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Comentario Bíblico Portavoz - GÉNESIS (Howard F. Vos)

El documento provee un resumen del contenido del libro de Génesis, incluyendo la creación, la caída del hombre, el diluvio y las historias de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob. Además, discute brevemente la autoría de Moisés, la fecha de redacción alrededor del 1400 a.C. y la división del libro en la creación y la historia de la humanidad en los primeros 11 capítulos y la historia de los patriarcas en los capítulos 12-50.

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Comentario Bíblico Portavoz - GÉNESIS (Howard F. Vos)

El documento provee un resumen del contenido del libro de Génesis, incluyendo la creación, la caída del hombre, el diluvio y las historias de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob. Además, discute brevemente la autoría de Moisés, la fecha de redacción alrededor del 1400 a.C. y la división del libro en la creación y la historia de la humanidad en los primeros 11 capítulos y la historia de los patriarcas en los capítulos 12-50.

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CONTENIDO

1. Antecedentes.
2. La Creación.
3. La Caída del Hombre y la Extensión de la Civilización.
4. El Diluvio.
5. Desarrollos Históricos Después del Diluvio.
6. Abraham: El Pacto y los Primeros Años en Canaán.
7. Abraham: La Destrucción de Sodoma.
8. Abraham: Cumplimiento del Pacto y los Años Ulteriores en Canaán.
9. Isaac.
10. Jacob: Los Primeros Años y su Peregrinación en Harán.
11. Jacob: Huida y Asentamiento en Canaán.
12. José: Sus Primeros Años Hasta su Exaltación en Egipto.
13. José: Desde la Primera Visita de sus Hermanos, Hasta su Emigración a
Egipto.
14. José: —Los Últimos Días de José y Jacob.
1

ANTECEDENTES

La mayor parte de nosotros estamos vitalmente interesados en tener respuesta a las


magnas cuestiones de la vida. ¿De dónde venimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué es lo
que nos hace mover, o cuál es la naturaleza del hombre? ¿Cómo nos hemos metido en
el lío en el que nos encontramos? ¿Cuál es nuestro futuro? O, ¿cuál es el futuro del
mundo? Consideramos cualquier literatura que trate estas preguntas como pertinente y
oportuna.
Preeminente entre toda la literatura acerca de las grandes cuestiones de la vida es el
libro de Génesis. Su nombre viene de una palabra griega, geneseos, que es el título que
se le da en la Septuaginta (versión griega del Antiguo Testamento). Este título se deriva
del encabezamiento de las varias secciones del libro, cada una de las cuales empieza con
“el libro de los geneseos” (que significa generación, origen, fuente; ver 2:4; 5:1; 6:9;
10:1; 11:10, 27; 25:12, 19; 36:1,9; 37:2). En estas secciones Génesis expone el principio
del mundo por creación, el principio del pecado en la raza; el principio de la salvación;
el principio del pueblo escogido de Dios, Israel; el principio de los árabes (descendientes
de Ismael, 25:12) y de las otras naciones sobre la tierra; el principio del conflicto árabe-
israelita; y el principio del pacto con Abraham y sus descendientes. Este último, en su
afirmación plena y con sus suplementos, expone las condiciones al final de los tiempos:
los judíos controlarán la tierra prometida y su Mesías regirá sobre el trono de David en
Jerusalén.
Como libro de orígenes, Génesis es, naturalmente, el semillero y trampolín de los
conceptos y de la historia del resto del Antiguo Testamento. Pero se halla, en muchas
formas, casi más cerca del Nuevo Testamento que del resto del Antiguo Testamento.
Como ha señalado Derek Kidner, la institución del matrimonio, la caída del hombre, el
juicio mediante el diluvio, el desprecio de la primogenitura por parte de Esaú, y muchos
de los otros temas de que trata, son apenas vueltos a tratar hasta que llegamos al Nuevo
Testamento. Además, en tanto que cerca del principio de Génesis Satanás queda
victorioso y el hombre se ve expulsado del Edén, con una hermosa simetría, el Nuevo
Testamento acaba con la serpiente, llegando a su caída, y los redimidos caminan de
nuevo por el Paraíso.1
Es probable que no se hayan librado tantas batallas sobre otras secciones de las
Escrituras como sobre el libro del Génesis. Los teólogos, los científicos, los
historiadores y los estudiosos de la literatura lo han sometido a un escrutinio y a una
1. Derek Kidner, Génesis (Buenos Aires: Ediciones Certeza, 1985), p. 20.
crítica minuciosos. Pero, a pesar de toda esta atención que se le ha prestado, no se ha
podido ni agotar totalmente su mensaje, ni destruir su significado. La medida de su
grandeza se ve en su continua capacidad de atraer la atención de los eruditos y la de los
hombres de la calle, así como la de todo el mundo.

PATERNIDAD
Una de las batallas libradas sobre Génesis ha tenido que ver con la paternidad del libro.
Pero es evidente que la paternidad de Génesis está estrechamente relacionada con la del
resto del Pentateuco (los cinco primeros libros del Antiguo Testamento). El
racionalismo del siglo XVIII lanzó sus ataques en contra del Pentateuco como en contra
del resto de la Biblia. Negando cualquier origen sobrenatural de las Escrituras,
humanizó totalmente la Biblia y la consideró como un registro de la experiencia humana
con Dios, en lugar de una revelación de Dios al hombre. Y al comenzar a hacer impacto
las enseñanzas del evolucionismo durante el siglo XIX, se aplicó a las Escrituras el
concepto de un desarrollo lento. Así, se empezó a enseñar que el Pentateuco se había
desarrollado de forma gradual: que se habían ido coleccionando diversos documentos y
fuentes, y que se fueron reestructurando hasta que al fin adoptó su forma actual en el
siglo V a.C. Negando que Moisés fuera el autor.
Se forzaron sobre las Escrituras unas teorías de desarrollo literario no empleadas para
tratar con ninguna otra literatura, en una época en que los estudios sobre el Medio
Oriente no habían provisto todavía una base para la evaluación de las teorías de la
interpretación bíblica. De hecho, con la erección de las teorías liberales, no había
siquiera lugar para la admisión del sentido común en cuanto a la variación de estilo y de
vocabulario, según las diferencias del tema tratado y el humor del autor, y se llegaron a
conclusiones sumamente subjetivas.
La consideración de este tema, sumamente técnico, se halla más allá del propósito de
este estudio. Es suficiente para nuestros propósitos mostrar que existe un abundante
apoyo para la postura tradicional de la paternidad mosaica. El Pentateuco mismo afirma
que importantes secciones fueron escritas por Moisés (p. ej., Éxodo 24:4, 7;
Deuteronomio 31:9, 24-26). La evidencia interna muestra que el Pentateuco fue escrito
por un testigo ocular. Aquellas secciones que se refieren a Egipto contienen muchas
referencias que muestran la familiaridad del autor con Egipto y dan una información
imposible de obtener en Canaán varios siglos después de la época de Moisés, que es
cuando, según afirman los liberales, fue redactado. Nombres egipcios, palabras egipcias
que el autor toma prestadas, costumbres y geografía egipcia, todo ello indica que el autor
conocía bien Egipto.
Las afirmaciones del Pentateuco de su paternidad mosaica encuentran apoyo en el
resto del Antiguo Testamento, en la literatura intertestamentaria, y en las afirmaciones
de Cristo. En una época tan temprana como la de Josué, la ley de Moisés ya estaba en
forma escrita (Josué 1:7-8; 8:32, 34; 22:5). Y el resto del Antiguo Testamento sigue el
ejemplo de Josué (p. ej., 1 Reyes 2:3; 2 Crónicas 23:18; 34:14; Esdras 3:2; 6:18;
Nehemías 8:1- 8; Daniel 9:11,13).
Este testimonio persiste durante el período intertestamentario, notablemente en
Eclesiástico 45:6 (escrito alrededor del 180 a.C.) y por Filón (Vida de Moisés 3:39),
fechado alrededor de la época del nacimiento de Cristo. Todo ello es apoyado por el
eminente historiador Josefo (Antigüedades IV 8.48), que escribió alrededor del año 90
d.C. Estos tres declaran la paternidad mosaica del Pentateuco.
En numerosas ocasiones, Cristo habló de la ley de Moisés, en algunas de “el libro de
Moisés” (Marcos 12:26), y en dos ocasiones de “Moisés y los profetas” (Lucas 16:29,
31) o de Moisés, los profetas y los Salmos (Lucas 24:44), haciendo, evidentemente, de
Moisés el autor de la primera sección del Antiguo Testamento, a la par que de las otras
secciones principales. La iglesia primitiva, la iglesia de los siglos posteriores, y los
judíos, todos aceptaban con una unanimidad casi total esta postura, hasta el surgimiento
de la destructora “alta crítica” al final del siglo XIX. Que Moisés fue el autor del
Pentateuco es una postura demasiado fuerte y bien basada para ser dejada de lado
fácilmente por un grupo de racionalistas.
Naturalmente, la afirmación de que Moisés escribiera el Pentateuco en general, y el
Génesis en particular, no asume que Moisés lo escribiera sin utilizar fuentes. La
inspiración afirma solamente la exactitud del registro histórico como resultado de ella;
no estipula que el redactor tuviera una mente que funcionara como una tabla rasa para
que escribiera en ella el Espíritu Santo. Abraham provenía de un ambiente muy
sofisticado en el que se guardaban todo tipo de registros. José ascendió a un puesto de
liderazgo en una sociedad muy literata; si él mismo no escribía, tenía abundancia de
escribas que sí lo hacían. Estos dos hombres pudieron haber contribuido a las fuentes
escritas disponibles para Moisés; y, evidentemente, muchos pudieron haber contribuido
con fuentes orales.
Una interesante confirmación del punto de vista tradicional de la autoría singular de
Génesis, ha sido provista por un análisis lingüístico del libro hecho durante cinco años
en Israel. El estudio fue conducido por Technion, el instituto de tecnología de Israel en
Haifa, bajo la dirección del profesor Yehuda Radday. Llegó a la conclusión de que hay
una probabilidad del 82% de que Génesis fue escrito por un solo autor.2

FECHA DE REDACCIÓN
Cuándo Moisés escribió Génesis no se sabrá nunca, pero la última fecha posible es la
época de su muerte, justo antes de que los hebreos cruzaran el Jordán y atacaran Jericó.
La fecha de este evento depende de la fecha que se le asigne al Éxodo. Yo me apunto a
la fecha más temprana del Éxodo (alrededor del 1440) y llego por ello a la conclusión
de que Génesis tiene que haber sido escrito alrededor del 1400 a.C., porque Moisés
______________________
2. “Computer Points to Single Author for Génesis,” New York Times, 8 noviembre de 1981.
murió al final de los siguientes cuarenta años de peregrinación por el desierto.

CONTENIDO Y BOSQUEJO
El libro de Génesis se divide fácilmente en dos secciones: el principio de la historia de
la humanidad (caps. 1—11), y los patriarcas (caps. 12—50). La primera parte narra la
creación del universo y de la humanidad, y pasa con celeridad a la historia de la entrada
del pecado en el mundo, a la extensión de una civilización impía, al juicio sobre la
humanidad mediante el diluvio, y a juicios adicionales mediante la proliferación de los
lenguajes y de la dispersión por el mundo. A continuación, en la segunda parte, Dios
empieza de nuevo llamando a un pueblo a salir de su medio para que sea testigo de Su
nombre sobre la tierra. Aquel pueblo, los hebreos, son conducidos por patriarcas
(Abraham, Isaac, Jacob) durante un período de 215 años en Canaán; al fin del libro
descienden a Egipto para escapar de un período de hambre y son cuidados allí por José.

BOSQUEJO

Parte 1: LA HISTORIA TEMPRANA DE LA HUMANIDAD (1:1—11:32)


La creación (1:1—2:3)
La caída del hombre y la extensión de la civilización (2:4—5:32)
El diluvio (6:1—9:29)
Desarrollos históricos después del diluvio (10:1—11:32)
Parte 2: LOS PATRIARCAS (12:1—50:26)
Abraham (12:1—25:18)
Isaac (25:19—26:35)
Jacob (27:1—36:43)
José (37:1—50:26)
2

LA CREACIÓN

GÉNESIS 1:1—2:3
En un lenguaje sencillo, conciso, y no técnico, Moisés da respuesta a una de las grandes
cuestiones de la vida: “¿De dónde vino la tierra?” Dice Moisés: “En el principio creó
Dios los cielos y la tierra” (RV).* Después, con amplias pinceladas, pasa a delinear los
seis días creativos que culminan con la descripción del origen de la primera pareja
humana, además de dar respuesta a otra de las grandes preguntas de la vida: “¿De dónde
procede el hombre?” Estos versículos son ciertamente una obra maestra, apropiada para
la gente llana de su época y de todas las edades subsiguientes. Con todo, no cierran la
puerta a la investigación científica y filosófica, pues afirman solamente que Dios creó,
y no describen cómo. Tampoco dice Moisés cuándo tuvo lugar la creación. “En el
principio,” al inicio de esta fase de su obra creadora, Dios llamó a la existencia a los
cielos y a la tierra; al final del proceso, Dios creó al hombre. Si Dios dejó abierta la
cuestión de la fecha de los orígenes, nosotros también podemos dejarla así.

El prólogo (1:1-2)
“En el principio Dios”. Es Dios el sujeto de la primera frase del libro, y Él domina
todo el capítulo. Llamado por su nombre Elohim treinta y cinco veces en la narración
de la creación, demuestra tener un poder infinito y trasciende a toda la existencia
material, como ciertamente indica el magnifícente nombre Elohim. “Principio” se
refiere al inicio del tiempo en nuestro universo, y demuestra que la materia del universo
tuvo un origen definido; ni es eterno ni empezó por sí mismo. “Creó” traduce el hebreo
bará’, que los eruditos hebreos han comprendido comúnmente que significa traer a la
existencia, ex nihilo, de la nada, sin utilizar material preexistente. Pero incluso algunos
eruditos evangélicos del Antiguo Testamento no creen que sea inexpugnable la postura
en favor de esto. Si no lo es, puede hallarse apoyo para la creación ex nihilo en el Nuevo
Testamento, como Hebreos 11:3 y Romanos 4:17 demuestran. “Los cielos y la tierra”
parecen referirse a todo el universo, no al planeta tierra y a su envolvente atmósfera.
Algunos comentaristas prefieren tratar Génesis 1:1 como una cláusula subordinada, y
dan traducciones como “cuando Dios empezó a crear los cielos y la tierra estaba informe
y vacía.” Una traducción así implica que la condición del versículo 2 existía ya cuando
Dios empezó a crear. E. J. Young argumenta convincentemente contra tal punto de vista
______________________
* Versión 1960, Reina-Valera. A menos que se indica de otro modo, el texto bíblico usado en este
libro es el del autor.
y en favor de la postura de que 1:1 es una cláusula independiente, que tiene como
significado “una simple declaración del hecho de la creación absoluta.”1
En el pasado muchos han conjeturado que tuvo lugar una gran catástrofe entre
Génesis 1:1 y 1:2. No podían concebir que Dios creara un caos y por ello supusieron
que algo había sucedido para arruinar la creación original, hermosa y perfecta, y que
precisara el que Dios la recreara en seis días creativos. Algunos situarían aquí la caída
de Satanás y la introducción del pecado en el universo, destruyendo lo que Dios había
hecho. Al exponer este concepto, pudieron introducir una inmensa cantidad de tiempo
entre la creación original y la recreación, hallando así la forma de lograr una armonía
intelectual entre las afirmaciones de ciertos científicos acerca de la edad del universo y
las creencias de muchos eruditos bíblicos.
Al tratar con este punto de vista, debiera señalarse que el versículo 2 tan sólo describe
al mundo como “desolado e inhabitable,” en un estado no adecuado todavía para el
hombre. No retrata un caos como tal. Es presumible que Dios no deseara efectuar una
creación completa en el acto, aunque hubiera podido hacerlo así, si así lo hubiera
deseado. En segundo lugar, no hay en ningún lugar de las Escrituras, ninguna afirmación
específica o directa de juicio entre estos versículos. En tercer lugar, no hay justificación
alguna para traducir: “y la tierra devino a desolación.” El verbo se traduce normalmente
como “era” a través del Antiguo Testamento. Harold G. Stigers arguye que la estructura
hebrea no admite aquí la traducción “devino.”2
La oscuridad envolvía el océano primitivo, pero el Espíritu de Dios empezó a moverse
“sobre la faz de las aguas.” La energía creadora y sustentadora de Dios en la persona
del Espíritu Santo empezó a obrar en la creación. Podría parecer que el Padre fue el
autor del designio y que había emitido el decreto de crear; que el Hijo había llevado los
designios a cabo (Jn. 1:3; Col. 1:16); y que el Espíritu se hallaba involucrado en alguna
forma. La materia, aparte de Dios, es inerte y no posee la capacidad de producir un
mundo de orden y belleza, pero el todopoderoso e inteligente Espíritu Santo imparte
capacidad a la materia y produce un mundo ordenado.

El proceso creador (1:3—2:3)


Habiendo dado cuenta del origen del universo, Moisés se concentra ahora a un punto
de vista geocéntrico de la creación, esto es, centrándose en la tierra. Los comentarios
que él hace tratan principalmente del desarrollo de la tierra y de su constitución como
una morada apropiada para la humanidad. Nada se dice acerca de otros numerosos actos
creativos de Dios (p. ej., ángeles y detalles acerca del universo). Se narra este proceso
como teniendo lugar en seis días creativos.
______________________
1. Edward J. Young, Studies in Genesis One (Filadelfia: Presbyterian and Reformed, 1964), p. 7, cp.
pp. 1-14.
2. Harold G. Stigers, A Commentary on Genesis (Grand Rapids: Zondervan, 1976), p. 49.
Duración de los días creativos. Pero de inmediato se suscita la cuestión acerca de la
duración de los días creativos. Se han dado varias respuestas.

1. Los literalistas, a lo largo de los milenios, han asumido que eran días de
aproximadamente veinticuatro horas de duración y han apoyado sus conclusiones
apelando a un aparente ciclo de veinticuatro horas en el pasaje (día y noche, tarde y
mañana). También se han utilizado referencias a Éxodo 20:11 para mantener esta
posición. Tales puntos de vista se mantienen, aun cuando no se menciona al sol hasta el
cuarto día.
2. Especialmente como resultado de los estudios geológicos y de la aceptación de la
creencia de una gran edad de la tierra, muchos han aceptado una teoría de día-época:
que los días eran períodos extensos de tiempo. Se argumenta que, incluso en la narración
de Génesis, la palabra “día” puede tener diferentes significados: (a) luz del día en
oposición a la noche (1:5, 14-16), (b) día solar de veinticuatro horas (1:14), o (c) todo
el período creativo de seis días (2:4).
Davis A. Young mantiene una postura similar al concepto día-edad. Argumenta que
el sábado de la semana creacional no ha terminado todavía y que por ello tiene que ser
entendido como un día figurado, un período largo e indeterminado. Llega a la
conclusión de que el séptimo día es la clave para la comprensión de la semana creacional
y que los otros seis días son también días figurados. Con todo, no quiere decir que la
narrativa no sea histórica, sino que los días no son literales, que no son segmentos
consecutivos de veinticuatro horas de duración.3 Otros eruditos han llegado a una
conclusión similar.
3. Días literales con intervalos entre ellos. Esta teoría preserva los días creacionales
como períodos de veinticuatro horas, pero mantiene que los días no tienen por qué ir el
uno siguiendo de inmediato al otro. Pueden haber transcurrido extensos períodos de
tiempo entre las intervenciones creativas de Dios.
4. La teoría de los Días Revelacionales, o Días de Visión Dramática, mantiene que
Dios reveló, a lo largo de un período de seis días, Su obra creadora en una serie de
visiones; el relato no constituye un registro de lo que efectuó en seis días. Pocos son los
que han adoptado esta postura. Lo que aparece en Génesis 1 no es el lenguaje de una
visión sino de una narración histórica.

Historicidad del relato de la creación. Las influencias humanistas y evolucionistas


han alentado la tendencia a considerar los primeros capítulos de Génesis como
alegóricos y poéticos. Este tipo de enfoque ha sido aplicado especialmente con respecto
al capítulo 1. Pero se debiera señalar que el paralelismo poético de la poesía hebrea está
ausente del capítulo 1 (a excepción de los vv. 26-27), y, por lo que a esto respecta, del
______________________
3. Davis A. Young, Creation and the Flood (Grand Rapids: Baker, 1977). pp. 86-87.
resto del principio de Génesis. Y Génesis 2:4a relaciona los primeros versículos del
libro con la orientación genealógica posterior y presupone los contenidos del capítulo
1. Al ir pasando el lector a través de los primeros capítulos de Génesis, no tiene la
sensación de que haya un cambio de ritmo ni de estructura literaria que pudiera darle
ninguna indicación de que esté pasando de la alegoría, la poesía o del mito a la historia.
Además, el Nuevo Testamento trata de la creación como proceso histórico. Pablo enseñó
que Dios había creado el mundo (Hechos 17:24) y que el hombre fue hecho a imagen
de Dios (1 Corintios 11:7); Hebreos atribuye la creación a la Palabra de Dios (Hebreos
11:3).
La semana creacional. La narración de la creación es breve y concisa. Es indudable
que sucedió en cada día creacional mucho más de lo que se dice en las Escrituras; es
evidente, en cada caso, que solamente se describen las principales categorías de
actividad. Así, el hecho de que la vida vegetal apareciera especialmente en el día tercero
no constituye una evidencia definida de que algunas formas nuevas de vida vegetal no
aparecieran en el día cuarto o en un día posterior, ni de que algunas formas primitivas
de vida, tales como las algas, no aparecieran en el segundo día. Este es un punto
importante a tener presente cuando se trata de identificar los días creativos de Génesis
con las eras geológicas o con la información geológica. Existe un acuerdo notablemente
generalizado entre los dos conceptos, tal como se comprenden en la actualidad. Esta
concordancia puede aumentar con nuevos descubrimientos y modificaciones de la
erudición geológica. Por lo menos, no hay evidencia científica que demuestre que el
orden general de los eventos creativos en Génesis esté equivocado.
El primer día (1:3-5). Dios al hablar dio existencia a la luz. ¿Cuál fue esta palabra
creadora? Involucró la acción de Su voluntad, determinando lo que tenía que suceder y
la operación de la omnisciente inteligencia fue dando forma a los objetos de la manera
más magnifícente posible, hasta el último átomo. En cada uno de los seis días la palabra
creadora de Dios generó (1:3, 6, 9, 11, 14, 20, 24, 26). El autor de Hebreos se refirió a
esta palabra creadora cuando dijo: “Los mundos fueron estructurados por la palabra de
Dios” (Hebreos 11:3). Y el salmista, al aludir a la creación, dijo: “Él dijo, y fue hecho”
(Salmos 33:9).
La naturaleza de la luz es objeto de discusión. Los hay que consideran que se trataba
de un tipo de luz cósmica, debido a que se dice que el sol, la luna y las estrellas fueron
creadas el cuarto día. Pero otros observan que el sol hubiera podido estar existiendo
antes, pero que no debió haber empezado a hacer su función visible en relación a la
tierra hasta el cuarto día. Sea cual fuera la luz, es evidente que la tierra recibió
primeramente la luz a fin de ser un lugar adecuado para los habitantes a los que estaba
destinada.
El segundo día (1:6-8). Al continuar Dios dando forma al mundo, le dio entidad a
continuación a un “firmamento,” algo que según el significado de la palabra hebrea
estaba “expandido,” puesto firmemente en su lugar, esto es, “la bóveda del cielo.” A
este firmamento lo llamó cielo, no la morada de Dios, sino el cielo que, como indican
los versículos 9 y 20, se refiere a la atmósfera gaseosa.
La formación de la atmósfera fue conseguida al dividir las aguas debajo de la
atmósfera de las de encima de ella. Originalmente, la tierra hubiera podido estar rodeada
de una especie de “neblinisidad” o por un “fluido acuoso,” que hubiera hecho
virtualmente imposible la vida tal como la conocemos en la actualidad. Entonces fueron
separadas las aguas de debajo la atmósfera de una manera más clara con respecto a las
de encima de ella, y así se formó el océano.
¿Qué eran las aguas por encima de la atmósfera? Evidentemente eran nubes ordinarias
de lluvia. Algunos se han visto atraídos por la teoría de que se refieren a una bóveda de
vapor de agua que rodeaba la tierra; que fue formada durante el proceso creador y que
se disipó en la época del diluvio de Noé. Davis A. Young muestra que las Escrituras
militan en contra de este punto de vista. Por ejemplo, en el Salmo 148, cuando el
salmista convoca a la creación a alabar al Dios Creador, ordena que “las aguas de
encima” de los cielos alaben a Dios (v. 4). Aquellas aguas siguen estando encima de la
expansión, y el versículo 6 indica que tienen que permanecer allí “para siempre jamás”
en respuesta al decreto inalterable de Dios.4
El tercer día (1:9-13). Continuó el proceso de diferenciación, separándose el agua de
la tierra de manera que en lugar de haber un inmenso océano cubriendo todo el globo,
el agua quedó localizada en océanos, lagos y ríos, y apareció la tierra seca
(probablemente mediante una actividad sísmica y volcánica considerable). Esta tierra
llegaría a ser apropiada para la vida vegetal, animal y humana.
Al aparecer la tierra seca, Dios dio vida a una profusión de flora que podría
reproducirse, cruzarse y desarrollar nuevas especies, pero dentro de unos límites: “según
su tipo” (ver la posterior discusión acerca del evolucionismo). Se debiera señalar que
siempre que aparecen referencias biológicas a partir de aquí, se imponen estos límites.
Cualquier desarrollo o mutación que Dios permita no puede ir más allá de ciertos
límites. Al empezar la tierra a tomar un carácter más distintivo y ser llenada de vida y
de belleza, Dios quedó complacido con lo que había producido.
El hecho de que los restos de vida fosilizados aparezcan frecuentemente con más
antigüedad que los fósiles de plantas no preocupa particularmente al geólogo Davis A.
Young. Como señala él, los fósiles vegetales son más difíciles de preservar y más
difíciles de hallar que los fósiles de vida animal, y no puede esperarse que aparezcan
fósiles de plantas terrestres en rocas formadas de sedimentos marinos (y una gran
cantidad de las rocas fosilíferas que tenemos son de carácter marino), y por el presente
la evidencia es muy incompleta.5 El material que ha salido a la luz no demuestra que el
cómputo de Génesis esté equivocado al poner el origen de las plantas en el tercer día
______________________
4. Ibid., pp. 123-124.
5. Ibid., p. 128.
creacional y a la mayor parte de la vida animal en el quinto.
El cuarto día (1:14-19). El texto hebreo de estos versículos podría no indicar que el
sol, la luna y las estrellas recibieran su existencia en este momento; la palabra para
“crear” (bará) utilizada anteriormente en este capítulo no aparece en el versículo 16. Es
posible que Dios creara todos los cuerpos celestiales en las etapas anteriores de la
creación (v. 1), y que éstos fueran desarrollándose hacia su forma presente como la
misma tierra. Ahora se les asigna a estas lumbreras su relación con la tierra como
reguladores gemelos para establecer días, estaciones y años. Es evidente que la actual
disposición del universo, operando según la ley natural, tuvo su principio aquí. Como
alternativa, se argumenta que la palabra utilizada para “hacer” (‘asah) en el versículo
16 es frecuentemente un sinónimo de bará y que ciertamente Dios creó estos cuerpos
celestiales en este momento.
El quinto día (1:20-23). Al seguir el proceso creativo, las aguas de la tierra estaban
ahora listas para la vida marina, y la tierra y la atmósfera dispuestas para las aves.
Habían alimentos y morada disponibles para todos. Las algas, la hierba, los árboles, y
otras cosas en crecimiento proveían para las nuevas formas de vida. “Que las aguas
rebosen” indica la rapidez con que las aguas se llenaron de vida marina, pero no puede
ello indicar que no existieran ya formas inferiores de vida marina (p. ej., corales,
esponjas) anteriormente. Si es así, no hay conflicto entre las Escrituras y la ciencia, que
afirma la existencia de fósiles de formas elementales de vida marina datando,
supuestamente, de antes que los de algunas plantas. “Cosas voladoras” parece incluir a
insectos, además de aves.
“Y creó Dios los grandes monstruos marinos.” La utilización de bara’ (crear) muestra
que el origen de estas criaturas es resultado de una acción divina directa y no meramente
de algún control indirecto de un proceso de desarrollo natural. Y la aparición de los
monstruos en este momento muestra que vinieron de la buena mano de Dios y que
manifiestan la grandeza de Su poder. No tienen que ser considerados como rivales de la
deidad, como sucedía con los monstruos marinos descritos en la mitología pagana. Al
empezar los océanos de la tierra a llenarse de vida, a Dios le plació el resultado (v. 22)
como le había placido también el del tercer día (v. 12). Y, como en el día tercero, Dios
restringió la reproducción de una manera específica (“según su tipo”). Sea cual fuere el
desarrollo o los cruces que pudieran tener lugar, se impusieron límites divinos, y es de
presumir que queda excluido un proceso evolutivo ajeno al control divino.
El sexto día (1:24-31). En el sexto día los animales terrestres y el hombre coronaron
la obra creadora de Dios. Habiendo poblado el mar y el cielo, y habiendo cubierto la
tierra de hierba, a continuación pasó a llenar la tierra misma de criaturas vivientes. En
el versículo 24 se relacionan tres clasificaciones de vida terrestre: ganado (animales
capaces de ser domesticados), animales que se arrastran (reptiles o una variedad de
criaturas de patas muy cortas que parecen arrastrarse), y bestias de la tierra (animales
verdaderamente silvestres que, por lo general, no pueden ser domesticados). Estas tres
categorías, como todas las otras criaturas previamente creadas, se reproducen solamente
según su tipo.
Como evento coronador de la creación, Dios creó al hombre. Es evidente que esto se
considera así debido a que el hombre recibió el dominio sobre todo lo que Dios había
creado anteriormente, y a que fue creado a la imagen misma de Dios. Es interesante
señalar que cuando Dios habló de crear al hombre, utilizó la primera persona del plural:
“Hagamos ... a nuestra imagen, según nuestra semejanza...” Este modo gramatical
indica una pluralidad en la Deidad, posiblemente una relación totalmente trinitaria. Y
en tanto que Dios, no especificado en cuanto a persona, tomó sobre sí el crear los otros
detalles del universo, aquí toda la Deidad cooperó en la creación del hombre, dando
distinción a la obra a la que en aquel momento Dios se estaba dedicando.
Para no dejar duda alguna de que el hombre era una creación especial, el versículo 27
afirma tres veces que Dios creó al hombre, y utiliza el verbo bárá’, indicando una
creación especial. Es casi como si hubiera anticipado una negación posterior de esta
posición por parte de los modernos naturalistas. Hizo tanto macho como hembra
(personalidades complementarias) en el sexto día, como es evidente del versículo 27;
pero los detalles de la creación de la mujer aparecen en el capítulo 2.
Como creación especial de Dios, los seres humanos fueron hechos a Su imagen y
semejanza. Es evidente que esta semejanza con Dios involucró tanto una semejanza
natural como moral. Por naturaleza, el hombre se asemejaba a Dios en que era un ser
personal, poseyendo consciencia de sí mismo, autodeterminación, y conocimiento o
intelecto. La semejanza moral del hombre con Dios consistía en su impecabilidad. Sobre
la base, tanto de la semejanza moral como de la natural, el hombre podía tener comunión
con Dios. Cuando el hombre pecó, perdió la semejanza moral, y quedó cortada la
comunión con Dios. Pero el hombre posee todavía una semejanza natural con Dios, y
por ello merece el respeto de otros seres humanos (Santiago 3:9). ¿No habría una gran
diferencia en las relaciones humanas si reconociéramos que todas aquellas personas con
las que entramos en contacto son seres humanos verdaderamente creados a imagen de
Dios?
Como consecuencia de llevar la imagen divina, el hombre tenía que ejercer dominio
sobre todas las criaturas; y el hombre caído todavía lo ejercita (Santiago 3:7, 8). Su
comisión de someter la tierra hacía un llamamiento a todos sus poderes de sabiduría y
energía. Se tenían que vencer obstáculos naturales. Se tenía que descubrir y procesar la
energía mineral. Desafortunadamente, en nuestro estado pecaminoso caemos demasiado
a menudo en el mal de explotar la tierra, sus recursos y sus criaturas, en lugar de asumir
las responsabilidades de la mayordomía.
También, el hombre tenía que multiplicarse y “llenar” la tierra. No hay base aquí para
la teoría de que la tierra había estado una vez poblada y que tenía que ser repoblada
después de alguna catástrofe (p. ej., entre los vv. 1 y 2). El llenado de la tierra
demandaría la adaptación a varios climas y a varias condiciones geográficas.
Finalmente, Dios dio “toda planta verde” al hombre y a todos los otros seres vivientes
que Él había creado. Es dudoso que esto signifique que no habían animales carnívoros
o que el hombre tuviera que ser vegetariano. Y, probablemente, no significa que todas
las plantas fueran comestibles. El punto principal es que Dios había hecho provisión
para todas las criaturas vivientes.
Al final del proceso creador Dios examinó lo que había hecho y lo calificó de “muy
bueno.” Viniendo de la mano de Dios, no podía ser de otra forma.
El séptimo día (2:1-3). Habiendo finalizado la obra de la creación, Dios “descansó”
o “cesó su obra.” Entonces determinó poner a un lado aquel día séptimo como un día
especial para Él mismo. Su descanso vino a ser la base para el mandamiento dado al
hombre de que observara el sábado (Éxodo 20:8-11). “El sábado fue hecho para el
hombre y no el hombre para el sábado” (Marcos 2:27-28). Dios no necesita de él, porque
“el Creador de los confines de la tierra no se cansa, ni se fatiga” (Isaías 40:28). Así, la
semana creacional vino a ser el prototipo de una división del tiempo no sugerida por la
naturaleza; más bien, se trata de una institución divina. Como contraste, el día, el mes y
el año resultan de los dictados de la naturaleza.
Creación o evolución. En la discusión anterior del proceso creador, se ha asumido la
posición de que el relato del Génesis es factual e histórico. Los eventos tuvieron lugar
en la secuencia indicada y Dios es el responsable de la creación de la tierra y de todo lo
que en ella está.
Esta posición está evidentemente en conflicto abierto con la hipótesis comúnmente
aceptada de la evolución monofílética. Según tal punto de vista, y empezando a partir
de unas estructuras químicas auto-reproductivas y de formas unicelulares, hubo un lento
desarrollo a lo largo de períodos vastísimos de tiempo, a través de las etapas vegetal y
animal hasta que, al final, el hombre irrumpió en la escena. Se cree que este proceso
obró por mutaciones y selección natural. Es decir, los organismos vivientes cambian
(mutan) y pueden pasar estas mutaciones a las formas que generan. Aquellas formas
más capaces de ajustarse a su medio (los “más aptos”) sobreviven y se reproducen; otros
simplemente mueren sin descendencia. La naturaleza misma determina cuales son los
más aptos (selección natural). Es popular negar que haya habido influencia divina
alguna sobre este proceso.
A primera vista, la teoría científica contemporánea y la Biblia parecen estar en polos
totalmente opuestos. Y lo están en lo que respecta a sus filosofías básicas, pues en tanto
que la primera postula un proceso puramente naturalista, el otro defiende un desarrollo
hecho con la iniciativa el control y la supervisión de Dios. Pero el resultado de las dos
posturas, o el resultado del proceso, puede no estar a tanta distancia.
Al tratar de llevar a cabo una conciliación entre ambas posiciones, los hay que dicen
que, ante todo, Génesis no dice cómo Dios creó, sino que Él creó. Tampoco dice cuanto
tiempo se tomó en llevar a cabo la obra. Como casos de ejemplo, el relato bíblico nos
dice que Dios separó la tierra y las aguas y que formó los océanos del mundo. Él hubiera
podido hablar, simplemente, y haber conseguido este resultado, o hubiera podido haber
tardado todo un extenso período geológico, durante el cual las montañas habrían sido
elevadas, las cuencas rebajadas y los continentes habrían surgido. Él dio origen a las
plantas y a los animales. Hubiera podido crear un gran número de especies o bien una
cantidad limitada de formas primordiales de las que se desarrollaron las otras.
Un medio importante para llegar a una armonía con la erudición contemporánea se
refiere a las “especies” de Génesis 1. Se dice que toda la naturaleza se reproduce “según
su especie” (hebreo, min), no pudiendo cruzar unos límites establecidos divinamente.
Nadie sabe exactamente qué debiera ser identificado como min en nuestra clasificación
biológica: ¿géneros?, ¿familias?, ¿otra cosa? En otras palabras, parece haber lugar para
la mutación (o cambio) e incluso para una selección natural (o sobrenatural).
Por ejemplo, podemos observar que existen muchas variedades de gatos, perros o
vacas, y éstas pueden haber descendido de una “especie” ancestral que existiera en Edén
o en el arca de Noé. Así, pueden haber habido mutaciones del perro ancestral, y una
selección para producir las muchas variedades conocidas en la actualidad; pero los
perros producen siempre perros: “según su especie.” Asimismo, la Biblia se refiere
solamente a una pareja humana, pero existen en la actualidad muchas razas y subrazas
en el mundo. Es evidente que debieron existir algunos cambios para producir estas
diferencias antropológicas, pero el hombre no puede cruzarse ni mezclarse con ningún
animal y solamente puede producir al hombre: “según su especie.”
Todo esto tiene como consecuencia que los creyentes en la Biblia pueden aceptar un
cierto grado de variación, como la muestra la naturaleza y, de esta forma, conseguir una
cierta concordancia con la ciencia moderna. Pero el grado de este cambio o
diversificación parece haber tenido unos límites fijos (dentro de la “especie”), tanto
según las Escrituras como según la ciencia. Los “eslabones perdidos” son ciertamente
numerosos.
Otra manera de llegar a una armonía intelectual con la erudición moderna es mediante
una forma de evolución polifilética. La hipótesis evolucionista común acepta la
evolución monofílética, el desarrollo de formas unicelulares a través de las formas
vegetales y animales en complejidad creciente, y finalmente, el hombre. Pero existe un
punto de vista minoritario, denominado evolucionismo polifilético. Esta postura
mantiene que hubieron varias filas, órdenes o familias, yendo de acá para allá en un
desarrollo independiente. Si un estudioso de la Biblia, por ejemplo, fuera a aceptar el
punto de vista de que Dios creó grupos de espermatófitas (plantas con flores) o
categorías de moluscos (con conchas y sin), de las que se desarrollaron todas las
variedades en esta clasificación; y si un estudioso de las ciencias naturales fuera a
aceptar que tales grupos existieron colateralmente y que se desarrollaron
independientemente, coexistiendo contemporáneamente, habría poco conflicto básico
en el proceso de desarrollo que enseñan ambas posturas. Pero, evidentemente, el poder
motor en un caso sería sobrenatural y en el otro natural.
No obstante, se debiera acentuar que actualmente el evolucionismo polifilético lo
mantienen muy pocas personas. La postura común es la de evolución monofílética. Al
tratar con esta última forma de evolución, se deben hacer varias observaciones.

