate, que sostengo con infantería, mientras se rehace caballería para
que entre en acción. Generales González y Elizondo tomaron Acámbaro y se incorporarán mañana con dos mil hombres, y
generales Porfirio G. González y Jesús S. Novoa, que con 1 500 hombres salieron a destruir vía del ferrocarril que va a San Luis,
se incorporarán mañana también. Estimo en quinientas bajas las que hemos tenido hasta ahora, entre ellas coronel Alfredo
Murillo, muerto, y coroneles Martínez y Paz Faz, heridos, primero gravemente. Ánimo de tropa es muy bueno. Respetuosamente.
General en Jefe. Álvaro Obregón.
Antes de oscurecer, y como se notara un movimiento de flanco, que venía haciendo el
enemigo, ordené la salida de algunas fuerzas de caballería, entre ellas, la escolta del general
Cesáreo Castro, sumando aproximadamente 600 hombres, al mando del teniente coronel
Berlanga.
Al mismo tiempo que daba la orden para la salida de dicha fuerza, dirigí al Primer Jefe el
siguiente mensaje:
Celaya, Guanajuato, 6 de abril de 1915. Hónrome comunicar a usted, que combate continúa reñido. Han sido derrotadas parte
columna general Triana y la del general Novoa, y a mí me hirieron el caballo. Estoy reconcentrando restos caballería dentro de la
plaza para reorganizarlas. Por movimientos enemigo, creo que amaneceremos sitiados. Tenga usted la seguridad de que sabremos
cumplir con nuestro deber. Ánimo de gente es bueno. Respetuosamente. General en Jefe. Álvaro Obregón.
Una hora más tarde, se incorporaban al campamento solamente 100 de los 600 hombres
destacados al mando del teniente coronel Berlanga, después de haber sido dispersados.
El general Maycotte, en el combate de Guaje y retirada a Celaya, tuvo alrededor de 800
bajas, entre muertos, prisioneros, heridos y dispersos, y como la fuerza de caballería destacada al
oscurecer, incluyendo la escolta del general Castro, había sido casi totalmente dispersada,
faltando 500 hombres, en tanto que habíamos perdido alrededor de 200, entre muertos y heridos,
de los demás cuerpos, nuestras bajas hacían un total de cerca de mil quinientas, diez horas
después de empezar el combate.
Como a las ocho de la noche, cuando el combate en las afueras de Celaya se había
generalizado, y se notaba que frente a nuestra línea, a una distancia menor de cinco kilómetros,
empezaban a llegar trenes del enemigo con tropas de infantería y cañones para reforzar las ya
numerosas y superiores que, desde a las cuatro de la tarde, nos atacaban con toda energía,
algunos de nuestros jefes se presentaron en mi Cuartel General, y me insinuaron la conveniencia
de replegarnos a Querétaro, donde, según opinión de ellos, quedaríamos en mejores condiciones
para resistir el empuje de aquellas masas, tan considerablemente superiores en número al de
nuestras fuerzas.
Aquellas insinuaciones, aunque razonables, fueron rechazadas por mí, haciendo ver a los
jefes que una retirada de nuestra parte nos traería como consecuencia un seguro fracaso; pues
que, aparte de la depresión moral que con ello sufrirían nuestras tropas, sería fácil al enemigo,
con sus magníficas caballerías, hacer un rápido movimiento para colocarse a nuestra retaguardia,
al sur de Celaya, y atacar sobre la marcha a nuestra columna, en condiciones en que no
tendríamos ni una mínima probabilidad de éxito; mientras que ya colocados en nuestros
atrincheramientos de Celaya, como lo estábamos, y quedando probablemente sitiados por el
enemigo, tendríamos que resistir a todo trance, pues aún cuando el valor nos llegara a faltar, lo
supliríamos, acaso ventajosamente, con el instinto de conservación.
A las once de la noche, considerando que el enemigo cerraría el sitio antes de amanecer, y
que quedaría cortada toda comunicación, en Veracruz, y ya cuando el combate se hacía más
desesperado, dirigí al C. Primer Jefe el siguiente mensaje:
Celaya, Guanajuato, 6 de abril de 1915. Hónrome comunicar a usted combate continúa. Las caballerías han sido derrotadas. A
esta hora, 11 p. m., habremos tenido dos mil bajas. Asaltos de enemigo son rudísimos. Esté usted seguro de que, mientras me
quede un soldado y un cartucho, sabré cumplir con mi deber y consideraré como una ventura que la muerte me sorprenda
abofeteando al crimen. Respetuosamente. Álvaro Obregón.
Al amanecer del día 7, se incorporaron a Celaya los generales Alejo G. González y Alfredo
Elizondo, con la columna con que ocuparon Acámbaro, y que era de cerca de dos mil hombres.
El día 7, en la mañana, el C. Primer Jefe preguntó de Veracruz cómo seguía el combate, y no
estando yo en la oficina, contestó el coronel Serrano, jefe de mi Estado Mayor, dando el
siguiente parte:
Celaya, Guanajuato, 7 de abril de 1915. Acabamos llegar de la línea de fuego, y mi general Obregón salió nuevamente para allá.
Combate se ha generalizado en una extensa zona, alrededor de esta plaza. Hemos tenido momentos muy críticos, pero hemos
logrado hacer reaccionar a nuestras fuerzas. Las famosas cargas de caballería del enemigo están estrellándose sobre las
posiciones de nuestras infanterías. En estos momentos, las caballerías, al mando directo del general Maycotte, por orden del
general Castro, hacen un enérgico movimiento de flanco. Hemos sufrido algunas pérdidas, contándose varios jefes y oficiales.
General Obregón ordenó aprehensión de coronel Kloss, por haber dado media vuelta con la artillería. Nuestras fuerzas han hecho
algunos prisioneros y avanzado varias armas, parque y banderas del enemigo. Respetuosamente. Coronel Jefe del Estado Mayor.
F. R. Serrano.
Como el coronel Kloss había dado media vuelta con la artillería y emprendía su retirada,
precisamente en los momentos en que nuestra línea de frente empezaba a debilitarse, como se
consigna en el parte oficial, ordené al coronel Miguel Piña saliera a alcanzar al coronel Kloss, y
lo pasara por las armas.
La ejecución del coronel Kloss no se consumó, por haber suspendido la orden relativa,
tomando en cuenta las explicaciones que el mismo Kloss dio, de los motivos que originaron su
retirada, apoyándose en que él, al notar que nuestra línea de frente empezaba a dar media vuelta,
consideró que sería inútil permanecer allí, donde el enemigo se apoderaría en seguida de nuestros
cañones.
El C. Primer Jefe, desde que tuvo conocimiento de nuestra situación, al iniciarse el combate
con las fuerzas de nuestra vanguardia, dio órdenes, con toda diligencia, para que las fuerzas de la
Primera División de Oriente, que tenía a sus órdenes directas el general Agustín Millán, sobre la
línea de Pachuca a Esperanza, se movilizaran para reforzar a Celaya, llevando, además; algunas
reservas de parque para nuestras fuerzas.
A la 1:10 p. m., dirigí al Primer Jefe el siguiente mensaje:
Celaya, Guanajuato, abril 7 de 1915. En estos momentos acabo incorporarme de línea de fuego. Combate sigue desesperado,
siendo los esfuerzos del enemigo iguales a los de nuestras fuerzas, no habiendo cesado el fuego un solo instante. Han dado
villistas, de las cinco de la mañana a la una y diez p. m., más de treinta cargas de caballería, habiendo sido rechazados en todas
ellas. En estos momentos, empiezo a tomar ofensiva. Creo que si usted ordena que salgan inmediatamente refuerzos y parque que
me indica en su mensaje de esta mañana, llegarán oportunamente, debiendo reconcentrarse en Querétaro, donde esperarán mis
órdenes. Si fuera posible que esta noche saliera parque, sería preferible. Respetuosamente. General en Jefe. Álvaro Obregón.
A las 2:30 p. m., dirigí al C. Primer Jefe, un nuevo mensaje, en los siguientes términos:
Celaya, Guanajuato, abril 7 de 1915. Como comuniqué a usted en mensaje de esta mañana, después de treinta horas de
desesperado combate, a la 1 p. m. tomamos ofensiva con buen éxito. Hasta esta hora, 2:30 p. m. han logrado avanzar nuestras
fuerzas sobre el enemigo, que retrocede batiéndose desesperadamente. Hanse recogido 300 armas, y más de 300, entre muertos y
prisioneros. En estos momentos, preparo un tren para avanzar sobre el centro, apoyando con este movimiento las cargas de
caballería que, por ambos flancos, van dando los generales Maycotte, Novoa, Elizondo y Alejo G. González, de la División de
caballería del general Castro. Villa, personalmente, dirige combate, afortunadamente. Muy respetuosamente. General en Jefe.
Álvaro Obregón.
A las 3:30 p. m., informé nuevamente al C. Primer Jefe de la situación, con el siguiente
mensaje:
Celaya, Guanajuato, abril 7 de 1915. A esta hora, 3:30 p. m., el enemigo hase replegado varios kilómetros, dejando el campo
regado de cadáveres. En la parte reconocida, hanse encontrado más de mil muertos y un número considerable de heridos. El
combate continúa a unos cinco kilómetros de nuestras posiciones. Los prisioneros pasan de cuatrocientos. Respetuosamente.
General en Jefe. Álvaro Obregón.
Cuando el enemigo se batía en retirada, el general Maycotte, haciendo un movimiento
atrevido, con unos cuantos hombres, atacó la artillería villista, logrando capturar seis cañones,
los que en seguida se vio obligado a abandonar, debido a que fue atacado por las infanterías
enemigas, que hacían su retirada adelante de estación Crespo.
A las siete de la noche me incorporé al campamento, y rendí al Primer Jefe el siguiente
PARTE TELEGRÁFICO
Celaya, Guanajuato, 7 de abril de 1915. Satisfáceme comunicar a usted que, en estos momentos, 7:30 p. m., regreso a este
campamento, así como las fuerzas de caballería que batieron en su retirada al enemigo. A grandes rasgos, y a reserva de rendirle
el parte oficial detallado, me permito darle en este mensaje algunos detalles del combate. A las 10 a. m. de ayer, una columna de
las tres armas, al mando de Doroteo Arango (alias Francisco Villa), atacó nuestra vanguardia, que estaba mandada por el general
Fortunato Maycotte. A las doce del día salí personalmente en un tren, con 1 500 hombres a proteger al general Maycotte,
quedando en el campamento los generales Hill y Castro, Comandantes de las Divisiones de Infantería y Caballería,
respectivamente, alistando todas las demás unidades de este Cuerpo de Ejército de Operaciones. Había avanzado mi tren 14
kilómetros, cuando encontré a las caballerías del general Maycotte, en marcha para este campamento, a reconcentrarse, después
de batirse dos horas con una columna seis veces mayor. Ordené retirada inmediata de mi tren, y al incorporarme de nuevo a ésta,
encontré al general Hill preparándose a resistir el combate, con los generales Manzo y Laveaga y coroneles Kloss y Morales,
jefes, respectivamente, de la artillería y del 20.º Batallón. Inmediatamente que acabaron de incorporarse las fuerzas del general
Maycotte, el enemigo se nos echó encima, en una línea de 6 kilómetros aproximadamente. El combate se generalizó desde luego,
y el general Castro empezó a movilizar sus fuerzas de caballería, para proteger los flancos de nuestras posiciones. Los asaltos del
enemigo se sucedían constantemente, y en cada vez demostraban mayores bríos y mayor desesperación, para arrebatar sus
posiciones a nuestros soldados, que burlaban con heroicidad las decantadas cargas de caballería con que Arango vencía a los que
hoy son sus aliados. Así se prolongó el combate por espacio de 27 horas; y al cumplirse la una de la tarde de hoy, ordené se
tomara la ofensiva, y desde luego el general Castro empezó a destacar sus columnas por los flancos, a medida que nuestras
infanterías rechazaban al enemigo por el frente, comenzando a batirse en retirada y dejando el campo sembrado de cadáveres;
retirada que poco a poco se convirtió en fuga precipitada. Villa fue el primero en huir, según la confesión de algunos de sus
dorados, que fueron cogidos prisioneros. Fueron perseguidos los villistas 20 kilómetros, recogiéndoseles armas, caballos y
prisioneros. Las pérdidas del enemigo entre muertos, heridos, prisioneros y dispersos, pasan de tres mil. Las bajas nuestras son
alrededor de 500, entre las cuales lamentamos la pérdida de los valientes coroneles Murillo y Estrada, que murieron en la línea de
fuego, y que eran, respectivamente, jefes de los batallones 17.º y 8.º de Sonora, y heridos los coroneles Paz Faz y Eugenio
Martínez y otros jefes y oficiales de que haré mención en parte detallado. Los jefes que tomaron parte en este hecho de armas,
son: generales Castro y Hill, jefes de las divisiones de caballería e infantería, respectivamente; generales Laveaga y Manzo, jefes,
respectivamente, de las brigadas 1.ª y 2.ª de Infantería de Sonora; generales Alejo G. González, Fortunato Maycotte, Jesús S.
Novoa y Alfredo Elizondo, de la División de Caballería del general Cesáreo Castro; generales Martín Triana y Luis M.
Hernández, quien, aunque no tiene mando de fuerzas, estuvo siempre en mi compañía, juntamente con mi Estado Mayor. Los
citados jefes, con sus subordinados, se portaron con la suficiente energía para verle la espalda a los traidores. Felicítolo por este
triunfo. Respetuosamente. General Álvaro Obregón.
En el parte oficial que queda transcrito figuran solamente 500 bajas por nuestra parte,
número menor que el que figura en el telegrama dirigido al Primer Jefe el día 6, a las once de la
noche, pudiendo explicarse esto, debido a que después de terminado el combate, se incorporaron
algunos grupos de las caballerías de Maycotte y la escolta del general Castro, que habían sido
dispersados desde el día 6; pero tampoco esa cifra es la exacta, pues en los momentos en que se
rendía el parte telegráfico, no era posible conocer con absoluta precisión nuestras pérdidas,
haciéndose sólo un cálculo aproximado.
Como se ha visto por la relación de bajas que se inserta en el parte oficial relativo, ellas
ascendieron a 922 en total.
Celaya, Guanajuato, 15 de abril de 1915. Satisfáceme comunicar a usted que, en una extensión de más de 200 kilómetros
cuadrados, que ocupó el campo donde se libró la batalla, y que están tintos en sangre de traidores, el Ejército de Operaciones que
me honro en comandar acaba de izar el estandarte de la Legalidad. Doroteo Arango (alias Francisco Villa), con 42 de sus
llamados generales y con más de 30 000 hombres de las tres armas, tuvo la audacia de atacar esta plaza, defendida por nosotros,
abriendo su fuego a las 6 p. m. del día 13. Al iniciarse el ataque, ordené que una columna de 6 000 caballos, que comanda el C.
general Cesáreo Castro, saliera de esta ciudad, y se colocara en un punto conveniente a nuestra retaguardia, para movilizarla en el
momento oportuno; en tanto que, con las infanterías de la División, al mando del C. general de brigada Benjamín G. Hill, el resto
de las caballerías, y la artillería al mando del C. coronel Maximiliano Kloss, formara el círculo de defensa, dejándome sitiar. El
enemigo generalizó, desde luego, su ataque, extendiéndose en círculo de fuego, en una línea de 20 kilómetros. Los asaltos eran
continuos y desesperados, entrando en actividad todas las unidades que traía a su mando Doroteo Arango; prolongándose así el
combate por espacio de 38 horas, al cabo de las cuales ordené que la columna de caballería de reserva, al mando de los generales
Fortunato Maycotte, Alejo G. González, Porfirio G. González, Martín Triana y Jesús Novoa, efectuaran un movimiento sobre el
flanco izquierdo del enemigo, cargando con todo su efectivo contra él; disponiendo, a la vez, que los generales Amaro, López,
Espinosa, Norzagaray, Gavira y Jaimes, que se encontraban en el círculo de defensa, hicieran un movimiento envolvente sobre el
flanco derecho del enemigo, a la vez que ordené a los generales Ríos y Manzo que, con las infanterías que cubrían nuestra ala
derecha, forzaran el flanco izquierdo de la infantería enemiga e hicieran el avance por el frente de la cadena de tiradores que se
había batido durante todo el combate. Mientras tanto, el general Laveaga, con la 1.ª Brigada de Infantería de Sonora, cubría la
mitad de nuestro frente y parte de nuestra ala izquierda. Dicho movimiento, desde que se inició, empezó a desorientar al enemigo
por completo: las cargas de caballería que dábamos sobre su flanco, y el avance de la infantería, por su flanco y frente, comenzó a
determinar su derrota, emprendiendo la fuga a la 1:15 p. m., cuando ya nuestros soldados estaban sobre sus trincheras, cargando
sobre ellos, hasta causarles el más completo destrozo. Hanse recogido ya del campo más de 30 cañones, en perfecto estado, con
sus respectivas dotaciones de parque y ganado para los mismos; alrededor de cinco mil máusers, como ocho mil prisioneros, gran
número de caballos, monturas y demás pertrechos. Nuestras columnas de caballería persiguen aún a los restos de la columna
enemiga, y tengo esperanzas de que capturen los trenes y demás elementos que pudo llevarse el enemigo en su huida. Hasta estos
momentos, estimo que las bajas del enemigo pasan de catorce mil, entre muertos, heridos, prisioneros y dispersos. Las bajas
nuestras no llegan a doscientas, entre muertos, heridos, prisioneros y dispersos, contándose, entre estos últimos, un coronel y un
oficial de mi Estado Mayor. No hago especial mención de ninguna de las tres armas de nuestro Ejército porque todas ellas
estuvieron, por igual, a la altura de las circunstancias. En nombre de este Ejército de Operaciones, felicito a usted por este nuevo
triunfo. Respetuosamente. General en Jefe. Álvaro Obregón.
En la orden del día 16 del Cuerpo de Ejército de Operaciones, se daba a conocer la
contestación del C. Primer Jefe al parte oficial telegráfico que había yo rendido el día anterior,
sobre la victoria alcanzada contra las fuerzas de la reacción, cuyo texto se copia a continuación:
Faros, Veracruz, 15 de abril de 1915. General en Jefe Álvaro Obregón. Acabo de recibir el mensaje de usted, en que me
comunica el brillante triunfo alcanzado hoy en las inmediaciones de esa ciudad, sobre las fuerzas de la reacción, capitaneadas por
Francisco Villa. Felicito a usted y Ejército bajo su mando; el primero que encuéntrase en lucha por libertad, venciendo en una
batalla al ejército más numeroso y de mayores elementos que se ha puesto frente a los Ejércitos del Pueblo, que han luchado por
sus derechos y por su libertad. Con la victoria de hoy, queda vencida la reacción, y espero que muy pronto terminará esta guerra,
que tantos sacrificios y tanta sangre de buenos hijos ha costado a la Nación. Con pena me he impuesto de las pérdidas que hemos
tenido. Salúdolo afectuosamente. Venustiano Carranza.
CELAYA
Es una antigua ciudad, con población aproximada de 35 000 habitantes, situada en el extremo sur
del Bajío de Guanajuato, sobre un terreno perfectamente plano, circundada por extensas labores
en que se cultiva preferentemente trigo, y a través de las cuales corren, en distintas direcciones,
acequias o pequeños canales, para el regadío de las tierras. La importancia estratégica de Celaya
consiste en que allí hacen conjunción las vías ferrocarrileras del Nacional, en un ramal que parte
de Empalme González, del Central y la que va por Acámbaro y Morelia a Toluca. Es, asimismo,
un importante centro de producción agrícola, donde pueden encontrar abastecimiento grandes
ejércitos.
PARTE OFICIAL DE LAS BATALLAS DE TRINIDAD Y TOMA DE LEÓN, POR EL EJÉRCITO DE OPERACIONES
Tengo el honor de rendir a usted el presente parte oficial de las operaciones militares llevadas a cabo por el Ejército a mi mando,
en contra de las reaccionarios encabezados por Francisco Villa y Felipe Ángeles, después de la última batalla librada en Celaya,
del 13 al 15 de abril de 1915, hasta la toma de la ciudad de León, Guanajuato.
Consumada la derrota de los reaccionarios mandados por Villa, en Celaya, el 15 de abril, la que obligó al bandolero a retirar
las fuerzas que tenía en Michoacán y Jalisco, y una vez que hubo terminádose de levantar el campo, sepultando o incinerando los
numerosos cadáveres que en él se encontraban, el día 19 emprendí el avance de Celaya al Norte, con el grueso del Ejército de
Operaciones. Para entonces, habían sido ocupadas las plazas de Salamanca e Irapuato por nuestra vanguardia, al mando de los
generales Maycotte y Novoa, sin resistencia por parte del enemigo.
Antes de emprender la marcha de Celaya, di órdenes para que se regresaran al Sur las fuerzas de la Primera División de
Oriente, que tomaron parte muy importante en la última batalla de Celaya, y las cuales fueron a ponerse nuevamente a las
órdenes del C. general Agustín Millán, para reforzar a las que vigilaban y defendían nuestra línea de comunicaciones con
Veracruz, de la cual era jefe el citado general Millán, con Cuartel General en Ometusco. Comisionadas para el mismo servicio,
hice salir también las fuerzas del general Gonzalo Novoa, al sur de Celaya.
El mismo día 19, me incorporé a Salamanca, por ferrocarril, y en aquel lugar recibí comunicación del C. general Francisco
Murguía, que se encontraba en Zamora, Michoacán, informándome que, de acuerdo con órdenes que anteriormente había
transmitido mi Cuartel General a él y al general Diéguez, que operaban en Jalisco, marchaban sus fuerzas a incorporarse a mi
columna, y que el general Diéguez había ocupado Guadalajara, plaza que evacuaron los villistas, a consecuencia de la derrota que
Villa sufrió en Celaya. Transmití órdenes al general Murguía, y por su conducto al general Diéguez, para que forzaran sus
marchas a incorporarse con sus fuerzas al Ejército de Operaciones, en la ciudad de Irapuato.
El 20 terminaron de incorporarse a Salamanca las fuerzas de mi columna, que habían emprendido la marcha pie a tierra, y el
mismo día recibí aviso de la evacuación de Silao y Guanajuato, habiendo dispuesto, desde luego, que el general Maycotte
avanzara de Irapuato con su Brigada de Caballería a ocupar la primera de dichas plazas, y que el general Alejo G. González
marchara con la brigada de su mando a ocupar Guanajuato, capital del Estado del mismo nombre.
El día 21, a las 7 a. m., continué el avance con el grueso del Ejército, haciendo la marcha por tierra, las fuerzas y mi Cuartel
General, y llegando a Irapuato poco después de las 12 m.
La vía del ferrocarril estaba destruida en un tramo, entre Salamanca y estación Chico, rumbo a Irapuato, por lo que comisioné
al teniente coronel J. L. Gutiérrez para su reparación.
En Irapuato, el mismo día 21, dispuse que las fuerzas del general Joaquín Amaro marcharan de Salamanca y Celaya a
Michoacán, con objeto de hacer la campaña contra las partidas que aún dominaban una parte de aquel Estado; campaña que era
considerada de mucha importancia, pues, una vez obtenido el control de todo el Estado, aparte de que nos aprovecharían sus
muchos elementos de vida que produce, restándoselos al enemigo, aseguraríamos nuestra izquierda retaguardia, y haríamos sentir
un amago a los zapatistas, por Toluca y El Oro, y ellos tendrían que fijar su atención por este lado, aminorando sus actividades
por la línea de Ometusco, que constantemente hostilizaban para interrumpir nuestras comunicaciones con Vera cruz.
El general Amaro fue nombrado Jefe de las Operaciones en Michoacán, y al propio tiempo, con el superior acuerdo de esa
Primera Jefatura, nombré Gobernador de aquel Estado al general Alfredo Elizondo, de las mismas fuerzas, y éstas, para su mejor
organización, se constituyeron, por acuerdo de mi Cuartel General, en la Quinta División del Cuerpo de Ejército del Noroeste,
quedando su jefatura a cargo del mismo general Amaro.
Como tardaban en incorporarse las fuerzas de los generales Diéguez y Murguía, que esperaba para proseguir el avance,
estando pendiente también de la llegada de una remesa de parque, que usted me había anunciado, y la cual nos era de suma
necesidad para reponer la dotación y reservas consumidas en la batalla de Celaya, desde luego ordené al general Hill que las
infanterías formando círculo alrededor de la ciudad, construyeran loberas, y en ellas tomaran posiciones para prevenir cualquiera
sorpresa que el enemigo intentara contra nosotros.
El mismo día quedó establecido el círculo de defensa, siendo el general Hill eficazmente ayudado por los tenientes coroneles
Aarón Sáenz y Jesús M. Garza, de mi Estado Mayor, en los reconocimientos de las posiciones y colocación de las tropas.
Aquel mismo día, llegaba el general Murguía con sus fuerzas a Pénjamo, y de allí conferenció conmigo a Irapuato, por
teléfono, habiéndole dado instrucciones de terminar la reconcentración de sus tropas en aquel lugar, y esperar nuevas órdenes.
En la misma fecha fueron ocupadas las plazas de Silao y Guanajuato, respectivamente, por los generales Maycotte y Alejo G.
González.
El día 22 transcurrió sin novedad.
El 23 arribó a Irapuato la remesa de parque procedente de Veracruz, a cargo del C. coronel Ignacio C. Enríquez, y por la tarde
quedó restablecida la comunicación telegráfica con Guadalajara. Inmediatamente, tuve una conferencia con el general Diéguez,
que había llegado con sus fuerzas a Yurécuaro, dándole órdenes de continuar su marcha, por tierra, hasta La Piedad, y ofreciendo
hacerle una visita con mi Estado Mayor, al quedar terminadas las reparaciones de la vía en el kilómetro 70, donde los villistas que
evacuaron Guadalajara habían incendiado un gran puente, reparaciones que se llevaron a cabo con toda actividad por el teniente
coronel J. L. Gutiérrez.
Las reparaciones a la vía quedaron terminadas el día 24, por la noche, y al día siguiente, a las 6 a. m., acompañado de mi
Estado Mayor y de una pequeña escolta, salí en el tren del Cuartel General rumbo a Pénjamo y La Piedad, a pasar revista a las
fuerzas acampadas en aquellos lugares y conferenciar con los generales Diéguez y Murguía.
En mi entrevista con el general Murguía, en Pénjamo, le di instrucciones de alistar sus fuerzas de infantería para embarcarlas
en trenes que mandaría poner a su disposición y movilizarlas a Irapuato y que, con sus caballerías, emprendiera la marcha, por
tierra, hasta acamparse en Romita, punto situado a 12 kilómetros de Silao.
El mismo día continué mi marcha a La Piedad, y en dicho lugar conferencié con el general Diéguez, a quien también di
instrucciones de alistar sus infanterías, para movilizarlas a Irapuato, por tren.
Encontrándome en La Piedad, recibí un mensaje del general Fortunato Maycotte, procedente de Silao, dándome parte de que
una columna de caballería enemiga se había aproximado a una distancia de cuatro leguas de aquella plaza, trabando combate con
nuestras avanzadas al Norte, a las órdenes de los coroneles Ildefonso Ramos y Florencio Morales Carranza. Inmediatamente
comuniqué instrucciones al general Maycotte, en sentido de que, personalmente, saliera al lugar del combate, para darse más
exacta cuenta de las condiciones que guardaban nuestras fuerzas avanzadas, así como del número del enemigo, y que, en caso de
que llegara a verse amenazado por una columna superior, se replegara con sus fuerzas a Irapuato, recomendándole que, en tal
caso, procurara entrar a la plaza por el lado sur, a fin de no desordenar nuestras líneas de infantería del frente. Igualmente, y por
conducto del general Hill, que había quedado en Irapuato, ordené al general Porfirio G. González, quien se encontraba con su
brigada en camino a Guanajuato, hiciera alto y quedara en expectativa de los acontecimientos, para que en caso de que nuestra
vanguardia fuera rechazada por los villistas, él retrocediera también violentamente a Irapuato, debiendo hacer su entrada a la
plaza por otro punto que no fuera el frente. Al general Hill le di aviso de lo que comunicaba el general Maycotte, imponiéndolo
de las órdenes que había comunicado a éste y al general Porfirio González, y recomendándole que mantuviera a nuestras
infanterías en sus posiciones de defensa, alrededor de Irapuato, para estar prevenidos contra cualquier evento.
El mismo día regresé a Irapuato, llegando a las 5 de la tarde, y desde luego dicté órdenes para el alistamiento de los trenes
que, a primeras horas del día siguiente, deberían salir a disposición de los generales Diéguez y Murguía, para la movilización de
sus fuerzas de infantería, a Irapuato.
Habiendo, desde luego, preguntado por telégrafo al general Maycotte las novedades que hubieran ocurrido, recibí mensaje de
éste, comunicándome que el enemigo que había combatido con nuestra avanzadas al Norte de Silao, era en número de trescientos
hombres, y había sido rechazado por nuestras fuerzas, siendo perseguido hasta estación Trinidad, haciéndole algunas bajas; que
después de esa persecución, nuestras fuerzas se replegaron a sus posiciones, porque adelante de estación Trinidad, se encontraban
fuerzas enemigas en número muy superior.
Durante la noche, no se registró novedad alguna, empleándose aquel tiempo en la activa desocupación de trenes de
impedimentas, para enviarlos a Pénjamo y a La Piedad.
Por la mañana del 26, recibí mensaje del general Maycotte dándome parte de que, nuevamente, habían sido atacadas nuestras
avanzadas, al mando de los coroneles Ramos y Morales Carranza, y que éstos le informaban que tres columnas de caballería
enemiga, con efectivo total de dos mil hombres, aproximadamente, avanzaban sobre Los Sauces, que era el lugar donde estaban
nuestras fuerzas avanzadas. Desde luego ordené al general Maycotte que se transladara a Los Sauces, y que, si efectivamente, el
enemigo que se había avistado era en el número que indicaban los jefes de nuestras avanzadas, se replegara con todas sus fuerzas,
hasta quedar apoyado por nuestras infanterías, o que lo batiera en caso de no ser muy superior en número, recomendándole que,
cada hora, me rindiera parte de novedades.
A primeras horas de la mañana de ese día, salieron de Irapuato los trenes en que debería hacerse la transportación de las
fuerzas de infantería de los generales Diéguez y Murguía, y a las 10 a. m., acompañado de los miembros de mi Estado Mayor, me
transladé a Silao, en el tren del Cuartel General, tanto para darme exacta cuenta de los acontecimientos que se registraban al
Norte de dicha plaza, como para hacer un reconocimiento del terreno, y elegir posiciones convenientes para nuestras infanterías,
que al siguiente día comenzarían a movilizarse de Irapuato al Norte.
Antes de salir de Irapuato, tuve conocimiento de que el general Murguía había llegado con sus fuerzas a Romita, y desde
luego, le ordené que mandara hacer una exploración a la hacienda Santa Ana, situada al Norte, a 10 kilómetros al Poniente de
estación Trinidad, con objeto de cerciorarse si el movimiento del enemigo se extendía hasta aquella hacienda, para, en tal caso,
ordenar lo conveniente al general Murguía, quien cubría, con sus fuerzas, nuestro flanco izquierdo.
Cumplido el objeto de mi viaje a Silao, y dejando órdenes al general Maycotte sobre los movimientos que debería hacer con
sus fuerzas, para descubrir el verdadero efectivo e intenciones del enemigo frente a nuestras avanzadas, regresé por la tarde a
Irapuato, adonde habían ya comenzado a incorporarse las infanterías de los generales Diéguez y Murguía.
Desde luego ordené que se alistaran nuestras tropas para comenzar su movilización por trenes a Silao, a las cuatro de la
mañana del siguiente día.
El día 27 a las 4 a. m. comenzaron a salir rumbo a Silao los trenes, conduciendo fuerzas de la Primera División de Infantería,
y a las 9 a. m., me transladé a dicha plaza, quedando en Irapuato los generales Hill y Diéguez, para activar la movilización del
resto de sus respectivas fuerzas.
Llegado que hube a Silao, recibí un mensaje del general Maycotte, procedente de su campamento en Los Sauces,
informándome que, de acuerdo con las órdenes de mi Cuartel General, había salido a batir al enemigo, atacándolo por ambos
flancos y por el frente, habiéndolo desalojado de las posiciones que ocupaba sobre el camino a León, y persiguiéndolo en una
distancia mayor de dos leguas, habiendo dejado en el campo 11 muertos, algunos caballos, armas, parque y otros pertrechos; que
poco después volvió a la carga el enemigo, ya reforzado, cubriendo en tiradores una gran extensión, por lo cual nuestras fuerzas
tuvieron que replegarse a sus antiguas posiciones, habiendo éstas sufrido 23 bajas, siendo éstas, 9 muertos y 14 heridos.
El día 28, ya reconcentradas en Silao todas las fuerzas, ordené que se estableciera una cadena de infantería alrededor de la
ciudad, para quedar en dispositivo de defensa, y salí con mi tren a inmediaciones de la estación Nápoles, donde se encontraba el
Cuartel General de nuestra vanguardia, a cargo del general Maycotte, habiendo practicado, en compañía de éste, un
reconocimiento de las posiciones que ocupaba el enemigo, acordando hacer, al siguiente día, un movimiento ofensivo para
posesionarnos de estación Trinidad, movimiento en que tomarían parte las caballerías de Maycotte y algunas fuerzas de infantería
y artillería.
Regresé a Silao y desde luego di instrucciones al general Hill, para que ordenara que, a las siete de la mañana del día
siguiente, se tuvieran listos tres trenes en aquella estación, debiendo ser uno de ellos el que serviría de explorador, formado así: 2
plataformas, a la vanguardia, para transportar 40 infantes y un cañón Schneider-Canet de 75 mm, luego la máquina, y en la parte
posterior, dos carros de caja y el carro especial del teniente coronel J. L. Gutiérrez, jefe de trenes militares; los otros dos trenes
estarían formados de los carros que fueran necesarios, para el embarco de las brigadas de infantería de los generales Francisco R.
Manzo y Francisco T. Contreras. A la vez, transmití órdenes al general Maycotte para que, a la misma hora del día siguiente,
tuviera listas todas sus caballerías, entre Sotelo y La Loza, cerca de la vía del ferrocarril, y me esperara allí, para iniciar nuestro
movimiento.
A la hora señalada del día 20, estuvieron listos los trenes en la forma ordenada, y desde luego dispuse su marcha, tomando yo
lugar en la plataforma de vanguardia del tren explorador, acompañado de los coroneles Miguel Piña y Peralta; de los capitanes
primeros Alberto G. Montaño (de mi Estado Mayor), y Rafael Valdés; del teniente Cecilio López y del telegrafista Pascual
Vieyra, habiendo previamente instruido a los conductores de los trenes de retaguardia, para que obedecieran órdenes
convencionales, que les serían comunicadas por medio de pitazos, dados con el silbato de la máquina del tren explorador.
Media hora después, llegamos a Sotelo, teniendo a la vista al enemigo en número difícil de precisar, debido a que, por la
configuración de aquel terreno, quedábamos en la parte baja. El general Maycotte se me presentó, desde luego, y le ordené que,
con toda rapidez hiciera un movimiento por La Loza, procurando colocarse a retaguardia del enemigo; asimismo, ordené a los
coroneles Juan Torres y Cirilo Elizalde, y al teniente coronel Lorenzo Muñoz, jefe de la escolta del Cuartel General, que, con sus
respectivas fuerzas de caballería, hicieran un movimiento combinado, sobre el flanco izquierdo del enemigo. En seguida, dispuse
que, con el cañón emplazado en la plataforma de vanguardia, se abriera fuego sobre la línea enemiga del frente.
Iniciadas las operaciones en esa forma, el enemigo comenzó a replegarse hacia estación Trinidad, probablemente con
intención de hacerse fuerte allí; pero el general Maycotte que, aprovechando hábilmente las barrancas y el bosque, en su
movimiento, había logrado colocarse sobre el flanco derecho de los reaccionarios, atacándolos con todo vigor, los hizo desistir de
oponer resistencia en Trinidad, contribuyendo a esto, también el ataque enérgico que hacían sobre el flanco izquierdo las fuerzas
de los coroneles Torres y Lizalde y la escolta del Cuartel General.
El general Maycotte logró hacer gran número de prisioneros, capturando caballos, armas y otros pertrechos; y emprendía una
decidida persecución, en momento en que yo llegaba a estación Trinidad, con los trenes, sin dejar de batir, con los fuegos de
nuestro cañón, al enemigo, que confusamente huía por el camino que va paralelo a la vía del ferrocarril a León.
Ordené luego que los trenes hicieran alto, y que las infanterías se desembarcaran y tomaran posiciones ventajosas, para
cualquier evento, dando instrucciones al general Maycotte para que suspendiera su avance y levantara el campo; mientras que yo
seguiría avanzando con el tren explorador, hasta donde me fuera posible, haciendo fuego con el cañón, para ver si lograba
inutilizar y capturar un tren enemigo que, a corta distancia del nuestro, retrocedía rumbo a León, así como para hacer un
reconocimiento de las posiciones que frente a dicha ciudad tuvieran los villistas, y descubrir si tenían o no emplazada su artillería
en aquellas posiciones.
Emprendí el avance a regular velocidad, y ordené que se hiciera nutrido el fuego de cañón, para no dar lugar a que el enemigo
se rehiciera.
Hacía mi avance con toda felicidad, llegando hasta a distancia de seis kilómetros de la ciudad de León, cuando descubrí que,
de aquella plaza, salían dos fuertes columnas de caballería enemiga, a proteger a sus dispersos, por lo que tuve que ordenar que
mi tren hiciera alto.
En aquellos momentos me di cuenta de que una parte de nuestras caballerías, entusiasmadas por el avance de mi tren, no se
habían detenido en estación Trinidad y continuaron su avance por nuestros flancos, hasta la distancia a que nosotros llegamos.
Dichas caballerías no pasaban de 500 hombres, y sus caballos estaban ya muy fatigados por la pesada jornada que habían hecho.
La presencia de aquellas fuerzas, en tales circunstancias, hacía muy comprometida nuestra situación, porque si ordenaba una
violenta retirada de mi tren, como se hacía necesario ante el avance de las columnas enemigas, quedarían a merced de éstas
nuestros dragones. Entonces ordené al conductor que, haciendo uso del silbato de nuestra máquina, ordenara el rápido avance de
los trenes con las fuerzas de infantería de los generales Manzo y Contreras.
Habían transcurrido unos quince minutos, cuando las columnas enemigas emprendieron su avance en dispositivo de ataque, y
entonces, por lo absolutamente plano de aquel terreno, pude apreciar que su número era aproximadamente de seis mil hombres, lo
que me hizo desistir de librar una batalla, pues preveía un seguro fracaso para nosotros, dada la distancia que nos separaba del
grueso de nuestro Ejército (27 kilómetros), por cuyo motivo di contraorden a los trenes segundo y tercero, para que, en vez de
avanzar, retrocedieran hasta Silao, ordenando también a los jefes de las caballerías que emprendieran su retirada con toda
rapidez.
Principiaba a hacerse ese movimiento de retirada, cuando el enemigo dio la primera carga, logrando algunos de sus dragones
llegar hasta la plataforma en que teníamos emplazado el cañón con que hacíamos fuego sin cesar, quienes fueron muertos por los
oficiales y soldados que iban como sostén de la pieza de artillería, mientras otros soldados villistas se mezclaban, en su ímpetu,
con los nuestros de caballería que se batían en retirada. Esta vez se logró rechazar a la columna villista, continuándose la retirada
de nuestras caballerías y de nuestro tren.
Una segunda carga, dada por una columna enemiga de refresco, nos obligó a hacer alto nuevamente, y en esta vez, los
villistas lograron llegar hasta la altura de la máquina de nuestro tren, haciendo sobre él descargas cerradas, principalmente sobre
el carro especial del teniente coronel Gutiérrez, en cuyo interior resultaron heridos el ayudante y el cocinero del citado jefe;
habiéndose hecho tan nutrido el fuego sobre nuestro convoy, que el maquinista abandonó la palanca de la locomotora, teniendo
entonces que hacerse cargo de su manejo el teniente coronel Gutiérrez, personalmente. Fue tan comprometida la situación en
aquellos momentos, que, durante varios minutos, tuvieron nuestras tropas que combatir cuerpo a cuerpo, habiéndose dado el caso
de que el general Maycotte, quien se encontraba a caballo, al pie de la plataforma en que yo iba, tuviera que dar muerte a un
villista que se abalanzó sobre nosotros, asestándole un fuerte golpe en la cabeza con la culata de su rifle. Nuevamente se logró
contener un poco el avance del enemigo, continuando la retirada de nuestras fuerzas, la que no podía hacerse sino muy
lentamente, dado el estado de agotamiento en que se encontraba la caballada.
El enemigo no tardó en cargar nuevamente, con singular brío, encaminando sus esfuerzos a apoderarse de nuestro tren; pero
la escolta que yo llevaba en la plataforma hacía un certero fuego sobre los asaltantes, logrando contener sus ímpetus.
En una de las cargas más vigorosas que dieron los reaccionarios, se registró un hecho que juzgo digno de consignar
detalladamente: un abanderado del enemigo, que venía entre un pequeño grupo que había logrado llegar a corta distancia de
nuestra plataforma, se adelantó en actitud de descargar su rifle sobre nosotros, y observado esto por el capitán 2.º Tomás G. Orta,
de las fuerzas del general Maycotte, se abalanzó sobre él, abrazándolo y haciéndole un disparo a quemarropa con su pistola, el
que le causó una muerte instantánea, recogiendo la bandera que el villista llevaba. En aquel momento se lanzó sobre nuestro
oficial otro abanderado villista, y otro del mismo grupo disparó certero tiro, que hizo blanco en el caballo de Orta; pero éste,
antes de que le faltara el caballo, se abrazó del villista haciéndolo caer con él a tierra, confundiendo sus cuerpos en una lucha
desesperada, en que cada uno hacía esfuerzos inauditos por sujetar a su adversario, para dispararle su arma. La habilidad de
nuestro oficial le permitió sujetar al villista, y hacer uso él primero de su pistola, descargándola sobre aquél, quien quedó muerto
en el acto. Ileso de aquella lucha, se incorporó el capitán Orta, trayendo las dos banderas villistas que tan valientemente había
arrebatado. Este denodado oficial fue ascendido en aquel mismo sitio al grado inmediato, por disposición mía. Mientras tanto, el
resto de aquel audaz grupo villista había huido hacia donde estaba el grueso de su columna, batido por los certeros fuegos de
nuestros soldados que iban en la plataforma.
Reiteré instrucciones al general Maycotte para que violentara su retirada con la escasa fuerza de caballería que quedaba allí,
ordenando, a la vez, que nuestro tren hiciera alto, para que nuestros soldados fijaran mejor su puntería y batieran eficazmente al
enemigo, a fin de dar tiempo a que nuestras caballerías ganaran distancia en su retirada.
Momentos después continuamos nuestra marcha, haciéndola lentamente, y esforzándonos por contener al enemigo, cuyo
principal objetivo era nuestro tren; pero a poco, ordené hacer un nuevo alto, por haber encontrado algunas mulas abandonadas
por nuestras caballerías, llevando dos ametralladoras y sus correspondientes cofres. Recogimos violentamente esas armas; pero el
enemigo aprovechó nuestra parada para colocar un caballo muerto sobre la vía, a nuestra retaguardia, con objeto de hacer
descarrilar nuestro tren. Recogidas las ametralladoras, y ya nuestras caballerías a gran distancia, ordené que el tren prosiguiera la
marcha a toda velocidad, hasta el lugar donde estaba colocado el caballo muerto, y allí ordené hacer alto y que una fajina bajase a
retirar aquel obstáculo, protegida por los certeros disparos que, desde arriba del tren, hacían nuestros soldados sobre los villistas
que trataban de evitar la expedición de la vía. Se logró retirar el obstáculo y continuamos la marcha, recogiendo en el camino a
soldados nuestros cuyos caballos habían quedado completamente rendidos.
A las seis de la tarde, nuestro tren llegaba a distancia de siete kilómetros al norte de estación Nápoles, fuera ya del alcance de
los proyectiles del enemigo, y allí hicimos alto; pero como escuchara un nutrido tiroteo por el centro, sin que los proyectiles
llegaran a nuestro tren, ordené que éste volviera con dirección al norte, para cerciorarme de si alguna fracción de nuestras
caballerías había quedado comprometida. Al llegar frente a la hacienda Los Sauces, y cuando ya las caballerías villistas
coronaban las lomas del frente y se extendían por nuestro flanco derecho, descubrí que tres de nuestros soldados, puestos rodilla
en tierra, y apoyados en un pequeño borde, hacían fuego, tratando de contener el avance del enemigo, que a cada momento se les
aproximaba más y les dirigía fuego más nutrido. Hice que nuestro tren avanzara hasta el lugar en que aquéllos se encontraban,
para ordenarles su retirada. En unos cuantos minutos llegamos allá, y ordené a aquellos temerarios que suspendieran su inútil
resistencia y que se reconcentraran al campamento de nuestras caballerías. Ellos obedecieron mis órdenes y, protegidos por
nuestro tren, montaron en sus caballos que tenían ocultos debajo de un puente del ferrocarril y emprendieron con toda rapidez su
retirada a nuestro campamento; eran ellos: el coronel Cirilo Elizalde, su asistente y una mujer, que también vestía uniforme y
había estado, valientemente, haciendo fuego sobre el enemigo que avanzaba. Los villistas suspendieron su avance, y nosotros
emprendimos el regreso, llegando a Silao una hora después.
En los combates librados durante ese día se hicieron al enemigo 150 prisioneros y más de 100 muertos; habiendo tenido que
lamentar, por nuestra parte, alrededor de 80 bajas en las caballerías, entre muertos y heridos, y 6 muertos y 8 heridos de la escolta
que llevaba yo en la plataforma.
Aquel mismo día había yo ordenado al general Murguía hacer un movimiento a Santa Ana, y como este jefe descubriera al
enemigo que estaba posesionado de las haciendas La Sardina, La Sandía y San Cristóbal, al noroeste de estación Trinidad, lo
atacó, y después de sus operaciones, me rindió el siguiente parte:
Telefonema. De la hacienda La Sandía, el 30 de abril de 1915, para Silao. A las 4:30 p. m. General Álvaro Obregón. Tengo el
honor de comunicar a usted que hoy, al levantarse el campo donde se combatió ayer tarde, se han recogido 19 muertos,
atendiéndose actualmente a 14 heridos, entre ellos un mayor y dos capitanes. Por parte del enemigo, 34 muertos y gran número
de heridos, los que, según informes de los peones de la hacienda, se llevaron los traidores, contándose entre los últimos, el ex-
general Fernando Reyes y un coronel muerto. Mis fuerzas se encuentran posesionadas de la hacienda San Cristóbal y los cerros
que dominan la llanura rumbo a León. El efectivo de mi División lo tengo distribuido convenientemente, en ésta, La Sardina,
Jagüeyes y Santa Ana, ocupando, además, las haciendas El Lindero y El Talayote, contiguas a ésta. Oportunamente comunicaré a
usted las novedades que ocurran, y de conformidad con su mensaje de hoy, espero sus innstrucciones. Salúdolo con afecto y
respeto. El General en Jefe de la 2.ª División del Noroeste. Francisco Murguía.
El día 30 transcurrió sin novedad en los campamentos, salvo la incorporación del general Alejo G. González, con parte de las
fuerzas que tenía en Guanajuato, las que fueron acampadas en estación Nápoles, para dar descanso a las caballerías del general
Maycotte. Parte de la brigada del general González quedó en Guanajuato, a las órdenes del general Benecio López, para
guarnecer la plaza y establecer Vigilancia sobre los caminos a Dolores Hidalgo y San Miguel de Allende.
Por la noche, recibí el siguiente parte del general Murguía, procedente de la hacienda Santa Ana:
Hacienda de Santa Ana, a 30 de abril de 1915. C. General Álvaro Obregón. Silao, Guanajuato. Siento verdaderamente tener que
manifestar a usted que hoy, a las 2 p. m., una fuerte columna enemiga me obligó a combatir en la hacienda La Sandía y sus
inmediaciones, habiendo sido rechazado varias veces con pérdidas de consideración, pues a cada momento reforzaba el enemigo
su línea de fuego, llegando a aumentar gradualmente lo recio del combate, hasta suceder que, en los instantes más rudos de la
refriega, apareció una columna enemiga por la retaguardia, envolviendo a mis fuerzas casi completamente. La situación fue
haciéndose cada vez más desesperada, hasta llegar a obligarme, después de muy firmes esfuerzos, a retirarme en el mejor orden
que fue dable, aunque con pérdidas de seria importancia, sin poder precisar su número, por lo rápido del movimiento,
efectuándose por esta hacienda, y por el rumbo de Romita, donde estoy reorganizándolas en gran parte, habiendo tomado ya las
posiciones más convenientes y estando dispuesto a hacer resistencia, si esta noche fuese atacado. Considero en número de seis
mil el enemigo que presentó combate por la zona de San Francisco del Rincón, camino de León, La Trinidad y Puerta de San
Juan. Al rendir a usted este informe, protesto también mi respetuosa subordinación. Constitución y Reformas. Hacienda de Santa
Ana, 30 de abril de 1915. El General en Jefe de la 2.ª División del Noroeste. Francisco Murguía.
Como era de noche y las caballerías del general Maycotte estaban en tan pésimas, condiciones, así como porque la distancia a
que se encontraba el general Murguía era mayor de 15 kilómetros, fue imposible enviarle auxilio, aparte de que hubiera sido
peligroso destacar fuerzas a esa hora, por lo probable de una confusión. Así fue que me limité a ordenar al general Murguía que si
no podía hacerse fuerte en Santa Ana, en caso de que allí fuera de nuevo atacado por el enemigo, se replegara hasta Romita.
Más tarde, recibí una nueva comunicación del general Murguía, llevada por el capitán 1.º Joaquín Silva, en la que
manifestaba que continuaba su retirada. Expuse las razones que dejo anotadas, para no movilizar tropas de refuerzo esa noche,
comunicándole que debía reconcentrarse en Romita, si no podía sostenerse en Santa Ana, y que, a la madrugada del siguiente día,
movilizaría fuerzas para reforzarlo.
El siguiente día (19 de mayo), recibí una nueva comunicación del general Murguía, procedente de Romita, manifestándome
que las pérdidas sufridas en su División el día anterior no eran de la magnitud que al principio parecía, pues que habían estado
incorporándose algunos grupos dispersos.
En la misma fecha, por orden del Cuartel General de mi cargo, marcharon a Romita las fuerzas de la brigada del general
Pedro Morales, e incorporadas a éstas los regimientos de caballería de los coroneles Vidal Silva y Juan Torres, así como la
brigada Triana, al mando del general Martín Triana, para ponerse a las órdenes del general Francisco Murguía, reforzando así su
División.
El día 2 estaba ya muy próximo a llegar el convoy con parque que conducía de Veracruz el C. general Cesáreo Castro y,
como era lo único que esperaba para emprender el avance decisivo al Norte, comuniqué las siguientes órdenes: Al general Hill,
para que dispusiera que a las 6 a. m. del siguiente día, estuvieran listas las brigadas 1.ª, 2.ª y 4.ª de la Primera División de
Infantería, a fin de ser embarcadas en trenes y movilizadas al Norte, y que el resto de la División se alistara para emprender la
marcha a las 10 a. m. del mismo día 3; al general Maximiliano Kloss para que, a la misma hora del día siguiente, estuviera listo
con los regimientos de artillería y ametralladoras, para emprender la marcha también; al general Murguía, para que, a la misma
hora del día 3, emprendiera su avance de Romita a Santa Ana, procurando posesionarse de dicha hacienda a las 9 a. m., hora en
que esperaba yo encontrarme atacando estación Trinidad, recomendándole que, después de tomar Santa Ana, destacara una parte
de sus fuerzas a la hacienda La Loza, como avanzada, y al general Maycotte, para que alistara todas las fuerzas de la División de
Caballería que estaba accidentalmente a sus órdenes, por ausencia del jefe nato de ella, C. general Cesáreo Castro, para que
tomaran parte en el avance, de acuerdo con órdenes que, oportunamente, le transmitiría mi Cuartel General. Las fuerzas del
general Diéguez permanecerían en Silao, hasta nueva orden.
El día 3 se emprendió el avance hasta el kilómetro 394, frente a la hacienda de Sotelo, 11 kilómetros al Norte de Silao, en
cuyo lugar recibí un parte del general Murguía, comunicándome que había tomado posesión de la hacienda de Santa Ana,
después de muy reñido combate con el enemigo, el que, aunque no era muy numeroso, había hecho tenaz resistencia, teniendo
éste más de cien bajas, entre muertos y heridos, aparte de algunos prisioneros, y habiendo tenido, por nuestra parte, algunas bajas,
contándose entre los heridos el general Pedro Morales, el coronel Juan Torres y el teniente coronel M. Fernández de Lara.
El Cuartel General del Ejército de Operaciones, quedó establecido en la capilla de la hacienda de Sotelo, y desde luego se
tomó el dispositivo de combate, para evitar una sorpresa del enemigo, que estaba a la vista, quedando nuestro frente cubierto por
una cadena de tiradores, desde los cerros que están al poniente de Santa Ana, y que ocupaba el general Figueroa, con fuerzas de
la 2.ª División de Caballería del Noroeste, siguiendo por las haciendas de Santa Ana, La Loza y Sotelo, hasta terminar en las
primeras estribaciones de la sierra, sobre nuestro flanco derecho, midiendo esta línea aproximadamente 16 kilómetros.
El enemigo quedó tendido en las lomas del frente, sin demostrar actividad durante toda la mañana.
A la puesta del sol, una columna de caballería cargó furiosamente sobre nuestras posiciones de la hacienda La Loza, cuya
línea de frente la cubría la División de Caballería al mando del general Maycotte, con los generales Porfirio González y Jesús S.
Novoa. Lo nutrido del fuego denunciaba lo rudo del combate que se libraba en aquel punto de nuestra línea, y temeroso de que,
por la impetuosidad del ataque, fueran a ser desalojadas nuestras tropas, salí personalmente con el 20.º Batallón que teníamos de
reserva, a reforzar nuestras tropas en La Loza, hacienda distante cuatro kilómetros del Cuartel General.
Empezaba a oscurecer cuando llegábamos a La Loza, encontrando en el camino algunos grupos de nuestras caballerías, que
venían desordenadamente, batiéndose en retirada; y habiendo interrogado a algunos oficiales de aquellas fuerzas acerca de lo que
había ocurrido, me manifestaron que el general Maycotte había sido gravemente herido y que nuestras líneas habían sido
rebasadas por el enemigo. Apresuré entonces la marcha, siendo ya completamente de noche cuando llegamos al teatro de los
acontecimientos, donde encontré a los generales Porfirio González y Jesús S. Novoa haciendo esfuerzos, con toda entereza, por
reorganizar nuestras caballerías y contener al enemigo. Ayudado eficazmente por ellos, y a pesar de aquella confusión, hice
entrar en acción el refuerzo de infantería, lográndose, con esto, hacer replegarse al enemigo, y establecer de nuevo nuestras
líneas, reforzadas con el 20.º Batallón, después de lo cual regresé al Cuartel General.
En ese asalto sufrieron nuestras fuerzas alrededor de 50 bajas, entre muertos y heridos, contándose entre los últimos el
general Maycotte, quien recibió un balazo en una pierna, pasando a curarse a Silao, donde teníamos establecido un puesto
sanitario.
El resto de la noche pasó relativamente en calma, dejándose sólo oír, a intervalos, ligeros tiroteos en toda la extensión de la
línea de fuego.
El día 4 se incorporaron las fuerzas de la 2.ª División, al mando del general Diéguez, con las que se formó una línea a nuestra
retaguardia, paralela a la de nuestro frente, con las que se podía formar un cuadro, cerrando nuestros flancos, para quedar en
dispositivo de marcha. La artillería quedó colocada en el centro, así como la 2.ª Brigada de la 1.ª División y la 1.ª Brigada de la
2.ª División, que constituían nuestras reservas.
