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Truco o Trato

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El

Halloween. Un día para trucos y tratos. Un tiempo en el que cualquier cosa puede
suceder…
Cuando Martha vio la casa, se dio cuenta de que era una lugar maldito. Un sitio tan
frío y siniestro no podría ser de otra forma. Así que no le sorprendió saber que en ella
se había cometido un asesinato, pero sí le asustó terriblemente.
Está convencida de que alguien la está observando, siguiéndola, realizando llamadas
de teléfono muy extrañas… Martha está segura de que este Halloween podría ser el
último de su vida…

Página 2
Richie Tankersley Cusick

Truco o trato
Zona límite: ZL Terror - 10

ePub r1.0
Titivillus 26.04.2020

Página 3
Título original: Trick or treat
Richie Tankersley Cusick, 1996
Traducción: Liwayway Alonso
Diseño de cubierta: David de Ramón

Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1

Página 4
Página 5
Capítulo 1

— A ver qué te parece esto: «¡Espíritus atormentados! ¿Es cierto que vuelven
al escenario de su tragedia? ¿Están condenados para siempre, más allá de
la muerte?».
Martha miraba por la ventanilla. Veía las laderas onduladas de unas colinas que le
resultaban extrañas, los árboles casi desnudos azotados por el viento otoñal. Caía la
noche y, a pesar del ambiente sofocante de la furgoneta, sintió un escalofrío.
—Papá, ¿no podemos dejarlo para más tarde?
El señor Stevenson asintió vagamente; estaba más sumido en sus pensamientos
que pendiente de la carretera.
—¡Es el tema perfecto para mi próximo artículo! Creo que la fiesta de
Halloween[1] me ha inspirado y… —miró a Martha de soslayo; esta vez centró en ella
toda su atención—. ¿Aún estás enfadada conmigo?
Martha dejó aquellas palabras flotando entre ellos unos momentos.
—Es que… no puedo creer que me hayas hecho esto.
Su padre se quedó mirándola. Luego, volvió a mirar por el parabrisas con un
gesto de culpabilidad.
—Mira, Martha, tú y yo habíamos hablado ya de esto… Sabías que Sally y yo
queríamos casarnos para irnos a vivir todos juntos. No puedo vivir en la casa donde
antes vivía el ex de Sally. Y Sally y Conor jamás habrían podido competir con los
recuerdos de tu madre en casa. Habría sido injusto para todos. Teníamos que
encontrar un sitio que fuera sólo nuestro.
—Pero no hacía falta que os escaparais juntos… Además, podríais haber esperado
para hacer la mudanza en las vacaciones del Día de Acción de Gracias[2]…
—Martha… —dijo su padre con gesto de impotencia—, yo sólo quería estar con
ella.
—Pero ha sido Sally la que ha comprado la casa. Ella la ha elegido y…
—Oye, sé un poco razonable. Tú y yo estábamos de acuerdo desde hace mucho
tiempo en salir de la ciudad. Yo no tenía tiempo de ir a buscar casa, y cuando Sally
me llamó y me habló de este sitio me pareció perfecto. Un estudio donde puedo
escribir, un estudio donde Sally puede pintar… —volvió a mirarla con gesto cansado
—. Sally no te gusta nada, ¿verdad?
—No, papá, no es eso. Me gusta Sally. De verdad.
—Entonces es Conor el que no te gusta.
—Conor es muy raro —lanzó un suspiro—. Mira, papá…
—Tú siempre has querido tener un hermano mayor.

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—¡Pero si sólo me saca un año!
—Piensa en lo duro que será esto para él. Mucho más que para ti. Está en el
último curso y ha tenido que cambiar de instituto a mitad de trimestre…
—A Conor todo le da igual —dijo Martha, zanjando el tema.
—¡Pero si sólo le has visto un par de veces! Es un filósofo —su padre soltó una
risita—. Lo que pasa es que hay que conocerle bien y tratar de comprenderle.
—Yo no quiero comprenderle. No quiero ni verle —¿quién podría comprender a
un tipo tan distante y despreocupado?—. Tiene una mirada… —insistió Martha,
testaruda.
—¿Qué mirada?
—Pues eso…, me mira como si no supiera si le doy risa o asco.
Su padre hacía grandes esfuerzos para no echarse a reír, pero ella sabía que tenía
razón. Conor era impenetrable. Era muy independiente y tan esquivo que resultaba
desesperante.
—Siempre ha sido muy amable contigo, ¿no crees? —le preguntó su padre.
—Es que parece…, no sé…, parece que viene de otro mundo.
—¿De otro mundo? ¿Una especie de alienígena?
—Papá, deja de burlarte… ¡Ya sabes a qué me refiero! No habla casi nada. Y
cuando habla parece que lo hace para sus adentros; pienso si se limitará a
contemplarlo todo de lejos… Es como si conociera el secreto de la vida y se limitara
a ver cómo los demás hacemos el ridículo.
—Puede que lo conozca —sonrió su padre—. Y puede que no hagamos más que
el ridículo.
—Olvídalo… No haces más que defenderle.
—Yo creo que te fascina y lo que pasa es que no quieres reconocerlo.
—Venga, papá…
—Martha, eres demasiado… —de pronto su padre se quedó callado, detuvo el
coche y señaló a lo lejos un claro entre los árboles—. Creo que es allí. Sally me dijo
que era el primer claro después de la curva que acabamos de tomar.
Martha entornó los ojos tratando de ver en la oscuridad y sacudió la cabeza.
—No sé…, no veo nada —el coche avanzaba poco a poco y las ramas de los
árboles arañaban su puerta. Escuchó el traqueteo hueco de un puente bajo las ruedas a
medida que se adentraban en el bosque—. ¡Estamos en medio de ninguna parte! Creo
que deberíamos dar media vuelta y…
—Mira, Martha, allí está —Martha se agarró al salpicadero y se quedó mirando
fijamente.
La casa tenía un aspecto extrañamente fantasmagórico. Se alzaba entre pálidos
jirones de niebla, con sus paredes de piedra oscura y sus chimeneas entrelazadas con
los árboles desnudos, retorcidos. Los tejados, cubiertos de hiedra muerta, se
recortaban contra la luz crepuscular; las marquesinas destartaladas colgaban como

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párpados que ocultaran algún secreto. Parecía sacada de un sueño; parecía irreal.
Llena de peligros…
Martha respiró hondo y recorrió con la mirada la casa en penumbra y las sombras,
salpicadas aquí y allá por unos parches de luz amarillenta que entraba por las
ventanas. Alguien había colocado un espantapájaros apoyado contra el porche.
Iluminada por el trémulo resplandor de un farol de Halloween que chisporroteaba
cerca, su espantosa cara lanzó un destello hacia ella. Se escuchó el incesante ulular
del viento otoñal. Unas hojas muertas rociaron el parabrisas. Martha miró hacia el
bosque, nerviosa; de pronto, las manos se le habían quedado heladas.
Es un sitio perfecto para esconderse…, para espiarnos… Y nunca llegaríamos a
enterarnos…
—Perfecto —murmuró su padre, con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Es
absolutamente perfecto!
Mientras aparcaba el coche al final del camino, Sally salió corriendo por la puerta
principal. Reía y saludaba con la mano. Les dio un abrazo a cada uno.
—¿Bueno, qué te parece? —Sally se llevó a Martha a remolque y subieron las
amplias escaleras hasta el porche—. Es estupendo, ¿verdad?
Martha se quedó contemplando la puerta agrietada; la pintura que se caía a trozos;
las ventanas rotas, que tenían los cristales sucios pegados con cinta adhesiva de forma
descuidada. Parte de las tablas del porche habían desaparecido, corroídas por la
podredumbre.
—Bueno —dijo Sally rápidamente, al ver la mirada de Martha—, ¡todavía
necesita un poco de trabajo, claro! ¡Pero fíjate en el potencial que tiene!
—Es… —Martha asintió como una tonta— una casa maravillosa (si es que te
gustan las películas ele miedo). Aquí estaremos muy bien (ojalá estuviera en el otro
extremo del planeta).
Levantó la vista y se puso tensa. Se había olvidado por completo de Conor, pero
la luz del recibidor le iluminó la cara cuando salió de la casa y, como siempre, ella se
quedó mirándole sin poder apartar los ojos de él.
Conor tenía algo. Algo extraño que ella no habría sabido nombrar, pero que
estaba allí. Era algo tan real y más allá de su entendimiento, que resultaba
desesperante. Su mandíbula cuadrada y aquel gesto que siempre tenía en la boca…,
como si siempre estuviera haciendo conjeturas…, excepto las comisuras de los labios,
que llevaba levantadas como si se estuviera riendo de algo por dentro. Sus ojos
azules, profundos…, tan tranquilos, firmes y penetrantes bajo sus cejas. Era alto y
delgado, pero de hombros anchos. Aquella noche llevaba vaqueros y un jersey
grueso. Iba encorvado para protegerse del aire frío de la noche. Su pelo era fuerte, del
color del oro bruñido y siempre parecía azotado por el viento, despeinado a la altura
de los hombros. Martha lo contemplaba, abrumada por una revelación repentina. Mi
hermanastro. Dios mío, ahora es mi hermanastro.

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No tenía por qué aceptarlo. Ni hablar. Lo esquivó y entró en la casa, pero notó
que él le devolvía la mirada con un brillo divertido en los ojos. Después, su padre y él
se pusieron a charlar y se dieron la mano. Sally se la llevó a rastras de nuevo.
—Te acuerdas de Conor, ¿verdad? Dios mío, pero qué digo, ¡pues claro que te
acuerdas de Conor! Es que estoy tan nerviosa; en fin…, después de todo, ¡ya somos
una familia!
Martha se puso tensa otra vez cuando Conor le rodeó los hombros y le dio un
abrazo. Una sonrisa lenta, controlada, se le fue formando poco a poco en los labios.
Ella sabía que se estaba ruborizando.
—Por fin tengo una hermana pequeña. Soy un tipo con suerte.
Martha se soltó. Su padre y Sally se aguantaban la risa.
—Oye, Conor, ¿por qué no le enseñas a Martha su habitación? —balbució Sally
—. Conor ha escogido tu habitación, Martha, la que le pareció que te gustaría más.
Pero, desde luego, si prefieres otra…
—Seguro que me gusta —dijo Martha, tensa.
Conor la miró de pies a cabeza. Luego la guio escaleras arriba.
Estaba muy oscuro y no se veía casi nada. Martha iba siguiendo el perfil borroso
de la espalda de Conor, procurando apartarse de las sombras oscuras, de aquellas
paredes tan cercanas, de los olores a viejo y a humedad. Las escaleras estaban
deformadas y sueltas. Cuando llegaron al segundo piso, se quedó allí de pie, indecisa.
Escuchaba cómo Conor palpaba las paredes con la mano.
—La mitad de las luces están estropeadas —murmuró—. Es una más de las
pequeñas incomodidades a las que nos tendremos que acostumbrar.
—¿Y cuáles son las demás? —Martha odiaba tener que preguntárselo.
Hubo una especie de torrente de luz amarilla que iluminó un pasillo parcialmente,
cuando se encendieron varias lámparas de pared. Conor las miró con los ojos
entornados.
—¿Qué te parece, por ejemplo, que haya sólo un baño?
Martha gimió.
—Lo dirás en broma.
—Ojalá. Está al final del pasillo de servicio —al ver que ella lo miraba perpleja,
señaló un umbral oscuro con la cabeza—. Por allí hay también unas escaleras
traseras. Puedes bajar hacia el sótano o subir hasta el desván.
Martha se asomó a una habitación con cautela.
—¿Es la mía?
—No, la tuya está allí, al fondo…, apartada de las demás.
Martha se acercó lentamente hasta la última puerta. Cada vez se sentía más
intranquila. Había tantas sombras…, sombras que la luz no alcanzaba a deshacer. La
voz de Conor sonaba hueca e inhumana. Sentía que el corazón le latía con fuerza en
el pecho.
—¿Por qué has escogido esta habitación?

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—Pensé que te gustaría tener un poco de intimidad —encontró el interruptor y
con una seña le indicó que podía entrar—. Mamá ha bajado esta cama del desván.
Puedes usarla hasta que… ¿Qué pasa?
Martha estaba tras de él, paralizada en el umbral, con los ojos clavados en la
habitación. Ésta también se hallaba llena de sombras…, muchas sombras…, sombras
que moteaban el papel pintado de la pared, un papel desgarrado, manchado, adornado
con flores desvaídas. Bajo la ventana desnuda, sin cortinas, había un banco y la
puerta del armario estaba entornada.
—Es muy fría —musitó.
Conor observó cómo miraba el escaso mobiliario.
—Cuando metas tus cosas, dejará de serlo…
—No —Martha levantó la vista; de pronto tenía las mejillas muy pálidas. Se
agarró a su manga con una mano—. ¿No lo notas? Es tan fría…, tan… —se agarró
con más fuerza a su brazo, y aquel frío se transformó en miedo—. Conor…, en esta
habitación sucedió algo terrible.
Conor se quedó mirándola largo rato con gesto inexpresivo. Oyó que Sally los
llamaba para cenar y, cuando se apartó de allí, repentinamente humillada, vio la
profunda intensidad de los ojos de Conor.
Conor seguía observándola.
—Son corrientes —dijo en voz baja—. Todas las casas viejas tienen corrientes de
aire.
Ella asintió tensa y lo siguió escaleras abajo.
No podía comer. Se dedicó a revolver el guiso misterioso que tenía en el plato.
Apenas atendía a las conversaciones que había a su alrededor; hasta que notó que
Conor le daba un codazo por debajo de la mesa.
—Martha, no has oído nada de lo que estamos diciendo —le regañó su padre.
—Vaya…, lo siento…; yo…
—Bueno, por lo menos aquí hay alguien que piensa que mi artículo tiene un
toque de genialidad… «¡Los muertos condenados a no descansar!». En esta casa no
me faltará la inspiración —su padre soltó una risita—. ¿Te ha garantizado el agente
que en este lugar hay fantasmas?
—Puede que los haya —sonrió Sally—. Se supone que en algún lugar del terreno
existe un viejo cementerio.
Martha estuvo a punto de atragantarse.
—¿Un cementerio?
—No deberíais habérselo dicho —Conor sacudió la cabeza—. Antes de llegar al
postre habrá hecho las maletas.
Sally miró arrepentida la cabeza inclinada de Martha.
—Creo que te gustará el colegio, Martha. Cuando vayas el lunes, tienes que ver a
un tal señor…, ¿cómo se llama…?, bueno, él será tu tutor. No te separes de Conor…
Ya lo conoce todo, y sé que los primeros días serán un poco raros para ti.

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No puede haber nada más raro que todo esto, pensó Martha, pero en voz alta dijo:
—Estoy bien sola.
Papá dejó el tenedor.
—Mira, Martha, Sally se ha tomado muchas molestias y…
—No, si no ha sido ninguna molestia. De verdad. Para nada —insistió Sally en
seguida; a Martha se le quedó la comida atragantada en la garganta—. Sólo es que
pensé que Conor le podía enseñar dónde están las cosas.
—Será mejor que la vigile de cerca —proclamó Conor con tanta suficiencia, que
todo el mundo se le quedó mirando—. Aparenta doce años como mucho. Si no estoy
yo para interceder por ella, a lo mejor la mandan con los pequeños.
Martha apretó los dientes. Su padre y Sally se echaron a reír. Era cierto, siempre
había aparentado menos años de los que tenía…; una chica muy sana, como siempre
decía su madre. Tenía grandes ojos grises, pelo rubio, rizado, y una cara que no podía
ocultar sus verdaderos sentimientos por mucho que lo intentara. Ahora lo estaba
intentando, pero Conor la miraba, y ella tenía la horrible sensación de que sabía todo
lo que estaba pensando… y disfrutaba con ello.
—La cena estaba muy rica, gracias, Sally —mintió Martha—. ¿Me disculpáis?
—No has comido casi nada —Sally parecía preocupada—. Pero sí, claro —
añadió antes de que su padre pudiera poner alguna pega—. Ve a dar una vuelta.
A Martha le pareció muy extraño que todo estuviera tan oscuro con la cantidad de
lámparas que había por toda la casa. Estaba totalmente desorientada…, como un
ratón en un laberinto… A su alrededor se alzaban las paredes silenciosas, los altos
techos y rincones ocultos donde se alojaban las sombras. Odiaba aquella casa. La
odiaba. Nunca le habían gustado las cosas siniestras. Jamás había llegado a
comprender el macabro sentido del humor de su padre, ni su fascinación por lo
desconocido; ni aquellos artículos para los que siempre estaba investigando y que
escribía para aquellas estúpidas revistas de interés humano. Y se odiaba a sí misma…
Era horrible tener dieciséis años y comportarse como una cría.
Pero esta vez no eres tú…, es esta casa.
Martha levantó la vista y se quedó mirando los pesados cortinajes que había al
otro lado del pasillo.
En aquel preciso instante… vio cómo se movían. Estaba segura de ello.
Se habían levantado un poco…, luego habían vuelto a caer… como si estuvieran
vivos…, respirando…, como si hubiera alguien escondido tras los deslustrados
pliegues de terciopelo.
Se quedó contemplándolos, hipnotizada. Sentía cómo sus pies retrocedían, pero
no podía dar media vuelta…
No vio la figura que había a su lado. Su sombra se extendía poco a poco por la
pared.
Sintió una mano en la espalda, y se volvió gritando y agitando los brazos; Conor
tuvo que apartarse para evitar que le pegara.

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—¡Eres tú! —bramó Martha—. ¡No se te ocurra volver a hacerme una cosa así!
—Creí que me habías oído —dijo él tranquilamente.
—¡Que te había oído! ¿Pero tú qué eres, medio fantasma? —temblaba de ira y de
miedo mientras Conor tenía en la cara aquel gesto que ella odiaba tanto.
—¿Quieres ver el resto de la casa? —la miró de soslayo y comenzó a recorrer el
pasillo. Ella se quedó allí quieta, sin apartar la vista de él—. Yo que tú no me
acercaría mucho a esas cortinas. Creo que se estaban moviendo.
Martha aguantó la respiración; después lo alcanzó en las escaleras, fingiendo que
le daba igual.
A medida que recorrían la casa, se iba sintiendo cada vez más confusa. Había
tantas habitaciones…, tantos pasillos distintos y escaleras…, tantos rincones y
recovecos y armarios… Era abrumador. Daba miedo. Cuando por fin acabaron en la
cocina, se derrumbó en una silla con un suspiro melancólico.
—-Jamás lograré orientarme en este espantoso lugar.
Conor se quedó mirándola, pensativo.
—Cuando quieras darte cuenta, formará parte de ti.
—Esto no formará parte de mí nunca. No es parte de mí.
Conor, que estaba sentado junto a la encimera, se encogió de hombros y se sirvió
un poco de tarta.
—Tendrás que reconocer que tiene mucho carácter.
Martha se quedó mirando al suelo, entristecida. ¡Carácter! No podía creer que su
mundo, tan feliz y tan seguro, hubiera cambiado de forma tan drástica… Ahora Sally
y papá estarían arropados el uno en el otro, en aquella estúpida casa llena de carácter;
ni siquiera les importaría que ella fuera tan infeliz. Y Conor…
Martha levantó la vista rápidamente. Habría jurado que Conor la estaba mirando,
con el cuerpo apoyado perezosamente contra la pared. Sin embargo, vio que en
realidad Conor miraba hacia la puerta por donde asomaba Sally.
—Creo que me voy arriba; estoy muy cansada —Martha se estiró de forma
exagerada, y Sally se agachó para abrazarla.
—Me alegro mucho de tenerte aquí, Martha. Me alegro de que estemos aquí todos
juntos.
Martha salió de la cocina con una sonrisa fingida. Todos se alegran de estar aquí
menos yo. Aquello le hizo sentirse más sola que nunca, y fue hasta el piso superior
tratando de contener las lágrimas.
El frío había permanecido allí, atrapado en su habitación. No era tan intenso como
antes…, no tan chocante…, pero seguía allí, como antes…, rezumando por los
rincones como una niebla invisible…
Martha se frotó los brazos y comenzó a vaciar sus maletas. Esta habitación debe
estar en el lado de la casa más expuesto al viento; por eso la temperatura es mucho
más baja… Durante un breve instante consideró la posibilidad de decírselo a su
padre, pero después decidió no hacerlo. Únicamente conseguiría que se burlara de

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ella o la acusara de poner dificultades. Lo que pasa es que estoy agotada… Después
de una noche de descanso, se me habrá pasado… Cuando salga el sol, seguramente
me reiré de mí misma. Esperaba que Conor no dijera nada… después de comportarse
como una idiota delante de él; ya se sentía bastante ridícula.
Martha cerró la puerta y se puso el camisón, mientras recorría la habitación con la
mirada. Se sentía incómoda… Las ventanas…, el armario. Qué raro…, antes el
armario estaba abierto… Desconcertada, intentó recordar si Conor lo había cerrado
al enseñarle la casa. Estaba casi segura de que no, aunque ahora la puerta se
encontraba cerrada.
La frente se le llenó de sudor. Estaba todo tan silencioso…, tan solitario… No se
oía a nadie abajo. Quizá se habían ido a alguna parte… Quizá se hallara
completamente sola…
Martha abrió de un tirón la puerta del armario, gritando.
El armario estaba vacío.
Se metió en la cama, con las rodillas temblorosas, y colocó la lámpara junto a la
almohada. La dejaré encendida sólo por esta vez, se dijo, sólo por ser la primera
noche, y no me importa que se rían de mí…
El cansancio se apoderó de ella, como un peso tremendo. Se durmió casi al
instante. Durmió profundamente y no tuvo ningún sueño. No habría sabido decir
cuánto tiempo llevaba durmiendo cuando la despertó el sonido del teléfono.
Martha se incorporó de un salto; el corazón le latía con fuerza. Escudriñó la
oscuridad luchando por recordar dónde se encontraba. La lámpara estaba apagada, y
al otro lado de la puerta de su cuarto el teléfono volvió a emitir un timbrazo agudo,
insistente.
—¿Papá? —llamó Martha somnolienta—. ¿Sally?
Salió al pasillo a trompicones y caminó a ciegas en dirección al sonido. Alguien
había dejado cerca del rodapié una lamparilla de noche encendida, que arrojaba
sombras a sus pies.
—¿Papá? —llamó Martha de nuevo.
Buscó a ciegas el auricular, tropezó con él y lo tiró de su soporte; de pronto cesó
la llamada.
—Dígame —murmuró Martha.
Al principio no se oía nada. El silencio fue tan absoluto que Martha pensó que era
alguien que se había equivocado y que el tímido interlocutor había colgado.
Entonces escuchó aquella respiración.
Lenta…, hueca…
El sonido áspero, ahogado, que hizo al intentar hablar…
—Mira fuera —susurró una voz—. Truco o trato[3].
Martha dejó caer el teléfono. El corazón le latía en la garganta. Se abrió camino a
tientas en medio de la oscuridad hasta llegar a su habitación. No es más que una

Página 13
broma telefónica… ¿Se puede saber qué te pasa? No es la primera broma que te
gastan por teléfono…
Pero al entrar en la habitación, allí estaba la ventana, esperándola. Un agujero
oscuro, abierto hacia la noche, rodeado de árboles que arañaban el hueco…
Martha cruzó la habitación como el personaje de una pesadilla. Haciendo acopio
de valor, se subió al asiento que había bajo la ventana. Se asomó al exterior.
Había un cuerpo colgando. Estaba tan cerca que casi podía tocarlo.
Por la forma en que se balanceaba, bailando una danza lenta, fatídica, empujado
por el viento frío, helado, supo que estaba muerto.
Tenía un cuchillo de carnicero que le atravesaba la cabeza…
Y sonreía. La luz de la luna iluminaba su rostro acuchillado.

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Capítulo 2

M artha lanzó un grito. De pronto unas manos salieron de la nada y la agarraron


por los hombros.
—¿Qué te pasa?
El rostro de Conor aparecía deformado de forma escalofriante, iluminado a media
luz. Martha se apartó de él. Conor fue hasta la ventana, apoyó la cara contra el cristal
y se quedó mirando un momento; luego, la llevó al otro lado de la cama.
—Es el espantapájaros.
—¿Qué?
—El que había en el porche. Se ve que alguien se ha tomado muchas molestias
sólo para gastarte una broma.
Martha se rodeó el cuerpo con los brazos.
—¿Dónde está papá?
—No podían dormir. Han salido a dar una vuelta en coche —se sentó en el suelo
delante de ella—. ¿Qué ha pasado?
—¡Ha sido horrible! —Martha enterró la cara entre las manos—. ¿No has oído
sonar el teléfono? La llamada…, lo que dijo…
—¿Quién era?
—¡No lo sé!
—Bueno, ¿pues qué te dijo? Cuéntamelo.
—Creo que era un hombre…, no sé…, era una voz profunda. Como… gutural.
—Gutural —asintió Conor, repitiendo la palabra para sus adentros.
—Como si estuviera ronco…, como si no pudiera respirar…, como si se estuviera
ahogando. Me dijo que mirara hacia fuera. Y luego dijo «truco o trato».
—«Truco o trato»… —Conor miraba fijamente el suelo.
—¿Qué pasa? ¿Qué estás pensando? —Martha se puso tensa.
—Estoy pensando… que es una estupidez… Ni siquiera es Halloween todavía.
—¡Deja de burlarte de mí!
—No me estoy burlando de ti. ¿Por qué iba a burlarme de ti?
Entonces vio aquella mirada, la mirada de Conor, que le recorría la cara
lentamente. Sacudió la cabeza. Estaba demasiado alterada como para ponerse a
discutir. Conor se acercó a la ventana otra vez y se asomó fuera, hacia la noche. No
llevaba camisa, sólo unos vaqueros arrugados. Se pasó una mano por el pelo fuerte,
rubio.
—Por la mañana me desharé de esa cosa. Si vuelve a sonar el teléfono, no
contestes. Deja que lo haga yo. Seguramente no serán más que bromas de niños,

Página 15
jugando, pero, de todas formas, tú no contestes.
Martha cerró los ojos:
—Me lo imaginaba.
—¿Qué es lo que te imaginabas?
—Que al final tenía que pasar algo en esta estúpida casa. Ni siquiera sé por qué la
habrá tenido que escoger tu madre.
—Bueno —Conor se quedó pensativo—, creo que lo ha hecho por complacer a tu
padre.
Martha le lanzó una mirada asesina.
—Mi padre estaba muy contento en Chicago.
Esta vez Conor se dio la vuelta, y la miró directamente a la cara.
—A ti te molesta verlos tan felices, ¿verdad?
—¡Pero qué dices! ¡Qué sabrás tú cómo me siento!
Él asintió.
—Bueno, pues míralo así. Dos personas solitarias se encuentran y tienen una
segunda oportunidad en la vida. Luego, aparece una niña mimada que…
—Sal de aquí —cortó Martha—. Sal de mi habitación.
—La habitación donde sucedió algo terrible —sonrió—. Que llegaste tú, claro.
Salió de la habitación justo a tiempo de esquivar el bolso de Martha, que se
estrelló contra la pared desparramando su contenido por el suelo.
Martha se quedó allí acurrucada un largo rato, intentando olvidar la llamada
telefónica, intentando no mirar por la ventana. Aquella respiración… «Truco o
trato…». Pero, por supuesto, lo más probable era que Conor tuviera razón. La fiesta
de Halloween estaba a la vuelta de la esquina, y era muy natural que los niños
empezaran ya a gastar bromas…, sobre todo a la gente nueva del pueblo. No era más
que una broma de mal gusto. Pero Martha no lograba quitarse el miedo. Volvió a
meterse en la cama. En su habitación aún se percibía una sensación de tragedia… Era
algo que estaba más allá de su entendimiento… envuelto en aquel frío…
Cuando volvió a despertar le pareció que acababa de dormirse. El día era gris y se
oían truenos lejanos. Estupendo, pensó Martha. Era lo único que faltaba: los efectos
de sonido a juego con la casa. Se asomó a la ventana un poco asustada, pero el
espantapájaros había desaparecido. Se puso unos vaqueros y una camiseta, y fue
hasta la cocina siguiendo el olor a panceta a la plancha.
—¡Martha! ¿Verdad que hace un día precioso? —Sally levantó la vista de una
encimera repleta de ollas y sartenes sucias y sonrió, mientras con un gesto señalaba
las nubes que amenazaban lluvia—. ¿Has dormido bien?
Por lo visto, Conor no le había contado lo de la noche anterior. Tuvo una extraña
sensación de alivio.
—Estaba muy cansada. ¿Dónde está Conor?
—Creo que trabajando en la leñera, por allí detrás —Sally señaló con una
cuchara, y un reguero de salsa amarilla goteó por el suelo. Martha lo esquivó y

Página 16
procuró disimular un escalofrío—. El desayuno está casi listo, ¿puedes avisarle?
—Claro.
Martha se preguntaba cómo se las habría arreglado Conor para crecer tan alto y
fuerte con lo mal que cocinaba su madre. Al pensarlo, casi se le escapa una carcajada.
En el patio trasero soplaba un viento húmedo, y Martha se quedó allí de pie,
tiritando. Los árboles se agolpaban a los lados y el diminuto patio se hallaba
inundado de malas hierbas y hojas muertas. Por primera vez fue plenamente
consciente de lo aislados que estaban en realidad.
Al fondo del claro notó un leve movimiento, y Conor salió del bosque con los
brazos llenos de troncos. Martha esperó a que subiera al porche y los dejara en una
caja junto a la puerta. El chico se frotó las manos y sonrió mirando las ramas
enmarañadas.
—Se está muy bien ahí dentro. Sientes toda la vida del bosque a tu alrededor.
Martha siguió su mirada y no vio más que una horrible masa parda de árboles
desnudos.
—Yo no oigo nada. Está tan… desierto.
—Bueno. Lo que pasa es que no atiendes —bajó del porche y flexionó los brazos.
Al cabo de un momento Martha bajó también y se colocó junto a él.
—No les has contado lo de anoche.
—¿Querías que se lo contara?
Martha estudió su rostro, el profundo azul de su mirada.
—Papá se habría reído de mí. Cree que me imagino cosas.
—Sí, yo también lo pensé.
—Pero no es cierto. Quiero decir que no me imagino cosas.
En el fondo de sus ojos se formó algo parecido a una sonrisa.
—Ya lo sé.
—Bueno…, Sally dice que ya podemos ir a desayunar.
Conor alzó los ojos al cielo y se llevó una mano al estómago, como para
protegerse.
—Es el aire campestre. Siempre la vuelve aventurera —luego, al ver la mirada
sorprendida de Martha, añadió—: No te preocupes. Esta fase también se le pasará.
Entró en la cocina y dejó a Martha allí, mirándole.

El camión de la mudanza llegó poco después de las tres. Martha se pasó el resto de la
tarde acarreando y desembalando cajas. Estaba demasiado ocupada como para
preocuparse de nada más. Aunque la casa comenzaba a cobrar un aspecto cercano a la
normalidad, Martha no conseguía hacer su habitación más acogedora y atractiva; ni
siquiera con sus viejas cosas dentro. Finalmente se rindió, frustrada tras aquellos
vanos esfuerzos. Encontró a Conor apoyado en una de las columnas del porche
delantero.

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—¿Cuál es tu veredicto? —preguntó sin levantar la vista—. ¿Vas a quedarte aquí
algún tiempo?
—Me temo que no me queda más remedio.
Él levantó la vista. Ella creyó ver un brillo especial en el fondo de sus ojos, pero
no estaba segura.
—Si pudiera elegir, yo… —comenzó a decir.
Su padre asomó la cabeza por la puerta y les lanzó unas llaves.
—¿Os importa ir a buscar ganchos para colgar cuadros? Aquí dentro estamos en
plena crisis.
Conor asintió y se dirigió hacia el coche.
—¿Por qué no te llevas a Martha? —añadió su padre—. Enséñale el pueblo.
—Si le apetece…
A Martha no le hacía mucha gracia la idea de estar con Conor, pero al menos era
una forma de salir de casa. Subió al coche justo cuando arrancaba.
Ahora veía el camino que habían recorrido la noche anterior: una carretera de
tierra, bosques espesos, fincas interminables bajo el cielo cubierto. Se preguntaba
cómo se las habría arreglado Sally para encontrar aquel lugar.
—¿Has ido mucho por el pueblo? —miró el perfil de Conor, el cuello raído de su
camisa azul de franela.
—Creo que he ido dos veces. No te hagas ilusiones. No es Chicago.
—¿Y la gente?
—¿Qué pasa con la gente?
—Bueno, ¿qué tal es?
Movió los hombros perezosamente:
—No lo sé. No hablé con nadie.
No sabía si le estaba tomando el pelo o no. El resto del camino lo pasó mirando el
oscuro paisaje y haciendo dibujos en el cristal empañado. Viajaron durante casi veinte
minutos antes de que Conor tomara por fin otra carretera, esta vez bordeada de
pulcras casitas de madera, jardines bien cuidados y aceras tranquilas cubiertas de
hojas de colores. Desde la mayoría de las casas les sonreía un farolillo de Halloween
y las ventanas estaban empapeladas con esqueletos, brujas y fantasmas.
—¿Dónde está todo el mundo?
Las calles desiertas empezaban a cubrirse de sombras. Martha frunció el ceño.
Conor seguía mirando la carretera.
—Son gente sensata y están preparando la cena…, algo comestible, seguro. No
buscando ganchos para colgar cuadros, como nosotros.
—¿Y de dónde vamos a sacar esos ganchos?
Conor giró suavemente hacia el aparcamiento y desconectó el motor.
—De la ferretería.
Mientras Conor rebuscaba entre los estantes polvorientos, Martha paseaba arriba
y abajo por los pasillos, preguntándose si el resto del pueblo sería tan anticuado como

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aquella tienda. Aparte del hombre que había en la caja registradora y de una chica,
subida a una escalera al fondo de la tienda, Conor y ella parecían ser los únicos que
había por allí. Encontró un viejo espejo apoyado contra una estantería, y se acercó
para inspeccionar el sucio cristal. Entonces vio aquel reflejo borroso por encima del
hombro y se quedó helada. No había oído a nadie acercarse, pero el chico estaba justo
detrás de ella, con el cuerpo rígido, los ojos oscuros muy abiertos, una expresión de
puro asombro fija en sus atractivas facciones. Martha dio media vuelta y lo miró,
alarmada; pero al clavar la vista en él, pareció reaccionar y dio un paso atrás. Martha
se dio cuenta de que parecía increíblemente avergonzado.
—Lo siento… —tartamudeó—. De espaldas parecías…, bueno…, te he
confundido con otra persona. Lo siento mucho. ¿Ya has encontrado lo que buscabas?
—Yo… —Seguía mirándola fijamente y Martha sintió que le empezaban a arder
las mejillas. La sonrisa del chico se tornó más amplia, cálida y sincera.
—Ganchos para colgar cuadros, Martha. Ganchos, ¿recuerdas? —siseó Conor,
que pareció salir de la nada.
Lanzó un suspiro y la miró sacudiendo la cabeza. Martha se sonrojó aún más.
—¿Ganchos? Claro, están allí, en ese rincón. ¡Oye, Wynn! —gritó el chico. La
chica se bajó de la escalera—. ¿Puedes traer unos ganchos para colgar cuadros?
Martha se volvió y descubrió que la chica se quedaba mirándola; pero el chico se
los volvió a pedir, esta vez con más insistencia, y la chica entró corriendo en la
trastienda. El chico volvió a mirar a Martha y se quedó observándola, con cortesía
pero lleno de curiosidad.
—¿No nos hemos visto antes?
Conor hizo un sonido con la garganta y se alejó. Martha se moría de vergüenza.
—No…, bueno, es imposible…, bueno, la verdad es que… es la primera vez que
vengo. Ponte derecha, Martha. Lo que quiero decir es que acabo de llegar.
Estupendo. Qué observación más profunda.
—¿Aquí, al pueblo? —tenía una sonrisa tan bonita que no pudo evitar
devolvérsela—. ¿Quieres decir que acabas de mudarte?
—Sí —Martha se animó un poco—. Ayer. Más o menos.
—¿Más o menos? —rio él, y la recorrió con la mirada de pies a cabeza un par de
veces—. Yo soy Blake Chambers.
—Martha Stevenson —tendió la mano sintiéndose un poco rara, y él se la
estrechó—. Encantada de conocerte. De hecho, eres la primera persona que conozco
aquí.
—Estupendo, entonces haré de comité de bienvenida. Bueno, y… ¿dónde vives?
No recuerdo haber visto por el pueblo ninguna casa en venta.
—Pues la verdad es que no estamos en el pueblo —Martha se colocó un mechón
de pelo que tenía suelto—. Es un viejo caserón… en medio del campo. Todavía no
conozco muy bien este lugar, pero…

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Su voz se fue apagando al ver que él dejaba de sonreír. Luego, pareció recobrar la
compostura. Habría jurado que por un breve instante parecía asustado.
—¿No será la casa de los Bedford?
Martha sacudió la cabeza.
—No lo sé. No sé si tiene nombre.
Pero él volvió a sonreír, con su cálida, irresistible sonrisa.
—Claro, lo que pasa es que todo el mundo conoce la vieja casa de los Bedford.
Creo que no necesitas ni saberlo —miró de soslayo a Conor, que estaba rebuscando
en una caja de zapatos que sujetaba la chica—. ¿Es tu novio?
—¿Quién, Conor? —Martha se volvió, sonrojada—. No, es… es…
—Ya sé —dijo Blake, burlón—. No es más que un buen amigo.
Amigos, pensó Martha con ironía. Ni siquiera somos amigos. Pero dijo en voz
alta:
—Nuestros padres se acaban de casar. El uno con el otro, quiero decir.
Dios, Martha, no podrías parecer más tonta.
—Vaya. Familia nueva. Pueblo nuevo. Debe de ser muy duro.
—Bueno, no es para tanto —Martha sonrió tímidamente—. ¿Tú trabajas aquí?
—No, cuando puedo evitarlo —rio con naturalidad—. Mi tío es el dueño…, y
Wynn, la de allí, es mi prima. Hoy he venido a echar una mano.
Martha asintió y estaba pensando en algo que decir, pero Blake la salvó.
—Bueno, tengo que irme…, ya llego tarde. Encantado de conocerte… Nos
veremos en el instituto, ¿verdad?
—Eso espero —Martha se mordió el labio.
Te ha faltado pedírselo de rodillas. Vio cómo se despedía del hombre de la caja y
salía corriendo por la puerta. Un momento después se oyó un coche que salía del
aparcamiento derrapando. Apuesto a que llega tarde a una cita… con una chica
guapísima…
—No es tu tipo —le dijo Conor.
Martha se sobresaltó; tenía las mejillas ardiendo. Conor la miró y sacudió la
cabeza lentamente.
—Demasiado tarde. Estás encandilada.
—Métete en tus asuntos.
Martha pasó de largo y se subió al coche. De camino a casa se negó a pronunciar
una sola palabra. No importa, pensó con tristeza… Conor tampoco se dirigió a ella;
parecía disfrutar con aquel silencio.
Menos mal que gracias a Blake tenía algo nuevo en qué pensar…, algo para
olvidar aquella lamentable situación en la que se encontraba. Se escapó de otra cena
desastrosa en cuanto pudo y salió fuera. La lluvia que había amenazado todo el día
estaba ahora suspendida en forma de niebla espesa que difuminaba los contornos de
los árboles y sumía el mundo en una confusión gris. Caminó lentamente alrededor de
la casa, tiritando por la humedad. La luna luchaba por asomar entre el espeso follaje

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de los árboles, brillando entre las nubes del cielo encapotado, su débil luz empujada
por el viento. La vieja casa de los Bedford…
Recordó la mirada asustada en el rostro de Blake, su ceño fruncido… Recordó
que la había confundido con otra persona… Martha miró por encima del hombro y se
puso tensa al sentir un golpe de viento frío y húmedo. Los árboles crujían agitando
sus ramas como brazos escuálidos. Se paró de pronto en la parte trasera de la casa y
miró hacia el bosque.
Sintió cómo se le ponía la carne de gallina.
Algo se movía a lo lejos.
Miró desconcertada al borde del claro y dio un respingo. Allí no había más que
oscuridad…, una oscuridad densa, penetrante…, y aun así, de algún modo, de algún
modo, sabía que había algo allí detrás…, oculto…, silencioso…, que la estaba
observando.
Se supone que hay un viejo cementerio en algún lugar del terreno…
Martha miraba la oscuridad palpitante con los ojos muy abiertos y un terror
espantoso se apoderó de ella; pensó que se iba a marear.
Entonces escuchó aquel sonido.
Un llanto.
Al principio era muy suave. Pensó que no era más que el viento aullando en los
aleros de la vieja casa…, suspirando entre los árboles muertos, muertos…, pero era
tan triste…, tan patético…, que de pronto aquel sonido le llenó la cabeza. Era un
llanto desgarrador que no procedía de ningún lugar en concreto y que no cesaba.
—¿Quién hay ahí? —llamó—. ¿Hay alguien ahí?
La niebla era tan espesa que ya ni siquiera veía la casa ni el cielo. El viento
azotaba a su alrededor, hacía eco entre los árboles…, sonaba más y más fuerte…, ya
no parecía un llanto…, era como una respiración…
Estaba respirando.
Martha se quedó paralizada; el corazón le latía tan fuerte que creyó que le iba a
estallar. Ahora se oía por todas partes…, por todas partes…, detrás de ella, a su
alrededor y también allí, sencillamente delante de ella, donde algo la estaba
observando, donde algo acechaba en la oscuridad…
—Oh, Dios mío —susurró Martha—. Oh…
Se quedó allí de pie; estaba demasiado aterrada como para moverse, y los árboles
se agitaron cuando algo se movió en la profundidad de sus sombras…
Algo que se escabulló.
Martha supo el momento exacto en que sucedía.
La niebla se levantó en silencio a su alrededor, y Martha descubrió un vacío
repentino en el lugar en el que antes había algo frente a ella en la oscuridad.
Y, por fin, reunió fuerzas para echar a correr.

