Universidad Pública de El Alto
Creada por la Ley 2115 del 15 de septiembre de 2000 y Autónoma por Ley 2556 de 12 de noviembre de 2003
DIRECCIÓN DE PÓSGRADÓ
Sede Posgrado La Paz
MAESTRÍA EN PSICOLOGIA CLINICA SISTEMICA VERSION 1°
MODULO 10 “INTERVENCIÓN EN VÍCTIMAS DE
VIOLENCIA”
Docente/ Tutora del módulo: M.Sc. Elizabeth Salazar Jimenez
TAREA 2: RESUMEN DEL ARTÍCULO: “Pasos para una
psicopatología relacional”
Por: Milushka Noemi Pacheco Halas
LA PAZ – BOLIVIA
2021
Pasos para una psicopatología relacional – Juan Luis Linares
Dentro del artículo se hace referencia a las controversias existentes entre psiquiatras y
psicólogos acerca de los manuales diagnósticos como el CIE o el DSM en los cuales
rechazan los criterios diagnósticos y la categorización de las patologías puesto que la
mente humana es un campo muy complejo de estudio y cada ser humano es distinto,
habiendo vivido experiencias en el pasado las cuales pudieron haber resultado traumáticas
ocasionando los problemas psicopatológicos que describen estos manuales. Así mismo,
las etiquetas clasificatorias de las psicopatologías pueden convertirse en instrumentos de
discriminación y marginación social.
La psicología sistémica estuvo mucho tiempo alejada de la psicología clínica y por
ende de las psicopatologías, sin embargo, se considera muy importante su inmersión en
ellas y el autor de este artículo acuña el término “metáforas guía” para aludir a las
referencias diagnósticas en el campo psicopatológico. Por tanto, estas metáforas deben
servir de brújula orientadora en los primeros pasos del proceso terapéutico, pero no
aprisionar al terapeuta en las etiquetas ni el prejuicio. Por ello, el proceso psicoterapéutico
es único y se encuentra bajo la influencia de la singularidad psico – relacional y de la
alianza terapéutica.
Desde un punto de vista relacional, la personalidad se encuentra articulada en cuatro
instancias; narrativa (atribución de significado a la experiencia relacional, lo que hace el
ser humano de forma ininterrumpida a lo largo de su existencia en un proceso de
complejidad progresiva, por lo cual su proceso de construcción dura prácticamente la vida
entera), identidad, organización, y mitología; regidas por una nutrición relacional.
Dentro de la narrativa, las historias que la constituyen incluyen un pensar (armazón
cognitivo), un sentir (resonancia afectiva que hace vibrar), y un hacer (aporta una
dimensión pragmática). Por lo cual, debido a que las historias son pensadas, sentidas y
actuadas se convierten en narraciones psicológicamente operantes y trascienden el mero
plano literario. La madurez y salud mental futura se asegura si el individuo dispone de
una amplia gama de narraciones con múltiples opciones coherentes con su realidad
relacional. Por ello, a narrativa más abundante y variada, personalidad más rica y sana.
En la construcción de la identidad, el sujeto elige algunas narraciones como
definitorias de sí mismo, y con ellas, no acepta transacciones ni negociaciones. Tal es la
relación de un individuo con su identidad, una cerrada y absoluta defensa. En ella lleva
la existencia psicológica, la integridad de su personalidad. Pese a ello, la identidad es muy
vulnerable a determinadas situaciones relacionales negativas, capaces de lesionarla de
forma decisiva.
La identidad, contrario a la narrativa, debe limitarse a unas pocas narraciones,
claramente definidas y delimitadas, correspondientes por lo general a temas de género y
orientación sexual, pertenencia nacional, filiación política y religiosa, y poca cosa más.
Un individuo excesivamente identitario, es un psicótico o un peligroso y rígido fanático
que pone todo su ser en juego por cualquiera de sus narraciones.
La identidad y la narrativa se construyen en relación, por lo cual, la familia de origen
es el sistema relacional de mayor relevancia en lo que a la construcción de la personalidad
se refiere. También existen otros sistemas relacionales muy relevantes para la
construcción de la personalidad, como, por ejemplo, la escuela, el grupo de pares, la
familia creada, etc.
