Contenido
Créditos editoriales
Agradecimientos
Dedicatoria
1. Yo como vos
2. Cómo y cuándo empezó todo
3. Y seguí creciendo…
4. De mis 13 a mis 17
5. El mundo a mis 17
6. Hoy cumplo 26 años: empieza el cambio
7. El boom de Instagram
8. La perfección no existe. La restricción hace al atracón
9. ¿Y si lo hacemos juntas?
10. El mundo del coaching
11. No soy víctima de nada ni de nadie
12. Mi cuerpo hablaba por mí, y mi mente lo malinterpretaba
13. Las olas y el viento sucundum, sucundum (un dato de color)
14. Me gustaría hacerlo por vos, pero no funciona así
15. Hoy tengo 27 años
16. Frases, ejercicios y tips que te pueden ayudar
17. Estamos en construcción
Bibliografía
Créditos editoriales
Frontera, Jimena
Todas estamos en la misma : nunca nada es suficiente / Jimena Frontera. - 1a
ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Hojas del Sur, 2021.
Libro digital, EPUB.
ISBN 978-987-8310-94-7
1. Autoayuda. 2. Desarrollo Personal. I. Título.
CDD 158.1
Todos los derechos reservados.
No se permite la reproducción total o parcial, la distribución o la transformación
de este libro, en ninguna forma o medio, ni el ejercicio de otras facultades
reservadas sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada
por las leyes vigentes.
©2021 Editorial Hojas del Sur S.A.
Albarellos 3016
Buenos Aires, C1419FSU, Argentina
Argentina
Tel. 54-11 4981-6178 / 6034
www.hojasdelsur.com
Publicado por Hojas del Sur
Dirección editorial: Andrés Mego
Edición: Silvana Freddi
Diseño de portada: Cali Hernández y Vero Lara
Conversión digital: AADG Studio
Agradecimientos
Gracias, mamá, porque nunca me soltaste la mano. Incluso cuando te culpé
de todos mis problemas.
Gracias, papá, porque de vos entendí que el amor se manifiesta de muchas
maneras. Y, de tu crecimiento, aprendí sabiduría, ternura y generosidad.
Gracias, hermana Dani, por haber sido mi compañera en las
circunstancias que nos regaló la vida. Fuiste mi mejor espejo, mi mejor
opuesto complementario.
Gracias, hermana Lu, por haber sido la mejor combinación entre mejor
amiga y segunda mamá para mí. Porque, cuando estaba en guerra con la mía,
te abrazaba a vos, y sentía su cariño.
Gracias, hermano Ernesto, por enseñarme superación y bondad.
Gracias, Juli, Nati, Berni, Mada, mis amigas del alma, hermanas de la
vida. Son mi mejor elección, mi mejor refugio; aprendo de ustedes día a día.
Gracias, amigas íntimas, ustedes saben quiénes son. Yo no sería la misma
sin contar con su apoyo y contención.
Gracias, amor mío, Jacobo, padre de mi hijo. Gracias por haberme amado
cuando yo no podía hacerlo. Gracias por amarme sin condiciones. Gracias
por impulsarme día a día a superarme. Gracias por tomarme de la mano
todos los días, por acariciarme el alma, por ser mi espejo, mi compañero de
vida, de aventuras, de aprendizajes. Gracias, amor mío, por ser exactamente
como sos.
Gracias, Feliciano, hijo mío, angelito de mi alma. Mi amor por vos es
para escribir otro libro entero.
Gracias, abuelo Daniel, abuela Isabel. No los conocí, pero sé que parte de
quien soy es gracias a ustedes. Los llevo en el alma.
Gracias, abuelo Heraldo, abuela Berta, por haberme dado todo su amor.
Atesoro los recuerdos que tenemos juntos.
Gracias, Gabi Vergelín, por haberme tomado de la mano en este camino y
por tu gran aporte al ayudarme a escribir los tappings de este libro. Sos para
mí un ángel de la guarda.
Gracias, Andrés, por haberme convocado para escribir este libro. Por
haber confiado en mí desde el primer momento. Y por haberme hecho
incursionar en esta maravilla que es el compartir a través de la escritura.
Y, por último, gracias a MÍ. Gracias, Jime, por nunca dejar de buscar tu
amor y tu paz interior.
Dedicatoria
Este libro está dedicado a todas aquellas mujeres que alguna vez midieron
su valor por cómo se ve su cuerpo. A todas aquellas mujeres que se
maltrataron y se maltratan día a día por no cumplir con un ideal inalcanzable.
Está dedicado a todas aquellas personas que, al hablar consigo mismas, se
tratan como si fuesen su peor enemigo.
Y está dedicado a todas aquellas personas que tengan ganas de
CAMBIAR. De enfrentarse a sus peores miedos. De hurgar profundo en su
interior. De hacer un camino de autoindagación. Y de, finalmente, llegar al
fondo del asunto para romper con las cadenas del juicio, la vergüenza, y el
lamento de ser yo para dejar de sobrevivir y empezar a VIVIR.
TODAS ESTAMOS EN LA MISMA habla por todas esas mujeres que, aun
siendo muy distintas, se unen en la peor de las causas: no quererse a sí
mismas.
¿Quién no se miró a un espejo y se
criticó por lo que veía?
¿Quién no se comparó con los logros
de sus compañeras?
¿Quién no se juzgó, se maltrató, se
desalentó y se convirtió en su peor
enemiga?
No importa si sos alta, gorda, flaca, baja, rubia, morocha, pelirroja, con
rulos, pecas, pelo lacio, de personalidad extrovertida o increíblemente
tímida. Todas y cada una de nosotras nos ocupamos de encontrar ese
“defecto” que nos está arruinando la vida, que no nos permite ser libres y
que no nos deja disfrutar de quiénes realmente somos.
TODAS ESTAMOS EN LA MISMA nos une, esta vez, en un viaje
poderosamente revolucionario donde, juntas, vamos a descubrir que ser
diferentes es exactamente lo más maravilloso que podemos ser. Que no nos
sobra ni nos falta nada. Y vamos a tirar por la ventana todos esos complejos
y mandatos que los estereotipos de belleza, las grandes marcas y los medios
de comunicación lograron meternos en nuestra mente, y hacernos sentir
pequeñas. Así, nos despojaremos de estos estereotipos para siempre y
encontraremos nuestra verdadera esencia, nuestras fortalezas, nuestra luz y
nuestra paz interior.
No es un cuento de hadas. Las hadas me dan a cuento. Esto es la pura y
cruda realidad. Para encontrarte, tenés que meterte en lo más profundo del
barro, donde está sucio, donde te raspás y duele, donde por momentos sentís
que te ahogás. Pero hay algo seguro: en ese barro van a quedar enterradas tus
ganas de seguir en tu zona de confort (porque bien sabemos que te
acostumbraste a no quererte). De todos esos nutrientes que absorbiste, mujer
maravillosa, vas a florecer.
Quiero compartirte algo.
Mejor dicho,
quiero compartirte todo.
En este libro quiero compartirte todo.
Porque dar es recibir.
Porque escatimarle información al
resto
es escatimársela a uno mismo.
Soltar no es decir: “Adiós”, sino
“Gracias”.
Por eso, ¡manos a la obra!
I
Yo como vos
Yo, como vos,
me miré al espejo y me di asco.
Yo, como vos,
lloré después de pesarme en la balanza,
viendo cómo cada vez el número subía.
Yo, como vos,
me sometí a dietas extremas
donde nada importaba, donde nada comía, donde nada cambiaba.
Yo, como vos,
me lastimé.
Lastimé a los que más me quieren,
y me alejé de todos y de mí.
Yo, como vos,
me sentí perdida.
Y creí que esa sensación jamás acabaría.
Yo, como vos, perdí todas las esperanzas,
y me resigné a vivir en la sombra,
en la infelicidad constante,
en ese amargo “Qué sé yo”.
Yo, como vos también podés,
pude encontrar el camino
y ver la luz al final del túnel,
entendiendo que, de no haber pasado por ese oscuro túnel,
jamás hubiese llegado a la luz.
Yo, como vos,
pude amigarme con mi pasado,
para disfrutar de mi presente,
sin preocuparme del futuro.
Yo, como vos,
pude mirarme al espejo
y estar feliz y orgullosa de la mujer que soy,
de la niña que fui,
de todo lo que viví.
Yo, como vos, me perdí,
y yo con vos me quiero volver a perder.
Para que cada una marque su camino abriendo paso entre las ramas, los
yuyos, el barro y las espinas,
y juntas miremos el sol
y le sonriamos a la vida.1
Esta es mi historia y, sinceramente, desearía que fuese solo mía, porque no
le deseo a nadie sufrir así. Pero, lamentablemente, también es la historia de
millones de chicas más que, sin entender por qué, se miran al espejo y odian
lo que ven.
No importa si sos flaca; si sos gorda; si sos rellenita, bajita, altísima…
Todas tenemos ese algo. Todas tenemos esa parte nuestra de la que sentimos
que existe para cagarnos la vida y que, si fuese por nosotras, la
extirparíamos en este momento sin dudarlo. Cada vez que hay que pedir un
deseo, deseamos cambiarla.
¿Hace cuánto no te das un abrazo?
Real. A vos misma.
Brazo derecho al hombro izquierdo, brazo izquierdo al hombro derecho.
Hay gente que ni siquiera puede hacer eso porque le falta un brazo, o dos.
Y vos, con toda la libertad que tenés de abrazarte a diario, no podés
recordar la última vez que lo hiciste.
Pero así somos... lo que tenemos no lo valoramos. Y lo que no tenemos lo
queremos, hasta que lo logramos, y ya no nos importa tanto.
Te propongo algo: dejá el libro apoyado un segundo... cerrá los ojos… y
abrazate.
Si seguiste leyendo en vez de hacerlo, te propongo que pienses por qué.
Probablemente, porque ya estás cansada de que nada te funcione, de que
cada plan que empleaste para poder ser feliz nunca da resultados. Entonces,
antes de siquiera intentarlo, ya te das por vencida, y decretás que ESTO
TAMPOCO TE VA A FUNCIONAR.
Si es así, si estás leyendo esto pensando: “Bueno, lo leo, pero en mí nada
va a cambiar; soy así: soy infeliz”, primero, quiero decirte que te entiendo.
Porque fui así muchísimos años de mi vida. Y, segundo, quiero decirte que
me des una oportunidad. O, mejor dicho, que TE des una oportunidad.
Porque yo acá no voy a hacer nada, salvo contarte lo que me funcionó a mí, y
que confíes en vos. Si vos no confiás en vos misma, acá estoy yo, con toda
mi energía y con toda la certeza de este mundo de que VOS SOS CAPAZ de
terminar con este sufrimiento constante. YO CONFÍO EN VOS.
Y, si te diste ese abrazo, si abriste tu corazón, tu alma, tus alas y decidiste
al menos por un segundo que vos sos lo más importante de tu vida y que esta
vale la pena, te acompaño. Te admiro. Te siento. Y te propongo que te
abraces cada día más. Cuando no sepas qué hacer con lo que te pasa, hacete
bolita y abrazate. Cuando no entiendas por qué lloras, hacete bolita y
abrazate. Cuando tu cabeza te dé con un látigo, devolvésela con todos los
pensamientos más hermosos que puedas tener; hacete bolita y abrazate.
Todos los días,
al despertarte,
tomate diez segundos,
hacete bolita
y abrazate.
Texto insp irado en el p oema Yo como vos, de Guillermo Irrgang.
Yo confío
en vos.
Ninguna está exenta de sufrir al pedo
Me van a escuchar hablar mucho del “estar gorda” como mi peor miedo.
Me van a escuchar hablar de mis piernas gordas, mis brazos gordos, mi
rollo en la panza, mi papada… todo enfocado en el terrible temor que me
generaba el hecho de convertirme en una persona que no entrara dentro de
los estrictos parámetros de belleza que hoy (y hace muchísimos años) tiene
la sociedad de muchos países del mundo. Pero no por eso quiero que esto
sea una excusa para que te sientas excluida de este libro y puedas decidir no
leerlo porque “no te incluye”, y así te salves de la dura tarea de mirar de
frente a tus peores miedos y seguir siendo infeliz en tu zona de confort.
Porque acá el camino que estamos recorriendo juntas es el de la
autoaceptación, la autovaloración, la posibilidad de disfrutar de nuestras
vidas, de ser libres emocionalmente y de terminar con tanto sufrimiento. Y
esa cárcel no la vivimos solo las que depositamos nuestro miedo en la
gordura, sino que soy consciente de que nos afecta a TODAS. NINGUNA
ESTÁ EXENTA DE SUFRIR AL PEDO.
Algunas sufren por ser demasiado flacas, mientras que otras matarían por
esa delgadez.
Algunas sufren por ser demasiado altas, mientras que otras se ponen tacos
altísimos, incluso aunque se lastimen los pies. Algunas sufren por tener
mucho busto, mientras otras se rellenan los corpiños con medias. Algunas
sufren por sus pecas, por su color de pelo, por sus estrías, por su celulitis,
por su nariz, por el color de sus ojos, por la forma de sus ojos, por su pera,
por su mandíbula, por sus dientes, por sus brazos, por su “contextura
grandota”, por su “culo chato”, por su “culo grande”, por su frente, por su
papada, por sus rodillas, por sus tobillos, por sus pies… REALMENTE, ES
INTERMINABLE LA LISTA DE LAS COSAS NO IMPORTANTES POR
LAS QUE SUFRIMOS LAS MUJERES.
Y, con llamar a estas cosas “no importantes”, no quiero decir que seamos
boludas por sufrir por esto; para nada, sino que no tuvimos mucha opción
porque fue lo que la sociedad nos hizo absorber desde chiquitas.
II
Cómo y cuándo empezó todo
S iempre fui considerada una nena muy linda. El mundo a mi alrededor
me lo hacía saber. Todos mis compañeritos del jardín y de la primaria
estaban enamorados de mí. A mi mamá la frenaban por la calle para decirle
lo hermosa que era… Recuerdo que, cuando iba al shopping, siempre
escuchaba susurros, como “¿Viste esa nena?, la de rosa. ¡Es hermosa! Se
parece a Pampita. O a Kate Moss”. Y a mí me encantaba. Se ve que me lo
dijeron tanto que yo creí que solo eso era: hermosa. Y nada más.
Siempre quise ser actriz. Y, cuando digo siempre, es SIEMPRE. Recuerdo
que, a los cuatro años, lloraba si no me elegían para hacer de Ricitos de Oro
en las actuaciones de la salita. Y, a los seis o siete, ya no quería ir más al
teatro a ver a los chicos de Chiquititas (una novela de adolescentes muy
exitosa en Argentina), porque me daba tanta impotencia tener que estar
sentada tranquilita en mi asiento mientras los actores bailaban y cantaban en
el escenario que no entendía por qué yo no podía estar ahí. O sí entendía.
Pensaba: “Si todos los nenes en ese programa son hermosos y a mí siempre
me dicen que soy hermosa, bueno, entonces no debo ser TAN hermosa como
para estar en la tele”.
Mi mente perversa
Cuando era chica y tenía alrededor de ocho años, jugaba un juego. Si me
sentía amenazada ante una compañerita, me decía: “Si es más gorda que yo,
yo ya gané”. Hasta me da vergüenza admitir esta idea absurda, pero al
mismo tiempo considero que mucha gente piensa de esta manera, solo que
quizás no lo volcó en un juego tan concreto. Bueno, “juego”… Hoy sé que
era un acto de defensa.
La seducción es poder.
El poder es control.
¿De qué me sirve el control?
No sé, pero lo quiero.
A los diez años, chapé2 por primera vez. Era muy chica y me sentía
culpable al respecto. Yo estaba enamoradísima desde siempre de Julián
(nombre ficticio). Él era dos años más grande que yo; iba al curso con mi
hermana, y sus papás eran muy amigos de los míos.
Un fin de semana, Julián, sus papás y mi mejor amiga Julia fueron a
nuestra quinta en Tomás Jofré a pasar unos días de verano, como muchas
veces lo habían hecho. En un momento, Julia, Julián y yo estábamos solos en
la casa, y él me dijo que quería preguntarme algo. Salimos a una parte
escondida del jardín, a la luz de la luna, y Julián me pidió que fuera su
novia, y también me pidió un beso.
Feliz, accedí a ese título. Y, cuando con mucho miedo (pero al mismo
tiempo con mucho entusiasmo por ese beso) me lancé a dárselo, sentí cómo
Julián abrió su boca y empezó a pasar su lengua dentro de la mía. Mi cabeza
giraba a ٢٠٠ revoluciones por segundo. Pensaba: “¿Qué es esto? ¿Esto es
transar? ¿Chapar? ¿Besar con lengua? ¿Esto es lo que hacen los grandes?”.
Al terminar el épico beso de adolescentes prematuros, me fui corriendo a
la casa a buscar a mi mejor amiga para contarle con emoción, miedo, y hasta
con un poco de culpa. La encontré en el baño haciendo caca. (Siempre nos
reímos de eso).
El noviazgo con Julián continuó, y no fue como cualquier noviazgo de
nenes. Se volvió un tanto retorcido… A mí no me gustaba chapar porque
sentía que estaba haciendo algo que era demasiado pronto para mi edad, y él
no paraba de pedírmelo. Además, como algo típico de noviazgos de nenes,
cortábamos y volvíamos mil veces. Entretanto, él se le declaraba a alguna
amiguita mía y después volvía a decirme que me quería a mí. Y todo un rollo
sin sentido que a mí me producía muchísimo estrés y me rompía de a poquito
el corazón.
Un día, a mis 11 años, estábamos chateando por MSN (si tenés más de 27
años, sabés exactamente de lo que estoy hablando), y a él se le ocurrió
pedirme unas fotos. “¿Unas fotos? —pensé yo—. ¡Claro! ¡Voy a salir
hermosa y sonriendo! Para que él las imprima y las ponga en su cuarto o para
que tenga una de fondo de pantalla”.
“Son unas fotos un tanto diferentes —me explicó él—. Me gustaría
que te pongas de espaldas, con una pollera corta, que apoyes las manos
al frente en tu escritorio y mires para atrás”.
Esas fotos eran más parecidas a las que veía en las revistas (y de las que
mi mamá decía que todas esas mujeres eran unas atrevidas), en vez de las
fotos de portarretratos de las películas románticas que miraba yo. Pero él era
mi novio. Y me quería… ¿y si dejaba de quererme si no lo hacía? Le dije
que accedía a mandarle esas fotos siempre y cuando las viera por un segundo
y las eliminara por completo de su computadora. Obviamente, accedió.
Ingenuamente, le creí.
Pasó un tiempito sin que yo me acordara de esas fotos, hasta que el evento
desencadenó a la fiera. Yo seguía sin querer chapar, y Julián ya no solo
quería eso, sino que se le había ocurrido la brillante idea de que ahora
debíamos chapar estando yo, sentada arriba de él. Para sentir... bueno, ya
saben. Durante un tiempito, lo hice, pero llegó un punto de hartazgo en el que
finalmente me atreví a decir que no. Y ahí reaparecieron las fotos.
“Si no venís a chapar conmigo todos los mediodías a las aulas vacías del
tercer piso, imprimo tus fotos y las pego por los pasillos de todo el colegio”,
amenazó. Quedamos en encontrarnos en la misma aula todos los mediodías a
la 1:05 durante no sé cuánto tiempo pero, para mí, se sintió como una
eternidad.
Estaba avergonzada y aterrada de que la gente me viera así, de que mis
amigas pensaran mal de mí y de que se enteraran mis papás. ¿Qué iban a
pensar ellos de mí?
Argentinismo: besarse con la lengua con otra p ersona.
Es incomprensible, pero uno siempre
siente que la culpa
es suya.
Cada mediodía era una tortura: una excusa nueva que inventarle a mis
amigas de a dónde iba. La culpa y vergüenza por lo que estaba haciendo. El
miedo de que esas fotos salieran a la luz. Y la mezcla de odio, y aun de
enamoramiento que sentía por Julián.