El día 5 transcurrió sin más incidentes que ligeras escaramuzas y haciendo el enemigo movimientos ostensibles.
El general Castro había vuelto a tomar el mando de la 1.ª División de Caballería, y habíamos dado a nuestros soldados la
dotación reglamentaria de parque, de la remesa que dicho jefe había conducido de Veracruz.
El día 6 avanzamos hasta el kilómetro 399, donde hicimos alto, para reparar un tramo de vía, que el enemigo había destruido.
El enemigo se replegaba al Norte, a medida que nosotros avanzábamos, guardando la misma distancia que había entre sus
posiciones y las nuestras, frente a la hacienda de Sotelo.
Las reparaciones de la vía quedaron terminadas en la mañana del día 7, y continuamos nuestro avance hasta estación Trinidad
(kilómetro 402); habiéndose replegado el enemigo a distancia de 3 kilómetros de nuestra línea de frente. Inmediatamente se
estableció un cuadro de infantería, teniendo como centro la estación, mientras que las caballerías permanecían en sus
campamentos del día anterior: las de la 1.ª División, en la hacienda Los Sauces, a 3 kilómetros de nuestra retaguardia, con
avanzadas en la hacienda La Loza, situada a la derecha de la vía del ferrocarril, a 5 kilómetros de estación Trinidad; y en Santa
Ana, las de la 2.ª División, con avanzadas en la hacienda El Resplandor, al noroeste de estación Trinidad.
Apenas establecida nuestra línea de frente, como a las once de la mañana, nuestros jefes observaron que del campamento
villista se elevaba un aeroplano, con la probable intención de hacer reconocimientos sobre nuestro campo, y desde luego,
seleccionaron tiradores yaquis y mayos para batir aquella máquina, al ponerse al alcance de los tiros de fusil. El aeroplano hizo su
vuelo con dirección a nuestra línea de frente, sin poder elevarse a grande altura; y cuando estuvo a distancia que los jefes de la
línea juzgaron conveniente, nuestros tiradores abrieron el fuego sobre él, habiendo sido tan eficaz que, a poco rato, se le vio
retroceder, sin haber llegado a distancia que le permitiera hacer, siquiera, observaciones sobre nuestras líneas. El aterrizaje del
aeroplano fue tan brusco, que desde luego, supusimos que la máquina había sufrido algún daño, por los disparos de nuestros
soldados. Posteriormente, por informes recogidos de prisioneros del enemigo, quedó confirmado que el aeroplano recibió algunos
de nuestros proyectiles, habiendo tenido que aterrizar con el motor descompuesto, y a consecuencia de ello, el aviador sufrió la
fractura de una pierna, la que poco después le fue amputada. La maquina aérea quedó inutilizada.
El mismo día, el general Alejo G. González, con sus caballerías, atacó y tomó el cerro de La Capilla y la hacienda de Otates,
a cinco kilómetros al oriente de estación Trinidad, pero en seguida se vio obligado a replegarse, ante el ataque del enemigo, en
número muy superior.
Por la tarde, llamé a los generales Diéguez y González y les di instrucciones de que combinaran un movimiento, para
posesionarse del cerro de La Capilla, de la hacienda de Otates y de otras posiciones que ocupaba el enemigo, sobre nuestro flanco
derecho, por el valle, hasta la vía del ferrocarril; debiendo llevarse a cabo ese movimiento a primeras horas del día siguiente.
Durante la noche, el enemigo atacó algunos puntos de nuestra línea, siendo rechazado en todos sus intentos.
El día 8, desde al amanecer, los generales Diéguez y González iniciaron su movimiento sobre el cerro de La Capilla, la
hacienda de Otates y otras posiciones de aquel rumbo, y para las nueve de la mañana, después de haber librado rudos combates,
habían desalojado a las tropas enemigas que tenían en su frente. El general Diéguez ordenó que avanzaran las infanterías, a
ocupar las posiciones arrebatadas a los villistas; pero en aquel momento cargaron furiosamente, en número abrumador, sobre
nuestras caballerías, obligándolas a hacer una rápida retirada, y a dejar abandonado en el campo un cañón, de los dos que
llevaban, del que se apoderó el enemigo. Fue tan impetuosa esa carga, que, mezclados con nuestras caballerías, llegaron hasta el
campamento adonde éstas se reconcentraron, algunos jefes, oficiales y soldados villistas, de los que varios fueron identificados y
pasados por las armas, entre ellos, el llamado general Lucio Fraire. Nuestra línea de infantería rechazó, causándole grandes
destrozos, a la columna que venía cargando sobre las fuerzas del general Diéguez, mientras que el resto de las caballerías del
general Castro, que habían salido de La Loza, con toda oportunidad, auxiliaban al general Alejo González, que se batía en
retirada, contra un enemigo cuatro veces mayor, logrando, con ese auxilio, rechazar a los villistas hasta la hacienda de Otates, no
sin haber sufrido ya fuertes pérdidas, en su retirada, el general González.
En los combates librados durante el día, tuvimos que lamentar más de doscientas cincuenta bajas, contándose en ellas 1
oficial y 8 soldados artilleros, habiendo perdido un cañón de montaña, algunos caballos y fusiles.
El enemigo sufrió más de ciento cincuenta bajas, entre muertos y heridos, contándose, entre los primeros, el llamado general
Fraire y muchos jefes y oficiales.
La noche se pasó resistiendo los asaltos parciales que, a intervalos, y con más o menos energía, hacía el enemigo, en
diferentes puntos de nuestra línea.
El día 9, conforme a órdenes libradas por mi Cuartel General el día anterior, se movilizó el general Cesáreo Castro, con las
fuerzas de su División, rumbo a Guanajuato, habiendo sido ordenado este movimiento en virtud de que tuve informes de que el
general reaccionario Pánfilo Natera avanzaba sobre dicha Plaza, con la columna que tenía en Dolores Hidalgo. El general
Murguía, con su División, pasó a cubrir las posiciones que dejaba desocupadas el general Castro, en Los Sauces y puntos
inmediatos, dejando en Santa Ana una fuerza de mil hombres, como puesto avanzado.
Para entonces, había ordenado, también, la movilización de las fuerzas al mando del general Juan José Ríos, que integraban la
3.ª Brigada de la 1.ª División de Infantería del Noroeste, de Silao a Colima, nombrando, con acuerdo de esa Primera Jefatura,
Gobernador y Comandante Militar de aquel Estado al propio general Ríos, con objeto de que este jefe abriera una vigorosa
campaña en contra de algunas partidas de reaccionarios, que ejercían actividades en el Estado, y, de ese modo, tener controladas
nuestras vías de comunicación hasta el puerto de Manzanillo, el que, en caso extremo, podría ser nuestra base auxiliarle
aprovisionamiento, si los zapatistas llegaban a lograr éxito completo, en sus esfuerzos por incomunicarnos permanentemente con
Veracruz.
Debo explicar que la lentitud de nuestro avance y nuestra abstención de dar un ataque vigoroso sobre las columnas enemigas
que se presentaban a la vista, tenía por objeto inducir al enemigo a reconcentrar en León su artillería e infanterías, que había
retirado al Norte, y ver si lográbamos hacerlo presentar una batalla formal y decisiva en aquel terreno, que ya era bien conocido
por nosotros. Este plan tuvo buen resultado, pues, en efecto, Villa y Ángeles, al ver tan lentamente ejecutados nuestros
movimientos, nos juzgaron en incapacidad para tomar una ofensiva enérgica, y creyendo llegada la oportunidad de destruirnos,
empezaron a reconcentrar en León todos los elementos de que podían disponer por el Norte. Nuestros espías nos rendían
informes de que, diariamente, llegaban a León numerosos trenes conduciendo artillería, infanterías, aeroplanos y grandes
cantidades de víveres y municiones, informando también que las tropas eran procedentes de las guarniciones de Monterrey,
Saltillo, Durango, Chihuahua, Zacatecas, San Luis Potosí, y las que operaban frente a El Ébano.
En distintas ocasiones, algunos de los jefes llegaron a indicarme la conveniencia de dar un ataque general desde luego, y a
estas insinuaciones contesté siempre que no juzgaba oportuno hacerlo, mientras no tuviéramos al frente el grueso de las
infanterías villistas, así como su artillería, que debería ser nuestro principal objetivo al tomar la ofensiva; puesto que un ataque
sobre las columnas de caballería que el enemigo nos presentaba, quedaría fácilmente burlado por ellas, con sólo hacer un
movimiento rápido, lo cual nos desconcertaría grandemente, haciéndonos perder la figura y las posiciones que habíamos logrado
dar a nuestras tropas, y con las cuales, teníamos ganada una grande ventaja, para destrozar al enemigo cada vez que intentara
romper nuestras líneas.
Juzgo también de oportunidad consignar que, durante toda la campaña contra el villismo, estimé necesario hacer marchar
nuestras caballerías a la retaguardia, o por los flancos, pues hubiera sido peligroso llevarlas a la vanguardia; dado que, por las
observaciones que pude hacer en mi viaje a Chihuahua, en 1914, donde tuve oportunidad de conocer los elementos de combate
con que Villa contaba, me era conocida la absoluta superioridad numérica de sus caballerías, en cuya arma Villa había hecho
siempre gala de potencialidad.
El día 9 pasó sin novedad en el campamento, salvo constantes escaramuzas en diferentes puntos de nuestra línea, en las que
siempre resultaban rechazados los asaltantes.
De nuestro campamento se observó que durante todo el día, el enemigo estuvo reforzando sus líneas del frente, notándose
intenso movimiento de trenes entre dichas líneas y la estación de León.
El día 10 transcurrió sin más novedad que la continuación de ligeros tiroteos aislados, en distintos puntos de la línea.
El día 11 desde al amanecer se notó gran actividad en el campo enemigo, y pudimos descubrir que se emplazaba artillería
frente a la nuestra, que estaba colocada a nuestro flanco derecho sobre una pequeña colina, a tres kilómetros de la vía,
observándose también columnas de infantería que el enemigo iba desplegando en tiradores, apoyándose en un vallado que,
paralelo a nuestra línea de frente, partía del cerro de La Capilla, hasta perderse en el bosque, frente a la hacienda El Resplandor.
Por mi parte, continué haciendo detenidos reconocimientos, en los que pude observar que el enemigo había duplicado su
número y tomaba un dispositivo que denunciaba su resolución de librar en aquel campo una batalla decisiva.
Había llegado el momento que yo deseaba; pero ahora la carencia de municiones me obligaba a retardar nuestra ofensiva y
seguir en espera de un convoy con parque que había salido de Veracruz a cargo del coronel Mariano Rivas y escoltada por
fuerzas de la división Supremos Poderes, al mando del coronel Ignacio C. Enríquez, cuyo arribo se demoraba, porque en su
marcha, en un trayecto de más de 800 kilómetros, había que vencer los innumerables obstáculos que el enemigo oponía a su paso,
especialmente por la región infestada de zapatistas, quienes tenazmente causaban daños en la vía del ferrocarril, y cuya labor sólo
con la energía y actividad del general Millán y de los coroneles Miguel Alemán e Ignacio C. Enríquez, podía ser contrarrestada.
En vista de las actividades del enemigo por el frente, las que me dieron la certeza de que se avecinaba un combate formal, en
que quizás se hiciera necesaria la acción conjunta de todos nuestros elementos, ordené que las fuerzas del general Castro,
destacadas hacia Guanajuato, y que habían llegado ya a Silao, contramarcharan a acamparse en la hacienda de Sotelo, a nuestra
retaguardia. Esa orden fue dada también en vista de nuevos informes recibidos en mi Cuartel General, indicando que las fuerzas
reaccionarias de Natera no hacían ningún movimiento que indicara intención de avanzar al sur de Dolores Hidalgo.
Durante la noche, el enemigo atacó varios puntos de nuestra línea, siendo siempre rechazado por nuestros soldados.
Conociendo que el enemigo se preparaba para dar un ataque general, ordené al general Hill que, a la madrugada del día
siguiente, destacara las brigadas 8.ª y 4.ª de su División, al mando, respectivamente, del general Francisco T. Contreras y coronel
José Amarillas, para que se posesionaran del cerro de La Cruz, situado a nuestro flanco derecho y a distancia de unos 10
kilómetros de estación Trinidad, y que, una vez ocupada aquella posición, hicieran un ataque sobre el flanco izquierdo del
enemigo, que se encontraba en los cerros inmediatos al de La Cruz. También ordené al general Kloss que, al amanecer, hiciera
avanzar 4 piezas de artillería de 80 mm, tipo poderoso, y las emplazara en la loma que está a retaguardia de la hacienda La Loza,
para que, con sus fuegos, protegiera el avance de las fuerzas de infantería del general Contreras. Al propio tiempo, comuniqué
órdenes al general Diéguez para que, en combinación con los movimientos que emprendería el general Contreras, movilizara
parte de las fuerzas de su División, y las tendiera al pie de las lomas de la misma hacienda, para evitar que el enemigo pudiera
copar a Contreras; debiendo esta línea ser prolongada por el valle hasta la hacienda de Duarte, para cubrir el flanco izquierdo de
las tropas del general Contreras, a cuyo efecto comuniqué órdenes al general Hill, para que dispusiera que esa prolongación
fueran a cubrirla infanterías de la 9.ª Brigada, al mando del general Eugenio Martínez, y compuesta de los batallones 1.º y 21.º, de
Sonora, siendo jefe nato del 1.º el propio general Martínez y del 21.º, el teniente coronel Sobarzo. Asimismo, di instrucciones al
general Hill para que hiciera emplazar ametralladoras en los puntos de dicha línea que pudieran parecer vulnerables al enemigo.
Ese movimiento logró hacerse con toda oportunidad y sigilo tal, que el enemigo no se dio cuenta de que había colocado, en
loberas, una cadena de tiradores, partiendo desde la línea de flanco derecho de nuestro cuadro primitivo, hasta las lomas que
ocupaba el general Contreras, por lo cual juzgó fácil copar las tropas de este jefe y apoderarse de los cuatro cañones, que habían
sido colocados a retaguardia de la hacienda La Loza, con sólo rechazar a una pequeña fracción de caballería del general Alejo G.
González, que había mandado situar como puesto avanzado, a distancia de 400 metros, adelante de las piezas y cuya fuerza
parecía ser el único sostén que tenían nuestros cañones.
Preparado de esa manera el movimiento del general Contreras, el día 12, a primeras horas de la mañana, me dirigí, con una
pequeña parte de mi escolta, y la del general Cesáreo Castro, acompañado de éste y de algunos oficiales de mi Estado Mayor, a la
loma en que estaban emplazadas las cuatro piezas de artillería, al mando directo del teniente coronel Gustavo Salinas.
El general Diéguez, quien personalmente había hecho la colocación de sus tropas en la forma indicada, permanecía en la
línea, esperando el resultado de aquel plan preparado contra el enemigo.
Llegado que hube a nuestro puesto de artillería, ordené que el general Contreras iniciara su ataque, y desde luego lo
emprendió con todo vigor, protegiendo su avance el certero fuego de nuestra artillería, avance que se hizo lento, debido a las
posiciones ventajosas que ocupaba el enemigo.
Apenas iniciadas las operaciones, los villistas hicieron una rápida movilización para proteger su flanco atacado, y en menos
de cuatro horas sus caballerías habían tomado posiciones en las alturas que circundan el cerro de La Cruz, y que tienen todo el
aspecto de inaccesibles. Ese movimiento tan violento como intrépido, me hizo ordenar al general Contreras que suspendiera su
avance y se concretara a conservar el cerro de La Cruz, y los dos cerros inmediatos a éste, con el que forman un triángulo
ventajoso para la defensa.
Como a las 12 m. empezamos a notar rumbo a León inmensas columnas de polvo por el camino, denunciando el avance de
una fuerte columna enemiga. Poco después de una hora, empezó a descubrirse aquella columna, que al llegar a una distancia
menor de cinco kilómetros, se dividió en dos, con efectivo aproximado de un mil quinientos hombres cada una.
El terreno interpuesto entre nuestras líneas de tiradores y las del enemigo era aproximadamente de tres kilómetros, siendo en
una extensión de dos y medio kilómetros a nuestro frente completamente plano y sin vegetación, y medio kilómetro de espeso
bosque, frente a las posiciones del enemigo, lo que permitía a éste hacer toda clase de movimientos, sin ser observados por
nosotros, hasta que salían del bosque.
Las columnas de caballería que habíamos avistado procedentes de León llegaban a sus líneas y se internaban en el bosque, lo
que me hizo creer que se acercaba el momento de que el enemigo pusiera la parte que le correspondía, en la realización del plan
que habíamos preparado. Así fue: densas polvaredas empezaron a denunciar el movimiento que el enemigo intentaba, y
momentos después se le vio salir del bosque en impetuosa avalancha, formando una columna cuyo número era imposible
apreciar, porque venía envuelta en una nube de polvo, y sólo podían distinguirse las primeras líneas de jinetes que, a rienda
suelta, se lanzaban sobre nuestro grupo de caballería, que apenas era de 125 hombres. Éstos, después de resistir lo más que fue
posible, al verse atacados por aquella masa tan superior, emprendieron la huida, pero ya mezclados con algunos jinetes del
enemigo, logrando apenas rebasar nuestra línea para ponerse a salvo de la persecución que se les hacía. Fue entonces el momento
en que nuestros soldados de infantería, que habían permanecido ocultos en sus loberas, abrieron un fuego cerrado sobre aquella
compacta columna de jinetes que avanzaban furiosos, con verdadero frenesí, como si no tuvieran conciencia del peligro, llegando
hasta nuestra línea, donde, pistola en mano, intimaban rendición a nuestros soldados, y éstos contestaban con certero fuego,
diezmando las filas asaltantes. Éstos, al ver el estrago que se les causaba, dieron media vuelta y en igual impetuosa carrera fueron
recorriendo toda nuestra línea, en busca de algún punto débil para romperla, pero en todas sus tentativas fueron rechazados por
los nuestros, con muy grandes pérdidas, viéndose obligados a emprender definitivamente su huida rumbo a León.
En ninguna de las campañas en que me he encontrado —contra Orozco, contra Huerta y contra Villa— presencié una carga
de caballería tan brutalmente dada, como la de los villistas en ese día. Basta decir que lo nutrido del fuego duró,
aproximadamente, cinco minutos, y quedaron en el campo más de 300 muertos.
Entre los muertos se encontraron 80 oficiales, de los que componían la escolta especial de Villa, llamados Oficiales de
Órdenes y comúnmente conocidos por el nombre de dorados. Doce de éstos lograron rebasar nuestra línea y fueron muertos
dentro del campamento. A todos los muertos se les recogieron flamantes pistolas Colt, calibre 45, enteramente nuevas, carabinas
y sables.
Cuando recorríamos el campo los generales Diéguez, Castro, Alejo G. González y yo, con algunos oficiales de nuestros
respectivos Estados Mayores, encontramos un soldadito de 12 años que empeñosamente cavaba con su marrazo una fosa,
ahondando su lobera, y al interrogarlo nosotros sobre el objeto de aquella tarea, nos contestó: —Voy a enterrar a mi padre, que es
éste, señalando a un cadáver tendido frente a él, y añadió: pero no hay cuidado, a eso venimos, y yo maté a ese villista, señalando,
al decir esto, el cadáver de un oficial enemigo, que estaba tirado a corta distancia, y que fue precisamente quien había dado
muerte al padre de aquel pequeño luchador.
Para dar una idea de la moral que conservaban nuestras tropas, consigno un incidente que ocurrió el día 11, frente a la
hacienda El Resplandor:
Como a las once de la mañana, algunos soldados de las brigadas 2.ª y 4.ª de infantería, que ocupaban posiciones a nuestro
flanco izquierdo, abandonaron sus loberas, para ir a traer agua de un pozo situado entre nuestra línea y la hacienda El Resplandor,
estando ocupada ésta por el enemigo, quien abrió el fuego, causando a nuestros soldados una baja. Los nuestros regresaron a su
línea y levantaron a algunos de sus compañeros, en número de 60, y de su propia iniciativa marcharon sobre la hacienda El
Resplandor, habiendo atacado y desalojado al enemigo de aquella hacienda, tras de ligera resistencia, haciéndole varios muertos y
prisioneros, y capturando regular cantidad de ganado que los villistas tenían allí. A poco, sintieron los nuestros la aproximación
de una fuerte columna enemiga, por lo cual tuvieron que replegarse a sus posiciones; pero antes dieron muerte a los animales que
habían capturado, ya que no tenían tiempo de llevárselos a sus trincheras.
El general Contreras siguió combatiendo durante todo el resto del día 12; y el enemigo, por su parte, estuvo reforzando
constantemente las posiciones que eran atacadas por Contreras. Así terminó el día, y durante toda la noche continuó el fuego que
dirigían sobre nuestras trincheras algunos grupos de villistas, que se acercaban a hostilizar a nuestros soldados, haciéndose, en
tanto, menos reñido el combate que libraba el general Contreras.
Al amanecer del día 13, el citado general reanudó sus ataques sobre el enemigo, logrando desalojarlo de algunas de sus
posiciones, y causarle serias pérdidas.
Por la tarde empezó a cargar, por el valle, una fuerte columna de caballería enemiga, que trataba de desalojar a nuestros
soldados del cerro de La Cruz. Las cargas se continuaron con bastante empuje, pero los certeros fuegos de nuestros soldados
obligaron siempre a los reaccionarios a dar media vuelta. El teniente coronel Salinas batía con magnífico éxito, con su artillería, a
las columnas enemigas que cargaban sobre el cerro, causándoles grandes estragos.
El mismo día, el enemigo atacó con energía nuestro flanco izquierdo, obligando a nuestros puestos avanzados a abandonar las
posiciones que ocupaban por El Resplandor, habiendo sufrido nuestras fuerzas algunas bajas, incluyendo entre los heridos a los
coroneles J. Fernández de Lara y Enrique Espejel, y otros jefes y oficiales.
Ya muy tarde, transmití órdenes al general Contreras para que, después de rechazar al enemigo, se reconcentrara al
campamento, debido a que el parque empezaba a agotarse y careceríamos del suficiente para librar un combate general si
continuábamos aquella hostilización que podía provocarlo antes de que nos llegara el convoy que conducía pertrechos de
Veracruz.
El general Contreras, de acuerdo con las órdenes de mi Cuartel General, comenzó a replegarse paulatinamente, habiendo
pernoctado en la Hacienda de Duarte, conservando ocupadas por nuestros soldados algunas alturas cercanas a dicha Hacienda.
En la madrugada del día 14 fueron atacadas furiosamente nuestras posiciones en aquellas alturas, empeñándose con tal
motivo un reñido combate que se prolongó hasta las 12 m., durante el cual funcionaron nuestra artillería y la del enemigo, con
recio cañoneo. Con los oportunos refuerzos que estuvo enviando el general Contreras a las posiciones atacadas y con la eficacia
del fuego de nuestra artillería, se logró rechazar por completo al enemigo, habiéndosele hecho una tenaz persecución en la que
sufrió grandes pérdidas.
La persecución terminó a las 3 p. m., y después de ella, el general Contreras continuó haciendo la reconcentración de sus
tropas en la hacienda de Duarte, abandonando, al efecto, el cerro de La Cruz y los otros inmediatos a éste, posiciones que
habíamos conservado, a pesar de los desesperados esfuerzos que hizo el enemigo por arrebatárnoslas, durante los tres días de
lucha, en que tuvo pérdidas que pueden estimarse en más de 250, entre muertos y heridos.
Por nuestra parte, tuvimos que lamentar 24 bajas en el 20.º batallón; 41 en el 9.º batallón, y 2 en la Sección de
Ametralladoras, haciendo un total de 67, entre muertos y heridos. Entre los muertos del 9.º batallón figuraron: el capitán 2.º
Ricardo Vidal, el teniente Cristóbal López y el subteniente Narciso Amistrón, para quienes el general Contreras, al rendir su parte
al jefe de la 1.ª División de Infantería, tuvo los siguientes conceptos: Estos oficiales estuvieron en la primera línea, y fueron
muertos en su sitio, junto con 12 valientes soldados, no sin ver antes, a dos pasos de nuestra línea, los muertos del enemigo
confundidos con los nuestros. Insisto en significar a esa superioridad el sacrificio heroico de estos tres de mis mejores oficiales,
que sucumbieron en cumplimiento de su deber, junto con un grupo de bravos soldados.
El general Contreras terminó en la tarde la reconcentración de sus fuerzas, y a las once de la noche se incorporó al
campamento de Trinidad, con todos sus elementos.
Al reconcentrarse el general Contreras, se hizo una modificación de nuestra línea de frente, para cubrir nuestro flanco
derecho; quedando éste ocupado por la brigada al mando del general Eugenio Martínez, circundando las lomas a retaguardia de la
hacienda La Loza, hasta unirse con la línea de retaguardia de nuestro cuadro.
El mismo día 14 ordené al general Murguía que destacara fuerzas de su División, en número de 700 hombres, con
instrucciones de que 500 de ellos tomaran posesión de la hacienda El Resplandor y los 200 restantes se situaran adelante de aquel
punto, como puestos avanzados y de exploración.
De conformidad con esas órdenes, al amanecer del día 15 fue atacada, por sorpresa, la hacienda El Resplandor, que estaba
ocupada por el enemigo, y después de hora y media de rudo combate, quedó aquella posición en poder de nuestras fuerzas,
dejando los villistas en el campo muchos muertos y heridos, y habiéndoseles hecho algunos prisioneros.
El mismo día se incorporaron al campamento de Trinidad el teniente coronel Jesús Ma. Ferreira, procedente de Colima, con el
11.º Batallón de la 2.ª División del Noroeste; el teniente coronel Bernardino Mena Brito, procedente de Veracruz, con una
sección de tubos lanzabombas, y el capitán 1.º Adán C. Rubio, procedente de Pachuca, con alguna gente reclutada en el Sur, y
con la que más tarde se formó el 27.º Batallón del Noroeste, incorporándose a la 2.ª División de Infantería. Todos esos
contingentes, después de ser revistados y convenientemente pertrechados, pasaron a tomar colocación en la línea de fuego,
quedando la sección de tubos lanza-bombas incorporada a la 1.ª División de Infantería, y dependiendo directamente de la Jefatura
de dicha División, a cargo del general Hill.
El resto del día lo pasamos haciendo detenidos reconocimientos sobre el flanco izquierdo del enemigo, registrándose, por
diferentes puntos de nuestra línea, ligeros tiroteos, así como disparos aislados de cañón, que cambiaban nuestras baterías con las
del enemigo.
Por la noche, el enemigo intentó recuperar las posiciones de El Resplandor, dando algunos ataques sobre nuestras fuerzas,
pero en todos ellos fue rechazado, con pérdidas de consideración.
Como las tropas que ocupaban El Resplandor eran todas de caballería y no podía dárseles descanso ni forrajes a los caballos,
por la constante actividad en que se les mantenía para contrarrestar los tenaces ataques de enemigo, ordené que aquellas
posiciones fueran reforzadas con las brigadas 4.ª y 8.ª de infantería, de la 1.ª División, que teníamos de reserva desde que fueron
reconcentradas del cerro de La Cruz, formando, con estas fuerzas, una línea en tiradores, que se prolongaba hasta frente a la
hacienda Santa Ana, en ángulo recto, con apoyo frente al cuadro primitivo de nuestras infanterías.
Después de posesionadas dichas fuerzas, el enemigo dio un nuevo ataque, siendo también rechazado en esa vez, con pérdidas
de consideración.
El enemigo siguió extendiendo sus líneas, hasta cubrir todo nuestro frente y nuestros flancos, pues apoyaba el suyo izquierdo
sobre los cerros más altos que están al Oriente de estación Trinidad, prolongándose, de allí, por los cerros de La Cruz, de Otates y
de la Capilla, y cruzando el valle, pasaba por frente a la hacienda El Resplandor, e iba a terminar en las lomas que están frente a
la hacienda Santa Ana, por la izquierda, siendo la longitud de esa línea aproximadamente de 28 kilómetros.
Los días 16, 17 y 18 transcurrieron sin novedad de importancia en nuestro campamento, y en esos días continuamos
practicando reconocimientos, en los que observábamos las actividades del enemigo, que con toda celeridad se atrincheraba a lo
largo de su línea, haciendo llegar constantemente, de León, nuevos contingentes y toda clase de elementos, mientras que, por
nuestra parte, nos preparábamos mejor para resistir cualquier ataque que llegase a dar el enemigo, antes de que recibiéramos el
parque, que esperábamos de Veracruz, para principiar nuestra ofensiva y posesionarnos de León.
Durante ese tiempo, el Cuartel General de mi cargo estuvo, también, atento a la situación de retaguardia, ordenando lo
conveniente para contrarrestar cualquier movimiento que el enemigo llegase a intentar por aquel rumbo; a cuyo efecto dispuse
que el general Amaro se estableciera en Celaya, con el grueso de sus fuerzas, y situara competentes destacamentos en Irapuato y
otros puntos inmediatos, en prevención de que la columna villista que se encontraba en Dolores Hidalgo intentara avanzar al Sur
y apoderarse de nuestras vías de comunicación con Veracruz. En esa vigilancia cooperaban muy eficazmente el coronel José
Siurob, gobernador y comandante militar de Guanajuato, nombramiento que había recaído en su favor, al ser substituido en el
Gobierno de Querétaro por el general F. Montes, y el general Federico Montes, Gobernador y Comandante Militar de Querétaro,
quienes, constantemente, enviaban exploraciones y espías por los caminos de Dolores Hidalgo y San Miguel Allende, para
recoger informes sobre los movimientos que hiciera el enemigo por aquellos rumbos; informes que ellos rendían, oportunamente,
al Cuartel General de mi cargo, y que nos eran de mucha utilidad, para normar nuestros movimientos.
También transmití órdenes al general Amaro para que destacara fuerzas de su División hasta Pachuca, con objeto de asegurar
el control de la vía hasta aquel punto, cooperando con las fuerzas del general Millán a batir a las numerosas partidas zapatistas
que habían aparecido entre San Juan del Río y Tula, amenazando seriamente esta plaza y la vía del ferrocarril en aquella
extensión.
El día 19 se observó que el enemigo hacía más activamente sus preparativos, y en reconocimientos que hice ese día, pude
darme cuenta de que había emplazado artillería en nuestro frente y por el flanco derecho, dándome esto la seguridad de que
estaba próximo un ataque general sobre nuestras posiciones; por lo que mandé violentar la marcha del tren con pertrechos que se
encontraba en camino, procedente de Veracruz, disponiendo, para ello, que de Irapuato saliera el capitán Antonio M. Palma,
llevando máquinas con auxilio de tanques de aceite y de agua a encontrar dicho tren, que ese día había salido de Tula, para que
personalmente lo tomara a su cargo y lo hiciera llegar al campamento con toda prontitud.
El citado tren, custodiado hasta Celaya por fuerzas al mando del general J. Espinosa y Córdoba de la División del general
Amaro, llegó a Trinidad a la 1:35 a. m. del día 20.
Al amanecer del día 20 comuniqué órdenes a los jefes de las Divisiones de Infantería y de Caballería, generales Hill, Diéguez,
Murguía y Castro, para que procedieran a dar la dotación reglamentaria de parque a sus tropas, a fin de que estuvieran
enteramente listas para iniciar la ofensiva. Durante ese día, no hizo ningunos movimientos el enemigo.
El día 21, como recibiera noticia fidedigna de que en Dolores Hidalgo el enemigo estaba reconcentrando algunos elementos,
con la probable intención de atacar Celaya y cortar nuestras líneas de comunicaciones, modifiqué mi idea de tomar la ofensiva,
aplazándola para cuando hubiéramos logrado cortar la retaguardia del enemigo y destrozar la columna que se encontraba en
Dolores Hidalgo. Al efecto, acordé destacar una División, con objeto de destrozar la columna reaccionaria citada y destruir
después la vía del ferrocarril entre San Luis y Aguascalientes, y al norte de esta última plaza. Comuniqué, pues, las siguientes
instrucciones al general Murguía:
El Cuartel General de mi cargo ha dispuesto que hoy mismo se sirva usted emprender la marcha con las fuerzas de la 2.ª División
de Caballería del Noroeste y la Brigada de Caballería que comanda el C. general Martín Triana, con destino a Dolores Hidalgo,
haciendo todo esfuerzo por aniquilar la guarnición enemiga que hay en aquella plaza, destacando en seguida 500 hombres, al
mando de un jefe conocedor de la región donde van a operar, con objeto de que se vaya destruyendo la vía lo más posible, hasta
donde lo permita el enemigo que se encuentra en San Luis, y de allí pasarse a continuar igual labor sobre la vía que va de San
Luis a Aguascalientes y, si es posible, de Aguascalientes al Norte. Hoy me dirijo al general Cesáreo Castro, para que ponga a las
órdenes de usted al general Benecio López, que se encuentra con mil hombres frente a Dolores Hidalgo, a fin de que coopere en
las operaciones que llevará usted a cabo. En el remoto caso de que el enemigo, al darse cuenta de sus movimientos, reforzara la
guarnición de Dolores Hidalgo al grado de poner en peligro el éxito de sus operaciones, quedará al criterio de usted, al
aproximarse a dicha plaza, atacar o suspender el ataque, debiendo, en todo caso, dar aviso de sus determinaciones a este Cuartel
General. Encarézcole el restablecimiento de las vías telefónica y telegráfica a su retaguardia, a fin de que esté en constante
comunicación con este Cuartel General. Reitero a usted las seguridades de mi atenta y distinguida consideración. Constitución y
Reformas. Cuartel General en estación Trinidad, Guanajuato, a 21 de mayo de 1915. El General en Jefe. Álvaro Obregón. Al C.
general Francisco Murguía, jefe de la 2.ª División de Caballería del Noroeste.
Después de las doce del día, comencé a recibir partes de todos los jefes que cubrían la línea del frente, comunicándome que
en el campamento enemigo se notaba inusitado movimiento. En vista de esos informes, salí a reconocer personalmente, y pude
cerciorarme de que el enemigo, en efecto, hacía todos los preparativos para un ataque general. En nuestro campamento nada
había ya que disponer, porque cada división, cada brigada, cada batallón y cada hombre, ocupaban el lugar que se les había
señalado, y como se había estado combatiendo tan constantemente, todos nuestros jefes tenían una vigilancia rigurosa y estaban
observando, también, los movimientos del enemigo.
Pasaba la noche en completa calma; pero, a las cuatro de la madrugada del día 22, el enemigo se lanzó de improviso sobre la
línea que ocupaba la 2.ª División de Infantería, al mando del general Diéguez, y sobre las posiciones que ocupaba la brigada al
mando del general Eugenio Martínez. El ataque se inició con extraordinario ímpetu, y en unos cuantos minutos, se generalizó por
el frente y sobre la hacienda El Resplandor, en nuestro flanco izquierdo, habiendo, desde luego, entrado en acción la fusilería,
ametralladoras y artillería, por ambas partes. Inmediatamente transmití órdenes al general Murguía, quien había llegado a Silao,
en marcha hacia Dolores Hidalgo, a efecto de que regresara a estación Nápoles, a instalar allí, desde luego, su campamento, y
esperar nuevas instrucciones.
El combate continuó con la misma rudeza, y como a las 8 a. m., cesó por nuestro frente y aumentó por nuestros flancos.
Cuando aclaraba el día, nuestros jefes y soldados descubrieron una línea de infantería enemiga, que avanzaba a una distancia
menor de 100 metros de nuestras posiciones; observando también que algunos soldados se adelantaban, trayendo bombas de
mano, para lanzarlas sobre nuestras trincheras, y desde luego se abrió sobre ellos un fuego cerrado, que hizo frustrar su asalto,
intentado por sorpresa.
El combate a cada momento se hacía más desesperado, y el duelo de artillería que se había entablado entre nuestras baterías y
las del enemigo, se hacía verdaderamente imponente.
Al fin, fue rechazada la primera carga; pero en seguida el enemigo, con fuerzas de refresco que hicieron menos empuje por
llegar a nuestras trincheras, dio una nueva carga, la que fue también rechazada por nuestros soldados, dando los reaccionarios
media vuelta cuando se vieron diezmados por el mortífero fuego de nuestra fusilería y ametralladoras. Entonces el enemigo
ordenó un tercer asalto de sus infanterías, apoyadas por una columna de caballería, de la que cada jinete cargaba en ancas de su
caballo un infante, para reforzar las líneas atacantes. Ese asalto fue rechazado también, y entonces los jefes contrarios ordenaron
que la columna de caballería, con los infantes en ancas, dieran una carga sobre nuestra línea, y al llegar a nuestras trincheras,
botaran a tierra a los infantes, para que éstos asaltaran nuestras posiciones. La orden se cumplió, y fue un nuevo fracaso para el
enemigo, pues muy pocos lograron escapar de nuestros fuegos.
Convencidos los traidores de su impotencia ante nuestros valientes soldados, como a las 10 a. m. establecieron una línea de
tiradores a distancia de más de un kilómetro de la nuestra, mientras que destacaban una columna de caballería, fuerte en cinco mil
hombres, aproximadamente, la que, salvando el radio que batían nuestras infanterías, hizo un rápido movimiento a colocarse a
nuestra retaguardia, frente a la hacienda Los Sauces, donde destruyeron la línea telegráfica y quemaron dos puentes de ferrocarril,
después de rechazar a nuestros puestos avanzados de caballería que estaban situados por aquel rumbo, haciendo prisioneros a
algunos de nuestros soldados de aquellas avanzadas y apoderándose de sus impedimentas. El general Castro tomó, desde luego,
contacto con el enemigo para rechazarlo, entablando rudo combate, el que se generalizaba con fases poco favorables para
nuestras caballerías, debido a la superioridad numérica de los villistas; pues el general Castro sólo contaba allí con cerca de tres
mil hombres, porque tenía fuerzas de su División en la hacienda de Santa Ana, en La Loza y en Guanajuato.
Al general Murguía, que se encontraba en marcha hacia Dolores Hidalgo, le transmití órdenes urgentes para que
contramarchara a su campamento, desde que empezaron a ser atacadas nuestras posiciones del frente, en la madrugada de aquel
día; y de acuerdo con esas órdenes, la División de dicho jefe llegaba a Nápoles a las 12 m., cuando el general Castro combatía
rudamente con los villistas, entrando, desde luego, en acción, para atacar al enemigo en combinación con Castro, logrando, entre
ambas divisiones, obligar al enemigo a dar media vuelta, después de una resistencia enérgica. Los generales Murguía y Castro,
con los generales Figueroa, Cabrera, Ramos, González y otros de sus respectivas divisiones, cargaron entonces sobre el enemigo,
sin darle descanso, hasta obligarlo a replegarse a la hacienda de Duarte, causándole verdaderos estragos en la persecución y
capturándole cuatro ametralladoras, muchos caballos, armas y demás pertrechos, y haciéndole prisioneros a todos los infantes que
llevaba aquella columna, los que no pudieron escapar de la persecución de nuestras caballerías. Al desastre del enemigo en esa
ocasión contribuyó, de manera importante, nuestra artillería, emplazada al oriente de Trinidad, la que batió constantemente a los
villistas, desde que atacaban Los Sauces, y después, durante su huida, hasta que se replegaron a la hacienda de Duarte. En esta
última fase del combate fueron tan certeros los disparos de nuestra artillería, que nuestro fuego causó extraordinario pánico entre
los traidores, al grado de que muchos detenían su desenfrenada carrera y volvían hacia atrás, a entregarse a merced de nuestras
caballerías, de cuya persecución iban huyendo.
En seguida inserto parte rendido a mi Cuartel General, por el general Castro relativo a dicha acción:
Tengo el honor de poner en el superior conocimiento de usted que el 21 del actual, teniendo establecido mi Cuartel General en la
estación de Nápoles, recibí, a las 6 p. m., órdenes de la Jefatura del Ejército de Operaciones, para relevar, esa misma noche, las
guarniciones de las haciendas El Resplandor y Santa Ana, que se encuentran a nuestra izquierda, y movilizarme, con el resto de la
División, a la hacienda Los Sauces, situada en el centro y a retaguardia de la Infantería, para relevar a fuerzas de la División que
comanda el C. general Francisco Murguía, quien salía con rumbo a Guanajuato, debiendo quedar yo acampado en dicha
hacienda. Libré las órdenes oportunas para que se procediera al cumplimiento de lo mandado, quedando nuestras fuerzas en la
forma siguiente: En la hacienda El Resplandor, la brigada del C. general Porfirio G. González; en Santa Ana, la del C. general
Jesús S. Novoa; en la hacienda Sotelo, el C. general Ildefonso Ramos, de la brigada Maycotte, y en la hacienda Nápoles e
inmediato a la estación, el general Cabrera, de la brigada Regionales de Coahuila. El día 22, a las 6 a. m., hice mi movimiento a
Los Sauces; pero, apenas iniciado, tuve conocimiento de que el general Ramos estaba siendo atacado vigorosamente por el
enemigo, que durante la noche había avanzado por nuestra ala derecha, con objeto de flanquearnos. La escolta del C. general
Alejo G. González y la mía, al mando del C. teniente coronel Federico Berlanga, habían trabado, también, rudo combate con las
fuerzas contrarias, que en gran número trataban, a toda costa, de apoderarse de la vía férrea. Los nuestros lograron sostenerse por
algo más de una hora, pero el considerable número del enemigo (5 000 a 6 000 hombres), los hizo replegarse, llegando en esos
momentos el general Cabrera, con lo que, cobrando nuevos ánimos, pudo contenerse el violento avance de los contrarios. El
combate continuó reñidísimo, pues se llegó a luchar cuerpo a cuerpo, y estaba indeciso su resultado, a pesar del valor y tenaz
resistencia de los nuestros, dándose el caso de tener que apelar, con buen resultado, a una carga de caballería del Estado Mayor
del C. general Alejo G. González. Las fuerzas enemigas recibieron numeroso refuerzo de León, viéndonos obligados a
replegarnos hasta la vía férrea, en cuyo terraplén nos hicimos fuertes; pero la tenacidad y el número abrumador de los que nos
atacaban nos tenían en situación desventajosa; lo que, comprendido por el enemigo, hizo que pretendiera, con vigorosa carga,
flanquearnos, logrando, afortunadamente, evitarse, con la brillante defensa de mi Estado Mayor. En esos momentos, el general
Francisco Murguía, que ya había recibido órdenes de contramarchar de Silao, llegó en nuestro auxilio, iniciando oportuno ataque,
perfectamente desarrollado, y que inclinó la victoria de nuestra parte. Fuéronse quitando al enemigo, una a una, las posiciones
que ocupaba, y a las seis de la tarde, hora en que se recibió orden de suspender la persecución, lo habíamos replegado hasta su
primitivo puesto. Las pérdidas que se le causaron fueron aproximadamente de 700 a 800 hombres, entre muertos y heridos, como
40 prisioneros, que fueron pasados por las armas; algo de parque, 4 ametralladoras, quitadas por fuerzas del general Ramos, y
algunos caballos ensillados. Por nuestra parte, lamentamos las siguientes pérdidas: de la Brigada Regional de Coahuila, 2
oficiales y 17 de tropa muertos y 1 mayor, 2 oficiales y 35 de tropa heridos; de la brigada Maycotte, 1 mayor, 2 oficiales y 16 de
tropa muertos, y 1 oficial y 10 soldados heridos; además, 19 dispersos de la brigada Regional de Coahuila; haciendo, en total: 1
jefe, 4 oficiales y 33 de tropa muertos, y 1 jefe, 3 oficiales y 45 de tropa heridos, y 3 oficiales y 16 de tropa dispersos. Me
complace hacer constar que todos y cada uno de los que tomaron parte en este combate, cumpliendo con su deber, estuvieron a la
altura del buen nombre de nuestro Ejército, no pudiendo hacer especial mención de algunos, pues todos, sin excepción,
combatieron valientemente. Al felicitar a usted, en nombre de todos y en el mío propio, por este nuevo triunfo de nuestras armas,
me permito encarecerle se sirva hacer extensiva la felicitación al C. Primer Jefe. Reitero a usted las seguridades de mi respetuoso
afecto y subordinación. Constitución y Reformas. Cuartel General en estación Nápoles, Guanajuato, a 23 de mayo de 1915. El
General de Brigada, jefe de la 1.ª División de Caballería del Noroeste. Cesáreo Castro. [5]
Mientras que el combate se desarrollaba a retaguardia y flanco derecho, por nuestro frente había decrecido la intensidad de la
lucha.
Al obscurecer, hizo sus esfuerzos finales el enemigo, dando sus últimas furiosas cargas de caballería sobre las posiciones que
ocupaban los generales Carpio y Martínez, en las que, como siempre, fueron rechazados con pérdidas de consideración.
Al cesar los asaltos del enemigo, cesó también el fuego de artillería, que durante todo el día fue desesperado, batiendo los
cañones enemigos las lomas en que estaban emplazadas nuestras piezas, y especialmente las posiciones que ocupaban el general
Martínez y el teniente coronel Sobarzo, con los batallones 1.º y 21.º de Sonora.
A las ocho de la noche había cesado el fuego en toda la línea, y sólo a intervalos se dejaban oír ligeros tiroteos por nuestro
flanco derecho: era que nuestros soldados, constantemente alertas, batían a pequeños grupos villistas, que habían quedado
dispersos de la columna que entró a retaguardia, y que, protegidos por la obscuridad de la noche, marchaban a incorporarse a sus
campamentos, frente a León.
Para dar una idea de la actividad de la artillería en el combate de ese día, bastará consignar que, como lo asienta en su parte
relativo el general Maximiliano Kloss, por nuestra parte se dispararon un mil ochocientas granadas, de todos los sistemas y
calibres que teníamos en servicio, habiendo sufrido el personal de la artillería 20 bajas, entre muertos y heridos, contándose entre
los primeros, 5 oficiales.
El fuego de la artillería enemiga fue de más intensidad, pudiéndose asegurar que el número de sus proyectiles disparados fue,
cuando menos, doblemente mayor que el de los nuestros.
A las doce de la noche se reanudó el combate por nuestro flanco izquierdo, en nuestras posiciones de El Resplandor, que
fueron atacadas rudamente, y a la una a. m., se registraba también un asalto parcial sobre nuestra ala derecha, cubierta por fuerzas
del general Diéguez y de la 1.ª División. Este ataque duró, aproximadamente, 20 minutos, al cabo de los cuales, el enemigo se
replegó. El combate en El Resplandor se prolongó hasta el amanecer del 23, siendo rechazados los asaltantes con fuertes
pérdidas, en tanto que las nuestras consistieron en 1 oficial y 10 soldados heridos, y 4 soldados muertos.
En las primeras horas del día 23 practiqué un reconocimiento por nuestras líneas, y pude observar que el enemigo había
retirado su artillería y replegado su línea de frente, hasta las posiciones que ocupaban antes de prepararse para el asalto dado el
día anterior. Esto nos permitió reconocer todo el campo que había sido teatro de los combates, el que quedó sembrado de
cadáveres, en tal número, que llegaron a encontrarse hileras de muertos, en perfecta colocación de tiradores, dando la impresión
de que hubieran sido muertos por una descarga eléctrica.
Por el reconocimiento hecho en todo el campo, y por los partes que rindieron los jefes de nuestras fuerzas que tomaron parte
en los combates, nos convencimos de que el enemigo había tenido más de dos mil bajas, contándose entre ellas muchos jefes y
oficiales.
Por nuestra parte, tuvimos que lamentar más de trescientas bajas, entre muertos y heridos, contándose entre los últimos, un
coronel de las fuerzas del general Murguía; el mayor Francisco Flores, del 20.º Batallón, y varios oficiales, uno de ellos el
teniente Ramiro Diéguez, hermano y miembro del Estado Mayor del general Diéguez.
Entre nuestros muertos habidos en ese combate, figura un niño de once años, llamado Rodolfo González, quien desde Puebla
se había acogido a la protección del general Alejo G. González, y con gran entusiasmo acompañaba a este jefe en todas las
campañas, habiéndose hecho muy popular entre las tropas, que cariñosamente le llamaban el Generalito.
Cuando el combate era más reñido por nuestro flanco derecho, el día anterior, se presentaron a nuestros soldados 3 oficiales y
16 individuos de tropa del campo villista, rindiéndose incondicionalmente e informando que, en el campo enemigo, era grande la
desmoralización entre las tropas, por los repetidos fracasos que habían sufrido. A dichos oficiales y soldados se les recogieron las
armas, poniéndolos luego en libertad.
Debo consignar también que durante el combate del día 22, se aproximó a las posiciones que ocupaba el coronel Melitón
Albáñez, de la 2.ª División de Infantería, un automóvil procedente del campo enemigo, y al verlo algunos de nuestros soldados,
salieron a su encuentro, tiroteándolo, por lo que precipitadamente lo abandonaron sus ocupantes, quedando el auto en poder de
los nuestros, quienes lo remolcaron hasta nuestro campamento, habiéndose encontrado en él algunos documentos y equipaje
pertenecientes al general reaccionario José Rodríguez; notándose, también, frescas manchas de sangre en el asiento, por lo que es
de suponerse que resultó herido por el fuego de nuestros soldados alguno de los que ocupaban el automóvil.
Es igualmente debido consignar que en la persecución hecha al enemigo que se había colocado a nuestra retaguardia, y que
fue obligado a reconcentrarse en la hacienda de Duarte, tomó parte importante la brigada de caballería del coronel Cirilo Abascal,
perteneciente a la 2.ª División del Noroeste.
Después de la batalla del día 22, quedamos imposibilitados para tomar la ofensiva, debido al consumo de parque que se había
hecho durante los combates, pues quedaron batallones enteros con menos de la tercera parte de la dotación reglamentaria; y el
enemigo, aunque muy desmoralizado por los fracasos del día anterior, ocupaba magníficas posiciones, en cuyas circunstancias
consideré que sería aventurado un ataque. Determiné, pues, esperar la llegada del nuevo convoy de parque, que usted había
ordenado se remitiera con toda diligencia de Veracruz, al cuidado del coronel Ignacio C. Enríquez.
El resto del día 23 se pasó levantando el campo, incinerando cadáveres y recogiendo heridos.
Como un acto de justicia consigno en este parte la diligencia y el valor con que se portaron todos los miembros de nuestro
Servicio Sanitario, pues los médicos y ambulantes estuvieron constantemente en la zona de fuego, recogiendo heridos y
transportándolos a los trenes-hospitales, que se encontraban en la estación, frente al tren del Cuartel General, a distancia de un
kilómetro de nuestra línea de fuego del frente, y bajo el fuego de la artillería enemiga.
El mismo día 23, ordené al general Hill que movilizara la 5.ª Brigada de Infantería, al mando del general Gabriel Gavira, a
relevar las fuerzas del general Pedro Morales, que ocupaban posiciones en El Resplandor, pasando estas fuerzas a situarse en El
Bajío, cerca de la hacienda Santa Ana, para proteger esa posición, en caso de ser amagada por el enemigo.
El día 24 se observó que una fuerza de caballería enemiga hacía un movimiento por sobre nuestro flanco izquierdo, a
distancia de nuestra línea, y en previsión de que fuera atacada la hacienda de Santa Ana, ordené al general Pedro Morales que
estuviera listo para auxiliar aquella posición, que estaba ocupada por fuerzas del general Jesús S. Novoa, de la División del
general Castro, y dándole, al mismo tiempo, instrucciones de que practicara una exploración por aquel rumbo.
El general Morales hizo la exploración ordenada, y poco después rindió parte a mi Cuartel General de haber llegado hasta la
hacienda La Sandía, donde había algunas fuerzas enemigas, que huyeron hacia el cerro de San Cristóbal, ocupado también por el
enemigo.
En la misma fecha, el general Murguía rindió parte de que el general Figueroa le había comunicado que, en exploraciones
hechas por los alrededores de Romita por el teniente coronel Rodolfo F. Berber, se había descubierto que en la hacienda El
Paraíso, a seis leguas del pueblo, existían fuerzas enemigas, que se hacían ascender a un número considerable. Ordené al general
Murguía que siguiera enviando exploraciones competentes por aquel rumbo, y diera instrucciones de ejercer una estricta
vigilancia, para seguir observando los movimientos del enemigo.
Durante todo el día 24 permaneció inactivo el enemigo, y no ocurrieron más novedades, que el haberse presentado en
nuestras trincheras soldados villistas rindiéndose incondicionalmente y manifestando que reinaba gran desmoralización en las
filas reaccionarias. Se recogieron las armas a esos desertores del enemigo, y se les expidieron pasajes para que fueran a
Michoacán, de cuyo Estado dijeron ser originarios.
El general Benecio López, de la División del general Castro, que se encontraba al frente de las fuerzas que vigilaban los
caminos de Guanajuato a Dolores Hidalgo, observando la actitud de la columna villista, posesionada de aquella plaza, rindió
parte de que el coronel Elizondo, jefe de los puestos avanzados rumbo a Dolores Hidalgo, había avistado fuerzas de caballería e
infantería enemigas, que avanzaban hasta Lugo, con la aparente intención de atacarlo en la noche. Con tal motivo, ordené que
estuvieran alerta y listas para cualquier movimiento las fuerzas de guarnición en Guanajuato y en Silao, éstas al mando del
coronel Fidel Morado, de la brigada del general Maycotte, así como las que, al mando del general Amaro, guarnecían Celaya.
El día 25, el general López informó que el enemigo avistado el día anterior por el coronel Elizondo había seguido
reforzándose con infantería y caballería, y tomando posiciones frente a las de sus fuerzas, en Santa Rosa y La Fragua, pero sin
atacar.
El general Pedro Morales y el coronel Cirilo Elizalde practicaron exploraciones por las haciendas La Sandía, San Cristóbal y
El Mezquital, regresando sin novedad a sus campamentos, y dando parte de que sólo en la última de las citadas fincas habían
encontrado enemigo, en reducido número, el que había huido tan pronto como avistó a nuestras fuerzas.
Todos los jefes de la línea rindieron partes sin novedad, pues el enemigo permaneció durante todo el día en completa
inactividad, sin intentar hostilizar a nuestras tropas.
Durante la noche, sólo se registró un ligero tiroteo, de muy corta duración, frente a las posiciones del 20.º Batallón de Sonora.
El día 26, a las 9:30 a. m., recibí mensaje del capitán 1.º Salvador Mendoza, jefe de las armas en San Juan del Río, Querétaro,
dándome parte de haber tenido noticia fidedigna de que una partida de zapatistas, que se hacía ascender a quinientos hombres,
había pasado por Cerro Gordo, con aparente intención de atacar San Juan del Río. Inmediatamente puse el hecho en
conocimiento del general Montes, Gobernador y Comandante Militar de aquel Estado, dándole instrucciones de que estuviera
atento a la situación de aquella zona, para que oportunamente tomara las medidas necesarias, a fin de proteger cualquier punto
que se viera amenazado dentro de su jurisdicción.
A las 3:25 de la tarde de aquel día, el mismo capitán Mendoza me informó, en parte telegráfico, que un tren que iba hacia el
sur, a cargo del coronel Nicolás Díaz Velarde, había descarrilado en estación Aragón, al sur de San Juan del Río, y que dicho jefe
comunicaba que, a corta distancia de aquel punto, se encontraba importante núcleo enemigo. Momentos después recibí otro
mensaje, suscrito por el inspector de telégrafos, F. L. Bravo, a quien había movilizado de Irapuato para corregir algunos
desperfectos que se notaban en la línea telegráfica, entre San Juan del Río y Tula, informándome haber llegado al kilómetro 107,
Y encontrado un puente dinamitado, y la vía del ferrocarril destruida en un tramo de cinco a seis kilómetros, en cuya extensión
había sido quemada toda la postería del telégrafo y destrozados los hilos por una columna zapatista, cuyo número se hacía
ascender a un mil quinientos hombres.