1. Las evidencias que los científicos naturales han presentado en favor del
evolucionismo son solamente de micromutaciones y no de macromutaciones, de
pequeñas divergencias de tipos ancestrales y no de grandes divergencias que pudieran
atravesar las líneas de la familia o del género. No hay evidencias del paso de vida vegetal
a animal, ni del paso de una especie a otra excepto en un sentido microevolutivo. Para
expresarlo de otro modo, hay una carencia de formas intermedias suficientes
(“eslabones perdidos”), y los científicos son incapaces de demostrar una continuidad
genética entre varios organismos, vivientes o extinguidos. Algunos pudieran considerar
que los híbridos constituyen una excepción, pero éstos aparecen solamente dentro de
miembros similares del mismo grupo.
2. En tanto que la hipótesis evolutiva se erige en base a un movimiento ascendente
desde lo sencillo a lo complejo, todas las mutaciones son perjudiciales, excepto dentro
de un margen muy estrecho de condiciones del medio.
3. Esta hipótesis no explica adecuadamente el origen de la vida simple en el universo,
sino que, por lo general, asume la generación espontánea de la vida a partir de los
productos químicos inorgánicos.
4. Los denominados “restos vestigiales,” órganos supuestamente residuales
procedentes de una etapa anterior del desarrollo evolutivo (p. ej., el apéndice o las
amígdalas en el hombre) demuestran frecuentemente su utilidad y por ello no
constituyen una evidencia firme de macroevolución.
5. Con respecto al hombre, la hipótesis evolucionista no da cuenta satisfactoria del
origen de su naturaleza espiritual (Génesis 2:7), y el argumento de la supervivencia de
los más aptos no explica los talentos artísticos del hombre. Además, gran parte de la
evidencia antropológica es muy parcial (esqueletos parciales y el descubrimiento de
esqueletos sin herramientas o de herramientas primitivas sin esqueletos). La
reconstrucción de esqueletos es a menudo pura conjetura y en algunas ocasiones está
abierta a considerables dudas.
Génesis y el mito babilónico de la creación. Los exponentes de la “alta crítica” han
enseñado comúnmente que el relato de la creación en Génesis constituye una versión
purificada del relato babilónico, conocido como Enuma Elish, un texto cuneiforme de
alrededor de mil líneas sobre siete tabletas de barro cocido. Aunque hay algunas pocas
similitudes, las diferencias son mucho más numerosas; las siguientes debieran ser
especialmente señaladas:

1. Enuma Elish no es primordialmente un relato de la creación. Su propósito es


político: defender la causa de Babilonia en su lucha por la supremacía, presentando el
lugar preeminente de su deidad patrocinadora, Marduk, sobre los demás dioses. Es
esencialmente un himno a Marduk.
2. Enuma Elish es burdamente politeísta; varios dioses comparten el origen de las
cosas; Marduk mismo es traído a la existencia por otro dios. Génesis expone un exaltado
monoteísmo, con Dios como creador de todas las cosas.
3. La burda mitología y la inferior moral de Enuma Elish no tienen paralelo alguno
en Génesis.
4. Hay poco paralelo entre las siete tabletas y los siete días de la creación de Génesis.
Por ejemplo, las tabletas 2 y 3 no tratan de ninguna fase de la creación.
5. Al empezar su relato de la creación con la existencia de la materia, Enuma Elish
implica la eternidad de la materia; las Escrituras enseñan que Dios es un espíritu, autor
de toda la materia-energía.

Toda persona que haga un examen, incluso de pasada, de los dos relatos quedará
tremendamente impresionado por las grandes diferencias que hay entre ellos. Parece
que lo mejor es mantener que toda posible similitud entre ellas se debe al hecho de que
ambos relatos proceden de un contexto semita, y que puede deberse al hecho de que la
raza humana ocupó una vez un hogar común.6

______________________
6. Ver Alexander Heidel, The Babylonian Genesis (Chicago: University of Chicago Press, 1951), pp.
130-140.
3

LA CAÍDA DEL HOMBRE Y LA


EXTENSIÓN DE LA CIVILIZACIÓN

GÉNESIS 2:4—5:32
Incluso un examen de pasada del capítulo 2 revela sus diferencias con respecto al
capítulo 1. En lugar de frases concisas y abruptas, tiene un estilo más fluido. En lugar
de presentar a Dios como poder soberano del universo (Elohim) lo presenta como el
Dios condescendiente y lleno de gracia (Yahweh Elohim). En lugar de un enfoque
estrictamente cronológico de la creación, se concentra en el hombre como corona de la
creación. Aquí, como sucede posteriormente en el libro, existe un movimiento de lo
general a lo particular. Este capítulo no debe ser considerado como un producto de un
autor distinto al del primer capítulo y unido a él de una forma más o menos desmadejada,
como afirman algunos críticos, sino como una afirmación acerca de la creación con un
propósito enteramente diferente. Aquí el énfasis es dado con respecto al hombre, a su
compañera, a su medio y a su probación; todo esto es preparatorio para una información
con respecto a su tentación y caída.

Origen y probación del hombre (2:4-25)


Las primeras condiciones (2:4-6). “Estas son las generaciones de,” o “los principios
de” introduce una nueva etapa en el libro. Lo que sigue a continuación trata del hombre
en su relación con los recién creados “cielos y tierra.” No hay duda de que los versículos
5 y 6 representan la condición anterior a la creación del hombre y que indican la
necesidad de que fuera creado a fin de que pudiera “cultivar la tierra.” Pero hay dos
escuelas de pensamiento en cuanto a cuán tempranamente se ajustan estos versículos en
el proceso creador. Algunos llegan a la conclusión de que el proceso estaba
esencialmente completo, excepto por la aparición del hombre y de algunas de las plantas
cultivadas que aparecieron subsiguientemente. Bajo tal punto de vista, el vapor o
corrientes de aguas subterráneas eran la fuente de suministro de agua, y no las lluvias,
para la agricultura hasta los días del diluvio. Otros creen que la referencia es con
respecto a las condiciones de la tierra después de Génesis 1:2, antes de que el proceso
creativo estuviera muy adelantado. Así, la atmósfera con sus lluvias no existía todavía;
había solamente una subida continua de vapor sobre el desierto acuoso. En todo caso,
no habían venido todavía a la existencia ni los zarzales y espinos del campo ni las plantas
cultivables para cosechas.
La creación del hombre (2:7). Como perito artesano Dios “formó” al hombre, hecho
este que implica tanto maestría como soberanía. Como Creador, Él tiene el derecho de
ordenar los asuntos de sus criaturas (cp. Isaías 29:16; Romanos 9:19-22). “Del polvo de
la tierra” señala al origen natural, químico, del hombre. El “aliento de vida” que Dios le
impartió para crear un ser viviente involucró más que la vida animal, debido a que 1:27
pone en claro que el hombre fue creado a la imagen de Dios. Así, era un ser moral,
racional, capaz de entrar en comunión con Dios. Tanto la parte material como la
inmaterial del hombre vinieron a la existencia por iniciativa directa de Dios.
Provisión de un habitat para el hombre (2:8-17). Habiendo creado al hombre, Dios
le preparó un maravilloso lugar en el que vivir: un jardín en oriente, en Edén,
relacionado, por lo que parece, con édin, que significa “llanura” o “estepa.” Se hace un
esfuerzo en mostrar el jardín como un lugar real, no mítico. A este jardín se le asocia
con cuatro ríos, dos de los cuales se conocen con certidumbre, el Éufrates y el Hidekel
(Tigris), los grandes ríos del moderno Irak. Ya que evidentemente los ríos son
nombrados de este a oeste, el Pisón y el Gihón tienen que haber fluido al este del Tigris.
El Gihón está asociado con la tierra de Cus, que por ello debiera situarse al noreste de
la cabeza del Golfo Pérsico, y no en Etiopía. Havila está relacionada con Cus en Génesis
10:7 y probablemente estuviera al este de Cus. Es posible que el jardín estuviera
localizado en algún lugar de Mesopotamia. “Bedelio” (v. 12), una goma aromática
amarilla, puede no ser el significado correcto del hebreo; ónice es también una
traducción incierta; algunos sugieren que la piedra pueda ser lapislázuli (una piedra
azul) en su lugar. En aquel jardín Dios proveyó abundancia de alimento, un trabajo
estimulante (vv. 15, 19), comunión espiritual, y oportunidad para el desarrollo cultural
(como lo implica la presencia de oro y de otros recursos).
El acto de Dios de plantar árboles en el jardín no se refiere a la creación original, sino
a la preparación del jardín. Además, Él plantó dos árboles especiales: el árbol de la vida
y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Lo que fueran estos árboles, nadie lo
sabe en realidad. Es evidente que no eran árboles mágicos y que probablemente no
fueran tampoco venenosos. Bien podría ser, como sugieren muchos comentaristas, que
no fueran distintos de los otros árboles del jardín. Pero Dios los puso allí como prueba
de la obediencia del hombre a Él. No les dio ninguna razón para la prohibición, sino que
simplemente la enunció. Al hombre se le puso bajo prueba; la pena por la desobediencia
sería la muerte, primero moral y espiritual, y más tarde física. El medio del hombre
durante su probación era magnífico, y difícilmente podía contribuir a su caída. Este
constituye un argumento poderoso de que el mejoramiento del medio moral y social del
hombre en la actualidad no le haría necesariamente una buena persona.
La creación de la mujer (2:18-25). El evento que va a ser descrito tuvo lugar, en
realidad, en el sexto día de la creación, como Génesis 1:27 pone en claro. Asimismo,
los animales mencionados en el versículo 19 habían sido creados anteriormente. La
venida de los animales y aves a Adán para que los nombrara demuestra su dominio sobre
la creación, su conocimiento, su poder de habla, y la incapacidad de cualquiera de las
formas inferiores de la creación para servirle como compañero apropiado. Después de
que hubiera quedado demostrado de una forma gráfica que no había una compañía
adecuada para Adán (“ninguna ayuda idónea”), Dios determinó proveerle una. Dios
puso a Adán a dormir y tomó “una [o un trozo] de su costado”, generalmente traducido
como “costilla”, y formó una mujer de ella. Puede ser instructivo que Dios tomara algo
del costado de Adán, no de su cabeza ni de sus pies; porque la mujer no tenía que
señorear sobre él, ni ser hollada bajo sus pies, sino andar a su lado como su compañera,
su complemento. Esta relación complementaria queda evidente en la traducción que
hace la traducción de la Versión Moderna del versículo 23: “Esta vez, hueso es de mis
huesos;” significando en el hebreo “hueso” no solamente cuerpo sino “esencia” o “yo”.
Después de una búsqueda a través de la creación, por fin se hallaba una como Adán,
“una ayuda idónea”; y le dio un nombre a ella: mujer.*
Es evidente de Mateo 19:4-5 que el pronunciamiento del versículo 24 fue de Dios, no
de Adán. No hubiera sido capaz de una observación así en aquel momento. Aquella
afirmación introduce elementos importantes para un matrimonio venturoso: (1) un
grado necesario de separación de los padres de manera que la pareja pueda solucionar
sus propios problemas sin interferencias; (2) un apego cordial y permanente del uno
hacia el otro (“se unirá”); y (3) una unión sellada por Dios y un enlace sexual (“una
carne”). La poligamia y el adulterio quedan excluidos.

La caída del hombre (3:1-24)


Tentación y desobediencia (3:1-7). Este pasaje provee la respuesta a otra de las
grandes cuestiones de la vida: ¿Cómo damos cuenta del origen del pecado y del mal en
el mundo? El registro del Génesis pone en claro que el pecado no constituyó parte de la
creación original de Dios. Más bien, vino como resultado de la tentación de la primera
pareja humana, a los que Dios había creado con el poder de elección. El hombre eligió
libremente rebelarse contra Dios a la sugerencia de un espíritu malvado extraño. Aquel
espíritu no es meramente una fuerza impersonal, sino una poderosa personalidad
espiritual en conflicto contra Dios. Su poder es tan tremendo que incluso el arcángel
Miguel no se atrevió a pronunciar juicio contra él (Judas 9). Es de pensar que la propia
rebelión de Satanás en contra de Dios había tenida lugar antes de la creación del mundo,
o por lo menos antes de la creación del hombre.
Satanás utilizó como instrumento tentador a la serpiente, evidentemente una criatura
muy hermosa en su estado no maldecido. Su táctica fue primeramente la de poner en
tela de juicio el por qué Dios no había permitido a Eva que comiera de todos los árboles
______________________
* En hebreo hay un juego de palabras intraducible al castellano. Hombre es ish, en tanto que mujer
es ishshah. Así, “esta será llamada ishshah, porque del ish fue tomada”. En inglés sí que es posible el
juego de palabras: “Esta será llamada woman, porque del man fue tomada’’ (Nota del traductor).
del jardín. Es posible que hiera a Eva con aquella duda debido a que ella había recibido
la prohibición de segunda mano. Adán oyó directamente el mandato de parte de Dios y
conocía con certeza sus detalles. Eva había recibido la prohibición de Adán y hubiera
podido tener dudas acerca de si había oído bien. En todo caso, Satanás pudo
concentrarse en la prohibición y hacerle olvidar todos los privilegios de que gozaba en
el jardín. O, por lo menos, esta fue la implicación de la réplica de ella; señálese que
omite “de todos” en 3:2 y que añade “ni aun le tocaréis” en 3:3. En este último caso
parecía estar diciendo: “No solamente no podemos comer del fruto del árbol del bien y
del mal, sino que no podemos ni siquiera tocarlo.” Satanás pasó a continuación a
declarar categóricamente que Dios no decía la verdad, que ella no moriría si comía. Y
como colofón añadió que, si comía, se haría como Dios.
El primer error de Eva fue el de escuchar a Satanás. Su segundo error fue consentir
en detenerse y fijar su atención en lo que estaba prohibido. Y ella “vio que el árbol era
bueno para comer,” o que atraía su apetito (los deseos de la carne, 1 Juan 2:16); “y que
era agradable a la vista” (los deseos de los ojos, 1 Juan 2:16); y que era “un árbol
deseable para hacerla sabia” (la soberbia o la vanagloria de la vida, 1 Juan 2:16). Así
que, la tentación de ella siguió la misma pauta con que Satanás confronta a los seres
humanos en la actualidad y con la que confrontó a Cristo en el desierto (Mateo 4:1-11).
Eva y Adán comieron los dos del fruto del árbol, y sus ojos fueron abiertos, pero
solamente a la vergüenza y culpa en que habían caído. Eva fue engañada, pero Adán
pecó a sabiendas (1 Timoteo 2:14); la razón de ello no la sabemos, solamente podemos
especular. Los hay que sugieren que decidió ponerse del lado de su mujer; prefirió a la
mujer a Dios. Adán sabía lo que Dios había dicho, pero comió deliberadamente del fruto
debido a que Eva se lo pidió. Por ello, el pecado de Adán fue mayor que el de Eva, y se
dice que la raza humana ha caído en Adán y que ha incurrido en la muerte en él más
bien que en Eva (Romanos 5:12; 1 Corintios 15:22).
Algunas veces se suscitan cuestiones de por qué la caída del hombre debiera depender
de un asunto tan insignificante como el de haber comido de un pequeño fruto. En
realidad, el pecado no consistió en comerlo, sino en desobedecer y en la rebelión anterior
a este acto. La primera pareja decidió creer a la palabra de Satanás antes que a la de
Dios y trató de elevar la voluntad del hombre por encima de la voluntad de Dios.
Quisieron quebrar el límite que Dios les había impuesto y llegar a ser como Dios.
Los ojos de Adán y de Eva fueron abiertos, como Satanás les dijo que sucedería, pero
no de la forma que ellos habían esperado. El mundo que ellos contemplaban quedó
arruinado al proyectar la maldad sobre la inocencia (Tito 1:15). Antes, cómodos el uno
con el otro, Adán y Eva se encontraban ahora mutuamente incómodos; su experiencia
constituyó un vislumbre de las relaciones de la humanidad caída en general. “Supieron
que estaban desnudos” y se tejieron unos ceñidores de hojas para esconder su vergüenza.
Ahora conocían experimentalmente el mal con toda la culpabilidad que ello traía
consigo, su dolor, vergüenza y miseria. La edad de la inocencia había acabado.
Confrontación divina (3:8-13). A continuación, Dios viene en gracia, buscando al
hombre caído. Adán y Eva oyeron “el sonido,” no la “voz” de Dios. Tomando
características humanas, Dios parecía apartar las ramas y las plantas y hacer ruido de
pisadas al acercarse andando por el jardín en el momento del día en que la fresca brisa
del atardecer empezaba a soplar. La comunión que había sido antes un gozo había
quedado rota, y la perspectiva de presentarse ante Dios les provocó terror. Adán y Eva
se escondieron. Yahweh Elohim, el Dios del pacto redentor, les buscó. Es interesante
que Satanás y Eva le habían llamado solamente Elohim. Adán confesó su aprieto: “tuve
miedo . . . estaba desnudo ... me escondí.” Apartado de Dios, intentó evitar el contacto
con Él: un resultado natural de la muerte espiritual. Mediante un proceso de
interrogatorio, Dios trató de hacer que Adán hiciera una confesión total de su
culpabilidad. Pero sólo lo hizo parcialmente; Adán utilizó rápidamente un truco de la
naturaleza humana caída: “buscar una cabeza de turco.” No solo trató Adán de aminorar
su culpa dándole a Eva la responsabilidad de lo ocurrido, sino que intentó culpar a Dios
mismo del aprieto en que se hallaba: “la mujer que Tú me diste.” Aparentemente, sin
dar respuesta a los comentarios de Adán, Dios se dirigió a Eva para obtener de ella una
confesión. Pero ella había aprendido bien y rápidamente; siguiendo el ejemplo de Adán,
le dio toda la culpa a la serpiente.
Juicio divino (3:14-19). A continuación, Dios pasó a Satanás. Esta vez no hubo
preguntas retóricas. El principal responsable tiene que pagar la máxima pena. El agente
de Satanás en la tentación fue maldecido. De una criatura hermosa, erguida, y
sumamente inteligente, la serpiente quedó degradada a aquella forma repelente de reptil
que “mordería siempre el polvo.” Entonces le pronunció a Satanás mismo lo que con
frecuencia recibe el nombre de protoevangelio, o “primer evangelio” (v. 15). La
enemistad entre Satanás y la mujer demostraba que no era el amigo que había pretendido
ser durante la tentación; Satanás era, en realidad, el enemigo de la humanidad. “La
simiente de la mujer” comprende, de una manera muy general, a los hijos de Dios, en
tanto que “la simiente de la serpiente” denota a la parte no regenerada de la humanidad
que estará en conflicto con la simiente de la mujer a lo largo de los siglos. Pero más
específicamente, la simiente de la mujer está en masculino y singular en el original: “él
aplastará vuestra cabeza;” “tú le herirás en el calcañar” La simiente de la mujer señala
de una forma especial a Cristo y a Su venida a la tierra (Gálatas 4:4). Satanás heriría su
calcañar, consiguiendo Su crucifixión. Pero en aquella crucifixión, Él (Cristo) juzgaría
a Satanás (Colosenses 2:14- 15) y resucitaría a la vida de nuevo, haciendo posible a los
creyentes el triunfo sobre las fuerzas de maldad (Romanos 16:20) y echando los
cimientos sobre los que Cristo derrotaría definitivamente a Satanás, según el libro del
Apocalipsis. En la cruz Jesucristo pagaría el precio del pecado del hombre y pondría la
redención a disposición para toda la raza.
Además del juicio general sobre la humanidad que involucraba la muerte espiritual y
física por la desobediencia a Dios, habían unas maldiciones específicas. La maternidad
iría acompañada de gran sufrimiento y de peligro personal. Y debido a que la mujer
había persuadido al hombre de que hiciera lo que ella quería, y había comido del fruto
prohibido juntamente con ella en la caída, iba a encontrarse con frecuencia en
situaciones difíciles en sus relaciones interpersonales con él. Podría hallarse en un deseo
servil por él, que Stigers interpreta como llegando ocasionalmente a la ninfomanía.1 Y
el señorío del hombre sobre la mujer podría llegar hasta la explotación, la degradación
física y la esclavitud.
El hombre iba a tener también su parte de pruebas. Estaba condenado a una labor
agotadora para poder ganarse la vida; este trabajo fue hecho aún más agotador por una
maldición sobre la naturaleza hasta los últimos días (Romanos 8:20-23). La necesidad
de trabajar se considera a menudo como un resultado de la caída, pero no es así. Adán
estaba muy ocupado antes de la caída, cumpliendo con su responsabilidad de “labrar y
guardar” el jardín. La caída trajo consigo un nuevo tipo de trabajo con sus muchas
agonías. Es indudable que se contemplan aquí enfermedades de las plantas, sequías,
inundaciones, huracanes, y otros desastres llevando a la escasez, e incluso a la muerte
por hambre. El trabajo agotador, con sus muchos dolores, iba a continuar a lo largo de
la vida. Y como fin último, el hombre iba a morir, como Dios había advertido que
sucedería. El aplazamiento de la muerte no eliminaba su inevitabilidad.
Provisión divina y expulsión (3:20-24). Adán llamó el nombre de su esposa “Eva,”
que significa “vida” o “fuente de la vida,” debido a que reconoció en ella a la madre de
todos los vivientes. En su significado más sencillo, esta observación solamente podía
indicar que Adán reconocía que su esposa sería la madre de todos los descendientes
humanos que iban a seguir. Pero viniendo después de severas maldiciones y de la
sentencia de muerte en los versículos anteriores, suena más como un tipo de afirmación
de fe o como un salto. Y así puede indicar que Adán miraba hacia adelante a la venida
de aquella simiente de la mujer que desharía el fiasco que él había atraído sobre la
humanidad.
Otra evidencia de provisión divina incluía la muerte de los animales para proveer un
vestido más permanente para la humanidad. Esto no solamente suplió una necesidad
humana, sino que puso también un sello divino sobre el llevar vestidos. Y es posible
que se inaugurase la inclusión de la carne en la dieta humana. Prever aquí la redención
sería asumir demasiado. No hay referencia a la erección de un altar, ni a la ofrenda de
sacrificios.
La maldición sobre el hombre tuvo su colofón con la expulsión del jardín del Edén. Una
vez el hombre estuvo fuera del Edén, los querubines, seres angélicos especialmente
designados para proteger la santidad de Dios, quedaron estacionados a la entrada para
impedir que volvieran (cp. Ez. 1:4-16; 10:5). La razón dada para la expulsión era la de
impedir al hombre que comiera del árbol de la vida. Los comentaristas observan
______________________
1. Harold G. Stigers, A Commentary on Génesis (Grand Rapids: Zondervan, 1976), p. 80.
generalmente que el árbol no podía dar un fruto capaz de invertir los efectos del pecado
de Adán. ¿Qué era, pues? Wood argumenta que tenía un valor simbólico, representando
la vida que hubiera sido del hombre si hubiera permanecido obediente. Impedirle que
comiera simbolizaría la muerte en que había incurrido debido a la desobediencia, y la
imposibilidad de volver a conseguir el paraíso.2 Además, al comer del árbol, el hombre
hubiera podido desarrollar la falsa noción de que por estos medios era capaz de
perpetuar la vida física o de contribuir en algo a su redención espiritual. Para impedir el
surgimiento de estas ideas tan falsas, Dios tuvo que expulsar al hombre del jardín.

Los efectos de la caída y extensión de la civilización (4:1-24)


Caín y Abel (4:1-15). Las especulaciones acerca de si nacieron hijos en el Jardín del
Edén antes de la expulsión, o acerca de la duración del período de la probación, o si
Caín fue el primogénito, son estériles. Las Escrituras implican que Caín fue el
primogénito. Si no lo era, Eva parece haber centrado una esperanza especial en él: “He
obtenido un hombre con [la ayuda de] Dios.” Ella tenía la sensación de estar obrando
con Dios al dar efecto a aquel nacimiento, y consideró a Caín como un don especial de
Dios. Quizás él iba a contribuir en algo al cumplimiento de la esperanza de Génesis
3:15. Más tarde, Eva tuvo otro hijo, Abel. Mientras ellos crecían, y quizás incluso entre
ellos, tuvieron que haber nacido otros hijos e hijas. Dios le había dicho a Eva que iba a
multiplicar su concepción en gran manera (Génesis 3:16). Es probable que por un largo
lapso de tiempo nacieran niños cada año o dos. Los efectos degenerativos del pecado no
se habían hecho todavía evidentes. Así, la capacidad de las mujeres de tener familias
grandes y el peligro de que los hombres se casaran con sus hermanas (como en el caso
de Caín, Abel y otros) no eran entonces asuntos problemáticos.
La agricultura y el pastoreo aparecen como los medios más antiguos de conseguir
ganarse la vida. Parece imprudente sacar de este relato una hostilidad entre ambas
formas de vida. “Y aconteció andando el tiempo” puede considerarse como una
referencia de tiempo indefinida, pero aquí parece indicar algún aniversario sagrado en
el que Adán y toda su posteridad se reunían en el santuario primitivo para adorar. La
atención se centra en Caín y Abel. Cada uno de ellos trajo una minhá, una ofrenda o don
de homenaje o de adhesión, que le era natural. Caín trajo productos agrícolas y Abel “de
los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas.” Dios aceptó la ofrenda de
Abel, pero rechazó la de Caín. La razón de ello es objeto de discusión. En el pasaje
mismo la implicación es que Abel trajo lo mejor de lo suyo, en tanto que Caín puede
haber sido algo indiferente o descuidado. El Nuevo Testamento indica, además, que la
vida de Caín se caracterizaba por el mal, en tanto que la de Abel por la justicia. En otras
palabras, la ofrenda de Caín no procedía de un corazón recto delante de Dios (1 Juan
3:12; cp. Mateo 23:35; Hebreos 11:4; 12:24; Judas 11). Proverbios 21:27 es instructivo
acerca de este punto: “El sacrificio de los malvados es abominación.” Además, es
posible que Caín fuera rechazado por no ofrendar un sacrificio cruento, como afirman
los comentaristas con frecuencia, pero las Escrituras no dicen esto, y en absoluto
demandaban todos los sacrificios, ni siquiera en el sistema mosaico, el derramamiento
de sangre.
No queda claro cómo se demostró la aceptación o el rechazo de parte de Dios, pero,
evidentemente, fue algo público; y todos sabían el veredicto. La afrenta pública hirió a
Caín y le hizo encolerizarse. Stigers traduce así el final del versículo 5: “Se enfureció
Caín debido al disgusto.”3 Entonces Dios empezó a reprender o a razonar con Caín.
Vino a decir que si Caín hacía el bien o lo recto, si su corazón era recto ante Dios, y si
ofrecía la ofrenda adecuada, él también sería aceptado. Si rehusaba obedecer e inclinarse
ante Dios con verdadera contricción, entonces el pecado estaría asechando a la puerta,
como un enemigo; estaría “ansioso de alcanzarte” (Moffatt), de abrumarte, “pero tienes
que dominarlo.” Si se permitía seguir siendo consumido emocionalmente por su ira y
sentimiento de rechazo, se hallaba ciertamente en un rumbo peligroso. Cuán peligroso
era su rumbo se hace evidente de inmediato. Es evidente que Caín no prestó atención a
lo que Dios le dijo.
La división del texto es abrupta. Una manera normal de tratar con el versículo 8 es el
enfoque que le da la versión Reina-Valera: “Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos
al campo.” La conclusión de los traductores de la RV y de otros eruditos del Antiguo
Testamento es que se ha perdido una frase del texto hebreo: “Salgamos al campo.” Esta
frase se consigue del Pentateuco Samaritano, de la Septuaginta (traducción al griego del
Antiguo Testamento), la Siríaca, y la Vulgata Latina. Así, Caín se hizo culpable de un
asesinato premeditado. Cuando Caín tuvo a Abel en el campo, se levantó contra él y lo
mató, probablemente encendido por los celos del orgullo herido, e indudablemente le
enterró.
Probablemente de camino a su casa, Dios se presentó ante Caín. En respuesta a la
pregunta de dónde estaba Abel, Caín respondió con una mentira descarada: “No sé.”
Con esta mentira adoptó también una actitud desafiante y un egoísmo descarnado que
reflejaba una conciencia cauterizada (1 Timoteo 4:2): “¿Soy yo acaso guarda de mi
hermano?” Naturalmente Dios no precisaba de la confesión del criminal para descubrir
los detalles de su crimen. Dios le vino a decir: “Cada gota de la sangre de tu hermano
grita con el testimonio de tu culpa y clama a mí por vindicación.” El juicio de Dios fue
rápido: cualquier tierra que Caín tratara de cultivar no le daría rendimiento, y sería un
fugitivo y vagabundo.
Abrumado ante la magnitud de la sentencia, Caín dijo: “Mi castigo es más grande de
lo que puedo soportar” (v. 13). Aunque este pasaje puede ser traducido de otras formas,
en este caso se ha de preferir la traducción de la RV, debido a que se hallaba más
abrumado por la severidad de la sentencia que por su sentido de culpabilidad. Entonces
Caín pasó a relacionar los elementos del juicio tal como él los sentía: apartado de su
______________________
3. Stigers, Ibid, p. 86.
hogar, cortado de la gracia de Dios, proscrito como vagabundo, y objeto de la venganza
de la sangre. Puso una marca sobre él para proveerle con una especie de salvoconducto.
Qué fuera la marca, nadie lo sabe, y no le protegía en contra del ataque ni de la muerte
misma por asalto, pero constituía un freno en la advertencia de que cualquiera que
matara a Caín sufriría una muerte peor.
Extensión de la civilización cainita (4:16-24). Sin palabra alguna de arrepentimiento,
Caín salió de delante de la presencia de Dios para habitar en la tierra de Nod (“errante”),
al este de Edén. El lugar no se conoce, y puede que no haya sido una localidad definida
en absoluto. Los siguientes versículos describen el desarrollo de la civilización entre los
descendientes de Caín, presumiblemente para mitigar el efecto de la maldición. La
construcción de una ciudad, evidentemente un pueblo organizado (v. 17), sería de ayuda
para resolver el problema de andar errante. Los desarrollos de Jubal en música (v. 21)
ayudarían a dar algo de gozo a una gente infeliz, y las contribuciones de Tubal-caín a la
metalurgia (v. 22) aliviaría en cierto grado lo penoso de la labor. El trabajo de los
metales en aquel temprano período data de mucho antes de las edades históricas de
bronce y de hierro. Es probable que la cultura antediluviana fuera barrida por el diluvio
y se tuvieran que redescubrir o volver a aprender de nuevo las técnicas metalúrgicas en
el período posterior. Los triunfos materialistas de la civilización cainita no llegaron el
vacío espiritual ni suplieron las verdaderas necesidades de la sociedad.
Es evidente que la violencia era característica de aquella rama de los descendientes
de Adán. En el versículo 23, Lamec, el primer polígamo, llama a sus esposas a que den
su aprobación para matar en defensa propia a un joven que le había herido. Aquí se tiene
que hacer una distinción entre el asesinato premeditado (el de Abel) y el homicidio
impremeditado en autodefensa (el del joven). Y Lamec observa que si alguien que se
vengara de Caín iba a sufrir un castigo séptuple, que el que se vengara de él debería
sufrir setenta veces siete (setenta veces siete, Mateo 18:21-22, que significa total
plenitud), quizás la pena capital.

La línea piadosa de Set (4:25—5:32)


Probablemente poco después del asesinato de Abel y de la proscripción de Caín, Eva
dio nacimiento a otro hijo, al que nombró Set (“señalado”). Al nombrarlo así, Eva actuó
con fe, porque creyó que Dios le había dado un hijo en lugar de Abel: que Él “me ha
dispuesto otra simiente en lugar de Abel.” Entonces Dios bendijo y consoló a los padres
que habían perdido a dos hijos, el uno por muerte violenta y el otro por proscripción. La
mención de “otra simiente” parece referirse de nuevo a la promesa y esperanza de
Génesis 3:15. La observación de que Set nació cuando Adán tenía 130 años (5:3)
muestra cuán truncada está en realidad la narración. La familia humana tiene que haber
sido ya muy numerosa para este entonces. Pero los descendientes de Caín no tenían
ningún interés en Dios, y aparentemente el resto de la progenie de Caín no era mucho
mejor. Dios volvió a empezar de nuevo con la piadosa línea de Set.
Durante los días del hijo de Set, Enós, los “hombres empezaron a invocar el nombre
de Yahweh” (la deidad en el papel de Dios guardador del pacto y redentor). Esto debe
referirse a un cierto tipo de despertar espiritual y puede indicar el primer avivamiento.
Quizás estuvieran incluidos algunos cainitas juntamente con algunos setitas.
Aunque 5:1 afirma dar la genealogía de Adán, en realidad se subraya la línea de Set
como la verdadera línea de descendencia de Adán. Se tienen que hacer varias
observaciones generales acerca de este capítulo. (1) Se conecta la historia humana hasta
Noé, el libertador. (2) Se subraya el desastroso efecto de la caída con la repetición de “y
murió.” Pero faltaba uno entre los muertos: Enoc, que anduvo con Dios. (3) Los
esfuerzos en tratar de explicar los lapsos de tiempo de vida en otra forma que
literalmente han probado ser totalmente insatisfactorios, y es evidente que estas cifras
tienen que tomarse en su sentido literal. Existe también una tradición de longevidad
humana antes del diluvio en la literatura de Mesopotamia. (4) Sobre la base, tanto de la
investigación histórica como de la evidencia interna de las mismas Escrituras, la
conclusión general es que las genealogías bíblicas no están dispuestas para ser
completas, sino que incluyen nombres representativos en la línea del Redentor. La línea
del Redentor queda aquí cuidadosamente destacada, porque aunque es evidente que cada
descendiente de Set tuvo varios hijos, solamente se menciona al que se halla en la línea
mesiánica.
Los estudios arqueológicos e históricos siguen buscando la fecha del origen del
hombre y la de los inicios de la cultura más allá de lo que se pueda calcular, asumiendo
que no hubieran intervalos en las genealogías bíblicas. Y los estudios de las genealogías
mismas nos muestran que no son completas. Por ejemplo, la genealogía de Cristo en
Mateo 1 queda dispuesta de una forma simétrica: catorce generaciones de Abraham a
David (alrededor de 1000 años), catorce generaciones de David a la Cautividad
(alrededor de 400 años), y catorce generaciones desde la Cautividad a Cristo (600 años).
En Mateo 1:8 se dice que Joram engendró a Uzías, cuando en realidad se omite a tres
reyes entre los dos. “Engendrar” e “hijo de” se utilizaban de una forma muy distinta en
los círculos semitas de como se utilizan en la actualidad. Uno podía “engendrar” a un
nieto o a un descendiente, y un “hijo” podía ser meramente un “descendiente.” 4 Pero
incluso si se acepta que no hay intervalos en las genealogías bíblicas, no se puede ser
dogmático acerca de una fecha de los orígenes, debido a que los sistemas basados en
esta postura sostienen fechas para la creación de Adán que divergen en varios miles de
años.
______________________
4. Para una discusión de la cuestión de los intervalos en la cronología bíblica, ver Oswald T. Allis,
The Five Books of Moses (Filadelfia: Presbyteñan and Reformed, 1943), p. 261-64; Gleason Archer,
Reseña crítica de una introducción al Antiguo Testamento (Grand Rapids: Editorial Portavoz, 1987),
pp. 203-208; Merrill F. Unger, Introductory Guide to the Old Testament (Grand Rapids: Zondervan,
1951), pp. 192-194; y B. B. Warfield, Studies in Theology (Nueva York: Oxford, 1932), pp. 235-258.
El capítulo 5 empieza con un recordatorio de que Elohim (se presenta ahora a Dios
como soberano y omnipotente) había creado al hombre a su propia semejanza. Los creó
varón y hembra y los llamó Adán, término genérico equivalente a “persona” en
castellano. Al pasar el tiempo, Adán llegó a ser utilizado como nombre personal del
primer hombre. La creación perfecta. El nacimiento de Set, a la semejanza de Adán,
involucró no solamente las características plenamente humanas, sino también la
herencia de la naturaleza pecaminosa y corrompida de Adán. Aquella naturaleza caída
estaba sentenciada a muerte, a pesar de la afirmación de Satanás: “No moriréis”
(Génesis 3:4). El capítulo 5 demuestra abundantemente el hecho con su estribillo
repetido: “y murió”.
Pero Enoc nunca pasó por la muerte. Era un hombre particularmente devoto que
andaba con Dios: “Y desapareció, porque le llevó Dios”. Aunque los hay que han
intentado restarle fuerza a esta afirmación y hacerla referir a algo menos que ser
arrebatado vivo al cielo, Hebreos 11:5 es muy específico: “Enoc fue trasladado para que
no viera muerte”. El Nuevo Testamento detalla también otro aspecto de la vida de Enoc.
Actuó como profeta, condenando la impiedad de su sociedad y prediciendo que al fin el
Señor volvería en juicio sobre los impíos y sus malos hechos (Judas 14, 15).
Otra persona notable en la genealogía fue Lamec, que tuvo un hijo al que llamó Noé
(que significa descanso), debido a que por la fe lo vio como dando “alivio de nuestras
obras”. La referencia de Lamec a Génesis 3:17 parece poner el “alivio” a un nivel
puramente físico, pero cualquier persona considerada como aliviadora de la maldición
sobre la naturaleza debiera ser considerada como cumplidora, en cierto sentido, de la
esperanza de Génesis 3:15. La esperanza del piadoso Lamec estaba destinada a ser
cumplida, no obstante, de una forma que nunca hubiera soñado. Noé iba ciertamente a
traer alivio y consuelo a los justos que habían sufrido a manos de su corrompida
sociedad. Mediante él, aquella sociedad iba a ser totalmente barrida.
4

EL DILUVIO

GÉNESIS 6:1—9:29
Así como subieron las aguas alrededor del arca de Noé, así sube el debate acerca de
casi cada uno de los aspectos del relato del diluvio. Incluso el estudiante más reverente
de la Biblia que acepta el relato del Génesis como histórico se queda con numerosas
preguntas sin respuesta. Todos los esfuerzos de la erudición moderna han establecido
muy pocas cosas. Todavía no conocemos exactamente por qué vino el diluvio, la
naturaleza del arca, el tamaño del arca, las causas físicas del diluvio, la extensión del
diluvio, ni tan siquiera dónde tomó tierra el arca. Pero esta falta de certidumbre no
elimina la necesidad de examinar los problemas.

