Para los estudiantes la escuela es un ámbito
de libertad, en su amplio sentido de la
palabra ya que son auténticos se sienten libres
de pensamiento y expresión.
En su gran mayoría se iniciaron en el mundo laboral desde
tempana edad, conocieron la
calle, la noche, el encuentro con otro grupo de pares más
adulto, donde éstos se constituyeron como
ideales y se ubicaron como mentores de su vida. Así
también conocieron -en muchos casos- la droga, el
alcohol y el delito.
Provenientes de los más diversos territorios: del
campo, de la ciudad, de zonas inhóspitas, de grandes
ciudades, cada uno con su bagaje cultural, sus
costumbres, de algún modo ilustran el paisaje de la
diversidad, pero con un denominador común, la
exclusión.
Cuando hablamos de pobreza no hablamos de pobreza sólo
en términos económicos. Se trata también
de carencias afectivas, de valores, de educación, de
condiciones de vida digna
.
La escuela asume una multiplicidad de funciones. Al momento que
transmite contenido pedagógico, educa en valores, aborda las problemáticas
que afectan el proceso de enseñanza aprendizaje, trabaja para evitar la
reincidencia en el delito, asume el abordaje en la cuestión de las adicciones. Es
decir que mira al sujeto. Pero este sujeto vivencia una serie de situaciones
vinculadas a su condición de preso. Situaciones que tienen que ver con su
historia de vida, con la droga, con el amor, con la paternidad, o simplemente
con recibir una visita una vez a la semana. Por tanto no se
puede enmarcar la educación en la simple acción de la transmisión de
contenidos.
Los docentes en estos lugares estamos convencidos de
que ellos son capaces de aprender en cualquier
momento de su vida, en ese espacio que es el aula en la
que un docente lo mira, lo nombra, se acerca, le
muestra que más allá del lugar donde está, él puede
tomar un lápiz, un papel, leer, escribir, sumar, contar
sus historias y relatar historias, donde se abre ese juego
fascinante del enseñar y del aprender.