Finalmente, llegó el día en que me puse firme, y decidí enfrentar las
consecuencias de mis actos. Recuerdo que le grité: “¡Hacé lo que quieras
con esas fotos, pero yo ya no soy más tu esclava!”.
Las fotos no fueron impresas y pegadas en los pasillos del colegio, pero sí
él y su bandita de amigos crearon un fotolog: “Jime erotic”. Mi mamá nunca
se enteró; yo nunca me animé a contarle. Creo que mis papás se están
enterando en este mismo instante.
¿Y por qué cuento esto?
Porque así entendí que la sensualidad, la belleza y el deseo mueven
montañas. Yo, entonces, decidí que mi cuerpo y mi imagen conservaban un
poder único de manipular a quien fuera que me deseara para hacer lo que me
placiera, al igual que lo habían hecho conmigo.
Todos tuvimos un Julián en nuestra vida. No porque todos hayamos vivido
lo mismo, sino porque a todos nos pasaron cosas que nos marcaron la
dirección, la personalidad, la autoestima.
Y hay algo importante que me gusta rescatar de estos pequeños grandes
eventos que nos marcan en la vida. No fue el evento lo que me hizo ser así o
asá, hacer esto o aquello, sino mi interpretación y reacción a ese evento, que
me llevó por el camino que yo decidí tomar y que nadie me obligó a tomar.
Pero de esto vamos a hablar más adelante...
III
Y seguí creciendo…
C on alguno que otro altibajo, mi vida hasta mis doce años siguió sin
muchas complicaciones. Era una nena feliz. Muy libre y segura de mí
misma (aunque casi rozaba lo pedante). Pero lo que rescato es que me sentía
bien con quién era. Sentía que tenía todo dentro de mí para ser exactamente
quien quería ser. Nada me lo impedía.
Al haber cumplido trece años, mi cuerpo empezó a cambiar. Y, al cambiar
mi escudo (ese que había sido mi armadura y la razón de los halagos que
había recibido toda mi vida), la percepción de mí misma también cambió.
Hace un tiempo escribí una obra de teatro, Hambre, y me gustaría
contarles, a través de un fragmento del personaje de Maggie, cómo noté el
primer cambio en mi cuerpo y por qué me culpé por haberlo generado.
Extracto de Hambre
Maggie: Me acostumbré. Nadie hablaba de lo simpática que era, o de lo
inteligente, o de que leía de corrido o dibujaba como si tuviese diez años
más. Hablaban de mis ojos, de mi pelo, de mi sonrisa, de lo “flaquita” que
era. Era muy fácil agradar. No tenía que hacer nada más que ser. Hasta que
crecí, y ya no fue así. Empecé a ser una más del montón. [Pausa]. ¿Qué soy
si no soy hermosa?
Entra la profesora de Gimnasia tocando el silbato. Maggie se para.
Maggie [a Cynthia]: ¿Qué hay que hacer para tener el culo parado? [A
Leticia, su psicóloga]. Es impresionante cómo una simple pregunta te puede
marcar tanto. Me dijo que hiciera sentadillas.
Cinthia y Maggie: Hacé sentadillas.
[Maggie camina hacia el espejo. Separa los pies a la altura de los
hombros. Comienza a sonar música enérgica, como de gimnasio].
Cinthia: Con veinticinco debería ser suficiente.
[Cinthia sale de escena].
Maggie: Entonces yo, todas las noches, antes de dormir, cuando estaba sola
en mi cuarto, hacía sentadillas. Una.
[Maggie hace una sentadilla, mirándose fijo en el espejo].
Maggie: Dos.
[Maggie hace otra sentadilla].
Maggie: Veinticinco.
[Otra sentadilla].
Maggie: Cincuenta.
[Otra más].
Maggie: Setenta.
[Ya cuesta hacerlas].
Maggie: Cien.
[Maggie se incorpora].
Maggie: Así, por meses. Y obvio que me crecieron los cuádriceps.
[Maggie respira hondo. Alguien golpea la puerta].
Maggie: En un cumpleaños, me había puesto un short, y Cande me dijo que
tenía los cuádriceps musculosos. No lo dijo mal, eh. Ahora entiendo que no
fue de mala onda. Me lo señaló.
[Maggie toma el metro. Se mide un muslo. Golpean a la puerta
insistentemente].
Maggie: Y creo que entonces empezó todo. Todos los días mido mis
cuádriceps. Voy anotando en un cuadernito. Y entonces empezaron las dietas:
la proteica, la ayurvédica, la disociada. Las sacaba de las revistas de mamá,
las veía en la tele, las inventaba.
[Golpean insistentemente a la puerta. Maggie se mide lentamente el otro
muslo].
Teresa [Madre]:
[Su voz se escucha distante, lejana, tapada por la música] ¡Maggie!
¡Magdalena!
[Más golpes a la puerta].
Y así fue. Mis piernas siempre fueron mi mayor trauma e inseguridad
porque las veía grandes, desproporcionadas con el resto de mi cuerpo,
demasiado musculosas y masculinas, comparadas con lo que veía en la tele,
en las revistas y en algunas de las de mis amigas. Empecé a hacer todo lo
que estaba a mi alcance para modificarlas. Y lo terrible de cuando querés
“mejorar” algo de tu cuerpo es que lo empezás a mirar con lupa. Y, de
repente, al mirarte tus piernas, te das cuenta de que tu panza tampoco te gusta
y de que, de costado, el brazo se te ve mal. De que no te gusta tu papada, o
de que tenés la nariz demasiado “levantada”... Y la lista se transforma en un
océano de “imperfecciones” que corregir y, cada vez que te mirás, te ahogás
un poco más... Y la sensación de no poder respirar es tan intensa que te
aferrás a lo que sea que te prometa un cambio: ya sea una dieta milagrosa
terriblemente peligrosa; ya sean horas y horas de deporte en exceso; ya sea
una faja que no te deja respirar, o también un atracón de comida que te
permita disfrutar y dejar de pensar.
Esa nena que confiaba en ella misma va desapareciendo. Y la felicidad
que alguna vez sentimos se va con ella. Y cada vez estamos más en el fondo
del mar. Y cada vez hay menos aire para respirar… y por alguna razón no
morimos, y hay algo dentro de nosotras que quisiera que suceda, pero no
pasa. El sufrimiento no termina. Seguimos como maniquíes en el fondo del
mar, inmóviles, sin fuerza, vencidas, agobiadas por la vida, solas, esperando
morir.
IV
De mis 13 a mis 17
E n mi vida, desde muy chiquita, sentí que estaba en segundo plano, que
las cosas nunca me salían como yo quería y que la vida estaba
empecinada en no dejarme cumplir mis sueños.
Como les conté, mi único y más anhelado deseo siempre fue ser una gran
actriz. Desde los cuatro años supe exactamente lo que quería hacer de mi
vida. Lo curioso es que, a muy temprana edad, ya empecé a sentirme
frustrada por no conseguirlo y a compararme con las actrices de mi edad que
sí lo habían logrado. Recuerdo, a los siete años, haberle rogado a mi mamá
que me llevara a un casting. Pero ella nunca supo adónde llevarme, y todo
quedó en la nada.
A los 13 años, me llamaron de una agencia de modelos que quería verme
para formar parte del staff. Fui con mi mamá; quedaron encantados conmigo
y se comprometieron a firmar un contrato. Yo estaba feliz de la vida. Sentía
que ese era el día en que empezaba mi carrera. Pero el contrato nunca llegó
y, al comunicarse mi mamá con ellos, le dijeron que se habían arrepentido
por mi altura, porque no era lo suficientemente alta para modelar.
El tiempo pasaba y, a pesar de que era chica, yo sentía que ya era tarde.
Veía a Lali Espósito y a la China Suárez en la tele o haciendo campañas, y
yo tenía casi su misma edad, pero no había hecho absolutamente nada.
Aproximadamente a mis 14 años, una amiga me insistió en que nos
anotáramos en las clases de baile de Casi ángeles, de Cris Morena3. Me
daba un poco de vergüenza porque me costaba aceptar que me gustaba el
programa, pero al mismo tiempo era mi sueño formar parte del elenco, así
que fui.
Un día cualquiera, en medio de una clase, apareció una mujer del equipo
de Cris Morena y vi que, charlando con otra chica, me señaló. A los pocos
días llamaron a mi casa para invitarme a formar parte de los Talleres de Cris
Morena. Estos talleres eran de actuación, acrobacia y baile; eran gratuitos, y
había que ir tres veces por semana por la mañana. El día que me enteré fue
uno de los más felices de mi vida. Mi mamá me fue a buscar al colegio y me
contó la noticia. Yo me puse a gritar y me largué a llorar con tanta
emoción… Sentía que finalmente estaba cerca de lograrlo. Sentía que me
habían elegido, que me lo había ganado y que yo también podía ser una Lali
Espósito.
A pesar de que tenía que faltar mucho al colegio, mis papás me dejaron
participar de los talleres. Fue una experiencia hermosa porque, además,
compartíamos clases con varios de los actores que formaban parte de Casi
ángeles en ese momento. Pero, al mismo tiempo, nunca dejaba de estar la
presión de saber que estaba siendo observada en todo momento.
Cris M orena es una actriz, conductora, comp ositora musical, emp resaria, directora y p roductora de televisión argentina. Es
creadora, entre otros p rogramas, de Casi ángeles.
Había estado tan cerca de mi mayor
sueño… y había fracasado.
Llegó el día del casting. Vino Cris Morena a vernos, y yo moría de
nervios. Actué como pude y, unos días más tarde, la producción me dijo que
otra chica y yo estábamos preseleccionadas para participar en la nueva
temporada de Casi ángeles del siguiente año como la novia de Lleca, un
personaje de la tira.
Terminaron los talleres... empezó el verano... Me fui de vacaciones, y
nunca recibí respuesta por parte de la producción. Yo moría de ansiedad y
de ganas de recibir ese llamado… hasta que finalmente mi corazón se partió
cuando me encontré en el centro de Pinamar4 con esta otra chica que estaba
preseleccionada conmigo. Con mucho miedo, le pregunté si se habían
contactado con ella, y me contó que sí, que le habían confirmado el papel y
que empezaba a grabar a la vuelta de las vacaciones.
No puedo explicarles el dolor, vergüenza y sensación de rechazo que
sentí... Había estado tan cerca de mi mayor sueño… y había fracasado. Otra
vez a nivel cero... otra vez a seguir intentándolo, perdida, sin saber qué
hacer. Y, además, cargando con la vergüenza del fracaso.
Como esta experiencia, me pasaron miles. Una vez, me contactaron
también de Cris Morena para Jake and Blake, una tira en inglés. Fui al
casting y quedé seleccionada. Era para hacer una pequeña participación
como porrista. Yo no podía contener mi emoción al teléfono con la
productora, hasta que ella me dijo: “La fecha de grabación es tal día de la
semana que viene”. Y yo, queriéndome morir y sin saber qué decir, le conté
que esa semana no iba a estar, porque era la semana del viaje de egresados
de noveno año (creo que tenía catorce). Le dije que, de todos modos, no
había problema, que podía hablar con mi mamá para cancelar el viaje.
Poco sabía en ese entonces del acelere y urgencia de todo productor. Me
respondió rápidamente: “No te hagas problema; cualquier cosa te llamo”, y
cortó el teléfono.
Yo no entendí si seguía en pie, si me había dado de baja. No había podido
reaccionar a frenarla y así de simple, sin querer, había logrado volver a tirar
a la basura mi oportunidad de estar más cerca de mis sueños. Y, además,
temía que nunca más quisieran saber de mí, ya que había rechazado un
trabajo.
Los años pasaron, y sentía que, mientras tanto, yo me ponía cada vez más
grande, más gorda y más fea... El conflicto con mi cuerpo ya había
empezado, y luchaba todos los días contra mí misma para volver a tener las
piernas y panza flacas como a los 12 años.
Un día me contactaron de una agencia de modelos donde, además, me
pidieron que llevase una bikini para poder verme bien el cuerpo. Durante la
semana antes de ir a la entrevista, no comí prácticamente nada y, al llegar el
día, con muchísimo miedo me presenté en las oficinas.
Después de haberme sacado un par de fotos, me dijeron: “Das fantástico
en cámara; tenés una cara divina, pero necesitamos que adelgaces dos
kilitos. Contactanos cuando los hayas bajado y arrancamos”. Yo disimulé mi
profundo dolor y, con una sonrisa y con entusiasmo, respondí: “¡Por
supuesto!”. Jamás volví a llamar. Jamás pude perder los “dos kilitos”. O, si
los perdí, los recuperé a la semana siguiente con el efecto rebote por los
atracones después de las dietas.
Otra vez, después de haber ido a la audición para ser Violetta5 y no haber
quedado seleccionada, me llamaron para hacer una pequeña participación en
un capítulo. Con mucho entusiasmo, pero con un poco de vergüenza (porque
me habían llamado con dos días de anticipación y no había tenido tiempo de
hacer dieta), me presenté a la grabación.
Cuando llegó el momento de la prueba de vestuario, me probé tres
pantalones que, vergonzosamente, no me entraban. La vestuarista llamó por
teléfono a su compañera y le dijo frente a mí: “¿Me traés algunos pantalones
del depósito dos talles más grandes, que la chica esta que tenemos que vestir
es bastante macetona de abajo?”.
Me quedé ahí, petrificada, dura como una estatua y rota por dentro. ¿De
dónde iba a sacar yo las fuerzas y la autoestima para aparecer delante de
cámara después de eso? ¿De dónde iba a sacar la confianza en mí misma
para seguir presentándome a castings donde todas las chicas que quedaban
seleccionadas usaban los pantalones que ya estaban en el tráiler de
vestuario, y no en el depósito?
Pinamar es una ciudad de la costa del Atlántico de Argentina. Es conocida p or su arquitectura distintiva, con casas ubicadas en
jardines abiertos y con bosques de p inos circundantes. Las p lay as se extienden p or toda su costa.
Violetta, p ersonaje p rincip al de una exitosa serie de Disney.
V
El mundo a mis 17
T engo 17 años. Hoy abrí los ojos a las 5:45 de la mañana. Me acordé de
lo mucho que me gustaba ver la neblina en la quinta, esa imagen
minutos antes de que amanezca, en que se siente la soledad de la noche y la
seguridad del día. En esta casaquinta fui creciendo cada fin de semana.
Extrañando ser chiquita, me levanté de la cama para estar solita en ese living
inmenso y acordarme un poco de lo que se sentía ser yo.
Recuerdo cuando tenía 7 años y hacía exactamente lo mismo que hoy. Me
fascinaba despertarme antes de que el mundo empezara a girar. No me daba
miedo estar sola, no me daba nostalgia; me gustaba tanto estar conmigo
misma… No me cuestionaba si había hecho bien las cosas, si mi vida estaba
yendo en la “dirección correcta”, o si me veía bien mirando por la ventana
para poder sacarme una foto, editarla y subirla a las redes para que todos
viesen lo mucho que estaba disfrutando ese momento.
Recuerdo con tanto amor las tostadas de pan francés que me preparaba…
era fanática. Veintidós rebanadas de pan: la mitad con mermelada y la otra
mitad con manteca y azúcar. ¡Cómo disfrutaba esas tostadas!
Años después, se me hace difícil comprender cómo todo cambió.
No recuerdo lo que significaba comer sin culpa.
No recuerdo lo que se sentía estar sola y sentirme acompañada.
No recuerdo lo que era mirar por la ventana y que la mente estuviera
callada, disfrutando de lo que veía.
¿Qué pasó?
¿Qué cambió en estos años?
¿En quién me convertí?
¿Quién soy?
¿Qué quiero de mi vida?
¿Soy interesante?
¿Soy atractiva?
¿Valgo la pena?
¿Estoy sola?
Eso pasó: empecé a hacerme preguntas…
Pero las preguntas en sí no tienen nada de malo. Lo que me destruye son
las respuestas.
No sé quién soy. Quiero todo en mi vida y siento que no lo voy a
conseguir. Tengo miedo a fracasar. No le intereso a nadie. ¿Cómo voy a ser
atractiva con esta cara, esta panza y estas piernas? Definitivamente, no valgo
la pena. Y, si no dejo de comer, menos voy a valer. Claro que estoy sola,
estoy más sola que nunca. Nadie me entiende, nadie lo siente; este dolor en
el pecho es mío y solo mío.
Y así, con el poder de la mente, la escena más feliz de mi infancia,
mirando el amanecer desde lo calentito y mágico del living de la casaquinta
en Tomás Jofré, disfrutando de mi compañía y de mis veintidós tostadas, se
convirtió en una escena solitaria, de angustia y frustración, que me
acompañaba a lo largo del día, fuera donde fuera, estuviera con quien
estuviera, me riera cuanto me riera. Siempre volvía a la inconformidad de
ser yo misma.
Será por eso que decidí irme bien lejos... a donde nadie me viese fracasar.
A los 17 años, en el último año de secundaria, me fui a Nueva York,
Estados Unidos, durante un mes a un Campamento de Verano de Actuación.
Mi objetivo era probar si me gustaban la dinámica de las clases y la
sensación de estar en ese país para tomar la decisión de irme o no a estudiar
Actuación a una universidad de allá.
Como siempre, estaba a dieta. Pero esta vez había logrado bajar bastante
de peso: estaba en un “buen momento”. Y allá todo se intensificó. Tenía
clases de 9 a 5 de la tarde de lunes a viernes y, después de eso, una presión
todavía más grande: ¡la de socializar! Además, con gente que no hablaba mi
idioma, que no entendía mi cultura y que (por supuesto, teniendo en cuenta
que estaba inmersa en el mundo de la actuación) quería destacarse. Me
acuerdo de que, durante los primeros cinco o seis días, me dolía muchísimo
la cabeza, hasta que me di cuenta de que era porque no hablaba español
hacía días, y llamé desesperada a una amiga para que me hablara en
castellano.
Estando tan ocupada, con tanta presión encima y con mi objetivo de ser
esta gran actriz de Hollywood más a flor de piel que nunca (y, por supuesto,
de la mano de “gran actriz de Hollywood”, viene un preconcepto de que hay
que ser alta, flaquísima, bella y perfecta). Mi necesidad de restringir y
controlar lo que comía se intensificó.
Todas las mañanas, camino a la Academia, desayunaba en Starbucks un
café venti (es el más grande y debe de tener como 700 ml) sin leche para
ahorrarme esas calorías y con ocho sobres de edulcorante. Me da náuseas el
solo escribirlo por lo mal que trataba a mi cuerpo y por lo mucho que le
exigía.
Duraba con ese café y con una sensación de temblor (porque el café nunca
me cayó muy bien) toda la mañana. Al mediodía, mientras todos se iban a
distintos puestos y restaurantes que había en la cuadra, yo me hacía unas
cuadritas más para poder comer una ensalada sin aderezos, sin crutones y sin
tanta culpa. A la noche cenaba siempre unas láminas de berenjena
deliciosas, hechas al horno (al ser tan ricas, sospechaba que estaban hechas
con muchísimo aceite, pero decidía ignorarlo porque me hacían sentir
“sanamente satisfecha”), que compraba en un mercadito de la esquina del
departamento de la Academia, donde compartía un pequeñísimo cuarto con
una chica irlandesa, flaquísima, que todos los días cuchareaba su pote de
peanut butter and jelly (mantequilla de maní con mermelada), típico snack
estadounidense, que a mí me encantaba. Cuando me atacaba la ansiedad y
ella no me veía, le robaba unas cuantas cucharadas.
Así pasé cuatro semanas en Nueva York, completamente fascinada con las
clases, pero al mismo tiempo aterrada de saber que estaba tomando la
decisión de irme a estudiar cuatro años fuera del país. También logré hacer
lindas amistades, pero con las que yo no me sentía del todo cómoda porque
no compartíamos idioma, ni cultura. Francamente, sentía que todo el mundo
ahí se sentía como una gran estrella y se comportaba como tal. Y, sumado a
esto, estaba restringiendo mi ingesta de alimentos al máximo que podía,
convencida de que esa era la única forma de encajar y de sentirme preparada
y aceptada para ser la gran actriz que siempre había querido ser.