La razón del diluvio (6:1—7)


Es evidente que este pasaje enseña que Dios hizo caer el juicio del diluvio debido a
una maldad extrema, pero aquí es donde cesa el acuerdo. En medio de un gran aumento
de población, los “hijos de Dios” se tomaron mujeres de entre “las hijas de los hombres.”
Una escuela de interpretación mantiene que los primeros tienen que ser ángeles, y las
segundas, evidentemente, mujeres de la raza humana. Una segunda, escuela enseña que
los primeros eran setitas y las segundas cainitas. Otros puntos de vista tienen una
importancia insignificante, y no es necesario considerarlos aquí.
En favor del punto de que los “hijos de Dios” eran ángeles está el argumento de que
en el Antiguo Testamento “hijos de Dios” se refiere exclusivamente a los ángeles (p.
ej., Job 1:6; 2:1; 38:7). Además, hay dos pasajes del Nuevo Testamento que parecen dar
apoyo a esta idea. En 2 Pedro 2:4—6 se menciona el pecado de los ángeles como
justamente anterior al juicio del mundo por un diluvio. Y Judas 5—7 parece condenar a
unos ángeles por haber dejado sus limitaciones normales y haberse involucrado en los
pecados sexuales de Sodoma y Gomorra. Pero como respuesta, Jesús declaró
específicamente que los ángeles no pueden casarse (Mateo 22:30; Marcos 12:25).
Además, no aparecen ángeles en los primeros cinco capítulos del libro, ni tampoco
claramente en el contexto. Y es extraño que cayera un juicio solamente sobre los
hombres por el pecado cometido, cuando es de presumir que los ángeles tuvieran la
parte principal de culpa.
En favor del punto de vista de que “los hijos de Dios” fueran de la descendencia de
la piadosa línea de Set está el hecho de que se ha descrito una línea fiel en el capítulo 4;
la idea de que los creyentes son hijos de Dios es común en el Antiguo Testamento (de
Israel se dice normalmente que son “los hijos de Dios”); y son también comunes las
advertencias en contra del casamiento de creyentes con no creyentes en el Antiguo
Testamento. Pero esta interpretación no trata adecuadamente el hecho de que en el
Antiguo Testamento “hijos de Dios” se refiere comúnmente a ángeles y de que el
término “hijas de los hombres” no tiene una connotación técnica ni específica.
Son muchos los intérpretes que han salido dogmáticamente en favor de uno de los
dos puntos de vista anteriores, pero en vista de toda la evidencia no es posible hacerlo
así. Además, no es siguiera posible descubrir el pecado específico a que se refiere el
versículo 2. Pudiera ser que los ángeles abandonaran su terreno, o que los hombres no
utilizaran discernimiento espiritual a la hora de elegir compañeras, o que estuviera la
poligamia involucrada ahí. Tampoco está claro si los gigantes del versículo 4a tienen
que ser considerados como la descendencia de los matrimonios mencionados, o si
estaban presentes ya antes de que tuvieran lugar los matrimonios. La descendencia de
las uniones mencionadas en 4b frieron “valientes,” fuertes en la batalla, y “varones de
renombre,” conocidos por sus diversos talentos. Viniendo en este contexto, se tiene que
considerar que la referencia es a habilidades que fueron mal aplicadas para la corrupción
de la sociedad.
En contraste con la narración de la creación, cuando Dios vio que todo era “bueno,”
Dios vio ahora la gran maldad sobre la tierra, tan grande que cada “propósito” o
“impulso” del hombre era “de continuo” el mal (Romanos 7:18). Describiendo Su
reacción en términos humanos, Dios “lamentó” haber creado al hombre y decidió
eliminar la fauna y la vida humana sobre la tierra. Pero Dios estableció un período de
gracia de 120 años (v. 3), durante el cual Noé, como “predicador de justicia” (2 Pedro
2:5) construyó un arca (1 Pedro 3:20).

La provisión de Dios en Su gracia (6:8—22)


Noé halló favor delante de Dios. “Justo,” recto ante Dios, y “perfecto,” de un carácter
irreprochable, “anduvo con Dios” como Enoc lo había hecho. En aquel andar cercano a
Dios gozó de la amistad con Dios y vino a conocer “lo que hace su Señor” (Juan 15:15).
Como con Abraham, la amistad con Dios le llevó al secreto de una destrucción que se
aproximaba. En tanto que Abraham se enteró de la destrucción de que iban a ser víctimas
Sodoma y las otras ciudades de la llanura (Génesis 18:17—32), Noé se enteró de la
inminente destrucción del mundo.
Anteriormente ha sido señalada la razón de la destrucción del mundo (los
matrimonios mixtos, sea como sea que se interpreten éstos); ahora se destaca la
universalidad de la corrupción. La corrupción, la anarquía, la violencia, estaban a la
orden del día, y la humanidad era responsable de corromper sus caminos (v. 12).
Además, el relato de cuán malas que estaban las cosas no surgió de rumores; Dios, en
su omnisciencia, observó la tierra (v.12) y supo totalmente las profundidades de
corrupción a que había llegado el hombre.
En Su gracia Dios pasó a rescatar a Noé y a su familia del juicio que iba a caer sobre
la tierra. Instruyó a Noé para que construyera un arca de madera de gofer (posiblemente
ciprés, cedro, o roble; en la actualidad no se puede identificar) que estuviera
adecuadamente calafateada con brea. Tenía que medir 300 codos de longitud por 50
codos de anchura y 30 de altura. No se conoce con exactitud la longitud de aquel codo;
pero tomando la medida probable más pequeña, el arca hubiera tenido alrededor de 90
metros por 23 metros por 14 metros (450x75x45 pies), con un desplazamiento de
alrededor de 15.000 toneladas. La nave tenía que tener tres puentes, una puerta al lado,
y una ventana, que se interpreta comúnmente como una apertura de un codo de altura
debajo del alero y corriendo alrededor de toda la estructura. En respuesta aquellos que
dudan que Noé hubiera podido tener capacidad para construir una nave oceánica tan
grande, solamente ha de observarse que el arca se parecía mucho más a una gran barcaza
que a un transatlántico moderno.
Debido a que Dios planeaba traer un diluvio sobre la tierra que iba a destruir toda la
vida terrestre, Noé tenía que tomar a bordo a su esposa, a sus tres hijos y a las esposas
de ellos, un par de cada especie de las aves y animales (cantidad que más tarde se amplía,
7:2), y alimentos para los animales y la gente. “Entrarán contigo” (v. 20) indica que
Dios haría que la fauna fuera a Noé en el momento adecuado. No tendría que ir alrededor
de la tierra para atraparlos. Se desconoce la cantidad de animales individuales
involucrados, debido a que no hay forma de determinar si se designaba con ello a tipos
principales (perro, gato, vaca) o a unos representantes más numerosos. Existen en la
actualidad sobre la tierra unas 4.100 especies de mamíferos y unas 8.600 de aves.
La primera mención de pacto en la Biblia aparece en el versículo 18 y se elabora en
el capítulo 9. El pacto se hizo con el justo Noé y mediante él se iba a extender a su
familia y aún más allá. Cierto es que el pacto iba a garantizar su preservación física,
pero iba también a guiar el comienzo de una nueva era.
De nuevo queda claro lo muy abreviada que está la narración bíblica en realidad. Noé
tenía 500 años cuando “empezó a engendrar” a Sem, Cam y Jafet (5:32); y tenía 600
cuando comenzó el diluvio (7:6). Parece improbable que no le nacieran más hijos a Noé
antes de la edad de 500, o que no les naciera ninguno a sus hijos antes de la edad de 100.
¿Tuvieron Noé y sus hijos otros hijos que rehusaron seguir los pasos de sus padres y
que fueron arrastrados por la maldad reinante? Posiblemente fuera así, pero el texto no
nos lo dice. Tampoco nos dice si los hijos de Noé ayudaron a su padre durante la mayor
parte del proceso de construcción.

Entrada en el arca (7:1—9,13—16)


El arca quedó finalizada. Las jaulas para las aves y los animales estaban en su sitio.
Se habían cargado los suministros alimenticios. Básicamente, todo esto fue posible
gracias a la fe de un hombre justo, de Noé (7:1); “la justicia libra de la muerte”
(Proverbios 10:2; 11:6). Noé fue uno de los grandes héroes de la fe (Hebreos 11:7). Se
mantuvo solo contra todo un mundo sentenciado y aceptó su ridiculización durante 120
años mientras construía el arca. Es indudable que su actividad constructora misma iba a
ser considerada como el elemento principal de su proclamación de justicia (2 Pedro 2:5).
Por cada día de construcción proclamaba el juicio de Dios en contra del pecado, y la
gracia de Dios al ofrecer liberación.
Se amplían las instrucciones para la salvación de criaturas vivientes (6:19-20, ver 7:2-
3), y los detalles se repiten al cumplimiento (7:8-9). La cuidadosa provisión y el control
soberano de Dios en toda la operación quedan evidentes en esta afirmación. Además,
las especificaciones lógicas acerca de la preservación de la vida y la cuidadosa
cronología a través de todo el diluvio, nos ayudan a establecer su carácter factual e
histórico. Los elementos poéticos, simbólicos y míticos brillan por su ausencia.
A través de todo este pasaje son notables la fe y la obediencia de Noé: “Noé hizo
según todo lo que Dios le había ordenado” (6:22; 7:5); “Noé entró” (7:7). Pero también
son notables las iniciativas soberanas de Dios (“Dios ordenó,” 7:5, 9, 16; “Dijo Dios,”
7:1) y la sumisa respuesta de la naturaleza (“entraron con Noé,” 7:9, 15-16).
Parece que se tenían que salvar parejas de todos los animales (6:19-20). Tenían que
tomarse siete parejas de animales limpios, o animales designados como alimento, a
bordo del arca (7:2). (Los hay que traducen “siete de cada tipo” [por ejemplo, Nueva
Versión Internacional], siendo el séptimo para el sacrificio después del diluvio.) Es
evidente que se iba a precisar de grandes cantidades de estos animales. No hay duda de
que se preservaron animales impuros para mantener el equilibrio en el ecosistema. Es
evidente que se reconocieron las diferencias entre los animales puros y los impuros ya
en los albores de la historia humana, pero el control restrictivo sobre el consumo de los
animales y aves impuros no fue promulgado hasta la época de Moisés. Los diversos
estudios, utilizando una variedad de estimaciones del tamaño del arca y la cantidad de
animales que tenían que ser albergados en ella, demuestran que era ciertamente lo
suficientemente grande para los animales y para sus provisiones. Si algunos de los
animales mayores se hubieran mantenido en un estado de hibernación, se hubiera
precisado de menos espacio para su instalación.
Después de la invitación de Dios a que Noé y su familia entraran en el arca, predijo
el comienzo del diluvio a partir de siete días. Así, se tenía que hacer con toda premura,
pero sin pánico, que entraran los animales a bordo. Cuando al final de los siete días
estuvieron todos a bordo, todo estuvo listo. Dios, que había estado personalmente al
control de toda la operación, los encerró dentro, y empezó el diluvio.

El diluvio sobre la tierra (7:10—12, 17—8:14)


Causa física del diluvio. Es evidente que el diluvio vino a causa de intensas lluvias.
Una traducción literal del hebreo resulta gráfica: “Las compuertas del cielo fueron
abiertas” (7:11). Llovió tan intensamente que parecía como si se hubieran abierto las
compuertas del embalse de los cielos y se hubiera dejado que las aguas contenidas en
las reservas se derramaran en tromba sobre la tierra. Además, “las fuentes del gran
abismo quedaron totalmente partidas” (7:11). Lo que significa esto exactamente no está
claro. A menudo se interpreta para decir que alguna convulsión de la corteza terrestre
liberó grandes cantidades de aguas subterráneas. Pero hasta la fecha los geólogos no han
podido hallar evidencias de tales reservas subterráneas ni de ninguna alteración general
o cataclismo en la corteza de la tierra que pueda haber eliminado tales reservas mediante
un colapso de las estructuras geológicas de la superficie.
Extensión del diluvio. Al leer la narración del diluvio en castellano, éste parece haber
sido universal. Por ejemplo, “toda carne murió” (7:21), y las montañas fueron cubiertas
con agua quince codos más alto (por lo menos siete metros [21 pies], 7:20). La creencia
en un diluvio universal es la postura tradicional, pero se han suscitado numerosos
argumentos en favor de un diluvio local. (1) La palabra hebrea traducida por “tierra”
pudiera tener una referencia puramente local (p. ej., 7:10, 17—19). (2) Si las aguas
tenían que cubrir las montañas más elevadas del mundo, incluso si no eran tan elevadas
como lo son actualmente, se demandaría varias veces más agua de que la que existe
ahora sobre la tierra. (3) El problema no se resuelve sugiriendo que el agua fue
evaporada por la atmósfera o que retomó a las cavidades subterráneas, puesto que allí
no se podría retener más que una pequeña fracción del agua que hubiera habido. (4) La
mayor parte de la vida vegetal hubiera quedado destruida por su inmersión bajo agua
salada durante un año. (5) Es de presumir que la mayor parte de la vida marina hubiera
quedado extinguida por el diluvio, como resultado de la dilución de las aguas saladas o
bien por falta de alimentación debido a la perturbación de las zonas normales de
alimentación. Algunos han tratado de dar solución a estos problemas observando que
en la actualidad hay una cierta estratificación en los océanos; que el porcentaje de sales
en solución y otras condiciones no son las mismas en todos los niveles.
Pero el peso de la evidencia no es unilateral. Se han adelantado numerosos
argumentos en favor de un diluvio universal. (1) La frase “debajo de todos los cielos”
(7:19) es difícil que pueda ver reducido su significado para aplicarse solamente a una
zona local. (2) Un diluvio local no hubiera cumplido el propósito de juzgar la
pecaminosidad de toda la población antediluviana en su totalidad, a no ser que,
naturalmente, todos los seres humanos estuvieran viviendo en una extensión limitada de
terreno. (3) Hubiera sido innecesaria un arca, puesto que, tanto los animales como los
seres humanos, hubieran podido huir del valle mesopotámico y volver cuando el diluvio
hubiera finalizado. (4) La promesa de nunca volver a destruir a toda carne (terrestre)
con un diluvio (9:11) tiene implicaciones universales. (5) Un diluvio que cubriera los
montes de Ararat (5.200 metros; 17.000 pies) no podía ser local. El agua busca nivelarse,
y hubiera estado derramada por toda la tierra con una profundidad de más de cinco
kilómetros (3 millas). (6) La universalidad de las leyendas entre las tribus y naciones
del mundo parece exigir un diluvio universal.
Si se han de tomar en serio o literalmente las varias características de la narración del
diluvio (p. ej., el tamaño del arca, la profundidad de las aguas del diluvio, el propósito
de arrojar este juicio sobre la humanidad), se encontrará difícil aceptar un diluvio
puramente local. Pero de hecho, aparecen problemas con cada uno de los puntos de
vista.
Duración del diluvio. El hombre de la calle cree que el diluvio tuvo una duración de
cuarenta días, puesto que esta es la duración del tiempo en que llovió con gran
intensidad. Pero Noé y su familia y los animales estuvieron en realidad encerrados en el
arca por un total de 371 días; entraron el día diecisiete del segundo mes del año
seiscientos de Noé (7:11) y desembarcaron en el día veintisiete del mes segundo del año
seiscientos uno de Noé (8:13-14). La cronología del año de Noé es como sigue.
Inmediatamente después de que Dios cerrara la puerta del arca, la lluvia empezó a
precipitarse en tromba sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches, y el agua
cubrió rápidamente la tierra. Después continuó lloviendo ligeramente durante otros 110
días. A esta conclusión se llega del examen de Génesis 8:4 y de 8:2, donde se afirma
que Dios detuvo la lluvia 150 días después de haber empezado el día diecisiete del mes
séptimo (cinco meses de 30 días después de haber empezado, 7:11); así los 150 días del
7:24 tienen que ser considerados como incluyendo dos períodos de cuarenta y de ciento
diez días.
Durante los siguientes setenta y cuatro días las aguas se fueron retirando hasta que
las cumbres de los montes pudieron verse (desde el día diecisiete del mes séptimo hasta
el primer día del mes décimo = 13 + 30 + 30 + 1, Génesis 8:5). Cuarenta días más tarde
Noé liberó un cuervo (8:16-17), que no volvió debido a que podía rapiñar carne de
cadáveres como alimento. Siete días más tarde (contados a partir de los “otros siete días”
del v. 10 y del total del v. 14), Noé envió una paloma, que no halló lugar de reposo, y
volvió (v. 9). Siete días más tarde envió otra vez una paloma que volvió con una hoja
de olivo (v. 11). Después de otros siete días Noé volvió a enviar una paloma por tercera
vez, y esta no volvió (v. 12). Después de un lapso adicional de veintinueve días Noé
quitó la cubierta del arca (v. 13). Después de otros cincuenta y siete días Dios ordenó a
Noé que saliera del arca (vv. 14-17). Todas estas cifras juntas (150 + 74 + 40 + 7 + 7 +
7 + 29 + 57) arrojan un total de 371.

Salida del arca (8:15—22)


“Entonces salió Noé.” Noé y su familia nunca iban a olvidar el momento en que
abrieron la puerta del arca y salieron afuera. ¡Tuvo que ser emocionante! No habían
signos de vida humana ni animal en ninguna parte. Salieron a un mundo vacío, asolado
por la mano de Dios que lo había golpeado con su juicio. Después de un año de andar
por las desnudas tablas de madera de los puentes del arca, la verde hierba tuvo que haber
sido verdaderamente deleitosa. Y ¡qué aire más maravilloso para respirar, totalmente
lavado por la justiciera mano de Dios y ahora completamente impoluto! Nunca volvería
a ser tan puro. La luz brillante del sol era cegadora para ojos acostumbrados a las
estancias levemente iluminadas del arca.
Pero Noé no fue arrastrado por la emoción del momento. De inmediato recordó la
bondad de Dios al preservar a él y a su familia a través de un juicio catastrófico y al
designarle a él solo para asumir la responsabilidad de repoblar la tierra. Con gratitud,
Noé erigió un altar y sacrificó sobre él de todo animal limpio y de toda ave limpia. Dios
aceptó la ofrenda y prometió nunca más destruir todo ser viviente “como lo he hecho,”
de la manera en que acababa de hacerlo, esto es, mediante un diluvio. Las estaciones,
que habían quedado eliminadas por todo un año, fueron ahora prometidas con toda
regularidad hasta el fin de los tiempos.
El versículo 21 crea un problema tal como es traducido en la mayor parte de las
versiones. Parece decir que Dios no maldeciría la tierra a causa de que el hombre fuera
malo, pagando bien por mal. La idea que se presenta en el original hebreo es más bien
la de que Dios no volvería a dar un juicio tan devastador “a pesar de que” el hombre es
malvado. La Biblia de las Américas presenta apropiadamente el significado: “Nunca
más volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, porque la intención del corazón
del hombre es mala…”
“El Señor percibió olor grato.” Naturalmente, las demandas justas de Dios no fueron
cumplidas meramente por la ofrenda de un sacrificio de animales. El corazón del ofensor
tiene que ser recto si Dios ha de aceptar el sacrificio. Esto resulta claro en numerosos
pasajes del Antiguo Testamento, pero ninguno expone la verdad de una forma tan
evidente como en Isaías 1: “No me deleito en la sangre de los becerros, ni de los
corderos, ni de las cabras” (v. 11); “No traigáis más vanas ofrendas” (v. 13); “Lavaos,
limpiaos; quitad lo malo de vuestras acciones” (v. 16). Además, los sacrificios cruentos
serían solamente un acto temporal, anticipatorio, que iban a desvanecerse cuando el
sacrificio de Cristo, hecho una sola vez, satisfaría totalmente las justas exigencias de
Dios (He. 9:16—28).
Los relatos del diluvio de Génesis y babilónico. Como en el caso del relato de la
creación, los exponentes de la “alta crítica” del Antiguo Testamento han tendido a tratar
el diluvio como un mito hebreo, quizás tomado prestado de fuentes babilónicas y
purificado de alguno de sus elementos más burdos. La historia apareció en la tableta
undécima de un relato de doce tabletas, la Épica de Gilgamés, que habla de la búsqueda
de Gilgamés de la inmortalidad. En la narración, Gilgamés (rey de Uruk, la Erec bíblica)
se entrevista con Utnapishtim, el “Noé babilónico”, y aprende de él la historia del
diluvio y de cómo obtuvo su inmortalidad.
Las diferencias entre los dos relatos son mucho mayores que las similitudes. (1) La
historia babilónica es burdamente politeísta, en tanto que la narración de Génesis es
monoteísta. (2) El diluvio mesopotámico vino porque el hombre hacía tanto ruido que
el dios Enlil no podía dormir, por lo que decidió destruir al hombre. El relato bíblico da
el pecado como razón del diluvio. (3) En la Épica de Gilgamés se hace un esfuerzo para
esconder del hombre la llegada del diluvio, en tanto que el relato bíblico da amplia
oportunidad de arrepentirse. (4) La nave de Utnapishtim era cúbica, tenía siete pisos, y
era mucho más grande que el arca de Noé. (5) La duración del diluvio babilónico fue
diferente; Utnapishtim soportó una lluvia de siete días y siete noches solamente. (6) A
Utnapishtim se le concedió la inmortalidad en tanto que a Noé no. Hay también
numerosas diferencias menores.
Los eruditos están hallando cada vez más inaceptable el punto de vista de que los
hebreos tomaron su narración del relato babilónico, debido a que ello no puede dar
cuenta de las diferencias entre los dos. Más atrayente es la postura de que los dos relatos
vinieron de un original común. Después de todo, Mesopotamia era el hogar original de
los hebreos, y el lugar en el que la civilización tuvo un nuevo comienzo después del
diluvio. ¿Qué podría haber más probable que el hecho de que hubieran muchos relatos
de una tragedia antigua que fueran preservados por las naciones y tribus que vivían en
Mesopotamia o que habían emigrado de allí? Una postura firme a favor de la inspiración
no excluye la utilización de materiales documentales; tan sólo garantiza la exactitud del
producto acabado.

La vida de Noé después del diluvio (9:1—29)


Los mandatos de Dios a Noé y a sus hijos (9:1—7). Los mandatos de Dios a Noé y a
sus hijos son reminiscencias de los que diera a Adán. Pero el tono y la atmósfera son
distintos. Ahora la pesada carga de pecado tiñe las relaciones. Es de esperar que haya
lucha y asesinatos en el orden natural. Con la tierra despoblada, era esencial la
formación de una nueva progenie (cp. v. 7); de forma que Dios ordenó a Noé y a sus
hijos: “Fructificad, multiplicaos, y llenad la tierra.” Aunque nada se dice en este pasaje
acerca de procreación para la gloria de Dios, este es el significado que se ha de entender.
Cierto es que no era la única preocupación de Dios tener a gente en la tierra. Acababa
de eliminar a grandes masas debido a su pecado. En generaciones subsiguientes volvería
a consignar al juicio a individuos y a comunidades por su extravío. Es evidente que al
ir viniendo nuevos habitantes al mundo, se les enseñaba a temer a Dios.
El dominio del hombre sobre toda la creación queda reafirmado en el versículo 2,
pero existen diferencias con la afirmación original de Dios a Adán. En lugar de la
armonía de la creación original, el Creador instila ahora un “temor” y “pavor” o “terror”
en la fauna de la tierra para impedir que destruyan a los seres humanos. El segundo
mandato de Dios extiende el dominio del hombre sobre la creación para incluir carne en
su dieta. Pero hay una restricción, que se derrame toda la sangre de los animales muertos
para comida. Es probable que esta restricción constituya en parte una anticipación del
sistema sacrificial posterior, más desarrollado. Ya que la vida reside en la sangre misma
(Levítico 17:11), la utilización de la sangre tenía que ser sagrada en el sacrificio y no
debía ser consumida por el hombre (Levítico 7:27; 17:10).
El derramamiento de la sangre de los animales sacrificiales cubrió temporalmente los
pecados de la humanidad y miraba hacia adelante, al tiempo en que el derramamiento
de la sangre de Cristo eliminaría para siempre la pena del pecado del hombre.
Un tercer mandamiento trata del derramamiento de la sangre humana. La santidad de
la sangre humana se destaca en los versículos 5 y 6, especialmente debido a que había
sido creado a la imagen de Dios. Aunque la imagen moral puede haber quedado muy
distorsionada en la caída, o que incluso se la pueda considerar como destruida, la imagen
natural permanece. Por ello, un ser humano tiene que ser especialmente respetado, y el
derramamiento de su sangre es un crimen en contra del mismo Dios, en contra de Su
majestad y gobierno. Dios entra en la administración de justicia: “Porque de la sangre
de vuestras vidas ciertamente pediré cuentas. Pediré cuenta a todo animal. Y a todo
hombre también pediré cuenta...” (v. 5, NVI). Dios mismo daría el castigo, pero
normalmente lo haría mediante una autoridad establecida. Hablando en términos claros,
instituyó la pena capital: “Todo el que derramare la sangre de un hombre, por el hombre
su sangre será derramada”. Evidentemente, un animal que mata a un hombre tiene que
morir (p. ej., Éxodo 21:28), pero aquí el centro de la atención son los seres humanos.
Dios no permite meramente la ejecución de alguien que haya arrebatado una vida
humana, sino que la ordena: “Será derramada” tiene que traducirse en imperativo. “Por
el hombre su sangre será derramada” queda poco especificado aquí, pero tiene que
referirse a la ejecución judicial por parte del gobierno constituido cuando este sea
establecido posteriormente. La elaboración de los detalles relacionados con la pena
capital aparece en pasajes como Éxodo 21:12—29 y Números 35:10—34. La desidia en
aplicar el castigo capital ensucia una tierra, según Números 35:33-34; y la implicación
es que un ensuciamiento continuado puede atraer trágicas consecuencias.
El pacto de Dios con Noé y sus hijos (9:8—17). A continuación Dios estableció un
pacto, una forma de promesa divina con Noé y sus hijos que le obligaba, en los términos
de que nunca volvería a destruir todas las criaturas vivientes ni a arrasar la tierra con un
diluvio. El pacto es incondicional e inmerecido. El que los animales resultaran también
beneficiarios hace destacar el que la comprensión del pacto no era necesaria para que
éste entrara en vigor. Además, no se impusieron obligaciones sobre los receptores para
garantizar la evitación de un cataclismo universal por agua; y el pacto iba a ser eterno.
Algunos argumentan que no hay razón alguna por la que no hubiera podido aparecer un
arco iris con anterioridad, porque incluso una niebla puede producirlo (si se mantiene
que no hubo lluvia antes del diluvio). Otros llegan a la conclusión de que las condiciones
atmosféricas cambiaron ciertamente después del diluvio, y que el arco iris sería un signo
mucho más eficaz de la gracia y providencia de Dios, si se trataba de un fenómeno
nuevo. En todo caso, todo lo que el texto sugiere es que Dios estaba ahora estableciendo
o designando al arco iris (sea que hubiera existido anteriormente o no) como signo de
Su pacto eterno y de que cada vez que apareciera serviría como recordatorio a Dios del
pacto que Él había establecido, y al hombre de la providencia y del poder de Dios.
También sirvió el arco iris como representación de la gloria de Dios para Ezequiel,
alrededor del 600 a.C. (Ezequiel 1:28) y para el apóstol Juan alrededor del 100 d.C.
(Apocalipsis 4:3).
Predicción del futuro de las razas (9:18—27). El tema primario de este pasaje es la
unidad de la humanidad y el futuro profético de las razas. La embriaguez de Noé es
solamente un tema secundario y algo incidental en todo el fluir de los eventos. Se
presentan aquí a los hijos de Noé como progenitores de las tres grandes divisiones de la
raza humana. Allí donde están mencionados en las Escrituras, el orden es Sem, Cam y
Jafet; y se puede asumir que quedan relacionados por orden de edad, siendo Sem el
mayor. Cam queda identificado como padre de Canaán, en vista a los sucesos que se
han de desarrollar. El versículo 19 es preciso en la indicación de que estos tres hijos de
Noé son aquellos mediante los cuales se repobló la tierra. Durante los 350 años que
vivió Noé después del diluvio, no tuvo más hijos que vinieran a ser progenitores de
razas.
Entre los versículos 19 y 20 transcurrió un considerable período de tiempo, quizás
décadas. El hijo más joven de Cam, Canaán, ya había nacido, y es probable que fuera
un joven. Noé se había hecho agricultor, clara evidencia de que la humanidad poseía
por lo menos una cultura neolítica justo después del diluvio y de que no se precisa de
un prolongado proceso evolutivo para llegar a esta etapa de desarrollo. Como agricultor
plantó una viña, hizo vino, bebió demasiado, y quedó totalmente embriagado. En el
estupor de su embriaguez, lleno de alcohol y, evidentemente, muy acalorado, “se
descubrió;” se sacó la túnica, tendido en la tienda, y quedó totalmente desnudo. Es difícil
creer que Noé fuera el primer agricultor en plantar vides y que ignorara totalmente los
efectos del vino. Posiblemente fueran las orgías de embriaguez uno de los pecados que
habían causado el diluvio.
Los detalles de la vergüenza de Noé no se presentan en este pasaje. Es probable que
hubiera algo más que el hecho simple de que se quitara la túnica, que le servía como
manta. Las Escrituras no insisten en el pecado de Noé sino que simplemente le presentan
como una víctima de su falta de moderación. Un gigante de la fe que pudo mantenerse
frente a toda la oposición de su generación, había caído presa de una tentación personal.
Las Escrituras nunca se extienden en los fallos de estos baluartes, pero tampoco lo hallen
sobre los detalles del lado peor de la vida.
En lo que sucedió a continuación, Canaán, el hijo más joven de Cam, tiene que haber
jugado un papel. Quizás fuera él el primero en descubrir a su ebrio abuelo, y es posible
que hiciera grandes bromas acerca de todo este asunto al correr hacia su padre para
decírselo. Sea que fuera Canaán el primero en ver a Noé en su estado de embriaguez, o
que fuera Cam, este “miró complacido” a Noé según la traducción de Leupold,1 y fue a

______________________
1. H.C. Leupold, Exposition of Génesis, 2 vols. (Grand Rapids: Baker, 1942), 1:346.
continuación a contárselo a sus hermanos con “regocijo”.2 Es evidente que los efectos
saludables del diluvio empezaban ya a perder su efecto en Cam. La respuesta de Sem y
de Jafet al pecado de Noé fue exactamente la opuesta a la de Cam. Tomaron un manto,
y andando hacia la tienda de su padre de espaldas, cubrieron su desnudez. Es evidente
que no hubiera constituido un pecado para estos hombres ver a su padre desnudo, pero
es probable que no tuvieran deseo alguno de verle en su debilidad y de tenerlo humillado
en su presencia. Es muy posible que Cam viera a sus hermanos llevar a cabo este acto
de misericordia, y que sufriera el reproche que ello traía consigo.
Cuando Noé despertó del estupor de su embriaguez, es evidente que se dio cuenta,
por la cubierta que tenía sobre sí o por algún otro medio, que algo había sucedido. Al
inquirir supo qué era lo que Cam había hecho. A Cam se le describe en la mayor parte
de las versiones como “su hijo más joven.” Pero el texto puede traducirse también como
significando el intermedio, y por ello Cam pudiera ser el segundo hijo, como indica el
orden Sem, Cam y Jafet. La reacción de Noé fue la de una maldición y una bendición
sobre los participantes, evento que proveyó un cierto esquema profético para las razas.
“Maldito sea Canaán; siervo de siervos será a sus hermanos.” Es evidente que la
maldición no recae sobre Cam, sino sobre su hijo menor, Canaán. La maldición no
relega a todos los pueblos camitas a una condición de esclavitud. Tampoco dice que
fueran a ser biológica o intelectualmente inferiores a las otras razas. Lo que han dicho
y hecho las fuerzas pro-esclavistas de esta maldición está totalmente falto de relación
con los hechos. Los cananeos vivían en Palestina, la tierra de Canaán, y en Fenicia. No
eran negros, y han desaparecido de la historia; de manera que la maldición, fuera esta la
que fuera, ha sido totalmente cumplida y no tenemos derecho de aplicarla a ningún
pueblo moderno. En la época de la conquista y de los Jueces, los cananeos que no fueron
exterminados llegaron ciertamente a ser siervos de los judíos, o hijos de Sem, como
predijo el versículo 26. Los estudios históricos y arqueológicos revelan que los cananeos
se hallaban entre los pueblos moralmente más degradados del antiguo Oriente Medio,
dados a los sacrificios de recién nacidos y a un corrompido culto sexual. Aquellas
semillas de corrupción que estaban brotando en las personas de sus progenitores Cam y
Canaán, llegaron a dar todo su fruto en los cananeos. Posiblemente la maldición los
consignara a una inferioridad religiosa y social. Que los temas religiosos eran del mayor
interés parece evidente de lo que se dice de Sem y de Jafet.
Noé se volvió a continuación a Sem y dijo: “Bendito sea Yahweh, el Dios de Sem.”
Yahweh, el Eterno e Inmutable, es el Dios de Sem. Dios será bendecido a través de lo
que hará en y por medio de Sem y por la importancia de aquella acción para el mundo.
Abraham tenía que provenir de la línea de Sem y tenía que encabezar al especial pueblo
de Dios, Israel. Y en la plenitud del tiempo tenía que venir Cristo de aquella línea, y
traer bendición a todo el mundo (Gálatas 4:4).
______________________
2. Ibid.
Finalmente, Noé se volvió a Jafet, el otro hermano respetuoso. Dios “engrandecería”
o concedería abundante territorio a Jafet (cuyo nombre significa “engrandecimiento;”
así tenemos un juego de palabras). Los descendientes de Jafet han venido a ocupar,
ciertamente, muchas de las áreas del mundo. Que Jafet “morará en las tiendas de Sem”
significa compartir su hospitalidad y bendiciones, y en este contexto tiene que referirse
especialmente a la historia espiritual de Sem. Por medio de Cristo, el mayor Hijo de
Abraham y de David, y sus discípulos judíos, los gentiles han venido a compartir
abundantemente del evangelio y a disfrutar de sus beneficios durante los dos últimos
milenios.
Muerte de Noé (9:28-29). La naturaleza tópica de la historia bíblica y el hecho de que
no es exhaustiva queda abundantemente ilustrado aquí. La narración queda interrumpida
por trescientos años. A continuación se registra la muerte de Noé a la edad de 950 años,
como un colofón apropiado de la narración del diluvio y como una introducción
adecuada a la historia posterior.
5

DESARROLLOS HISTÓRICOS DESPUÉS DEL DILUVIO

GÉNESIS 10:1—11:32
El lector curioso se queda ahora con un montón de interrogantes. ¿Cómo les fue a los
descendientes de Noé? ¿Cuál fue la naturaleza de la civilización postdiluviana? ¿Hasta
qué punto fueron seguidos los dictados de Dios por la población mundial en creciente
aumento? Si Dios estaba comprometido a no juzgar de nuevo a la humanidad mediante
un diluvio, ¿qué otros tipos de juicios podía anunciar o llevar a cabo? Las respuestas
parciales a algunas de estas preguntas surgen bastante fácilmente; las respuestas a otras
no se dan sino hasta después de unos capítulos. Será suficiente decir en este momento
que el medio purificado en el que se halló la humanidad después del diluvio no hizo,
para impedir la corrupción de la humanidad, más que el perfecto ambiente del Edén.
Aquellos que fundan sus esperanzas de mejorar a la sociedad limpiando el ambiente
social y material quedarán muy desengañados ante este hecho.
Habiendo concluido las consideraciones acerca de Noé en el capítulo 9, el historiador
sagrado pasa a continuación a dar cuenta de la repoblación de la tierra después del
diluvio. El capítulo 10 nos habla de cómo los varios grupos nacionales descienden de
los tres hijos de Noé, y el capítulo 11 introduce el origen de los lenguajes y la genealogía
de Abraham.

