REVISTA URUGUAYA DE
PSICOANÁLISIS
Del dolor de la pérdida
al eclipse del deseo
Laura Veríssimo de Posadas1
“...y sólo nos intrigue la
razón por la cual uno
tendría que enfermarse
para alcanzar una verdad así”
Freud (“Duelo y Melancolía”)
Resumen
La autora intenta ahondar en la comprensión de la crisis melancoliforme con un doble
propósito: por un lado, y recurriendo a la literatura, enriquecer el registro descriptivo
como modo de afinar la captación de la experiencia subjetiva del paciente y por otro
especular en torno a los cimientos de la estructuración psíquica y la textura de la
condición humana. Subtiende al trabajo una concepción de lo humano como tejiéndose
entre el sentido y el sinsentido, entre el deseo y su eclipse, entre vida y muerte, donde
los sentimientos de insignificancia y culpa son considerados medulares.
1
Miembro Titular de A.P.U.
Martí 3235 C.P. 11300, Montevideo. Tel. 709 1375.
Las traducciones de las citas de los siguientes autores: Begoin, Jean;(4) Hanus, Michael;(23) Kristeva,
Julia(26) y Plath, Silvia,(29) son responsabilidad de la autora.
ISSN 1688-7247 (1998) Revista uruguaya de psicoanálisis (En línea) (88)
Summary
The purpose of this paper is to enlighten the understanding of the melancholic
breakdown with a twofold scope. On the one hand it tries to enrichen the description of
the patient experience with the aid of different literary texts. On the other hand it tends
to speculate on the foundations of the psychical structure and the stuff the human
condition is made of. Underlying this trend of thought lays the idea that the human
condition is the result of the intertwining between sense and lack of sense, between
desire and its eclipse, between life and death, and where the feelings of guilt and
insignificance are central.
Descriptores: DUELO / MELANCOLÍA / AFECTO / YO / REPRESENTACIÓN /
ANGUSTIA / MATERIAL CLÍNICO
Introducción
(11, p. 244)
Este trabajo es una respuesta a lo que el acápite ha incitado en mí. Allí Freud
nos lanza al rostro algo sobre una verdad del ser humano, verdad que se nos sustrae, se
nos escapa y sólo en ciertas condiciones algunos pueden alcanzar. La “melanos”, ese
pozo oscuro de dolor relacionado a la propia insignificancia, queda allí íntimamente
vinculada a dicha verdad. Es, por un lado, camino de acceso a ella (“enfermarse para
alcanzar una verdad así”) pero también resultado del enfrentamiento al abismo de esa
verdad. Ella sería la materia prima de la que estamos hechos y, entonces, el pivote de la
estructuración psíquica. No hay desarrollo, evolución que nos libere de ese núcleo de la
condición humana: la verdad de algo desde siempre perdido, desde siempre irrescatable.
Sobre todo desde siempre imposible.
A lo sumo, en el mejor de los casos, puede constituirse en campo magnético de la
creatividad artística, camino privilegiado (el otro camino) para acercarnos a esa verdad
de que nos habla Freud.
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I. La experiencia melancoliforme
En el contacto con el paciente cursando una depresión severa es frecuente experimentar
un intenso sentimiento de exclusión que nos hace vivir al paciente o al amigo– como
tras un muro infranqueable. Nos surge la imagen, mientras escuchamos el relato de sus
penas, de que un par de gafas oscuras se hubieran adherido a su visión. Todo aquello,
tanto del pasado como del futuro, antes sentido y valorado como amable adquiere, a
veces bruscamente –con o sin circunstancias desencadenantes– un nuevo carácter: nada
tiene valor, nada justifica la vida, los propios logros son desestimados porque el
sentimiento de ruina prevalece.
El paciente impresiona como vacío de representaciones e inundado de afecto,
inmovilizado. No puede, o le es muy difícil, dar cuenta de lo que está viviendo. Si en
algún momento logra producir, encontrar una imagen esta es de devastación: “no sé si
empezar de nuevo con mi Bosnia chiquitita y destruida” decía un paciente con
persistentes ideas suicidas.