La organización es lo que permanece de la estructura del sistema a lo largo del tiempo.
La organización en el contexto del sistema, equivale a la identidad del individuo, pero
solo parcialmente. Las principales propiedades estructurales de un sistema, cohesión
(sentir), adaptabilidad (pensar) y jerarquía (hacer); son cualidades de la organización.
La mitología es el espacio de confluencia de las narrativas de los miembros de un
sistema, el espacio común del sistema donde emergen las narrativas individuales de sus
miembros. Se trata de un territorio narrativo consensuado, ocupado por las narraciones
del sistema que pueden ser negociadas y compartidas. Desde esta perspectiva, la cultura
es la mitología del más amplio sistema relacional representable, la sociedad. Dentro de
los sistemas existen valores, creencias, clima emocional, rituales, etc.
El quinto elemento fundamental en la construcción de la personalidad es la nutrición
relacional, la cual resulta de la atmósfera relacional en la familia de origen, definida
fundamentalmente por la conyugalidad y la parentalidad.
Al hablar de nutrición relacional, se hace referencia al amor, el cual ha adoptado
distintos significados en los diversos campos como la literatura, la filosofía o la religión.
Sin embargo, para los sistémicos, el amor es un fenómeno relacional complejo que añade
elementos cognitivos y pragmáticos a los componentes emocionales. Al resultado de este
proceso llamamos nutrición relacional, que es la conciencia de ser complejamente amado.
Al tratarse de un fenómeno subjetivo, no solo se toma en cuenta que alguien asegure
amar, si el objeto de ese amor no alcanza a percibirlo. Esta nutrición relacional, es el
motor que rige la construcción de la personalidad, animando los procesos madurativos
del psiquismo de forma continuada, en el niño y en el adulto.
Un sujeto “sano” mentalmente, deberá experimentar vivencias de ser objeto de
pensamientos y sentimientos amorosos, así como de ser tratado amorosamente. Si existe
un bloqueo o una interferencia de los componentes del amor complejo, ocasionará un
déficit de nutrición relacional, lo cual será la base de los distintos trastornos
psicopatológicos: psicosis, neurosis, depresión y trastornos de la vinculación social.
Dentro de la parte cognitiva, el reconocimiento es uno de sus componentes, el cual
consiste en la aceptación de la existencia del otro, lo cual implica en cierto modo limitar
la propia existencia. La falta de reconocimiento se convierte en Desconfirmación. El
reconocimiento implica la percepción de las necesidades del otro, pero en la
Desconfirmación estas quedan sujetas a las propias.
La valoración es otro componente cognitivo del amor, el cual consiste en apreciar las
cualidades del otro, aunque sean distintas de las propias. Aceptar el valor del otro puede
poner en peligro el valor propio. La descalificación es la falta de valoración que se pone
de manifiesto en actitudes como el racismo o el machismo.
La aceptación y la ternura, son componentes emocionales de la nutrición relacional,
más importantes en el contexto parento - filial. Sentimientos de entrega y de
disponibilidad para el otro, por quien se haría cualquier cosa. El bloqueo de estos
sentimientos puede dar lugar a la indiferencia, o que conduzca a las emociones inversas.
En tal caso, la aceptación puede tornarse en hipercriticismo y rechazo, o la ternura en
desapego e irritación. La aceptación y la ternura son los componentes más inestables en
corto plazo, a largo plazo, son los más resistentes puesto que se afectan fácilmente en el
trato cotidiano, pero se recuperan rápidamente con igual facilidad.
La dimensión pragmática de la nutrición relacional está representada por la
sociabilización, que supone el compromiso indeclinable de los padres por garantizar la
viabilidad social de sus hijos. Esta tiene una doble vertiente, definida por la protección y
la normatividad. Ambas son importantes y necesarias, por lo cual la familia puede fracasar
en alguna de ellas o en ambas por defecto o por exceso.
Los procesos de bloqueo de la nutrición relacional constituyen pautas más o menos
específicas de maltrato psicológico. En el constituye la antesala de la psicopatología. En
el maltrato, no importa tanto el daño físico que puede tornarse en algo banal, si no lo que
importa es quien ha ocasionado ese daño, principalmente si es alguien en quien debería
poder confiar. Por lo tanto, el dolor ocasionado por alguna persona importante está
vinculado a la maduración y el desarrollo psíquico del niño, por lo tanto, es tan importante
el maltrato psicológico.
