0% encontró este documento útil (0 votos)
90 vistas7 páginas

Lec#2 EL ARTISTA COMO TERAPEUTA Compatibilidad

El documento discute los límites del enfoque racionalista de la psiquiatría moderna para tratar la enfermedad mental y el sufrimiento psicológico. Argumenta que las artes tienen un potencial terapéutico al permitir la imaginación y la trascendencia, en contraste con el énfasis exclusivo en la razón. También traza paralelos entre los sanadores tradicionales como los chamanes, que empleaban rituales y símbolos, y el potencial de los artistas como terapeutas al conectar con lo imaginativo y lo com
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
90 vistas7 páginas

Lec#2 EL ARTISTA COMO TERAPEUTA Compatibilidad

El documento discute los límites del enfoque racionalista de la psiquiatría moderna para tratar la enfermedad mental y el sufrimiento psicológico. Argumenta que las artes tienen un potencial terapéutico al permitir la imaginación y la trascendencia, en contraste con el énfasis exclusivo en la razón. También traza paralelos entre los sanadores tradicionales como los chamanes, que empleaban rituales y símbolos, y el potencial de los artistas como terapeutas al conectar con lo imaginativo y lo com
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 7

EL ARTISTA COMO TERAPEUTA

Hacia una psicología poética

El reciente interés en el uso de las artes en psicoterapia da testimonio de la dificultad que


han tenido la psiquiatría y psicoterapia modernas para comprender y tratar la enfermedad
mental. El sufrimiento psicológico se ha entendido en términos de un modelo de la mente
en el cual la razón es vista como preponderante. Así, se entiende que la razón se
caracteriza por orden, claridad y coherencia del pensamiento, la capacidad de ver la
realidad como es, sin engañarse. Lo opuesto a la razón sería una mente desordenada,
caótica, oscura, sujeta a fantasías que impiden a la persona estar en contacto con la
realidad o poder “evaluarla”.

En esta concepción del fundamento mental, la imaginación se ve como un sospechoso, un


enemigo que impide la percepción exacta y la claridad de pensamiento. La locura y el
sufrimiento psicológico son, entonces, enfermedades de la imaginación. La cura sería
reemplazar la fantasía por la realidad y la imaginación por la razón. En el tratamiento de la
enfermedad mental se cree esencial tranquilizar la mente desordenada del paciente para
no fomentar sus fantasías sino, más bien modificar su comportamiento para que pueda
vivir en el mundo como realmente es. El tratamiento de elección sería utilizando drogas
psicotrópicas para tranquilizar al paciente, de la mano con consejería verbal para eliminar
sus fantasías ajenas a la realidad.

El problema con este enfoque no es tanto que no funcione, sino más bien que producen
pacientes que parecen cascarones humanos. Vacíos de afecto, limitados en su capacidad
de vivir a plenitud, son retirados del hospital sólo para vivir a medias, agrupados en
hogares especiales ó vagando por las calles, como testimonios vivos de las limitaciones de
la medicina psiquiátrica moderna.

Por supuesto, como ha mostrado James Hillman, el modelo demasiado racionalista de la


psiquiatría moderna es en sí mismo una imagen construida. Una fantasía que se basa en la
imagen de un ego heróico cuya labor es conquistar una realidad resistente. Esta es la
fantasía dominante de nuestra cultura, de la cual la psiquiatría médica es solo una parte.
Mientras vivamos en esta fantasía, estaremos en guerra con la propia fantasía.
Consideramos la imaginación como el enemigo y buscaremos crear una realidad
adormecedora que se sujete a nuestra voluntad.

El hecho de que los psiquiatras y otros psicoterapeutas se vuelvan ahora hacia las artes
con el propósito terapéutico indica que hemos alcanzado los límites de la psicología
científica. También indica que nuestra cultura, como un todo, está despertando del sueño
del periodo de la Ilustración, del engaño de un mundo sin fantasía, controlable mediante
la razón.