Otro paciente encontraba en un libro las palabras para aquello que no podía decir:
“Quizás cuando un hombre llega a desear sinceramente la muerte como el único alivio
posible para sus sufrimientos, es como si atravesara un límite prohibido, de modo que si
después los sufrimientos que fueron causantes de su deseo de morir desaparecen, aquel
hombre demorará mucho tiempo en sentirse nuevamente vivo y permanecerá largo
tiempo un poco muerto”.
La inhibición psicomotriz resultante pone al paciente en una situación que lo hace
muy difícil de abordar. Es que el contacto humano mismo, el contacto afectivo, es el
que parece imposible.
Esta dificultad de abordaje, de esos momentos agudos, con la consecuente dificultad
de representarnos lo más hondo de la experiencia subjetiva del paciente, hace pertinente
y fecundo el recurso a la literatura como vía de enriquecimiento del registro descriptivo.
Me ha sorprendido encontrarme en libros elegidos al azar, es decir, no seleccionados
con ningún propósito –todos de publicaciones recientes– una y otra vez con el tema que
me rondaba. (¿Uno encuentra lo que está buscando o es un reflejo de nuestros
tiempos?).2
“La campana de cristal” de Sylvia Plath(29) constituye un texto privilegiado para
investigar sobre las vivencias de la depresión y la pendiente hacia la melancolía.
2
. Por citar algunos: “La campana de cristal” Silvia Plath,“La cura” G. Peveroni, “El tren de la noche”
M. Amis.
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No se tratará aquí de la aplicación de las claves del psicoanálisis a la obra(19) sino que
buscaré lo que el texto nos puede enseñar gracias a “la exposición en profundidad de los
procesos anímicos” (Freud, citado por Daniel Gil) como es capaz de hacerlo una poeta
como Sylvia Plath. Ella encuentra palabras para decir lo que en otros queda mudo o
apenas balbuceado. Ya la imagen con que titula la obra –cuyo título original es “The
bell jar”– es un ejemplo de la posibilidad de dar cuenta de la experiencia de la depresión
con una metáfora cuyos sentidos se irán desplegando en el curso de la novela.
Antes nos referíamos a la vivencia de no poder acercarnos al paciente que vivimos
como amurallado. Silvia Plath nos dice lo que se vive del otro lado de esa muralla de
vidrio: “No podía sentir nada... en cualquier lugar que estuviera en la cubierta de un
barco, en un café de una calle de París o en Bangkok estaría sentada bajo la misma
campana de vidrio, cociéndome en mi propio aire ácido” ... “el aire de la campana de
cristal me rodeaba y no podía moverme”.(29)
Seguimos a Kristeva(26, p 19) en cuanto nuestro foco de interés será lo que ella llama el
“conjunto melancólico-depresivo” (uno de cuyos extremos sería el estupor melancólico
y el otro la reacción de tristeza ante cualquier pérdida). Nos resulta operativo ya que esa
denominación da cuenta tanto de los límites imprecisos de los cuadros neuróticos y
psicóticos, como el hecho clínico de que toda depresión arriesga por momentos bascular
hacia su agravamiento, así como todo duelo hacia su patologización. Desde Freud es el
duelo por el objeto materno lo que pivotea el conjunto.
Intentando una aproximación metapsicológica tomaremos, en primer lugar, el eje del
afecto.
En “La Represión”(9) Freud despliega los destinos posibles de la representación y el
afecto merced al proceso represivo y se ocupa del mecanismo en juego en las
psiconeurosis. En ellas cierta ligazón entre representación y afecto se mantiene, gracias
a la creación de formaciones sustitutivas. Luego, en “Lo Inconciente”(10) al referirse,
otra vez, al papel de estas formaciones sustitutivas plantea la posibilidad de que “el
desprendimiento de afecto parta directamente del sistema Icc en cuyo caso tiene
siempre el carácter de la angustia por la cual son trocados todos los afectos reprimidos”
(subrayado mío).(10, p 175)
No voy a considerar el problema del “afecto reprimido” que Freud por su parte se
encargó de rectificar; lo que me interesa es ese “directamente” en tanto allí leo ausencia
de ligazón y por lo tanto de elaboración psíquica. El afecto queda, así, con poca
posibilidad de anudarse a representaciones, de allí la impresión de empobrecimiento
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representacional –que en su expresión máxima puede llegar a la asimbolia–(26) y como
de intoxicación afectiva.
