Jesús en Nazaret - Marcos 6:1-6
(Mr 6:1-6) “Salió Jesús de allí y vino a su tierra, y le seguían sus discípulos. Y
llegado el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos, oyéndole,
se admiraban, y decían: ¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es
esta que le es dada, y estos milagros que por sus manos son hechos? ¿No es éste
el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón?
¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él.
Mas Jesús les decía: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus
parientes, y en su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos
pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. Y estaba asombrado de la
incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando.”
“Jesús salió de allí y vino a su tierra”
Aunque no se dice específicamente a qué lugar fue Jesús, los versículos siguientes hacen
evidente que se trata de Nazaret, el hogar de su infancia, donde él había trabajado como
carpintero y en donde todavía vivía su familia.
¿Cuál fue el propósito de su visita a Nazaret? Tal vez deseaba pasar un tiempo con su
madre y sus hermanos. Recordemos que un tiempo atrás, ellos le habían visitado en
Capernaum preocupados por él (Mr 3:20-21) (Mr 3:31-35). O quizá estaba huyendo de la
fama, en cuyo caso, ya sabía que Nazaret era el sitio ideal, como finalmente veremos.
“Comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos oyéndole se
admiraban”
Marcos nos dice que Jesús iba acompañado por sus discípulos, es decir, iba como un
rabino, así que cuando llegó a la sinagoga, le invitaron a tener la enseñanza de la
Palabra. Y como en ocasiones anteriores, los asistentes quedaron asombrados, sin poder
negar la sabiduría de su enseñanza, ni el poder de sus milagros (Mr 1:21-28). Pero
curiosamente, lejos de producir en ellos la fe, el evangelista nos dice que “se
escandalizaban de él”. ¡Con cuanta facilidad el hombre se vuelve irracional cuando se
trata de la fe!
Pero sus oportunidades se estaban acabando, ya que ésta era la última vez en que
encontramos a Jesús visitando una sinagoga. Había comenzado en ellas la proclamación
del evangelio (Mr 1:21) y fue allí en donde los fariseos le habían rechazado (Mr 3:6).
Ahora en Nazaret, fueron sus paisanos quienes iban a generalizar este rechazo.
“¿De dónde tiene éste estas cosas?”
La pregunta de los presentes era razonable: “¿Qué sabiduría es esta que le es dada, y
estos milagros que por sus manos son hechos?”. Sin duda, el Espíritu Santo estaba
queriendo guiar sus mentes a descubrir la verdadera naturaleza de Jesús.
Esta cuestión acerca de la verdadera identidad de Jesús, fue lo que causó tanto revuelo
entre la gente de Nazaret, y será también la clave en los próximos relatos.
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(Mr 6:14-15) “Oyó el rey Herodes la fama de Jesús, porque su nombre se había
hecho notorio; y dijo: Juan el Bautista ha resucitado de los muertos, y por eso actúan
en él estos poderes. Otros decían: Es Elías. Y otros decían: Es un profeta, o alguno
de los profetas.”
Y finalmente será el mismo Jesús quien haga la pregunta: (Mr 8:27-29) “¿Quién dicen los
hombres que soy yo?... Y vosotros, ¿quién decís que soy?...”
Pero volvamos a la pregunta de la gente de Nazaret: “¿De dónde tiene éste estas
cosas?”. Ninguno de ellos, a pesar de no creer en él, se atrevía a negar ni su sabiduría ni
su poder. Pero este asunto requería alguna explicación, porque ni su sabiduría ni su poder
eran “normales”. ¿Qué dirían acerca de esto? ¿De dónde procedían?
Ellos pensaron que los había tenido que recibir de alguna parte: “¿de dónde tiene...?”.
Dedujeron rápidamente que no era algo que le había venido por medio de su familia. Ellos
le conocían bien; había sido el carpintero de Nazaret por mucho tiempo, y su familia
seguía viviendo allí. Eran gente sencilla, como nosotros diríamos: “del pueblo de toda la
vida”. Además sabían bien que Jesús no había salido de allí a estudiar con los grandes
maestros de Jerusalén, seguramente porque la familia tampoco tenía recursos para ello.
Así que, descartaron inmediatamente que éste fuera el cauce por el que Jesús había
recibido tanto la sabiduría como el poder que les dejaba asombrados a todos.
Otra opción, que parecía razonable en vista del carácter de sus milagros y de su
enseñanza, sería que Dios estuviera actuando por medio de él. Pero su incredulidad y la
dureza de su corazón les llevó a descartar que éste pudiera ser el origen sobrenatural de
su ministerio. Así que, la única opción que encontraron fue la de atribuir sus obras al
poder de Beelzebú (Mr 3:22).