Al volverse hacia las artes como un medio de sanación, estamos redescubriendo una
antigua tradición. En las sociedades tempranas y en las culturas indígenas, las curaciones
se realizan a través de ceremonias rituales. La música, la danza, las canciones, el contar
historias, hacer máscaras, la creación de imaginería visual y el ritual de representación del
mito son todos componentes de un proceso comunal en el que se da forma al sufrimiento.
El sanador, como shamán, curandero, hechicero, o médico brujo se reúne con la
comunidad para encontrar la forma de contener y dejar salir el sufrimiento de quien está
enfermo. Con frecuencia, los mismos sanadores han sufrido de la enfermedad en cuestión
y han logrado un poder sanador a partir del conocimiento de su propio sufrimiento. El
arquetipo del sanador herido contrasta fuertemente con la imagen del médico moderno,
que está “sano” tratando al paciente que está “enfermo”.

De modo típico, los shamanes sanadores entran en trance con ayuda del sonar de
tambores y la danza ritual dentro de los cuales encuentra la liberación de su espíritu. El
espíritu entonces viaja a la tierra de los dioses donde puede entrar en un combate mortal
por el alma del que sufre. Al retornar, los shamanes pueden usar los poderes conseguidos
en el mundo espiritual, para curar a otros. Su viaje tan sólo es posible dentro de la
estructura del mito y el ritual que establecen el curandero y el enfermo.

Los sanadores shamanes son apoyados en su viaje por la confianza y familiaridad de la


comunidad que prepara su camino y les da la bienvenida al volver. El paciente es
“sustentado” por la comunidad mientras su alma se somete al tratamiento. La comunidad
sirve así, como un lazo entre el sanador y la persona que sufre.

Los shamanes son el prototipo de terapeuta artista. Son maestros de ceremonia que
emplean diversos medios con el propósito de curar. Su sanación se consigue mediante un
viaje al otro mundo, al mundo de los espíritus y los dioses. Este viaje es peligroso, puesto
que pueden perder su propia alma en el proceso y no podrían volver a regresar. Sólo su
adhesión a la comunidad asegura que tendrán un hogar al cual volver.

En el desarrollo histórico de la cultura occidental, el arte y la sanación se han divorciado.


Los artistas han perdido su lugar en la comunidad y han sido relegados al papel de
intrusos. Su viaje al otro mundo se percibe como un escape de sus responsabilidades
sociales. Muchos artistas han afirmado esta identidad negativa y se han opuesto con
orgullo a la sociedad burguesa. En efecto, hay una base para esta visión del artista. El
momento de liminalidad, de caos y desorden, de separación del espíritu, se basa como
bien lo vio Nietzche, en la soledad y el sufrimiento. El artista está solo en el momento de
confrontar con los poderes de esos seres extraños. Estos poderes pueden ser útiles o
destructivos. Ellos pudieran contener sus energías o podrían no ser capaces de hacerlo.
Podrían fracasar y perderse a sí mismos en el proceso. Además en una cultura que se basa
en la negación de la trascendencia, los artistas deben mantener su identidad separada. La
cultura burguesa ha sido históricamente opuesta. Las obras de arte se han convertido en
propiedad o emblemas de éxito mundano. Los artistas se han convertido en mascotas de
los ricos o en empresarios de su producción artística, obsesionados con los valores
comerciales. Parece que para permanecer íntegros ante su vocación, los artistas deben
mantenerse separados de la cultura del mundo que los rodea.

Pero este aislamiento se compra a un precio. El arte se vuelve inefectivo, un mero


entretenimiento, un escape o diversión en la realidad carente de estética que hemos
construido. El poder sanador del arte se pierde cuando los artistas dejan de conectarse
con una comunidad viviente. La sanación en sí se vuelve propiedad de los especialistas
(médicos, psicólogos) que ven el mundo con una visión no artística.
Nietzche llamó a esta visión no-artística, una visión Apolónica. Usó la imagen del dios
griego Apolo para personificar las nociones de orden, claridad y coherencia que
pertenecen al concepto científico moderno de la razón.

Apolo, como el dios de la luz, el dios-sol y dios de la justicia que santifica las leyes de los
puestos “polis” en agudo contraste con Dionisio, el dios del vino, de la borrachera, del
desorden y del éxtasis comunal. Para Nietzche, Apolo representa el individuo aislado en
oposición a la comunidad de Dionisio. La razón Apolínea es el modo de pensamiento de
hombres ó mujeres que están separados de la Naturaleza, de sus amigos, de sus propios
cuerpos. Dionisio, por otro lado, reúne a la gente, ya que los que celebran la cosecha se
reúnen en fiestas donde toman mucho vino. Quienes celebran al estilo dionisiaco
experimentan el poder de la comunidad mientras van perdiendo el sentido de un Yo
separado.