El maltrato psicológico familiar, es toda pauta relacional disfuncional que involucra
miembros de una familia, generando sufrimientos que comprometen el equilibrio
psicológico y la salud mental de alguno de ellos. Dentro de los mecanismos del maltrato
psicológico pueden existir: Desconfirmación, descalificación, hipercriticismo, rechazo,
desapego, irritación, desprotección, hiperprotección, hiponormatividad,
hipernormatividad, etc.
Bajo la influencia del maltrato parento-filial, se generan los principales trastornos
psicopatológicos. Para ello se debe focalizar la atmósfera relacional de la familia de
origen mediante dos dimensiones: la conyugalidad y la parentalidad. Estas funciones
relativamente independientes se comportan de forma autónoma, aunque pueden influirse
recíprocamente.
La conyugalidad refleja la manera en que los miembros de la pareja parental, o las
figuras en que se delega el ejercicio de las funciones parentales, se relacionan entre sí. Es
la manera en que se afrontan los conflictos relacionados al ejercicio compartido de la
gestión de los hijos, pudiendo representarse dos polos de armonía y disarmonía. Es una
dimensión independiente del estado civil de la pareja, ya que, aunque estén separados,
tendrán que seguir en contacto y colaborando con el bienestar de los hijos.
La parentalidad recoge el ejercicio de las funciones parentales (amor complejo,
nutrición relacional) por parte de los padres o de las figuras delegadas responsables de
estas. Se inscribe entre dos polos de conservación primaria y de deterioro primario, en
donde la condición primaria, la parentalidad puede estar primariamente conservada o
deteriorada, sin que en ello intervenga de forma relevante el estado de la conyugalidad,
pero también puede verse secundariamente afectada por una influencia negativa de parte
de esta cuando es disarmónica.
El cruce de estas dos dimensiones crea cuatro cuadrantes. El tiempo indica que no es
algo estático, pudiendo evolucionar a lo largo de las etapas del ciclo vital. La
conyugalidad y la parentalidad pueden generar atmósferas relacionales que se
superponen, que diversifican y hacen mucho más complejo el panorama.
La funcionalidad es cuando bajo circunstancias relacionales favorables de la
conyugalidad (o post-conyugalidad) armoniosa y la parentalidad primariamente
preservada, los niños tienen las mejores opciones para construir una personalidad madura
y equilibrada. La nutrición relacional cuenta con condiciones básicas positivas, pero
pueden otros factores interferirla de múltiples maneras como ser dinámicas
postraumáticas, pero la bondad de la situación básica será siempre una circunstancia que
operará a favor de una evolución positiva.
Cuando hay una conyugalidad disarmónica y una parentalidad primariamente
preservada, se pueden dar las triangulaciones dado que, ante una dificultad para resolver
sus conflictos, la pareja parental tienda a buscar aliados que inclinen la balanza de un
lado. La disfuncionalidad puede ser evitada, tanto si los padres mantienen sus dificultades
conyugales fuera del alcance de los niños, o si estos consiguen mantenerse fuera del juego
de la pareja. Será de gran utilidad la existencia de una red social amplia, con presencia de
otras figuras que ejerzan funciones parentales en la familia extensa como ser los abuelos
que constituyan una buena defensa contra la triangulación.
En cuanto haya una conyugalidad armoniosa y una parentalidad primariamente
deteriorada, se ubican las deprivaciones. Los hijos pueden ser deprivados de nutrición
relacional por los padres que fracasan en el ejercicio de las funciones parentales. La
personalidad forjada en esta atmósfera relacional, incorporará una alta autoexigencia que,
al verse inevitablemente frustrada, se reconvertirá en baja autoestima y culpabilidad. En
el fondo subyace una hostilidad hacia un entorno percibido como injusto y contra el cual
no es posible rebelarse. Otra pauta relacional deprivadora puede ser una combinación de
rechazo e hiperprotección. El hijo se percibe como no grato a sus padres, pero, al mismo
tiempo, recibe de ellos un exceso de mimos con los que intentan neutralizar sus
sentimientos de culpabilidad o acallar las demandas de auténtica valoración. Su
personalidad se afectará en una profunda desconfianza en las relaciones interpersonales,
que percibe como engañosas, y de una carencia de normatividad que afectará su capacidad
de adaptación social.