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Capítulo 3

— N o ventanilla abierta y reposó la otra mano cómodamente sobre el volante.


te estás tomando muy bien las cosas —Conor apoyó el codo en la

—¿Y qué quieres que haga? ¿Que dé saltos de alegría? —Martha dejó caer la
cabeza contra el respaldo del asiento—. No me lo puedo creer. No lleva aquí más que
un par de días y ya le están llamando de la revista para que vaya a hacer un reportaje.
—A él le hace mucha ilusión.
—Pues claro. Como Sally se va con él, se darán unas vacaciones estupendas.
—Se llama luna de miel —le corrigió Conor—. Y somos nosotros los que nos
vamos a dar unas buenas vacaciones.
—¿De qué? —gruñó Martha.
—De la cocina de mi madre.
Martha le miró. Casi se echa a reír, pero estaba demasiado disgustada como para
darle esa satisfacción. En lugar de eso se hundió todavía más en su asiento, con la
cabeza sumida en un remolino oscuro, espantoso. No le había contado a nadie lo que
le había pasado la noche anterior. Cuando regresó a casa corriendo, habían recibido la
llamada telefónica y su padre estaba demasiado entusiasmado como para prestarle
atención a ella. Martha se encerró en su habitación a llorar. ¿Cómo se les ocurría a
Sally y a papá pensar en irse de luna de miel…, aunque papá tuviera que hacer un
trabajo en Hawai? ¿Cómo se les ocurría pensar en dejarla allí sola en aquella vieja
casa tan espantosa, con Conor y con aquellas cosas horribles que andaban sueltas por
el bosque? No se lo perdonaré en la vida, yo…
—Quedamos aquí, en el coche, cuando acaben las clases —dijo Conor, y Martha
se incorporó sorprendida al ver que ya estaban en el aparcamiento.
El colegio era un edificio original y agradable…, y pequeño, pensó Martha…,
pero cuando vio los grupos de chicos que corrían por el patio se empezó a encontrar
mal.
—Deberías haber comido algo —Conor la miraba.
Martha se bajó del coche diciendo:
—Estoy bien. No hace falta que te preocupes por mí.
—Ya lo sé —de nuevo esbozó aquella sonrisa de medio lado—. Tú no necesitas a
nadie.
Martha se mordió un labio y lo siguió hasta el primer edificio de ladrillo;
recorrieron un pasillo amplio y ruidoso y entraron en un despacho. No tuvo tiempo ni
de reaccionar y Conor ya había hablado con una secretaria. Al cabo de unos minutos

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se encontró en un despacho aún más pequeño, frente a su nuevo tutor, que estaba
sentado detrás de una mesa abarrotada.
—¿Martha Stevenson? Soy Greg Chambers. Llámame señor Chambers en los
pasillos y en clase; aquí puedes llamarme Greg. Bienvenida al instituto Bedford.
Martha sintió su cálido apretón de manos. Tuvo que hacer un esfuerzo para no
quedarse mirándolo fijamente. Greg Chambers era atractivo como un muchacho.
Además, tenía la sensación de que lo había visto antes en alguna parte.
—Sé que todo va a cambiar mucho para ti, tanto aquí como en tu casa —ella
levantó la mirada y vio que se dibujaba una sonrisa en su rostro tostado por el sol—.
Tu hermanastro ha venido a verme y me ha explicado la situación, claro. Sé que es
muy duro… Yo también soy hijo de padres divorciados. Así que tómate tu tiempo…
y haz algunas concesiones. Siente todo lo que quieras sentir. Así te será mucho más
fácil manejar esta situación.
Hablaba en un tono tan relajado que Marta en seguida se sintió más cómoda.
Asintió con la cabeza y se dedicó a examinarlo de cerca mientras él hojeaba una
carpeta. No podía ser muy mayor, pensó…, quizá tenía veintitantos, rozando los
treinta. Tenía el pelo y los ojos oscuros, y un cuerpo alto, bien formado. Estaba de
espaldas. Martha se quedó mirándolo con el ceño fruncido. Alguien…, me recuerda a
alguien…
—¡Blake! —estalló de pronto—. ¡Blake Chambers!
Él se volvió sobresaltado:
—¿Conoces a Blake?
—No… bueno…, lo conocí ayer en la ferretería.
—Vaya, sabía que Blake era muy rápido, pero esto ya… ¡Eh, no me mires así, que
es una broma! Blake es mi primo. El primo famoso.
—¿Famoso?
—Así que todavía no te ha contado la historia de su vida, ¿eh? —Greg soltó una
risita y volvió a sentarse en el sillón—. Es un atleta destacado, máximo anotador en el
equipo de baloncesto, campeón de salto de altura del Estado, pero, claro…, yo no
puedo ser objetivo. Por no decir que tengo muchísimos celos.
Martha se echó a reír al oír aquello.
—¿Tú has estudiado aquí?
—¿Dónde si no? —Greg se reclinó en la silla, hizo un gesto amplio con los
brazos—. Me gustó muchísimo. Me encantaba el pueblo. Todavía me encanta —se
quedó mirándola al ver cómo le cambiaba la expresión—. Dale una oportunidad,
Martha. No es como la gran ciudad, pero tiene su propio encanto…, su propia
emoción. Todos estamos aquí para ayudarte. Y especialmente yo.
Martha asintió a regañadientes, con una sonrisa forzada.
—Bueno. Y ahora vamos a decidir dónde te ponemos. Me han dicho que escribes
muy bien. Te han dado premios en concursos estatales…, en el anuario…, en el
periódico del instituto…

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Martha no pudo evitar una sonrisa.
—Eran premios modestos. Todavía tengo mucho que aprender.
—Estupendo. Entonces vamos a empezar por mis clases de creación literaria. Soy
un tipo fascinante.
Martha no pudo evitar soltar una carcajada.
—¿Tengo que hacer un examen para entrar?
—¡Pero qué dices! ¿Con estas notas? Además, no pongas esa cara de
preocupación. Te va a encantar.
Tenía toda la razón. A medida que fue avanzando el día, aquella clase resultó ser
lo único que a Martha le gustaba de verdad. Cada hora que pasaba era una tortura;
notaba cómo todos la miraban sin disimular su curiosidad. A la hora de comer nadie
la invitó a sentarse a su lado; pero los veía juntar las cabezas y señalarla con el dedo,
hablando de ella. No vio a Conor en todo el día. Al acabar las clases se sentía tan
sola, que hasta él le habría parecido buena compañía.
—Soy una enferma —murmuró para sus adentros.
No se había dado cuenta de que había alguien a su lado, junto a la taquilla.
—Hola, ¿te acuerdas de mí? Nos vimos ayer, en la tienda —la chica sonreía
tímidamente, y miraba a Martha desde detrás de un montón de libros que llevaba
entre los brazos.
Martha le devolvió la sonrisa, divertida. Aunque no se hubiera acordado de ella,
el inquietante parecido de la chica con Blake y Greg Chambers era más que evidente.
—Estoy contigo en clase de literatura —continuó la chica indecisa—. Me he
pasado todo el rato llamándote, pero estabas en la luna.
—Vaya…, lo siento —tartamudeó Martha—. Supongo que hoy estoy un poco ida.
—La verdad es que yo también lo estaría. De hecho, estaría mucho peor —la
chica sonrió con solemnidad, luego volvió a sonreír—. Soy Wynn Chambers.
Martha se echó a reír, aunque se sentía muy débil:
—¿Pero cuántos Chambers hay por aquí? —Wynn se quedó desconcertada, y
Martha rio de nuevo—. Aparte de ti, de Blake y de mi nuevo tutor.
Esta vez también Wynn se echó a reír y apartó su largo pelo castaño con un
movimiento de cabeza.
—¡No me digas que Greg es tu tutor! Me alegro mucho… Ya verás cómo te
gusta.
Era alta, como todos sus primos. Tenía la misma sonrisa amplia, rápida, y los
mismos ojos castaños, risueños.
—Ya me gusta. De hecho, es lo mejor que me ha pasado en todo el día.
—Vaya, así que lo has pasado mal, ¿verdad? —Wynn la miró comprensiva, como
si realmente supiera cómo se sentía.
Un grupo de chicas pasó a su lado, llamándola; ella las saludó con la mano y se
volvió hacia Martha.
—¿Es que Bedford no es como tú esperabas?

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—Bueno… —Martha se quedó un momento mirando a la taquilla haciendo un
recuento de los libros que iba a necesitar para hacer los deberes—. La verdad es que
ni siquiera sabía que vendría aquí, así que no me había hecho ninguna idea. Un día
desperté y vi que todo había cambiado.
—Yo me pondría muy triste —Wynn miró al suelo, asintiendo con la cabeza—. A
mí no me gustan los cambios. Los cambios me dan mucho miedo.
Martha se quedó mirándola un momento; luego, esbozó una sonrisa.
—Tienes razón. Dan mucho miedo —cerró la taquilla y se cambió el bolso de
hombro—. ¿Vives aquí, en el pueblo?
—Sí, a cuatro manzanas de aquí. Blake vive una manzana más allá, y la madre de
Greg, en la casa que hay detrás.
—Vaya, vaya. ¿Y qué pasa con el pobre Greg?
Wynn soltó una risita.
—Tiene un apartamento al otro lado de la ciudad. ¿Tú tienes hermanos y
hermanas?
Martha sacudió la cabeza, con una sonrisa irónica.
—No tenía. Pero ahora tengo un hermanastro muy raro que se llama Conor…
También está en el instituto…
Wynn la miró con los ojos muy abiertos.
—¿Conor? ¿El Conor que iba contigo en la tienda?
—Sí, ése. ¿Por qué?
—No me puedo creer que sea tu hermano —Wynn parecía tímida otra vez.
—Mi hermanastro.
—¿No te has dado cuenta de cómo anda todo el mundo detrás de él?
—¿Detrás de Conor? —Martha se quedó parada a su lado.
—Pues sí. Todas las chicas andan detrás de él —Wynn se sonrojó un poco y
añadió—: desde que llegó aquí no hacen más que darse la vuelta para mirarle cada
vez que pasa. Es como si provocara un efecto dominó. No pueden apartar los ojos de
él.
—¿De Conor? —gruñó Martha.
Abrió la puerta de un empujón; se alegraba de salir a la calle por fin. Lo que
faltaba, pensó consternada. A mí me tratan como a una apestada y resulta que todas
las chicas del instituto van y se enamoran de Conor.
—Pero es…, parece diferente, ¿verdad?
—Pues sí, es muy diferente.
—Apenas mira a nadie. Apuesto a que ni siquiera sabe que todas las chicas lo
están mirando.
—Sí que lo sabe —dijo Martha enfadada; cruzaron la verja para salir al
aparcamiento—. Bueno, ahí está Conor. ¿Quieres que te lo presente oficialmente?
Por favor, deja que te presente al mayor sex Symbol del instituto Bedford…
Wynn se detuvo, apretando los libros contra el pecho.

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—Es que… tengo…, tengo que irme.
Le pone nerviosa conocer a Conor, volver a verlo de cerca, cara a cara…
—Vamos —la animó Martha—. Sé que se acordará de ti, de ayer. Puedes venir a
casa y…
—No —Wynn sacudió la cabeza tímidamente—. A lo mejor… otro día.
—Claro, cuando quieras…
—¡Eh, Wynn! ¡Martha! ¡Esperadme!
A Martha le dio un vuelco el corazón cuando apareció Blake Chambers corriendo
desde el gimnasio, con su cuerpo alto y musculoso, el pelo todavía húmedo de la
ducha. Le dio a Wynn un abrazo tremendo, casi la tira al suelo, y miró a Martha con
una sonrisa.
—¿Qué tal va todo? ¿Has sobrevivido al primer día sin muchas heridas de guerra?
—Más o menos —a Martha se le aceleró el pulso, cuando se acercó a ella y cogió
tres de sus libros, rozándole el brazo al pasar las páginas.
—Vaya, vaya…; creo que me acuerdo de estas cosas tan horribles… No me digas
que te gusta Poe.
—Eso qué más da; tenemos que leerlo nos guste o no —suspiró Wynn—. Pero
¿sabes una cosa? Martha está en la ciase de literatura de Greg, conmigo…
—¡Qué bien! ¿Y qué tenéis que escribir?
—Algo típico de Greg. Nos ha puesto un ejercicio absurdo para Halloween…
—Y hablando del rey de Roma…, vamos, a ver si nos lleva a casa. Hasta luego,
¿vale, Martha?
Blake echó a correr, y Wynn se quedó mirando a Martha boquiabierta. Las dos
chicas se echaron a reír.
—Normalmente no es tan maleducado —se disculpó Wynn—. Será que Greg
tiene prisa.
—¿Greg?
—Sí, está allí, ¿lo ves? El Jaguar rojo.
Martha entrecerró los ojos. Soplaba una brisa cortante.
—Es increíble lo mucho que se parecen Blake y Greg. Y la verdad es que tú
también te pareces un montón.
—Sólo porque soy alta —dijo Wynn con voz triste—. Odio ser tan alta. Nadie
quiere salir contigo cuando eres alta —se encogió de hombros—. Todo el mundo dice
que nos parecemos, sobre todo Blake y Greg. Casi parecen hermanos.
—De lejos parecen gemelos.
Ya casi habían llegado al coche. Martha veía a Conor dentro y se preguntaba si
Wynn habría cambiado de opinión y querría saludarle.
—Hasta mañana —Wynn se paró de pronto y se arropó con el jersey—. Todo irá
mejorando…, piénsalo… Ha pasado el primer día, ya no eres nueva.
—Es muy fácil decirlo —Martha soltó una risita—. Estoy atascada en todas las
clases y tengo muchísimo que recuperar… Me parece difícil hasta esa redacción que

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tenemos que escribir.
Wynn parecía sorprendida:
—¿Escribir una historia de miedo para Halloween? Si es muy fácil, sobre todo
para ti.
Martha no estaba muy convencida:
—Porque mi padre sea escritor…, no quiere decir que se me haya pegado su
talento.
—¿Tu padre es escritor? No lo sabía.
—¿No lo sabías? Pensé que te referías a eso…
—No sabía lo de tu padre —dijo Wynn—. Hablaba de…, bueno, ya sabes. De tu
casa.
Martha se quedó mirándola. Wynn le devolvía la mirada de una forma que le
incomodaba.
—¿Qué…? ¿Qué pasa con mi casa?
—¡Eh, Wynn! —gritó Blake. El Jaguar se dirigía hacia ellas lentamente y Blake
llevaba medio cuerpo fuera de la ventanilla—. ¡Date prisa! ¡Greg tiene una reunión!
Wynn ni siquiera le estaba escuchando; miraba a Martha. De pronto parecía muy
agobiada.
—No…, no sabes nada, ¿verdad? Nadie te ha dicho…
Martha sacudió la cabeza.
—¿Te refieres a lo del viejo cementerio?
Wynn tenía un gesto muy raro…, un gesto triste y a la vez lleno de compasión.
Martha dio un paso atrás. No quería seguir oyendo…
—En tu casa hubo un asesinato —dijo Wynn en voz baja—. Todo el mundo sabe
que la vieja casa de los Bedford está maldita.

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Capítulo 4

—¿ M aldita? —Conor miró a Martha de soslayo, mientras tomaba una


curva con el coche. Ella miraba al frente, tensa, con las manos
entrelazadas en el regazo.
—Eso dice —insistió Martha—. Dice que todo el mundo lo sabe. Pero,
evidentemente, a nosotros no nos lo ha contado nadie.
—¿Cómo nos lo iban a contar? —razonó Conor—. Seguro que el agente de la
inmobiliaria temía perder una buena venta.
—Nos han engañado —dijo Martha—. Me siento como si todo el mundo se
estuviera riendo de nosotros.
—Nadie nos ha engañado. Y si alguien cree que lo ha hecho, entonces peor para
él. Si tu padre llega a saber que esa casa estaba maldita, se habría lanzado por ella
todavía más deprisa.
Martha sabía que Conor tenía razón…, pero aún le dolía el recuerdo del día que
había pasado en el colegio:
—No me extraña que todos me miraran como si tuviera tres cabezas —murmuró.
Esperaba que Conor hiciera algún tipo de chiste, pero, como no lo hacía, se
atrevió a mirar hacia él. La miraba pensativo.
—No se ríen de nosotros —dijo por fin—. Si acaso, esto nos hace
irresistiblemente atractivos.
—Como monstruos de feria. Espera a que se lo cuente a papá… —de pronto
recordó que ni siquiera le iba a ver en varias semanas, y se quedó callada.
Al pensarlo, se sintió derrotada. Se hundió en el asiento.
—Entonces, ¿qué sucedió en nuestra infame casa para que esté tan maldita? —
preguntó Conor con voz suave.
—Un asesinato. No sé más. Wynn tenía que irse corriendo porque Greg la estaba
esperando, y no me contó nada más.
—¿Quién es Greg?
—Mi tutor. El señor Chambers. ¿Sabes que son todos primos…, Greg y Wynn y
Blake? —mantenía la vista apartada intencionadamente—. Es el chico que vimos
ayer en la ferretería…
—Por supuesto. ¿Cómo podría olvidar a Blake Chambers?
Martha no le hizo ningún caso.
—Bueno, pues Wynn y yo tenemos una clase juntas… Es la chica que estaba en
la tienda, subida en la escalera. Me cae muy bien.
—¿Pero sabemos qué o quién se supone que hace que la casa esté tan maldita?

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—Supongo que será algún fantasma.
—Aaah.
Martha se ofendió.
—Mira, yo sé tan poco de esto como tú. Ni siquiera quiero seguir hablando del
tema.
Cerró los ojos, tratando de apartar los pensamientos que acudían a su mente: el
cuerpo colgado del árbol…, el frío de su habitación…, el observador oculto en el
bosque… ¡Cuéntaselo! ¡Cuéntale lo que ha pasado!
—Además, seguro que no es más que una patraña. Seguro que no es cierto. Será
un rumor que se ha ido extendiendo. ¿No te parece?
Conor no le respondió, así que Martha fue mirando por la ventanilla el resto del
camino a casa. Comparado con lo aburrido que era el campo, el colegio había
resultado casi normal…, tan lleno de vida…, lleno de ruido y actividad y gente de
verdad. Comenzaba a oscurecer y, a medida que se alejaban con el coche, se iba
sintiendo cada vez más sola. Allí fuera no había nada…, nada. El cielo de nuevo
estaba encapotado y amenazaba lluvia; el mundo aparecía cubierto por un manto gris.
Al ver que por fin tomaban la desviación que llevaba hacia su casa, Martha se
envolvió con la chaqueta como si fuera un capullo, preparándose para la visión de la
vivienda. En cuanto Conor aparcó el coche, entró corriendo y subió a su habitación.
¡Oh, Dios, no lo puedo soportar! ¡Tendría que pasar semanas en aquel espantoso
lugar, sola con Conor! Martha se tiró sobre la cama y se quedó allí tumbada, agotada.
Su vida no podía ir peor. Si Conor supiera lo que había visto la noche anterior, cerca
del bosque, las historias de la casa maldita no le dejarían tan indiferente. Entonces,
¿por qué no se lo cuentas? Porque jamás me creería. No tengo ninguna prueba. De
hecho, ya ni siquiera sé si me lo creo yo misma…
Martha lanzó un gemido y se acercó a la ventana, frotándose los brazos,
intentando protegerse de aquel frío tan persistente. Ni siquiera conseguía relajarse en
aquella habitación… Por más que cambiaba todo, no lograba hacer que resultara más
cómoda. Miró hacia abajo, al patio de atrás, y vio con sorpresa a Conor, que se
adentraba en el bosque. ¿Pero qué hace ahí ahajo?
No le gustaba pensar que se había quedado sola en aquella casa. De pronto, sin
saber muy bien lo que hacía, se encontró en el porche mirando hacia los árboles,
donde le había visto desaparecer.
—¡Conor!
Su voz regresó con el viento. Fue escalofriante. Era como si los árboles la
hubieran capturado entre sus brazos retorcidos y se la hubieran devuelto. No se oía
nada más, aunque Martha aguantó la respiración para comprobar si oía algo. El cielo
seguía cubierto de nubes pesadas que hacían el aire irrespirable, pegajoso.
—¡Conor! ¿Dónde estás?
Parecía como si ella fuera la única persona viva en todo el mundo. La noche era
gris y vacía a su alrededor. Martha miró nerviosa hacia la casa, a sus espaldas. Sólo se

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veía una luz a través de las contraventanas de la cocina, que estaban entornadas. El
resto de las habitaciones permanecían inertes tras las ventanas oscuras. Probó a
asomarse con cautela entre los árboles. Separó una red de ramas, y detrás descubrió
un sendero estrecho.
—Conor, sé que estás ahí. ¡Te he visto desde la ventana!
¿Pero qué estará haciendo ahí dentro?
Martha se adentró en el bosque, con un remolino de pensamientos en la cabeza.
La niebla se iba espesando. ¿Sería allí donde anoche vio moverse algo? ¿Por aquí
más o menos? Entre el miedo y la oscuridad, ahora le resultaba imposible recordar el
punto exacto… Respiró hondo, temblorosa, y se quedó quieta. Se sentía confusa. De
pronto le daba miedo seguir adelante. Le daba miedo seguir adelante y le daba miedo
retroceder. ¿Y si todavía sigue aquí dentro y en este preciso instante me está
observando…?
—Martha…
Martha dio un grito y se derrumbó contra un árbol, llevándose una mano al
corazón.
—¡Conor! ¿Dónde estabas? No podía…
—¿Qué hacías siguiéndome, sin chaqueta?
—No te estaba siguiendo…, estaba…
—Si coges una pulmonía, me echarán la culpa a mí.
—¿Y por qué te iban a echar la culpa a ti?
—Porque se supone que tengo que cuidar de ti, por eso —empezó a quitarse la
cazadora.
Martha se apartó indignada.
—¡Cuidar de mí! Perdona, pero…
—Sí, ya lo sé —Conor la envolvió con la cazadora como si fuera un saco de
patatas—. No necesitas que nadie te cuide, sabes cuidarte sola. Súbete la cremallera y
sígueme.
—¿Por qué? —le preguntó Martha, suspicaz—. ¿Adónde vamos?
—Quiero enseñarte una cosa —comenzó a caminar sin darle tiempo a responder.
Se adentró entre los árboles.
Ella no tuvo más remedio que seguirle.
Sentía en los pulmones el aire penetrante y húmedo. Conor iba delante. Sus largas
piernas le permitían avanzar sin ningún esfuerzo. En cambio, a Martha cada vez le
costaba más y más respirar. Le seguía con dificultad. El sendero había desaparecido
hacía tiempo bajo una alfombra de hojas, pero, a pesar de todo, Conor parecía
conocer el camino. Martha notó que se paraba de cuando en cuando y levantaba la
cara hacia el viento como si estuviera atendiendo a unas instrucciones que ella no
podía percibir. A medida que se iban adentrando más y más en las profundidades del
tenebroso bosque, Martha notaba una presión cada vez mayor, hasta que sintió el
pecho oprimido no sólo por el frío, sino también por el miedo.

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—Conor, ¿dónde estamos…?
—Mira.
Se detuvo bruscamente; se agachó para pasar bajo unas ramas enmarañadas, y
cuando Martha apareció a su lado, tambaleándose, le pasó el brazo por los hombros.
Apoyada contra él, Martha miró hacia donde señalaba: un frío helador le recorrió
todo el cuerpo.
Ante ellos se extendía un cementerio, como las aúnas de un jardín
fantasmagórico. Las lápidas estaban inclinadas y caídas sobre la tierra cubierta de
hojas. Donde una vez hubo arbustos y hiedra sólo quedaban haces de troncos pardos.
Los árboles aparecían terriblemente deformados, iluminados por la luz crepuscular
que se debilitaba más y más por momentos. Una ligera niebla comenzaba a serpentear
entre las lápidas, y las viejas estatuas derruidas contemplaban a los intrusos con sus
ojos de piedra. Martha lo miraba todo; ni siquiera se daba cuenta de la forma en que
se aferraba a Conor. Notó cómo él le estrujaba los hombros y la giraba levemente, y
sus ojos se posaron sobre una suntuosa estructura de piedra al fondo del cementerio.
Tuvo la descabellada idea de que quizá todo aquello fuera un sueño.
—¿Qué es eso? —preguntó con un grito sofocado.
—Es un mausoleo. Ven.
—No…, espera.
Pero él ya avanzaba y la arrastraba consigo; a medida que se acercaban, Martha se
sentía incapaz de apartar los ojos de la inmensa tumba.
—Conor…, por favor…, vámonos de aquí…
—Mira la inscripción.
Conor la soltó por fin y señaló unas letras talladas en la pared de piedra negra,
que medían por lo menos treinta centímetros. La propia tumba debía de tener unos
seis metros de alto y era igual de ancha, pero sus puertas dobles estaban atrancadas
por gruesas verjas de hierro que parecían cerradas desde hacía muchos, muchos años.
—¿No se supone que nuestra casa se llama Bedford? —se dio media vuelta y vio
que Martha asentía—. Debía de ser gente muy importante. Es la tumba más lujosa de
todo el lugar.
Martha se arropó con la cazadora de él, y miró nerviosa por encima del hombro.
—¿Cómo has podido encontrar este sitio? ¿Es que te has pasado todo el tiempo
buscándolo?
Él se quedó callado unos momentos. Tenía los pies firmemente plantados en la
tierra, y con el cuerpo hacía fuerza para oponerse a la del viento, mientras
contemplaba el nombre «Bedford». Al verle así, Martha comenzó a temblar
violentamente… Casi parecía una de las estatuas inertes que velaban a su alrededor.
—No, no lo he estado buscando —dijo en voz baja.
—¿Entonces? ¿Lo has encontrado por accidente mientras recogías leña?
—No, nunca había llegado tan lejos.

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Tenía un gesto extraño. Martha sintió que le temblaban las rodillas y se apoyó
contra un árbol.
—Era muy fuerte —murmuró Conor, hablando más para sus adentros que para
ella.
La miró con tal gesto de perplejidad que Martha de pronto se enfadó.
—Maldita sea, Conor…, ¿por qué me has traído aquí? Si crees que me vas a
asustar, lo siento mucho, pero…
Él agarró las puertas, como si quisiera sacudirlas. De pronto, su mano se quedó
paralizada. Una lenta rigidez se fue apoderando de su cuerpo.
—Conor, ¿qué pasa?
Y, al mirar su mano extendida, Martha sintió una oleada de terror irracional que le
atravesaba el corazón.
—¡Conor, por favor, volvamos!
Le había cogido del brazo sin darse cuenta y, cuando intentó hacer que se diera la
vuelta, él bajó la vista y la miró, vagamente divertido.
—Para ser tan pequeña tienes mucha fuerza.
—Conor, lo digo en serio… Esto no tiene ninguna gracia…
Él asintió y con delicadeza soltó la mano de ella de su brazo.
—Volvamos a casa. De todas formas, se ha ido ya.
—¿Qué se ha ido?
—Nada. No importa —se apartó de la tumba y comenzó a caminar hacia los
árboles a grandes zancadas.
—¡Jamás encontraremos el camino de vuelta! —Martha levantó la voz, ansiosa
—. Aquí fuera todo se confunde mucho…; ni siquiera tenemos una linterna…
—Confía en mí —le dijo Conor—. Conozco el camino.
Martha no rechistó. Comenzó a seguirle de cerca, sorprendida de que pudiera
descifrar aquel entorno tan enmarañado. Cuando por fin llegaron a la casa, ella se
hundió agradecida en una silla de la cocina; apoyó la cabeza sobre la mesa, mirando a
Conor, que estaba atareado junto a los fogones, preparando unas tortillas.
—No tengo hambre —dijo Martha.
—Venga, dame una oportunidad. Soy muy buen cocinero.
Ella lanzó un largo suspiro y se quitó la cazadora de Conor lentamente.
—Esto se está poniendo cada vez peor. Cada minuto que pasa se pone peor.
—¿El qué?
—¡Esto! —Martha alzó los brazos—. Todo esto… Esta casa… y… y… todo lo
que la rodea. Y ahora tú.
—¿Qué pasa conmigo?
—Ya sabía que eras un tipo raro. Pero esta noche te has pasado. ¿Se puede saber
qué es lo que ha ocurrido ahí fuera?
—Nada —esquivó su mirada—. Pensé que te gustaría hacer un poco de turismo
nocturno, eso es todo.

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—Sí, claro. Conor, no me trates como si fuera una tonta…, y no me mires así…
Odio que me mires así…
—¿Cómo te miro?
—Esto es una conspiración, ¿verdad? —Martha lo miraba fijamente—. Algo que
habéis tramado entre mi padre y tú antes de que él se marchara. Sólo para reíros de
mí.
—Me parece que no te ríes mucho —dijo Conor.
—No lo aguanto. No lo aguanto —Martha se levantó y le lanzó la cazadora.
Conor la cogió limpiamente, sin darse la vuelta siquiera—. Pues muy bien, me voy a
la cama. Necesito descansar mi desbordante imaginación.
Se fue a su habitación y encendió la televisión. Puso el volumen tan alto como
pudo soportarlo. El ruido no la consolaba. Pero ella se tumbó en la cama y se puso a
hojear sus libros. Hizo un débil intento de empezar los deberes. Pero no podía pensar
en el colegio. Sólo podía pensar en aquel gigantesco mausoleo que había en el
bosque, en el extraño comportamiento de Conor y en lo que Wynn le había dicho
aquella tarde antes de marcharse:
Todo el mundo sabe que la vieja casa de los Bedford está maldita…
Martha se quedó mirando la pared. Se olvidó de los deberes. ¿Qué habría
sucedido allí para que todo el mundo hablara de ello? ¿Qué habría pasado para que
todo el mundo tuviera miedo? ¿Qué suceso espantoso habría tenido lugar entre
aquellas paredes? ¿Estaría relacionado con el viejo cementerio… o con el observador
oculto en el bosque…?
Se metió en la cama y permaneció allí tumbada, preocupada, en medio de la
oscuridad, con los ojos clavados en las sombras que se proyectaban bajo su ventana.
¿Por qué no se lo has contado? ¿Por qué no le has contado que había algo
observándote? En el fondo sabía por qué. Porque podrían ser imaginaciones suyas. Y
quizá…, si jamás llegaba a mencionarlo en voz alta…, entonces nunca podría llegar a
hacerse realidad…
Se preguntó qué estaría haciendo Conor, si habría terminado ya de comer, si
estaría en su propio cuarto, cerca de ella. No le oía moverse por allí cerca…, sólo se
oía el movimiento de la propia casa…, que suspiraba con el viento…, susurrando sus
secretos…, acunándola en un sueño inquieto…
La casa la acompañaba incluso en sueños… Se revolvía incómoda en el fondo de
profundos pozos oscuros, vagamente consciente de cada crujido y gemido…, de cada
rumor… A su alrededor todas las paredes respiraban…, más y más fuerte…, hasta
que pensó que se iba a poner a gritar si aquello no cesaba. Entonces las paredes
comenzaron a cerrarse… más y más…, retorciéndose y crujiendo con cada fatigosa
inspiración…, y un frío mortal rezumaba de cada rincón oculto…; aunque luchó por
abrir los ojos, tenía un peso en los párpados que la cegaba, dejándola indefensa…
—¿Papá? —murmuró Martha, y por fin se fue despabilando, alejándose de los
sonidos de sus pesadillas, de aquellos suspiros y crujidos…

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Solo que ahora estaba bien despierta…
Y los crujidos seguían allí…
Muy cerca de ella.
Allí, en su cuarto.
Martha se incorporó en la cama. De pronto, en el pasillo se encendió una luz que
se coló por debajo de la puerta de su habitación y las sombras se deslizaron hacia los
rincones. Ella miró en derredor, llena de perplejidad, y se le formó un grito en la
garganta.
Algo se movía junto al armario.
Y lentamente…, muy lentamente…, la puerta del armario, que estaba entornada,
comenzó a cerrarse.
—Oh, no —susurró Martha—. No…
Al principio ni siquiera se dio cuenta de que la puerta del pasillo estaba abierta, ni
de que Conor la destapaba y la sacaba de la cama.
—Date prisa —dijo con voz tranquila—. Huele a humo.

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Capítulo 5

M artha salió al pasillo a trompicones; Conor la empujó escaleras abajo,


corriendo.
—Sal fuera y espérame.
—¡No pienso salir sola ahí fuera!
—Martha, no vamos a discutir. Sal.
—¡Conor, lo estoy oliendo! ¡Aquí abajo huele muy fuerte! —Martha se dio media
vuelta, presa del pánico, y señaló al pasillo de detrás—. El olor viene de allí…
Conor se quedó petrificado por un instante.
—Dios mío —murmuró—. ¿Qué hace la puerta de la cocina cerrada?
—Conor, no…
—Sal fuera y quédate ahí. ¡Lo digo muy en serio!
Conor se abalanzó contra la puerta de la cocina y salió una bocanada de humo de
olor acre. Martha dio un grito y corrió al jardín. Hacía mucho frío…, un frío que se
colaba por su delgado camisón mientras ella estaba allí, de pie, temblando. Las
chimeneas y los tejados alzaban sus espantosas cabezas contra la noche, y Martha las
miraba aterrada pensando que de pronto podían estallar, envueltas en nubes de humo.
La casa se está quemando, lo sé.
¿Y si de pronto toda la casa se derrumbaba ante sus ojos y Conor quedaba
enterrado vivo?
—¡Conor! —gritó—. ¡Voy a llamar a los bomberos!
La puerta se abrió de golpe. El corazón le iba a estallar. Conor se acercó a ella
tranquilamente y tiró algo a sus pies.
—No te molestes. Ya lo he apagado.
Martha miró el bulto que había en el suelo, a sus pies, y el humo la hizo toser.
Estaba desconcertada; no sabía si reír o llorar.
—¡Un trapo de cocina! ¿Quieres decir que…?
—Estaba encima del fuego —dijo Conor.
—No —Martha levantó las manos—. Déjame adivinar. Alguien se olvidó de
apagar el fuego y el trapo estaba encima.
—Muy bien.
Conor fingió un gesto, como si estuviera impresionado. Le dio una patada al trapo
chamuscado y cuando volvió a levantar la vista vio el gesto furioso de Martha.
—Conor… —estaba tan desmayada de alivio, tan temblorosa de ira, que apenas
podía hablar—, te mataría ahora mismo…

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Conor no parecía escucharla. Empujaba la tela humeante con un palo; tenía un
gesto de concentración.
—No me puedo creer que hayas sido tan descuidado —Martha no estaba
dispuesta a rendirse—. ¡Podríamos haber muerto en la cama! La casa se habría
quemado a nuestro alrededor… Podríamos… —se quedó callada, mirándole
desesperada. Él seguía contemplando el paño de cocina sin hacer ningún esfuerzo por
defenderse—. ¡Esta noche había algo en mi armario! —estalló.
Hubo un largo silencio. Por fin, Conor levantó la vista y la miró.
—Supongo que no lo habrás soñado.
—¿Y lo que acaba de pasar? ¿También te parece un sueño? —respondió Martha.
Respiró hondo, temblorosa, para no gritarle—. Conor, casi me matas hace un
momento, no creo que te preocupe nada si había algo escondido en mi armario o no.
Él suspiró cansado.
—Si eso es lo que quieres creer…
—Lo que quiero… —Martha apretó los dientes y abrió la puerta de golpe— ¡es
poder dormir tranquila, para variar!
Cerró la puerta de un portazo, subió las escaleras pisando fuerte y se encerró en
su habitación. Pero no podía cerrar la puerta a aquel olor a trapo quemado…, ni al
leve sonido de la puerta de Conor, que se cerró horas después. Haciendo de tripas
corazón, se atrevió a registrar el armario, y al final lo atrancó con una silla. Pero
durante toda la noche la acecharon terrores informes.