Inmediatamente comuniqué órdenes al teniente coronel J. L. Gutiérrez, jefe de reparaciones de vía y comandante del Batallón
de Ferrocarrileros, quien se encontraba en Jaral del Valle haciendo acopio de forrajes para nuestras caballerías, a fin de que,
llevando un tren con materiales de reparación y la fuerza que estaba a sus órdenes, marchara violentamente al Sur, hasta el lugar
de los desperfectos, e hiciera las reparaciones necesarias, debiendo llevar cuadrilla de celadores, para restablecer cuanto antes la
comunicación telegráfica, de acuerdo con el inspector del ramo, C. Manuel F. Ochoa, que se encontraba en Querétaro.
Comuniqué, también, órdenes para que fuera reforzado el Batallón de Ferrocarrileros con 200 hombres de la brigada del general
Gonzalo Novoa, los que deberían ser recogidos en Irapuato, por el teniente coronel Gutiérrez.
Nuevas exploraciones hechas por el rumbo de Romita, vinieron a desmentir la noticia de que en la hacienda El Paraíso existía
enemigo en considerable número, según parte que con fecha 26 me rindió el general Murguía.
Durante el citado día 26 no hubo cambio en la tranquila situación de nuestro campamento, y tampoco por el rumbo de
Guanajuato; siguiendo el general Benecio López muy pendiente de los movimientos que llegara a hacer el enemigo, que había
tomado posiciones frente a nuestros puestos avanzados, en Quinteros. Por mi parte, ordené que, a fin de frustrar al enemigo
cualquier intento de avance al Sur, el general Amaro movilizara una columna de caballería sobre San Miguel Allende, dándole
instrucciones de que si la guarnición villista en aquella plaza, no era numéricamente superior a esa columna, la atacara para
posesionarse de la población. Al mismo tiempo, comuniqué órdenes al general Benecio López, para que con las fuerzas de su
mando, simulara un avance sobre Dolores Hidalgo, a fin de llamar la atención del enemigo que se encontraba en aquella plaza, e
impedir, así, que pudiera reforzar la guarnición de San Miguel Allende, si era atacada por las fuerza del general Amaro.
Al siguiente día, se encontraba ya en marcha la columna destacada por el general Amaro sobre San Miguel Allende, mandada
por el coronel Villarreal, y al llegar a Puente de Calderón, trabó combate con las avanzadas villistas que allí había, las que
opusieron una enérgica resistencia al avance de nuestra columna, hasta que, por fin, fueron desalojadas por los nuestros,
causándoles pérdidas considerables en muertos, heridos y prisioneros, siendo estos últimos en número de doce. Ocupado por
nuestras fuerzas el Puente de Calderón, emprendieron la persecución del enemigo rumbo a San Miguel Allende; pero al acercarse
a aquella plaza, se dieron cuenta de que venía en auxilio de los villistas perseguidos una columna con efectivo mucho mayor que
la nuestra, por lo que el coronel Villarreal juzgó necesario replegarse hasta Chamacuero, dando parte del resultado de su
expedición al general Amaro, en Celaya, para ser auxiliado por éste en caso de que la columna villista, de refuerzo, avanzara a
atacarlo en aquel lugar.
El general Benecio López rindió parte de que el mismo día, a la 1:30 p. m., una avanzada de sus fuerzas en Quinteros había
tenido un tiroteo con una exploración del enemigo, a la que los nuestros derrotaron completamente, obligándola a huir en
dispersión.
Seguí recibiendo diversos partes, que daban cuenta de las actividades del enemigo sobre la línea de San Juan del Río a Tula, y
de que habían causado nuevos daños en Peón, Polotitlán, Dañú, Marqués y otros puntos de la vía; y con tal motivo, ordené que,
violentamente, salieran de Irapuato el capitán Antonio M. Palma, jefe de trenes militares, y el C. Luis G. Alcalá. maestro de
caminos, a cooperar con el teniente coronel Gutiérrez en la pronta reparación de aquellos desperfectos.
En la misma fecha, ordené al general Murguía que, con fuerzas de su División, mandara reforzar las posiciones de la hacienda
Santa Ana, ocupando los cerros inmediatos a esta, en prevención de que fuera atacada por el enemigo, que frecuentemente hacía
movimientos por aquel rumbo, esquivando combate con nuestras tropas del flanco izquierdo.
El día 28, quedó restablecida la comunicación telegráfica, al sur de San Juan del Río, pudiendo entonces saber que el tren de
pertrechos que venía de Veracruz había llegado sin novedad a Tula. Ordené entonces al capitán Palma que se transladara a
aquella estación y recibiera del coronel Enríquez dichos pertrechos, para que, bajo su personal vigilancia, los condujera con toda
prontitud hasta nuestro campamento, escoltados por la fuerza a sus órdenes, por la del coronel Ocampo, que se encontraba en
Tula, y por la fuerza del teniente coronel Gutiérrez, que trabajaba en la reconstrucción de la vía del ferrocarril.
En la misma fecha, y con motivo de haber tenido informes de que se estaban reconcentrando en las cercanías de Guadalajara
algunos grupos de reaccionarios, con la aparente intención de atacar aquella plaza, que tenía una corta guarnición a las órdenes
del general Enrique Estrada (quien había quedado como jefe de operaciones en Jalisco, cuando salió el general Diéguez de aquel
Estado), hice movilizar un refuerzo, al mando del general Pablo Quiroga, de la División del general Diéguez, compuesto de los
batallones 11.º y 23.º de la 2.ª División del Noroeste, y un regimiento de caballería de la misma División, cuyos cuerpos eran
comandados, respectivamente, por los tenientes coroneles Jesús Ma. Ferreira, Juan Domínguez y Leonardo Esquivel.
Por la noche quedó reparada la vía del ferrocarril entre San Juan del Río y Tula; pero no completamente expeditada, porque la
obstruía el tren descarrilado en el kilómetro 111; y como el levantamiento de ese tren podría tardar, ordené al capitán Palma que
hiciera marchar el tren de pertrechos de Tula hasta el lugar del descarrilamiento y que, con toda actividad, empleando toda la
gente que fuera necesaria, se transbordara el parque a los trenes que había llevado el teniente coronel Gutiérrez, salvando así el
tramo obstruido, y que una vez hecho el transbordo, continuara violentamente en marcha a nuestro campamento, escoltando el
convoy en la forma que ya le había indicado y, además, por el batallón de Supremos Poderes, que traía a sus órdenes el coronel
Enríquez, a quien, a última hora, di instrucciones de continuar su marcha hasta Trinidad.
Ese día, como los anteriores, transcurrió sin novedad en nuestro campamento. Por el rumbo de Dolores Hidalgo se registraron
ligeras escaramuzas, entre las avanzadas de las fuerzas del general Benecio López Y las exploraciones villistas de la columna que
se encontraba en Dolores Hidalgo.
El día 29 venía en camino, sin novedad, el tren de pertrechos, habiendo llegado a Silao a las 8:45 de la noche, y ordené que,
desde luego, se desbloqueara el patio de la estación Trinidad, para que dicho tren se hiciera seguir hasta el campamento, aquella
misma noche, como se efectuó.
El general Benecio López me rindió parte de que, por la mañana, había salido al frente de 200 hombres, de Quinteros a
Capulín, habiendo tomado contacto con el enemigo que se encontraba en aquel lugar, y que después de tres horas de combate,
había logrado quitar a los villistas sus posiciones, desalojándolos, igualmente, del aguaje de Capulín, siendo el enemigo en
número de 300 hombres, a las órdenes del llamado coronel Joaquín Sandoval, quien fue muerto durante el combate, por el
teniente José Dueñas, de las fuerzas del general López; que los villistas, desalojados de sus posiciones, emprendieron la fuga
rumbo a la hacienda Trancas, en completa desbandada, y que, poco después, reorganizados y reforzados en dicha hacienda,
formando una columna de más de 600 hombres de caballería e infantería, volvieron sobre los nuestros, obligando al general
López a replegarse con sus fuerzas, hasta sus antiguas posiciones en Quinteros, adonde el enemigo llegó a atacarlo, siendo los
villistas constantemente reforzados por el camino de Dolores Hidalgo, hasta que, al fin, los nuestros lograron rechazarlos, con
pérdidas de consideración, a pesar de su superioridad numérica.
El día 30, a primeras horas, se repartió entre la tropa la dotación reglamentaria de parque de la remesa llegada la noche
anterior, y principiamos a hacer los preparativos para nuestra próxima ofensiva sobre el enemigo posesionado frente a León.
El general Benecio López me rindió parte de que una avanzada villista había intentado apoderarse de Puerto de Bermúdez,
habiendo sido rechazada con algunas pérdidas, por los nuestros.
A las 10 p. m. recibí un nuevo parte, rendido por el general López, haciéndome saber que el enemigo intentaba otra vez
apoderarse de Puerto de Bermúdez, posición que estaba siendo defendida bizarramente por nuestros soldados, rechazando todos
los ataques de los villistas.
Habiendo obtenido autorización de esa Primera Jefatura para incorporar, accidentalmente, al Ejército de Operaciones el
batallón de Supremos Poderes, a las órdenes del coronel Enríquez, el Cuartel General de mi cargo dispuso que esa fuerza pasara a
tomar posiciones en nuestra línea del flanco izquierdo, frente a la hacienda Santa Ana, reforzando así aquel sector que, por los
movimientos del enemigo, parecía ser su objetivo.
El día 31, a las 8 p. m., me transladé a la estación Nápoles, a conferenciar con los generales Murguía y Castro, a quienes
manifesté mi propósito de esperar dos días más, dejando al enemigo la iniciativa de ataque, y que si, en ese tiempo, no tomaba la
ofensiva, la tomaríamos nosotros, indicándoles que, si en ese término, llegábamos a ser atacados, estaríamos enteramente listos
para tomar la ofensiva, tan pronto como el enemigo estuviera lo suficientemente quebrantado. Por la tarde, regresé a Trinidad,
donde conferencié también con los generales Diéguez y Hill, sobre el mismo tema.
Las opiniones de los jefes citados eran diversas: el general Murguía se inclinó siempre por tomar la ofensiva; el general
Castro era del mismo parecer; el general Diéguez opinaba que, después de los combates del día 22, el enemigo no intentaría un
nuevo ataque, y que, en consecuencia, tocaba a nosotros emprenderlo; en tanto que el general Hill se inclinaba por la defensiva,
hasta que tuviéramos pertrechos suficientes para asegurar el éxito de un movimiento ofensivo por nuestra parte. Sin embargo de
tal divergencia de opiniones, todos los jefes estuvieron siempre dispuestos a secundar mi plan general, consistente en agotar lo
más posible al enemigo en sus continuos ataques sobre nuestras posiciones, y tomar la ofensiva cuando se tuviera la seguridad de
un éxito completo, táctica que ya había sido coronada por el éxito en los combates de Celaya.
Como para entonces el enemigo había evacuado ya las plazas de Monterrey y Saltillo, y reconcentrado todas las fuerzas con
que había principiado su ofensiva en la frontera Norte del país, hacía ascender su efectivo en León y en sus atrincheramientos
frente a nuestras líneas, a un número aproximado de 35 000 hombres, con 24 piezas de artillería.
El general Benecio López me rindió parte de que el combate entablado la noche anterior, entre sus avanzadas, en Puerto de
Bermúdez, con los villistas que trataban de apoderarse de aquella posición, había durado cuatro horas, al cabo de las cuales el
enemigo fue obligado a replegarse en dispersión, sufriendo muchas bajas.
Por la noche, el coronel Siurob, Gobernador y Comandante Militar de Guanajuato, me rindió parte urgente, comunicándome
que al mineral de La Luz, situado sobre la sierra de Guanajuato, como a 10 kilómetros al poniente de estación Nápoles, había
llegado una fuerza de caballería enemiga, de 150 hombres; y que sus avanzadas, por el camino de dicho mineral, habían avistado
enemigo superior, a larga distancia, haciendo un movimiento con el mismo rumbo. Inmediatamente comuniqué la noticia al
general Murguía y al general Castro, que se encontraban acampados en Nápoles, a fin de que mandaran ejercer estricta vigilancia,
para evitar una sorpresa.
Con esas novedades, terminó el día.
La noche pasaba en relativa calma, dejándose oír solamente disparos aislados de fusil, en distintos puntos de la línea de uno y
otro campamento, que, como señales de ¡alerta!, daban por la noche las tropas, cuando no se combatía.
A las tres de la mañana, fuimos despertados por el fuego que el enemigo abría por nuestro flanco izquierdo, generalizándose
rápidamente en toda nuestra línea, aunque siendo un poco menos intenso en nuestro flanco derecho.
La forma en que ese combate se inició, me hizo suponer desde luego, que se trataba de un combate general, y desde aquel
instante se empezó a sentir inusitada actividad en nuestro campamento. Los toques de clarín de asaltantes y defensores se dejaban
oír distintamente hasta el Cuartel General, ordenando siempre: ¡Fuego! ¡Fuego!, y en pocos momentos, la acción tomó las
proporciones que yo esperaba.
Cuando amaneció, el combate era reñidísimo, haciéndose incesante el fuego de ametralladoras, fusilería y cañones, pudiendo,
entonces, notar que una columna de caballería hacía un movimiento sobre nuestra extrema izquierda.
Al iniciarse el combate, lo comuniqué a los generales Murguía y Castro, a fin de que estuvieran enteramente listos para
recibir órdenes, y al notar el avance de la columna de caballería sobre nuestro flanco izquierdo, para amagar nuestra retaguardia
por Santa Ana, ordené al general Murguía que, con toda actividad, se movilizara con las fuerzas de su División a aquella
hacienda, y al general Castro, que con su División, marchara a acamparse en la hacienda Los Sauces.
El combate continuó, con igual encarnizamiento, hasta las nueve a. m., hora en que las columnas de infantería enemigas se
replegaban a sus posiciones, muy diezmadas, pues habían dejado en el campo gran número de muertos y heridos; continuando un
fuego menos intenso, y a una distancia que lo hacía casi ofensivo. La artillería enemiga continuaba haciendo fuego nutrido sobre
nuestras posiciones.
A esa hora, recibí un parte del general Jesús S. Novoa, comunicándome que la hacienda Santa Ana empezaba a ser atacada
por una columna enemiga, y que otra columna, más numerosa, hacía un movimiento envolvente, a distancia, amagando colocarse
a su retaguardia. Ese parte lo comuniqué al general Murguía para que activara su marcha a Santa Ana.
A las diez de la mañana se me informó de Silao y de Nápoles que una fuerte columna de caballería enemiga avanzaba sobre
aquellas estaciones, y que estaba ya a la vista el grueso de dicha columna. En aquellos momentos quedaron interrumpidas las
comunicaciones, pues los villistas quemaron las estaciones de Silao y Nápoles, y todos los puentes de aquel tramo, destruyendo
también la línea telegráfica.
El general Maycotte, que se había incorporado procedente de Puebla, el día 29 de mayo, y que todavía se encontraba
curándose de la herida que recibiera en el combate del día 12 del mismo mes, estaba en Silao con 200 hombres de su brigada.
Encontrándose también en el hospital de Silao, algunos heridos y enfermos de nuestras infanterías, entre ellos, el coronel
Francisco R. Noriega, jefe del 2.º Batallón de Sonora, quien al tener conocimiento de la aproximación del enemigo, abandonó su
cama, y se hizo seguir de ocho heridos más, que se encontraban aún en condiciones delicadas, saliendo, pie a tierra, resueltos,
hasta las orillas de la población, donde tomaron posiciones en tiradores, y resistieron con admirable heroísmo, hasta que todos
ellos fueron muertos en sus respectivos sitios. En el hospital de Silao se encontraban también el teniente coronel Cenobio Ochoa,
con dos de sus oficiales, y éstos lograron escapar, haciendo su marcha a Trinidad, a pie, por lejanos caminos que les ofrecieron
más seguridades. El general Maycotte logró salir de la plaza con la mayor parte de su gente, batiéndose en retirada rumbo a
Irapuato.
El sacrificio del coronel Noriega y sus valientes compañeros no fue estéril, pues su actitud desconcertó al enemigo, que, al
sentir resistencia, empezó a tomar dispositivos de combate, perdiendo con esto el tiempo, que hábilmente era aprovechado por el
capitán Palma, jefe de trenes militares, para sacar todos los trenes que había en la estación, conteniendo provisiones, pertrechos,
pagaduría y hospitales; habiendo quedado, solamente, dos carros con impedimentas y mujeres de los batallones de juchitecos, y
un carro que era taller para fabricación de bombas para los tubos lanza-bombas Mariñelarena y que, por lo tanto, contenía
materias explosivas. Esos tres carros fueron incendiados por los villistas, habiendo muerto quemadas algunas de las personas que
los ocupaban y que no tuvieron tiempo de escapar, las que, afortunadamente, fueron en muy corto número.
El enemigo posesionado de la plaza pasó por las armas a algunos de nuestros heridos, que cayeron en su poder, así como a
nuestros soldados y oficiales que fueron hechos prisioneros y al telegrafista Vicente Coria, de la sección telegráfica de mi Cuartel
General, quien atendía la oficina telegráfica de la estación de Silao en los momentos del asalto. Los telegrafistas militares Benito
Ramos, Sra. Macrina Lara y Pedro R. Torres, que también estaban de servicio en Silao, en aquellos momentos, se vieron en grave
peligro de caer en poder del enemigo y sólo por circunstancias casuales lograron escapar. El comportamiento de todos ellos fue
digno de elogio, pues mantuvieron la comunicación hasta los precisos momentos en que el enemigo llegaba a la estación, cuando
ya la ciudad estaba en su poder, y aun cuando hubieran podido escapar oportunamente en algunos de los trenes que salieron
rumbo a Irapuato.
El enemigo incendió la estación, los carros que en ella se encontraban y los depósitos de aceite, y, dejando una regular
guarnición, marchó a incorporarse al grueso de la columna, que a las órdenes directas del llamado general Villa, atacaba a
nuestras caballerías en Nápoles.
A esa hora, y cuando las columnas de humo que levantaban los incendios en Silao, indicaban al enemigo atrincherado a
nuestro frente que nuestra retaguardia había sido cortada por sus compañeros, reanudaron sus asaltos sobre nuestras posiciones
del frente; asaltos en que siempre fueron rechazados por nuestras infanterías, causando fuertes pérdidas a los traidores.
Como a las 10:30 a. m. el combate había tomado su mayor proporción, entrando en acción, excepto pequeñas fracciones,
todos los contingentes de ambos Ejércitos; pero a poco, las infanterías que atacaban nuestro frente y nuestros flancos, ya muy
quebrantadas y diezmadas en sus inútiles esfuerzos por tomar nuestras trincheras, empezaron a desistir de su empeño,
replegándose a sus antiguas posiciones.
Continuaba encarnizado el combate que libraban nuestras caballerías, desde la hacienda Santa Ana y la de La Loza, hasta los
cerros que quedan al sur de estación Nápoles, adonde las caballerías habían sido ya rechazadas por el enemigo, después de
desalojarlas de sus posiciones, en la vía del ferrocarril, y de la hacienda de Nápoles.
A poco, nuestras caballerías eran atacadas vigorosamente en los cerros al sur de estación Nápoles, obligándolas a batirse
desesperadamente en retirada, palmo a palmo, hacia la hacienda Santa Ana.
Para proteger la retirada de los generales Murguía y Castro, de la que tuve conocimiento por parte que me rindió el general
Murguía diciéndome que era tal el ímpetu con que cargaban los villistas, que era difícil contenerlos, ordené la movilización de la
brigada de caballería del general Pedro Morales, reforzada con el regimiento a las órdenes del coronel Cirilo Elizalde, cuya
fuerza llegó hasta la hacienda La Loza.
Por nuestro frente y nuestro flanco izquierdo había perdido intensidad el combate, y sólo el fuego de artillería continuaba
incesante.
Nuestras caballerías terminaron su reconcentración en Santa Ana a las seis de la tarde, siendo allí reforzadas con las brigadas
de los generales Rómulo Figueroa, Porfirio G. González y Jesús S. Novoa, procediendo, desde luego, a reorganizarse y tomar
posiciones tras las cercas de piedra que existen en la misma finca, para resistir cualquier ataque del enemigo, que quedó
acampado a corta distancia. Por la noche, las fuerzas del general Pedro Morales, que habían sido situadas en La Loza, fueron
atacadas por el enemigo, y ordené que se reconcentraran al rancho de San Gregorio, y de allí a Santa Ana.
En la retirada de nuestras caballerías tuvimos que lamentar muy serias pérdidas, figurando entre los muertos, los coroneles
Díaz Couder, de la División del general Murguía, y Cirilo Elizalde, de la Brigada Antúnez.
Al obscurecer, el enemigo tomó posiciones, formando un semicírculo a la hacienda Santa Ana, dejando sólo en descubierto la
parte que quedaba frente a la línea que del cuadro de infantería ocupaba el coronel Enríquez, con el batallón Supremos Poderes.
Ese día, ordené al teniente coronel Salinas que mandara emplazar, dentro de nuestro cuadro y trente a San Gregorio, (pequeño
rancho, que forma un triángulo con Santa Ana y La Loza), 4 cañones. (El teniente coronel Salinas era ya el Comandante general
de la artillería expedicionaria, por disposición del Cuartel General, dictada el 24 de mayo, para substituir al general Kloss, quien
fue comisionado para salir a Guadalajara, a encargarse de la fabricación de granadas para nuestra artillería).
Con el dominio de nuestras caballerías por la columna de caballería enemiga, la situación se había hecho bastante crítica, y
me presentaba un problema de difícil solución: tomar la ofensiva al siguiente día era casi imposible, debido a las condiciones en
que habían quedado nuestras caballerías; evacuar la hacienda Santa Ana y reconcentrar las caballerías, dentro del cuadro de las
infanterías, para darles descanso y municiones, era inconveniente, dada la necesidad que teníamos de conservar aquella hacienda,
por ser una de las posiciones más ventajosas, así como porque, en nuestro campamento, se carecía en absoluto de forrajes, y era
escasa el agua para un número tan crecido de hombres y caballos; mandar refuerzos de infantería a Santa Ana era posible
solamente retirando algunos batallones de la línea de fuego; y, de cualquier manera, dejar en peligro dicha hacienda, era provocar
un fracaso. En esa difícil disyuntiva, resolví, al fin, evacuar la hacienda El Resplandor, y retirar las infanterías que se encontraban
tendidas desde esa hacienda hasta frente a Santa Ana, para reforzar, con ellas, esta última, que es una posición que domina
perfectamente el valle, y con ella estábamos en condiciones ventajosas para iniciar desde allí la ofensiva, cuando el enemigo
hubiera ocupado las posiciones que evacuarían nuestros soldados esa noche.
Tomada tal resolución, inmediatamente di las órdenes para que esa misma noche se llevara a cabo la retirada de nuestras
tropas de El Resplandor, y se hiciera su reconcentración a Santa Ana; y como se tratara de un movimiento tan delicado e
importante, comisione al teniente coronel Aarón Sáenz y al capitán 1.º Benito Ramírez G., ambos de mi Estado Mayor, para que,
personalmente, vigilaran la ejecución de mis órdenes, hasta quedar terminada la reconcentración a Santa Ana de los Batallones
8.º y 20.º de Sonora, que deberían retirarse de El Resplandor.
Ese movimiento se llevó a cabo con todo sigilo y rapidez, durante la noche, hasta las dos de la madrugada.
Aquella misma noche llegaron a mi Cuartel General los generales Murguía y Castro, y después de narrar, con entereza y
claridad, los acontecimientos del día, se regresaron a sus campamentos, yendo satisfechos de la determinación tomada por mí de
reforzarlos con infanterías para que, aunque fuera por partes, dieran el necesario descanso a sus caballerías. En la misma noche,
el general Murguía me hizo un pedido de cartuchos y provisiones, habiéndole remitido reducidas cantidades de unos y otras,
debido a que estos elementos empezaban ya a escasearse en nuestros depósitos.
En el transcurso de la noche, fueron continuos, y a veces muy nutridos, los tiroteos en distintos puntos de la línea, aunque no
llegaron a tener las proporciones de un ataque formal. Nuestras posiciones de Santa Ana no fueron hostilizadas.
En el día de los acontecimientos relatados, pudimos darnos exacta cuenta del efectivo del enemigo, debido a que de los
puntos dominantes en que estaba emplazada nuestra artillería, y de las posiciones del general Martínez, observamos
perfectamente bien los movimientos y la importancia de las columnas que los hacían.
Al amanecer del día 2, los villistas cargaban sobre Santa Ana, haciéndolo con tal brío, que lograron llegar muy cerca de las
posiciones que ocupaban nuestros soldados, dejando un gran número de muertos, al ser rechazados por el 20.º Batallón de
Sonora, colocado allí de antemano por el general Murguía.
Al darse cuenta el enemigo de que la hacienda El Resplandor había sido evacuada por nuestras tropas, se posesionó de ella, y
extendió sus líneas por donde estaba la nuestra, hasta frente a Santa Ana.
El combate en Santa Ana continuaba, aunque con menor intensidad que el día anterior, y no dejaba de hacer fuego la artillería
que el enemigo tenía emplazada frente a la nuestra, que estaba al poniente de estación Trinidad, dirigiendo sus disparos sobre
nuestras posiciones y sobre nuestros trenes, aunque menos nutrido que el día anterior.
A las 12 m. el enemigo empezó a hacer un serio movimiento sobre nuestro flanco derecho, reconcentrando un gran número de
fuerzas de las tres armas en la hacienda de Duarte, y procediendo, desde luego, a emplazar su artillería frente a las posiciones que
ocupaban los batallones 1.º y 21.º de la Primera División, y el 5.º y el 16.º de la Segunda División.
Como nuestro movimiento de ofensiva habría de iniciarse por la hacienda Santa Ana, ordené al general Hill que movilizara
más infanterías a dicha hacienda, y, al efecto, dispuso desde luego, que fracciones de diferentes batallones, sumando 600
hombres, marcharan, a las órdenes del teniente coronel Fernando F. Félix, jefe del 17.º batallón Alfredo Murillo.
Como el general Murguía manifestara su deseo de atacar al enemigo que tenía enfrente, le dirigí la siguiente comunicación:
Estoy preparando un plan de ataque, que llevaremos a cabo pasado mañana, y que acabaré de resolver mañana, en vista de las
fases que tome el combate. En tal virtud, se servirá usted no efectuar el movimiento ofensivo que tenía pensado desarrollar
mañana, sobre el enemigo. Con el teniente coronel Fernando F. Félix remito a usted 600 infantes, y mañana temprano pasaré a
esa a cambiar impresiones, respecto al plan que pienso desarrollar. Hago a usted presentes las seguridades de mi distinguida
consideración y particular aprecio. Constitución y Reformas. Cuartel General en Estación Trinidad, Guanajuato, a 2 de junio de
1915. El General en Jefe. Álvaro Obregón. Al C. General Francisco Murguía, Jefe de la 2.ª División de Caballería del Noroeste.
En su campamento en hacienda Santa Ana del Conde, Guanajuato.
A pesar de que la situación era para nosotros muy comprometida, por estar completamente sitiados por un enemigo de
indiscutible superioridad numérica, siendo dueños solamente de una llanura en que no había más elementos que los que habíamos
logrado acumular del Sur, antes de ser cortada nuestra retaguardia, los que rápidamente iban agotándose, nuestros soldados se
conservaban en magnífico estado de ánimo y con una fe inquebrantable en el triunfo sobre sus adversarios.
Por la noche, pudo notarse que el enemigo retiraba gran parte de sus contingentes que tenía a retaguardia de Santa Ana,
cargándolos a nuestro flanco derecho para reforzar las tropas que desde el día anterior se habían reconcentrado en la hacienda de
Duarte; y, de esa manera, fue posible la salida de emisarios de nuestro campamento, llevando pliegos míos para los generales
Maycotte, Amaro y Quiroga (este último marchaba de Guadalajara a nuestro campamento, cuando fue ocupado Silao por el
enemigo, y yo suponía que estuviera reconcentrado en Irapuato), que debían encontrarse en Irapuato, en cuyos pliegos les daba
instrucciones de reunir sus fuerzas y marchar a nuestro campamento por el camino de Romita, para ordenarles un movimiento
sobre Silao, en la forma que fuera conveniente.
Esa misma noche mandé recado al general Murguía, confirmándole mi aviso de que, a las primeras horas del día siguiente,
me transladaría a la hacienda Santa Ana, para ultimar, en detalle, la forma en que debería emprenderse el movimiento de
ofensiva, que ya teníamos concertado.
Decidido a emprender la ofensiva el día 4, en la misma noche del 2 ordené que se trazara un cuadro de 300 metros por lado,
teniendo como centro la estación, y que se abrieran loberas sobre las líneas de dicho cuadro, para cubrirlo con la fuerza que
debería quedar como resguardo de nuestros trenes, al iniciar nosotros la ofensiva, para el caso de que el enemigo que quedaba a
restaguardia pretendiera apoderarse de ellos. Para distraer el menor número posible de nuestras tropas de ataque, la guardia para
nuestros convoyes sería completada con todos los miembros de la columna que no tuvieran servicio en las trincheras, tales como:
ambulantes del servicio sanitario, telegrafistas militares, ordenanzas del Cuartel General, personal de la Proveeduría y de la
Pagaduría, etc., etc., quienes, gustosos, se aprestaron a tomar colocación en las loberas en que habían de repeler cualquier intento
del enemigo sobre nuestros trenes.
El día 3, muy temprano, marché a Santa Ana, acompañado del general Diéguez y algunos jefes y oficiales de nuestros
respectivos Estados Mayores. Llegamos a dicha hacienda a las 7 a. m., y en seguida de desmontar, subimos al torreón de la finca
principal, que sirve de mirador, donde ya se encontraban los generales Murguía, Castro y Alejo González. Aquel sitio ofrecía un
magnífico punto de observación, de donde podían ser vistos, con toda claridad, los movimientos y colocación del enemigo. Este
había suspendido sus asaltos a la hacienda, y se concretaba a hacer fuego, poco nutrido, por el frente, y con algo más de
intensidad por el poniente de la hacienda. Sin embargo, la situación allí se hacía cada vez más crítica, por la absoluta falta de
agua; pues aunque la bomba que proveía de este líquido a la hacienda, y que estaba instalada en el valle, había sido puesta en
funcionamiento por los nuestros, el agua no llegaba a la finca, porque un tramo de la tubería que la conducía quedaba sobre el
nivel del suelo y había sufrido, por los proyectiles, un sinnnúmero de perforaciones, por las que se escapaba el agua.
Habíamos resuelto ya la hora y forma en que debería efectuarse el asalto sobre el enemigo, y dábamos por terminada la
observación, siendo un poco antes de las nueve de la mañana, cuando descubrimos una columna que se aproximaba a paso veloz,
y pocos momentos después pudimos distinguir claramente que era artillería la que con tanta precipitación hacían avanzar los
villistas rumbo a la hacienda.
Como en aquellas posiciones no teníamos artillería, y ellas ofrecían un magnífico blanco al enemigo, comprendí, desde luego,
que sus fuegos serían eficaces, por lo que ordené a los generales Murguía y Castro que hicieran salir violentamente todas las
caballerías e impedimentas que había en las cuadras de la finca, y cuyo número pasaba de mil dragones.
Descendimos luego del torreón, para que cada quien tomara su colocación, pues teníamos ya la certeza de la proximidad de
una seria batalla.
Las caballerías e impedimentas empezaron a hacer su retirada con toda actividad, marchando el general Castro adonde se
encontraban sus tropas, y el general Murguía hacia la línea de fuego, al Oeste de la hacienda, cubierta por el 20.º Batallón de
Sonora; mientras que el general Diéguez se dirigía a Trinidad, y yo mandaba retirar nuestros caballos a retaguardia de las casas
de la hacienda. Entonces, seguido del general Serrano, del coronel Piña, de los tenientes coroneles Jesús M. Gana y Aarón Sáenz,
de los capitanes Ezequiel Ríos y Rafael Valdés, y de algunos otros miembros de mi Estado Mayor, me dirigí a las trincheras del
frente, que estaban ocupadas por soldados del 8.º Batallón de Sonora. El tiempo empleado por nosotros para hacer ese recorrido
fue reducidísimo; pero el enemigo obró con tal diligencia e impunidad, porque no teníamos artillería con que obligarlo a
conservar la suya a larga distancia, que había emplazado ya sus cañones a distancia no mayor de 1 200 metros de nuestra línea. El
fuego no se hizo esperar, pues cuando nos faltaban unos setenta metros para llegar a nuestras trincheras, explotó cerca de
nosotros la primera granada y a ésta siguieron otras, que eran dirigidas sobre el grupo que formábamos, en tanto que seguía yo
avanzando con el coronel Piña, el teniente coronel Garza y los capitanes Ríos y Valdés.
Faltaban unos veinticinco metros para llegar a las trincheras, cuando, en los momentos en que atravesábamos un pequeño
patio situado entre ellas y el casco de la hacienda, sentimos entre nosotros la súbita explosión de una granada, que a todos nos
derribó por tierra. Antes de darme exacta cuenta de lo ocurrido, me incorporé, y entonces pude ver que me faltaba el brazo
derecho, y sentía dolores agudísimos en el costado, lo que me hacía suponerlo desgarrado también por la metralla. El
desangramiento era tan abundante, que tuve desde luego la seguridad de que prolongar aquella situación en lo que a mí se refería
era completamente inútil, y con ello sólo conseguiría una agonía prolongada y angustiosa, dando a mis compañeros un
espectáculo doloroso. Impulsado por tales consideraciones, tomé con la mano que me quedaba la pequeña pistola Savage que
llevaba al cinto, y la disparé sobre mi sien izquierda, pretendiendo consumar la obra que la metralla no había terminado; pero mi
propósito se frustró, debido a que el arma no tenía tiro en la recámara, pues mi ayudante, el capitán Valdés, lo había bajado el día
anterior, al limpiar aquella pistola. En aquel mismo momento, el teniente coronel Garza, que ya se había levantado y que
conservaba su serenidad, se dio cuenta de la intención de mis esfuerzos, y corrió hacia mí, arrebatándome la pistola, en seguida
de lo cual, con ayuda del coronel Piña y del capitán Valdés, me retiró de aquel sitio, que seguía siendo batido vigorosamente por
la artillería villista, llevándome a recargarme contra una de las paredes del patio, donde a mis oficiales les pareció que quedaría
menos expuesto al fuego de los cañones enemigos. En aquellos momentos llegó el teniente Cecilio López, Proveedor del Cuartel
General, quien sacó de su mochila una venda, y con ella me ligaron el muñón.
Cerca del sitio donde yo caí, permanecía tirado aún el capitán Ezequiel Ríos, de mi Estado Mayor, quien había sido
seriamente herido por dos balines de la misma granada. Fue luego recogido por algunos de los miembros de mi Estado Mayor allí
presentes, mientras que yo, ayudado por el teniente coronel Garza y el coronel Jorge Blum, médico de la División del general
Murguía, que había sido llamado por el teniente coronel Aarón Sáenz, me dirigía, por mi propio pie, a la casa de la hacienda,
adonde llegué y me recosté en un sillón que había en una de las habitaciones. A poco se presentó el general Murguía, a quien el
teniente coronel Sáenz había ido a comunicar la noticia de mi herida.
La abundancia de sangre había sido tal, que creí que mi vida no podría prolongarse por muchas horas, por lo que llamé al
general Murguía y le dije: —Diga usted al Primer Jefe, que he caído cumpliendo con mi deber, y que muero bendiciendo la
Revolución, y le indiqué la conveniencia de que se reunieran él y los generales Hill, Diéguez y Castro, para que nombraran mi
sucesor, como Jefe del Ejército de Operaciones. Me dirigí también a los miembros de mi Estado Mayor, recomendándoles que
continuaran al lado de quien fuera designado mi sucesor, con la misma lealtad y abnegación con que habían servido conmigo.
Poco después se improvisaba una camilla de un catre de campaña, y fui colocado sobre ella, para transladarme al Cuartel
General, que distaba 10 kilómetros de la hacienda Santa Ana; y como en el trayecto tuviéramos que pasar por la línea de fuego,
en un tramo regular, el general Murguía ordenó que una fuerza de caballería de su División se colocara en el valle, cubriendo uno
de los flancos de nuestra marcha, mientras que el otro lo cubría la parte de mi escolta que me había acompañado a Santa Ana, a
fin de sostener cualquier ataque del enemigo, mientras pasaban conmigo al campamento.
Emprendieron conmigo la marcha hacia Trinidad, marcha que se hacía muy pesada, debido al ardoroso sol de aquella hora y
también a que el terreno estaba en su mayor parte surcado, y esto hacía difícil que los camilleros uniformaran su paso.
Habíamos caminado una corta distancia cuando nos encontró el teniente coronel médico de mi Estado Mayor, Enrique C.
Osornio, que había sido llamado por el subteniente Gustavo Villatoro para que me atendiera en Santa Ana. El doctor Osornio se
limitó a reconocer ligeramente el vendaje que me había sido puesto por el doctor Blum, y me hizo tomar un líquido, para atenuar
el dolor que me causaba la mutilación. Así continuamos hasta la línea del flanco izquierdo de nuestro campamento, donde se
encontraba el coronel Enríquez, a quien llamé para saludado, y cambiar con él algunas palabras.
Después de mi breve conversación con el coronel Enríquez, continuamos la marcha, empezando yo a notar alguna confusión
en mis ideas, que a poco degeneró en la pérdida completa de mis facultades, debido, en parte, al anestésico que me había hecho
apurar el doctor Osornio.
Mientras tanto, el combate se había generalizado sobre la hacienda Santa Ana, y se hacía también muy rudo a nuestro flanco
derecho, por donde el enemigo batía con furioso cañoneo las posiciones que ocupaban el general Martínez, con el l.er Batallón, y
el teniente coronel Sobarzo, con el 21.º, pareciendo, más bien, que el enemigo quería hacer gala de los elementos con que contaba
para aniquilarnos.
Después de las cuatro de la tarde, cuando había terminado la operación quirúrgica que me fue practicada, y me había sido
retirado el cloroformo, recobré mis facultades, hallándome en el gabinete de mi carro Siquisiva. Permanecía a mi lado el teniente
coronel Osornio, y éste, a preguntas que le hice, me informó que el enemigo había sido rechazado con grandes pérdidas.
Durante toda la tarde, seguía escuchando fuego de artillería y fusilería, y durante la noche se sucedieron los tiroteos y
disparos aislados de artillería, fases éstas que ya se habían hecho casi reglamentarias durante las noches.
Al siguiente día se libraron combates parciales, con más o menos rudeza, en distintos puntos de nuestra línea.
El día 5 se inicio el movimiento de ofensiva, haciéndose, desde luego, arrollador el avance de nuestras fuerzas.
Durante toda la mañana estuve recibiendo en mi gabinete la visita de los miembros de mi Estado Mayor, quienes iban a
notificarme, con satisfacción, la marcha de los acontecimientos, diciéndome que el enemigo era rechazado en toda la línea, y que
nuestros soldados se batían con bizarría y entusiasmo.
Después del mediodía, se me comunicó la toma de León, y la completa dispersión de los reaccionarios, habiendo estado yo
informado de todas las fases de la lucha por las noticias que me daban los miembros de mi Estado Mayor, quienes prestaron
eficaz ayuda al general Hill, en el desarrollo de las operaciones, desde la fecha en que yo había quedado imposibilitado para
dirigirlas.
Posteriormente, el C. general Benjamín G. Hill, que había quedado como Jefe Accidental del Ejército de Operaciones, me
rindió el siguiente parte:
Tengo el honor de informar a usted que a raíz del penoso incidente ocurrido el 3 de junio próximo pasado, en que una granada
enemiga, al herir a usted, lo puso fuera de combate, transcribí a los generales Manuel M. Diéguez, jefe de la 2.ª División de
Infantería del Cuerpo de Ejército del Noroeste, Cesáreo Castro y Francisco Murguía, jefes respectivamente, de la 1.ª y 2.ª
Divisiones de Caballería del Cuerpo de Ejército del Noroeste, la disposición de usted, comunicada el 29 de marzo del presente
año, en San Juan del Río, Querétaro, por la Orden General de la Jefatura del Ejército de Operaciones, que a la letra dice:
“Dispone el C. General en Jefe: Que el C. General de Brigada Benjamín G. Hill tome el mando directo de las infanterías del
Cuerpo de Ejército del Noroeste, y que, a falta del C. General en Jefe, el citado General Benjamín G. Hill asumirá el mando del
Ejército de Operaciones. Todos contestaron mi comunicación relativa, manifestando que no tenían ninguna objeción que hacer a
la superior disposición de usted, y que desde luego, me reconocían como Jefe Accidental del Ejército de Operaciones”. El
siguiente día (4), el enemigo sostuvo un constante fuego de artillería sobre las posiciones ocupadas por los generales Carpio y
Martínez, en nuestro flanco derecho, dando asaltos parciales sobre los diferentes puntos de nuestra línea, lo que era una
continuación de la situación del día anterior. En la noche del mismo día 4, llegaron al campamento de Trinidad los generales
Murguía y Castro, y como se tratara ya de reunirnos, para acordar la forma en que deberíamos emprender, al siguiente día, el
ataque sobre el enemigo, llamé también al general Diéguez, y reunidos todos en el carro que servía de oficina a mi Cuartel
General, con asistencia también de los CC. general Francisco R. Serrano, jefe del Estado Mayor de usted, y los tenientes
coroneles Jesús M. Garza y Aarón Sáenz, de la misma corporación, se propusieron y discutieron distintas formas de efectuar
dicho ataque, llegando a la conclusión de que seguiríamos el plan general que usted, de antemano, había iniciado y sometido a
nuestra consideración; con la sola modificación, propuesta por el general Murguía y apoyada por el general Castro, de que una
columna de caballería, fuerte en dos mil hombres, partiendo de Santa Ana, trazando un semicírculo, para salvar las líneas
enemigas, marchara a destruir la vía del ferrocarril a retaguardia del enemigo, en San Francisco del Rincón. Esa modificación no
dio lugar a ser discutida, porque los mismos generales proponentes informaron que la columna propuesta había salido ya, al
mando del general Alejo G. González, y compuesta de fuerzas de las brigadas de él y de los generales Porfirio G. González y
Pedro Morales. El plan general era el siguiente: El general Murguía, con todas las caballerías de su División y parte de las del
general Castro, y con las infanterías del 8.º, 17.º y 20.º de Sonora, más las que se juzgara necesario de la 5.ª Brigada al mando del
general Gavira, emprendería un ataque sobre la extrema derecha de la línea enemiga, apoyado por dos piezas de artillería de 75
mm, que se habían llevado a Santa Ana. Al iniciar su avance el general Murguía, emprenderían el ataque, por el frente, las
fuerzas que se encontraban frente a la hacienda El Resplandor, y cuando el combate se generalizara por aquel flanco, el general
Diéguez iniciaría un movimiento de ofensiva, por nuestra extrema derecha, haciendo todo esfuerzo por tomar las posiciones del
cerro de la Capilla y la hacienda de Otates, para evitar que el grueso del enemigo, que ocupaba toda aquella región, auxiliara a los
que eran batidos por las fuerzas del general Murguía. Se dejarían fuerzas suficientes en la hacienda Santa Ana, y en nuestra línea
de retaguardia, para rechazar cualquier ataque que intentara el núcleo enemigo que quedaba en Nápoles y Silao. De conformidad
con ese plan, al siguiente día (5 de junio), a las cinco de la mañana, el general Murguía inició su ofensiva en la siguiente forma: el
general Rómulo Figueroa, con dos mil hombres de caballería, partió de Santa Ana, dando un rodeo a los cerros que están a la
izquierda de la hacienda citada, y llevando a sus órdenes, como jefes, a los CC. general Jesús S. Novoa y coroneles Pablo
González, Heliodoro T. Pérez, Eduardo Hernández y Miguel S. González; atacó, por sorpresa, al enemigo, haciéndole, desde
luego, un verdadero estrago, y obligándolo a replegarse, habiendo continuado en su persecución, batiéndolo, por las haciendas
San José, Jagüeyes, La Sandía y San Cristóbal. A la misma hora, 5 a. m., cuando el general Figueroa inició su ataque, la artillería
emplazada en Santa Ana abrió fuego sobre el enemigo, y bajo la protección de estas piezas, el general Murguía, con el 17.º
batallón, dos compañías de la infantería del general Gavira, el 20.º batallón, el 8.º batallón y dos escuadrones de caballería de la
brigada del coronel José Murguía, emprendió su avance por el frente, en dirección a El Resplandor. El empuje de nuestros
soldados obligó al enemigo a emprender su retirada, poseído de verdadero pánico, rumbo a León. La persecución, por aquel
flanco, se había generalizado, y cuando el general Murguía llegaba a la altura de El Resplandor, ordené el movimiento por
nuestro frente y ala izquierda, cubiertos con fuerzas de los generales Manzo, Contreras y Jaimes, y de los coroneles Amado
Aguirre y Melitón Albáñez; aquéllos de la 1.ª División de Infantería, y los últimos, de la 2.ª División de la propia arma, logrando,
desde luego, empezar a desalojar al enemigo, el que oponía menos resistencia, al darse cuenta del desastre que había sufrido por
su derecha y de la huida de sus compañeros perseguidos por el general Murguía. Cuando todo nuestro frente había tomado las
primeras posiciones del enemigo, inició el general Diéguez un nuevo movimiento, sobre un grueso núcleo de reaccionarios, que
permanecían atrincherados a nuestra retaguardia y flanco derecho. Dicho movimiento lo hizo el teniente coronel Mancillas, con
fuerzas del batallón de su mando, y una fracción de las del coronel Abascal. Entretanto, el general Gavira, con las fuerzas de su
brigada y caballerías del coronel José Murguía, hacía una batida eficaz al enemigo, que se encontraba en las haciendas Loza de
Barrera y Sotelo, desalojándolo de aquellas posiciones. Cuando el teniente coronel Mancillas asaltaba y tomaba las primeras
trincheras del enemigo, el general Diéguez ordenó al general Eugenio Martínez que con las tropas de su mando y el 5.º batallón
de la 2.ª División, avanzara sobre el enemigo, que tenía frente a sus posiciones. Ese movimiento fue tan enérgico, que los
nuestros lograron desalojar a los reaccionarios, obligándolos a replegarse a la sierra de La Luz, que corre de Sur a Norte, yendo
los traidores en completa dispersión, por los caminos que conducen a San Felipe y Dolores Hidalgo. El avance de nuestros
soldados continuó por los distintos sectores, y después del mediodía, reunidos ya en las cercanías de León, los generales Figueroa
y Murguía, éste, con las infanterías que a sus órdenes directas partieron de Santa Ana, atacaban rudamente al enemigo, que
trataba de hacerse fuerte en aquella plaza, logrando desalojarlo de sus últimas posiciones y ponerlo en fuga. El teniente coronel
Félix había tomado, con parte de las infanterías de su mando, el cerro de Jerez, que está frente a León, y allí fue vigorosamente
atacado por un enemigo en número abrumador, viéndose obligado a replegarse hasta donde encontró a las infanterías que hacían
el avance general, habiendo sufrido serias pérdidas, entre ellas al mayor Guarizapa, de la fracción del 15.º batallón, quien resultó
muerto. La persecución al enemigo continuó en todas direcciones, hasta el obscurecer, reconcentrándose después nuestras tropas
en León y en el campamento de Trinidad. Nuestras tropas capturaron al enemigo la artillería que tenía emplazada frente a la
hacienda Santa Ana, así como la que, tenía frente a El Resplandor, por nuestra ala izquierda, al comenzar el movimiento; y los
batallones 5.º y 16.º de la 2.ª División del Noroeste, al hacer su avance sobre la derecha, capturaron también dos cañones con 11
granadas. El general Martínez, al ocupar con sus fuerzas la hacienda de Otates, donde Villa tenía establecido su Cuartel General,
capturó grandes cantidades de provisiones, parque, elementos sanitarios, etc., que allí habían reconcentrado los villistas. Estimo
que en esta jornada, el enemigo dejó en poder de los nuestros más de 300 000 cartuchos de 7 mm, más de 3 000 rifles, así como
20 ametralladoras y 6 cañones, e igualmente, grandes cantidades de provisiones de boca, medicinas y objetos varios. Las bajas
del enemigo ascendieron a más de 5 000, entre muertos y heridos, prisioneros y dispersos, calculando las nuestras, durante los
días 3, 4 y 5, en 700, entre muertos y heridos, correspondiendo las dos terceras partes a las caballerías y el resto a la infantería.
Entre nuestros heridos, figuran el coronel Amado Aguirre, de la 2.ª División del Noroeste, quien recibió una grave herida en la
cabeza, y se encuentra en estado de suma delicadeza, y el teniente coronel Sobarzo, quien recibió dos heridas en la caja del
cuerpo, aunque no son de gravedad. El enemigo logró hacer escapar sus trenes, donde tenía impedimentas y alguna artillería,
debido a que la columna que se había destacado para cortar la vía a su retaguardia no llegó con la oportunidad necesaria. Debo
hacer notar que, a excepción del movimiento encomendado al general Alejo González, todos los detalles del plan general de
ofensiva, acordado la noche del 4, fueron puestos en ejecución con toda exactitud, y desarrollados con entero éxito, por lo cual la
Jefatura que accidentalmente tenía a mi cargo, no vio necesario dictar ningunas órdenes en sentido de modificar la forma de
nuestra ofensiva. Con respecto al C. general Cesáreo Castro, debo manifestar que, habiendo sido fraccionada su División,
marchando una parte con el general Alejo González, a hacer el movimiento a retaguardia del enemigo, y otra con el general
Murguía, en el movimiento ofensivo sobre León, quedando otra parte con el general Maycotte, cortada a nuestra retaguardia; el
general Castro, con algunos de los miembros de su Estado Mayor, permaneció en la hacienda de Santa Ana, observando los
movimientos del enemigo a nuestra retaguardia y flanco izquierdo, incorporándose en la tarde del día 5 a nuestro campamento de
Trinidad. Considero que no hay lugar a hacer mención especial de algunos de los miembros de nuestro Ejército, puesto que todos,
y cada uno, cumplieron a satisfacción, desempeñando con toda eficacia y valor las comisiones y servicios que se les
encomendaron. Felicito a usted, y por su digno conducto, al C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, por este completo
triunfo de nuestras armas sobre los reaccionarios, protestándole mi atenta consideración y respeto. Constitución y Reformas.
Encarnación, Jalisco, julio 2 de 1915. El General en Jefe de la 1.ª División de Infantería del Cuerpo de Ejército del Noroeste.
Benjamín G. Hill.
Tomada la plaza de León por nuestras fuerzas, después de la completa derrota y dispersión de los reaccionarios que la
defendían, continuaban ocupadas por el enemigo, a nuestra retaguardia, las plazas de Silao y Guanajuato; y para recuperar esas
plazas, encontrándome aún en estación Trinidad, el día 6 comuniqué órdenes directas al general Amaro, que ya se había puesto
en contacto con mi Cuartel General por Romita, para que, en combinación con los generales Maycotte y Quiroga, que se
encontraban al Sur de Silao, atacaran al enemigo que se encontraba posesionado de aquella plaza y procedieran, desde luego, a la
reparación de la vía del ferrocarril, en los tramos en que hubiera sido destruida, al Norte y Sur de Silao.
Ese movimiento se efectuó desde luego, y a las seis de la tarde del mismo día, nuestras fuerzas ocuparon la plaza de Silao,
donde los villistas no intentaron hacer resistencia, pues conociendo el desastre que sus compañeros habían sufrido por nuestro
frente, sólo procuraron escapar a la batida de los nuestros, huyendo precipitadamente hacia la sierra de Guanajuato.
Por la noche, ordené que los generales Maycotte y Quiroga marcharan con sus fuerzas a incorporarse al campamento de
Trinidad, batiendo a las partidas de villistas dispersos, que hubieran quedado cerca de la vía; debiendo permanecer en Silao el
general Amaro, para que, en combinación con las fuerzas del general Benecio López y del coronel José Siurob, que se les
incorporarían, procedentes de Irapuato, marchara a ocupar la ciudad de Guanajuato que, según informes recibidos en mi Cuartel
General, continuaba en poder de los reaccionarios, mandados por Natera, Bañuelos, Máximo García y otros.
El día 7 me transladé con el Cuartel General a la ciudad de León, y como allí recibiera informes contradictorios respecto a la
situación de la plaza de Guanajuato, unos, los más verídicos, manifestando que el enemigo la había evacuado, dividiéndose en
dos columnas, y que una de ellas había marchado rumbo a Irapuato, con ostensible intención de destruir la vía al sur de dicha
plaza, ordené al general Amaro que se concretara a vigilar por la seguridad de la vía al sur, estando pendiente de los movimientos
que, por el rumbo de Irapuato, llegara a hacer el enemigo, a fin de batirlo con toda oportunidad.
El día 8, el general Amaro me rindió parte de que, efectivamente, un núcleo villista había salido de Guanajuato; que intentó
aproximarse a la vía del ferrocarril, habiendo sido batido y obligado a replegarse, por las fuerzas del general Benecio López, en la
hacienda de Guadalupe.
Con esa derrota, el enemigo desistió de sus intentos de causar daño en la vía del ferrocarril, retirándose de aquella zona, con
rumbo a Dolores Hidalgo, abandonando entonces la plaza de Guanajuato, la que el día 12 fue ocupada por fuerzas del general
Amaro, al mando del general J. Espinosa y Córdoba, y las del coronel Siurob, Gobernador y Comandante Militar del Estado.
Con las batallas a que se refiere el presente parte, se consumó uno de los más importantes triunfos de las armas
Constitucionalistas sobre la reacción, pues el enemigo durante esas diferentes acciones perdió más de diez mil hombres, entre
muertos, heridos, prisioneros y dispersos, incluyendo, en el número de estos últimos, a más de dos mil hombres que, en grupos
más o menos numerosos, y con sus armas y demás pertrechos, se disgregaban del grueso del ejército reaccionario, después de
cada fracaso que sufrían; unos para ir a operar aisladamente, por su propia cuenta, en distintas regiones, y otros, para deponer las
armas y regresar a sus hogares, convencidos ya de la inutilidad de luchar contra los verdaderos ideales y ejército del pueblo.
Las deserciones del enemigo se acentuaron más a raíz de la toma de León por nuestras fuerzas, pues casi todos los rebeldes de
Jalisco se internaron a aquel Estado, separándose del ejército de Villa.
La pérdida de elementos por parte del enemigo fue también muy importante, pues, como lo consigna el parte rendido por el
general Hill, al hacer nuestros soldados el asalto de sus posiciones, capturaron, casi íntegros, sus depósitos de pertrechos,
provisiones de boca, etc.
Me satisface poner, en el superior conocimiento de usted que las heridas que recibí el 3 de junio, y que causaron la pérdida de
mi brazo derecho, no me impidieron continuar el avance al Norte, con el Ejército de Operaciones.
El total de bajas que experimentó nuestro Ejército, en todas las operaciones a que se contrae el presente parte, fue alrededor
de 1 700, entre muertos y heridos, según el Estado General, que va incluso.
Me es honroso felicitar a usted por el nuevo triunfo alcanzado por nuestro Ejército sobre las armas de la reacción;
renovándole las seguridades de mi respetuosa subordinación y aprecio.
Constitución y Reformas.
Aguascalientes, Aguascalientes, 17 de julio de 1915.
El General en Jefe. Álvaro Obregón.
Al C. Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación.