Esta inundación de afecto nos enfrenta al enigma respecto al componente somático
específico de esta enfermedad. Al decir “componente somático” consideramos varios
aspectos en juego: la descarga fisiológica inherente al afecto, los procesos vinculados a
la actividad de los neurotransmisores, así como otros procesos aún desconocidos pero
indudablemente en juego(24) y lo constitucional. En lo relativo a la depresión hoy es
unánimemente aceptado el peso de estos factores en los casos graves. Para Jacobson(24)
constituye el elemento diferencial entre depresiones neuróticas y psicóticas. Quedamos
en este punto enfrentados al entrecruzamiento entre disciplinas. Desde la nuestra, el
afecto en juego, en la situación antes descripta, ¿se trata de la angustia que, al no poder
ligarse, adquiere ese carácter de cosa física, asfixiante? ¿O se trata de una experiencia
subjetiva de otro orden como sería la del dolor? Cuando Freud intenta distinguirlas(15)
reconoce la dificultad de hacerlo y toma como modelo la situación del lactante con su
madre, cuando aún no discrimina entre ausencia pasajera y desaparición definitiva. En
esa “desesperación del infans”, como aquí, angustia y dolor se conjugan. La pérdida del
objeto parece, en ocasiones, precipitar a un más allá, a quedar expuesto a una herida
“irrestañable”.(15, p 158-160)
Con las nuevas formulaciones freudianas sobre la angustia, los afectos, como señala
Valestein,(31) empiezan a ser entendidos como comunicación. Y en una doble dirección,
como comunicación intrapsíquica, gracias a la señal de angustia y como comunicación
intersubjetiva.
En la situación que venimos ilustrando esto deja de ser así: se produce una falla, el
afecto no funciona ya como señal, (en pequeñas dosis) sino que invade y como un “aire
ácido” rodea e inmoviliza al paciente.
Me pregunto por las condiciones de esa falla de la función de señal. Ya Fenichel(17)
decía que la depresión es el lugar adecuado para investigarla. Intentaré, a lo largo del
trabajo aportar algo respecto a las condicionantes posibles de dicha falla.
Desde una perspectiva teórica la estasis libidinal la pensamos como resultado de un
movimiento regresivo. Al perderse las vías disponibles para la derivación pulsional,
porque el investimento objetal no ha resistido, la libido que no puede aplicarse, se
aparta del mundo y retorna sobre el sujeto. Pero si bien hay cierta satisfacción
autoerótica lo que domina el cuadro es el sufrimiento por exceso, como por asfixia. Se
produce, como Freud lo describe para el sueño, un cierre de la llave de la motilidad.
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Pero, a la inversa del sueño no habilita al despliegue fantasmático. Sólo sirve para, por
lo menos por un tiempo, proteger al sujeto respecto a sus impulsos autodestructivos.
2. La experiencia humana: entre el sentido y el sinsentido
Cuando en la Conferencia 25 Freud busca acercarse a la “esencia del afecto” dice: “En
el caso de algunos afectos creemos ver más hondo y advertir que el núcleo que mantiene
unido al ensamble es la repetición de una determinada vivencia significativa. Esta sólo
podría ser una impresión muy temprana de naturaleza muy general, que ha de situarse
en la prehistoria, no del individuo sino de la especie”.(13, p 360) Como en nuestro medio lo
han indicado M. Casas y D. Gil, leemos la alusión a la filogénesis como una propuesta
estructural para la que Freud aún no tenía los recursos conceptuales.
