Pueblo chico infierno grande
En mi pueblo vivía un gigante que nos obligaba a servirlo. Su reinado era
realmente cruel y el que se le oponía moría aplastado inmediatamente. Era un
gigante feliz, que disfrutaba de la vida y del poder, y que sacaba verdadera
satisfacción de atormentarnos de las formas más atroces. Estas son algunas de las
cosas que nos hacía:
Obligaba a los hombres más fuertes a agarrarse unos de otros por los tobillos,
formando un círculo enorme que usaba colgado del cuello como un collar de
personas. El juego duraba hasta que uno de los hombres se cansaba y se soltaba.
Cuando eso ocurría todos caían y debían colgarse de la ropa y de la barba del
gigante para sobrevivir.
Cuando caminábamos por la calle lo hacíamos con terror, porque el gigante
acostumbraba arrancarse algún vello púbico y aplicarnos con él unos latigazos
tremendos, que rompían la piel y a veces los huesos.
Cuando nos íbamos a dormir, cantaba mal y a los gritos, con una voz que rebotaba
contra las montañas y volvía varias veces, rompiendo las ventanas y volviéndonos
locos a nosotros y a nuestros perros.
Le arrancaba árboles al planeta como si fueran zanahorias y los tiraba contra
nuestras casas, que se derrumbaban o quedaban magulladas.
Se había adueñado de todos los autos del pueblo y los hacía chocar en el campo,
haciendo un húmedo “brummmm” con los labios que resultaba en chaparrones
aislados sobre todo el pueblo.
Embolsaba las nubes en sus manos y las bajaba hasta la tierra, creando una niebla
densa que se metía en todas partes, empapando la ropa y la comida y llenándonos
los pulmones de agua.
Y cuando se cansaba de los grandes destrozos, los incendios y las inundaciones,
nos torturaba de maneras más particulares. A veces se agachaba y se metía dentro
del lagrimal de nuestros ojos y después se paraba de golpe, dejándonos el ojo
sangriento y ciego.