Al día siguiente del en que nuestras tropas abatían a los reaccionarios y tomaban la ciudad de
León, una fracción del Ejército Constitucionalista se sacrificaba heroicamente: El general
Enrique Estrada, que era Comandante Militar del Estado de Jalisco, al tener conocimiento de que
el enemigo nos tenía cortada nuestra retaguardia al sur de Trinidad, destacó de Guadalajara una
columna de 250 hombres, al mando del coronel Miguel Guerrero, con instrucciones de acercarse
lo más posible a la vía del ferrocarril entre León y Lagos, para vigilar los movimientos del
enemigo por aquel rumbo y, al ser factible, causar daños en la misma vía, para llamar la atención
de los reaccionarios que estaban frente a Trinidad y en la plaza de León. El coronel Guerrero, en
su marcha con ese destino, atacó y tomó la población de San Miguel el Alto, del Estado de
Jalisco, derrotando a la guarnición villista que la defendía, y que era en número aproximado de
trescientos hombres; pero al día siguiente, el 6 de junio, un fuerte núcleo enemigo, al mando de
Parra y Caloca, en número aproximado de mil quinientos hombres, fue a batir a nuestra pequeña
columna, poniendo sitio a la plaza de San Miguel el Alto. El coronel Guerrero se aprestó a
resistir el ataque, a pesar de su escaso contingente, y se entabló un reñido combate, en que los
nuestros iban siendo diezmados y reducidos cada vez a un perímetro menor, dentro de la ciudad,
hasta que les quedó como último reducto el templo del lugar; donde siguieron luchando
bizarramente, hasta que una bala enemiga dio fin a la vida del valiente coronel Guerrero, y los
pocos hombres que le quedaban ya exhaustos de parque y acosados por los numerosos
reaccionarios, se dispersaron, logrando salvarse unos y cayendo prisioneros otros. El coronel
Guerrero era hijo del Estado de Sonora, habiendo abrazado la causa de la revolución en Tepic,
donde, siendo teniente del ejército federal, se rebeló contra el usurpador Huerta. Al ocurrir su
muerte, Guerrero contaba sólo 27 años de edad.
ANEXO NÚMERO 1
ESTADO GENERAL DE FUERZA DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES AL INICIARSE LA
BATALLA DE TRINIDAD, DEL 1.º AL 5 DE JUNIO DE 1915
Primera División de Infantería del Noroeste. Su Jefe: General de Brigada Benjamín G. Hill; Su
efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 6 482.
Segunda División de Infantería del Noroeste. Su Jefe: General de Brigada Manuel M. Diéguez;
Su efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 4 532.
Primera División de Caballería del Noroeste. Su Jefe: General de Brigada Cesáreo Castro; Su
efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 4 998.
Segunda División de Caballería del Noroeste. Su Jefe: General de Brigada Francisco Murguía;
Su efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 5 000.
Batallón Supremos Poderes. Su Jefe: Coronel Ignacio C. Enríquez; Su efectivo, en Jefes.
Oficiales y soldados, 600.
Batallón de Ferrocarrileros. Su Jefe: Mayor Carlos Caamaño; Su efectivo, en Jefes, Oficiales y
soldados, 280.
Brigada de Caballería Triana. Su Jefe: General de Brigada Martín Triana; Su efectivo, en Jefes,
Oficiales y soldados, 380.
Brigada de Caballería Guillermo Prieto. Su Jefe: General Brigadier Pedro Morales; Su efectivo,
en Jefes, Oficiales y soldados, 1 236
Primer Regimiento de la Brigada de Caballería Antúnez. Su Jefe: Coronel Juan Torres; Su
efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 324.
Cuarto Regimiento de la Brigada de Caballería Antúnez. Su Jefe: Coronel Vidal Silva; Su
efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 312.
Quinto Regimiento de la Brigada de Caballería Antúnez. Su Jefe: Coronel Cirilo Elizalde; Su
efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 274.
Escolta del Cuartel General. Su Jefe: Teniente Coronel Lorenzo Muñoz; Su efectivo, en Jefes,
Oficiales y soldados, 220.
Escolta del C. General Benjamín G. Hill. Su Jefe: Teniente Coronel Doroteo Urrea; Su efectivo,
en Jefes, Oficiales y soldados, 114.
Artillería Expedicionaria. Su Comandante: Teniente Coronel Gustavo Salinas; Su efectivo, en
Jefes, Oficiales y soldados, 346 Piezas: 13 cañones de diversos calibres.
Primer Regimiento de Ametralladoras. Su Jefe: Teniente Coronel Abraham Carmona; Su
efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 263.
Cuerpo de Dinamiteros. Su Jefe: Teniente Coronel Bernardino Mena Brito; Su efectivo, en Jefes,
Oficiales y soldados, 65 Piezas: (tubos lanzabombas) 29.
Aguascalientes, Aguascalientes, 17 de julio de 1915.
El General en Jefe. Álvaro Obregón.
ANEXO NÚMERO 2
PERSONAL DEL CUARTEL GENERAL DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES EN LAS
BATALLAS DE TRINIDAD Y LEÓN, GUANAJUATO, DURANTE EL MES DE MAYO Y
PRIMEROS DÍAS DE JUNIO DE 1915
Servicio Sanitario
Teniente Coronel Médico de E. M., Enrique C. Osornio.
Practicante, Teniente Faustino Gómez.
Secretario del Cuartel General, C. Manuel Vargas.
Jefe de la Escolta, Teniente Coronel Lorenzo Muñoz.
Notas
Incorporados al Estado Mayor, durante los combates, estuvieron los siguientes jefes y oficiales:
Coronel Miguel Piña, hijo, Pagador General del Cuerpo de Ejército del Noroeste.
Mayor Josué Sáenz, Pagador del Cuartel General.
Capitán Primero Rafael Valdés, Ayudante del General en Jefe.
Capitán Segundo Cecilio López, Proveedor del Cuartel General.
Concurrieron también a las batallas, desempeñando algunas comisiones, aunque sin carácter
militar, los CC.:
Ingeniero Alfredo C. Acosta.
Agustín Ortiz.
Fotógrafo Agapito Casillas.
Agente Especial Carlos R. Díaz.
Accidentalmente estuvieron agregados al Cuartel General y presentes durante las batallas, los
CC.:
Adolfo de la Huerta, Oficial Mayor de Gobernación.
J. M. Álvarez del Castillo (Lic.).
Salvador Escudero.
Quienes constituían una Comisión de Propaganda Revolucionaria, enviada de Veracruz, por la
Primera Jefatura, para laborar de acuerdo con el Cuartel General, en las plazas controladas por el
Ejército de Operaciones.
Pagaduría General
(Instalada en el Convoy del Cuartel General, que fue constantemente cañoneado por el enemigo
durante los combates)
Contador General: Manuel Bonfiglio.
Ayudantes: Rafael Leyva.
José Juan Ortega.
Manuel Zubillaga.
Federico Celayo.
Sección de Ferrocarriles
Jefe de trenes: Mayor Paulino Fontes.
Ayudante: C. Jesús C. Villarreal.
Proveeduría General
Depositario y distribuidor: Capitán Primero Fernando Araiza.
Almacenes de Equipo
Depositario y distribuidor: Capitán Primero José Obregón.
Depósitos de Parque
Depositario y distribuidor: Teniente Coronel Doroteo Urrea.
Servicio de Información
Durante toda nuestra campaña en el Bajío, el servicio de información confidencial estuvo
desempeñado por el C. Alejandro Íñigo, quien proporcionaba al Cuartel General importantes
datos sobre los movimientos y efectivo del enemigo, datos que él obtenía en el mismo campo
villista, adonde con frecuencia penetraba.
En esos servicios corría grande peligro la vida de nuestro Agente, pero éste pudo salir siempre
avante de sus difíciles situaciones, debido a su sangre fría e ingeniosidad, ayudándole
grandemente su apariencia de extranjero y la circunstancia de que posee a la perfección varios
idiomas. La veracidad de los informes de nuestro Agente Confidencial quedó siempre
comprobada por lo que su labor fue de mucha utilidad en nuestra campaña y es de justicia hacer
aquí su elogio.
ANEXO NÚMERO 3
ESTADO GENERAL DE BAJAS DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES EN LOS COMBATES
QUE PRECEDIERON A LA TOMA DE LEÓN, GUANAJUATO
Hónrome en comunicar a usted que, después de terminada la reconcentración de las fuerzas del Ejército de Operaciones en la
ciudad de León, al consumarse la derrota de los reaccionarios en Trinidad y alrededores de León, y cuando en esta plaza hubieron
tomado descanso dichas fuerzas, continuando el C. general Benjamín G. Hill con el mando directo de las distintas divisiones, y
recibiendo órdenes del Cuartel General de mi cargo, el día 9 de junio fue comunicada la siguiente
ORDEN DE MARCHA
“Por disposición del C. General en Jefe Accidental, las fuerzas del Ejército de Operaciones deberán emprender su marcha rumbo
al Norte, mañana, 10 de junio de 1915, a las 6 a. m., en la siguiente forma: La Primera División de Caballería del Noroeste,
comandada por el C. general Cesáreo Castro, acabará de reconcentrar sus fuerzas en San Francisco del Rincón, según las
instrucciones que ha recibido del C. General en Jefe Accidental, adonde se le comunicarán nuevas órdenes. El resto de las fuerzas
marchará a la hora mencionada, por el camino carretero de León, en el siguiente orden:
Primero. Segunda División de Caballería del Noroeste, comandada por el C. general de brigada Francisco Murguía, con
excepción de las brigadas de los CC. generales Pedro Morales y Martín Triana. Esta división marchará con exploraciones por el
flanco derecho de la columna.
Segundo. Primera División de Infantería de Sonora, con excepción de las brigadas 1.ª y 5.ª comandadas, respectivamente, por
los CC. generales Miguel V. Laveaga y Gabriel Gavira.
Tercero. Artillería Expedicionaria y Matriz del Primer Regimiento de Ametralladoras, escoltadas por la 2.ª Brigada de
Infantería de la 1.ª División, al mando del C. general Francisco T. Contreras. Las secciones de ametralladoras, comisionadas en
los distintos batallones, marcharán incorporadas a éstos.
Cuarto. Segunda División de Infantería del Noroeste, al mando del C. general de brigada Manuel M. Diéguez.
Las brigadas de caballería de los CC. generales Pedro Morales y Martín Triana, y las de infantería, de los CC. generales
Laveaga y Gavira, permanecerán en esta ciudad a las órdenes directas del C. General en Jefe Álvaro Obregón, ante quien se
presentarán esta tarde los referidos jefes a recibir órdenes.
El C. General en Jefe Accidental marchará junto con las fuerzas.”
El día 10, a las 6 a. m., de acuerdo con la orden preinserta, las fuerzas mencionadas emprendieron la marcha de León al
Norte, haciendo, simultáneamente, su avance sobre Lagos las fuerzas de la división del general Castro, que se habían
reconcentrado en San Francisco del Rincón. El grueso de la columna, al mando directo del general Hill, acampó el mismo día, a
las 2 p. m., en Lagunillas, para continuar la marcha el siguiente día.
El mismo día ordené:
Que la brigada de caballería del general Pedro Morales marchara a acamparse en Estación Pedrito, situada a 32 kilómetros al
norte de León, con instrucciones de establecer avanzadas rumbo al Norte, a distancia de 3 o 4 kilómetros de su campamento.
Que el general Gabriel Gavira se hiciera cargo de la comandancia militar de la plaza de León y guarneciera ésta con la
brigada de su mando, y Que las fuerzas de la Brigada Triana se acamparan a la entrada de los tres caminos que comunican a León
con Guanajuato, relevando en estos servicios de vigilancia a las fuerzas del general Laveaga, para que éstas pasaran a tomar
descanso dentro de la ciudad.
El día 11, a las 10 a. m., las fuerzas de caballería al mando del C. general Cesáreo Castro ocuparon la plaza de Lagos, después
de sostener un ligero tiroteo con los últimos villistas que abandonaban la plaza, a los que se hicieron dos muertos y dos
prisioneros.
El grueso de la columna, al mando del general Hill, que había proseguido su avance de Lagunillas a las 5 a. m. del mismo día
11, hizo su entrada a Lagos en la tarde.
Como el general Castro me informara que la vía del ferrocarril, entre León y Lagos, tenía algunos desperfectos, ordené, el día
12, la salida de un tren con trabajadores y materiales, a hacer las reparaciones necesarias.
Esas reparaciones quedaron terminadas el día 13, y desde luego hice salir rumbo a Lagos el tren de mi Cuartel General y otros
trenes, con las fuerzas de los generales Laveaga y Triana, quedando el general Gavira con su brigada guarneciendo la plaza de
León. El mismo día nos incorporamos a Lagos.
El día 14 recibí informes de que la plaza de Guadalajara estaba seriamente amagada por una columna enemiga, y a efecto de
reforzar aquella plaza, ordené que de Lagos se movilizara con aquel rumbo el general Diéguez, al frente de dos mil hombres de
su división. A la vez, transmití órdenes al general Joaquín Amaro para que destacara quinientos hombres de su división, con
rumbo a Guadalajara, desde Irapuato o Celaya, distribuyendo doscientos de ellos en Pénjamo y La Piedad, para proteger la vía
del ferrocarril en aquellos lugares, y poniendo los trescientos restantes a las órdenes del general Diéguez, para que, agregados a la
columna que llevaría este jefe, a su paso por La Piedad, marcharan hasta Guadalajara.
La movilización del general Diéguez no pudo llevarse a cabo sino el día 15, pues antes no se había podido disponer del
material rodante suficiente para hacerla.
En los días 16, 17 y 18 no se hizo ningún movimiento de avance al norte de Lagos, permaneciendo mi Cuartel General atento
a la situación de Jalisco y Guanajuato, en relación con las cuales fueron ordenados algunos movimientos de nuestras fuerzas, a
retaguardia, para prevenir cualquier intento que hiciera el enemigo, que aún se encontraba por el rumbo de Dolores Hidalgo y San
Miguel Allende, para interceptar nuestras comunicaciones al Sur.
El día 18 recibí un parte del general Diéguez, comunicándome haber llegado a Guadalajara y tenido informe de que la plaza
había sido atacada el día 15 por los reaccionarios, al mando de Julián Medina, Caloca y otros jefes, habiendo sido rechazado el
ataque por la guarnición constitucionalista, al mando del general Enrique Estrada.
No siendo necesaria ya la presencia de las fuerzas del general Diéguez en Guadalajara, ordené que contramarcharan a Celaya,
y permanecieran allí en espera de nuevas instrucciones.
Como con las fuerzas del general Diéguez, situadas en Celaya, quedaría suficientemente asegurada nuestra retaguardia contra
cualquier intento de avance del enemigo, que se encontraba por el rumbo de Dolores Hidalgo, dispuse, por conducto del general
Hill, el avance de nuestra columna a Encarnación.
El día 19, a las 7. a. m., el grueso del Ejército de Operaciones emprendió la marcha al norte de Lagos, y el mismo día hice
avanzar el tren de mi Cuartel General, yendo yo en él, porque mis heridas no me permitían aún hacer marchas a caballo.
En la noche llegó el tren a Estación Castro, a 36 kilómetros al norte de Lagos, encontrando allí acampadas las caballerías de
la división comandada por el general Castro, y recibiendo allí parte de que el grueso de la columna, llevando a la vanguardia la
división del general Murguía, había hecho alto en la hacienda de Caquixtle.
El día 20 fue ocupada la plaza de Encarnación por la vanguardia de nuestra columna, al mando del general Murguía, plaza
que había sido evacuada por los reaccionarios, al sentir nuestro avance. El mismo día se incorporó a Encarnación el resto de la
columna, formado por las infanterías, la artillería de grueso calibre y los regimientos de ametralladoras.
El general Murguía logró descubrir que el enemigo había minado los patios de la estación del ferrocarril, y procedió desde
luego a extraer de las minas gran cantidad de dinamita, la que hubiera causado un verdadero estrago a la llegada de nuestros
trenes a Encarnación, a no haber sido descubierta tan peligrosa maquinación.
El tren de mi Cuartel General se trasladó a Encarnación el mismo día 20, llegando a las 4:30 p. m.
Como en aquella plaza habríamos de permanecer algunos días, en espera de pertrechos y de combustible para nuestros trenes,
desde luego que me incorporé di órdenes, por conducto del general Hill, para que nuestras infanterías tomaran posiciones
convenientes alrededor de la ciudad, a fin de evitar cualquier sorpresa del enemigo, y al mismo tiempo, para que se establecieran
puestos avanzados, con las caballerías del general Maycotte, a 12 kilómetros sobre Aguascalientes. Esas órdenes fueron
ejecutadas diligentemente por el general Hill, con la ayuda de los miembros de mi Estado Mayor, quedando el mismo día
establecidos el cuadro de infantería, en magníficas posiciones, y los puestos avanzados. La división de caballería del general
Murguía quedó dentro de la ciudad, permaneciendo la del general Castro acampada a retaguardia en Estación Castro, con
avanzadas en la hacienda Los Sauces, a 12 kilómetros al oriente de Encarnación.
Por aquellos días había salido de Veracruz, a cargo del C. capitán primero José Obregón, un tren conduciendo parque y
combustible, destinado al Ejército de Operaciones, y a fin de asegurar la llegada de dicho convoy hasta nuestro campamento, di
órdenes al general Amaro para que destacara de Celaya quinientos hombres, al mando del general Abundio Gómez, con
instrucciones de llegar a Pachuca por tren, y recibir allí el convoy con pertrechos y combustible, para escoltado hasta
Encarnación.
Las exploraciones que diariamente se practicaban al norte de nuestros puestos avanzados, así como al oriente y al poniente,
nos permitieron saber que el enemigo tenía sus puestos avanzados en la hacienda La Rosa, a 12 kilómetros al noreste de
Encarnación, y en Estación Peñuela, a 26 kilómetros de Encarnación y a 22 kilómetros de Aguascalientes, así como que, por su
parte, los villistas hacían también exploraciones por nuestra izquierda, sobre las pequeñas rancherías que están al poniente de
Encarnación. Logramos, también, obtener datos más o menos precisos sobre las defensas que Villa preparaba en Aguascalientes,
donde estaba acumulando los últimos elementos de combate de que podía disponer en el Norte.
Algunos días se pasaron sin que nada extraordinario llegara a alterar la situación en nuestro campamento. Entretanto, el
Cuartel General de mi cargo seguía atento a la situación de retaguardia, manteniendo estrecha observación sobre los contingentes
villistas que hacían constantes movimientos entre Dolores Hidalgo y San Miguel Allende, y ordenando una conveniente
distribución de fuerzas en las plazas del Sur, que pudieran ser amenazadas por aquel enemigo.
El general Diéguez había llegado a Irapuato con las fuerzas que había llevado a Guadalajara, y el día 22 le trasmití órdenes
para que, en vez de ir a Celaya, continuara su marcha a León, movilización que efectuó el mismo día.
Nuestros agentes confidenciales me daban constantes informes acerca de la actividad con que el enemigo levantaba
atrincheramientos en Aguascalientes, para hacer una defensa vigorosa de aquella plaza, lo cual me indicaba la necesidad de
avanzar cuanto antes, para no dar tiempo a que los contrarios ganaran grandes ventajas; pero la falta de parque nos imposibilitaba
para hacer el avance con la prontitud que hubiera deseado, pues los cartuchos recogidos al enemigo en los combates de Trinidad
y León no habían sido suficientes siquiera para completar la dotación reglamentaria a nuestros soldados. Esto me hacía seguir,
con todo interés, la marcha del convoy que había salido de Veracruz, conduciendo pertrechos, y que debería ser recibido en
Pachuca por el general Abundio Gómez; habiendo ordenado a este jefe que, después de recibir dichos pertrechos, los condujera
con toda celeridad a Encarnación, recomendándole que me diera aviso telegráfico de su paso por cada una de las estaciones del
tránsito, a fin de poder protegerlo oportunamente, en cualquier momento en que se viera amagado, pues el enemigo, que
seguramente había tenido conocimiento de la marcha de dicho convoy, permanecía en acecho de él, con intención de capturarlo.
Como el núcleo enemigo, que se encontraba entre San Miguel Allende y Dolores Hidalgo, nos estaba llamando la atención
por su constante amago a nuestra retaguardia, especialmente por los días en que debería pasar el convoy con pertrechos que
esperábamos del Sur, juzgué conveniente hacer, por nuestra parte, un amago sobre la retaguardia de aquel núcleo y, al efecto, con
fecha 24, ordené al general Diéguez que, de la brigada del general Gonzalo Novoa, destacara de León una fuerza ligera, con
instrucciones de destruir la vía del ferrocarril al norte de Dolores Hidalgo y, a ser posible, destrozar la guarnición de San Felipe,
con objeto de dejar cortados de su base a los reaccionarios que se encontraban por San Miguel de Allende, y obligarlos a que
retrocedieran alejándose más de la vía del Central.
Ese movimiento fue encomendado al C. coronel J. Natividad Sánchez, de la brigada del general Gonzalo Novoa, y el día 27
recibí un parte comunicando que dicho jefe había ocupado la plaza de San Felipe, después de derrotar completamente a la
guarnición villista que allí había, a la que hizo 23 muertos y varios prisioneros, contándose entre éstos un coronel y algunos
oficiales, así como varios civiles adictos al villismo, uno de ellos Fernando Díaz Lombardo, sobrino del llamado ministro de
Relaciones en el gabinete de Villa. El mismo parte informaba que nuestras fuerzas capturaron al enemigo muchos caballos,
monturas, armas y cananas con parque, y haber rescatado a 87 correligionarios nuestros, que estaban presos para ser enviados a
Villa como contingente de sangre, ofrecido por el llamado Gobernador de Guanajuato, Abel Serratos.
Como consecuencia de esa victoria del coronel Sánchez, los grupos villistas que hasta entonces habían permanecido entre
Dolores Hidalgo y San Miguel de Allende tuvieron que replegarse violentamente hasta San Luis Potosí, y de esta manera el
enemigo perdió el control de aquella vía, que utilizaba para el intercambio de comunicaciones entre Villa y Zapata, en que
combinaban sus operaciones militares, y dejó de amagar nuestra retaguardia.
El día 28 ordené al general Amaro que destacara fuerzas competentes a ocupar las citadas plazas de Dolores Hidalgo y San
Miguel de Allende, con instrucciones de restablecer la comunicación telegráfica a Celaya por aquella línea. En virtud de mi
orden, el general Amaro destacó inmediatamente 500 hombres de su división, al mando del coronel A. Menchaca, quien tomó
posesión de aquellas plazas el día siguiente.
El día 29 recibí un parte del general Castro, informando que sus exploradores habían recogido noticias de que una columna
enemiga se encontraba en marcha de Aguascalientes al Sur, por los llanos de Tecuán; y aunque tal noticia no tenía confirmación,
como extrema precaución ordené al general Diéguez que se movilizara con sus fuerzas a Lagos, por ser éste el único punto donde
el convoy de pertrechos podía correr peligro, dado que allí había una guarnición muy reducida, al mando del general Luis M.
Hernández, compuesta de una fracción de la brigada del general Pedro Morales y de escaso número de hombres, recientemente
reclutados por el general Hernández, la mayoría de éstos sin armas. En León permanecería el general Gonzalo Novoa con su
brigada, con la que había relevado a la del general Gavira, al ser ésta movilizada a nuestro campamento.
En la tarde hizo su movilización a Lagos el general Diéguez, para esperar allí el paso del convoy de pertrechos, que ya había
llegado a Irapuato y continuaba su marcha hacia Encarnación; y como se acentuaban los informes del movimiento de una
columna enemiga, por nuestra extrema derecha, advertí al general Diéguez la probabilidad de que fuera atacado, a fin de que
tomara toda clase de precauciones.
Al amanecer del día 30, el oficial de guardia en el Cuartel General me informó que la comunicación telegráfica con Lagos
estaba interrumpida.
Inmediatamente comuniqué órdenes al general Castro, que continuaba acampado con su división en la hacienda de Castro,
entre Encarnación y Lagos, para que, con todas sus caballerías, marchara a auxiliar al general Diéguez, a quien suponía yo en
situación comprometida, dado que la comunicación no se restablecía.
Creo por demás manifestar a usted que esta situación era en extremo angustiosa para mí, por no conocer la suerte que hubiera
corrido el convoy de pertrechos, e ignorar también el resultado del combate, que seguramente había librado el general Diéguez la
noche anterior.
Como a las 8 a. m. del mismo día, se reanudó la comunicación telegráfica, habiendo entonces recibido un telegrama del
mayor Sebastián Allende, jefe del Estado Mayor del general Diéguez, en que me informaba que, a la madrugada, habían sido
atacadas por sorpresa nuestras fuerzas en Lagos, por una columna enemiga, al mando de los generales reaccionarios Canuto
Reyes, Rodolfo Fierros, José Ruiz y Cesáreo Moya, en número aproximado de 3 000 hombres, y que después de una lucha
desesperada, habían los nuestros logrado rechazarlos, con pérdidas de consideración por ambas partes. El mismo telegrama daba
cuenta de que el general Diéguez había resultado herido de gravedad en el combate.
Momentos después recibí nuevo telegrama del mayor Allende, informándome que acababa de llegar a Lagos el tren con
parque, que tan ansiosamente esperábamos.
Desde luego ordené que el coronel médico de mi Estado Mayor, Enrique C. Osornio, se trasladara a Lagos en un tren
especial, llevando algunos elementos de curación para que atendiera al general Diéguez, y bajo su cuidado personal lo condujera
a nuestro campamento.
Llegado que hubo el general Diéguez, con parte de los miembros de su Estado Mayor, a Encarnación, tuve informes
circunstanciados del combate que acababa de librarse, el que había sido brusco y desesperado.
La resistencia de nuestras tropas en aquella acción constituyó uno de los hechos que más enaltecen a nuestro ejército, pues a
pesar de haber sido sorprendidas por un enemigo superior en número, y seleccionado de los mejores elementos con que contaba
el bandolero Villa, se obtuvo sobre los asaltantes una completa victoria, que habría de ser de tan grande trascendencia para el
buen éxito de las operaciones sobre Aguascalientes, pues éste lo determinó de una manera muy directa la llegada de los
pertrechos que, debido a esa victoria, no cayeron en poder del enemigo.
En la noche llegó a Encarnación el citado convoy con pertrechos custodiado por el general Abundio Gómez.
Al ser trasladado de Lagos a Encarnación el general Diéguez, nombré comandante de la guarnición de Lagos al general
Federico Montes, quien accidentalmente se encontraba en nuestro campamento, conferenciando conmigo sobre la mejor manera
de proteger nuestras vías de comunicación, en la parte de su jurisdicción, como Comandante Militar del Estado de Querétaro.
El día 1.º se recibió en mi Cuartel General un mensaje del mayor Allende, informando haber llegado a Lagos un subteniente
del 14.º Batallón, quien logró escapar de los villistas, que lo habían hecho prisionero en el reciente combate librado en Lagos,
trayendo la noticia de que el enemigo se estaba reconcentrando en la hacienda La Estancia, con el aparente propósito de atacar
León. En seguida comuniqué la noticia al general Gonzalo Novoa, Comandante Militar de León, a fin de que tomara toda clase
de precauciones, tendientes a evitar una sorpresa y prevenir cualquier intento del enemigo sobre aquella plaza.
Las fuerzas del general Castro habían vuelto a acamparse en Castro, por orden que en este sentido libró mi Cuartel General,
desde luego que, por haber conocido el resultado del combate en Lagos, juzgué fuera de tiempo su cooperación.
El día 2 transcurrió sin novedad, pero en la noche quedaron cortadas nuestras comunicaciones al sur de Lagos. El enemigo
había tomado por sorpresa Estación Pedrito, que está situada entre Lagos y León, obligando al telegrafista a transmitir algunos
mensajes en mi nombre al general Novoa y a otros jefes nuestros, que estaban sobre la vía a retaguardia, ordenándoles que no
opusieran resistencia a la columna de Reyes y Fierros porque era mayor de 5 000 hombres, y que evacuaran León y demás puntos
de la línea, replegándose a lugares seguros.
Al amanecer del día 3 estábamos completamente incomunicados con el Sur, y el enemigo avanzaba y tomaba León, sin
resistencia, destruyendo completamente las vías férrea y telegráfica, según noticias que llegaron a mi Cuartel General.
Durante el día, seguí recibiendo informes de que el enemigo, sin pérdida de tiempo, continuaba su avance al sur de León,
destruyendo las vías de comunicación a nuestra retaguardia.
El enemigo proseguía en aquella tarea con completa impunidad, puesto que la distancia que había ganado hacía imposible su
persecución por nuestras caballerías, por lo que desde luego juzgué impracticable una batida sobre aquella columna reaccionaria.
En vista de aquella situación, ordené la distribución de las municiones recibidas y, para darme exacta cuenta de las
condiciones en que nos encontrábamos, pedí a la Proveeduría General un informe de existencias de víveres, informe que luego
me fue rendido, y por él pude conocer que las provisiones existentes eran muy limitadas; apenas para cinco días.
“Dispone el C. general en jefe se haga saber a las fuerzas que componen el Ejército de Operaciones, que habiendo
quedado completamente restablecido de sus heridas, el mismo general en jefe, desde hoy toma el mando directo de este
ejército que se honra en comandar”.
PREPARATIVOS DE AVANCE
Este mismo día ordené que fueran dadas a las tropas sus raciones de víveres para la marcha, habiendo recibido cada soldado
provisiones para cinco días, y con ello quedaron agotadas todas las existencias en la Proveeduría.
Aunque mi herida no había cicatrizado por completo, y aún me causaba agudísimos dolores, desde hacía varios días ensayaba
montar a caballo y, por lo tanto, en aquella fecha, me encontraba en condiciones de entrar en combate, yendo al frente de la
columna.
El día 6, de acuerdo con las órdenes del día anterior, a la hora señalada, estaban las tropas en formación, quedando colocada a
la vanguardia la Segunda División de Caballería, al mando del general Murguía, y la marcha se emprendió en la forma que estaba
prevenida.
Los trenes, inclusive el del Cuartel General, con el general Diéguez, empezaron a la misma hora a hacer su salida al Sur,
encargándose de este movimiento el C. teniente coronel Paulino Fontes, jefe de trenes militares del Ejército de Operaciones,
quien recibió órdenes de salir él, en último término, y destruir un tramo de vía en Los Salas, entre Encarnación y Lagos, para
prevenir cualquier movimiento que el enemigo intentara hacer por ferrocarril al Sur.
La ruta que debía seguir la columna era por un terreno muy accidentado, hasta la hacienda Las Rosas, dejando al Poniente el
cerro del Gallo, que es uno de los más elevados en aquella región.
La división de caballería, comandada por el general Castro, marchaba también en el avance general, inclusive las fuerzas que
de dicha división habían estado destacamentadas en la hacienda Los Sauces, las que fueron relevadas por las del general Triana.
SE INICIA EL COMBATE
Habíamos caminado 8 kilómetros, cuando la vanguardia descubrió y atacó por sorpresa a un grupo de caballería enemiga, que se
encontraba en un rancho que está frente a la hacienda Los Sauces, haciéndole regular número de muertos y capturándole un
oficial. Éste informó, con algunos detalles, sobre el número de tropas que había en las haciendas Las Rosas y San Bartolo.
Al escuchar el fuego del combate que libraba nuestra vanguardia, forcé un poco la marcha de las infanterías, y trasmití
órdenes al general Murguía para que hiciera alto con su división.
Llegábamos al sitio donde se encontraba el general Murguía, cuando el enemigo, reforzado con las caballerías que venían en
su auxilio, empeñaba de nuevo combate con parte de las caballerías nuestras. Entonces ordené al general Triana, quien ya se
había incorporado de la hacienda Los Sauces, que avanzara sobre unas lomas altas, que quedaban a nuestra derecha y en las que
estaban tomando posiciones los villistas, con aparente intención de efectuar un movimiento de flanco. Hice entrar en acción,
también, para contrarrestar aquel intento de los villistas, la brigada al mando del general Alejo G. González, y las infanterías del
general Eugenio Martínez.
El enemigo, aunque estaba siendo reforzado, no pudo contener el avance de los nuestros, y después de un combate de dos
horas, empezó a replegarse, batiéndose en retirada.
De nuevo se puso en marcha el resto de la columna, sin dejar de escucharse el fuego, mientras que nosotros avanzábamos,
con las fuerzas que habían desalojado al enemigo de sus primeras posiciones, y al caer la tarde nos incorporamos a la hacienda
Las Rosas, donde encontramos un represo con agua en abundancia.
Allí pernoctamos esa noche, sin perder el dispositivo de combate, y el enemigo, por su parte, desplegaba sus primeras líneas
de tiradores, a una distancia aproximada de 3 kilómetros de las nuestras del frente.
El general Maycotte había avanzado por el camino que conduce a la hacienda San Bartolo y fue atacado por el enemigo,
obligándolo a reconcentrarse en nuestro campamento.
Durante los combates de este día se hicieron al enemigo más de 100 bajas; teniendo que sufrir, por nuestra parte, alrededor de
25, entre muertos y heridos, contándose entre los últimos un capitán del 20.º Batallón de Sonora.
En la marcha de la columna ocurrió un lamentable incidente: hicieron explosión las bombas de dinamita, que eran conducidas
en un carro del cuerpo de dinamiteros, y a consecuencia de esa explosión tuvimos 27 bajas, entre muertos y heridos, contándose,
entre los últimos, el general Contreras. Todos nuestros heridos fueron eficazmente atendidos en la hacienda Las Rosas por el
coronel Osornio, médico de mi Estado Mayor.
Durante la noche el enemigo estuvo haciendo movimientos, y con este motivo fueron constantes los tiroteos rumbo al valle.
Al amanecer del día siguiente subí a la azotea de la casa principal de la hacienda, con objeto de explorar el campo enemigo,
habiendo logrado descubrir, desde luego, sus posiciones, debido a la corta distancia que guardaban de las nuestras. Por el camino
que seguimos, a la derecha, sobre el valle donde empiezan los llanos, y a nuestra izquierda, desde la orilla del camino, y
siguiendo los atrincheramientos de piedra, que sirven de cercado a la hacienda San Bartolo y que se prolongan por el cerro que
lleva este nombre, y por los que siguen al Poniente, hasta terminar en el cerro del Gallo, estaba tendida una cadena de tiradores,
también de caballería, pero desmontados y ocultando sus caballos en las mismas trincheras. Esta línea medía no menos de 7
kilómetros.
Era, pues, imposible continuar nuestro avance, antes de desalojar de sus posiciones a los reaccionarios.
PREPARATIVOS DE ASALTO
Tomando eso en consideración, resolví que el movimiento se hiciera por asalto sobre la citada hacienda El Maguey, que formaba
casi el centro de la línea enemiga, con las brigadas primera y octava de infantería, al mando directo del general Hill y del Cuartel
General, a las seis de la mañana, para que, a esa misma hora, el general Murguía emprendiera su asalto sobre el enemigo, que
estaba atrincherado frente a sus posiciones, en San Gregorio; acordando que, cuando nosotros hubiéramos empeñado combate,
continuara su avance la línea del frente, cubierta por la segunda brigada y parte de la novena, y que, cuando ya el enemigo
hubiera sido desalojado del centro, el general Carpio hiciera un rápido movimiento de conversión, atravesando la barranca, en los
momentos en que el enemigo intentara contrarrestar nuestro avance por el centro. Entretanto, como había gruesos núcleos de
tropa enemiga a nuestra retaguardia, el general Castro tendería sus caballerías en línea diagonal, de N. O. a S. O., para rechazar
cualquier intento del enemigo sobre nuestra retaguardia, cuando estuviéramos atacando sus trincheras del frente.
Todos los jefes estuvieron de acuerdo en la necesidad de efectuar ese movimiento, sin poner objeción alguna al plan general,
regresándose cada quien a su campamento a dictar las órdenes necesarias, para la ejecución de la parte que les correspondía.
Nuestra artillería no tomaría parte en la ofensiva que se había concertado, porque el movimiento era de asalto, y el hecho de
emplazar nuestros cañones nos obligaría a proceder con lentitud, lo que no permitía nuestra escasez de parque. En consecuencia,
se ordenó que la artillería amaneciera atalajada, para que emprendiera la marcha sin entorpecer nuestros movimientos.
A nuestra retaguardia marcharían todas las impedimentas.
Como de Encarnación habían sido devueltos a Lagos todos los trenes, y parte de las impedimentas, regresándose también el
general Diéguez, en estado de suma gravedad, dejé, como guarnición en aquella plaza, para proteger los trenes y dar escolta al
general Diéguez, así como para cubrir nuestra extrema retaguardia, 1 500 hombres, comandados por el general Federico Montes,
y de esta manera la seguridad de aquella plaza estaba garantizada, mientras no terminara el combate de nuestro Ejército con el
villista; pero en caso de un posible fracaso para nuestras fuerzas, aquella guarnición estaría perdida, si trataba en vano de
defender nuestros trenes, los que no podrían moverse al sur, en el caso de un ataque del enemigo, porque la vía estaba destruida.
Así que, juzgando que ya no era remoto un descalabro, dada nuestra escasez de parque, aquella misma noche dirigí al general
Diéguez una comunicación cifrada, enviándola con propio, en la que le describía nuestra situación, y le encargaba tomar medidas
convenientes, en caso de que al siguiente día no tomáramos la plaza de Aguascalientes. El texto descifrado de dicha nota es el
siguiente:
Al salir de Encarnación, considerando el estado delicado de su salud, no quise comunicar a usted las causas que me obligaron a
seguir este plan; pero ahora juzgo necesario manifestarle que nuestra situación era así: las vías férrea y telegráfica estaban
destruidas en Cazadero, Ahorcado y cerca de Tula; León, en poder del enemigo y nuestras comunicaciones interrumpidas de ésa
a León; el combustible agotado completamente, y nueve trenes en Encarnación, con aceite sólo para unas cuantas horas de
movimiento, apenas suficiente para regresarlos a ésa. Para consolidar nuestra retaguardia, sólo contábamos con los elementos que
allí teníamos, pues había dirigido repetidos telegramas al Jefe, pintándole la gravedad de nuestra situación y encareciéndole
ordenar a los jefes a nuestra retaguardia restablecer la comunicación y mandar combustible, sin que esto pudiera tener resultado,
dado que los sucesos inmediatos posteriores, la repentina aparición de la columna de Reyes y Fierros, a retaguardia, y su avance
al sur, destruyendo las comunicaciones, imposibilitaban toda acción combinada. Regresarnos era del todo imposible, pues
teníamos provisiones apenas para seis días, y la cuestión del parque era para usted bien conocida, sólo teníamos el suficiente para
librar un combate, y no había esperanzas de recibir nuevas remesas de éste, ni provisiones ni combustible. En estas
circunstancias, resolví devolver a usted, por el estado de su herida, así como los trenes, y emprender este movimiento por tierra,
para atacar Aguascalientes por la retaguardia del enemigo. Éste comenzó a resistir desde nuestra salida de Encarnación, y
llevamos tres días de combates. Tenemos provisiones solamente para mañana, y el parque está muy escaso, sólo el indispensable
para atacar una plaza por asalto. A cuatro leguas de Aguascalientes; imposibilitado para retirarme, por falta de parque y
provisiones, y porque hacerlo sería muy inconveniente; conociendo perfectamente el peligro que corro en esta situación, mañana,
al amanecer, emprenderemos el avance sobre Aguascalientes, con todos mis elementos, teniendo esperanzas, aunque poca
seguridad —dada nuestra escasez de parque— de ocupar dicha plaza mañana mismo, lo que comunicaré a usted inmediatamente;
pero si este aviso no le llegare en el tiempo que usted juzgue indispensable, deberá tomar en cuenta todo esto, para que adopte las
debidas precauciones, y en su oportunidad, se servirá comunicar al Primer Jefe lo que sea del caso. Lo saludo muy
afectuosamente. Constitución y Reformas. Campamento en San Sebastián, a 9 de julio de 1915. Al C. General de División M. M.
Diéguez. Lagos, Jalisco.
La noche transcurría registrándose ligeros tiroteos; pero poco después de las doce el enemigo dio un asalto con verdadero brío
sobre las posiciones que ocupaban las fuerzas del general Carpio y parte de las del general Maycotte. Por ambas partes se hacía
un nutridísimo fuego de fusilería y ametralladoras; durando el combate más de 20 minutos, al cabo de los cuales el enemigo se
vio obligado a replegarse a sus posiciones.
El resto de la noche pasó sin otra novedad, y el general Murguía, cuya División había sido reforzada el día anterior, con
infanterías y dos cañones de montaña, hacía todos sus preparativos para desarrollar la parte que le correspondía en el plan de
ofensiva.
SE INICIA EL ASALTO
El día 10, a la hora que se había fijado, se inició el avance sobre las líneas enemigas, frente a la hacienda El Maguey, con los
batallones 10.º y 15.º, de la primera brigada, y 21.º de la 9.ª brigada, al mando del general Miguel V. Laveaga, los que,
desplegados en tiradores, abrieron el fuego, lanzándose a paso veloz sobre las trincheras de los villistas. Éstos notaron el
movimiento, desde que se inició, y trataron de rechazarlo, abriendo fuego con toda su artillería, y haciendo funcionar, al mismo
tiempo, su fusilería y ametralladoras. El fuego de los villistas era tan nutrido, que las líneas que nuestros soldados iban ocupando
se marcaban y podían observarse a distancia por el polvo que levantaban los proyectiles; en tanto que los nuestros contestaban
débilmente aquel fuego, porque su rápido avance apenas les permitía hacer uno que otro disparo.
A medida que el fuego arreciaba y la línea de combate se extendía, nuestros soldados aceleraban el paso, con la seguridad de
que el peligro de sus vidas se prolongaría sólo por el tiempo que se tomaran para llegar a las trincheras enemigas. Así sucedió: en
menos de quince minutos, algunos de nuestros más intrépidos soldados llegaron a las cercas de piedra que servían de fortificación
a los reaccionarios, y éstos, abatidos ante el avance resuelto de los nuestros, se consideraban impotentes para empeñar una lucha
cuerpo a cuerpo, y emprendían la huida por el camino de Soyatal, que conduce a Aguascalientes.
Rota la línea enemiga por el centro, empezamos a atacar sus flancos, y cuando los villistas, con todos sus elementos, trataban
de contrarrestar este movimiento, el general Carpio emprendió el suyo de conversión, desalojando al enemigo que estaba
posesionado frente a sus líneas, y lanzándose con intrepidez a la barranca, la que salvó en tiempo relativamente corto, desalojó al
enemigo de sus trincheras. Las fuerzas de este general, que eran las más escasas de parque, capturaron en ese movimiento cuatro
ametralladoras y una regular cantidad de cartuchos, que fue suficiente para municionar sus fuerzas, haciendo la distribución del
parque sin suspender el ataque.
El enemigo que se encontraba a nuestra retaguardia se había posesionado desde San Bartolo hasta Duraznillo, e intentó hacer
un avance; pero encontró la resistencia de las caballerías del general Castro, las que lo obligaron a hacer un rodeo por cerca de la
hacienda de Tequesquite, y entonces el general Castro extendió sus líneas hasta cerca del cerro del Gallo.
El general Murguía, que había iniciado su movimiento con un pequeño retardo, forzó sus marchas, desplegando sus
caballerías en una extensa línea al norte, desde la extrema derecha de las infanterías.
El avance continuó sin interrupción, y al salir de la hacienda El Maguey, cayó herido el mayor Rodrigo Talamante, hijo del
general del mismo apellido. Llamé, entonces, a este general, diciéndole que podía atender a su hijo, puesto que, yendo el general
Hill y yo con las fuerzas que avanzaban, no era absolutamente indispensable su presencia al frente de su batallón. El general
Talamante manifestó que, por ningún motivo, se separaría de sus fuerzas en aquellos momentos, y ordenó que uno de sus
oficiales fuera a atender a su hijo.
Todas nuestras infanterías habían logrado atravesar la barranca, y el avance se continuaba en un frente de 25 kilómetros,
aproximadamente.
La artillería seguía avanzando por el camino real, sin haber disparado un solo cañonazo, de conformidad con las órdenes que
fueron dadas; pero cuando íbamos a la altura de Soyatal, escuché un disparo de cañón hacia la izquierda de nuestra retaguardia,
observando que la granada, formando parábola y salvando nuestras líneas, había ido a explotar entre las tropas enemigas. Como
nuestra artillería había recibido orden de continuar el avance sin hacer fuego, de pronto temí que el enemigo hubiera logrado
rechazar nuestra ala izquierda; pero a poco se presentó un oficial, dándome parte de que había sido capturada una batería
enemiga, con su personal de artilleros, por el 4.º Batallón, al mando del coronel Cenobio Ochoa, de la 2.ª brigada de infantería, y
que nuestros soldados habían hecho fuego sobre el enemigo, con los mismos cañones.
El general Carpio había tenido momentos difíciles en su ataque, porque los reaccionarios cargaron sobre él muchos
elementos; pero con un heroico esfuerzo de sus tropas, y auxiliado eficazmente por la caballería del coronel Abascal, logró
rechazar de nuevo al enemigo, no sin sufrir serias pérdidas, pues solamente el batallón de los valientes juchitecos, comandado por
el teniente coronel López, compuesto de 200 plazas, tuvo en esa acción más de 60 bajas.
A consecuencia de que el terreno era muy quebrado y boscoso, nuestra línea se había hecho muy irregular, por lo que ordené
hacer un alto, cuando habíamos caminado la mitad de la distancia que nos separaba de Aguascalientes, para dar lugar a que las
caballerías del general Murguía se acercaran más a la vía del ferrocarril, al norte de aquella plaza.
Durante ese alto, se incorporaron las brigadas de los generales Gavira y Lino Morales, y se prosiguió luego el avance.
Nuestros soldados, fatigados y sedientos, avanzaban con resolución, llevando impresa en sus rostros la satisfacción más
intensa, lanzando gritos, como signos de su máximo entusiasmo, que son característicos en nuestras clases de tropa, cuando
conservan su entereza de ánimo en el combate.
Durante un nuevo alto, que ordené para reorganizar nuestras líneas, ascendí, en compañía de algunos jefes y de los miembros
de mi Estado Mayor, a una pequeña altura, que nos permitía observar las posiciones que aún conservaba el enemigo, por el
rumbo de, Aguascalientes. Estábamos en esa observación, cuando vimos levantarse, al sur de la ciudad, una inmensa columna de
tierra y humo, a distancia aproximada de 12 kilómetros del lugar en que nos encontrábamos. A aquel imponente espectáculo,
siguió una estruendosa detonación rugiente, que encontró eco en las montañas que corren de norte a sur, al poniente de
Aguascalientes. Luego, se oyeron muchas voces que, simultáneamente, exclamaban: ¡La mina!... ¡La mina! Había sido, en
efecto, la explosión de una de las minas que el enemigo había puesto en las cercanías de Aguascalientes; pero ningún daño podía
causar aquella explosión a nuestras tropas, porque todos los jefes tenían orden de no entrar por el sur de la ciudad, precisamente
para evitar aquel peligro, de que ya teníamos conocimiento, por los informes de nuestros espías. Luego descubrí que nuestra ala
izquierda empezaba a atacar al enemigo en las posiciones que tenía en el cerro de Las Liebres, último reducto que había que
tomar para llegar a Aguascalientes, y también empezamos a observar densas columnas de humo, que salían sobre las lomas
interpuestas entre nosotros y el valle, las que indicaban la marcha, en retirada, de los trenes del enemigo. Con tal motivo, ordené
la prosecución de la marcha, haciéndola más acelerada.
Cuando dominamos la última loma, y así quedó a nuestra vista la ciudad y todo el valle, pudimos darnos cuenta de la
desastrosa dispersión en que huía el enemigo. Como la estación de lluvias no había iniciádose aún, ningún movimiento podía
hacerse ocultamente, y todos eran denunciados por las polvaredas que levantaban; así se observaba, en aquel extenso valle, cómo
huían en grupos pequeños y sin formación alguna, todas las tropas reaccionarias. Ordené entonces a los generales Martínez,
Gavira y Lino Morales, cuyas brigadas llevábamos de reserva, forzaran la marcha de sus tropas, hasta cubrir todo el norte de la
ciudad.
Toda la línea de infantería continuaba su avance, cuando notamos que dos locomotoras salían de la Casa Redonda, intentando
escapar. Dispuse entonces, que el teniente coronel Muñoz, con la escolta del Cuartel General, marchara a capturar aquellas
máquinas, lo que se logró a poco rato, continuando la misma escolta la persecución de los últimos grupos villistas que salían de la
ciudad.
A las 12 m., del día 10 de julio, hizo nuestro Ejército su entrada triunfal en la ciudad de Aguascalientes.
Ya instalado allí mi Cuartel General, recibí un parte del general Murguía, procedente de estación Chicalote, en que me
comunicaba que fuerzas de los generales Pedro Morales y Heliodoro T. Pérez hablan logrado cortar la vía del ferrocarril, y
capturado los trenes enemigos, con gran cantidad de parque; ordené al general Murguía que continuara la persecución del
enemigo, durante toda la tarde, y que, al terminar el día, se acampara con sus fuerzas.
La persecución terminó con el día, reconcentrándose, por la noche, todas las fuerzas en Aguascalientes, a excepción de la
División del general Murguía, la que acampó sobre el camino a Zacatecas.
La persecución de los grupos villistas que salieron rumbo al poniente, fue hecha durante el día por las fuerzas del general
Castro, logrando hacer gran número de prisioneros.
Es difícil consignar el número de bajas que sufrió el enemigo durante los cuatro días de combates, porque el campo no se
levantó en una gran extensión; pero puedo asegurar que no fueron menos de 1 500, entre muertos y heridos, pasando de 2 000 los
prisioneros, y de 5 000 el de los dispersos.
Se capturaron a los villistas: ocho trenes, cuatro millones de cartuchos de diferentes calibres, nueve cañones, veintidós
ametralladoras, cuatro mil fusiles, y diversidad de elementos que contenían los trenes.
Por nuestra parte, tuvimos que lamentar alrededor de seiscientas bajas, entre muertos y heridos, contándose entre los últimos
el general Contreras, con motivo del accidente a que he hecho referencia en el relato del primer día de nuestra marcha, y el mayor
Rodrigo Talamante.
El general Cipriano Jaimes, jefe de la 6.ª brigada de la 1.ª División de Infantería, fue hecho prisionero por el enemigo, durante
uno de los combates; pero logró escaparse el mismo día, incorporándose de nuevo a su brigada.
Me es muy satisfactorio consignar que, a pesar de que en los cuatro días de combate tuvimos situaciones verdaderamente
críticas, el ánimo de nuestros soldados no se quebrantó nunca, y a esto se debió el éxito tan completo alcanzado en esta
importante acción de armas.
El botín de guerra capturado a los villistas, principalmente por lo que respecta a los cuatro millones de cartuchos, fue de
verdadera oportunidad, pues estando entonces destruidas nuestras vías de comunicación a retaguardia, en una extensión
aproximada de doscientos kilómetros, y agotadas nuestras propias reservas de cartuchos con que salimos de Encarnación, a no
haber sido por el parque capturado al enemigo, habríamos necesariamente tenido que permanecer inactivos en Aguascalientes,
mientras fueran restablecidas nuestras vías de comunicación con nuestra base de aprovisionamiento (Veracruz), dando todo ese
tiempo al enemigo para reorganizarse y presentarnos resistencia más seria en otras plazas del Norte, o quizás atacamos en
Aguascalientes, con muchas probabilidades de éxito, si se daba cuenta de nuestra absoluta carencia de municiones.
En nombre del abnegado y valiente Ejército que me cabe la honra de comandar, y en el mío propio, felicito a usted por este
significativo triunfo alcanzado sobre las armas de la reacción, y le renuevo las seguridades de mi respetuosa subordinación y
aprecio.
Constitución y Reformas. San Luis Potosí, San Luis Potosí, agosto 22 de 1915. El General en Jefe. Álvaro Obregón.
Al C. Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación.
La situación militar felizmente resuelta con la bravura y abnegación de nuestras tropas en el avance general sobre
Aguascalientes, era ya en extremo crítica para nosotros, como la manifiesta mi comunicación para el general Diéguez, que se
inserta en el Parte Oficial relativo, y él enemigo se sentía ya halagado con la esperanza de una completa victoria para sus armas.
He aquí cómo, con detalles en su mayor parte verídicos, se expresaba el optimismo de los reaccionarios el 9 de julio de 1915,
en telegrama dirigido por el coronel Enrique Pérez Rul, del Estado Mayor y secretario particular de Villa, al hermano de éste:
PARTE RENDIDO POR EL JEFE DEL ESTADO MAYOR DE VILLA UN DÍA ANTES DE LA TOMA DE
AGUASCALIENTES
Telegrama. GN. RN. A. núm. 10407. Aguascalientes, julio 9, 1915. Coronel Hipólito Villa. Ciudad Juárez, Chihuahua. Como
manifesté a usted en mi boletín anterior, el combate de ayer fue el más rudo y terrible, porque el enemigo atacó con resolución y
entereza. Hoy continuó el combate, con intermitencias, por casi todo el día; pero a pesar de haberse luchado con ardimiento, fue
de menor intensidad que el de ayer. El enemigo atacó con todas sus fuerzas, formadas de infantería, artillería y caballerías, y de
nuestra parte, solamente entraron en acción unos diez mil hombres de caballería; varias brigadas de caballería permanecieron
inactivas y toda la infantería ha estado cruzada de brazos, en sus magníficos atrincheramientos, por no haber sido necesaria su
cooperación. La artillería tampoco tomó parte ayer; pero sí el día de hoy, entraron en juego cuatro baterías, reservándose todas las
otras para un ataque decisivo. Toda esa artillería funcionó con muy buen éxito, así como dos secciones de ametralladoras. El
resultado no pudo haber sido más brillante para nuestras fuerzas: en estos momentos, el enemigo se encuentra muy destrozado y
sitiado, así como en plena desmoralización; mientras tanto, crece el ánimo de nuestros soldados, que en este combate han venido
a desquitarse dignamente de los reveses sufridos. La columna de Obregón venía con la plena seguridad de que para el día de ayer
podría comer en esta plaza de Aguascalientes; así lo manifiestan todos los prisioneros que hemos capturado. El campo de batalla
ha tenido 20 kilómetros de extensión. Varias veces, el enemigo ha pretendido escaparse por Palo Alto, rumbo a San Luis, y allí ha
sido vigorosamente batido por las brigadas Agustín Estrada y Bañuelos, y muy principalmente por la soberbia escolta de
Dorados. Lagos y Encarnación han quedado completamente solos. El enemigo se encuentra reducido a una zona sumamente
estrecha, en lugares donde carece de agua y de toda clase de elementos. Para que se forme usted una idea del hambre que reina en
el campo carrancista, debo manifestarle que, a muchos muertos del enemigo, se les ha encontrado en los bolsillos de los
pantalones semillas de calabaza y pedazos de nopal. En su campamento también es muy escasa el agua, en tanto que, por nuestra
parte, hacemos toda clase de esfuerzos por llevar abundantes provisiones a la línea de fuego. Pasan de tres mil los carrancistas
que se han dispersado en todas direcciones, siendo principalmente de caballería. Ayer, en la tarde, el general Isaac Arroyo se
apoderó de la hacienda de San Bartolo, quitando al enemigo ocho carros de harina, dos de frijol, algunas otras provisiones, una
vaciada y una gran cantidad de reses, siendo tan vigorosamente batido el enemigo, que nuestras fuerzas le quitaron hasta la
ordeña, y el personal de ordeñadores que traía Obregón. Al sentirse el enemigo atacado por retaguardia, ha hecho esfuerzos
desesperados por romper el cerco, y no ha podido conseguirlo. Es imposible darse cuenta del número de muertos y heridos del
enemigo, porque la lucha no ha dado tiempo para levantar el campo; pero puedo asegurar que es inmenso el número de bajas que
han tenido los carrancistas. Han perdido muchos caballos, coches, vaciadas, provisiones y otros muchos elementos,
encontrándose en estos momentos en una situación muy crítica, por el hambre, y por haber muerto el general carrancista Martín
Triana, y otro que no fue identificado. Han sido rechazados vigorosamente en todos sus asaltos. Creo que en uno o dos días más
habrá terminado esta batalla, de tan inmensas proporciones, con el exterminio completo o la dispersión de la principal columna
carrancista. Por ahora, las infanterías del enemigo quedan en muy difíciles circunstancias, por falta de elementos y agua, así
como de parque. A cada momento, tienen mayor número de fuerzas convencionistas que los asedian y los ponen en situación
muy apurada. Muy pronto espero tener el gusto de comunicarle que ha terminado, del modo más brillante, esta batalla, que marca
una de las páginas más gloriosas en la historia de la División del Norte. Para completar esta información, me doy el gusto de
manifestarle que la columna expedicionaria de cinco mil hombres, que desprendió el señor general Villa hacia el sur, al mando de
los generales Canuto Reyes, Rodolfo L. Fierro, José Ruiz y Cesáreo Moya, ha hecho una brillante campaña. En estos momentos,
acaba de llegar un correo, que mandó el general Reyes de Irapuato, con fecha 6 del actual. Los informes verbales del correo y los
pliegos que trae, nos hacen saber que, sucesivamente, nuestras fuerzas han ido recorriendo las poblaciones de Lagos, Loma,
Pedrito, San Francisco del Rincón, Silao, Villalobos e Irapuato; en todo ese tramo tan extenso, han levantado la vía férrea y
destruido completamente la línea telegráfica, ayudados en esta labor por los vecinos pacíficos de todo el trayecto, que los han
recibido con aplausos y gritos de entusiasmo. Comunica el general Reyes que en esos puntos del Sur solamente se acepta el papel
villista y rechazan el expedido por Carranza y Obregón; que, por todas partes, los reciben con demostraciones de entusiasmo; que
han destruido las comunicaciones a tal grado, que aun en el caso de que el enemigo pudiera repararlas tranquilamente y sin ser
hostilizado, no podría lograr su objetivo ni en dos meses de constantes trabajos. El general Reyes desprendió una fracción a
destruir la vía de Irapuato a Guadalajara, y los pocos trenes que tenía el enemigo tuvieron que salir rumbo a Celaya. Con esta
destrucción de la vía férrea, se han quedado copados catorce trenes que, próximamente, van a quedar en poder del general Villa,
y se obtiene el aislamiento completo de Obregón de su base de aprovisionamiento. Por mucho tiempo, la columna carrancista no
podrá recibir refuerzos de ninguna parte, por tener destruidas hasta las bombas, tinacos y cambios. El general Fierro, valiéndose
de astucias, se apoderó del telégrafo en Pedrito, y tomando el nombre de Álvaro Obregón, dio órdenes a todas las fuerzas que se
encontraban hacia el sur causándoles el mayor daño posible. Esta labor del general Fierro ha sido muy inteligente y audaz,
produciendo resultados trascendentales para el enemigo. Esta columna expedicionaria se propone llegar hasta la ciudad de
México. Atentamente, el coronel de E. M. Gral., Enrique Pérez Rul. 1 a. m.