A la mañana siguiente, después de un nuevo viaje en silencio hasta el colegio, tuvo


que aguantar las clases como pudo. Las lecciones y discusiones se mezclaban en su
cerebro como masas informes, carentes de significado. Lo único que sabía era que
todos seguían mirándola. Acababa de decidir que saldría a comer fuera del colegio
cuando se paró junto a la taquilla al oír una voz conocida.
—¡Eh, Martha! ¿Dónde te habías metido?
Antes de verle ya le latía el corazón en la garganta. En seguida notó cómo Blake
Chambers la agarraba por el brazo y la miraba de pies a cabeza sonriendo, con un
gesto de aprobación.
—¿Vas a comer?
—Bueno…, yo…
—¿Por qué no nos arriesgamos a comer en la cafetería? A no ser que tengas otros
planes, claro.
—No, si me apetece mucho.
Estupendo, ahora parece que estás desesperada.
Lo siguió sonrojada y cruzaron el ruidoso edificio. Atravesaron la multitud y se
dirigieron hacia una mesa pequeña que había en un rincón.
—Ya hemos llegado. Deja aquí tus cosas…, nadie las tocará.

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Martha sonrió.
—¿Has reservado mesa?
—Siempre está reservada para mí —rio Blake.
Martha sabía que lo decía en serio. Claro, cómo no iba a estarlo… Es la estrella
del instituto…, pero, entonces, ¿qué demonios hago yo aquí?
Martha sabía que no podría probar bocado. El estómago le daba brincos, pero no
quería quedar como una tonta, sin tomar nada. Blake iba detrás de ella; estaba tan
cerca que podía oler el leve aroma de su loción de afeitar. Hablaba de un examen que
acababa de hacer, pero para ella era como si hablara en chino… Estaba tan nerviosa
que apenas oía lo que le decía.
—¿Qué te pasa? ¿Es que no tienes hambre?
Martha se sobresaltó al notar que sus labios le rozaban el oído. Ya se acercaban al
final de la cola y su bandeja estaba rebosante de comida, no como la de ella. Agarró
varios cuencos pequeños, desesperada, y los colocó en la bandeja, donde empezaron a
tintinear.
—Déjame adivinar… ¿Estás a dieta? —Blake sonrió, señalando con la cabeza la
miserable comida que ella acababa de escoger—. No te hace ninguna falta. Con ese
cuerpo…
—No, no lo estoy… —Martha hurgó en su bolso buscando el dinero—. Lo que
pasa… es que…
Las monedas se le cayeron al suelo y salieron rodando en todas direcciones. Se
iba a agachar para recogerlas, pero Blake la agarró del codo.
—Tranquila. Yo invito. Si tuviéramos una cita te llevaría a cenar… Me saldría
muy barato.
—Bueno…, yo…
—Oye, que era una broma —se enderezó y soltó un puñado de monedas que
había recogido en la bandeja de Martha—. Acabas de llegar al pueblo…, tienes el
estómago en un puño… Yo tampoco tendría el más mínimo apetito.
Martha logró asentir débilmente. Blake sonrió a la cajera y le entregó el dinero.
Cuando regresaron a la mesa, él se sentó y se quedó observándola con gran interés.
—Ahora que te he aburrido con mis preocupaciones, cuéntame, ¿qué tal va el día?
—No, si no me aburres —dijo Martha rápidamente. Vio cómo agitaba un cartón
de leche y llenaba el vaso—. Y el día me va bien.
—Sólo bien, ¿eh? —se reclinó en la silla—. Me he enterado de que tienes un tutor
estupendo.
—Ah…, el señor Chambers —Martha sonrió, retorciendo la servilleta en el
regazo—. Se ve que sois un montón.
—Sí, pero Greg ha salido bien. No como los demás.
—Pues él no opina igual —le respondió Martha—. Está muy orgulloso de ti…,
bueno, no me extraña…, con la cantidad de cosas que has hecho y… —bajó la vista.
Estupendo, Martha, sólo te falta ponerte a babear.

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Blake se encogió de hombros, restándole importancia a sus piropos.
—Me encantan los deportes. Tengo suerte de poder hacer lo que más me gusta.
No es más que eso.
—A mí nunca se me han dado bien los deportes. Soy demasiado torpe —Martha
no pudo reprimir una sonrisa.
Blake se acercó a ella, apoyándose en la mesa.
—Pues no pareces torpe. Pareces…
Martha apartó la vista. Le ardían las mejillas. Le habría gustado que dejara de
mirarla de aquel modo…, con aquellos ojos tan oscuros…, tan cálidos…
—Martha. Qué sorpresa.
Alguien le tocó la espalda; ella dio un bote y derramó el agua. Blake sonrió y se
levantó a medias.
—Conor, ¿verdad?
¡Maldita sea! Martha se revolvió en su silla al ver a Conor, que la miraba como si
estuviera a punto de echarse a reír.
—Blake Chambers —Blake le tendió la mano, y Conor se la estrechó—. Ven,
siéntate con nosotros —Blake señaló una silla vacía, pero Conor dio un paso atrás.
—Gracias, pero tengo un poco de prisa. De todas formas, me alegro de conocerte.
Me han hablado mucho de ti.
—¿Ésa es tu comida? —le preguntó Conor a Martha con voz inocente—. ¿Desde
cuándo comes requesón?
Martha creyó que se iba a morir. Se habría metido debajo de la mesa para esperar
la muerte tumbada y tranquila. Blake la miraba…, la miraba a ella y miraba los
cuencos de requesón, intactos en su bandeja.
—Siempre como requesón. De hecho, me encanta el requesón.
—Qué raro. Tu padre dice que te da alergia.
Martha le lanzó una mirada cargada de odio.
Conor le respondió con una sonrisa.
—Hasta luego. Encantado de conocerte.
—Sí, lo mismo digo —Blake se quedó mirando a Conor mientras se alejaba, y
luego se volvió hacia Martha con una sonrisa—. Parece un tipo agradable. ¿Qué tal es
como hermano?
—Como hermanastro —murmuró Martha.
—¡Bueno, lo siento! —Blake, bromeando, levantó las manos como para
defenderse, y Martha no pudo evitar soltar una carcajada—. Wynn dice que tu padre
es escritor.
—Escribe artículos, sobre todo. Artículos de interés humano.
—¿Sobre niños cambiados por otros niños al nacer, alienígenas bicéfalos y cosas
así? —Blake intentaba mantener una expresión seria.
—No exactamente. Ahora mismo está en Hawai porque tiene un encargo.
Blake soltó un silbido grave.

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—Eso sí que me impresiona. Qué pena que no te haya llevado para tomar notas o
algo así.
—También es su luna de miel —suspiró Martha—. Además, es muy estricto con
lo de las clases.
—Te comprendo —Blake untó un panecillo con mantequilla, luego masticó
pensativo—. Mi padre es un tirano con las notas. Quiere que mi vida sea mejor que la
suya…, ya sabes, lo de siempre.
—Bueno, parece que te esfuerzas por complacerle —dijo Martha.
Blake puso un gesto travieso.
—Lo que pasa es que me gusta ganar. Y a ti…, ¿qué te han parecido las clases
hasta ahora?
Martha se quedó indecisa. Se encogió de hombros.
—Supongo que bien. Creo que la de literatura va a ser muy divertida… —se
quedó mirándole, dubitativa—. ¿Puedo preguntarte una cosa?
—¡Pero si es nuestra primera cita! —le brillaban los ojillos—. Claro. Pregunta.
—Nuestra casa —dijo Martha.
—La vieja casa de los Bedford.
—Sí. Wynn me ha contado…, bueno…, ¿es verdad que está… maldita?
Blake se echó hacia atrás sorprendido.
—¿Quieres decir que no teníais ni idea? ¿Nadie os lo ha contado?
Martha sacudió la cabeza con el ceño fruncido.
—Me gustaría mucho conocer su historia, si es que la tiene.
Por un momento tuvo la sensación de que el rostro de Blake se debatía entre la
tristeza y la indecisión. El muchacho jugueteaba con el vaso moviéndolo despacio
entre los dedos.
—No estoy muy seguro de que quieras saberlo. Tampoco sé si debes saberlo.
—Pero estoy viviendo allí, y es… —se calló, y él levantó los ojos lentamente
hacia su cara.
—¿Qué es?
Martha frunció el ceño y se frotó la frente con una mano.
—No…, no sé explicarlo muy bien. Iba a preguntárselo a Wynn, pero…
—No lo hagas —Blake la miró con un gesto serio y se retiró de la mesa—. No le
preguntes a Wynn. Vamos a algún sitio donde podamos hablar.
Martha le siguió por el patio, sintiéndose un poco incómoda. Caía una lluvia fina
y eran pocos los que se habían animado a salir… No había casi nadie. Se dirigieron al
campo de atletismo, detrás del colegio, pasando por delante de los edificios. Blake
saludó agitando la mano con aire distraído a unos corredores que pasaban a su lado
por la pista. Llevó a Martha hasta las gradas.
—¿No te importa tomar un poco de aire fresco? —sonrió, pero su sonrisa parecía
forzada. Se agachó un poco y la ayudó a subir—. Siéntate. Ya llevaba semanas
amenazando lluvia… Cuando por fin comienza a llover lo más probable es que no

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pare hasta Navidad —se sentó a su lado y se reclinó, apoyando los codos en el asiento
de atrás. La miró a la cara fijamente con sus ojos castaños—. Martha, ¿crees en los
fantasmas?
Aquello la cogió desprevenida. Seguía mirándola fijamente, y ella abrió mucho
los ojos, asustada.
—Yo…, pero…, ¿de qué estás hablando?
—Hablo de tu casa. La casa Bedford. Es lo que cree la gente del lugar, sabes…,
que los espíritus atormentados que viven allí no pueden descansar.
¿Es cierto que vuelven al escenario de sus tragedias… condenados para siempre,
más allá de la muerte…? Las palabras de su padre regresaron a su mente, y Martha
sacudió la cabeza lentamente, intentando aclarar sus ideas.
—¿Quieres decir que todo el pueblo tiene supersticiones acerca de ese estúpido
caserón?
Una leve sonrisa se formó en sus labios.
—Ese estúpido caserón lleva aquí tanto tiempo como el propio pueblo. Lo
construyeron los fundadores. Casi toda la familia ha ido muriendo a lo largo de los
años. Los últimos herederos la pusieron en venta el año pasado.
—No me extraña nada —comentó Martha con ironía.
—No se les daba muy bien mantener la casa al día… Seguramente lo habrás
descubierto ya —Blake pasó una mano por el asiento de madera, con el ceño
fruncido, pensativo—. Pero el asesinato no es una vieja historia. El asesinato sucedió
hace sólo un año.
Un largo viento helado los envolvió e hizo sonar las gradas. Martha miró al cielo,
nerviosa, y se arropó mejor con la cazadora.
—Los Bedford tenían mucho dinero, así que la casa pasaba largas temporadas
vacía. Eran gente rara…, gente un poco excéntrica, supongo… Bedford se quedaba
un poco pequeño para su gusto. Después George Bedford decidió volver en busca de
sus raíces; así que los últimos años vivieron en la casa él, su mujer y su hija.
Elizabeth, la hija —bajó la voz y por un momento a Martha le pareció que tenía
aspecto triste—, Elizabeth era de la edad de Wynn. Era muy guapa…, una chica muy
dulce. Wynn y ella se hicieron amigas íntimas. Pasaban mucho tiempo juntas. Sus
padres salían a menudo… Muchas veces se iban a la ciudad y dejaban a Elizabeth
sola, así que Wynn le hacía compañía.
Martha asintió, frotándose las manos y soplándose los dedos.
—Por ahora la historia no es de miedo. Es un poco triste.
—Alguien asesinó a Elizabeth. Wynn la encontró en la casa, arriba, en su cuarto.
Aquello hizo que a Martha se le escapara el último vestigio de calor del cuerpo.
Una suave lluvia de hojas cayó sobre sus hombros, y Blake le desenredó una hoja del
pelo. Martha hizo un gesto de dolor.
—Vaya. No quería…
—No pasa nada —Martha sacudió la cabeza—. Sigue, por favor.

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Blake asintió de forma casi imperceptible y volvió a recostarse, con los pies
apoyados en el asiento que tenía debajo.
—Dennis la mató —dijo suavemente—. Fue culpa de Dennis.
—¿Qué…? —Martha sintió cómo sus labios formaban las palabras, pero de su
boca no salía ningún sonido. Vio cómo Blake recorría con los dedos la cremallera de
su cazadora—. ¿Quién es Dennis?
Blake la miró con un gesto significativo.
—Un tipo que vivía aquí. Fui al colegio con él… Jugaba en el equipo…
—¡Qué horror!
—Era un imbécil. Todo el mundo sabía que era un chulo… Se comportaba como
si fuera el dueño del pueblo y hacía lo que quería…, como si todo el mundo le
debiera algo. También quería a Elizabeth, y la tuvo… durante un tiempo. Hasta que
ella le dejó.
Martha miraba la cara de Blake, cómo luchaba por controlar sus emociones, la
forma en que apartaba la mirada de ella, con una frialdad repentina.
—¿Y por qué lo hizo?
—Porque entró en razón —dijo Blake rápidamente. Tenía la vista fija en el
pasado, se empezaba a notar la tensión alrededor de su boca—. Supongo… supongo
que se cansó de sus tonterías. Le gustaba presumir, normalmente de cosas que no
habían sucedido.
Martha asintió.
—Creo que ya te entiendo. Pero ¿cómo…?
Blake la interrumpió.
—Sé que él la mató —dijo sin más—. Pero antes de matarla, le hizo sufrir un
calvario.
Martha sintió que se le volvía a poner toda la carne de gallina. Juntó las manos y
las apretó contra su barbilla, procurando no temblar.
—Blake… yo…
—No hay que hacer enfadar a Dennis —dijo Blake suavemente—. Yo lo sé…
Todo el mundo lo sabía. Es imposible hacer enfadar a Dennis y salirte con la tuya…
Él siempre encontraba un modo de devolvértelo…, de hacerte la vida imposible…
Todo el mundo en el pueblo sabía cómo era… No le importaba nada ni nadie. Y
cuando Elizabeth le dijo que ya no quería verle más, tuvo que pagar por hacerle
quedar mal.
Martha sacudió la cabeza.
—Suena como si fuera una especie de monstruo.
—Sí, pero no lo parecía —Blake soltó una carcajada—. Todas las chicas
pensaban que era estupendo… Y era muy guapo. Podía ser encantador o todo lo
contrario. Era un as. Pero no tenía amigos. No tenía ningún amigo de verdad. Incluso
en el equipo de baloncesto jugaba sucio. Todos le tenían miedo, y él lo sabía, así que
eso le ponía las cosas muy fáciles.

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Martha se quedó callada largo rato, pensando, tratando de asimilarlo todo.
—¿Entonces mató a Elizabeth sólo para vengarse de ella?
—Todo comenzó con aquellas llamadas telefónicas —dijo Blake.
Martha se quedó mirándole; un escalofrío helado le recorrió la espina dorsal.
—¿Llamadas telefónicas? —murmuró.
—Llamadas obscenas. No eran cosas de chiquillos para asustarla. Eran amenazas
—Blake cerró los ojos un momento y se pasó una mano por la frente—. Le advirtió
que acabaría con ella aunque fuera lo último que hiciera. Le advirtió que ella jamás
volvería a salir con nadie.
—Oh, Blake, no me digas que le dijo eso.
—Y empezó a seguirla. No la seguía abiertamente, donde ella pudiera verle…,
sino a distancia, sólo para que ella supiera que la estaba siguiendo. A veces, cuando la
llamaba, contaba cosas que la había visto hacer… Tenía la casa vigilada.
Martha le miraba incrédula. Se rodeaba el cuerpo firmemente con los brazos.
Estaba empezando a ponerse enferma, y sentía tanto frío que su cuerpo ya ni siquiera
parecía suyo.
—Le dejó una rata muerta en el porche —masculló con los dientes apretados.
Abría y cerraba el puño que tenía apoyado en el muslo—. Y una noche provocó un
incendio…
—¡Un incendio!
No…, no…, no quiero oírlo, por favor, cállate, por favor…
—Lo cogieron a tiempo, pero… —su voz se fue apagando; se le llenaron los ojos
de lágrimas un instante, pero en seguida levantó la cabeza y parpadeó desafiante—.
Al final nada de eso importa, ¿verdad? Nada importa. A pesar de todo, la mató.
Martha tenía un nudo en la garganta, las palabras se le quedaban atascadas y
sentía el sabor del miedo en la boca.
—Pero ella se lo contaría a alguien, ¿verdad? ¿Es que la policía no hizo nada?
Blake sonrió desganado:
—Precisamente. No se lo contó a nadie. Por lo menos al principio.
—¿Pero por qué? Es ridícu…
—No se lo tomó muy en serio. Al principio pensó que todo era una broma…, y
luego…, bueno, luego, simplemente la irritaba. Después pensó que no le iba a dar la
satisfacción de sentirse intimidada.
—¿Pero Wynn no lo sabía? ¿No lo sabía nadie?
—Cuando ya llevaba un tiempo aguantando… entonces lo descubrí. Y se lo conté
a Greg.
—Y vosotros dos, ¿no pudisteis hacer nada?
—¿Pero qué dices? —por un momento Blake parecía casi irritado—. ¿Qué
querías que hiciéramos? Sin pruebas, sin evidencia… Dennis y yo nunca nos
habíamos llevado bien, eso no era ningún secreto…, y Elizabeth le había dejado.
¿Sabes cómo le habría sonado todo eso a la policía? Lo habrían llamado un culebrón

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de instituto. Y si Greg hubiera ido por ahí contando historias sobre Dennis, podría
haber perdido el trabajo —miró los ojos asustados de Martha—. ¿Crees que me
siento orgulloso de todo esto? Dios, apenas puedo soportar pensar en ello —se
levantó de un salto, con las manos en los bolsillos, y comenzó a pasear—. Y Wynn…
Estoy seguro de que ella lo sabía…, pero si le hubiéramos causado algún problema…,
bueno, le insinuó a Elizabeth que él… le causaría problemas… a Wynn.
Martha asintió mecánicamente. Comprendía lo que significaba aquello.
—Oh, Blake…, yo…
—La mató el día de Halloween —Blake perdió la mirada en los campos desiertos
—. La última vez que la vi estábamos todos en una fiesta…, se estaba burlando de
Dennis…, se reía de lo inmaduro que era, y después…, bueno… —sacudió la cabeza
—. Más tarde, aquella noche, se marchó con él… y jamás volvimos a verla con vida.
—¡Que se marchó con él! Pero… —Marta levantó la vista hacia Blake, pero él ya
no la veía.
—Cuando fuimos a su casa a buscarla, Wynn la encontró…, al menos lo que
quedaba de ella…
—Oh, no…, cállate.
—Arriba en su habitación…
—¿Qué habitación? —murmuró Martha.
—¿Qué?
—¿En qué habitación?
—La que está al fondo de la casa. La más cercana al bosque.
—Dios mío…
—Wynn jamás logró superarlo. Aún sueña con aquello… Tiene pesadillas
horribles. Todavía se siente culpable porque dejó que Elizabeth se marchara con
Dennis sin decirnos nada… Ella fue la primera en llegar a la casa aquella noche y
todavía hay ocasiones en que no recuerda nada…
Martha tenía los ojos fijos en su cara, en su boca; luchaba por comprender lo que
decía, pero tenía en la cabeza una especie de nebulosa…
—Al día siguiente encontraron el coche de Dennis en el río. Había estado
lloviendo durante toda la noche y el río se había desbordado y arrastró el coche desde
el puente. Y encontraron el cuchillo.
—Así que por fin… se supo —musitó Martha.
Buscó en el rostro de Blake alguna señal de satisfacción, sin encontrarla.
—Lo llamaron asesinato-suicidio —dijo Blake con voz inexpresiva—. Pero jamás
llegaron a encontrarle —bajó sus ojos oscuros hasta el rostro atemorizado de Martha
—. La corriente era tan fuerte…, que jamás llegaron a encontrar a Dennis.

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Capítulo 6

T ienes que tranquilizarte, Martha, tienes que comportarte como una adulta y
analizar las circunstancias en vez de sacar conclusiones precipitadas…
Martha cerró los ojos. Por fin había pasado otro agotador día de colegio. Había
tantas cosas que necesitaba saber…, pero el recreo acabó sin que tuviera tiempo de
preguntárselas a Blake. Él prometió llamarla por la noche. Ahora miraba las manos
de Conor sobre el volante y trataba de contener un arrebato de ira.
—Oh, papá —murmuró Martha para sus adentros—. ¿Por qué me has metido en
este lío?
Aplastó la nariz contra el cristal y se puso a mirar por la ventanilla. Contempló el
vacío y la oscuridad que atravesaban en el coche de camino a casa. Todo sucedió en
la habitación del fondo, la más cercana al bosque…, su habitación. No me extraña
que tuviera aquella sensación tan horrible…, tío me extraña… No había podido
apartarlo de su cabeza desde la conversación con Blake. Llamadas obscenas…,
bromas de mal gusto…, un fuego…, el terror de Elizabeth durante los últimos
segundos de su vida…, era todo tan increíble, tan terrible y abrumador, que Martha
apenas podía soportar pensar en ello. Y, sin embargo, ¿cómo puedo evitar pensar en
ello, después de todo lo que ha sucedido…?
Cuando llegaron a casa, seguía sin cruzar una palabra con Conor, y a él no parecía
importarle su silencio ni lo más mínimo. El chico lanzó los libros sobre la mesa del
recibidor y comenzó a recorrer la casa encendiendo luces. Martha se apoyó contra la
pared, mirando las escaleras como si fueran un enemigo acérrimo. Ahora no puedo
subir ahí arriba, la verdad es que no puedo. Conor desapareció en la cocina y un
momento después le oyó silbar, trajinando con ollas y sartenes. Entró detrás de él
arrastrando los pies y se derrumbó en una silla.
—Espero que seas mejor cocinero que tu madre —le dijo.
Conor la miró con un gesto de reproche.
—Cualquiera cocina mejor que mi madre.
Martha se quedó dubitativa, luego anunció:
—Hoy he averiguado algo.
—Qué bien —Conor ni siquiera levantó la vista; estaba troceando unas cebollas
en la tabla de picar.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir que no tengo ganas de pelear contigo, aunque noto que tú quieres
pelea.

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Martha abrió la boca sorprendida. La verdad es que no se le ocurría nada que
decir.
—Blake Chambers te ha contado lo del asesinato de Elizabeth Bedford —
continuó Conor en tono tranquilo—. ¿Quieres el chili con fríjoles o sin ellos?
—Yo… —Martha le miró enfadada—. ¡Nos estabas espiando!
—Estabais sentados en las gradas, en pleno chaparrón, solos en medio del campo
de fútbol. No pasabais inadvertidos.
—Bueno, pues entonces, ¿cómo sabes de qué estábamos hablando? —quiso saber
Martha—. ¿Cómo puedes saberlo?
—A pesar de lo que crees, lo cierto es que de camino a casa me he dado cuenta de
que estabas de un humor estupendo —limpió el cuchillo con un papel de cocina y
Martha se estremeció—. Además, he estado investigando por mi cuenta.
—¿Ah, sí?
—Esta mañana me salté una clase y fui a la biblioteca. He leído algunas cosas
bastante desagradables.
Martha le espetó:
—Pues seguro que no te has enterado ni de la mitad de la historia. Por lo menos,
de los detalles verdaderamente importantes.
Conor asintió vagamente y comenzó a picar queso.
—No, seguro que no.
Ella se quedó esperando, pero, cuando comprobó que no continuaba, lanzó un
fuerte suspiro.
—Está bien, supongo que tendré que contártelo. Aunque sé que de camino a casa
no te has preocupado por mí ni lo más mínimo.
Esta vez fue Conor quien suspiró. Volvió a dejar el cuchillo, se limpió las manos
en el trapo y se dio media vuelta para mirarla.
—Me imaginé que ya me lo contarías cuando estuvieras preparada. ¿Cuánto
queso quieres?
Martha se quedó mirándole un largo rato; luego dejó caer la mirada,
refunfuñando.
—Desde el principio supe que esta casa era horrible. Lo sabía.
—Está bien. Cuéntame esos detalles verdaderamente importantes.
Cuando Martha terminó de narrar la historia, su chili ya hervía en el fuego, pero
habían olvidado la comida por el momento. Repitió la historia tal como se la había
oído contar a Blake. Conor estaba sentado frente a ella, con los codos apoyados sobre
la mesa, la barbilla entre las manos y la mirada baja. Su rostro no traslucía ninguna
emoción, ni siquiera cuando Martha le relató la espeluznante escena del asesinato.
Conor se limitaba a escuchar, con el rostro impávido.
—Conor, ¿estás en trance o qué te pasa? ¿Has oído una sola palabra de lo que te
acabo de contar? —se quedó a la expectativa; el silencio entre ellos era cada vez

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mayor. En el pasillo se oyó un crujido y ella miró hacia la puerta, nerviosa—.
Conor…
—Pero no se sabe con seguridad si lo hizo él —dijo Conor—. ¿Cómo pueden
saber con seguridad si fue él?
—¡Pues claro que fue él! —Martha se quedó mirándole y acabó perdiendo la
calma—. ¡Estaba loco de celos y mató a Elizaheth! ¡En mi habitación! Conor, ni
siquiera deberíamos estar aquí… Esta casa trae mala suerte…, está maldita, ¡y es
peligrosa! No quiero vivir en una casa que se supone que está encantada… ¡Una casa
donde mataron a alguien! ¡Todo el mundo habla de ello! ¡Se comportan como si yo
fuera un bicho raro y trajera mala suerte! Jamás podré hacer amigos. Nunca vendrá
nadie a vernos…
Conor levantó la cabeza y la miró.
—Lo dices como si creyeras en fantasmas. Pensé que tú no creías en fantasmas.
—Yo… —a Martha se le quebró la voz—. Es que son tantas coincidencias… Las
cosas que suceden en este lugar…, mi habitación…, la llamada telefónica…, ¡el
espantapájaros tenía un cuchillo clavado…!, y, anoche, aquel fuego…
—Vaya. Así que ahora te niegas a creer que yo tuviera la culpa.
—¡No tiene ninguna gracia! —Martha se agarró al borde de la mesa—. ¡Pues
claro que fuiste tú…!, Tienes que haber sido tú. Pero quizá la casa hizo que tú
provocaras aquel fuego… —se quedó callada, mirándole a los ojos casi suplicante;
luego, dijo con voz débil pero cortante—: Bueno, ¿fuiste tú?
—No —dijo Conor—. No fui yo.
—No te creo —exclamó Martha, y Conor levantó la vista al techo—. ¡Ya no sé
qué creer! ¡No pienso quedarme en esa habitación ni una noche más!
—No tienes por qué hacerlo —dijo Conor con amabilidad—. Si quieres, te
cambio la habitación.
—¿En serio?
—Pues claro —se levantó y se acercó a la cocina—. Será mejor que nos comamos
esto antes de que se evapore por completo.
—Oh, Conor, ¿cómo puedes siquiera pensar en comer nada en un momento así?
—gimió Martha—. Es todo tan horrible…
Conor se quedó pensativo un momento; luego, volvió a tapar la olla.
—No es horrible. Es perfectamente natural.
—¡Natural! Vale, así que te parece natural que hayan matado a alguien en la
habitación donde duermes… ¡Pasa todos los días!
—No hablo del asesinato —Conor apartó la vista, y Martha pensó que quizá
intentaba disimular una sonrisa.
—¿Qué puede tener de natural esta horrible casa?
Conor no se inmutó.
—Cuando algo tan… tan trágico sucede en una casa, es natural que todas esas
emociones tan fuertes…, bueno…, sean absorbidas. Por las habitaciones…, por el

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ambiente. Son como… recuerdos tangibles.
—¿Y eso qué quiere decir? ¿Que los malos recuerdos rondan nuestra casa?
Conor se quedó mirando la cocina, mirando la débil llama que crepitaba en el
quemador.
—Quiere decir…, sí. Los malos recuerdos rondan nuestra casa.
—¿Por eso mi habitación es tan fría?
—Sí. Seguramente porque lo recuerda.
—Bueno, y… ¿qué hay del fuego de anoche? —Conor se quedó indeciso. Apartó
la vista y Martha tuvo la incómoda sensación de que le estaba ocultando algo—. Pudo
ser un accidente, ¿verdad? —insistió Martha—. Pudo ser un despiste…, quizá dejaste
el fuego encendido y te fuiste a la cama.
Él asintió vagamente.
—A lo mejor tenía la cabeza en otra parte —murmuró.
—Siempre tienes la cabeza en otra parte. En realidad lo que acabas de decir no te
lo crees ni tú, y lo sabes —dijo Martha desafiante—. Ahora me dirás que la llamada
telefónica no era más que una broma, y que el viento empujó ese espantapájaros hasta
lo alto del árbol, y que lo que hay en mi armario es una simple corriente de aire, y que
no hay absolutamente nada más en esta casa con nosotros aparte de malos
recuerdos…, y…
Sacudió la cabeza exasperada y salió corriendo a su habitación. Durante un largo
rato se quedó tumbada en la cama, dándole vueltas a la cabeza. ¿Qué estaba
sucediendo? Le daba pánico quedarse en aquella casa…, en aquella habitación… y
todas las cosas que estaban sucediendo podían ser simples coincidencias, pero ella
sabía que Conor le estaba ocultando algo, lo notaba…, aunque, ¿qué podía ser?
Dennis había muerto y ella estaba en la habitación en la que había matado a Elizabeth
poseído por una rabia loca…
Algo chocó contra el cristal.
Martha se levantó de un salto, apagó la luz y se acercó a la ventana con cautela.
Oía el sonido del viento, un aullido largo y lastimero. Las nubes se abrieron un
instante derramando sobre la tierra la pálida luz de la luna. Los árboles se
balanceaban a un lado y a otro en una especie de lento frenesí. Martha escudriñó la
oscuridad, vio algo en el suelo bajo su ventana y se dio cuenta de que seguramente
había sido una rama que al caer había golpeado la casa. Cerró los ojos aliviada. Le
empezaba a doler la cabeza. Debería haber comido algo… Qué tonta… No he comido
nada en todo el día…
Sonó el teléfono.
Martha recordó con repentino alivio que Blake iba a llamar y corrió a cogerlo
antes de que lo hiciera Conor.
—¿Dígame?
—Hola, Elizabeth —susurró la voz.

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no fue Blake quien tomó una larga, ronca inspiración…, y luego exhaló el
aire…, y volvió a inspirar…, una y otra vez…, mientras el corazón de Martha
revoloteaba como una mariposa en su garganta.

—¿Quién… quién es?

no fue Blake quien se echó a reír y de pronto se quedó callado…

Se hizo un largo silencio, un silencio interminable…


—¿Sí? —gritó Martha—. ¿Quién es?
—Te voy a matar, Elizabeth. Truco o trato.

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Capítulo 7

—¿ Q uién era?
Martha se volvió y Conor le quitó el auricular de la mano.
—Yo…, me ha llamado Elizabeth… Dice que me va a matar…
—A matar, ¿verdad? —Conor se quedó pensativo un momento—. Qué simpático.
¿No habíamos dicho que de ahora en adelante yo contestaría al teléfono?
—Creí…, bueno, se suponía que era para mí —tartamudeó Martha.
—Ajá… —Conor levantó una ceja, pero eso fue todo—. Martha, no contestes. No
toques el teléfono siquiera, ¿vale?
—Tú no has oído cómo respiraba… Me ha dicho «Truco o trato», como la vez
anterior…
—Martha, no es más que una broma pesada. Todo el pueblo sabe que Elizabeth
Bedford murió aquí el día de Halloween, ¿qué querías que dijera?
—Te sigue pareciendo divertido, ¿verdad? —Martha estaba furiosa con él—. ¿No
se te ha ocurrido pensar que puede suceder algo horrible?
Subió corriendo a su habitación y cerró de un portazo. Se quedó apoyada contra la
puerta, con todo el cuerpo tembloroso. ¡Aquella voz! ¡Aquella horrible voz!
Todo comenzó con aquellas llamadas telefónicas… La mató el día de
Halloween…
—No —se dijo Martha para sus adentros con decisión—. No puede ser que la
historia se repita. Conor tiene razón… Alguien intenta asustarme.
Te voy a matar, Elizabeth.
Se apretó los ojos con los puños, como si pudiera acabar con el terror cegador que
sentía detrás. Odiaba a Conor… ¡Le odiaba! Estaba tan tranquilo, como si no pasara
nada. Lo único que hacía era sermonearla; se creía superior. Era tan mandón…
Cuando de nuevo escuchó el sonido del teléfono se levantó de un salto. Oyó que
contestaba Conor y también oyó que murmuraba algo, pero no lograba distinguir lo
que decía. Pegó el oído a la puerta y volvió a dar un salto cuando Conor la llamó
desde el otro lado.
—Martha, es Blake —dijo Conor—. ¿Crees que podrás soportarlo?
Abrió la puerta furiosa y pasó por delante de él, pisando fuerte. Le lanzó una
mirada furiosa. Conor entró en su habitación con una sonrisa y cerró la puerta a sus
espaldas.
—¿Dígame?
—Hola. Espero no haberte cogido en mal momento.
Martha negó con la cabeza; le sudaba la palma de la mano sobre el auricular:

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—No, no estaba haciendo nada. Bueno…, los deberes —mintió.
—Pues tienes razón, no era nada importante —Blake soltó una risita—.
Escucha… Estoy con Greg y Wynn. Pensábamos salir a tomar una pizza…, no vamos
a tardar mucho, una hora o así… ¿Por qué no vienes con nosotros?
—¿Yo? —Martha no podía creer lo que estaba oyendo—. No sé…, ¿ahora?
—Bueno, si tienes otros planes… Ya sé que es un poco precipitado y…
—No, si me apetece mucho. Estoy muerta de hambre.
Blake se echó a reír.
—Estupendo. Te recogeremos dentro de… pongamos media hora. Ah, y dice
Wynn que no te arregles mucho… Vamos a un antro.
—Estaré lista —prometió Martha.
Colgó el teléfono encantada y fue corriendo a su cuarto para ver qué podía
ponerse. Cuando estaba a punto de bajar las escaleras se dio cuenta de que la puerta
de la habitación de Conor estaba entornada, y se quedó mirándola llena de rencor.
Supuso que debía avisarle de que iba a salir, pero le daba rabia tener que decirle nada.
Por fin llamó a la puerta y la abrió un poco.
Lo encontró sentado en la cama, rodeado de papeles, con una carpeta sobre las
rodillas. Al principio no sabía muy bien si la había oído entrar; luego, él alzó la
cabeza, con una ceja levantada por la interrupción.
—Voy a salir —le informó Martha.
Conor asintió y volvió a sus papeles.
—Que te diviertas.
Martha se quedó allí de pie, mirando su cabeza inclinada, la mata de pelo espeso
que le tapaba la cara.
—No sé cuánto tiempo voy a estar fuera. A lo mejor vuelvo tarde.
—Vale —dijo Conor.
Martha iba a añadir algo, pero cambió de opinión y cerró la puerta. Luego, volvió
a abrirla.
Conor no levantó la vista.
—Voy a tomar pizza. Con unos amigos.
—Qué suerte.
Martha cerró de un portazo y bajó a esperar.
Cuando por fin el coche de Greg apareció en el camino, fue Blake quien salió del
coche de un salto y la ayudó a subir al asiento trasero. Wynn iba acurrucada delante,
junto a Greg; procuraba no mirar hacia la casa, pero la saludó con una sonrisa
nerviosa.
—Martha, mi alumna más reciente y más guapa, ¿cómo te va la vida en nuestro
querido Bedford? —Greg se dio media vuelta y le hizo un guiño, y Martha miró a
Blake; de pronto se sentía tímida.
—Venga, hombre —le contestó Blake—. Si ni siquiera lleva aquí tiempo
suficiente como para vivir el ambiente de Bedford.

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—Eso lo arreglamos en seguida —decidió Greg, y arrancó el coche—. Te vamos
a embarcar en un crucero exclusivo…: la vida nocturna de Bedford.
Wynn parecía divertida.
—Ya vale, chicos. En Bedford no hay nada abierto después de las nueve.
—Cierran a las ocho y retiran las aceras —Blake le sonrió a Martha—. Pero
vamos al sitio más enrollado del pueblo. Esta noche no cierra hasta las once.
Martha se reclinó, dejando que la charla la envolviera en olas cálidas, calmantes.
Era estupendo estar de nuevo acompañada… por personas que no eran
completamente desconocidas, escuchando las risas, las bromas y los insultos
amistosos. Era evidente que los primos estaban muy unidos, y eso la llenaba de
alegría, más que nada desde hacía tiempo.
La pizzería estaba llena y era muy ruidosa. Blake entró el primero y se dirigió a
unos asientos que había al fondo. Martha comprobó que allí todos se conocían. Todos
la miraban. ¿Sería alguno de ellos la voz del teléfono? Agachó la cabeza para
estudiar el menú, con una mezcla de vergüenza y aprensión. Fue un alivio cuando
Greg pidió por fin la comida y todos comenzaron a hablar de nuevo.
—¿Ya has escrito tu historia de terror? —le preguntó Wynn.
Blake y Greg discutían a voces acerca del entrenador de baloncesto, y Wynn se
inclinó hacia Martha por encima de la mesa.
—No —dijo Martha—. La verdad es que ni siquiera lo he pensado todavía.
Es lo último que me apetece pensar ahora mismo…
Wynn sacudió la cabeza; parecía molesta.
—Ojalá la clase hubiera votado otra cosa.
—¿Lina historia de amor? —Greg se agachó hacia ella y bajó la voz para dar a
sus palabras un tono dramático—. Un desconocido misterioso que entra a escondidas
en las habitaciones de las chicas, por las noches, y…
—Un desconocido de atractivos ojos azules —añadió Blake.
Wynn le dio un empujón a Greg.
—Mírala, cada vez que lo oye se pone colorada —dijo Greg con gesto inocente
—. Cada vez que mencionamos a ese desconocido de ojos azules…
—Es cierto —asintió Blake—. Él tiene algo que los demás no tenemos…
Wynn se echó a reír y escondió la cara entre las manos:
—Por favor…, queréis…
—Estamos un poco disgustados con Wynn —le dijo Blake muy serio a Martha—.
Sabes, estábamos deseando invitar a tu hermano, pero…
—Blake.
Wynn se ruborizó toda y parecía tan incómoda que incluso a Martha le resultó
difícil no echarse a reír.
—No, Wynn dijo que no podíamos invitarle; dijo que si venía él, ella no venía.
Así que…

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—Era algo entre Wynn y el desconocido de ojos azules —dijo Blake—. Y no me
habría gustado verla pasar hambre, así que…
—Basta ya —gimoteó Wynn, pero se reía a pesar de las bromas.
Cuando Martha se dio cuenta de que el tema de su conversación era Conor, miró a
Wynn sin disimular su asombro.
—¿Conor? Si hubiera venido él, yo tampoco habría venido. Os habríais quedado
sin ninguna de las dos.
Lo había dicho sin pensar, pero los chicos se echaron a reír y Wynn la miró
agradecida.
—Entonces nuestra decisión fue muy acertada —Blake le dio la mano a Greg, y
asintió con énfasis—. Después de todo, en esta mesa sólo hay espacio para dos
hombres de verdad.
—Entonces será mejor que os vayáis para que puedan sentarse con nosotras —
saltó Wynn. Miró a Martha satisfecha.
—Bueno, y ¿cuál es la historia de tu hermano? —le preguntó Blake a Martha,
colocando el brazo sobre el asiento, detrás de ella, con toda naturalidad—. Aparte del
hecho de que, evidentemente, es un genio y tiene a todas las chicas de Bedford
suspirando por él.
—Hermanastro —dijo Martha automáticamente—. Y no sabía que era un genio.
—¡No lo dirás en serio! Tengo tres clases con él y lo sabe todo. Ese tipo es una
enciclopedia ambulante.
—¿Quieres decir que incluso habla en clase? —dijo Martha, incrédula—. En casa
apenas abre la boca.
—Digámoslo de este modo —Blake extendió las manos—: nunca se presenta
voluntario…, nunca habla en voz alta. Pero si le preguntan…, cuidado. Cuando acaba
la hora el profesor y él se han enzarzado en alguna discusión profunda y toda la clase
está pendiente de cada una de sus palabras. Es increíble.
—Debe de leer un montón —concluyó Greg.
Martha se revolvió incómoda.
—No lo sé.
—A lo mejor tiene memoria fotográfica —sugirió Blake—. ¿Qué hace cuando
está en casa?
Martha carraspeó, consciente de que todos los ojos estaban fijos en ella.
—La verdad es que no lo sé.
—¿Que no lo sabes? ¡Pero si vives con él! —rio Blake.
Wynn salió en su defensa.
—Le conoce desde hace poco tiempo. Prácticamente se acaban de conocer.
Esta vez fue Martha quien la miró agradecida.
—Es muy introvertido. Parece encerrado en su propio mundo.
—Y encima, juega fatal al baloncesto —Blake sacudía la cabeza.
—Sabe cocinar —añadió Martha.