A pesar de estar comiendo muy poco, yo me sentía feliz de que finalmente
estaba pudiendo mantener una dieta y de que cada día me veía más flaca. Ese
verano en Nueva York, usé un short por primera vez desde que tenía 14 años
porque estaba feliz de que no veía mis piernas gordas y celulíticas de
siempre. A pesar de estar más restringida que nunca, yo me sentía libre.
Pero toda esa ansiedad contenida, toda esa restricción y todo ese miedo
que tenía mi yo adolescente, estando solita en una ciudad desconocida, tenía
que salir en algún momento.
Al haber terminado el curso, no había conseguido vuelo para ese mismo
día, así que tenía que quedarme sola en un hotel durante un día y medio. Me
acuerdo clarísimo de que lo primero que hice esa tarde, no bien terminé de
hacer el check-in, fue salir en busca de todo lo que no había comido ese mes.
Me compré bolsas y bolsas de chocolates, caramelos y cosas con nombres
tentadores de las que ni sabía lo que eran. Me compré la pizza que tanto
había esquivado y me pasé toda la noche comiendo, sola, resguardada con
mis pecados en el anonimato de esa gran ciudad.
Me prometí parar al día siguiente, pero mi cuerpo y mente ya estaban
desatados y solo querían MÁS. No salí a pasear ni a recorrer absolutamente
nada: solo salí a comprar más comida y me quedé durante todo el día
comiendo, llorando, y volviendo a comer en un círculo vicioso para tapar la
angustia y la culpa, hasta aproximadamente las seis de la tarde, cuando me
pasó a buscar el taxi para ir al aeropuerto.
Todo lo que había logrado en un mes se desplomó en un día y medio... ya
me veía más gorda y cambié los shorts por un vestido largo y suelto. Me
daba vergüenza… me daba asco.
A partir de ese viaje, mi actitud cambió. Yo cambié. Estaba cansada de
intentarlo. Estaba agotada de sentirme un fracaso. Había agotado toda mi
fuerza de voluntad para seguir una dieta restrictiva ese mes en Nueva York y,
ya de vuelta en casa, no solo no tenía la misma fuerza de voluntad, sino que
el monstruo hambriento que había desatado esa noche no había vuelto a
calmarse desde entonces.
Engordé todo lo que había adelgazado, y además de golpe, en unos pocos
días. Estaba desesperada.
Era mi último año de colegio y, con el curso, estábamos con todos los
preparativos del gran viaje6 y fiesta de egresados. Todas mis amigas estaban
a full saliendo todos los viernes y sábados, y conociendo grupos de chicos
de otros colegios que potencialmente iban a coincidir en la semana del viaje
a Brasil, o iban a venir a nuestra fiesta de egresados en Pachá. Yo no quería
saber nada del tema y sufría cada viernes cuando llegaba la hora de vestirme
para ir a la salida que toda la semana había prometido ir.
No quería mirarme al espejo, no quería que me vieran; me daba pánico no
gustarle a ninguno de estos chicos y, además, no quería tomar alcohol para
no engordar y, sin alcohol, todo me parecía una mierda.
Viaje de egresados: En Argentina, en el último año de secundaria, es tradición que el grup o de estudiantes se vay a una semana de
viaje de egresados, en el cual hay fiestas todos los días.
Fiesta de egresados: Fiesta organizada p or el curso que se gradúa, a la que están invitados los otros cursos que se gradúan de
otros colegios.
No quería
mirarme
al espejo,
no quería que
me vieran.
Un día, me cansé y les dije con mucho amor a mis amigas: “Chicas, a mí
no me gusta esto; no tengo ganas de salir. Por favor no me insistan más en ir
a X fiesta o a tal preboliche porque no me voy a comprometer con nada. Si
quiero ir, lo decidiré en el momento pero, hasta último momento, siempre,
por las dudas, la respuesta es un no”.
A pesar de haberme aislado muchísimo, creo que ese fue uno de los
primeros actos de amor hacia mí misma. Necesitaba frenar. Necesitaba
refugiarme. Necesitaba paz.
Pero de paz no tuve nada porque, obviamente, el problema estaba en mi
cabeza y, siempre y cuando estuviera conmigo misma peleando mi propia
guerra, era imposible estar en paz.
Recuerdo que, durante la semana, distraída por tantas horas en el colegio,
con mucho esfuerzo lograba hacer dieta. Pero llegaba el viernes y, después
de cenar pollito con ensalada preparado especialmente para mí en la cena
familiar, me metía en la cama deseando dormirme lo antes posible para no
terminar devorándome la heladera a las dos de la mañana.
Pero mi mente me traicionaba… y mi ansiedad me carcomía. Toda la
restricción de la semana y la que ya venía sufriendo hacía años se
concentraba en cada latido de corazón de cada segundo que me pasaba
mirando el techo de mi habitación. Quería cortarme las piernas para no
poder levantarme de la cama y, al mismo tiempo, planeaba esconderme
sigilosamente hasta la cocina para que nadie me escuchara ni me molestara
mientras vaciaba las alacenas y devoraba la comida que hacía unas horas
había rechazado a mi mamá porque “estaba a dieta”. ¿Y qué creen? La
mayoría de los viernes y sábados así terminaban… y los domingos eran pura
culpa... puro dolor… puro arrepentimiento y sensación de fracaso que se
transformaban en ira. Con el impulso de esa ira, lograba sacar una vez más
(aunque agotada) la fuerza de voluntad para volver a empezar la dieta al día
siguiente.
La nube, como un dron,
pegada a tu cabeza
mientras llueve.
Estar a dieta es estar con una nube gris
que te llueve en los hombros permanentemente.
Es ese zumbido que nunca se va, que te taladra la mente,
no te deja pensar y tampoco te deja olvidarlo.
Estar a dieta es ver el sol desde la vereda de la sombra.
Es ser un mendigo en medio de un barrio de ricos.
Estar a dieta es decir que no cuando querés decir que sí,
y decir que sí, queriendo decir que no.
Estar a dieta es cortarle las piernas al maratonista,
la mano al artista, la voz al cantante y la pluma al escritor.
Estar a dieta es una calculadora que no deja de sumar.
Es una lucha constante que ni los sueños pueden calmar.
La dieta no se olvida: te persigue, te acompaña a donde vas.
La dieta no distingue entre cumpleaños, juntadas con amigos,
casamientos, y demás.
Estar a dieta es entregarlo todo
a cambio de una promesa de bienestar
que sabés falsa, pero igual la querés comprar.
Quiero seguir durmiendo para no darme cuenta de que estoy
viva…
Cuando sos una dietista en fracaso constante profesional, las mañanas son
un momento muy difícil del día. Te embarga una sensación en el pecho, como
de miedo, al despertarte y entender que tenés todo un día lleno de
obligaciones y presiones que no te sentís capaz de afrontar. Te agarra miedo
a volver a fracasar. Y lo primero que se te viene a la mente es “Tengo que
hacer dieta, qué horror, no quiero, pero tengo que hacer dieta, tengo que
adelgazar”.
Muchas veces noté que mi cuerpo estaba descansado y listo para
levantarse, pero mi mente se negaba, y yo seguía cerrando los ojos,
intentando olvidarme de la pesadilla que vivía día a día, intentando
olvidarme de que tengo que despertarme para vivir una vida que no quiero
vivir. Y me quedaba dormida un rato más. Dulces sueños. Frecuentemente,
mis sueños eran dulces de verdad. No puedo contar la infinidad de veces
que, al haberme privado tanto de la comida que realmente quería comer,
soñaba con tortas gigantes, panqueques de dulce de leche, helado,
hamburguesas, queso, pastas. Y lo más enfermo era que, al despertarme, en
vez de darme cuenta de que esto era un resultado del estrés al que estaba
sometiendo a mi cuerpo por tanto privarlo de comida, pensaba: “¡Uy! ¡Qué
bueno que fue un sueño! Menos mal que no rompí la dieta”.
Otras veces usaba el dormir como una manera de que pasara el tiempo
para no comer. En esos momentos de desesperación (normalmente por la
tarde, cuando la mente y el cuerpo están empecinados en hacerte ir a la
heladera a devorar todo lo que ves), en esos momentos en los que sentís que
perdés el control y en los que por un segundo ya nada importa (solo comer),
en esos momentos, muchas veces, me iba a dormir para callar la mente y
calmar la ansiedad.
Por eso empecé a ir a la psicóloga
A mis 18 años, después de haber egresado de la secundaria, ya había
decidido que, efectivamente, quería irme a estudiar Actuación a Estados
Unidos. Después de haber averiguado un poco distintas opciones, me decidí
por The American Musical and Dramatic Academy (AMDA) en Los
Ángeles. Para esto, tenía que aprobar un examen de inglés con créditos
internacionales y, además, hacer una audición para ver si entraba a la
universidad o no.
La audición consistía en preparar dos monólogos de aproximadamente tres
minutos cada uno: uno cómico y otro dramático. Ya que el inicio de clases
corre diferente en Argentina que en Estados Unidos, tenía que esperar
bastantes meses para audicionar. Yo había egresado en diciembre de 2011 y
tenía que esperar hasta junio de 2012 para lograrlo. En el caso de quedar
seleccionada, podía empezar la universidad en octubre de ese año.
La preparación de los monólogos y también del examen de inglés me
producía muchísimo estrés, así que contraté una profesora de inglés para que
me ayudara a preparar específicamente ese examen. Tenía clase tres veces
por semana. Y también tomaba clases particulares con una profesora de
teatro maravillosa, Gaia Rosviar, para que me ayudara a preparar los
monólogos.
No podía
evitarlo:
era algo más fuerte que yo.
Además, como siempre me costó mucho estar haciendo nada o tener
tiempo libre, me había anotado en una carrera de teatro acá en Argentina
(con la ilusión de dejarla una vez que lograra entrar a AMDA). Y, además,
me había anotado en alguna que otra clase de canto y baile. Era como si me
hubiese armado mi propia universidad. Yo creo que me llenaba de cosas
para no tener tiempo para pensar... O, en realidad, de eso me hizo darme
cuenta mi psicóloga.
Durante esos primeros meses en que todas mis amigas estaban en la
universidad y yo me había armado este pequeño mundo de entrenamiento
personal, noté que algo me pasaba: SIEMPRE que llegaba a casa y tenía algo
de tiempo libre, me quedaba dormida. No podía evitarlo: era algo más fuerte
que yo. No importaba si había dormido siete o doce horas. Si tenía tiempo
libre, empezaba a cabecear y terminaba durmiendo siestas de tres o cuatro
horas. Me despertaba mareada y atontada; no me gustaba la sensación, pero
llegaba el día siguiente y volvía a pasarme lo mismo.
Un día, mi mamá me sugirió que fuera a conocer a una psicóloga
(llamémosla “Helena”, para proteger su identidad), que le habían
recomendado, que era excelente, que flores, flores, flores.
Yo ya había pasado por una psicóloga cuando tenía alrededor de
diecisiete años pero, la verdad, me parecía que era como ir a charlar con
una amiga. Nunca sentí ningún cambio, y hasta me aburría. En cambio, la
idea de tratarme con Helena me gustó, no solo porque yo estaba preocupada
por lo mucho que dormía, sino porque seguía angustiadísima por querer
bajar de peso, especialmente en ese momento en que estaba preparándome
para irme a estudiar a Estados Unidos con la ilusión de convertirme en actriz
de Hollywood donde, obviamente, todas son flacas y hermosas. Según mi
punto de vista, yo no entraba en esa categoría.
En el instante en que conocí a Helena, supe que con la psicóloga anterior
había perdido el tiempo. Helena es una mujer de aproximadamente sesenta
años, muy exigente con la puntualidad del comienzo y fin de la sesión, con
una mirada un tanto fría, desafiante, pero abierta a la vez. Me gustaba… no
era como una amiga o un pariente. Me pareció inteligente, y me intrigó su
caudal de conocimiento.
Empecé a ir dos veces por semana y, aunque yo creía que el único
problema que tenía era que estaba gorda, ella me impulsó a hablar de otras
cosas que, por supuesto, tenían efecto en mi ansiedad, en mis atracones y en
la autoexigencia con mi cuerpo y con todo lo que hacía en general.
Gracias a las sesiones con Helena, entendí que no dormía porque tenía
sueño, sino que para mí era tan insoportable la realidad que estaba viviendo
que no quería estar ni hablar conmigo misma. Era tan duro verme al espejo y
odiarme, el aguantar las ganas de comer, la presión por preparar los
monólogos y el examen de inglés, el miedo a ser rechazada y no entrar en la
universidad y la pena y el duelo sin procesar por el hecho de que estaba por
irme del país donde había nacido, donde había crecido, donde estaban todos
mis amigos y toda mi familia para vivir sola a 9866 kilómetros de
distancia… Todo esto me hacía querer desaparecer de este mundo y,
automáticamente, mi cerebro me daba una señal de cansancio extrema, y yo
caía planchada en la cama. El objetivo era no pensar. Mi mente era mi peor
enemiga; ya no quería maltratarme más, ya no quería conversar conmigo
misma. Solo quería desaparecer.
Esos momentos de ansiedad, de necesidad descontrolada e insaciable de
saciedad, de obsesión y compulsión nos están contando algo de nosotras
mismas. No se trata tanto del hambre o sueño real que tenemos, sino de
algo más profundo, algo personal que nos está pasando, que hace que
queramos llenar ese vacío con comida, sueño, drogas, sexo descontrolado.
Con cualquier cosa que nos permita evadir estar a solas con nosotras
mismas y enterarnos de qué es lo que verdaderamente nos pasa.
Después de mucho esfuerzo, rendí el examen de inglés y aprobé con una
muy buena calificación. Y también hice la audición (acá en Buenos Aires
porque, por suerte, la universidad tomaba audiciones en Argentina) y, aunque
estaba nerviosísima y con mucho miedo, pude desarrollar los dos monólogos
sin ningún problema. A los pocos días me llamaron para decirme que había
quedado seleccionada y que, además, me iban a otorgar una beca del 15% .
¡Fue alucinante! Un momento de felicidad absoluto, ¡inolvidable! Abrí la
ventana de mi cuarto y grité por las calles del barrio de Vicente López: “¡Me
voy a estudiar a Los Ángeles! ¡Quedé seleccionada! ¡Y además con parte de
una beca!”. Pero, como bien muchos conocemos, seguramente entiendas esto:
la felicidad no dura para siempre y la alegría por los logros de uno, menos
que menos. Tendemos a minimizar nuestros logros una vez que los
conseguimos y a estar constantemente insatisfechos. Cuando ya alcanzamos
eso que tanto queríamos, le quitamos importancia, nos quitamos mérito, y nos
ponemos un nuevo objetivo que cumplir sin parar a disfrutar de lo que ya
logramos. Y así fue en este caso, y así fui yo siempre. Estaba feliz, pero la
preocupación por otras cosas poco importantes hacía que viviera más
preocupada que entusiasmada. Por supuesto, la preocupación por el cuerpo
era la principal.
Me fui a Los Ángeles. Fue de las mejores experiencias de mi vida; estuve
tres años y medio cursando la carrera. Aprendí todo lo que hoy sé de
actuación, y me recibí a finales de 2015. Luego de eso, tomé la difícil
decisión de volver a Argentina porque, al estar tan lejos, aprendí a valorar
lo que al vivir acá no valoraba. La importancia de mi familia y de mis
amigos para mi bienestar se hizo realmente presente. Decidí empezar mi
carrera en Argentina y dejar abierta la posibilidad de volver en un futuro.
¿¡Quién sabe lo que pasaría!? ¡Contar todo lo que viví en Los Ángeles es
para otro libro! Pero, a fin de transmitirles cómo manejé mi
trastorno/obsesión en esa época, fue igual que siempre:
Restricción•Atracón•Angustia
Restricción•Atracón•Angustia
Un ciclo de nunca acabar...
Mi historia con los atracones: ¿qué comía cuando comía?
Hablar de dietas sin hablar de atracón es como hablar de éxito sin
fracasos. Simplemente, no existe un mundo en el que estas dos cosas no
vayan de la mano. Esta es la razón principal por la que hoy sé que las dietas
no funcionan, pero tuve que chocarme contra una pared durante trece años
para poder entenderlo. Así que no te juzgues si todavía seguís convencida de
que esta dieta que estás haciendo es la que te va a traer el cuerpo soñado, de
que esta vez es distinto, de que esta vez sí va a funcionar. No te sientas mal
porque, al imaginarte a vos pensando eso, me veo reflejada a mí durante
todos esos años y recuerdo cómo me aferraba a cada dieta nueva como si
fuese la piedra filosofal que había buscado toda mi vida. Con cada nueva
dieta yo sentía esperanza. Y tenía tanta necesidad de sentir fe de que yo
podía cambiar, de que podía ser diferente y de que no estaba condenada a
vivir en el cuerpo fallido que creía que tenía, que esa dieta pasaba a ser mi
dios. Y estaba dispuesta a someterme a cualquier sacrificio con tal de lograr
sus prometidos resultados.
Cada vez que empezaba una dieta, lo hacía con todo el entusiasmo del
mundo. Era muy estricta conmigo, y me decía: “Esta la cumplís a rajatabla!
No la rompés por nada del mundo, ¡¿Entendiste?! Mejor que dejes de ser el
cerdo asqueroso arrastrado por la comida que sos y te comportes como una
señorita por una vez en tu vida”. Muchas veces usaba el maltrato para
asegurarme de cumplir las reglas... Era inconsciente, pero así me trataba.
Una de las modalidades que se repetían, y curiosamente de donde sacaba
la energía para empezar esa dieta “con todo”, era darme, el día anterior, un
atracón de esos que te dejan incapacitada de levantarte. No lo planeaba,
pero sucedía cada vez. Normalmente, los domingos a la noche porque, como
todas alguna vez dijimos, el lunes empezaba la dieta.
Me maltrataba tanto después de ese atracón que yo sentía que eso me daba
las fuerzas para empezar completamente decidida al día siguiente.
¿Te pasó alguna vez?
_______________________________________
Los días pasaban, y mi fuerza de voluntad iba decayendo. Me exponía a
“pruebas de fuego” muy difíciles de superar, como cenas familiares,
reuniones con amigas, algún regalo de chocolates, o simplemente ver una
heladería por la calle. Llegaba un momento en el que TODO se convertía en
una prueba de fuego.
Llegaba al viernes arrastrándome sin fuerzas y sintiendo que me volvía
loca. Tantas voces distintas en mi cabeza al mismo tiempo… Tantos
pensamientos enfrentados… Y yo ahí, a merced de la manipulación, como
una marioneta manejada por los hilos de una mano de la que no sabía ni de
quién era. Yo ya no sabía quién era, no entendía qué quería, perdía todo
control sobre mi vida.
Una vez más, me gustaría transmitirles, a través del personaje de Maggie
de mi obra de teatro Hambre, cómo eran mis momentos de atracón. En la
obra, Maggie habla con FRÍA (su heladera) y MIRÁ (su espejo) mientras
que (como muchas de nosotras) sufre por no tener el cuerpo que desea y se
somete a dietas constantes porque cree que eso le va a tapar el vacío que
siente y le va a dar felicidad.
[Maggie mira hacia el espejo. Toma la sábana de la cama. Va hacia este y
lo cubre. Está ida, fuera de sí. Automática. Va hacia la barra].
Maggie: Solo una galletita. ¿Cuántas calorías son?
Fría: ¿Cien? No es mucho.
Mirá: Cien son los pozos de celulitis que te van a salir.
Maggie: ¡¡¡Shhhhh!!!
Fría: Tu cuerpo lo quema en un minuto… Dicen que quemás calorías
mientras dormís.
Mirá: [irónica] Jaaaaaaaaa!
Maggie: Las quemo mañana. Es que lo necesito. En serio lo necesito. Me
falta algo. Me falta algo dulce. Solo un poco para poder tener esa sensación
de saciedad. Estoy alterada: me va a calmar.