Tengo el honor de rendir a esa Primera Jefatura, de su muy digno cargo, el presente Parte Oficial de las operaciones militares
llevadas a cabo por las fuerzas de mi mando, para la ocupación de San Luis Potosí y Zacatecas, y recuperación de Querétaro, con
el aniquilamiento de la columna reaccionaria que ocupaba esta última plaza.
Con la toma de la plaza de Aguascalientes, por el Ejército de Operaciones a mi mando, realizada el 10 de julio de 1915, en la
que se capturó al enemigo un importante botín de guerra, inclusive una cantidad de cartuchos que fue suficiente para reponer la
dotación reglamentaria a todas nuestras tropas, y dejar una considerable reserva, quedamos en condiciones de emprender, sin
pérdida de tiempo, nuevas operaciones, para el completo aniquilamiento de los reaccionarios.
Así, pues, e informado de los grandes destrozos causados en nuestras vías de comunicación al Sur, por la columna de Canuto
Reyes y Rodolfo Fierros, cuya reparación habría de ser muy tardada, y con esto, prolongarse por mucho tiempo nuestra
incomunicación con Veracruz, determiné encaminar, desde luego, y preferentemente, nuestra acción a controlar las
comunicaciones de Aguascalientes a San Luis Potosí, y de allí a Tampico, para establecer, por aquel puerto, nuestra base, que
sería por allí más corta y segura, a la vez que para ponerme en contacto con el Cuartel General de Ejército del Noreste, que a
cargo del C. general Jacinto B. Treviño, se encontraba en Monterrey, a fin de combinar las operaciones que habrían de darnos la
posesión del territorio que aún conservaban los villistas en el Norte.
La pronta ocupación de San Luis Potosí por nuestras fuerzas era considerada con doble importancia en el plan que decidí
desarrollar, porque de allí podríamos hacer más violenta nuestra movilización al Sur, para batir a la columna de Fierros y Reyes,
si pretendía volver a incorporarse en el Norte al principal núcleo reaccionario, desalojado de Aguascalientes, en cuyo movimiento
aprovecharíamos la vía del Nacional, que suponía yo, como era en efecto, reparada por los mismos villistas.
En consecuencia, desde luego acordé que una columna mixta, formada por las infanterías de la 5.ª brigada de la 1.ª División
del Noroeste y 25.º batallón de la 2.ª División, y las caballerías de la brigada Guillermo Prieto, al mando del C. general Pedro
Morales, yendo todas estas fuerzas al mando del C. general Gabriel Gavira, jefe de la referida 5.ª Brigada de Infantería, marchara
sobre San Luis Potosí, reparando los desperfectos de las vías férrea y telegráfica, para tomar posesión de aquella plaza,
desalojando al enemigo que en ella se encontrase.
De acuerdo con las disposiciones relativas, el día 12 de julio, como vanguardia de la columna sobre San Luis Potosí,
emprendió la marcha la brigada de caballería del general Pedro Morales, y, mientras tanto, se preparaban las infanterías y los
trenes de reparación que habrían de salir con el general Gavira el día 14.
El mismo 12, el Cuartel General de mi cargo, usando de las facultades de que estaba investido por esa Primera Jefatura,
nombró al propio general Gabriel Gavira Gobernador y Comandante Militar del Estado de San Luis Potosí, puesto del que
tomaría posesión al ocupar con sus fuerzas la capital del Estado.
En esta fecha, el general Gonzalo Novoa, que con sus fuerzas se había replegado de León a la hacienda de Otates, en virtud
del ardid de que se valieron los reaccionarios Fierros y Reyes, ordenándole, en mi nombre, que no hiciera resistencia a la
columna villista que había entrado por el sur de Lagos cuando el grueso de nuestro Ejército estaba en Encarnación, volvió a
ocupar la plaza de León, comunicándose luego, por teléfono, con el general Diéguez, que se encontraba en Lagos, a quien dio
algunos informes sobre la situación a retaguardia, con motivo de la entrada de la citada columna de Reyes y Fierros, informes que
el general Diéguez me transmitió luego por telégrafo.
Como desde nuestra entrada a Aguascalientes el Cuartel General de mi cargo había ordenado que, con los materiales y demás
elementos de vía capturados allí al enemigo se procediera a hacer reparaciones a la vía del ferrocarril al sur de Aguascalientes y
al sur de Lagos, a cuyo efecto salió de la primera de dichas plazas el C. Francisco Aguilar, maestro de camino, con un tren de
reparación, y de Lagos fue movido, por el general Diéguez, nuestro reconstructor de vías, C. Luis G. Alcalá, hacia León; en esta
fecha, la comunicación ferroviaria estaba ya restablecida hasta estación Pedrito, al sur de Lagos, prosiguiéndose los trabajos con
toda actividad hacia León.
El día 13 comuniqué instrucciones al general Federico Montes, para que, haciendo entrega de la Comandancia Militar de
Lagos al general Diéguez, quien estaba ya bastante aliviado de su herida, saliera con una pequeña escolta y por tierra rumbo al
Sur, llevando en su compañía un telegrafista y un competente ferrocarrilero a fin de que me comunicara constantemente informes
acerca de la situación en aquella zona, y encargándole hacer todo esfuerzo por llegar hasta donde se hubiera replegado el general
Amaro, a comunicar a éste órdenes en mi nombre para, movilizar a Celaya el mayor número de tropas de su División y esperar
allí nuevas órdenes, para las operaciones que debería emprender.
El día 14 comprendieron su marcha de Aguascalientes las infanterías, al mando del general Gavira, llevando trenes con
personal y materiales para la reparación de las vías férrea y telegráfica a San Luis Potosí. La vanguardia de esta columna, que era
la brigada de caballería del general Pedro Morales y que se encontraba acampada en estación Loreto, prosiguió su avance.
Este día comuniqué órdenes al general Murguía, para que de Rincón de Romos continuara su avance sobre Zacatecas, con la
división de caballería a sus órdenes, como vanguardia de las infanterías de la 1.ª División del Noroeste, al mando del C. general
Benjamín G. Hill, que dispuse se movilizaran al siguiente día, de Aguascalientes sobre Zacatecas, llevando trenes de reparación
para el restablecimiento de las comunicaciones. La División de Caballería al mando del general Cesáreo Castro permanecía
acampada en Chicalote, y el resto de las infanterías, en Aguascalientes, quedando estas fuerzas como reservas, para movilizarlas
a cualquiera de los puntos donde fueran necesarias, como refuerzo de una u otra columna de las que simultáneamente avanzaban
sobre San Luis y sobre Zacatecas.
En la misma fecha, el general Amaro, que con sus fuerzas se había replegado de Celaya a Morelia y otros puntos de
Michoacán, al sentir el avance de los reaccionarios de Fierros y Reyes, habiendo tenido informes de nuestro triunfo en
Aguascalientes, llegó por tierra a León, y conferenció por teléfono con el general Diéguez, que aún estaba en Lagos,
informándole tener ya distribuidas sus fuerzas en Guanajuato, Silao, Irapuato, Celaya, Salvatierra, Acámbaro, Pénjamo, La
Piedad y algunos otros puntos de Guanajuato y Michoacán. El general Diéguez me dio inmediato parte de esa conferencia, y, por
su conducto, ordené al general Amaro que pasara a conferenciar personalmente conmigo, en Aguascalientes.
El día 15, el general Gonzalo Novoa, que estaba en León, me comunicó haber tenido noticias fidedignas de que la plaza de
San Luis Potosí había sido evacuada por los villistas. Ordene entonces al general Gavira, quien había llegado a Salinas, forzara
sus marchas sobre San Luis Potosí, dejando la reparación de la vía del ferrocarril, de la que se encargaría el general Eugenio
Martínez, que para el efecto, fue movilizado de Aguascalientes ese día, con la 9.ª brigada a su mando.
En esta fecha, las reparaciones de las vías del ferrocarril y telegráfica, emprendidas de Lagos por el C. Luis G. Alcalá,
quedaron terminadas hasta León, y desde luego conferencié con el general Amaro, a quien di instrucciones de que se transladara
a Irapuato e hiciera la reconcentración de sus fuerzas en Celaya, dejando solamente guarniciones en Lagos, León, Silao, Irapuato,
Pénjamo, La Piedad, Morelia y Acámbaro.
Este mismo día, el general Diéguez se incorporó a Aguascalientes, con las fuerzas de su División que se encontraban en
Lagos.
El día 16, nombré jefe de las fuerzas que estaban tendidas desde Aguascalientes hasta las cercanías de Querétaro, inclusive
las del general Amaro, al general Diéguez, y comisioné al C. licenciado Roque Estrada para que se encargara de la organización
del gobierno civil del Estado de Aguascalientes, así como de la organización de los demás ramos y servicios públicos, no
comprendidos en el de Guerra.
Habiéndome comunicado este día el general Murguía que se encontraba acampado con su División en Soledad, haber tenido
noticias de que los villistas estaban evacuando Zacatecas, le comuniqué instrucciones para que forzara sus marchas a tomar
posesión de aquella plaza; disponiendo, a la vez, que la División del general Castro avanzara hasta Soledad, para cubrir las
posiciones que dejaría el general Murguía, en tanto que las infanterías del general Hill quedaban acampadas en Animas,
protegiendo las reparaciones de la vía.
En esta fecha, el general Herminio Álvarez, que operaba independientemente por Matehuala, ocupó la plaza de San Luis
Potosí, que había sido evacuada por el enemigo al sentir el avance de nuestra columna al mando del general Gavira, dándome
parte el citado general Álvarez de que los villistas, en su huida con dirección a Saltillo, abandonaron en San Luis y otros puntos
de la vía al Norte, 33 locomotoras y gran número de carros del ferrocarril, que no pudieron sacar a Saltillo, por los desperfectos
que, con anterioridad, habían causado en la vía del ferrocarril las fuerzas del mismo general Álvarez. Los generales Gavira y
Morales habían llegado a Espíritu Santo, y les comuniqué órdenes de continuar hasta estación Ipiña, para de allí efectuar un
movimiento sobre Bocas, adonde se había reconcentrado el enemigo que evacuó San Luis Potosí.
El día 17, la División de caballería al mando del general Murguía ocupó la plaza de Zacatecas, que fue evacuada por los
villistas, quienes huyeron, unos, en dirección a jerez, y otros por el rumbo de Torreón. La vía a Zacatecas había sido reparada
hasta La Printa, por el maestro de camino, C. Francisco Aguilar.
En esta fecha llegaron a estación Ipiña los generales Gavira y Morales, y ordené que continuaran su marcha hasta San Luis
Potosí, no teniendo ya que hacer el movimiento sobre Bocas, porque el enemigo había logrado escapar de allí, al Norte.
El día 18, a las 6 p. m., los generales Gavira y Morales se incorporaron a San Luis Potosí, dejando reparada la vía del
ferrocarril, y desde luego ordené que en aquella plaza se alistara un tren de reparaciones, para salir al siguiente día sobre la vía a
Saltillo.
En esta fecha, dispuse que el general Hill, con sus infanterías, continuara el avance sobre Zacatecas, debiendo regresar de su
campamento, en Animas, a Aguascalientes, la 8.ª brigada al mando del general Contreras, y la artillería expedicionaria, al mando
del teniente coronel Salinas.
El día 19 transmití órdenes al general Cesáreo Castro, para que de su campamento en Soledad destacara, con destino a San
Luis Potosí, la brigada de caballería al mando del general Maycotte, y que con el resto de su división se reconcentrara en
Aguascalientes.
En esta fecha, a las 5 a. m., el Cuartel General de mi cargo se trasladó a San Luis Potosí, llegando a dicha plaza a las seis de
la tarde, y habiendo conferenciado luego con los generales Gavira y Álvarez sobre la situación en aquella zona, dispuse que el
general Álvarez, con las fuerzas de su mando, saliera sobre la vía del Nacional, al Sur, para protegerla y darme parte del estado
en que se encontrara.
El día 20 llegó a Irapuato el C. Luis G. Alcalá, dejando terminada la reparación de la vía del ferrocarril, hasta aquel lugar, al
mismo tiempo que quedaba restablecida hasta el mismo punto la comunicación telegráfica, por el telegrafista constructor Pedro
R. Torres, de la sección telegráfica de mi Cuartel General.
Estando en esta fecha haciendo preparativos para movilizar fuerzas por la vía del Nacional, al sur de San Luis, las que
deberían ir dotadas de artillería, por conducto del general Diéguez ordené al teniente coronel Salinas que de Aguascalientes
hiciera salir, con destino a San Luis, dos cañones de montaña, con su personal y dotación correspondientes. Al mismo tiempo
dispuse que el general Cesáreo Castro, con las fuerzas de su división, que se encontraban reconcentradas en Aguascalientes,
emprendiera la marcha, por tierra, rumbo a San Luis Potosí.
El mismo día comuniqué órdenes al general Diéguez para que se movilizara con sus fuerzas a Irapuato, estableciendo allí su
Cuartel General, y dejando como Comandante Militar del Estado de Aguascalientes al C. general Martín Triana, con las fuerzas
de este jefe y las brigadas 6.ª y 8.ª de infantería de la 1.ª División del Noroeste, al mando, respectivamente, de los generales
Cipriano Jaimes y Francisco T. Contreras.
El día 21 llegó a Celaya el general Amaro, con el grueso de sus fuerzas, y el general Diéguez se movilizó de Aguascalientes a
Irapuato, de acuerdo con mis órdenes del día anterior.
El día 22 se incorporó al Cuartel General, procedente de Guadalajara, donde había estado atendiendo a su salud, el C. general
Francisco R. Serrano, asumiendo de nuevo la jefatura de mi Estado Mayor que, accidentalmente, había estado desempeñada, en
ausencia del general Serrano, por el C. teniente coronel Aarón Sáenz.
En esta fecha se incorporó a San Luis la brigada de caballería al mando del C. general Fortunato Maycotte.
Este mismo día, por conducto de los generales Amaro y Montes, que se encontraban en Celaya, obtuve algunos informes
sobre los sucesos registrados en la marcha que hizo al sur de Lagos la columna de Fierros y Reyes, siendo dichos informes los
siguientes:
Que la citada columna, al llegar a Celaya, encontró tenaz resistencia, que le opusieron 47 hombres que allí había, al mando
del C. coronel Enrique Espejel, de la Brigada Guillermo Prieto, de los cuales 23 pertenecían a dicha brigada, y 24 al 21.º Batallón
de Sonora, y la mayoría de ellos pereció en el combate, y otros fueron hechos prisioneros, logrando escapar el coronel Espejel,
debido a que vestía de paisano y estaba amputado que un muslo, teniendo, además, un brazo baldado, por cuyo aspecto los
villistas lo consideraron no combatiente.
Que después la columna reaccionaria siguió su marcha, tomando la plaza de Querétaro, que estaba defendida sólo por un
reducido número de gente del general Montes, a las órdenes del C. teniente coronel Jorge Cabrera, y cuya guarnición intentó
también resistir al enemigo, habiendo sido diezmada.
Que la misma columna desalojó después a nuestras fuerzas de guarnición en San Juan del Río, y más tarde atacó y derrotó a
las que, en número inferior, guarnecían Tula, al mando del C. general Agustín Millán, poniéndose de allí en contacto con las
fuerzas de Zapata.
Los mismos informes decían que la ciudad de México había sido evacuada por las fuerzas del general Pablo González, al
aproximarse la columna de Fierros y Reyes, y que la ex-capital había sido ocupada luego por los zapatistas; agregando que, en
Tula, la columna de Fierros había sido reforzada por las distintas fracciones de la llamada División del Norte, que habían estado
operando al lado del zapatismo, y entre las que figuraban dos brigadas de Roque González Garza; así como también por las
fuerzas zapatistas de Juan Banderas, Joaquín Peña, Benjamín Argumedo, Juan Almazán, y las de Abel Serratos y de otros jefes
reaccionarios, formando un contingente aproximado de 8 000 hombres, que empezaban a reconcentrarse ya en Querétaro, con
una gran parte del personal de la llamada Convención.
En vista de tales informes, decidí hacer una movilización de fuerzas a Celaya, para de allí emprender operaciones contra los
reaccionarios que se reconcentraban en Querétaro; y desde luego dispuse que saliera de San Luis un tren de reparaciones sobre la
vía del Nacional, al Sur, con objeto de expeditar la comunicación hasta Celaya, disponiendo, al mismo tiempo, que el general
Diéguez movilizara de Irapuato a Celaya sus fuerzas de infantería, al mando del general Pablo Quiroga, y que el teniente coronel
Salinas embarcara de Aguascalientes, con destino a Celaya, a disposición del general Amaro, una batería de cañones de tipo
ligero, dando instrucciones al general Amaro para que, inmediatamente, estableciera las fuerzas en dispositivo de defensa, para
presentar enérgica resistencia a los reaccionarios, en caso de que pretendieran avanzar de Querétaro al Norte y volver a ocupar
Celaya antes de que pudiéramos tomar la ofensiva que preparaba el Cuartel General de mi cargo.
El día 23 dispuse la movilización de la brigada de infantería al mando del general Eugenio Martínez, y la de caballería del
general Maycotte, sobre la vía del Nacional, al sur de San Luis, protegiendo las reparaciones de la vía que, desde el día anterior,
se habían emprendido.
Este día se movilizaron de Irapuato a Celaya las infanterías del general Diéguez, al mando del general Pablo Quiroga, y el
general Amaro, con las fuerzas allí reconcentradas, tomó su dispositivo de defensa, estableciendo puestos avanzados en Apaseo,
con 300 hombres de caballería, al mando del general Miguel M. Acosta.
En la misma fecha, comuniqué instrucciones al general Diéguez para que se trasladara de Irapuato a Guadalajara, a fin de
hacerse cargo de las operaciones militares en aquella región, donde habían tomado incremento las partidas rebeldes.
El general Amaro me informó que por sus servicios de información, tenía conocimiento de que la ciudad de México había
sido ocupada nuevamente por las fuerzas del general Pablo González; pero que los reaccionarios, al mando de Fierros, Reyes y
otros jefes, dominaban aún el territorio desde Querétaro hasta Tula, estando ya reconcentrados en Querétaro más de 5 000
hombres, y que el enemigo corría trenes entre Querétaro y Tula. Igualmente informó el general Amaro que una exploración del
enemigo había salido de Querétaro al Norte, cambiando algunos tiros con nuestras avanzadas, al mando del general Acosta, en
Apaseo, replegándose en seguida dicha exploración.
Para esta fecha, las reparaciones de la vía del Nacional llegaban a Chamacuero, y de Celaya se emprendían con actividad a
Empalme González, por el maestro de camino J. P. Kaftanish.
El día 24 las infanterías del general Martínez y las caballerías del general Maycotte llegaban a Estación Obregón, en marcha a
Dolores Hidalgo, en donde les había ordenado acampar y esperar nuevas instrucciones.
En esta fecha, dispuse que la 8.ª Brigada de Infantería, al mando del general Contreras, se movilizara de Aguascalientes a
Celaya por la vía del Central, que ya estaba reparada; dando, al mismo tiempo, órdenes al general Herminio Álvarez, que había
llegado con sus fuerzas a Dolores Hidalgo, para que, dejando destacamentos en San Felipe y otros puntos de la vía, marchara con
el grueso de su brigada sobre San Luis de la Paz, procurando desalojar al enemigo que allí hubiera, y una vez posesionado de
dicha plaza estableciera vigilancia sobre Querétaro, por el camino de San José Iturbide.
Las reparaciones de la vía a Saltillo continuaban, entretanto, con toda actividad, a cargo del supervisor Alberto Galindo,
llegando en esta fecha al puente de Laborcillas, como a 100 kilómetros de San Luis Potosí, protegidas por la brigada de caballería
Guillermo Prieto, al mando del general Pedro Morales. Igualmente progresaban las reparaciones sobre la vía a Tampico.
Habiendo en este día quedado todo listo para emprender las operaciones en contra de los reaccionarios que ocupaban
Querétaro y otros puntos al Sur, decidí trasladarme a Celaya al siguiente día, para ponerme al frente de las fuerzas que allí se
habían reconcentrado, y emprender, desde luego, la batida contra Fierros, Reyes, Banderas y demás reaccionarios; y como era de
suma importancia el restablecimiento de las comunicaciones entre San Luis y Tampico, este día dicté las siguientes
disposiciones:
El coronel J. L. Gutiérrez se haría cargo de las reparaciones sobre dicha vía, protegiéndolas con el Batallón de Ferrocarrileros,
al mando del mismo coronel Gutiérrez, 200 hombres de la brigada al mando del general Gavira; en tanto que el general Cesáreo
Castro, ya incorporado con su división a San Luis, destacaría una columna de 1 000 hombres de caballería, para batir al enemigo
que se encontraba por la región de Guadalcázar, posesionado de la vía del ferrocarril, entre las estaciones Cerritos y Canoas. Al
mismo tiempo, ordené la incorporación a San Luis de la brigada de caballería al mando del general Pedro Morales, que protegía
las reparaciones de la vía sobre Saltillo, las cuales seguirían siendo protegidas por una fracción de la misma brigada, al mando del
coronel Enrique Espejel.
Este mismo día, el general Amaro me rindió parte de haberse incorporado a Celaya el general Alfredo Elizondo, con las
fuerzas de su mando, de la división del general Amaro, y en seguida le comuniqué instrucciones para que dichas fuerzas se
movilizaran a Acámbaro, en prevención de que el enemigo que se encontraba en Querétaro tratara de esquivar combate con
nosotros, emprendiendo su huida al Norte por aquel punto.
El día 25, a primeras horas de la mañana, el Cuartel General de mi cargo emprendía la marcha de San Luis Rumbo a Celaya,
pernoctando en Empalme González, por no haberse terminado ese día las reparaciones de la vía en el kilómetro 80, donde aún se
reparaba el puente de Soria; habiendo acampado en Empalme González la brigada del general Eugenio Martínez, para continuar
la marcha hasta Celaya, al día siguiente, con mi Cuartel General y las reservas de parque.
Habiéndose en esta fecha incorporado a Zacatecas las infanterías de la 1.ª División al mando del general Hill, ordené que las
caballerías de la división del general Murguía salieran de aquella ciudad a emprender una enérgica batida contra las partidas de
rebeldes que quedaban aún en el Estado, quedando las infanterías de guarnición en la plaza.
El día 26, a las primeras horas de la mañana, continué mi marcha de Empalme González a Celaya, con las infanterías del
general Martínez, llegando a dicha plaza a las 8 a. m., de donde ordené que la brigada de caballería del general Maycotte, que
marchaba por tren sobre la misma vía del Nacional, pernoctara esa noche en Empalme González, y al día siguiente continuara su
marcha por tierra, con destino a Apaseo.
La brigada de infantería al mando del general Contreras se incorporó por la tarde a Celaya, procedente de Aguascalientes.
Desde mi incorporación a Celaya, asumí el mando de las operaciones que se desarrollarían sobre el enemigo reconcentrado en
Querétaro, y desde luego nombré jefe de las caballerías al general Joaquín Amaro, y comandante accidental de artillería al
general Federico Montes, quien dependería, lo mismo que todas las fuerzas de infantería, directamente del Cuartel General de mi
cargo.
Este día quedaron reconcentradas en Celaya todas las fuerzas que habrían de tomar parte en las operaciones sobre Querétaro,
haciendo un efectivo, aproximado, de 7 000 hombres, entre caballerías e infanterías, por partes iguales y con las denominaciones
que en seguida se expresan:
Caballerías
Las de la 5.ª División del Noroeste, al mando del general Amaro.
Brigada al mando del general Fortunato Maycotte, de la 1.ª División del Noroeste.
Brigada al mando del general Gonzalo Novoa, del Cuerpo de Ejército del Noroeste.
Regimiento al mando del general Miguel M. Acosta, accidentalmente incorporado a la misma brigada del general Gonzalo
Novoa.
Infanterías
Fracción de la 2.ª División del Noroeste, al mando del general Pablo Quiroga.
Octava Brigada, de la 1.ª División del Noroeste, al mando del general Francisco T. Contreras.
Novena Brigada de la 1.ª División del Noroeste, al mando del general Eugenio Martínez.
25.º Batallón de Infantería, de la 2.ª División del Noroeste, accidentalmente incorporado a la 9.ª Brigada.
Artillería
1 Batería de batalla de 75 mm, tipo ligero.
1 Sección de montaña.
Ordené que todas las fuerzas se alistaran para emprender la marcha al día siguiente, en este orden:
Cuerpo de la columna
9.ª Brigada de Infantería de la 1.ª División del Noroeste, al mando del general Eugenio Martínez.
Fracción de la 2.ª División del Noroeste, al mando del general Pablo Quiroga.
Artillería expedicionaria, al mando del general Federico Montes, con sostén de fuerzas de la citada fracción de la 2.ª División del
Noroeste.
Infantería de la 5.ª División del Noroeste.
8.ª Brigada de Infantería de la 1.ª División del Noroeste, al mando del general Francisco T. Contreras.
Retaguardia
Todas las caballerías de la columna, a las órdenes del general Joaquín Amaro.
La columna no llevaría extrema vanguardia al iniciar su marcha, porque la formaría la fracción que, en número de 300 jinetes,
estaba a las órdenes del general Miguel M. Acosta, en Apaseo, al llegar nuestras fuerzas a aquel puesto avanzado.
El día 27, como estaba ordenado, se emprendió la marcha, llegando la columna a Apaseo, a las 11 a. m. En aquel lugar se
incorporó el general Maycotte con su brigada, que había marchado por tierra de Empalme González. De Apaseo, después de dar
breve descanso a las tropas, llevando ya a la vanguardia la caballería del general Acosta, la columna continuó su marcha seguida
de un tren de reparación para reconstruir la vía en los tramos en que estuviera destruida.
Como a las cuatro de la tarde, nuestra vanguardia y la del enemigo tomaron contacto, y después de un ligero tiroteo, la
nuestra se replegó hasta las primeras líneas de infantería que el general Martínez había desplegado en tiradores, al darse cuenta de
que el enemigo avanzaba por el frente. Estas líneas abrieron fuego sobre el enemigo, logrando rechazarlo, tras un ligero tiroteo.
Como el día estaba terminando, creí conveniente acampar en un rancho, a 4 kilómetros al sur de Apaseo, donde contábamos con
forrajes y agua en abundancia, para iniciar al siguiente día, a primeras horas, el ataque formal sobre los reaccionarios que estaban
posesionados de los cerros de Mariscala y a uno y otro lado de la vía, atrincherados en las cercas de piedra de las haciendas que
están en el valle de aquel puerto. Los tiroteos de esta tarde fueron de poca importancia, y en ellos tuvimos 2 muertos y 11
heridos, entre éstos, de gravedad, el capitán Pérez Peña, quien murió esa misma noche, con mucha entereza.
Tengo el honor de comunicar a usted que, consumada la derrota y dispersión de la columna reaccionaria al mando de Fierros,
Reyes y otros jefes de la llamada Convención, el 19 de agosto de 1915, según el parte relativo que he tenido el honor de rendir a
esa Primera jefatura de su muy digno cargo, el mismo día 19 emprendí, con el Cuartel General del Ejército de Operaciones, la
marcha de Valle de Santiago a San Luis Potosí, llegando a esta plaza el día 2, y como en esta fecha el coronel J. L. Gutiérrez
había dejado terminadas las reparaciones de la vía del ferrocarril hasta Tampico, desde luego me trasladé a aquel puerto para
conferenciar con usted directamente por la inalámbrica, y seguir luego a Monterrey a conferenciar con el C. general jacinto B.
Treviño, jefe del Cuerpo de Ejército del Noreste, para combinar las sucesivas operaciones militares que habríamos de emprender,
para controlar el territorio del Norte que aún estaba en poder de los villistas. Así pues, el día 3, acompañado de algunos de los
miembros de mi Estado Mayor y parte de mi escolta, emprendí la marcha de San Luis Potosí a Tampico, a cuyo puerto llegué el
día 4 por la mañana, permaneciendo allí durante el día el tiempo que fue necesario para conferenciar con usted; habiendo salido
con destino a Monterrey a las cinco de la tarde, y llegando a aquella ciudad el día 5, a las 10 a. m. Conferencié con el general
Treviño, obteniendo de él una completa información sobre la situación militar de aquella zona, que era a su mando, y dándole por
mi parte los lineamientos de la nueva campaña que habríamos de emprender, para desalojar al enemigo del territorio que aún
ocupaba los Estados de Coahuila, Durango, San Luis Potosí y Zacatecas, arrojándolo hacia Chihuahua, y más tarde aniquilarlo en
aquel su último reducto.
Dejando delineada con el general Treviño la campaña que, en combinación, habríamos de emprender, a las 10 p. m. del
mismo día 5 regresé a Tampico, llegando a este puerto el 6 de agosto, después de mediodía, y permanecí allí, mientras terminaba
con usted la conferencia iniciada el día 4, continuando mi marcha a San Luis a primeras horas del día siguiente (7 de agosto), y
llegando a esta plaza el día 8 por la mañana.
Permanecí en San Luis Potosí, dando instrucciones al general Gavira para la campaña que debería emprender sobre los
rebeldes que, al mando de los Carrera Torres y los Cedillo, se habían reconcentrado en Río Verde y Tula y algunos otros distritos
del Estado de San Luis Potosí, sin definir su actitud; así como activando las reparaciones de la vía rumbo a Saltillo, que
continuaban con grandes progresos.
El día 9 salí con destino a Guadalajara a efecto de conferenciar con el general Diéguez, y darle amplias instrucciones sobre la
campaña que había pensado encomendarle en Sonora y Sinaloa, al mando de una importante columna que movilizaría sobre
aquellos Estados; previendo que Villa, después de las desastrosas derrotas que había sufrido, y las que seguramente le
infligiriamos en Coahuila y Durango si intentaba volver a hacer frente a nuestro ejército, buscaría refugio internándose en
Sonora, para unirse con Maytorena, y con los elementos de ambos controlar aquel Estado, aprovechándose de las dificultades que
tendríamos para hacer movilización oportuna de contingentes a aquella región, por la falta de buenas vías de comunicación con el
resto de la República.
A Guadalajara llegué el día 11, después de haber tenido un lamentable contratiempo durante el viaje, consistente en el
descarrilamiento de nuestro tren, entre León y Silao, en el que hubo 13 muertos y 31 heridos de la escolta, quedando 4 carros
completamente destruidos. Entre los muertos se encontraba también el subteniente Andrés Guajardo, del Estado Mayor del
general Murguía.
A las 8 a. m. del día 11, hora en que llegué a Guadalajara, pasé desde luego a conferenciar con el general Diéguez sobre el
asunto que dejo indicado, acordando comenzar a hacer desde luego la movilización de fuerzas con rumbo a Sonora, a cuyo efecto
inmediatamente se dieron órdenes para que salieran por tierra, con aquel destino, las tropas de caballería al mando del general
Enrique Estrada, de la división del general Diéguez, emprendiendo la marcha de Guadalajara a través del Territorio de Tepic y
Estado de Sinaloa, por la vía de San Marcos.
Este día recibí en Guadalajara un parte telegráfico del general Federico Montes, Gobernador y Comandante Militar de
Querétaro, comunicándome que el día 9 las caballerías al mando del general Fortunato Maycotte y del general Miguel M. Acosta,
en combinación con las fuerzas del general Rauda, de la división del general Amaro, habían atacado y derrotado a una columna
zapatista, que al mando del llamado general Cazarín, estaba posesionada de San Juan del Río, plaza que quedó en poder de los
nuestros, quienes persiguieron al enemigo, que huyó en dispersión rumbo a Tula, hasta cerca de estación Cazadero; capturándoles
3 trenes con 17 carros de carga, 3 de pasajeros y 9 tanques, recogiéndoles, además, 50 máussers y 100 monturas, así como
muchos caballos; causándoles más de 150 bajas, entre muertos y prisioneros.
Inmediatamente ordené que el jefe de reparaciones, J. P. Kaftanish, saliera de Celaya con tren de materiales y protegido por
infanterías de la división del general Amaro, para emprender las reparaciones de la vía al sur de Querétaro, disponiendo, al
mismo tiempo, que el general Amaro, con las caballerías que tenía en Celaya, saliera con la misma dirección a activar la campaña
contra las diversas partidas que existían al sur de Querétaro, para expeditar la vía del ferrocarril sobre México, debiendo, el
general Amaro, obrar en combinación con el general Maycotte.
De Guadalajara, ordené también que las caballerías del general Gonzalo Novoa, que se encontraban en Celaya,
accidentalmente a las órdenes del general Amaro, marcharan por tren a Guadalajara, para utilizadas en la campaña contra los
bandoleros de Jalisco.
Después de haber conferenciado ampliamente con el general Diéguez, dejando acordados los preliminares para la
movilización de fuerzas a Sonora, bajo el mando de dicho jefe, el día 12 emprendí mi marcha de regreso, dirigiéndome a
Zacatecas, para comunicar instrucciones al general Hill y al general Murguía, que se encontraban con sus fuerzas en aquel
Estado.
El día 14 me incorporé a Zacatecas, y conferencié con los generales Hill y Murguía, habiendo este último venido de su
campamento en Ojuelos, para tal fin, También tuve una conferencia con el general ex-villista Pánfilo Natera, versando sobre la
rendición de este jefe, con las fuerzas a su mando, que habían abandonado a Villa, después del desastre de Aguascalientes,
permaneciendo en el Estado de Zacatecas, Este mismo día, el general Maycotte me rindió parte de que sus fuerzas habían tomado
posesión de Tula, Hidalgo., habiendo restablecido la comunicación telegráfica hasta aquella plaza; y ordené al general Maycotte
que, haciendo entrega de la plaza al coronel Miguel Alemán, para que quedara guarnecida por las fuerzas de este jefe, con las que
lo estaba antes, marchara él, con las suyas, a San Juan del Río, donde debería tenerlas listas para recibir nuevas órdenes de mi
Cuartel General.
Para esta fecha, el general Eugenio Martínez, con las brigadas 8.ª y 9.ª que de Salamanca habían sido destacadas a Pénjamo,
para cortar la retirada a los villistas de Fierros y Reyes, derrotados en Valle de Santiago, habían llegado a Aguascalientes, de
regreso, por la vía de Irapuato, y le ordené proseguir su marcha con dichas fuerzas hasta incorporarse a San Luis Potosí.
El día 16 nombré al general Rómulo Figueroa Gobernador Interino y Comandante Militar del Estado de Zacatecas, con
acuerdo de esa Primera Jefatura, dándole facultades para conceder amnistía a los rebeldes que incondicionalmente quisieran
deponer las armas, reconociendo al Gobierno Constitucionalista.
El día 17 el general Maycotte había hecho reconcentración de sus fuerzas en San Juan del Río, y le comuniqué instrucciones
para que, por tren, se movilizara con ellas a San Luis Potosí.
Por la tarde de este día, emprendí con el Cuartel General la marcha a San Luis Potosí, adonde me incorporé el día 18 a las
nueve de la mañana, trasmitiendo desde luego órdenes al general Cesáreo Castro, que se encontraba con su división en Cárdenas,
para que se reconcentrara en San Luis, a fin de preparar el avance sobre Saltillo.
El mismo día 16 recibí por conducto del general Hill, que se encontraba en Zacatecas, noticia comunicada por el general J. T.
Cervantes, de las fuerzas del general Natera, destacadas en Sombrerete, de que la ciudad de Durango había sido tomada el día 13
de este mismo mes, por las fuerzas al mando del general Domingo Arrieta, después de reñido combate que éstas sostuvieron con
los villistas que defendían aquella plaza, en el que éstos fueron completamente derrotados, dejando en poder de los nuestros
muchos prisioneros y pertrechos, así como material rodante, inclusive 20 locomotoras.
Este día ratifiqué en favor del general Diéguez el nombramiento como Jefe de las Operaciones Militares en Sonora, Sinaloa y
Tepic, expidiéndoselo en los siguientes términos:
Este Cuartel General ha tenido a bien nombrar a usted Jefe de Operaciones en los Estados de Sonora y Sinaloa y Territorio de
Tepic, sin perder su carácter de Jefe de la 2.ª División de este Cuerpo de Ejército; por lo que, a su llegada a aquella región,
asumirá el mando de las fuerzas que allá operan, procediendo a activar desde luego y cuanto fuere posible, las operaciones
militares, con objeto de controlar la parte dominada actualmente por los reaccionarios. Queda usted autorizado para designar,
interinamente, todas las autoridades que fueren necesarias, así como para proceder a la organización de todas las oficinas y
servicios públicos, tanto locales como federales, en la parte que se vaya controlando. Lo que comunico a usted para su
conocimiento, y a fin de que, desde luego, proceda al desempeño de la comisión que se le ha conferido, emprendiendo su marcha
con las fuerzas y conforme a las instrucciones que verbalmente le comuniqué en esa ciudad. Renuevo a usted las seguridades de
mi distinguida consideración y particular aprecio. Constitución y Reformas. Cuartel General en San Luis Potosí, a 19 de agosto de
1915. El General en Jefe. Álvaro Obregón. Al C. General de División Manuel M. Diéguez, Jefe de la 2.ª División de Infantería
del Noroeste. Guadalajara, Jalisco.
El día 20, por orden del Cuartel General de mi cargo, comenzó a moverse de Aguascalientes a Zacatecas material rodante a
disposición del general Hill, para el transporte de las infanterías y la artillería que se encontraban en Zacatecas y que debían
reconcentrarse en San Luis.
Este mismo día comuniqué órdenes al general Cesáreo Castro y al general Ernesto García, para que con la División de
Caballería a las órdenes del primero y la Brigada Guillermo Prieto, de la misma arma, accidentalmente a las órdenes del segundo,
por estar herido su jefe, el general Pedro Morales, emprendieran la marcha al siguiente día rumbo al Norte, para pernoctar en
Venado y continuaran haciendo su avance hasta La Ventura, en cuatro jornadas sucesivas, esperando allí órdenes del Cuartel
General de mi cargo.
El día 22 movilicé, de Aguascalientes a Zacatecas, la 6.ª Brigada de Infantería al mando del general Cipriano Jaimes, con
objeto de que reforzara la guarnición que aquella plaza, de la que estaban saliendo ya las infanterías que la habían guarnecido, al
mando del general Hill.
Este mismo día comuniqué instrucciones al general Murguía, que se encontraba acampado aún en Ojuelos, Zacatecas, a
efecto de que antes de continuar su avance rumbo a Torreón, hiciera una batida en el Estado de Zacatecas contra las partidas que
permanecieran hostiles al Gobierno Constitucionalista; habiendo tomado esta determinación en vista de informes que recibía
indicando que los jefes Domínguez, Bañuelos, Ávila y otros, que en un principio habían estado anuentes a rendirse juntamente
con Natera, a últimas fechas habían asumido una actitud hostil.
En la misma fecha, las reparaciones de la vía del ferrocarril sobre Saltillo protegidas por una fracción de la Brigada Guillermo
Prieto, al mando del coronel Enrique Espejel, habían llegado al kilómetro 822, al norte de La Ventura, y ordené que, por tren, se
movilizaran de San Luis hasta aquel lugar las brigadas 8.ª y 9.ª de infantería de la 1.ª División, al mando del general Eugenio
Martínez, y la 3.ª brigada de la 2.ª División de Infantería, al mando del general Fermín Carpio, llevando el general Martínez los
dos cañones de montaña que le habían sido incorporados, al iniciarse la batida contra Fierros en Querétaro.
El día 23 las fuerzas del general Martínez y del general Carpio llegaron a Vanegas, pernoctando allí para continuar su avance
al día siguiente.
Este día recibí noticia de que el puente de San Juan del Río, que había sido completamente destruido por los villistas, cuando
se replegaron al Sur, derrotados en Querétaro, quedó reconstruido por nuestro jefe de puenteros, J. P. Kaftanish, quien marchaba
a reconstruir el puente de Jasso, al sur de Tula, el que también había sido destruido por los zapatistas, siendo éste el único
desperfecto que quedaba por reparar, para restablecer nuestra comunicación hasta la ciudad de México.
Para esta fecha, se había abierto campaña en contra de la gente de Carrera Torres y Cedillo, quienes, faltando al compromiso
que celebraran con el general Cesáreo Castro, en sentido de que no hostilizarían a nuestras fuerzas ni causarían daños en la vía
del ferrocarril de San Luis a Tampico, a cambio de que, por nuestra parte, los consideráramos neutrales en el distrito de Río
Verde, donde se habían reconcentrado, mientras que podían ponerse de acuerdo entre sí, para tratar del reconocimiento del
Gobierno Constitucionalista, habían posesionádose de algunos puntos de la vía del ferrocarril, entre San Bartolo y Las Tablas,
causando en ella algunos destrozos, e interrumpiendo así nuestras comunicaciones. El jefe de esta campaña era el general Pedro
Morales, teniendo como segundo al general Juan Torres, quien seguía con el mando directo de su regimiento de la Brigada
Antúnez.
El día 24 nuestras infanterías, al mando de los generales Martínez y Carpio, quedaron acampadas en La Ventura, y la
avanzada de nuestras caballerías se encontraba en Gómez Farías.
Este día recibí mensaje del general Luis Gutiérrez, procedente de Tunal, participándome que estaba siendo atacado por el
enemigo que había salido de Saltillo, y que su situación era comprometida. Le contesté ordenándole que, si no podía resistir el
ataque de los villistas, se replegara con sus fuerzas a Gómez Farías, dando aviso a mi Cuartel General y al jefe de nuestras
avanzadas, para evitar una confusión al replegarse.
En esta fecha, las reparaciones de la vía llegaban al kilómetro 831.
El día 25 quedaron restablecidas nuevamente nuestras comunicaciones por la vía de Tampico, habiendo sido desalojados los
rebeldes de los lugares que sobre ella ocupaban, por las fuerzas del general Torres, que operaban de San Luis a Tampico, en
combinación con el Batallón de Ferrocarrileros, a las órdenes del coronel J. L. Gutiérrez, que marchaba en sentido opuesto,
batiendo a los bandoleros y haciendo, al mismo tiempo, las reparaciones de la vía, por órdenes que le comunicó mi Cuartel
General, por la vía de México y Veracruz, que estaba restablecida cuando la de Tampico quedó cortada.
En esta fecha, el general Diéguez comenzó su movilización a Sonora, saliendo de Guadalajara a Manzanillo, con sus
infanterías, para embarcarse, de allí, a Mazatlán.
El día 26 comuniqué órdenes al general Cesáreo Castro, para que, con el grueso de su División de Caballería, con que estaba
acampado en La Ventura, continuara su avance hasta Gómez Farías, haciendo avanzar una jornada al norte de Gómez Farías a
nuestras fuerzas avanzadas al mando del general Ildefonso Ramos. Al mismo tiempo dispuse que las infanterías, al mando de los
generales Martínez y Carpio, acampadas en La Ventura, continuaran por tierra a acamparse en Gómez Farías, hasta cuyo lugar
habían llegado ya las reparaciones de la vía.
El día 27 recibí mensaje del general Luis Gutiérrez, dándome parte de que el combate que, durante tres días había librado con
los villistas, se había resuelto en favor de sus fuerzas, derrotando al enemigo y obligándolo a replegarse a Saltillo, en estado de
completa desmoralización. Me comunicaba el propio general Gutiérrez que, para ese resultado, había sido muy eficaz el oportuno
envío de parque que le hizo el Cuartel General de mi cargo. Felicité al general Gutiérrez por su triunfo, y le di cuenta de los
movimientos que nuestras fuerzas habían efectuado trasladándose nuestra vanguardia al norte de Gómez Farías.
El día 28 quedó hecha, en Gómez Farías, la reconcentración de nuestras fuerzas de caballería, al mando del general Castro, y
las infanterías de los generales Martínez y Carpio.
El día 29, el Cuartel General de mi cargo, con su escolta, emprendió la marcha de San Luis a Gómez Farías, dando órdenes
para que las fuerzas al mando del general Hill, que estaban saliendo de Zacatecas, al llegar a San Luis continuaran su marcha al
Norte, hasta incorporarse a nuestro campamento.
Este día recibí parte de que el general Diéguez, con sus infanterías, se había embarcado en Manzanillo, con destino a
Mazatlán, el día 27, en el cañonero General Guerrero y el transporte de guerra Jesús Carranza; así como de que la plaza de
Tepic había sido ocupada ya por las fuerzas al mando del general Enrique Estrada, que previamente habían sido destacadas de
Guadalajara, como parte de la columna que se reconcentraría en Sonora para hacer la campaña en aquel Estado, al mando del
general Diéguez.
El día 30 se incorporó a Vanegas, procedente de Zacatecas, la 4.ª Brigada de Infantería, al mando del general Lino Morales, y
en la misma fecha llegaba a San Luis, prosiguiendo su marcha al Norte, la brigada al mando del general Severiano A. Talamante,
que procedía también de Zacatecas. Estas fuerzas recibieron instrucciones de continuar hasta nuestro campamento.
Este mismo día nuestras caballerías comenzaron a movilizarse de Gómez Farías a Carneros, preparándose las infanterías para
continuar el avance, también hasta aquel punto, e igualmente la artillería, al mando del teniente coronel Gustavo Salinas.
El día 31 todas las fuerzas quedaron acampadas en Carneros, estableciéndose allí el Cuartel General de mi cargo.
El día 1.º de septiembre pasó a conferenciar conmigo, a Carneros, el general Luis Gutiérrez, cuyas fuerzas se encontraban al
oriente de Saltillo, en cuya región habían estado operando contra los villistas, con buen éxito y al mando de dicho jefe. A este
general le comuniqué, por escrito, las siguientes instrucciones sobre la forma en que debería cooperar en el ataque que el día 4
emprenderíamos sobre el enemigo que se encontraba posesionado de Saltillo y fortificado en La Angostura:
Debiéndose llevar a cabo el ataque a la plaza de Saltillo a las posiciones que el enemigo tiene en La Angostura, he de agradecer a
usted que, con las fuerzas a su mando, al amanecer del día 4, corte la comunicación al enemigo sobre la vía que va a Paredón, y
con el resto, avance sobre la plaza atacada. Al amanecer del día 4, deberá ordenar que se establezca, como contraseña, una o dos
fogatas en la parte más elevada del sitio donde se corte la comunicación. En el ataque a la plaza, para evitar confusiones, deberán
nuestras tropas entrar al combate sin sombrero, y las banderas serán blanco y negro. La ruta que debe seguir y los demás detalles
de su movimiento, quedan a su propia iniciativa. Protesto a usted mi atenta consideración. Constitución y Reformas. Cuartel
General en Carneros, Coahuila, a 19 de septiembre de 1915.
Como desde agosto, por acuerdo de esa Primera Jefatura, el Cuerpo de Ejército del Noreste, comandado por el C. general de
brigada Jacinto B. Treviño, había quedado a las órdenes del Cuartel General de mi cargo, este día comuniqué, por la vía de
Tampico, y en mensaje urgente, las siguientes instrucciones:
Carneros, septiembre 19 de 1915. General Jacinto B. Treviño. Monterrey, Nuevo León. Vía Tampico. Desde ayer encuéntrome
en ésta, con mis fuerzas, y tengo todo listo para atacar Saltillo, el día 4, al amanecer. He conferenciado con el general Luis
Gutiérrez, a quien he ordenado que ese día, también al amanecer, se coloque en la cuesta del Cabrito, con instrucciones de cortar
la vía y rechazar intento del enemigo, si éste tratare de reconcentrarse a Paredón. Comunícolo a usted, para que ese mismo día
haga los movimientos que convengan, para evitar que el enemigo venga a reforzar Saltillo, o a atacar al general Gutiérrez.
Ruégole acusar recibo de este mensaje, así como transmitirme datos que tenga del enemigo. Salúdolo afectuosamente.
El general Treviño tenía la mayor parte de sus fuerzas frente a Icamole, lugar de que estaba posesionado el enemigo, y donde
había tenido que sostener repetidos y rudos combates, para evitar que los villistas avanzaran sobre Monterrey, plaza que era su
objetivo. En consecuencia, los movimientos indicados, por parte del general Treviño, para el día 4, imposibilitarían al enemigo
para auxiliar, de Icamole, la plaza de Saltillo, al ser atacada ésta por la columna de mi mando.
El día 2, el Cuartel General de mi cargo comunicó la siguiente orden extraordinaria:
Orden Extraordinaria de la Comandancia del Ejército de Operaciones, comunicada en Carneros, Coahuila, el 2 de septiembre de
1915, a las 6 p. m. Dispone el C. General en Jefe: que todas las fuerzas de este ejército se alisten para emprender la marcha
mañana, a las 7 a. m., rumbo al Norte, en el siguiente orden: Extrema vanguardia. Caballería exploradora de la 8.ª Brigada de
Infantería, de la 1.ª División; guardando distancia de 500 metros, continuará como vanguardia la 9.ª Brigada de Infantería de la
misma División; siguiendo la 8.ª Brigada y a continuación la 2.ª también de la 1.ª División. En seguida la artillería
expedicionaria, que llevará como sostén la 3.ª Brigada de Infantería, de la 2.ª División; continuando la 4.ª Brigada de la 1.ª
División y la 1.ª Brigada de la propia División. La retaguardia será cubierta por la infantería al mando del general Porfirio G.
González, de la 1.ª División del Noroeste. Que las caballerías de la 1.ª División, al mando del general Cesáreo Castro, se alisten
para marchar de los lugares donde se encuentran, a primera orden, debiendo ir el C. general Castro con el Cuartel General, para
que reciba personalmente órdenes y las haga transmitir a las distintas brigadas de su división. Todas las fuerzas deberán quedar
provisionadas, cuando menos por dos días, hoy mismo. Las impedimentas marcharán a retaguardia de sus respectivas brigadas.
Lo que se comunica para su conocimiento y cumplimiento. D. O. S. Sáenz. Comunicada. Ríos.
El día 3, a las 7 a. m., como estaba ordenado, las fuerzas del Ejército de Operaciones emprendieron la marcha de Carneros al
Norte, llegando, por la tarde, al punto denominado La Puerta, adelante de Agua Nueva, y sobre la vía del ferrocarril.
En ese lugar quedaron acampadas nuestras fuerzas, inclusive la división de caballería al mando del general Castro, que
acampó sobre la derecha del cuadro de infantería.
Por la tarde, nuestra avanzada, al mando del general Ildefonso Ramos, sostuvo un ligero tiroteo con una fuerza exploradora
del enemigo, adelante de la hacienda La Encantada, en el cual tuvimos un oficial y 4 soldados heridos, habiendo nuestras fuerzas
obligado a replegarse a las del enemigo.
Por la orden general de este día, comuniqué las siguientes disposiciones:
Todas las fuerzas deberán alistarse para continuar su marcha en la misma formación que han traído el día anterior, mañana a las 5
a. m., debiendo darse el toque de levante, a las tres de la mañana; el segundo, a las cuatro, y el tercero, a las cinco a. m. Se
encarece a todos los jefes y oficiales activen los preparativos de marcha, a fin de que a las cinco en punto se emprenda ésta, por
tener todas las probabilidades de empezar a combatir, después de caminar los primeros 8 kilómetros, y por ser ésa la hora fijada,
con la columna que atacará por el Norte. La contraseña que deberá usarse para evitar una confusión con la columna de caballería
que atacará Saltillo por el rumbo opuesto, será la siguiente: “Bandera blanco y negro, y al aproximarse las tropas, ya empeñado el
combate, deberán marchar sin sombrero”.
El día 4, desde las cuatro de la mañana, las fuerzas estuvieron listas para hacer el avance; pero éste no pudo efectuarse a la
hora que se había señalado, porque una densa niebla nos impedía descubrir nuestro frente, y en esas condiciones todo
movimiento habría sido aventurado.
A las siete y media a. m., hora en que la niebla se había disipado lo bastante para distinguir el frente de nuestra marcha,
iniciamos ésta, llevando a la vanguardia parte de las caballerías de la división del general Castro, y a retaguardia el grueso de la
misma división.
Habíamos caminado unos cuantos kilómetros, cuando nuestra vanguardia empezó a tirotearse con la del enemigo, adelante de
la hacienda de La Encantada, siguiendo un disparo de cañón, hecho por el enemigo. Ordené, desde luego, que la columna hiciera
alto, y acompañado de mi Estado Mayor y de una parte de mi escolta, me transladé al frente, donde estaban las caballerías del
general Ildefonso Ramos, sosteniendo un tiroteo de poca importancia. Ascendimos a un pequeño cerro, que está sobre la
izquierda del camino que seguíamos, y de allí pude observar el frente que el enemigo presentaba, desde la falda de la sierra alta,
que corre a la derecha, paralela con el camino real que seguía nuestra columna, continuando por todo el puerto y terminando en
los cerros a las izquierda de la vía, donde se forma el puerto llamado de La Angostura. El enemigo tenía emplazado un cañón en
el Fortín Viejo. El efectivo total del enemigo, en la línea con que trataba de hacer frente a nuestra columna, no pasaba de cinco
mil hombres, teniendo solamente un cañón.
Descubierto su dispositivo, ordené el avance de las infanterías, empezando a colocar una línea de tiradores paralela a la del
enemigo, y como a dos kilómetros de distancia de ésta, para hacerla avanzar tan pronto como estuviera emplazada nuestra
artillería, con cuyos fuegos habría de ser protegido el movimiento.
El teniente coronel Salinas procedió a cumplimentar las órdenes transmitidas por mi Cuartel General, para el emplazamiento
de nuestros cañones. Aunque el enemigo era en número mucho menor que el de nuestras fuerzas, y contaba sólo con un cañón,
parecía resuelto a defender sus posiciones con energía.