Si seguimos esta sugerencia la “vivencia significativa” seria un pivote de la
estructuración psíquica. Experiencia arcaica en la que se empalman el sujeto pulsional y
el objeto externo que ha de venir en su auxilio y cuya respuesta es clave en cuanto
contención y transformación de los afectos en tanto son expresión subjetiva de los
impulsos ante los que el propio sujeto, en su desvalimiento, es impotente. La
experiencia cuya repetición habría que evitar sería la de quedar inundado de angustia,
como al borde de un abismo insondable, sin representaciones a las que ligar por lo
menos algo del afecto, que podría encontrar en ellas, en las propias representaciones, un
continente.
¿No podríamos pensar que el derrumbe melancólico deja a la luz lo que serían los
cimientos de la condición humana? Seria sobre esa herida, brecha, desgarrón fundante
respecto al objeto de la fusión absoluta que se apoyan los andamios que nos estructuran.
Herida, marca, para siempre doliente y respecto a lo cual nuestro sistema defensivo, y
las señales de angustia en pequeñas dosis, nos resguardan de quedar expuestos. Porque
encontrarle sentido al vivir, creer en el valor de nuestros proyectos, se apoyan, en gran
parte, en defensas exitosas: la desmentida de la finitud, el olvido de la verdad de nuestra
insignificancia y del dolor de la herida que nos constituye.
Pero el derrumbe melancólico deja a luz, también, lo que nuestra cultura occidental
ubica en el principio, el pecado original, la marca que señala la culpa de la que cada uno
es portador en tanto somos de la raza de Caín. No se trata, en estos casos, de la culpa
por la transgresión en un escenario edípico, sino de otra, más sorda y difícil de poner en
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palabras y vinculada a ese escenario de los primeros odios y los primeros amores, aún
no mediatizados por la palabra.
Marcas prehistóricas relativas a tempranísimas experiencias cuya escritura
desconocida irá siendo decodificada y resignificada en los après-coup de la vida.3
3. Experiencia pasional y melancolía
Me ha llamado la atención el hecho de que, en algunos casos, previamente al
derrumbe melancólico, el paciente se presente absorbido por un lazo pasional que
trastorna su vida y sus vínculos anteriores. Es por esta situación que llega a la consulta.
En otros casos es la transferencia la que adquiere un carácter erótico delirante.4
El paciente que encontraba en Bosnia destruida una imagen para trasmitir su vivencia
interna, presentaba una larga historia de conquistas amorosas, en las que ciertos rasgos
del objeto alcanzaban una condición fetichista. Al indagar sobre ellos el analista se
sorprende de que estos coinciden con los rasgos físicos del propio sujeto. Esa situación
sugiere un bloqueo de las posibilidades de sustitución de las investiduras objétales.
Como si el objeto tuviera que ser siempre uno y el mismo. Pero, paradójicamente, es
sucesivamente descartado: uno nuevo viene a ocupar su lugar. A menudo con los
mismos rasgos que hacen pensar en un doble femenino del propio sujeto.
El objeto de la pasión reúne la triada que para Bégoin(4, p 40)
es propia del “modo
normal y precoz del investimento narcisista: totalidad, exclusividad y reciprocidad”. Lo
que en la estructuración psíquica sería matriz de crecimiento es ahora manifestación de
la inminencia del derrumbe y reaseguro contra él. El lazo pasional parece ser un intento
desesperado de apropiación de la imagen propia a punto de perderse. Con razón dice
Kristeva(26, p 15) que “la depresión es el rostro oculto de Narciso”.