La Tabla de las Naciones (10:1—32)1


Génesis 10 recibe comúnmente el nombre de la “Tabla de las Naciones” debido a que
presenta el origen y la dispersión de los varios grupos nacionales. Los críticos
acostumbraban a señalar que la tabla no podía ser cierta, pero la mayor parte de los
nombres de la tabla han sido descubiertos en restos escritos del antiguo Medio Oriente
y el capítulo está siendo considerado más y más como un registro digno de confianza.
La mayor parte de los nombres que aparecen aquí pertenecieron a individuos, pero
estos individuos vinieron a ser los progenitores de las naciones a las que dieron sus
nombres. El capítulo presenta la genealogía de los hijos de Noé en orden inverso a como
aparecen en los capítulos anteriores. Así, se menciona en primer lugar a los más
numerosos jafetitas, después a los camitas, y finalmente a los semitas. El enfoque se va
haciendo cada vez más particularizado hasta que al fin se concentra solamente en la
línea de Sem, de la que descendieron Abraham y los otros patriarcas. Los jafetitas se
______________________
1. Ver Merrill F. Unger, Nuevo manual bíblico de Unger (Grand Rapids: Editorial Portavoz), pp. 39-
42. Contiene mapa de la Tabla de las Naciones, p. 41.
dispersaron por Europa y Asia Menor, los camitas hallaron su hogar principalmente en
Africa; y los semitas llenaron el Asia suroccidental.
Los jafetitas (10:1—5). Aunque existe en la actualidad un acuerdo considerable en la
identificación de los grupos tribales mencionados en este capítulo, debiera evitarse el
dogmatismo. Por lo general, Gomer se identifica con los cimerios, que emigraron desde
el norte del Cáucaso y que finalmente se establecieron en Asia Menor (la moderna
Turquía). Hay menos certidumbre con respecto a Magog. El hecho de que parezca estar
asociado a Gomer (Ezequiel 38:6) y la forma en que Magog es mencionado en el texto
babilónico, lleva a la conclusión de que esta tribu tiene que ser situada cerca del mar
Negro y quizás al norte del mismo. Madai es identificado en forma casi unánime con
los medos que vivían antiguamente en las montañas al sur y al oeste del mar Caspio.
Javán es identificado con Ionia, la costa occidental del mar Egeo (la moderna Turquía
occidental). Las inscripciones asirias se refieren a Tubal y a Mesec como pueblos que
vivían en el Asia Menor oriental, al noreste de Cilicia. Es evidente que se trataba de
divisiones dentro de Magog (Ezequiel 38:2). Tiras no parece referirse a Tiro, pero más
allá de esto no se puede decir mucho de una forma positiva.
En los versículos 3 y 4 se señalan los descendientes de Gomer y de Javán como
progenitores de grupos tribales. Askenaz es probable que tenga que ser identificado
como el Ashkuz de los textos asirios, y conocidos en los textos castellanos como escitas,
localizados en la región del Ararat. Rifat vivía, evidentemente, en el Asia Menor
centroseptentrional, en tanto que togarma ha sido identificado con el heteo Tegarma,
que vivía en la vecindad de Carquemis en Siria. Se cree comúnmente que Elisa es Chipre
y Quitim (Kition, la moderna Lamaca) su capital (cp. Isaías 23:1, 12). Tarsis ha sido
situada en Tartesos, al sureste de España, o en Cerdeña, y en varios lugares del
Mediterráneo oriental; es posible que el mayor apoyo lo tenga la localización en España.
Dodanim aparece en 1 Crónicas 1:7 (versión Biblia de las Américas) como Rodanim; y
se cree que la variante es la correcta, siendo fácil confundir la d y la r hebreas. Si
Rodanim es la lectura correcta, se tiene que señalar a Rodas y a sus alrededores
inmediatos; y esta es la conclusión general entre los comentaristas. El versículo 5 parece
implicar que los sucesos de 11:1-9 tuvieron lugar antes de que ocurrieran algunos de los
sucesos del capítulo 10 (cp. 10:25).
Los camitas (10:6—20). Evidentemente, los pueblos camíticos estuvieron más
estrechamente implicados con los hebreos que los jafetitas. Aunque la mayor parte de
los camitas vivían en África, un grupo significativo se derramó sobre Canaán, donde los
hebreos más tarde les disputarían sus dominios. Y durante el prolongado período de la
esclavitud en Egipto, los israelitas se hallaron esclavizados a otros descendientes de
Cam. En cambio, los jafetitas fueron casi ajenos a la experiencia hebrea. En esta sección
se nombran cuatro naciones camíticas principales (v. 6) y se siguen las ramas de tres de
ellas: (Cus (vv. 7—12), Mizraim (vv. 13-14), y Canaán (vv. 15—19). El cuarto, Fut
(Phut) puede referirse o bien a Libia (Put) o a la tierra de Punt.
Los cusitas (10:7—12). Cus ha sido asociada por los eruditos durante largo tiempo
con Etiopía y el Sudán, país conocido por los egipcios como Kush. Las Escrituras
parecen hacer también esta identificación (Ezequiel 30:4; cp. Isaías 11:11 y 45:14). Pero
la Biblia asocia también a Cus con el Asia occidental: con Arabia (1 Crónicas 1:9) y con
Mesopotamia (Génesis 10:8—12). Babilonia, Erec, Acad, Nínive y Cala (vv. 10—12)
son evidentemente localidades mesopotámicas. Unger llega a la conclusión de que la
zona meridional de Mesopotamia fue el hogar original de los cusitas camíticos y que se
dispersaron de ahí a Arabia y a través del mar Rojo a Etiopía.2 Stigers cree que los
kishitas de Mesopotamia son los que este pasaje tiene la intención de señalar, y no a
Etiopía.3 Bajo tales circunstancias sería una imprudencia adoptar una postura
dogmática, pero el argumento de Unger tiene un mérito considerable.
Nimrod (un descendiente de Cus) es señalado como “el primer poderoso” (v. 8), “un
poderoso guerrero” (NVI), o “el primer tirano”,4 y como “vigoroso cazador” (v. 9). Es
evidente que era un hombre de gran fortaleza física que podía ejercer su voluntad sobre
otros hombres y que erigió un reino significativo en la baja Mesopotamia. “Poderoso
cazador” en el contexto puede referirse no tanto al poder de Nimrod sobre los animales
como sobre los hombres.
Mizraim (10:13-14). Mizraim es la palabra hebrea para Egipto. Nombre este con una
teminación dual, refleja el hecho de que Egipto consistía en “dos tierras”, el Alto Egipto
(meridiónal) y el Bajo Egipto (septentrional) en los tiempos antiguos. Los patrusim
vivían en Patros o Alto Egipto. Caftor, hogar de los caftorim, es identificado de forma
casi unánime con la isla de Creta. Jeremías 47:4 y Amós 9:7 indican que los filisteos
provenían de Caftor, lo cual ayuda a clarificar el versículo 14. Antes de la conquista
hebrea de Canaán, un contingente de filisteos había invadido el área y habían liquidado
a los avvim, o aveos y ocupado sus tierras (Deuteronomio 2:23). Esto fue mucho antes
de la invasión filistea del siglo XII, que amenazó la misma existencia del Imperio
Egipcio en la época de Ramsés III y que después arrolló las costas de Canaán. Es
evidente, así, que los filisteos tienen una larga historia de migraciones (ver una
consideración adicional acerca de los filisteos en Génesis 21:23-24). Los otros pueblos
mencionados en estos dos versículos no pueden ser identificados con ningún grado de
certidumbre.
Los cananeos (10:15—20). Es evidente que los primeros que se asentaron en Canaán
no eran semitas, y hay más detalles acerca del área que ocuparon que de ninguno de los
otros grupos tribales. Sidón fue ya desde tiempos lejanos y durante un largo tiempo,
predominante entre las ciudades-estado fenicias. Het fue el antepasado de los heteos o
______________________
2. Merril F. Unger, Archaeology and the Old Testament (Grand Rapids: Zondervan, 1954), p. 83.
3. Harold G. Stigers, A Commentary on Genesis (Grand Rapids: Zondervan, 1976), p.124.
4. Ibid.
hititas, que fundaron un reino y un imperio en Asia Menor durante el segundo milenio
a.C., pero que tenían también algunas posesiones en Canaán (p. ej., Génesis 23:3—20
describe una compra de tierras a uno de los hijos de Het). Los jebuseos vivían en y
alrededor de Jerusalén y mantuvieron esta plaza hasta que el rey David la hizo capital
del reino unido de Israel (2 Samuel 5:6—9). Los amorreos ocupaban el terreno
montañoso de Judea en la época de la conquista hebrea de Canaán (Josué 10:5) pero
fueron un pueblo mucho más significativo en el Oriente Medio durante el segundo
milenio a.C. que lo que indicaría la anterior observación. Por ejemplo, Hammurabi, que
fundó el antiguo imperio babilónico, fue el miembro mejor conocido de la dinastía
amorrea que rigió en Babilonia desde el 1830 a.C. hasta el 1550 a.C. Arca (a unos 130
kms. [80 millas] al norte de Sidón), Arvad (a unos 40 kms. [25 millas] al norte de Arca),
Zimura (Zemareos, a diez kms. [6 millas] al sur de Arvad), y Sin (una ciudad costera
fenicia al norte) eran todas ellas ciudades de Fenicia; y Hamal (la moderna Hama) se
hallaba en el valle del Orontes en Siria.
Es perturbador para muchos el que los pueblos que habitaban Canaán sean
clasificados como camitas en las Escrituras, en tanto que para la época en que aparecen
significativamente en la palestra de la Historia, durante el segundo milenio a.C., eran
evidentemente semíticos, por lo menos en cuanto al lenguaje. Este hecho no presenta un
verdadero problema, debido a que el lenguaje no es una indicación necesaria de
nacionalidad. Es evidente que para el 2000 a.C. los semitas se habían infiltrado tan
extensamente en el área de Canaán que habían dado forma a los elementos de la cultura
del área a su propia imagen. Aquella mezcla había afectado también a Seba en la Arabia
suroccidental, de manera que el pueblo de allí podía ser descrito como descendiente de
Cam (v. 7) y de Sem (v. 28). Asimismo, los descendientes de Cus son señalados como
establecidos en Mesopotamia en una época temprana (como se ha señalado
anteriormente), aunque durante gran parte de la historia antigua fueron los semitas los
que tuvieron el dominio. Así, queda evidente del versículo 22 que los pueblos de allí
descendían también de Sem. También es interesante observar que se dice que los heteos
habían descendido de Cam, pero que los heteos del período del reino y del imperio hitita
eran indoeuropeos. En realidad, lo que sucedió es que los jafetitas indoeuropeos
invadieron el Asia Menor poco después del 2000 a.C., y vinieron a ser la clase
gobernante en la nueva sociedad hitita, dominando al populacho que estaba ya asentado
en el área.
Generalizando, parece que después del diluvio los jafetitas se dispersaron desde la
región del Ararat en dirección ñor- y suroccidental alrededor del mar Negro. Los camitas
se movieron hacia el sur, a Mesopotamia y al sudoeste hacia el Asia Menor oriental, a
través de Canaán y a África. Los semitas se expandieron hacia el sur a Arabia y se
infiltraron gradualmente en Mesopotamia y Canaán, de forma que estas áreas llegaron
a ser conocidas como enclaves semíticos. Además, fueron también a dominar Seba
(como ya se ha señalado) y llegaron a cruzar África, entrando en Etiopía y estableciendo
allí una línea que pretendía descender de Salomón. Aquella dinastía terminó cuando
Haile Selassie fue destronado en 1974.
Los semitas (10:21—32). La atención se centra ahora en Sem y sus descendientes y
sigue enfocada en ellos a través del resto del Génesis. Este pueblo recibe comúnmente
el nombre de semitas. Los semitas se hallan divididos lingüísticamente en: semita
noroccidental (arameo, fenicio, ugarítico, cananeo, hebreo, moabita), semita meridional
(árabe y etiópico), y semita oriental (acadio, babilónico y asirio).
De inmediato en el versículo 21, se nos informa de que para el escritor la rama más
importante de los semitas eran los “hijos de Eber,” que naturalmente incluía entre ellos
a “Abram el hebreo” (Génesis 14:13). “Eber” provee el origen aparente de la palabra
hebreo y proviene del verbo que significa “pasar a otro”. Hay dos ramas principales de
la familia de Eber: Joctán y Peleg. El primero queda delineado aquí y el segundo queda
reservado para el capítulo 11, donde se introduce la familia y la biografía de Abraham.
La mayor parte de los lugares mencionados en 10:21—32 son difíciles de localizar de
una forma específica, pero tienen que situarse en la vecindad general de Arabia o de las
tierras colindantes. Elam estaba, naturalmente, justo al oriente de Mesopotamia; su
capital era Susa, escenario del drama de Ester y punto de partida de las actividades de
Nehemías. Asur estaba en el norte de Mesopotamia, y Arfaxad se considera, por parte
de algunos, como habiendo estado situado al noreste de Nínive. Aram tenía su centro en
Damasco, en Siria, y Aram es la región adyacente de Mesopotamia noroccidental. Lud
es identificada como Lidia, en el Asia Menor occidental, donde fue establecida una
colonia comercial asiria alrededor del 2000 a.C. Seba era un reino del sur de Arabia
conocido por sus perfumes, oro y piedras preciosas. A Ofir, también un centro productor
de oro pero todavía sin localizar, se le sitúa a lo largo de la costa de África oriental.

La Torre de Babel (11:1—9)


El diluvio había erradicado multitudes de gentes pecadoras, pero no la naturaleza
pecaminosa. Nadie sabe cuánto tiempo había transcurrido desde el diluvio, pero es
evidente que sus efectos habían perdido su impacto. En un esfuerzo por glorificarse y
fortificarse a sí mismos y para impedir que se cumpliera la voluntad de Dios en la
dispersión de las razas, los pueblos de la tierra proyectaron y pusieron en marcha la
construcción de una torre inmensa en la baja Mesopotamia.
En aquella época “tenía entonces toda la tierra una sola lengua y un mismo
vocabulario.” El hebreo parece indicar que no habían aparecido aún los varios dialectos.
Bajo tales condiciones, la comunicación entre los pueblos era rápida, y los planes para
el proyecto de construcción se propagaron con rapidez. Al dispersarse la población
“hacia oriente,” hacia el sudeste desde la región de Ararat, llegaron a una “llanura en
Sinar” (Babilonia) y “se establecieron allí.” Al final decidieron llevar a cabo un
impresionante proyecto de construcción y se exhortaron animadamente los unos a los
otros: “Vamos, hagamos ladrillo.... Vamos, edifiquémonos.” A falta de madera y de
piedra en una región de sedimentos depositados por agua, utilizaron arcilla para hacer
ladrillos; y los extensos depósitos de asfalto del Valle de Mesopotamia les proveyeron
de mortero. En su soberbia trataron de construir una ciudad y una torre como punto de
reunión y como símbolo o memorial de su grandeza. Génesis no nos dice que trataran
de llegar al cielo mediante esta torre ni que intentaran utilizarla para fines de adoración.
En hebreo se la denomina simplemente como migdal (“torre”), que pudiera ser útil para
la defensa o para otros propósitos. Por ello, es dudoso que esta torre tuviera alguna
relación con los zigurats o torres escalonadas de la antigua Mesopotamia, construidas
para fines de culto y coronadas con un templo en el nivel superior. (Se mantiene
comúnmente en los círculos teológicos liberales que el zigurat en Babilonia o cerca de
Birs Nimrud figuró en un mito posterior creado para dar cuenta del origen de los
lenguajes.) Además, los zigurats se desarrollaron en Mesopotamia a principios del tercer
milenio a.C., mucho después de la aparición de los lenguajes y de los dialectos en la
región.
El pecado de los constructores como mínimo fue doble. En su soberbia quisieron
hacerse un nombre. Así, no ahorraron ningún esfuerzo en erigir una estructura tan
colosal que les diera gran gloria a sí mismos. Pero su mayor preocupación era que
pudieran tener un punto de reunión a fin de poder evitar ser “dispersados sobre la faz de
toda la tierra” (v. 4). En directa rebelión al mandato específico de Dios de que fueran
fructíferos, y se multiplicaran, y llenaran la tierra (ver Génesis 9:1), trataron de impedir
ser dispersados. Y trataron de obtener un elemento de cohesión inventado por ellos
mismos, en lugar de reunirse alrededor de un centro de unión señalado por Dios.
Aquellos constructores descubrieron que con su unidad de propósito espiritual anulada,
precisaban de un elemento de cimentación social de su propia imaginación. Stigers llega
a la conclusión de que al hacerse un nombre para sí mismos, también trataron de crear
un poder imperialista mundial, que facilitaría el progreso de designios perversos al ir en
declive la influencia del bien sobre la tierra.5
“Y descendió Dios” es otra forma de decir: “Dios intervino.” En lugar de dejar que
las cosas siguieran su rumbo, como generalmente hace, Él interfirió con un juicio para
detener lo que los hombres “estaban edificando.” Observó con aprensión: “Han
comenzado la obra.” Si tenían éxito en su aventura, tendrían aliento para empezar casi
cualquier cosa. Sus esfuerzos tendrían como resultado un elevado grado de éxito debido
a su unidad de lenguaje, a su facilidad de comunicación. Así que el curso evidentemente
más práctico de acción era el de crear barreras a la comunicación, perturbar su capacidad
de seguir con una actividad unificada. Dios tomó la determinación de “confundir su
lenguaje” a fin de impedir que siguiera la edificación. Incapaces de comunicarse, se
dispersaron en pequeños grupos en todas direcciones y así cumplieron el henchimiento
de la tierra que Dios había ordenado anteriormente. Es evidente que el juicio tuvo lugar
______________________
5. Ibid., p. 129.
antes de la dispersión mencionada en el capítulo 10 (cp. 10:5, 32). Al esparcirse la gente,
la obra en la torre y en la ciudad ya no era factible. El repetido uso del nombre Yahweh
en el hebreo de este pasaje destaca la misericordia de Dios y su redención. Al confundir
su lenguaje y al dispersarlos, Dios impidió que los hombres atrajeran corporativamente
sobre sí mismos un mayor mal y que así se hicieran aún más daño. “Descendamos”
indica pluralidad en la Deidad y es un apoyo al concepto de la trinidad.
“Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí Yahweh hizo confusión de
todos los lenguajes de la tierra”.6 Babel significa “puerta de Dios,’’ pero aquí hay un
juego de palabras. “Confundir” proviene del verbo balal, una firma del cual, balbel, se
contrae a Babel. Dios llamó el lugar donde ejecutó el juicio Babel debido a que allí
confundió el lenguaje. “Babilonia” es una traducción de la misma palabra hebrea que
“Babel.” Un paso principal del retorno de la humanidad para salir de aquella confusión
tuvo lugar en Pentecostés en la predicación del Evangelio, de tal manera que podía ser
comprendido por aquellos que hablaban muchos idiomas. La reversión definitiva se
predice en Sofonías 3:9: “En aquel tiempo devolveré yo a los pueblos pureza de labios,
para que todos invoquen el nombre de Jehová, para que le sirvan de común
consentimiento” (RV).7 Babilonia vino a ser símbolo de impiedad y de una sociedad
impía en las Escrituras, y en Apocalipsis caracteriza lo último en corrupción moral
(Apocalipsis 18:1—5).

La ascendencia de Abraham (11:10—32)


Al dispersarse los clanes de la tierra, cada cual por su camino, y al ir apartándose cada
vez más de Dios, Él se buscó un pueblo propio que fuera un testimonio eficaz a Su
nombre en el mundo. Con presteza el historiador sagrado se lanzó a través de los siglos
con su relato genealógico hasta que vino a reposar sobre la familia de Abraham, de la
que el Mesías tenía al fin que surgir.
La disposición de la genealogía es posible que sea esquemática. Aparecen diez
generaciones, igual que en el capítulo 5. Es evidente que a los hebreos les gustaban las
divisiones equilibradas en las genealogías (cp. las tres listas numéricamente iguales de
catorce generaciones cada una en Mateo 1:17). Sabemos que las listas de Mateo no son
completas, y hay indicaciones de que las listas de Génesis 5 y 11 tampoco lo son. La
información que se da en este capítulo incluye la edad de un predecesor, cuando cada
persona nació y la duración de la vida del predecesor. Una comparación de esta
genealogía con la del capítulo 5 revela que tanto la longevidad como la edad de la
paternidad iban disminuyendo gradualmente. Y en este capítulo no hay mención de
muertes como en el capítulo 5. Aquí el propósito de Dios no es el de enfatizar los efectos
del pecado, sino el de concentrase, en lugar de ello, en la marcha de la humanidad hacia
______________________
6. H. C. Leupold, Exposition of Genesis, 2 vols. (Grand Rapids: Baker, 1942), 1:390-391.
7. Derek Kidner, Génesis (Buenos Aires: Ediciones Certeza, 1985), p. 132.
adelante, hacia la venida del Redentor.
Al fin la lista genealógica llega a Taré, padre de Abram. No es necesario llegar a la
conclusión de que a la edad de 70 años Taré engendró a uno de ellos y que los otros
vinieron a continuación. Es de presumir que se mencione a los tres hijos debido a que
figuran de una manera significativa en la historia posterior. Nacor fue el padre de Betuel,
y Bctuel el padre de Rebeca, la amada esposa de Jacob. Harán fue, naturalmente, el
padre de Lot, que se halla en el centro de mucha de la narración que sigue.
El hogar familiar de Taré, y por ende de Abram, era Ur de los Caldeos. Aquella ciudad
ha sido situada por algunos en la Mesopotamia septentrional en años recientes, pero esta
idea no ha hallado amplio consenso; parece preferible la identificación tradicional de
esta localidad con la Ur, al norte del golfo Pérsico. En su máximo esplendor, alrededor
del 2000 a.C., es probable que Ur fuera la mayor ciudad del mundo durante, por lo
menos, parte de la vida de Abraham. Fuera donde fuera que hubiera seguido a Dios por
la fe, ello le hubiera llevado a un hogar de menor importancia. En tanto que el clan se
hallaba todavía en Ur, Harán murió, y Lot quedó huérfano. Este es el primer caso de un
hijo precediendo a su padre en la muerte, a excepción del asesinato de Abel. Y en tanto
que se hallaba todavía en Ur, Abram se había casado con Sarai, su media hermana, y
ella permaneció estéril por muchos años.
El versículo 31 parece casi implicar que Dios se le apareció a Taré y que le llamó a
que abandonara Ur, pero evidentemente este no es el caso. Dios se le apareció a Abram
todavía en Ur y le llamó a que abandonara su tierra y su parentela y a que fuera a una
tierra que Él le mostraría (Hechos 7:2—4). Aquella revelación hubiera podido coincidir
con la decisión de Taré de conducir a su clan a Harán, no importa la razón por la cual
decidiera hacerlo. Como hijo obediente, Abram siguió al patriarca, y permaneció con
Taré en Harán hasta que este murió. Abram siguió la luz que tenía; después de la muerte
de su padre Dios le ordenaría de nuevo que se pusiera en marcha a una tierra que Dios
le revelaría (Génesis 12:1). No hay indicación de que Abram fuera desobediente a Dios
por ir solamente hasta Harán con su padre ni que Dios estuviera enojado con él por una
obediencia incompleta. No sabía dónde estaba la tierra prometida de Dios. Fue
comentario de Moisés que Harán fuera la primera estación en el camino a Canaán
(Génesis 11:31). Es evidente que Taré y otros miembros del clan de Abram eran
idólatras en Ur (Josué 24:2), ciudad especialmente dada a la adoración del dios Luna.
Harán era también un centro de adoración a la luna, y posiblemente por esta razón Taré
decidiera quedarse allí. La edad de Taré de 205 años a su muerte (v. 32) presenta una
dificultad, asumiendo que Abram hubiera nacido cuando su padre tenía setenta años (v.
26). Esto haría que Abram tuviera 135 años cuando su padre murió, aunque Génesis
afirma que tenía 75. El problema puede resolverse admitiendo que Abram fuera el hijo
menor de Taré, y que se le relaciona a él primero en el versículo 26 debido a su
importancia. Una solución alternativa se halla en el texto samaritano del Génesis, que
dice que Taré tenía 145 años a su muerte.
6

ABRAHAM: EL PACTO Y LOS


PRIMEROS AÑOS EN CANAÁN

GÉNESIS 12:1—17:27
Abraham (Abram) fue una de las figuras más significativas de todas las Escrituras y,
en realidad, de la Historia. Fue el padre de los israelitas a través de Isaac, el hijo de la
promesa, y padre de los árabes a través de Ismael. Fue el antepasado del Mesías (Mateo
1:1) y el padre espiritual de todos los que comparten su fe por el Espíritu Santo
(Romanos 4:11-12). La ejercitación de su fe, en la respuesta al llamamiento de Dios
para que dejara su hogar y en el acto de ofrecerle a su hijo Isaac, provee unos ejemplos
destacados de la fe para los creyentes de todas las edades (Hebreos 11:8—19). Y el
pacto de Dios con Abraham provee una base para la preservación del judío, la esperanza
milenial, y la ordenación de los asuntos del mundo al fin del siglo.

Primer anuncio del pacto y obediencia inicial (12:1—9)


Probablemente el versículo 1 registra la segunda aparición a Abram para llamarle de
entre su parentela y su sociedad pagana. El primer llamamiento lo había tenido en Ur,
este otro en Harán, después de la muerte de Taré. Esta vez Dios empieza a anunciar las
provisiones del pacto abrahámico. Estas son en primer lugar personales: “Te bendeciré;”
“engrandeceré tu nombre;” “serás bendición.” La bendición sobre él puede ser
considerada como la obtención de un heredero, regocijo espiritual, y provisión material.
Su nombre sería engrandecido al ser conocido como padre de los fíeles y padre de una
nueva raza de gente. La bendición de Abram a otros tendría lugar en sus propios días al
actuar como sal preservadora (p. ej., al rescatar a la gente de la llanura, Génesis 14; Lot,
Génesis 19) y se extendería a generaciones posteriores a través de Cristo, o de otros
descendientes destacados.
Las provisiones del pacto se relacionaban también específicamente con sus
descendientes. Iba a ser el padre de “una gran nación.” Pero el pacto fue más allá de su
posteridad al incluir a “todas las familias de la tierra.” Aquello podía ser cumplido
solamente a través del ministerio de Cristo y de las Escrituras (que serían redactadas por
los descendientes de Abraham).
Además, Dios anunció que el tratamiento de los descendientes de Abraham
constituiría una base para la bendición o el juicio de las naciones (v. 3). Una y otra vez
funciona este principio en los profetas al pronunciar esta sentencia sobre las naciones
que rodeaban a Israel por el trato dado a Su pueblo escogido.
Las demandas del llamamiento y pacto de Abram eran la fe y la obediencia: fe para
creer que Dios cumpliría lo prometido por Él, y obediencia al mandato de que dejara su
hogar y parentela y fuera a una tierra elegida por Dios, evidenciando así su fe. Cumplió
totalmente los requisitos.
Es presumible que Abram obedeciera sin tardanzas indebidas, partiendo a la edad de
setenta y cinco con su esposa, su sobrino Lot, y algunos siervos y pertenencias. Es
evidente que no sabía todavía donde estaba la tierra prometida, pero tuvo el impulso de
ir en dirección de Canaán. Es probable que la ruta le llevara a través de Damasco (cp.
Génesis 15:2-3) y después hacia el sur, a Siquem. Allí, entre el monte Ebal y el monte
Gerizim (a unos 48 kms. [30 millas] al norte de Jerusalén), Dios se le apareció de nuevo
a Abram y pronunció todavía otro aspecto del pacto: Él daría un día Canaán a los
descendientes de Abram. Abram no era todavía lo suficientemente fuerte para expulsar
a los cananeos y tomar sus tierras. Y tampoco habían llegado a ser tan viles las
condiciones morales de los cananeos como para impulsar a Dios a ordenar a los hebreos
que los exterminaran, como sí sucedió en la época de la conquista. Con gratitud, Abram
erigió un altar en acción de gracias y adoración.
Siquem vino a ser un importante centro para los israelitas. En la época de Josué, todo
Israel se reunió allí para escuchar las bendiciones de la Ley (Deuteronomio 11:29) y
más tarde para oír el discurso de despedida de Josué (Josué 24:2—28). Cuando Roboam
intentó sofocar la revuelta que dividía el reino, se encontró con príncipes del pueblo de
Siquem, sin resultado satisfactorio (1 Reyes 12:1). Muchos siglos después de que el área
hubiera venido a ser un baluarte de la adoración samaritana, Jesús la dignificó son Su
presencia y ministerio (Juan 4).
Posteriormente, Abram pasó más al sur, hacia Bet-el (a unos dieciséis kms. [10
millas] al norte de Jerusalén) y erigió un altar en sus alrededores. Después siguió en su
viaje al sur, hacia el Neguev y atravesó así toda la tierra de norte a sur. Quizás estuviera
dedicado, en cierto sentido, a una misión de reconocimiento.

Peregrinación a Egipto (12:10—20)


No mucho tiempo después de que Abram entrara en Canaán, un hambre severa azotó
la zona. Fuera o no enviada o permitida especialmente por Dios, demostró ser una
prueba de la fe del patriarca. Es evidente que Abram fracasó en esta prueba y que intentó
dar solución propia a sus problemas. Cuando la sequía dañó la agricultura de Palestina
y hubo escasez de alimentos, se dirigió a la agricultura de irrigación de Egipto para
solucionar sus dificultades.
Ir a Egipto no era en sí mismo un acto pecaminoso, como tampoco lo fue para Israel
en los días de José, o para la sagrada familia después del nacimiento de Cristo. El fallo
de Abram consistió en que no procuró la voluntad de Dios, ni clamó a Él en busca de su
sostenimiento. Además, su pecado quedó complicado por su engaño. Temiendo por su
vida, presentó a su esposa como hermana suya. En realidad, era medio hermana (Génesis
20:12), y esta verdad a medias era probablemente parte de un plan preconcebido
adoptado poco después de abandonar Harán (Génesis 20:13). Es evidente que la
duplicidad era mutuamente ventajosa, porque la muerte de Abram hubiera dejado a
Sarai sin protección en una tierra extraña. En aquella época Abram tenía alrededor de
75 años (12:4) y Sarai tenía unos diez años menos (Gn. 17:17). Es evidente que para
estos patriarcas no solamente la vida era más prolongada, sino que los procesos vitales
también se extendían a un mayor número de años. Con alrededor de 65 años de edad,
Sarai todavía tenía la apariencia de una mujer joven capaz de criar.
Sucedió como Abram había temido. La belleza de Sarai fue proclamada y terminó en
el harén del faraón. Los regalos acostumbrados fueron entregados al guardián de la
mujer, en este caso su “hermano.” Ahora Dios tenía que intervenir debido a que si
Abram perdía a Sarai, el pacto abrahámico, el surgimiento de la nación hebrea como
testigo de Dios en el mundo, y todo lo preparado para la venida del Mesías, quedaría
comprometido. Mediante plagas impuestas a Faraón y a su casa, Dios informó de alguna
manera a Faraón de la verdadera relación entre Abram y Sarai.
Faraón reprendió duramente a Abram y le expulsó del país. Así, volvió a la tierra
prometida, que, evidentemente, nunca hubiera debido dejar, en primer lugar. Abram
estuvo en silencio ante la reprensión del Faraón. ¡Qué triste es cuando los incrédulos
evidencian una mayor integridad que los creyentes, y tienen que juzgarlos por sus
fracasos! Dios nunca cubre las faltas de los “héroes de la fe,” y esto se señala en
ocasiones como evidencia de inspiración. Si las Escrituras tuvieran un origen
meramente humano, es de presumir que el autor trataría de cubrir algunos de estos fallos
a fin de narrar una historia favorable.

Separación de Lot (3:1—18)


Expulsado de Egipto, Abraham volvió a Canaán a través del “Neguev.” El Neguev es
un gran triángulo de tierra, con un ápice sobre el golfo de Akaba (un brazo del mar Rojo)
y su base sobre una línea que se extiende hacia el este y hacia el oeste y corriendo al sur
de Beer-seba. Las exploraciones han mostrado que el Neguev estuvo salpicado de
numerosos establecimientos entre el 2000 y el 1800 a.C. pero que no existieron durante
largos períodos de tiempo antes y después de estas fechas. Estos establecimientos hacían
posibles los viajes de gentes y de rebaños y manadas a través de una región árida, y
ayudan a asignar una fecha al período patriarcal. Si se acepta sin dudar el cálculo en
base al texto hebreo, es posible llegar a una fecha bastante firme de la época de
Abraham. Naturalmente, es necesario contar hacia atrás. Salomón empezó a reinar el
970 a.C. y se afirma en 1 Reyes 6:1 que el éxodo había tenido lugar 480 años antes del
cuarto año del reinado de Salomón, o sea, alrededor del 1446. Éxodo 12:40-41 data la
entrada de los patriarcas en Egipto 430 años antes, alrededor del 1876. De un estudio de
Génesis 12:4; 21:5; 25:26; y 47:9, se deduce que los patriarcas peregrinaron por Canaán
durante 215 años, entrando allí alrededor del 2091. De estas referencias es evidente que
Abraham entró en Canaán a la edad de 75 años, Isaac nació cuando él tenía 100 años,
Isaac tenía 60 años cuando nació Jacob, y éste tenía 130 cuando se entrevistó con
Faraón. Así, habían transcurrido un total de 215 años entre la entrada de Abram en
Canaán y la entrada de Jacob en Egipto. Si Abraham tenía 75 años cuando entró en
Canaán, su nacimiento hubiera tenido lugar el 2166 a.C.
Abraham, Jacob y José, como la caravana que vendió al último a la esclavitud en
Egipto, precisaban de una línea de establecimientos que facilitaran su viaje a través de
esta inhóspita área. La riqueza de Abraham no se mide meramente por sus ganados, sino
también por su plata y oro. Las posesiones de Abraham y la utilización de metales
preciosos ha llevado a Cyrus Gordon a pensar que Abraham era un príncipe mercader.1
(Ver también pasajes como el de Génesis 23:16, con su referencia a plata “de buena ley
entre mercaderes”.)
Al viajar Abram hacia el norte, llegó finalmente a la vecindad de Bet-el, donde erigió
por primera vez un altar para adoración después de su entrada en Canaán. Allí “invocó
el nombre de Jehová,” lo que probablemente significa que restauró su comunión con
Dios. Volvió a la vida de dependencia de Dios por fe.
Lot había viajado desde Mesopotamia a Canaán con Abram. Es evidente que había
acompañado también a su tío a Egipto, pero que no tuvo un papel importante en los
eventos que sucedieron allí. Ahora aparece de nuevo en el centro del drama. Los rebaños
y las manadas de Abram y de Lot se habían multiplicado mucho, y no habían suficientes
tierras de pastos y pozos de aguas para proveer para todos ellos si se quedaban juntos.
Antes la tierra había provisto recursos inadecuados a causa del hambre; ahora “no era
suficiente” debido al crecimiento de los ganados. De manera que se presentó una nueva
prueba para la fe de Abram. Los conflictos por los escasos recursos eran cada vez más
frecuentes entre los pastores de Abram y de Lot. El problema se complicaba por el hecho
de que los cananeos y fereceos también compartían la tierra con ellos. Estos últimos
pueden haber sido solamente una de las tribus de Canaán en Palestina más bien que un
grupo étnico separado.
Habiendo renovado su fe cerca de Bet-el, Abram estaba ahora mejor preparado para
afrontar los apremiantes problemas de la vida. Al tratar con Lot, demostró sabiduría,
generosidad y visión. Sabiamente se dio cuenta de que la mejor manera de vencer la
falta de recursos era que él y Lot se separaran. Generosamente ofreció a Lot que eligiera
las mejores tierras de Palestina, rehusando afirmar sus propios derechos y esperando en
Dios para que Él supliera sus necesidades. Evidenciando una gran penetración,
reconoció que no podían permitirse enredarse en peleas ante un mundo pagano: “porque
somos hermanos.”
Cuando Lot “vio toda la llanura del Jordán,” observó que era “toda ella de riego, . . .
______________________
1. Cyrus Gordon, “Abraham and the Merchants of Ura,” Journal of Near Eastern Studies, Enero
1958, pp. 28-30.
como la tierra de Egipto.” Era verde y productiva hasta tan al sur como Zoar en aquellos
tempranos días (13:10; cp. 19:22). Estas condiciones tan feraces hubieran sido muy
ajenas para el pensar de los lectores de la época de Moisés o posteriores, debido a que
para entonces el juicio de Dios sobre Sodoma y Gomorra había reducido esta región a
una condición estéril, abrasada. Una información de este tipo es de ayuda para la
presentación de la causa en contra de la afirmación de algunos críticos de que Génesis
sea una compilación de fuentes originadas en Palestina durante el primer milenio a.C.
Tales escritores no hubieran conocido la condición anterior de la región.
Lot eligió un área que le daría ventajas económicas, sin considerar sus efectos fatales
sobre él mismo. Sencillamente, no podría mantenerse en contra de la desenfrenada
maldad de Sodoma. El curso de la caída espiritual de Lot empezó cuando él “fue
poniendo sus tiendas hasta Sodoma” (v. 12, RV), y siguió al pasar a vivir a la ciudad y
al asentarse allí en una casa, y al venir a ser uno de sus ancianos y al sentarse en uno de
los puestos de liderazgo, en “la puerta de la ciudad” (Génesis 19:1). Estas etapas de
declinación son reminiscencias del Salmo 1:1: “Bienaventurado al varón que no anduvo
en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se
ha sentado” (RV, énfasis añadido). Aunque afectado por el pecado de su ambiente, Lot
nunca capituló plenamente ante él; estaba “angustiado por las vidas impuras de hombres
sin ley” y “atormentado . . . por los actos inicuos que veía y oía” (2 Pedro 2:7-8).
Abram se quedó en la tierra de Canaán, en las tierras altas, donde el agua y los
alimentos eran algo menos abundantes que en la llanura del Jordán, pero donde habían
menos personas y mayores oportunidades para la expansión. Después de mirar a las
fructíferas tierras del Valle del Jordán, Lot había hecho una decisión basada en la vista.
Por la fe Abram siguió a Dios en Canaán, y tuvo su recompensa a la vista. Dios le dijo
que alzara sus ojos y que mirara a su alrededor. En confirmación y elaboración adicional
del pacto abrahámico, Dios le prometió a Abram la tierra de Canaán en perpetuidad: a
él y a sus descendientes “para siempre.” Y aquella promesa se aplicaba no solamente a
la tierra hasta allí donde él podía ver, sino a todo “lo largo y ancho de la tierra” por
donde fuera vagando. Además, le declaró que su descendencia sería innumerable.
Después Abraham adquirió más “derechos de pastoreo”2 en el área del encinar de
Mamre (nombrado por un amorreo, Génesis 14:13) cerca de Hebrón. Hebrón se halla a
treinta kilómetros (19 millas) al sudoeste de Jerusalén, en el camino a Beerseba y la
localidad tradicional de Mamre a poco más de un kilómetro y medio al norte de Hebrón.
En Mamre se puede ver hoy en día un recinto bien construido erigido por el Emperador
Adriano en el siglo II d.C. Dentro se halla el “pozo de Abraham” y las minas de una
iglesia construida por Constantino encima del santuario pagano de Adriano. Y se supone
que el santuario de Adriano se construyó encima del sitio del altar de Abram en un
esfuerzo deliberado por profanar aquel lugar santo.
______________________
1. Harold G. Stigers, A Commentary on Genesis (Grand Rapids: Zondervan, 1976), p. 146.
Liberación de Lot (14:1—24)
Así como la riqueza de la llanura del Jordán había atraído a Lot, así atrajo a invasores
extranjeros. Una coalición de cuatro reyes orientales había conquistado Siria,
Transjordania, y la llanura del Jordán. Después de trece años de dominación foránea,
estos pueblos subyugados se habían rebelado contra sus conquistadores y se alzaron
para liberarse. Los reyes orientales lanzaron entonces una fiera expedición de castigo
que aplastó totalmente a los pueblos de la Transjordania. Cuando los invasores llegaron
a la llanura del Jordán, los reyes de las cinco ciudades (Sodoma, y las otras) que estaban
situadas allí determinaron resistirles, pero fueron rotundamente derrotados. Es posible
que no hubiera quedado preservado el registro de este hecho a no ser porque Lot, su
familia y posesiones fueron capturados en el saqueo general que siguió a la derrota.
Los críticos acostumbraban a dudar de la validez histórica de este relato sobre la base
de que los nombres de los reyes de Mesopotamia eran ficticios; de que no habían
comunicaciones entre Mesopotamia y Palestina en época de Abraham; y de que no
existía tal ruta para marchar hacia Transjordania. Ahora todo esto ha cambiado. Los
nombres de los reyes han probado ser lingüísticamente identificables, aunque no hayan
sido relacionados todavía con gobernantes específicos. Se han hallado evidencias de
tales comunicaciones y la ruta de la conquista (más tarde llamada “camino real,”
Números 20:17; 21:22) tiene una historia continua de utilización desde el tercer milenio
a.C. hasta el presente. De hecho, en la actualidad se puede ir en automóvil por una
carretera asfaltada que sigue esta ruta. Además, las evidencias arqueológicas e históricas
muestran que alrededor del 2000-1900 a.C. la civilización de la Transjordania quedó tan
totalmente barrida que no pudo recuperarse durante siglos. Es tentador identificar
aquella masiva destrucción con la expedición de castigo de Génesis 14.
El valle de Sidim, donde resistieron el rey de Sodoma y sus compatriotas, era ya, para
la época de Moisés, el “mar Salado” (v. 3). Evidentemente, durante los varios siglos
transcurridos entre Abraham y Moisés, el mar Muerto fue subiendo gradualmente y
cubrió mucha parte del valle de Sidim, cubriendo a Sodoma y a las ciudades que antes
habían estado allí. El punto de vista actual es que ocuparon la tierra que ahora está
sumergida en la cuenca poco profunda del sur del mar Muerto.
Cuando llegaron a oídos de “Abram el hebreo” las noticias de la derrota y de la
captura de Lot (la primera vez que se utiliza esta apelación de Abram) estando él en
Mamre, de inmediato preparó una expedición. Pudo movilizar a “318 hombres nacidos
y criados en su casa,” evidentemente retenidos para proteger sus considerables
propiedades. Y estaba confederado con tres jefes locales —Aner, Escol y Mamre— que
pueden haber tenido bandas de mercenarios, o que por lo menos se aprovecharían de la
oportunidad de obtener botín. Tiene que quedar abierta a la especulación cual fuera la
cantidad de hombres que acaudillara Abram. Cubrieron con toda presteza los 200
kilómetros (120 millas) desde Mamre hasta Dan, donde interceptaron al enemigo. Si
hubieran andado toda aquella distancia hubieran quedado exhaustos; las mulas no les
hubieran podido llevar hacia el norte con tanta rapidez. Se ha sugerido que se lanzaron
a una rauda persecución a lomos de camello. En todo caso, lanzaron un ataque sorpresa
por la noche en una acción contra la retaguardia, dividiendo sus fuerzas en más de una
compañía (v. 15) para dar la impresión de mucho mayor número del que realmente eran.
Probablemente tuvieron también la ayuda divina. Después del ataque persiguieron a las
desbandadas fuerzas orientales por todo el camino hasta Hoba, al norte de Damasco,
para asegurarse de que no podrían reagruparse y volver hacia el sur. Entonces dieron la
vuelta hacia el sur y recogieron a los prisioneros y al botín y volvieron a Sodoma.
Desconocemos cuanto tiempo se precisó para toda la operación.
El hecho de que Abram tuviera 318 hombres adiestrados en su séquito nos da una
idea del tamaño del establecimiento patriarcal. Si aquellos hombres estaban casados
(como sería probable si daban un servicio permanente o estaban en servidumbre) y
tenían como promedio solamente un hijo, Abraham, como patriarca, hubiera regido y
conducido en la adoración a una comunidad de mil personas o más. Una compañía así
le hubiera dado un poder y un prestigio considerables, y también seguridad personal,
pero le hubiera creado numerosos problemas de suministro.
Al ir Abraham hacia el sur después de la derrota de los cuatro reyes del oriente, se
encontró con dos personas importantes: el rey de Sodoma y el rey de Salem. El rey de
Sodoma salió a recibirlo al valle de Save, o valle del Rey (v. 17). Es evidente que estaba
cerca de Jerusalén; la mayor parte de los comentadores lo identifican con Cedrón al este,
pero algunos con Himnom al oeste y sur de la ciudad. Es probable que las noticias de la
victoria de Abram viajaran rápidamente hacia el sur, y que el rey de Sodoma hubiera
viajado hacia el norte para encontrarse con el vencedor y expresarle su gratitud, y para
llegar a un acuerdo con él, a fin de volver a recuperar a su gente y a sus bienes.
Probablemente que, incluso antes de que Abram y el rey de Sodoma se encontraran,
Melquisedec (que significa “rey de justicia”), rey de Salem (una forma abreviada de
“Jerusalén”), había ya saludado al vencedor. Después de presentar “pan y vino,”
provisiones necesarias para unas tropas hambrientas y sedientas, dio su bendición a
Abraham. Como “rey” de Jerusalén y “sacerdote” del “Dios Altísimo,” a quien Abram
adoraba, Melquisedec demostraba con esta bendición su amistad y posiblemente su
parentesco espiritual. Sea que quedara como un remanente en la tierra del verdadero
monoteísmo original, o fuera un recipiente de una revelación especial como Abram,
queda como cuestión abierta. En todo caso, reconoció la victoria de Abram como
resultado de una intervención divina. Aceptando la verdad de este pronunciamiento,
Abram llegó a la conclusión de que el botín de la guerra pertenecía a Dios.
Reconociendo este hecho, dio un diezmo del botín a Melquisedec.
Es evidente que fue mientras se estaba valorando el botín y siendo repartido, cuando
entró en escena el rey de Sodoma. Quizás temiendo que el vencedor quisiera guardar a
los cautivos como esclavos o venderlos a la esclavitud, el rey de Sodoma ofreció el botín
a Abram si daba libertad al pueblo. La respuesta de Abram es clara: “He alzado mi
mano,” o jurado a Dios, “que nada aceptaré de lo que es tuyo.” Efectivamente, no iba él
mismo a manipular el control de la tierra prometida, sino que iba a esperar en Dios que,
evidentemente, era el que controlaba todas las cosas. No iba a utilizar los despojos para
su propia ventaja, ni iba a aprovecharse de sus aliados, ni se iba a aliar con la gente de
la llanura del Jordán. Nada tomaría para sí ni para sus hombres; sus aliados recibirían
su parte; la gente de la llanura se iría libre a su casa y se llevarían sus bienes consigo.
Esta magnanimidad y confianza en Dios atrajeron la respuesta divina que se describe en
el capítulo 15.
Pero ante todo se debe hacer un comentario adicional acerca de Melquisedec, debido
a que en Hebreos 7 se hace una extensa referencia de él. A Melquisedec se le debe
considerar como un tipo de Cristo, cuyo sacerdocio era de un orden superior al de Aarón.
El argumento de Hebreos parece ser que así como Melquisedec no ejerció su sacerdocio
por descender de una familia sacerdotal, sino por haber sido designado directamente por
Dios, así Cristo no ejerció su sacerdocio por descender de la línea sacerdotal de Leví,
sino por la designación directa de Dios.