Pero ¿por qué rechazaron tan rápidamente la idea de que Jesús obraba por el poder de
Dios? Para ellos debió de resultar inaceptable que Dios pudiera estar actuando usando
medios tan débiles. Los judíos de Nazaret consideraban a Jesús como un hombre igual a
ellos, cuya familia vivía entre ellos. Al fin y al cabo, no era más que el carpintero del
pueblo. Sin embargo, éste ha sido siempre el proceder de Dios: “Lo vil del mundo y lo
menospreciado, escogió Dios...” (1 Co 1:27-28).
“¿No es éste el carpintero?”
No deja de admirarnos que el Señor de la gloria se hiciera hombre y viviera como uno de
nosotros. Asumió una vida corriente. No eligió un palacio, sino un sencillo taller de
carpintería. Es increíble que el mismo que hizo el cielo y la tierra con todo lo que en ellos
hay, el Unigénito Hijo de Dios, tomara la forma de siervo y “comiera el pan con el sudor de
su frente”, como un obrero más. Como bien dice el apóstol Pablo: (2 Co 8:9) “Porque ya
conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre,
siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”.
Sin embargo, aunque para nosotros los cristianos, el hecho de que Jesús fuera el
carpintero de Nazaret, es un fuerte motivo de adoración, por el contrario, en la forma en
que los judíos de Nazaret lo decían, había mucho menosprecio escondido. Sus
razonamientos serían más o menos los siguientes: ¿Quién se ha creído que es éste? Si
sólo es un carpintero sin estudios. ¿Quién garantiza su autoridad y sus pretensiones?
Pero a pesar de todo, las evidencias de su poder sobrenatural se encontraban delante de
ellos y no las podían negar. Pero había dos cosas que les impedían aceptarle: su
incredulidad y su envidia. La incredulidad fue una de las causas por las que perdieron los
grandes bienes que el Señor estaba dispuesto a concederles. Y también la envidia se
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hallaba en la raíz de su odio. No podían admitir que un paisano suyo fuera más que ellos
mismos.
De todo esto podemos aprender diferentes lecciones:
• Las circunstancias de nacimiento y fortuna no tienen nada que ver con el valor de
una persona. Jesús había nacido en una familia humilde y era carpintero, pero sin
embargo era el mismo Hijo de Dios. Debemos estar en guardia para no caer en la
tentación de valorar a las personas por las circunstancias externas y no por su
relación personal con Dios.
• Con mucha frecuencia los hombres tenemos la tendencia de menospreciar aquello
que nos es familiar. Los hombres de Nazaret despreciaron a Jesús porque lo
conocían. Y con cuánta facilidad podemos llegar a no valorar adecuadamente cosas
que nos son familiares, como por ejemplo la Biblia, la iglesia local, los cultos,
nuestros pastores...
• En otras muchas ocasiones, la familiaridad en lugar de engendrar un creciente
respeto, produce la falta de él. Pareciera como si el estar demasiado cerca de
ciertas personas nos impide ver su grandeza.
• Con cuánta facilidad nos acostumbramos a recibir bendiciones de la gracia de Dios
y llegamos a dejar de valorarlas. Nazaret fue el pueblo más privilegiado del mundo,
pues allí había pasado gran parte de su vida el Hijo de Dios. Sin embargo, se
acostumbraron tanto a su presencia que no llegaron a valorarlo e incluso lo
despreciaron hasta el punto de querer acabar con él (Lc 4:29).
“Hijo de María”
Es extraño que se refieran a Jesús de esta manera, cuando lo normal habría sido
mencionar a su padre José. Este detalle puede indicar que José había muerto hacía
tiempo. Pero puede ser también que la gente de Nazaret estuviera haciendo una alusión
al carácter “ilegítimo” de su nacimiento con el fin de insultarlo (Jn 8:41).
“No hay profeta sin honra sino en su propia tierra”
Como ya hemos señalado, sus paisanos judíos le estaban menospreciando. Para ellos
era simplemente el carpintero de Nazaret, y para sus líderes religiosos, un endemoniado
poseído por Beelzebú (Mr 3:22). Esta táctica del diablo es bien conocida: primero
ridiculizarle y despreciarle para después quitarle valor a todo lo que había dicho y hecho
entre ellos. Pero esto es un engaño de Satanás que no cambia la verdad de las cosas.
Fue en este contexto que Jesús hizo esta afirmación: “No hay profeta sin honra sino en su
propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa”. Veamos algunas de las implicaciones
de lo que dijo:
• Notemos que él hace una clara vindicación de que es profeta, uno que habla de
parte de Dios, aunque por supuesto, era mucho más que eso.
• También advierte a todo aquel que quiera ser un fiel testigo suyo, que los peores
críticos los encontrará entre los suyos, en el ámbito de su familia y de aquellos con
los que ha crecido juntamente.
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Sin embargo, aunque Jesús conocía bien la actitud de su familia y de la gente de Nazaret,
a pesar de todo, regresó allí para volverles a llevar el mensaje de vida. ¡Cuánta paciencia
y cuánto amor! ¡Qué ejemplo para todos nosotros!