Las caotizaciones se dan en condiciones relacionales en las cuales existe una
conyugalidad disarmónica y parentalidad primariamente deteriorada. Tanto la relación de
pareja como las funciones parentales arrancan del nivel mínimo o hacen crisis
precozmente, estableciendo una situación gravemente carencial en lo que a nutrición
relacional se refiere. Si esas condiciones se mantienen, la personalidad desarrollada
adolecerá de una significativa carencia de experiencias de amor. Sin embargo, mediante
la lógica ecosistémica, pueden aparecer mecanismos compensatorios internos y externos
a la familia. impone la aparición de mecanismos compensatorios, tanto internos como
externos a la familia, que inyectan recursos nutricios alternativos: padres que en
momentos cruciales sacan fuerzas de flaqueza, abuelos o tíos oportunos, vecinos
caritativos o instituciones sociales capaces de intervenir de forma adecuada a las
necesidades. El resultado, aun así, es de alto riesgo.
Las familias trianguladoras pueden desarrollar pautas relacionales muy variadas como
ser la Desconfirmación, instauración de vínculos de desapego e irritación con los hijos
percibidos como antagónicos y de actitudes de hiperprotección e hiponormatividad con
los aliados.
Las familias deprivadoras, en las que las necesidades de los hijos no son prioritarias,
dan paso a la hiperexigencia, antesala de la hipernormatividad y de la descalificación. Así
como también puede surgir la hipercrítica y rechazo hacia los hijos, que, pueden incurrir
en situaciones de indefensión.
En cuanto a las familias caotizantes, todo puede ocurrir en ellas, su característica más
destacada puede ser la coexistencia de desprotección e hiponormatividad, consecuencia
de la precariedad de su vinculación social. Los hijos pueden verse sometidos a desapego,
irritación y rechazo, lo cual aumenta el riesgo de que sean víctimas de diversas
modalidades de maltrato físico. La carencia y la precariedad podrían desencadenar
dinámicas desconfirmadoras.
Los trastornos psicopatológicos
La patología mental existe desde el momento en que existe un inmenso sufrimiento
asociado a comportamientos y estados de conciencia generadores de fracaso individual y
desajuste social. Pero ello no justifica el uso del concepto de enfermedad, asociado en la
medicina moderna, a una anatomía patológica y una fisiopatología determinadas,
inexistentes en el terreno psicopatológico. Los trastornos mentales, no son enfermedades
«como las demás», por eso es fundamental reivindicar su singularidad respecto de la
patología orgánica.
Las aportaciones de Bleuler (1924), Schneider (1923) y Freud sentaron las bases para
la consolidación de la nosología psiquiátrica en tres grandes ramas: a) las psicosis donde
se agrupan la esquizofrenia, la paranoia y la psicosis maniaco-depresiva; b) las neurosis,
bajo el común denominador de la ansiedad; c) las psicopatías o personalidades psicóticas,
caracterizadas por una conducta socialmente inadaptada de supuesta causa
heredodegenerativa, que hace sufrir a quienes la manifiestan y a quienes se relacionan
con ellos. Pero la psiquiatría no ha cesado de evolucionar, y su nosografía ha
experimentado cambios significativos.
El concepto de psicopatía, fue sustituido por el de ‘sociopatía’. Pero, con el cambio de
nombre, se produjo igualmente un cierto desplazamiento del significado. En plenos años
cincuenta, el movimiento americano de ‘trabajo social’, desembarcados en los territorios
de la sociopatía, encontraron el término excesivamente médico, por lo que tendieron a
sustituirlo por el recién acuñado de familia multiproblemática. De nuevo, el cambio de
denominación implicaba un desplazamiento semántico, puesto que desaparecía el
individuo como referencia para ser sustituido por una entidad colectiva: la familia.
