Capítulo 1: Esparta y Atenas al final del siglo X
1.2) Atenas: del siglo VI a Maratón
De Solón a las reformas de Clístenes:
A lo largo del siglo VI Atenas desarrolló un cuadro conflictivo marcado por el
enfrentamiento entre una aristocracia compuesta por unas pocas familias (los
Eupátridas) y el resto del pueblo.
En lo político, la aristocracia monopolizaba el poder a través del colegio de los
nueve arcontes, los magistrados principales, copados todos ellos por los Eupátridas,
y del Areópago, el órgano decisorio principal, un consejo de exarcontes, pues todo
arconte al término de su año de mandato entraba a formar parte de él de manera
vitalicia.
En el plano económico y social, los Eupátridas se habían enriquecido
progresivamente a costa de los pequeños campesinos que habían sido reducidos en
buena parte a la condición de arrendatarios dependientes (eran los hectémoros,
literalmente “los de la sexta parte”, Arist. Ath. 2; Plu. Sol. 13; Hammond, 1961) o a la
misma esclavitud.
Por lo que frente a la aristocracia, los sectores más acomodados del pueblo
reclamaban una apertura del régimen político, mientras que los más empobrecidos
reivindicaban la mejora de su situación social y económica.
Esta grave tensión llevó a la elección, en el 594, de Solón, un aristócrata, como
arconte y mediador (diallaktes) con poderes para modificar las leyes.
Solón canceló todas las hipotecas que pesaban sobre las propiedades campesinas,
abolió la condición de los hectémoros, que recuperaron sus antiguos terrenos de
cultivo, y prohibió los préstamos que tuvieran como garantía la libertad personal de
un ateniense.
Solón se encargó de potenciar también los sectores artesanales atrayendo
artesanos de todo el mundo griego, especialmente de Corinto.
En el plano político, Solón introdujo una constitución plutocrática, esto es,
basada en el nivel de riqueza de cada ciudadano. Dividió a los ciudadanos en
cuatrorangos censales:
Entre las rangos dominantes estarían:
a- Los pentacosiomedimnos, los muy ricos, cuya renta se evaluaba en 500 o más
medimnos de grano (cada medimno equivale a 51,8 litros)
b- Los hippeis (caballeros), cuya riqueza se situaba entre 500 y 300 medimnos.
Las clases acomodadas:
c- Los zeugitas, que poseían una fortuna valorada entre 300 y 200 medimnos y
formaban la infantería pesada de los hoplitas.
La clase más baja de esta sociedad:
d- Los thetes, los más pobres, que tenían un nivel de renta inferior a los 200
medimnos.
Con esto Solón cambió la sociedad, debido que a partir de ahora un nuevo criterio,
la fortuna, venía a sustituir al nacimiento y al parentesco aristocrático que hasta
entonces había predominado en la vida política.
Según fuera el nivel de ingresos de cada individuo así era su participación en el
régimen político:
A los pentacosiomedimnos y hippeis se les reserva el arcontado y el Areópago, Las
tres primeras clases, excluyendo a los thetes, podían acceder al Consejo de los
Cuatrocientos, cien por cada una de las cuatro tribus y cuya creación se atribuye a
Solón. Finalmente, la asamblea (ekklesia) quedaba abierta a todos los ciudadanos
atenienses.
Pero la reforma de Solón enfrentó problemas:
Solón había pretendido mediar entre los diferentes sectores enfrentados, pero su
reforma dejó descontentos a todos, a los aristócratas y al pueblo, Los aristócratas
habían perdido, por un lado, poder político con el ascenso de otras familias y la
creación de nuevos órganos, y por otro, riqueza con la abolición de hipotecas y la
liberación de los hectémoros. Los sectores populares pudieron pensar que la
reforma política se había quedado corta y posiblemente habían esperado también
un reparto de tierras.
Por la tensión política y social que había en los años 561 - 527 se da una tiranía
ejercida por Pisístrato, su gobierno no fue constante sino que se dividió en tres
periodos.
Lo que el tirano hizo:
Favoreció al pequeño y mediano campesinado ático con la creación de un fondo
público de préstamos a bajo interés (8-10%), que les permitió liberarse del control
aristocrático, y fomentó las actividades artesanales y comerciales.
Creó una auténtica religión comunitaria centrada en dos divinidades principales,
Atenea, para la que organizó fiestas y certámenes atléticos, musicales y poéticos
que culminaban en las Grandes Panateneas cada cuatro años, y Dionisio, un culto
agrario para el que se celebraban las Dionisias.
A su muerte, en el 527, Pisistrato logró traspasar la tiranía a sus hijos Hipias e
Hiparco. Durante un tiempo, los nuevos tiranos prosiguieron la política de su padre
hasta que en el 514 Hiparco fue asesinado por Harmodio y Aristogiton, lo cual tuvo
inmediatas repercusiones políticas. Ante esto Hipias endureció el régimen
despótico, lo que provocó un gran descontento. Finalmente, en el 510, los
espartanos junto con los aristócratas atenienses exiliados intervinieron en Atenas y
derribaron la tiranía.
Después de un intento oligárquico liderado por Iságoras, un aristócrata ateniense
amparado por los espartanos (510-508), Clístenes, miembro de la poderosa familia
aristocrática de los Alcmeónidas, se situó en el primer plano de la vida política
ateniense.
Para hacer frente a Iságoras, que había ganado las elecciones para el
arcontado del 508/507, Clístenes se apoyó en el pueblo e impulsó una reforma
que tenía como finalidad reducir drásticamente el poder de buena parte de la
aristocracia.
Por lo que surge el ostracismo:
Los planes de Clístenes asumirán un enfoque más dinámico según el cual las
reformas comenzarían en el 508/507 y pudieron extenderse al menos hasta el
501/500. Así, el ostracismo pudo introducirse en el 508/507; la reorganización del
cuerpo cívico en diez tribus se completó en el 507/506 o un par de años después
(Poli. 8.110), la elección de los diez estrategos, uno por cada tribu, se instituyó en el
501/500 y en este mismo año, la introducción del juramento de los consejeros
culminó la organización del Consejo o Bulé de los Quinientos.
Estas reformas estaban dirigidas contra los partidarios de los Pisistrátidas, que eran
todavía fuertes, contra los oligarcas, partidarios de Iságoras, y contra otras familias
aristocráticas enemigas de Clístenes y los Alcmeónidas.
En líneas generales, según el procedimiento que conocemos desde principios de
los ochenta del siglo V, cada año, en la asamblea principal del sexto mes o pritanía
del año del Consejo (enero-febrero) se preguntaba al pueblo si consideraba que
alguien aspiraba a la tiranía. En caso afirmativo, la votación tenía lugar dos meses
después en el octava pritanía (abril-mayo). Por lo que el pueblo votaba poniendo en
nombre del ciudadano en un tejuelo de cerámica.
Si un ciudadano concitaba 6.000 votos era condenado al ostracismo, esto es, al
destierro durante diez años en el que se respetaban su familia y sus bienes; según
versiones alternativas, seis mil debía ser el número de votantes mínimo, siendo
expulsado el que obtuviese mayor número de votos en su contra.
Las ventajas del ostracismo:
-- Evitaba la destrucción física del adversario, su lento procedimiento concedía
tiempo suficiente para la reflexión y sobre todo, daba a los atenienses la posibilidad
de decidir en un momento de grave conflicto evitando la continuidad de la stasis
(enfrentamiento interno), un mal endémico que azotaba periódicamente a
todas las poleis.
-- Este fue un instrumento esencial para la lucha política ateniense, cae en desuso
en el año 416 a.C
Otras reformas de Clístenes:
Clístenes dotó de contenido político a los demos. El demo, el lugar de residencia de
los ciudadanos, se transforma en una especie de distrito que comprende un territorio
delimitado (polis), un lugar central (acrópolis y asty) y varias aldeas y casas
dispersas (chora). También confiere a los demos nuevas instituciones, como la
asamblea del demo y el demarco o jefe del demo.
Tras todo esto, una de las principales funciones del demo es la inscripción de los
nuevos ciudadanos cuando los varones atenienses cumplen los 18 años. El demo
queda constituido, así, como una unidad administrativa y política menor y se
convierte en la primera forma de integración en la vida de la polis y de participación
política. A partir de ahora será uno de los elementos básicos de la democracia
ateniense.
Distribución territorial hecha por Clístenes:
Los demos entre las tres regiones principales del Ática:
El asty o ciudad (que incluye la ciudad y el puerto, en el que cada demo se identifica
con un barrio, y la llanura próxima entre el monte Egaleo y el monte Himeto).
La paralia (la costa) La mesogeia (el interior).
En una tercera fase agrupa los demos de cada región en trittyes (o tríadas) de
manera que cada trittyes contiene un número variable de demos, pero
aproximadamente el mismo número de ciudadanos. Quedan así establecidas treinta
trittyes, diez de cada región. Finalmente, Clístenes crea diez nuevas tribus (phylai)
colocadas bajo la advocación de un héroe epónimo (que da su nombre a la tribu),
cada una de las cuales incluye tres trittyes, una de cada región.
MAPA PÁGINA 29
El objetivo de la distribución territorial realizada por Clístenes:
Como indica Aristóteles, la finalidad de esta nueva reorganización del cuerpo cívico
es clara: mezclar a la población y vincular zonas muy distantes entre sí. De este
modo, se relacionan gentes no conectadas familiarmente entre sí, lo que viene a
significar que la organización gentilicia deja de ser la célula política básica y el
mecanismo fundamental del control y predominio aristocrático.