Fría: Estás pensando demasiado. Comete ese poquito, te va a calmar, y ya
está. Agarrala, comela. Por lo menos, que te calme la sensación de culpa.
Sentite culpable con motivo.
Mirá: Después te vas a sentir más culpable y vas a venir con tus lágrimas a
empañar mi carita.
Maggie: Después me siento más culpable. Pero lo necesito. Mañana lo
arreglo. Solo una galletita. El resto lo dejo para otro día.
[Maggie agarra el paquete de galletitas Sonrisas. Lo abre. Saca una. La
muerde lentamente. Siente cómo le vuelve el alma al cuerpo. Siente placer.
Un placer exagerado, casi orgásmico. La termina].
Maggie: No me calmó. Es muy poco. ¡Necesito más!
Fría: Ya está hecha la cagada, necesitás todo. Entero. Tenés que comerlo
entero. Si no lo terminás, si no ves el paquete tirado en el suelo, vacío, no te
vas a calmar. Lo sabés. Lo sabemos.
Maggie: No puedo. Me va a hacer mal. Me voy a arrepentir: mañana me voy
a odiar.
[Maggie va a mirarse al espejo]
Fría: ¡Ni se te ocurra ir con ella ahora!
Mirá: Ya me decepcionaste… otra vez.
Fría: Maggie, escuchame. Mañana lo arreglás. Además, ya sabés cómo
sigue. Hasta que no te lo termines, no vas a parar. Mañana no vas a comer
nada para compensar todo lo que comiste ahora. Andá a saber cuándo vas a
comer algo rico de nuevo. Es tu última vez. Llenate entera. Mandate bien la
cagada, y andate a dormir satisfecha. Muy llena para juntar fuerzas para
empezar la dieta mañana.
Maggie: Sí. Eso necesito. El paquete entero. Y, después de eso, quizás un
poquito de algo más.
[Maggie devora ese paquete de galletitas como si fuese su última comida,
como si no existiese su alrededor; solo importa ella, masticar, y saborear].
[Apagón].
Si esto te pasó alguna vez, permitime preguntarte: ¿por qué hacés
exactamente lo mismo una y otra vez, esperando resultados diferentes?
Mientras vos te contestás la pregunta en tu cabeza, yo te respondo por qué
lo hacía yo: porque pensaba que era mucho más fácil seguir intentando
cambiar que aceptarme como soy. Porque creía que, al menos si lo intentaba,
no estaba fracasando del todo. Porque jamás hubiese imaginado que me
esperaba una vida plena y llena de felicidad solo con dejar de ocupar toda
mi energía en cambiar quién era, poniéndola en conocerme, en valorarme, en
acompañarme y en apreciarme por lo que ya era y por lo que ya tenía, y no
por lo que quería ser o conseguir.
¿Qué creés que podrías hacer diferente para acercarte a tu amor
propio?
_______________________________________
Tengo un parásito adentro.
Sacámelo, sacámelo, sacámelo
Me lleno de odio como si el odio fuese lo único
que puedo comer tranquila porque no engorda.
Me lleno de rabia como los perros para deshumanizarme,
porque así no quiero ser humana.
Me detesto. Me da asco lo que soy.
Me da vergüenza darme asco. No me quiero despertar.
No quiero vivir. Tampoco quiero morir.
Quiero estar bien, pero me odio. Me odio. Me odio.
¿Por qué soy así? A veces siento que puedo ser mejor.
Me entusiasmo con alguna idea “fantástica”
y soy tan inservible que a los quince minutos ya la abandoné,
me boicoteé y estoy tirada en la cama comiendo cualquier cosa
a pesar de que sé que después me va a hacer llorar.
No sirvo para nada porque nada hago bien.
Nada hago bien. Punto.
Son las 10:10. Recién empieza la mañana, y ya tengo más pensamientos
destructivos que segundos despierta. Me doy cuenta, soy consciente,
entiendo lo que está pasando, pero no puedo frenarlo. No puedo ver mi
realidad de otra manera; lo intento, pero no sucede. La veo cruda, fea,
pegajosa, horrible, como petróleo negro que se pega en mi cuerpo. Asco,
asco, asco, chau, me quIero ir.
BASSSSSSSTAAAAAAAAAAAA.
¿Qué hago? ¿Qué hago para frenar esto?
Tantos miles de millones de veces me lo pregunté… y, aun cuando sé que
hay cosas que puedo hacer, cuando estoy en ese estado de odio frenético, se
me nubla la capacidad de razonar y me convenzo de que nada funciona ni va
a funcionar.
¿Te reconocés a vos en ese estado?
¿Te cuesta salir de ahí una vez que entraste?
La ilusión de la delgadez
¿Alguna vez llegaste a pensar que, cuanto más flaca estés, más feliz vas a
ser?
¿Que el éxito está completamente ligado con la forma de tu cuerpo?
¿Qué la única manera de ser feliz es tener el cuerpo que te vende
Instagram, las revistas, las novelas, o lo que sea que estés absorbiendo o
hayas absorbido de chica?
Si es así, entonces caíste en la misma trampa que yo de creer que el
cuerpo ideal te va a traer la vida perfecta. Y peor todavía: de creer que en la
vida perfecta no hay lugar para lo “imperfecto”.
¿Qué viste de chica? ¿Qué mirabas? ¿A quién admirabas? ¿Como quién
querías ser?
_______________________________________
Yo quería ser la popular. La que todos admirasen. Y me preocupaba —o,
mejor dicho, me obsesionaba con ello— por mostrarme “perfecta”: con el
cuerpo perfecto, la cara perfecta, la sonrisa perfecta, el lugar perfecto, la
foto perfecta, la vida perfecta. Y lo cierto es que tenía la necesidad
(inconsciente) de generar envidia. Porque creía que, si la gente me
envidiaba, significaba que había algo bueno en mí, y por eso todo el mundo
lo quería tener. Tenía que confirmar que mi vida era valiosa, pero todo el
poder de mi valía estaba puesto en el afuera. Lo que yo pensase de mí estaba
completamente teñido de lo que el resto pensase de mí. El único
termómetro de mi valor era el aplauso de alrededor.
Y creo que no soy la única… lo vemos todo el tiempo, sobre todo en
redes sociales. No valoramos nuestras propias virtudes, no valoramos
nuestra belleza, nuestros talentos, nuestros hobbies. Como nosotros no los
valoramos, tenemos la necesidad de mostrarlos constantemente a los demás
para generar aceptación, admiración, aplauso y hasta envidia, para así poder
confirmar que nuestra vida y nuestra existencia son valiosas. Porque ser
nosotros mismos no es suficiente.
Clarísimo está que esto es un acto inconsciente. Nadie sube una foto de su
quinta con su superpileta, o de su sábado de entrenamiento a la orilla del río
con todos los cuadraditos marcados y piensa: “¡Qué bien! ¡Voy a generarles
envidia a todos mis seguidores!”. Pero, si nos detenemos tan solo un segundo
a pensar por qué tenemos tanta necesidad de mostrar constantemente lo que
hacemos (y, además, de decorarlo con un filtro), creo que podemos deducir
que necesitamos que alguien más nos confirme lo genial que es lo que
estamos haciendo.
A mí, tanto jugar a la Barbie no me salió bien, sino que terminó por
destrozarme. Aparentemente, TODO EL MUNDO TENÍA LA MISMA VIDA
PERFECTA que yo mostraba, pero no tenía. Y no solo eso, sino que, a mí,
“ser perfecta” me costaba muchísimo. Y, en cambio, parecía que para el
resto era algo mágicamente fácil, todo cool, lleno de felicidad.
Me creía la mentira que todos mostraban, mientras que con mis propios
ojos veía mis maquetas de cartón, las luces que disimulaban mis estrías y mi
celulitis, los granos en la frente y la fría soledad del backstage de mi farsa.
Pero las cosas no son buenas o malas. SON. Y el simple hecho de poder
hacernos conscientes de nuestros patrones y/o de nuestras reacciones a
ciertas cosas nos ayuda a ponernos en la posición de observadores de
nuestra propia vida, y eso hace que puedas hacerte dueña de tus
interpretaciones a esas cosas, por ende, dueña de tus emociones y, por ende,
dueña de tu vida. Pero en ese momento yo no era dueña de nada. Mi vida era
una supervivencia de angustia tras angustia. De intento fallido tras intento
fallido… Estaba desesperada.
VI
Hoy cumplo 26 años: empieza el cambio
A los 26 años tuve un punto de inflexión en mi vida. Después de ocho
años de haber hecho psicoanálisis con Helena (entre cortes porque me
fui a vivir a Los Ángeles; hice períodos de sesiones por Skype desde allá y
las retomé con más frecuencia al volver a Argentina), el día de mi
cumpleaños número 26, tuve sesión, y recuerdo haberla empezado así:
Hoy cumplo 26 años. 13 + 13 = 26.
Llevo la mitad de mi vida odiándome. Llevo la mitad de mi vida luchando
conmigo misma, sin disfrutar de nada; el rechazo que le tengo a mi cuerpo lo
opaca todo. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo voy a seguir así? Si pasa un solo
año más, voy a haber estado más tiempo odiándome que disfrutándome. Soy
mi peor enemiga, en vez de mi mejor amiga. Necesitaría escuchar que esto se
va a ir mágicamente con el tiempo, pero sé que no es así. Y me asusta. Estoy
muy asustada. Tengo mucho miedo de que los años pasen y de que, en vez de
afianzarme y de sentirme cada vez más segura de la mujer que soy, vaya
hundiéndome en mis inseguridades, en mi falta de autoestima y cada día vaya
encontrando algo nuevo de que quejarme, o una nueva razón para querer
desaparecer.
Hoy son mis piernas, el rollo de debajo de mi panza, mis brazos al
aplastarse, la papada que me veo en el espejo de costado de mi baño…
Mañana van a aparecer arrugas, flacidez en la piel, tetas caídas, párpados
caídos, manchas en la piel, y un sinfín de cosas, porque así es la naturaleza
de la vida y así de dañina es la mente. Y, cuando la ponés a trabajar en tu
contra, funciona MUY bien.
“¿Hasta cuándo, Helena? ¿Hasta cuándo, Jime? ¿Cuándo termina esta
tortura?”, pregunté y me lo pregunté… una y otra vez…
Estoy cansada de estar tratando siempre de cambiarme; estoy cansada de
intentar y fracasar… Si sigo así, voy a terminar sola, sin importar quién esté
a mi lado. Si sigo así, voy a ver pasar mi vida como en una pantalla y, al
llegar a viejita, con el pelo blanco y con mi piel como una pasa de uva, mis
arrugas no van a hablar de sonrisas o de aventuras, de escapadas a la
naturaleza con días sin bañarme, de amores disfrutados, de muecas
exageradas para sacarles una sonrisa a mis hijos… Mis arrugas no van a
hablar de nada, de nada más que de todo lo que sufrí por tenerlas, por
tenerme. No quiero eso para mí. No quiero sacrificar mi felicidad y mi salud
mental y física por un cuerpo perfecto. ¿De qué me sirve si, a cambio de
perseguir ese ideal, estoy entregando mi vida entera?
No sabía para dónde ir, para dónde encarar… Estaba perdida.
Vi mi vida separada en dos caminos… Realmente, se me “prendió la
lamparita¨. Me di cuenta de que tenía la posibilidad de seguir caminando por
el mismo sendero que venía caminando hace años: el sendero de la
autoexigencia extrema, de querer cambiarme, del cuerpo ideal, de las dietas
y del deporte sin placer y en exceso para lograrlo (sendero por el cual ya no
podía caminar más por lo encharcado que estaba). O tenía la opción de
cambiar de dirección, de virar hacia otros vientos, de elegir un camino
alternativo.
“Locura es
hacer lo mismo una y otra vez
esperando obtener
resultados diferentes”.
(ALBERT EINSTEIN)
Y entonces me di cuenta de que nunca había intentado quererme a mí
misma. Siempre había querido quererme, pero asumí que la única forma era
cambiarme, porque se me hacía imposible pensar que así, tal cual estaba,
podría gustarme. Pero, al cambiar el foco de mi objetivo, se abrió una nueva
posibilidad. Dejé de pensar: “Quiero adelgazar” para pasar a pensar:
“Quiero ser feliz”.
OJO, no te dejes engañar. Si estás pensando: “Yo quiero adelgazar para
poder ser feliz”, estás transitando el primer camino. Es una trampa, es la
misma mentira que me dije toda mi vida.
Querer ser feliz con todas tus fuerzas significa poner TU FELICIDAD por
encima de todo lo demás, hurgando profundo dentro de vos y siendo sincera
con lo que te hace bien y con lo que te hace mal.
Yo, ese día, al cumplir 26 años, me di cuenta de que tenía que cambiar de
estrategia. De que tenía que ir por el camino del amor propio. De que tenía
que lograr AMARME así tal cual era. Pero tanta reflexión y tanta epifanía no
sirvieron de mucho. Mi mente estaba tan acostumbrada a usar las mismas
estrategias que siempre empezaba alguna nueva dieta milagrosa, probaba
algún aparato nuevo de estética que cambiaría mi vida, o me obsesionaba
con algún deporte.
En ese período pasé por lugares muy bajos… Recuerdo que hice una dieta
en la que tomaba una hormona, que es la que producen las mujeres
embarazadas, la cual te ayuda a adelgazar. Durante el mes y medio (o a
veces más tiempo) que consumís la hormona, también hay que hacer una
dieta ESTRICTA que hay que cumplir a rajatabla. Solo está permitido
consumir de 500 a 800 kcal diarias.
Este era el menú que me había dado la nutricionista:
1 manzna chica en el desayuno.
100 g de lomo (pesados por balanza) en el almuerzo, con hojas verdes.
1 manzana chica en la merienda.
100 g de lomo (pesados por balanza) en la cena.
Opcional si tengo mucha hambre: 1 manzana chica extra.
Al leer lo que escribo, no puedo entender cómo esto puede ser recetado
por un profesional (por eso pido, por favor, que corroboren la seriedad de
los profesionales con los que se tratan). Pero lo que sí hoy puedo entender es
el nivel de estrés al que se somete el cuerpo en estas situaciones.
Ese mes y medio fue excesivamente duro y estresante. Me afectó en todo
sentido. No tenía energía en absoluto; me mareaba en los entrenamientos,
estaba siempre de mal humor e irritada, me escondía para comer porque no
tenía ganas de que la gente en el trabajo me preguntara por qué comía
siempre lo mismo y tan poco. Tenía momentos de gran ansiedad en los que
me desesperaba por cualquier alimento que no fuese manzana o carne, y fue
el tiempo en el que más me peleé con mi novio porque estaba muy
intolerante. Lo maltrataba por el nivel de estrés que llevaba encima.
Ese mes y medio pasó, y adelgacé muchísimo, pero estaba con tanta
ansiedad contenida dentro que lo que vino después fue un terremoto de
emociones y un tsunami de comida. ¡Me desbarranqué! No podía contener
las ganas desesperantes por comer harinas y dulces. Lo que había
adelgazado lo recuperé en un mes, y aumenté más del peso que tenía antes de
haber empezado la dieta. No sabía dónde esconderme… Me daba vergüenza
que la gente me viera. Estaba muy decepcionada y frustrada conmigo misma.
Había tocado fondo.
Mi novio me veía pesarme en la balanza, y me abrazaba mientras yo
lloraba por la mañana antes de ir a trabajar. Tuve que tomar una decisión. De
las más difíciles de mi vida hasta entonces. Me di cuenta de que, a pesar de
haber aprendido muchísimo de mí haciendo psicoanálisis con Helena y de
estar muy agradecida con ella por haberme acompañado en mi crecimiento
durante tantos años, nunca había logrado mover la aguja en mi problema con
la comida y con la autopercepción de mi cuerpo. Empezaba a estar cada vez
más interesada en la meditación, en cuestiones de energía y en terapias
alternativas, así que decidí que quería hacer un cambio en la forma de
abordar este problema.
Ese fue el momento en que conocí a Gabi
Un tiempo después de haber dejado de hacer psicoanálisis, llegó Gabi a
mi vida. Mi mamá me habló de esta persona que acompañaba a gente en sus
procesos de sanación y que, según una amiga de ella, era maravillosa y a su
hija le había hecho muy bien. Yo pensé: “Acá viene otro intento fallido de
ser feliz. Pero ¿qué más da? Si ya estoy en la ruina, no tengo nada que
perder”.
Gabi ha integrado un modelo de acompañamiento para la sanación que se
llama Reprocesamiento Energético Transpersonal, que enseña con la
asistencia de su compañero Guille. Su camino empezó con la Psicología
Evolutiva en Estados Unidos y luego, en Buenos Aires, con el Counseling
Psicocorporal y Psicológico, Sanación Energética, Focusing, Terapias de
Avanzada (EMDR, EFT) y Atención Plena.
Yo no sabía qué significaba todo esto, pero me tiré a la pileta a nadar y a
intentar dejar en el agua mi ideal.
Pensé que el mundo se terminaría, pero de entre las cenizas crecieron
flores…
Pensé que, una vez que me rindiese en intentar conseguir ese cuerpo
ideal, mi vida se iba a ir en picada.
Pensé que la gente se iba a reír de mí; pensé que no le iba a gustar a
nadie; pensé que mis amigas se iban a decepcionar; pensé que iba a
terminar todo el día tirada en la cama, llorando, comiendo para ahogar
las penas, sin ganas de vivir, con ganas de desaparecer. Pero nada de eso
pasó.
Cuando dejé ir mi ideal, me di cuenta de que este ocupaba mucho más
espacio del que me había percatado. Y, entonces, quedó espacio para
llenarme de otras cosas que hacía mucho que no experimentaba, o que jamás
había sentido antes.
Cuando dejé ir mi ideal,
empecé a disfrutar de los abrazos de mi novio.
Me di cuenta de que sí me gustaba cocinar.
Empecé a sentirme más sexy.
Y libre: me siento libre.
Dejé de juzgar a los demás.
Se me hizo más fácil hacer amigos.
Se duplicó mi ropa, porque empecé a usar
toda la que tengo en mi placard.
Mis amigas me vieron más feliz,
y me transmitieron su admiración.
Mis viajes se volvieron puro disfrute.
Dejé de compararme con otras mujeres
y descubrí que juntas SUMAMOS en vez de RESTAR.
Empecé a disfrutar más de mi sexualidad.
Comprendí el amor y relación de mis papás.
Tuve ganas de cosas nuevas.
Surgieron nuevas oportunidades en mi vida.
Empecé a disfrutar más del deporte.
Dejé de tener tanto miedo.
Aprendí a meditar.
Me hice consciente de lo poderosa que soy.
Y de lo poderosas que somos.
Mi relación con la comida se armonizó; perdió importancia.
Dejé de permitir que me maltrataran.
Aprendí a hacerme valer.
Me siento más inteligente,
más capaz,
más atractiva.
Cuando dejé ir mi ideal,
me dieron ganas de vivir.
Y ahora decime:
¿ser perfecta
vale más que
todo esto?
Aprovechá estos renglones en blanco para desahogar tu experiencia:
_______________________________________
Ya sé
Ya sé que lo intentaste mil veces, y que no lo podés evitar...
Ya sé que entendés que es lo mejor para vos, pero no lo lográs aplicar...
Ya sé que pensás que preocuparse por el físico cuando hay cosas tanto más
importantes en esta vida es una estupidez, y que te sentís tonta y superficial
por ser así, pero al mismo tiempo no cabe la idea en tu mente de que no te
importe cómo te ves.
Ya sé todo lo que sabés, porque yo también lo pasé. Pero lo que NO sabés es
que AMAR NUESTRO CUERPO no significa que te guste todo de este, y
ACEPTARLO no significa RENDIRNOS.
Amar nuestro cuerpo tiene que ver con honrarlo por lo que hace por nosotras
día a día. Porque, a pesar de todo lo que lo maltratamos, nunca se rindió.
Porque nos mantiene vivas. Porque nos regala la vida.