3
. Aquí también el discurso literario nos ofrece una mediación para poder
representarnos lo impensable:
“Lo normal es andar por la calle, digo, a veces, hacer una tarea simple, preguntar por la salud de un
amigo, tal vez hacer compras, pan, leche, a veces carne, si, lechugas también porque están frescas y
preguntar cordialmente de cuando en cuando ¿cómo está? ¿bien? Me alegro. Y cuando me lo
preguntan a mí también contestar cordialmente, muy bien, sí, muy bien gracias. Y todo eso sin
preocuparme demasiado por eso, por lo general no tengo miedo pero a veces sin saber por qué o sí, lo
sé acaso, creo acordarme, es como si algo me distrajera de aquella distracción y entonces siento que
estoy por acordarme. Pero confusamente porque al pronto no sé bien de qué se trata y trato solamente
de acordarme para entender. Primero digo ¿acordarme de qué?, y busco y es entonces que aparece la
inquietud, porque busco como quien mira a los lados para saber si va acompañado porque sé que estoy
preguntando por alguien, por alguien que no sé, hasta que de pronto comprendo y entonces sé que
tengo que seguir preguntando, pero temo porque siento que ahí estoy cerca, ¿pero quién? Y mientras
ando, mal que mal, pero ando, hay una brecha cerca del lugar donde doy cada paso. Allí en el fondo
está, estoy ¿pero quién? Y no puedo saberlo, solo siento el miedo de andar por allí, junto a esa brecha
abierta, siempre a mi lado que no se cierra, como si el que está allí, el que espera fuera una herida”.
José Pedro Díaz.
4
. Ha sido en conversaciones con el Dr. Carlos Mendilaharsu que esta conexión ha salido a luz.
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¿Cuáles serían las condiciones para que la relación originaria sea matriz de
subjetivación y no lastre que, impidiendo el trabajo de la ausencia, predisponga a la
melancolía?
Creo que las respuestas posibles pasarían por la posibilidad de pensar que sería
imprescindible, desde el comienzo, el interjuego dialéctico entre función narcisizante y
función separadora,(21) semiotizadoras ambas, que hacen que ese encuentro fundante
sea, a la vez, desencuentro –y eso ya constituye un rudimento de separación–, nunca a
satisfacción plena, nunca ajuste perfecto. Creo que es après-coup, y tal vez como
condición necesaria al despliegue fantasmático, que lo imaginarizamos como encuentro
idílico, total, sin fallas. Habría que pensar también, en el marco de la relación especular,
en un doble movimiento de apropiación y de destrucción, en el sentido positivo que le
da Winnicott, como mecanismo de una separación fundante que crea la realidad.(32)
Se establece, así, un objeto separado, no soldado al yo, lo que habilita el
desenvolvimiento de la tolerancia a la ausencia y la capacidad representacional que
llevan a permanentes reorganizaciones de investiduras, es decir, a permanente
circulación libidinal. Intrincada con Eros la pulsión de muerte cumple así una función
separadora de un yo que, merced al “nuevo acto psíquico” es cohesionado por la
investidura narcisística.
Solo un yo suficientemente investido(7) podrá cumplir las funciones que, en el caso
de la Melancolía desfallecen y no logran impedir que, tras el desinvestimento objetal, el
yo quede en posición de objeto del solazamiento de la pulsión autodestructiva ahora
desexualizada.(14) Posición masoquista que lleva a la erotización del sufrimiento que,
como analistas, descubrimos pero que también como analistas sabemos cuan difícil es
que sea reconocida y abandonada por el paciente.
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4. Muerte del yo. Muerte del sentido
Freud había considerado insolubles los problemas relacionados al duelo y a la
melancolía en el debate sobre el suicidio en1910. A través de la “Introducción del
Narcisismo” reabrirá el tema lo que culmina, al año siguiente con “Duelo y
Melancolía”.
Pero, como lo señala Allouch,(2) buscando conquistar la Melancolía Freud nos
entrega, en realidad, en dicho trabajo, una versión del duelo que los analistas hemos
aceptado dándole, además un carácter de prescripción. Esa versión hace del duelo un
trabajo al cabo del cual un objeto sustitutivo deparará al sujeto los mismos goces que el
objeto perdido. Allouch, deconstruye esta versión a la que, siguiendo a Aries, considera
romántica. Advierte respecto a la tendencia a la generalización del duelo, considerando
más enriquecedor reconocer la pluralidad de duelos y los procesos posibles de
subjetivación de la pérdida.