Con esto Clístenes quebraba así la esencia del poder de la aristocracia
ateniense que se asentaba sobre el control del resto de la población a través
de los vínculos de parentesco, las relaciones clientelares y el predominio de
las familias aristocráticas en sus respectivos territorios del Ática.
La reforma tiene también una vertiente militar. Las diez tribus forman la infantería
hoplítica, en la que cada tribu aporta uno de los diez taxeis o divisiones de hoplitas,
quizá distribuidos en lochos (batallones) de trescientos hombres, y dos unidades de
caballería proporcionales a cada tribu.
Cada taxis está mandado por un estratego de modo que la jefatura del ejército
ateniense queda compuesta a partir de ahora por los diez estrategos, uno por cada
tribu, y el arconte polemarco, que es el comandante supremo de todo el ejército
ateniense.
ESQUEMA EN LA PÁGINA 30 MUY IMPORTANTE.
En conexión directa con la reorganización del cuerpo cívico, el antiguo Consejo de
los Cuatrocientos pasa a tener ahora quinientos miembros a razón de cincuenta
buleutas o consejeros por cada tribu. El Consejo elaboraba los proyectos de
resolución que habían de presentarse a la asamblea popular o Ekklesia. La reforma
había acabado por situar el poder último de decisión en manos de la
asamblea.
Clístenes estableció la isonomía, el reparto igualitario de cargas y derechos.
Profundizó en el proceso democratizador, amplió el número y la participación del
cuerpo cívico en la toma de decisiones y quebró en lo posible la influencia y
representación de la aristocracia. Clístenes culminó la integración y unificación del
Ática. Su obra supone, dicho de una manera sencilla, una verdadera
refundación de la polis ateniense.
Sin embargo, las reformas de Clístenes no suponen todavía la adopción de una
democracia plena, aunque estemos muy cerca de ella. Fue la dura prueba de las
Guerras Médicas el factor esencial que hizo evolucionar a Atenas hacia una
democracia cada vez más profunda. Se concluirá entonces la transición política y
social que llevará a Atenas del predominio aristocrático a un régimen moderado
asentado sobre los hoplitas y los sectores medios y de ahí a una democracia en la
que los más pobres serán parte fundamental.
1.2.2. De las reformas de Clístenes a la Primera Guerra Médica:
No se tiene mucha información sobre esta.
Desde el mismo momento en que se introduce la ordenación clisténica, los
atenienses, por múltiples razones, se vieron enfrentados a otros Estados griegos.
Su primer amenaza eran los de Beocia. En el transcurso del siglo VI la ciudad de
Tebas se vuelve importante en Beocia, por lo que en el último cuarto de centuria se
reúnen en una Confederación bajo su hegemonía casi todas las ciudades Beocias
menos Paltea. Por lo que estos últimos (Platea), al negarse los espartanos a
ayudarlos se alían con Atenas.
Cuando plateos y atenienses iban a trabar batalla contra los tebanos, todas las
partes en conflicto decidieron someterse al arbitraje de los corintios. Como el
arbitraje corintio fue favorable a atenienses y plateos, los tebanos no lo aceptaron,
atacaron a los atenienses, pero fueron derrotados. Como resultado de todo ello,
Platea quedó fuera de la Confederación beocia y mantuvo su alianza con Atenas.
Tres años después, en el 506, los beocios se aliaron con Calcis para atacar
nuevamente a Atenas. Esparta se sumó también al ataque. Los lacedemonios
deseaban incluir a Atenas en la liga del Peloponeso. Sin embargo se generan
problemas con las divisiones espartanas por lo que estos los abandonan.
Abandonados por Esparta, beocios y calcidios fueron contundentemente batidos por
Atenas.
Platea permaneció al margen de la Confederación beocia y conservó la alianza
ateniense; Énoe, Eleuteras e Hisias, se convirtieron en demos atenienses y Oropo,
formando así parte de Atenas.
Los beocios no se rindieron y un año después vuelven a atacar aliados con los
Egina, pero volvieron a perder. EL BAGRE NO SE RINDE
La segunda preocupación de los Ateniense eran los persas:
Debido a que desde los últimos años del siglo VI, la expansión persa había puesto
un pie firme en Grecia continental y había alcanzado buena parte del Egeo. A partir
de entonces, las relaciones con Persia ocupan un lugar destacado en las
preocupaciones atenienses. Hacia el 507, según Heródoto, una embajada ateniense
solicitó en Sardes (en Anatolia) la alianza persa. Pero la alianza no fue igualitaria
(Persia quería subordinar) por lo que al final no se dio.
Ante más amenazas Atenas se vio acorralada:
Gran parte del debate se centraba en las relaciones con los persas. Los atenienses
estaban divididos y las posturas oscilaban desde la más abierta colaboración al
enfrentamiento. No se trataba únicamente de un asunto de política exterior, sino de
orden interno, ya que la amistad de Persia podía impulsar la reinstauración de la
tiranía.
Entre filopersas y antimedos es posible que podamos situar a Clístenes, los
Alcmeónidas y sus partidarios. Éstos deseaban la alianza con Persia, aunque fuera
desigual, como una forma de asegurar la continuidad de la constitución calisténica
frente a la amenaza de otros Estados griegos. La amistad con los persas evitaría
también que éstos apoyaran una nueva tiranía.
De Clístenes no se sabe que paso después del 508/507, ¿hizo la reforma y
abandonó como Solón? ¿murió? no se sabe.
Entre una serie de gobiernos sucesivos que seguían las reformas de clístenes pero
ahora con una política militar contra los persas:
Milcíades II es un característico representante de la mentalidad antipersa en Atenas
y definirá la estrategia que los atenienses seguirán durante la Primera Guerra
Médica: dar la batalla a los persas cuanto antes y en campo abierto y no refugiarse
tras los muros de la ciudad, evitando así la desmoralización de la mayoría y las
intrigas de los filopersas, que podían entregar la ciudad mediante traición. No
obstante, antes de analizar cómo materializó esta estrategia, debemos volver la
mirada a la Grecia del Este, donde se dará el primer enfrentamiento serio entre
griegos y persas, que preludiará la Primera Guerra Médica.
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Capítulo 2. La Revuelta Jonia y la Primera Guerra Médica.
La Revuelta jonia El siglo VI había visto la entrada de Jonia en el ámbito del imperio
persa con la consiguiente pérdida de autonomía de las poleis griegas. Gobernadas
por tiranos filopersas, más preocupados de cumplir las órdenes del Gran Rey que
de la propia situación interna de sus ciudades, el dominio persa parecía firmemente
asentado en esa parte de la Hélade.
El dominio persa sobre Jonia había acabado por crear una creciente tendencia a la
rebelión. Los jonios se habían visto implicados en la política imperial persa, que
tenían, además, que sufragar con tropas y con dinero; los tributos persas y las
modificaciones en la propiedad de la tierra perjudicaban a importantes grupos
sociales dentro de Jonia, mientras que en el comercio, que había sido una de las
fuentes principales de ingresos para los jonios antes de la conquista, tenían que
hacer frente a la creciente competencia de los fenicios, mucho más leales a los
persas. Por fin, el mundo jonio, que había sido notable en el desarrollo de formas
políticas imaginativas, se veía de nuevo constreñido al gobierno de tiranos que, para
más humillación, servían a un amo bárbaro.
Los jonios apenas consiguieron involucrar en su lucha a oíros griegos, rechazando
Esparta participar y contando sólo con el apoyo de Atenas y Eretria. Con estos
aliados, los jonios atacaron por tierra en la primavera del 498 la capital de la
satrapía persa, Sardes, aunque no consiguieron tomarla en su totalidad, siendo
perseguidos hasta la costa por los persas.
El enfrentamiento decisivo se producirá en el año 494, cuando la flota jonia,
compuesta de 353 trirremes se enfrentará en la batalla de Lade con la flota persa.
Las desuniones internas de los jonios y la traición de algunos de ellos los condujo a
la derrota. Los persas, tras una fuerte represión, proceden a reorganizar su
reconquistada satrapía estableciendo nuevas bases impositivas y favoreciendo la
existencia de regímenes más moderados que no fuesen tan impopulares como las
tiranías; con ello, reforzarían su posición sobre ese territorio y podrían plantearse
nuevas conquistas, estando la Grecia continental, claramente, en el punto de mira
de sus apetencias
Los objetivos de la política persa en el este:
Es esta misma política de anexión y control territorial la que desembocará, de forma
natural, en el enfrentamiento con Atenas en Maratón y, diez años después, con la
Liga Helénica en Salamina y Platea. El Imperio persa, desde la época de su
fundador Ciro II el Grande, había nacido con la inequívoca pretensión de incluir en
su órbita todo el ámbito geopolítico que, desde hacía ya varios siglos, constituía de
hecho un mismo territorio económico. Herederos de las viejas concepciones del
imperio universal que habían desarrollado las culturas mesopotámicas desde hacía
ya muchos siglos, los persas aspirarán a unificar bajo una sola autoridad todos esos
ámbitos. Y los pasos que la dinastía Aqueménida y sus predecesores los medos
dan desde su aparición van en ese mismo sentido: Asiria, Lidia y Jonia, Babilonia,
Egipto, la India, Tracia y Escitia no son sino jalones en la creación de ese dominio
universal.
