La vida por los sueños
Se cumplen 30 años del fallecimiento del editor y poeta español que eligió Uruguay para
despejar ideas y malentendidos.
FERNANDO AÍNSA
Viernes, 28 Julio 2017
Elsa Lira Gaiero, Benito Milla y Nacy Bacelo, primera directiva de la Feria Nacional
de Libros y Grabados, Montevideo, 1961
En una mesa improvisada sobre dos caballetes en la céntrica plaza Libertad de Montevideo,
Benito Milla (1918–1987), un exiliado anarquista español, vende libros a fines de la década
de los cuarenta del pasado siglo y, poco a poco, va ganando una clientela que aprecia sus
consejos y su eficacia para obtener títulos no siempre distribuidos en Uruguay.
Parco de palabras, se sabrá —sin embargo— que fue integrante de la Columna Durruti
durante la Guerra Civil Española, Secretario de la Juventud Libertaria de Cataluña y, al final
de la guerra, cruzó los Pirineos con su esposa Fina y vivió en las duras condiciones del
refugiado en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, en campos que en realidad eran de
concentración. Allí nacería su hijo Leonardo (Marsella, 1941) y el destino del Uruguay —esa
renombrada “Suiza de América”, democrática y solidaria con la España republicana derrotada
— aparecería en su horizonte.
A partir de ese humilde comienzo, Benito Milla desarrolló una tenaz e intensa trayectoria
como librero (Librería Alfa desde 1954), editor (Editorial Alfa, 1958) y director de las
revistas Deslinde (1956–1961) y Temas (1965–1968) marcadas con una filosofía
originalmente libertaria y, poco a poco, abierta a un humanismo antibelicista y siempre
antifranquista. Allí se congregaron los escritores más representativos del Uruguay de
entonces (la generación del 45) y los jóvenes emergentes de los 60.
El primer libro editado por Alfa fue un clásico uruguayo,Ismael de Eduardo Acevedo Díaz.
Luego se abrieron dos colecciones, una dirigida por el propio Milla (“Carabela”) y otra por
Ángel Rama (“Letras de hoy”), donde se publicaron La casa inundada (1960) de Felisberto
Hernández, La cara de la desgracia (1960) de Juan Carlos Onetti, Hombres y caballos de
Mario Arregui, Cordelia de Carlos Martínez Moreno. También Montevideanos (1959) y La
tregua (1960) de Mario Benedetti, dos obras que lo convirtieron enbest-seller. Otro título
exitoso de Alfa sería Los días siguientes (1962), primera novela de Eduardo Galeano, donde
se ficcionaliza un episodio real que había conmocionado a Montevideo.
Los escritores inmersos en la “línea creciente entre tensión y exigencia” —como fueran
caracterizados en esos años por Mercedes Ramírez—formalizan apuestas que se tradujeron
en la publicación de revistas (Puente, 1963; Aquí poesía, 1962–1966; Los Huevos del Plata,
1965–1969; Maldoror, 1967–1987; Prólogo, 1968); páginas culturales en diarios (La
Mañana, Época, Hechos), semanarios como Marcha y en editoriales que florecieron con un
novedoso rigor profesional y una estimulante competitividad, alimentando una producción
autosuficiente y cerrada al principio sobre el país. Entre otras, Asir, Banda Oriental, Arca y la
propia Alfa, una editorial que, en el centro del proceso nacional y latinoamericano, no olvida
su origen y publica novelas de españoles exiliados como Ernesto Contreras y José Carmona
Blanco, o ensayos fundamentales como la historia del anarquismo español de José Peirats.
DESLINDAR UN ÁMBITO CULTURAL
Alrededor de la librería Alfa y luego de la editorial —situada en el emblemático local de la
calle Ciudadela 1389 de Montevideo, a escasos metros de la Plaza Independencia—, Milla
funda con Carmona, otro anarquista exiliado en Uruguay, la revista Deslinde en la que da
cabida a las nuevas promociones poéticas no solo uruguayas (Juan Cunha, Nelson Marra y
Saúl Ibargoyen Islas, entre otros), sino latinoamericanas y españolas. Siguiendo la propuesta
de Alfonso Reyes de “deslindar” un ámbito cultural tan comprometido como independiente,
los dieciséis números de Deslindepublicados entre 1956 y 1961 ofrecen una clara apertura al
mundo y una naciente conciencia latinoamericana. Con el formato de un periódico, proponen
una clara defensa de la libertad del escritor y el análisis crítico de la literatura española y
uruguaya. Colaboran en Deslinde Albert Camus, Octavio Paz, Ernesto Sábato, Juan
Goytisolo y entre los uruguayos Mario Arregui, Ángel Rama y Hugo García Robles,
musicólogo de sorprendente y erudita sensibilidad, y futuro secretario de redacción de Temas.