Simultáneamente, se estaba produciendo un nuevo fenómeno psicodiagnóstico: la
irrupción del concepto de ‘personalidad borderline’, traducida como ‘fronteriza’,
‘limítrofe’ y, finalmente, ‘límite’. Descrita para denominar fenómenos que ocurrían en
zonas intermedias entre la psicosis y la neurosis (episodios depresivos, crisis de
despersonalización, ansiedad…), la personalidad límite se fue desplazando hacia
territorios psicopáticos a medida que en su descripción ganaba terreno la dificultad para
el establecimiento de vínculos sociales significativos. Así, este diagnóstico funcionó
como complemento del de familia multiproblemática.
Por ello, la American Psychiatric Association emprendió la tarea de organizar un
nuevo sistema clasificatorio de los trastornos mentales que aunara rigor conceptual y
espíritu práctico, los D.S.M. (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales). El apartado que más transformaciones experimenta es el de las antiguas
psicopatías. De entrada, como era previsible, el concepto de familia multiproblemática es
absolutamente ignorado, procediéndose, en cambio, a una descripción pormenorizada,
uno a uno, de los diversos problemas que suelen presentar tales familias, bajo el rubro de
“otros problemas que pueden ser objeto de atención clínica”.
El diagnóstico multiaxial del DSM, dividido en cinco ejes numerados del I al V,
interesan los dos primeros, dedicados respectivamente a los ‘trastornos clínicos’ y a los
‘trastornos de personalidad’. En la práctica, el doble diagnóstico produce una disociación
entre síntomas y personalidad que, al poderse combinar aleatoriamente, sugieren la
terrible falsedad de no tener nada que ver los unos con la otra. Por otra parte, la rutina
terapéutica conduce a enfatizar el tratamiento farmacológico de los síntomas, relegando
el trastorno de personalidad a un plano secundario saturado de pesimismo e impotencia.
Así queda definida la propuesta, que delimita cuatro grandes áreas psicopatológicas, a
saber: neurosis, psicosis, depresiones y trastornos de la vinculación social.
Las familias no se instalan de forma estática en una combinación de conyugalidad y
parentalidad, y, menos aún, en una modalidad de maltrato psicológico; en consecuencia,
de propensión a cierta psicopatología. Por el contrario, la rueda de la fortuna gira
ilimitadamente a lo largo del ciclo vital, generando la más variada gama de situaciones
imaginable.
Neurosis: En el área de maltrato psicológico definido por las triangulaciones, las
neurosis representan, la modalidad de triangulación más clara y más fácil de describir. La
triangulación manipulatoria es la situación relacional en la que un miembro del sistema,
generalmente un hijo, recibe mensajes de otros dos, generalmente los padres, invitándolo
a unirse a su juego mediante alguna modalidad de coalición. No es que unos padres
instalados en la disarmonía conyugal deseen necesariamente triangular a sus hijos ni
tampoco que lo pretendan conscientemente. Pueden evitarlo si controlan adecuadamente
sus emociones, si conocen las consecuencias negativas que se siguen de la triangulación
y si cuentan con recursos alternativos, eventualmente terapéuticos.
También los hijos pueden defenderse evitando quedar triangulados, sobre todo si
disponen de relaciones significativas alternativas a las que aferrarse, por ejemplo, abuelos
u otros miembros relevantes de la familia extensa que ostenten delegaciones de las
funciones parentales. Pero, si los padres no se controlan y los hijos quedan indefensos, la
dinámica trianguladora puede acabar imponiéndose. El niño sometido a este tironeo
reaccionará en cierto modo como lo hacían los perros objeto de las investigaciones de
Pavlov, sobre las neurosis experimentales. Ante recompensas y castigos simultáneos,
respondían con muestras evidentes de ansiedad, quedándose paralizados, temblando u
orinándose. Así, también los humanos, aunque los síntomas puedan ser infinitamente más
complejos.
La ansiedad es la manifestación neurótica más general e inespecífica, constituye la
respuesta básica a la triangulación manipulatoria. La distimia o depresión neurótica se
construye sobre triangulaciones manipulatorias a las que se añade un juego de ganancia
y pérdida representado por la coalición con uno de los progenitores y el antagonismo con
el otro. Esa dinámica suele marcar la infancia y adolescencia del/ de la futuro/a
distímico/a.