En este contexto la anexión de las tierras al Sur de Tracia y Macedonia y las islas
intermedias entre jonia y Grecia apenas requiere explicación y justificación, La
diferencia con el resto de las áreas anexionadas deriva, por una parte, del hecho de
que en Grecia los persas hallaron una resistencia que fueron incapaces de quebrar
y, por otra, que los griegos, en donde se hallan las raíces de nuestra propia cultura,
se ocuparon de narrar y exaltar la resistencia y el triunfo contra los invasores.
Sólo los atenienses, que quizá todavía en el siglo V no habían acabado de entender
plenamente cómo funcionaba el Imperio persa, podían pensar que la invasión que
se paró en Maratón iba dirigida específicamente contra ellos por haber participado
en el ataque y en el incendio de Sardes durante la Revuelta jonia. Es cierto que éste
y otros pretextos pudieron jugar su papel en los momentos previos al enfrentamiento
militar, pero posiblemente eran utilizados sobre todo por aquellos griegos que
habían buscado protección en la corte del Gran Rey y que se servían de ellos para
atraerse a eventuales partidarios entre las ciudades griegas enemigas de Persia.
Las campañas persas hasta Maratón:
De esta campaña, posiblemente el hecho más positivo (habrá otros bastante
negativos) haya sido la anexión de Macedonia, donde, desde el 495 más o menos,
reinaba el hijo de Amintas, Alejandro I. Es probable que la misma no haya implicado
ninguna modificación de la situación previa y en todo caso, la mayor parte de los
estudiosos piensan que la época de tutela persa supuso uno de los primeros
momentos de esplendor de este reino periférico. La importancia de esta excelente
relación entre Macedonia y Persia se pondría de manifiesto durante los años
siguientes.
La empresa de Mardonio, sin embargo, sufrió un par de serios reveses cuando la
flota, que desde Tasos había cruzado hasta Acanto, en la península de Acté, la más
oriental de las tres que configuran la Calcídica, sufrió los efectos de un terrible
temporal a los pies del monte Atos, en el extremo meridional de dicha península. Al
decir de Heródoto, trescientos barcos se hundieron y perdieron la vida más de
veinte mil hombres, ahogados, a causa del frío, golpeados contra las rocas y
devorados por los tiburones. Por su parte, el ejército de tierra tuvo que soportar una
dura campaña contra los tracios brigos hasta que consiguió someterlos.
Durante el año siguiente (491) los persas reafirman su posición en Tasos,
donde parece haber habido un intento de sacudirse el yugo persa, y se les
pide al tiempo que envíen sus naves a Abdera, en la costa de Tracia. Es también en
ese momento cuando, al decir de Heródoto, Darío habría dado un
paso más en su política de anexión de Grecia:
Acto seguido Darío quiso sondear a los griegos para saber si se proponían luchar
contra él o si pensaban someterse. En consecuencia, envió diversos heraldos -que
tenían la misión de dirigirse a las distintas regiones de Grecia-, con la orden de
exigir, en nombre del rey, la tierra y el agua. A esos heraldos, repito, los envió a
Grecia, mientras que a otros los despachó a las diferentes ciudades marítimas que
le pagaban tributo, ordenándoles que construyesen navíos de combate y transportes
para caballos (Hdt. 6.48; trad, de C. Schrader).
De esta información no cabe duda de que la segunda parte es absolutamente cierta,
puesto que será al año siguiente, en el 490, cuando se produzca el ataque contra
Grecia y Atenas. De la primera parte, sin embargo, no puede garantizarse la
certeza, ya que se ha señalado su semejanza con una petición similar que realiza
Jerjes en el 481 (Hdt. 7.32); en todo caso, no parece improbable, ya que los
estudios realizados acerca de la fórmula de exigencia de la tierra y el agua sugieren
que para los persas esta fórmula trataba de evitar el enfrentamiento directo y abrir
una vía de negociación que implicase un reconocimiento explícito de la soberanía
del Gran Rey; como contrapartida a respetar la integridad del sometido, éste debería
aportar al soberano persa toda cuanta ayuda requiriese en forma de tributo.
Por lo que se refiere a Atenas, su actitud era claramente antipersa, como había
demostrado su participación, aunque muy limitada en medios y en tiempo, en la
Revuelta jonia. A ello se unía la acogida que los persas habían dispensado a su
tirano Hipias, la cual también jugó su papel a la hora de decidir a los atenienses a
ayudar a los jonios. En Atenas se hallaba también Milcíades, el antiguo tirano del
Quersoneso, que en el 493 había tenido que abandonar ese territorio como
consecuencia de la política de reorganización del dominio persa que siguió a la
derrota jonia en Lade. Las peripecias de este Milcíades, hijo de Cimón, llamado el
Joven para distinguirlo de su tío Milcíades, el Viejo, son, ciertamente,
representativas de cómo en los momentos finales del arcaísmo empiezan a confluir
(o, al menos, a ser mejor conocidas) toda una serie de circunstancias
ocasionalmente contradictorias. Enviado al Quersoneso por los hijos de Pisístrato
hacía el 516, pronto se hará con la tiranía sobre ese territorio y en su condición de
tirano y súbdito de Darío, participará en la expedición escítica de este rey. Tras ella,
sufrirá represalias por parte de los escitas, que atacarán su territorio; sin duda, su
actitud durante la Revuelta jonia fue de apoyo a la misma, lo que motivó su huida
definitiva del Quersoneso y su regreso a Atenas,
En estos años previos al inicio de la invasión persa el pueblo ateniense parece
haber apostado por la resistencia y Milcíades habría representado la opción más
segura para hacer frente a la amenaza. Ello lo resume Heródoto cuando asegura:
Sin embargo, también consiguió escapar de esos enemigos y libre de cargos, fue
nombrado estratego de los atenienses al ser elegido por el pueblo (Hdt. 6.104.2;
trad, de C, Schrader).
A pesar de su absolución, Atenas mantuvo siempre una actitud contradictoria con
respecto a Milcíades; vencedor en la batalla de Maratón, pero responsable al año
siguiente del desastre de Paros, odiado por muchos y reivindicada su figura por su
hijo Cimón, a Milcíades se le llegará a atribuir, incluso, la responsabilidad del
asesinato de los embajadores enviados por Darío para exigir la sumisión de Atenas.
Entretanto, la poderosa máquina de guerra persa no había perdido el
tiempo y los preparativos para la invasión seguían su marcha, obedeciendo
las órdenes dictadas por Darío. Mardonio, cuya campaña había terminado
con la pérdida de buena parte de su flota, fue sustituido y el mando se le
encomendó a Datis y a Artafernes. En el verano del 490 el ejército de tierra había
sido concentrado en Cilicia y allí acudió la flota que iba a encargarse del transporte,
tanto de los hombres como de los caballos. Heródoto nos da la cifra de seiscientos
trirremes, a las que habría que añadir las naves de transporte. La orden que reciben
de Darío, según Heródoto, fue que esclavizaran Atenas y Eretria y que condujesen a
los esclavos a su presencia (Hdt. 6.94.2)
Sometida Caristo, los persas se dirigen a Eretria; Atenas envía en su socorro a los
cuatro mil clerucos que estaban asentados en las tierras de los aristócratas
calcidicos desde el 506. Para Eretria sí tenemos atestiguada una disensión interna
en la polis acerca de la determinación a tomar; lo que nos cuenta Heródoto
posiblemente pudiéramos aplicarlo a tantos otros casos para los que no disponemos
de datos y, seguramente, también a Caristo e, incluso, a la propia Atenas:
Pero el caso es que la decisión de los eretrios no era, ni mucho menos, definitiva, ya
que, pese a llamar a los atenienses, maduraban dos planes bien distintos: unos
proyectaban abandonar la ciudad para dirigirse a las zonas altas de Eubea, mientras
que otros, esperando recibir del Persa una serie de ventajas en su propio provecho,
se disponían a traicionarla (Hdt. 6.100.1-2; trad, de C. Schrader).
Antes, sin embargo, de pasar a la campaña de Maratón, habría que hacer alguna
observación de conjunto sobre lo que hemos visto en este apartado. El primer
elemento que podemos destacar es la existencia de una política persa de anexión
de territorios sumamente coherente, cuyos primeros pasos en estos años
posteriores a la Revuelta jonia consisten en asegurar su dominio sobre el Egeo
septentrional mientras se inician los preparativos para el avance por el meridional.
En este sentido cabe destacar el uso de estrategias absolutamente adaptadas a la
situación.
Se ha calculado en un total de entre 20.000 y 25.000 infantes y unos 800 jinetes el
número de tropas de combate en el ejército persa. Estas cifras se revelaron
absolutamente adecuadas durante los meses de verano del 490, cuando estas
tropas, continuamente apoyadas por la flota, consiguieron hacerse con el control de
las Cícladas y su efectividad se demostró en el triple desembarco ante Eretria y la
pronta toma de la ciudad.
Por lo que se refiere a la actitud de los griegos frente al avance persa, lo primero
que debemos observar es que tanto nuestras fuentes de información como nosotros
mismos, a partir de ellas, tenemos la visión completa de lo sucedido. Maratón
supuso una primera victoria ateniense sobre los persas, sin duda no decisiva desde
un punto de vista persa, pero sí de una gran importancia simbólica para Atenas y
para Grecia.
La diplomacia persa, que contaba, además, con la inestimable cooperación de
griegos de notable reputación, entre los que podríamos citar, además de al extirano
de Atenas Hipias, al exrey espartano Demarato, había demostrado su eficacia
mediante el envío de embajadores solicitando actos de sumisión formal al Gran Rey
Salvo los casos conocidos de Esparta y Atenas, que ejecutarán a los embajadores,
es bastante probable que la acogida dispensada a estos personajes fuese en
general buena y, en ocasiones, excelente. La fuerza expedicionaria persa
comandada por Datis y Artafernes recoge, sin duda ninguna, durante el verano del
490 los frutos de esa diplomacia y su misión consistiría, en buena medida, en
reforzarla mediante las levas de tropas y la petición de rehenes.