Al modo de ver de Nietzche, los hombres y mujeres modernos habían olvidado su


devoción a Dionisio. El individuo moderno se entrega a la luz y claridad de Apolo,
reconociendo sólo los principios de orden y autonomía. Su estilo puro es el científico.
Olvidando a Dionisio, han olvidado también sus sentidos, su adhesión a la comunidad, su
pertenencia a la tierra. Para Nietzche, esta pérdida de lo dionisiaco era una posibilidad
aterradora, que finalmente conduciría al nihilismo, como los pensadores aislados de la
modernidad se descubrirían solos en el universo sin un fundamento para su pensamiento.
Entonces, la necesidad de controlar y dominar no tendrían límite.

Como una imagen contraria al dominio del principio científico, Nietzche miró hacia atrás,
fijándose en la elevada cultura griega clásica, como se expresa en la tragedia griega. El
drama trágico de los griegos, con su exquisita poesía, ha sido considerado por filósofos
anteriores a Nietzche como un arte de orden y armonía. Nietzche rompió esta imagen
evocando los orígenes rituales de la tragedia en los festivales dionisiacos. La celebración
de la tragedia en Grecia, fue, de hecho, dedicada al dios Dionisio y Nietzche vio el coro
trágico como la continuación de la muchedumbre dionisíaca. La poesía del protagonista
consigue su poder sólo sobre la base de la canción coral y la danza. Así, podría decirse, que
la tragedia griega une el texto apolíneo y la música dionisiaca.

Para Nietzche, la tragedia representa la esencia de una cultura artística en oposición a


nuestra cultura científica. Si pereciera la tragedia desaparecería también el arte vital. Al
perder el arte, también perdemos lo dionisíaco, la conexión con todo lo que trasciende
nuestra pequeña individualidad, nuestro narcisismo.

Nietzche no abogó por una cultura puramente dionisiaca. Enfatizó lo dionisiaco porque no
se le había tomado en cuenta en la visión de mundo científica del período de la
Ilustración. Pero lo dionisiaco por sí mismo no basta. Es el poder, la vitalidad, la voluntad,
pero, a no ser que se le dé forma puede ser tanto destructiva como saludable. En efecto,
Nietzche enseñaba que cuanto más se ignoraba más se ignoraba lo dionisiaco, más
potencial para la destrucción había. A veces se piensa que Nietzche era un fascista, pero
en cierto sentido, su pensamiento advertía en contra del fascismo mucho antes de su
tiempo.

El poder dionisiaco, tiene que ser transformado por la claridad apolínea. El resultado
tendría forma viviente. El “caos” de lo dionisiaco, unido al “cosmos” (orden) de lo apolíneo
haría nacer “la estrella danzante” de una cultura artística. Los artistas deben abrirse a las
fuerzas dionisiacas para convertirlas en vibrantes formas vivientes. Al hacerlo así, prestan
un servicio la comunidad entera, comunicando (en el sentido propio de la palabra) una
visión del mundo basada en la misma tierra viviente. Una comunidad que pudiera
afirmarse a sí misma y su pertenencia a algo mayor que ella misma.

La filosofía de Nietzche encuentra muchos ecos en la teoría psicoanalítica. En particular,


se han diseñado paralelos entre la distinción de lo dionisiaco y lo apolíneo y el concepto
freudiano de la identidad en relación al ego. Nietzche tiene también una explicación sobre
la importancia del sentimiento de culpa que es notablemente parecida a la teoría de
Freud del súper ego. Pero Freud y sus seguidores, con algunas excepciones, han
permanecido dentro de una visión de mundo apolínea. Freud nunca abandonó su
proyecto de una psicología científica y se aferró a la máxima de que “donde estaba la
identidad, ahí estaría el ego”. Al mismo tiempo, reconocía el poder del arte y confesaba su
incapacidad para abárcalo dentro de las categorías racionales.