Psicosis: La «teoría del doble vínculo»: dos mensajes contradictorios, emitidos a
niveles lógicos diferentes, sin posibilidad de abandonar el campo ni de metacomunicar,
en un contexto relacional de dependencia y constituyendo una secuencia continua de
acontecimientos. He ahí una situación comunicacional disfuncional frente a la cual la
esquizofrenia constituiría una respuesta adaptativa. Esto remite sobre todo a la familia de
origen, donde se produce, en la infancia, la relación de mayor dependencia imaginable, a
la vez que la más influyente para la construcción de la personalidad.
Fenómenos definidos por el ‘sí pero no’, ambigüedad consustancial a la condición
humana presente en tantas situaciones disfuncionales asociadas a las más graves
patologías: «te quiero y, seguramente, daría la vida por ti, pero estoy demasiado ocupado
en otras cosas; ignoro tus necesidades, me disgusta tu forma de ser, te rechazo porque no
te percibo como aliado, etc.»”.
Autores relacionaron la esquizofrenia con dificultades evolutivas del individuo en el
contexto de la familia. Bowen (1960) la situó en los niveles más fusionales y menos
diferenciados de su ‘escala de diferenciación del self ’; Boszormenyi-Nagy (1962) la
asoció con problemas en el proceso de ‘desvinculación’ en las diferentes etapas del ciclo
vital; Wynne (1958) describió la ‘pseudomutualidad’ como una característica de la
familia del esquizofrénico; Lidz (1965) describió el cisma y el sesgo conyugales en la
pareja parental del esquizofrénico: unos padres tan enzarzados en un enfrentamiento
eterno e irresoluble como aislados del mundo en un universo bizarro propio; A
Watzlawick se debe el concepto de desconfirmación, patrón comunicacional
característico de la esquizofrenia que equivaldría a ignorar la existencia de alguien; Haley
(1967) destacó el concepto de ‘triangulación’, involucración del hijo en el conflicto de
los padres. Estos le solicitarían su sacrificio personal para ayudar a la estabilización de la
familia; Selvini (1988) introduce dos conceptos clave: el ‘bloqueo de pareja’, que recoge
la tradición sistémica referida a los padres del esquizofrénico, y el ‘embrollo’, juego sucio
desconfirmador en el que se ve atrapado el hijo, participante en una coalición con uno de
sus progenitores que luego será negada.
La triangulación desconfirmadora (Linares, 1996) es el elemento clave de una teoría
relacional de la psicosis. Se trata de una modalidad de triangulación donde su elemento
central es la desconfirmación.
La psicosis implica dos niveles fundamentales de disfunción: los síntomas negativos
y los positivos. Aunque a veces se confunden los síntomas negativos con los efectos de
la cronicidad, es importante precisar sus diferencias. La cronicidad psicótica manifiesta
rasgos hiposociales: el paciente apenas sale de casa, pierde amigos y abandona
actividades, pero todo ello se produce al servicio de un estilo de vida de inválido
subvencionado no carente de ventajas. Los síntomas negativos, en cambio, suponen una
desconexión primaria con respecto al entorno, derivada de la desintegración de la
identidad bajo los efectos de la desconfirmación. Sin la validación social que supone el
reconocimiento, es inimaginable que pueda funcionar la conexión con la sociedad: «Si no
existo, si no soy nadie, tampoco puedo vincularme a nadie». De ahí la inhibición, el
bloqueo emocional, la discordancia ideoafectiva y tantos síntomas de los llamados
negativos.
Como la actividad psicológica (y casi la vida) es incompatible con ese ‘no ser nadie’,
la personalidad del psicótico reacciona intentando salvar los muebles de la inundación.
De entre las ruinas de la ‘identidad desconfirmada’, el sujeto selecciona los cascotes
mejor conservados para reconstruir una ‘identidad alternativa’. Y lo hace, claro está,
poniendo todo su empeño en que, esta vez sí, la desconfirmación no sea posible. «Si
siendo yo, Juan Pérez, he terminado no siendo nadie, a partir de ahora seré alguien cuya
existencia no pueda ser ignorada… seré… ¡Napoleón!».