Temas se publica en un contexto cultural que hereda la polarizada visión de la creación y la
crítica de dos revistas de la década anterior. Por un ladoAsir (1948–1959), de la que se
editaron treinta y nueve números, dirigida por Washington Lockhart, un fino ensayista guiado
por la búsqueda del ser nacional por una vía más emocional que racional, y que busca lograr
la trascendencia a partir del arraigo (en su caso la ciudad de Mercedes en el litoral uruguayo).
En su rechazo de la gran ciudad, en el elogio del campo y del suburbio donde se refugia la
nostalgia del emigrado rural, Asir rezuma una cierta melancolía que se apoya sin ambages en
la tradición literaria clásica y española. Ese espíritu existencial se prolonga cuatro años
después en los seis números de Cuadernos de Mercedes (1963–1965), dirigida por el mismo
Lockhart. En 1969 publica en la editorial AlfaEl Uruguay de veras, una reunión de ensayos
que pretenden indagar en un “ser” nacional más allá de los tópicos que se le adjudican.
En el otro extremo está la revista Número (1949–1958), cuyo redactor responsable, el crítico
Emir Rodríguez Monegal, anuncia en el primer número que se trata de “enfocar los
problemas del arte y el pensamiento contemporáneo”, realizando “un planteo que trascienda
lo meramente literario o filosófico y atienda al suceso de la hora”, alternando “la
producción nacional y extranjera con deliberada prescindencia de nacionalismos”.
En Número publican, entre otros, Juan Ramón Jiménez, Alfonso Reyes, José Ferrater Mora,
Pedro Salinas, Borges y Jorge Guillén. Algunos números monográficos, como el dedicado a
la Generación del 900, marcan un antes y un después en la crítica uruguaya. Interrumpida en
1958, Númeroreaparece en 1963, siempre bajo la dirección de Rodríguez Monegal, aunque
ahora el editor es Benito Milla, experiencia que —tras cuatro números— posibilita la
aparición de Temasbajo su entera responsabilidad.
CONFRONTACIÓN Y DIÁLOGO
En abril de 1965 se publica el primer número de Temas con un “propósito” explícito de
Milla: “contribuir a la expresión de las preocupaciones culturales en el ámbito
sudamericano”, propiciando “el acercamiento y la comunicación entre los intelectuales de
la zona en un intento de diálogo y discusión que tienda a resaltar y esclarecer realidades
comunes”. Con un sentido premonitorio de lo que sucederá en años sucesivos anuncia
que: "La actitud de la revista será de confrontación en una hora del mundo en la que el
desgaste de los esquemas ideológicos se hace cada vez más evidente, los acontecimientos son
más fluidos y complejos y no bastan para definirlos los lugares comunes, los slogans ni los
absolutos apriorísticos con que se disfrazan todos los dogmas (Temas 1–2)".
Para que no quedaran dudas de su vocación independiente se insiste en la apertura cultural al
margen de “la cuadrícula cerrada de los partidos, los grupos y las camarillas”. En resumen
—se concluye— la publicación de Temas no obedece a un programa sino a un movimiento
concebido en una dirección: la de vivir en una comunidad abierta.
La postura ajena a “grupos, organizaciones o partidos” y la apertura temática de los dos
primeros números, provoca críticas y reacciones en un medio polarizado, especialmente a
partir de la revolución cubana de 1959. Por ello, en el editorial del número 3, se reafirma
la “indeclinable vocación de confrontación y diálogo”, ya que “dialogar y confrontar
supone implícitamente la presencia de los otros, no como enemigos, sino como
interlocutores”. Se insiste en la afirmación que había provocado la mayor parte de las
críticas: el desgaste de los esquemas ideológicos y la mutación profunda de ideologías como
el marxismo, lo que ha llevado a hablar de “los marxismos”, de positivos contactos entre
socialistas, cristianos, socialdemócratas y “terceristas” (la llamada “tercera posición” que
tuvo en Uruguay una gran difusión, especialmente a través de la prédica del
semanario Marcha). En resumen: “Nadie que no esté aquejado de dogmatismo agudo aspira
a permanecer ajeno al movimiento más interesante y positivo de esta época: el de la
comunicación cultural”.