Nietzche, por otro lado, usaba categorías imaginativas para entender el poder de la
imaginación. Sus nociones de lo apolíneo y lo dionisiaco son personificaciones
imaginativas, no principios lógicos. Todos los detalles concretos de los mitos se adhieren a
ellos. En este sentido, ha formulado no sólo una psicología de poesía, sino también una
psicología poética.

Además, situando históricamente sus categorías en la cultura griega, Nietzche abre la


posibilidad de regresar a los orígenes ceremoniales del arte y su antigua tradición
sanadora. El shamán, en relación a la comunidad tribal pone en paralela la relación del
héroe con el coro. LA tragedia griega es solo una instancia del poder sanador del arte
basado en sus orígenes comunales. Cuando Edipo sufre, la comunidad sufre a través de él.
Él emprende el viaje doloroso hacia el conocimiento de sí mismo, solo, pero lo hace así
para el alivio de la ciudad que está sufriendo la contaminación causada por la transgresión
de los límites humanos. Una contaminación por la que él mismo es responsable. Él es a la
vez el herido y el sanador y finalmente la sabiduría trágica que su sufrimiento le trae,
otorga una bendición a su tierra. Freud tenía razón al ver el pecado de Edipo como un
presente en todos nosotros, pero lo que no vió fue el ritual sanador del drama, el pecado
a través del sufrimiento apoyado por la comunidad. Es en el fondo la propia comunidad de
Atenas la que sufre y es sanada por la catarsis que experimenta Edipo.

La recolección que hace Nietzche de los orígenes de la tragedia griega tenía el propósito
de visualizar el renacimiento de una cultura artística, en la que el sufrimiento humano
pudiera ser reconocido y expresado y fuera, por lo tanto, trascendente. El uso
contemporáneo de las artes en psicoterapia puede ser visto como una reafirmación de
esta visión de Nietzche. Sin embargo, esto sólo sucederá así si somos capaces de
reconcebir la psicoterapia fuera de las categorías apolíneas de la medicina científica
moderna.
El sufrimiento psicológico es intrínseco a la condición humana; en ese sentido la
psicopatología es normal. La tarea de la terapia no es eliminar el sufrimiento sino darle
una voz para darle la forma en la que pueda expresarse. La expresión es, en sí misma,
transformación; este es el mensaje que trae el arte. El terapeuta sería entonces un artista
del alma, que trabaja con las personas que sufren, capacitándolos para encontrar el
depósito adecuado para depositar su dolor, la forma en la cual se podría expresar. Como
artista, el terapeuta tendría que tener el poder de bajar al reino dionisiaco del
inconsciente, la parte de la mente que es oscura, caótica, desordenada (literalmente
ensombrecida). Un viaje tan peligroso debe estar apoyado por una comunidad
terapéutica, un grupo que pueda “contener” por igual a los terapeutas-artistas y a las
personas que sufren.

Con frecuencia, los terapeutas de artes expresivas trabajan en grupo por esta misma
razón; pero, finalmente, la comunidad mayor es la que debe apoyar el uso de las artes en
terapia. Los hospitales, las clínicas, las instituciones académicas y de entrenamiento deben
llegar a estar abiertas a la función sanadora de las artes y los mismos artistas deben
conocer bien las implicancias terapéuticas de su trabajo (así como de sus propiedades de
auto-sanación) para que los arteterapeutas tengan un ambiente que los apoye. Quizás
quienes emplean las artes en psicoterapia tendrán un efecto sobre los que están a su
alrededor también, ampliando sus perspectivas a nuevos modos de visualizar el mundo.
Tal vez un día habrá una reunificación de los enfoques artístico y científico hacia la salud
mental, una reunificación en la cual, como dijo Nietzche, el ideal sería un “Sócrates que
practica música”, sanadores que pueden combinar la comprensión racional con la
sensibilidad artística. Para que tales personas, eviten el destino histórico de Sócrates,
deben tener el apoyo de la comunidad en su trabajo. Los artistas y terapeutas necesitan
unirse para solicitar ese apoyo. Sólo entonces la función terapéutica del arte podrá
demostrar cuán efectiva es.

También podría gustarte