En cuanto a nuestro tema encontramos que una transposición rápidamente
generalizadora la hace Freud mismo cuando presume que, como en el duelo, “un trabajo
análogo podemos suponer que ocupa al yo durante la melancolía”.(11) Si para Allouch
toda la metapsicología del duelo tendría que ser revisada, algo similar podría decirse
con respecto a algunos aspectos de la metapsicología de la melancolía. Porque ¿cómo
hablar de “trabajo”, en sentido psicoanalítico, en una situación en la que el propio
agente del trabajo –el yo– está siendo devorado, según expresión de Freud? Si algo
parece claro, en la situación que venimos ilustrando, es esa pendiente en la que se puede
llegar a que se interrumpa toda posibilidad de trabajo (si lo entendemos como
reorganizaciones de investiduras, desligazón y religazón, por lo tanto movimiento). Si
lo llamamos “trabajo” sería en un sentido muy otro al de “trabajo de duelo”, sería un
trabajo de zapa, de desligazón, cuyo último bastión es el yo, que queda, entonces,
desmantelado en cuanto a sus mecanismos de dominio, de señal de alarma, e inundado
de dolor.
Situación del yo que, a través de S. Plath,(29) podemos imaginarizar: “Para la persona
adentro de la campana de vidrio, inexpresiva e inmóvil como un bebe muerto, el mundo
en sí mismo es un mal sueño”. El mundo queda vaciado de sentido porque, como lo
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señala Kristeva, la capacidad representacional se interrumpe y el sujeto queda
“enfrentado a la nada, en un tete a tete con la cosa innombrable”.(26, p 23)5
Creo que si no una revisión, al menos un fecundo enriquecimiento, aportan los
autores post freudianos que, más allá del eje del objeto y su pérdida han aportado
desarrollos para profundizar el eje narcisista en las depresiones. (Gil, Rosolato, Hanus,
Bégoin, Kristeva, entre otros)
Eje narcisista que es inseparable del eje de la relación con el objeto ya que la
constitución subjetiva es, en psicoanálisis, impensable sin la intervención del objeto,
que es sexual y que, como dice Green, participa en la “textura del yo”.(22)
Pero focalizar los enclaves narcisistas, la regresión a modos de satisfacción narcisista
así como los sufrimientos y las heridas vinculadas a las batallas edípicas y más allá de
ellas a traumas narcisistas arcaicos abren caminos a desarrollar la elaboración teórica
del polo del yo, tarea que tanto Green(22) como Laplanche(27) señalan como una de las
prioritarias de la elaboración teórica en psicoanálisis. Pero, además, abre vías para
seguir desentrañando el enigma del dolor humano.
Hanus,(23, p 14) quien sostiene que “el desarrollo y el destino del trabajo de duelo es
gobernado por el eje narcisista”, considera que el dolor se debe a la herida narcisista y al
deseo desesperado de restaurarla. Pero en el intento de anestesiar el dolor el yo recurre a
medios radicales que sobrepasan el fin buscado y trastornan el funcionamiento psíquico.
Kristeva(26, p 29) por su parte, interpreta el afecto depresivo como una defensa contra
la desintegración, “la tristeza reconstituye una cohesión afectiva del yo que reintegra su
unidad en la envoltura del afecto. El humor depresivo se constituye como un soporte
5
. S. Plath(29) nos trasmite con sencilla elocuencia, la experiencia del sinsentido: “La
razón por la que no había lavado mis ropas o mi pelo era porque me parecía tan
tonto. Yo veía los días del año estirarse frente a mí como una serie de brillantes,
blancas cajas y separando una caja de la otra estaba el sueño, como una negra
sombra. Solo para mí, la larga perspectiva de sombras que separaban una caja de la
siguiente había súbitamente saltado y yo podía ver día tras día resplandeciendo ante
mí como una blanca, ancha, infinita y desolada avenida. Me parecía tonto lavarme un
día cuando yo tendría que lavarme otra vez al siguiente. Me hacía sentir cansada sólo
pensarlo. Yo quería hacer todo de una vez para siempre y liquidar con la cosa”. (La
pérdida de la secuencialidad aparece como otra manifestación de la desintegración de
los lazos).