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Blake levantó la vista al techo.
—Me lo imaginaba.
—Le gusta pasear por el bosque.
—Qué bonito —dijo Wynn—. Es muy sensible y…
—¿Y qué? —Greg le dio un codazo.
—Nada.
—Venga, ibas a decir «romántico», ¿verdad? —le pinchó Blake con malicia.
—Pues supongo que sí —Wynn levantó la barbilla—. Nos vendrían bien unos
cuantos chicos sensibles por aquí.
Blake y Greg lanzaron un gemido al unísono y luego se pusieron a vitorear
cuando llegó la pizza. Se olvidaron de Conor por el momento, mientras atacaban la
comida y hablaban de otras cosas: el colegio, los deportes, el pueblo. Martha se
retorcía de risa cuando Greg le relató las aventuras infantiles que habían
protagonizado sus primos y él; luego Wynn contraatacó con sus propias historias,
cosas que jamás habían sucedido, según juraban Blake y Greg. Martha no recordaba
haberlo pasado tan bien desde hacía mucho tiempo y no quería que acabara la noche.
Después de dejar a Wynn, Greg insistió en prestarle el coche a Blake para llevar a
Martha a casa. Aunque a Martha le daba corte estar a solas con Blake, él consiguió
que se sintiera cómoda en seguida. La llevó a dar una vuelta en coche por el pueblo,
como había sugerido Greg. Le enseñó las calles principales de Bedford. Se tomaron
su tiempo, charlando, escuchando cintas de música y, cuando falló la calefacción,
Blake le pasó el brazo por los hombros y lo dejó allí durante el resto del camino a
casa. Conducía despacio, por la niebla, y no parecía tener ninguna prisa por dejarla en
casa. Cuando por fin aparcaron en el camino, Martha se dio cuenta de que llevaba
toda la noche sin pensar en Conor ni en la casa. Conor tenía la luz encendida y eso
pareció divertir a Blake. Le ayudó a salir del coche y la cogió de la mano para
acompañarla al porche.
—Me alegro de que hayas venido —dijo.
—Yo también me alegro —se quedaron mirándose un largo rato y él la abrigó con
su cazadora, apoyando la barbilla en su cabeza. Su abrazo era cálido y protector.
—He estado pensando…, que hacer de comité oficial de bienvenida desde luego
tiene sus ventajas.
—¿Y eso? —Martha no podía apartar la vista de sus ojos risueños.
—Soy el primero en probar a los nuevos —dijo Blake con seriedad fingida.
Martha se rio tímidamente y le preguntó con voz ansiosa:
—¿Aquí a la gente le gusta gastar bromas a los nuevos?
Blake parecía desconcertado.
—¿Bromas? ¿Qué clase de bromas?
—Bueno —Martha se encogió de hombros, evasiva—, llamadas tontas…, cosas
así.
Blake se quedó mirándola, con una sonrisa insegura.

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—¿Te refieres a bromas telefónicas? No me sorprendería. Hay un montón de
chicos tontos en Bedford —su sonrisa se tornó más amplia y la abrazó con más fuerza
—. Qué suerte tiene Conor —Blake le lanzó una mirada burlona. Martha frunció el
ceño.
—¿Por qué dices que tiene suerte?
—Porque vive contigo —Blake volvió a sonreír y retiró la mano de su brazo—.
Te llamaré —dijo—. Hasta mañana.
Martha se quedó allí mirando el coche que desaparecía en el bosque. Tenía el
corazón rebosante de emoción y aún estaba temblando por dentro. ¿Blake Chambers?
¿Con ella? Casi le asustaba pensar que pudiera ser cierto. ¿Un tipo como él no tenía
novia formal en todo el instituto? Debe de tener algún defecto… Luego, suspiró y
sacudió la cabeza. No, no tiene ningún defecto. Es absolutamente perfecto. Es el
chico más perfecto que he conocido en mi vida…
—Estás soñando —murmuró Martha para sus adentros—. Verás qué desilusión
cuando te despiertes —giró el picaporte y lanzó un gemido. Estaba cerrado—.
¡Conor! —llamó. Aporreó la puerta y pegó el oído para escuchar. No se oían pisadas
por las escaleras. No obtuvo respuesta—. ¡Conor! —llamó Martha de nuevo. Qué
tonta, mira que salir sin llave. Conor se pasaría la vida echándoselo en cara—.
¡Conor! ¡Venga, ábreme la puerta! ¡Aquí fuera hace frío!
Martha se metió las manos en los bolsillos de la cazadora y se puso a patalear.
Seguro que se había quedado dormido estudiando, inflándose el cerebro con sus cosas
de genio. No tenía ni idea de qué le encontraba Wynn de atractivo, pero notaba que
estaba loca por él y era demasiado tímida como para lanzarse. Quizá pueda ayudarle.
Wynn le caía muy bien… Quizá les presente en el lugar más indicado y Conor le pida
salir a Wynn y se convierta en una persona normal.
—¡Conor!
Martha bajó del porche enfadada y miró hacia arriba, a la habitación de Conor. La
luz seguía encendida, pero no se percibía ningún tipo de movimiento. Seguramente
tendría unos auriculares puestos o algo así… Podía pasarse horas gritando sin que la
oyera. Entonces se le ocurrió otra cosa… A lo mejor estaba en el baño, en el extremo
opuesto de la casa.
Soplaba un viento helado y Martha tenía la carne de gallina. Tuvo una corazonada
y probó todas las ventanas de la terraza, en el lateral de la casa, pero todas las
habitaciones estaban cerradas.
—Maldita sea, Conor.
Siguió rodeando la casa, sin alejarse de ella, mirando nerviosa cada vez que oía
un ruido, cada vez que veía una sombra. Hasta ese momento no había pensado en la
llamada telefónica… Ahora la recordaba con una claridad espantosa… La voz…, la
respiración…: te voy a matar…, a matar…
Un llanto lastimero llegó flotando entre los árboles, y Martha frenó en seco. No es
más que un búho, se dijo convencida…, sigue caminando…; pero el patio era un

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hervidero rebosante de sombras borrosas y la casa se alzaba como un mausoleo
gigante, recortada contra la noche.
—¡Conor!
Estaba en la parte trasera, pero no se veía ninguna luz. El porche estaba sumido
en sombras, y el viento no era más que un rugido sofocado que se llevaba sus gritos.
Estiró el cuello, intentando distinguir la ventana del baño, la pequeña, la que estaba
junto a la ventana de su propia habitación vacía.
Su propia habitación vacía…
Solo que no estaba vacía.
Martha abrió los ojos presa del espanto y vio una luz débil que recorría el techo,
arrojando sombras grotescas sobre las paredes…
Una pálida luz que titilaba al moverse…, después se paraba…, se movía…, se
detenía…, como si estuviera perdida…
Como si estuviera buscando algo…
Te voy a matar Elizabeth…, truco o trato…
Martha se llevó la mano a la boca, ahogando un grito. Una silueta se materializó
poco a poco entre las profundas sombras negras de su habitación…
Una silueta alargada se perfiló de pronto en su ventana…; bailaba sobre la pared
titilante…
Allí arriba había una persona…
Observándola.

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Capítulo 8

¡ C onor!Martha aporreó la puerta con tanta fuerza que todo el porche empezó a
retumbar. Casi al instante se encendió una luz y salió Conor. Martha se desplomó
sobre él, con los ojos desorbitados.
—¡Conor, hay alguien en mi habitación! ¡Deprisa, llama a la policía! ¡Deprisa!
—pasó corriendo a su lado, pero luego se paró en seco y se volvió, aterrada—. ¿Pero
qué te pasa…? ¡Hay alguien ahí arriba! ¡No puedo subir sola!
Conor, obediente, subió las escaleras y fue derecho a la habitación de Martha.
Parecía muy desconcertado. Ella se quedó fuera, en el pasillo. Conor encendió la luz
y miró en el armario. Luego, se quedó en medio de la habitación, mirando a su
alrededor.
—Aquí no hay nada.
—Pues había algo. Alguien. Conor, lo he visto, de verdad… —estaba aún en el
pasillo, temerosa de cruzar la puerta; Conor volvió a salir y se quedó mirándola
intrigado—. No llevaba llave y tú no me abrías la puerta, así que fui por la parte
trasera para ver si estabas en el baño; en mi habitación había luz y alguien estaba
asomado a la ventana… —cruzó hasta la ventana y miró fuera, buscando debajo en el
jardín sombrío—. Estaba aquí…, justo aquí…, asomado… —se volvió y se quedó
mirando a Conor, que la observaba en silencio—. ¿Por qué no me abrías la puerta? —
preguntó con voz tensa.
Su gesto era inescrutable; no hacía nada por defenderse. Se limitó a permanecer
allí de pie, mirándola directamente a los ojos con sus profundos ojos azules. Al cabo
de un momento hizo un leve movimiento con los hombros.
—Martha…, será mejor que hablemos de esto por la mañana, después de…
—¿Después de qué? ¿Después de que tengas una nueva oportunidad para darme
un susto de muerte? Aquel espantapájaros…, la tumba…, el fuego… ¿Por qué me
miras así?
—Discúlpame —dijo Conor—. Nos veremos mañana, cuando hayas recuperado
la cordura.
Martha estaba a punto de echarse a llorar, pero el gesto de la cara de Conor no
había cambiado.
—Sabías que esta noche no llevaba llave y te imaginabas que iría por la parte de
atrás. Estabas asomado a mi ventana para mirarme…
—¿Para mirarte hacer qué? —esta vez le tembló la boca, pero no de risa; luchaba
por conservar la paciencia.

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Martha se apartó de él, pensando: ¿habrá otra línea telefónica en la casa, una
que yo no conozco?
—Creo que… —le falló la memoria y se quedó en blanco.
Ya ni siquiera sé lo que creo, ni siquiera creo nada…
—Serían las nubes que estaban despejando. Puede que fuera yo, al encender las
luces del pasillo —Conor suspiró—. Pueden ser montones de cosas. Esta noche
dormiré aquí. Tú puedes ir a mi cuarto —Martha sacudió la cabeza, y él se quedó
indeciso…, se encogió de hombros—. Bueno…, pues nada, Martha, haz lo que
quieras.
Martha dejó que llegara hasta el otro extremo del pasillo antes de decir:
—He cambiado de opinión.
Aquello no pareció sorprender a Conor en absoluto. Esperó a que ella recogiera
sus cosas, luego le abrió la puerta y al entrar le hizo una reverencia burlona. Ella
cerró de un portazo y se quedó mirando la cama de Conor, sus libros esparcidos
descuidadamente, su camisa sobre el respaldo de una silla. Se sentía tan rara en su
habitación…, y al meterse en su cama se sintió aún más rara. Se quedó allí tumbada
un rato largo, largo. Cuando por fin se durmió, soñó que corría y corría por el
laberinto oscuro de la casa, perseguida por una sombra sin rostro.

A la mañana siguiente Martha se quedó dormida y de camino al colegio iba muy


ocupada estudiando, porque había olvidado que tenía un examen. No tuvo tiempo de
sospechar de Conor. Suspendió el examen, pero se animó un poco cuando vio a Wynn
que la esperaba junto a su taquilla a la hora de comer.
—Tienes mal aspecto —dijo Wynn con discreción—. ¿Quieres salir a dar un
paseo?
—Es que me siento mal. Me estoy ganando los suspensos a pulso —Wynn la
miraba comprensiva, y Martha continuó—: ¿Qué piensas de Conor? Quiero decir,
¿qué es lo que piensas de verdad?
—Me gustaría que me llevara lejos de aquí y me amara para siempre. ¿Por qué?
¿Tanto se me nota?
Se quedaron mirándose, luego se echaron a reír y salieron fuera, al frío.
—¡Es que no se me dan muy bien los chicos! —gimió Wynn.
—¡No seas tonta! Cuando vas por los pasillos todos te saludan…, y en la pizzería
todos te conocían.
—Me conocen, pero nunca quieren salir conmigo. Prefiero ser una desconocida y
tener una cita de cuando en cuando.
Martha se subió el cuello de la chaqueta y caminó junto a su amiga.
—Yo soy una desconocida y eso no me sirve de nada. Tampoco es que quiera salir
con nadie —añadió rápidamente—. Y me encantaría presentarte a Conor, pero… —
se quedó callada, con el ceño fruncido.

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¿Cómo podía compartir sus sospechas acerca de Conor cuando Blake le había
pedido que no le hablara a Wynn de la casa?
—Pero estoy demasiado nerviosa —Wynn no sospechaba nada—. Muchas
gracias por ofrecerte, Martha. ¿Quién no desearía conocer mejor a Conor…? —bajó
la vista y miró a Martha preocupada—. Sobre todo, no quiero que pienses que eres mi
amiga por Conor.
Martha parecía sorprendida.
—No lo pienso. Jamás se me habría ocurrido pensar eso.
Wynn asintió, aliviada.
—Bien. Hay chicas que lo pensarían. Pero yo no soy así. Para mí los amigos…
son muy importantes.
Wynn apartó la cara y Martha sintió una punzada en el corazón. Por un momento
luchó con la idea de reconocer que sabía lo de Elizabeth Bedford, pero por suerte
Wynn la salvó.
—Martha, mi mejor amiga murió el año pasado. Quizá hayas oído comentarios
sobre ello, porque todo el pueblo lo sabe. Pero nadie me habla de eso porque no
quieren que me ponga triste. Solo que a mí me gustaría poder hablarlo, porque la
verdad es…, bueno, que no me acuerdo.
Martha se detuvo. Apenas notaba que el viento le azotaba el pelo contra la cara.
Se sacó un mechón de pelo de la boca y pensó en lo tristes que parecían los ojos de
Wynn, que la miraba.
—No me acuerdo —repitió Wynn—. Me gustaría recordarlo, pero lo he olvidado
casi todo —se puso en marcha de nuevo y las piernas de Martha se movían
mecánicamente, tratando de alcanzarla—. Me llevaron a unos médicos, incluso hubo
uno que me hipnotizó. Pero sigo sin poder recordar aquella noche. La gente dice que
encontré a mi amiga Elizabeth y que…, que alguien la había matado… —se envolvió
el cuerpo con los brazos, y tenía un gesto lastimero en la cara, como una niña
pequeña—, pero no lo recuerdo, Martha, de verdad que no me acuerdo. Recuerdo…
un miedo terrible…, espantoso. Y la oscuridad interminable.
Aquello interesó a Martha.
—¿Qué es eso? ¿Qué es la oscuridad interminable?
Wynn se encogió de hombros molesta.
—Pues eso…, oscuridad. Una oscuridad que se hacía eterna.
Martha se quedó pensativa. Se imaginó la casa, las sombras oscuras, los rincones
oscuros, los secretos oscuros…
—No puedes imaginar lo horrible que es —Wynn respiró hondo, temblorosa—.
Lo intento con todas mis fuerzas…, pero…, no logro recordar.
Salieron del colegio y se dirigieron hacia la calle principal; pasaron frente a las
tiendas anticuadas. Wynn parecía preocupada aún, pero cuando volvió a mirar a
Martha una lenta sonrisa comenzó a sustituir al dolor.

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—Por eso estaba un poco rara ayer cuando fuimos a recogerte a tu casa. Hacía
mucho tiempo que no volvía por allí. Pero no he podido dejar de darle vueltas y
vueltas… No quería que pensaras que era por ti, ni nada por el estilo…
Martha se acercó a ella y le dio un abrazo.
—No pensé eso. Y gracias por contármelo —parecía que Wynn se iba a echar a
llorar, y Martha añadió rápidamente—: no tenemos por qué volver a hablar de ello.
No tienes por qué venir nunca más.
Pero le sorprendió ver que Wynn sacudía la cabeza.
—No, yo precisamente quiero hablar de ello. Lo necesito. Y también quiero ir a
tu casa, solo que… tengo que reunir el valor necesario.
—Como quieras; por mí, estupendo.
Entonces podrás decirme si la casa está realmente maldita… o si es Conor, que
intenta volverme loca. Martha se moría por hacerle un montón de preguntas, pero en
lugar de eso añadió:
—Es la primera vez que vengo por esta parte de la ciudad.
Wynn estaba deseando cambiar de tema.
—Es el centro de la ciudad… Créeme, no ha cambiado absolutamente nada desde
que éramos pequeños. De hecho, debe de tener el mismo aspecto que hace cien años
—Wynn la miró casi disculpándose—. Seguro que te sientes atrapada aquí, tú que
vienes de Chicago. Allí habría montones de cosas que hacer.
Martha se quedó pensativa un momento, sonriendo.
—Había muchos sitios donde ir. Ahora que me he marchado, desearía haber
hecho más cosas. Pero ¿qué hacéis aquí? Ya sabes, para divertiros.
—Bueno, ya conoces el sitio de la pizza… Todo el mundo va allí o a otro que se
llama Marty’s… Está justo en la otra punta del pueblo y tienen un grupo que toca en
directo.
—¡Me encanta la música!
—Ésta no te gustaría. No son muy buenos y nunca tocan nada nuevo. La verdad
es que cuando tocan lo mismo de siempre tres veces seguidas se vuelve muy
aburrido.
Martha se echó a reír.
—Está bien, nos olvidamos de Marty’s. ¿Qué más?
—Hay clubes en el instituto. Y las fiestas del instituto. Deportes, claro. Y la misa
—Wynn hizo una mueca—; eso ya es el colmo —miró un escaparate y de pronto
empezó a tirar de Martha—. Oh, mira, ¿no te encanta ese jersey?
—Te quedaría fenomenal… ¿Por qué no te lo pruebas? —Martha le tiró del
brazo, pero Wynn se resistía.
—No, me deprimiría.
—¿Pero por qué?
Wynn sacudió la cabeza.
—Si fueras tan plana como yo, no me lo preguntarías.

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—¿Tú? ¡Mírame a mí! Tengo montones de… —Martha se pellizcó las costillas
—. ¡Me sobra amortiguación!
—¡Qué va! ¡Tienes un tipo estupendo!
—Un tipo rechoncho…
—Todo en su sitio. Mira…, todavía recuerdo, hace unos años…, cuando nos
estaban midiendo en ciase de gimnasia, ¡descubrí que mi pecho y el de Blake medían
lo mismo!
—¡Qué dices! —Martha no pudo evitarlo; se doblaba de risa.
Wynn la miraba indefensa.
—¿Tú crees que me iba a inventar una cosa así? No lo superaré en mi vida.
Entonces las dos se echaron a reír con más fuerza que nunca, y después de unos
momentos Wynn recuperó por fin el resuello.
—Bueno…, tampoco es que tenga que impresionar a nadie. La verdad es que no
te puedes emocionar con chicos que conoces desde el parvulario. No tienen ningún
misterio.
Martha se enderezó muy despacio, agarrándose el estómago.
—Supongo que nunca se me había ocurrido… Donde vivía antes siempre había
chicos nuevos yendo y viniendo…
Wynn la miró con una sonrisa casi tímida.
—Seguro que has tenido montones de novios, ¿verdad?
Caminaban de nuevo la una junto a la otra. Martha levantó la vista hacia el cielo
gris; de pronto los recuerdos le hicieron fruncir el ceño.
—Algunos. Pero yo era muy tonta.
—¿Qué quieres decir?
Martha miró a Wynn de reojo y le dio una patada a un papel que había en la acera.
El viento lo atrapó y lo llevó en volandas hasta que se enganchó al pie de una boca de
incendios.
—Había un chico al que le gustaba mucho. Era muy simpático… y guapo y…
bueno…, a mi padre le parecía estupendo y le hacía mucha ilusión que saliéramos
juntos.
Wynn asintió como si supiera lo que iba a decir.
—Pero a mí me gustaba más otro chico… Era muy enrollado y muy guapo —
Martha soltó una risa culpable—. Y era un imbécil.
Wynn frenó en seco y se dio la vuelta tan de repente que Martha se estampó
contra ella.
—Eso decía todo el mundo de Dennis —abrió los ojos y se quedó muy seria—.
Es la historia de Dennis y Elizabeth.
Wynn echó a andar y Martha se quedó mirándola sorprendida, luego respiró
hondo y se apresuró para alcanzarla.
—¡Wynn!

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La chica se paró, con los hombros tensos, las manos a los lados del cuerpo.
Martha aflojó el paso y Wynn se volvió para mirarla.
—Están equivocados, ¿sabes? Todos.
Martha se quedó mirándola, sin saber qué pensar.
—¿Por qué?
—Por lo de Dennis. Sí, a veces podía ser un imbécil y siempre se estaba metiendo
en algún lío… Todo el mundo piensa que mató a Elizabeth…, pero él no lo hizo. Es
imposible. Él la quería —tenía un gesto casi suplicante y Martha la abrazó.
—Yo…, Conor ha oído que rompieron —dijo—, que Dennis estaba muy
afectado.
—Sí —Wynn asentía con la cabeza, con los ojos fuertemente cerrados; de pronto
su voz sonaba triste—. Sí, es verdad. Rompieron y él quería volver con ella, pero ella
no quería volver con él. Él estaba celoso, eso es todo, porque ella salía con otro y no
con él, pero jamás le habría hecho una cosa tan horrible…
—Espera un momento —la interrumpió Martha—. Después de cortar con él ¿tuvo
otro novio?
—Empezó a salir con Blake —dijo Wynn en voz baja; después, al ver cómo la
miraba Martha, añadió—: nunca habla de ello. Se lo guarda todo. Y cuando tú
llegaste y te mudaste a su casa…, todo el mundo se revolucionó. No sólo Blake y yo,
sino…, bueno, todo el mundo.
Martha la miraba. Oía las palabras de Wynn como si estuviera muy muy lejos:
—Wynn…, ¿de qué estás hablando?
—Era bajita como tú…, y rubia. Incluso llevaba el pelo como tú —Wynn la miró
con un gesto triste de disculpa y Martha sintió frío—. Hasta las cosas que nos hacen
reír… Eres tan buena persona, Martha… Te pareces muchísimo a ella. Me recuerdas
mucho a Elizabeth.

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Capítulo 9

A quella noche comenzó a llover de verdad. Martha soñó que era Elizabeth
Bedford. Se había sumido en un sueño intranquilo, arrullada por el repicar de la
lluvia contra la ventana. Una vez que el sueño se apoderó de ella se quedó allí
tumbada con la extraña sensación de que estaba despierta…, como si una parte de ella
estuviera atrapada en su mente mientras que otra parte esperaba temerosa de la
realidad.
Soñó que se moría.
Sintió cada cuchillada que la atravesaba y las paredes estaban salpicadas de
sangre por todas partes…, y su asesino era real, pero no le veía la cara porque llevaba
una máscara…
Aun así, sabía que era alguien conocido.
Lo reconoció en medio del pánico. Supo que le había confiado su vida.
Desde las profundidades de su sueño gritó y gritó…, y de pronto todo era real; de
pronto alguien la agarraba y ella estaba por fin a salvo entre unos brazos fuertes,
firmes.
—Martha, estás soñando. No pasa nada.
Allí estaba Conor, la cogía entre sus brazos. La luz que llegaba del pasillo era
segura y real…
—Estoy muerta —susurró Martha y se echó a llorar.
Conor la agarró con más fuerza y empezó a acunarla.
—No. No era más que una pesadilla. Vuelve a dormir.
—Tengo miedo —dijo Martha, pero su voz sonó apagada contra el hombro
desnudo de Conor, y el sueño era como un mar profundo, muy profundo, que tiraba
de ella.
—Entonces me quedaré contigo —dijo Conor desde muy, muy lejos, y ella por fin
se hundió en la quietud.
Cuando amaneció estaba agotada, exhausta… No lograba distinguir el sueño de la
realidad y le daba corte entrar en la cocina. Conor estaba sentado a la mesa bebiendo
café, leyendo un periódico. Martha se sentó en una silla, somnolienta.
—No pienso volver al colegio —anunció.
Conor bajó una esquina del periódico, levantó una ceja y volvió a desaparecer
detrás de la sección de economía del periódico.
—No pienso volver —repitió malhumorada—. No puedo dar la cara delante de
nadie.

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—Pensé que ayer ya lo habíamos aclarado. Llevas todo el tiempo dando la cara,
Martha. Nada ha cambiado.
—Sí que ha cambiado —insistió ella—. Me parezco a una chica que está muerta.
—Lo que pasa es que necesitas descansar.
—¡Conor, no tiene ninguna gracia! Me parezco a Elizabeth Bedford…
—Eso no es lo que dijiste que te había contado Wynn… Ella no dijo que te
pareces a ella, sino que le recuerdas a…
—No me extraña que todos me miraran. No me extraña que me sienta como una
atracción de feria.
—Te miran porque eres nueva y nunca hablas con nadie.
—¡Vivo en su casa y encima me parezco a ella! —Martha contuvo la respiración
—. ¿Anoche tuve una pesadilla?
—Sí.
—Oh, no —Martha se tapó la cara con las manos.
Así que de verdad Conor estaba con ella. No podría volver a mirarle a la cara.
—Ya puedes salir —dijo Conor—. Si no quieres que te mire, no lo haré.
Su voz sonaba como si estuviera aguantando la risa. Martha hizo como si nada.
—No pienso quedarme en la habitación de Elizabeth.
—Oye, si vamos a intercambiar nuestras habitaciones para siempre, necesito
sacar mis cosas.
—¿Es que no te das cuenta de lo serio que es todo este asunto? Siento que
estoy… condenada.
Bajó la voz con tono dramático y Conor apartó el periódico.
—Te estás asustando. Lo sabes, ¿verdad?
Martha se quedó indecisa… Asintió con gesto de culpabilidad.
—Pero ¿no crees que las coincidencias son demasiado…, demasiado extrañas?
Blake me contó que a Elizabeth…, bueno…, la estaban molestando y… —su voz se
fue apagando; miró con el ceño fruncido el cuenco de cereales que Conor le había
preparado y que permanecía intacto.
—Tú no eres Elizabeth —dijo Conor en tono amable—. Tu vida no es la suya.
—No…, la suya ha acabado —Martha levantó la vista; luego se encogió de
hombros—. Hay tantas cosas que no entiendo. Blake y Wynn, los dos, cuentan que
Dennis era un imbécil. Pero Wynn dice que quería a Elizabeth de verdad y que jamás
le habría hecho ningún daño.
Conor jugueteó con su taza, moviendo el asa con los dedos de un lado a otro.
—¿Y Wynn cómo puede saberlo?
—Eso es lo que he estado pensando —dijo Martha—. Seguro que Wynn lo
conocía mejor que la mayoría de la gente; porque era la mejor amiga de Elizabeth, y
las amigas íntimas se cuentan todo. Seguro que Elizabeth le contó un montón de
cosas de Dennis.

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—Y Blake seguramente lo conocía igual de bien. Iban juntos a clase y eran
compañeros de equipo.
—Blake me contó que Dennis jugaba sucio.
—Era un campeón. Los dos lo eran. Todos los artículos que encontré aquel día en
los periódicos contaban maravillas de los dos. Eran los máximos anotadores. No me
sorprendería que además fueran grandes enemigos.
Martha asintió con gesto sombrío.
—Y Elizabeth comenzó a salir con Blake cuando Dennis y ella rompieron.
—Eso no me lo contaste ayer.
—Supongo que se me olvidó.
Conor la miró de nuevo con la ceja levantada.
—Cómete los cereales. Voy a pescar el coche.
—¿Tanto ha llovido?
—Creo que sí. Lleva toda la noche lloviendo y todavía no ha parado.
—Pues qué bien —murmuró Martha—. El tiempo hace juego con mi humor.
El día se hacía interminable. Era una tortura arrastrarse por los pasillos. Veía el
temor y el nombre de Elizabeth Bedford escrito en los ojos de todos. Le preguntaron
en tres clases y no fue capaz de responder; cuando Greg le preguntó por unos temas
que había que leer, descubrió que había estudiado los capítulos que no eran. Además,
se las arregló para volcar un frasco de loción de manos en la taquilla y manchar de
grasa casi todos los libros. Cuando se dio cuenta de que en las dos últimas clases
tenía que entregar dos trabajos que no había hecho, apoyó la cabeza en la taquilla.
Estaba tan desesperada que ni siquiera tenía fuerzas para echarse a llorar, y no se dio
cuenta de que Blake estaba a su lado.
—Hola —sonrió—. Creo que te vendría bien un cambio de aires.
Martha dio un bote y después el corazón se le quedó en el estómago; era una
sensación muy desagradable. Pensó en lo que Wynn le había contado sobre Blake y
Elizabeth Bedford y se concentró en reorganizar la taquilla. Fue bonito mientras
duró…
—¿Qué te pasa? ¿No soportas la idea de tener que separarte de este lugar? —le
pasó una mano por debajo del codo y se agachó hasta su oído—. Tengo que recoger
una cosa para el comité de decoración de Wynn. ¿Por qué no te saltas una clase y
vienes conmigo?
Martha sintió un escalofrío que le recorría la espalda cuando notó que su mejilla
le rozaba la barbilla.
—No puedo saltarme una clase así como así… Yo…
Blake se retiró, decepcionado.
—Es una gran oportunidad para enseñarte algunas vistas… Vamos, ¿quién se va a
enterar?
—Bueno…, no lo sé.
—Di que estás mala.

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—Pero Conor… me estará esperando después de clase…
—Le haré llegar un recado. Una de las secretarias me debe un favor —le guiñó un
ojo—. Cuando llegue Conor estarás sana y salva en casa. Te doy mi palabra.
Martha le miró a los ojos, miró su sonrisa persuasiva.
—Es que…
—¿Qué tengo que hacer, pedírtelo de rodillas? —Blake se echó a reír y acabó con
todas sus defensas.
—Está bien.
—Estupendo. Voy a darle el recado a Terry y nos vemos junto a la verja. Cinco
minutos.
Aún llovía cuando salió fuera… Caía un chaparrón constante que ahogaba el
mundo convirtiéndolo en una confusión gris. A Martha no le dio tiempo de llegar a la
verja; en seguida apareció Blake a su lado, y le resguardó la cabeza con un cuaderno
mientras la guiaba hasta una furgoneta. Al cabo de un momento estaban calentitos y
cómodos, y Martha se recostó, exhalando un tremendo suspiro.
—¿Un mal día? —Blake parecía sinceramente preocupado, y Martha esbozó una
sonrisa irónica.
—¿Un mal día? Una mala semana, un mal mes…, una mala vida —apartó la
vista, riendo para sus adentros—. Lo siento. Me temo que no soy una buena
compañía.
No soy como Elizabeth…
—Oye… —Blake se inclinó hacia ella; le agarró del brazo—, ¿tú crees que te
habría secuestrado si estuviera de acuerdo en eso?
Martha esbozó una sonrisa de medio lado.
—Gracias por invitarme a venir contigo.
—El placer es mío —Blake inclinó la cabeza, después volvió a mirar la carretera
—. Vamos a Whitley… Está a unos treinta kilómetros. Te gustará: todos los edificios
son antiguos y es más pequeño que Bedford, así que tiene más campo. Mis abuelos
poseían una granja allí, pero se la vendieron a mis primos antes de morir.
—¿Sueles ir de visita?
—Claro, allí es donde vamos ahora. Siempre están envasando verduras para
nosotros y mi madre va a recogerlas todas las semanas.
—Qué bien. Ojalá Sally aprendiera lo que es la comida de verdad.
—¿Quién es Sally?
—Ah, la madre de Conor.
—¿Te gusta?
—Resulta agradable. Es artista y casi siempre un poco patosa. Pero creo que su
trabajo debe de ser muy bueno… Está en las galerías de Nueva York y sitios así.
—¿En serio? Así que sois famosos de verdad.
—Qué va —Martha miró los árboles borrosos y los prados azotados por la lluvia
—. Mi madre murió hace dos años —dijo en voz baja—. No se parecía en nada a

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Sally.
Blake la miró con una sonrisa triste.
—Lo siento mucho, Martha.
—No te preocupes —dijo con una sonrisa forzada—. Ahora tengo una nueva
familia. Qué suerte.
—Es una suerte, sí —lo dijo en un tono tan serio que ella levantó la vista
sorprendida—. Conor parece alguien en quien se puede confiar… Créeme, eso es
fundamental —no tuvo tiempo de preguntarle qué quería decir; él sonrió
despreocupado y añadió—: ¿Lo ves? El típico pueblecito americano.
La furgoneta comenzó a descender hacia un estrecho valle, y Martha se enderezó
para ver mejor. Ante ellos se extendía un pequeño pueblo: tejados, chimeneas y la
torre de una iglesia. Parecía una postal en medio de la cortina de lluvia. Blake redujo
la velocidad y le fue mostrando todo por el camino: las tiendas de alimentación, el
mercado, la oficina de correos, el taller mecánico. Algunos hombres mayores
vestidos con monos reconocieron el coche, le saludaron con la mano de forma
distraída y Blake correspondió tocando la bocina; un perro sarnoso se cruzó por
delante con toda tranquilidad y tuvo que dar un volantazo.
—Es como si hubiéramos viajado en el tiempo, ¿verdad? —bromeó Blake.
—Me gusta mucho.
—Estupendo, porque no quiero que te aburras. Aunque el comité de decoración
haya confiado en mí.
—¿Y qué es lo que van a decorar?
—El baile de Halloween.
Al percibir la mirada inquisitiva de Martha, Blake se dio una palmada en la frente
fingiendo estar escandalizado.
—¡No me digas que llevas en Bedford casi una semana y estás tan mal
informada! —la señaló con un dedo acusador—. No has leído los anuncios de los
pasillos.
Martha se estrujaba el cerebro. Ahora recordaba algo…, algún anuncio sobre un
baile, unos carteles de color naranja colgados por todo el colegio…, pero la verdad es
que no había prestado mucha atención. ¿Por qué tendría que hacerlo? Yo no voy a
ir… Miró a Blake tímidamente.
—Creo que recuerdo haber visto algo…
—Muy bien. Este año será en domingo, por la noche. El lunes no hay clase. La
fiesta se celebra todos los años… Seguro que por eso a nadie se le ha ocurrido
avisarte.
Martha se quedó mirándole. Algo iba tomando cuerpo en su memoria.
—Una fiesta… ¿como la del año pasado?
La última vez que viste a Elizabeth con vida…
—Sí —dijo Blake en voz baja.

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Hasta que no se alejaron varios kilómetros del pueblo y aflojaron la marcha no
volvió a mirarla.
—Ya hemos llegado.
Blake salió de un salto para abrir una verja que bloqueaba un camino de tierra y
finalmente llegaron a la casa de la granja.
—¿Estás seguro de que podemos aparecer así, de repente? —le preguntó Martha
intranquila; pero Blake ya estaba abriendo la puerta.
—No, si hoy no hay nadie en casa… Se han ido todos a la ciudad. Vamos —la
cogió de la mano y atravesaron corriendo un prado, hasta llegar a un enorme granero.
El cálido interior polvoriento resultaba muy agradable después de la carrera en
medio de la lluvia. Martha se escurrió el agua del pelo, Blake sacó unas mantas de un
arcón y la arropó con ellas. Con una esquina deshilachada le secó unas gotas de la
mejilla. Martha apartó la vista, sonrojada.
—Espero que no seas muy propensa a la pulmonía —bromeó Blake—. Estoy
empapado —dio unos pasos y se quitó la cazadora—. ¿Ves aquello de arriba?
Martha miró hacia donde señalaba y vio un almacén alto, abierto, lleno de pacas
de paja.
—Greg y yo hacíamos competiciones allí. Saltábamos para ver quién llegaba más
lejos.
—Os podíais haber matado.
—Tienes toda la razón —soltó una risita—. Wynn siempre se chivaba de
nosotros. Ven…
A Martha no le dio tiempo a rechistar. La cogió de la mano y comenzó a subir la
escalera.
—Blake…, ¿qué…?
—Tú tranquila —rio—. Quiero que veas el paisaje. Cuando subía ahí arriba me
parecía que estaba en la cima del mundo.
Martha se agarró a la escalera y comenzó a subir; la manta se le resbaló de los
hombros. Cuando asomó la cabeza vio a Blake peleándose con las puertas. De pronto,
el paisaje se abrió ante ellos; una fina brisa le humedeció la cara.
—Ven —le hizo una señal para que se acercara y señaló con un brazo extendido
—. ¿Lo ves? Cuando éramos niños había menos casas aún. Se veían kilómetros y
kilómetros…; todo eran prados.
Martha estaba a su lado, temblando, envuelta en aquella humedad penetrante. A
sus pies se veía el pueblo y el valle. Un ajedrezado verde oscuro, dorado y castaño
tostado; las colinas silenciosas; los bosques desnudos bañados en luz grisácea.
—¿Tienes frío? —a pesar de sus esfuerzos por ocultarlo, Blake se había dado
cuenta de que estaba temblando, y en seguida cerró las puertas.
—No, no cierres, yo…
—Así resulta más acogedor —sonrió y se tumbó en la paja; hizo un sitio a su lado
—. Aquí hay sitio para uno más.