La confirmación del pacto (15:1—21)


Como quedó evidente de la afirmación de Abram al rey de Sodoma, estaba confiando
totalmente en Dios para que cumpliera Sus promesas pactadas. Pero los años iban
pasando y no había evidencias de que Dios fuera a mantener Su palabra. Especialmente,
Abram no tenía todavía un hijo, y difícilmente se podía esperar que Sarai fuera a tener
uno a su avanzada edad. Con frecuencia, Dios parece retardar Su intervención hasta que
la situación se vuelve totalmente desesperada; entonces la solución tendrá que venir de
Él y la gloria será Suya. Este sería el caso con Abram y Sarai al pasar el tiempo
implacablemente, hasta que Sarai llegó a sus noventa y tuvo entonces un hijo; y también
con la hija de Jairo y Lázaro, permitiendo Dios que las enfermedades de ambos
desembocaran en la muerte, a fin de que pudiera ser demostrado el maravilloso poder
de Dios en la resurrección (ver Lucas 8:41—56; Juan 11:1—46).
En medio de la consternación de Abram, Dios se le apareció en una “visión.” Algunos
comentaristas tratan de distinguir entre visiones, sueños, trances, y similares, pero es
mejor no dejarse atrapar aquí en una discusión de tecnicismos. El hecho importante a
señalar es que Dios se estaba revelando a Abram, de una manera que se tiene que
distinguir claramente de cualquier tipo de percepciones personales subconscientes o
muy intensas. Es evidente que esta es la quinta ocasión en que Dios se revelaba a Abram.
La exhortación “no temas” (v. 1) ha sido relacionada por algunos con una posible
represalia de los reyes del Oriente, pero el contexto indica que el principal temor de
Abram era el de quedarse sin tener hijo.
Abram se dirigió a Dios como “Adonai Yahweh,” indicando el primer nombre Señor,
y el segundo guardador del pacto. Esta rara forma de apelación es traducida bellamente
por la Nueva Versión Internacional: “Señor soberano.” Entonces Abram le pregunta
lastimeramente, “¿Qué me darás?” o, “¿Qué pudieras darme, siendo así que no tengo
ningún hijo?” Condicionado por su medio social, el patriarca Abram asumió que su
mayordomo de confianza, Eliezer, sería su heredero si él moría sin hijos. Los textos
sociales de Nuzi, en el norte de Mesopotamia, demuestran que era normal para las
parejas sin hijos adoptar un siervo o alguna otra persona joven como heredero. Entonces
Dios declaró de forma categórica que su heredero sería su propio hijo natural y afirmó
que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas de los cielos. Abram había
preguntado: “¿Qué me darás?,” o “¿Qué puedes darme?” Dios vino a responderle:
“Descendientes tan numerosos como las estrellas si puedes contarlas.” Dios podía hacer
algo que abrumara la mente de Abraham.
El patriarca confió sin reserva alguna en la palabra de la promesa de Dios; “creyó a
Yahweh,” el guardador del pacto. “Y Dios se lo contó como justicia.” Confió implícita
e inequívocamente en el “Señor Soberano” como Aquél superior a todos los procesos
naturales y Aquél que haría lo que había prometido; y sobre la base de la fe de Abram
Dios le justificó, o le declaró justo. Pero este no fue el primer ejercicio de la profunda
fe de Abram en Dios; evidentemente, esto tuvo lugar por primera vez cuando Dios le
llamó en Ur (Hebreos 11:8—10). La afirmación de la fe salvadora es la base de la gran
declaración de la justificación por la fe en Romanos 4 y en Gálatas 3 y demuestra que
la salvación viene sobre la misma base —la fe— en todas las edades.
En el versículo 7 Dios pasó a otra parte del pacto: la tierra a heredar. Abram parece
preguntar, en un espíritu de confianza reverente: “Oh Dios Soberano, ¿cómo puedo
saber que conseguiré la posesión de ella?” (NVI). La respuesta divina fue la de instruir
al patriarca para que hiciera los preparativos usuales para la solemnización de un pacto
(vv. 9-10; cp. Jeremías 34:18—20). Normalmente, ambas partes de un pacto pasarían
entre las dos mitades de los animales, pero en este caso solamente Dios lo hizo,
mostrando con ella la naturaleza unilateral e incondicional de las promesas dadas. Dos
noches y un día ocuparon las revelaciones y el pacto del capítulo 15. Dios utilizó las
estrellas como una lección práctica durante la primera noche. Durante el día Abram
preparó a los animales como Dios le había indicado y ahuyentó a las aves rapaces.
Entonces, a la puesta del sol una “terrible oscuridad,” el terror del Señor, descendió
sobre Abram, y un “horno humeando, y una antorcha de fuego” (v. 17, NVI) pasó entre
los animales divididos. Se trataba, evidentemente, de una teofanía o manifestación de
Dios, como lo fueron el pilar de fuego y de humo que condujo a la multitud de israelitas
en su marcha por el desierto. El establecimiento del pacto de Dios con Abram en aquella
ocasión contiene por lo menos tres elementos: (1) las fronteras de la tierra prometida;
(2) la variedad de pueblos que la habitaban; y (3) una afirmación con respecto a la
ocupación perpetua de ella.
Los límites de la tierra prometida son delineados como el río de Egipto y el río
Éufrates (v. 18). La palabra hebrea traducida por “río” de Egipto se refiere a un río de
flujo perenne y evidentemente tiene que aplicarse al Nilo; otras corrientes del sur de
Palestina y del Sinaí fluyen solamente durante la estación lluviosa. El afluente más
oriental del Nilo, el Pelusiaco, desemboca cerca del moderno Port-Said y por ello cerca
de la antigua línea de fortificaciones que protegían a Egipto de las bandas asiáticas. Así
podría aceptarse el afluente Pelusiaco como el límite con Egipto. La distancia desde
Port-Said al Éufrates es de unos 1000 kilómetros (600 millas), medidas en un arco. Es
evidente que los hebreos nunca han disfrutado de la posesión de toda esta tierra; el
cumplimiento del pacto tiene que ser reservado para el día milenial en los últimos
tiempos. La variedad de pueblos que ocupaban la tierra prometida en la época de Abram
se tabula en los versículos 19—21.
Una provisión importante del pacto abrahámico es que la ocupación perpetua de la
tierra (Génesis 13:15) no significa una ocupación ininterrumpida desde la época de
Abraham en adelante. Significa una ocupación permanente una vez que se haya tomado
toda la tierra. De hecho, se predice aquí un extenso período de exilio, seguido de otros
posteriores. Aquel período de servidumbre fue establecido en 400 años y, naturalmente,
fue en Egipto. Es posible que dicho período pueda ser considerado como un número
redondo, porque Éxodo 12:40 da un número más exacto de 430 años de peregrinación
en Egipto. O puede que el tiempo de servidumbre haya sido de 400 años, y el tiempo
total de peregrinación de 430 años, con unos treinta años de trato favorable por parte de
los egipcios, antes de que los esclavizaran. La referencia a la cuarta generación (Génesis
15:16) pudiera ser aproximadamente el equivalente a 400 años si se piensa en cuatro
términos de vida patriarcales.
La última declaración del versículo 16 es muy digna de atención: “Aun no ha llegado
a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí.” Esto implica que, en los consejos de la
justicia divina, se le permite a una nación determinada un grado determinado de
iniquidad antes de ser castigada de una forma más o menos severa, o pura y simplemente
aniquilada. Y parece que Dios trata con la nación cuando ha llegado a dicho nivel.
Después del período de esclavitud en Egipto, Dios dio órdenes a los hebreos para que
destruyeran totalmente a los amorreos (Deuteronomio 20:17). Es evidente que para
aquel entonces la iniquidad de los amorreos había “llegado a su colmo.”

El nacimiento de Ismael (16:1—16)


Siguieron pasando los años. Abraham tenía ahora 85 y Sarai 75. Todavía no había
nacido ningún niño para cumplir lo pactado. Entonces Sarai apremió en la búsqueda de
una solución al problema, una solución que era empleada ampliamente en el antiguo
Asia Occidental y que había sido incluso codificada por Hammurabi. Cuando una
esposa era estéril, podía proveerle una concubina a su esposo, por lo general una esclava,
a fin de que ella tuviera un hijo. El niño que nacía era entonces considerado como hijo
de la esposa y disfrutaba de plenos derechos legales. Tiene que tenerse presente que
Jacob accedió a este arreglo más tarde y que los hijos nacidos de este modo vinieron a
ser miembros de pleno derecho de la familia y cabezas de algunas de las tribus de Israel.
Pero por común que fuera esta práctica, no era la respuesta de Dios al clamor de Abram
por un heredero. El gran patriarca cayó del pináculo de la fe sobre el que había estado
subido en los capítulos anteriores y se dejó guiar por las circunstancias y por su esposa
en lugar de por Dios. Pablo compara, en Gálatas 4 al hijo de Agar, “nacido según la
carne,” al propio esfuerzo de la religión. El curso de acción seguido por Abram resultó
desastroso para todos los implicados: para Sarai, Agar, Isaac, Ismael y la paz y armonía
de la familia.
La actitud altanera de Agar frente a Sarai debido a su capacidad de darle un hijo a
Abram resultó en una revancha tan violenta que Agar huyó de la intolerable condición
a la que quedó sometida. Una egipcia que había venido hacia al norte con Abram pocos
años antes, Agar huyó entonces hacia su patria. Cerca de la frontera con Egipto “el
Ángel del Señor,” generalmente identificado con la aparición preencarnada de Cristo,
se presentó ante ella con consoladoras seguridades. En primer lugar, le prometió gran
cantidad de descendientes en términos reminiscentes del pacto de Dios con Abram.
Después recibió consolación con la declaración de que Dios había oído el clamor de su
aflicción, en testimonio de lo cual debía llamar a su hijo Ismael (“Dios oye”). La
observación de que Ismael sería un “hombre fiero,” o mejor “hombre como asno
montés” (margen, VM), se refiere al onagro salvaje que vagaba por el desierto como
iban a hacerlo en el futuro los beduinos amantes de la libertad. Ismael fue, naturalmente,
el antepasado de los árabes.

La reafirmación del pacto (17:1—27)


Los años fueron pasando, trece más. Dios había hecho magníficas promesas a Abram,
pero su cumplimiento no acababa de llegar. Eliezer de Damasco no iba a ser su heredero,
ni tampoco Ismael. Abram tenía ahora 99 años y Sarai alrededor de 89; no había
esperanzas de que tuvieran hijos. Dios acudió a esta imposible situación con una
renovación del pacto y el pronunciamiento: “Haré naciones de ti.” Para celebrar este
hecho, su nombre fue cambiado de Abram (“padre exaltado”) a Abraham (“padre de
una multitud”). En Su reafirmación del pacto, Dios destacó que sería un pacto
“perpetuo,” que Canaán iba a ser una heredad “perpetua,” y que “reyes” surgirían de su
linaje.
La mención de reyes es un vislumbre del linaje davídico, porque David era del linaje
de Abraham. Es importante añadir aquí el pacto davídico al pacto abrahámico. En este
(2 Samuel 7), Dios le prometió a David un linaje eterno, un trono eterno, y un reino
eterno. Queda evidente del mensaje profético, tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento, que los aspectos eternos de los pactos abrahámico y davídico podían ser
cumplidos solamente en Cristo, el mayor Hijo de Abraham y de David. Él regirá en el
trono de David durante el período milenial y en la Nueva Jerusalén después de la
creación de un nuevo cielo y de una nueva tierra (Apocalipsis 21).
Aunque el pacto de Dios con Abraham era eterno c irrevocable, Abraham tenía una
obligación que serviría como sello y señal del pacto. Todos los varones de toda la familia
de Abraham tenían que ser circuncidados al octavo día. Esta obligación se aplicaba a
los hebreos, sus siervos y esclavos, y significaba que quedaban señalados, aparte de las
otras gentes, como posesión peculiar de Dios. Aunque la circuncisión era practicada
extensamente en el antiguo Oriente Medio, recibió ahora un nuevo significado para los
hebreos: entrega al pueblo de Dios y a Dios. La circuncisión llevaba consiguientemente
al niño a la relación del pacto con Dios y no podía ser confundida con los ritos de
pubertad de las naciones que rodeaban a los hebreos.
A continuación, Dios pasó a introducir a Sarai directamente en el pacto, y
específicamente a predecir un heredero. Cambió la forma de su nombre a Sara, que
significa “princesa,” y anunció que sería “madre de naciones.” La promesa de
numerosas progenies no se dio simplemente a Abraham, para poder ser cumplida
mediante una esposa secundaria; tenía que ser cumplida mediante Abraham y Sara.
Abraham cayó sobre su rostro en asombro y adoración, pero al mismo tiempo rió
incrédulamente. Tenía unas emociones mezcladas, demostrando duda y fe. A
continuación, Abraham hizo dos preguntas, viniendo a decir: “¿Tendremos de verdad
un hijo Sara y yo? ¿Y qué de mi amado Ismael; lo bendecirás también?” A lo primero
Dios respondió con una afirmación categórica y añadió que el pacto abrahámico iba a
ser renovado con el segundo hijo. Además, su nombre iba a ser Isaac, significando “él
ríe,” e iba a nacer dentro de un año. A la segunda pregunta, Dios respondió con una
bendición para Ismael, afirmando que sería ciertamente fructífero: que sería padre de
“doce príncipes.” Esta promesa fue fielmente cumplida como se registra en Génesis
25:12—16. Pero Ismael no formaba parte del pacto: “Mas yo estableceré mi pacto con
Isaac.”
Fuera la que fuera la incredulidad y la caída en la fe que Abraham hubiera evidenciado
antes, demostró ahora una fe y una obediencia implícitas para Dios. Sin tardar, “aquel
mismo día” (v. 23) se encargó de que todos los varones de su comunidad fueran
circuncidados, cumpliendo así la obligación del pacto.
7

ABRAHAM: LA DESTRUCCIÓN DE SODOMA

GÉNESIS 18:1—19:38
Muy poco después de la aparición de Yahweh a Abraham para confirmar el pacto, se
le apareció al patriarca de nuevo. Es evidente la proximidad de los dos eventos debido
a que tanto 17:21 como 18:10 predicen el nacimiento de Isaac en el espacio de un año.
Es evidente que para aquel entonces se había llegado al tope de iniquidad concedido a
Sodoma y a las otras ciudades de la llanura (cp. Génesis 15:16), y Dios había decidido
destruir estas malvadas ciudades. Una razón importante de que Dios le contara a
Abraham sus intenciones era la de asegurarle al patriarca que no iba a infertilizar toda
la tierra que le había sido prometida. Además, quería dar una oportunidad para el rescate
de Lot y de su familia.
El contraste de los capítulos 18 y 19 es inmenso. En el primero se recibe con gracia a
los santos huéspedes, en el segundo se amenaza a sus vidas; en el primero una
comunidad obediente e introducida en el pacto recibe bendición, en el segundo una
malvada comunidad es barrida. Una característica absolutamente notable de la visita
divina a Abraham es que Dios se sentía “como en casa” por así decirlo, con el patriarca,
y podía incluso compartir con él sus pensamientos y sus intenciones (señálese
especialmente 18:16—21). Abraham había venido a ser un “amigo de Dios” (2
Crómicas 20:7; Isaías 41:8; Santiago 2:23; cp. Juan 15:14-15).

La visita de los “tres varones” (18:1—15)


Yahweh, Dios en Su relación con el pacto, se apareció a Abraham en Mamre al calor
del día, el tiempo de la siesta, cuando el patriarca estaba descansando y cuando los
viajeros hubieran estado también descansando. Abraham ofreció de inmediato la
hospitalidad tan característica de los beduinos hasta el presente. No hay evidencia
alguna de que Abraham reconociera inicialmente a los tres mensajeros divinos ni que
uno de ellos fuera Dios en forma humana. Como observa Davis, la apelación “señor
mío” en este pasaje (heb. Adonai) era meramente un saludo respetuoso utilizado por
otros en las Escrituras (p. ej., Jacob, Génesis 32:5; 33:8, 13—15; los hermanos de José,
47:25).1 Los extraños aceptaron la hospitalidad y empezaron de inmediato los
preparativos para una comida más bien suntuosa.
De algún modo Abraham tuvo que haber detectado algo muy especial en aquellos
______________________
1. John J. Davis, Paradise to Prison (Grand Rapids: Baker, 1975), p. 197.
huéspedes porque se quedó cerca de ellos mientras comían. La costumbre hubiera
dictado que, como anfitrión, hubiera comido con ellos. Cerca del fin de la comida
preguntaron acerca de Sara, evidentemente por su nombre, lo cual era muy
desacostumbrado; es de pensar que ni siquiera se les hubiera mencionado el nombre de
ella. Sara estaba en la parte de la tienda correspondiente a las mujeres; las mujeres no
comían con los invitados masculinos. Cuando Yahweh anunció que ella tendría un hijo
para aquella época el año siguiente, se rió para sus adentros, evidentemente de una forma
silenciosa, con incredulidad. Bien porque Abraham no le hubiera relatado el anterior
anuncio de Dios o bien por haber sido incapaz de convencerla de que ella tendría
realmente un hijo. Cuando Yahweh, que podía leer los pensamientos, la acusó de
haberse reído (lo que evidenciaba la deidad del Invitado), ella mintió descaradamente.
Pero Yahweh la reprendió: “No es así, sino que te has reído.” La conversación finalizó,
y el trío partió.

Intercesión de Abraham por Sodoma (18:16—33)


Al empezar los tres su viaje en dirección a Sodoma, Abraham actuó como buen
anfitrión y los acompañó, evidentemente, durante una cierta distancia. A lo largo del
camino, Dios suscitó la cuestión acerca de si debía esconder a Abraham lo que iba a
hacer. Es probable que pensara aquello para Sus adentros, aunque Leupold lo representa
como un soliloquio dicho lo suficientemente alto como para que Abraham lo oyera. 2 Era
innecesario que la afirmación hubiera sido audible, puesto que la intención de Dios se
hace evidente en la afirmación con que empieza el versículo 20. El interés de Dios
parece haber sido que la razón de la gran destrucción que iba a tener lugar tenía que ser
transmitida a Abraham de forma que sirviera de advertencia a las generaciones que
vendrían después. El gran patriarca podría así “mandar a sus hijos y a su casa después
de sí, que guardaran el camino de Yahweh, para practicar justicia y rectitud.” Y
ciertamente estuvo ahí para recordar las santas demandas de Dios a una vida santa
durante 60 años de la vida de Isaac, hasta el nacimiento de Jacob y de Esaú y durante
los primeros 15 años de estos hijos gemelos. No murió hasta los 175 años de edad
(Génesis 5:7).
Yahweh declara ahora Su propósito de investigar la maldad de Sodoma y Gomorra.
“El clamor de Sodoma” parece referirse al hecho de que la maldad del lugar tan perversa
como para demandar la ejecución del juicio. “Descenderé ahora” no implica que la
omnisciencia de Dios sea defectuosa en absoluto, y que le sea necesario ir a recoger
evidencias. Más bien, inquiere a fin de demostrar a los hombres la validez de Su juicio.
En realidad, Yahweh descendió a la llanura, pero no a Sodoma; solamente los dos
ángeles fueron allí. Lo que ellos vieron y experimentaron como “ojos de Dios” confirmó
abundantemente lo que Dios ya sabía acerca de la depravación de aquella área.
______________________
2. H. C. Leupold, Exposition of Genesis, 2 vols. (Grand Rapids: Baker, 1942), 1:544.
En aquel punto los dos ángeles fueron hacia Sodoma y dejaron a Abraham a solas
con Dios. Abraham “estuvo delante de Dios” físicamente, pero más importante aún, su
mente y corazón se acercaron a Dios en intercesión. Totalmente consciente de que en
un juicio tan masivo como aquél los justos serían destruidos con los malvados, Abraham
empezó a rogar para que la ciudad fuera perdonada a causa de los justos. Los creyentes
pueden ser, como sal, conservantes de la sociedad. Aunque principalmente interesado
por Lot y por su familia, Abraham tenía intereses más amplios. Empezó a buscar con
Dios cuántos justos tendría que tener la ciudad para que fuera perdonada. Empezó con
cincuenta, y consiguió la promesa de que Dios perdonaría a toda la ciudad por esta
cantidad. Algo en la manera de Dios pudiera haberle indicado que aquella cantidad no
iba a poder ser hallada. Con cuidado, Abraham redujo la cantidad a cuarenta y cinco,
prestando atención a situarse en una actitud apropiadamente humilde ante el Señor,
como “polvo y ceniza,” de carácter totalmente transitorio. De nuevo consiguió una
promesa de detención de juicio.
En el curso de su oración, el patriarca siguió reduciendo la cantidad: a cuarenta, a
treinta, a veinte, y a diez, obteniendo cada vez la promesa de que la cuidad sería, en tal
caso, perdonada. Se detuvo a diez, evidentemente creyendo que la influencia de Lot
garantizaría que habría por lo menos esta cantidad de personas justas. Pero es evidente
que este no era el caso, como demostrarían los posteriores sucesos. Al final de la
intercesión “se fue,” indudablemente de regreso al cielo, y Abraham “volvió a su lugar.”
La calamidad era inminente.

La maldad de Sodoma (19:1—14)


Los dos ángeles que habían visitado a Abraham prosiguieron hacia Sodoma y es
evidente que llegaron aquella misma tarde.
El hecho de que el viaje fuera de unos cuarenta kilómetros (25 millas) no tiene que
ser un obstáculo, porque estos seres sobrenaturales no se hallaban limitados a la lenta
velocidad de los hombres.
Cuando llegaron a Sodoma se encontraron con Lot a la puerta. Es de pensar que
tuviera un papel de liderazgo en la ciudad; los jueces y reyes y los padres de la ciudad
mantenían generalmente al tribunal a la puerta. Si llegó a ser un oficial allí, ello fue
posiblemente a causa de su relación con Abraham, que había rescatado antes a los
habitantes de la ciudad.
Lot convenció a los dos visitantes de que pasaran la noche en su casa y proveyó
generosamente a sus necesidades. Antes de que transcurriera mucho tiempo vino una
turba desenfrenada aporreando la puerta y exigiendo que les fueran entregados los dos
visitantes para poder tener una orgía homosexual. Su exigencia, en palabras de la
versión Reina-Valera es “para que los conozcamos.”
Esta palabra común se refiere en numerosos lugares del Antiguo Testamento a
relaciones sexuales, y es evidente que este es aquí el significado, porque la respuesta de
Lot es la de ofrecer a sus dos hijas para que participaran en la actividad sexual.3 Judas
7 confirma la connotación sexual. La Nueva Versión Internacional traduce abiertamente
19:5: “Sácalos para que podamos conocerlos sexualmente.” La contraoferta de Lot
parece impensable para el cristiano occidental, pero muestra hasta qué punto un oriental
antiguo se debía a la protección de sus huéspedes. Aquí una virtud “se amplió hasta
llegar a ser vicio;” una oferta paralela aparece en Jueces 19:24. Con la multitud cada
vez más desenfrenada y la situación evidentemente descontrolada, los visitantes
sobrenaturales salieron y castigaron a la turba con un tipo de ceguera, de forma que
quedaron totalmente desorientados y no pudieron hallar la puerta para irrumpir en casa
de Lot.
El milagro acreditó a los divinos mensajeros y al mensaje que llevaban. Cuando
anunciaron la inminente destrucción de Sodoma, Lot les creyó. A invitación de ellos
salió e invitó a los jóvenes que estaban prometidos a sus hijas para que huyeran por sus
vidas. Ellos “creyeron que estaba bromeando” (NVI) y se burlaron de la posibilidad del
juicio de Dios. La respuesta de la turba y la de los futuros yernos de Lot demostró a la
vez la debilidad del testimonio de Lot y la naturaleza endurecida de la población de
Sodoma.

La liberación de Lot (19:15—22)


Al amanecer, los ángeles apremiaron a Lot a que tomara a su mujer y a sus dos hijas
y a que se fuera sin esperar a más. Pero el influjo del materialismo de Sodoma sobre Lot
era demasiado fuerte. “Y deteniéndose él,” o “dudando él;” entonces los ángeles les
asieron de las manos a los cuatro, y casi los sacaron a rastras de la ciudad, “según la
misericordia de Yahweh.” Habiendo sacado a los cuatro de la ciudad, les dieron
instrucciones urgentes: “Escapa” (la velocidad era de suma importancia); “no mires tras
ti” (apártate de la maldad que estás dejando, y no te aferres a ella); “ni pares en toda esta
llanura” (toda la región va a ser barrida); “escape al monte” (allí hay refugio).
Pero Lot estaba demasiado atrapado por las atracciones de la vida de la ciudad en los
llanos para cortar por completo estas relaciones. Aunque ya había recibido un gran favor
de Dios, se detuvo en este momento crítico para regatear con Dios. Al irse quemando la
mecha de la bomba del juicio de Dios, parecía decir que no tendría tiempo de llegar al
monte. Por lo que pidió que se le concediera permiso para establecerse en la pequeña
ciudad de Bela (Génesis 14:2, 8), que desde entonces se llamaría Zoar (que significa
“pequeña,” v. 22). Su énfasis en la pequeñez del lugar implica que consideraba que era
______________________
3. La cuestión de la traducción es aquí tratada de una forma muy adecuada por Derek Kidner en
Génesis (Buenos Aires: Ediciones Certeza, 1985), pp. 158-159. Debido a que la cuestión de si las
Escrituras realmente condenan la homosexualidad es discutida en la actualidad en muchos círculos,
puede ser provechoso relacionar unas cuantas referencias para estudio adicional: Levítico 18:22;
20:13; Deuteronomio 23:17; 1 Reyes 14:24; Romanos 1:21-27; 1 Corintios 6:9; 1 Timoteo 1:8-10.
demasiado pequeña para haber sido lo suficientemente malvada como para demandar el
juicio de Dios. En un espíritu de notable moderación, los ángeles le concedieron que
fuera allí, y perdonaron aquella ciudad por causa de él. No se le hizo ninguna reprensión,
pero se le apremió a que fuera allí a toda prisa porque el juicio solamente podía caer
después (e inmediatamente después) de que Lot estuviera a salvo. Evidentemente, en
aquel momento desaparecieron los ángeles.

Destrucción de Sodoma (19:23—29)


Justo al subir el sol y llegar Lot a Zoar cayó la mano justiciera de Dios. “Hizo llover
azufre ardiente del cielo” sobre las ciudades de la llanura y destruyó a la población de
aquella área y toda su vegetación. Esto es todo lo que las Escrituras nos dicen acerca de
esta catástrofe; es asombrosa la concisión con que los autores bíblicos nos narran los
grandes dramas de la historia. Escritores con una inspiración meramente humana
hubieran enriquecido estos relatos con numerosos detalles dramáticos.
Para considerar qué pudiera haber sucedido, es necesario en primer lugar localizar las
ciudades juzgadas. Como se señala anteriormente, Génesis 14:3 afirma que la batalla de
los cuatro reyes en contra de los cinco tuvo lugar en el valle de Sidim, “que es el mar
Salado.” En otras palabras, el valle fue posteriormente anegado por el mar Muerto.
Josefo confirma el testimonio de la referencia bíblica, afirmando que con la desaparición
de Sodoma, el valle se transformó en un lago, “el denominado Asfaltites” (el nombre
que él aplica al mar Muerto).4 En base a éste y a otros datos, los eruditos creen en la
actualidad que las ciudades del llano se hallaban ubicadas en el extremo sur del mar
Muerto y que ahora yacen en su extensión meridional poco profunda.
Aquella región se halla llena de materias combustibles. Algunos escritores antiguos
hablaban de la existencia en la llanura de fugas de asfalto y aguas termales que
despedían pestilentes olores. Grandes cantidades de asfalto y de betún aparecen en la
región del mar Muerto y siguen apareciendo en la superficie del agua. Todavía se pueden
hallar fugas de petróleo semifluido cerca del extremo meridional del mar Muerto. J.
Penrose Harland ha reconstruido de la siguiente manera la historia de la destrucción:
“Un gran terremoto, acompañado quizás de gran aparato eléctrico, atrajo una ruina
total y una conflagración terrible sobre Sodoma y las otras comunidades de las
proximidades. El fuego destructivo pudo haber sido provocado por la ignición de los
gases y por las fugas de asfalto emanantes de la región, a causa de descargas eléctricas
o de la dispersión de fuegos de hogares.”5 En la explosión de todo aquel material
combustible, hubiera verdaderamente llovido azufre y fuego del cielo. En la gran
convulsión de la región, la superficie del valle de Sidim puede haber quedado más
______________________
4. Josefo, Antigüedades I. IX.
5. J. Penrose Harland, “Sodom and Gomorrah," Parte 2, Biblical Archaeologist, Septiembre, 1943,
p. 48.
hundida, facilitando la entrada de aguas del mar Muerto. Si Dios utilizó las
características naturales de la región para arrojar una lluvia de fuego, el factor principal
del milagro hubiera estado en el elemento temporal: “cuando Lot llegó a Zoar.”
“La mujer de Lot miró atrás” es una simple traducción castellana, pero no puede dar
el sentido del hebreo. El pecado de ella no consistió en una simple mirada atrás
intrascendente e inquisitiva, sino en quedarse retrasada de los demás y echar afectuosas
miradas a lo que estaba dejando atrás. Al hacerlo así, quedó evidentemente atrapada por
la erupción y quedó cubierta de materiales sulfurosos y salinos fundidos, resultando así
transformada en una “estatua de sal.”
Todavía considerando este encuentro notable con el visitante celestial y sumamente
preocupado por Lot y por la ciudad de Sodoma, Abraham se levantó temprano a la
mañana siguiente, la mañana después de la visita celestial, y por ello la misma mañana
en que Dios destruyó las ciudades de la llanura. Anduvo hasta adonde había intercedido
ante Yahweh, evidentemente una altura desde la que, por lo menos, podía mirar en
dirección a Sodoma y Gomorra. Vio entonces el horrible espectáculo, el “denso humo”
ascendiendo de las ruinas de las ciudades de la llanura. Tuvo que creer que no había
habido ni tan sólo diez personas justas en Sodoma. Pero, ¿había sido Lot rescatado? Es
posible que llegara a saber que sí lo había sido, pero no hay indicaciones en las
Escrituras de que volvieran a verse jamás. Por lo menos, el historiador sagrado observa
que Dios “recordó a Abraham” y que rescató por ello a Lot.

La tragedia de Lot (19:30—38)


La falta de entrega y de dependencia en Dios de Lot le había llevado a rehusar ir a las
montañas (19:20); ahora aquella falta de fe le llenó de tal forma que es evidente que ya
no confió más en que Dios protegería a Zoar como había prometido (19:21, 30). De
manera que se fue a las montañas y vivió en una cueva con sus hijas. ¡Qué caída para
un hombre rico que había elegido las llanuras feraces, pero espiritualmente peligrosas,
del Jordán como lugar en el que vivir! Las frustraciones de sus hijas y su complot para
cometer incesto con su padre son lo suficientemente claros como para precisar de
comentarios adicionales. Pero los resultados sí que los precisan. De esta forma Lot vino
a ser el ascendiente de los moabitas y de los amonitas, tribus que llegaron a ser enemigos
inveterados de los israelitas, y un lazo peligroso para ellos, tanto en lo que se refiere a
la contaminación religiosa como a la sexual (p. ej., Números 25:1—5; Levítico 18:21
—Moloc era una deidad amonita—). Quizás hubiera sido mejor si Lot y su familia
hubieran perecido en la destrucción de Sodoma.
8

ABRAHAM: CUMPLIMIENTO DEL PACTO


Y LOS AÑOS ULTERIORES EN CANAÁN

GÉNESIS 20:1—25:18

Caída en Gerar (20:1—18)


La atención del texto recae otra vez sobre Abraham, y de nuevo expone sus debilidades.
El patriarca puede haber sido un gigante de la fe, pero tuvo sus momentos de infidelidad.
Las Escrituras nos revelan que las figuras gigantescas de los tiempos bíblicos tenían
pies de barro. Los efectos de la naturaleza caída del hombre están siempre presentes
acosándole. Naturalmente, es fácil criticar a Abraham por sus fracasos, pero en realidad
era poco lo que tenía que le sirviera de ayuda en su andar diario como creyente. No
había una revelación escrita de Dios a la que pudiera consultar para conseguir
instrucciones para una vida recta. Y aunque el Espíritu Santo venía sobre los santos del
Antiguo Testamento de vez en cuando para infundirles fuerza, es evidente que no
moraba en ellos de una forma continua como ahora mora en los creyentes. Así, Abraham
carecía de una gran fuente de fortaleza para la vida espiritual.
Los eruditos críticos han creído que es inconcebible que Abraham de nuevo hiciera
pasar a su esposa como hermana y por ello consideran que este pasaje es una duplicación
de Génesis 12. Pero las circunstancias son totalmente diferentes, y el versículo 13 revela
que este engaño a medias era un arreglo acordado entre Abraham y Sara.
Por alguna razón, quizás debido al agotamiento de los pastos, Abraham partió del
área de Hebrón al Neguev septentrional, y se quedó por un tiempo en Gerar. La situación
de Gerar es todavía dudosa, pero las excavaciones en Tell Abu Hureiar, a unos dieciocho
kilómetros (11 millas) al sudeste de Gaza, ayudan a establecerlo como el lugar donde
estaba situado Gerar. Está a unos 64 kilómetros (40 millas) al suroeste de Mamre.
Sara tuvo que haber sido una mujer excepcional, evidentemente, por haber atraído a
Abimelec como candidata para su harén a la edad de noventa años. Pero esto no significa
que le quedara capacidad alguna de más maternidad. Este matrimonio hubiera sido útil
para propósitos de alianza, como sucediera después con la mayor parte de los
matrimonios de Salomón. Abraham tenía ahora mucha mayor riqueza y poder que
cuando rescató a las ciudades de la llanura (Génesis 14).
Naturalmente, el verdadero peligro de esta situación era que si Sara venía a ser la
esposa de Abimelec, el pacto abrahámico quedaba cortado; y la línea a través de la que
el Mesías tenía que venir quedaría eliminada. Por ello Dios tenía que intervenir aquí de
una forma dramática, como en sus tratos con el Faraón, a fin de rescatar a Sara. No se
le apareció solamente a Abimelec en un sueño para advertirle en contra de violar a Sara,
sino que hizo estériles a todas las mujeres de la casa de Abimelec. A fin de asegurar que
Sara sería devuelta a Abraham, Dios incluso amenazó a Abimelec con la muerte si la
retenía. Abraham es mencionado como “profeta,” uno que hablaba de parte de Dios o
que hablaba como un intermediario. Para la manera de pensar de Abimelec, es posible
que esto significara más una posesión de poderes mágicos que una santidad de vida.
Abraham podía hablar como intermediario oficial y aclara completamente este problema
delante de Dios.
Abimelec alegó ignorancia e inocencia al tomar a Sara en su harén, y Dios aceptó su
alegato. Después, quizás temiendo a los poderes mágicos de Abraham, le hizo un
hermoso regalo para agasajarlo. Le sirvió “como un velo para los ojos” y para que ella
fuese “vindicada” (v. 16). Al hacer este regalo valioso a Abraham delante de Sara, se
aseguró de que ninguno de los dos tuviera ninguna demanda legal sobre él. Al aceptar
el regalo, Abraham consideró que el asunto estaba resuelto; y oró a Dios por la
restauración de la fertilidad de la familia de Abimelec. Sin embargo, Dios no dejó a
Abraham libre sin tratar su falta de fe y su engaño. La reprimenda administrada fue más
punzante al venir de la boca de un pagano que tenía un sentido más elevado de la moral
y la justicia que un creyente.