Para Caristo, para Eretria, y quizá para la propia Atenas, lo que podemos suponer
es que no existía una visión unánime de la postura a adoptar y que esa inseguridad
favoreció una situación de inestabilidad dentro de las poleis que podía saldarse con
luchas civiles que contribuían, por ende, a debilitarlas. Atenas, decidida a resistir,
aunque no todos sus ciudadanos compartían esta determinación, tampoco actuó
con demasiada diligencia para defender a Eretria, aunque Heródoto usa el pretexto
del desacuerdo interno de los eretrios para justificar su abandono de la isla de
Eubea. Atenas prefirió, sin duda, utilizar a los cuatro mil hombres destacados en
Eubea en la defensa de su propio territorio.
La batalla de Maratón:
Todos los acontecimientos que rodean la batalla de Maratón fueron objeto, ya desde
la Antigüedad, de análisis, de debate, de estudio, pero también de falsificación, de
exageración y de justificación. Ello ha contribuido a que todavía hoy siga habiendo
muchos elementos que escapan a la comprensión del historiador y que, por lo tanto,
la campaña de Maratón sea, si no una de las más obscuras (que no lo es), sí, al
menos, una de las más discutidas. A ello contribuye también, sin duda ninguna, el
relato no demasiado preciso de Heródoto, que quizá optó por dar una visión heroica
y en cierto modo, aséptica, que satisficiese las distintas sensibilidades que existían
en Atenas en la época en la que él escribía, cuando Maratón se había convertido ya
en un episodio casi mítico, equiparado ni más ni menos, en el programa iconográfico
del Partenón, con las luchas de los lapitas contra los centauros y sobre todo, con las
míticas luchas de los atenienses contra las amazonas.
Ciertamente, había otros lugares en el Ática igualmente aceptables para un
desembarco persa e, incluso, más próximos a la propia ciudad de Atenas.
Desembarcando en Maratón, los persas, además de disponer de agua suficiente
para su gran ejército y de un fondeadero adecuado para sus naves, disponían de
otras ventajas. Una de ellas, quizá demasiado poco tenida en cuenta, se refiere a la
propia naturaleza de la sociedad ateniense. En efecto, la presencia de Hipias junto
con los persas, algunos acontecimientos que tuvieron lugar después de la batalla de
Maratón y a los que en su momento nos referiremos, la existencia de claros
elementos fílopersas en la Atenas posterior a la batalla, sugieren que los persas
deseaban dar tiempo suficiente a los atenienses para que estallasen las
consiguientes disputas internas entre sus partidarios y defensores, lo que, sin duda,
allanaría su camino.
Al ejército ateniense, compuesto por unos nueve mil hoplitas, se le había
unido el ejército de Platea, compuesto por otros mil soldados, sin duda
deseosos de abandonar la posición medizante que la Confederación Beocia había
adoptado.
Por lo que se refiere a los persas, ha sido también objeto de controversia su
actuación durante los varios días que permanecieron en Maratón. Además de
comprobar la solidez de la posición en la que se habían resguardado los atenienses,
una zona boscosa consagrada a Heracles y que controlaba el camino hacia Atenas,
posiblemente los agentes de Hipias estuviesen intentado reunir a sus partidarios en
la ciudad para provocar un cambio de situación.
El principal problema para los griegos venía representado por la caballería persa,
compuesta de unos ochocientos jinetes, que podrían atacar a la falange por su
flanco izquierdo o, incluso, rodearla. Heródoto no da cuenta del comportamiento de
esa caballería, pero informaciones aisladas en las fuentes sugieren que los griegos
iban disponiendo en sus flancos y en su retaguardia troncos de árboles y ramas
para impedir ataques de esa caballería al tiempo que, protegidos de este modo, iban
acercándose hasta las posiciones persas. De este modo habrían conseguido
acercarse a ocho estadios de distancia (unos 1.400 ó 1.500 m) del ejército persa.
El movimiento ateniense, salvo algún pequeño problema, es relativamente bien
conocido. Milcíades había preferido debilitar el centro de la línea y reforzar las alas,
conocedor de que en el centro de la línea persa se hallaban las tropas de elite,
compuestas por persas y sacas. Tras dar la señal de ataque, la falange griega
avanzó para cubrir la distancia que la separaba de las líneas persas. Heródoto
asegura que ese trecho de ocho estadios se realizó a la carrera, pero la crítica
actual es unánime al rechazar, por materialmente irrealizable, esa posibilidad. Sí
que es factible que se iniciase la carrera en el último tramo, de unos 140 m, en los
que la formación griega estaría al alcance de los arqueros persas, Da la impresión
de que éstos entraron inmediatamente en acción, mientras que el resto de la
infantería no avanzó y esperó que las flechas anulasen el ataque griego.
El resultado fue que los griegos llegaron a las manos con los persas sin haber
sufrido prácticamente bajas, mientras que éstos, que no habían iniciado movimiento
alguno, se vieron parcialmente arrollados. Tal y como estaba dispuesta la línea
griega, las alas tenían clara ventaja sobre las alas enemigas, tanto por el mayor,
número de hombres en las mismas cuanto por la menor calidad de las tropas persas
en esa parte de la formación. Las consecuencias de haber dispuesto así a las tropas
griegas se vieron pronto. El frente griego, menos profundo y enfrentado a la élite del
ejército persa, se hundió, lo que permitió el avance de éstos. Mientras, las alas
griegas habían desbaratado alas alas enemigas, que se daban a la fuga, lo que
permitió a sus componentes converger hacia el centro persa, que, al lanzarse a la
persecución de los griegos, había quedado disgregado. Así, cogidos entre las dos
alas, los persas fueron severamente masacrados.
Aunque habían tenido que abandonar Maratón, los persas aún disponían
de formidables fuerzas y emprendieron rápidamente la navegación hacia
Atenas, posiblemente animados por una señal que alguien les había dado
levantando un escudo. El asunto del escudo es uno de los más obscuros de
todo el episodio y aunque las sospechas recayeron en los Alcmeónidas, Heródoto
hace todo lo posible por exculparlos:
En Atenas, por cierto, circuló, a modo de acusación, el rumor de que los bárbaros se
habían decidido por esta maniobra [navegar hacia Atenas] a instancias de los
Alcmeónidas, que habrían llegado a un acuerdo con los persas para hacerles una
señal, levantando un escudo, cuando éstos se encontraran ya a bordo de sus naves
(Hdt. 6.115; trad, de C. Schrader). Así pues, el sentido común no permite creer que
fueran precisamente ellos quienes, escudo en alto, hicieran una señal con
semejante propósito. Pues lo cierto es que se hizo una señal levantando un escudo;
y la cuestión no puede soslayarse, ya que el incidente tuvo lugar. No obstante, al
margen de lo que ya he dicho, no puedo precisar quién fue el autor de la señal (Hdt.
6.124.2; trad, de C. Schrader).
El día después: consecuencias y resultados de la batalla de Maratón:
Los muertos atenienses fueron enterrados en un túmulo o soros de unos 45 m de
diámetro, posiblemente levantado en el lugar en el que se produjo el choque entre el
centro griego y el persa y que todavía hoy se alza unos 9 m sobre la 11 aniara
circundante.
En la llanura también se encontraba un monumento en honor a Milcíades, así como
un trofeo, Restos de ambos han ido siendo identificados a lo largo del tiempo; los
dos son posteriores en varios años a la batalla, pero, mientras que el primero debe
corresponder a la labor propagandística desarrollada años después por su hijo
Cimón, el segundo, también de esos años, debió de sustituir al trofeo erigido a
continuación de la batalla con los despojos persas. Pausanias, que menciona
ambos, no pudo ver, sin embargo, las tumbas de los persas, seguramente
porque debió de tratarse de fosas comunes sin ningún marcador especial.
Es interesante observar cómo se mezclan imágenes reales con imágenes míticas.
Junto a la descripción de alguno de los momentos cruciales del combate aparecen
héroes y dioses: Maratón, el héroe del lugar y sobre todo, Teseo, que en los años
posteriores a las Guerras Médicas empezó a adquirir un gran auge en Atenas, de la
que se convertirá en el héroe fundador y creador de su democracia. Surgiendo de la
tierra de la que forma parte, simboliza al espíritu de Atenas combatiendo a los
invasores, del mismo modo que el propio Teseo, según el mito ateniense, había
derrotado a las salvajes amazonas que habrían invadido también el Ática siglos
atrás.
Haber participado en la gloriosa jornada de Maratón se convirtió para los atenienses
en un timbre de gloria. Personajes que estuvieron allí, como el poeta trágico Esquilo,
aún lo recordarán en el momento de su muerte, como sugiere el que suele
considerarse epitafio de este poeta.
Por fin, y como símbolo imperecedero, el gran túmulo que acogía los restos de los
caídos se había convertido en el monumento en que esos atenienses, convertidos
en héroes, recibían el culto reservado a los semidioses. Estos ejemplos, y muchos
otros que podrían traerse a colación, indican la importancia indeleble que para
Atenas tuvo la batalla de Maratón, más allá de sus consecuencias reales
inmediatas.