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Martha se quedó indecisa; la sonrisa de Blake se tornó más amplia. Estaba
recostado, con la cabeza apoyada sobre los brazos. Martha se dio por vencida y se
sentó a su lado. La lluvia caía con un ritmo suave y el repentino estallido de un trueno
se fue extinguiendo a muchos kilómetros de distancia.
—¿No te da pena? —Martha lo miró de reojo—. Que las cosas cambien. Pensar
que algún día tendrás que marcharte de aquí.
—No lo dirás en serio. Me muero por marcharme. Estoy impaciente por
marcharme.
Martha se recostó, mirándolo sorprendida.
—Pero pensé…, tú has dicho que…
—Lo sé. Es cierto que me encanta este lugar. Pero ¿qué futuro me espera si me
quedo aquí? No tendría ni la más mínima oportunidad de llegar a ser nadie.
Martha se quedó mirándolo un momento. En torno a su boca habían aparecido
unas líneas duras y en sus ojos un destello de ira.
—¿Qué clase de alguien quieres ser? —le preguntó suavemente.
Aquella mirada dura se desvaneció, sustituida casi al momento por un feroz
destello de esperanza.
—¿Sabes que estoy a punto de conseguir una beca de baloncesto? Tan cerca que
casi puedo tocarla. Tengo buena reputación y buenas notas… Me han dicho que es
algo casi seguro —hizo una pausa para asimilar sus propias palabras—. Casi
seguro…
Martha se miró los dedos, entrelazados con fuerza en el regazo. Hubo un largo
silencio; después Blake volvió a hablar.
—Crees que soy un egoísta por desearlo tanto, ¿verdad? Pero tú no sabes cómo
son las cosas aquí…, cómo la gente simplemente desea que falles y te quedes aquí
atrapado el resto de tu vida. Dios mío, haría cualquier cosa por salir de aquí —volvió
la cabeza y la miró directamente a la cara. En sus profundos ojos había una mirada
triste—. El baloncesto es mi única salida, Martha. Eso es lo que realmente deseo. Lo
que de verdad quiero hacer. Lo que quiero ser —ella no podía apartar la vista de
aquella mirada tan ansiosa. De pronto, él la cogió del brazo, deslizando los dedos
bajo su manga—. Yo…, bueno…, no suelo ir por ahí haciendo confesiones tan
sinceras a toda la gente con la que me cruzo —rio tímidamente.
Martha le tranquilizó con una sonrisa.
—Y yo no voy contando las confesiones sinceras que me hacen, así que no te
preocupes.
La cogió por la muñeca. Tiró de ella hacia abajo hasta que sus caras estuvieron a
tan sólo unos centímetros de distancia.
—Eres estupenda —exclamó con voz dulce; sólo se oía el suave tamborilear de la
lluvia y un revoloteo de pájaros arriba, en los tejados…
Sintió los labios de Blake, suaves…, muy suaves…, sobre los suyos…

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—No —musitó Martha y lo apartó delicadamente con una mirada de dolor y
confusión—. ¿Por qué no me has dicho antes que te recuerdo a Elizabeth?
Fue como si le hubieran dado un puñetazo. Durante un momento que se hizo
eterno se quedó mirándola, dolido como ella.
—¿Elizabeth? —apenas podía pronunciar aquel nombre—. ¿Tú? ¿Recordarme a
ella? ¡Maldita sea! —no pretendía empujarla con tanta fuerza, pero Martha cayó
hacia atrás, sobre los codos—. ¿Qué demonios te hace pensar eso?
Martha se frotó la muñeca, donde sus dedos habían dejado una marca.
—Creo que deberíamos coger esos adornos y…
—No. Hasta que no hablemos de esto, no nos vamos —Blake apartó la vista,
sacudió la cabeza lentamente—. Reconozco que la primera vez que te vi en la tienda
te parecías un poco, de espaldas… —la miró con reproche—. Pero ahí acabó todo.
Ahora Martha sentía con fuerza su proximidad…, los dedos de él bajo su barbilla,
levantándole la cabeza para que le mirara.
—Me gustaste desde la primera vez que te vi, Martha. Eras tan sincera y
abierta…, tan guapa…; supe que quería llegar a conocerte mejor.
La miraba de forma muy intensa, y Martha notó cómo se le iban subiendo los
colores a las mejillas.
—No…, no me dijiste que habíais estado saliendo en serio.
Movió la cabeza levemente.
—Durante un tiempo tuvimos una relación muy estrecha. Pero eso es todo. No
creí que fuera tan importante como para contártelo. Además, eso ya ha pasado. No
tiene nada que ver contigo y conmigo… ahora.
Sus labios se posaron sobre los de ella. Martha contuvo la respiración y sintió el
leve peso de su cuerpo que la aplastaba contra la paja. Era tan fuerte, pero tan
tierno… Después de un beso interminable, la miró y sonrió.
—Creo que será mejor que te lleve a casa. No quiero que tu hermano llame a la
caballería.
—Hermanastro —murmuró Martha—. Ni siquiera me echará de menos.
Lo último que le apetecía en ese momento era pensar en Conor y en la casa… Lo
último que le apetecía era abandonar aquel cálido remanso de paz y los brazos de
Blake.
Blake miró su reloj y lanzó un gemido.
—Qué mala suerte. Seguro que es cinturón negro de kárate…, el único deporte
que se me da fatal.
Martha volvió poco a poco a la realidad. Blake aún la sujetaba perezosamente
contra el suelo. Todavía sentía su beso sobre los labios.
—Yo apostaría a que Conor es un pacifista total.
—¿Apostarías? ¿Quieres decir que aún no sabes nada de él?
Martha se encogió de hombros, impaciente por dejar aquel tema tan molesto.
—¿No tienes que recoger unos adornos?

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—No me digas que habíamos venido a eso —preguntó con voz inocente, luego
sonrió poco a poco—. Y tú te estás poniendo un poco mandona, ¿no? ¡No haces más
que decirme lo que tengo que hacer!
—No, yo sólo quería… —Martha lanzó un gritito cuando Blake le empezó a
hacer cosquillas, y, cuando por fin cedió a sus súplicas, se levantó de un salto y la
ayudó a ponerse en pie.
—Creo que las cosas están en el cobertizo, pero no te he traído aquí para ponerte
a trabajar, sabes. ¿Por qué no me esperas en la furgoneta? Allí estarás más calentita.
Martha le dio un empujón, pero él recuperó el equilibrio con toda facilidad y la
miró orgulloso.
—Puede que lo haga. Mereces que te deje deslomarte tú solo.
Pero entre los dos iban más deprisa, y cuando Blake acercó la furgoneta al
cobertizo, entre los dos cargaron las pacas de paja, los tallos de maíz y docenas de
calabazas que fueron lanzando al maletero. Al acabar, Martha pensó que se le iban a
caer los brazos.
Estaba cayendo la noche cuando se pusieron en marcha, de vuelta al pueblo.
Martha iba apoyada contra la ventana, sin prestar mucha atención al paisaje, hasta
que algo en un campo cercano le llamó la atención. De camino a la granja no había
visto el pequeño cementerio; ahora en la creciente oscuridad parecía casi un
espejismo.
—¿Es muy viejo ese cementerio? —preguntó, al tiempo que se enderezaba para
mirar por la ventana.
Blake siguió la dirección de su dedo y asintió.
—Lo compartimos los dos pueblos. Al principio Whitley era parte de Bedford,
pero la familia tuvo que empezar a parcelar la tierra. Ahora todo el mundo está
enterrado aquí, incluso la familia Bedford.
—Entonces, ¿qué pasa con el cementerio que hay detrás de nuestra casa? —
preguntó Martha—. Creí que todos los Bedford estaban enterrados allí.
—Esa es la familia antigua y los criados. Hacia mil ochocientos. Se habló de
trasladarlos aquí, pero la vieja cripta de la familia intimida a mucha gente. Finalmente
decidieron dejar que los antiguos Bedford descansaran en paz.
—Así que… —Martha se quedó indecisa; no deseaba volver a revivir el pasado,
pero, de algún modo, necesitaba saberlo—. Así que Elizabeth…
—Sí, está enterrada aquí —la expresión de Blake era muy contenida. Volvió a
mirar al cementerio por el espejo retrovisor—. Y también Dennis.
—¿Dennis? Pero pensé…
—Pusieron una lápida —dijo Blake con un gesto despectivo—. En su memoria.
Como si alguien quisiera recordarle.
Fueron en silencio durante unos kilómetros. Martha miró de reojo la cara de
Blake; permanecía inexpresivo y extrañamente distante. Blake murmuró algo para sus
adentros, pero lo dijo en voz tan baja que al principio Martha ni siquiera lo oyó.

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—Desean que esté muerto —repitió, y Martha le miró sorprendida—. Todo el
mundo desea que esté muerto. Incluido yo.
Blake agarró el volante con fuerza y cuando la miró, sus ojos estaban oscurecidos
por una emoción que Martha no supo interpretar.
—Pero es que… está muerto —susurró.
Blake sacudió la cabeza y de pronto dijo con voz triste:
—Martha, jamás llegaron a encontrarle. ¿Qué pasa…? ¿Qué pasa si… en algún
lugar… Dennis está vivo todavía?

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Capítulo 10

— B ueno, lo logramos —Blake sonreía triunfante—. Creo que hemos llegado


antes que él. Martha estaba tensa, apoyada contra la puerta. Le dolía el
estómago; lo tenía revuelto. La casa apareció ante ella, envuelta en sombras
silenciosas. Ya era de noche y habían olvidado dejar alguna luz encendida.
—Oye —Blake se acercó a ella; la miró a la cara, ansioso—, no estarás
disgustada por lo que te dije antes, ¿verdad? No debería haber…
—No digas tonterías. No pasa nada.
—No es ninguna tontería. No has dicho ni una sola palabra en todo el camino de
vuelta.
—Estoy… —Martha pensó rápidamente—, a lo mejor es verdad que estoy
cogiendo un resfriado.
—No puedes resfriarte —Blake volvió a sonreír y levantó su barbilla con un dedo
—. Tienes que ir a la fiesta de Halloween.
Martha se quedó mirándole sorprendida; no entendía nada.
—¡Pero qué dices! No pienso ir a la fiesta de Halloween, ni siquiera tengo
acompañante —se quedó callada, con las mejillas sonrojadas y él se echó a reír.
—Ahora ya lo tienes. Así que entra en casa corriendo a ver si consigues hacer
creer a Conor que estás mala. Nos vemos más tarde, ¿vale?
A Martha le daba vueltas la cabeza. Logró despedirse de él y se metió en la casa.
¿Por qué no le habría pedido que se quedara?
Ahora, al ver cómo la furgoneta desaparecía de su vista, se arrepentía de no haber
pensado alguna excusa para invitarle a pasar, para hacer que se quedara con ella, sólo
hasta que Conor llegara a casa…
Bueno, ¿y dónde estará Conor?
Martha se llevó las manos a las sienes, tratando de expulsar las dudas de su
mente. Jamás llegaron a encontrarle…, jamás. Se apoyó contra la pared y fue
abriendo los ojos poco a poco. A su alrededor se oía el eco del silencio. Junto a ella
había una escalera tenebrosa; el piso superior estaba bañado en sombras. Respiró
hondo, temblorosa, y comenzó a subir las escaleras. Maldita sea, Conor…
Las luces. Si pudiera encender todas las luces, estaría más tranquila. Si pudiera
dejar de pensar en lo que le había contado Blake y consiguiera encender todas la
luces, entonces se tranquilizaría. Conor llegaría a casa y todo sería normal y
apacible…
Pulsó un interruptor. Frente a ella se extendía el pasillo, como un túnel oscuro.
Vio los pesados cortinajes en el extremo opuesto…

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El leve movimiento del terciopelo…
Aquel pliegue en concreto, que no estaba alineado con los demás.
Tenía tanto miedo que se le aceleró el corazón. Se limpió en la falda el sudor de
las palmas de las manos y retrocedió. No existen los fantasmas. No existen las casas
malditas…
Corrió hasta su habitación, procurando no mirar las puertas abiertas a su paso.
Cerró la puerta; se sentía extrañamente incómoda por la visión de su cama deshecha,
sus libros, discos y pósters, su ropa sucia en el suelo frente al armario…
Martha miró fijamente la puerta del armario, y no pudo reprimir un escalofrío.
¿Cuántas cosas corrientes, ordinarias, se habían vuelto terroríficas desde que se había
trasladado a aquel caserón espantoso? No era tan tonta como para creer en todos los
rumores que había oído acerca de la casa, pero entonces, ¿cómo podía explicar las
cosas tan terroríficas que le habían sucedido aquí? ¿No decía Conor que una casa
podía albergar malos recuerdos? Además, ¿dónde estaba Conor? ¿Por qué tardaba
tanto?
Jamás llegaron a encontrarle… ¿Y si Dennis aún estaba vivo?
Martha sacó sus jerséis de un cajón y lo cerró de golpe. No quería pensar ahora en
Dennis…; ni en Dennis, ni en Elizabeth Bedford, ni en la casa Bedford, ni en el
cementerio Bedford, ni… Acababa de empezar a recoger sus cosas, como le había
dicho Conor, y a cambiar todo a la otra habitación…, era un momento perfecto para
hacerlo, y…
¿Qué había sido aquello?
Martha se quedó helada, con un jersey por encima de la cabeza, a medio poner.
Su mirada pasaba veloz del tocador al armario, del armario a la puerta de la
habitación. Sabía que no era únicamente el frío lo que le había puesto la carne de
gallina. En aquel preciso instante algo venía flotando desde las escaleras…, recorría
el pasillo en dirección a su cuarto…, un sonido suave…
Un sonido susurrante.
Como hojas invisibles que un viento frío, invisible, empujaba por el suelo de
madera…
—¿Conor? —llamó Martha.
El sonido cesó.
Se acercó despacio, con sigilo, y pegó la oreja a la puerta, tratando de oír por
encima de los latidos de su corazón.
—¿Conor? —llamó de nuevo, esta vez más flojo.
Abrió la puerta poco a poco y se asomó al pasillo. Estaba lleno de sombras, pero
desde allí veía la habitación de Conor, aún a oscuras. Además, habría oído abrirse la
puerta principal…; me habría dicho algo… Martha volvió a cerrar la puerta, inquieta,
deseando que hubiera tenido un cerrojo.
No puede tardar mucho… Sabía que en cualquier momento oiría llegar el coche y
él entraría en casa, tan raro como siempre y por enésima vez tendría que oír sus

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argumentos cargados de razón acerca de las viejas casas que crujen y las corrientes de
aire que entran y…
Jamás llegaron a encontrarle…
Martha puso un disco en su equipo de música y subió el volumen. Era una
canción de amor, una de sus favoritas. Se acurrucó en la cama con las almohadas y se
concentró en tratar de relajarse. Conor llegaría de un momento a otro, y todas las
puertas y ventanas estaban cerradas. Mientras siguiera sonando la música, aquella
casa no podría jugarle ninguna mala pasada con sus viejos sonidos terroríficos…
Pensaré en algo agradable…; en algo maravilloso. Cerró los ojos y pensó en Blake,
tan fuerte y cariñoso a su lado; en sus labios, tan apremiantes, sobre los de ella…
Volvió la cabeza con un gesto soñador; la lluvia golpeaba en la ventana, y la
música…, y Blake la abrazaba suavemente…, suavemente…, un abrazo profundo,
soñador…
No sabía cuánto tiempo llevaba durmiendo; pero, de algún modo, supo que algo
iba mal.
Mientras luchaba por despertar se dio cuenta de que había vuelto a tener una
pesadilla… en la que unos ojos la miraban desde una oscuridad inescrutable…, tan
cerca de ella, a su lado, viendo todo lo que hacía…, incluso todo lo que pensaba…
Y después fue algo más que unos ojos.
Fue una presencia.
Una presencia más fuerte, más terrorífica que aquellos ojos…, una presencia tan
diabólica que apenas parecía humana…
Martha abrió los ojos de golpe. Por un terrible instante permaneció allí tendida,
perpleja y asustada, tratando de averiguar qué era lo que iba tan mal en la
habitación…
Y entonces lo supo.
La luz estaba apagada.
El disco, que había acabado hacía rato, giraba sobre el plato una y otra vez. La
lluvia silbaba, deslizándose por el cristal.
Los ojos de Martha se iban adaptando a la oscuridad con dificultad, y se volvió
muy despacio hacia el armario.
Estaba abierto.
Y dentro había alguien.
Un grito se le formó en la garganta y quedó allí atrapado, amenazando con
ahogarla.
Veía aquella cosa… a tan sólo un par de metros de su cama…, la silueta borrosa,
oscura, de alguien que estaba allí de pie, sin moverse, sin hacer ningún ruido, que se
limitaba a observarla con una paciencia terrible, silenciosa.
El destello plateado de un relámpago centelleó en la ventana…
Vio el gélido reflejo en sus ojos.

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No sabe que estoy despierta… El pecho de Martha se movía; ella luchaba por
controlar su respiración… Dios mío…, no sabe que le he visto…, no se ha dado
cuenta…
El estallido de un trueno sacudió la casa hasta sus mismos cimientos.
Toda la habitación…, la oscuridad…, el armario…, se inclinó y se balanceó…
Martha se levantó de un salto; veía el armario entero…, veía que algunas sombras
se habían desplazado y ya no eran tan oscuras ni terroríficas…
El armario estaba vacío.
Estaba vacío cuando encendió la lámpara, incluso cuando la habitación estalló en
colores suaves y familiares y abrió la puerta del armario llenándolo de luz, aunque
sabía perfectamente que allí no habría nada más que el recuerdo de una pesadilla y la
poca ropa que había apartado y esparcido en todas direcciones…
Cuando sonó el teléfono, estaba muerta de miedo y de ira; salió corriendo al
pasillo, furiosa porque todos la habían abandonado, y levantó el auricular con un
pánico incontrolable…
—¡Conor! ¿Dónde estás? Tienes que venir a casa…
Pero él no respondía…, no decía nada…, respiraba con dificultad…; luego, soltó
una carcajada que le dejó el corazón helado…
—Elizabeth —le regañó la voz—, ¿es que no te gusta estar sola en casa?
—¡Quién es! —gritó Martha.
—Eres mía, Elizabeth… Truco o trato.

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Capítulo 11

M artha echó a correr hacia la puerta principal y tendió la mano hacia el pomo
de la puerta…, pero la retiró al momento.
El pomo estaba girando.
Retrocedió tambaleándose; no podía apartar los ojos del picaporte que se movía,
de aquella puerta que se abría…
Y apareció Conor. Aún sujetaba la puerta con una mano, mientras sacaba la llave
de la cerradura. Martha retrocedió contra la pared y sintió que sus rodillas flaqueaban.
Su cuerpo resbaló lentamente hasta que quedó sentada en el suelo, mirándole.
—Conor… —luchaba por controlarse, luchaba por respirar, luchaba con toda su
fuerza de voluntad para no ponerse a gritar como una histérica—. ¿Dónde estabas?
—He tenido una avería —se quedó largo rato mirando a Martha, que estaba hecha
un guiñapo; luego, pareció recordar que la lluvia y el viento entraban en la casa y
cerró la puerta—. ¿Por qué lo preguntas?
No podía ni hablar. Durante unos segundos pareció haber perdido por completo el
habla y se limitó a mirarle con ojos apagados. Conor se puso en cuclillas a su lado.
—El teléfono —dijo Martha.
Incluso tratar de explicarlo le suponía demasiado esfuerzo, aunque Conor, por
primera vez, le prestaba toda su atención. Levantó la vista hacia sus ojos azules.
—Sabía que no estabas. Sabía que estaba sola —como Conor no respondía, su
voz se volvió furiosa—. ¡Creo que estaba en mi armario! /Otra vez! ¿Es que a nadie
le importa lo que pase aquí?
Se volvió hacia las escaleras, se estampó contra un poste y se agarró el vientre
con un gemido.
Conor se agachó para ayudarla a bajar al último peldaño.
—Creo que deberías perfeccionar tus salidas de escena. ¿Estás bien?
—Déjame en paz… Tú…
Estaba sin resuello, casi no podía ni hablar.
—Todo esto —suspiró Conor—, y encima tienes gripe.
—¿Qué gripe? —gimió Martha.
Conor se sentó a su lado, con una sonrisa de medio lado.
—En el colegio me dijeron que tenías gripe. Bueno, ¿cómo has vuelto a casa? Me
lo estoy imaginando.
Martha le miró furiosa.
—Para tu información, resulta que Blake apareció precisamente cuando me
empecé a encontrar mal y tuvo el detalle de traerme a casa…

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—Pues sí que has tenido suerte.
Conor le quitó algo del pelo con cuidado, y Martha trató de apartar su mano.
—Por lo menos se preocupa por mi estado de salud…
Se quedó mirando las briznas de paja que Conor tenía entre los dedos y una ola de
calor le recorrió las mejillas.
—Entonces estoy seguro de que ya te encuentras mucho mejor —dijo Conor con
diplomacia.
Martha subió como pudo las escaleras hasta su habitación. Cómo le odiaba…
¿Pero qué había hecho ella para merecer la estúpida vida que llevaba ahora? Se
sentía como un animal enjaulado, dando vueltas y vueltas por el cuarto, recogiendo
sus pertenencias, lanzando su ropa en todas direcciones para revisar hasta el rincón
más perdido de su armario. ¡Aquí había algo! ¡No, algo no…, alguien! Lo que había
visto allí acechando entre las sombras era la forma de una persona. Y no le importaba
si la creían o no, ella sabía muy bien lo que había visto.
Se tiró en la cama y empezó a gritar con la cara enterrada entre las almohadas.
Después de desahogarse con unos cuantos gritos sofocados se volvió y decidió con
toda tranquilidad que aquello era una crisis nerviosa.
Debe de estar ahí fuera observándome… Tiene que estarlo, porque si no, ¿cómo
lo puede saber? Martha se acercó a la ventana muy despacio. Lo que había dicho
Blake de Dennis… contaba cosas que la había visto hacer…, vigilaba la casa… Y
Martha empezó a preguntarse dónde se habría escondido Dennis…, allí fuera, en el
bosque…, detrás de cualquiera de los cientos de árboles…, en el cementerio…
Jamás llegaron a encontrarle.
Aún está ahí fuera, sigue ahí…, igual que la otra noche, en el bosque…,
¿vigilándome…?
—Oh, Dios mío.
Martha respiró hondo y enterró la cabeza entre las manos. No podía pensar en
ello… No se atrevía a pensar en ello… Porque mientras no crea en ello, no puede
hacerse realidad, no puede ser cierto, no puede hacerme daño…
Martha arrancó la manta de su cama, desesperada, y revolvió la mesa buscando
algo para colgarla… tachuelas, chinchetas, grapas, clavos…, pero no encontró nada
que tuviera fuerza suficiente para improvisar una cortina. Conor decía que no se veía
nada por la ventana, pero Conor se equivocaba, porque allí fuera había alguien, una
voz horrible, ronca, que sabía lo aterrorizada que estaba…
Martha se quedó helada.
A sus espaldas, la lámpara comenzó a temblar y la luz recorrió el techo, nerviosa.
Esta vez sabía que no eran imaginaciones suyas.
El leve crujido…
El leve sonido de unos pasos…
Muy cerca de ella…
Avanzando sigilosamente.

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Se le quedó el cuerpo paralizado.
Escuchó el chirrido de unos goznes…, una madera que se deslizaba por el
suelo…, y aun así no podía…, no podía girar la cabeza…, no podía obligarse a mirar
en el armario…
Por el rabillo del ojo vio que la puerta se movía.
Vio los pies que salían con sigilo de la oscuridad…
Entonces fue cuando pudo volverse para mirar aquellos ojos que a su vez la
miraron desde las profundas sombras oscuras.

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Capítulo 12

—¡ C onor! —Martha se abalanzó sobre él gritando.


Volcó toda su rabia y su miedo golpeándole con los puños. Lo
empujó contra la pared. Conor esquivó sus golpes con calma, luego con un giro hábil
le agarró ambas manos con las suyas.
—¿Sabes —le dijo Conor— que hay un pasadizo secreto que sube desde las
habitaciones del mayordomo directamente hasta tu armario?
Martha le dio una patada en la espinilla.
—¡Te odio, Conor! ¿Me oyes? ¡Te odio, te detesto y te desprecio!
Conor la miró con reproche.
—Vamos, hombre, no disimules…: ¡dime lo que de verdad sientes! —se dobló
por la mitad al recibir un libro en pleno estómago y luego se las arregló para esquivar
los tres cuadernos que le siguieron—. ¿No quieres explorarlo por lo menos?
—¡Sal de aquí, sal! —Martha estaba pálida y se lanzó por la radio. De pronto
Conor la agarró por los hombros y la echó sobre la cama—. ¡Suéltame! —gritó ella.
Conor sacudió la cabeza.
—Mira, Martha, aquí alguien va a resultar herido…, y lo más probable es que esa
persona sea yo —ella abrió la boca, pero él le puso un dedo en los labios—. Chis…,
ya sé que me odias, me detestas y me desprecias, pero creo que es hora de que
hablemos seriamente sobre lo que está pasando aquí.
Martha le dirigió su mirada más feroz.
—Creo que es evidente lo que está pasando… Has estado entrando en mi
habitación, haciendo llamadas asquerosas, ocultándote en el bosque para que me dé
un ataque… ¡Qué risa, Conor!
—No sé de qué me hablas —dijo Conor—. Lo único que sé es que me acusas de
cosas muy raras…
—Conor…, tú eres una persona muy rara.
—Ni siquiera me conoces. No sabes nada de mí.
Lo dijo en un tono tan serio que la respuesta que Martha estaba a punto de soltar
se quedó helada en sus labios. Conor estaba inclinado sobre ella; el pelo castaño le
enmarcaba la cara, y una luz brillaba en torno a su cabeza como un aura beatífica. Sus
ojos eran dos lagos azules puros, y ella tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la
vista.
—Yo sé tanto de ti como tú de mí —murmuró a la defensiva.
Conor levantó la barbilla, pensando, pero sin apartar la vista de su cara. Era inútil
tratar de soltarse…: él la sujetaba sin el más mínimo esfuerzo.

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—Te gustan Emily Dickinson, la música rock y la comida mejicana, y te encanta
hacer pasteles…, sobre todo de chocolate. Tus flores favoritas son las margaritas, tu
color preferido el rojo; el blanco no te gusta mucho. Tenías montones de amigos en
Chicago…, sobre todo un tipo llamado Ken… Te encanta escribir y se te da muy
bien, pero te falta confianza en ti misma. De pequeña tenías un gato y te encantan los
animales; crees que nadie te toma en serio, que nadie te escucha, que piensan que
tienes demasiada imaginación…
Por un terrible instante Martha pensó que se iba a echar a llorar.
—¡Es que lo piensan! —balbució.
—Estás equivocada —dijo Conor—. Yo no pienso así.
No podía librarse de su mirada… Por fin giró la cabeza y notó cómo la agarraba
con menos fuerza.
—¿Se te ha pasado la histeria? —le preguntó Conor.
Martha asintió con la cabeza, pero él seguía alerta.
—Sí, se me ha pasado. Te lo aseguro.
Entonces él asintió y se quitó de encima. Se sentó en el borde de su cama. Martha
se quedó allí tumbada un momento más, mirándole con serenidad.
—¿No has entrado antes en mi habitación? ¿En el armario? ¿Ni me has mirado
desde la ventana? ¿Lo juras?
Conor se lo prometió.
—El espantapájaros —dijo Martha—. Fue lo primero —esperaba que él le diera
alguna explicación, pero no lo hizo, de modo que continuó indecisa—: Y una noche,
cuando estaba fuera sola, me pareció oír a alguien llorar…, y pensé que había alguien
allí…
—¿Dónde? ¿Haciendo qué?
—No lo sé…, en el bosque. Escondido. Vigilándome —él asintió, animándola, y
ella se incorporó—. Era sólo un presentimiento…, solo que más fuerte…; estaba tan
segura de que era real que estaba aterrorizada.
—¿Por qué no has dicho nada?
—Iba a hacerlo —dijo Martha en voz baja—, pero…, bueno…, la llamada de
papá, lo de Hawai, fue aquella noche y…
Conor puso aquella mirada que ella conocía tan bien. La miró de soslayo.
—Entiendo.
—Bueno —Martha continuó avergonzada—, otra noche me pareció ver que se
movía la puerta…, la misma noche en que tú oliste el humo…
—Ya me acuerdo. Estabas mirando algo fijamente cuando entré en tu habitación.
—Y la otra noche, cuando te quedaste dormido y yo me olvidé la llave…, fui a la
parte trasera de la casa y había alguien aquí arriba…, aquí, en mi habitación. Vi una
sombra en la pared que iba de un lado a otro…, y luego se asomó a la ventana.
—Pero ¿no pudiste distinguir nada especial en él?
Martha sacudió la cabeza.

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—No…, la luz titilaba, como la llama de una vela, y la sombra estaba muy
deformada. Además —respiró hondo—, además esta noche me quedé dormida y al
despertar la luz estaba apagada…, y no es la primera vez que pasa…; no me mires
así, Conor, yo no la he apagado… Estaba encendida cuando me quedé dormida…
Una sonrisa se dibujó poco a poco en sus labios.
—Puede que trece.
Martha se quedó mirándole; no entendía nada.
—¿Trece qué?
—Cuando te emocionas con algo aparentas unos trece años en lugar de doce. ¿Te
emocionas muy a menudo?
—Conor…
Él levantó ambas manos. La sonrisa se borró de sus labios.
—Perdona, es que no sé qué es más fascinante…, si vivir en un caserón maldito o
tener una hermana.
—¡No has oído nada de lo que te he dicho!
—Al revés, he oído cada palabra que has pronunciado y las he registrado en mi
mente. Así que al despertar…
Martha le miró con el ceño fruncido, un poco arrepentida.
—Así que al despertar había algo en mi armario…; no, alguien… Conor, vi la
silueta muy bien, era una forma humana y estoy segura de que estaba ahí —se volvió
a acurrucar contra las almohadas y levantó las rodillas hasta la barbilla—. ¿Tú
crees…? ¿Tú crees que los muertos vuelven al escenario de su tragedia?
Durante un largo rato se escuchó sólo el sonido del viento que golpeaba contra el
cristal, el suave murmullo de una lluvia perezosa. Conor bajó la vista a la alfombra
que había junto a la cama y estiró las piernas.
—Sí, creo que puede suceder.
Martha no sabía si sorprenderse o no… Por un lado quería zarandearle, obligarle
a decir que los fantasmas no existen en realidad, que se estaba portando como una
tonta, que…
—-Jamás llegaron a encontrar a Dennis —le recordó. ¿Serían imaginaciones
suyas, o de verdad Conor parecía incómodo?—. ¿Y qué pasa si de verdad me parezco
a Elizabeth? —añadió con voz triste—. Aunque sólo sea de espaldas.
—Tú no te pareces a Elizabeth —dijo Conor en voz baja, y ella levantó la cabeza.
—¿Cómo lo sabes?
—El día que fui a la biblioteca vi su foto. Era rubia como tú. ¿Y qué? Hay un
montón de gente que tiene el pelo rubio.
Martha se quedó mirándole.
—Solo que…, bueno…, ya sabes…, Blake salía con ella.
—Estoy seguro de que Blake ha salido con todas las chicas de Bedford.
Martha sintió que se le partía el corazón, pero se las arregló para controlar la voz.
—¿Y tú por qué tienes que hablar de Blake?

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—Eras tú la que estabas hablando de Blake.
—Bueno, pues ya no quiero seguir hablando de él, ¿vale? Él… se ha portado muy
bien conmigo… Es muy, muy amable… —miró a Conor, preparada para defender a
Blake, pero Conor se limitó a devolverle la mirada con un gesto impávido que
resultaba irritante—. Además, lo que pasa es que estás celoso —murmuró Martha.
—¿Por qué iba a estar celoso? Yo no quiero salir con él.
—Por favor, ¿podemos cambiar de tema? —dijo Martha con voz más cortante;
juraría que había visto una sonrisa en el fondo de sus ojos—. Puede que Dennis esté
vivo, yo me parezco a Elizabeth y dentro de tres días es Halloween. Elizabeth recibía
llamadas…, yo recibo llamadas. A ella la vigilaban… y a mí también. No puedo
librarme del presentimiento que tengo con esta casa…, y sé que no son imaginaciones
mías.
—No lo son —dijo Conor suavemente—. Yo también lo tengo.
A Martha se le atragantó la respuesta en la garganta. Se quedó mirándole:
—¿Qué dices? Un momento…, tú…
—Lo sentí cuando entré por primera vez…, sobre todo en esta habitación —
Conor recorrió con la mirada las paredes, el techo, la ventana—. Es algo más que
malos recuerdos. Secretos siniestros.
Martha le miraba boquiabierta.
—¿Tú notabas el frío de la habitación?
—Sí. Esta habitación siempre ha sido la peor.
—¿Y has dejado que me quede aquí?
—No sabía que serías tan receptiva —Conor puso un gesto un poco tímido—. No
es muy frecuente, ¿sabes?
—Entonces…, ¿tú siempre has creído en mí? —Martha se quedó aturdida. Sintió
a la vez rabia y una ola de alivio.
—Yo nunca he dicho que no te crea —dijo Conor en voz baja—. Nunca he dicho
eso.
—No, pero me has dejado creer que todo eran imaginaciones mías —Martha
cerró los ojos y enterró la cabeza entre las manos. Estaba tan aturdida que no tenía
ganas ni de gritarle—. Oh, Conor, ¿cómo has podido hacerlo?
—Es que te veía muy afectada —Conor se acercó a la ventana y se quedó allí de
pie, con los brazos cruzados, mirando la oscuridad—. Para ti ha sido todo mucho más
duro que para mí…, verte arrancada de tu mundo… No quise… asustarte más
todavía.
Se hizo un largo silencio, y a Martha le pareció oírle suspirar, un sonido cansino
como la lluvia que se deslizaba lentamente por el cristal. Miró sus hombros, su grácil
cuerpo que se apoyó despacio contra la pared.
—¿También ha sido duro para ti? —le preguntó en voz baja.
Él asintió levemente.

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—Lo siento —dijo Martha—. No lo sabía. Ni siquiera se me ocurrió… —buscaba
las palabras adecuadas, pero él levantó la vista.
Tenía una expresión sería.
—Esta casa… —hizo un gesto amplio con las manos—. No consigo deshacerme
de esa sensación. Me siento… oprimido. Es la primera vez que experimento una
sensación así.
—¿A qué te refieres? —Martha se acurrucó en un rincón y se tapó los pies con la
manta. Casi temía su respuesta.
—El fuego —dijo Conor.
—También hubo un incendio cuando Elizabeth estuvo aquí.
Él asintió.
—Martha, yo no provoqué el incendio —se apartó de la pared con soltura y
comenzó a pasear por la habitación.
—¿Estás completamente seguro?
—Completamente. Recuerdo haber apagado el fuego e incluso haber comprobado
que estaba apagado, para asegurarme. Recuerdo que colgué el trapo en la estantería
que hay detrás de la puerta.
Martha se frotó los brazos con las manos; tenía la carne de gallina.
—Y estoy seguro de que no cerré la puerta de la cocina —se detuvo junto a la
cama, mirándola con el ceño fruncido—. Además está el cementerio —cuando ella le
miró con aprensión, añadió—: creo que algo me guio hasta allí.
—¿Qué?
—Sé que parece una locura, pero estaba abajo en el estudio leyendo y cuando
quise darme cuenta me estaba adentrando en el bosque.
Martha movió los labios sin pronunciar palabra. Cuando por fin logró formular su
pregunta no fue más que una especie de graznido.
—¿Qué fue lo que te guio? ¿Una voz o algo así?
—No era una voz, pero sí, era algo… —se quedó pensativo un momento, se llevó
las manos al corazón—. Era más fuerte que una corazonada. Era algo insistente. Una
insistencia superior a mis fuerzas.
—¿Como si estuvieras en trance, hipnotizado o algo así?
—No. Yo era plenamente consciente de lo que hacía…, pero no podía evitarlo,
eso es todo. No podía evitar acudir.
Ella hizo memoria… Recordó aquella noche en el cementerio y el extraño
comportamiento de Conor en el…
—Mausoleo —musitó—. Hay algo en el mausoleo… Por eso estabas tan alterado,
¿verdad?
La miró fijamente a los ojos muy preocupado.
—Había tanto… peligro. Una sensación tan abrumadora de algo… —le lanzó una
mirada casi de disculpa— definitivo.
Martha soltó una risa forzada.

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—Conor…, era una tumba en un cementerio. Hay pocas cosas tan definitivas
como ésa.
—No, era más que eso. Me sentía… de algún modo amenazado.
Esta vez Martha no se rio. Un brutal escalofrío le recorrió el cuerpo y se abrazó a
una almohada. Se quedó mirándolo; él la miraba a ella.
—Conor —susurró—, ¿qué está pasando? ¿Qué vamos a hacer?
—Aquel fuego no comenzó de forma espontánea —dijo Conor muy despacio—,
y algo tuvo que provocar la sombra que había en la ventana de tu habitación…
—Así que me crees… —las palabras se le atragantaron con el sabor metálico del
miedo—. Es cierto que me crees…
—Puede haber otros escondites en esta vieja casa —Conor paseó la mirada hasta
el armario y la posó allí.
Los ojos de Martha se iban abriendo a medida que se daba cuenta…
—Puede que esta casa esté encantada de veras, Martha. Pero puede que no sean
los fantasmas que piensa la gente.
Y se quedó contemplando la noche tormentosa. Entre ellos quedaron flotando las
mudas incógnitas como una gélida profecía de la que no lograrían escapar.

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Capítulo 13

—¿ M artha?Martha estuvo a punto de tirar la taquilla cuando sintió que una


mano la agarraba por el brazo. Al levantar la vista, se encontró con Greg Chambers,
que la miraba con un gesto amistoso, a la vez que profesional, a la cara.
—Estás un poco nerviosa, ¿verdad? ¿Has trasnochado?
Martha esbozó una sonrisa forzada y se encogió de hombros. La noche anterior se
había vuelto a trasladar a la habitación de Conor, aunque Conor había tapado el
armario con unas tablas. Pero no había podido dormir, sobre todo con aquellas
conjeturas de Conor rondándole la cabeza. Cada ruido nocturno se transformaba en
un peligro mortal.
—¿Por qué no te pasas por mi oficina? —dijo Greg en tono amistoso.
Martha se quedó helada:
—Es que… tengo un control de historia…
—Te daré una nota firmada por mí para que se la entregues al profesor.
La cogió del brazo y se la llevó por el pasillo; cerró la puerta del despacho y le
señaló la silla con un gesto de la cabeza.
—Con las notas que has sacado últimamente en los exámenes, un suspenso más
no debería importarte mucho, ¿no crees? —se sentó a la mesa con una sonrisa irónica
y se acercó a ella—. Venga, Martha, yo no soy tu enemigo, a mí me lo puedes contar,
¿verdad?
Martha se revolvió en el asiento incómoda y dijo:
—Bueno…, es que estoy un poco cansada…
—¡Cansada! —dio una palmada sobre una pila de papeles que se derrumbó—. ¡Si
pareces un zombi! ¿Cuánto tiempo hace que no duermes? Bueno, y ¿cuánto tiempo
hace que no comes nada? Si Blake va en serio contigo, será mejor que empiece a
cuidarte mejor —soltó una risita al ver que Martha se sonrojaba—. Entonces, ¿me
hablarás de tu problema o tendré que emplear todos los truquillos que aprendí en el
curso de tutoría?
—Es que…, supongo que me está costando un poco adaptarme.
Greg asintió, tamborileando en la mesa con los dedos.
—Tus profesores están preocupados… No, no, un momento…, digo que están
preocupados, no que vayan por ti. Tu expediente te retrataba como una estudiante
completamente distinta. ¿Qué ha pasado con aquella estudiante? ¿Se quedó en
Chicago?
—Le gustaba Chicago.