Es una difícil “comunicación cultural” a la que se aspira en medio de la guerra
fría. Temas no puede escapar a las confrontaciones que se viven. A fines de 1965 se produce
la condena de los escritores soviéticos Andréi Siniavsky y Yuli Daniel. Los comunistas
italianos, embarcados en el revisionismo de Berlingher, la consideran “el problema más
amplio de las relaciones entre la sociedad soviética y sus intelectuales, entre la política y la
cultura”. Para Louis Aragon, comunista militante, el asunto es más grave: la sentencia del
tribunal soviético prefigura a los ojos de los observadores occidentales lo que será la justicia
en los países donde triunfe el comunismo. Un editorial de Temas (5-3) recuerda bajo el título
“Moral y política” que “callar ante la injusticia, donde quiera que se produzca, y en este
caso ante la bárbara condena a los escritores soviéticos, es una manera de preparar un
porvenir sombrío, asintiendo voluntariamente ante la iniquidad y fomentándola con la
aquiescencia o el silencio”.
Al cumplirse el primer año de vida literaria, Temas publica el que será su último editorial,
donde reivindica que “el movimiento de la cultura es profundamente libertario” y que la
libertad no es “un prejuicio burgués” como se proclama en otras tribunas de la izquierda
uruguaya. “Creemos, contra ellos —afirma— que hay que defenderla y ensancharla,
incesante tarea del espíritu verdaderamente revolucionario, en la que seguiremos
participando a nuestra medida y sin descanso. Por eso, esta revista seguirá adscrita al
movimiento de apertura cultural, de desmilitarización ideológica, que es a nuestro entender
el más positivo de esta hora del mundo, mal que les pese a los nostálgicos epígonos de la
guerra fría”.
Desde ese momento y hasta el último número (No. 16), en junio de 1968, Temas evitará las
polémicas abiertas, haciendo de los ensayos que publica el mejor argumento de su prédica.
En algún caso propicia “Fuegos cruzados” entre autores, por ejemplo cuando Günter Grass,
Konstantin Simonov y Uwe Johnson discuten sobre si “¿es posible el diálogo cultural Este–
Oeste?”, o Alberto Moravia y Alain Robbe-Grillet debaten sobre si hay una “¿crisis de la
novela o crisis de novelistas?”.
ARTÍCULOS QUE MARCAN UNA ÉPOCA
Desde el primer número de Temas, la presencia de Rodríguez Monegal asegura una cierta
identificación con el que fuera el espíritu de las dos épocas de Número, pero también con la
apertura a otras literaturas y el olfato crítico que practicara en la sección literaria del
semanario Marchaque dirigió (1944–1959) y posteriormente en los 25 números de Mundo
Nuevo que fundó en París (1966–1868), hasta el estallido de la polémica sobre el
financiamiento de la publicación por parte del Congreso por la Libertad de la Cultura.
Rodríguez Monegal revela al público uruguayo un autor clave: João Guimarães Rosa, a quien
se consideraba en Brasil “el mayor novelista vivo”y cuya obra era prácticamente desconocida
en el resto de América Latina. El cuento “Ninguno, ninguna” ilustra con su peculiar sintaxis
la novedosa perspectiva que inaugura Guimarães. Acompaña a Rodríguez Monegal en el
primer número otro colaborador de Número, Mario Benedetti, con seis poemas.
Al mismo tiempo Temas se abre internacionalmente con un sugestivo ensayo de Hans M.