Y aceptarlo… Qué difícil aceptar…
“No aceptar
lo que no nos gusta
en la vida es lo que nos hace sufrir”.
(VICTOR KÜPPERS)
“Cada esfuerzo que hago para
deshacerme del conflicto me está
trayendo un conflicto en sí”.
(ENRIC CORBERA)
En vez de intentar deshacerte del conflicto de que no te gusta tu cuerpo y
provocar uno nuevo por intentar constantemente cambiarlo y fracasar, ¿por
qué no nos detenemos a pensar: “Acá hay algo importante que yo puedo
aprender de esta situación”?
Quizás, este conflicto no se presentó para arruinarte la vida, sino que se
hizo presente para que aprendas a disfrutarte, a quererte, a celebrarte. Para
que pases este capítulo de autorrechazo y te hagas más fuerte, mental y
emocionalmente.
Durante mucho tiempo pensé que, si aceptaba mi cuerpo tal cual era, iba a
caer en un pozo depresivo. Tenía la idea de que aceptarme era rendirme y de
que rendirme significaba estar tirada todo el día en la cama comiendo papas
fritas. Aceptarme significaba perder el control. Y durante tanto tiempo había
estado tan restringida que la idea de no control para mí era como la de un
vagabundo en el desayuno de un hotel 5 estrellas. Y durante un tiempo fui ese
vagabundo. Había decidido que ya no quería restringirme más; entonces, tiré
mi balanza y me permití comer todo lo que tuviera ganas. No quería decirme
más que NO.
Me asusté porque pensé que esa vorágine y ansiedad por comer todo el
tiempo iba a durar para siempre, pero igual seguí firme con mi decisión de
NO RESTRICCIÓN. Sabía que tenía que lograr parar con ese círculo
vicioso de RESTRICCIÓN-ATRACÓN que había desarrollado por años. Y
pasó algo increíble: adelgacé. No sé cuánto, porque había tirado mi balanza,
pero sentía que la comida pasaba a través de mí, sin causar mucho impacto
en mi cuerpo. ¿Cuál era la diferencia? ¿Qué estaba haciendo distinto?
Lo único que había cambiado en mí era la mentalidad con la que comía lo
que comía. Es más, ahora comía más y me permitía comer todas las cosas
que antes me privaba de comer pero, a diferencia de antes, no engordaba.
Comía sin culpa.
Obviamente, esto no está probado científicamente. Pero estoy convencida
de que comer con alegría, con disfrute y sin culpa hace que nuestro cuerpo
procese los alimentos con mayor facilidad y que nuestro metabolismo queme
esas calorías con muchísima eficacia, ya que no detecta ningún peligro
cercano. Por el contrario, al comer con estrés, tristeza y culpa, nuestro
metabolismo tiende a ralentizarse y nuestro cuerpo, a aferrarse a esa grasa
ganada, ya que, para nuestro inconsciente, la grasa nos protege y nos brinda
reservas para cualquier situación de peligro y/o épocas de ayuno que
tengamos que enfrentar.
Hoy quiero compartirte todo
El primer ejercicio que me hizo hacer Gabi consistió en elegir distintas
piedras que tenía en rincones de su consultorio, e ir colocándolas una a una
desparramadas en el piso y, con cada una, cerrar los ojos y conectar con las
distintas partes o subpersonalidades de las que sentía que tenía dentro de mí.
Conecté con la Jime obsesiva y exigente, a la que nada le parece
suficiente, que vive constantemente aferrada al control y a la que nada la
satisface.
Conecté con la Jime segura de sí misma, poderosa, bien del signo Leo. La
que se sube al escenario y se expone ante todos con el espíritu de una
guerrera.
Conecté con la Jime descontrolada, desbarrancada, compulsiva y muerta
de ansiedad.
Conecté con la Jime creativa y vulnerable, deseosa de hacer arte y de que
ese arte toque los corazones de la gente.
Conecté con la Jime muerta de miedo, que necesita hacerse un bollito,
taparse con el acolchado y hacerse muy chiquita para esconderse de los
juicios.
Pasé por cada uno de estos estados, por cada una de estas múltiples
facetas de mi personalidad. Al terminar, Gabi me preguntó:
“¿Qué creés qué quiere cada una de
estas partes?”
Después de haber pensado durante algunos minutos, contesté:
“Ser feliz”.
“Exacto. Todas estas partes tienen una buena intención. Aunque quizás no
lo estén haciendo de la manera que a vos te esté resultando. Pero sabemos
que lo que quieren todas tus jimes es que Jime sea feliz”, me explicó.
Me quedé mirándola.
Gabi facilitó que viera que estaba en guerra conmigo misma. Me dijo: “Te
propongo que, en vez de intentar deshacerte de la jime compulsiva, la que
rompe las dietas, la que está muerta de ansiedad, de miedo y de angustia, la
ubiques imaginariamente al frente tuyo, la mires a los ojos y le digas: ‘Te
entiendo. Sé por qué hacés lo que hacés. Sé que tus intenciones son buenas y
que creés que este es el camino para que yo esté bien y para que seamos
felices, y te abrazo por eso y te hago un lugar dentro de mí para que estés
cómoda y calentita. Pero dejame decirte que juntas podemos encontrar una
nueva manera de convivir y avanzar hacia nuestra meta común. Ya no es
necesario que estemos en guerra”, concluyó.
Fue lo más revelador que había escuchado hasta el momento. Nunca me
había propuesto darle la bienvenida a mi enemigo para terminar la guerra.
Siempre había optado por tratar de extirpar de mí todo aquello que no me
gustaba. Pero esa vez abracé a mi sombra, le di cariño a esta parte mía que
tanto odiaba y rechazaba, y algo en mí se calmó.
A este ejercicio le siguieron varios. Y quiero compartirte todo lo que más
me sirvió.
Tapping
Me gustaría que hagamos juntas uno de los ejercicios que cambió mi vida.
Se llama “TAPPING”.
Tapping, en inglés, quiere decir dar golpecitos. Así llaman a la Técnica
de Liberación Emocional o EFT (Emotional Freedom Technique), creada
por Gary Craig. Es superefectiva.
Es un modo de acupresión emocional. Libera los bloqueos del campo de
energía estimulando con la yema de los dedos a través de golpecitos en
distintas partes del cuerpo que
corresponden con los meridianos en la medicina china. Mientras hacemos
eso, decimos una serie de frases, siempre en voz alta, y con los ojos
abiertos. Primero despejamos la carga negativa y luego nos fortalecemos con
todo lo positivo. Esto sirve para reordenar nuestra energía y también para
poder “desenchufar” de nuestra mente una idea que tengamos arraigada
desde hace mucho tiempo (probablemente, la infancia) y, en su lugar, poner
una nueva. Por ejemplo, la idea de que no soy valiosa. La idea de que el
físico está relacionado con el éxito. La idea de que, si no hago nada, no sirvo
para nada, o la idea de que, cuando me pasa algo emocional, debo recurrir a
la comida para calmarme (eso se llama hambre emocional).
Escaneá el código QR y seleccioná: “Tapping para liberar el odio y
rechazo hacia vos misma y fomentar la autoconfianza y el amor
propio”.
También quiero dejarte el tapping por escrito, así, una vez que ya lo hayas
hecho conmigo acompañándote en el video, si quisieses hacerlo sola, tenés
la posibilidad de leerlo de aquí mismo. (Nunca es necesario saberlo de
memoria; siempre podés acompañarte conmigo en el video, o con el texto
en frente tuyo. Lo que a vos mejor te resulte).
Tené en cuenta que esta es una técnica de liberación emocional que podría
conectarte con cargas o intensidades emocionales de las que no sabías que
estaban allí. Asumiendo total responsabilidad por tu propio bienestar, podés
hacerlo y, si vieras que es difícil o muy intenso, en seguida buscá ayuda de
personas que tienen la capacitación para acompañarte. Este ejercicio no
reemplaza ningún tratamiento que estés realizando y siempre podés consultar
con tu terapeuta o con tu médico si te presenta dudas. Te recomiendo que,
para el uso cada vez más preciso y efectivo de esta técnica, tomes el
entrenamiento en los primeros dos niveles. Yo lo tomé en Espacio
Transparencia con Gabi y con Guille, y me sirvió muchísimo.
Ilustración: Amalia Alvarez @amaalva
Primero cerrá los ojos un ratito, conectá con vos misma y con cuánto
te perturba el hecho de sentir que no te querés o te valorás lo suficiente.
Y ponele un número subjetivo a esa sensación de cero a diez.
Abrí los ojos.
Acordate de que el tapping se hace siempre con los ojos abiertos, en
un lugar tranquilo y en voz alta.
Empezamos con golpecitos hechos con una mano, en el dorso de la
mano contraria. Es indistinto qué mano da los golpecitos o los
recibe. Continúan los golpecitos mientras decimos las afirmaciones.
Liberando odio y rechazo hacia mí misma.
Aunque siento tanto odio y rechazo hacia mí misma,
me acepto profunda y completamente.
Y elijo abrirme a la posibilidad de empezar a cambiar
esa perspectiva sobre mí misma,
aunque no sepa cómo hacerlo.
Aunque me inunda un profundo odio y rechazo
hacia mí misma,
y hasta me doy asco por momentos,
me acepto profunda y completamente
y elijo abrirme a la posibilidad de cambiar
esa sensación hacia mí misma
y empezar a notar todas las virtudes que poseo.
Aunque me siento tan mal conmigo misma
y no puedo dejar de criticarme y
de decirme cosas horribles
que me hacen mucho daño,
me acepto profunda y completamente
con todo lo que eso conlleva.
Y me abro a una nueva realidad
en la que aprecio todo de mí,
lo bueno y lo malo, lo que me gusta y
lo que no me gusta.
Y, aunque me sienta perdida y
no sepa cómo hacerlo,
puedo confiar en mi alma,
que sabe cómo encontrar la forma.
Arrancamos con el circuito de golpecitos desde la tapa de la cabeza
pasando por la base de las cejas, costado de ojos, debajo de los ojos,
debajo de la nariz, mentón, debajo de las clavículas, costillas, debajo de
cada brazo, y vuelvo a repetir el ciclo mientras voy diciendo en voz alta
las siguientes frases:
Todo este odio que me tengo,
este profundo odio y rechazo,
la sensación de malestar
que me trae en el cuerpo,
estas cosas horribles que me digo,
tantas cosas feas que me digo,
todas estas maldades
o ideas negativas que tengo sobre mí
que me hacen tanto daño…
Este miedo que tengo,
este miedo que tengo a ser yo misma,
todo este miedo que tengo a mostrarme tal cual soy
porque pienso que hay una falla en mí,
porque siento que hay algo en mí que anda mal
o que va a ser rechazado.
Todo este esfuerzo que hago
por ocultar quién realmente soy
y esta vergüenza que me da ser yo misma.
Me pregunto qué necesitaré para ser feliz,
para estar en paz conmigo.
No sé cómo empezar a mostrarme
y no sé cómo empezar a valorarme.
Pero, aunque sentí todo esto en el pasado,
ahora elijo confiar.
Hoy elijo confiar en que mi alma
sí sabe lo que necesito
y que, sola, me va a ir guiando en el camino.
Hoy me estoy abriendo a esta posibilidad.
Ya estoy aprendiendo a confiar en mí misma
y estoy apreciando esas partes de mí
que quizás todavía no veo,
pero que son absolutamente maravillosas.
Hoy elijo empezar a verme con los ojos
de las personas que me aman.
Elijo aprender a quererme y a aceptarme.
Hoy elijo valorarme por todo lo que soy
y dejar a un costado todo lo que no me gusta
y todas las exigencias que me abruman diariamente.
Soy un ser maravilloso,
soy una persona que está trabajando en sí misma,
y eso es muy valioso.
Yo soy capaz de lo que sea que me proponga.
A mí no me para nadie,
y algo en mí sabe que eso es cierto.
Toda la luz que tengo adentro…
Elijo que recorra todo mi cuerpo,
elijo llenarme de esta
y vivir mi vida con esa energía.
Porque así estoy atrayendo
las mejores situaciones para mí.
Hoy elijo cambiar mi perspectiva.
Hoy elijo cambiar mi energía.
Hoy elijo cambiar el foco,
alumbrarme y brillar
por todo lo maravilloso que soy.
Yo sé que puedo con esto
y, aunque muchas veces antes lo intenté
y no me funcionó
y eso me desalentó,
yo sé que esta vez es distinto.
Yo puedo con esto.
Yo puedo amigarme conmigo,
y así atraer las mejores situaciones para mí,
donde me sienta amada,
donde me sienta capaz,
donde me sienta valorada,
donde me sienta invencible.
Gracias, universo, por todo lo que me das.
Gracias, cuerpo, por todo lo que hacés por mí.
Gracias por mantenerme viva.
Gracias, alma, por ser tal cual sos.
Respiro tranquila. Pongo mi mano izquierda debajo de mi axila
derecha y mi mano derecha por encima de mi hombro izquierdo. Puedo
cerrar los ojos. Me doy un abrazo tan largo como lo necesite. Me
concentro en mi respiración y vuelvo a ponerle un número subjetivo al
nivel de intensidad de mi malestar, preocupación y/o ansiedad. Comparo
el número inicial con el final. Si no hubo cambios o el número subió,
vuelvo a repetir el ejercicio.
V II
El boom de Instagram
A ntes de viralizarme en Instagram, yo tenía aproximadamente 35.000
seguidores. Tenía esa cantidad de seguidores porque había estado
trabajando ya hacía unos tres años en una marca de ropa Argentina (47
Street, para las que la conocen), que sacó su canal online a través de
Instagram, y yo era la conductora del canal. Hacía desde entrevistas hasta
sketches de comedia y conducción de sus eventos en vivo. Esto me había
dado cierta repercusión, pero la verdad es que no me llevaba NADA bien
con las redes. De hecho, lo padecía bastante.
Me encantaba la idea de mostrarme, de mostrar lo que hacía y de generar
comunidad con la gente que me seguía. Pero, al momento de hacerlo,
solamente terminaba subiendo fotos de modelo, posando, sin mucho texto ni
mucho vuelco de opinión en mi contenido. Subir una foto me estresaba
muchísimo porque estaba más preocupada por cómo había salido en la foto y
por la cantidad de likes y comentarios que podía tener que por el contenido
en sí. Y te aseguro: esa no es una buena forma de lidiar con las redes
sociales.
Un tiempo después de haber empezado a practicar semanalmente el
tapping en las sesiones con Gabi, me empecé a sentir bastante mejor. Hasta
que ¡BOOM! ¡Coronavirus! ¡Cuarentena! ¡Todo el día en casa! En ese
entonces (marzo de 2020), ya vivía con mi novio. Siempre fuimos los dos
muy deportistas, así que nos manteníamos entretenidos haciendo deporte
todas las mañanas. Pero el día era largo. Las horas no pasaban, y mi
ansiedad por atacar la heladera se volvía cada día más y más intensa.
Empecé a desesperar… empecé a pesarme constantemente y a estar mal
otra vez. Hasta que surgió la idea de hacer sesiones por Zoom. Gabi me dijo:
“Grabemos en audio los tappings que hacemos con respecto a este tema y
hacelos TODOS LOS DÍAS por la mañana y una o dos veces más por la
tarde y noche”.
Quería hacer un cambio. Con todas mis fuerzas quería sanar. Tenía tantas
ganas de probar el primer bocado de ese dulce de leche que llaman
“felicidad” que tan lejano y utópico me parecía que decidí comprometerme
al máximo.
Durante tres semanas hice tapping religiosamente todos los días. Le di
total prioridad a ese momento de conexión conmigo misma, en un lugar
tranquilo y seguro de mi casa, donde nadie me interrumpiera y yo me sintiera
libre y tranquila.
Al pasar los días, la ansiedad comenzó a bajar. Y no solo eso, sino que
algo en mi manera de pensar estaba más despierto y amable. Todavía me
miraba al espejo, y aparecían estos pensamientos destructivos o
pensamientos intrusos, como me gusta llamarlos. Pero entonces tenía la
capacidad de separarme de mi mente, de comprender que YO NO SOY MIS
PENSAMIENTOS y, al hacerme a un costado, el aquí y ahora cobraba un
peso inmenso. En ese instante era capaz de hablar conmigo misma y decirme:
“Jime, no pierdas el tiempo maltratándote. Tenés un cuerpo sano, y tu vida
está llena de cosas hermosas. Si querés, podés tener un día maravilloso por
delante, lleno de metas, de creatividad, de trabajo, de lo que sea que quieras
meterle. Pero no te lo arruines maltratándote”. ELEGÍ dejar esos
pensamientos a un costado y, CONSCIENTE Y CONSTANTEMENTE,
recordar todo lo que valgo.
No siempre me salía. El camino del amor propio es así, variable y
cambiante, nunca lineal. A veces terminaba cayendo en la trampa de mi
mente, angustiada, haciéndome un bollito en mi cama. Pero mi forma de
afrontar esos malos pensamientos ya había mutado, y pronto terminaría de
establecerse en mi psiquis. Como siempre digo en mis redes, el amor propio
no es un cambio de un día para otro: es un proceso largo de aprendizaje, de
autoindagación y de mucha predisposición a querer estar bien. En ese
proceso estaba, y no quería volver un solo paso atrás.
De a poquito empecé a compartir los ejercicios de deporte que hacía con
Jaco, mi novio, en Instagram. Esto fue un gran avance porque nunca antes lo
había hecho ya que tenía pánico de que mis piernas se viesen en cámara.
Siempre intentaba, incluso trabajando en el canal online, que todo lo que se
grababa me tomara de la cintura para arriba.
Eso empezó a hacerme sentir más cómoda con compartir contenido, ya que
era algo que realmente disfrutaba. Era genuino y sin tanto maquillaje.
Un día cualquiera, a las siete de la mañana, sucedió la magia…
Venía hace tiempo observando a una chica inglesa que se llama Chessie
King, que siempre subía videos en bombacha y corpiño, mostrando cómo se
movía su cuerpo al moverse, apretando la cola para resaltar su celulitis y
siempre lo hacía muy divertida y enérgica. Yo pensaba: “¿Algún día podré
hacer esto? ¡Me parece maravilloso!”.
Llegó el día. Ese 29 de abril de 2020, estaba tan desvelada pensando en el
cambio que quería hacer en mi vida (al igual que hoy, que estoy en el medio
de mi vestidor, entre ropa y valijas en el piso, desvelada a las 5:15 de la
mañana, escribiendo este libro) que decidí accionar. Dejé a mi novio
durmiendo en nuestra cama; me puse una bikini marrón. Agarré el trípode
para el teléfono y, en un rincón del living, comencé a grabar.
Mientras bailaba, movía mi cuerpo y mostraba mis (en ese entonces)
consideradas imperfecciones; salía de mí un discurso improvisado, pero
terriblemente genuino.
En honor a la canción que elegí de fondo de Ed Sheeran, “I don’t care”,
titulé este video como “El baile del qué me importa”.
Estas fueron las palabras que salieron de mí en el video.
Y también te dejo el CÓDIGO QR para que, si querés, puedas ir
directo a mi IG a verlo.
Me muevo,
me muevo y todo se mueve
porque es natural.
Esto es natural.
Esto es natural.
Esto es natural.
Y todos deberíamos tener la libertad
de bailar en pelotas y que no nos importe nada.
¡Que no nos importe NADA!
Que no nos importe quién nos está mirando.
Que no nos importe si vamos caminando
y se nos marca esto.
¿Qué importa?
¡Es tu cuerpo!
¡Amalo!
Es tu cuerpo; es el que te lleva a andar en bici, es el
que te lleva a subir montañas, es el que te lleva a estudiar,
el que te lleva a ver a tus seres queridos, es tu TEMPLO.
Es el que te da PLACER.
Es el que te da el placer de comer, el que te da el placer del sexo,
el que te da el placer de abrazar a tus seres queridos.
Abrazá a tu propio cuerpo y decile gracias.
¡Gracias, cuerpo!
Acá estoy, cagada en las patas,
desnuda,
mostrándoles mis peores miedos.