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—Ya veo. ¿Y tú crees que vendrá de visita algún día? ¿Para impresionarnos con
sus excepcionales cualidades? —su sonrisa, tan parecida a la de Blake, era
irresistible, y Martha no pudo evitar devolvérsela—. Así está mejor. ¿Qué te pasa,
Martha?
Su sonrisa se desvaneció, engullida por el malestar interior.
—Es…, es sólo la casa…
—La casa —Greg miró su ficha, pasando el pulgar por la lengüeta—. Esto…,
bueno…, no estará relacionado con la historia de la casa, ¿verdad?
Martha se encogió de hombros, evasiva. Lo último que le apetecía en el mundo
era ponerse a hablar de la casa y del temor que despertaba en ella. No podía apartar la
vista de sus manos, delgadas y fuertes como las de Blake…
—Bueno, mira —Greg lanzó un suspiro y se reclinó en su silla, balanceándose un
poquito y jugueteando con una goma elástica—, todos los pueblos tienen su vieja
casa encantada, sus viejos vecinos excéntricos y sus ridículas leyendas. Bedford no es
una excepción.
—Esto no es una leyenda. Es algo que sucedió de verdad. Hubo un asesinato.
—Está bien. Hubo un asesinato y el asesino murió ahogado. Fin de la historia.
Supongo que todas las casas viejas han sido testigos de una muerte o dos…, muertes
naturales o accidentales, según. Pero ¿qué es lo que realmente te preocupa? No
pueden ser sólo los cotilleos sobre la casa embrujada…
Martha no quería entrar en el tema. Allí, en el calor del despacho de Greg, todos
sus miedos parecían distantes y fuera de lugar.
—¿Quieres hablar de Conor? —dijo Greg de pronto.
—La verdad es que no.
—Está causando sensación. Por lo menos eso me cuentan todas las chicas.
—No sé —dijo Martha, y de nuevo se enfrentó al problema de conciliar la imagen
que tenía de Conor con la que tenían de él las chicas del instituto Bedford.
—¿Os lleváis bien?
Martha se encogió de hombros otra vez.
—Supongo.
La verdad es que anoche fue la primera vez que hablé con él, ¿qué te parece?
—¿Y qué tal con tu padre? Tu nueva madrastra…
—Están en Hawai. No he tenido noticias de ellos.
—Seguro que les echas de menos.
Martha sacudió la cabeza. No les pienso dar esa satisfacción.
—No me estás ayudando nada, Martha —dijo Greg en voz baja, y Martha se
quedó mirándole, con gesto casi suplicante.
—¿Qué quieres que te diga? Lo que pasa es que estoy… intentando ponerme al
día. No encajo bien.
—¿Lo has intentado?

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—Nadie quiere saber nada de mí. ¿No te has dado cuenta? Vivo en la casa de
Elizabeth Bedford…
—Martha, no es más que una casa. No me puedo creer que…
—¿Cómo que no es más que una casa? —Martha sonrió con ironía—. Claro…,
una casa donde hay incendios y se abren las puertas y las habitaciones nunca llegan a
calentarse…
—¡Espera! —Greg levantó las manos, pero su risa sonó forzada—. ¿Qué dices de
incendios y puertas y…?
—Es verdad —dijo Martha—. Incluso hay un pasadizo secreto detrás de mi
armario. Conor dice que podría haber muchos más y que puede que nunca lleguemos
a conocerlos siquiera.
—Lo más probable es que en cierto modo tenga razón —reconoció Greg. La miró
casi disculpándose—. Martha, la casa tiene más de un siglo… Hace años sirvió para
cobijar esclavos huidos. El padre de Elizabeth en persona me contó que el lugar está
lleno de túneles y habitaciones secretas de las que había oído hablar desde que era
niño. Incluso se suponía que había un medio de pasar desde la casa al viejo
cementerio que hay detrás…, pero es posible que todas esas historias ya hubieran
sido muy exageradas cuando llegaron a su generación. Seguro que hay menos
escondrijos secretos que rumores.
A Martha le habría gustado que aquellos rumores la afectaran tan poco como a
Greg.
—Y hay alguien que me llama por teléfono intentando asustarme…, llamándome
Elizabeth… —su voz se fue apagando.
Greg se levantó de la silla y se acercó a la ventana, frotándose la barbilla con aire
distraído.
Se quedó callado unos minutos. Luego, volvió a hablar. Su voz sonaba extraña:
—La gente hace cosas raras en Halloween. ¿Saben tus padres lo que sientes por la
casa?
No saben lo que siento por nada. Pero en voz alta dijo:
—A ellos les encanta. Lo que ven es que tiene un gran potencial… Supongo que
lo que pasa es que yo no tengo imaginación —estuvo a punto de echarse a reír al oír
aquello.
—Bueno, entonces quizá no deberías estar en esa casa. Quizá deberías… quedarte
con unos amigos o algo así, al menos por un tiempo…
—No puedo, ¿es que no lo entiendes? Bueno, nada me gustaría más que perder de
vista ese lugar para siempre, pero ¿qué quieres que haga? Papá no me va a comprar
una casa para mí sola porque ésta me saque de quicio…
Greg se enderezó; respiró hondo y se volvió hacia ella. De nuevo se le veía
relajado y hablador.
—Martha, siento que esta casa se haya convertido en un problema para ti. Ojalá
no hubieras llegado a oír esos rumores. En fin, es una lástima que haya tantas

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coincidencias, pero no deberías tomártelas tan en serio…, están afectando a otros
aspectos de tu vida. Es evidente que no te sientes bien, y tus notas parecen las de otra
persona —pasó un dedo por el alféizar de la ventana y se limpió el polvo con cuidado
en las mangas de su camisa—. No me importa hablarle de esto a tu padre cuando…
—No te molestes —suspiró Martha—. De todas formas, no se lo va a tomar en
serio —apoyó la barbilla en las manos, con un gesto melancólico—. No entiende por
qué no me gusta. Seguro que ni siquiera entendería por qué a Wynn no le gusta —
cuando se dio cuenta de lo que había dicho bajó la vista—. Perdona…, no debería
haber dicho eso.
Greg sonrió comprensivo.
—Le has venido muy bien a Wynn, Martha. Me alegro de verla sonreír, para
variar —luego dejó de sonreír… y la miró inquisitivo—. Supongo… que no te habrá
hablado de lo que sucedió aquella noche, ¿verdad?
Martha sacudió la cabeza.
—Me contó que no recuerda nada; eso es todo.
Greg suspiró y asintió levemente.
—Bueno, no hay nada que podamos hacer, ¿no crees? Aparte de esa «oscuridad
interminable» seguirá sin recordar nada más hasta que esté preparada.
Martha se quedó pensativa.
—¿Y no tienes ni idea de lo que significa esa «oscuridad interminable»?
—No —esbozó una sonrisa triste, se encogió de hombros—. Aquella noche había
tormenta y la casa estaba muy oscura. Supongo que eso es lo que recuerda siempre…,
el largo ascenso por las escaleras hasta la habitación de Elizabeth…, o quizá se
desmayara un momento al verla…, es difícil de saber. En su estado de pánico, un
segundo puede haberle parecido una eternidad.
Martha no aguantaba más.
—¿Crees que Dennis se ahogó? —estalló.
—Claro —dijo él mirándola directamente a la cara con tranquilidad—. Claro que
se ahogó. Encontraron parte de su ropa a unos kilómetros de aquí, río abajo. Nadie lo
duda.
Blake lo duda…, y yo también…
—Martha, no me gusta verte preocupada por los problemas de los demás. Ya
tienes bastante con lo tuyo por ahora… No necesitas buscarte más problemas —
sonreía otra vez, una sonrisa cálida, comprensiva. Se puso a su lado y apoyó una
mano en su hombro—. Puedes hablar conmigo siempre que lo necesites. Todos los
días, si quieres. Para eso estoy.
Martha asintió con un gesto mecánico. Si se quedaba allí un segundo más, a lo
mejor se echaba a llorar y jamás podría volver a mirarle a la cara. Greg garabateó
algo en un pedazo de papel, lo dobló y se lo dio a ella.
—No quería verte triste —dijo—. Las cosas no tienen por qué quedar así.
A ver si te comportas como es debido, eso es lo que quieres decir.

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Martha cerró la puerta tras de sí y se dirigió a su clase muy despacio. Estaba
derrotada…, como si todo el peso del mundo le hubiera caído encima. Y se sentía
humillada… En todos sus años de colegio ningún profesor le había llamado la
atención por sus notas.
Al acabar las clases, Wynn la estaba esperando junto a su taquilla y Martha
esbozó una sonrisa triste.
—Felicítame… Me he vuelto a equivocar de libro y he entregado un trabajo sobre
un libro que no era.
—Oh, no… —Wynn parecía sentirlo de veras y Martha le estrujó el brazo.
—Y encima el señor Chambers me ha soltado un sermón. Ha sido un día muy
completo.
—Qué pena… Además, encima de que te lees el libro…
Martha asintió con gesto cansino.
—Si no saco una nota decente en historia la semana que viene, me suicido. Y si
no me suicido, ya me matará mi padre cuando llegue a casa.
—Yo puedo ayudarte —dijo Wynn en voz baja—. Con el trabajo.
Martha se dio la vuelta y se quedó mirándola.
—Muchas gracias…, pero no puedes exponer el trabajo en clase por mí.
—No, pero puedo ayudarte a hacerlo porque ya me he leído el libro para otra
clase. Y quizá… —se quedó indecisa, casi avergonzada—, si voy a tu casa, podemos
empezar a estudiar juntas —Martha la miraba, y las mejillas de Wynn comenzaron a
sonrojarse—. Si…, si no te importa.
—Wynn, ¿estás segura? ¿En serio? Me encantaría que vinieras, pero si eso te
hace sentir rara, lo entenderé perfectamente.
—No —Wynn sacudió la cabeza con énfasis—. Quiero hacerlo. Ya es hora de que
lo haga, y quiero hacerlo.
Martha asintió lentamente y esbozó una sonrisa traviesa.
—Me aseguraré de que Conor esté en casa cuando vengas.
Esta vez a Wynn se le pusieron las mejillas totalmente coloradas.
—Ay, no; Martha, de verdad…, por favor, no le digas nada, yo…
—Tranquila. Es un poco raro, pero creo que no muerde —rio Martha—. Y no le
diré nada. Pero sigo sin entender qué ves en él.
Ahora era Wynn la que parecía sorprendida.
—Bueno, es tan… tan alto y fuerte y misterioso…
—No es fuerte. Está demasiado flaco para ser fuerte.
—Es fuerte —insistió Wynn—. Es alto y fuerte…
—¿Tú cómo lo sabes? —Martha no podía evitar bromear.
—Parece fuerte. Sus hombros parecen fuertes.
—Me apuesto a que Blake es más fuerte.
—Me apuesto a que no. Todas las chicas dicen que Conor es muy sexy.
—¿Y ellas cómo lo saben?

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—Bueno, mira a Blake. Es demasiado… simpático para ser sexy. No tiene ningún
misterio. Conor es el típico chico fuerte, callado.
—No siempre es tan callado. De hecho, a veces es muy divertido. Tiene un humor
sarcástico.
—¿A ti Blake te parece sexy?
—Apuesto a que besa mejor que Conor.
—Apuesto a que no.
Se echaron a reír como locas y se quedaron un rato sin poder ni hablar. Por fin
Wynn recuperó el aliento y se apoyó contra la taquilla de Martha.
—¡Me duele la tripa de tanto reír! Me apetece un poco de chocolate caliente. No
tienes que irte a casa ahora mismo, ¿verdad?
—Bueno, yo… —Martha se quedó callada de pronto y sonrió. Conor se dirigía
hacia ellas por el pasillo; no parecía darse cuenta de cómo todas las chicas le seguían
con la mirada—. Hablando del rey de Roma —procuró recobrar la compostura, y él
se detuvo justo al lado de Wynn, que estaba colorada—. Iba a salir a buscarte —dijo
con naturalidad fingida—. ¿Te acuerdas de Wynn, verdad?
—Los ganchos para colgar cuadros. Claro —Conor bajó la mirada, con un gesto
risueño—. Hola, Wynn, ¿qué tal?
Wynn no podía casi ni respirar, pero se las arregló para contestar con un «hola»
en voz baja. Martha se apresuró a llenar el silencio.
—Wynn y yo tenemos que hacer unas cosas… ¿Puedes recogerme después?
—No hace falta —dijo Wynn—. Alguno de nosotros puede llevarte a casa.
—De todas formas, tengo que ir a la biblioteca. ¿Dónde quieres que quedemos?
—Pues aquí, supongo.
—Entonces nos vemos en el aparcamiento. ¿Tienes reloj?
Ella miró su reloj.
—¿Qué tal a las cinco?
Él asintió, y se estaba volviendo cuando de pronto se paró distraídamente:
—Wynn, deberías venir a casa alguna vez. Me alegro de volver a verte.
—Yo también —Wynn estaba sin aliento y Martha no sabía si reír o llorar.
—¿Se puede saber qué ves en él? —susurró; Wynn la miró significativamente y
las dos se echaron a reír otra vez—. No lo entiendo.
—Es difícil —suspiró Wynn— ver que los chicos de tu familia son más populares
que tú.
—¡Tienes que reconocer que Blake es especial!
—¿Pero qué dices? —Wynn hizo una mueca—. Es atractivo, atlético, encantador,
el chico más famoso del instituto, del pueblo… ¡y encima es simpático! Menos
conmigo.
—Vamos —bromeó Martha—. Sabes que estás loca por él. Pero tendrá algún
defecto.

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—Sólo uno —dijo ella—. Le gusta ganar. Venga, vamos —agarró el brazo de
Martha y salieron fuera; hacía un tiempo espantoso—. Vamos por ese chocolate
caliente y me cuentas más cosas de Conor.
El calor húmedo de la cafetería era muy agradable. Después de pedir unas bebidas
calientes y de sentarse a su mesa, Wynn se acercó a Martha y dijo en tono
confidencial:
—Me han dicho que el domingo vas al baile de Halloween con Blake.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Me lo ha contado él. Además me alegro mucho.
—Podemos ir todos juntos —sugirió Martha, y le sorprendió ver que Wynn
negaba con la cabeza.
—No tengo acompañante. Pero gracias de todas formas.
—Ah, perdona, como estabas en el comité de decoración, imaginé que…
—No, no pasa nada. Yo me encargo de las provisiones, así que de todas formas
no voy a tener tiempo de bailar. Aunque me vendrá bien asistir —trató de sonreír,
pero su boca parecía extrañamente hierática—. A todos nos vendrá bien asistir.
—Wynn —dijo Martha indecisa—, Blake me ha contado lo que sucedió el año
pasado. Que encontraste a Elizabeth y…, bueno, no quería que te hablara de ello,
pero he pensado que será mejor que sepas que lo sé.
—Siempre anda preocupado por mí —dijo Wynn con voz triste—. Pero si de
veras le preocupara, no iría por ahí diciendo que Dennis la mató Porque sé que no fue
él.
—Creo —dijo Martha con cautela— que eres la única persona que piensa así.
—Ya lo sé, pero es verdad.
—¿Y qué hay de las amenazas? —Martha insistió sin mala intención—. Las
llamadas y…
—Las llamadas que recibía… era alguien que siempre disimulaba su voz. Y las
veces que creía que la estaban siguiendo, no logró ver bien quién era… No podía
estar segura de que fuera Dennis —Wynn trató de contener las lágrimas—. Martha,
ya te he dicho que él quería a Elizabeth. Quería volver con ella, no matarla. Maldita
sea… ¡Ojalá pudiera recordar lo que sucedió aquella noche! —se recostó enfadada
contra el asiento.
Martha le dio la mano.
—¿Y qué es lo que recuerdas de aquella noche?
Wynn levantó la vista al techo desesperada, luego volvió a bajarla hasta el rostro
de Martha. Tenía los ojos entrecerrados y trataba de concentrarse.
—Sé que encontré a Elizabeth en su cuarto… y toda la sangre… Recuerdo… —
aguantó la respiración, luego hizo un esfuerzo por continuar—. Recuerdo que Blake y
Greg subieron las escaleras corriendo, gritando y…
—¿Y… qué? —le preguntó Martha suavemente.
Wynn la miró con los ojos muy abiertos con gesto serio:

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—La oscuridad —dijo firmemente.
—¿Qué oscuridad?
—Sólo… ¡la oscuridad interminable! Y no veía nada…, y duraba una
eternidad…, tenía tanto frío…, pero no me acuerdo de nada.
Levantaron la vista con gesto culpable cuando llegó la camarera y les sirvió las
bebidas. Wynn colocó las manos alrededor de su taza y se quedó mirando la mesa.
—Es imposible superar una cosa así —musitó Martha.
—Sí; pienso en ello todos los días —Wynn levantó la vista y añadió con voz
temblorosa—. Y en Dennis también.
—¿Pero por qué? —le preguntó Martha ansiosa—. ¿Por qué Blake opina de
forma tan distinta acerca de él?
—Él nunca vio a Dennis con Elizabeth como yo…, y Elizabeth me contó cosas…
sobre los dos. La mayoría de la gente no podía acercarse a Dennis…, pero podía ser
muy dulce y gentil… —al recordarlo esbozó una leve sonrisa—. Era atractivo y algo
salvaje… Era muy romántico. Y le hacía sentirse especial, eso es exactamente lo que
me dijo. Que le hacía sentirse especial.
Martha cerró los ojos, tratando de conciliar las dos imágenes contrarias.
—Entonces supongo que ella tenía razón. En una relación se comparten cosas que
nadie más puede compartir…
—A Blake nunca le gustó Dennis. Es algo que viene de lejos. Cuando Blake
acababa de empezar en el instituto era el mejor en el equipo de baloncesto. Kra casi
seguro que pasaría al equipo nacional en el último curso. Entonces Dennis se cambió
de colegio y entró aquí. El entrenador estaba encantado porque Dennis tenía muy
buena fama… Sólo pensaba en tener a sus dos superestrellas juntas en el equipo los
tres años siguientes.
—¿Me estás diciendo que Blake estaba celoso de Dennis?
Wynn frunció el ceño.
—Blake había jugado contra él un par de veces antes… Decía que Dennis jugaba
sucio —asintió con reticencia—. Creo que tenía razón… Dennis era un poco chulo.
Le gustaba exhibirse y ser el protagonista. Así que a Blake no le hacía ninguna gracia
que viniera a Bedford. Además, aquel año Dennis entró en la liga nacional y Blake
no.
—Así que había mucha competencia entre ellos.
—Al cabo de un tiempo Blake comenzó a acusar a Dennis de intentar lesionarle
en la cancha. Por ejemplo, cuando Blake saltaba, Dennis se ponía debajo para que
Blake se hiciera daño en el tobillo al caer. Blake siempre ha querido conseguir una
beca… Si se lesionaba y no podía jugar…
—Entonces Dennis tendría más oportunidades de anotar tantos, por no decir más
protagonismo y mejor reputación.
Wynn exhaló un suspiro cansino.

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—Puede que también eso sea cierto. Sé que Blake no es ningún mentiroso. Pero
eso eran cosas entre Blake y Dennis… No tenía nada que ver con Elizabeth. Con ella
Dennis era distinto. Él no le habría hecho ningún daño.
—Wynn… —Martha se echó hacia delante poco a poco, con los ojos clavados en
el rostro preocupado de Wynn—. Lo siento, pero tengo que preguntártelo… Tengo
que saberlo. ¿Qué… crees que le sucedió a Dennis?
Martha se quedó afligida al ver que Wynn de pronto se echaba a llorar. Enterró la
cara entre las manos y sollozó suavemente. Martha le agarró por los brazos, con una
punzada en el corazón.
—Creo que ha muerto, Martha… Creo que se suicidó.
Martha se quedó paralizada, con una expresión de horror y tristeza.
—Oh, Wynn…, pero…, ¿cómo…?
—Creo que cuando se enteró de que ella había muerto, se dio por vencido. Decía
que no podía vivir sin ella… Elizabeth me contó que le había dicho eso, y en su
momento nos estuvimos riendo porque sonaba tan dramático… Oh, Martha, ahora me
arrepiento tanto de haberme reído…
—Chis…, Wynn…, bébete esto, te hará sentir mejor.
A Martha le temblaban mucho las manos, pero se las arregló para llevarle la taza
a la boca a Wynn y luego tomarse su bebida. Le cayó en el estómago como una
piedra. Tuvo que contener las náuseas y hacer un esfuerzo para poder apartar la vista
de Wynn. Estaba atardeciendo. La calle vacía brillaba por la humedad; las aceras
estaban desiertas. Un semáforo parpadeó transformando los charcos en manchas de
color rojo sangre.
Se le abrieron mucho los ojos.
Se puso derecha, apretó la nariz contra el cristal y escudriñó la oscuridad, tratando
de distinguir algo entre la lluvia gris. Limpió el vaho de la ventana, volvió a mirar y
sintió un escalofrío que la recorría lentamente.
Le había parecido ver algo…
Algo atrapado entre los retazos de pálida luz que salpicaba la acera…, algo que
llevaba allí mucho tiempo, una imagen de la que no había sido plenamente consciente
hasta ahora…
¿Hay alguien ahí?
—Aquí hace un calor terrible —murmuró Martha—. Necesito un poco de aire
fresco.
Wynn no tuvo tiempo de decir nada. Martha dejó su dinero sobre la mesa, se
disculpó y salió a la calle. Frente a ella se extendía la acera vacía, empapada de lluvia
y silenciosa. Un soplo de viento largo y lento arrastraba unas hojas húmedas por el
bordillo; se apartó de ellas como si estuvieran vivas.
Allí fuera no había nadie.
El silencio era casi sobrenatural…
—¿Martha?

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—Dios mío, Wynn, casi me matas del susto —Martha se apoyó contra su amiga,
boqueando.
—Perdona… ¿Estás bien? Empezaba a preocuparme.
—Me ha parecido… —Martha miró nerviosa en todas direcciones, sin encontrar
nada—. Es que pensé que me iba a desmayar. Pero ya estoy bien.
—Entonces será mejor que nos vayamos. Ahora que te he estropeado la tarde.
—¡Pero qué dices! Tú no has estropeado nada. No debería haberte hecho tantas
preguntas… Ha sido culpa mía.
—No es culpa tuya. Es que todo está muy confuso. Yo estoy hecha un lío.
Martha se echó a reír y le pasó un brazo por los hombros.
—No es que tú estés hecha un lío. Todos estamos hechos un lío.
Wynn no pudo evitar soltar una carcajada.
—Pobres de nosotros.
—Sí. Pobres de nosotros. Además, aquí fuera empieza a hacer mucho frío.
—Ya lo sé —dijo Wynn con voz triste poniéndose la capucha—. Bueno, por lo
menos no vamos muy lejos.
Vaya un consuelo, pensó Martha, que se sentía muy incómoda. Siguió a Wynn en
silencio, arrastrando los pies. Ya habían recorrido unas tres manzanas cuando Wynn
se paró de pronto y se dio la vuelta.
—¿Qué pasa? —quiso saber Martha.
—No estoy segura —Wynn parecía confusa; luego se encogió de hombros—. Me
ha parecido…, no, nada.
Pero cuando se pusieron en marcha de nuevo volvió a mirar por encima del
hombro.
—¿Wynn? —insistió Martha, testaruda.
Wynn esbozó una sonrisa tímida.
—Qué tonta… Me ha parecido oír unas pisadas. Pero no hay nadie detrás. Serían
unas hojas o algo así. Cuando quiera darme cuenta estaré pensando que el maniquí
del señor Smith viene por nosotras —Martha la miraba perpleja, y ella soltó una risita
—. El maniquí del señor Smith, ¿es que no lo has visto antes? Siempre lo tiene
delante de su tienda y lo guarda dentro, a estas horas, todos los días.
Qué bien, casi me da un ataque por culpa de un simple monigote… Martha soltó
una risa forzada.
—Oye, se supone que soy yo la que tiene demasiada imaginación, no tú.
Wynn asintió, pero intercambiaron miradas nerviosas y aceleraron el paso en
dirección al instituto.
—¿Ves a Conor? —le preguntó Wynn.
Martha sacudió la cabeza; un extraño temor le atenazaba la boca del estómago.
—Ya llegará; no hace falta que te quedes conmigo esperando.
—No seas tonta, qué más me da… ¡Oh, no! —Wynn miró la hora en el reloj y
luego a Martha con gesto de impotencia—. Tengo que hacer de canguro. Qué

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desastre…
—Tú vete… Conor llegará de un momento a otro, estoy segura.
—No pienso dejarte sola, Martha.
—Ya soy mayorcita —bromeó mientras empujaba a Wynn—. De todas formas,
tengo que entrar a coger unas cosas de la taquilla. Lo esperaré en el porche… Ni
siquiera me voy a mojar.
—¿Estás segura? —preguntó Wynn preocupada—. Bueno, Bedford no es como
Chicago. No creo que…, en fin, aquí podemos salir de noche sin pistola…, bueno, al
menos casi siempre…
—Venga, vete —rio Martha, y le dio un empujón—. Ya te llamaré.
—¿Estás segura de que Conor sabe que estás aquí?
—Adiós, Wynn.
—Está bien, adiós… —Wynn se marchó a la carrera; se paró en la esquina, se
volvió y saludó con la mano—. ¡Adiós!
—Adiós —Martha se quedó allí de pie, con la mano levantada.
La lluvia resbalaba por sus mejillas y se le metía por el cuello.
Creo que está muerto, Martha…, creo que se suicidó…
Miró hacia el colegio, que se recortaba contra un cielo sin estrellas. La sangre se
le heló en las venas.
Wynn…, vuelve aquí…, por favor, no me dejes sola…

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Capítulo 14

M artha empujó las pesadas puertas, que se abrieron con un gemido.


No se le había ocurrido pensar que quizá no pudiera entrar. El equipo de
fútbol tenía entrenamiento; el grupo de teatro, ensayo, y además había reuniones de
los clubes. Estaba segura de que aún quedaría alguien en algún lugar del edificio.
Cualquier cosa era mejor que tener que esperar fuera en medio de la oscuridad…,
ahora que la lluvia se había convertido en un auténtico chaparrón…
Rápidamente se dirigió hacia las escaleras más cercanas. Era curioso lo diferente
que se veía todo fuera del horario escolar: las clases vacías; los pasillos parecían más
largos, húmedos y fríos, tan grandes que resultaba inquietante…, el eco que resonaba
por todas partes…, cada paso que daba, cada vez que respiraba…, regresaba un eco
burlón, rebotando en los viejos techos altos y en las paredes verdes con su pintura
desconchada. Martha aceleró el paso y procuró no mirar hacia los lados al pasar,
hacia las clases que tenían las puertas abiertas. Supongo que me habré equivocado…
Parece que tío hay nadie por aquí…
Estaba frente a las escaleras, que se adentraban en las sombras. Martha se quedó
al pie de aquellas escaleras y se mordió un labio. Tenía que estudiar este fin de
semana para la clase de historia del martes. Si no conseguía subir nota iba a tener
muchos problemas…, por no hablar del sermón que le soltaría su padre… y también
Greg Chambers. Para empezar, era increíble que hubiera cometido la torpeza de
dejarse el libro…
Exhaló un suspiro y levantó la vista hacia la segunda planta. Lo cierto era que no
tenía elección: le gustara o no, debía subir a su taquilla a recoger aquel estúpido libro.
Acababa de pisar el primer peldaño cuando escuchó el sonido.
Martha se quedó helada, con una mano extendida buscando la barandilla, y en un
momento de desesperación pensó que había sido ella, porque sonaba tan cerca…
Una pisada.
Tan leve como un susurro, pero tan inconfundible que se le empezó a erizar el
pelo de la nuca.
Estaba detrás de ella.
Martha se volvió con un respingo, la boca abierta para gritar…
El pasillo estaba vacío.
Se quedó mirando incrédula el pasillo negro, interminable; el corazón le iba a
estallar en los oídos. Buscó la barandilla a tientas y subió un peldaño. El eco retumbó
como un disparo.

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Aquí no hay nadie, Martha, no es más que el viejo edificio o el viento o quizá
sean ratones dentro de un armario o ratas…
Se estremeció y comenzó a subir, ladeando el cuerpo de forma que aún veía el
pasillo que tenía debajo. Las escaleras de madera gemían y crujían… No recordaba
haber tardado tanto en subirlas jamás.
Alcanzó el segundo piso con gran alivio; sobre su cabeza las sucias luces
iluminaban las filas de taquillas metálicas que se alineaban a lo largo de las paredes.
Con un suspiro de alivio, Martha se dirigió hacia su taquilla, lanzando una última
mirada hacia atrás; cogió el candado y comenzó a marcar la combinación. Menos mal
que Conor no me está viendo…; si me viera, me moriría de vergüenza… Sacó su libro
de historia. Aquel lugar era tremendamente escalofriante; era fácil imaginar toda
clase de horrores. Bueno, aquél sería su pequeño secreto… No tenía sentido contarle
a nadie cómo un viejo edificio chirriante había estado a punto de matarla de miedo.
Al comprobar lo tonta que había sido, esbozó una sonrisa y cerró la taquilla de un
portazo.
El pasillo quedó sumido en una oscuridad total.
Al principio sintió más sorpresa que miedo… Se dirigió hacia las escaleras. De
pronto se quedó pegada contra las taquillas. Aquella asfixiante oscuridad era la
oscuridad más terrible en que había estado en toda su vida. Ni siquiera veía el libro
que tenía en la mano ni los dedos que se llevó a los labios para contener el grito que
estaban formando…
No veía nada. Pero oía las pisadas…, lentas, deliberadas…, que subían las
escaleras.
Por un momento, Martha se sintió llena de esperanza… De hecho pensó que sería
el portero, que hacía su ronda a oscuras.
—¡Oiga! —gritó Martha—. Me he dejado un libro en la taquilla… ¿Puede volver
a encender la luz?
No hubo respuesta.
Martha sintió que el corazón se le hundía en el estómago helado.
—Oh, no —susurró.
Las pisadas se detuvieron.
Se quedaron a la espera.
Luego, indecisas, se pusieron en marcha de nuevo.
Sus ojos ya no servían de nada… Estaban invadidos por el terror… Se apartó de
la taquilla con cuidado, esperando que la agarraran unas manos, unas manos
acostumbradas a la oscuridad… El pasillo bullía, lleno de manos…
Las pisadas seguían acercándose…, peldaño a peldaño…, sin prisa, con toda
tranquilidad.
Como si tuvieran muy claro hacia dónde se dirigían.
Martha tragó saliva y sintió el sabor del miedo en la boca.
Las pisadas alcanzaron la segunda planta.

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No se detuvieron. Se dirigieron hacia ella.
De pronto algo se apoderó de ella…, un instinto de supervivencia… Cuando
quiso darse cuenta, huía en la oscuridad, a trompicones, alejándose de él. Extendió las
manos, tanteando… ¡Piensa, Martha, piensa! Había unas escaleras al otro lado del
pasillo… Si consiguiera alcanzarlas… Bajar corriendo, salir y encontrar a Conor…
La gravedad de la situación la abrumaba…, estaba presa del pánico. Sintió cómo sus
dedos se deslizaban sobre un interruptor; lo pulsó una y otra vez… Dios mío, ha
cortado la luz.
Echó a correr desesperada, con las piernas embotadas, torpes por el miedo. Ya no
le importaba si la oía o no…: sólo sabía que debía salir de allí…
Se golpeó contra una pared, luchó por recuperar el equilibrio. Las pisadas
continuaban acercándose, sin variar su ritmo. Las escaleras…, ¡las escaleras! Sabía
que había llegado al final del pasillo, y las escaleras tenían que estar a su izquierda…
Agitó los brazos, y de pronto se topó con una puerta doble. Se lanzó contra ella, tiró
del picaporte. La puerta no cedía. Se deslizó a lo largo de la pared, sollozando,
mordiéndose el puño. Las pisadas se detuvieron a su espalda. No tenía escapatoria.
¿Dónde estaba? ¿A qué distancia de ella? No lo sabía, pero notaba su presencia
cercana…, ¡tan cercana…! Se preguntó desesperada hacia dónde podría huir…
Después no recordaba haberse lanzado hacia la clase abierta… Más tarde le
sorprendió haber podido recordar siquiera que aquella clase estaba allí… Pero se
abalanzó sobre la puerta, la abrió y cayó sobre unos muebles antes de encontrar por
fin las ventanas traseras que daban a la salida de incendios.
Tiró de la parte inferior del cristal.
La ventana estaba atascada.
A sus espaldas el picaporte giró y la puerta comenzó a abrirse.
Martha se escondió detrás de unas mesas y se aplastó contra la pared tanto como
pudo. Los pies entraron muy despacio en la habitación y se detuvieron. Hubo un
silencio largo y terrorífico. Se llevó ambas manos a la boca para no gritar.
Entonces él cerró la puerta.
Martha escuchó el rechinar de los goznes y supo que estaba atrapada, sin
escapatoria y sin esperanza. No había forma de salir de allí, más que lanzarse
directamente hacia él, y de nuevo sólo había silencio a su alrededor…, un silencio
interminable…, atroz…, silencio… y su corazón, que estaba a punto de partir su
cuerpo por la mitad con convulsiones de terror.
La mano brotó de la nada.
Surgió de la oscuridad y se cerró en torno a su hombro. Martha se zafó de él con
un grito y huyó hacia donde pensaba que debía estar la puerta. Agarró el picaporte…;
la puerta se resistió un momento…, atascada…; luego, se abrió de pronto y ella cayó
al pasillo.
A su espalda escuchó cómo él maldecía en voz baja.
Y comenzó a correr.

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Martha aporreó desesperada las puertas que bloqueaban las escaleras. De pronto
se abrieron y ella salió despedida hacia delante sin poder agarrarse a la barandilla.
Cayó sobre el brazo, que crujió de forma espantosa cuando aterrizó sobre él.
Después, medio corriendo, medio tropezando, de algún modo se las arregló para
llegar abajo y correr hacia la salida más próxima. Se lanzó contra la puerta con todo
su peso.
Estaba cerrada.
No…, no…, Dios mío…, no. Lloraba; el dolor que sentía en el brazo era
insoportable.
Entonces le oyó, a sus espaldas, en las escaleras…
Comenzó a gritar…, gritó y gritó…, sentía el dolor como un cuchillo en el brazo,
en el hombro; gritaba, rezaba para que alguien la oyera…
Estaba casi perdida cuando de pronto lo recordó.
La puerta lateral que conducía a la sala de profesores y que a ningún alumno le
estaba permitido cruzar… Martha dobló la esquina de forma tan brusca que estuvo a
punto de volver a caer. Se fue arrastrando pegada a las paredes, oyó que las pisadas
vacilaban, desconcertadas por su giro repentino.
Un dolor terrible le ardía por todo el cuerpo… Cayó de rodillas y se agarró el
brazo. Mientras luchaba con el pestillo, su hombro golpeó la puerta…, y la puerta se
abrió de pronto. Sintió el frío azote del viento y la lluvia y una oscuridad diferente…,
una oscuridad más clara…, donde las farolas brillaban entre la niebla, arrojando
haces de luz distorsionada…
—¡Conor! —gritó—. ¡Conor!
A sus espaldas la puerta se abrió de pronto.
Martha se puso a gritar y echó a correr, esta vez sin pensar. Sólo sabía que tenía
que huir de allí.
—¡Conor!
Fue un milagro: entre las lágrimas y la lluvia divisó el aparcamiento. Y cuando
descubrió aquel coche que le resultaba tan familiar, con la luz interior encendida,
Martha de pronto fue consciente de dos cosas…
En el coche no había nadie.

había cesado el ruido de las pisadas que la perseguían.

La realidad comenzó a invadir su aterrorizado cerebro y se derrumbó contra un


poste de la luz, con los ojos muy abiertos y la mirada perdida, mirando el coche
vacío. Los faros delanteros brillaban en la noche, entre la niebla.
—Conor…
Quiso llamarle, pero de su boca no salía ningún sonido. Miró a sus espaldas, y vio
una silueta negra que se deslizaba en la oscuridad.
—Oh…, ayúdame…
Martha de pronto se sentía desfallecer. Se agarró al poste, las piernas le

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empezaron a temblar y no la sostenían. Vio el brillo húmedo de la acera que se
acercaba a su cara… Levantó las manos a cámara lenta y esperó el impacto…
—¡Martha!
Ella conocía aquella voz, era la voz de Conor, que brotó de la nada, en medio de
la oscuridad…

sintió sus brazos bajo ella…; vio sus ojos…; después no sintió nada, se
sumergió en la terrible oscuridad de la noche.

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Capítulo 15

— M e duele.
—Pues claro que te duele. Por poco te dislocas el brazo.
Marta gimió y trató de levantar la cabeza.
—Conor…
—No, no nos marcharemos hasta que el doctor nos diga que podemos hacerlo —
observó su gesto confuso y añadió—: Recuerdas dónde estás, ¿verdad? Acabas de
desmayarte otra vez hace un momento.
Martha se quedó mirándolo fijamente un momento; luego, de pronto, arrugó la
cara y se echó a llorar.
—Eh… —Conor se acercó a la cama, le empezó a dar palmaditas en el hombro
—. Venga, Martha, no…
—Pero alguien ha intentado matarme —sollozó Martha—. ¿Es que no me crees?
Conor se quedó mirándola con gesto de tristeza, pero una enfermera asomó por la
puerta con una sonrisa en los labios y no tuvo tiempo de responder.
—Dentro de un ratito podrás llevarla a casa… El doctor está preparando unas
recetas.
—Gracias —respondió Conor, y cuando la enfermera se marchó, volvió a bajar la
vista hacia ella.
—No quiero irme a casa —Martha comenzó a llorar suavemente y el temblor de
su brazo se extendió a todo su cuerpo—. Por favor, Conor…
—Martha —Conor se sentó al borde de la cama, con una penetrante mirada llena
de preocupación—, después de traerte aquí llamé a la policía. No encontraron a nadie
y no me tomaron muy en serio.
—Claro que no encontraron a nadie… Se escapó corriendo al ver tu coche.
¿Dónde estabas?
—¡Ya te lo dije antes! —exclamó Conor pacientemente—. Cuando vi que no
llegabas a la hora, me empecé a preocupar y salí a buscarte. No pude entrar porque
todas las puertas estaban cerradas…
Se quedó callado al oír un tumulto repentino en el pasillo, y al momento entraron
Blake y Greg corriendo en la habitación.
—¡Martha! ¿Estás bien? ¿Qué demonios ha pasado?
—Blake, ¿qué haces aquí? —Martha parecía desconcertada y se secó las lágrimas
con torpeza.
—Nos han dicho que estabas aquí…, no podía creerlo —Blake se inclinó sobre la
cama y se quedó mirando la escayola.