¿Qué significó Maratón para Grecia y para Atenas? Heródoto, cuyo testimonio es
claramente adulatorio hacia los atenienses, afirma:
Pues, de entre la totalidad de los griegos, fueron [los atenienses], que nosotros
sepamos, los primeros que acometieron al enemigo a la carrera, y los primeros
también que se atrevieron a fijar su mirada en la indumentaria meda y en los
hombres ataviados con ella, ya que, hasta aquel momento, sólo oír el nombre dé los
medos causaba pavor a los griegos (Hdt. 6.112.3; trad, de C. Schrader).
Desde el punto de vista ateniense, una batalla en la que la desproporción entre
griegos y persas era de casi 3 a 1 a favor de éstos (sólo si contamos a los
combatientes y no incluimos a las tripulaciones de los barcos) y en la que tras su
desenlace se contabilizan unas bajas en tomo al 26% en el lado persa y tan sólo de
un 2% en el lado griego no podía dejar de considerarse un gran triunfo. Y, además,
cuando el enemigo era el Gran Rey Darío, cuyas conquistas enumera el Coro en
Los persas de Esquilo, representada en el año 472.
Desde el punto de vista de los persas, sin embargo, las cosas no debieron de ser
tan terribles. Ciertamente, habían fracasado en su fulgurante campaña contra
Atenas, pero sus pérdidas eran tolerables. Los defectos de la táctica persa, al
menos comparados con la táctica hoplítica griega, habían quedado de manifiesto.
Por otro lado, los persas podían ser vencidos en campo abierto a pesar de su
abrumadora superioridad numérica por un ejército bien instruido y bien organizado.
En este sentido, Maratón fue la auténtica prueba de fuego para el nuevo Ejército
ateniense surgido de la reforma de Clístenes, y que no parece haber estado en
funcionamiento más de diez años antes de la batalla.
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Capítulo 3 - La Segunda Guerra Médica.
La victoria de Maratón reforzó los sentimientos antipersas en Atenas, pero no
terminó con la división interna y los enfrentamientos entre facciones que habían
caracterizado al período anterior a la guerra. Inmediatamente después de Maratón,
Milcíades partió hacia las islas al mando de una escuadra de setenta naves. Su
estrategia consistía en controlar un buen número de islas del Egeo y crear así un
glacis defensivo que impidiera a la flota persa alcanzar Atenas. Tras someter
algunas islas, fracasó en el asedio a Paros. A su regreso a Atenas, aprovechando el
escaso éxito de la expedición, Jantipo llevó a Milcíades a juicio bajo la doble
acusación de alta traición y de aceptar sobornos persas. A pesar de que Milcíades
logró eludir la pena capital, fue condenado a una fuerte multa, unos 50 talentos (lo
que había costado la expedición), y ante la imposibilidad de pagarla, fue
encarcelado. Milcíades murió poco después (Hdt. 6.136; Nepote, Milcíades, 7.1-6),
Temístocles sufrió la oposición no sólo de los Pisistrátidas filopersas, sino también
de una facción que podríamos denominar conservadora dentro lo democrático, de la
que Aristides parece ser su representante principal, Aristides defendía la pervivencia
sin más cambios de la constitución plutocrática y censitaria de Solón y contaba con
fuertes apoyos entre las familias ricas y los zeugitas.
Para Aristides la creación de la flota transformaría de una forma brutal la
política, la sociedad y la economía atenienses y empujaría a la ciudad hacia
un salto forzado y destructivo: los thetes pasarían a desempeñar el papel
fundamental en la vida ateniense y los zeugitas perderían mucha de su influencia.
Antipersa como Temístocles, pensaba, sin embargo, que bastaba con los
hoplitas para detener a los persas; al fin y al cabo, los hoplitas habían vencido en
Maratón y podían volver a triunfar en el futuro. En el enfrentamiento
entre Temístocles y Aristides y sus facciones respectivas, Temístocles salió
vencedor y Aristides fue ostraquizado en el 482. Los cuatro ostracismos
conocidos que se producen en seis años y los numerosos intentos fallidos,
atestiguados gracias a la arqueología, son clara prueba de la efervescencia política
y la elevada tensión interna en la que vive la Atenas de entreguerras. Con todo, los
ostracismos tuvieron como consecuencia clarificar la situación y afirmar la influencia
de Temístocles en el momento en que los persas preparaban una invasión de
Grecia a gran escala.
La Segunda Guerra Médica:
Por parte de Persia la reacción es algo decidido desde los mismos días de Maratón.
Picado por la derrota, durante tres años, Darío preparó una expedición mucho más
nutrida y de objetivos más amplios que el mero castigo a los griegos, que habían
ayudado a los jonios. Sin embargo, en el 486, Egipto se sublevó y los persas
debieron emplearse a fondo para sofocar esta revuelta. El levantamiento egipcio
paralizó las acciones en el frente Egeo. Al mismo tiempo se planteó la cuestión de la
sucesión al trono, que Darío zanjó eligiendo como sucesor a Jerjes, haciendo
prevalecer así la porfirogénesis (el primer hijo nacido cuando Darío era ya rey)
frente a su primogénito.
Mardonio, uno de los persas principales, defendía también la invasión. Afirmaba que
Grecia era lo suficientemente rica para aportar un sustancioso tributo a las arcas
persas y destacaba también la debilidad militar griega: los persas conocían su forma
de combatir y habían sometido a los griegos de Asia Menor y a los griegos europeos
hasta los límites de Tesalia.
Durante los cuatro años siguientes los persas estuvieron preparando la
campaña. Excavaron un canal en el Atos, la península más occidental de la
Calcídica, para pasar la flota y evitar así los vientos y las tempestades que
habían destruido la escuadra de Darío en el 492, y tendieron dos puentes en
el Helesponto para que el ejército pudiera cruzar de Asia a Europa.
La Primera Guerra Médica no había sido más que una operación de represalia con
objetivos muy limitados, reducidos en gran medida a la imposición de un Gobierno
partidario de los persas, los Pisistrátidas, en Atenas. La Segunda Guerra Médica
fue una verdadera invasión de conquista preparada metódicamente, con
fuerzas muy superiores y en la que el propio rey encabezaba las tropas. Los
persas se planteaban en esta ocasión el sometimiento al menos de la parte
egea de Grecia continental, que quedaría convertida en una nueva satrapía del
Imperio.
Actualmente tendemos a cifrar el contingente del ejército persa en 180.000 infantes,
entre 70,000 y 80.000 jinetes (el número de Heródoto parece, en este caso,
verosímil) y una flota de unas 600 naves de guerra. Con todo, se trataba de
contingentes muy superiores a los que los griegos podían reunir. Sin embargo,
conviene diferenciar entre el ejército y a la armada persas. Mientras el ejército de
tierra superaba ampliamente a los griegos, que podían congregar menos de 40,000
hoplitas (las tropas verdaderamente decisivas), la armada era sólo un poco más
numerosa frente a los trescientos o cuatrocientos trirremes griegos. La flota persa
podía enfrentarse a los griegos con la ventaja añadida de su superioridad numérica,
pero no dividir sus fuerzas. Y ésta era una de las claves de la campaña: la victoria
persa hubiera estado al alcance de la mano si-Jerjes hubiera podido emplear un
contingente naval separado para hostigar la retaguardia griega y forzar a la flota
enemiga a un encuentro naval decisivo en mala posición contra el grueso de la
armada persa,
La constitución de la Liga Helénica:
Cuando los embajadores persas recorrieron Grecia solicitando la sumisión al rey, la
actitud de los Estados griegos fue muy diversa y osciló entre el sometimiento, la
neutralidad y la hostilidad. Entre los Estados que se oponían a los persas se
encontraban Esparta, que poseía el mejor ejército griego, y Atenas, que disponía de
la mayor flota de Grecia. La actitud de Esparta arrastró a toda la Liga del
Peloponeso.
En el Congreso del Istmo los griegos organizaron una liga de guerra, la Liga
Helénica, una alianza militar (symmachia) multilateral, ofensiva y defensiva, que
tenía como fin preservar la libertad de Grecia frente a los persas. Todos los Estados
miembros de la alianza se obligaban a prestarse apoyo mutuo y a no tratar de firmar
la paz con los persas por separado. La Liga se comprometía también a respetar el
régimen político y la autonomía de todos sus miembros. La Liga Helénica se dotó
de un Consejo de guerra, un Sinedrio, en el que todos los participantes en la alianza
estaban representados y donde cada Estado, independientemente de su tamaño,
importancia y contribución al esfuerzo bélico, poseía un voto. El Consejo
representaba la soberanía de la alianza, en su seno se tomarán las decisiones
principales y se decidirá la estrategia a seguir.
El medismo, la actividad en interés del persa, es considerado así como una traición
a toda Grecia y no sólo a un Estado. Finalmente, se enviarán embajadas a los
Estados que no estaban presentes al objeto de que se unieran a la alianza,
especialmente a Argos, Siracusa, las ciudades cretenses y Corcira.
Muchos Estados griegos se aliaron con los persas. Otros optaron por la neutralidad,
esto es, la abstención bélica plenamente consciente y respetada, un derecho
institucionalizado y reconocido que asiste a todo Estado que sigue con interés el
curso de los acontecimientos.