La llegada del heredero prometido, 21:1—21


El nacimiento de Isaac, 21:1—7. Por fin nació el hijo prometido, —unos largos
veinticinco años después de que Abraham entrara en la Tierra Prometida. El heredero
no llegó a través de la adopción (Eliezer) o de una concubina (Agar), sino a través de la
participación sobrenatural en las capacidades de procreación de Abraham y Sara. El
control soberano de Yahvé sobre el asunto se indica claramente en los versículos 1 y 2:
“como había dicho”, “como había hablado”, “en el tiempo que Dios le había dicho” (en
el plazo de un año desde la visita de los tres ángeles). La obediencia de Abraham
también se indica en el hecho de nombrar al niño Isaac y circuncidarlo al octavo día.
Isaac (que significa “risa”) provocó la risa que acompañó al regocijo de Sara y de todos
sus seres queridos; anteriormente, la idea de su nacimiento había ocasionado la risa de
la incredulidad tanto en ella como en Abraham.
El nacimiento del hijo de la promesa se relata de forma sencilla y breve, al igual que
el nacimiento de otro Hijo prometido (Cristo) en la línea casi dos milenios después. Sin
embargo, los efectos serían muy profundos. Su descendencia iba a ser el pueblo hebreo,
que iba a cambiar el curso de la historia, a través del cual iba a venir el Mesías, el Hijo
mayor de Abraham, alrededor del cual se desarrollarán los acontecimientos del fin de
los tiempos.
La expulsión de Ismael (21:8—21)
Cuando Isaac tenía entre dos y tres años fue destetado, —un paso importante en su
proceso de maduración. En esa alegre ocasión y probablemente según la costumbre de
la época, Abraham preparó un “gran banquete”. Por supuesto, Isaac y su posición como
heredero de Abraham fueron el centro de atención en esa ocasión. Ismael, un muchacho
de dieciséis o diecisiete años, fue ignorado. Él, que durante tanto tiempo había
disfrutado del amor y la atención de su padre, se encontraba ahora al margen de todo.
Su orgullo estaba herido; pero más que eso, repentinamente se sentía inseguro acerca de
su futuro justo cuando estaba creciendo hacia la edad adulta. Durante la celebración,
Ismael “se burlaba” del indefenso infante en el que ahora descansaban tantas esperanzas.
Sara, tal vez enojada, pero también con la percepción de lo que el futuro de la casa
deparaba con dos elementos tan incompatibles en ella, exigió la expulsión de Agar e
Ismael. Abraham, que amaba mucho a Ismael, se sintió triste ante la idea; y fue necesaria
una orden de Dios para que accediera a la petición de Sara. Es importante notar que en
esta conversación tanto Sara como Dios hicieron notar que Isaac, y no Ismael, era el
verdadero heredero. En la sociedad semítica de la que procedía Abraham, si un hombre
engendraba hijos de una esclava, éstos no participaban en su patrimonio junto con su
esposa e hijos legítimos, nacidos de la esposa de primer rango. Además, los hijos
nacidos de un esclavo y su madre debían ser liberados, no podían ser mantenidos en la
esclavitud después de la muerte del hombre. Eso se explica en el Código de Hammurabi,
Ley 171. Si se asume que esa condición operaba en las relaciones hebreas, Agar e Ismael
no podrían haber sido retenidos en el hogar indefinidamente de todos modos, y no
resulta tan cruel que Abraham los expulsara en ese momento. Además, no hay nada que
Abraham o Agar e Ismael tuvieran que temer cuando se les prometió el cuidado
protector y proveedor del Señor. En Gálatas 4:21—31, Agar y su hijo son puestos en el
lugar de la esclavitud del Monte Sinaí y Sara y su hijo en el de la libertad en la gracia.
Los primeros deben ser expulsados.
Convencido por Dios de lo correcto de su acción, Abraham despidió a Agar e Ismael
con una piel (probablemente de cabra) llena de agua y algo de comida. No se menciona
nada más. Es de suponer que también llevaron ropa extra y posiblemente algo de oro o
plata. Al ser un muchacho de unos diecisiete años, Ismael podría haber llevado una
buena cantidad. Sólo se mencionan la comida y el agua porque el énfasis en este pasaje
está en el sustento. En lugar de unirse a una banda que viajaba hacia algún lugar, la
pareja “anduvo errante por el desierto de Beerseba”, el norte del Néguev, relativamente
deshabitado, donde el agua era escasa. Es de suponer que se perdieron, se quedaron sin
provisiones y decidieron que había llegado el final. Agar empujó o arrastró a Ismael
bajo un arbusto para protegerlo del sol abrasador y se alejó un poco para no verlo morir
y no oír sus gemidos.
Mientras Agar sollozaba, Ismael alzó su voz y lloró —no está claro si a Dios o a los
hombres. En cualquier caso, Dios escuchó al muchacho, y su ángel llamó a Agar, que
parece haberse sentido mejor en ese momento. Tal vez su pregunta debería traducirse
como “¿Qué te aflige?”, como si se refiriera a la promesa hecha anteriormente a Agar
de que algún día tendría muchos descendientes (Génesis 16:10). Él podría haber dicho:
“¿No tienes ninguna fe en mis promesas?”. Luego le reiteró la promesa y “le abrió los
ojos” para que viera una “fuente de agua”, ya sea proporcionándole agua
milagrosamente o señalándole un suministro que no había notado antes. La narración
salta ahora rápidamente sobre el resto de la vida de Ismael, señalando únicamente que
disfrutó del cuidado de Dios, que se hizo experto en el uso del arco y que vivió en el
desierto de Parán. Esta región parece haberse extendido por la parte noroeste de la
península del Sinaí y la zona al sur del Mar Muerto. Su madre le consiguió una esposa
de Egipto, y tuvo doce hijos (Génesis 25:16).

Pacto con Abimelec (21:22—34)


En algún momento después de la anterior relación de Abraham con Abimelec en
Gerar (cap. 20), el patriarca se trasladó unos veinticinco kilómetros al sureste, a las
cercanías de Beerseba. Allí habían ocurrido los acontecimientos más recientes, desde
donde Agar e Ismael habían sido expulsados para vagar por el desierto cercano. “En
aquel mismo tiempo” (paralelamente con la expulsión de Agar) Abimelec y su
comandante del ejército, Ficol, vinieron para concertar algún tipo de pacto con
Abraham. Al parecer, la esfera de influencia de Abimelec se extendía hasta las
inmediaciones de Beerseba, y quería asegurar la coexistencia pacífica con Abraham,
cuya riqueza y poder aumentaban rápidamente (“Dios está contigo en todo cuanto
haces”). La petición de Abimelec de que Abraham hiciera un pacto o tratado ante Dios
implica que Abimelec tenía un respeto considerable por el Dios de Abraham, —al
menos el suficiente como para considerar vinculante un pacto hecho ante Él. Luego, en
las negociaciones, Abimelec le recordó a Abraham que él tenía derecho a esperar recibir
la misma benevolencia que había mostrado al patriarca.
Abraham accedió a la petición, pero antes de concluir el pacto se quejó de que los
siervos de Abimelec se habían apoderado de un pozo de agua. No era un asunto menor
en una zona donde el agua era preciada, evidentemente Abimelec no quería que nada se
interpusiera en el proceso del pacto y trató de zanjar el asunto rápidamente. El pacto en
sí mismo se cerró y se añadió lo que equivalía a un corolario en el que se especificaba
que el pozo incautado pertenecía a Abraham. Así que el lugar se llamó “Beerseba”, que
puede significar “pozo de los siete” (los siete corderos dados en señal de propiedad) o
“pozo de los juramentos”. Luego Abimelec y Ficol volvieron a la “tierra de los filisteos”
y Abraham continuó viviendo en los límites de esa tierra.
Muchos argumentan que la mención de los filisteos aquí es anacrónica, aunque se les
vuelve a mencionar en Génesis 26:1, 8, 14-15, 18. Sostienen que los filisteos llegaron a
Palestina a principios del siglo XII, sólo después de ser expulsados por los egipcios.
Aunque las bandas belicosas de filisteos llegaron a la costa palestina en el siglo XII y
subyugaron gran parte del territorio, no hay razón para que grupos de filisteos más
pacíficos no hayan llegado mucho antes. Si Caftor, el hogar de los filisteos (Jeremías
47:4; Amós 9:7), debe identificarse con Creta (como se sostiene comúnmente), es
posible que dos oleadas de filisteos hayan llegado a Palestina: los pacíficos minoicos
comerciantes a principios del segundo milenio (durante el período patriarcal) y los
micénicos más belicosos en la última parte del milenio (durante los días de los jueces).

Ofrenda de Isaac (22:1—24)


“Aconteció después de estas cosas”, quizás cuando Isaac tenía diez o doce años, que
Dios “probó” o quiso probar la fe de Abraham. Exigió el sacrificio supremo: la vida de
Isaac. Y Dios dejó claro que entendía la magnitud de la demanda que estaba haciendo:
“Tu único Isaac... a quien amas”. Por supuesto que era una orden desgarradora, una que
haría que el corazón de Abraham sangrara casi literalmente. Pero a pesar de la angustia
que sufrió, no entró en ningún debate prolongado con Dios. Inmediatamente, “muy de
mañana”, obedeció totalmente. A través de los muchos pasos de su trayectoria había
aprendido a confiar implícitamente en Dios y a esperar en su poder milagroso. Hebreos
11:17—19 revela que Abraham obedeció a Dios rotundamente en este caso porque
esperaba que, si era necesario, Dios resucitaría a Isaac de entre los muertos. Después de
todo, Dios había prometido explícitamente que el pacto se cumpliría en Isaac (Génesis
21:12); iba a ser el padre de una gran multitud, y no podría serlo si se le dejaba
permanentemente en la tumba.
En obediencia, Abraham se dirigió a Moriah, un monte al noreste de Jerusalén en el
que Salomón construiría más tarde el templo (2 Crónicas 3:1). El grupo tardó tres días
en recorrer las aproximadamente cincuenta millas que separan Beerseba de Jerusalén.
Al llegar, el lugar del sacrificio estaba casi en el mismo punto del Calvario, donde no se
pudo detener otro sacrificio más supremo que éste. Es significativo que cuando
Abraham se acercó al Monte Moriah y ordenó a sus siervos que lo esperaran a él y a
Isaac en un lugar designado, dijo: “Volveremos a vosotros”. La referencia de la epístola
a los Hebreos ya señalada es una prueba de que esa afirmación no era una mera
palabrería o un esfuerzo por parte de Abraham para evitar decirles lo que estaba a punto
de suceder. Además, su expectativa de que Dios hiciera algo milagroso queda
demostrada por su intención de volver a casa rápidamente; probablemente no se habría
atrevido a encarar de nuevo a Sara si hubiese tenido que matar a Isaac.
Finalmente, Isaac comenzó a preguntarse dónde estaba el animal para el sacrificio;
con fe, Abraham le aseguró que Dios lo proporcionaría. Pero pronto quedó claro para
Isaac el papel que iba a desempeñar en este drama. Ciertamente era lo suficientemente
grande como para huir de su anciano padre, pero no hay ningún indicio de resistencia.
Sin duda, su padre había repasado con él muchas veces el hecho de que iba a participar
plenamente en las bendiciones del pacto de Dios con Abraham y a ser el padre de
muchos. La fe en aquella promesa ayudó a Isaac a superar también esta prueba. Toda la
escena es magníficamente ilustrativa del tremendo sacrificio del Padre celestial al
ofrecer a su Hijo y de la obediencia del Hijo al someterse a una muerte sacrificial. De
pronto, Dios intervino y detuvo todo el procedimiento; proporcionó un carnero como
sustituto, pero no iba a haber ningún sustituto para el Hijo mayor cuyo sacrificio
ilustraba este acontecimiento. La fe de Abraham había sido probada, había madurado.
Y a los hijos espirituales de este padre de los fieles hay que recordarles que su
compromiso, como el de Abraham, ha de ser total. Esa fe en Yahvé-Yireh, “el Señor
que provee”, da fortaleza para afrontar las diversas crisis de la vida, tanto las grandes
como las pequeñas.
Como aprobación a la devoción total de Abraham, Dios reiteró el pacto hecho
anteriormente, pero añadió el elemento de que los descendientes de Abraham tomarían
posesión de “las puertas de sus enemigos”. Esto puede referirse a la conquista durante
la época de Josué, pero probablemente tiene una implicación más amplia de victoria en
periodos posteriores y tal vez espera un glorioso día futuro en el que el Hijo mayor de
Abraham hará de sus enemigos y de todo el mal el estrado de sus pies. De la elaboración
inspirada en Gálatas 3:16 se desprende que la “simiente” a la que se refiere Génesis
22:18 anticipa específicamente la venida de Cristo.
La referencia genealógica al final del capítulo parece a primera vista no tener relación
con lo que ha sucedido, pero no es así. Dios no sólo llevaría a cabo sus propósitos a
través de Abraham e Isaac, sino que a cientos de kilómetros de distancia también había
estado en el proceso de preparar a Rebeca, la que compartiría la vida de Isaac y a través
de la cual se desarrollaría el cumplimiento del pacto.

Muerte y sepultura de Sara (23:1—20)


Sara murió a la edad de 127 años; Abraham tenía entonces 137 años e Isaac 37. La
familia se había trasladado de nuevo a la zona de Hebrón desde Beerseba, por lo que el
esfuerzo por encontrar un lugar de entierro para Sara no implicó a los filisteos, sino a
los hititas.
A la afirmación de que los hititas no pudieron entrar en Canaán tan pronto porque fue
siglos antes del establecimiento del reino e imperio hitita en Asia Menor, se puede
responder que hubo varias etapas de desarrollo hitita. Mucho antes de que los
indoeuropeos cruzaran de Europa a Asia Menor (alrededor del año 2000 a.C.) para
comenzar el proceso que culminaría en el reino hitita, hijos de Heth (hititas) no
indoeuropeos vivían en la región. Al parecer, algunos de ellos se asentaron hasta el sur
de Hebrón. No hay ninguna razón válida para suponer, como hacen muchos, que la
Escritura es históricamente inexacta en su referencia a los hititas aquí.
La cuestión principal en este punto era si a Abraham, un “extranjero y forastero” en
la tierra, se le iba a dar la oportunidad de obtener derechos de propiedad. Las
negociaciones comenzaron con una oferta hitita de dejarle usar una tumba en la tierra
de alguien. Abraham contraatacó con el deseo de comprar una propiedad (un primer
paso para obtener el título de propiedad) e identificó una parcela comercializable
propiedad de Efrón. Pidió ayuda a los hombres de la comunidad para persuadir a Efrón
de que la vendiera. Entonces Abraham ofreció comprar una cueva para fines funerarios
en el límite de la tierra de Efrón. Efrón contraatacó con la idea de que el campo debía ir
con la cueva. Su oferta de ceder la propiedad a Abraham era sólo una forma oriental de
regatear; no tenía intención de regalar nada tan valioso. Cuando Abraham insistió en
comprar un terreno para enterrar y prometió pagar el precio completo del mercado,
Efrón puso un precio que parece bastante elevado. Al parecer, se aprovechó de la
necesidad de Abraham y de su capacidad de pago. Abraham no tuvo más remedio que
pagar lo que se le exigía. El precio acordado se produjo al final del proceso de
negociación y no al principio del mismo; por lo tanto, no hubo regateo sobre el asunto.
Como esto fue más de un milenio antes de la acuñación de la moneda, el pago fue
mediante lingotes pesados. El hecho de que Abraham tuviera esa riqueza líquida a mano
demuestra que no era un simple pastor beduino de ovejas o cabras. Cyrus Gordon llegó
a la conclusión de que era un príncipe comerciante. El trato se cerró de la manera típica
de los tiempos antiguos en Palestina: Los ancianos de la ciudad fueron testigos de la
transacción en la puerta de la ciudad, y la propiedad fue oficialmente entregada a
Abraham.
De manera que Abraham enterró a Sara en la cueva de Macpela en Hebrón.
Posteriormente, Abraham fue enterrado allí (Génesis 25:9); y más tarde, Isaac, Rebeca,
y Lea (Génesis 49:31); y más tarde aún, Jacob (Génesis 50:13). En la actualidad la
mezquita de Hebrón se halla sobre el lugar tradicional de la cueva, y cenotafios dentro
de la mezquita conmemoran los entierros que presumiblemente tuvieron lugar debajo
de ella. Ya que tanto judíos como árabes reclaman a Abraham como padre, este lugar es
uno de los más reverenciados del mundo.

Una novia para Isaac (24:1—67)


Cuando Abraham era ya “viejo,” en realidad de 140 años (ver Génesis 21:5 y 25:20),
se empezó a preocupar de no haber todavía dispuesto un casamiento para Isaac (que
tenía entonces cuarenta años). Si se tenía que garantizar su posteridad y el cumplimiento
del pacto, se tenía que hallar una novia para Isaac. Si Abraham no hallaba antes de morir
una mujer apropiada, temerosa de Dios, otros podrían arreglar su casamiento con una
cananea después de que él muriera. Por ello encargó a su criado “principal,” o “mas
viejo” (posiblemente Eliezer, aunque hubiera sido muy viejo para aquel entonces) para
que fuera al norte de Mesopotamia para conseguir una novia entre los parientes de
aquella región de Harán. Abraham puso a su mayordomo bajo juramento de que llevaría
a cabo aquella tarea con fidelidad. El versículo 2 nos muestra cómo se pronunciaban
tales juramentos solemnes; “debajo del muslo” pudiera ser bajo los genitales, el asiento
de los poderes creativos. Este acto sería sumamente significativo en este caso, porque
el buen éxito de la misión posibilitaría la transmisión de la posteridad y el cumplimiento
del pacto abrahámico.
Abraham accedió a que el rechazo de la novia a volver con el siervo le liberaría de su
juramento. Pero no podía entretenerse con pensamientos de fracasos de aquel propósito,
debido a que el Dios que le había prometido la tierra de Canaán ciertamente le
concedería éxito. Por dos veces (vv. 6, 8) le advirtió en contra de llevar a Isaac de vuelta
a Mesopotamia, por temor a que éste no regresara a la Tierra Prometida.
Sin demora, el siervo se preparó para el viaje y partió hacia el norte de Mesopotamia.
La selección de diez camellos del rebaño implica un número mucho mayor y ayuda a
subrayar la gran riqueza de Abraham. Aunque en el pasado los estudiosos han puesto
en duda que Abraham tuviera camellos o que los hubiera domesticado tan pronto, ahora
no parece haber ninguna duda razonable sobre su disponibilidad.
Es interesante ver cómo procedió el siervo de Abraham cuando llegó a su destino. En
primer lugar, cubrió el proyecto con oración. Su oración fue al “Dios de mi señor
Abraham”. Evidentemente se había convertido en un seguidor de Dios por el testimonio
de Abraham; a veces otros ponen su confianza en Dios por nuestra fidelidad a Él. Pero
el siervo no adoraba a Dios sólo porque era la deidad honrada en la casa de Abraham;
él mismo, evidentemente, tenía una relación íntima con Dios. En segundo lugar, propuso
una prueba. Aunque no se puede esperar que Dios actúe cada vez que un creyente pone
un “vellocino” o propone medios especiales para determinar Su voluntad, a veces
responde positivamente a las pruebas planteadas por los desesperadamente sinceros. Y
sin entrar en toda la discusión del libre albedrío frente a la predeterminación, se puede
sugerir que al menos a veces Dios pone tales pensamientos en nuestras mentes como un
medio para conseguir sus propósitos. En cualquier caso, Dios respondió a esa oración
en particular.
El siervo de Abraham, en efecto, había orado para que Dios identificara a la novia de
su elección haciendo que la doncella a la que se dirigía ofreciera agua tanto para él como
para sus camellos. Y allí estaba él, en el pozo, donde las mujeres del antiguo Cercano
Oriente se reunían en el frescor del día para sacar agua para las necesidades de la familia
durante el día siguiente, y quizás para intercambiar un poco de chismes. ¿Cómo
decidiría a quién dirigirse? Había una mujer joven con unos atributos físicos
sorprendentes. ¿Su belleza era sólo superficial? ¿Era orgullosa y perezosa y en otros
aspectos inaceptable como novia para Isaac? Había una manera de averiguarlo: hacerle
la pregunta principal. La medida no fue caprichosa sino sabia. En el proceso de observar
la respuesta de Rebeca, el siervo aprendió mucho sobre ella. Era extrovertida, capaz de
recibir a los extranjeros con amabilidad y hacerlos sentir cómodos. Además era cortés
y trabajadora, —cualidades importantes para alguien que iba a administrar la casa de
Isaac. Mientras Rebeca se ocupaba de atender las necesidades de los forasteros, el criado
la miraba en tenso silencio y la escudriñaba para decidir si era o no la novia buscada. Al
terminar, le dio un regalo (poniéndole los adornos, v. 47), quizá sólo en agradecimiento
por sus acciones. Había pasado la prueba, pero ¿era del pueblo de Abraham y habría
una recepción para el siervo en su casa? Resultó ser nieta de Nacor, hermano de
Abraham (cf. Génesis 11:27); y aseguró a los forasteros que había abundancia de
provisiones para los animales y espacio para los invitados.
El criado se sintió abrumado de gratitud ante el rápido giro de los acontecimientos.
Su primer pensamiento fue para Dios (“adoró”), el segundo para su amo, y el tercero
para sí mismo y el éxito de su empresa. En efecto, Dios había enviado a su ángel por
delante, como Abraham había predicho con confianza (v. 7); y había preparado los
corazones de todos los involucrados, como estaba a punto de hacerse evidente.
Rebeca dejó al siervo junto al pozo, mientras corría rápidamente a traer la noticia de
su llegada y a disponer lo necesario para su cuidado. El hecho de que informara a la
“casa de su madre” indica que su padre era polígamo; el mayor de cada grupo de hijos
tenía una responsabilidad especial sobre el resto. En ese caso, Labán, el hermano de
Rebeca, hizo los honores. Por supuesto, cumplió con los requisitos de la cortesía
oriental, pero se vio especialmente impulsado por la riqueza del regalo a Rebeca (v. 30).
Esa referencia parece implicar algo de la codicia de Labán y anticipar sus esfuerzos
posteriores por aprovecharse de Jacob de todas las maneras posibles. Entonces Labán
se apresuró a extender una invitación más formal al siervo de Abraham para que viniera
con su séquito y animales a pasar la noche.
A continuación, se ofrecieron las comodidades orientales habituales: cuidado de los
animales, agua para que el criado y sus hombres se lavaran los pies (para limpiar la
suciedad del camino polvoriento y aliviar su estado de cansancio y dolor), y comida. En
ese momento se interrumpió el procedimiento habitual; normalmente se habría
concluido la comida y luego se habrían discutido los negocios. El sirviente insistió en
llevar a cabo los negocios primero y se le concedió su deseo.
Después de presentarse, pasó a la petición de la mano de Rebeca en matrimonio de
una manera muy impresionante: Abraham se había vuelto muy rico; tenía un hijo único
al que había dado todo su patrimonio, y había ordenado que se encontrara una novia
para su hijo entre sus parientes temerosos de Dios en lugar de entre los cananeos
paganos. El siervo continuó en una línea de pensamiento diferente, indicando que
Abraham le había asegurado que Dios prosperaría su empresa, y contando que Dios
había mostrado claramente en la escena del pozo que Rebeca era su elección para Isaac.
La pareja estaba hecha en el cielo. Después de exponer su caso, el siervo invitó a la
familia de Rebeca a participar en los propósitos de Dios. Había demostrado la riqueza
material del novio y la dirección de Dios en el asunto; no ejerció más presión.
Labán y su padre Betuel se inclinaron en obediencia a lo que parecía ser la voluntad
claramente revelada de Dios —una respuesta digna del pueblo de Dios. Los votos se
completaron; y según la costumbre, el siervo presentó a la novia los ricos presentes
enviados por el novio. Lo que dio después a la familia de la novia puede interpretarse
como el precio de la novia. En gratitud a Dios por una misión satisfactoriamente
finalizada, el siervo oró a Dios por tercera vez (vv. 12, 26, 52). Ciertamente, era un
hombre de fe y confianza. Con la misión cumplida, era ahora el momento de comer y
dormir.
De nuevo, a la mañana siguiente, el siervo apremió con urgencia. Quería tomar a
Rebeca y volverse para casa de inmediato, pero su hermano y su madre replicaron con
una táctica de dilación. Cuando el siervo insistió, dejaron la decisión a Rebeca. Ella
accedió a ir. El relato es contado sin embellecimientos emocionales, de una forma
concisa, pero ciertamente los tirones del corazón tuvieron que ser muy grandes. Una
chica joven que había vivido una vida protegida se encontraba de repente confrontada
con una propuesta de matrimonio y con la partida inmediata hacia un país lejano,
probablemente para no volver a ver nunca más a nadie de su familia. En su corazón,
Rebeca debe haber estado diciendo a Isaac algo así como: “Adonde tú vayas, iré yo, y
donde vivas, allí viviré yo. Tu pueblo será mi pueblo; y tu Dios, mi Dios” (Rut 1:16).
En aquel momento difícil, la fe de Rebeca la sostuvo, pero también había apoyos
humanos en los que basarse. Su nodriza y otras doncellas fueron con ella. La nodriza,
Débora, estaba destinada a ser una fiel compañera, y moriría en la casa de Jacob en Bet-
el (Génesis 35:8). La familia también la envió con una bendición, que no tiene que ser
considerada como un deseo piadoso, sino como fe en las promesas del pacto de Dios.
Es evidente que tenían un cierto conocimiento de lo que Dios estaba haciendo por medio
de Abraham, y que era su grado de fe en Dios lo que les había recomendado a Abraham
para que la novia para su hijo fuera de entre ellos. Esperaban que Rebeca tuviera
numerosos descendientes que al final poseyeran “las puertas de sus enemigos,” esto es,
que triunfaran sobre ellos —profecía ésta que parece mirar hacia adelante, al período
milenial, para su cumplimiento final—. La narración evita los detalles del viaje hacia el
sur y se reanuda cuando la caravana se acerca a su destino. Isaac había ido de Beerseba
a Beer-lahai-roi (que significa “pozo del Viviente que me ve”), un sitio desconocido en
la actualidad, pero posiblemente a unos ochenta kilómetros (50 millas) al sur de
Beerseba (Génesis 25:11). Aparentemente, había establecido su propio campamento,
por lo menos parcialmente separado del de Abraham. La caravana llegó a él mientras
estaba en un campo al que había salido a “meditar” o a “orar.” El significado del hebreo
es impreciso, pero parece que la intención es “meditar.” No se afirma el tema de las
meditaciones de Isaac, pero ciertamente puede haber estado preocupado por el buen
éxito de la ventura del siervo y por la clase de novia que le obtuvieran. Justo en aquel
momento aparecieron el siervo y la novia en el horizonte. Rebeca, siguiendo la
costumbre de que una mujer tenía que llevar un velo cuando estaba en presencia de
hombres no pertenecientes a la familia o delante de aquél con el que se tenía que casar,
se cubrió con un velo. El siervo dio un informe completo de sus acciones, que
evidentemente incluían un relato adecuado de la superintendencia de Dios sobre todo lo
ocurrido. Isaac precisaba de esta certeza, como también Rebeca, especialmente debido
a que la pareja estaba destinada a esperar durante veinte años antes de que llegara un
hijo para cumplir la promesa del pacto. Rebeca “consoló” a Isaac; en otras palabras,
llenó el vacío que había dejado la muerte de su madre.

La muerte de Abraham (25:1—18)


La muerte de Abraham queda descrita en relación con una lista de las familias que
surgieron de él. De este pasaje queda abundantemente evidenciado que vino a ser de
cierto el padre de muchas naciones (Génesis 17:4). Pero es igualmente claro que
ninguno de estos descendientes debía ser considerado como hijo del pacto, excepto
Isaac. Aquellos hombres son mencionados como hijos de Cetura o de Agar. Abraham
dejó todas sus posesiones a Isaac (v. 5); pero dio presentes a los otros hijos, y los envió
lejos durante su vida, de manera que no estuvieran alrededor para hacer reclamaciones
de herencia cuando él muriera. Que la referencia a “concubinas” (v. 6) se aplique
solamente a Cetura y a Agar, o incluya otras mujeres que no se nombren puede dejarse
como cuestión no resuelta, pero muy probablemente lo primero sea la cierto. La
traducción del versículo 25:1 parece que debiera decir: “Abraham había tomado otra
mujer,” esto es, durante la vida de Sara. Se llega a tal conclusión a partir del hecho de
que Cetura es llamada una concubina en el versículo 6 y en 1 Crónicas 1:32. Si Sara
hubiera muerto ya, Cetura hubiera sido llamada esposa de una forma coherente.
Además, es de presumir que los poderes físicos de Abraham hubieran disminuido
demasiado para la época de la muerte de Sara como para poder engendrar más hijos
(24:1). Tenía cerca de 140 años cuando Sara murió. Los seis hijos de Cetura y sus
descendientes ocuparon el territorio del Sinaí, Arabia, Transjordania, y el sur del mar
Muerto. Va más allá de los límites de esta obra considerar estas relaciones tribales y su
situación. Será suficiente decir que los asurim no deben ser confundidos con los asirios;
es probable que tengan que ser localizados al sur de la Meca, en la península Arábiga.
Ismael, como Jacob, tuvo doce hijos que vinieron a ser “jefes tribales.” Ellos y sus
descendientes se asentaron en la península Arábiga y se extendieron por el territorio
ocupado por los descendientes de Cetura y deben haberse casado entre ellos. La última
parte del versículo 18 es problemática, pero es probable que tenga que traducirse en el
espíritu, si no con las palabras de la NVI: “y vivieron en hostilidad hacia todos sus
hermanos.” La referencia, pues, sería a la condición de los conflictos endémicos que
han existido entre los clanes y las tribus de Arabia, incluso en los tiempos modernos.
Ismael tenía 137 años cuando murió. Pero Ismael tenía más de 85 e Isaac 76 cuando los
dos enterraron a su padre Abraham al lado de Sara en la cueva de Macpela en Hebrón.
Abraham tenía 175 al morir, y así vivió una vida llena como Dios había predicho
(15:15). Además, vivió no sólo para ver un hijo en cumplimiento del pacto, sino también
un nieto. Jacob, que engendraría a los progenitores de las doce tribus de Israel, tenía
quince años cuando Abraham murió. Los dos medio-hermanos, Isaac e Ismael, pudieron
poner a un lado su mutua animosidad lo suficiente como para participar en el funeral de
su padre juntos.
9

ISAAC

GÉNESIS 25:19—26:35
Isaac queda algo oscurecido por las vidas más llenas de movimiento y de sucesos de su
padre y de su hijo. Creció a la sombra de un padre piadoso y en la memoria de su
ofrecimiento sobre el monte Moriah. Parece haber sido un hombre muy devoto, y Dios
le confirmó el pacto hecho con Abraham. Como su padre, se vio obligado a esperar
largo tiempo el nacimiento de un heredero. Y como su padre, se enredó con Abimelec
en Gerar, haciendo pasar a su esposa como su hermana.
Pero también Isaac era muy distinto a su padre. Nunca viajó a más de unos pocos
kilómetros del lugar de su nacimiento. Tuvo solamente una esposa, y ella le dio a luz
solamente a dos niños. No tenía un espíritu agresivo ni de afirmación propia y nunca
entró en batallas. Se quedó ciego en su ancianidad y casi impotente y vivió hasta los 180
años de edad, en tanto que Abraham murió con 175.
Aunque hay pocos eventos conmovedores en la vida de Isaac, tuvo sus pruebas. Como
niño sufrió la persecución de su hermano mayor Ismael. Como joven soportó el
sacrificio en el monte Moriah. Estuvo muy unido a su madre y es evidente que llevó
dolor dentro de sí durante varios años después de su muerte. Una prueba especialmente
grande fue la prolongada esterilidad de Rebeca. Entonces, a los 75 años, sufrió la muerte
de su padre y posteriormente soportó una temporada muy extrema de hambre, que le
envió a tierra de los filisteos. El casamiento de Esaú con dos mujeres idolátricas causó
un gran dolor a Isaac y a Rebeca; Esaú era, después de todo, el hijo mayor y el favorito
de Isaac y, presumiblemente, el hijo de la promesa. A continuación, Isaac empezó a
quedarse sin vista, y cuando estuvo ciego sufrió el gran engaño perpetrado sobre él por
su esposa y Jacob. Como resultado, dio la bendición oral a Jacob. Más tarde sufrió el
exilio de Jacob, la muerte de Rebeca, y la partida de Esaú. Isaac se tomó sus tristezas
con gracia. Era un hombre intensamente religioso, casero y pacífico.

El nacimiento de un heredero (25:19—26)


Como sucedió con su padre Abraham, Isaac estaba destinado a esperar durante mucho
tiempo el nacimiento de un heredero. Abraham esperó y se angustió por la provisión del
niño de la promesa del pacto durante más de veinticinco años. Isaac se vio obligado a
esperar veinte años. Tenía cuarenta cuando se casó (25:20) y sesenta cuando Jacob y
Esaú nacieron (25:26). Isaac “oró” por o “rogó” a Dios en favor de su estéril esposa.
¿No había prometido Dios a Abraham que de Isaac vendrían sus descendientes? (21:12).
Quizás Isaac recordó a Dios aquella promesa. En la prolongada esterilidad de Sara y
Rebeca y en la intervención divina para producir un heredero, es evidente que Dios
quería mostrar que el niño del pacto era dado divina y omnipotentemente; que no se
trataba meramente de un producto de un proceso natural.
Después, cuando por fin tuvo lugar la concepción, Rebeca dio a luz a gemelos que
“luchaban” o “peleaban,” o “chocaban” en su vientre. Muy aturdida en cuanto a su
condición, Rebeca se presentó ante Yahweh para preguntar qué significaba lo que le
estaba sucediendo. La explicación fue clara y específica. Dos bebés en su seno vendrían
a ser los antepasados de dos naciones (Esaú de los edomitas y Jacob de los israelitas).
Evidentemente, tanto los hijos como sus descendientes lucharían por el dominio. Pero
la lucha sería especialmente grande entre los propios hijos, y el más joven saldría
vencedor. Pero esa inversión del orden natural de dar la primacía al primogénito no se
produciría por la mayor fuerza o capacidad del más joven. La predicción tampoco era
un mero producto de la presciencia de Dios. Romanos 9:10—12 deja claro que se trataba
de la elección soberana de Dios, una elección que no tenía nada que ver con los méritos
relativos de los gemelos, porque la decisión se había tomado antes de su nacimiento.
Es de suponer que Rebeca informó de esta explicación y pronunciamiento divino a
Isaac, y posiblemente Esaú y Jacob lo supieron después. Sabiendo que tenían entre
manos un grave problema de crianza, Isaac y Rebeca debieron haber ejercido una mayor
sabiduría de la que tuvieron. Lamentablemente, la parcialidad siempre caracterizó al
hogar: Isaac favoreció a Esaú y lo trató como heredero, y Rebeca favoreció a Jacob.
A su debido tiempo nacieron los gemelos. El primero apareció “rubio” y “todo
velludo como una pelliza”; por eso se le llamó Esaú, que significa “peludo”. El segundo
bebé varón apareció inmediatamente, agarrando el talón de su hermano. Así que lo
llamaron Jacob, que significa “agarrador de talones” o “el que toma por el talón” o
“suplantador”. Su acción al nacer caracterizó su tenacidad en la lucha por conseguir la
primogenitura o sus actividades como suplantador. Cuando nacieron los niños, el abuelo
Abraham tenía 160 años, como ya se ha dicho. Sin duda, fortaleció su fe al ver nacer un
nieto en la línea de la promesa, pero dos descendientes —Isaac y Jacob— estaban muy
lejos de la realización de la promesa de Dios de que su progenie sería tan numerosa
como el “polvo de la tierra” (Génesis 13:16).

La venta de la primogenitura por parte de Esaú (25:27—34)


A medida que Jacob y Esaú crecían, eran claramente diferentes en todos los sentidos,
no sólo en las características físicas sino también en el temperamento y las actividades.
Esaú era un rudo hombre de campo y un excelente cazador, mientras que Jacob era un
hombre “sencillo” o “tranquilo” o “quieto” que llevaba una vida sedentaria y “habitaba
en tiendas”. Isaac se inclinó a favorecer a Esaú, porque era el primogénito y debía ser
el heredero y porque apreciaba mucho la caza que practicaba. Rebeca favoreció a Jacob,
probablemente porque era la elección de Dios como heredero del pacto y porque le
resultaba más fácil identificarse con su estilo de vida.
En cierta ocasión, cuando Esaú regresó de la caza, estaba completamente hambriento
y se encontró con Jacob cocinando un guiso de lentejas, probablemente mezclado con
cebollas y ajo. A Esaú le invadió una pasión casi incontrolable por comer un poco de
esa comida. Su pasión por el guiso de lentejas rojas es la razón por la que también se le
llamó Edom (“rojo”, v. 30). Por supuesto, podía llamarse también Edom por el aspecto
rojizo con el que había nacido.
Aprovechando la situación, Jacob propuso a Esaú que vendiera su primogenitura por
el guiso de lentejas. En la sociedad patriarcal, la posesión de la primogenitura implicaba
la jefatura de la familia, la función sacerdotal en la misma y, al menos en una época
posterior, una doble porción de la herencia (Deuteronomio 21:17). Además, en este caso
incluía la posesión de las promesas del pacto. Es de suponer que Jacob sabía por su
madre que estaba destinado a ser el hijo de la alianza, en lugar de Esaú. El pecado de
Jacob en la transacción fue triple (1) presunción hacia Dios al tratar de apresurar el
cumplimiento de sus propósitos; (2) falta de fidelidad hacia Isaac al tratar de quitarle la
primogenitura a su hijo mayor y favorito; (3) poco fraternal hacia Esaú al tratar de
aprovecharse de su situación.
El pecado de Esaú consistió en que (1) era sensual y materialista; sacrificó el futuro
en el altar de lo inmediato; (2) despreció la primogenitura y fue, según Hebreos 12:16,
“profano” (RV) o “inmoral” (NVI). Aunque el relato de Génesis no excusa a Jacob por
sus acciones, la verdadera condena recayó en Esaú. Es de suponer que los muchachos
habían discutido sobre la primogenitura en ocasiones anteriores, y que Esaú había
mostrado una actitud lo suficientemente descuidada como para animar a Jacob a creer
que podía salirse con la suya con un trato tan unilateral. Y así fue.