Espero que les sirva.
Sin planearlo, sin esperarlo, ¡sin siquiera imaginarlo!, este video se
viralizó por todos lados. Los seguidores de mi cuenta de Instagram
empezaron a crecer y crecer descontroladamente: 5000 nuevos por día; me
llegaban cientos de mensajes directos en los que me agradecían por lo que
había hecho. La gente no paraba de repostear el video en sus historias, y
hasta trascendía fronteras. El video dio vueltas por Chile, Perú, Bolivia,
Uruguay, Colombia, Costa Rica, Venezuela, Ecuador, Estados Unidos,
España, Francia, y por no sé cuántos países más.
Yo no podía creer lo que estaba sucediendo; no podía creer el grado de
aceptación que este movimiento había tenido… Durante tantos años había
tratado de esconder los problemas con mi cuerpo y me había costado tanto
expresarme al respecto, y ahora la gente me estaba agradeciendo por haber
puesto en palabras todo aquello que ellos también sufrían, pero que todos
ocultaban.
En ese momento, me di cuenta de que de esto quería hablar más. Quería
empezar a alzar mi voz y a animarme a tener una opinión, a compartirla y a
debatir los temas que tanto me importaban y que habían quedado enterrados
en la sombra de lo que no se muestra. Además, si el video había tenido tanta
repercusión, ¡era porque la gente estaba necesitando hablar de estos temas!
Ese día se cayeron los barrotes de la cárcel que yo misma me había
construido.
Ese día entendí que el miedo era mucho más grande estando dentro de mi
mente que sacándolo hacia afuera.
Ese día entendí que había muchísimas chicas como yo, y que quería
ayudarlas.
Ese día entendí que ser mujer no tiene por qué ser un mandato de
perfección, que no somos objetos ni artículos de decoración.
Ese día me propuse amarme y hacer que más gente se ame.
Porque, al final, los momentos que se nos pasan por la cabeza justo antes
de partir de este mundo no tienen forma, no tienen photoshop, no están en la
tapa de las revistas.
Esos momentos son un abrazo, una risa, una rica cena con la gente que más
amás… y es nuestro cuerpo el que nos permite disfrutarlo.
¿Me voy a encargar de torturarlo solamente porque no tiene la forma que
yo quiero que tenga?
Eso ya no tenía sentido para mí.
O disfruto mi vida, o no hay otra salida.
A partir de hoy, elijo el camino del amor.
V III
La perfección no existe. La restricción hace al
atracón
M il millones de veces me habían dicho: “La restricción hace al
atracón”. Pero no lo entendí hasta que quise entenderlo. Mientras
tanto, me convencía de que la falta de voluntad, la debilidad y el fracaso
hacían al atracón. No la restricción. La restricción me iba a llevar al éxito.
¿Qué significa que la restricción hace al atracón? Que la necesidad de
nuestra mente de comer en exceso se genera cuando durante un período X de
tiempo nos privamos de comer uno o varios alimentos. Si no nos
restringimos, no tenemos la necesidad de darnos atracones.
Hay algo que a mí me pasaba, que me daba muchísimo miedo, y es el
“TODO ESTÁ PERMITIDO”.
Para mí, la idea de no restricción era completamente peligrosa. Sentía que
“no restricción” significaba automáticamente “descontrol”. No había lugar
para la armonía entre esas dos situaciones.
¿Por qué era esto? Porque nunca terminaba de confiar en que ese momento
de libertad con la comida y de no restricción era para siempre. Entonces,
seguía sintiendo esa necesidad de comer todo en exceso, porque ya se venía
el período de dieta, hambre y restricción otra vez.
¿Alguna vez te pasó haber roto tu dieta con una porción pequeña de algo
no permitido y pensar: “Ya fue, ya la rompí, me como todo y mañana
empiezo otra vez”? A mí, MIL MILLONES DE VECES. Y el círculo vicioso
nunca terminaba porque, después del atracón, viene la culpa; después de la
culpa, el castigo (maltrato psicológico); después del maltrato, la
compensación (restricción); y, después de la restricción, el atracón, que
lleva a más culpa, a más restricción, a más atracón, y a más ganas de
desaparecer de este maldito mundo. Por decirlo sutilmente, ¿no?
Pude darme cuenta, en este camino de amor propio, de que estaba
completamente equivocada en la manera en la que creía que era la forma de
frenar este círculo vicioso. Yo pensaba que esto se iba a terminar cuando
dejase de darme atracones y pudiese mantenerme constante en una dieta. Así
bajaría de peso, sería flaca y, por ende, sería feliz.
Quiero decirte que eso no va a suceder… NUNCA. No porque VOS no
puedas, porque seas débil, inútil, fracasada o lo que sea que puedas llegar a
pensar, ¡sino porque nadie puede! El ser humano no está hecho para vivir
así.
Veamos las distintas opciones
1. Lo más probable es que no seas capaz de mantener una dieta restrictiva
por siempre. Y no porque seas débil, sino porque tu cuerpo NECESITA
distintos nutrientes y porque tu mente NECESITA libertad. Por ende, seguir
intentando mantenerte en una dieta constante jamás te haría feliz, porque
vivirías fracasando una y otra vez.
2. Imaginemos que fueses capaz de mantenerte a dieta restrictiva durante
años, finalmente con el cuerpo que siempre quisiste tener. Tengo que darte la
mala noticia de que así TAMPOCO serías feliz. Tratá de acordarte de las
veces que estuviste a dieta y de las muchísimas cosas que te perdiste por
mantener ese estilo de vida. ¿Nombramos algunas? Juntadas con amigas a las
que no fuiste por no enfrentarte a la comida. Reuniones familiares que no
pudiste disfrutar porque estabas más pendiente de qué comer que de la
charla con tu familia. Viajes en los que no pudiste disfrutar ningún plato
exótico, preocupada por qué ingredientes tiene y por cuántas calorías suman.
Risas que no existieron porque no tenías energía. Mentiras que inventaste
para zafar de probar bocado de tortas de cumpleaños que no disfrutaste
porque estabas tan pendiente de tu imagen que ni siquiera te relajaste para
que no se te doblara ni un centímetro la piel, ¡no vaya a ser que se te viera un
rollo! Pero los rollos se van a ver (quizás no los de tu cuerpo, pero los
rollos en la mente se van a ver... deformando tu realidad, cuestionando tu
validez, criticándote entera). Y va a llegar ese día en el que, a costa de
haberte perdido de todas las cosas simples y maravillosas de esta vida,
consigas el cuerpo que querías. Y es entonces cuando te vas a dar cuenta de
que sos aún más infeliz. Porque te va a caer la ficha de que todo eso por lo
que tanto te esforzaste tampoco te hace feliz. Porque te quedaste sola,
encerrada en tu mundo de obsesiones, sin abrirle la puerta a nadie por miedo
a que te cambiara los esquemas, y ese cuerpo de Barbie no te sirve para
nada más que para posar como una estatua, fría, inmóvil, sin nada que decir
ni que sentir, e imposible de verla crecer y desarrollarse.
Después de muchos años, me di cuenta de que la clave no está en dejar de
atraconarse para poder romper con el círculo vicioso y “vivir felices para
siempre”. La clave está en perdonarse y dejar de restringir. El círculo
vicioso del atracón lo rompés cuando, después de haberte dado uno, en vez
de maltratarte y castigarte volviéndote a meter en una dieta aún más
restrictiva que la anterior, te mirás con los mismos ojos con los que mirás a
un bebé indefenso, confundido y con necesidad de que lo ayuden, y te
PERDONÁS.
Te perdonás por haberte puesto en esta situación extrema de autoexigencia
y control.
Te perdonás por haberte pensado como un fracaso.
Te perdonás por haber canalizado tus emociones a través de la comida. Es
NORMAL: todos lo hemos hecho.
Te perdonás por no haberte podido valorar por todo lo que sos y por
haberte odiado por lo que no sos.
Te perdonás y te abrazás, diciéndote que todavía no sabés cómo vas a
hacer para superar esto, que no sabés cuál es la manera, pero que sí entendés
que lo que estuviste intentando hasta ahora no hace más que producirte dolor.
Llega un momento en el que uno se chocó tantas veces con la misma pared
que ya no se borran las manchas de sangre. Pero esas manchas no son en
vano: sirven para avisarte que por ahí OTRA VEZ NO. Sé lo difícil que es
dejar ir un ideal. Sé lo que es sentir que sin eso que tanto anhelás no podés
vivir. Sé lo difícil que es caer en la cuenta de que la perfección no existe y
de que eso de lo que estoy convencida de que me haría feliz jamás va a
suceder. Pero no puede haber más manchas en esa pared. Hay que cambiar
de camino.
“Detrás de cada persona
perfeccionista,
hay una persona insegura
que busca ser reconocida”.
(ENRIC CORBERA)
Es más importante que te ocupes de entender, acompañar y sanar tu parte
insegura que de cumplir tus caprichos de perfeccionismo, que solo van a
seguir haciendo más y más profundos tus miedos de no ser suficiente.
IX
¿Y si lo hacemos juntas?
M e gustaría que hagamos otro tapping juntas, específicamente pensado
para tratar la compulsión con la comida. A mí me ayudó muchísimo.
¿Te animás?
Escaneá el código QR y seleccioná: “Tapping para tratar el hambre
emocional, la compulsión con la comida y los atracones”.
También te dejo el texto para que, una vez que lo hayas hecho varias
veces, si querés, podés hacerlo sola leyéndolo.
Acordate de que el tapping se hace siempre con los ojos abiertos, en
un lugar tranquilo y en voz alta.
Primero cerrá los ojos un ratito, conectá con vos misma y con cuánto
te perturba este tema. Y ponele un número subjetivo a esa sensación.
Abrí los ojos.
Empezamos con golpecitos hechos con una mano, en el dorso de la
mano contraria. Es indistinto qué mano da los golpecitos o los recibe.
Aunque tengo esta compulsión con la comida
y me genera un peso tan grande adentro,
me abro a la posibilidad
de aprender a amarme y aceptarme profunda
y completamente
con este mecanismo y todo.
Y elijo encontrar la forma de resolverlo,
aunque no tengo idea de cómo voy a lograrlo.
Aunque tengo esta compulsión con la comida,
me acepto profunda y completamente,
con este mecanismo y todo
y con todo lo que me está pasando.
Aunque tengo esta compulsión con la comida,
y, al creer que esto no lo voy a poder resolver nunca,
me siento tan agobiada, asustada y desesperanzada,
me acepto profunda y completamente
y me abro a la posibilidad
de liberar la idea definitivamente
de que este tema no tiene solución.
Yo ya sé que probé muchas cosas,
y por eso creo que esto no lo puedo cambiar.
Pero ahora elijo desafiar esta idea
y abrirme a un cambio más profundo.
Ahora elijo
desafiar
esta idea y
abrirme
a un cambio
más profundo.
Arrancamos con el circuito de golpecitos desde la tapa de la cabeza
pasando por la base de las cejas, el costado de los ojos, debajo de los
ojos, debajo de la nariz, debajo del mentón, debajo de las clavículas,
debajo de las costillas, debajo de cada brazo, y repito el ciclo mientras
voy diciendo en voz alta las siguientes frases.
Esta compulsión con la comida,
la idea de que no tiene solución,
todo el malestar que me trae
esta compulsión que no puedo manejar,
es un mecanismo que me toma
y no lo logro detener.
Me gustaría tanto poder liberarme,
y no sé cómo hacerlo.
Aún no logro entender por qué pasa.
Aún no logro salir de la circunstancia
y, mientras voy haciendo tapping con esto,
mi cuerpo sabe lo que necesito soltar.
Este hábito compulsivo con la comida…
Me estoy abriendo a liberar
toda la desesperanza
y sentirme cada vez más abierta
a encontrar mi camino de sanación.
Me abro a liberar saludablemente
este hábito compulsivo con la comida
y todo el malestar que me genera.
Con una mano, haciendo golpecitos en la otra, estimulo el punto entre
el anular y el meñique.
Miro hacia adelante, lejos.
Sin mover la cabeza, solo moviendo los ojos, miro hacia abajo a mi
derecha.
Miro al centro de nuevo.
Sin mover la cabeza, solo moviendo los ojos, miro hacia abajo a mi
izquierda.
Imagino que tengo un reloj enorme delante de mí y, sin mover la
cabeza (solo los ojos), miro a las 12… 1… 2… 3… 4… 5… 6… 7… 8…
9… 10… 11… 12.
Y ahora al revés: a las 11… 10… 9… 8… 7… 6… 5… 4… 3… 2… 12.
Vuelvo a iniciar el circuito de golpecitos desde la tapa de la cabeza
mientras voy diciendo en voz alta las siguientes frases:
Esta compulsión con comer,
todo el malestar que me genera
esta impotencia tan grande…
Me abro a soltar de modo seguro
este mecanismo que me estuvo protegiendo de algo,
aunque no sé de qué.
Me abro a resolverlo realmente
de la mejor manera para mí,
y ahora estoy eligiendo hacerlo,
aunque no tengo idea de cómo lo voy a lograr.
Elijo liberar este mecanismo
y poder elegir.
Yo sé que soy capaz,
yo sé que soy capaz,
yo sé que soy capaz
y tengo la fuerza de voluntad que necesito.
En esta oportunidad elijo
llegar a la raíz y liberarla,
aunque no sepa cuál es.
Mi alma sabe lo que estoy aprendiendo
a través de esto.
Elijo resolverlo fácilmente,
elijo resolverlo fácilmente;
yo soy capaz de lograr un cambio con esto.
Me tomo unos segundos de descanso. Puedo cerrar los ojos. Me
concentro en mi respiración y vuelvo a ponerle un número subjetivo al
nivel de intensidad de mi malestar, preocupación y/o ansiedad. Comparo
el número inicial con el final.
Si sentís que te vendría bien seguir para conectar con la sensación que te
ocurre cuando estás por empezar a comer descontroladamente, te invito a
continuar con este tapping (que también podrías utilizarlo específicamente en
esos momentos de ansiedad previos a un atracón, o también incorporarlo a tu
rutina diaria, ya que el tapping es todavía más efectivo cuando se usa más
como prevención que como remedio inmediato de un estado emocional).
Tapping para prevenir un atracón
Primero, cerrá los ojos un ratito; te invito a conectar con esa
sensación que aparece en tu cuerpo cuando sentís urgencia de comer de
más.
Ponele un número subjetivo a esa sensación.
Abrí los ojos.
Empezamos con golpecitos hechos con una mano, en el dorso de la
mano contraria. Es indistinto qué mano da los golpecitos o los recibe.
Aunque tengo esta sensación en mi cuerpo
que me lleva a comer innecesariamente,
me acepto profunda y completamente,
y me abro a la posibilidad de sanar
este tema desde el origen,
aunque no tengo idea de cómo hacerlo.
Aunque tengo esta sensación en mi cuerpo
que me lleva a comer innecesariamente,
me acepto profunda y completamente
y me abro a la posibilidad de sanar
este tema desde el origen,
aunque no tengo idea de cómo hacerlo.
Aunque tengo esta sensación en mi cuerpo
que me lleva a comer innecesariamente,
me acepto profunda y completamente
y me abro a la posibilidad de sanar
este tema desde el origen,
aunque no tengo idea de cómo hacerlo.
Arrancamos con el circuito de golpecitos desde la tapa de la cabeza
pasando por la base de las cejas, por el costado de ojos, debajo de los
ojos, debajo de la nariz, mentón, debajo de las clavículas, costillas,
debajo de cada brazo, y vuelvo a repetir el ciclo mientras voy diciendo
en voz alta las siguientes frases:
Esa sensación en la boca y en el estómago,
cuando urgentemente necesito comer…
Me pregunto qué es lo que quiere llenarse.
Toda esta compulsión que tengo…
¿por qué busco ese placer?
¿Qué es lo que necesito realmente?
¿Qué es lo que necesito calmar
en mi boca y en mi estómago?
Me pregunto qué hace que sea tan intenso el deseo
que no lo puedo refrenar.
No quiero parar de comer
y, aunque sé que estoy
en medio de un gran conflicto
y no sé cómo dejar de sentir la intensidad
de este deseo de comer,
me abro a la posibilidad
de escuchar y fijarme en qué estoy queriendo lograr
a través de este mecanismo y de esta relación con la comida.
¿Qué necesito?
¿Qué es lo que necesito?
¿Qué se calma cuando como?
¿Qué se calma cuando como así?
¿Qué será ese lugar?
¿Qué se siente insoportable hasta que se me llena la panza?
Elijo desligar la idea
de que la comida cura cualquier tipo de emoción
y usar la comida para nutrirme y para disfrutarla
y, aunque pienso que esto es muy difícil de cambiar,
una parte mía tiene algo de esperanza
y me acepto profunda y completamente.
Elijo encontrar dentro de mí
un nuevo espacio de fuerza
que quizás no pude contactar antes
para poder con este mecanismo.
Un nuevo lugar en mí
que puede luchar tranquilamente con esto
porque algo en mí es más fuerte que esto,
y con un proceso voy a lograr desarticularlo.
Yo soy capaz de cualquier cosa que a mí se me ocurra.
La verdad es que a mí no me para nadie,
y algo en mí sabe que eso es cierto.
Yo soy capaz de desarmar este mecanismo
comprendiendo y aceptando
que en algún lugar se organizó,
y yo tengo la potencia para sanarlo.
Elijo apostar a la esperanza.
Y, en el viaje que estoy haciendo,
hay mucho que puedo aprender sobre mí misma.
Todo esto es muy valioso para mí.
Todo esto es muy valioso para mí.
Todo esto es muy valioso para mí.
Y elijo atraer hacia mí el mejor camino de sanar este tema,
que puede ser muy profundo.
Me tomo unos segundos de descanso. Puedo cerrar los ojos. Me
concentro en mi respiración y vuelvo a ponerle un número subjetivo al
nivel de intensidad de mi malestar, preocupación y/o ansiedad. Comparo
el número inicial con el final. Si no hubo cambios o el número subió,
repito el ejercicio.
X
El mundo del coaching
A raíz del cambio rotundo y transformador que empecé a transitar,
comencé a interesarme mucho por el mundo del coaching y a formarme
en terapias de avanzada y en acompañamientos terapéuticos. Fui conociendo
maestros maravillosos y quiero compartirles algunos conceptos que aprendí
de quien hoy se transformó no solo en un maestro, sino en un gran amigo:
Summer Sasin (@summer_sasin en Instagram).
Vivimos seteados en un modo de pensar en el que creemos que no vamos a
ser felices hasta que no tengamos X cosa. Esto puede ser un cuerpo perfecto,
una pareja ideal, una casa soñada, un trabajo que nos dé valor, lo que sea.
Vivimos en este mundo de:
TENER - HACER - SER
TENER para poder HACER las cosas que hacen los que tienen, para
poder SER felices.
Pero un día, Summer me explicó cómo funciona realmente la ecuación:
SER - HACER - TENER
SER y sentirte suficiente con quien ya sos, estar agradecido y, por ende,
feliz te va a llevar a HACER las cosas con cierto entusiasmo, disfrute y
alegría y, por consecuencia, eso te va a llevar a TENER las cosas que
quieras tener, como resultado de lo que estás atrayendo a tu vida a través de
tus acciones, que están teñidas de esa alegría de ser feliz con lo que ya sos.
A mí me explotó la mente al darme cuenta de que había estado viviendo
mi vida completamente al revés, comportándome de la manera más
perjudicial posible para mí misma.
En el momento en el que decidís que solo vas a ser feliz cuando tengas una
u otra cosa, le estás entregando el control remoto de tu felicidad al afuera;
estás condenándote a vivir una vida de espera agonizante, hasta que algo
externo (que tiene el poder que vos le diste) decida dártelo, si es que alguna
vez lo hace.