El entorno le aparece como desvitalizado, cosificado: “Vi a mi madre hacerse más chica y más chica
hasta que desapareció en la puerta de la oficina del Dr. Cordón. Luego la vi hacerse más grande y más
grande mientras volvía hacia el coche”. Ella misma, incapaz de hablar, solo puede mostrarse, en su
estar en pedazos: “Metí la mano en mi bolsillo y busqué los trozos de mi carta a Doreen. Las saqué y
las dejé revolotear sobre el inmaculado secante verde del Dr. Cordón. Yacían allí como mudos pétalos
de margaritas en una planicie de verano”.
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narcisista, ciertamente negativo, pero aún así ofreciendo al yo una integridad así sea no
verbal. Así el afecto depresivo suple a la invalidación y a la interrupción simbólica”. 6
Para ella la tristeza “lejos de ser un ataque escondido contra otro imaginado hostil
porque frustrante sería la señal de un yo primitivo, herido, incompleto y vacío. Tal
individuo se considera portador de un defecto fundamental. Su tristeza no oculta la
culpabilidad de una venganza urdida en secreto contra el objeto ambivalente sino que
sería la expresión más arcaica de una herida narcisista no simbolizable,
innombrable...”.(26, p 22)
Ese “defecto fundamental” lleva a que ser tomado, aceptado, por lo que se es parezca
una radical imposibilidad.
Entonces, envuelto en su tristeza, el paciente cava, a su alrededor un foso que hemos
de poder traspasar para contactar con su experiencia. Y, para, tal vez, hacer posible que
algo no nacido pueda nacer. “De golpe pensé en el día que vimos al bebe nacer”.(29)
5. Epílogo
Ha sido en el afán de acercarnos a nombrar algo de esa verdad de la que nos habla Freud
que hemos convocado a otras voces. Voces que logran decir algo de esa dolorosa verdad
del “peregrino ciego que no conoce la comarca por donde anda”(16) y, para darse coraje,
canta. Porque esa dolorosa verdad a veces hace síntoma hasta el desangramiento y otras
creación, canción.
Es porque los humanos caminamos en un “bosque de símbolos”(5) que cada pérdida,
cada dolor, puede entrar en resonancia, en “correspondencia”(3) con otros abismales, aún
innombrados o para siempre innombrables.
Si Beaudelaire nos dice de lo irreparable del “Remordimiento” ... “que vive, se
mueve y se agita se nutre de nosotros como el verme del muerto...”, creo que es
Kafka(25) quien nos da la dimensión de nuestra insignificancia y, a la vez, de nuestra
empecinada condición de deseantes:
“El Emperador así dicente ha enviado a ti, el solitario, el más mísero de sus súbditos,
la sombra que ha huido a la más lejana lejanía, microscópica ante el sol imperial;
justamente a ti, el Emperador te ha enviado un mensaje desde su lecho de muerte”. Es
6
. Coincide con Laplanche quien también considera al afecto como un primer nivel de ligazón.
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un mensaje imposible, nunca podrá llegar, pero ... “Tú te sientas junto a tu ventana y te
lo imaginas, mientras cae la noche”.
También, como lo destaca Circe Maia,(28) Kafka nos dice de la desolación humana
enfrentada “al sombrío sistema del castigo y la culpa, siempre desproporcionados,
siempre incomprensibles”.
En el centro de la condición humana, entonces, la insignificancia y la culpa, como
verdades que muerden la carne. Fuentes del dolor que, como analistas, hemos de poder
descubrir –y ponerle el cuerpo para que el deseo haga cuerpo– ya se esconda tras la
soberbia prescindente de un adolescente, o tras la hiperactividad exitosa del hombre de
acción o cuando avanza, en la depresión, en su implacable devoración.
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ISSN 1688-7247 (1998) Revista uruguaya de psicoanálisis (En línea) (88)
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