Enzensberger —“Sobre la Teoría de la traición”— y otro —“Por encima de la refriega”— del
tan reconocido como olvidado crítico italiano Elemire Zolla. En ese mismo primer número,
un tema que será de creciente actualidad —“el compromiso del escritor latinoamericano”—
es abordado por Hiber Conteris. “En este momento presente de América Latina se ha
producido algo así como un desbordamiento, una invasión de los hechos sociales y políticos
que están afectando a todos los órdenes de la vida; y de esta invasión no se han librado el
arte ni la literatura” (Temas 1-19). El escritor latinoamericano “vive un momento
privilegiado”, pero al mismo tiempo —añade Conteris— no se puede evitar que “el
compromiso advierta la transitoriedad de nuestra hora y las formas híbridas o espurias de
nuestra literatura”. En números subsiguientes, Conteris reitera esas preocupaciones,
especialmente en el artículo “Evolución de las ideologías modernas en América Latina”.
La problemática del continente ya está instalada en la revista. En el segundo número
de Temas se publica “Imagen y perspectivas de la narrativa latinoamericana actual”, donde se
concreta una las ideas más difundidas y citadas de Augusto Roa Bastos: "Para que exista una
literatura, además del valor estético de sus obras, es necesario un centro de cohesión
interior, una visión coherente y unitaria sobre el conjunto de la realidad. De esta coherencia
interior procede la posibilidad de comunicación interhumana de una literatura en un
momento determinado, pero también el sentido de continuidad histórica a través de sus
variaciones posibles"(Temas 2-4).
Es esa “cohesión interior”, esa “temperatura histórica”, lo que Roa llama “foco de energía
colectiva que se condensa en una particular visión de la vida y del mundo”, la que define —a
su juicio— la literatura latinoamericana contemporánea. En esa misma línea de
preocupaciones el filósofo mexicano Leopoldo Zea escribe sobre la “integración de la cultura
latinoamericana a la cultura universal” (12/1967).
La acelerada irrupción de América Latina en la literatura, la cultura y la política mundial no
olvidan la situación española. “España, 1936” de Octavio Paz se contrapone a “Visión actual
de España” de Jean Bloch-Michel, un largo y completo panorama sobre la realidad interior de
la España franquista y sus perspectivas inmediatas.
A partir del número 4, la lista de colaboradores se amplía: Luce Fabbri, destacada figura del
pensamiento anarquista; Robert Oppenheimer, activo militante del desarme nuclear; Juan
Goytisolo, representante de la nueva literatura española; el semiólogo Umberto Eco,
abordando “el informalismo como obra abierta”, anticipo de su influyente Obra abierta;
Arnold Toynbee con unas “Miradas al mundo actual”; Mario Vargas Llosa adelantando un
capítulo de La casa verde; Susan Sontag, Héctor A.Murena, Antonio Ferrés y tantos otros
(se pueden citar a más de cien colaboradores), al igual que los críticos franceses Alain
Bosquet y Pierre Emmanuel, los argentinos Rodolfo Alonso y César Fernández Moreno, y el
venezolano Guillermo Sucre.
Un mérito de Milla es haber promovido y potenciado a creadores y críticos uruguayos. Tal es
el caso de Alejandro Paternain, Graciela Mántaras, Nelson Marra y quien firma este artículo a
partir del número 8 (agosto de 1966). Jorge Ruffinelli con un ensayo sobre la obra de Cesare
Pavese, desde Lavorare stanca (Trabajar cansa) a La luna y las fogatas, anuncia la
perspicacia crítica que pondrá luego al servicio de la literatura nacional. Sorprende en enero
de 1967 (Temas, 10) con cuatro poemas.
Atento a la producción nacional, el mismo Milla realiza una selección de siete poetas
jóvenes: Walter de Camilli, Enrique Elissalde, Iván Kmaid, Nelson Marra, Esteban Otero,
Roberto Maertens y Leonardo Milla. La revista acogerá además a otros poetas emergentes
como Jorge Medina Vidal, Alejandro Paternain, Milton Schinca y Saúl Ibargoyen Islas.
EL LUGAR PRIVILEGIADO DE LA POESÍA
La poesía contemporánea ocupa un lugar destacado en sus páginas. La de lengua española
con Claribel Alegría, Alejandra Pizarnik, Octavio Paz, Homero Aridjis, Carlos Barral, José
Ángel Valente, Juan Liscano, o Carlos Germán Belli, del que la editorial Alfa publicará la
obra poética completa (hasta 1967) en El pie sobre el cuello.