La psicosis puede ser considerada un ‘trastorno identitario’. La identidad está
fuertemente blindada frente al cambio, ya que no admite confrontaciones directas. Los
cambios identitarios, si se producen, lo hacen por vías colaterales y como resultado de
estrategias indirectas. Esto constituye un serio problema en la psicosis, porque la
identidad en ella está hipertrofiada hasta el punto de ocupar casi todo el espacio narrativo.
La identidad delirante «no es asequible a la argumentación lógica y su gran
crecimiento reduce a un mínimo la narrativa no identitaria, haciendo también muy difícil
su abordaje individual directo. En cambio, la terapia familiar cuenta con la organización
y la mitología como espacios adecuados para la intervención. Cambiándolas, se hace
posible ampliar indirectamente la narrativa no identitaria y, en última instancia, ayudar a
que se redimensione y modifique la identidad.
Depresión mayor: El futuro depresivo viene al mundo en una familia definida por
una relación conyugal de la pareja parental de signo complementario, es decir, no
generadora de grandes confrontaciones o conflictos y tendente a funcionar de forma
razonablemente armoniosa. Pero no necesariamente será una pareja que comunique
impresiones positivas acerca de su funcionamiento interno, a veces pueden presentar
rasgos de complementariedad rígida que enfaticen la dependencia de uno de sus
miembros respecto del otro.
Priorizando la conyugalidad sobre la parentalidad, dicha pareja experimenta
dificultades en el ejercicio de las funciones parentales. Tales dificultades suelen traducirse
en altos niveles de exigencia y escasa valoración de los esfuerzos realizados para
responder a esta.
La organización de la familia de origen del depresivo mayor presenta una apariencia
aglutinada, bajo la cual subyace un fondo desligado y hasta expulsivo. Se habla mucho
de unidad, pero el paciente puede tener la impresión de que su presencia es, en realidad,
superflua. La pareja parental se muestra, como hemos dicho, ‘cohesionada’, en contraste
con la mayor distancia emocional que evidencia con respecto a los hijos y,
particularmente, con el paciente.
La adaptabilidad muestra familias tendentes a la rigidez, que cambian poco con la
modificación de las circunstancias externas y con el desarrollo del ciclo vital. En la
mitología de la familia del depresivo se distinguen unos valores y creencias presididos
por la descalificación del paciente. Se valora sobre todo dar la talla en el cumplimiento
de los criterios de éxito social: lo que está bien, lo que debe ser, el qué dirán. El culto a
las apariencias y a la honorabilidad de la fachada. Como todo ello se traduce en un alto
nivel de exigencia y en unos objetivos imposibles de alcanzar, el fracaso y la subsiguiente
descalificación están casi garantizados.
El clima emocional muestra el contraste entre una apariencia de calidez solidaria y un
fondo de gran frialdad e hipercrítica. Se da por sentado el fracaso del paciente, dada su
incapacidad, su insignificancia y sus escasos recursos. Por ello no hay que dramatizar si
las cosas le van mal: es lo más natural.
En cuanto a los rituales, son rígidos y de obligado cumplimiento, con asignación de
roles no intercambiables de los que, ciertamente, corresponden al paciente los más
ingratos.
Crecer en un ambiente de hiperexigencia, donde está prohibido rebelarse, conduce a
construir una identidad que incorpora narrativas coherentes con ese contexto. En ellas
ocupan lugares preferentes la responsabilidad, el deseo de quedar bien con los demás, la
necesidad de preservar la respetabilidad de las apariencias y de comportarse «por encima
de cualquier sospecha».
Suicidándose se castiga, por una parte, por no haber sido capaz de estar a la altura de
las circunstancias respondiendo a lo que se le exigía, pero también se venga del injusto
trato de que ha sido objeto, dejando un amargo legado de culpa a los que le sobreviven.