En cambio, si decidís sacarte los lentes de la exigencia, la queja, los
estándares y decidís abrir tu mirada a reconocer todas las cosas valiosas que
YA tenés y todo lo valiosa que YA sos, tomás el control de tu vida y, por
ende, de tu felicidad, y empezás a SER FELIZ DESDE YA. Desde ahora
mismo. Porque tus logros, la forma de tu cuerpo, tu pareja, tu trabajo, el
dinero o cuantas carreras tengas NO TE DEFINEN. A vos te definen tu
espíritu, tu energía, tus valores, tu generosidad, tu sentido del humor, el amor
que brindás, el entusiasmo con el que vivís. ESO SÍ TE DEFINE y, si todo
eso está teñido de negro porque hoy no tenés lo que sea que querés tener,
lamento decirte algo:
Sos vos misma quien te está
impidiendo ser feliz.
Sos vos misma quien está decidiendo
ver con los lentes de la carencia.
Sos vos misma la responsable de tu
infelicidad.
No digo que sea fácil. ES, y punto.
XI
No soy víctima de nada ni de nadie
M uchas veces caemos en la victimización, en la búsqueda del culpable,
en el “¿Por qué a mí?”. Y, desconcentrados en cuestiones
insignificantes (que, en definitiva, no modifican nuestra realidad), nos
perdemos de la maravilla de preguntarnos: “¿Qué puedo aprender yo de
esto?”, “¿Qué enseñanza viene a traerme esto a mi vida?”, “¿Qué puedo
hacer yo para poner este obstáculo a mi favor, y salir aprendiendo de esta
experiencia?”.
Como dije…
LOS EVENTOS SON NEUTROS. ES NUESTRA
INTERPRETACIÓN LO QUE LOS TIÑE.
¿Cómo funciona esto?
El EVENTO sucede. Este, ya a simple vista, puede parecerte malo o bueno.
Pero, en realidad, simplemente, ES.
EVENTO
Ante cualquier evento, aparece nuestra INTERPRETACIÓN (la explicación
que le damos a lo que sucedió).
EVENTO > INTERPRETACIÓN
A raíz de nuestra interpretación, se desencadena en nosotros una serie de
EMOCIONES congruentes con la INTERPRETACIÓN que le dimos a ese
EVENTO.
EVENTO > INTERPRETACIÓN > EMOCIÓN
Y, manejados por esas emociones, vamos por la vida tomando ACCIONES
que están teñidas por esas EMOCIONES de esos EVENTOS que
INTERPRETAMOS.
EVENTO > INTERPRETACIÓN > EMOCIÓN > ACCIÓN
Ahora, PAUSA.
Pongamos un simple ejemplo para poder entender esto en un contexto de
vida real.
EVENTO: La persona con la cual estoy saliendo y de quien estoy
enamorada me deja de contestar los mensajes y desaparece.
INTERPRETACIÓN: (Lo que yo me explico de lo sucedido): No me
quiere. No soy suficiente para él/ella. Soy fea. Se alejó porque le demostré
que me importaba.
EMOCIÓN: Angustia y enojo.
ACCIÓN: Decido que, a partir de ahora, no voy a confiar en ninguna otra
pareja.
RESULTADO: ¿Cuál crees que va a ser el resultado?
Probablemente, voy a ir conociendo gente por la vida que va a terminar
haciendo exactamente lo mismo que esta primera persona. ¿Por qué? Porque
voy a estar siempre a la defensiva, insegura, creyendo que no soy suficiente
y con miedo a que me vuelvan a dejar. Y, por ende, tooooodas mis acciones
van a estar teñidas de estas creencias que YO SOLITA terminé creando a
través de la explicación que decidí darle a ese evento.
Y probablemente termine sin entender por qué cada persona con la que
salgo y que me interesa termina dejándome, sin darme cuenta de que soy yo
quien decidió reducir mis relaciones, por ejemplo, solo a algo sexual sin
hacer ninguna demostración de afecto, a raíz de haberme explicado que, si
demuestro sentimientos, nadie me va a querer.
¡Genial, Jime! ¡Ya entendí!
¡Tengo que cambiar mis ACCIONES!
¡Claro que no! ¡No va a servir de nada!
La clave no está en cambiar nuestras ACCIONES, ya que están al final de
una gran cadena. Si solo cambiamos nuestras acciones, estas van a seguir
teñidas de las mismas emociones que antes y, así, van a seguir sin darnos el
resultado que queremos.
La clave está en irse al principio de la lista, a cambiar nuestras
INTERPRETACIONES a los eventos que suceden, para así, naturalmente,
cambiar nuestras EMOCIONES y, de este modo, modificar esas ACCIONES
que, por el simple hecho de estar en congruencia con el mundo emocional
que estamos viviendo, van a estar trabajando a nuestro favor para conseguir
los resultados que necesitemos conseguir (que pueden no ser siempre
exactamente los que QUERAMOS, pero sí van a ser exactamente los que
NECESITAMOS para superar y trascender lo que vinimos a aprender a esta
vida.
Pero, Jime… entiendo todo, pero no sé cómo hacerlo… ¿Cómo podría
cambiar mi interpretación? ¿Cómo puedo explicármelo diferente?
Para empezar, sacándote la idea de la mente de que todo lo malo que te
pasa es porque NO SOS LO SUFICIENTEMENTE VALIOSA. Esta tiende a
ser nuestra explicación favorita, y dejame decirte que es la MÁS DAÑINA
DE TODAS.
La clave está en cambiar nuestras
interpretaciones
a los eventos que suceden, para así,
naturalmente, cambiar nuestras
emociones
y, de este modo,
modificar esas acciones.
Hagamos juntas el ejercicio con una nueva interpretación
EVENTO: La persona de la cual estoy enamorada me deja de contestar los
mensajes y desaparece.
INTERPRETACIÓN: (Lo que yo me explico de lo sucedido): No sé por
qué desapareció y no tengo forma de saberlo, pero sí sé que, sea cual sea su
razón, esto no define mi valía. Yo sé lo que di y lo que no di en esta relación.
Sé lo que quiero para mis relaciones futuras, y eso es lo que voy a ir a
buscar, porque tengo muchísimo para ofrecer. Si esa persona se fue, tendrá
sus razones. Lo que importa es que, como sé que valgo mucho, decido
alegrarme de que se haya ido para entender y aceptar que no era para mí.
EMOCION: Paz, y quizá angustia por el duelo de la pérdida de esa
persona.
ACCIÓN: Continúo por la vida emocionalmente abierta, con la seguridad
de lo valiosa que soy, lo cual me otorga tranquilidad para, en el momento
indicado, encontrar a esa persona que me valore tanto como yo a mí misma y
a quien yo, gracias a valorarme a mí misma, voy a poder también valorar.
RESULTADO: ¿Quién sabe cuál será el resultado? Lo que sí sé es que VA
A TENER QUE VER CON VOS.
¡Jime, me encanta! ¡Y me encantaría poder resolverlo así! Pero siento que no
puedo cambiar mi interpretación. Es un acto inconsciente con el que
automáticamente me boicoteo.
FALSO
No es un acto inconsciente: es una respuesta automática. Estás tan
acostumbrada a explicarte cada evento de tu vida con que no sos suficiente
que lo tenés automatizado. Y hasta, dejame decirte, LO USÁS DE EXCUSA
PARA NO SER FELIZ. LO USÁS DE EXCUSA PARA VICTIMIZARTE Y,
POR ENDE, SER INCAPAZ DE CAMBIAR LA SITUACIÓN. La víctima no
tiene el control: a la víctima le dictan su destino. Y vos no querés tomar el
control de tu vida porque tenés tanto miedo a fallar que preferís quedarte en
la incomodísima zona de confort siendo infeliz que enfrentarte a la más
mínima posibilidad de fracasar, soltando también la única posibilidad de ser
feliz, de sentirte suficiente, de estar satisfecha con tu vida y con quien sos.
¿Y si fallo?
¿Y si lo lográs?
Al momento de interpretar, no luches contra tu respuesta automatizada.
Dejala ser… dale espacio… No quieras que se vaya. Simplemente,
observala, decile que sabés por qué está acá y que la entendés, pero que
ahora el control lo tenés vos, y que decidís darle una nueva interpretación a
esto que sucedió.
Con el solo hecho de observarla, pasamos de lo inconsciente a lo
consciente, y es entonces cuando recuperamos nuestro poder de decisión.
Si aprendemos a tomar consciencia de que las cosas SUCEDEN y de que
no NOS SUCEDEN, de que la gente HACE, y no NOS HACE, podemos
también empezar a poner un freno mental a cada evento que se cruza en
nuestras vidas y evaluarlo con otra mirada, una que no está automáticamente
ligada a nuestra valía y que deja de catalogar el evento como bueno o malo,
ya que comprende que se trata de algo que va mucho más allá de eso: se trata
de la enseñanza que ese evento y cada uno que se presenta en nuestras vidas
vienen a dejarnos.
Y, además, si a la interpretación de ese evento le sumamos la decisión de
tratarnos con amor propio (el cual incluye paciencia, compasión y
comprensión), podremos lograr cambiar toda la cadena de la carga
emocional con la que llevamos a cabo nuestra vida.
Además,
¿quién sabe lo que es bueno
y lo que es malo?
Érase una vez un granjero al que, en cierta ocasión, se le escapó un
caballo. Esa noche acudieron los vecinos a su casa y le dijeron: “¡Qué mala
suerte!”, a lo que él respondió: “¿Quién sabe lo que es bueno y lo que es
malo?”. Al día siguiente, el caballo regresó trayendo consigo siete caballos
salvajes, a los que se había unido. Esa noche volvieron nuevamente sus
vecinos y le felicitaron, pero él replicó: “¿Quién sabe lo que es bueno y lo
que es malo?”.
Al día siguiente, su hijo estaba tratando de domesticar uno de los caballos
salvajes cuando salió despedido de la grupa y se rompió una pierna. Los
vecinos regresaron entonces y dijeron: “¡Qué mala suerte!”, a lo que el
granjero contestó, una vez más: “¿Quién sabe lo que es bueno y lo que es
malo?”.
Al día siguiente, llegaron los oficiales de reclutamiento en busca de
jóvenes para el ejército, pero su hijo se salvó a causa de su lesión. Esa
noche también llegaron los vecinos diciendo: “¡Qué bien!, ¿verdad?”, a lo
que el granjero dijo nuevamente: “¿Quién sabe lo que es bueno y lo que es
malo?”7.
¿Querés pasar tu vida entera
buscando culpables,
o encontrando soluciones?
¿Querés pasar tu vida lamentándote,
o levantándote con orgullo
cada vez que te caés?
¿Querés pasar tu vida
viviendo arrepentida, o arriesgándote
por lo que querés en la vida?
¿Querés pasar tu vida criticándote
y despreciándote, o disfrutando
de todo lo que sos y de todo
lo que sos capaz de hacer?
¿Querés pasar tu vida siendo infeliz, o
sonriendo por la simpleza de un abrazo
o de una caricia?
En palabras de una de las canciones más bellas que conozco (Respira, de
La Vela Puerca), te pregunto:
Escaneá el código QR para escuchar la canción en Spotify.
Ey, ¿a dónde querés llegar?
Ey, ¿cómo la querés vivir?
Ey, lo que ahora no valorás
después ya no va a existir.
Ey, ¿qué es lo que oís cuando hablás?
Ey, sentí cómo respirás.
Ey, lo tuyo debe valer
más de lo que vos pensás.
Y así,
sin más,
soñás.
Vos, al que ahora te sale robar.
Y vos, ¿por qué te reís de él?
Y yo, que con la boca me da.
Y con la cabeza no sé, no sé.
Y así,
sin más,
mordés.
Y así,
sin más,
mordés.
Vos sos dueño de tu vida; vos hoy elegís cómo querés vivir, cómo querés
interpretar tus eventos, con qué actitud querés enfrentar tus obstáculos y tus
miedos. Vos hoy decidís si querés vivir en escasez o en abundancia. Vos hoy
decidís cómo pensás y cómo actuás. Vos hoy decidís quién sos.
Watts, A. (1999). Taoísmo. Editorial Kairós.
X II
Mi cuerpo hablaba por mí, y mi mente lo
malinterpretaba
C onfieso que, todos los años en que la obsesión con mi cuerpo estaba a
flor de piel, nunca me di cuenta de que me pasaba lo que les voy a
explicar ahora. Pero tampoco nadie me lo explicó. Así que confío en que,
juntas, vamos a poder descifrar si a vos también te pasa.
Dentro de mí había algo que necesitaba ser perfecto. Necesitaba que la gente
me halagara, que la gente me viera atractiva, que la gente me admirara.
Claro, no sabía que podía conseguir eso mismo con cualquier forma de
cuerpo. Porque justamente halagamos, admiramos y consideramos atractiva a
una persona que es buena, inteligente, generosa, o graciosa. Pero se ve que
yo no tenía la capacidad de percibirme de esa manera. Confiaba tan poco en
mí que creía que ser linda era mi única opción para conseguir aceptación y,
por ende, amor.
Pero hay algo que en todos esos años nunca me había puesto a pensar. Yo
sabía todo lo que quería conseguir siendo flaca y hermosa, pero no me daba
cuenta de lo que quería esconder al querer cambiar mi cuerpo.
En mi mente, mi cuerpo hablaba de mí y daba indicios a las demás
personas de cómo era yo.
A mi forma de ver...
Mis piernas grandotas y con celulitis hablaban de una persona perezosa, a
la que solo le gusta sentarse a comer y que jamás disfruta del deporte y del
aire libre.
Mi panza chata, pero con un rollito muy marcado en la parte baja, hablaba
de una persona que siempre está en segundo lugar. Que casi logra ese
estómago perfecto, pero no… La perfección no es para vos, perdedora.
Mis brazos inflados y redondeados hablaban de alguien infantil, como un
niño que tiene dificultades para controlarse con la comida y, por lo tanto,
para controlar su vida.
Mi cuerpo en sí, al no ser el cuerpo del que la sociedad sabe que es el
cuerpo que toda chica quiere tener, hablaba de fracaso. Yo caminaba, y en mi
mente la gente se reía, o le daba pena. “Qué lástima esa chica… podría ser
tan linda, pero no se esfuerza lo suficiente”. “Pobre… no debe poder parar
de comer”. “Si tan solo hiciera ejercicio…”. “Con ese cuerpo, qué infeliz
debe ser”.
Yo sentía que cualquier persona, me conociese o no, con el simple hecho
de verme, sabía que estaba fracasando. Porque no había forma de creer que
alguien no pensase que (como tantas mujeres influenciadas por los
estereotipos de belleza de los medios de comunicación) mi mayor deseo era
tener un cuerpo de revista y, al no tenerlo, estaba condenada a que cada
persona que me viese supiera de mis intentos fallidos, de mis noches de
atracón, de mis faltazos al gimnasio, de lo distinta que me quedaba la ropa a
mí respecto de ellas.
Mi cuerpo era una vidriera de
presentación que yo no había pedido
y que hablaba más de mí de lo que yo
quería.
HOY, con otra cabeza, otra mirada, otro amor hacia mí misma, y con el
mismo cuerpo que en ese momento, me doy cuenta de que eso no era lo que
pensaba la gente que me veía. Eso era lo que pensaba YO de mí misma. Y,
como yo pensaba eso, eso era lo que transmitía y, si alguien terminaba
pensando así de mí, era porque se lo había contado con mi actitud y con mi
falta de amor propio,
no con mi cuerpo.
No podemos controlar lo que los demás piensan de nosotros. Menos que
menos, si no nos conocen. Pero sí podemos controlar lo que pensamos de
nosotros mismos y lo que hacemos con las opiniones del resto.
Tu cuerpo no habla de tu pereza: habla de tu valentía por haber venido a
este mundo.
Tu cuerpo no habla de tus fracasos: habla de todo lo que viviste y de los
obstáculos que superaste.
Tu cuerpo no habla de la falta de control sobre tu vida: habla de los
abrazos que das, de las conversaciones interesantes que tenés, de los
consejos que sabés dar, de la risa y luz que sale de tu ser.
Tu cuerpo te acompaña en cada paso, te cuida cuando hay enfermedad, te
da placer, te permite correr, soñar, mirar, gritar, saltar, cantar, besar, oler,
comer, llorar…
¿Lo vas a condenar?
¿Por qué?
¿Por no ser igual que el estereotipo?
¿Te vas a condenar a una vida de restricción,
de dietas, de medir estrictamente tus centímetros,
de deporte en exceso y de obsesión?
¿Para qué?
¿Para quién?
¿A costo de qué vas a perseguir el cuerpo ideal?
Porque, si para llegar, tenés que renunciar a todo lo que te hace feliz, yo
empezaría a cuestionarme si, cuando llegues a tu ideal, vas a ser lo feliz que
pensás que vas a ser, habiendo renunciado a todo lo que renunciaste por
perseguir esa perfección insaciable.
X III
Las olas y el viento sucundum, sucundum (un
dato de color)
D esde chica creí que no me gustaba la playa. Hoy me doy cuenta de que
lo que no me gustaba era cómo me sentía yo en la playa.
No me gustaba sentarme por miedo a que se me marcara el rollo, ni
pararme porque se me veía la celulitis. No me gustaba caminar, y menos que
menos correr al mar por miedo a que se me moviera todo. Tampoco me
gustaba salir toda mojada y que se me vieran los granos sin maquillar y con
el pelo sin arreglar.
Lo que menos me gustaba era ver a las otras mujeres, las que sí lo
lograban. Había cientos de mujeres con cuerpos imperfectos alrededor, pero
el que busca encuentra, y yo siempre encontraba a esa única mujer que sí
lograba verse como en las revistas. Con su delgadez, que no le permitía
pliegues ni celulitis, su bronceado impresionante, su pelo revuelto (pero
canchero) y su sombrero grande, sus aros y sus pulseras, me convencía de
que lo que muestran en las revistas no es photoshop, de que eso sí existe y
de que yo no lo logro porque soy una gorda que no puede dejar de comer,
una vaga que no hace ejercicio y una pobre tonta que nació sin suerte. Mi
necesidad de confirmar que el ideal que yo quería alcanzar sí era posible era
tan fuerte que estaba dispuesta a ignorar todo lo que negase su existencia e
imaginar la perfección en cualquier esquina con tal de no tener que rendirme
en mi meta. Prefería el dolor y vergüenza de no pertenecer que la
desgarradora noticia de que la perfección no existe. Y no es que la mujer
alta, delgada, sin celulitis, con cutis y pelo espléndidos no exista. Sí existe.
Son pocas, pero existen. Tardé en darme cuenta de que lo que no existe es la
mujer feliz A CAUSA de eso.
Cuántas veces dijimos:
Si tuviese su cara…
Si tuviese su cuerpo…
Si tuviese su pelo…
Si tuviese esa cosa física y superficial que no tengo,
haría todo lo que no hago y que quiero hacer,
y finalmente sería feliz.
FALSO
Nunca escuché algo tan falso y
al mismo tiempo tan fácil de creer.
Acordate de lo que hablamos antes…
TENER – HACER – SER
VS.
SER – HACER – TENER
¡Estás retrasando tu felicidad y depositando toda la responsabilidad de tu
bienestar en el afuera! ¡Condenada a que te llegue ese tener para permitirte
empezar a vivir tu vida como te la merecés!
Te comparás constantemente con el otro; te imaginás tu propia película de
cuánto más feliz es la otra persona, de cuánto más fácil es para ella, de
cuanto más verde es el pasto de su jardín. Se te nubla la vista y no podés ver
con claridad. Se te nubla la vista y, entonces, te ves encerrada en una nube
gris, cada vez más densa, cada vez más negra.
Y así estás… en la espera constante de que algo o alguien te venga a
salvar… posponiendo tu bienestar como si fuese la alarma de la mañana.
Esa mujer despampanante de la playa que yo envidiaba no estaba riendo
ni disfrutando del mar, de la arena, de la compañía, o del placentero calor
sobre su cuerpo. Esa mujer estaba posando constantemente, con el mismo
miedo que tenía yo de que se me viera cualquier imperfección, decorando
sus inseguridades con incómodos aritos colgantes y rechazando cualquier
alimento que se le ofrecía.