Una útil selección de poetas portugueses actuales y otras de argentinos, peruanos (a cargo de
José Miguel Oviedo) y alemanes seleccionados y traducidos por el que años después será
fundador y director de la editorial Iberoamericana, Klaus Dieter Vervuert, van pautando la
vocación universalista de la revista. Por su parte, el crítico argentino Juan Carlos Curutchet,
especializado en literatura española contemporánea, presenta una selección de poesía que se
revelará con el tiempo tan premonitoria como acertada: José Agustín Goytisolo, Carlos
Barral, Ángel González, Félix Grande, José Caballero Bonald, José Ángel Valente y Jaime
Gil de Biedma.
La sinergia entre la revista Temas y la editorial Alfa se manifiesta en los adelantos de libros,
como Los prados de la conciencia de Carlos Martínez Moreno e Introducción a la novela
española de posguerra (1966) de Juan Carlos Curutchet.
La inicial militancia libertaria de Milla fue cediendo con los años hacia un humanismo que se
reconocía en Albert Camus, Roger Munier, Nathaniel Tarn, Jean Bloch-Michel y Pierre
Emmanuel, autores —todos ellos— a los que publicó en las revistas Deslinde y Temas.
“Don Benito” —como lo llamábamos con tanto afecto como respeto los que fuimos sus
colaboradores— hablaba de “diálogo” y de tender “puentes” entre América y Europa, lo que
parecían utopías en una sociedad que se agriaba y cuyos muros se laceraban a ojos vistas. En
1964 sostenía que había que “reconocer a los otros, no como enemigos, sino como
interlocutores”, usando una terminología novedosa —alteridad y otredad— puesta al
servicio de un imposible idealismo.
Pero Milla adivinaba, además, lo que después resultó evidente: la mutación ideológica de
nuestro tiempo, el fin del maniqueísmo impuesto por la guerra fría. Milla hablaba de “los
diferentes marxismos”—lo que parecía una herejía para los marxistas ortodoxos uruguayos
—, del pluralismo cultural, del nacionalismo emergente en el seno de los grandes bloques y,
sobre todo, de cómo evitar en un país de rica tradición democrática como el Uruguay los
errores que habían conducido a los horrores de la Guerra Civil Española.
Sus palabras sonaban extrañas en Uruguay, embarcado como estaba en un proceso de
confrontación política y social sin precedentes en su historia. En esos años, la antinomia
española iba cediendo a su inevitable prolongación americana. Democracia contra dictadura,
liberación contra dependencia, progreso contra reacción, revolución versus contra-revolución,
pasaron a ser las palabras mágicas con que en la euforia de los años sesenta se pretendía
conjurar la historia del continente. Nuevos “vientos del pueblo”llevaban y arrastraban,
esparcían el corazón y aventaban la garganta, al decir del poeta Miguel Hernández.
Cuando las condiciones del diálogo se hicieron difíciles en Uruguay, Milla se fue en 1967 a
Venezuela. Allí fundó Monte Avila Editores, donde, con más recursos y en otra dimensión
internacional, reiteró su fe en un hombre de raíz universal, más allá de clases sociales y
contingencias históricas. Fundaría luego Tiempo Nuevo y, a la muerte de Franco, regresó a
España para retomar en Barcelona la existente editorial Laia y refundar Alfa. Poco después
moriría de un cáncer a los 69 años.
Milla dejó inéditos numerosos poemas, atendiendo a una vocación de la que pocos sabían su
secreto. Su fiel y discreto colaborador de siempre en Montevideo, Caracas y Barcelona, Hugo
García Robles, reunió algunos en Itaca (1989). En esos versos depurados y sobrios, tras su
vida errante, Milla refleja el amor que, por sobre cualquier otro lugar, sintió por el Uruguay.
En Itaca algunos versos reflejan que sabía de su fin próximo: “Pensar es lo que más me
duele —nos dice el poeta— y más pensar en lo vivido. Sentir todo el estrago de la edad
como un muro expuesto a la intemperie y a la lluvia. Asistir indefenso a la insidiosa herida
de cada grieta abierta sin remedio. Morir cada día un poco cambiando la vida por los
sueños”. Al recordar ahora la trayectoria de Milla, es evidente que cambió desde muy joven
la vida por los sueños, y esos sueños siguen vigentes a treinta años de su muerte.