A pesar de todos sus temores y contradicciones, la Liga Helénica refleja el alto
grado de desarrollo alcanzado por el mundo griego en el marco de las relaciones
internacionales y una conciencia de unidad cultural y profunda de civilización que es
capaz de concretarse, parcialmente y en medio de graves dificultades, en una
política práctica. Este sentimiento de unidad y el odio a lo que el dominio persa
representaban fueron, a la postre, suficientes. Los griegos que combatieron en las
Las Guerras Médicas lucharon por su libertad, por la capacidad de realizar una
política exterior independiente, de darse el régimen político que desearan, en
definitiva, de retener en sus manos su propio destino.
La batalla de Artemisio
consistió en una serie de
enfrentamientos navales
que transcurrieron
durante tres días en el
contexto de la Segunda
Guerra Médica. La batalla
tuvo lugar al mismo
tiempo que el
enfrentamiento terrestre
de las Termópilas, en
agosto o septiembre de
480 a. C., frente a las
costas de Eubea, y
enfrentó a una alianza de
polis griegas (que incluía
a Esparta, Atenas, Corinto
y otras ciudades-estado) y
al Imperio persa de Jerjes
I.
La batalla de las
Termópilas tuvo lugar
durante la segunda guerra
médica; en ella una
alianza de las polis
griegas, lideradas por Esparta (por tierra) y Atenas (por mar), se unieron para
detener la invasión del Imperio persa de Jerjes I. El lapso de la batalla se extendió
siete días, siendo tres los días de los combates. Se desarrolló en el estrecho paso
de las Termópilas (cuyo nombre se traduce por "Puertas Calientes" en agosto o
septiembre de 480 a. C.
Esto provocó La evacuación de Atenas:
Las Termópilas y el cabo Artemisio dejaban abierta, pues, a los persas toda Grecia
central. El ejército persa atravesó la Dóride, después arrasó todas las ciudades
focidias y luego llegó a Beocia. Por su parte, la nota persa navegó en dirección a
Falero, en el Ática. Los atenienses intentaron convencer a los aliados para que
dieran la batalla en Beocia y evitarán así la caída de Atenas. Sin embargo, los
peloponesios sólo pensaban en defender el Peloponeso y estaban construyendo un
muro en el Istmo para impedir el paso de los persas. Como consecuencia de ello,
Atenas no pudo ser defendida y tuvo que ser evacuada. Sin oposición, Jerjes
invadió el Ática, ocupa Atenas y somete la ciudad a una rigurosa destrucción en la
que ningún edificio, sacro o profano, es respetado.
Las razones de la victoria griega:
En primer lugar, las Guerras Médicas pusieron de manifiesto las debilidades
insalvables del Ejército persa relativas a su composición plural y a su armamento.
La heterogeneidad de efectivos en lenguas, costumbres y especialmente en los
modos de hacer la guerra, suponía un grave obstáculo para el Ejército persa. La
mayor parte de los soldados que componían el Ejército persa presentaban carencias
en su armamento, especialmente en armas defensivas. Armados con lanzas, arcos,
escudos de mimbre y espadas cortas, muchos de ellos, incluso los mismos persas,
no llevaban siquiera coraza. En el cuerpo a cuerpo no podían resistir a los hoplitas
griegos, sólidamente armados. Es cierto, se nos dice, que en el Ejército persa
figuran hoplitas, todos los griegos que habían medizado, pero no constituían la parte
principal. He aquí una de las claves: el núcleo esencial del Ejército, formado por los
persas propiamente dichos, era incapaz de penetrar en la compacta formación de
una falange hoplítica.
Otra de las razones de la victoria griega es de índole estratégica. El mando
persa dio muestras de división, pero, salvo algunas excepciones, el comando
supremo persa, fiado en un presunta superioridad militar y analizando a la ligera las
posibilidades griegas, tuvo casi siempre una apreciación incorrecta de la situación
estratégica; ello le llevó a cometer errores en momentos decisivos, como ocurrió en
Salamina o Platea. En el mar, sus posibilidades de victoria se centraban en una
batalla en mar abierto y nunca en aceptar combate en un paso estrecho. En tierra,
debieron apostar por una estrategia indirecta, hostigar, rodear, flanquear como
hicieron en las Termópilas o en la primera parte de la batalla de Platea. Sólo en
condiciones muy favorables podían aceptar un choque frontal con la falange.
Las consecuencias de las Guerras Médicas:
No se trata del refuerzo de una unidad política, sino del desarrollo de una
conciencia de unidad de civilización, de costumbres, lengua y religión, que
predispone a las ciudades a una actitud solidaria frente al bárbaro. Como parte de
este Panhelenismo, la dura prueba de la guerra profundizó también en el dualismo
entre griegos y bárbaros y ahondó la conciencia del abismo que separaba a los
bárbaros de los helenos. Es ahora cuando el griego se define por antonomasia
frente al bárbaro.
La guerra continuó todavía largos años, pero, durante casi setenta años, los persas
fracasaron en todo intento de recuperar posiciones en el Egeo, en el Asia griega y
en Grecia continental. Sólo la guerra del Peloponeso les dará la oportunidad, a partir
del 411, de recuperar por vía diplomática lo que habían sido incapaces de conseguir
por la fuerza de las armas.
En un mundo griego estructurado en poleis independientes, la unidad política,
mucho menos la creación de un Estado único, era imposible por el mero hecho de
que destruía precisamente la forma de organización tradicional. Si entendemos esto,
estaremos rozando con los dedos la esencia del clasicismo, De este modo, las
Guerras Médicas, a la vez que desarrollaron la conciencia de pertenecer a una
misma civilización, dieron lugar a la división política de la Hélade. Ambos
fenómenos no son en modo alguno incompatibles. Así, la consecuencia más
importante de las Guerras Médicas fue el nacimiento de dos alianzas militares
antagónicas. Por un lado, la Liga del Peloponeso, bajo la hegemonía de
Esparta, que tiende a preferir los regímenes oligárquicos y que se asienta, salvo
algunas excepciones como Corinto o, en menor medida, Megara, sobre el poder del
Ejército de Tierra. Por otro, la liga délico-ática, cuyo hegemón es Atenas, donde
la democracia se impone paulatinamente y que se fundamenta sobre el poder
naval. A partir de ahora la historia de Grecia entrará en la llamada Pentecontecia, el
período de los cincuenta años siguientes a las Guerras Médicas, que se caracteriza
por el progresivo enfrentamiento entre estos dos bloques, que desembocará en la
larga y terrible guerra del Peloponeso.
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Capítulo 5 - Atenas en la primera parte de la Pentecontecia: de la Segunda
Guerra Médica al final de la primera guerra del Peloponeso
La evolución interna en Atenas hasta Efialtes:
Los años que siguen al final de las Guerras Médicas no son excesivamente bien
conocidos en cuanto a la política interna de Atenas se refiere. Heródoto concluye su
relato con la derrota persa y aunque en su obra se perciben ecos de la situación
ateniense durante la Pentecontecia. Es, pues, un período bastante complejo que,
al tiempo, no puede separarse del análisis de la constitución de la Liga de
Delos por parte de Atenas durante esos mismos años.
La victoria de la Liga Helénica sobre los persas y la retirada de éstos iban a
significar para Atenas, ante todo, la hora de la reconstrucción, La ciudad había sido
totalmente arrasada y su muralla arcaica destruida. Por instigación de Temístocles,
cuyo papel en la derrota persa era unánimemente aceptado, se reconoció
inmediatamente que, antes incluso de pensar en reconstruir la ciudad, era necesario
dotar a Atenas de una nueva muralla. Estos propósitos debieron de ser pronto
ampliamente conocidos por todos los griegos, especialmente por los vecinos de
Atenas, Megara y Corinto, quienes se apresurarían a informar a Esparta.
La muralla era uno de los elementos más claros para medir la independencia de una
polis, sólo carecían de murallas aquellas ciudades que habían
sido vencidas y obligadas a destruirlas y Atenas, que había sufrido dicha
humillación por parte de los persas, no podía permanecer sin murallas por
mucho tiempo.
La muralla se construyó con toda precipitación, como es de suponer, y en ella
participarían todos los que se hallasen en la ciudad, incluyendo mujeres y niños, y
aprovechando todo tipo de material. Ni qué decir tiene que la abundancia de
material de derribo en Atenas debía de ser abundante, puesto que tras la retirada
persa los atenienses que regresaron a su ciudad se encontraron con un campo de
ruinas; la descripción que da Tucídides de la muralla ha sido corroborada por la
arqueología.
Pero, en todo caso, la escena política ateniense de estos años posteriores a las
Guerras Médicas está dominada, sin duda ninguna, por Cimón, el hijo de Milcíades.
El ascenso de este personaje hay que ponerlo en relación con el coyuntural apoyo
de Aristides, claramente en función antitemistoclea (Plu. Cim. 5) y, también, con los
indudables éxitos militares del hijo del héroe de Maratón; no obstante, su actividad
política ya se atestigua pocos años antes de la batalla de Salamina, puesto que su
nombre aparece en algunos ostraka de hacia el 486, lo que sugiere que, aunque no
llegase a ser ostraquizado por entonces, era ya un personaje que empezaba a
destacar.
La reforma de Efialtes:
La figura de Efialtes, a quien se le atribuye una reforma básica en el funcionamiento
del sistema democrático ateniense, no es tratada con demasiada extensión por
nuestras fuentes. Alineado con el demos y por lo tanto, enemigo político de
Cimón, le vemos actuar en varias ocasiones directamente o a través de Pericles,
que será quien acabe sucediéndole al frente del pueblo.
Según Aristóteles:
Durante más o menos diecisiete años después de las Guerras Médicas se mantuvo
el gobierno bajo la dirección del Areópago, aunque había retrocedido un poco.