Trastornos de la vinculación social: Los trastornos de la vinculación social carecen
de especificidad en sus bases relacionales. Las viejas ‘psicopatías’, transformadas en
‘sociopatías’ por la psiquiatría americana, acabaron dando nacimiento a, por una parte,
las ‘familias multiproblemáticas’ y, por otra, el ‘trastorno límite de personalidad’. Ambos
cubren el amplio panorama del fracaso en la vinculación social entre el polo más público
y ‘social’ (la familia multiproblemática) y el polo más privado y ‘psicológico’ (el
trastorno límite). Ambos corresponden a universos profesionales distintos, si no
contrapuestos, cuales son el trabajo social y la psiquiatría.
La familia multiproblemática consta de un fracaso simultáneo de la parentalidad y la
conyugalidad. Ello genera una atmósfera relacional caracterizada por una organización
caótica y una mitología negligente, en las que encajan unos individuos de escasa y débil
identidad y de narrativa no identitaria contradictoria e incongruente.
Las carencias de nutrición relacional derivadas de una situación tan pobre en recursos,
generan diversos problemas que afectan a los adultos, a los niños y a las relaciones entre
los unos y los otros. Los problemas son, en mayor o menor medida, sociales.
Una «identidad pobre y poco consistente» significa que, en el proceso madurativo del
psiquismo de estos sujetos, pocos han sido los constructos narrativos seleccionados como
identitarios. Pocos y de forma poco clara. Por eso, su personalidad mostrará un exceso de
indefinición en algunos aspectos importantes. Si hay un constructo identitario que suele
destacarse, es el que corresponde a la bipolaridad semántica ‘rebeldía/dependencia’. Las
raíces relacionales del trastorno límite de personalidad en la familia de origen muestran
la necesidad de una perspectiva evolutiva que tenga muy en cuenta la dimensión temporal.
El destino final del paciente límite, donde termina su trayectoria relacional, es una
situación de ‘tierra de nadie’ familiar, lo cual quiere decir que nadie se hace cargo de
satisfacer sus necesidades de nutrición relacional. Si estamos hablando de familia de
origen, ello supone una deprivación, en la que las figuras que ejercen las funciones
parentales fracasan en el desempeño de las mismas (parentalidad primariamente
deteriorada), mientras que mantienen un buen nivel de coordinación recíproca
(conyugalidad o post-conyugalidad armoniosa).
La triangulación equívoca es en la que unos progenitores muy distanciados entre sí y,
eventualmente, con una relación muy conflictiva, se atribuyen mutuamente la
responsabilidad de la nutrición relacional del hijo. Probablemente, uno de aquellos se
implica mucho más que el otro, aunque, por lo general, ejerciendo funciones
controladoras y normativas más que protectoras. En otras ocasiones, el inicio se sitúa ya
en las deprivaciones, con unos progenitores bien avenidos que, sin embargo, son
exigentes con el hijo y poco valoradores de este. Uno de ellos se involucra mucho y el
otro se mantiene distante, pero el primero se interesa fundamentalmente por el control. Si
el segundo se aproxima, lo hace de forma más bien superficial, por salvar las apariencias,
pero sin plantearse seriamente compensar la arbitraria sobreimplicación controladora de
su cónyuge. En cualquiera de los casos, todos acaban en una situación de deprivación,
porque los que estaban triangulados se destriangulan, ya que el progenitor más cercano
se aleja, coincidiendo en esa posición con el que estaba lejos desde el principio.
No es raro que al ‘rechazo’ se añada una ‘hiperprotección’ paradójica. Esta
combinación de pseudohiperprotección y rechazo constituye el caldo de cultivo ideal para
el fracaso de la normatividad, por lo que podemos llamar ‘deprivación hiposociable o
rechazante’ a la pauta relacional definitoria de la condición límite.
La identidad del paciente límite no suele ser muy sólida ni consistente, pero muestra
algunas características: la labilidad, la asociación de la conciencia alternativa y de la
facilidad para el paso al acto.
En cuanto al conjunto de la narrativa, en el plano emocional está presidida por una
profunda desconfianza en los adultos y su mundo, de los que no se esperan aportaciones
positivas. Ello comporta un sentimiento de victimismo muy arraigado que, dirigido hacia
el exterior, se convierte en ‘rencor ‘y ‘rabia’.
En el terreno cognitivo aparece una autopercepción muy devaluada, baja autoestima.
Por último, en el plano pragmático se aprecian una hiponormatividad, y una
hiposociabilidad.