Cuando el 21.º batallón se desplegaba en tiradores a nuestra derecha para continuar la línea paralela a la del enemigo, un
oficial de dicho batallón fue herido, y al darse cuenta de esto algunos de los soldados, hicieron un movimiento de flanco y
empezaron a avanzar sobre las posiciones de La Angostura, movimiento que siguió todo el batallón, lo que dio lugar a que en
unos cuantos minutos el fuego se hiciera cerrado, tomando las proporciones de un combate formal, entre las tropas del citado
batallón y los reaccionarios que por ellas eran atacados.
En la disyuntiva de dejar a nuestro batallón comprometido en su avance, o protegerlo, empeñando el combate en una forma
que no era la que yo había preparado, me decidí por lo segundo, tomando en consideración la superioridad de nuestros elementos
que nos ponía fuera del peligro de un fracaso. Ordené, pues, al teniente coronel Salinas que abriera fuego con nuestra artillería
que ya estuviera emplazada, y al mismo tiempo, dispuse el avance del 20.º batallón, sobre la extrema izquierda del enemigo,
apoyando el movimiento del 21.º batallón, y el avance de las caballerías del general Castro por la derecha del 20.º batallón,
siguiendo las estribaciones de la sierra.
El 21.º batallón, en menos de 30 minutos, había roto la línea enemiga, y el 20.º batallón abría fuego sobre el enemigo, que
había quedado a la derecha del 21.º, desalojándolo también, después de algunos minutos de combate. A esto se siguió la huida en
desbandada de toda la línea enemiga y de sus reservas, porque ninguna otra fuerza tomó parte en el combate, por parte del
enemigo, al ser desalojados los que ocupaban las trincheras. Inmediatamente nuestras fuerzas emprendieron el avance general
sobre Saltillo, inclusive la artillería, batiendo al enemigo en su huida, hasta la plaza de Saltillo, adonde llegaron las primeras
fuerzas de caballería, al mando del general Alejo González, a las 12 m., incorporándose, poco después, el resto de la columna,
con el Cuartel General de mi cargo.
Inmediatamente que llegamos a Saltillo ordené al general Castro que hiciera salir sus caballerías en persecución del enemigo,
que había emprendido la huida con dirección a Hipólito. Esta persecución se prolongó con éxito, toda la tarde, haciendo a los
reaccionarios muchas bajas y capturándoles algunos pertrechos.
Establecido ya en Saltillo mi Cuartel General, ese mismo día se incorporó el general Luis Gutiérrez, dándome parte de haber
cumplido con las ordenes que le había comunicado en Carneros, el día 19, cortando la comunicación en la cuesta del Cabrito, al
amanecer del día 4, y avanzando en seguida sobre Saltillo, en cuyas goteras, por el norte y poniente, sostuvo rudo combate, que
se prolongó por cerca de ocho horas, el que, en un principio, presentaba fases poco favorables a sus fuerzas, debido a la
superioridad numérica del enemigo y a la energía con que éste se defendía; pero al empezar a escucharse el fuego de nuestra
artillería, por el rumbo de La Angostura, los reaccionarios se alarmaron, temiendo que nuestras fuerzas les cortaran la única
retirada que les quedaba, empezando con ello a ceder; circunstancia que el general Gutiérrez aprovechó, cargando sobre ellos y
obligándolos a huir en desbandada, con grandes pérdidas, después de lo cual, estuvo batiendo eficazmente a los que, derrotados
en La Angostura por las fuerzas a mi mando, pasaban por las cercanías de Saltillo, buscando salida rumbo a Hipólito. El general
Gutiérrez, por su parte, tuvo que lamentar bastantes bajas, entre ellas la del teniente coronel Juan Rodríguez Burciaga, jefe de su
Estado Mayor, quien resultó muerto, e igualmente el mayor Praxedis Cruz.
Las pérdidas del enemigo en los combates librados en Angostura, con mi columna, y en la plaza de Saltillo, con las fuerzas
del general Luis Gutiérrez, pueden estimarse en quinientos, entre muertos, heridos y prisioneros, mas los que se dispersaron por
la sierra al ser derrotados y perseguidos por los nuestros, desde La Angostura, y batidos después en las cercanías de Saltillo por el
general Gutiérrez. El enemigo perdió, también, algunas armas, caballos, y como doscientos mil cartuchos de varios calibres, y
una ametralladora.
Por nuestra parte, tuvimos alrededor de ochenta bajas, entre muertos y heridos, siendo la mayor parte de las fuerzas del
general Gutiérrez.
A este triunfo cooperó, de manera importante, el C. general Jacinto B. Treviño, quien ejecutó, con toda eficacia, las
instrucciones que le había comunicado mi Cuartel General, haciendo el mismo día 4 un movimiento ofensivo sobre el enemigo
que estaba frente a Icamole, con lo que evitó que éste viniera a reforzar Saltillo, alcanzando a su vez el general Treviño una
completa victoria sobre aquel núcleo, al que desalojó de sus posiciones, haciéndolo huir rumbo a Paredón, y capturándole todos
sus trenes, según me lo comunicó dicho jefe, en el parte telegráfico que transcribo a continuación:
Icamole, Nuevo León, 4 de septiembre de 1915. General Álvaro Obregón: Con satisfacción, comunícole a usted que hoy, al
amanecer, fueron asaltadas las posiciones enemigas en ésta, por el frente, flancos y retaguardia, habiéndose logrado, después de
tres horas de combate, derrotarlo completamente, quedando en poder nuestro todos sus trenes, excepción hecha de uno, que logró
escapar. He ordenado que nuestra caballería haga la persecución del enemigo, hasta Paredón si fuere posible. En este combate se
distinguió la brigada a las ordenes del general Carlos Osuna, de la 3.ª División. Felicito a usted por este hecho. Respetuosamente.
General Jacinto B. Treviño.
Me es honroso felicitar a usted, por estos nuevos triunfos de las armas Constitucionalistas, reiterándole las seguridades de mi
respetuosa subordinación y aprecio.
Constitución y Reformas. Saltillo, Coahuila, septiembre 12 de 1915. El General en Jefe. Álvaro Obregón.
Al C. Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación.
Zamora, Sonora, noviembre 19 de 1915.— Ampliando mi mensaje ayer, hónrome en comunicarle que, al levantar el campo
enemigo, en una extensión de 12 kilómetros, se han capturado dos trenes, muchas impedimentas de las familias e indios de
Urbalejo, así como cien mil cartuchos, de distintos calibres, y quinientas armas nuevas, que estaban intactas y depositadas como
reserva, varios cofres, etc., etc. Un gran número de provisiones fueron capturadas, y muchos villistas se han rendido, sin disparar
un cartucho. Puedo asegurar a usted que el enemigo tuvo más de mil bajas, entre muertos, heridos y prisioneros. Por nuestra
parte, tenemos que lamentar ciento cincuenta bajas, entre muertos y heridos, incluyendo en los últimos, cuatro jefes y 10
oficiales. Respetuosamente. General M. M. Diéguez.
Como yo conociera los elementos que Villa estaba reconcentrando cerca de Hermosillo, consideré que la victoria alcanzada
por el general Diéguez en Alamito no resolvería por completo la situación en el centro del Estado, y previendo que lograría
rehacerse al incorporársele Medinaveitia, y trataría de nuevo de dar un ataque sobre el general Diéguez, consideré de capital
importancia la pronta captura de la plaza de Nogales, única que a Villa le quedaba como base de aprovisionamiento y como punto
de fácil reconcentración, después de que recibiera una derrota definitiva.
En tal virtud, ordené una rápida contramarcha de nuestras tropas a Sauceda, para, de allí, iniciar el avance sobre Nogales, con
objeto de tomar esta plaza antes de que Villa intentara hacer en ella su reconcentración, y para evitar atacarlo allí, en vista que al
hacerlo, podía dar lugar al surgimiento de dificultades internacionales, por los daños que en un combate fácilmente se causarían
en la población norteamericana del mismo nombre, la que está dividida de Nogales, Sonora, sólo por una calle.
Disponiendo que el general Calles quedara encargado de hacer el movimiento de contramarcha a Sauceda, me transladé yo en
automóvil a Douglas, para inquirir mayores datos sobre la situación al norte de Hermosillo.
De Douglas, el día 23 telegrafié al general Diéguez, por conducto del cónsul De Negri en San Francisco, California,
recomendándole que estuviera preparado para resistir un nuevo ataque; pues era mi creencia que Villa, con el refuerzo de la
columna de Medinaveitia, intentaría hacer una última prueba para apoderarse de Hermosillo, lo cual era el último recurso que le
quedaba, al sentirse cortado de la columna de Rodríguez. Al mismo tiempo, comuniqué al general Diéguez nuestras operaciones
sobre Nogales.
El día 24 salí de Douglas en automóvil a incorporarme a mis fuerzas, lo que efectué ese mismo día en estación Molina, de
donde ordené continuar el avance hasta acampar adelante de estación Zorrilla.
Al siguiente día se continuó la marcha, rindiendo la jornada en Santa Bárbara, después de sostener nuestra vanguardia ligeros
tiroteos con el enemigo, que iba siendo replegado. En este lugar se incorporó a mi Cuartel General el C. teniente coronel J. M.
Garza, de mi Estado Mayor, quien había conducido de Torreón a Naco los batallones 2.º, 10.º y 20.º de Sonora, cuyo mando lo
traía el C. general Miguel V. Laveaga, y que habían desembarcado en Naco la mañana de este día.
El teniente coronel Garza asumió, desde luego, la jefatura accidental de mi Estado Mayor, pues el general Serrano había
quedado en Torreón, como representante del Cuartel General del Ejército de Operaciones, para atender a todos los asuntos
relacionados con el resto de las fuerzas que estaba distribuido en algunos Estados del Norte, del interior y de la costa occidental
de la República.
El día 26 se prosiguió el movimiento sobre Nogales, habiendo tomado contacto nuestras caballerías, al mando del coronel
Lázaro Cárdenas, con el enemigo, que intentaba impedir, o cuando menos, entorpecer nuestro avance.
Nuestras caballerías, después de un corto combate, lograron replegar al enemigo, haciéndole una eficaz persecución; y como
a las 12 m., el coronel Cárdenas rindió parte al general Calles, comunicándole haber entrado a Nogales y haber hecho al enemigo
más de 200 prisioneros; capturándole un tren, un cañón de 75 mm, 8 ametralladoras, 400 armas y algo de parque.
El resto de la columna hizo su entrada a Nogales el mismo día 26, informándose allí que las últimas tropas maytorenistas, al
salir de la ciudad, habían hecho algunas descargas sobre la guardia de soldados norteamericanos, frente a la línea, así como que el
general José Ma. Acosta, el coronel Enrique Terrazas y el llamado gobernador Randall, quien había quedado en lugar de
Maytorena cuando éste se fugó a los Estados Unidos, huyeron atravesando la línea internacional, dejándose hacer prisioneros de
los soldados norteamericanos.
Inmediatamente comuniqué órdenes para que se alistaran para salir al día siguiente, sobre la vía a Hermosillo, un tren de
reparaciones y otro que conduciría a las tropas de infantería al mando del general Eugenio Martínez, con objeto de reparar los
desperfectos que los últimos restos del maytorenismo habían causado a la vía del ferrocarril, y buscar contacto con el general
Diéguez, cuya situación permanecía ignorada por mí.
El día 27, a primeras horas de la mañana, salieron los trenes ordenados, y poco después recibí el siguiente mensaje del general
Diéguez:
Hermosillo, Sonora, noviembre 22 de 1915.— Con satisfacción hónrome en comunicar a usted que después de 30 horas de
combate reñido con reaccionarios, al mando personal de Villa, con las fuerzas de mi mando, tomé la ofensiva, habiendo
rechazado al enemigo vigorosamente, en menos de dos horas, haciéndolo huir al Norte en completa desorganización. Ya organizo
mis fuerzas para continuar el movimiento de avance, hasta reunirme con usted en la frontera. Hemos hecho al enemigo gran
número de muertos y prisioneros, recogiéndole bastantes armas y parque, así como ametralladoras. Al levantar el campo, daré a
usted aviso, en parte detallado, del número de bajas del enemigo, que es muy considerable. Por nuestra parte, lamentamos la
muerte de los valientes coroneles J. P. Mancillas y Florencio Lugo, así como la de algunos oficiales, y alrededor de 100 heridos.
Felicito a usted, y por su conducto, al C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, por este nuevo triunfo, que consolida los
principios revolucionarios. Respetuosamente. General M. M. Diéguez.
Con esta derrota, y tomada la plaza de Nogales por nuestras fuerzas, a Villa no le quedaba más recurso que la dispersión y
una marcha penosa a través de la sierra, para poder internarse en sus madrigueras de Chihuahua, donde podría volver a ejercer
sus antiguas actividades de salteador de caminos y asesino de indefensos.
Nos quedaba ahora por hacer lo siguiente: aniquilar la columna de Rodríguez, que permanecía acampada en el rancho
llamado Bacuachi, tomando descanso y reorganizándose, y restablecer las vías de comunicación entre Nogales y Hermosillo, y
entre Nogales y Cananea.
Teniendo informes de que la columna de Rodríguez se encontraba casi imposibilitada para hacer movimientos, debido a las
pésimas condiciones de su caballada y a su pesada dotación de artillería, tuve confianza en que no escaparía a nuestra batida para
cuando estuvieran reparadas las vías a Hermosillo y a Cananea, y pudiéramos hacer una rápida movilización de nuestras tropas
por trenes, disponiendo, para entonces, del material rodante que Villa había abandonado entre Nogales y Hermosillo.
Así pues, el Cuartel General de mi cargo dedicó inmediata atención a controlar y reparar las vías de comunicación a
Hermosillo, para apoderarnos cuanto antes del material rodante abandonado por Villa, y el que era casi la totalidad del equipo del
ferrocarril de Sonora, estando todavía en peligro de que fuera destruido por las partidas de reaccionarios, que no habían querido
seguir a Villa en su desastrosa huida y permanecían en algunos puntos cercanos a la vía.
A ese fin, el día 28 ordené que todas las fuerzas que quedaban en Nogales, menos las que deberían guarnecer esta plaza,
emprendieran la marcha al Sur, al mando del general Calles, para tomar contacto con el general Diéguez, que con su columna
avanzaba simultáneamente, de Hermosillo al Norte.
Este día recibí del general Diéguez parte complementario de la batalla librada por los generales Enrique Estrada, de la
División del propio general Diéguez, y Mateo Muñoz, de las fuerzas de Sinaloa, en El Fuerte, Sinaloa, con la columna villista que
de Chihuahua había sido destacada para invadir el norte de Sinaloa y sur de Sonora, por el camino de Choix; indicando dicho
parte que los reaccionarios hablan sido completamente destrozados, muriendo en ese combate muchos jefes y oficiales del
enemigo.
La columna reaccionaria, que se componía de poco más de dos mil hombres, al mando de Orestes Pereyra, Banderas, Riveros,
Barrios, Gaxiola, Fernández, el indio Bachomo y otros jefes, sufrió más de mil bajas, entre muertos, heridos, prisioneros y
dispersos; habiendo tenido, por nuestra parte, 20 muertos, entre éstos el teniente coronel Trujillo, de las fuerzas del general
Estrada, y como 90 heridos, contándose en éstos el mayor Amavisca y algunos oficiales. Después de ese combate, se hizo la
persecución de los grupos dispersos, por los generales Mateo Muñoz y Aureliano Sepúlveda, habiendo batido en la margen del
río del Fuerte, a un núcleo comandado por Pereyra, Banderas, Jiménez y Bachomo, al que derrotaron completamente, haciéndole
un regular número de muertos, heridos y prisioneros, entre éstos a los generales Pereyra y Jiménez, y 50 jefes y oficiales, los que
fueron pasados por las armas.
De esta manera, quedó completamente aniquilada aquella columna enemiga.
Banderas y Bachomo, con escaso contingente y en pésimas condiciones de moral y equipo, emprendieron precipitada huida,
acosados por la persecución de los nuestros, teniendo más tarde, como resultado, la rendición incondicional de esos jefes, con su
gente, ante el general Madrigal, de las fuerzas del general Estrada.
Este día también recibí parte de que una partida de 400 reaccionarios, de la columna Rodríguez, había hecho, durante la
noche anterior, dos desesperados asaltos sobre Nacozari, con intenciones de apoderarse de dicho mineral y hacerse allí de
provisiones, habiendo sido vigorosamente rechazada por la guarnición, al mando del capitán Meza, de la División del general
Calles, a pesar de su inferioridad numérica, respecto del enemigo —el que sufrió numerosas bajas en esos asaltos—, viéndose
obligado a huir en estado de completa desmoralización, con rumbo a Chihuahua.
Las fuerzas que, al mando del general Laveaga, habían desembarcado en Naco el día 25, procedentes de Torreón, y
continuando por tierra su marcha a Nogales, se incorporaron a esta plaza, a excepción de 200 hombres, que por disposición de mi
Cuartel General, quedaron protegiendo las reparaciones de la vía entre Naco y Cananea.
En esta misma fecha (28), la vanguardia de la columna del general Diéguez, al mando del general Ángel Flores, llegó a
estación Carbó, donde se le rindieron incondicionalmente 400 hombres, que mandaba el coronel Clemente Román.
En tanto, la vanguardia de la columna que había salido de Nogales al sur continuaba avanzando y reparando la vía, llegando
el día 29 a Magdalena, plaza que estaba guarnecida por más de 600 hombres, de las fuerzas que habían sido de Maytorena, y los
cuales se rindieron incondicionalmente al general Manzo, jefe de nuestra vanguardia.
Quedaron en nuestro poder, también, en dicha plaza, más de 300 heridos villistas que allí había dejado abandonados el
bandolero, en pésimas condiciones. Desde luego, se procedió a transladar una parte de esos heridos a nuestros hospitales
establecidos en Nogales, para darles una adecuada atención médica, quedando en Magdalena solamente los que pudieran ser
atendidos por el servicio sanitario del general Manzo.
Ante el propio general Manzo se rindieron también, al día siguiente, 250 hombres, al mando del teniente coronel Juan
Valenzuela, que habían quedado en estación Llano, y sucesivamente fueron rindiéndose otras fracciones del enemigo, que habían
quedado en Sonora, después del desastre sufrido por Villa frente a Hermosillo, incluyendo grupos más o menos numerosos que
desertaban del cabecilla, en la precipitada huida que éste emprendía hacia Chihuahua con los despojos de su ejército, cometiendo
inauditas depredaciones, en el frenesí de su despecho, sobre los pueblos indefensos que encontraba a su paso; crímenes de los que
muchos de sus propios hombres no quisieron hacerse solidarios, optando mejor por desertarse y rendirse incondicionalmente a
nuestras fuerzas. De esta manera, la fuerza con que Villa logró internarse en Chihuahua quedó reducida a menos de 3 000
hombres, con escasa artillería, pues la mayor parte de sus cañones los inutilizó Villa, a su paso por Tecoripa, para aligerar su
columna, según informes proporcionados por algunos de los jefes rendidos a nuestras fuerzas.
El día 30 comencé a recibir informes de que la columna de Rodríguez, probablemente conociendo ya los desastres de Villa, se
preparaba en Bacuachi para hacer algún movimiento; y juzgando yo que era probable que éstos tratarían de escapar hacia
Chihuahua, por la misma ruta que había traído Villa en su marcha sobre Agua Prieta, al día siguiente me transladé a dicha plaza
para observar más de cerca los movimientos que hiciera Rodríguez, y poder prepararle una batida que frustrara sus propósitos.
En Nogales quedó el teniente coronel J. M., Garza, con parte de mi Estado Mayor, al frente de la oficina del Cuartel General,
encargado de transmitir y activar la ejecución de mis órdenes, para cualquier movilización de fuerzas que se hiciera necesario
efectuar.
Llegado que hube a Agua Prieta, y por los informes fidedignos que obtuve, me confirmé en la creencia de que la columna del
reaccionario Rodríguez intentaría escapar hacia Chihuahua, y desde luego decidí hacer movilización de fuerzas, para situarlas en
lugares convenientes, a fin de cortar el paso al enemigo y obligarlo a presentar un combate, en que pudiera ser aniquilado; a cuyo
efecto, ordené, por conducto del teniente coronel Garza, que estuvieran listas las tropas del general Laveaga en Nogales, para ser
embarcadas y emprender la marcha a Agua Prieta por territorio norteamericano; disponiendo, al mismo tiempo, que
contramarcharan a Nogales las fuerzas del general Calles, a excepción de la caballería al mando del coronel Lázaro Cárdenas, la
que quedaría a las órdenes del general Manzo, para continuar como vanguardia de la columna que seguiría en marcha hasta tomar
contacto con las fuerzas del general Diéguez, haciendo las reparaciones de la vía a Hermosillo. También ordené la contramarcha
de las brigadas 8.ª y 9.ª, al mando del general Eugenio Martínez, que con las fuerzas del general Calles, estaban acampadas en
Cibuta, y del 24.º batallón, a las órdenes del general J. Bermúdez de Castro, perteneciente a la brigada del general Manzo.
Estas fuerzas deberían reconcentrarse en Nogales, para de allí continuar a Agua Prieta por territorio norteamericano, tan
pronto como estuvieran hechos los arreglos con la compañía del ferrocarril Sudpacífico, para su transportación; arreglos que con
toda actividad estaban tratando ya, por instrucciones mías, el teniente coronel Garza y el C. Baldomero A. Almada, agente
comercial nombrado por mi Cuartel General, en los Estados Unidos. Previamente y con autorización de esa Primera Jefatura,
había yo solicitado y obtenido el correspondiente permiso del gobierno norteamericano, por conducto del mayor general
Frederick Founston, del Ejército norteamericano, quien por esos días se encontraba en Nogales, Arizona.
En esta fecha (1.º de diciembre), recibí el siguiente mensaje del general Diéguez:
Guaymas, Sonora, 30 de noviembre de 1915. Como resultado derrota y desorganización Villa en Alamito, éste huyó por camino
La Colorada y Mazatlán. Quedo en espera de más informes, para comunicarlos a usted, respecto camino siga. Infantería Sonora
rendida hasta hoy, pasa de mil cuatrocientos. Respetuosamente. General M. M. Diéguez.
Las fuerzas rendidas a que se refería el general Diéguez, en ese mensaje, eran las que tenían a sus órdenes los jefes
sonorenses Urbalejo, Trujillo, Méndez, Romero y otros, que habían secundado a Maytorena en su rebelión.
Se tenían noticias de que Urbalejo, con el escaso resto de su gente, había seguido a Villa; pero que indignado por las
abominables depredaciones que éste iba cometiendo en su fuga hacia Chihuahua, aquel jefe había manifestado su propósito de
separarse del bandolero.
El día 2 quedó restablecida la comunicación telegráfica entre Nogales y Hermosillo, y desde luego ordené al general Diéguez
que hiciera seguir hasta Nogales las fuerzas del general Ángel Flores, que venían a la vanguardia en Querobabi, tan pronto como
estuviera reparada la vía del ferrocarril.
Las fuerzas de los generales Laveaga y Martínez se embarcaron este día en Nogales, con destino a Agua Prieta, adonde
llegaron durante la noche, tomando allí descanso, para continuar al siguiente día, a estación Esqueda, sobre el ferrocarril a
Nacozari.
El día 3 se efectuó el movimiento indicado a estación Esqueda, por ferrocarril, quedando allí establecido el campamento de
los generales Laveaga y Martínez, cubriendo uno de los pasos que probablemente intentaría forzar el enemigo, en su huida hacia
Chihuahua.
Este mismo día se embarcaron en Nogales las tropas de los generales Calles y Bermúdez de Castro, con destino a Agua
Prieta.
Llegado el general Calles a Agua Prieta, le comuniqué órdenes para continuar la marcha con todas sus fuerzas, inclusive el
batallón del general Bermúdez de Castro, a Esqueda, nombrándolo jefe de las tropas allí reconcentradas.
El día 5, ya establecido el general Calles en Esqueda, me comunicó haber movilizado a Nacozari al general Laveaga con sus
fuerzas, en virtud de que el capitán Meza, jefe de la guarnición en aquel mineral, había informado que una partida de 400 a 500
reaccionarios, de la columna de Rodríguez, amagaba la plaza, solicitando dicho oficial ser reforzado. El resto de las fuerzas
quedaban distribuidas en Esqueda, Cuchuta y Turicachi, con sus servicios de exploración para descubrir los movimientos del
enemigo. El general Calles agregaba que la columna de Rodríguez, según informes que le habían dado sus exploradores, se
empezaba a movilizar por La Baldeza, proponiéndose el general Calles enviar nuevas exploraciones para cerciorarse de este
movimiento.
Este día, el general Diéguez me transcribió de Hermosillo un parte rendido a él por el coronel J. Duarte, jefe de las milicias de
Sonora, que se encontraba en Tónichi, informando que se había presentado ante aquel jefe, el general Urbalejo con 200 hombres,
pidiendo garantías para amnistiarse, y ofreciendo sus servicios para batir a Villa, si se le ordenaba hacerlo. Urbalejo informaba
que Villa se encontraba en las cercanías de Sahuaripa, en camino a Chihuahua, confirmando el completo desastre de éste, así
como sus incalificables depredaciones en varios pueblos de la región por donde iba huyendo. La rendición de Urbalejo fue
aceptada, ordenándosele pasar a Hermosillo, a presentarse ante el general Diéguez.
El día 6, el capitán H. Camacho, jefe de las armas en Cananea, me rindió parte de que sus exploraciones le informaban que la
columna de Rodríguez había salido de Bacuachi y se encontraba ya en el cañón del Letrero, con rumbo a Fronteras, en número
aproximado de 4 500 hombres, en su mayor parte de caballería, con 40 ametralladoras y 24 cañones. Esta noticia la comuniqué al
general Calles, para que procurara seguir los movimientos de Rodríguez.
En esta fecha, el general Calles me rindió parte de haber recibido una comunicación del comisario del mineral El Tigre,
informándole que el día 2 una partida de reaccionarios, en número de 400 a 500 hombres, después de desalojar a la escasa
guarnición que al mando del capitán Loreto, había en aquel lugar, se posesionó de la plaza, haciendo un saqueo general en la
tienda de raya y en las residencias de los vecinos, sin excluir las de los norteamericanos, y saliendo después, por Dos Cabezas.
Ordené al general Calles que inmediatamente destacara una fuerza competente con aquel rumbo, para ver si era posible batir a los
bandoleros.
En vista de los elementos que tenía Rodríguez, consideré necesario preparar su batida con mayor número de fuerzas, a fin de
lograr su completo aniquilamiento; y a ese efecto, ordené, por conducto del general Diéguez, que se encontraba en Nogales, la
movilización de las fuerzas del general Ángel Flores, en número de mil hombres, aproximadamente, a Agua Prieta, por territorio
norteamericano, dando instrucciones al teniente coronel Garza y al C. Baldomero A. Almada, para que, desde luego, hicieran los
arreglos necesarios con la compañía del ferrocarril para la transportación de este contingente.
Bajo la personal vigilancia de los citados teniente coronel Garza y C. Baldomero A. Almada, el embarco de las fuerzas del
general Flores quedó hecho al siguiente día, emprendiendo la marcha de Nogales, a las 5 p. m., y llegando a Agua Prieta en la
mañana del día 8, donde desde luego se procedió a dar provisiones a la tropa, para que estuviera lista a marchar al sur.
La columna Expedicionaria de Sinaloa, que así se denominaba la del general Flores, incorporada a Agua Prieta, tenía un
efectivo de mil hombres, formado como sigue:
2.º Batallón Regular de Sinaloa, al mando del C. coronel Roberto Cruz;
6.º Batallón Regular de Sinaloa, al mando del C. teniente coronel José Ignacio Galaz;
Regimiento De la Rocha, al mando del C. general Herculano de la Rocha;
Primer Regimiento de Ametralladoras, al mando del C. teniente coronel Agustín Camou;
Escolta del C. general Ángel Flores, al mando del C. mayor Crisóforo Vázquez, y Escolta del C. general Arnulfo R. Gómez,
quien iba incorporado como segundo jefe de la columna.
Poco después de la llegada de dichas fuerzas, recibí un parte del general Calles, comunicando que el enemigo comenzaba a
movilizarse de Mavavi, y que era probable que Rodríguez intentara seguir la ruta de Fronteras y San Joaquín, agregando Calles
que no tenía facilidad de hacer un movimiento rápido, para batir a los reaccionarios, por falta de trenes.
Ordené al general Flores su salida inmediatamente hacia el Sur, en virtud de lo cual este jefe emprendió la marcha con sus
tropas hasta estación Cima, a 20 kilómetros de Fronteras y 4 de San Joaquín, acampando allí y tomando, desde luego, un
dispositivo de defensa, para el caso de que fuera atacado.
Al mismo tiempo, ordené al general Calles que si Nacozari no estaba ya en peligro de ser atacado, reconcentrara a su
campamento las fuerzas del general Laveaga, para que con todo su efectivo marchara a Fronteras y atacara al enemigo por la
retaguardia, si éste se lanzaba sobre el general Flores.
Poco después, quedó cortada la comunicación telegráfica con el general Calles, manteniéndola solamente con el general
Flores, quien me dio parte de que el enemigo se había posesionado de Fronteras.
Durante la noche no ocurrió novedad.
Al siguiente día, en mensaje depositado a las 9:30 a. m., el general Flores me comunicó haber tenido informes de que, esa
mañana, habían tomado contacto las fuerzas del general Calles con el enemigo, sin más detalles.
Un nuevo mensaje del general Flores, depositado a las 9:45 a. m., me informaba que el enemigo iniciaba un ataque sobre sus
fuerzas, y poco después, un sucesivo parte del mismo general Flores me hacía saber que el combate empezaba a generalizarse y
que el enemigo emplazaba su artillería hacia su flanco izquierdo, desplegando sus líneas ofensivas, con intención de envolver a
nuestras fuerzas.
Más tarde recibí un nuevo parte de Flores, diciéndome que la superioridad numérica del enemigo lo ponía en difíciles
condiciones, y que esperaba quedar sitiado y atacado por retaguardia en poco tiempo, por lo que necesitaba ser reforzado con
tropas que enviara yo de Agua Prieta. Inmediatamente contesté a Flores, manifestándole que no podía enviarle ningún auxilio,
porque en Agua Prieta tenía solamente 100 hombres; pero que las órdenes que el día anterior había comunicado mi Cuartel
General a Calles, me hacían esperar que, de un momento a otro, este jefe emprendiera su ataque sobre la retaguardia del enemigo,
dándole, a la vez, instrucciones de que procurara formar con sus fuerzas un anillo, cerrando a retaguardia sus alas de infantería, y
que resistiera hasta que Calles entrara en acción.
Apenas se había transmitido mi mensaje para Flores, cuando quedó cortada también la comunicación telegráfica con su
campamento, indicándome esto que el enemigo le había cerrado ya el sitio.
Como la fuerza enemiga era, en su mayor parte, de caballería, y el combate se libraba a 33 kilómetros de Agua Prieta, juzgué
que esta plaza estaba en peligro; por lo que, desde luego, ordené que la corta guarnición se colocara sobre el camino de Fronteras,
e hice circular la noticia del peligro entre los vecinos de la ciudad.
Fue para mí una sorpresa alentadora la actitud viril de los vecinos de Agua Prieta, y de los mexicanos residentes en Douglas,
quienes al conocer la noticia del probable amago a la ciudad, se presentaron en masa en mi Cuartel General, ofreciendo sus
servicios para la defensa, y en menos de dos horas contaba yo con más de 600 hombres, resueltos a repeler cualquier intento del
enemigo sobre la plaza.
Como a las cuatro de la tarde se restableció la comunicación telegráfica, y recibía un parte del general Calles, procedente de
Fronteras, en que comunicaba que el enemigo había sido completamente destrozado y obligado a huir en dispersión, perseguido
por nuestras fuerzas; perdiendo mucho armamento, caballos y toda clase de pertrechos, así como el total de su artillería,
compuesta de 21 cañones, que sucesivamente fueron capturando los nuestros en la persecución que hicieron al núcleo principal.
El parte del general Calles informaba que el general Flores había resultado herido, aunque no de gravedad, y que este jefe,
personalmente, continuaba la persecución del enemigo derrotado.
El combate de este día, según el parte detallado que rindió el general Calles, se inició a las 7 a. m., hora en que sus fuerzas,
que salieron de Esqueda, empezaron a atacar al enemigo en Fronteras, de donde huyeron los reaccionarios para lanzarse sobre las
fuerzas del general Flores, a quien juzgaron fácil derrotar, por la inferioridad numérica de estas tropas; pero el general Flores
resistió con toda bizarría el ataque, dando tiempo a que el general Calles entrara en acción, por la retaguardia de los asaltantes,
como lo hizo este jefe, después de haber realizado una violenta marcha desde Fronteras, por el camino de Santa Rosa, para
auxiliar a Flores.
El ataque de Calles por la retaguardia, combinado con la vigorosa resistencia de las fuerzas de Flores, en sus posiciones, fue
decisivo para la completa derrota del enemigo, el que, al sentirse batido a dos fuegos, empezó a huir en completa
desorganización, habiendo tenido, para entonces, más de 300 muertos, y dejado en poder de los nuestros más de 100 prisioneros,
cifras que se aumentaron considerablemente en la persecución que siguió hasta El Frijol.
Inmediatamente di instrucciones al general Calles para que destacara 2 000 hombres de los mejor equipados, a las órdenes del
general Eugenio Martínez, a hacer la persecución del enemigo, por Los Fresnos y Tinajas, hasta Colonia Oaxaca.
El general Calles salió, personalmente, a hacer la persecución ordenada, y el día 11, me rindió, de El Porvenir, el siguiente
parte:
El Porvenir, 11 de diciembre de 1915. General en Jefe, Álvaro Obregón: Tengo el honor de informar a usted que, en la
persecución que con las infanterías hice al enemigo, llegué hasta Cerro Prieto, capturándoles un capitán primero y 7 de tropa, los
que fueron fusilados. No fue posible dar alcance al enemigo, pues éste no se detiene ni para dormir, y va caminando día y noche.
Mi escolta llegó adelante de Santa Teresa hoy, y allí encontró los armones de los 4 cañones que lleva el enemigo, quemados, y
desde los cerros que hay en dicho lugar, observó que el enemigo se movía de Morelos hacia Oaxaca. He mandado alistar todas las
caballerías útiles que haya en Agua Prieta, para que salgan inmediatamente, sobre Colonia Oaxaca, para averiguar el paradero de
los últimos cañones que lleva el enemigo, pues no pueden pasarlos a Chihuahua, y para despedir al último villista. La dispersión
ha sido completa, y esta gente no podrá ya reorganizarse. Espero concentrarme mañana en Agua Prieta. Respetuosamente,
general P. E. Calles.
Con esta batida tuvo fin la aventura reaccionaria en Sonora, siendo aniquilado el último núcleo importante que quedaba de lo
que fue el arrogante ejército de Villa.
Me es honroso felicitar a usted por el completo triunfo de nuestras armas, y a la vez le protesto las seguridades de mi
respetuosa subordinación y aprecio.
Constitución y Reformas. Hermosillo, Sonora, 21 de diciembre de 1915. El General en Jefe. Álvaro Obregón.
Al C. Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación.
En el desarrollo de las operaciones que fueron confiadas al general Diéguez, en la costa de
occidente y en el golfo de California, cooperó de una manera eficaz el comandante de la flotilla
de guerra del Pacífico, C. coronel Rafael Vargas, quien, desde que se inició la campaña contra la
reacción, fue designado para tal cargo por la Primera Jefatura. El coronel Vargas demostró
siempre un inquebrantable afán por cumplir satisfactoriamente su cometido, no obstante las
dificultades que necesitó vencer, debido al mal estado en que se encontraban sus barcos y los
grandes obstáculos que había para la adquisición de combustible para los mismos.
INFORME COMPLEMENTARIO. TRATADOS CON YAQUIS REBELDES. RENDICIÓN DE CIUDAD JUÁREZ
Consumada la derrota y dispersión de la columna reaccionaria al mando de José Rodríguez, en Fronteras, Sonora, y dejando
órdenes al general Calles para que reconcentrara en Agua Prieta todas las fuerzas, una vez que terminara la persecución efectiva
de los grupos dispersos de la columna derrotada, el día 11 de diciembre emprendí mi regreso a Nogales, para dirigirme de allí al
Sur, a efecto de conferenciar con los delegados de las tribus rebeldes del Yaqui, que ya habían iniciado negociaciones con el
general Diéguez para someterse a la autoridad del Gobierno Constitucionalista, y esperaban tener una conferencia conmigo, a fin
de ultimar los convenios del caso.
A Nogales me incorporé el mismo día 11, permaneciendo allí hasta el día 13, fecha en que continué mi viaje al Sur,
pernoctando esa noche en Magdalena, y de allí salí a primeras horas del día 14, llegando a Hermosillo el mismo día, a las 2 p. m.
En Hermosillo permanecí hasta el día 17, y en este tiempo el general Diéguez me hizo conocer las pretensiones de los yaquis
rebeldes, las que, desde luego, me parecieron inadmisibles, pues entrañaban la exigencia de un absoluto dominio por parte de
ellos en la región que comprende los pueblos de que fueron despojados, con la intransigente condición de eliminar, en sus
dominios, a todo elemento extraño a su raza y a sus atavismos. Acceder a ello hubiera significado una retrógrada complacencia,
que desvirtuaría las tendencias de la Revolución, trocándolas de bienhechoras en malsanas, si, equivocadamente, a título de una
justa reparación debida a las tribus del Yaqui, se sancionaba, en aquella forma, la perpetuación de la barbarie entre ellas y se le
extendía dominio aún donde la civilización lo había ya implantado. Sin embargo, animado de los mejores deseos de llegar a un
convenio satisfactorio con las tribus rebeldes, intenté la conferencia final con sus delegados, citando Cruz de Piedra o Empalme
como lugar para celebrarla.
El día 17 continué mi viaje de Hermosillo a Guaymas, con objeto de esperar allí el regreso de los emisarios que había
mandado ante los jefes de los pueblos del Yaqui, indicándoles estar yo en disposición de oír sus demandas y discutirlas, para
resolverlas en nombre del Gobierno Constitucionalista, conforme fueran de aceptarse o rechazarse.
Durante mi permanencia en Guaymas, lo más importante a que tuvo que atender mi Cuartel General estaba relacionado con la
situación de Chihuahua, pues había indicaciones de que el resto del ejército de Villa en aquel Estado deseaba su rendición, y en
este sentido recibí las comunicaciones que en seguida inserto, juntamente con mis respuestas:
Del general J. Terrazas, jefe de la guarnición de Ciudad Juárez, dirigida a mí, y entregada en Agua Prieta al C. general
Plutarco Elías Calles, el 15 de diciembre, por el coronel Rafael G. Martínez, de las fuerzas reaccionarias:
Tengo el honor de dirigir a usted la presente nota, la cual será entregada por el coronel Rafael G. Martínez, para hacerle saber,
con el debido respeto, lo siguiente: Considerando la situación y la miseria triste por que atraviesa nuestra madre patria, e
inspirado, como uno de los últimos hijos del pueblo mexicano, sólo deseo evitar que se siga derramando sangre hermana, la cual
comprendo que se pierde inútilmente, por lo que no quiero exponer más soldados, ni combatir contra mis hermanos y debilitar
más al país. Por lo tanto, he resuelto ponerme a sus respetables órdenes, si usted cree que son útiles mis servicios, y la gente que
es a mi mando, como lleva instrucciones hé manifestado el coronel Rafael G. Martínez, quien deseo dé a usted, verbalmente,
explicaciones.
Mi contestación al general Terrazas, enviada por conducto del general Calles, fue como sigue:
Con satisfacción quedo enterado de que usted, voluntariamente, se pone a las órdenes de este Cuartel General, con la fuerza a su
mando, reconociendo la inutilidad de seguir sacrificando vidas, y la necesidad de apoyar al Gobierno constituido. Sírvase usted
tomar posesión de esa plaza, declarando públicamente que lo hace obedeciendo órdenes mías, como Jefe del Cuerpo de Ejército
del Noroeste, y reconociendo al C. Venustiano Carranza como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y Encargado del Poder
Ejecutivo de la Nación, y que no obedecerá más órdenes que las que emanen de su Gobierno. Inmediatamente que usted cumpla
con estas instrucciones, se servirá comunicármelo, para ordenar la movilización de fuerzas a esa ciudad fronteriza, con objeto de
reforzar la guarnición y evitar que el bandolero Villa, con los despojos de su ejército, pretenda ejercer sobre ustedes las
venganzas que tanto acostumbra.
Telegrama del general villista Fidel Ávila, fechado en Chihuahua, el 16 de diciembre, y dirigido a mí:
He hablado con el general don Francisco Villa detenidamente, considerando, con toda atención, el solemne momento histórico en
que se ha colocado nuestro país. Abrigo creencia que el general Villa se retirará, completamente, del mando supremo del Ejército
Convencionista. Es sobre asunto tan importante, que entraña el porvenir de nuestro México, que deseo celebremos una
conferencia. Espero pronta respuesta, y asegúrole mi atenta consideración.
Mi respuesta, con igual fecha 16 de diciembre, fue:
El porvenir de nuestro México está escrito en la espalda del bandolero Villa. Ninguna significación tiene, en estos momentos, la
retirada de él, pues nosotros lo retiraremos. Si jefes y oficiales están dispuestos a rendirse incondicionalmente, aceptaré su
rendición. Villa está fuera de la ley.
El día 20 recibí el siguiente mensaje de nuestro cónsul en El Paso, Texas, C. Andres G. García:
Acabo decir Primer Jefe, lo siguiente: Acaba extenderse acta, mediante la cual, generales Banda y Limón, coronel Eduardo
Andalón y teniente coronel Flaviano Paliza, propia representación y de generales Fidel Ávila y Joaquín Terrazas y de otros jefes
y tropas, 4 000 hombres reconocen Gobierno Constitucionalista, entregando plazas Ciudad Juárez, Guadalupe, San Ignacio y
Villa Ahumada. Gestionan rendición Casas Grandes y fuerzas diseminadas allí. Gobierno Constitucionalista garantiza amnistía y
vidas a militares y civiles, excluyéndose en este acto Francisco e Hipólito Villa. Llamados ministros villistas amnistiados, creen
poder entregar breves días guarnición Chihuahua, que les es adicta, y 85 locomotoras y 2 000 carros, y procuran conservación
vía. Ruégole órdenes situarme fondos pago tropas e instrucciones estime convenientes. Felicítolo definitivo triunfo Supremo
Gobierno Constitucionalista.
Por la noche, en que tuve informes de que los yaquis rebeldes habían nuevamente atacado a una de las guarniciones nuestras
sobre la vía del ferrocarril al sur de Guaymas, decidí abandonar en lo absoluto toda actitud conciliatoria hacia los rebeldes, en
vista de que éstos demostraron estar poco dispuestos a entrar en convenios razonables, y sólo aprovecharon las concesiones que
les habíamos hecho, permitiéndoles acampar en Torin y otros puntos del sur del Estado, comprendidos en el valle del Yaqui, para
cometer fácilmente sus acostumbradas depredaciones, quizás juzgando debilidad por parte nuestra, lo que solamente era un
sincero deseo de reparar las injusticias y expoliaciones de que habían sido ellos víctimas en épocas pasadas, por parte de los
gobiernos dictatoriales.
En tal virtud, di instrucciones al general Diéguez para que, desde luego, abriera una enérgica campaña contra los rebeldes,
para hacerlos sentir la fuerza de nuestro Gobierno, en cuya forma, muy palmariamente les demostraríamos la bondad de las
intenciones de que estábamos animados cuando de una manera pacífica los habíamos invitado a deponer su actitud hostil, para
que participaran de los beneficios que la Revolución, a costa de tanta sangre, y de tantos sacrificios, habla conquistado para todos
los oprimidos.
Dadas esas instrucciones al general Diéguez, emprendí mi marcha de Guaymas a Hermosillo el mismo día 20, llegando a
Hermosillo a las 11 a. m., del día 21, donde recibí mensaje de usted, en que me confirmaba la noticia de la rendición de Ciudad
Juárez y otras plazas del norte de Chihuahua, ordenándome salir inmediatamente a El Paso, con objeto de arreglar
definitivamente aquel asunto; y en acatamiento a sus superiores órdenes, preparé desde luego mi salida a El Paso por la vía de
Nogales, ampliando al general Diéguez mis instrucciones para la campaña que le había encomendado, en oficio que a
continuación inserto:
Habiendo recibido orden urgente del C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, para salir a El Paso, Texas, con objeto de
ultimar la rendición de las fuerzas villistas que operan en el Estado de Chihuahua, he tenido a bien dejar sin efecto el permiso que
había concedido a usted este Cuartel General para ir a Guadalajara, mientras que llega el jefe que este propio Cuartel General
nombre para que definitiva y exclusivamente se haga cargo de la campaña del Yaqui. Mientras tanto, se servirá usted proceder a
la movilización de fuerzas, que desde fuego deben tomar la ofensiva contra esa tribu rebelde, disponiendo, para el efecto, de las
siguientes tropas: Fuerzas de la 2.ª División del Noroeste, que actualmente se encuentran en este Estado; 1.ª División de
Caballería del Noroeste, que comanda el C. general Enrique Estrada; Brigada Sinaloa, que comanda el C. general Ángel Flores;
milicias del Estado, que comanda el C. coronel J. J. Duarte; Infantería de Sonora, que comanda el C. general Lino Morales;
Infanterías de la 1.ª División del Noroeste, que comandan los CC. generales Francisco R. Manzo, Miguel V. Laveaga y Eugenio
Martínez; 1.ª Brigada de Infantería de la 6.ª División del Noroeste, al mando del C. general Miguel M. Acosta; Brigada
Hernández, comandada por el C. general Luis M. Hernández, así como las fuerzas de Sonora, que se han rendido al Gobierno
Constitucionalista en este Estado. Las demás fuerzas que actualmente se encuentran en este Estado, quedan a las órdenes del C.
general de brigada Plutarco Elías Calles, jefe de la 4.ª División del Cuerpo de Ejército del Noroeste, quien dependerá
directamente de este Cuartel General. Para atenciones de esa campaña que usted iniciará, quedan con instrucciones de atender las
órdenes de usted, por los elementos que necesite, las siguientes dependencias de este Cuartel General: Depósitos generales de
municiones, vestuario y equipo, en Hermosillo, a cargo del C. teniente coronel de Estado Mayor, Eduardo C. García; proveeduría
general, en Nogales, a cargo del C. Ignacio C. Corella; agencia especial financiera, en Nogales, Arizona, a cargo del C.
Baldomero A. Almada, quien actualmente funge como cónsul interino constitucionalista en aquel lugar; superintendencia de
trenes militares del Cuerpo de Ejército del Noroeste, a cargo del C. coronel J. L. Gutiérrez, quien es el conducto para ordenar
todo lo relativo a movimiento de trenes, estando acreditado con tal carácter ante la superintendencia del ferrocarril. Lo comunico
a usted para su conocimiento y fines, reiterándole las seguridades de mi atenta y distinguida consideración. Constitución y
Reformas. Cuartel General en Hermosillo, Sonora, a 21 de diciembre de 1915. El General en Jefe. Álvaro Obregón. Al C. general
de división Manuel M. Diéguez, Jefe de Operaciones en el Noroeste.
El coronel J. M. Garza, con parte de los oficiales de mi Estado Mayor, quedaban en Hermosillo como representantes de mi
Cuartel General, con instrucciones de hacer a Empalme la movilización de las fuerzas que se encontraban en Agua Prieta, y que
deberían ponerse a las órdenes del general Diéguez para la campaña del Yaqui, así como para atender a las necesidades de las
mismas fuerzas y activar la ejecución de las órdenes que yo dictara, por su conducto, para la movilización de otras fuerzas hacia
Chihuahua, si era necesario.
De Hermosillo, salí al Norte, a la 1 p. m. del día 21, y habiendo hecho oportuna conexión con el tren que de Nogales salía esa
noche para El Paso, continué mi viaje, llegando a aquella ciudad el día 22.
Inmediatamente procedí a nombrar comisiones para recibir los distintos ramos de la administración en la ciudad rendida,
comisionando al C. mayor de mi Estado Mayor, J. M. Carpio, para que hiciera el licenciamiento de la guarnición ex-villista,
gratificando a cada uno de los soldados, oficiales y jefes con una cantidad suficiente para sus gastos de viaje a sus hogares,
después de entregar cada uno sus armas y pertrechos.
A efecto de hacer el relevo de la guarnición de Ciudad Juárez con fuerzas nuestras, ordené al coronel Garza que hiciera
embarcar en Hermosillo, con destino a Juárez, cruzando por territorio norteamericano, la brigada del C. general Gabriel Gavira,
con efectivo aproximado de 1 900 plazas, y el embarco se efectuó el día 24, llegando estas fuerzas a Ciudad Juárez el día 27.
Antes de que llegara el general Gavira, y en previsión de que tardara su arribo, como se hacía necesaria la presencia de
fuerzas nuestras en Ciudad Juárez, para el mejor éxito del licenciamiento de los ex-villistas, y para normalizar la situación en
aquella plaza, me dirigí al general Jacinto B. Treviño, que ya había ocupado la ciudad de Chihuahua, con su división, pidiéndole
que destacara a Ciudad Juárez uno de sus jefes, con algunas tropas; y en cumplimiento de mis instrucciones, el general Treviño
hizo marchar a Ciudad Juárez al general Gustavo Elizondo, con una brigada, habiéndose incorporado este jefe el día 25.
Al llegar el general Gavira a Ciudad Juárez, relevó al general Elizondo, asumiendo, por disposición mía, la Comandancia
Militar de la Plaza, y continuando el licenciamiento de las tropas ex-villistas, que habían estado de guarnición en Juárez, y de las
que se presentaban procedentes de otras plazas del norte de Chihuahua, a rendir sus armas y recibir pasajes y auxilio pecuniario
para regresar a sus hogares.
Para el día 19 de enero de 1916 estaba ya restablecida la comunicación ferrocarrilera entre Ciudad Juárez y Chihuahua, y en
esta fecha emprendí por esa vía la marcha hacia el Sur, hasta incorporarme a usted en Querétaro.
El licenciamiento de las fuerzas ex-villistas continuó en los meses de enero y febrero, y al finalizar, el general Gavira
rindiome un informe circunstanciado, relativo, del que tomo los siguientes datos, que muestran el número de ex-villistas
licenciados, pertrechos recogidos y cantidades invertidas:
RESUMEN GENERAL DE LOS VILLISTAS AMNISTIADOS Y LICENCIADOS EN ESTA PLAZA POR DISPOSICIÓN
DEL C. GENERAL ÁLVARO OBREGÓN, JEFE DEL CUERPO DE EJÉRCITO DEL NOROESTE
20 Generales a quienes se les entregaron para el regreso a sus hogares $1,000.00 dólares, o sean $2,000.00 pesos en billetes
constitucionalistas.
84 Coroneles a quienes se les entregaron para el regreso a sus hogares $2,300.00 dólares, o sean $6,640.00 pesos en billetes
constitucionalistas.
142 Tenientes Coroneles a quienes se les entregaron para el regreso a sus hogares $3,920.00 dólares, o sean $11,040.00 pesos en
billetes constitucionalistas.
349 Mayores a quienes se les entregaron para el regreso a sus hogares $9,090.00 dólares, o sean $27,270.00 pesos en billetes
constitucionalistas.
480 Capitanes primeros a quienes se les entregaron para el regreso a sus hogares $8,650.00 dólares, o sean $23,080.00 pesos en
billetes constitucionalistas.
368 Capitanes segundos a quienes se les entregaron para el regreso a sus hogares $6,220.00 dólares, o sean $17,140.00 pesos en
billetes constitucionalistas.
573 Tenientes a quienes se les entregaron para el regreso a sus hogares $9,420.00 dólares, o sean $27,070.00 pesos en billetes
constitucionalistas.
636 Subtenientes a quienes se les entregaron para el regreso a sus hogares $10,680.00 dólares, o sean $29,840.00 pesos en
billetes constitucionalistas.
683 Sargentos primeros a quienes se les entregaron para el regreso a sus hogares $5,710.00, dólares o sean $12,800.00 pesos en
billetes constitucionalistas.
650 Sargentos segundos a quienes se les entregaron para el regreso a sus hogares $5,600.00 dólares, o sean $12,220.00 pesos en
billetes constitucionalistas.
656 Cabos a quienes se les entregaron para el regreso a sus hogares $4,920.00 dólares, o sean $12,600.00 pesos en billetes
constitucionalistas.
2 998 Soldados a quienes se les entregaron para el regreso a sus hogares $24,550 dólares, o sean $54,740.00 pesos en billetes
constitucionalistas.
Sumas totales: 7 639 efectivos amnistiados, $92,120.00 dólares entregados. Equivalencia de $236,440.00 pesos en billetes
constitucionalistas.
RELACIÓN DEL ARMAMENTO, PARQUE Y OTROS OBJETOS RECOGIDOS A LOS VILLISTAS INDULTADOS EN
ESTA PLAZA.
5 cañones en buen estado.
9 cañones inutilizados con dinamita.
8 580 proyectiles para cañón.
6 morteros, con sus cofres.
17 ametralladoras, con sus cofres.
5 631 rifles.
1 124 caballos.
1 581 monturas.
3 200 cananas.
3 aeroplanos.
Gran cantidad, a granel, de cartuchos para fusil, dos lotes de útiles del servicio sanitario, y un lote de instrumentos de música.
Entre los villistas amnistiados y licenciados en Ciudad Juárez, se encontraban los restos de la Columna José Rodríguez, que
fue destrozada por Calles y Flores en San Joaquín y Estación Cima, en el Estado de Sonora, los cuales, después de una
penosísima travesía, en huida por la Sierra Madre, habían llegado a Casas Grandes y de allí, al tener noticia del licenciamiento
que se estaba llevando a cabo en Ciudad Juárez, mandaron ofrecer su rendición en iguales condiciones, la que les fue aceptada,
ordenándoles reconcentrarse en aquella plaza para su licenciamiento.Protesto a usted las seguridades de mi respetuosa
subordinación y particular aprecio. Constitución y Reformas. Querétaro, Querétaro, marzo 10 de 1916. El General en Jefe. Álvaro
Obregón.
Al C. Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación.
Para el buen éxito alcanzado en el licenciamiento de las tropas villistas, cooperó de una
manera eficaz y diligente el cónsul constitucionalista en El Paso, Texas, señor Andrés G. García,
quien no solamente en esta ocasión, sino durante toda la campaña contra la reacción, desarrolló
con verdadero acierto una labor de energía y patriotismo, teniendo que enfrentarse con todos los
peligros con que la reacción amaga siempre a los hombres que saben cumplir con su deber dentro
de la revolución. Pocos días después, llegué a Querétaro, y al cabo de una corta permanencia allí,
salí acompañando al Primer Jefe a una jira por los Estados de Guanajuato, Jalisco y Colima, que
se prolongó algunas semanas. En esta jira, como en la que el Primer Jefe hizo por la frontera
Norte de la República, fue objeto de grandiosas manifestaciones de simpatía por parte de las
clases populares, que revelaron el espíritu liberal de las mayorías en nuestro pueblo. En Celaya,
que fue donde se desarrollaron los combates más sangrientos en la lucha contra los infidentes,
mandados por Villa, el entusiasmo fue mayor. En el puerto de Manzanillo me separé del Primer
Jefe para embarcarme con destino a Mazatlán, y de allí seguir a Hermosillo a celebrar mi
matrimonio, acto que tenía aplazado desde que me lancé a la Revolución para combatir contra el
usurpador Huerta. Efectuado mi enlace en Hermosillo, salí por la vía de Nogales y El Paso, a
incorporarme en Irapuato al Primer Jefe. De El Paso, continué mi viaje por Chihuahua, hasta
incorporarme al Primer Jefe en Irapuato, el día 11 de marzo. En seguida marchamos a Querétaro,
y en esta ciudad, tomando en consideración que había terminado por completo la campaña, el
Primer Jefe acordó desintegrar el Cuerpo de Ejército del Noroeste, que había estado a mis
órdenes, debiendo, en lo sucesivo, depender directamente de la Secretaría de Guerra las distintas
divisiones que lo formaban. A continuación, y precisamente al surgir las dificultades con el
Gobierno de los Estados Unidos, con motivo del asalto hecho por Villa sobre la población
norteamericana de Columbus, el C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y Encargado del
Poder Ejecutivo de la Nación, me expidió nombramiento de Secretario de Guerra y Marina en su
Gabinete, puesto del que tomé posesión en la ciudad de Querétaro el día 13 de marzo de 1916.