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—¿Se puede saber qué hacéis aquí? —les preguntó Conor en voz baja.
Se colocó al lado de la cama, había algo en su voz que hizo que Martha lo mirara
llena de curiosidad.
Greg se acercó hacia el otro lado de la almohada y la miró a la cara con cariño y
una sonrisa compasiva.
—Madre mía, tú cuando tienes mala suerte, tienes mala suerte, ¿verdad?
—No deberíais estar aquí —dijo Conor.
Blake apenas le dirigió una mirada, se acercó junto a Greg y cogió la mano sana
de Martha.
—¿Estás bien? ¿Te has hecho mucho daño?
Martha luchaba contra los sedantes, pero le resultaba difícil pensar con claridad.
—Yo…, me caí por las escaleras…
—¿Dónde? ¿Te has roto alguna cosa más?
—No debe hablar —dijo Conor—. Tiene que descansar. La voy a llevar a casa.
—No quiero ir a casa —dijo Martha sin pensarlo—. Alguien intenta hacerme
daño.
—Martha… —comenzó Conor.
Blake le interrumpió.
—¿Qué dices? —se sentó al borde de la cama y la empujó un poco para hacerse
sitio—. ¿Quién intenta hacerte daño?
—Alguien me estaba siguiendo —Martha parpadeó, tratando de mantener la vista
clara—. Alguien desconectó la luz y me estuvo siguiendo.
—No es momento —la interrumpió Conor, pero Blake se levantó de un salto.
—Voy a llamar a la policía.
—Ya lo he hecho yo.
—Espera un momento —Greg extendió las manos, indicándole a Blake que
volviera a sentarse—. ¿Qué dices de la luz?
—Que la desconectó —Martha intentó incorporarse, apoyándose en los brazos de
Blake—. Las luces se apagaron y él…
—Martha —susurró Greg—, esta noche ha habido un apagón. A causa de la
lluvia. Todo el pueblo ha quedado a oscuras por unos momentos.
Martha se quedó mirándole con los ojos vidriosos.
—Se apagaron… —murmuró—. Se apagaron porque él las apagó… Conor, dile
que no son imaginaciones mías…
Blake la obligó a sentarse de nuevo, mirándola preocupado, con gesto serio. Greg
miró a Conor; luego, le hizo un gesto señalando el pasillo con la cabeza.
—¿Puedo hablar contigo un momento?
Salieron a la sala de espera, y Greg comenzó a pasear, mirando el suelo con el
ceño fruncido. Por fin se detuvo y miró a Conor. Conor deslizó las manos en los
bolsillos traseros del pantalón y se quedó esperando.

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—Mira —Greg respiró hondo—, quizá debería habértelo dicho antes. Tengo
entendido que tus padres están de viaje.
Conor asintió.
—Bueno, la verdad es que Martha está sufriendo una gran tensión. Va muy mal
en el colegio.
—Creo que eso ya lo sabe.
—No es que sea nada anormal…, familia nueva, instituto nuevo…, amigos
nuevos. No digo que lo que ha sucedido esta noche sean imaginaciones suyas…, pero
la última vez que habló conmigo estaba muy alterada con lo de la casa. Hablaba de
pasadizos secretos y de incendios y…
—Es un caserón extraño —dijo Conor—. Tiene muchas… peculiaridades.
—Entiendo —Greg volvió a mirar el suelo y dijo con tono precavido—. Mira,
puedes contar conmigo para ayudarla a superar este mal momento, pero…, quizá
deberías pensar en pedir ayuda profesional.
Conor asintió, girando sobre los talones. Se le movía un músculo de la mandíbula.
—Martha está bien —exclamó.
—Sí…, bueno… —Greg se enderezó y miró el reloj que había en la pared—.
Tengo que ir a trabajar. Me encargo de una línea de atención al adolescente aquí, en el
hospital, dos noches a la semana… Me ha traído Blake —se retiró hacia una puerta
que llevaba a otro pasillo—. Quizá quieras comentarlo con tus padres. Si necesitas
cualquier cosa… —dejó la frase sin acabar.
Conor se quedó mirándole, antes de regresar a la habitación de Martha.

Al día siguiente era sábado, y Martha estuvo durmiendo casi hasta la noche por efecto
de las pastillas para calmar el dolor. Cuando por fin despertó, se encontraba en la
antigua habitación de Conor. En un lateral de la casa se oían fuertes toses y
martillazos. Se arrastró hasta la ventana; Conor le sonrió desde lo alto de una escalera
y volvió a meterse un pañuelo en el bolsillo.
—Vaya. Este pañuelo está vivo.
—Muy gracioso, Conor. ¿Qué hora es?
—Tarde. Te has pasado casi todo el día durmiendo. ¿Cómo tienes el brazo?
Martha se miró la escayola con el ceño fruncido; pero no estaba pensando en sus
huesos rotos. Me be pasado casi todo el día durmiendo…, ya casi es mañana…, ya
casi es Halloween…
—¿Martha? —dijo Conor suavemente.
—Oye, ¿qué haces ahí subido? —le preguntó Martha—. ¿Es que no tienes ningún
respeto por los heridos?
—Le prometí a tu padre que tendría estas contraventanas arregladas cuando
llegara a casa y… —se quedó callado de pronto, estornudó y miró por encima del
hombro.

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—¿Qué pasa? ¿Aparte de que me estés llenando de microbios?
—Creo que tenemos visita.
—¿Quién?
—Creo que es Wynn.
—No lo dirás en serio…
Martha no veía nada desde donde estaba, sólo a Conor que saludaba a alguien con
la mano y le decía que pasara dentro. Apretando los dientes por el dolor, Martha bajó
las escaleras y vio a Wynn que entraba indecisa en el recibidor. Martha se quedó
mirándola y sintió una punzada en el corazón. Wynn parecía aterrada.
—Wynn —llamó Martha suavemente.
La chica dio un respingo y palideció.
—Martha…, me he enterado de lo que te pasó anoche… Lo siento mucho…
—No te preocupes —Martha le mostró la escayola con un gesto de dolor—.
Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.
—No debí dejarte sola…
—No debí entrar —Martha esbozó una sonrisa triste—. Es perfecto para la fiesta
de mañana. Ven, sube. Llegas a tiempo de ayudarme a pelear con la ropa.
Wynn asintió y comenzó a subir las escaleras, pálida, con la mano sobre la
barandilla, mirando nerviosa en todas las direcciones. Abajo se abrió la puerta y
apareció Conor, que se quedó mirando. Wynn llegó al rellano y permaneció en
silencio observando las puertas, el pasillo de servicio, y después, sin mediar palabra,
se dirigió a la habitación del fondo.
Martha la agarró suavemente del brazo.
—No es por ahí. Ahora estoy en esta habitación.
—¿Ésta? —Wynn puso cara de sorpresa—. Ah…, es que… estoy tan
acostumbrada a subir a la habitación de Elizabeth…
—Era mi habitación, pero me sentía muy rara. Así que Conor me la ha cambiado.
Aunque todavía tengo que traer mis cosas aquí.
Wynn asintió y entró tras ella, recorriendo con la mirada las pertenencias de
Conor desparramadas por todas partes mientras Martha recogía algo de ropa.
—Bueno —dijo Martha con alegría fingida—, ¿y cómo has llegado hasta aquí?
—He cogido prestado el coche de Greg.
—¿Cómo has conseguido que te lo prestara?
—Todavía no lo sabe.
Martha se echó a reír.
—¿Has cenado? Hoy estoy muy hambrienta; pero Conor ha estado tosiendo como
un loco y seguro que me contagia…
Wynn no la estaba escuchando; miraba fuera, al pasillo. Martha la contempló
entristecida y suspiró.
—Oye, Wynn, no puedo soportarlo. Debe de ser muy duro para ti volver aquí…,
recordar…; si quieres marcharte, lo comprenderé.

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—¡No! —lo dijo con tanta vehemencia que Martha se quedó sorprendida; Wynn
la miraba, decidida—. No, debo hacerlo. Si no resuelvo este asunto, tendré que
pasarme toda la vida con una página en blanco dentro de mi mente —avanzó un paso,
con los ojos muy abiertos y una mirada solemne—. Martha, ayer me preguntaste qué
creía que le había pasado a Dennis. ¿Por qué…? ¿Por qué me lo preguntaste?
Martha se quedó sin habla durante un instante. Wynn la miraba implacable, y
Martha abrió la boca, pero no pudo responder. Cuando Conor habló desde la puerta
ambas se sobresaltaron.
—¿Qué posibilidad hay —preguntó Conor procurando restarle importancia a su
pregunta— de que Dennis siga vivo?
Al principio Martha pensó que Wynn se iba a desmayar. Se le puso la cara
totalmente pálida y tanteó a ciegas buscando la mano de Martha. Martha la sentó al
borde de la cama y le hizo una seña a Conor para que abriera la ventana.
—Yo…, yo…, ¿vivo? —murmuró Wynn.
—Sí —Conor se arrodilló frente a ella y le hablo con voz ansiosa pero amable—.
Jamás llegaron a encontrar su cuerpo, jamás llegaron a probar nada… Es posible,
¿verdad, Wynn?, que estuviera tan loco como para matar a Elizabeth, que aún ande
por ahí fuera, creyendo que ella sigue viva.
Martha se derrumbó en una silla. Lo dijo. Después de tantos días de miedo y
confusión, de las incógnitas, del terror…, creyendo todo el rato que quizá fuera
ella…, que fuera ella la que estaba loca…, Conor, por fin, lo había dicho. La miró y
sus ojos se nublaron, pero él tenía cogidas las manos de Wynn y no la veía.
—Wynn —repitió, con voz suave—, es posible, ¿verdad?
Wynn parecía desconcertada; sacudió la cabeza, entristecida.
—Lo sabría… Si Dennis hubiera vuelto, yo lo sabría.
—¿Cómo? —insistió Conor—. ¿Cómo lo sabrías?
—Pues… yo… —se quedó callada, respiró hondo, enderezó los hombros—. Creo
que de algún modo intentaría ponerse en contacto conmigo. Para averiguar qué había
sucedido; para ver si había peligro. Siempre me hablaba de Elizabeth porque sabía
que éramos muy amigas. Y él no la mató. Sé que no lo hizo.
—¿Pero cómo lo sabes? —Conor le estrujó las manos—. ¿Cómo puedes estar tan
segura? Él la amenazó y…
—Lo que pasa es que no quería que ella saliera con Blake, eso es todo. Igual que
Blake no quería que volviera con Dennis. Le ponía furioso saber que entonces salía
con Blake…, siempre habían sido rivales…, las chicas, el baloncesto, los diplomas y
las becas… —sacudió la cabeza, apretándose las sienes con las manos.
—¿Entonces Dennis era muy posesivo con Elizabeth?
Wynn asintió a regañadientes.
—Y tenía mal genio.
Hubo una pausa. Volvió a asentir.

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—Entonces es posible que tuvieran una pelea. Es posible que perdiera la cabeza e
hiciera algo violento.
Wynn miró al suelo con gesto desolado.
—Supongo que sí. Pero ¿no es posible que lo hiciera otra persona? ¿No es posible
que la encontrara muerta y entonces se matara? ¿O no es posible que fuera una
coincidencia el que su coche cayera por el puente y él muriera? ¿O que la misma
persona que mató a Elizabeth lo matara a él también?
Conor y Martha se miraron.
—Wynn —exclamó Martha con delicadeza—, cualquier cosa es posible, pero
esas ideas son bastante descabelladas…
—No más que la idea de llamar asesino a Dennis —la voz de Wynn sonaba
desesperada y por fin cruzó su mirada con la de Conor—. ¿No ves que debo intentar
recordar, por el bien de Dennis? Después de ir a tantos médicos, todos
analizándome…, pensé que esta casa había desaparecido de mi vida para siempre y
que jamás volvería a recordar todo aquello. Entonces llegasteis vosotros…, y Martha
se parece tanto a Elizabeth…; de nuevo esta casa vuelve a formar parte de mi vida…,
y es todo tan extraño y terrorífico… como si todo estuviera predestinado…, como si
Elizabeth y Dennis lo hubieran planeado porque quieren que les ayude a demostrar lo
que realmente sucedió… —su voz se fue apagando y miró a Conor a los ojos con un
gesto de súplica—. Parece…, parece una tontería…
—No —Conor soltó sus manos, con una sonrisa reconfortante en la comisura de
los labios. Reconfortante y preocupada, pensó Martha, parece tan cansado…—. No,
no es ninguna tontería —repitió Conor—. Nosotros te ayudaremos.
El agradecimiento que se reflejó en el rostro de Wynn era enternecedor. Conor se
levantó y se pasó una mano por el pelo, con gesto distraído.
—Voy a preparar la cena. Podemos seguir hablando abajo.
Después de mucho empujar y tirar, Wynn consiguió por fin ayudar a Martha a
vestirse y bajaron a la cocina, donde Conor estaba sirviendo sopa y unos bocadillos.
Al principio Wynn sólo picó un poco; pero, a medida que Conor le iba sonsacando
cosas del instituto y de su trabajo en la tienda, Martha notó que se relajaba un poco. Y
cuando por fin Conor volvió a llevar la conversación al tema que tenían entre manos,
Martha no pudo evitar sentirse maravillada por su hábil táctica. Se acercó a la ventana
de la cocina, contempló el tiempo espantoso que hacía y lanzó un fuerte suspiro.
—Vaya, si no sigue lloviendo, puede que logre arreglar hoy unas cuantas
contraventanas más. Ah, y he clavado con tablas tu armario.
—Creí que lo habías hecho porque… —comenzó a decir Martha sin pensar, y en
seguida captó la mirada de advertencia que Conor le dirigió por encima del hombro.
Wynn frunció el ceño, mientras removía la sopa con la cuchara de forma
distraída.
—Seguramente es lo que provocaba las corrientes —continuó Conor—. Y eso
hacía que la habitación fuera tan fría y que la puerta se abriera.

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—¿Tú lo sabías, Wynn? —Martha adoptó el mismo tono intrascendente—.
¿Sabías que hay una puerta secreta dentro del armario en la habitación donde estaba
antes?
Wynn se quedó desconcertada por unos momentos, como si acabara de despertar
en una habitación llena de desconocidos. Luego, una suave luz comenzó a iluminar
sus ojos.
—Claro que lo sabía…, sólo que no lo había pensado hasta ahora. Se supone que
hay un montón de pasadizos secretos y cosas así en la casa… El padre de Elizabeth
me dijo que había oído contar historias sobre ellos desde que era niño, pero él
conocía sólo algunos.
A Martha se le aceleró el pulso, pero Conor permaneció con una tranquilidad que
a ella le resultaba desesperante.
—No nos dejaban usarlos… Eran tan viejos… El señor Bedford tenía miedo de
que nos pudiera pasar algo. De hecho, tapó con tablas el pasadizo que llegaba a la
habitación de Elizabeth, pero…
—¿Pero qué?
Parecía casi avergonzada.
—Elizabeth lo destapó. Para que Dennis pudiera usarlo.
—Se ve que Dennis no era tonto —murmuró Conor. Luego, dijo en voz más alta
—: ¿Dennis era el único que conocía el pasadizo?
Wynn apartó la vista, incómoda:
—Y… Blake.
—¿Blake? —exclamó Martha.
—Sí…, cuando Elizabeth y él comenzaron a salir, ella me dijo que le había
hablado de los pasadizos.
—¿Estás segura? —le preguntó Conor.
—Eso es lo que ella me contó —insistió Wynn—. Había uno… que iba desde el
sótano hasta el estudio…, y otro desde el desván hasta la despensa.
—¿Había alguno que condujera al exterior?
De nuevo Wynn parecía perdida.
—No lo sé.
—¿Había alguna otra forma de entrar en la casa?
Wynn sacudió la cabeza; estaba a punto de echarse a llorar.
—No lo sé…
Conor le puso una mano en el hombro.
—Tranquila —musitó con delicadeza—. No te preocupes. Lo estás haciendo muy
bien.
—No es cierto —exclamó Wynn desanimada—. Si pudiera…
—No pasa nada —la tranquilizó Conor—. No te lo tomes tan a pecho. Relájate —
su voz era arrulladora…, hipnótica—. Mañana es Halloween, pero vamos a

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retroceder en el tiempo, hasta la noche de Halloween de hace un año. ¿Lo ves? ¿Te
resulta demasiado doloroso?
—Pues…, no creo…, lo voy a intentar —Wynn miró a Martha, nerviosa, y
Martha asintió para animarla; después volvió a mirar hacia la mesa, con voz indecisa
y temblorosa—. Aquella noche todos fuimos a la fiesta del instituto. Elizabeth estaba
muy enfadada porque había recibido una nueva llamada. Dijo que había acabado con
Dennis y que estaba cansada de su actitud tan inmadura y que iba a hacer lo que le
viniera en gana. Blake también estaba enfadado… Deseaba ver a Dennis para dejarle
las cosas claras de una vez por todas. Pero ninguno de ellos se lo tomaba realmente
en serio… No tenían miedo ni nada por el estilo. Sólo querían salir a divertirse y
pasarlo bien.
—¿Entonces estabais todos en la fiesta?
—Sí…, en realidad no hacía falta llevar acompañante ni nada…, pero Blake y
Elizabeth iban por su lado.
Martha trató de ignorar las implicaciones de aquello y Wynn la miró
disculpándose.
—Había que quitarse las máscaras a medianoche —continuó Wynn.
—Un momento… —Conor la interrumpió—. ¿Era una fiesta de disfraces?
—Sí. Se celebra todos los años.
Conor se apoyó en la encimera y cruzó las piernas.
—¿Hubo alguien en realidad que viera a Dennis en la fiesta? ¿Lo reconoció
alguien?
Wynn asintió.
—Sí, yo. Vino y me preguntó si había visto a Elizabeth, y yo le contesté que sí,
que estaba con Blake.
—¿Qué dijo él?
—No dijo nada, pero parecía muy enfadado. Se perdió entre la multitud y ya no
volví a verlo durante un tiempo. Entonces Elizabeth y Blake se pelearon.•
—¿Por qué? ¿Por Dennis?
Wynn se quedó pensativa un instante.
—No estoy segura…, pero Greg vino a verme al mostrador de las bebidas y dijo
que Blake se había marchado del gimnasio furioso.
—¿Solo?
Wynn asintió:
—No estaba permitido andar por ahí fuera, así que Greg fue a buscarle. Estuvo
fuera mucho tiempo… Mientras tanto, fui a buscar a Elizabeth y tampoco pude
encontrarla.
—¿Se había marchado también?
—Estaba tan oscuro allí dentro…, había tanta gente…; todo el mundo estaba
disfrazado, y muchos disfraces eran muy parecidos. Estuve buscándola y buscándola,
pero no logré encontrarla.

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—¿Qué hiciste entonces?
—No sabía qué hacer. Empezaba a estar muy asustada. Por fin salí a buscar a
Greg… Entonces fue cuando los vi.
—¿A quién?
—A Elizabeth y Dennis. En el coche de Dennis. Estaban saliendo del
aparcamiento. Les llamé y Elizabeth se asomó por la ventanilla; dijo que iban a su
casa a hablar y que no se lo dijera a Blake porque se enfadaría. Dijo que tenían que
aclarar una cosa… y que volverían en seguida.
—Entonces…, tú la encubriste.
Wynn parecía triste.
—Le mentí a Greg. Le dije que Elizabeth se había puesto mala y que nos íbamos
a mi casa un rato…
—¿Y él no sospechó nada?
Wynn sacudió la cabeza muy despacio.
—Mi casa está muy cerca y él seguía buscando a Blake… Además, se suponía
que estaba de vigilante, y unos chicos se empezaron a pelear con el grupo que tocaba,
y había un lío tremendo…, así que en realidad no podía pensar mucho en Elizabeth y
en mí.
—Entonces te fuiste a casa.
Wynn cerró los ojos y respiró hondo.
—Mis padres habían salido, así que me quedé por allí un rato… Luego, volví al
colegio y me quedé en el coche de Greg esperando que Elizabeth regresara.
—¿Cuánto tiempo estuviste fuera?
—Supongo que una hora, más o menos, no estoy segura —levantó la vista, se
llevó una mano a la frente—. Entonces vi a Blake llegar en el coche… Parecía… muy
alterado… Tenía toda la ropa mojada y se quedó sentado en el coche un buen rato,
como si estuviera pensando.
—¿Y Elizabeth no había vuelto aún?
—No. Por fin Blake salió del coche, regresó al gimnasio y… yo no sabía qué
hacer. Estaba empezando a asustarme. Cuando entré, Greg y Blake me estaban
esperando… Entonces… tuve que contarles la verdad, que no estaba conmigo…, pero
me había hecho prometer —se le quebró la voz—. Estaba muy asustada…, tan
asustada…; de pronto, todas aquellas cosas de las que nos habíamos estado riendo
parecían tan… tan peligrosas…
—Entonces llevaba más de una hora fuera —dijo Conor—, y ¿dónde había estado
Blake?
Wynn se miró las manos; las retorcía en su regazo.
—Dijo que había estado conduciendo por ahí un rato…, que luego había salido
del coche a dar un paseo. Cuando descubrió que había dejado marchar a Elizabeth de
aquella forma, se puso furioso… No le había visto así en mi vida. Él… —se tapó la

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cara con las manos y se echó a llorar—. ¿No ves lo horrible que es? ¡Fui yo quien los
vio marchar! ¡Fui yo quien los vio, y no hice nada!
—Pero no lo sabías… —Martha trató de consolarla—. Tú no podías saber…
—¡Ella confiaba en mí! Me pidió que la encubriera cuando se marchó con
Dennis… Ella confiaba en mí; yo podía haberla detenido…, ¡y ahora está muerta!
Durante un largo rato se escuchó tan sólo el sonido de los sollozos de Wynn, el
melancólico golpear de la lluvia contra el cristal…, el aullido del viento entre las
cornisas… Conor parecía una estatua; su rostro anguloso estaba iluminado por la
suave luz de la cocina. Parecía hacer un esfuerzo por encajar todas las piezas.
—¿Qué sucedió cuando llegasteis? —le preguntó—. ¿Cuándo llegasteis aquí a la
casa?
Los sollozos se apagaron… Wynn tenía la cara escondida entre las manos y su
voz sonó apagada por el dolor.
—Tardamos mucho en llegar aquí. Conducía Blake y se nos pinchó una rueda.
Los chicos se gritaban… Blake me gritaba a mí…
—Entonces llegáis a la casa —Conor se agachó y con delicadeza levantó a Wynn
de la silla—. ¿Qué hacéis ahora?
Wynn no se movía; tenía el rostro macilento. Martha la cogió de la mano con una
sonrisa para animarla.
—No pasa nada. Estamos contigo. Sabes que con nosotros aquí no será doloroso.
Conor asintió; Martha sabía que había sido Conor quien por fin había convencido
a Wynn. La chica se dirigió al pasillo lentamente. Durante un momento se quedó
mirando la pesada puerta, luego levantó la barbilla con decisión.
—Cuando llegamos estaba descargando una tormenta… Blake saltó del coche sin
darle tiempo a Greg de aparcar siquiera y se puso a aporrear la puerta y a gritar…
Greg buscaba un modo de entrar… —cerró los ojos con fuerza, tratando de recordar
—. Rompió una de las ventanas de la terraza. Rompió el cristal y entramos en la casa.
Lentamente, casi como si estuviera drogada, Wynn avanzó un paso… y otro… y
otro… y se agarró a la barandilla.
—Me gritaban que me quedara aquí… Blake me gritaba que no subiera arriba…
«No la dejes subir», repetía, mientras Greg trataba de sujetarme, pero eché a correr.
No recuerdo haber pasado del recibidor a las escaleras, pero lo hice y… y…
—Sigue —dijo Conor con suavidad—. Tú tranquila.
Wynn comenzó a subir las escaleras, con pasos lentos. Conor tocó a Martha en el
codo y la siguieron.
—La luz estaba encendida, pero no se veía a nadie —susurró Wynn—. Y creo…,
sé…, que grité su nombre…
A Martha le iba a estallar el corazón. Todos sus sentidos le decían que se diera
media vuelta para huir de allí, pero la mano de Conor le aferraba el brazo. Lo miró,
pero tenía los ojos fijos en Wynn.

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—No me respondió. Y todo estaba tan silencioso…, aunque Greg y Blake
gritaban…, me decían que volviera…, aunque gritaban de aquel modo, todo estaba
tan… tan silencioso…, y yo la llamaba una y otra vez: «Elizabeth…, Elizabeth». Pero
ella no respondía.
Habían llegado al piso superior. Wynn se llevó las manos a la garganta en un
gesto nervioso, y Martha se preguntó si iba a vomitar.
—Conor, puede que esto no sea una buena idea, quizá deberíamos…
—Tranquila, Martha —susurró Conor—. ¿Qué pasó entonces? —preguntó a
Wynn en voz más alta.
—Entré en su habitación —respondió Wynn con voz apagada.
Después de una pausa incómoda, se adelantó hasta que los tres estuvieron
apretujados en la puerta de la habitación de Elizabeth. Wynn miraba al frente, y
Martha sabía que lo que estaba viendo era horrible.
—Ahora estás en su habitación —murmuró Conor—. ¿Qué ves, Wynn?
Wynn miró a la cama inmediatamente y poco a poco comenzó a palidecer.
—Yo…, está ahí tumbada…, tiene la boca abierta pero no la oigo gritar… La
habitación está tan roja…, roja y húmeda…, y… ya no parece Elizabeth.
A Martha se le nublaron los ojos; sintió que Conor le agarraba el brazo con más
fuerza. Tenía la cara pálida, pétrea. Wynn se volvió hacia donde estaban ellos.
Entonces su mirada se posó en el armario abierto.
Martha vio que se ponía tensa y en seguida supo que algo iba mal. Conor debió
de notarlo antes… Sintió que se apartaba de ella y se acercaba a Wynn.
—¿Qué pasa? —le preguntó—. ¿Qué estás viendo?
Wynn se derrumbó, se agarró a él con los ojos muy abiertos; las palabras brotaban
de su boca como un balbuceo de impotencia…
—La oscuridad… es interminable…, es tan…
—¿Qué oscuridad, Wynn, qué oscuridad? ¿Hubo un apagón aquella noche?
—Es… ¡es eterna! —se dio media vuelta, presa del pánico, con los ojos
desorbitados—. Sigue y sigue…
—¿Cuánto duró? ¿Cuánto duró la oscuridad? Wynn…, intenta…
—¡No! —exclamó—. ¡No lo recuerdo! ¡La oscuridad es interminable y no logro
recordar!

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Capítulo 16

— M e gustaría que vinieras —dijo Martha.


Frunció el ceño al ver su reflejo en el espejo y escuchó la tos de
Conor desde su cama.
—No me digas que me echarás de menos —dijo él con voz ahogada.
—No, pero puedo necesitar que me protejas.
—¿De Blake Chambers? Creí que no querías que te protegiera de él.
Martha lanzó una mirada por encima del hombro.
—No te rías de mí, Conor, no tiene ninguna gracia.
—¿Tengo cara de reírme?
—No tienes cara de reírte, tienes voz de reírte.
—Entonces puede que mi voz esté de mejor humor que el resto de mi persona —
murmuró.
—Te está bien empleado, y no me das ninguna pena. A quién se le ocurre ponerse
a arreglar las contraventanas en medio de una lluvia helada —Martha le miró de
soslayo, luego se ajustó el chal del disfraz de gitana, intentando esconder la escayola
—. Oye, Conor, ¿a qué crees que se refiere Wynn cuando habla de la «oscuridad
interminable»?
Conor sacudió la cabeza, la echó hacia atrás, intentando respirar.
—Por enésima vez, te digo que no lo sé. Wynn no lo recuerda y no servirá de
nada presionarla.
—Pero es Halloween —Martha le miró suplicante—. ¿Qué pasa si Dennis no está
muerto…?, ¿qué pasa si regresa esta noche y…? —se quedó callada y se mordió un
labio—. Puede haber sido él, ¿sabes?
—Puede haber sido cualquiera —dijo Conor. Se llevó un brazo a la frente—.
Mira, no has vuelto a recibir más llamadas telefónicas, ¿verdad?
Martha se encogió de hombros y sacudió la cabeza.
—No…, pero eso no explica lo que sucedió la otra noche en el instituto. Aquello
no fue un accidente…, aunque no hago más que tratar de convencerme de que lo
fue…, o de que quizá quienquiera que me estuviera persiguiendo pensara que era otra
persona. Pero no me lo creo —le dirigió una sonrisa irónica—. Y tú sólo intentas
hacerme sentir mejor, ¿verdad? Tú también estás preocupado.
—Estoy demasiado enfermo como para preocuparme —Conor se quedó
mirándola fijamente, viendo la desesperación reflejada en su mirada—. Bueno, vale,
estoy un poco preocupado —concedió—. Así que está decidido. Voy contigo —quiso
apartar las mantas, pero Martha se lo impidió.

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—Mírate…, estás tan débil que no puedes ni salir de la cama; ¿cómo vas a ser mi
guardaespaldas?
Por tercera vez aquella noche lo miró de cerca y se sintió extrañamente incómoda.
Tenía la cara como el mármol y en sus ojos había un brillo febril; sus pómulos
sobresalían abruptamente por debajo de la piel y daban al rostro una delgadez
fantasmagórica. Ella había insistido en que regresara a su antigua habitación porque
era más cálida y después lo había tapado con un montón de mantas; pero, aun así, él
seguía temblando. Martha movió los labios… Se debatía en una lucha interna.
No puedo quedarme aquí, Conor. Por favor, por favor, tienes que comprenderlo…
No puedo quedarme en esta casa esta noche; estoy tan asustada…
—Él apartó la cara; a Martha le pareció verlo asentir con la cabeza.
—Conor…, yo… —se le llenaron los ojos de lágrimas y se las secó, enfadada—.
Estaré con Blake toda la noche y después iré a dormir a casa de Wynn… Te dejaré su
número de teléfono por si me necesitas…
—No te necesitaré.
Martha miró su espalda con gesto suplicante, vio su nuca, el pelo húmedo que
caía sobre la almohada.
—No puedo, Conor…, de verdad que no puedo quedarme…
—¿Quieres marcharte entonces de una vez, para que pueda dormir?
—Estás intentando hacer que me sienta culpable.
—No estoy intentando hacer nada; sólo quiero que te vayas… —Conor comenzó
a toser de nuevo y le hizo una seña débil con el brazo para que se fuera—. Venga. Sal
de aquí.
Martha asintió sin gran convicción y se dirigió a la puerta.
—Martha…
Se dio media vuelta.
—¿Sí?
—Ten cuidado —exclamó en voz baja.
Entonces se alegró de oír el coche, que tocaba la bocina desde el camino frente a
su casa. Sin decir una palabra más se apresuró a bajar las escaleras y salir fuera.
—¡Blake! ¡Qué hay!
Martha levantó su larga falda y esquivó los charcos como pudo, tratando de
taparse con el chal la cabeza y la escayola al mismo tiempo. Lluvia y más lluvia…, y,
por el aspecto que presentaban las nubes, aquella noche volvería a caer una tormenta
terrible.
—Recuérdame que llame a Conor más tarde, ¿vale? Está muy enfermo y…
De pronto se quedó callada, mirándolo fijamente.
Blake había apagado los faros y el interior del coche estaba a oscuras. La poca luz
que había provenía del leve resplandor de la luz del porche, que apenas alumbraba un
lateral del coche de Blake.
Pero había algo en su ventanilla.

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Algo espantoso estaba sentado en el asiento del conductor y le dirigía una sonrisa
malévola desde los pliegues sueltos de una capa con capucha.
—Blake… —tartamudeó Martha—, ¿qué…?
—Soy la Muerte —dijo aquella cosa. Después abrió la puerta y la invitó a entrar
—. Vamos, sube.
El gimnasio había sufrido una macabra transformación… Estaba oscuro, casi en
tinieblas, iluminado sólo por la luz de los farolillos de Halloween que brillaban desde
las mesas y los rincones; bullía de extrañas criaturas, todas tratando de ocultar su
identidad hasta medianoche, momento en el que se quitarían las máscaras.
Después del susto inicial, Blake se había quitado la máscara para conducir hasta
el pueblo, pero ahora Martha y él estaban totalmente disfrazados y se abrían paso
entre la multitud, tratando de encontrar un lugar en el que sentarse. Blake apartó la
silla para que Martha pudiera sentarse; de pronto un hacha enorme cayó sobre la
mesa, Martha lanzó un grito y se encontró cara a cara con un verdugo vestido con una
capucha negra y un manto negro.
—Greg —le dijo Blake a Martha—. Lo reconocería en cualquier sitio.
Una voz familiar sonó desilusionada desde dentro de la capucha.
—Pensé que estaba muy cambiado. Sobre todo con este accesorio.
—Bueno, la verdad es que no eres famoso por tu inteligencia —le respondió
Blake—. ¿Quieres decir que te han dejado entrar con esa cosa?
—Privilegios del vigilante —dijo Greg—. Me dejan usarlo con los chicos que se
portan mal.
Blake se echó a reír.
—¿Alguien ha visto a Wynn?
—Es la bruja que está allí sirviendo el ponche. Con pocos dientes, verrugas en la
nariz y todo eso. Toma, Martha, un recuerdo.
Greg se inclinó y encendió una de las velas; luego dejó caer la caja de cerillas en
el regazo de Martha.
—Pobre Wynn —Martha se metió la caja de cerillas en el bolsillo—. ¿Tiene que
quedarse toda la noche haciendo eso?
—¿Qué quieres decir con eso de «pobre Wynn»? —Greg parecía ofendido—.
Resulta que yo soy su acompañante, ¿sabes?
—Lo siento, Greg, pero me parece que ella habría preferido venir con Conor —
rio Martha—. Solo que ha cogido la gripe o algo así.
—Vaya, vaya. ¿Está muy mal?
—Bastante mal. Pero supongo que se pondrá bien en seguida. No me deja llamar
al médico, así que no puedo hacer mucho por él.
—Y todas las chicas del instituto Bedford estarán lamentándose por él hasta que
se recupere, no me cabe duda. Blake, chico, estás perdiendo tu influencia sobre la
población femenina.

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La capa negra se agitó y un brazo cubierto de negro se posó sobre los hombros de
Martha.
—Al contrario, no he perdido nada. He salido victorioso…, y ya sabes cómo me
gusta ganar.
Qué raro… Es exactamente lo que Wynn dijo de él…
Blake le dio unos golpecitos en la escayola.
—Oye, gitanita, ¿qué tal si bailamos un poco?
—Procura mantenerlo a raya —le aconsejó Greg—. Si se pone pesado, échale una
maldición.
Martha se rio, y Blake la sacó a la pista de baile. La música sonaba a todo
volumen y había tanta gente que era difícil bailar en pareja. Puede ser cualquiera…
Martha escudriñaba la palpitante oscuridad iluminada por las sonrisas de los farolillos
de Halloween que lucían desde los rincones. Cualquiera podía estar allí escondido,
vigilándola, esperando…
Maldita sea, Conor, ¡lo dijiste sólo para estropearme la noche!
Puede ser cualquiera.
—Martha…
—¡Ay, Wynn, me has dado un susto de muerte!
—Perdona…, como voy de negro, supongo que no se me ve mucho. Y no, no te
había reconocido, pero ya conocía el disfraz de Blake…
—Es que lo hiciste tú —corrigió Blake—. Has hecho todos nuestros disfraces…,
por eso se parecen tanto…
—Son unos disfraces estupendos —rio Martha.
—Wynn, lárgate de aquí —protestó Blake, que seguía intentando bailar, a pesar
de la interrupción.
Wynn lo ignoró intencionadamente.
—¿Qué tal está Conor?
Martha sintió otro golpe de culpabilidad, pero lo apartó de su lado con decisión.
—La verdad es que está fatal, pero le viene bien. Le hace compadecerse más de la
condición humana. Oye, se te ve un poco cansada… ¿Estás bien?
—Puede que sea una epidemia —Wynn no quiso darle importancia—. Además,
no he dormido nada. Me he pasado toda la noche y todo el día decorando este
estúpido lugar… Me alegraré mucho cuando haya pasado la fiesta de Halloween.
Había algo en el tono de Wynn que alarmó a Martha, las palabras que no había
llegado a pronunciar: Halloween… y la sombra de una tragedia. Martha cogió a su
amiga de la mano.
—¿Por qué no vienes a sentarte con nosotros?
—No me lo puedo creer —Blake dejó de bailar—. Si hubiera sabido que vosotras
dos queríais venir juntas…
—No puedo —Wynn sonrió bajo la cara verde de bruja—. Estoy demasiado
ocupada sirviendo el ponche y rellenando las bandejas…, pero venid a la mesa de

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cuando en cuando.
—Puedes estar segura de que lo haremos —Blake asintió con vigor—. Nos
pasaremos por allí a la más mínima oportunidad.
Wynn le dio un puñetazo en el hombro y se encaminó hacia su puesto, diciendo:
—No entiendo cómo has podido acabar con alguien tan agradable como Martha.
Blake dejó pasar el comentario y agarró a Martha para acabar el baile. Después de
otras cinco canciones, Martha suplicaba por un descanso, así que Blake se la llevó de
vuelta a la mesa y se sentaron.
—Vaya, qué calor da esta cosa… —se apartó la máscara de la cara un poco,
abanicándose.
—¿Por qué no te la quitas un rato?
—¡Qué dices! ¿Para estropear la sorpresa? Aunque me pregunto cómo voy a
comer con esto puesto. ¿Tienes hambre?
—Estoy muerta de hambre.
Blake asintió y se ajustó la máscara de la Muerte.
—Descansa el brazo. En seguida vuelvo.
Martha se despidió agitando la mano y se recostó en la silla. Se relajó bien y se
estiró. De pronto se dio cuenta de que lo estaba pasando realmente bien…, que no
estaba preocupada…; no podía recordar una sola noche en que no hubiera sentido
miedo. Quizá, después de todo, fuera cierto que lo había sacado todo de quicio…,
quizá no se tratara más que de una broma de mal gusto, alguien que le estaba
gastando una broma enfermiza…; probablemente Dennis habría muerto años atrás…,
y las llamadas, sus espantosos temores, no fueran más que desafortunadas
coincidencias. Podía suceder…, de hecho sucedía…, y tal vez fuera hora de
reconocer que ella no había sido más que una víctima inocente… Es la historia de mi
vida: Martha Stevenson estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado…
Por fin había tomado una decisión. Martha sonrió y se volvió a estirar, paseando
la mirada perezosamente por las sombras que bailaban en la pista…, las
amenazadoras sonrisas de color naranja que arrojaban sombras extrañas sobre las
paredes…
—Martha…
—¡Ay, Wynn, qué susto! ¿Por qué no dejas de darme estos sustos?
—Martha… Dios mío, Martha…, ha vuelto…
Se aferraba a su brazo con tanta fuerza que Martha hizo un gesto de dolor.
Cuando se volvió vio la cara verde de bruja deformada por el miedo; sus ojos
maquillados casi se le salían de las órbitas.
—¿Qué? —repitió Martha como una tonta—. ¿Qué has…?
—¡Dennis! —lloriqueó Wynn—. ¡Lo he visto, Martha! ¡He visto a Dennis!
A Martha se le quedó la sangre helada en las venas. Miró aturdida los dedos de
Wynn clavados en su brazo…; miró las facciones aterrorizadas de Wynn.
—Dios mío… ¿Estás segura? ¿Estás…?

