La gran tela digital que incomunica
LA INCOMUNICACION EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO.
Nunca en la historia humana hemos tenido tanta facilidad de información y
comunicación y sin embargo el aislamiento humano crece.
Hace unos meses, en una reunión con amigos en la casa, hablaba yo de efectuar una
fiesta “con los negros del ritmo, “como familiarmente hace 30 años les decíamos a los
acetatos de larga duración, mis amigos se sonrieron y mi hijo preguntó “que eran los
“negros del ritmo”, yo le expliqué la analogía con los antiguos discos de acetato y no
entendió hasta que le hice un comparativo con los CD. Ahí se le hizo la luz…
En la actualidad, la mayoría de los jóvenes no tienen en su registro memorico a
Michael Jackson, ni saben quién es Pelé o creen que Trotsky es simplemente el
nombre de un perro. Y no quiero mencionar las charlas con mis hijos, quienes
desconocen al hombre nuclear, al yoyo Russell y a Mahatma Gandhi.
Si bien estas anécdotas llaman la atención por sí solos, lo sorprendente es que nunca
en la historia de la humanidad hemos estado más comunicados e informados que
ahora. Recibimos todos los días altas dosis de información, nos comunicamos
permanentemente por internet, chateamos con nuestros amigos aún en horas
laborables y estamos conectados a Facebook todo el tiempo. Los medios se han
multiplicado y en lugar de uno desplazar al otro, se le hacen al lado, “a la diestra del
Dios padre llamado internet”·
Podemos saberlo todo de cómo se construyó la presa de las Tres Gargantas en China,
de cómo se hace el acero que sostienen los hoteles de Kuwait, o de cómo se efectuó la
operación militar con la cual liberaron a Ingrid Betancourt en Colombia. ¿Por qué a
veces sentimos también que no ha habido una época tan frívola y tan ignorante como
ésta, que nunca han estado las muchedumbres tan pasivamente sujetas a las
manipulaciones de la información, que pocas veces hemos sabido menos del mundo?
Nada es más omnipresente que la comunicación y la información, pero hay que decir
que los medios tejen cotidianamente sobre el globo terráqueo algo que tendríamos
que llamar «la telaraña de lo infausto». El periodismo está hecho sobre todo para
contarnos lo malo que ocurre, de manera que si un hombre sale de su casa, recorre la
ciudad, cumple todos sus deberes, y vuelve apaciblemente a los suyos al atardecer, eso
no producirá ninguna noticia. El cubrimiento periodístico suele tender, sobre el
planeta, la red fosforescente de las desdichas, y lo que menos se cuenta es lo que sale
bien. Nada tendrá tanta publicidad como el crimen, tanta difusión como lo accidental,
nada será más imperceptible que lo normal. En otros tiempos, la humanidad no
contaba con el millón de ojos de mosca de los medios zumbando desvelados sobre las
cosas, y es posible que ninguna época de la historia haya vivido tan asfixiada como ésta
por la acumulación de evidencias atroces sobre la condición humana. No es noticia que
un perro muerda a un hombre, pero si se convierte en noticia internacional que un
hombre muerda un perro. Ahora todo quiere ser espectáculo: la arquitectura quiere
ser espectáculo, la caridad quiere ser espectáculo, la intimidad quiere ser espectáculo,
y una parte inquietante de ese espectáculo es la caravana de las desgracias
planetarias.
Nuestro tiempo es paradójico, con una interpretación de valores amañada por la
racionalidad, la legalidad y los vacíos interpretativos que deja el desarrollo tecnológico.
Los medios nos han hecho noveleros y acostumbrados a la sorpresa cotidiana. Por otra
parte, la humanidad cuenta con un océano de memoria acumulada; al alcance de los
dedos y de los ojos hay en los últimos tiempos un depósito universal de conocimiento,
y parecería que casi cualquier dato es accesible; sin embargo, tal vez nunca había sido
tan voluble nuestra información, tan frágil nuestro conocimiento, tan dudosa nuestra
ética.. Ello demuestra que no basta la información: se requieren un sistema de valores
y un orden de criterios para que ese ilustre depósito de memoria universal sea algo
más que una letrina llena de desperdicios.
Hoy, cuando todo lo miden sofisticados sondeos de opinión, deberíamos averiguar
cuánto influyen para bien y para mal la constancia de los medios y la conducta de ética
elástica de los líderes en el comportamiento de los ciudadanos.
Se pide a gritos una claridad en esos vacíos de valores, unos nuevos diez
mandamientos que complementen los tradicionales, una legislación clara que respete
al individuo por encima de las transnacionales, que recupere la excelencia del ser
humano, la impecabilidad y la congruencia entre el ser y parecer, que detenga la
presencia total y fisgona de los medios de comunicación, destructores de imágenes y
de modelos de conducta, omnipresentes, guiados no por la justicia, el respeto o la
aplicación de la virtud.
Se requiere una mayor conciencia en el ciudadano para que exija y no se acomode al
tenor del señor don dinero. Se requieren hombres honrados no iluminados por la
lámpara de Diógenes sino por la luz de la racionalidad ética. Solo de esta manera
podemos exclamar positivamente, sin ninguna doble intención atrás “ Pare de Sufrir!”
Carlos E. Guzmán M.