La 1.ª División de Caballería del Noroeste, al mando del C. general Enrique Estrada, que
formaba parte de las fuerzas puestas a las órdenes del general M. M. Diéguez para la campaña en
los Estados de Sonora y Sinaloa y el Territorio de Tepic, por disposición del propio general
Diéguez emprendió su marcha del Estado de Jalisco a principios del mes de agosto de 1915,
haciendo sus jornadas pie a tierra y llevando como objetivo internarse en el sur de Sonora, para
cooperar en la campaña que por el centro de aquel Estado emprendería el general Diéguez, con
las fuerzas que llevaría directamente a sus órdenes por la vía marítima de Manzanillo-Mazatlán-
Guaymas. La marcha de las fuerzas del general Estrada, desde Jalisco hasta Sonora, por tierra,
atravesando la Sierra Madre Occidental, constituye por si sola un hecho meritorio, que habla
muy alto en pro del valer y abnegación de nuestras tropas, máxime si se toma en cuenta, aparte
de las incontables penalidades de esa atrevida marcha, la circunstancia de que el territorio en que
se internaron estas tropas estaba entonces, por lo que toca a Tepic y una parte del sur de Sinaloa,
dominado por fuerzas enemigas, que comandaba el infidente Buelna, con las cuales las del
general Estrada tuvieron que combatir varias veces para abrirse paso al Norte. Los combates y
tiroteos sostenidos con el enemigo en la marcha hasta el centro de Sinaloa, tuvieron lugar
sucesivamente en la Cuesta de Ingenieros, en San Andrés, en Paso de Parras, Marquesado,
Ceboruco, Tetitlán y Quimichis, dando por resultado la completa derrota y dispersión de los
reaccionarios de Buelna, quienes abandonaron la zona que ocupaban, dirigiéndose la mayor parte
de ellos hacia Durango. Cuando la división de caballería del general Estrada había llegado ya al
centro de Sinaloa, se tuvieron noticias de que marchaba a invadir el norte de aquel Estado una
columna reaccionaria, destacada de Chihuahua, y con este motivo la división se preparó a
contrarrestar aquella invasión, ordenando el general Estrada que se situara en El Fuerte, Sinaloa,
la brigada al mando del general Jesús Madrigal, reforzada con el 4.º Batallón de Sinaloa y
algunas otras tropas de Sinaloa, pertenecientes a la brigada del general Mateo Muñoz, a fin de
hacer la defensa de aquella plaza, que parecía ser el objetivo inmediato de los reaccionarios
procedentes de Chihuahua, para unirse con las chusmas vandálicas del indio Bachomo, y las
cuales merodeaban por aquella región. En efecto, el 5 de noviembre el enemigo atacó la plaza de
El Fuerte, dando vigorosos asaltos sobre las posiciones ocupadas de antemano por las fuerzas del
general Madrigal, por espacio de tres horas, al cabo de las cuales fue rechazado con fuertes
pérdidas, permaneciendo nuestras tropas en sus posiciones de defensa. El enemigo se retiró
solamente a corta distancia de la plaza, y por la noche, ya reorganizado, emprendió cuatro
nuevos asaltos sobre El Fuerte, siendo en todos ellos rechazado también. Por parte que rindió el
general Madrigal al general Estrada en San Blas, Sinaloa, éste tuvo conocimiento del ataque de
los reaccionarios sobre El Fuerte, y el día 6 salió, personalmente, a reforzar aquella plaza con la
brigada al mando del general Sepúlveda, habiendo llegado el mismo día, cuando el enemigo, que
había improvisado atrincheramientos frente a las líneas de defensa de la plaza, hostilizaba aún a
las fuerzas del general Madrigal desde aquellas posiciones. Durante la noche del 6, los
reaccionarios dieron tres nuevos asaltos sobre las posiciones de nuestras fuerzas, en los que
fueron siempre rechazados. Replegado de nuevo el enemigo a sus atrincheramientos, continuó
durante el día 7 hostilizando, con débil tiroteo, a nuestras fuerzas, y, mientras tanto, el general
Estrada preparaba la ofensiva para resolver aquella situación. Al caer la tarde, se inició el
movimiento ofensivo con fuerzas de los regimientos 1.º y 7.º y del 4.º Batallón de Sinaloa, al
mando del general Madrigal, sobre la posición de Ocolomi, en que se había localizado al Cuartel
General enemigo. El general Madrigal asaltó vigorosamente aquella posición, habiendo logrado
capturada y avanzar hasta el dique, poniendo en fuga al enemigo. Entonces el general Sepúlveda,
con fracciones del 3.º, del 4.º, del 5.º y del 6.º regimientos y los Carabineros de Sinaloa, siguió el
movimiento de ofensiva por el frente y sobre la retaguardia del enemigo, determinándose así la
pronta huida de éste, en completa desbandada por entre los breñales, siendo perseguido por el
coronel Félix Barajas con fuerzas de los regimientos 5.º y 7.º
Las bajas del enemigo, durante los tres días de combate en El Fuerte, las estima el general
Estrada en 1 000, entre muertos, heridos y prisioneros, contándose en estos últimos un regular
número de jefes y oficiales; en tanto que las habidas en nuestras fuerzas, fueron: 20 muertos,
entre éstos el teniente coronel Trujillo, jefe que fue del 2.º regimiento, y 86 heridos, entre ellos el
mayor Amavisca, y algunos oficiales.
Las fuerzas enemigas que atacaron El Fuerte estaban mandadas por los generales
reaccionarios Juan Banderas, Orestes Pereyra, Ciañez, Barrios, Fernández y el indio Bachomo.
Después de la derrota de El Fuerte, los reaccionarios se dirigieron a Jaguara, y allí fueron
batidos por fuerzas de los generales Mateo Muñoz y Aureliano Sepúlveda, sufriendo una nueva
derrota y cayendo prisioneros, en poder de los nuestros, los generales Orestes Pereyra y Jiménez,
y 50 jefes y oficiales, los que fueron pasados por las armas.
De aquel desastre lograron salvarse Banderas y el indio Bachomo; pero más tarde, viéndose
acosados por los nuestros, se rindieron incondicionalmente, en Moyas, ante el general Madrigal,
con 1 200 hombres, cuyo desarme se efectuó el 5 de diciembre.
La división del general Estrada había tomado ya contacto con el general Diéguez, que se
encontraba en Hermosillo, quedando acuartelada en Guaymas.
DISTANCIAS RECORRIDAS EN CAMPAÑA POR EL EJÉRCITO A LAS
ÓRDENES INMEDIATAS DEL GENERAL ÁLVARO OBREGÓN
De Agua Prieta por Colonias, Morelos y Oaxaca, Cañón del Púlpito, Ojitos, Casas Grandes y
Pearson a Ciudad Juárez, distancia recorrida: 610 kilómetros.
De Agua Prieta a Nacozari y regreso al punto de partida, librando la batalla de San Joaquín,
distancia recorrida: 248 kilómetros.
Total de kilómetros recorridos en esta cuarta fase de la campaña contra la Convención: 2 700.
RESUMEN
En campaña contra Orozco: 858 kilómetros.
En campaña contra Huerta: 3 498 kilómetros.
En campaña contra la Convención, incluyendo las cuatro fases: 3 644 kilómetros.
OBSERVACIONES
Se notará que no se han contado como jornadas en campaña, las marchas que hicieron las tropas,
en transportación por territorio ya controlado en nuestra República, o por vías extranjeras; por
ejemplo: la movilización de la Columna Sonorense, de Ciudad Juárez a Agua Prieta, hecha por
líneas norteamericanas; el regreso de las tropas, desde frente a Manzanillo hasta Guadalajara,
para emprender de allí la campaña sobre México, en época de Huerta; la contramarcha desde
Valle de Santiago a San Luis Potosí, después de destrozar a la columna de Fierros y Reyes; la
movilización de las columnas de los generales Diéguez y Gavira a Sonora, desde Aguascalientes
y San Luis Potosí, respectivamente; la movilización de tropas de Torreón a Piedras Negras, y de
allí a Agua Prieta, por las líneas norteamericanas; y la movilización de Magdalena y Cíbuta a
Nogales, y de allí a Agua Prieta por las líneas norteamericanas, para batir a José Rodríguez. En
consecuencia, la suma de kilómetros que se anota indica la extensión lineal que hubieron de
conquistar las fuerzas que estuvieron a mis órdenes directas en las distintas campañas a que se
refiere mi obra.
A. Obregón.
COMPLEMENTO
Cuadros que manifiestan el efectivo de fuerza con que se libró el combate de Santa Rosa,
Sonora, y relación de los CC. jefes y oficiales que tomaron parte en la batalla de Celaya, del 13
al 15 de abril de 1915.
Cuadro que manifiesta el efectivo de la expresada con que se libró el combate de Santa Rosa,
durante los días del 9 al 12 del mes de mayo actual
ESTADO MAYOR:
Mayor Nicolás Díaz de León
Capitán 1.º Benjamín Chaparro
Capitán 2.º José J. Méndez
Teniente Luis M. Anchondo
Por el frente
Ayudantes
Capitán 1.º Luis Álvarez Gayou
Teniente Francisco Arvizu
Voluntarios de Horcasitas
Comandante: Capitán 1.º Miguel Ramírez
Teniente Cipriano Martínez
Subteniente Joaquín Contreras
Subteniente Víctor Valencia
Individuos de tropa: 55
TOTAL
Jefes: 3
Oficiales: 40
De tropa: 465
Flanco derecho
Coronel M. M. Diéguez
Ayudante: Teniente Alejandro Quiroga
Voluntarios de Cananea
Capitán 1.º Pablo Quiroga (herido)
Capitán 1.º Tiburcio Rivera
Capitán 2.º Alfredo Galindo
Capitán 2.º Federico L. Flores
Teniente Miguel Hale (muerto)
Teniente Manuel Lara
Teniente Victoriano Solano
Teniente Juan Domínguez
Teniente Ramón Gastélum
Teniente Rafael V. López
Subteniente Crispín Luque
Subteniente Fernando Quiñones
Subteniente Pedro Vargas
Subteniente Audomero Bórquez
Subteniente Carlos Cruz
Individuos de tropa, 500
Voluntarios de Arizpe
Comandante: Mayor Francisco Contreras
Capitán 1.º Leopoldo L. Arias
Capitán 1.º Jesús Verdugo
Capitán 1.º Jesús M. Padilla
Capitán 2.º José Córdoba Valdez
Teniente Germán Varela
Teniente Máximo Othón
Teniente Francisco Preciado
Subteniente Ricardo Vidal
Subteniente Lauro D. Navarro
Subteniente Rómulo Córdova
Subteniente Manuel Guzmán
Subteniente Manuel Fuentes
Individuos de tropa: 200
Voluntarios Zaragoza
Capitán 2.º Ponciano Márquez
Teniente Alejandro Márquez
Teniente Juan Cantú
Individuos de tropa: 38
Voluntarios de Bacerac
Capitán 2.º Antonio A. Galaz
Capitán 2.º Francisco Aldaco
Teniente Inés Aguirre
Subteniente Francisco Valencia
Individuos de tropa: 35
Voluntarios de Magdalena
Individuos de tropa: 35
TOTAL
Jefes: 5
Oficiales: 65
De tropa: 993
Flanco izquierdo
Ayudantes
Capitán 1.º Miguel Pifia, hijo
Capitán 1.º Felipe Plank
Cuerpo de ex insurgentes
Comandante: Mayor Jesús Trujillo
Batallón de Huirivis
Voluntarios de Mátape
TOTAL
Jefes: 6
Oficiales: 92
De tropa: 1 090
Sección de Artillería
Coronel J. Chávez Camacho. Capitán 1.º F. S. Betancourt. Capitán 1.º Gerardo Ortiz. Capitán
2.º Rafael Durazo. Subteniente Crisóforo García. Subteniente Domingo González.
RESUMEN
CUARTEL GENERAL
Estado que manifiesta el número de muertos y heridos en el combate de Santa Rosa durante los
días 9 al 12 del mes actual.
Muertos
Heridos
RESUMEN
JEFATURA DE OPERACIONES
Estado Mayor:
Jefe, Teniente Coronel José María García
Mayor Fausto Topete
Mayor José María Barquera
Capitán 2.º Miguel Valle
Teniente José Almada y Castro
Teniente José G. Gastélum
Teniente Jorge F. Bórquez
Teniente Heriberto Mamoa
Teniente Felipe Murguía
Subteniente Manuel Figueroa
Subteniente Luis Leyva
Subteniente Antonio Ramírez
Estado Mayor:
Jefe de la Brigada, General Brigadier
Miguel V. Laveaga
Jefe, Mayor Bernardo Escobosa
Mayor Manuel Mendoza
Mayor Francisco L. Híjar
Mayor José Araiza
Capitán 1.º Damián R. Salazar
Teniente Rómulo Víctor Miranda
Teniente Juan Vázquez Boyero
Teniente José R. Martínez
Subteniente Luis Bojórquez
Estado Mayor:
Jefe, Mayor Benito Bernal
Capitán 2.º Aurelio Guerrero
Teniente Fortino A. Herrera
Subteniente Arturo N. García
Subteniente Diego Reyes
Subteniente Marciano García
Subteniente Jesús Hernández
Subteniente Efrén R. Juárez
Batallón Triana
Estado Mayor:
Jefe, Teniente Coronel Nicolás Díaz Velarde
Capitán 2.º Miguel Gutiérrez Castro
Teniente Joaquín J. Romero
Teniente Juan A. Crespo
BRIGADA GAVIRA
BRIGADA JAIMES
ARTILLERÍA EXPEDICIONARIA
Cuarto Regimiento
Trigesimoctavo Regimiento
Jefe, Coronel Manuel H. Morales
Mayor Elíseo L. Céspedes
Capitán 1.º Isidro Cárdenas
Capitán 1.º Arnulfo Ferreiro
Capitán 2.º Leobardo T. Ocampo
Capitán 2.º Pedro Meza
Capitán 2.º Gildardo Moreno
Teniente José María Navarro
Teniente Antonio Medellín
Teniente Arcadio Rosete
Teniente Crisóforo Castillo
Teniente Aníbal García
Subteniente Luis Orcini
Subteniente Encarnación Moreno
Subteniente Andrés Morales
Quinto Regimiento
Sección de Artillería
Segundo Regimiento
Primer Regimiento
Cuarto Regimiento
Quinto Regimiento
Vigesimotercer Batallón
BRIGADA TRIANA
Cuarto Regimiento
BRIGADA AMARO
DIVISIÓN DE CABALLERÍA
BRIGADA MAYCOTTE
Sobre las ruinas que iba dejando la violencia, Álvaro Obregón inició la reconstrucción de
México. Y la inició con sentido revolucionario, puesto que él pertenecía a la Revolución. Las
ideas transformadoras habían sido dadas en los planes políticos, en libelos y discursos, en
estudios y artículos periodísticos, hasta culminar en los trabajos del Congreso Constituyente que
preparó y formó la Carta Política de 1917. Cuando ascendió al poder el general Obregón, la
política mexicana hallábase en una encrucijada: dar aplicación real a la Constitución, o suspender
en beneficio de los intereses creados, la obediencia a las nuevas disposiciones legales. El general
Obregón optó decididamente por cumplir con la Constitución política de México.
Cuando llegó a la presidencia Álvaro Obregón la República contaba un decenio de lucha
armada; la de la Revolución contra los sostenedores del Antiguo Régimen; y por virtud de la
lucha de facciones, la de los distintos grupos que habían convertido al escenario nacional en
trasunto de la anarquía. Mucha sangre habíase derramado; múltiples sacrificios se habían
exigido. Por eso el dilema se planteaba así: o eran traicionadas las grandes masas del campo y de
la industria, o se daba satisfacción plena a sus necesidades, compensando en esa forma los
esfuerzos del pueblo para mejorar su convivencia. El general Obregón decidió satisfacer los
apremios de los que pusieron al azar de las armas el mejoramiento de sus condiciones de vida.
Pero decidirse por la Constitución de 1917 y por las grandes mayorías mexicanas llevaba
consigo riesgos. No eran caminos de menor resistencia, antes bien de escabrosas dificultades,
promovidas por los intereses que en el exterior conspiraban contra nuestra autonomía, y en el
interior se oponían a toda reforma. Si es verdad que en la lucha cruenta los partidarios del
Antiguo Régimen aparecían como vencidos, su resistencia era tremenda; por lo que recurrían a
los procedimientos más variados, pero siempre efectivos, a fin de desvirtuar y oponerse a los
nuevos sistemas; y para concluir alianzas y entendimientos aun con antiguos revolucionarios,
que, desplazados del poder, conspiraban en la compañía de los que antes habían sido sus
enemigos, de los que ayer pública y constantemente los llamaban bandoleros y asesinos.
Así pues la Revolución no ganaba todavía la última partida. Pero en ello se empeñó el
presidente Obregón. Y si, como queda dicho, con su régimen iniciose la etapa constructiva
revolucionaria, hay que agregar que al decidirse el Caudillo de Sonora por la transformación
social emprendió la obra de identificar a la Revolución con la nación. En eso estuvo su mérito. Y
por eso lo combaten sus enemigos encarnizadamente y, claro está, de modo injusto.
La acción de la Revolución es una obra humana y, por consiguiente, que puede presentar
imperfecciones por un lado, y la persecución de objetivos de alta calidad por el otro. Álvaro
Obregón tuvo que actuar con decisiva tendencia ya que cualquier indecisión hubiera detenido o
desvirtuado la corriente transformadora. Cuando ascendió a la presidencia estaban de manifiesto
los inconvenientes de la política Madero, que deseó realizar el cambio revolucionario de los
sistemas dentro de un recuerdo de paz porfiriana. Y la ineficacia de la política de Carranza que
pretendió repetir el ejemplo de Juárez, sin percibir que las circunstancias y los hombres a los que
se enfrentó el Caudillo liberal, no eran semejantes a los que tuvo ante si el Varón de Cuatro
Ciénegas.
Por consiguiente, Obregón, que por su genio era sagaz, decidió aplicar procedimientos que
expeditaran los cambios sociales y quebrantaran a los enemigos: estaba en juego el porvenir de la
Revolución y a debate la implantación del Nuevo Régimen.
Conforme transcurrieron los años, la experiencia obligó al Caudillo de Sonora a perfeccionar
los métodos, sin abandonar su posición revolucionaria. Desde el Manifiesto de Nogales
(expedido el 1.º de junio de 1919 al lanzarse a la lucha electoral), hasta el último discurso
político de su vida, incluyendo sus actos de gobierno y las leyes que se pusieron en vigor durante
su ejercicio gubernamental, se hace notoria la tendencia de vigorizar y de perfeccionar el
patrimonio ideológico revolucionario.
En el Manifiesto de Nogales aparecieron ideas que la madurez política fue robusteciendo a
través de los años. Para Obregón el gobierno tenía ante sí como fundamentales el problema
moral, el problema político y la cuestión económica, de tal manera que sus resoluciones eran
inaplazables. Al primero lo definía como la necesidad de depurar la cosa pública de los
elementos revolucionarios corrompidos; al segundo, lo hizo consistir en dar efectividad al
sufragio popular; y la cuestión económica pensaba que podía ser resuelta, antes que con el
aumento de las contribuciones, con la reducción de las erogaciones del presupuesto.
Según fue desarrollándose su campaña presidencial, llena de riesgos personales, perseguidos
sus partidarios civiles y postergados los militares que simpatizaban con su candidatura, el
Caudillo de Sonora distinguió los problemas de gobierno en la labor de moralización, en la
reconstrucción económica y en la consolidación del crédito nacional. El primero lo proyectaba
hacia las personas; el segundo hacia las necesidades nacionales; y el tercero hacia la defensa y la
conveniencia de reconquistar nuestro crédito en el orden interno y en el exterior.
Ahora bien, la moralización ofreció comenzarla en el ejército y proseguirla en los
funcionarios civiles. La reconstrucción económica fue considerada conforme eran las
necesidades de México y, de ese modo, Obregón tuvo en cuenta la educación del pueblo, las
relaciones entre patronos y obreros, y la redistribución de la tierra en el agro mexicano.
Las deudas, extranjera e interior, fueron motivo de su preocupación con sentido de hombre
práctico. Entendía que un país sin crédito no podía emprender trabajos de aliento, y por eso
recomendaba la reanudación de los servicios que satisfarían a nuestros acreedores. Por lo demás
esta concepción de Obregón coincidía con una experiencia mexicana de doloroso recuerdo;
aquella que en el siglo pasado, cuando don Benito Juárez por razón de necesidades apremiantes
suspendió los pagos de la deuda exterior, con lo que surgió el pretexto para la expedición
tripartita, que a su vez dio paso a la intervención francesa.
No nos es dable precisar si aquella coincidencia fue deliberada en el ánimo de Obregón; pero
sí que fue oportuna y conveniente, pues para 1920 los acreedores extranjeros aprestábanse a
tomar medidas contra la República por falta de pago de sus créditos. Pudo haberse repetido el
dramático pasaje de la intervención exterior, o cuando menos aplicársenos los procedimientos
compulsivos por medio de las unidades navales que bombardearan nuestros puertos y, a renglón
seguido, imponérsenos las condiciones leoninas que acostumbran los imperialismos en casos
similares. Un país débil como México ha estado expuesto a ese tipo de atropellos. Prevenirlos es
signo de patriótico raciocinio. Y Obregón los previo con habilidad suma.
Mas hubiera resultado una paz de sepulcros blanqueados si sólo a titulo de vencedor militar el
general Obregón lograra la tranquilidad de la República. Debe enfatizarse que su acción fue más
profunda.
De inmediato en el aspecto educativo. Pocas veces en la historia de México los mexicanos
hemos presenciado un desbordamiento tan extraordinario como el educativo que realizó la
administración del Caudillo de Sonora.
En el régimen presidencial que nos caracteriza, el desacierto de los actos de gobierno
acostumbran imputarse al presidente de la República. Pero cuando conviene a los intereses de
facción olvidar los aciertos, entonces se pasan por alto o bien se acreditan a los parciales. Para
evitar la injusticia, en esta materia, debemos recordar que el primer acierto de Obregón fue
considerar el problema educativo como básico para el porvenir de México; y darle apoyo moral y
presupuestal excepcional. El segundo acierto consistió en designar a José Vasconcelos, que por
entonces formaba parte de los constructores del país, en calidad de director ejecutor y
responsable de la misión educativa. En el claustro de la Universidad de México, siendo el rector,
Vasconcelos así lo reconoció y de esta manera solicitó la colaboración de los universitarios,
mientras quedaba elevado al rango de Secretaría de Estado el Departamento de Instrucción.
Me resolví a obrar de esta segunda manera que juzgo mucho más eficaz; y habiendo tenido la fortuna de merecer la confianza del
señor presidente de la República, vengo a deciros: el país ansia educarse; decidnos vosotros cuál es la mejor manera de educarlo.
No permanezcáis apartados de nosotros, venid a fundiros en los anhelos populares, difundid vuestra ciencia en el alma de la
nación.
Como feliz coincidencia el nacionalismo intelectual floreció pujante. La poesía de López
Velarde y González León hizo su aparición, cultivando temas de pura esencia provincial; un
novelista, desconocido hasta entonces, cobró fama y abrió la senda de la novela revolucionaria
que iba a cultivar de lleno, junto con el cuento, la generación siguiente. Al citar a Mariano
Azuela como el novelista autor de Los de abajo, hay que agregar que isócronamente Antonio
Caso desde sus lecciones universitarias atrajo la curiosidad y fincó la responsabilidad de los
jóvenes hacia los problemas nacionales. Que Sotero Prieto inició la preparación de los técnicos
nacionales que tanto requería México para la etapa constructiva revolucionaria. Y que Isaac
Ochoterena enseñó que el laboratorio y el análisis prometían excelencias a los estudiosos que
abandonaran las formaciones literarias y preocupáranse por problemas científicos. Por razón de
sus respectivas materias, Caso, Prieto y Ochoterena infiltraron concepciones universalistas y, de
esta manera, el nacionalismo fue matizado y enriquecido con elementos que lo superaban, al
mismo tiempo que lo consolidaban.
La música también se incorporó a la corriente febricitante del mexicano que parecía haberse
encontrado a sí mismo. Los conciertos al aire libre multiplicáronse; los niños de las escuelas
entonaban canciones vernáculas y bailaban las danzas mestizas que respondían a sus combinadas
raíces indígenas y españolas; los colores de los vestidos, el ritmo de los bailables; la gimnasia de
los escolares, que la practicaban en grandes conjuntos, todo acabó por revelar la disposición
emotiva de un pueblo, que sabía expresarse con belleza.
A su vez la pintura salió del caballete para conquistar las paredes de los edificios públicos.
Los muralistas trabajaron con propósitos de exaltar la Revolución y los valores culturales y
costumbristas del pueblo. De este modo el simbolismo de José Clemente Orozco pudo producir
ejemplos de plástica tan magistrales como La trinchera, cuyas líneas geométricas encuadraron
las figuras que representaron a los que habían luchado por la transformación de México: la fuerte
expresión, el sentido que Orozco diera a ese mural, resultaron más poderosos que las diatribas
que los del Antiguo Régimen habían enderezado contra los revolucionarios.
El realismo de Diego Rivera escogió realizaciones del Nuevo Régimen como el reparto de
los ejidos; o la forma de trabajar en las minas, en las sementeras, en las fundiciones; o las ferias y
fiestas populares, para entregar a la ciudad capital, en los muros de la Secretaría de Educación
Pública, escenas que desconocía y hasta que le eran ajenas. Más adelante José Clemente y Diego
Rivera tomaron vuelos mayores y fueron la historia de México, el carnaval del universo, nuestros
héroes, el misterio de la germinación de la tierra y la Revolución mundial, los temas que
desarrollaron con proyecciones que rebasaron las calidades nacionalistas para adquirir el valor de
un muralismo universal.
El gobierno del presidente Obregón protegió y estimuló las manifestaciones científicas y
literarias de los universitarios, la preparación de los técnicos y las expresiones de músicos y
pintores. Prohijó la idea de Vasconcelos de propagar obras clásicas del pensamiento mundial. Y
si lo anterior referíase a la cumbre de la cultura, la atención de las bases humildes e iniciales que
debíanse a la niñez, a los obreros y a los campesinos, no se descuidó.
Desde el punto de vista administrativo la acción educativa fue atendida designando a
Vasconcelos antes que jefe del Departamento de Instrucción, rector de la Universidad y de rector
Obregón lo convirtió en secretario de Educación. A esta dependencia le dio carácter nacional y
federalizó la enseñanza, pues la Secretaría e innumerables ayuntamientos juntaron sus esfuerzos
y sus elementos pecuniarios para que la acción educativa resultara eficaz. Se construyeron
escuelas. Fueron levantadas o acondicionadas bibliotecas públicas. Organizose un tipo de
maestro que era misionero y campirano. Pues otra de las grandes preocupaciones del régimen fue
el indígena; el aborigen a quien había necesidad de incorporar a la vida que es peculiar del
mexicano y darle los elementos de relación social como el idioma español y el alfabeto hispano,
así como prepararlo siquiera fuese rudimentariamente para la lucha por la vida. Ahora bien, la
campaña contra el analfabetismo consideraba al indígena, mas también a numerosos núcleos de
la población mexicana: hacia ellos estuvo dirigida la acción gubernamental en la materia
educativa.
Por contraposición a las reducciones militares, el presidente Obregón informó al Poder
Legislativo federal en 1922, que en ese año el número de escuelas oficiales en la República
habíase elevado de 8 388 a 9 547; y el de maestros de 20 407 a 22 939. En cuanto a las
bibliotecas, las cifras decían que de agosto de 1922 a junio de 1923 habíanse instalado 285 con
32 173 volúmenes; 130 bibliotecas obreras con 12 399 libros; 129 bibliotecas escolares con
9 733; 105 bibliotecas diversas con 9 035; 21 bibliotecas ambulantes con 1 130; y una biblioteca
circulante con 50.
Las estadísticas seguían hablando: existían 102 maestros misioneros que, con la ayuda de los
maestros rurales progresaban indiscutiblemente, pues de 17 000 alumnos que tenían en 1922, al
año siguiente concurrían 34 000, especialmente a escuelas que funcionaban “en lugares donde
jamás había existido colegio alguno ni llegado la acción de las autoridades escolares”. En cuanto
a la campaña alfabetizadora, también el adelanto era notorio, pues de 5 542 alumnos que se
contaban en 1922, habían ascendido a 7 131 al año siguiente.
Salvo el ejercicio fiscal de 1924 que tuvo que hacer frente a la rebelión delahuertista, año con
año, el presidente Obregón autorizaba el aumento del presupuesto de la Secretaría de Educación
Pública, que la fueron capacitando para su acción a través de la República. Dentro de las
limitaciones de nuestras posibilidades económicas, pero rompiendo con los precedentes en la
distribución del presupuesto nacional, hubo años en los que la Secretaría de Educación pudo
ejercitar partidas que superaban en monto a las de otras dependencias. Fue algo inusitado y dio el
ejemplo para el futuro.
Cuando en 1924 el presidente Obregón daba a conocer al Congreso federal la asistencia de
alumnos: a las escuelas primarias rurales con 171 565; a las de enseñanza industrial con 37 084
alumnos; a las de formación del profesorado rural y centros del analfabetismo con 1 571
educandos; a las de cultura indígena con 50 000 indios; a las escuelas primarias, elementales y
superiores con una concurrencia de 1 187 407 alumnos; cuando esa información del Caudillo de
Sonora tenía lugar, la frialdad y la rigidez de las cifras estadísticas no podían traducir el
entusiasmo y la heroica acción que se puso en la jornada educadora, y desde el presidente de la
República y su secretario de Educación hasta el humilde misionero que trabajó en apartadas
regiones; y cómo el pueblo de México respondió a ese esfuerzo gubernamental. Obregón habíase
propuesto mandar a todos los niños a la escuela. No lo logró en forma absoluta, entre otras cosas,
por falta de suficientes recursos pecuniarios. Pero relativamente fue poderoso el impulso que
excitó las conciencias, demostró que el gobierno mexicano podía abordar el problema, dio
sustancia cultural a nuestro nacionalismo e hizo que renaciera la fe en los destinos de México.
En cuanto a los factores de la producción el Caudillo de Sonora tuvo que manejar elementos que
nos eran peculiares. En eso estuvo su talento. Resultaba evidente que la Revolución mexicana
habíase propuesto transformar al Antiguo Régimen, secular y oprobioso, por una nueva situación
en donde se superara al liberalismo, por el camino del socialismo; y se diera al nacionalismo el
sentido de integración y de defensa frente a los peligros imperialistas. Puesto que los
revolucionarios habían combatido dictaduras personales como las de Porfirio Díaz y su remedo
trágico de la de Victoriano Huerta, no podían aspirar a sustituirlas por otra dictadura, así fuera la
transitoria del proletariado, y menos a la que en su lugar acaba por imponerse que es la dictadura
de la burocracia.
Para reorganizarnos sólo teníamos que atender a nuestras necesidades para satisfacerlas, sin
incurrir en las improvisaciones copiadas de los tratadistas; sobre todo si eran escritores
extranjeros, afiliados al apriorismo alemán, pero que jamás conocieron la realidad mexicana. Y
era a esta realidad a la que se debía cuidar. Entre nosotros contábase un antecedente que, por
perturbador, fue rechazado: el de la doctrina anarquista de los Flores Magón. En tanto que estos
combatientes fueron liberales y nacionalistas, así como propugnaron la transformación mexicana
con métodos y puntos de vista mexicanos, lograron reunir en las filas oposicionistas a los que
lucharon contra el gobierno de Porfirio Díaz. Pero cuando proclamaron el apartamiento de la
causa de Madero e hicieron hincapié en que eran anarquistas, así como prohijaron concepciones
anarquistas en calidad de proposiciones de lucha, se quedaron aislados, con pocos partidarios
mexicanos y contados amigos norteamericanos. Impotentes en la acción e insuficientes en el
número para llevar adelante el cambio social.
Los planes políticos que sirvieron de bandera en la etapa violenta; el pensamiento de los
intelectuales que habían expresado por medio de libros, folletos, discursos, etc., los términos de
la Constitución de 1917 daban la pauta de lo que deseaba el pueblo y por lo que había luchado el
pueblo. El liberalismo mexicano ideológicamente sirvió para combatir a la intervención francesa
y a restaurar a la República; esto es, el liberalismo era antiimperialista, democrático y
republicano. Esta excepcional experiencia de nuestro siglo XIX no podía ser soslayada.
Si el antiguo liberal Porfirio Díaz abandonó su filiación política, como uno de los secretos
para conservarse indefinidamente en el poder, los oposicionistas a su gobierno fueron liberales,
que se sentían herederos de aquellos otros que, en la centuria pasada, realizaron la Reforma y
defendieron la integridad nacional. Como liberales combatieron a Díaz y procuraron la
destrucción del Antiguo Régimen; por eso tuvieron que superar principios del siglo XIX, en
cuanto a la dignidad del hombre, a la integridad de la nación y al robustecimiento de la familia.
Eso se propusieron y eso los distinguió, ahora ya como revolucionarios.
Por lo demás, el liberalismo mexicano convertido en revolucionario tenía sus características
de lucha y de pensamiento. La tradición antiimperialista quedaba subsistente y se expresó desde
los primeros momentos de la oposición al general Díaz. De donde las huelgas de Cananea, Río
Blanco y el descontento que se expresó por la organización que a base de la jerarquía de los
extranjeros habíase dado en los ferrocarriles mexicanos, fueron movimientos enderezados contra
capitales estadunidenses, franceses y españoles, a los que el general Díaz entregó recursos
naturales y la posibilidad de explotar la mano de obra que el país proporcionaba. Si el
neoliberalismo era antiimperialista tenía que ser, como lo era, nacionalista.
Ahora bien, el liberalismo revolucionario de México no era reaccionario a la manera del
liberalismo alemán, uno de los instrumentos de Bismarck y enemigo del comunismo germano.
No era abstencionista como los liberalismos británico y norteamericano, liberalismos que
propiciaron directamente el crecimiento de los imperialismos inglés y estadunidense. Tampoco
era colaboracionista de los antiguos regímenes, según solía practicarlo el liberalismo francés. La
secular lucha sostenida con la Iglesia, política y militante, habíalo constituido en valladar para la
teocracia y en opositor, también militante, de las intromisiones de los súper organismos
internacionales. Nuestro liberalismo revolucionario no estuvo dispuesto a correr la suerte que iba
a correr el liberalismo de Kerensky que, siendo mayoría, se dejó arrebatar el poder por las
minorías soviéticas, dada su imposibilidad e incompetencia para realizar la transformación
social.
Concebir a la nación como soberana; al Estado como autónomo; y entender que debería ser
respetada la doctrina de la autodeterminación de los pueblos, constituía la esencia del
nacionalismo mexicano. Un nacionalismo que no era aislacionista y sí procuraba la defensa de la
integridad de México. En el caso concreto del problema obrero, la dignificación del hombre no
propendía al individualismo, sino a evitar que fuera objeto de una utilización infrahumana, así
como a barrer con las desigualdades sociales, que implantara la Colonia y que se conservaron por
el Antiguo Régimen, pese a la acción de los insurgentes y de los reformistas mexicanos del siglo
XIX. La supervivencia de esas desigualdades demostraba el poder y la resistencia de los
intereses creados en agravio de las grandes mayoría de población. El hecho de que la Revolución
mexicana haya adelantado soluciones y se haya anticipado a otros movimientos revolucionarios,
acaecidos en nuestra centuria —entre ellos al soviético—, que se propusieron transformar a sus
respectivos pueblos, ese hecho, repetimos, comprueba, asimismo, la presencia de una voluntad
en el mexicano de destruir lo que llevaba siglos de existencia y de reconstruir con nuevo sentido.
Lo hizo en instantes en que la violencia había consolidado en el poder a los revolucionarios; y el
primer ejecutor de la transformación fue el Caudillo de Sonora.
Pero un país que iba surgiendo de la destrucción material requería capitales para recuperarse,
para producir conforme a una incipiente industrialización. El presidente Obregón, de acuerdo con
los lineamientos de su campaña electoral, se mostró partidario de que hubiera inversiones, claro
está, inversiones del exterior, ya que México carecía de capitales nacionales; y los extranjeros
que estaban radicados en la República, pese a que acusaban aumento en su monto, resultaban
insuficientes.
Ahora bien, las virtuales inversiones extranjeras fueron cautas, ya que la liberalidad
irreflexiva de los tiempos del general Díaz había desaparecido: no se les daban todas las
facilidades, hasta llegar a la exención de impuestos y a que pudieran aprovechar sin restricciones
la mano de obra. Esto las detuvo. En cuanto a los capitales que fueron invertidos durante el
Porfiriato, crecieron en cantidad, ampliaron las explotaciones y comenzaron a cumplir los
deberes que les imponía el artículo 123 constitucional que, como se sabe, norma las relaciones de
patronos y obreros. El presidente Obregón era de la idea que el poder civil tenía que servir de
equilibrador entre esos dos factores de la producción. Fue una manera de enfocar el problema,
puesto que para entonces la reglamentación del artículo 123 de la Carta Política, que después
constituyó la Ley del Trabajo, no había sido expedida. Los pormenores de aquellas relaciones, el
funcionamiento de los tribunales laborales, y los procedimientos a seguir ante esos tribunales
estaban por reglamentarse, de tal modo que la mesura y la sensatez debían inspirar los actos de
gobierno.
La huelga obrera dejó de ser delito, castigada incluso con la pena de muerte, para adquirir
realmente su condición de derecho, de derecho otorgado por la Constitución de 1917. Sólo que el
poder civil equilibrador llevó al cabo la política de prevenir, de mediar y arreglar los conflictos, a
fin de evitar los colapsos a una economía en proceso de recuperación; al mismo tiempo que dar
protección al obrero. Esto último fue tomando cuerpo más definido según iba transcurriendo el
periodo presidencial de Obregón.
Por esa protección se pudieron sortear las proyecciones que sobre México abatieron los
reajustes que trajo consigo la primera posguerra de este siglo. El impacto fue de menores
consecuencias para el obrero mexicano. La protección tuvo, asimismo, los siguientes resultados:
la implantación del descanso dominical y la jornada máxima de las ocho horas de trabajo; que se
pagaran indemnizaciones por muerte o invalidez de trabajadores; que se cubrieran auxilios por
causa de enfermedad de los proletarios; que indemnizaran los patronos por accidentes de trabajo.
El alza de los salarios tuvo que plantearse por medio de huelgas; y si nos es permitido ilustrar
con un ejemplo la solución que al respecto se implantó, entonces tomaremos el caso de 1924, en
el que registráronse 53 huelgas, que afectaron a 21 230 obreros; “las jornadas perdidas por los
trabajadores en esos movimientos llegaron a 141 626, con una pérdida aproximada para ellos de
$390,563.37 pesos, y de $1,287,579.85 pesos, para los patronos”. La mayor parte de esos casos
fueron motivados, como queda apuntado, por la cuestión de salarios; “18 se resolvieron
favorablemente a los obreros, 26 terminaron por transacción y nueve fueron perdidos por los
huelguistas”. En este orden de ideas y para los efectos de resolver con conocimiento debido los
conflictos por cuestión de salarios, se pidieron a 550 municipios de distintas partes del país datos
acerca del costo medio de la vida.
Las Juntas de Conciliación y Arbitraje principiaron a condenar a los patronos por falta de
cumplimiento de los contratos de trabajo; por separación injustificada; y por retención indebida
de los salarios. Como quiera que las dificultades que surgían constantemente entre el trabajo y el
capital daban motivo a aplicar diferentes criterios para resolverlos, se ideó, entonces, federalizar
la cuestión laboral, formulando en un cuerpo de leyes todo lo concerniente a trabajo y previsión
social. Hasta años después se pudo alcanzar este objetivo.
Por lo pronto la política laboral habíase extendido, en lo que respecta a los obreros, según el
censo que se levantó al efecto, a 264 458 trabajadores y 21 010 empleados, “correspondiendo de
los primeros, 34 344 a las industrias de alimentación; 75 829 a las de extracción de minerales;
56 654 a las de transportes; y 51 443 a las de vestido”. Ésas eran las principales industrias. Los
trabajadores de esos centros de producción habían quedado organizados en las grandes centrales
obreras. Pues es lo cierto que durante el régimen del general Obregón se hizo sentir el auge del
sindicalismo mexicano. Congregados los obreros en sindicatos, aumentaron la resistencia frente
a los patronos. Unidos los sindicatos en federaciones, pudieron revelar su potencia en varias
entidades y regiones de la República. Reunidas las federaciones en confederaciones, la influencia
obrera se extendió a lo nacional; influencia de carácter social por lo clasista que era, y de tipo
político porque los trabajadores que formaban confederaciones, federaciones y sindicatos podían
ejercitar los derechos de ciudadanos.
Las siglas CGT y CROM en la época fueron familiares, puesto que distinguían a las centrales
del proletariado; a su vez, el gobierno entendía que su vigor moral y material aumentaba en la
medida en que los obreros iban recibiendo la protección a sus derechos y el estímulo para el libre
funcionamiento de las organizaciones sindicales. Esto es, los obreros fueron una de las columnas
del gobierno del general Obregón; y lo seguirían siendo de los regímenes que subsiguientemente
iban a surgir de la Revolución.
En 1924 el presidente Obregón cumplió su mandato presidencial. Volvió a cultivar el campo
en Náinari del Estado de Sonora. Más tarde, de nueva cuenta, se lanzó como candidato a la
presidencia, al aproximarse los comicios en donde se elegiría al sucesor del general Calles.
Durante su segunda gira electoral el Caudillo de Sonora lanzó la idea de crear el seguro del
obrero que, posteriormente, cuando fue instaurado por el presidente Ávila Camacho, se le
designó con el título de Seguro Social. Álvaro Obregón, por su parte y en aquel entonces,
concibió el seguro obrero en el sentido de que los patronos deberían pagar por adelantado todos
los tributos que correspondieran para las seguridades en materia de trabajo: seguridad por
jubilación, seguridad por accidentes, por muerte del trabajador, etc.; y previamente establecía el
pago de todos esos tributos para que “los trabajadores al reclamar sus derechos no [tuvieran] que
recurrir a un juicio, a un litigio contra su patrón”.
Fiel a la idea de que el poder civil era equilibrador entre los factores de la producción,
Obregón agregaba: “Es el Estado el que se encarga de proteger los intereses de los trabajadores y
hacerles efectivos, en una forma administrativa, todos los derechos que las mismas leyes
establecen en su favor”.
La semilla quedó sembrada para que el fruto surgiera más adelante. Pero la idea del Seguro
Obrero que preconizó el general Obregón en las postrimerías de su vida, coronaba una serie de
preocupaciones que el hombre y el estadista había tenido para el mejoramiento de los
trabajadores: como hombre de campo, cuando condonaba las deudas de sus peones; como militar
constitucionalista, cuando en los campos de Celaya decretó el salarlo mínimo; como general
victorioso, cuando estuvo interesado en que el elemento radical del Congreso Constituyente
introdujera en la Carta Política los artículos revolucionarios, entre ellos el 123; como presidente
de la República, con su definida política de protección obrerista; y como candidato presidencial,
en la ocasión que aspiró por segunda vez a dirigir los destinos de México, al proponer la creación
del Seguro Obrero. Todo ello para cumplir con los propósitos de la Revolución mexicana de
mejorar ciertamente las condiciones materiales del proletariado, pero ante todo de dignificar al
hombre en su trabajo, que es la más noble de las manifestaciones que se puedan dar entre los
hombres.
Se ha dicho con certera apreciación que el problema agrario ha sido el fundamental del México
independiente. Perturbada la tenencia de la tierra desde la penetración del hombre hispano en
estas regiones, y aprovechada la conquista como título para invadir pueblos de indios, ejidos y
extensos territorios, una nueva organización económica apareció bajo el régimen colonial.
Con el curso de los años se fue creando la gran propiedad. Era del gusto español fijar los
linderos de las propiedades hasta “donde alcanzaba la vista”. Era práctica de los tiempos recibir
mercedes o encomiendas con la expresa disposición de ser otorgadas “sin perjuicio de tercero”,
aunque en la realidad fueran muchos los terceros perjudicados, especialmente los indígenas. En
número abrumador los indios dejaron de ser poseedores de la tierra para convertirse en siervos,
en la mano de obra que se ocupaba en las minas, los ingenios, los obrajes y la agricultura, como
seres de explotación.
Esa gran propiedad trajo consigo la reducida suma de propietarios. La organización social
constituyó una pirámide, cuyo vértice superior lo formaban los españoles peninsulares, partícipes
de las mejores oportunidades, de las más altas posiciones de la Nueva España. En orden
descendente estaban las castas, esto es, los criollos, los mestizos, los indios, los negros, así como
las múltiples combinaciones que la exogamia había producido. Por eso la desigualdad social
caracterizó a la Colonia.
Ahora bien, la independencia preconizada por Hidalgo y Morelos luchó por la desaparición
de esas desigualdades y la redistribución de la propiedad, como medio para establecer una
convivencia más humana y más justa. Como quiera que el gobierno virreinal logró aplastar los
brotes de insurrección, el cambio anunciado hizo las veces de una tentativa, sin otra
trascendencia que ser expresión de la rebeldía por entonces vencida.
La independencia consumada por Agustín Iturbide fue coincidente en el aspecto político con
las ideas de los primeros insurgentes, esto es, en lograr la separación política de España; pero
esencialmente distinta en los campos económico y social. En efecto, según los términos del Plan
de Iguala, que sirvió de bandera para la consumación de la independencia, propugnó la
conservación y respeto de la propiedad conforme la había instituido el régimen colonial. Si es
verdad que habíase proclamado la unión entre europeos, americanos y africanos pertenecientes al
antiguo reino, lo cierto es que las desigualdades sociales quedaron en pie sin más cambio
aparente que el desplazamiento del español peninsular que fue sustituido en aquellos días por el
criollo vencedor. Grupos sociales como el clero, los militares y la burocracia consolidaron sus
posiciones y tuvieron el camino abierto para que, con posterioridad, se preservaran con los
respectivos fueros, y convirtieran al poder civil en botín que se alcanzaba por medio de los
cuartelazos, al mismo tiempo que se estrangulaba por el agio.
Fueron años sombríos, de quebranto de todos los valores. Desde el exterior se abatieron las
codicias y comenzaron las intervenciones extranjeras, reclamando daños sufridos por causa de
las guerras intestinas o exigiéndonos la cesión de territorio nacional, según fue la desmembración
de 1848. La lucha sostenida por conservadores y liberales implicaba la pugna entre el Antiguo
Régimen y el Nuevo Régimen, entre la conservación del estado de cosas a la manera colonial y
la transformación de los sistemas.
La Reforma mexicana del siglo XIX fue un capítulo de ese combate, librado por el débil
poder civil contra la poderosa Iglesia, poderosa económica y políticamente. Llegar a la teocracia
o conservarse en la República fue la controversia a resolver en aquel tiempo. Además en la
resolución estaba imbíbita la conservación de la Iglesia como universal propietaria o realizar la
pulverización de los bienes de manos muertas, para que entraran al comercio de la vida civil.
Esto último se logró mediante el triunfo del poder laico.
Pero no fue cosa fácil, pues la guerra de los tres años y más tarde la intervención francesa,
con la consecuencia del ensayo imperial de Maximiliano, fueron a modo del precio para alcanzar
la restauración republicana. Se triunfó a costa de sacrificios y sangre derramada, de riesgos
superiores a nuestras fuerzas, pero que fueron doblegados merced a la resistencia liberal.
A su vez, la tenacidad de los del Antiguo Régimen los hizo recurrir a un subterfugio. Como
quiera que las Leyes de Reforma prohibieron a la Iglesia adquirir bienes raíces, con el fin de
burlar la disposición se ideó el sistema de interpósita persona, que consistía en registrar a nombre
de un laico los inmuebles que en verdad pertenecían a la Iglesia. De este modo la Iglesia
reconstruyó en buena parte su patrimonio, en la inteligencia de que la generación que sucedió a
la de los reformadores liberales se prestó para la simulación que significaba usar de las
interpósitas personas.
Más todavía. Por virtud de que las Leyes de Reforma propendieron a establecer la propiedad
privada, se inició la destrucción de los ejidos y la desaparición de las tierras comunales. Las
tierras baldías y los deslindes que sobre esas tierras se practicaron constituyeron otro pretexto
para atropellar a los pueblos e invadir las pertenencias de los pequeños propietarios. Una vez más
surgió la gran propiedad y se redujo el número de los propietarios. Una vez más los humildes y
pequeños propietarios dejaron de serlo para transformarse en siervos, peones sujetos a fatigas
agotantes y encadenados a las haciendas por las tiendas de raya.
Esto, asimismo, dio lugar a que las tribus indígenas sufrieran la postergación que trajeron
consigo los despojos de que fueron víctimas: salvo como mano de obra, fueron eliminadas o
tenidas en menos dentro de la convivencia social; hubo cacerías organizadas contra los yaquis, al
efecto de exterminarlos y de desterrarlos de Sonora; la degeneración de otras tribus se acentuó,
pues el alcoholismo, las taras hereditarias y las enfermedades que producían las condiciones de
vida antihigiénicas o insalubres se extendieron hasta llegar a la degeneración de importantes
núcleos de población o a la posibilidad de que desaparecieran lenta e inhumanamente.
En verdad sólo importaba conservar a los indios en la medida que eran necesarios para el
trabajo agrícola o faenas de la más baja escala social. Bien visto, a pesar de su condición de
hombres, formaban parte los indios de los semovientes de cualquier gran hacienda que por miles
de hectáreas inventariaba en sus límites tierras, ganados y peones, todos sujetos a explotación.
De donde el problema agrario no se limitó a ser una cuestión de propiedad, sino además
problema del trato impío que se daba a muy numerosos sectores de población, con especialidad a
la población indígena.
Debe enfatizarse que el sistema de explotación de los peones no hizo que la explotación
agrícola mejorara. Los propietarios no eran agricultores, sino rentistas; ausentistas también.
Desde la ciudad de México y a las veces desde París, conformábanse con percibir las rentas que
produjeran sus haciendas. A éstas las visitaban para cambiar de clima. De éstas salían los
productos que les permitían vida regalada, viajes por el mundo y en ocasiones la compra de
algún título nobiliario y estar al corriente en el pago de la correspondiente anata. El hacendado
de ese tipo estaba dispuesto a defraudar al fisco mexicano, pero nunca a ponerse en mora ante la
Casa Real que habíalo hecho conde o marqués, ya que en esto fincaba su prosapia.
Así, pues, los trabajos agrícolas dependían de las bondades propias de la tierra; del sistema
de temporal y contadísimas veces del riego que hubiera canalizado la iniciativa del propietario.
Los métodos de siembras, cuidados y cosechas se conservaban primitivos; y, desde luego,
inadecuados para las enormes extensiones de tierra que se gustaban acrecentar. Los hombres que
intervenían en la producción agrícola eran, por una parte, intermediarios, esto es,
administradores, capataces, medieros; y por la otra, los peones; pero ninguno de ellos, a fuer de
no ser propietarios, se interesaba por mejorar los procedimientos de cultivo, la calidad de esos
cultivos, ya que se trabajaba de acuerdo con una inercia secular, defraudando al fisco, explotando
a los trabajadores, para que el monto de la renta, calculado y previsto por el propietario, no
sufriera mengua y menos aún que se agotara.
El ausentismo hizo más, pues derivó hacia la especulación. La entrega de los terrenos baldíos
y nacionales y los deslindes que llevaron al cabo compañías formadas ad hoc, que teóricamente
tuvieron el propósito de destinar a los hombres de campo mayores extensiones de tierra para
aumentar los cultivos, en la práctica fue el medio para adquirir tierras a los precios de
oportunidad con que se entregaban, y luego hipotecarlas o venderlas con ganancias muy
superiores a los precios de compra. Los dueños de los principales bufetes de la ciudad capital
fueron los beneficiarios de ese juego, en la inteligencia que los extranjeros lo aprovecharon ya
que eran los acreedores hipotecarios o los compradores de los que fueron latifundios. Hubo, claro
está, latifundios pertenecientes a ricos mexicanos que, tanto como los de propiedad de
extranjeros, significaban rémora a la agricultura, así como el triste resultado de un sistema de
despojos y de explotación humana, instituido para provecho de rentistas y especuladores.
Contra ese estado de cosas siempre hubo protestas y expresiones de descontento. Desde los
comienzos del siglo XIX hasta la oposición que surgiera contra el Porfiriato, escritores políticos,
rebeldes proscritos, formaron legión que condenaba el acaparamiento de la propiedad agraria y el
trato que se daba a los trabajadores del campo. Sin embargo, la disconformidad tomó sentido
muy apremiante durante el primer decenio de nuestra centuria, porque coincidió con el auge del
Porfiriato, que había consolidado privilegios cuya existencia se remontaba desde la época
colonial y había creado los que convenían a la situación que le era peculiar. De entre las varias
tentativas que hubo para combatir el acaparamiento de la tierra resaltan los planes políticos, que
fueron expidiéndose según la oposición se transformó de pacífica en violenta. El programa del
Partido Liberal de 1906 sostuvo que los dueños de las tierras estaban obligados a hacerlas
productivas en la extensión que las poseyeran, en la inteligencia de que las superficies que se
dejaran improductivas las recobraría el Estado para darlas a quienes las solicitaran para
trabajarlas, así como a los mexicanos que, residentes en el extranjero, pidieran su repatriación.
Abogó además por la protección a la raza indígena y porque se restituyeran a los yaquis, mayas y
otras tribus los terrenos de que habían sido despojados.
Por su parte el Plan de San Luis Potosí de 1910, ante los abusos cometidos al amparo de la
ley de baldíos, ofreció restituir a los antiguos poseedores los terrenos de que se les había
despojado y sujetar a revisión los acuerdos de la Secretaría de Fomento para los mismos efectos
restitutorios. El Plan de Ayala de 1911, el que por antonomasia es considerado como bandera del
agrarismo, sostuvo igualmente la restitución de las tierras despojadas junto con la dotación “en
virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos no son más dueños que
del terreno que pisan”.
Debemos considerar que en esos términos estaba planteado el debate entre el Antiguo y
Nuevo Régimen por lo que se relaciona a la cuestión agraria y que si la violencia había entregado
el poder al Nuevo Régimen, la resistencia de los intereses creados pronto se hizo sentir. El
distanciamiento de Madero y los Vázquez Gómez más favoreció al Antiguo Régimen que a la
solución revolucionaria del problema agrario. Emiliano Zapata se alzó contra Madero a pocos
días de que éste ascendiera a la Presidencia de la República exigiendo el cumplimiento de lo
ofrecido en el Plan de San Luis Potosí con impaciencia injustificable que, al realizar otra división
revolucionaria, también favoreció a los puntos de vista del Antiguo Régimen.
El presidente Madero, por conducto de un enviado personal, propuso a la Legislatura de
Chihuahua que el gobierno comprara grandes extensiones de tierra, para el efecto de que en esa
entidad se diera comienzo a las dotaciones agrarias. La Legislatura mostró su aquiescencia, de tal
modo que todo hacía pensar que los trámites parlamentarios del estudio y dictamen favorable a la
proposición, la consideración y resolución aprobatoria de la Cámara serían mera fórmula. Pero la
realidad fue que, cuando la Legislatura local iba a discutir el problema, se levantó en armas
Pascual Orozco y arrastró en su aventura a la misma Legislatura, evitando de ese modo la
proyectada entrega de las tierras, conforme lo propusiera el señor Madero. Una vez más el
Antiguo Régimen sacaba partido de las desavenencias revolucionarias.