Ella no valoraba en sí misma esa belleza que yo anhelaba desde afuera y,
por consecuencia, vivía sin disfrutar, en la interminable carrera de llegar a
ese paraíso de perfección del que ya sabemos que no existe y que te lleva a
la obsesión, la soledad, la restricción y el maltrato con una misma.
Desde chica creí que no me gustaba la
playa. Hoy me doy cuenta de que lo
que no me gustaba era cómo me
sentía yo en la playa…
Y es que en un momento entendí que la playa no se trata de eso que yo
creía. No es la mirada, la admiración, o la envidia del otro hacia mi belleza
lo que me va a traer disfrute y bienestar.
La playa se trata de hacerte uno con tu cuerpo y aprovechar tus sentidos al
máximo. De sentir la brisa en la cara suavizando el calor. El tacto de la
arena en tus dedos. De escuchar el mar y apagar por un rato la mente. De
disfrutar con amigos, con familia, con amores. Y de mirar la inmensa belleza
de este mundo y agradecer con todas tus fuerzas a la vida y darte cuenta de
que es tu cuerpo el que te está permitiendo vivirla.
X IV
Me gustaría hacerlo por vos, pero no funciona así
E ste libro me tiene pensando día y noche en cómo hacer para ayudarlas
a hacer el CLICK. ¿Qué decir para poder copiar y pegar la experiencia
de cambio profundo del odio hacia el amor propio que viví yo para que
ustedes puedan empezar a vivir su vida en plenitud, amigadas con ustedes
mismas y sin luchar contra el espejo?
La verdad es que no sé cómo hacerlo, y eso me frustra y me decepciona.
Porque no hay una fórmula, porque cada una de nosotras tiene una realidad
diferente y es imposible hacer copy paste. Cada una tiene que recorrer su
propio camino…
Un coach amigo, Gabo Carrillo (@elmetodowatson), una vez me dijo:
“El amor propio no es un lugar al que se llega, sino un lugar del cual se
parte”. Esa manera de verlo me pareció maravillosa. Porque muchas veces
creemos que el amor propio es este estado de alegría constante, este paraíso
idílico donde todo siempre va a estar bien y donde, al fin, vamos a ser
felices para siempre.
Y eso no es así en absoluto.
Amor propio es simplemente el amor con el que te tratás a vos misma. Es
reconocer tu valor, tus límites, tus metas, lo que estás dispuesta a ceder y lo
que no, tu creatividad, tu belleza y el milagro de estar viviendo esta vida.
Es ESE el lugar desde donde partís para encarar todo lo que te sucede. Lo
grande y lo chico, lo bueno y lo malo. Es desde esa convicción de que te
querés acompañar tratándote con amor porque eso valés, y así lo merecés. El
amor propio es siempre tu marca de partida porque no aceptás otra forma.
No aceptás otro trato.
Y puede decepcionarte, pero no hay llegada, no hay paraíso, no hay lugar
seguro.
Claro que hay momentos de pura felicidad, pero ¿un cielo celeste
permanente? No.
El cielo se nubla, llueve, sale el sol de a ratitos, vuelve a llover, se
despeja, y hay días de un sol radiante maravilloso... Y al día siguiente cae
una tormenta de aquellas.
Y así es la vida. Y así TAMBIÉN es la vida vivida con amor propio.
La diferencia está en que, cada vez que el cielo se nubla, recuerdo que,
detrás de esas nubes, sigue siendo azul. Y que, cada vez que llueve, estoy
dispuesta a mojarme porque sé que voy a secarme con el próximo rayo de
sol.
Y, en vez de quedarme en casa por temor, me propongo salir a jugar y
embarrarme hasta la cabeza. Porque también reconozco la belleza en el
llanto y en la lluvia.
Detrás de las nubes, el cielo es siempre azul. No dejes que las pequeñas
cosas en tu vida te nublen la vista y te impidan ver todo lo que tenés para
agradecer.
El amor propio es simplemente el
amor con el que te tratás a vos misma.
XV
Hoy tengo 27 años
H oy tengo 27 años, y la neblina se despejó, y la luz del sol me iluminó
la mente. Hoy entiendo a esa nena de 7 que amaba su ser y su vida. Y
entiendo a la adolescente de 17 que no sabía ver cuánto valía.
Si tan solo esas respuestas hubiesen sido diferentes,
si tan solo hubiese podido tratarme con amor,
acompañarme en el camino de crecer,
entender que la incertidumbre es parte de la vida
y que, si aprendemos a disfrutarla, la vida nos sorprende
con las cosas más maravillosas…
Si tan solo hubiese sabido que no estaba sola
sino, al contrario, cada amiga que tenía
estaba sintiendo algo parecido,
y mis papás me miraban en silencio,
queriendo ayudar sin saber cómo…
Si tan solo hubiese observado
un poco más a mi abuela,
que con tantas arrugas
era tan amada y tan sabia,
si tan solo hubiese atesorado esos abrazos de mamá
que, a pesar de su celulitis y sus piernas anchas,
ella era (y es) la mujer más fascinante que jamás conocí.
Si tan solo hubiese puesto el foco
en todo lo que soy,
que es invisible a los ojos…
Si tan solo hubiese tomado consciencia
de lo generoso que es mi cuerpo,
que a pesar de tanto maltrato nunca se rindió…
Nunca me abandonó. Nunca se dio por vencido.
Si tan solo hubiese decidido
dejar de quejarme
y empezar a valorarme,
dejar de mirarme desde afuera
y empezar a comprenderme desde adentro,
dejar de buscar la aprobación de los demás
y construir mi propia identidad…
enfrentar el miedo al qué dirán,
y aceptar que soy diferente,
igual que todos los demás…
Porque no existe sentirse único y especial,
sin entender que el otro también lo es.
Y esto puede parecer irrelevante,
pero es esencial para poder sentirte en paz.
Si no comprendemos que otras personas van a tener distintas cualidades a
las nuestras (distinto estilo de vida, distinto físico, distintas destrezas,
distintos conocimientos, distintas familias, parejas, vidas distintas), jamás
vamos a poder salir de la comparación constante y dejar de sentir que nos
falta algo.
Si nos comparamos constantemente y, en vez de usar esa comparación
como un incentivo o como inspiración, la usamos como regla para medir
todo lo que nos falta y maltratarnos por eso, vamos a vivir desde la carencia,
y todos esos atributos que sí tenemos los vamos a dar por sentados. Hasta
que un día no vamos a tener nada. Ni lo que tenemos, ni lo que no tenemos.
Porque un alma que no valora está vacía, tan vacía que ya no sabe quién es.
No es momento de juzgarte por todo lo que ya te maltrataste. En ese
momento no tenías las herramientas que tenés ahora. Claro que siempre
estuvieron dentro de vos, pero no lo sabías. Así que no te lamentes: no fue
tiempo perdido. Aprendiste muchísimo de eso. Pero ahora es tiempo de
dejar el maltrato atrás. Es tiempo de decidir si querés seguir sobreviviendo,
o renacer y volver a mirar con los ojos de un bebé, fascinado con las
pequeñas cosas, con la risa fácil y con la confianza plena.
Ya basta de ser víctima: la decisión está en vos.
Pero, Jime, ¡pará! ¿Esto ya termina? ¿Listo? ¿Y cómo sigo ahora? Entendí
todo, pero no sé cómo hacerlo. ¿Cómo lo hago? ¡¿Cuáles son los pasos a
seguir?!
Probablemente, te estés preguntando estas cosas…
Los cómo y los cuándo son preguntas que ni yo ni nadie te puede
responder…
Lo único que puedo decirte es que no se trata de hacer nada concreto, sino
de esperar que la vida te traiga de nuevo el tipo de experiencias en las que
hasta hoy te tratás con exigencia, con maltrato, con rigidez. Y esta vez, con
estos nuevos aprendizajes y con esta nueva consciencia, podrás
experimentarlas de una forma más saludable y equilibrada, brindándote
amor, cariño, paciencia, respeto y compasión.
Por lo tanto, se trata más de deshacer que de hacer algo concreto. Por
suerte o por desgracia, no hay una fórmula matemática para actuar en función
de aquellos resultados que queremos conseguir. Cada persona tiene su
recorrido vital de aprendizaje propio y particular.
¡Vamos! ¡A salir al mundo!
¡A Disfrutarlo, a redescubrirlo!
Acá te suelto la mano y me quedo mirándote con una sonrisa como una
madre mirando a su hijo entrando al Jardín.
Te suelto la mano porque confío plenamente en vos. Y sé que vos también
confiás.
XVI
Frases, ejercicios y tips que te pueden ayudar
E stas son frases que, a lo largo de mi camino en busca de amor propio,
fui encontrando, y me ayudaron muchísimo a reflexionar. Muchas son
frases anónimas porque fui encontrándolas en Pinterest, en Instagram, o en
algún rincón de internet, así que es una pena no poder darles crédito a esas
personas que escribieron estas reflexiones tan lindas.
Si pudieses aceptar que la perfección es imposible,
¿con qué dejarías de obsesionarte?
¿Cuál es la lección más importante que debería aprender una mujer que,
desde el día uno, ya tuvo todo lo que necesita dentro de ella,
pero es el mundo el que la convenció de lo contrario?
Es difícil aplastar el patriarcado con el estómago vacío, y con la mente
llena de inseguridades... y eso es exactamente lo que quieren.
Tu peso puede variar; tu valor no.
¿Qué pasaría si toda esa energía
que desperdicias tratando de obligar a
alguien a quererte la pusieras en amarte
a vos misma?
Concentrate en lo que tu cuerpo puede hacer en vez de
en su apariencia física. Sin categorías, solo un cuerpo.
Vestite de la talla más grande
de confianza que tengas
y asegurate de usarla todos los días.
Con maquillaje no te vas a arreglar,
porque no hay nada que arreglar.
No estamos rotas: estamos enteritas.
Siempre lo estuvimos.
Puede haber mucho sufrimiento en averiguar quién soy vs. quién me
enseñaron que tenía que ser. Pero vale la pena.
Cosas que no son importantes:
Si sos la más flaca de tus amigas.
Cuántas veces hiciste ejercicio esta semana.
Lo que otros piensen de tu cuerpo.
El talle de tu ropa.
Mi existencia no se trata de cuán atractiva pensás que soy. Punto.
¿Cuál es la mejor solución para las estrías?
¡Confianza!
No te desconectes de vos misma
para lograr conectarte con alguien más.
Un “Me quiero” también saca a otro clavo.
La manera en la que me visto
no significa: “Sí”.
Firma: toda mujer en el mundo.
Tus mejores curvas son las de tu cerebro.
¿Cómo estás? Inestable
y con probabilidades de lluvia.
No, no todo lo que dice tu mente es cierto.
Mi lugar favorito en el mundo soy yo cuando estoy bien.
El 90 % de lo que ves en las redes es POSE.
Que no se te olvide.
A los 17 años, ya viste más de 20.000 publicidades que te dicen cómo se
supone que debería verse tu cuerpo.
No sos vos: son las ideas que te pusieron en tu mente.
Dejemos de ver y juzgar CUERPOS: somos PERSONAS.
@SORORIDAD ha comenzado a seguirte.
Definición de sororidad: “Solidaridad entre mujeres,
especialmente ante situaciones de discriminación
sexual y actitudes machistas”.
Vos a lo tuyo;
yo a aceptarme,
para poder mejorar desde el amor,
y no desde tu juicio.
Ella es hermosa y vos también.
No hay necesidad de competir.
Querido cuerpo: puede ser que no ame absolutamente todo de vos ahora
mismo, pero estoy en camino.
Que esa vocecita en tu mente
no te robe la oportunidad
de alcanzar tus sueños.
No esperes que todo el mundo te ame; la mayoría de las personas ni
siquiera se aman a sí mismas.
NOTA MENTAL
La comida no es buena o mala. Lo que es bueno
o malo es la relación que tengo con ella.
Hoy elijo empezar a desaprender patrones. Incorporar nuevos
aprendizajes. Ser tolerante con mis procesos. Aceptar mi luz y mi
sombra. Despedirme de lo que me daña. Ser un habitante responsable del
planeta.
Hacé ejercicio porque amás tu cuerpo, no porque lo odiás.
“NO” no significa “Convenceme”.
Una amiga va más allá de las etiquetas.
La amistad es para aceptar
que cada uno es diferente, y no
para compararnos entre nosotras.
Solo recuerda que no estás sola y que no eres la única.
Soy una mujer real,
no la fantasía de un hombre.
Las actitudes alejan más que la distancia.
Mucha gente de tu pasado conoce una versión tuya que ya no existe.
A veces no me importa mi opinión;
imaginate cuánto me importa la tuya.
+ esencia – apariencia
Un nuevo día para recordarte
que no debemos opinar
sobre cuerpos ajenos.
Date permiso para mostrarte cómo realmente sos.
Basta de culparte a vos misma.
Solo acordate de que vivir es más importante
que entrar en un pantalón.
No te creas todo lo que pensás.
RECORDATORIO:
Tu cuerpo no está hecho
para verse exactamente igual
cada segundo de cada día.
No importa cuán buena persona seas;
siempre vas a ser el diablo en la historia de alguien.
Autoestima no es “Voy a gustarle a todo el mundo”.
Autoestima es: “No pasa nada si no le gusto a todo el mundo”.
Los días malos son
parte de una buena vida.
No es
demasiado
tarde.
El primer paso no te lleva adonde querés ir,
pero te saca de donde estás.
Mi cuerpo hace mucho más por mí
de lo que tu opinión jamás va a hacer.
Yo no busco ni persigo: yo atraigo.
Lo siento, cariño, con los años fui mejorando la jugada,
y ya no entro de suplente.
Si con tacos te ves más alta,
con amor propio te verás más inmensa.
Sé amorosa con vos misma.
Es difícil ser feliz cuando alguien te maltrata todo el tiempo.
El mejor peso que podés perder
es el de la opinión de los demás sobre vos.
Cuerpo: te perdono.
A mí misma: te perdono.
No le debés a nadie un cuerpo por el cual tengas
que sacrificar tu salud mental y física.
Frases que NINGUNA mujer quiere escuchar:
Si no tenés un hijo, no te vas a sentir completa.
Te sobran un par de kilos para verte perfecta.
Quizás deberías arreglarte un poquito más.
Sin maquillaje te ves medio enferma.
¿Para cuándo vas a tener novio?
Ese es trabajo para un hombre.
¿Cómo no quieren que las acosen si salen vestidas así?
Los cuerpos cambian;
no deposites tu valor en algo tan inestable.
¿En qué invertís tus latidos?
Tu respeto
NO depende
de tu ROPA.
Liberate de la posibilidad de que
“podría haber sido diferente”.
ÁREAS PROBLEMÁTICAS DE MI CUERPO:
mi cerebro, por dejarme pensar que existen
áreas problemáticas en mi cuerpo.
No dejes que tu mente le haga bullying a tu cuerpo.
¿Y qué, si en vez de maltratarlo, le dijeses:
“Gracias” a tu cuerpo por todo lo que hace por vos?
Cualquier cosa que te cueste tu salud mental
es demasiado cara.
El futuro está lleno de cuerpos sin patrones.
Tanta gente tóxica para esquivar en la vida,
y una evitando los carbohidratos.
La ilusión del cuerpo perfecto te está robando tu paz y tu felicidad.
En el momento en que dejás de pensar
en lo que puede pasar,
empezás a disfrutar de lo que pasa.
Somos una generación triste con fotos felices.
El perfeccionismo no es más
que miedo disfrazado
de algo aceptado por la sociedad.
¡Brindemos por lo que no se publica y se disfruta!
Ojalá puedas verte
como te ve la gente
que te quiere.
Luchamos con la inseguridad
porque comparamos nuestro detrás de escena
con el perfil editado de los demás.
Reescribí las historias que te contaste
a vos misma antes de conocerte a vos misma.
No dejes para mañana la mala relación
que podés terminar hoy.
Cuando juzgás a alguien por su
apariencia, eso no los define a ellos:
te define a vos.
No soy frágil como una flor: soy frágil como una bomba.
No te castigues por decisiones que tomaste en el pasado.
En ese momento no tenías las herramientas que tenés hoy.
Nos sembraron miedo; nos crecieron alas.
Conocé tu valor; después agregale impuestos.
También podés mutear
a las personas en el mundo real.
Se llama “poner límites”.
RECORDATORIO:
Usar el ejercicio como castigo por comer
es un acto de violencia autoinfligido.
Muchas mujeres creen que son adictas a la comida pero,
realmente, son adictas a restringirla.
Sin etiquetas: solo un cuerpo.
Ejercicios
Ejercicio original de @sindietas_consalud
de Manuel Polvillo.
Pensá en 3 personas muy importantes para vos.
_______________________________________
Anotá 5 motivos por los cuales esas personas son importantes.
_______________________________________
¿Algún motivo está relacionado con el peso físico?
> SÍ
No lo dejes pasar.
Visitá a algún profesional de la salud. Puede ser que necesites poner
en orden tus prioridades.
> NO
Entonces, ¿para qué le das tanta importancia?
Ejercicio original de @seregalandudas.
MEDITACIONES
Escaneá el código QR para acceder a meditaciones guiadas por mí.
TAPPINGS
Escaneá el código QR y seleccioná el tema que más quieras trabajar
para que hagamos tapping juntas.
Para gestionar el miedo.
Para mejorar la relación con la comida y regular el metabolismo.
Para todas las noches.
Para cualquier situación que esté causándote malestar.
Para el vacío existencial.
Para tratar el hambre emocional y la compulsión con la comida.
Para liberar el rechazo a la gordura.
Para atraer las mejores cosas a tu vida.
Para liberar el odio y rechazo hacia vos misma y fomentar la
autoconfianza y el amor propio.
Para desconectar la idea de que el éxito está ligado con lo físico.
X V II
Estamos en construcción
L o más difícil de escribir este libro es que miro para atrás y me doy
cuenta de que era mucho más simple de lo que pensaba, pero se sentía
tan difícil… Todo era tan superficial, tan frío, tan sin brillo… Me doy cuenta
de que no era que la solución estaba lejííííísimos, como yo la veía. Estaba al
lado, pero como en otro plano. Como en otra dimensión, pero exactamente al
lado. Solo tenía que cambiar de frecuencia; solo tenía que ver el negativo de
la foto. Solo tenía que mirarme por lo que soy, y no por lo que quería ser.
Querer ser de tal forma, o querer mejorar algún aspecto de nuestra vida no
tiene nada de malo. Pero sí tiene una cualidad importante de remarcar
cuando ese querer se transforma en una obsesión: dejamos de ver lo que ya
somos. O, peor, lo vemos y no lo valoramos, y hasta llega a repugnarnos.
Creemos que no vamos a gustar a nadie siendo de esa manera. Pero, en
realidad, nos gustamos tan poco a nosotras mismas que no nos podemos ver
con los ojos de quien mira a alguien que quiere.
Escribir este libro para mí fue meter el dedo bien dentro de la llaga,
hurgar hasta lo más profundo para entender qué es lo que me pasaba por la
mente. Cómo estaban compuestos esos pensamientos. Por qué los tenía.
Cómo se organizaban. Qué patrones utilizaban para manipularme. Escribir
este libro fue volver a vivir todos los intentos de estar bien, o de estar mal.
Es revivir cada uno de mis fracasos. Pero esta vez, finalmente, verlos como
lo que son: una enseñanza con un desenlace maravilloso: mi yo en
construcción.
Mi yo en
construcción
Bibliografía
Libros
Watts, A. (1999). Taoísmo. Editorial Kairós.
Texto inspirado en el poema Yo como vos, de Guillermo Irrgang.
Documentos electrónicos
Ejercicio original de @seregalandudas.
Recuperado de:
https://www.instagram.com/p/CB_uKYzs5gY/?utm_medium=copy_link
Ejercicio original de @sindietas_consalud.
Recuperado de:
https://www.instagram.com/p/CMjlzqILu-L/?utm_medium=copy_link
Letra de la canción
Respira, de La Vela Puerca.