Habiendo incrementado el poder de la masa, se convirtió en jefe del pueblo Efialtes,
hijo de Sofónides, del que se consideraba que era incorruptible y honesto para con
el sistema de gobierno, el cual empezó a atacar al consejo. Y en primer término se
desembarazó de muchos Areopagitas interponiendo pleitos sobre asuntos de su
gobierno. Después, en el arcontado de Conón [462], le arrebató al consejo todas las
atribuciones añadidas gracias a las cuales era el guardián de la constitución, y unas
se las entregó a los Quinientos y otras a (la asamblea del) pueblo y a los tribunales
(Arist. Ath. 25,1-2; trad, de A. Domínguez).
La política de Efialtes no fue puntual, sino que debió de extenderse durante varios
años antes de llegar al punto definitivo en el 462, como sugiere tanto el propio relato
de Aristóteles como la noticia que da el mismo autor de que, al menos en un
momento inicial, Efialtes había contado con el apoyo de Temístocles, que, desde
dentro del Areópago; estaba a favor de privarle de sus atribuciones e, incluso, de
suprimirlo. El problema lo encontramos cuando se trata de definir estas atribuciones
del Areópago que, parece, no sólo habían permanecido intactas, sino que, incluso,
se habían reforzado tras la reforma de Clístenes. Así, además de mantener una
genérica supervisión sobre las leyes a aprobar, es harto probable (aunque no todo el
mundo lo acepta) que el Areópago ejerciese igualmente la euthyna o rendición de
cuentas de los magistrados, lo que le permitía, entre otras cosas, controlar el acceso
de los exarcontes al propio órgano, lo cual era de especial importancia una vez que
la selección de los magistrados se confió al sorteo desde el 487. Sin duda, el privar
al Areópago de esta atribución, que no le había sido otorgada por las leyes de
Solón, fue una de las claves de la reforma de Efialtes, aunque parece claro que éste
no pudo lograr poner en práctica todo su proyecto, puesto que fue oscuramente
asesinado. Durante el gobierno de Pericles, el Areópago quedaría reducido a actuar
como tribunal en determinados casos de homicidio
Fuesen cuales fuesen las competencias exactas que perdió el Areópago bajo
Efialtes, y las que perdió ulteriormente bajo Pericles, lo que parece claro, en todo
caso, es que a los jefes del pueblo, como lo fueron ambos personajes, en claro
enfrentamiento con la facción aristocrática, debía de repugnarles la idea de que un
órgano compuesto de antiguos arcontes, y por lo tanto, nutrido únicamente de
individuos pertenecientes a los pentakosiomedimnoi y a los hippeis, siguiese
conservando importantes prerrogativas dentro de la Atenas democrática, en la que
los órganos de decisión estaban, básicamente, en manos de los thetes; cualquier
medida que privase de sus poderes a ese órgano no podría sino ser bien recibida
por aquéllos. Quizá en este mismo contexto haya que entender la noticia de
Aristóteles (Ath. 26.2) que asegura que seis años después de la muerte de Efialtes
(es decir, hacia el 457) se abrió el arcontado también a los zeugitas, lo que
implicaba el final del monopolio aristocrático en este viejo órgano y su conversión en
una institución mucho más representativa de la ciudadanía en su conjunto (con la
excepción, naturalmente, de los thetes, cuyo acceso al arcontado estuvo siempre
vetado).
El nacimiento de Liga délico-ática:
Constitución y organización de la Liga de Delos. La retirada espartana trajo como
consecuencia inmediata el nacimiento de la Liga de Delos, llamada así por la isla
que fue la primera capital de la alianza, o délico-ática, nombre que reúne a la capital
(Delos) y a la potencia hegemónica (Atenas). En el invierno del 478/477, en Delos,
se reunieron en el santuario de Apolo y Artemisa los atenienses y todos aquellos
Estados que querían proseguir la guerra contra los persas. Los estados
congregados en Delos fundaron una nueva alianza bajo la hegemonía de Atenas
con el fin de proceder de una manera sistemática en la lucha contra los persas.
La Liga de Delos nace como una Symmachia, una alianza militar multilateral
ofensiva y defensiva. La iniciativa partió de los aliados y no de Atenas. Son
precisamente los demás Estados los que presionaron a Atenas para que
constituyera esta alianza. En origen la liga es, pues, una unión militar de
Estados independientes que conceden a Atenas la hegemonía de la alianza.
Ciertamente, la Liga de Delos se nos presenta como una escisión de una
Liga Helénica, pero se trataba de otra y diferente alianza. La Liga Helénica no se
disuelve y como prueba de ello, servirá de instrumento jurídico para que los
espartanos soliciten la ayuda ateniense en el momento en que se produce una
revuelta de hilotas (464).
Atenas aportaba el mayor número de barcos, era la potencia hegemónica y recibía,
por consiguiente, el mando militar supremo. Es posible que los miembros
fundacionales de la Liga sobrepasaran el centenar de Estados.
Organización de la Liga:
Aparentemente, la Liga se dividía en dos partes esenciales: los atenienses y sus
aliados. Esto significaba que, a diferencia de la Liga Helénica, en la que cada
Estado poseía un solo voto en el Sinedrio de la Liga, Atenas contaba en el Sínodo
délico con la mitad de los votos.
Habían dos categorías jurídicas originales de la Liga:
Los miembros asociados: Eran pocos. Atenas, Naxos, Samos, Tasos, Quíos y las
ciudades de la isla de Lesbos. Se encargaban de dar hombres y naves entre otros
recursos.
Miembros tributarios: No aportaban ni barcos ni soldados, por lo que entregaban
tributos (460 talentos) y así conseguían la ayuda de la Liga de Delos.
Finalmente, los Estados de la Liga eran autónomos, esto es, cada uno de sus
miembros podía darse el régimen político que deseara y mantendría su
independencia judicial.
En resumen, en el 478/477, la Liga de Delos se constituye como una alianza
militar multilateral, ofensiva y defensiva, nacida del libre consentimiento de
aliados autónomos e independientes, a perpetuidad (la secesión está
prohibida), con la finalidad de luchar contra los persas, colocada bajo la
hegemonía de Atenas y cuyo poder es básicamente naval.
La mayoría de los aliados prefirieron contribuir en dinero, de manera que
abandonaban su flota mientras la ateniense crecía por el continuo aporte de tributos.
Éste es uno de los elementos esenciales en la evolución de la alianza: mientras que
los aliados se debilitaban cada vez más, el poder ateniense aumentaba sin cesar.
La evolución de la Liga de Delos hasta la primera guerra del Peloponeso
(477-461):
Atenas contaba con la voluntad, los instrumentos jurídicos,
los recursos financieros y la fuerza militar suficientes para transformar la Liga de
Delos en un imperio (arche). Aunque la cronología absoluta es difícil de restituir y
fluctúa en varios años, la reconstrucción de los sucesos que median entre la
creación de la Liga y el estallido de la primera guerra del Peloponeso nos permitirán
ilustrar esta rápida transformación.
Los acontecimientos:
Eyón y Esciros, La incorporación de Caristo, La defección de Naxos, La batalla del
Eurimedonte, La expedición en el monte Home y el ostracismo de Cimón,
La primera guerra del Peloponeso (461-445):
Bajo el nombre de primera guerra del Peloponeso consideramos el período de
quince años que se extiende entre el ostracismo de Cimón (461) y la paz de los
Treinta Años (445). Utilizamos el apelativo de primera guerra del Peloponeso para
distinguirla de la gran guerra del Peloponeso (431-404), que denominamos también
simplemente como guerra del Peloponeso. Estos años centrales del siglo V se
caracterizan por la hostilidad entre Atenas y Esparta, que adquiere diversas formas
que van desde la tensión latente al enfrentamiento bélico. Además de su propia
importancia, la primera guerra del Peloponeso anticipa muchos aspectos que
veremos posteriormente desarrollados en el último tercio de la centuria.
Las victorias atenienses:
Las operaciones en el Istmo, La expedición a Egipto, El predominio ateniense en
Grecia central, Nuevas operaciones en el Istmo y el Peloponeso,
Sin embargo, las victorias habían tenido un alto precio. Atenas se había
visto forzada a combatir en varios frentes de manera simultánea, lo que la había
llevado a tensar sus recursos humanos y financieros de manera peligrosa. Una
conclusión se impone por sí misma: Atenas no podía sostener semejante esfuerzo
durante muchos años y ello habrá de notarse en la segunda fase del conflicto.
La paz de los Treinta Años:
A pesar del éxito en Eubea, Atenas había llegado al límite de sus fuerzas y se
avino a negociar la paz con los lacedemonios. Los atenienses y los lacedemonios y
sus aliados respectivos firmaron la paz en el invierno del 446/445 (Ste Croix, 1985:
293-294). El tratado estaría en vigor durante treinta años (de ahí el nombre de paz
de los Treinta Años por la que la conocemos) y restablecía el statu quo anterior al
461. Los atenienses entregaban Pegas, Nicea y las plazas que ocupaban en el
Peloponeso y renunciaban a la alianza con la Confederación aquea. Atenas sólo
salvaba Egina, que permanecía bajo su dominio incorporada a la Liga con un
estatuto especial de autonomía (Th. 67.2; Figueira, 1991). Atenas continuaba siendo
un poder marítimo y renunciaba a su imperio continental.