La Cámara federal, llamada renovadora por la filiación maderista de su mayoría, en 1912, se
avocó el conocimiento de las cuestiones revolucionarias. Conoció, discutió y votó en favor del
aumento de salarios a los obreros textiles. Promovió en su seno una iniciativa de ley, por la que
se reconstruirían los ejidos de los pueblos en la extensión de la República. La iniciativa de que se
trata presentose con un número considerable de firmas de los diputados, lo que de antemano
garantizaba su éxito. Pero de nueva cuenta los trámites parlamentarios que se tenían que cumplir
se vieron interrumpidos, esta vez, por el atentado a las instituciones que promovieron Bernardo
Reyes, Félix Díaz y Manuel Mondragón y que días después secundó Victoriano Huerta, para
consumar los dramáticos sucesos que en nuestra historia son conocidos como los que forman la
Decena Trágica.
Resultaba evidente la oposición y resistencia del Antiguo Régimen a la transformación que
promovían los revolucionarios. A varios recursos habían recurrido los intereses creados para
detener o desvirtuar la redistribución de la tierra; no habíanse detenido ante ningún escrúpulo,
pues el asesinato, la rebelión, las intrigas, habían servido para combatir a la Revolución y para
restaurar una caricatura del Porfiriato, mediante la usurpación de Victoriano Huerta. Se hablaba
mucho de agrarismo; de agrarismo se exigía todavía más. Pero el reparto agrario era detenido de
distintos modos.
Ahora bien, la violencia era el medio puesto en práctica para resolver las antinomias de las
personas y los sistemas, de tal manera que a la violencia parecía destinársele que dijera la última
palabra. De donde en medio de la lucha intestina los generales con mando de fuerzas, y el Primer
Jefe del Ejército Constitucionalista, expidieron la serie de decretos sobre cuestiones de salarlos,
de deudas de los peones, estableciendo el patrimonio familiar; o bien instaurando las comisiones
agrarias que tendrían a su cargo la solución del problema. La fuerza apoyaba a esos decretos; y
los decretos eran reveladores de que las promesas de transformación hechas al pueblo se tenía la
voluntad de cumplirlas.
En el orden de las ideas agrarias la disposición relevante fue la Ley de 6 de enero de 1915
que estableció la reconstrucción de los ejidos, dio pauta para los procedimientos y otorgó
facultades a los jefes militares con el fin de que dotaran o restituyeran de tierras a los pueblos.
No fue suficiente el recurso. Por eso en la Asamblea Constituyente de Querétaro en 1916 los
diputados radicales propugnaron dar carácter constitucional a la Ley de 6 de enero, e introducir
en la Carta Política, también con carácter constitucional, las normas que fueran menester para
organizar el reparto agrario. Así nació el artículo 27 de la Constitución General.
Y el acierto de esta disposición se logró, ya que recogió en sus términos las distintas
corrientes que prevalecían entonces. Por esta causa quedaron comprendidas: las restituciones y
las dotaciones de los ejidos; la revisión de los acuerdos de la Secretaría de Fomento del
Porfiriato; la destrucción de los latifundios y la creación de la pequeña propiedad.
Y así, ejidos y pequeña propiedad, fueron los pilares de la redistribución agraria y los
basamentos para transformar una propiedad que, como la del Antiguo Régimen, era monopolista
y de grandes e improductivas extensiones.
Pero la resistencia de los intereses creados no había cedido. Lo que significaba el artículo 27
constitucional fue combatido por medio del juicio de amparo; por la conservación de grupos
rebeldes en los campos; procurando que en el extranjero se llegara a la convicción de que la
propiedad privada y la vida no estaban garantizadas en México. Todo lo que podía dilatar la
solución se ponía en práctica. Hasta el mismo gobierno del presidente Carranza procedía con
cautela, en la medida que procuraba que los repartimientos agrarios fueran hechos con la
correspondiente indemnización a los afectados. Se sostenía en aquellos días que la limitada
capacidad del tesoro federal retardaría o imposibilitaría esos repartimientos; de ahí que se
quisiera dejar a cargo de los campesinos beneficiados el peso de las expropiaciones. En cuanto a
los terratenientes, ofrecióseles pagar en bonos y de este modo fue creada la Deuda Agraria,
pagadera en 20 años, con intereses de 5% anual y hasta por la suma de 50 millones.
Al año de 1920 la perspectiva agraria significaba desaliento para los campesinos. Las
promesas no se cumplían. La aplicación del 27 constitucional parecía estar quebrantada.
Asimismo parecía que los intereses del Antiguo Régimen serían respetados y conservados, entre
otras razones, por la incapacidad pecuniaria para resarcir a los terratenientes afectados. Una vez
más se abatía el riesgo de desvirtuar a la Revolución.
En su calidad de candidato presidencial, el general Obregón distinguió las tres fases del
problema: a) la cuestión agrícola; b) el aspecto agrario de la propiedad; y c) el crédito que
debería proporcionarse a los hombres del campo de modestos recursos. La conjugación de esos
factores iba a procurar la resolución de una materia tan vital para la organización de México,
como era la de redistribución de la propiedad en los campos. Por lo demás, en su calidad de
presidente de la República el Caudillo de Sonora puso empeño en que la reforma revolucionaria
se llevara al cabo.
El 18 de noviembre de 1919 en una conferencia dictada en la Cámara Agrícola Nacional
Jalisciense, el entonces candidato a la primera magistratura sostuvo que el desarrollo y
florecimiento de la agricultura era la base para la reconstrucción nacional. Consideraba a la
agricultura como la mejor fuente de riqueza para el sostenimiento de un gobierno, por lo cual
merecía la atención de todo gobernante.
Obregón tenía conciencia de la situación agrícola; sabía los defectos o errores que concurrían
a la agricultura. Entre ellos el absentismo de los terratenientes que había retenido el fomento de
los cultivos. Hombre práctico por ser hombre de campo, Obregón adujo en aquella ocasión la
experiencia que en Sonora y Sinaloa se lograra con el garbanzo y el tomate. Pedía entonces que
la preocupación de mejorar los cultivos se hiciera extensiva a la República. A este efecto sugirió
la multiplicación de estaciones experimentales, que promovieran nuevos cultivos, pues la
práctica había demostrado que el maíz, el frijol y el trigo eran “una aventura para los
agricultores”. Dijo además que conocer los mercados interiores y sus necesidades y dedicar
terrenos a fin de que produjeran mercancías de exportación, era otra sugestión para mejorar la
agricultura y que se abandonaran antiguos métodos de cultivo, tal el uso del arado de palo para
cambiarlos por el aprovechamiento de la maquinaria agrícola. Hasta aquí las ideas que el
candidato sonorense sustentaba acerca del problema agrícola.
En su calidad de presidente de la República ordenó que funcionaran estaciones
experimentales en México, León, Guadalajara, Villahermosa, Torreón y Arriaga que, a su vez,
eran agencias refaccionarias que proporcionaban a las comunidades implementos agrícolas. Esto
es, puso en práctica aquellas ideas, y si no adquirieron auge mayor debe imputarse a las
perturbaciones que traía consigo la política agitada por ambiciosos designios. Mas en lo personal
siguió poniendo el ejemplo cuando cumplió su mandato presidencial y se retiró a Náinari,
Sonora; ahí se constituyó el Caudillo en el fundador e impulsor del gran centro de trabajo
agrícola que es ahora Ciudad Obregón.
En cuanto a la fase política principal del problema, esto es, la redistribución de la tierra, para
Obregón estaba vinculada con la reconstrucción física de millares de indígenas, con la educación
del pueblo y con la entrega de la tierra a fin de que, por su cultivo, pudiera satisfacer el hombre
de campo sus necesidades y las necesidades de su familia. O dicho de otro modo, la
concentración agraria realizada por el Antiguo Régimen tenía que desaparecer, entregando a los
campesinos las tierras que pudieran cultivar con los propósitos de abolir la esclavitud económica
a que estaban sujetos millares de hombres, así como asegurar la vida de los pueblos; y junto con
lo anterior, educar a la aplastante masa de población, analfabeta e impreparada en la lucha por la
existencia. De ahí que la posesión y el cultivo de una superficie de terreno la definiera el
Caudillo como un derecho natural, inalienable e imprescriptible para todo hombre y para su
familia, pues trabajándola entendía que podían subsistir el campesino y los suyos.
Con decisión inquebrantable se intensificaron las afectaciones agrarias durante el gobierno
del general Obregón. El artículo 27 de la Carta Política tuvo, a partir de entonces, extendida
aplicación. Por eso, relacionada con esa norma constitucional, activamente expidiéronse varias
disposiciones agrarias. Sobre la marcha se perfeccionaban las leyes. Tal, por ejemplo, la Ley de
Ejidos de 28 de diciembre de 1920, que amplió algunos puntos de la Ley de 6 de enero de 1915,
pero quitó a los jefes militares la jurisdicción que tenían para distribuir tierras. La Ley de 22 de
noviembre de 1921, que creó una institución que fue prestando inapreciables servicios: en efecto,
instauró la Procuraduría de Pueblos, que asesoraba a los campesinos en las tramitaciones de sus
solicitudes. El Reglamento Agrario de 17 de abril de 1922, que fijó las bases para la dotación y la
restitución de los ejidos, así como los procedimientos a seguir ante las autoridades. El decreto
sobre tierras nacionales de 9 de agosto de 1923, que autorizó a todo mexicano, mayor de 18 años,
que careciera de tierra, a ocupar terrenos baldíos y nacionales, acotándolos en las extensiones
que el propio decreto señalaba según las calidades de los mismos terrenos. Lo anterior sin contar
las numerosas circulares que se giraron, como la número 53, que recordó a los pueblos los
derechos que les otorgaba el artículo 27 de la Constitución, verdadera excitativa para que se
promovieran restituciones o dotaciones ejidales, pues al gobierno del presidente Obregón
interesó vivamente entregar tierras a los campesinos.
Conforme pasaba el tiempo el número de las solicitudes aumentaba rápidamente, ya que los
pueblos tomaron confianza en ser oídos, especialmente en las regiones cuyos habitantes habíanse
conservado levantados en armas, y que al recibir las tierras entraban en paz.
Para 1921 se concedieron en la República restituciones a 229 pueblos con superficie de
142 182 hectáreas, en tanto que por dotaciones entregáronse 435 757 hectáreas; restituciones y
dotaciones que beneficiaron a 249 000 habitantes. En 1922 se dictaron 92 resoluciones
definitivas. En cambio en 1923 las resoluciones abarcaron 112 000 hectáreas que beneficiaron a
154 000 habitantes. Un año después aumentaron a 233 los pueblos que recibieron, entonces,
311 938 hectáreas en posesión definitiva y 751 125 hectáreas en posesión provisional. Además,
por virtud de una adición al Reglamento Agrario, a los pueblos, rancherías y comunidades se les
reconocieron derechos preferentes al uso y aprovechamiento de las aguas de jurisdicción federal,
para que las contaran para sus poblaciones y cultivos.
La cooperación agrícola también fue organizada, pese a la pobreza del erario nacional y
precisamente en los momentos en los que las afectaciones agrarias congelaban el crédito que
podía proporcionar la iniciativa privada. Poco o nada podía esperarse de esa iniciativa; de ahí que
el gobierno tomara a su cargo proporcionar elementos necesarios para el cultivo de las tierras,
refaccionando a las comunidades en forma de maquinaria e implementos agrícolas, así como
organizando sociedades cooperativas ejidales, que hacían posible una mejor capacidad
económica a los cooperativistas. Otros regímenes revolucionarios iban a perfeccionar el sistema,
mas de inmediato se implantaba el modo de hacer fructífera la entrega de la tierra, dando al
mismo tiempo los elementos pecuniarios para que los trabajadores del campo pudieran iniciar
sus tareas.
Se han necesitado muchos años para que la redistribución de la tierra beneficiara a las
mayorías campesinas. Pero por lo que se refiere al gobierno del Caudillo de Sonora es necesario
enfatizar que inició de lleno, sin subterfugios o dilaciones, la entrega de la tierra a los hombres
del campo. Y que ese comienzo tuvo lugar cuando la resistencia de los intereses del Antiguo
Régimen era formidable y la modestia de los elementos pecuniarios del Tesoro Nacional
aparecía como valladar infranqueable.
Si las promesas de los planes políticos habíanse vaciado en el artículo 27 constitucional y si
esta norma corrió el riesgo de quedar como letra muerta, el Caudillo de Sonora procuró que el 27
constitucional fuera disposición viva, de efectiva vigencia, para que de ese modo quedaran
cumplidos los ofrecimientos de los planes políticos y justificado el derramamiento de sangre
durante la etapa de la violencia.
La fase constructiva de la Revolución tomaba sentido revolucionario con la redistribución de
la tierra, tanto para reconstruir a los ejidos como para formar a la pequeña propiedad. Por lo
demás, no se detendría ya esa redistribución. Y desde luego el gobierno del general Obregón
recibiría, como recibió, el apoyo de los campesinos mexicanos, apoyo que constituyó una de las
principales razones para que el Caudillo de Sonora pudiera vencer a los que se rebelaron contra
su gobierno. En verdad, a partir de esa administración las instituciones representadas por los
gobiernos revolucionarios se consolidaron frente a asonadas y cuartelazos, en buena parte por el
apoyo que recibieron de los campesinos. Desde aquellos tiempos la paz social en México se fue
robusteciendo por virtud de los repartos agrarios. Según íbanse multiplicando las afectaciones
agrarias, la Revolución fue dejando de ser una de las facciones en lucha contra el Antiguo
Régimen, para convertirse en expresión nacional. Y es que la política agraria hizo posible que la
nación y la Revolución se identificaran plenamente; por lo que hay que reconocer que el
promotor de esa extraordinaria simbiosis fue el general de la República, el presidente Álvaro
Obregón.
Con este documento el general Álvaro Obregón inició en el año de 1919 su campaña electoral
para la Presidencia de la República.
Hasta este retiro en donde quise hacer de una vida una consagración a la actividad del trabajo
y a la tranquilidad del hogar, ha hecho sentirse en los últimos meses algo así como la resaca que
llega a las playas cuando los mares se agitan en su centro; y esto que al principio parecía ligero y
sin importancia, ha venido en aumento hasta determinar en las últimas semanas una seria
preocupación de parte mía.
Al principio fueron unas cuantas cartas, principalmente de amigos míos, las que venían
insinuándome que abandonara mi retraimiento y me preparara para entrar en la contienda política
que se aproxima; y en los días en que esto escribo, son ya innumerables las insinuaciones que me
llegan de amigos, de personas desconocidas, de agrupaciones obreras, de representantes de
grupos políticos, etc., etc., y, por fin, algunos partidos políticos, ya organizados en diferentes
lugares del país, HAN LANZADO MI CANDIDATURA para la Presidencia de la República en
el próximo periodo constitucional.
Las comunicaciones que a este respecto recibo, varían mucho de estilo: unas vienen en tono
de súplica, otras en tono imperativo, algunas señalándome responsabilidades históricas si declaro
mi abstención en la contienda, etc., y la representación con que dicen dirigirse a mí es más
variada aún: me hablan en nombre de la patria, de la democracia, del grupo a que los dirigentes
pertenecen, en nombre de la Revolución, etcétera.
Yo solamente puedo interpretar en las comunicaciones de que me ocupo el sentir de personas
de cada uno de los que las suscriben, o manifestaciones aisladas de grupos locales.
El camino del deber. Tengo, pues, que dejar a mi criterio la tarea de resolver cuál es el camino
que el deber me señala, ya que no es posible permanecer indiferente ante la situación que se
avecina; y, asesorado por él, buscaré el origen de esta agitación, cuáles son los peligros que
augura, y por fin, como antes dije, el lugar que me corresponda, para ir a él sin vacilaciones, con
la misma sumisión con que fui a los desiertos de Chihuahua, cuando el deber me señaló allá mi
sitio, a raíz de la infidencia de Pascual Orozco; como marché contra Victoriano Huerta, a raíz de
los memorables acontecimientos de la Decena Trágica; como marché a Celaya cuando Francisco
Villa, olvidando los compromisos contraídos con la Revolución, se declaró infidente y
desconoció al Jefe Supremo de ella, y por fin, como marché a mi casa para volver a la vida de
trabajo, cuando, restablecido el orden constitucional de una legislación avanzada, quedaban
constituidos los principios fundamentales inscritos en la bandera de la Revolución.
Los peligros en esta vez se presentarán, sin duda, en distinta forma, pero hay que aceptarlos y
hay que investigar su origen y señalarlos, sin prejuicios ni preocupaciones, ya que para esto me
encuentro favorecido por la más absoluta independencia, sin ligas ni compromisos de ninguna
clase.
Para hacer esta investigación, en la que llevaré como única mira los sagrados intereses de la
nación, no tomaré en cuenta los hombres ni los nombres, y me concretaré a los hechos.
Dos años hace apenas que el orden constitucional fue devuelto a la nación, restaurándonos
ese acto todos los derechos que nos habían sido arrebatados por la usurpación, y quise ser uno de
los primeros en disfrutar de ellos; ya que significan el triunfo más legítimo conquistado con el
sacrificio de todos nuestros compañeros muertos en la lucha, y renuncié de la manera más
espontánea a los arreos de soldado a que tuve que sujetarme por varios años por un mandato del
deber, cuando éste nos exigió recobrar con las armas en la mano lo que con las armas en la mano
nos había sido arrebatado en aquellas memorables jornadas de la Decena Trágica, cuando se
creía que habían desaparecido para siempre los benditos fueros que supieron comprar con su
sangre nuestros ilustres antepasados para legárnoslos como herencia de civismo.
Dos años apenas que vivo dentro del más legítimo bienestar, y ya tengo que abrir un
paréntesis de zozobras, responsabilidades y peligros, para no romper los vínculos que al deber
me unen.
Para fijar el lugar que me corresponde necesito hacer una investigación minuciosa de las
causas que originan el malestar que se está dejando sentir y las zozobras que despierta la próxima
campaña electoral en que el pueblo debe designar al sucesor del actual presidente de la
República.
Dos son los puntos capitales que hay que conocer y son:
I. Cuál es la situación política del país.
II. Cuáles son las causas que originan el malestar que se deja sentir cada día más y el que toca
los linderos de la angustia.
¿Cuántos partidos políticos hay actualmente en el país y cuáles son sus tendencias?
Partidos políticos hay sólo uno en actividad y sus tendencias son avanzadas, pero está
dividido en infinidad de grupos, que varían entre sí solamente en detalles, que más bien pueden
considerarse como variantes que obedecen al carácter de sus organizadores.
¿Por qué fracasa el Partido Liberal en las contiendas políticas que siguen a sus victorias
armadas, a pesar de que este partido significa una gran mayoría en el país?
Porque al iniciarse la lucha política se hace ésta siempre dentro del mismo partido, y se
desintegra, produciéndose divisiones que revisten dos aspectos: generales y locales; debiéndose
considerar como las primeras, las que se producen en todo el país y cuyo número lo determina
siempre el número de caudillos que al concluir la lucha armada son señalados como
presidenciables; en tanto que las segundas se producen con idéntico aspecto dentro de cada
Estado.
Por el desprestigio que algunos de sus caudillos, muy especialmente dentro de los de alto
relieve, conquistan para su partido al apartarse del camino que señalan los principios, para seguir
los que conducen a la opulencia y al poder, aprovechándose del prestigio conquistado con el
esfuerzo colectivo para improvisar fortunas y cometer desmanes: actos que, para bien de nuestra
patria, son condenados por la opinión pública.
Porque los caudillos que dejé señalados en el párrafo anterior, huérfanos ya de prestigio y
distanciados de la gran mayoría de sus compañeros que les dieran nombre ilustre con su
esfuerzo, olvidados de los compromisos contraídos con la gran familia anónima de combatientes,
se convierten en vehículos de la reacción, y permiten que sobre su desprestigio cabalgue
cómodamente el Partido Conservador hasta invadir todos los poderes de la nación.
¿Cuál sería la situación del Partido Liberal si el Conservador, presidido por el grupo de
caudillos señalados en el párrafo anterior, llevara al poder supremo de la nación a uno de
éstos? Insostenible.
Porque el Partido Liberal, desintegrado como está, se vería abandonado de un gran número
de los que hoy se hacen llamar sus directores, que están ya distanciados de él y que tendrían
necesariamente que incorporarse al poder para salvaguardar sus intereses, dejando en pie para los
grupos dispersos del partido y para los jefes militares que no han violado los fueros del honor y
que han resistido las tentaciones del oro de fácil adquisición, la más amarga de las disyuntivas:
sumarse en las listas de los escépticos, retirándose a sus casas, donde una muerte misteriosa
podría sorprenderlos, o empuñar de nuevo el fusil y encender una vez más la guerra civil, que
sería, sin duda, la más sangrienta porque revestiría un aspecto vengador, poniendo en peligro
millares de vidas, inmensos intereses y quizá la nacionalidad misma.
¿Cuáles son las causas de las incertidumbres y zozobras que invaden actualmente al país?
Hay un fundado temor de que los intereses materiales acumulados durante la Revolución por
los jefes poco escrupulosos signifiquen una barrera infranqueable para la implantación de los
principios avanzados proclamados durante la lucha, y muy especialmente el que ha servido de
base fundamental y que consiste en la efectividad del sufragio.
Hay, además, en la gran mayoría, el legítimo deseo de verse libre de toda tutela oficial a la
hora del sufragio, tutela que ha significado en nuestro país, según lo demuestra amarga
experiencia histórica, la guillotina de todas las libertades públicas. A este deseo tan legítimo se le
está dando ya torcida interpretación y hay periódicos ya encargados de decir que es la obra de la
reacción, que pretende arrebatar el poder a los caudillos.
Después de hacer las observaciones anteriores, el criterio se orienta llegando a las siguientes
conclusiones:
I. Hay gran ansiedad en todo el país porque se teme fundadamente que la libertad del
sufragio, principio que ha servido de eje cardinal al movimiento armado, se vea
entorpecido por la barrera que le presentarán los intereses materiales acumulados durante
el periodo revolucionario por muchos de sus principales caudillos y directores.
II. Hay el temor bien fundado de que un fracaso político del Partido Liberal dé al
Conservador la oportunidad de destruir las incipientes reformas, de las cuales se cuenta
una mayoría que no se ha llevado a la práctica y que signifique el ansiado fruto del
movimiento revolucionario, desde su iniciación por el apóstol Francisco I. Madero, a su
continuación por el ciudadano Venustiano Carranza. Un triunfo del Partido Conservador
pondría en peligro a todos los miembros del ejército que no han empañado sus espadas con
el vaho de la ambición, ni declinado sus laureles al peso del oro que envilece.
III. Hay gran ansiedad también porque se considera la paz en peligro si el pueblo ve defraudar
sus anhelos supremos, que han sido durante la lucha su único lenitivo para atenuar sus
dolores y sus miserias.
IV. El Partido Liberal, a cuya custodia ha estado siempre la dignidad nacional, por haber sido
el único que la ha defendido noblemente con su sangre cuando se ha visto amagada por
ejércitos extranjeros atraídos por el despecho del Partido Conservador, está en peligro
porque unos cuantos de sus llamados directores han desvirtuado sus principios y desertado
de sus filas.
V. El único obstáculo para la implantación de los principios avanzados que proclamó y
defendió con tanto sacrificio el Partido Liberal durante la pasada lucha, lo constituyen los
intereses materiales creados en la Revolución.
VI. Están en peligro nuestros fueros de ciudadanos.
VII. Está en peligro la personalidad histórica del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, si
su obra, a pesar de las indiscutibles energías y atingencia con que venció los mayores
escollos para llevarla a cabo, resulta infecunda y viene a ofrecer solamente, como amargo
fruto, el resultado funesto de todas nuestras revoluciones anteriores: No permitir al país
librarse de sus libertadores.
Medios de conjurar el peligro y poner al Partido Liberal en condiciones de obtener una
definitiva victoria política:
I. Dar al Partido Conservador una franca oportunidad para que figure en la contienda, dentro
del amplio margen que dan nuestras leyes liberales para toda la lucha política, sin que
tenga que disfrazarse con la máscara de la Revolución, presentando su programa de
retroceso y de opresión, y no con un programa rentado por algún neoconservador.
II. Poner los medios de que cada miembro del Partido Liberal pueda actuar a su propia
iniciativa, sin tener que sujetarse a los compromisos contraídos por sus directores,
eliminando así a los que se han apartado del camino que marca el deber.
III. Iniciar una nueva organización para que todos los ciudadanos de la República puedan
emitir su voto sin necesidad de incorporarse a ninguno de los grupos que actualmente
actúan en el escenario político, muchos de los cuales se organizan con elementos oficiales
cuya independencia tiene que ser muy relativa.
Que den la voz de “presente” ante la opinión pública.
Al principio enuncié que no tomaría en cuenta hombres ni nombres para estudiar la actual
situación política del país, al hablar de los revolucionarios que han convertido en medro personal
el triunfo del Partido Liberal, porque quiero dejar a ellos la tarea de dar la voz de “presente”
cuando les pase lista la opinión pública después de leer este manifiesto.
Consciente de los peligros que he dejado señalados y que amagan de muerte nuestros fueros
de ciudadanos, que significan los principios más caros para todos los que sabemos estimar tan
honroso título, rompo los vínculos de la tranquilidad y el bienestar y abro un paréntesis de
zozobras, responsabilidades y peligros, para ofrecer a mis conciudadanos todas mis energías y
toda mi buena voluntad, si ellos creen que este contingente puede significar en estos momentos
un factor de unión para todos los buenos ciudadanos que sin relajamientos políticos ni
relajamientos morales, quieren unificar su esfuerzo en defensa de los intereses nacionales
¿Por qué no he dejado la dirección de la contienda en alguno de los grupos políticos militantes
que me han ofrecido su apoyo?
I. Por tener la seguridad de que los grupos a que me refiero no deben ser considerados como
partidos políticos, sino como fracciones del Partido Liberal, y dejar la dirección en manos
de esos grupos sería provocar divisiones dentro del mismo partido.
II. Por tener la seguridad de que un triunfo electoral de cualquiera de los grupos de referencia,
no daría a su candidato la fuerza moral necesaria para enfrentarse con los problemas por
resolver y para conjurar los peligros que he dejado señalados; fuerza que solamente puede
dar una franca manifestación de la voluntad nacional.
III. Por estar convencido de que la interpretación más fiel que la Revolución hizo del anhelo
supremo del pueblo, radica en la promesa de reconquistar con las armas en la mano los
derechos violados por la usurpación, para devolverlos a todos y a cada uno de los
ciudadanos, y éstos pudieran desde luego, en la forma más amplia, entrar en el pleno
ejercicio de ellos; y esa reconquista que, como antes dije, debe ser considerada como
fundamental, se vería entorpecida si se robustecieran las tendencias de algunos de los
grupos políticos militantes, de pretender el derecho de dirigir los trabajos políticos entre
los que tomaron participación en la contienda armada, únicamente.
IV. Porque algunos de los grupos organizados ya, cuentan con un buen contingente de
elementos oficiales, y asesorarme de ellos sería convertir mi candidatura en planta de
invernadero, y planta de invernadero sería también la autoridad que del triunfo me
resultara en tales condiciones.
¿Por qué no he permitido que la oposición lance mi candidatura no obstante las repetidas
insinuaciones que de ella he recibido?
I. Porque no quiero incurrir en el cargo más serio que hago a los jefes que por ambición o
lucro se convierten en vehículos del Partido Conservador.
II. Por estar seguro de que, no obstante de que entre la oposición hay un buen número de
revolucionarios de buena cepa que han tenido que distanciarse de la administración por
haber señalado con energía algunos actos reprochables de los altos mandatarios,
predominan los elementos despechados e indiferentes; comparsa que estoy muy lejos de
querer presidir.
Un camino que rompe todas las fórmulas y los moldes políticos.
Voy entonces a seguir un camino que no tenga los inconvenientes que dejo señalados en los
dos que he desechado, rompiendo todas las fórmulas y moldes políticos usados hasta hoy; un
camino nuevo, que si es el más azaroso y el que más remoto presenta el triunfo, es, en cambio, el
único que no mengua mi moralidad política, y el que me colocará en condiciones de saber con
más claridad cuál es el sentir general con respecto a mi candidatura.
Prefiero una y mil veces fracasar antes de llegar al poder, que fracasar después de haber
llegado, ya que en el primer caso en nada se menguaría mi dignidad, y tengo la seguridad de que
en un futuro no lejano me justificaría; mientras que en el segundo mi fracaso sería definitivo y de
lamentables consecuencias para la nación.
Hago con este manifiesto un llamamiento a todos los ciudadanos que quieran cooperar conmigo
en la defensa y consolidación de los principios avanzados, proclamados por el Partido Liberal
durante el último movimiento armado, que fue dignamente presidido por el ciudadano
Venustiano Carranza.
Al ejército.
Un cordial llamamiento hago a todos los miembros del ejército, desde el más modesto
soldado hasta las más altas jerarquías, que no hayan cedido a los atractivos del oro ajeno y que
no hayan violado los fueros de la dignidad, para que unifiquen la acción que como ciudadanos
les conceden nuestras leyes, en la actual campaña política en favor del que anhela hacer del
ejército una institución respetuosa y respetada y hacer que los desmanes cometidos por algunos
de sus miembros no signifiquen una responsabilidad para la corporación, y sí la base para un
proceso para el que los cometa.
Soy y seré un leal amigo de los hombres que con su esfuerzo y con su sangre respondieran al
llamado de la patria, cuando Victoriano Huerta pretendió hundirla en la ignominia, ya que para
orgullo mío soy uno de esos hombres; pero soy y seré enemigo irreconciliable de aquellos que
pretendan que sus servicios les sean pagados con las mismas libertades que había usurpado
Huerta, y que juramos recobrar para devolvérselas al pueblo.
A las agrupaciones políticas y a los ciudadanos que me han ofrecido su apoyo en la próxima
campaña electoral.
Quiero decirles desde este manifiesto que acepto y agradezco su ofrecimiento, si después de
leer y conocer este manifiesto, ratifican su adhesión, y les suplico solamente procuren seguir las
instrucciones contenidas en párrafos anteriores.
A la prensa de la capital y de los estados que no tengan ligas con los afectados en este
manifiesto.
Les suplico de la manera más atenta que publiquen este manifiesto por algunos días,
consecutivamente.
Todos y cada uno de los ciudadanos de la República debemos darnos cuenta de que en la
presente lucha electoral se juzgarán los más caros intereses de la nación.
El triunfo del Partido Liberal significará el afianzamiento de los principios avanzados
proclamados por la Revolución y que tienen que regir al mundo, cuyas tendencias no podrán ser
contenidas con el dique que los intereses materiales pretendan oponerles.
Todos, pues, debemos actuar. No debemos contribuir con nuestra criminal indiferencia a un
desastre nacional. Todos debemos actuar, lo repito, consecuentemente con nuestros credos
políticos. Yo no exijo que todos aplaudan y se adhieran a este manifiesto, no señores, tengo un
espíritu ampliamente liberal para querer que todos piensen lo mismo. Lo que yo encarezco es que
entren en acción; los adversos a combatir con todas sus energías y todos sus recursos; los
simpatizadores a defenderlo y sostenerlo con todos sus recursos y todas sus energías también.
No debemos perder de vista que solamente una acción política decisiva resolverá el actual
problema nacional: sin ella quedará en pie y las consecuencias serán desastrosas, como nos lo
demuestra nuestro pasado lleno de amargas enseñanzas.
Es tiempo de actuar, el momento es solemne. El futuro de nuestra patria quedará resuelto en
la próxima contienda electoral. Quedará
nuestra naciente democracia definitivamente consolidada cerrando el prolongado y
bochornoso periodo de cuartelazos, traiciones y chanchullos, o quedará violada en la cuna o
sembrada en terrenos fecundizados por el abuso y la inmoralidad, la semilla de la Revolución.
Terminado el manifiesto anterior, paso a puntualizar la forma que debe seguirse para la
organización del Gran Partido Liberal, en cuyas filas he militado siempre y militaré hasta verlo
salvado.
Primero. Este manifiesto será enviado a toda la prensa de la capital y de los estados y deberá
ser reproducido en hojas sueltas por los grupos simpatizadores, en la forma más conveniente para
que sea conocido en todos los pueblos de la nación.
Segundo. En cada lugar en que vaya siendo conocido este manifiesto y que haya cinco
ciudadanos cuando menos que simpaticen con él, deberán ponerse de acuerdo, cuando menos
este número, y organizar y presidir un mitin político bajo el siguiente programa:
A. Lectura del manifiesto por alguno de los simpatizadores o por persona designada por ellos.
B. Hará uso de la palabra uno de los miembros del comité organizador.
C. Tribuna libre para que hablen, si lo desean, hasta tres ciudadanos.
D. Proceder a la votación entre los ciudadanos adheridos, para la designación de la mesa
directiva.
E. Protesta de la mesa directiva.
F. Declaración de la fundación del club.
Nombre. El nombre será Club Liberal (aquí el nombre) de (nombre del lugar).
Dependencia. En las capitales de los estados o territorios, se fundará el comité organizador
del Partido Liberal de los respectivos estados o territorios, y de éstos dependerán los clubes
locales que se funden fuera de las capitales.
Los comités de las capitales de los estados o territorios dependerán del comité central que se
fundará en la capital de la República.
Actas.
En las actas de fundación o constitutivas deben hacerse constar los nombres de los cinco
ciudadanos que iniciaron y presidieron el mitin, el personal que resulte electo para la mesa
directiva, nombre del club, nombres de los que hagan uso de la palabra, fecha, lugar, etcétera.
Hacienda.
Todos los comités o clubes deberán bastarse a sí mismos, teniendo siempre presente que no
debe recibirse un solo peso que signifique un compromiso. Todos los que quieran concurrir con
donativos para los gastos del partido, deben llevar como única recompensa la satisfacción de
servir a los intereses comunes.
De varios discursos y mensajes del general Obregón hemos subrayado las ideas que
reproducimos a continuación, por estimar que con ellas las nuevas generaciones podrán
apreciar el pensamiento del Caudillo sonorense, pensamiento que en buena parte se tradujo en
realizaciones durante la etapa constructiva de la Revolución.
PUEBLO Y REVOLUCIÓN
Vemos muchos villorrios en que se alumbran con aceite y hasta con velas de sebo, y vemos
también nuestras principales ciudades alumbradas con luz eléctrica. ¿Por qué vamos a destruir
las plantas eléctricas de las ciudades, por un espíritu de igualdad mal entendido, para que éstas
no queden en condiciones superiores a los pueblos a que antes me refiero? Nuestro esfuerzo debe
encaminarse a luchar porque esos villorrios y esos pueblos, con el desarrollo de su industria y de
sus recursos naturales, puedan tener también plantas eléctricas y alcanzar las ventajas que las
ciudades tienen.
Después de la prolongada lucha civil que acaba de pasar, en que fue inevitable que se
destruyera todo y se desolara todo, podemos decir, sin pasar por pesimistas, que el problema
único que tiene enfrente el pueblo mexicano es la reconstrucción nacional.
A las grandes enfermedades siguen siempre las grandes convalecencias, y después de la
lucha que hemos venido sosteniendo durante 10 años para conquistar nuestros derechos cívicos,
es natural que estemos iniciando el periodo de convalecencia nacional donde vamos a demostrar
al mundo que somos capaces de reconstruir la patria que hemos semidestruido, para encauzarla
por nuevos senderos.
Muchos de nosotros carecemos de la preparación necesaria para una carga tan ardua como la
que pesa sobre nuestras espaldas; pero creo que bien podremos compensar esa falta de
preparación con las energías manifestadas durante la lucha y con la honradez de todos o de la
mayor parte de los hombres que están al frente de la administración pública.
Y en el desarrollo de esta nueva vida, en el proceso de transición del viejo Estado al Estado
nuevo, México será uno de los países que menos habrán de sufrir porque la lucha de que ahora
sale airoso trae, justamente, como una de sus principales finalidades, libertarlo de arcaicos
prejuicios y darle una posición avanzada, propicia a una mayor armonía y a una mayor equidad
sociales.
El destino ha querido concedernos el singular privilegio de iniciar el segundo ciclo de nuestra
vida política, y es necesario que conscientes de las obligaciones y responsabilidades que vienen
aparejadas con ese privilegio, pongamos al servicio de la nación todas nuestras facultades
intelectuales, morales y físicas.
La política que fomenta el desarrollo de nuestra agricultura a base de grandes obras de
irrigación, que nos libran de la escasez que los años de sequía nos han hecho sentir, así como las
facilidades que se den a este ramo tan importante, es muy encomiable y debe merecer un franco
y decidido apoyo; así como la construcción de caminos, cuya política podría resumirse así:
producir y transportar. Dando preferente atención a los caminos tributarios de nuestros actuales
sistemas de comunicaciones, que permitan el transporte de los grandes centros de producción a
las estaciones ferroviarias y a los puertos, de nuestros productos, para su distribución dentro del
territorio y para la exportación de los excedentes.
Es tiempo de llamar a las cosas por su nombre: la nación está cansada de ambigüedades, de
programas elaborados con elasticidad que lo mismo pueden servir para que gobierne un ateo que
un cristiano.
Ya es tiempo de que los políticos no nos contentemos con decir frases llenas de entusiasmo,
que arranquen aplausos de las multitudes; ya no es necesario que hablemos al corazón de las
multitudes para enardecerlas, porque no necesitamos acudir al combate.
Ahora necesitamos hablarles al cerebro, porque es ya el periodo de la reconstrucción, es el
periodo de la meditación para que estudien con todo interés la Ley de Jubilación y del Seguro
Obrero, y la acojan, como una bandera social, las clases trabajadoras de México.
Ellos ignoran que la sucesión presidencial en el actual periodo que terminará el señor general
Calles, trae consigo el mayor volumen de responsabilidades que un mandatario haya recibido del
antecesor, responsabilidades que son cada una de ellas un timbre de orgullo y de gloria, porque
las ha asumido conscientemente; airosamente, obedeciendo los imperativos de la soberanía
popular de México. Responsabilidades exteriores, responsabilidades sociales y responsabilidades
políticas. Responsabilidades que la Revolución exige asumir a todos los que se le llaman sus
representativos, y la Revolución no es sino la soberanía del pueblo, hecha ya ley suprema de la
nación, que debe cumplir con toda fidelidad el que reciba la representación nacional.
Ya no venimos a excitar al pueblo para preparar su espíritu al sacrificio, porque no será
necesario ya; ahora venimos exhortándolo a reflexionar ante los problemas que él mismo tiene
que ayudarnos a resolver, y planteando esos problemas con claridad meridiana, para pedirle su
cooperación.
Felizmente para la causa popular, todas las clases sociales en México, excepción hecha de la
burguesía, están unidas en un solo haz de voluntades para proteger sus intereses, para proteger
sus intereses morales y sus intereses materiales.
La Revolución, que tuvo como finalidad principal redimir a todos los que trabajan,
ennoblecer a todos los que trabajan y producen, estimular a todos los que desarrollan un esfuerzo
en bien colectivo y en bien del engrandecimiento de la patria, tiene ahora la misión, muy noble,
de trabajar por la realización de esos propósitos.
La Revolución no es sino el anhelo popular, los esfuerzos y esperanzas de todo un pueblo, de
conquistar con sus sacrificios colectivos un poco de bienestar. La revolución trágica ha
terminado; pero es necesario que el pueblo siga ejerciendo sus derechos hasta conquistar esas
ventajas que la Revolución le ofreciera para llevarlo a los campos de batalla.
Cada victoria obtenida en los campos de batalla demanda un sacrificio de sangre, y ese
sacrificio de sangre se traduce en una inmensa responsabilidad para los hombres que fuimos a
derramarla arrastrando al pueblo a la tragedia, ofreciéndole a cambio de ese sacrificio un poco de
bienestar para la colectividad.
El secreto de la tranquilidad pública es patrimonio de las clases rurales, y no podrá
amargarnos con una nueva tragedia quien no ha sabido conquistarse el aprecio de esas masas
populares conocidas con el nombre de carne de cañón.
Nosotros vamos a demostrar a la nación entera, y con ella al mundo entero, que México ha
realizado una gran evolución espiritual con el movimiento revolucionario; que nuestras masas
populares, conocidas eternamente con el nombre de carne de cañón, serán conocidas en lo
sucesivo con el alto título de carne de sufragio.
La cooperación de nuestros conciudadanos la necesitamos para afrontar los problemas que el
pueblo de México tiene que seguir discutiendo sobre su cartera por un periodo de no sabemos
cuántos años.
Revolucionario es el que quiere que se consoliden los derechos de los muchos aun con
perjuicios de los privilegios de los pocos.
Es revolución el anhelo de las clases populares por ilustrarse e ilustrar a sus hijos. Esa
revolución del espíritu que ignoran los que no tienen contacto con el espíritu colectivo ni
reconocen en el suyo propio el derecho de regir sus actos.
Es reacción, la labor solapada y contumaz de los malos clérigos, que pretenden hacer de
México un rebaño al servicio de los intereses de Roma.
Es reacción la injuria constante de la prensa subvencionada por los residuos del elemento
conservador, y en muchos de los estados de la República, para proteger los intereses de los
grupos que la tienen pagada.
Es reacción el oro de los grandes trusts de Wall Street, tratando de dominar al mundo con la
doctrina del dólar.
Es natural que México, como productor de combustibles, tiene que desempeñar un papel de
alta importancia en las disputas futuras que la humanidad tendrá que realizar para arrebatarse el
dominio del combustible. Y México tiene que irse preocupando por ir resolviendo, aunque sea de
una manera gradual, los problemas fundamentales sobre los cuales debe basar su futura
grandeza.
Es el esfuerzo que reclamamos de esa juventud los que tuvimos el honor de figurar como
factores dirigentes en la pasada lucha: que venga a cooperar con los viejos soldados de la
Revolución, porque la labor que resta por hacer no puede ser obra de una sola voluntad, ni de un
grupo reducido de hombres, sino del esfuerzo común de varias generaciones.
Es tiempo ya de que los que nos llamamos directores de la Revolución hablemos al pueblo de
la labor de reconstrucción, ya que nosotros lo llevamos a la tragedia.
Para dar cima a este problema se hace necesaria la cooperación del pueblo, la cooperación de
todos los hijos de México. Gobernantes y gobernados deben estar unidos entre sí por un mismo
anhelo y para desarrollar un esfuerzo común, a fin de que ese mismo pueblo tenga conciencia de
sus responsabilidades en la reconstrucción nacional.
La grave situación económica que prevalece en todo el mundo, como consecuencia principal
de la pasada guerra, y los inevitables y profundos trastornos de la misma índole causados en el
país por los sucesos acaecidos en la última década, han dificultado extraordinariamente en este
ramo la labor reconstructiva que el Ejecutivo desarrolla en todos los otros giros de la
administración pública.
Hemos terminado el periodo de la tragedia; ya no será necesario que los campesinos vuelvan
a ofrecer su sangre para conquistar con violencia lo que está escrito en nuestras leyes. Bastará
con que los campesinos, los obreros, la clase media, todas las fuerzas del país que están
enroladas en la misma ideología revolucionaria, seleccionen su personal para que las represente
en los puestos públicos y exijan conscientemente las responsabilidades que asuman al aceptar sus
altas investiduras.
Venimos aquí buscando el consejo e inspiración de nuestros conciudadanos, como también
los damos en los demás lugares en que comprendemos que lo han de menester, porque ésa es la
única base de formar gobiernos sólidos, corrigiéndose, y orientándose mutuamente gobernantes y
gobernados.
Creemos que la misión de todo Gobierno es tan trascendental y entraña una suma tal de
responsabilidades, que los ciudadanos que aspiran a ser cabezas de gobierno tienen la obligación
indeclinable de buscar ese contacto con las masas populares para conocer, hasta donde sea
posible, todos los problemas que con ellas se relacionen.
Habremos de dedicar todas nuestras actividades a la reconstrucción nacional, la que no
lograríamos jamás si no pudiéramos llevar la tranquilidad al espíritu, a la conciencia y al
estómago de todas las clases rurales.
La situación de las clases populares ha mejorado visiblemente, en lo material, por el alza de
los salarios, y en lo moral por la difusión de la enseñanza y por el reconocimiento de los
derechos de las organizaciones de trabajadores.
EL PROBLEMA DE LA EDUCACIÓN
Sabemos, desde hace mucho, que México es uno de los países más ricos de la Tierra; sabemos
que es uno de los países que tiene menos habitantes, y sabemos dolorosamente, que es uno de los
países que tiene más analfabetas y más seres miserables.
La instrucción es la que mejor prepara a los hombres para defenderse en la lucha por la vida;
la instrucción es la mejor arma de defensa que debe tener todo ciudadano: primero, para exigir
sus derechos cuando ellos sean violados; segundo, para definir sus derechos y saber también
dónde empiezan los de los demás. Es, pues, necesario que el primer esfuerzo, el primer impulso,
se encamine a la ilustración, a la educación de nuestras grandes masas.
Nuestros gobiernos anteriores, no sé si por falta de voluntad o por falta de fondos tal vez,
descuidaron la instrucción de una gran mayoría de nuestros conciudadanos, y esa formidable lista
que pesa sobre toda evolución ordenada y sistemática tenemos que orientarla cuidadosamente
porque de lo contrario correríamos el peligro de naufragar, pues el lastre pesaría más que las
fuerzas de la nave.
La ignorancia de esa gran mayoría de nuestros conciudadanos no debe despertar en nosotros
desprecio, y mucho menos odio; ellos son mucho más pobres que nosotros, porque no tienen
ilustración suficiente para que les permita definir sus derechos, saber dónde terminan los de ellos
y dónde empiezan los de los demás.
Si mañana nuestra incapacidad nos demuestra que no somos capaces de reconstruir a la
patria, el mundo civilizado no va a condenar a esos centenares de indígenas que no saben leer ni
escribir; va a condenar a los hombres que recibieron alguna ilustración en las escuelas; que
recibieron algunas cátedras de moral en los hogares, y que no supieron hacer uso de ellas para
encauzar a esas masas ignorantes y desheredadas.
Debe seguirse intensificando la educación pública sin más límite que la capacidad económica
de nuestro erario, ya que de ella y de la distribución equitativa de la riqueza pública debemos
esperar la futura grandeza de nuestra nacionalidad
El Ejecutivo de la Unión ha dedicado, y continuará dedicando atención muy preferente a la
educación popular, por ser ésta la función más importante y trascendental del poder público, la
más noble institución de los tiempos actuales y, al propio tiempo, en alto grado fecunda para el
bienestar social y económico de nuestros conciudadanos, no
menos que para su mejoramiento moral y cultura cívica, pues su más amplia difusión en
todos los ámbitos del país hará imposible el restablecimiento de la tiranía que por tantos años ha
deshonrado nuestra historia.
La Secretaria de Educación Pública ha continuado desarrollando sus labores de acuerdo con
los lineamientos generales que ya en otras ocasiones ha esbozado el Ejecutivo y que previenen la
difusión de la enseñanza elemental y técnica, por medio de un presupuesto cada vez más
importante, con el objeto de llevar la acción educativa a todas las regiones del país, aun a las más
apartadas.
Han colaborado con toda eficacia 102 maestros misioneros, cuya labor consiste en despertar
entusiasmo por la instrucción en los lugares y centros indígenas, donde las autoridades locales y
los particulares se preocupan menos o carecen de elementos para ella; y a la vez se encargan de
instalar escuelas y visitar las rurales.
EL PROBLEMA AGRARIO
LA CUESTIÓN INTERNACIONAL
Cuando surgió el primer conflicto con los grandes intereses materiales exteriores, que se
creyeron lesionados por las leyes que la administración del señor general Calles facturaba y
promulgaba, y la crisis internacional se presentó con aspectos muy serios, demandando toda la
atención del Gobierno, el clero, cabeza más visible entonces de la reacción, creyó que el destino
le brindaba una oportunidad propicia para su desagravio, y por boca de su más alto dignatario
hizo una declaración en que desconocía nuestra Carta Magna, suponiendo que el Ejecutivo
federal no se atrevería a enfrentarse con su poder, mientras no encontrara una solución
satisfactoria a la crisis internacional y evadiría una nueva lucha.
Consolidar la personalidad política y moral de nuestra nacionalidad como pueblo autónomo,
ha sido una de las principales preocupaciones de los hombres de la Revolución, y a ella han
hecho honor hasta ahora todos los revolucionarios que han tenido a su cargo la dirección de la
cosa pública, desde Carranza hasta los días presentes.
Por lo que se refiere a nuestra política con Norteamérica, debemos seguir sosteniendo con
energía y decoro el derecho que a México asiste como Estado soberano, para darse la legislación
que más acomode a sus finalidades y a sus intereses, sin más limitación que la que impone el
derecho internacional a todos los estados soberanos.
No podremos ufanamos de haber realizado nuestra consolidación definitiva de pueblo
autónomo y soberano, mientras nuestra independencia económica no quede igualmente
establecida en forma definitiva también.
La Revolución mexicana, que no fue sino la consumación definitiva de nuestra
independencia, vino a establecer en la Carta Fundamental elaborada el año de 1917 en la ciudad
de Querétaro, las bases constitutivas de nuestra emancipación definitiva, de nuestra liberación de
las tiranías de dentro y de las tutelas del exterior.
La presión exterior se ha hecho sentir en diversas formas para ver si se modifican leyes,
nuestras leyes que perfilan definitivamente nuestra fisonomía como pueblo autónomo y
respetable por todos los poderes de la Tierra.
El problema del combustible está complicando la vida del mundo y nada remoto sería que
una nueva tragedia viniera a ensombrecer la Tierra con la disputa del petróleo, ya que los
pueblos más poderosos se han dado cuenta de que el dominio del petróleo y el dominio del
mundo marchan paralelos.
LA CUESTIÓN HACENDARIA
Es el problema hacendario uno de los que tienen que abordarse con mayor diligencia y energía,
prosiguiendo el programa de economías, limitando siempre los presupuestos de egresos a nuestra
capacidad económica y fomentando la explotación de nuestros recursos naturales para aumentar
la riqueza pública y privada.
Una depuración constante de carácter moral para eliminar a los funcionarios públicos que no
sepan corresponder a la confianza que se les dispensa con la honestidad con que deben ser
manejados los dineros del Tesoro común y la honestidad con que deben conducirse para hacer
honor a sus puestos.
Para la resolución de nuestros problemas económicos, se requiere una eficaz atención en el
desarrollo y explotación de nuestros recursos naturales para transformarnos en un pueblo
exportador, y abandonar la categoría de tributario que por muchos años ha soportado México,
teniendo que importar muchos de los artículos que consume, y que puede producir en
abundancia.
Son grandes las deficiencias del sistema fiscal que heredamos, y es imperiosa la necesidad de
reformarlo haciéndole las modificaciones que indican las enseñanzas de la vida moderna. Nunca
se ha destacado con mayor relieve la conveniencia de abandonar los procedimientos fiscales
anticuados, como hoy, que el país renace económicamente, y que importa despejar los obstáculos
que se oponen a su prosperidad y cuando hasta las más conservadoras administraciones se ven
obligadas a seguir las nuevas tendencias de organización social, la cual exige más constante
preocupación del Estado por el bienestar de las masas.
Distribuir las cargas públicas en proporción de la capacidad tributaria, seleccionar las
materias gravadas fijando cuotas de manera que reporten mayores gravámenes las producciones
superfluas que los artículos destinados a satisfacer las necesidades ordinarias de las clases
populares, deslindar las jurisdicciones concurrentes y organizar la recaudación conforme a las
enseñanzas de la ciencia económica, es un acto de justicia que no sólo aumentará los ingresos del
erario, sino que también presentará al Estado la mejor oportunidad de intervenir sin provocar
perturbaciones sociales regulando de una manera más equitativa la distribución de las riquezas y
asegurando el bienestar colectivo.
OTRAS MATERIAS
El 15 de julio de 1928 al arribo a la ciudad de México del presidente electo Álvaro Obregón, sus
partidarios lo recibieron en triunfo. Contestó el Caudillo de Sonora con la siguiente alocución,
que iba a ser la última que pronunciara en su vida.
Cuando hablaba el licenciado Sáenz, hace un momento, al referirse a las clases trabajadoras,
alguien gritó: “Y la clase media también”.
Es necesario que todos lo sepan: que para nosotros la clase media no es sino una parte
integrante de las clases trabajadoras, porque a su esfuerzo personal debe el ingreso cotidiano con
que atiende a las necesidades de su hogar. Para nosotros es trabajador el que realiza un esfuerzo
constante para resolver los problemas económicos de su hogar, para resolver los problemas
educativos de sus hijos y para cooperar al engrandecimiento de la patria; por eso cuando nos
hemos preocupado en formular una ley que resuelva con sentido práctico los problemas para las
clases trabajadoras, hemos declarado que para nosotros sólo existen dos clases en la sociedad: los
que trabajan y los que pagan; y son trabajadores los que realizan un esfuerzo con el músculo o
con el cerebro para resolver los problemas domésticos, cada día que pasa.
Es por eso que nosotros, cuando hemos sido llamados por la voluntad nacional, para
enfrentarnos a los problemas que constantemente opone la reacción para el desenvolvimiento del
programa social que sirviera de base a la Revolución, hemos venido buscando el apoyo de todas
las clases que pertenecen a la familia trabajadora, porque a todos les corresponde velar por la
defensa de esos intereses; y es por eso que hemos encontrado ese apoyo, y por eso también la
victoria ha sido nuestra.
Ahora no está a discusión mi candidatura sobre si debe o no ser señalada y aprobada por el
país, para que pueda, el que habla, suceder a nuestro actual primer magistrado. Ello quedó
consumado el primero del presente mes, en que el pueblo entero me hizo el alto honor de
depositar en mí su fe, de depositar en mí su confianza. Ahora sólo tenemos por delante el
inmenso volumen de responsabilidades que hemos asumido, y no habremos cumplido como
buenos ni correspondido al honor que el pueblo nos ha hecho, si no nos dedicamos esos seis años
a trabajar perseverantemente, a trabajar honestamente, para hacer tangibles, dentro de un sentido
práctico, todas las promesas que hiciera al pueblo la Revolución. Y si durante la lucha política
demandábamos los votos de nuestros conciudadanos, ahora que ya los tenemos obtenidos,
demandamos el apoyo de ellos para constituir un gobierno fuerte, moral, materialmente
hablando, y poder así resolver con menos esfuerzo todos los problemas que la Revolución tiene
por delante, y consolidar todas las conquistas que hasta el presente ha realizado.
MEMORIA FOTOGRÁFICA
NOTAS
[1]El XXX aniversario del asesinato del Caudillo de Sonora fue el 17 de julio de 1958; y la
inserción a que se alude en el texto corresponde al discurso que pronunció el licenciado Aarón
Sáenz ante el monumento de La Bombilla. <<
[2]Llamamos loberas a una excavación a manera de foso con capacidad suficiente para que un
soldado quede en ella a cubierto de los fuegos y pueda de allí dirigir los suyos a discreción. <<
[3]El telegrama citado no se copia textual, porque el archivo en que constaba su texto cayó en
poder de Buelna cuando este jefe, ya aliado al Villismo, ocupó la plaza de Tepic, en la que
habíamos dejado nuestro archivo, cuando avanzábamos sobre Guadalajara, en 1914. <<
[4]Estando en prensa este libro, fue pasado por las armas, en la ciudad de Oaxaca, el general
Robles, por sentencia dictada en su contra por el Consejo de Guerra a que se le sometió, al ser
aprehendido, para juzgarlo por la defección que en mala hora cometiera pasándose al lado de los
reaccionarios oaxaqueños, con las tropas y elementos que el Gobierno Constitucionalista había
puesto a sus órdenes, después de perdonarle sus pasados errores políticos [Nota del autor]. <<
[5] El general Murguía no rindió parte escrito de los combates de este día, no obstante haber
sido el que inclinó la victoria en favor de nuestras caballerías, con la oportuna y enérgica
participación que tomó en la lucha. <<