Isaac y Abimelec (26:1—16)


Los críticos textuales suelen suponer que hubo un relato de un patriarca que hizo
pasar a su esposa por su hermana y que los editores de los documentos fuente se
confundieron y asignaron la acción a Abraham dos veces (cap. 12 y 20) y a su hijo Isaac
(cap. 26). Pero, como se ha señalado anteriormente, Abraham acordó con su mujer que
se hiciera pasar por su hermana en determinadas circunstancias, y evidentemente lo hizo
al menos en dos ocasiones. Además, no hay ninguna razón para concluir que un hijo sea
inmune a seguir un curso de acción similar al de su padre. Además, en 26:1 se distingue
específicamente este acontecimiento en la vida de Isaac de uno de los ocurridos en la
vida de Abraham: “además de la primera hambre que hubo en los días de Abraham” (cf.
Génesis 12:10). Además, había importantes diferencias entre el lapso de Abraham y el
de Isaac. Por ejemplo, Rebeca no fue separada de su marido como lo fue Sara, y no hubo
ningún milagro de advertencia o juicio en este capítulo como lo hubo en el caso de
Abraham.
Enfrentado a una hambruna en la región semiárida cerca de Cades-Barnea, Isaac entró
en pánico y caminó unas cincuenta millas hacia el noreste hasta Gerar, un territorio
filisteo, que gozaba de mayores precipitaciones. Allí gobernaba otro Abimelec,
probablemente un hijo o nieto del que fue rey en tiempos de Abraham (cf. Génesis 20:2);
evidentemente ese era un nombre familiar recurrente. Temporalmente, Isaac parece
haber perdido su fe en Dios como proveedor y actuó por su cuenta para satisfacer sus
necesidades. Es más, hizo planes para abandonar la Tierra Prometida y dirigirse a Egipto
en un esfuerzo por disfrutar de una mayor seguridad material. Dios se adelantó a esa
aventura y se apareció a Isaac con otra confirmación de la Alianza de Abraham. Isaac
no habría ido al norte para trasladarse al sur, a Egipto; así que tal vez decidió viajar a
Egipto después de una fría recepción inicial en Gerar.
Dios le ordenó a Isaac que se quedara “en la tierra” y luego le prometió bendiciones
inmediatas y a largo plazo a Isaac y a sus descendientes. Dios satisfaría las necesidades
de Isaac, le concedería una posteridad innumerable y les daría posesión de “todas estas
tierras” (vv. 3-4), la Tierra Prometida, habitada por los diversos pueblos enumerados en
Génesis 15:19—21. Además, por medio de su “descendencia”, especialmente el Mesías,
la bendición de Dios llegaría a “todas las naciones de la tierra”. Esta fue la repetición
del Pacto con Abraham al heredero de Abraham y probablemente fue la primera vez que
Dios le habló tan directamente. Aunque el pacto hecho a Abraham era puramente de
gracia y era incondicional, la obediencia total e inequívoca de Abraham (indicada en el
cúmulo de términos similares en el v. 5) en cierto sentido ratificó o aseguró la vigencia
del pacto. Las promesas de Dios pueden ser seguras, pero no dan a los hombres licencia
para hacer lo que quieran. Isaac obedeció y se quedó en Canaán, pero posiblemente el
mandato de Dios no significaba que debía permanecer entre los filisteos. Tal curso de
acción estaba cargado de dificultades; tal vez debió haber regresado a Beerseba o a algún
otro lugar del sur.
La fe de Isaac en que Dios supliría sus necesidades se vio rápidamente empañada por
el pecado de la mentira, debido al temor por su seguridad personal. Preocupado por la
posibilidad de que los filisteos trataran de matarlo para apoderarse de su hermosa
esposa, Isaac la hizo pasar por su hermana, como su padre había hecho con Sara, y así
puso a Rebeca en peligro. Stigers señala que, según las costumbres del norte de
Mesopotamia, de donde había venido Rebeca, la esposa de un hombre era su hermana
legal; por lo tanto, Isaac técnicamente no era culpable de decir una mentira. Pero la
ignorancia filistea de ese hecho lo hacía culpable de un grave engaño.1
Después de “muchos días”, durante los cuales nadie molestó ni a Rebeca ni a Isaac,
Abimelec se asomó un día por una ventana y vio a Isaac que “acariciaba” a su esposa.
Al descubrir la verdad de su relación, Abimelec convocó a Isaac para que diera cuenta
de su engaño. La consternación y las órdenes de Abimelec en los versículos 10-11
______________________
1. Harold G. Stigers, A Commentary on Genesis (Grand Rapids: Zondervan, 1976), 213.
reflejan un elevado código moral entre aquel grupo de filisteos o, posiblemente, un
temor implantado durante el lapso de Abraham en Gerar (Génesis 20:7). Abimelec
permitió entonces que Isaac permaneciera en su territorio, donde Dios lo prosperó en
gran medida. A primera vista parecería que Dios bendijo el pecado de Isaac, pero no es
así. Prometiendo cuidar de él en la Tierra Prometida, Dios le había ordenado que no
bajara a Egipto sino que permaneciera en Canaán. Isaac había obedecido y Dios cumplió
su compromiso. En el proceso, el pecado del patriarca fue expuesto y condenado
públicamente; Dios nunca barniza las faltas de sus elegidos.
Con el tiempo, Dios utilizó la prosperidad de Isaac para sacarlo del lugar en el que
primeramente nunca debió estar. Los filisteos comenzaron a envidiar la prosperidad de
Isaac, y los recursos de la región parecen no haber sido suficientes para su ganado y el
de los filisteos. Los filisteos taparon los pozos de los que dependía Isaac, y Abimelec le
pidió que se fuera. La afirmación de que los hebreos se habían vuelto “mucho más
poderoso que nosotros” indica que los filisteos de esa época temprana pueden no haber
sido muy numerosos o poderosos.

La lucha por los pozos (26:17—33)


Cuando Isaac se fue de Gerar, evidentemente lo hizo de mala gana y se quedó en las
proximidades, —en el valle de Gerar. Como sus grandes rebaños requerían mucha agua,
abrió los pozos que Abraham había cavado y que los filisteos habían tapado. En el
proceso, sus sirvientes descubrieron un pozo natural de agua dulce, —un gran tesoro en
esa región. Como el pozo se había excavado en tierras bajo su jurisdicción, los filisteos
reclamaron derechos sobre él. Como resultado de la disputa, Isaac llamó al pozo Esek
(que significa “altercado” o “lucha”). Cuando Isaac cavó un segundo pozo a poca
distancia, los filisteos trataron de controlarlo también; Isaac lo llamó Sitna
(“oposición”). Alejándose aún más de Gerar, Isaac cavó un tercer pozo, que no fue
disputado porque evidentemente estaba más allá de los límites territoriales filisteos. Por
eso Isaac lo llamó Rehobot (que significa “amplitud” o “lugar de descanso”); ya que
ahora tenían espacio para expandirse. Rehoboth se ha identificado con Ruheibeh, a unas
diecinueve millas al suroeste de Beerseba. Por alguna razón, Rehoboth resultó
insatisfactoria e Isaac regresó a Beerseba; posiblemente la hambruna había terminado.
La misma noche que Isaac regresó a Beerseba, Dios se le apareció para darle
seguridad. “No temas”. Isaac había temido el suministro inadecuado de alimentos, el
peligro personal, los pastores filisteos y el hecho de no ver ninguna descendencia. Dios
prometió su presencia, provisión y posteridad. El lugar donde Dios se apareció se volvió
especialmente sagrado; así que Isaac construyó un altar, ofreció un sacrificio y se
estableció allí. Naturalmente, si iba a quedarse allí, requería un suministro de agua
adecuado; así que sus siervos comenzaron a cavar en busca de agua.
Pronto Abimelec y dos de sus principales oficiales fueron a ver a Isaac a Beerseba
para hacer un pacto con él, muy parecido al que hicieron los filisteos en tiempos de
Abraham (Génesis 21:22—34). El pacto era muy valioso, en primer lugar, para
Abimelec porque le aseguraba la buena voluntad de Isaac, que evidentemente era una
potencia en ascenso, y porque eliminaba el riesgo de afrentar al Dios de Isaac. En
segundo lugar, era de valor para Isaac porque eliminaba cualquier amenaza que pudiera
venir de los filisteos, y le aseguraba la bendición de Dios. De hecho, lo que queda claro
y evidente en la fraseología filistea es la impresión que tenían de que “Yahweh está
contigo.”
Al inicio de las negociaciones Isaac les dio un gentil reproche, preguntándoles a qué
venía que fueran a presentarse ante él, “pues que me habéis aborrecido, y me echasteis
de entre vosotros.” La implicación es que la enemistad venía totalmente de parte de
ellos: “vosotros de parte vuestra misma.” La respuesta de ellos es conciliadora:
“Nosotros no te hemos tocado;” “solamente te hemos hecho bien;” “te enviamos en
paz.” De hecho, aquellos líderes pueden no haber tenido parte ni arte en las pendencias
entre pastores y por ello pudieran afirmar inocencia en cuanto a las luchas pasadas. En
todo caso, las condiciones eran diferentes ahora. Los filisteos propusieron un pacto de
paz entre ellos, e Isaac aceptó y selló el pacto con un banquete como prenda de buena
voluntad. Aquel mismo día los siervos de Isaac llegaron con el informe de que habían
hallado agua en el pozo en el que habían estado cavando. De manera que el patriarca
tuvo un pacto de paz y la certeza de que tendría un suministro adecuado de agua, todo
ello el mismo día. Decidió llamar aquel pozo Shibah (“juramento”) y al establecimiento
Beerseba (“pozo del juramento o del pacto”), así como Abraham lo había llamado
Beerseba (“pozo del juramento o pozo de los siete,” Génesis 21:30-31), refiriéndose a
la “septena” de ellos mismos por medio de siete corderas.

Casamientos de Esaú (26:34-35)


A primera vista estos versículos pudieran parecer fuera de lugar, pero no es así.
Anteriormente se han señalado las inconveniencias de la naturaleza de Esaú; ahora se
señalan sus fallos con respecto al matrimonio. Ambas cosas le descalifican como
heredero del pacto abrahámico. Esta descalificación debe quedar clara antes de que el
foco de atención se centre en Jacob como heredero durante los siguientes capítulos. Y
esa nota sobre el matrimonio sirve de preludio a la búsqueda de Jacob de una esposa
entre su propio pueblo (27:46—28:4). El matrimonio de Esaú tuvo lugar a la edad de
cuarenta años con esposas paganas hititas, en lugar de seguir el modelo establecido por
Abraham en el capítulo 24: matrimonio con parientes temerosos de Dios. La “amargura
de espíritu” que produjeron a Isaac y Rebeca esos matrimonios surgiría de la corrupción
pagana introducida en la familia por ese medio. Y para Isaac, que seguía tratando de
hacer a Esaú su heredero, había una gran consternación sobre cómo le iría a la alianza y
a sus disposiciones en esa familia y entre sus descendientes.
10

JACOB: LOS PRIMEROS AÑOS Y SU


PEREGRINACIÓN EN HARÁN

GÉNESIS 27:1—30:43
Jacob (que significa “suplantador”) vivió ciertamente dando razón de su nombre,
primero persuadiendo a su hermano Esaú de que le vendiera el derecho de primogenitura
y después engañado a su padre y robándole la bendición oral. Pero cuando Jacob fue al
hogar del hermano de su madre, Labán, en busca de una esposa, encontró la horma de
su zapato. Labán era superior en astucia. Tuvo que trabajar catorce años para Labán por
sus esposas Lea y Raquel, y seis años más para los rebaños y las manadas que obtuvo
de Labán.
A menudo se ha suscitado la cuestión de por qué Dios tuvo que bendecir a un granuja
como Jacob, pareciendo incluso que le premiaba por sus malos caminos. Como
respuesta, debiéramos recordar que Dios llama a Sus seguidores, no por lo que son, sino
por lo que pueden llegar a ser en Su gracia. Nadie merece las bendiciones de Dios. En
segundo lugar, Dios había hecho un pacto incondicional con Abraham y lo había
confirmado a Isaac; esto implicaba obrar a través de los descendientes naturales de
Isaac; esto es, Jacob. En tercer lugar, por muy oscuramente que fuera, Jacob tenía,
evidentemente, un cierto aprecio por las bendiciones espirituales del pacto de Dios. Y
de camino al hogar de Labán en el norte de Mesopotamia, se detuvo en Bet-el, lugar
sagrado como santuario de su abuelo Abraham. Allí Dios se le reveló a Jacob y le
confirmó el pacto abrahámico, sin indicación alguna de que aprobara todas sus acciones
(Génesis 28:10—22). En cuarto lugar, Jacob fue arrojado de su hogar por su engaño a
Isaac y soportó muchas situaciones que le ayudaron en su maduración durante los veinte
años en el exilio. En quinto lugar, como hombre que había recibido una disciplina tras
otra, confrontó a Dios en una forma espiritualmente revolucionaria a lo largo de las
riberas del Jaboc en su retomo a casa (Génesis 32). Allí Dios cambió su nombre por el
de Israel (“luchador por Dios”). En sexto lugar, Jacob vivió sus primeros años bajo la
influencia de una madre dominante y liosa; parece aparecer bajo una luz más favorable
cuando entra en juego su propia individualidad. Así, la historia de la vida de Jacob no
debiera ser considerada como un relato de la bendición de Dios sobre la maldad, sino
más bien como un relato del paciente trato de Dios con un hombre pecador, hasta que
éste vino a ser Israel, “luchador por Dios.”
La bendición mal aplicada (27:1—46)
Era tradicional que un patriarca hebreo pronunciara una bendición oral sobre sus hijos
antes de morir. Esta práctica era característica no solamente de los hebreos, sino
también, al menos, de algunos semitas del norte de Mesopotamia. En una sociedad
esencialmente sin literatura las transacciones orales eran de extrema importancia; y la
bendición oral tenía la fuerza de un testamento oral legalmente vinculante, como los
textos de la ciudad mesopotámica de Nuzi demuestran. El carácter vinculante de la
bendición es evidente, puesto que Esaú no demandó una transferencia de la bendición a
él, simplemente porque se había cometido un error. Solamente pidió alguna bendición
adicional.
El plan de Isaac de bendecir a Esaú (27:1—4). Isaac era viejo y estaba ciego, y quizás
con mala salud, porque temía una muerte inminente. La edad de Isaac puede calcularse
a partir de la edad de Jacob. Stigers sostiene que Jacob tenía 77 años en el momento de
la bendición oral.1 Como Isaac tenía 60 años cuando nació Jacob (25:26), es necesario
sumar 60 a 77 para obtener la edad de Isaac. A los 137 años puede que se sintiera
preparado para pasar a mejor vida, pero estaba destinado a durar décadas más, hasta los
180 años (35:28).
Isaac decidió otorgar la bendición oral a Esaú, a pesar de que Dios había designado
claramente a Jacob como heredero de la alianza. Parece inconcebible que la revelación
de Dios a Rebeca no haya sido compartida con Isaac. Sin embargo, no es tan seguro que
Isaac supiera de la venta de la primogenitura de Esaú a Jacob. Pero ciertamente sí sabía
del matrimonio de Esaú con esposas paganas y de un estilo de vida que no le convenía
para ser el hijo de la promesa. Resulta increíble que el patriarca pudiera burlarse tan
flagrantemente de la ordenación divina y disponer la consumación de una bendición oral
fuera de lugar. Como se ha sugerido, tal vez necesitaba el estímulo de los mejores
esfuerzos culinarios y de caza de Esaú para fortalecerse en el procedimiento. Esaú
compartió la culpa con su padre al aceptar seguir adelante con el plan a pesar de que
había prestado su juramento de transferir la primogenitura a Jacob (25:33).

El complot de Rebeca para el engaño (27:5—17)


Pero Rebeca y Jacob también tuvieron su parte de culpa. Sin una oración a Dios para
que interviniera ni para que se reconviniera con Isaac, urdieron un plan para engañar al
patriarca. Rebeca fue la instigadora y Jacob su complaciente cómplice. Rebeca hizo caso
omiso de las preguntas y objeciones de Jacob. Resolvió el problema del olor vistiendo
a Jacob con las ropas de Esaú para proporcionarle el olor asociado a su caza, y el
problema de su piel peluda cubriendo el cuello y los brazos de Jacob con pelo de cabra.
El hecho de que Rebeca y Jacob estuvieran en consonancia con el plan soberano de Dios
no excusa sus acciones. No es justificable hacer el mal para que el bien salga de él. Y
______________________
1. Harold G. Stigers, A Commentary on Genesis (Grand Rapids: Zondervan, 1976), 213.
tanto Rebeca como Jacob iban a sufrir mucho por su pecado. Inmediatamente entraron
en la casa grandes luchas. Rebeca estaba destinada a no volver a ver a la niña de sus
ojos, es decir, al hijo a quien había prodigado tanto afecto. Jacob fue obligado a exiliarse,
donde sufriría veinte largos años de engaño y dominación por parte de Labán. Que
Rebeca y Jacob hayan pensado en engañar a Isaac muestra algo de su debilidad como
persona y como líder de la familia, así como la debilidad de su propio carácter.

La bendición de Isaac a Jacob (27:18—29)


Cuando Jacob se dispuso a presentarse ante su padre, inmediatamente Isaac sospechó.
Apenas había tenido tiempo para efectuar la caza, aderezarla y cocinarla; la voz era de
Jacob. La explicación de que Dios le había prosperado y acortado el tiempo no fue
ninguna garantía para Isaac, porque Esaú no era dado a soltar frases piadosas. Sin
embargo, el tacto de la cubierta de piel de cabra de Jacob y el olor de su ropa de cazador
ayudaron a tranquilizar al patriarca, que se dispuso a conceder la bendición. El
contenido de la bendición incluye (1) una visión de la fecundidad y la abundancia; (2)
el dominio sobre los demás pueblos de la tierra (que se cumplirá durante los días del
imperio hebreo y, sobre todo, durante el Milenio); (3) la jefatura de la familia (“Sé señor
de tus hermanos”); (4) y la promesa de protección (“benditos los que te bendijeren”).
Esta última es una reiteración de un rasgo importante del Pacto con Abraham: El trato
a los descendientes de Abraham sería la base del juicio sobre los pueblos de la tierra.

Remordimiento y súplica de Esaú (27:30—41)


Cuando Jacob “apenas había salido” de la presencia de Isaac, Esaú volvió de cazar.
Rápidamente aderezó su caza y la preparó para su padre. Con tono de sorpresa, Isaac le
preguntó: “¿Quién eres tú?”. Igualmente sorprendido, Esaú respondió: “tu primogénito,
Esaú”. ¿Por qué no habría de sorprenderse?
Había hecho exactamente lo que su padre le había ordenado. Entonces Isaac “se
estremeció Isaac grandemente” y jadeó lo que debió ser una pregunta retórica: “¿Quién
es el que vino aquí...?” Inmediatamente se dio cuenta de lo que había sucedido y dijo:
“será bendito”. No se trataba de un mero deseo o de un rechazo a la transferencia de la
bendición, sino de un reconocimiento del cumplimiento de los soberanos propósitos de
Dios en la vida de Jacob.
Entonces Esaú prorrumpió en fuertes sollozos y pidió también la bendición. Aunque
Isaac reconoció el engaño de Jacob, sabía que la situación no podía cambiar. Como
observa la Biblia en Hebreos, “Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la
bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la
procuró con lágrimas”. (Hebreos 12:17). En respuesta, Esaú arremetió amargamente
contra su hermano: “Bien llamaron su nombre Jacob, pues ya me ha suplantado dos
veces”. Sin dejar de sollozar, Esaú volvió a suplicar a su padre que lo bendijera. Isaac
le respondió en efecto: “…yo le he puesto por señor tuyo, y le he dado por siervos a
todos sus hermanos; de trigo y de vino le he provisto; ¿qué, pues, te haré a ti ahora, hijo
mío? Al insistir Esaú, Isaac le dijo: “He aquí, será tu habitación en grosuras de la tierra”,
una acertada referencia a las zonas montañosas de Edom donde llueve poco. Sus
descendientes serían guerreros (“por tu espada vivirás”) y estarían sometidos a los judíos
(“a tu hermano servirás”). Pero habría periodos en que los edomitas obtendrían la
libertad de los hebreos. El patrón de sometimiento y libertad puede observarse en
pasajes como 1 Samuel 14:47; 2 Samuel 8; 1 Reyes 9:22—26; y 2 Reyes 14:7. Por su
humillación ante Jacob, Esaú le guardó rencor y determinó matarlo después de la muerte
de su padre.

La reacción de Rebeca (27:42—46)


Cuando Rebeca se enteró de la determinación de Esaú de vengarse, decidió actuar
para proteger a Jacob. O bien no conocía el plan de Esaú de esperar hasta después de la
muerte de Isaac para matar a Jacob, o bien creía que la muerte de Isaac era inminente.
No se suscita si se le ocurrió el pensamiento de buscar la ayuda de Isaac para detener a
Esaú. Quería asegurarse de que nada le sucedería a Jacob. Por ello apremió a Jacob a
que huyera a casa de su hermano Labán hasta que se enfriara la cólera de Esaú. Los
“algunos días” que ella creyó iban a transcurrir se alargaron hasta convertirse en veinte
años y Rebeca nunca más volvería a ver a su hijo favorito. “Seré privada de vosotros
ambos” se refiere al potencial asesinato de Jacob, y al destierro o ejecución de Esaú por
tal crimen. Pero, evidentemente, Rebeca no podía enviarlo por su cuenta en una sociedad
patriarcal. Y quería que fuera enviado de una forma apropiada, en lugar de escapar
huyendo por su vida. Por ello le presentó a Isaac las razones de enviar a Jacob en una
misión honorable: la de conseguir una esposa de entre su propio pueblo, como Isaac
había hecho. Ya era hora de ello: tenía alrededor de 77 años. En el curso de la
conversación se evidencia el dolor provocado por Esaú debido al casamiento con sus
impías esposas. Con discreción, Rebeca no dijo nada a Isaac acerca de las amenazas de
muerte de Esaú en contra de Jacob.

Viaje de Jacob a Harán (28:1—22)


Su partida (28:1—9). No es extraño que Isaac accediera a los deseos de Rebeca. Es
cosa cierta que desconocía la extensa parte que había tenido en el engaño para que Jacob
consiguiera la bendición oral y, por lo tanto, no tenía porque estar especialmente
enojado con ella. Aunque picado con Jacob, reconoció la preferencia de Dios por él y el
hecho de que precisaba de una esposa para poder cumplir las promesas del pacto.
Además, sabía que los hijos del pacto no debían entrar en yugo desigual con las mujeres
paganas de Palestina. Aquel principio había sido el que les había dirigido en la elección
de una esposa para él, y tenía que ser aplicado a sus esfuerzos en bien de sus hijos
también. Y, naturalmente, comprendía que sería prudente separar por un tiempo a Jacob
y a Esaú.
De forma que llamó a Jacob y le envió a su destino. Jacob no tenía que casarse con
una cananea pagana, sino ir a Padan-aram (que probablemente signifique “el campo de
Aram”), el área de la Mesopotamia noroccidental donde estaba situado Harán (cp.
Génesis 25:20) y hallar allí a una hija de Labán, el hermano de su madre. El propósito
de ir allí no era el de mantener la pureza de la sangre, sino el de hallar una mujer con
ideales espirituales. Jacob debía partir de inmediato: el imperativo “levántate, vé” (que
equivale a “vé en el acto”) implica urgencia. El Shaddai (Dios omnipotente), el Dios de
todo poder, prosperará a Jacob en su camino. Isaac se hallaba muy consciente del puesto
de Jacob como heredero del pacto abrahámico, pues su bendición mencionó que los
muchos descendientes de Jacob un día poseerían la tierra de Canaán, que había sido
prometida a Abraham.
Al ponerse Jacob de camino, el historiador sagrado interrumpe la narración para
comentar la reacción de Esaú ante los recientes sucesos. Al reconocer lo consternados
que estaban sus padres por su casamiento con dos mujeres heteas, y lo decididos que
estaban a evitar que Jacob contrajera enlaces con cananeas, tomó una tercera esposa que
era descendiente de Abraham por medio de Ismael. Al hacerlo así, no por ello mejoró
su posición, ni con sus padres ni ante Dios, porque Ismael no estaba en la línea de la
promesa.
Su sueño (28:10—15). En el curso de su viaje hacia el norte, se detuvo a pasar la
noche en los alrededores de lo que ahora es Bet-el. Situado a unos setenta y dos
kilómetros (45 millas) en línea recta al norte de Beerseba, tuvo que haber tardado tres o
cuatro días en llegar allí al ir andando por las colinas, sin poder disfrutar de buenos
caminos. Al caer la oscuridad, puso su cabeza sobre una piedra, y se quedó dormido.
Allí estaba, indefenso, y con un incierto futuro ante él. Quizás su sueño era inquieto. En
su gran necesidad, Dios acudió a él, como tan a menudo acude cuando llegamos al límite
de nosotros mismos.
Jacob tuvo un sueño en el que vio una escalera con ángeles subiendo y bajando por
ella. La escalera representa el contacto constante que existe entre el cielo y la tierra, y
los ángeles son mensajeros de Dios (ángel significa “mensajero”) que presentan las
necesidades humanas a Dios y que traen, en consecuencia, la ayuda de Dios. Es
significativo que Jesús aplicase esta simbología a Sí mismo como “el camino” a Dios o
el mediador entre el cielo y la tierra (Juan 1:51; cp. Juan 14:6; 1 Timoteo 2:5). Pero en
lugar de obrar meramente a través de sus agentes, en este caso era Dios mismo quien
estaba en lo alto de la escalera. La atención del cielo se hallaba centrada en aquel que
iba a ser el padre de los progenitores de las doce tribus de Israel y que iba, en cierto
sentido, a inaugurar el cumplimiento del pacto abrahámico.
“Yo soy Yahweh,” Dios mismo le dijo a Jacob. Esta fue la primera de siete
apariciones divinas al patriarca (ver 31:3; 32:1-2, 24—30; 35:1, 9—13; 46:1—4). Lo
que Dios dijo incluyó una reiteración del pacto abrahámico a Jacob: (1) la promesa de
la tierra de Canaán; (2) innumerables descendientes; y (3) la bendición de todas las
naciones por medio de su simiente (el Mesías). Pero incluía también importantes
garantías personales: (1) provisión y protección para Jacob; y (2) su vuelta de
Mesopotamia. ¿Qué más podía pedir el solitario peregrino?
Su consagración de Bet-el (28:16—22). Cuando Jacob despertó quedó abrumado por
lo que había visto. Había estado a las mismas “puertas del cielo,” y su visión de Dios le
había llenado con un temor reverente. Una visión así es de gran importancia en el
moldeado del hombre de Dios (cp. Isaías 6). Los cristianos contemporáneos están a
menudo demasiado ocupados en compararse con otros y por ello quedan bastante
satisfechos del resultado; una visión de Dios conmueve a uno hasta la adoración, revela
los propios fracasos, y lleva a decisiones que revolucionan la vida.
Habiendo encontrado a Dios en aquel lugar, Jacob lo llamó Bet-el (“casa de Dios”).
Es evidente que Bet-el estaba situado cerca de la ciudad de Luz y que, a su tiempo, le
dio el nombre a la ciudad. También, Jacob puso de pie la piedra sobre la que había
reposado su cabeza para que sirviera como memorial del tremendo evento que allí había
tenido lugar, y la ungió con aceite. Estos memoriales y su consagración eran comunes
en la experiencia hebrea (Levítica 8:10-11; Deuteronomio 27:1—8). Más tarde, cuando
los hebreos se vieron tentados o cayeron en el lazo de las prácticas del culto cananeo
(incluyendo “piedras alzadas”), se les prohibió erigir estos pilares (Levítico 26:1). No
había ningún motivo animista incluido en la acción de Jacob, como en algunas ocasiones
se ha pretendido; simplemente quiso conmemorar un evento. Además, no existe ninguna
base para la pretensión de que Jacob fuera a aquel lugar porque fuera un centro de culto
donde podría hallar algún tipo de seguridades para su necesitada alma. Se trataba
meramente de un lugar cercano a una ciudad donde un cansado pastor vino a dormir, y
más tarde llegó a ser un centro de adoración.
Los versículos 20—22 no debieran ser considerados como un regateo barato, sino
más bien como un voto de gratitud. El versículo 20 puede traducirse de manera legítima:
“Ya que Dios estará conmigo.” Él aceptó la promesa de Dios y se comprometió a darle
un diezmo de todo lo que Él le diera (una segunda referencia de un diezmo voluntario,
cp. Génesis 14:20). Jacob no estaba dejando para más tarde le decisión de aceptar y
servir a Dios, hasta que Él hubiera cumplido sus promesas.

Vida de Jacob en casa de Labán (29:1—30:43)


Encuentro de Jacob con Raquel (29:1—14). Fortalecido por la promesa de Dios, los
pasos de Jacob fueron más ligeros al proseguir su camino hacia el noreste. Después de
unas tres semanas de camino supo que se estaba acercando a su destino, por lo que se
detuvo a preguntar. La escena era, y sigue siendo, la común de aquella región: rebaños
de ovejas y sus pastores reunidos alrededor de un pozo (o cisterna en la que se guardaba
el agua). Jacob pronto supo que los pastores eran de Harán, que Labán estaba vivo y
bien, y que su hija Raquel estaba justo llegando con un rebaño de sus ovejas. Al
acercarse ella, él tuvo ocasión de tener respuesta a otra pregunta. ¿Por qué los pastores
esperaban cerca del pozo mientras el sol estaba alto en el cielo? ¿Por qué no abrevaban
las ovejas y las llevaban a pastar algo más? Esta pregunta refleja el carácter agresivo de
Jacob y su deseo de aprovecharse de las oportunidades de progresar. La explicación es
que se necesitaba de varios pastores juntos para poder levantar la pesada piedra de la
cisterna; es posible que ellos fueran jóvenes que no pudieran quitarla sin ayuda. O puede
que tuvieran el acuerdo de abrevar a sus rebaños juntos por alguna otra razón.
En aquel momento llegó Raquel y Jacob quitó la piedra de la cisterna y abrevó sus
rebaños sin esperar a que llegaran los otros pastores. Después, vencido por la emoción
del momento al darse cuenta de que había finalizado con éxito y felizmente su viaje de
unos seiscientos cincuenta kilómetros, “besó a Raquel, y alzó su voz y lloró.” Cuando
le dijo quién era, ella dejó las ovejas con él, y corrió a decírselo a su padre. Labán se
entusiasmó, y corrió al pozo a encontrar a Jacob. Le saludó con un verdadero estilo
oriental y lo aceptó como a su propia carne y sangre. Hijo de la hermana de Labán, que
había salido de su hogar hacía noventa y siete años, Jacob fue naturalmente bien
recibido.
Casamiento de Jacob (29:15—30). Jacob fue sinceramente bien recibido en la familia
de Labán; comía junto a ellos y se benefició del acomodo que se le podía ofrecer para
dormir. Pero no se dedicó a holgazanear por la casa, sino que se dedicó a llevar a cabo
trabajos necesarios. Fueron pasando los días, durante los cuales Jacob trabajó de esta
manera informal. Finalmente, Labán quiso hacer un arreglo más formal, con un salario.
Lo que Jacob realmente deseaba era la mano de su hija más joven y más bella, Raquel,
a la que había llegado a amar apasionadamente, pero por la cual no podía pagar un precio
de dote. Es posible que en un momento de impetuosidad y deseo por Raquel le hiciera
a Labán una oferta que éste no podía rechazar; o que Labán hubiera presionado a Jacob
para aceptar un exigente contrato de trabajo. El texto no indica cómo se llegó a este
acuerdo. Solamente informa de los términos: siete años de trabajo como precio de novia
de Raquel. Es evidente que para aquel entonces Labán tenía solamente dos hijas y
ningún hijo. Esto explica por qué Raquel servía como pastora.
Es evidente que Raquel era más hermosa que su hermana mayor, pero no es tan
evidente que hubiera nada que estuviera mal en Lea. Algunas versiones afirman que
tenía “ojos débiles”, y algunos comentaristas llegan a la conclusión de que tenía una
visión pobre. Pero el original hebreo puede traducirse igual de fácilmente en el sentido
de que tenía ojos claros, en lugar de los ojos oscuros y deslumbrantes que los orientales
prefieren con frecuencia.
Los años pasaron volando. El amor de Jacob por Raquel era tan grande que aquel
período le pareció como de sólo “pocos días.” Pero cuando hubieron pasado los siete
años, demandó a su esposa. Labán aparentó acceder, haciendo una gran fiesta de bodas
y dando a su velada hija Lea a Jacob en lugar de Raquel. ¡El engañador había sido
engañado! En Labán había encontrado más que la horma de su zapato. En realidad,
Labán nunca se había comprometido de lleno a dar Raquel a Jacob, como lo revela el
evasivo lenguaje del versículo 19. Y en el versículo 21 Jacob había demandado a su
esposa, sin mencionar a Raquel por su nombre. Labán trató débilmente de esconderse
tras la costumbre local de que la hermana mayor tenía que casarse antes que la menor,
lo que quizás fuera cierto, pero que hubiera debido ser advertido con anterioridad. A
confinación, el astuto y anciano patriarca ofreció darle también Raquel a Jacob, a
cambio de otros siete años de trabajo. Pero esta vez Jacob no tendría que esperar al final
de los siete años; podría casarse con Raquel al finalizar las festividades de la semana
acostumbrada (cp. Jueces 14:17), evidentemente sin otra ceremonia o celebración.
Posteriormente, la ley de Moisés prohibió el casamiento simultáneo con hermanas
(Levítico 18:18), y por lo menos una razón de ello aparece en la posterior relación agria
entre Lea y Raquel.
Desde la década de 1940, cuando empezaron a hacer su impacto los textos huritas de
Nuzi, en el norte de Mesopotamia, en los estudios bíblicos, se ha hecho más y más
normal contemplar la narración Jacob-Labán en su contexto hurrita. Así, si un hombre
(Labán) se encontraba sin un heredero varón, podía adoptar a alguien como su hijo
(Jacob) y podía sellar el acuerdo con el matrimonio de una hija (Lea, Raquel) con el
adoptado. El hijo adoptivo tenía la responsabilidad de cuidar a su padre adoptivo en
edad avanzada y de proporcionarle un funeral adecuado. En caso de que el adoptante
tuviera posteriormente hijos naturales (como evidentemente ocurrió en este caso), el
heredero adoptado perdía la jefatura de la familia y la mayoría de sus derechos de
herencia. Un dato adicional es que, cuando una mujer hurrita se casaba, a menudo se le
daba una sirvienta (Zilpah, Bilhah) que no sólo la atendía sino que podía concebir hijos
de su esposo en caso de que ella no pudiera hacerlo. Dichos hijos se convertían en hijos
legales de la casa y herederos del patrimonio.