En último término, la paz era la expresión de un equilibrio entre Esparta
y Atenas en el que cada potencia era incapaz de vencer a su rival. Contentaba a los
dirigentes espartanos, ya que el poder de Esparta quedaba intacto. Al mismo
tiempo, dejaba las manos libres a los atenienses dentro de la Liga de Delos. Tras
quince años de guerras y tensiones, Atenas había tomado conciencia de los límites
de su poder: era extremadamente difícil sostener a la vez un imperialismo marítimo
y otro continental y combatir simultáneamente contra los persas y contra los
lacedemonios y sus aliados. Será ésta una lección de la que Pericles extraerá
hondas consecuencias.
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Capítulo 6 - Atenas en la segunda parte de la Pentecontecia. 1: La Democracia
ateniense en la época de Pericles.
La vida de Atenas está dominada en este período por la figura de Pericles; sin
sombra alguna de duda, una de las personalidades más importantes de toda la
Antigüedad. Tan hondo fue el recuerdo que dejó en sus contemporáneos y en los
europeos actuales que, aunque su predominio se extiende estrictamente entre el
446 y el 429, unos quince años, ha dado su nombre a todo un siglo y a una época
de apogeo de la civilización griega.
Pericles nació el 494 en el Ática, en la casa solariega que su familia poseía en el
demo de Colargo, al Noroeste de Atenas. Por parte de ambos progenitores
pertenecía a la más antigua aristocracia ateniense.
Como aristócrata, Pericles heredó las viejas amistades y relaciones de su familia,
que constituirán imas de las bases de su poder, y también antiguas enemistades,
como la que enfrentaba a los Alcmeónidas con los Filaidas, valgan como prueba el
enfrentamiento entre Jantipo y Milcíades o el que el mismo Pericles protagonizó
contra Cimón.
Pericles era manifiestamente incorruptible, cualidad que, entonces como ahora, no
acababa de ser del todo corriente. Y sobre todo destacaba en el arte de la retórica.
Orador deslumbrante, Olímpico, como le llamaban sus contemporáneos, no
halagaba a su auditorio, sino que, mediante la persuasión, esperaba convencerlos
de sus propósitos. Cautivaba su imaginación, los amonestaba si era obligado, los
animaba si lo creía necesario, apelaba a su orgullo y a sus sentimientos patrióticos.
Sabía ser apasionado o frío, irónico o colérico, distante o cercano, idealista o
realista; siempre ágil y pleno de recursos, superaba a todos sus amigos y
adversarios. Más que un líder político, Pericles era lo que podríamos llamar un
estadista, algo que sucede sólo rara vez en cada sociedad y época. Como estadista
estaba dotado de singular clarividencia, calculaba las posibilidades, sabía lo que
debía hacerse en cada momento, no desfallecía ante las dificultades ni se dejaba
arrebatar por la euforia o la irreflexión en los momentos de éxito.
Primer ciudadano sí, pero no una casi tiranía o una dictadura encubierta como
pretenden algunos. Pericles basó su predominio en sus cualidades personales, su
origen social y su facción. El generalato fue también un elemento indispensable. Los
poderes del estratego le proporcionaban una amplia influencia en la política
ateniense: disponía de mando militar, tenía libre acceso al Consejo, podía convocar
la asamblea (Th. 2,59.3) y manejaba fondos públicos.
El predominio de Pericles dependía de su habilidad para obtener el apoyo de la
asamblea y los tribunales, en cada asamblea y ante cada tribunal, se fundaba en la
confianza popular y su mérito principal consistió en haber sabido conservar esta
confianza hasta el final. No lo olvidemos: es el pueblo el que le otorga un poder
inmenso, pero siempre amenazado, es el pueblo el que tiene siempre la última
palabra sobre todos y cada uno de los asuntos.
La democracia ateniense: ideales y realidades:
La democracia ateniense se caracteriza por el derecho de todos los ciudadanos a
participar en la política frente a los regímenes oligárquicos, que reservan los
derechos políticos a una parte minoritaria del cuerpo cívico. Pero antes de mediados
de siglo tal participación distaba de ser satisfactoria. En efecto, los ricos y los
sectores medios, en razón de su propia situación económica, podían tomar parte
con más asiduidad en la cosa pública, mientras que los pobres debían dedicar la
práctica totalidad de su tiempo a garantizar su propia supervivencia y no podían
ocuparse de la vida política.
Pericles afirma en su discurso la igualdad legal, isonomía, de todos los ciudadanos
adultos masculinos independientemente de su origen familiar y social y su riqueza.
La isonomía comporta dos aspectos. Por un lado, hace referencia a la concesión de
derechos iguales para todos, el derecho a participar en las decisiones políticas y a
recibir un juicio justo y de acuerdo con la ley. Por otro, significa la alternancia
periódica ordenada por la ley en la obediencia y el mando, es el reparto igualitario,
de acuerdo con la ley de poderes, honores y cargas.
La isonomía es compatible con las diferencias basadas en el mérito personal y el
prestigio (axioma). Pericles pone precisamente el acento en las cualidades
personales y no en el origen familiar y la riqueza. Refleja así el pensamiento de
algunos sofistas, los filósofos del período. Como veremos, la sofística es un
movimiento intelectual, una corriente de ilustración, de crítica en el plano político,
social y religioso, que florece en el mundo griego a mediados del siglo V.
Es esta corriente filosófica la que sirve a Pericles para afirmar, en un cuerpo cívico
dotado de isonomía, la primacía del axioma, del prestigio personal, sobre el origen
familiar. Es cierto que en la política existen diferencias entre los ciudadanos, que
unos tienen más influencia que otros, pero, frente a la aristocracia que confunde
nacimiento, riqueza y mérito, la diferencia entre los ciudadanos se basa en las
cualidades personales de cada uno, en su esfuerzo personal, su propio prestigio y
su buena reputación y no en la falta de nombre o la pobreza; así, la democracia es
aristocrática (el gobierno de los mejores) sin ser oligárquica.
Ciertamente, la isonomía tiene como objetivo principal la igualdad política y los
atenienses no se plantearon una isonomía social y económica, esto es, la
redistribución de los bienes y propiedades privadas. Pero la democracia impulsó el
desarrollo de una sociedad más justa desde el punto de vista económico. Desde
tiempo atrás las leyes y el sistema de herencia impedían la acumulación excesiva
de propiedades y ahora la política democrática con sus misthoi, inversiones y
construcciones y la preocupación por el abastecimiento tendió a mejorar la situación
económica de todos los ciudadanos, especialmente de los más pobres (Sancho
Rocher, 1997).
Para Pericles, un régimen político pueda ser considerado una democracia, deben
cumplirse dos cosas:
-la deliberación pública previa.
-el voto mayoritario posterior en la asamblea y los tribunales.
Ambos están íntimamente relacionados puesto que en una democracia la decisión
se alcanza por el voto tras un debate público y abierto.
La isegoría: el derecho de cada ciudadano a presentar proyectos y a exponerlos
ante la asamblea.
Este otro de los elementos básicos del sistema democrático y de la libertad de
expresión que diferencia a la democracia de los regímenes oligárquicos.
Todo ciudadano debe comprometerse con el estado democrático, que en último
término se identifica con la propia comunidad. Su pertenencia a ella implica la
obligación de preocuparse por los asuntos públicos. La democracia rechaza
expresamente a aquel que no participa en la vida política, es inútil para la polis, para
la comunidad.
Ahora bien, en la vida pública el ciudadano debe someterse a la ley que es
expresión y emanación de la voluntad de la comunidad y salvaguarda de la libertad
de los demás. El ciudadano debe poseer el autodominio necesario para circunscribir
su propia conducta a los límites fijados por las leyes. La libertad democrática no
significa anarquía, sino que debe conciliarse con el respeto a la ley y a los
magistrados, debe ser compatible con los límites establecidos por la ley y la propia
libertad colectiva. A través de la ley se armonizan la comunidad y los derechos de
cada ciudadano particular.
En la concepción de Pericles, la democracia no es sólo el gobierno del pueblo, sino
el gobierno en interés del pueblo, donde los pobres pueden participar en la política y
prestar grandes servicios a la ciudad, pero únicamente los ricos acceden a las
magistraturas (uid. Th. 6.39.1). La democracia deja también espacio a los sectores
aristocráticos y ricos y se caracteriza por un reparto jerárquico de las tareas
políticas, Sólo así será posible la concordia entre todos los ciudadanos, ricos y
pobres, aristocracia y demos.
El teatro se convierte ahora en el vehículo esencial de la educación democrática. La
educación griega no pasaba normalmente de las primeras letras: leer, escribir,
contar. Para acceder a otros estadios educativos más avanzados, a los sofistas, era
necesario un desembolso de dinero imposible para el común de los atenienses. A
mediados del siglo V, con la organización de los espectáculos financiados por los
ricos y la introducción del misthos theorikon, la tragedia y la comedia se hacen
accesibles a todos y se convierten en el medio de expresión de la opinión pública y
de las tendencias políticas y en la mejor aula de educación del pueblo. En el teatro
el ciudadano entraba en contacto con la sutileza de los razonamientos y la similitud
de situaciones entre el mito y su propia realidad.
Teatro y política conformaban así una verdadera educación democrática que
proporcionaba una formación única en el terreno intelectual.
La democracia ateniense: el funcionamiento del sistema:
La politeia encierra un doble significado, designa, en primer lugar, en su manera
democrática, la participación de todos los ciudadanos adultos masculinos, en
diferentes grados y responsabilidades y además, la organización de los poderes, las
instituciones principales y sus reglas de funcionamiento (condiciones de acceso,
procedimientos y competencias) que han ido definiéndose a lo largo del tiempo.