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—¡Lo he visto entre la gente! —Wynn bajó la voz y susurró aterrada—. Levanté
la vista y lo vi allí de pie… Estaba sencillamente allí de pie…, ¡mirándome!
Martha no podía ni pensar. Tiró de las manos de Wynn y le dijo muy despacio:
—¿Estás segura? ¿Cómo es posible? No puede ser, no…
—No sé cuánto tiempo llevaba allí de pie, pero cuando se dio cuenta de que lo
había visto desapareció…, él… —zarandeó a Martha—. ¡Martha…, puede estar en
cualquier parte! ¿Por qué está aquí, Martha? ¡Está muerto! ¿Por qué está aquí?
—Wynn…, cálmate…; vamos a buscar a Blake…
—Oh, Dios mío, ¿qué voy a hacer? —Wynn miró a un lado y a otro, incapaz de
razonar, presa del pánico, y Martha la agarró por los hombros.
—Wynn, tenemos que encontrar a Blake y a Greg… Tranquilízate.
—¿Dónde están? Date prisa, Martha…
—Blake ha ido por algo de comer. ¿No lo has visto?
Wynn sacudió la cabeza desesperada.
—No…, no he visto a nadie…, sólo… a Dennis…
—Vamos.
Guiando a Wynn firmemente ante sí, Martha se abrió paso entre el barullo,
estirando la cabeza, tratando de encontrar a Blake. Se dio cuenta con sensación de
impotencia de que era imposible encontrar a nadie en aquel jaleo. Wynn estaba
paralizada. ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo va a poder soportarlo? Pensó en gritar,
pero la música estaba tan alta que apenas podía oír sus propios pensamientos. Puede
ser cualquiera… Wynn tropezó y Martha la agarró para no caerse las dos. ¿Dónde
estaba Blake… y dónde estaba Greg? En la espantosa, palpitante oscuridad, todas las
grotescas caras se parecían…, maléficas y mortales… No puede ser Dennis…, es
imposible…, Dios mío…, ¡no está muerto!
—Voy a vomitar —musitó Wynn.
Martha casi ni lo había oído, pero de pronto notó que Wynn se doblaba en dos.
—Vete al baño —Martha le dio un empujoncito—. Allí estarás a salvo. Yo iré a
buscar a Blake y a Greg.
—¡Ven conmigo!
—No, Wynn, tenemos que encontrar a los chicos… ¡Tenemos que buscar ayuda!
Wynn asintió, tapándose la boca con la mano, y Martha vio cómo se tambaleaba,
como borracha, entre la multitud y desaparecía por el pasillo que llevaba a los cuartos
de baño.
Se sentía atrapada en un nido de serpientes. En un manicomio. Aquella era su
peor pesadilla. Estaba rodeada de rostros que reían burlones, atrapándola, bloqueando
su escapada.
—¡Blake! —llamó haciendo una bocina con las manos.
Se sentía ridícula, sabía que todo era inútil. Los rostros seguían riendo,
burlándose de ella. Se abrió paso entre ellos, a codazos. Si Dermis sigue aquí,
entonces viene por mí… Me busca a mí… Desde el principio me buscaba a mí…

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Desde el rincón más remoto de su cerebro oía que la llamaban por su nombre…,
pero, aun así…, aun así…, al principio no se dio cuenta. Y cuando por fin
comprendió que la estaban llamando, tuvo un leve destello de esperanza; esperaba
que fuera Blake, hasta que poco a poco se dio cuenta de que era el cantante del
grupo…, el cantante que interrumpía la canción, que asentía a la figura enmascarada
cerca del escenario y volvía a decir por el micrófono:
—Martha Stevenson. ¿Martha Stevenson? Oye, Martha, tienes una llamada en la
habitación de las taquillas. ¿Martha Stevenson?
Un coro generalizado de gritos y silbidos la siguieron cuando echó a correr…
Después se encontró en el recibidor cogiendo el auricular que le ofrecía un aburrido
vigilante, que aprovechó la oportunidad para ir a buscar algo de beber.
—¿Dígame? —jadeó—. Dígame, soy Martha.
Él se echó a reír.
Rio y rio, aunque el esfuerzo le dejó sin aliento. La risa era apagada y horrible.
Martha gritó por el teléfono:
—¡Déjame en paz! Quienquiera que seas, ¿me oyes?
—No hay nadie en casa, Elizabeth —dijo—. Es Halloween… y todos han muerto.
Dios mío… Dios mío, ¡no!
—¿Qué le has hecho a Conor? ¡Qué le has hecho!
—Truco o trato, Elizabeth —susurró la voz.
Ya no se reía.

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Capítulo 17

E ra como una de esas pesadillas en las que echas a correr y no llegas a ninguna
parte y gritas y nadie te oye…
Martha ni siquiera recordaba haber regresado al gimnasio desde el cuarto de las
taquillas… De pronto, estaba en la puerta y salió fuera corriendo, preguntándose
desesperada cómo se las había arreglado para atravesar la multitud. La lluvia caía a
raudales y se quedó allí indefensa llorando; alguien la llamó por su nombre y la
agarró por detrás.
—Martha… —era la voz de Blake tras la máscara, el rostro de la Muerte; Martha
se apartó con un grito—. ¡Eh! ¿Qué te pasa? ¿No has oído cómo te llamaba? ¿Qué…?
—¡Tengo que ir a casa! —sollozó Martha—. ¡Algo le ha sucedido a Conor!
—¿Qué? —Blake se dio media vuelta y Wynn corrió tras él—. Aquí está.
Wynn…, la he encontrado…
—Martha…, ¿qué…? —Wynn frenó en seco como si recibiera una advertencia de
algo que no quería oír.
—¡Tenías razón, Wynn! —Martha alzó la voz; estaba casi histérica—. Acabo de
recibir una llamada… ¡Me ha dicho que Conor está muerto!
—¿En qué tenía razón? —Blake parecía totalmente confuso—. ¿Queréis decirme
qué está pasando aquí?
—No te lo vas a creer —exclamó Wynn.
—Wynn —Blake puso un gesto serio—, vamos…
—¡He visto a Dennis!
—No murió, como todo el mundo creía… Es él quien me ha estado
amenazando… Cree que soy Elizabeth —añadió Martha.
Blake giraba la cabeza mirando primero a una y luego a otra; dio un paso atrás
como si le hubieran pegado un puñetazo.
—¿Qué…? ¿Qué decís?
—¡Ahora no puedo explicártelo! —Martha estuvo a punto de gritarle—.
¡Llévame a casa, Blake…, por favor!
—Wynn, ¿dónde está Greg? —preguntó Blake; Wynn sacudió la cabeza, y Blake
echó a correr hacia el gimnasio.
Wynn rodeó a Martha con los brazos; se quedaron abrazadas.
—Oh, Wynn…, si Conor está herido, jamás me lo perdonaré…
La voz de Wynn nunca había sonado tan aterrada.
—¿Qué está pasando?

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Esto es un infierno, quería decir Martha, eso es lo que está pasando; pero en
aquel momento Blake y Greg irrumpieron en el camino y las guiaron hasta el coche
de Blake. Al cabo de un momento se dirigían en el coche hacia las afueras del pueblo.
—¡Maldita sea, mira por dónde vas! —le espetó Greg cuando derraparon en una
curva—. Está muy resbaladizo. Ahora, por favor, que alguien me diga lo que está
pasando…
—Vale, vale, lo tengo controlado —Blake giró con el coche y todos se inclinaron
hacia un lado; luego limpió enfadado el parabrisas empañado—. Límpialo con un
trapo, ¿quieres? No veo por dónde voy.
Greg rebuscó en la guantera murmurando para sus adentros. Frotó el cristal con
un puñado de pañuelos de papel, dejando un rastro de tiras de papel húmedo. Martha
iba cogida de la mano de Wynn. De pronto sintió el impulso de echarse a reír… Con
los nervios habían olvidado quitarse las máscaras…: una gitana, una bruja y un
verdugo que van hacia su perdición en un coche conducido por la Muerte…
Un chirrido de ruedas la devolvió al presente… Un relámpago estalló demasiado
cerca de ellos; Blake vio la rama que había en la carretera justo a tiempo de dar un
volantazo y esquivarla. Greg lanzó una maldición en voz baja al salir despedido
contra la puerta.
—¡Oye, que nos vas a matar!
Puede ser cualquiera…, cualquiera…
—Oh, Conor —susurró Martha—. Por favor, no estés muerto.
Cuando por fin llegaron a casa vio la luz encendida en la ventana de Conor.
—Martha…, ¡espera!
Martha escuchó el grito de Blake mientras saltaba del coche en marcha… Se
arrancó la máscara, sintió el barro y el agua salpicándole mientras corría por el
camino e irrumpía por la puerta principal…
—¡Conor! —gritó—. ¡Conor!
El silencio se hizo eterno. Subió las escaleras tambaleándose, cayó en el
descansillo…
—¡Conor!
—¿Martha? —respondió la voz de Conor… Sonaba ronca y débil…, pero estaba
vivo… Escuchó unas pisadas en el pasillo, en el primer piso, y oyó cómo Conor se
vestía—. ¿Qué haces en casa? ¿Qué está pasando aquí?
Ya estaba entrando por su puerta cuando las luces se apagaron.
Escuchó las voces, sofocadas y sorprendidas, los cuerpos que tropezaban en la
oscuridad…
Oyó a Conor buscando el interruptor.
Escuchó el suave sonido de algo que se deslizaba pegado a la pared.
Por un terrible instante no fue capaz de situarlo, no lograba reconocerlo…, no
sabía lo que significaba…
Hasta que por fin entró en la habitación de Conor…

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Y supo que no estaban solos.
Entonces se le empezó a poner la carne de gallina; tenía el cuerpo tembloroso, se
le erizaba el pelo de la nuca…
—¿Conor? —susurró.
Algo se movió en la profundidad de las sombras. Algo que no era Conor. Algo
que parecía haber salido de la pared y ahora esperaba para saber qué iban a hacer.
Martha se quedó allí de pie, ciega e indefensa; el resto del grupo se había
recuperado y comenzaban a subir las escaleras a trompicones. Uno gritaba su
nombre…
En aquel momento las sombras se reunieron y se abalanzaron sobre ella. Martha
escuchó un gemido y el suave silbido de un metal que cortaba la oscuridad…; algo
cayó a su lado; la mano de Conor salió de la nada y se cerró en torno a la de
Martha…
—Vamos, Martha…, /date prisa!
Martha dejó que tirara de ella como si fuera una muñeca de trapo. Oyó cómo
buscaba a tientas con la mano a lo largo de la pared.
Unos dedos húmedos la agarraron por el tobillo.
Lanzó un grito y se precipitó al vacío, derrumbándose en un pequeño espacio
oscuro. Notó que estaban en algún tipo de pasadizo, pero no lograba descifrar cómo
habían llegado hasta allí. Martha sentía el cuerpo de Conor apretado contra el suyo,
escuchaba el sonido ronco que hacía tratando de respirar…, después escuchó la
pared…, ¡la pared!…, que se cerraba de un portazo y las manos que llamaban al otro
lado y el susurro ansioso de Conor:
—Tenemos que darnos prisa, Martha… Estamos atrapados al otro lado de la
pared…
El espacio era tan pequeño que apenas cabían el uno junto al otro. Conor logró
adelantarla de algún modo y oyó cómo se deslizaba y extendía los brazos, y se dio
cuenta de que estaban en unas escaleras estrechas. Los dedos de Conor encontraron
los suyos, la agarraron, tiraron de ella hacia abajo…, hacia abajo… Martha le seguía
aterrada, boqueando al notar las telas de araña que se le enganchaban en la cara.
Conor se detuvo de pronto y Martha se estampó contra él golpeándole con la
escayola. Ella le oía pelear con la madera.
—¿Dónde estamos, Conor? ¿Dónde estamos?
—No lo sé… —dijo él jadeando, y de pronto Martha se dio cuenta de que tenía la
camisa empapada y pegada contra el costado. Al principio pensó que era por la
fiebre, pero luego se frotó los dedos y comprendió que aquella humedad era
demasiado espesa para ser sudor.
—Dios mío, Conor, estás sangrando…
—¿Ah, sí? —dijo él con voz débil.
Ahora sentía que temblaba sin control. Se quitó el chal y se lo ató a Conor.
Deslizando los brazos alrededor de su cintura, apretó la cabeza contra su espalda y se

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puso a rezar.
De pronto, la puerta se abrió y cayeron al otro lado.
Al principio Martha estaba demasiado sorprendida como para moverse. Se quedó
allí apoyada contra Conor; el corazón le latía con fuerza y se dio cuenta de que
estaban tirados en el suelo. Hacía un frío húmedo y helado, y cuando abrió los ojos se
encontró rodeada de oscuridad.
—Yo… creo… que estamos en algún lugar del sótano —jadeó Conor.
Después le dio otro ataque de tos, y Martha intentó ayudarle a incorporarse.
—¿Pero en qué lugar del sótano? Oh, Conor, estás malherido… ¿Qué vamos a
hacer?
—Escucha —apoyó la mano en su brazo, tratando de recuperar el equilibrio.
—¿Qué? No oigo nada.
—A eso me refiero. Ya no nos persiguen.
A Martha le dio un vuelco el corazón.
—Entonces, ¿dónde está? ¿Dónde estamos?
Su susurro rebotó en el aire helado con un eco fantasmagórico. Desde algún punto
lejano le llegó un goteo constante de agua y la humedad los rodeaba, pesada y rancia.
—¡Espera! ¡Dios mío, Conor, espera un momento! —con un destello de
esperanza, Martha rebuscó en su bolsillo y sacó la caja de cerillas que le había dado
Greg—. Creo que quedan pocas. Conor, ¡Wynn dice que vio a Dennis en la fiesta!
Tenías razón…, no murió en el accidente… Lleva todo este tiempo esperando…
Conor no conseguía abrir la caja de cerillas. Jadeaba tanto que Martha le quitó la
caja, alarmada.
—Déjame…, yo la enciendo.
Encendió una, y Conor la cogió con dedos temblorosos, moviéndola en el aire
formando un arco destelleante.
Parecía que estaban en una especie de armario de almacén. Las tres paredes
estaban cubiertas casi por completo por estanterías medio podridas, viejas botellas,
jarras y cajas rotas; una puerta enorme ocupaba la cuarta pared. Conor dejó caer la
cerilla y Martha encendió otra rápidamente; iluminó el cristal roto, los charcos que
rezumaban por el suelo de piedra…
—Ayúdame con esa puerta —dijo Conor sin resuello.
—No, Conor, no lo hagas, déjame a mí. Tú sigue encendiendo cerillas.
—Tenemos que reservar las cerillas… Podemos necesitarlas más adelante.
Otra vez estaban rodeados de oscuridad. Martha oyó cómo Conor giraba el
picaporte, pero la puerta no se abría.
Juntos apoyaron los hombros contra la puerta y empujaron, pero la puerta no se
movía.
—Gritaré pidiendo ayuda —dijo Martha—. Greg, Blake y Wynn están en alguna
parte de la casa… Nos estarán buscando… Nos oirán y…

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De pronto estalló una risa… que llenó el sótano rebotando desde cada rincón
oscuro…, alzándose…, extinguiéndose después al otro lado de la puerta cerrada.
A Martha se le heló la sangre en las venas. Se quedó paralizada donde estaba y
escuchó las lentas, deliberadas pisadas…; la lenta, diabólica risa del rostro
invisible…
—Nadie volverá a oíros jamás —dijo la voz—. Nadie volverá a oíros… y nadie
os encontrará.
Martha estaba aterrada. Aquella voz…, la voz del teléfono…
—Yo soy quien de verdad te amaba…, ¿no te das cuenta? Yo te habría amado
mejor que nadie… Pero no…, tú siempre querías estar con él —la voz sonaba triste
—. Ahora estaréis juntos. Para siempre.
En la oscuridad se escuchó un sonido mortal.
En la oscuridad sonó como una explosión, pero en algún lugar de la mente de
Martha no fue más que el leve chisporroteo de una llama…
—Truco o trato —dijo la voz.
En medio del silencio se escuchó un silbido y un crepitar; un hilo de humo se
deslizó por debajo de la puerta… y subió hasta la cara de Martha.
—Es fuego —dijo Martha; se agarró a Conor, en la oscuridad—. Nos va a quemar
vivos.

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Capítulo 18

L a oscuridad se cernió sobre ellos, espesa y sofocante. Aquella oscuridad había


invadido su mente, su mundo, toda su esperanza, y ella sentía cómo iba
cayendo y cayendo; algo tiraba de ella intentando retenerla…
—Vamos, Martha —dijo Conor con voz ahogada; sentía sus manos heladas a
través de la ropa—. Ahora no puedes rendirte. Tiene que haber un modo de salir de
aquí…
—Cree que soy Elizabeth —dijo aturdida—. Y cree que tú eres Blake; lleva todo
este tiempo planeándolo…, esperando el momento justo…, y ahora hemos caído en
sus manos.
—¡Martha, cállate! —Conor le dio una bofetada, pero sin ninguna fuerza, y
estaba tan frío…, tan frío… Escuchó cómo se arrastraba de vuelta al pasadizo
secreto…, rozando la pared…, luchando por recobrar el aliento…—. No se abre…,
no pelemos salir por aquí…
—Toma —Martha se sentía como un autómata; se movía de forma casi ajena a su
voluntad—. Tú enciende las cerillas y yo busco. Tienes que reservar fuerzas.
—Estoy… bien…
De nuevo se encogió, vencido por un ataque de tos; Martha sabía que ahora no
era un simple resfriado. A la luz de una cerilla veía las gotas de color rojo oscuro en
torno a sus pies, el largo río oscuro por el lateral de sus vaqueros, su camisa
desgarrada. Las sombras se empezaban a espesar con un humo pálido, gris. Veía un
resplandor por debajo de la puerta y Conor encendió otra cerilla. Ella comenzó a
golpear con todas sus fuerzas.
—¡Ayuda! —gritó—. ¡Que alguien nos ayude! ¡Sacadnos de aquí! Conor, ¿por
qué no vienen? Les habrá hecho algo…
Le miró llena de desesperación; sintió un pinchazo agudo en las manos, escuchó
las llamas que lamían la puerta. La garganta ya le empezaba a arder.
—Agáchate —dijo Conor despacio—. Así es… más fácil respirar.
Vamos a morir. Se fue dando cuenta poco a poco, en silencio, y miró el rostro de
Conor iluminado por el último resplandor de la llama de una cerilla que se extinguía.
Vamos a morir; él lo sabe y tío quiere que me asuste…
—Lo siento, Conor —susurró.
—¿Qué es lo que sientes?
—Todo… Siento haberte causado tantos problemas… Siento haberte metido en
esto…
Él trató de reír, pero acabó lanzando un gemido.

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—Lo dices… como si no creyeras que podamos escapar de aquí.
—No creo que escapemos. Y tú tampoco, ¿a que no?
—La verdad… es que no has llegado a conocerme muy bien…
Sintió su mano en su cabeza…, el breve roce de su mejilla apoyada contra su
pelo…
Lo abrazó conteniendo las lágrimas y le sorprendió comprobar lo frágil que
parecía de pronto.
—Las estanterías, Martha —susurró—. Algo para derribar la puerta…
Hila obedeció, no porque creyera que fuera a funcionar, sino porque él estaba
decidido y quería que él se lo creyera. Se arrastró contra una de las paredes de
estanterías. Comenzó a arrancar las tablas medio caídas y de pronto…, de pronto…,
se levantó con un grito.
—¿Estás bien?
Se notaba que esta vez Conor estaba preocupado de veras, y Martha se quedó
mirándolo, por un momento demasiado asustada como para responder.
—¡Conor, aquí detrás hay algo! —balbuceó—. Parece… un túnel o algo así…
Conor encendió la última cerilla tratando de ver algo en medio de la oscuridad y
el humo.
—Ni siquiera está tapado… Sólo hay unos trastos apilados delante como si
alguien hubiera querido ocultarlo…
La cerilla chisporroteó… y se extinguió.
—Vamos —dijo Conor.
Apenas había sitio para avanzar a gatas. Conor se arrastró sobre su costado
herido, Martha luchaba con su escayola y se arrastraba tras él presa del terror. El túnel
retumbaba con la respiración trabajosa de Conor y el sonido apagado de las ratas que
se escabullían… Y tenía la espantosa sensación de que se iban arrastrando más y más
hacia las profundidades de la tierra, alejándose más y más de un posible rescate. La
oscuridad se hacía eterna.
Cuando Conor dejó de avanzar de pronto, Martha se abalanzó sobre él, presa del
pánico.
—¡Conor! ¿Estás…?
—Una puerta…, hay… una puerta al fondo —dijo Conor.
Martha escuchó cómo rascaba la madera con los puños; cada vez sonaba más y
más débil…
—¡Conor! —lo zarandeó con fuerza y sintió un escalofrío de peligro que la
atravesaba de pies a cabeza—. Se está abriendo…
Un crujido de goznes viejos, muy viejos, resonó en la oscuridad.
A medida que se iba abriendo, el túnel comenzaba a llenarse de una luz nebulosa.
Martha sintió que la mano de Conor se cerraba sobre la suya…, tiraba de ella.
Conor se puso en pie tambaleándose…

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—Martha —susurró, y ella notó cómo se tambaleaba, sintió sus manos heladas
que se enfriaban aún más—, estamos en el mausoleo.
Por un momento se quedó en blanco… Y no, esto no puede ser cierto, estoy
soñando, tengo que despertarme, me despertaré ahora mismo…, ahora mismo…, y
avanzó flotando, guiada por Conor a través de un sueño inofensivo, increíble…
La luz le hada daño en los ojos.
Una luz difusa y brillante, repentina, que latía entre las sombras…, trepando por
las paredes donde los muertos yacían en su silencio sepulcral…, danzando en un
círculo feroz en torno a un altar decorado con velas…
Un altar adornado con velas…
Y el aroma de las flores muertas…
De la muerte…
Sintió el brazo de Conor que la rodeaba, que la apartaba, que la apartaba de las
luces, de los cientos de llamas de las velas centelleantes.
—No mires, Martha…
—Conor, ¿qué pasa? ¿Qué hay?
—No —dijo Conor, y sonaba tan extraño…, y no, no quiero oírlo, no voy a oírlo,
no es cierto…
—Martha —dijo Conor—, creo que acabamos de encontrar a Dennis.
Martha lo miró aterrada, incrédula. De pronto vio que algo se le acercaba por la
espalda, una figura alta, negra, que apareció entre las sombras flotando, con el rostro
de la Muerte que reflejaba los cientos de luces diminutas, diminutas…
—¡Cuidado, Conor! —gritó.
El cuchillo cayó lanzando un destello…, cortando la oscuridad…, hundiéndose en
el hombro de Conor…
Vio cómo Conor salía despedido… y caía al suelo, a sus pies…
Vio a la Muerte que se inclinaba sobre él. El cuchillo goteaba sangre en el
suelo…
—Dennis —protestó la voz—, ¿cómo has podido salir?
Entonces la Muerte la miró a los ojos.
—Elizabeth…, ¿por qué me obligas a hacer esto de nuevo?
Martha retrocedió tambaleándose, con los ojos aterrados, mientras la Muerte se
quedaba allí, erguida, observándola en silencio. Debajo de Conor, un charco oscuro
crecía en el suelo.
—¿Por qué? —gritó Martha—. ¿Por qué lo haces? —tendió las manos hacia
Conor, pero la Muerte se interpuso entre ellos—. ¿Es que no lo ves? ¡Yo no soy
Elizabeth! ¡Soy Martha! ¡Elizabeth ha muerto! ¡La has matado! —Martha se echó a
llorar, retrocediendo al ver que la Muerte se acercaba—. ¿Por qué lo has hecho,
Blake? —sollozó—. Es imposible que odiaras tanto a Dennis…, es imposible que
tuvieras tanto miedo de perder a Elizabeth… Podías haber conseguido todo lo que
hubieras querido…

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La manga negra se alzó poco a poco. La hoja del cuchillo, que medía más de
veinte centímetros, resplandecía y brillaba.
—Te quiero, Elizabeth —siseó—. ¡Truco o trato!
Martha no tuvo tiempo de gritar.
Vio descender el cuchillo…
Las pequeñas llamas se desparramaron como chispas cuando las puertas se
abrieron de par en par y el viento y la lluvia entraron en la tumba rugiendo; los dos
cuerpos se lanzaron hacia delante, apartando a la Muerte…
Entonces escuchó los gritos…
Los gritos salvajes, enloquecidos y desgarrados cuando la Muerte se lanzó sobre
Blake y se empezó a retorcer entre sus brazos…
—Blake… —murmuró Martha.
—¡Greg, llama a una ambulancia! —gritó Blake, y arrancó la máscara,
arrebatándole el cuchillo de las manos cerradas, derribando el cuerpo desmayado
mientras el largo pelo castaño se desparramaba en torno al rostro contorsionado—.
Están muertos, ¿me oyes, Wynn? Los dos… han muerto.

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Capítulo 19

—¡ C onor! —Martha se arrodilló junto a su cuerpo tendido, le tocó en el


hombro y retiró una mano manchada de sangre—. Dios mío, Blake,
creo que está…
—No está muerto. Toma… Aprieta esto contra él. Sujétalo fuerte.
Sin dejar de vigilar a Wynn, Blake se quitó la capa negra y tapó a Conor; luego,
se quitó la camisa y la apretó contra su hombro. Conor tenía la cara macilenta, pero
abrió los ojos, intentando enfocar las dos caras que se inclinaban sobre él.
—Vas a ponerte bien, ¿me oyes? —Blake apretó la mano de Conor—. Aguanta,
tío, aguanta.
A Conor se le nubló la vista; tenía la mirada llena de dolor y confusión. Movió la
cabeza, buscando a Martha.
—¿Estás…? ¿Estás bien?
Apenas movió los labios, Martha se acercó a él, esbozando una sonrisa forzada
para tranquilizarle.
—Gracias a ti… Ahora quédate callado. La ambulancia está en camino… —abrió
los ojos alarmada cuando Conor dejó caer la mano de su brazo—. ¡Blake!
Blake buscó su pulso y asintió con gesto serio.
—Se ha desmayado. Sujeta esto.
—¿Por qué no me has dejado quedarme con él, Elizabeth? —dijo la voz desde el
rincón.
No era la voz de Wynn, pero procedía de la boca de Wynn, y una desconocida los
miraba desde los ojos apagados de Wynn. Levantó las rodillas, se enroscó en forma
de pelota y comenzó a balancearse, muy despacio, mirándolos.
—Creías que amabas a Dennis, ¿verdad, Wynn? —dijo Blake con voz suave—.
¿Por qué no nos dijiste lo que sentías por él?
Sus ojos se oscurecieron llenos de un odio amenazador. Martha se apretó contra
Conor, como si él pudiera protegerla de aquel odio.
—Tú le odiabas —dijo Wynn—. Te las habrías arreglado para que no pudiéramos
estar juntos.
—Él no te amaba, Wynn —dijo Blake—. Amaba a Elizabeth.
—Elizabeth…, Elizabeth…, Elizabeth… —canturreó ella suavemente—.
Elizabeth no le quería. Elizabeth había terminado con él. Ya no podía dejar que
volviera con ella… Jamás habría llegado a saber cuánto le quería yo. Era yo, sabes…
—tenía una mirada de frío orgullo—. Era yo la que le quería más.

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Blake miró al suelo. Al otro lado de la habitación unas velas seguían centelleando
en torno al improvisado altar, arrojando sombras siniestras sobre las paredes de
piedra y las lápidas desgastadas…, sombras de algo que una vez tuvo forma
humana…
—Tú los seguiste aquella noche, ¿verdad? —dijo Blake en voz baja.
—Los seguí. Tenía que seguirles. Las llamadas no funcionaban, las amenazas no
funcionaban y aquella noche iban a hablar. La iba a convencer para que volviera con
él… —cerró los ojos un instante y luego los volvió a abrir; los tenía brillantes—. Por
un momento lo tuve todo para mí…, tuve alguien que me amaba…
—No te amaba. Te estaba utilizando.
—¡No digas eso! ¡No se te ocurra decir eso!
Martha se apartó de aquellos ojos llenos de odio, pero Blake la miraba
directamente a los ojos.
—Te estaba usando para no perder el contacto con Elizabeth…
—¡Él me quería! —exclamó Wynn—. ¡Quería quedarse conmigo!
—¿Y qué hiciste aquella noche, Wynn? Después de seguirles a casa, ¿cómo te las
arreglaste para quedarte a solas con Elizabeth, en su habitación?
Wynn se quedó pensativa un momento, frunciendo las comisuras de su boca.
—Sólo tuve que entrar. Entré y ya está. Ni siquiera me oyeron —sus facciones se
retorcieron al recordarlo—. Estaban los dos en su cuarto y se reían…, los oía
hablar…, oía el ruido de la cama… No podían sospechar que yo estaba allí…
Martha miraba a Conor, miraba sus mejillas manchadas, su pelo cubierto de
sangre, la camisa de Blake que se iba empapando entre sus manos temblorosas.
Contuvo las náuseas y cerró los ojos.
—Creyeron que era un ladrón —Wynn sonrió—. Les engañé. Hice ruido abajo y
fui al sótano. Entonces bajó Dennis, sabía que bajaría…
Martha quería taparse los oídos, pero no podía. La escayola que tenía en el brazo
pesaba como un muerto… Los dedos de la otra mano se le habían quedado dormidos
intentando cortar la hemorragia de Conor…
—Lo golpeaste —dijo Blake suavemente—, ¿verdad?
Wynn asintió con un gesto inexpresivo.
—Tuve que hacerlo —dibujó un círculo en el suelo con un dedo—. Cogí un
cuchillo de la cocina. Subí por las escaleras secretas hasta el armario. Ella seguía en
la cama esperándolo. Sonreía —Wynn se encogió de hombros, casi con indiferencia
—. Ni siquiera me quedó otra elección. Tuve que hacerlo.
Entonces Blake se dio media vuelta. Levantó una mano como queriendo apartar
aquellas imágenes horribles, pero Wynn continuó:
—No se resistió —dijo, como si aún la fascinara—. Estaba tan sorprendida… La
verdad es que fue fácil…
—¿Qué… qué hiciste con Dennis? —murmuró Blake.

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—Volví abajo para contarle la noticia…, que por fin éramos libres…, pero…,
pero… —abrió más los ojos, poco a poco fue arrugando la cara—. No me respondía,
no se movía, no hablaba… —respiró hondo; endureció la voz—. Fue culpa de
Elizabeth… Fue culpa suya que Dennis resultara herido… Si se hubiera apartado de
él, jamás habría llegado a…, a…
Martha tenía el corazón en un puño, Wynn comenzó a estirarse y a ponerse en pie.
Blake se interpuso entre ellas con disimulo, pero Martha veía que tenía todos y cada
uno de los músculos en tensión. De entre la oscuridad que centelleaba cerca de la
parte frontal de la tumba les llegó el sonido de unas pisadas que se aproximaban con
cautela.
—¿Greg? —llamó Wynn suavemente—. Greg, ¿eres tú?
—Sí, Wynn, soy yo.
A medida que Greg se acercaba muy despacio hacia ellos, Martha notó por
primera vez que las altas, amplias puertas del mausoleo estaban abiertas y un viento
fresco, helado, inundaba las sombras.
—Les estaba hablando de Dennis —exclamó Wynn llena de ansiedad—. Les iba a
contar cómo coloqué su coche en el puente…, estaba…
—Sí, querida, te he oído.
Martha jamás había visto a Greg tan alterado, con la cara tan pálida, las manos tan
temblorosas. Con suavidad, con cariño, volvió a sentar a Wynn en el suelo y le dirigió
a Blake una mirada patética.
—El sueño, Greg —Wynn levantó la vista hacia el rostro de Greg; hablaba con
voz infantil—. El sueño que se repite, Greg. ¿Te lo he contado? ¿Te he hablado de la
oscuridad…, la oscuridad interminable…?
—Sí —respondió Greg con voz triste—, me has contado el sueño.
¡Aquel hueco estrecho! Martha levantó la cabeza, y su mirada se encontró con la
de Blake; por fin comprendía.
—El mausoleo —murmuró Martha—. Trajo a Dennis aquí, al mausoleo…
—Fue Greg quien lo averiguó —dijo Blake en voz baja—. Cuando Conor y tú
desaparecisteis y notamos que llegaba olor a humo desde el sótano… —hizo una
pausa, respiró hondo—. Después de apagar el fuego y derribar la puerta, descubrimos
el pasadizo… Greg sabía que tenía que conducir a algún lugar, lejos de la casa.
Entonces recordó las viejas historias sobre los pasadizos que llevaban al cementerio.
Martha extendió la mano y agarró el brazo de Greg. Él esbozó una débil sonrisa.
—Menos mal que tenía mi hacha de confianza, ¿verdad? —estaba de pie a su
lado, con las manos cerradas en forma de puño—. La policía está en camino… Yo…
—sacudió la cabeza y se arrodilló junto a Conor. Se quitó el disfraz y le arropó los
costados con él.
Conor se agitó un poco…; luego, se quedó quieto de nuevo.
—Greg —dijo Wynn con voz suplicante—, ¿vienen por mí?
Greg y Blake se miraron.

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—Sí —contestó Greg con voz suave—. Te llevarán a un lugar en el que estarás
segura.
Wynn miró primero a lino y luego a otro.
—No creo que pueda ir. Dennis no querría que le dejara solo, ¿sabéis? Por eso
quería venir aquí…, para poder estar conmigo y no con Elizabeth…
Martha vio que Greg se debatía tratando de ocultar su repulsión…, trataba de
evitar mirar hacia las velas que rodeaban aquella cosa que yacía sobre el altar…,
mientras Wynn extendía su mano hacia él…
—No permitirás que me lleven, ¿verdad, Greg? No lo permitirás, ¿verdad?
Greg se apartó de aquella mano extendida.
Wynn saltó de forma tan repentina que nadie vio que había cogido el cuchillo.
Se abalanzó sobre Martha con un grito. La derribó.
Martha sintió el crujido de la piedra contra su cráneo…
La sensación del frío metal contra su garganta…
Las voces lejanas se desvanecieron… Las sombras bullían de luces y gritos y
movimiento…
—¡Martha! Martha, ¿me oyes?
De pronto estaba en los brazos de Blake, y por encima de su hombro veía a
Wynn, que forcejeaba, a Wynn arrastrada por tres policías…, el rostro de Wynn
transformado en un rostro diabólico, que miraba a Martha con furia venenosa.
—¿Por qué has tenido que volver, Elizabeth? —gritaba mientras se debatía—. /Es
mío! ¡No puede ser tuyo! ¡Deberías haber escuchado mis advertencias! ¡A estas horas
deberías estar muerta! No puedes huir de mí… Siempre he estado en la casa…,
escuchando…, vigilando… Yo te maté, Elizaheth… ¡No puedes quitarme a Dennis!
Los gritos desesperados se desvanecieron en la noche. Martha se apartó de los
brazos de Blake cuando se llevaron a Conor en una camilla.
—¡Tengan cuidado con él! —suplicó—. ¿Adónde lo llevan?
Había tanta gente allí dentro, tanta confusión…, luces cegadoras…, linternas…,
voces que ladraban órdenes…, un hombre con una libreta de notas…
—Tranquila, señorita. ¿Es su amigo? —el hombre hizo una seña hacia la camilla
que se llevaban—. ¿Cómo se llama?
—Es mi hermano —dijo Martha—. Conor Wheelwright. Mi hermano.
Vio que Greg estaba absorto en una conversación con otros policías; de nuevo
sintió los brazos de Blake que la rodeaban.
—No le pasará nada —dijo—. Me lo han asegurado. Te lo prometo.
—Oh, Blake… —los horrores se arremolinaban a su alrededor y ella se derrumbó
contra su pecho. Sintió que la besaba en la frente. Las lágrimas comenzaron a
resbalar por sus mejillas y sacudió la cabeza—. Conor lo sabía.
—¿Qué es lo que sabía?
—La primera vez que encontramos el cementerio, tuvo un mal presentimiento
con el mausoleo —recordó Martha—. Sentía que había algún tipo de peligro —cerró

Página 131
los ojos con fuerza y reprimió un sollozo—. ¿Podemos ir al hospital?
—Pues claro —la abrazó con más fuerza. Sentía cómo latía su corazón contra el
pecho—. Casi te pierdo esta noche —dijo con voz ronca. Volvió a besarla…, un beso
largo y dulce…, y cuando ella por fin abrió los ojos, vio que él sonreía—. ¿Sabe
Conor la suerte que tiene?
Martha pensó en Conor, tan quieto y pálido cuando se lo llevaban…, en lo mucho
que se enfadaría al despertar y encontrarse en el hospital. Y se vio junto a su cama y a
Blake allí con ella, y cómo Conor pondría una de sus caras, y cómo a ella ni siquiera
le importaría…
Miró los cálidos ojos castaños de Blake y le besó con dulzura, en plena sonrisa.
—Yo sí que tengo suerte —dijo Martha.
Lo decía en serio.

Página 132
Este libro ha sido digitalizado desde su edición en papel para EPL. Si has pagado por
él te han timado y si lo has bajado de alguna página en la que te saltan anuncios, no
tiene nada que ver con epublibre. Si encuentras alguna errata, por favor visítanos y
repórtala para que podamos seguir mejorando la edición. (Nota del editor digital)

Página 133
Notas

Página 134
[1] La fiesta de Halloween se celebra en Estados Unidos el 31 de octubre, la víspera

de Todos los Santos. Esa noche los niños se disfrazan de brujas y fantasmas y hacen
farolillos con calabazas vacías, dentro de las cuales colocan velas encendidas. (N. de
la T.). <<

Página 135
[2] El Día de Acción de Gracias es una de las fiestas más importantes de Estados

Unidos, y data de 1621. Se celebra el cuarto jueves de noviembre para conmemorar el


éxito de la primera cosecha obtenida por los colonos en tierra americana. (N. de la
T.). <<

Página 136
[3] En la noche de Halloween los niños van de casa en casa y, al grito de «truco o

trato», amenazan con gastar una broma si no reciben un regalo. (N. de la T.). <<

Página 137

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