“Estaba asombrado de la incredulidad de ellos”
Los evangelios sólo registran dos ocasiones en que el Señor se haya asombrado. Una
vez por la fe que demostró un centurión romano (Lc 7:9), y en esta ocasión ante la
incredulidad de sus paisanos en Nazaret. Esto nos deja constancia de la importancia que
la fe y la incredulidad tienen para el Señor.
No es de extrañar que al Señor le resultara extraño que los hombres, viendo tan de cerca
la Luz del mundo y la gloria del cielo, volviesen las espaldas a ella.
Pero la incredulidad es el pecado más antiguo del mundo. Entró por primera vez cuando
Eva prestó oído a las falsas promesas del diablo, en vez de creer en la Palabra de Dios.
Por causa de su incredulidad, el pueblo de Israel vagó cuarenta años por el desierto. La
incredulidad arrastra al hombre a negarse a la evidencia, a cerrar sus ojos al testimonio
más claro, y a creer, sin embargo, en falsedades. La incredulidad es el único pecado que
Dios no puede perdonar: (Jn 3:18) “El que en él cree, no es condenado; pero el que no
cree, ya ha sido condenado, porque no a creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”.
“Y no pudo hacer allí ningún milagro”
La razón por la que “no pudo hacer allí ningún milagro” no se debía a que no tuviera
poder. En los pasajes anteriores vimos su poder sobrenatural en la naturaleza (Mr
4:35-41), sobre los demonios (Mr 5:1-20), sobre la enfermedad y la misma muerte (Mr
5:21-43). Pero lo que ahora quiere es enseñarnos algunas cosas fundamentales:
• Primero, que este poder no se impone a los hombres. Dios respeta la libertad que él
mismo en su soberanía ha dado a todos los hombres, y espera que sea el mismo
hombre quien se lo pida.
• Y segundo, que la única forma de disfrutar del poder de Dios en nuestras vidas es
por medio de la fe. La fe es el cauce por el cual llegan al hombre todas las
bendiciones de la gracia de Dios.
Dicho esto, queda claro que la incredulidad ata las manos de Jesús, porque el Reino que
él predica no es un poder que se impone, sino una oferta de amor que se recibe en
libertad. Por supuesto, la incredulidad del mundo no reduce en lo más mínimo el poder de
Cristo; lo único que hace es quitarle al mundo el privilegio de experimentar el beneficio de
su poder. Tristemente este fue el caso de Nazaret: (Mt 13:58) “Y no hizo allí muchos
milagros, a causa de la incredulidad de ellos”.
Aun así, siempre hay algunos que se benefician de su gracia, y también en Nazaret hubo
unos pocos enfermos que fueron sanados por él. El resto perdió esta bendición por su
incredulidad. ¡Cuánto perdemos por falta de fe!
Nos preguntamos también cuánto tuvo que costarle a Jesús predicar en ese ambiente y
cómo limitó el fruto de su palabra. Aun en nuestros días, cuando la atmósfera es de
expectación, aun el esfuerzo más modesto puede inflamar a las almas, pero en un
ambiente de frialdad crítica o de indiferencia, aun la palabra más llena del Espíritu cae en
tierra sin producir nada en las vidas de los que escuchan.
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“Y recorría las aldeas de alrededor enseñando”
¿Qué haría Jesús ante este “fracaso” en Nazaret? Muchos de nosotros nos hundimos
ante las dificultades más pequeñas en la obra de Dios. Si alguien nos ridiculiza por
nuestra fe, o no quiere escucharnos cuando intentamos predicarle, nos sentimos tan
heridos, tan desilusionados, tan hundidos, que perdemos inmediatamente el deseo de
seguir haciéndolo. Pero Jesús no era así. Como vamos a ver en los próximos pasajes,
Jesús hizo lo contrario, intensificó sus esfuerzos evangelizadores. Primero llevó a cabo él
mismo una campaña personal por todos los alrededores, y después, envió a sus
discípulos en una gira misionera.
La incredulidad de la gente de Nazaret no podía impedir que Jesús siguiera anunciando el
Reino de Dios. Tomemos buena nota de esto, y no nos paralicemos por la actitud negativa
del mundo frente al mensaje del Evangelio. Siempre hay personas que están esperando
el mensaje de salvación.
Preguntas
1. ¿De dónde procedía el poder y la sabiduría de Jesús? Razone sobre las diferentes
posibilidades que los judíos se pudieron plantear.
2. ¿Por qué los judíos de Nazaret rechazaron a Jesús? Explique su respuesta.
3. Como hemos visto, los judíos de Nazaret rechazaron a Jesús porque era simplemente
un carpintero. ¿Qué aprendemos de este hecho?
4. ¿Por qué dijo Jesús que “no hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus
parientes, y en su propia casa”? ¿Ha encontrado oposición en este ambiente por
querer servir al Señor?
5. ¿Por qué la incredulidad es el único pecado que no tiene perdón? Mencione al menos
dos ejemplos bíblicos de incredulidad y sus consecuencias.
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