Los hijos de Jacob (29:31—30:24)


Al leer este pasaje, es fácil perderse en una mera enumeración de los nacimientos de
los hijos y omitir la importancia de lo que tiene que decir. En primer lugar, después de
más de un siglo y medio en el que sólo había un heredero del Pacto con Abraham a la
vez, la descendencia más numerosa prometida a Abraham finalmente comienza a
aparecer en escena. Segundo, casi todos los progenitores de las doce tribus de Israel
aparecen en este breve pasaje. En tercer lugar, los males de la poligamia y las luchas
que puede producir quedan muy claros. En cuarto lugar, el intenso amor de Jacob por
Raquel y el trato preferencial que se le da no parece coincidir con la elección de Dios;
Él honró a Lea y a su sierva con ocho hijos frente a los cuatro que tuvieron Raquel y su
sierva. Además, el hijo de Lea, Judá, y sus descendientes se convirtieron en la tribu
principal, y los descendientes de su hijo Leví proporcionaron el sacerdocio. Por el
contrario, las tribus de Efraín, Manasés y Benjamín (de la línea de Raquel) no salieron
muy bien paradas en la historia. En quinto lugar, la negación de Dios a Jacob de tener
más hijos por parte de Raquel puede verse como un castigo o al menos una disciplina
por su pecaminosidad. En sexto lugar, la parcialidad de Jacob y el gobierno que
generalmente ejerció sobre su familia fueron causantes de pendencias y de
alineamientos matemos que iban a afectar la posterior historia de Israel en los siglos
venideros.
Todos los once hijos de Jacob que se mencionan aquí parecen haber nacido entre el
séptimo año de Jacob en Harán y el año catorce, en que trató de marcharse. No es
posible, así, que todos estos hijos hubieran venido consecutivamente; algunos tienen
que haber nacido con poca diferencia de tiempo. De todos ellos, Lea dio a luz a seis, su
criada Zilpa a dos; Raquel tuvo uno, y su criada dos. Además, nacieron hijas. Dina es la
única mencionada por su nombre; quizás naciera más tarde (ver v. 21; notar también
Génesis 37:35). Los nombres dados a los hijos son expresión condensada de nombres
apropiados e indican las esperanzas asociadas con su nacimiento y las divisiones y
tensiones de la familia.
El pasaje se inicia con Lea tratando intensamente de ganarse los afectos de su marido.
Yahweh vio que ella era “mal vista,” o “menospreciada,” o “no amada.” La palabra
puede significar “aborrecida” pero sería, evidentemente, una expresión demasiado
fuerte en este contexto. No obstante, podría ser que en algunas ocasiones Jacob estuviera
verdaderamente de mal talante con ella. Dios la prosperó con un hijo al que llamó Rubén
(lo que significa, “Ved, un hijo”) porque “ha mirado Yahweh mi aflicción.”
Probablemente al año siguiente dio a luz a Simeón (“oyó”), llamado así porque “oyó
Yahweh que yo era menospreciada.” Probablemente al año siguiente dio a luz a un tercer
hijo y lo llamó Leví (“unión”) debido a que esperaba que ahora se uniría su marido a
ella con afecto, pues le había dado a luz a tres hijos. Quizás por cuarto año consecutivo,
Lea dio a luz a un hijo y esta vez le llamó Judá (“alabanza”) porque ella dio gran
alabanza a Dios. Al evaluar el carácter de Lea, es significativo señalar que en tres de
estos cuatro nacimientos su fe se concentró especialmente en Dios. Su percepción u
orientación espiritual la adecuaban de una manera especial como madre en la línea de
la promesa.
Mientras tanto, probablemente para el tiempo del nacimiento de Simeón, Raquel se
había vuelto irrazonablemente celosa de su hermana Lea y extremadamente impaciente
por tener un hijo por sí misma. Al irse quejando y protestando, Jacob se enojó con ella
y le recordó que solamente estaba en el poder de Dios (Elohim, el Dios creador) y
solamente en Su voluntad el dar descendencia. “Que te impidió” (30:2); naturalmente,
Jacob no pensó que la incapacidad de Raquel de tener hijos fuera un castigo que se le
aplicaba a él. Tampoco pudo consolar a su mujer, ni apeló a Dios por ella como su padre
Isaac había hecho por Rebeca. De manera que Raquel buscó su propia solución, y Jacob
accedió. Su criada Bilha dio a luz un hijo a Jacob que fue llamado Dan (“vindicada”),
pues Raquel creyó que Dios la había vindicado. Después Bilha dio a luz a un segundo
hijo al que Raquel llamó Neftalí (“contención”) debido a que en la contención o
rivalidad con su hermana había vencido ella. Pero el hebreo indica también que la lucha
era con Dios.
Cuando Lea vio que había dejado temporalmente de tener hijos, recurrió también a la
solución de dar su criada a Jacob. Su acción parece carecer de justificación, pero es
posible que la rivalidad de las hermanas por los afectos del marido hiera tan intensa que
decidiera tener más hijos de esta forma. Zilpa dio a luz a Gad (“fortuna”) y a Aser
(“feliz”).
Cuando el pequeño Rubén tenía unos cuatro años, salió al campo un día durante la
siega. Las amarillas bayas de la mandrágora atrajeron su atención, y cogió algunas para
su madre. Cuando Raquel vio las “manzanas del amor,” a las que la superstición popular
atribuía el poder de promover la fertilidad, le pidió que le diera algunas. Las relaciones
estaban tan tensas en la familia que Lea estalló. Raquel había robado los afectos de su
marido; ahora quería también las mandrágoras de su hijo. Es evidente que los hijos de
Lea no le habían conseguido todavía los afectos de Jacob. Las hermanas regatearon,
Raquel consiguió las mandrágoras (sin resultado alguno) y Lea el derecho a Jacob por
aquella noche (con el resultado de que dio a luz a un quinto hijo, Isacar, que significa
“recompensa”). De nuevo se evidencian los efectos de la bigamia: un desvergonzado
regateo entre las hermanas por su marido y el que Jacob fuera pasado de una a otra entre
las esposas y sus criadas. Es probable que fuera al año siguiente cuando Lea dio a luz a
su siguiente hijo, el sexto, y lo llamó Zabulón (“dote”) debido a que ahora “morará mi
marido conmigo.”2
Por fin, cerca del final del segundo período de siete años que Jacob sirvió por Raquel,
ésta le dio a luz un hijo. Jacob debía haber tenido 91 años para entonces. Humildemente,
Raquel dio su gratitud a Dios por haber quitado su afrenta; y en fe llamó al niño José
(“Él añade”) debido a que su esperanza era: “añádame Jehová otro hijo” (RV).
El nuevo contrato salarial de Jacob (30:25—43). Habían llegado a su término los
catorce años de servicio de Jacob a Labán. Quería que se le relevara de su contrato
laboral y volver a casa. En la sociedad patriarcal era necesario que el patriarca diera su
venia a todas sus esposas y sus hijos, que técnicamente eran miembros de la casa de
Labán. Al prepararse para la marcha, Jacob señaló la calidad de su trabajo. Entonces
Labán regateó con él en un esfuerzo por retener sus servicios. En primer lugar, reconoció
la bendición que Yahweh le había concedido por causa de Jacob, y pretendió haberlo
sabido por adivinación, pero hubiera podido ser por la simple observación. Se tiene que
ir con mucha precaución antes de calificar a Labán como idólatra craso basándose en
este pasaje y en eventos posteriores, pero parecía tener poca fe verdadera en Dios, o
poco conocimiento de Él. Entonces Labán le hizo una oferta muy generosa: “Señálame
tu salario, y yo lo daré” (v. 28).
Al pasar Jacob a la negociación, le recordó con franqueza a Labán que éste tenía
______________________
1. Derek Kidner, Génesis (Buenos Aires: Ediciones Certeza, 1985), p. 191.
pocas riquezas antes de que él llegara y que aquella riqueza había crecido de una forma
enorme bajo sus cuidadosos servicios. “Yahweh te ha bendecido en cada uno de mis
pasos;” tu gran riqueza en la actualidad no ha sido sólo el resultado de mis mejores
esfuerzos, sino por encima de eso de la bendición de Dios.
En efecto, le dijo: “Jehová te ha bendecido con mi llegada; y ahora, ¿cuándo trabajaré
también por mi propia casa?”. Si Jacob dejaba a Labán en ese momento, se habría
quedado sin medios para mantener a su numerosa familia en el camino, en su regreso a
Canaán.
La propuesta hecha a Labán fue muy generosa. Generalmente las ovejas eran blancas
y las cabras negras o marrón oscuro. Jacob sugirió que en el futuro se le dieran todos
los animales de colores dispares como pago por su trabajo: ovejas manchadas o
salpicadas o de color oscuro y todas las cabras moteadas o manchadas. Es de suponer
que éstos serían una pequeña minoría y que Labán saldría ganando.
Además, Jacob propuso que todos los animales de color disparejo fueran retirados de
los rebaños y manadas para no aumentar su oportunidad de criar en su beneficio. Labán
aceptó ese arreglo e inmediatamente separó sus animales según el color, poniendo los
de color dispar al cuidado de sus hijos y separándolos por un viaje de tres días.
Evidentemente no se fiaba de Jacob y quería imposibilitar el uso de las ovejas y cabras
del rebaño separado para la cría.
Entonces, Jacob parece haber recurrido a un subterfugio para hacerse con el control
del ganado de Labán. Cortó brotes de álamo, de avellano y de castaño y peló la corteza
en tiras para dejar al descubierto la madera blanca interior. Luego colocó esas ramas en
los abrevaderos para que estuvieran frente a los animales cuando vinieran a beber y a
aparearse; el resultado fue que un número considerable de crías tenía una coloración
dispar. Además, se dedicó a la cría selectiva (vv. 40—42).
Así, en muy poco tiempo, los rebaños y manadas de Jacob crecieron rápidamente, y
tuvo que emplear sirvientes para cuidarlos y comprar camellos y asnos para utilizarlos
en el control de los animales y en el transporte a los lugares de pastoreo.
Inmediatamente surge la pregunta de si ese medio de producir animales listados era
biológicamente posible. Y hay también la cuestión ético-moral de si Dios bendeciría
estos trucos mediante los cuales Jacob pudiera prevalecer sobre Labán y apoderarse de
sus animales.
Los modernos zoólogos concuerdan por lo general con que una experiencia visual de
este tipo durante la concepción o el embarazo no tiene por qué afectar al desarrollo del
embrión. Y se ha sugerido que Jacob, que había estado trabajando con animales durante
la mayor parte de un siglo, conocía bien la crianza y el cuidado de los ganados, y no
hubiera sido llevado por una superstición sin base alguna. Quizás todo lo que él quería
hacer con las ramas era proveer un afrodisíaco con la visión de ellas, o con sustancias
químicas en el agua, a fin de promover la concepción.
Ciertamente, Labán se beneficiaría más con este plan, pero Jacob saldría también
beneficiado.3 Este pasaje pone claramente en evidencia que el éxito de Jacob no fue
resultado de ningún subterfugio (y por ello no apoya ninguna fantasía), sino de la crianza
selectiva (30:40—42) y de la bendición de Dios. Jacob mismo dio el mérito a Dios como
razón del tipo de desviación en el pelaje de los animales recién nacidos (31:10—12).
De hecho, al pasar más y más cabezas del ganado de Labán a manos de Jacob, Labán
trató de cambiar las normas; cada vez que lo hacía, la coloración de los recién paridos
cambiaba en favor de Jacob (31:8—9). Es evidente que ninguna triquiñuela humana
hubiera podido dirigir todo esto. De pasado, se tiene que señalar que los genes capaces
de producir estas varias coloraciones tenían que hallarse presentes en los animales
progenitores; eran después concentrados de forma diferente en la descendencia, a fin de
dar origen a las coloraciones que aparecían.

______________________
3. Para una consideración de estas cuestiones biológicas y las acciones de Jacob, ver Henry M.
Monis, The Génesis Record (Grand Rapids: Baker, 1976), pp. 474-476; J. B. Haitsma, The Supplanter
Undeceived (Grand Rapids: Haitsma, 1941); y los comentarios sobre Génesis 31 en este libro.
11

JACOB: HUÍDA Y ASENTAMIENTO EN CANAÁN

GÉNESIS 31:1—36:43

La huida de Jacob (31:1—21)


La situación de Jacob había cambiado mucho social, personal y económicamente en
los últimos veinte años, o incluso en los últimos seis años. Socialmente, cuando llegó a
Harán fue presumiblemente adoptado por la familia de Labán, y había venido a ser su
heredero. Ahora habían entrado en la escena hijos naturales de Labán, que tenían
derecho a la mayor parte de sus propiedades. Personalmente, tenía esposas, una familia,
y medios de mantenerse. Económicamente, había llegado a estar bastante acomodado y
la riqueza de Labán había pasado a ser suya en buena parte, legalmente, conforme a un
acuerdo contractual. Al ver los hijos de Labán que la mayor parte de sus propiedades
pasaban a manos de Jacob, empezaron a ponerse intratables. Y no se podía disimular la
creciente animosidad que Labán sentía por él; estaba patente en su rostro. Estas
circunstancias no amistosas tendían a alentar a Jacob a que se fuera. Y ya que había
conseguido en Harán todo lo que hubiera podido soñar en conseguir, no tenía razón
alguna para quedarse ahí. Dios le ordenó que volviera a Canaán y le prometió: “Yo
estaré contigo,” cosa de suma importancia al tratar de separarse de Labán, viajar hacia
su tierra, y enfrentarse con Esaú.
Temiendo una escena desagradable con Labán y quizás un esfuerzo por parte de él de
impedir su marcha, Jacob planeó irse secretamente. Convocó a Raquel y a Lea para
conferenciar con ellas en el lugar donde estaba vigilando los rebaños. Entonces les
comunicó el cambio en la actitud de su padre, la fidelidad que había observado en sus
trabajos para Labán, sus esfuerzos en engañarle, y la provisión llena de gracia de Dios
al darle los ganados de Labán. “Diez veces” probablemente no sea literal, sino que tenga
que tomarse como una moderna expresión de que algo ha tenido lugar “una docena de
veces.” Mucho de lo que Jacob tenía que decir ya lo sabían sus esposas; aunque es
posible que se hubiera guardado algunas cosas para airearlas en esta ocasión.
Probablemente su información acerca del sueño fuera nueva para ellas. La forma en que
Jacob empezó sus comentarios sobre el mismo es instructiva: “Al tiempo que las ovejas
estaban en celo, alcé mis ojos y vi en sueños” (v. 31, RV). Parecería como si hubiera
tenido este sueño algunos años antes; posiblemente fue el sueño que le hizo regatear con
Labán hacía seis años y que incluso le hiciera probar suerte con las ramas peladas. Los
versículos 4—12 son parentéticos. Los versículos 3 y 13 hablan acerca de partir. El
mandato de irse “en el acto’’ (levántate ahora) no hubiera podido ser parte de un sueño
anterior, es evidente que se aplicaba a aquel mismo momento.
Las réplicas de Raquel y de Lea indican su grado de alejamiento de su padre. En la
forma en que iban las cosas no tenían ninguna esperanza de herencia de parte de él.
Labán tenía ahora hijos que heredarían las propiedades familiares; Jacob, su marido,
había sido cortado, y ellas también. Entonces salió la amargura que había estado
anidando en sus pechos durante años. Habían sido tratadas como extrañas en la familia
y habían sido, en realidad, vendidas por todo lo que Labán pudo sacar del trato. Después,
y en lugar de utilizar parte de la dote provista por el novio en beneficio de ellas, como
se acostumbraba, Labán la utilizó en sus aventuras económicas. Mucha de aquella
riqueza Dios la había tomado ahora de Labán y la había dado a Jacob; y sentían
rectamente que aquella riqueza “nuestra es y de nuestros hijos” Por ello creían que no
estaban haciendo nada malo al tomar lo que era justamente suyo y que, en vista del
enfriamiento que había tenido lugar, debían partir.
Los preparativos para la partida se hicieron rápidamente. No había temor de que
fueran descubiertos, porque Labán estaba a cierta distancia atendiendo al esquileo de
las ovejas en primavera. Jacob puso a su familia en camellos (probablemente para ir a
mayor velocidad, si ello fuera necesario), envió a sus ganados delante de él, y tomó
también “todo cuanto había adquirido” en tanto que estaba en Padán-aram. Esto último
demuestra que Jacob se había hecho también un comerciante en cierto grado; no se dice
si puso estos bienes en vagones o a lomo de animales. Con Labán fuera de casa, le fue
fácil a Raquel llevarse los dioses familiares de su padre (terafim, v. 19), ignorándolo
Jacob. La razón por qué lo hizo es objeto de debate. Quizás estuviera todavía dada a la
idolatría. Posiblemente los quisiera como amuletos que la proveyeran de una continuada
fertilidad. Pero los textos de Nuzi ponen estas acciones bajo una luz distinta. Según la
costumbre hurrita, la posesión de los dioses familiares traía consigo los derechos de
herencia y simbolizaba el liderazgo de la familia. Quizás era esto lo que Raquel deseaba
para Jacob. El hecho de que tenían un gran significado en aquella situación familiar
queda de manifiesto por el alboroto que armó Labán acerca de ellos. Si se hubieran
tratado meramente de figurillas utilizadas en el culto, hubiera podido obtener más.

La persecución de Labán (31:22—43)


Mientras Jacob viajaba hacia el sur con tanta rapidez como podía, los eventos tenían
lugar igual de rápidamente en casa de Labán. No se sabe cuán pronto se descubrió la
fuga de Jacob; pero cuando se supo, despacharon a un mensajero que halló a Labán el
tercer día después de la partida de Jacob. Es indudable que Labán fue con toda urgencia
a su casa y organizó en el acto una partida de búsqueda. No está claro por qué echó en
falta especialmente los terafim, a no ser que hiciera un rápido inventarío de lo que
faltaba antes de ponerse en marcha. O es posible que hubiera querido orar ante ellos
para obtener bendición para su expedición. Jacob tuvo que haber elevado una delantera
de cuatro o cinco días sobre Labán; pero sin rebaños que le detuvieran, Labán podía
cubrir terreno con mucha mayor rapidez y los alcanzó al cabo de siete días de cabalgar
frenéticamente, probablemente en camello. Labán dedujo que Jacob tomaría la ruta
principal hacia Canaán; y si tenía algunas dudas al respecto podía ir comprobándolo
periódicamente con pastores o granjeros a lo largo de la ruta. Un grupo del tamaño del
de Jacob no podía viajar de incógnito. Al final alcanzó a Jacob en Galaad, al este del
Jordán. Pero antes de hacerlo Dios se le apareció a Labán, advirtiéndole que no le dijera
nada “bueno ni malo" a Jacob; nada que le persuadiera a volver, ni que le intimidara.
Al encontrarse Labán con Jacob, montó un acto explosivo de “justa indignación," con
toda la hipocresía que pudo. Según él, al huir en secreto, Jacob le había privado del
privilegio de decir adiós a sus queridas hijas y nietos, y de hacerles una adecuada
despedida. Aunque sin hacer ninguna acusación en particular de malas acciones por
parte de Jacob, Labán declaró que tenía poder para hacerle mal. Entonces, como
anticlímax de toda su ampulosidad, Labán declaró que Dios le había prohibido hacer
daño a Jacob y dio por sentado que era por ello que no lo haría. “El Dios de tus padres"
indica que Yahweh no era el Dios de Labán, pero es evidente que Labán tenía miedo de
cualquier poder sobrenatural. Entonces Labán concluyó, afirmando comprender la razón
por la que Jacob quería volver a su parentela, pero exigió una explicación de por qué
Jacob había robado sus dioses.
Ahora era el turno de Jacob para hablar. Su primera afirmación fue breve y directa.
Admitió francamente haber partido a escondidas, debido al temor que tenía de que
Labán le quitara por la fuerza a sus hijas. Entonces hizo la promesa temeraria de que
aquella persona en cuyo poder se hallaran los terafim de Labán, en posesión de
cualquiera de los suyos, sería muerto. E invitó a Labán a que buscara entre todos sus
bienes en presencia de los parientes que había traído consigo y que tomara cualquier
bien robado que pudiera hallar. Labán aceptó la invitación y fue de tienda en tienda
buscando a través de todo de manera minuciosa. La tensión subió al máximo cuando
entró en la última tienda, la de Raquel. “Buscó Labán por toda la tienda” (v. 34) sin
éxito alguno, mientras Raquel estaba sentada sobre la albarda del camello, en la cual
había escondido los terafim. Pretendió hallarse muy indispuesta con su período e
incapaz de levantarse. ¡El engaño entre padre y marido había hecho presa en ella! Labán
se marchó decepcionado.
Al irse prolongando la búsqueda, Jacob se había ido encolerizando más y más.
Cuando ésta terminó, sus emociones contenidas surgieron en defensa de su conducta y
servicio a la familia de Labán. En primer lugar, retó a Labán a que presentara algunas
de sus pertenencias que hubieran sido halladas durante la búsqueda en el equipaje de
Jacob. Entonces habló de su cuidadosa supervisión de los rebaños de Labán: tan
meticuloso había sido que no había sufrido pérdidas, ni abortos al nacimiento de las
ovejas y de las cabras. Observó que había sido obligado a reponer las pérdidas debido a
ataques de animales salvajes o a robos. Había sufrido mucho debido al calor del día y al
frío de la noche al cumplir con sus funciones, y a menudo había perdido el sueño en su
ejercicio de vigilante. Había sido escrupulosamente honrado en la ejecución de sus
trabajos. Soportó muchas alteraciones de salarios y hubiera vuelto a su casa con las
manos vacías si Dios no hubiera intervenido. Finalmente, Jacob afirmó que Dios había
visto su aflicción y las injusticias que había sufrido en manos de Labán, “y te reprendió
anoche” (v. 42).
La respuesta de Labán fue la de evitar la cuestión de su mal trato de Jacob, y la de la
calidad de los servicios de Jacob. En lugar de ello, habló de sus derechos y de lo poco
probable que era que buscara vengarse. Hablando como patriarca, hizo afirmación de
propiedad de su círculo familiar más amplio y de todos los bienes que les pertenecían,
sin tener en cuenta los contratos laborales hechos con Jacob. Intentó sacar el mejor
partido posible de la situación tal como estaba. Hablando como padre, indicó que no era
posible que quisiera hacer daño a sus hijas. Pero sabía que no podía reclamar lo que
estaba perdiendo ni vengarse de su pérdida, debido a que Dios le había advertido en
contra de ambos cursos de acción. De manera que pidió que se hiciera un pacto entre
ellos dos.

El pacto entre Jacob y Labán (31:44—55)


El pacto entre los dos podía también llamarse un pacto de no agresión. El principal
propósito de Labán era el de reprimir a Jacob de cualquier tipo de represalia en el futuro,
en caso de que llegara a hacerse muy rico y poderoso en Canaán y/o si los terafim
aparecieran y Jacob tratara, mediante ellos de demandar el derecho a las posesiones de
Labán. Jacob estuvo totalmente satisfecho de hacer este pacto; no tenía intención alguna
de volver a Mesopotamia, y estaba contento de olvidarse de las tensiones de los últimos
años.
Jacob halló una piedra oblonga y la puso de pie como pilar, para servir como
testimonio y memorial del evento y, posiblemente, como una especie de límite entre
ambos. Entonces reunieron piedras y las pusieron alrededor del pilar para que sirvieran
como una ruda mesa sobre la que comer juntos una comida de pacto para sellar su
acuerdo. El montón de piedras fue designado como un “montón testimonial»” o
testimonio del pacto que habían celebrado; se registran tanto el nombre arameo, Jegar
Sahaduta, como el hebreo, Galaad, para este montón o majano. También se le aplicó
un tercer nombre, Mizpa, que significa “atalaya,” porque Labán consideró aquel lugar
como un punto desde el que Yahweh actuaría de vigía para impedir que fueran el uno
contra el otro. Y Labán invocó a los dioses de las partes respectivas para que ayudaran
a mantener el pacto.
Cuando Labán terminó su afirmación más bien larga acerca del pacto, Jacob juró por
el “temor” de su “padre Isaac,” su designación para Yahweh. Aquella referencia parece
connotar el reverencial temor de Dios y la dedicación total a Él experimentada por Isaac
en el monte Moriah. Juró el pacto por el Dios soberano, la obediencia al cual puede
demandar la vida misma. Es casi divertido contemplar los placenteros sentimientos que
en la actualidad se asocian con Mizpa y la bendición en la despedida: “Vigile Dios entre
ti y mí, cuando nos alejemos el uno del otro,” cuando se piensa en las amenazantes
implicaciones involucradas en su origen. Es de pensar que el parlamento y el pacto se
tomarán un día. Después de una noche de sueño, Labán estuvo listo para partir. Al dar
el adiós, besó a sus hijas y a sus nietos y les dio su bendición, reconociendo que ahora
pertenecían a Jacob. Aunque no se había conseguido una reconciliación, por lo menos
había tenido lugar una despedida apropiada.

Preparativos para encontrar a Esaú (32:1—32)


Al apartarse Jacob de Labán y dirigirse hacia el sur, se vio ante la entrada de la tierra
prometida. Allí se le acercaron “ángeles de Dios.” Aunque evidentemente siempre
presentes como “espíritus ministradores” (Hebreos 1:14), ahora hicieron patente su
presencia a Jacob de alguna manera. No se afirma cómo se le revelaron, ni tampoco
queda claro si alguien más pudo verlos; posiblemente no. Su aparición aseguró a Jacob
del cuidado divino y constituyó un aliento tremendo para él al enfrentarle a un futuro
incierto, incluyendo un hermano encolerizado. Llamó a este lugar Mahanaim (“dos
campamentos” o “dos huestes”), porque había visto a las huestes angélicas dispuestas a
lo largo de su gente.
Lo primero que Jacob tenía que hacer eran las paces con Esaú, por lo que envió a una
partida de mensajeros a que entraran en contacto con su hermano. “A la tierra de Seir”
(v. 3) indica la dirección en que marcharon los mensajeros de Jacob; para este tiempo
Esaú se había establecido en las regiones montañosas de Edom, al este y al sur del mar
Muerto. El mensaje de Jacob era diplomático, patentizando su deferencia hacia su
hermano (“señor” . . . “siervo”). Afirmó francamente dónde había estado, y que había
estado “detenido,” de otra forma habría vuelto mucho antes. Entonces dio una cierta
indicación de su actual posición económica, bien para mostrar que no buscaba una
limosna de Esaú o bien que no tenía intención alguna de que Esaú compartiera con él
las propiedades familiares. Solamente buscaba el favor de Esaú. No obstante, no pidió
perdón por el mal hecho. Los mensajeros de Jacob volvieron con las alarmantes noticias
de que Esaú tenía a cuatrocientos hombres con él, y no traían contestación. Es evidente
que Esaú quería ver cómo iban las cosas antes de dar una respuesta. La razón de por qué
Esaú tuviera a tantos hombres bajo su mando no se puede realmente saber. Quizás
estuviera dedicado a alguna actividad de bandidaje o tuviera planes para expandir sus
terrenos tribales. Parece muy improbable que hubiera reunido a tanta gente para someter
a Jacob, cuando hubiera sido suficiente con cincuenta o cien para tal empresa.
Ejerciendo la prudencia que a menudo se practica en las caravanas del oriente, el
atemorizado Jacob dividió su compañía en dos secciones, de manera que si una de ellas
era atacada, la otra pudiera escapar.
Entonces Jacob se fue a orar. Su oración es modélica en muchos puntos. En primer
lugar, se aferró a la palabra de Dios. En este caso se puso bajo la relación del pacto.
Dios había hecho un pacto con Abraham, y lo había confirmado con Isaac y Jacob.
Cierto era que cumpliría las promesas del pacto. Además, Él había ordenado a Jacob de
forma específica que volviera a Canaán, y se había comprometido a hacer el bien con él
allí. En segundo lugar, Jacob se presentó como indigno de la bondad de Dios hacia él.
Tercero, hizo una solicitud apremiante, específica, precisa, de ser liberado. Cuarto,
volvió a la palabra de Dios, con Sus promesas; el cumplimiento a largo plazo parecía
aliviar algo de la presión de aquel momento.
A continuación, Jacob desarrolló su plan para encontrarse con Esaú. A menudo los
comentaristas le critican por hacer esto, como si siempre estuviera tratando de arreglar
las cosas por su cuenta. Pero es evidente que su confianza estaba solamente en Dios, y
que Dios no espera de nosotros que nos sentemos y que nos quedemos de brazos
cruzados cuando afrontamos una emergencia. Se decidió a enviar un sustancioso
presente para aplacar a su hermano: un total de 580 animales divididos en cinco grupos.
Esta cantidad da una pequeña pista en cuanto a la riqueza total de Jacob en aquella
época. Al llegar cada hato a Esaú con la explicación de que se trataba de un presente de
Jacob para él, la esperanza era de que el efecto sería acumulativo. Jacob envió estos
hatos por delante de él con sus ayudantes, y pasó todas sus posesiones y familia a través
del vado del río Jaboc; él se quedó solo en la ribera norteña.
Pero su destino no era el de dormir. A lo largo de toda la noche un hombre luchó con
Jacob. El hombre, el Ángel de Yahweh (ver Oseas 12:4-5), era evidentemente una
aparición preencamada de Cristo mismo. Aunque la lucha era física, simbolizaba una
lucha espiritual entre Jacob y Dios para determinar si Jacob iba a dirigir su vida
apoyándose en sí mismo, en su astucia y voluntad propia, o si iba a inclinarse totalmente
al gobierno de Dios sobre su vida. Jacob opuso una gran resistencia hasta que Dios
descoyuntó el encaje de su muslo y le incapacitó para seguir luchando. Incapaz de seguir
luchando más, Jacob se aferró simplemente con tenacidad para recibir una bendición de
aquel “hombre” cuyo carácter divino había llegado a reconocer y cuyo poder sobre su
vida vino a aceptar. Entonces Dios cambió su nombre de Jacob (“suplantador”) por el
de Israel (no “príncipe de Dios” como se indica en algunas versiones, sino “luchador de
Dios,” o, posiblemente, “Dios luche [por él]”). El pronunciamiento, “has luchado con
Dios y con los hombres, y has vencido” (v. 27, RV), no significa que Jacob había
derrotado a Dios. Más bien, en sus luchas con Dios había por fin capitulado y así había
ganado su bendición. Además, aquella bendición de Dios incluía la victoria sobre la
oposición humana. Ya que había disfrutado anteriormente de protección frente a la
venganza de Labán, la referencia tiene que haberse relacionado especialmente con Esaú.
Después de todo, el encuentro con Esaú era, en aquel momento, su problema más
urgente. En conmemoración de aquel encuentro Jacob llamó al lugar Peniel (“rostro de
Dios”) debido a que allí había visto a Dios cara a cara. Recordatorios adicionales fueron
su muslo descoyuntado y el que los israelitas, desde aquel entonces, rehusaron comer
aquella parte de los animales.

Encuentro con Esaú (33:1—16)


Por fin llegó el dramático momento. ¡Allí se veía la partida de Esaú en el horizonte!
El enfoque de Jacob frente a esta situación fue considerablemente alterado con respecto
al del día anterior. En lugar de dividir a su familia en dos campamentos (con la
posibilidad de tener que sacrificar a uno en beneficio del otro), los dispuso en orden
maternal, poniendo a los más queridos a retaguardia. Entonces Jacob fue valientemente,
sin arma alguna, adelantándose para encontrar a Esaú, inclinándose siete veces delante
de su hermano, reconociéndole como mayor y superior. Así se entregó a merced de
Esaú. Así como Jacob había ganado la bendición de Dios al capitular frente a él, así iba
a ganar ahora la reconciliación con Esaú capitulando ante él, tomando el puesto de
hermano menor e inferior. Entonces el corazón de Esaú se ablandó, y abrazó y besó a
Jacob en aceptación. Finalmente, Esaú se dio cuenta de la familia de Jacob y ellos
también se inclinaron en humilde sumisión. Después Esaú se refirió al presente de
Jacob, que consideraba totalmente innecesario porque tenía “mucho.” Pero Jacob puso
en claro que la aceptación del don constituiría evidencia de su aceptación era total.
“He visto tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios” (v. 10 RV) no era una
adulación vana. Superficialmente parece indicar que el cambio en la actitud de Esaú
hacia él era evidencia de Dios obrando en la vida de Esaú y en favor de Jacob. Pero
pudiera tener un significado más profundo: así como Jacob había visto el rostro de Dios
en Peniel y el encuentro había cambiado su actitud y relación con Él, así el encuentro
había alterado su actitud hacia Esaú. Visto bajo este prisma, el presente no estaba
meramente destinado a cambiar a Esaú sino que también evidenciaba un cambio en
Jacob y revelaba su contrición y buena voluntad. Esaú se vio obligado a aceptar el
presente, y Jacob quedó aliviado.
Entonces Esaú apremió la partida hacia el sur. Tenía que mantener a una gran
compañía de hombres, y presumiblemente quería terminar el negocio que se traía entre
manos cuando se encontró con Jacob. Jacob no creyó prudente que debieran viajar
juntos. Algunos han tomado este hecho como evidencia de la desconfianza de Jacob
hacia Esaú y sus hombres, pero no es necesariamente así. No es irrazonable tomar la
afirmación de Jacob al pie de la letra. Había conducido a sus animales y a su familia con
tanta rapidez como pudo a fin de escapar de Labán. Ahora tenían necesidad de caminar
a ritmo más lento, en tanto que los hombres de Esaú estarían impacientes por viajar a
mayor velocidad. Los hijos de Jacob eran muy pequeños; el mayor tenía unos doce años.
Y Jacob ni necesitaba ni deseaba una escolta armada. Dependía de Dios para su
protección, y no buscaba enfrentamientos armados con las gentes de la tierra. Así que
“aquel día,” el día en que se habían reconciliado, Esaú dio la vuelta para dirigirse de
nuevo a Seir (Edom).
El hecho de que no se registre ninguna visita de Jacob a Seir, o de que no haya
referencias a que Jacob hubiera ido a ver a Isaac, no significa que ello no tuviera lugar.
No es el propósito de las Escrituras proveer una biografía completa de nadie ni una
historia detallada de lo sucedido. La naturaleza fragmentaria de la biografía de Jacob se
evidencia de inmediato.

Jacob en la tierra prometida (33:17—35:29)


Estancia en Sucot (33:17). Es de pensar que Jacob hallara impracticable hacer viajar
más, durante un tiempo, a sus manadas y rebaños. Se estableció en Sucot, justo al norte
de donde el Jaboc confluye con el Jordán, y se edificó una casa para sí y cabañas o
refugios (succoth en hebreo) para sus ganados. Se puede ver que se quedó allí durante
varios años por el hecho de que Dina hubiera sido una niña no mayor de cinco años
cuando llegaron a Sucot, pero era una joven en edad casadera cuando la familia llegó a
Siquem. Además, José tenía alrededor de seis cuando la familia llegó a Sucot, y
diecisiete poco después de los sucesos en Siquem.
Tragedia en Siquem (33:18—34:31). El siguiente desplazamiento importante de
Jacob le llevó a Siquem. Ya que se puntualiza que había llegado a Canaán sano y salvo
desde Padán-aram, es probable que se tenga que asumir que no había estado viajando
por Canaán (visitando a Isaac, etc.) antes de entonces. No está claro por qué Jacob no
volvió a Bet-el directamente al volver a Canaán para expresar allí su gratitud a Dios por
todo lo que Él había hecho (ver Génesis 28:20—22). La parada en Sucot no hizo nada
por él; el período en Siquem fue un desastre. Aunque Dios no le ordenó específicamente
a Jacob que volviera a Bet-el, sí le instruyó que volviera a Canaán (31:3, 13); por lo cual
por lo menos los años que pasó en Sucot, fuera de la tierra, transcurrieron en
desobediencia. Es concebible que la tragedia en Siquem hubiera podido ser evitada si
Jacob, y especialmente su familia, que iba creciendo en edad, hubieran recibido un
refrigerio espiritual en Bet-el poco después del retomo a Canaán. En Siquem, Jacob
compró una parcela de terreno de Hamor, el padre de Siquem, simbolizando quizás su
esperanza de una eventual ocupación de la tierra. En aquella parcela José sería
enterrado, y su tumba tradicional se muestra allí en la actualidad. El hecho de que Jacob
pudiera deshacerse de cien piezas de plata evidencia algo de su creciente riqueza y puede
indicar actividades comerciales además de pastoriles. En Siquem erigió un altar a Dios,
a quien invocó como El-Elohe-Israel (“poderoso es el Dios de Israel”).
Pero al establecerse cómodamente entre los cananeos, Jacob alentó entre sus hijos
una actitud imprudente hacia ellos. Dina, evidentemente, empezó a tener contactos
sociales con mujeres cananeas, y Jacob no hizo nada para impedírselo. En la sociedad
cananea, moralmente desenfrenada, las mujeres sin vínculos eran buenos trofeos para
los jóvenes de la comunidad. Pronto Siquem, un príncipe heveo, violó a Dina, que podría
haber tenido catorce años para aquel entonces. Se desconoce si ella le alentó en sus
proposiciones o si se sometió de buena gana a sus propósitos. Pero la acción de Siquem
no resultó ser una mera conquista sexual. “Se enamoró de la joven” y trató de casarse
con ella. Y es evidente que ella se quedó en su casa hasta que aquel turbio asunto llegara
a su conclusión (v. 26). Entonces Siquem apremió a su padre para que dispusiera su
casamiento con la joven; eran los padres los que hacían tales arreglos en aquellos
tiempos.
Las noticias viajan rápidas en una ciudad pequeña. Jacob se enteró bastante pronto de
lo que había sucedido; pero sus hijos de parte de Lea, los hermanos de madre y padre
de Dina, estaban entonces en el campo y no era posible comunicarse con ellos entonces.
La costumbre de aquella época demandaba que los hermanos actuaran concertadamente
con su padre para tomar decisiones con respecto a la familia; él no podía actuar a solas.
Hamor “salió” a Jacob, a su hogar en las afueras de la ciudad. Al fin los hermanos de
Dina llegaron del campo y se enteraron de todo lo que había sucedido; “se entristecieron
y enojaron mucho” por la afrenta hecha a Israel -el sentido de su distinción ante los
cananeos es evidente-. Esta claridad en la orientación quedó destacada cuando Siquem
y Hamor no mostraron ninguna evidencia de pesar ni de remordimiento ante lo sucedido.
Propusieron una alianza matrimonial entre la familia de Jacob y el pueblo de la tierra.
“La tierra estará delante de vosotros;” todavía había territorio sin reclamar aquí y allá.
Entonces Siquem pareció desear dulcificarlo todo con un arreglo financiero suficiente:
“Aumentad a cargo mío mucha dote [que debía ser pagada a los padres] y dones [que
debían ser dados a la novia]” (34:12).
Los hijos de Jacob deben haber tenido una conferencia privada, aunque fuera breve,
de la que salió la estratagema. Iban a proponer la circuncisión para todos los varones de
Siquem, que entonces se asemejarían a los hebreos, como condición para la alianza
matrimonial. Jacob podría acceder a ello porque para él su participación en el rito
significaba la conversión; aunque no parece que se parara a considerar que no se
precisaría de largo tiempo para que los hebreos, el grupo minoritario, quedara absorbido
por el paganismo cananeo. Siquem y Hamor podían aceptarlo porque para muchos
cananeos se trataba solamente de un rito matrimonial, y parecía un pequeño precio por
los beneficios que aquello les reportaría. Los hijos de Jacob accedieron a ello debido a
sus planes de venganza que pronto iban a quedar patentes. Es evidente que Jacob no
tenía ni idea de sus designios.
El pacto tenía que ser ratificado por los hombres de la ciudad, y se celebró una
conferencia a la puerta de la localidad, el punto de reunión oficial. Hamor y Siquem
mostraron a los ciudadanos las ventajas del acuerdo, al hacerles observar que, al venir a
ser un solo pueblo, toda la considerable riqueza de Jacob sería para provecho de la gente
de la ciudad. De forma que los varones de Siquem se sometieron al rito de la
circuncisión. Al tercer día, cuando los hombres de Siquem se hallaban especialmente
incapacitados, Simeón y Leví (evidentemente con sus siervos) tomaron espadas y
mataron a todos los varones de la ciudad, incluyendo a Siquem y Hamor, y sacaron a
Dina de la casa de Siquem. Es evidente también que los otros hijos de Jacob no tuvieron
parte en la masacre, pero estuvieron totalmente dispuestos a participar en el saqueo
general y total de la ciudad, probablemente guardando a las mujeres y a los niños como
esclavos. ¡Y todo ello fue hecho por el pueblo de Dios como tal para vengar una
inmoralidad!
Además, al aprovecharse de la impotencia de los hombres, habían quebrantado un
pacto sagrado, al que se había llegado mediante un honroso acuerdo. Y es increíble que
las reprensiones de Jacob contra Simeón y Leví no se refieran a la maldad de su crimen,
sino al hecho de que ahora Jacob estaba en descrédito frente a los habitantes de la tierra
y podría ser destruido por ellos. Su débil reprensión mereció una débil defensa de parte
de los hermanos: “¿Había él de tratar a nuestra hermana como a una ramera?” Pero
Jacob tuvo la última palabra acerca de la conducta de Simeón y Leví en su lecho de
muerte (49:5—7).
Reafirmación en Bet-el (35:1—15). En aquel momento crucial Dios habló a Jacob
(cómo lo hiciera no se dice), ordenándole que volviera a Bet-el. La razón era al menos
doble; su familia se hallaba en peligro físico y precisaba ir a alguna otra parte, y las
condiciones espirituales y morales de la familia habían llegado a un punto tan bajo que
era imperativa una reforma. “Sube a Bet-el" no significa que debieran ir hacia el norte,
puesto que estaba situado a treinta y seis kilómetros (20 millas) al sur de Siquem. La
referencia básica tiene que ver con la superior altitud de Bet-el (alrededor de 300 metros
[1000 pies] por encima de donde él estaba), pero puede haber implicada también una
insinuación de un plano espiritual superior. “Quédate allí" debe tener el significado de
quedarse por un tiempo; tenía que erigir un altar y encontrarse con Dios, no fijar
residencia. Las palabras “el Dios que te apareció" recordarían a Jacob su revolucionaria
experiencia unos treinta años antes y su voto sin cumplir: “Cuando huías” se repite;
antes estaba huyendo de Esaú, ahora de los cananeos.
Jacob obedeció, pero sabía que se precisaba de algo más que de un cambio de
localidad. Tenían que prepararse todos para encontrarse con Dios. Aquel que debía estar
en el lugar santo tenía que tener “manos limpias y un corazón puro” (Salmos 24:4).
Jacob, como sacerdote de su gran familia patriarcal, lanzó una campaña especial de
purificación. “Quitad los dioses extraños;” los objetos de devoción a otro dios tenían
que ser eliminados los primeros, tanto los terafim de Raquel, si todavía los tenía, los
ídolos de los siervos que habían venido con ellos de Harán, como los dioses cananeos
de los siquemitas que hubieran podido ser retenidos como esclavos. “Purificaos,” o
limpiaos (RV) puede implicar el lavado ceremonial, pero puede haberse referido
principalmente a la purificación del corazón. “Mudad vuestros vestidos” involucraba un
respeto apropiado para la ocasión y simboliza el quitarse lo viejo y revestirse de lo nuevo
(cp. Efesios 4:22-24; Colosenses 3:9-10). Todos correspondieron al mandato de Jacob
y le dieron sus ídolos e incluso los zarcillos que tenían connotaciones idolátricas (quizás
utilizados como amuletos); es evidente que no implicó la entrega de todas las joyas. La
razón de que Jacob enterrara esta colección en lugar de quemarla o destruirla de otra
forma no está clara; quizá fuera una forma menos emocional de eliminación.
Habiéndose preparado para encontrarse con Dios, la familia de Jacob partió para Bet-
el. El “temor de Dios,” un temor sobrenatural de molestar a los hebreos, cayó sobre las
ciudades por las que pasaban. De manera que llegaron sanos y salvos a su destino, y
Jacob erigió el altar que le había sido ordenado levantar y llamó al lugar El-bet-el (“Dios
de Betel”). El Dios de Bet-el, no simplemente una deidad del culto local, sino el Dios
de Abraham, de Isaac, el verdadero Dios que había vigilado tan generosamente
protegiendo a Jacob, ahora se le apareció otra vez. En lenguaje y contenido muy similar
a Génesis 28:13—15, Dios reafirmó el cambio de nombre de Jacob y los detalles del
pacto abrahámico. Y Jacob, por su parte, reafirmó su anterior nombramiento de aquel
lugar como Bet-el. Este acto tuvo un significado más amplio en aquel entonces;
solamente Jacob conocía el nombre anteriormente, pero ahora toda su familia lo sabía.
Asimismo toda la familia observó la erección del pilar conmemorativo y su
consagración.
En Bet-el, Débora, la nodriza de Rebeca, murió y fue enterrada bajo una encina, que
fue llamada Alón-bacut (“encina del llanto”). Aquella anciana y devota sierva de la
familia debió haber tenido 170 años o más para aquel entonces. Solamente cabe hacer
suposiciones respecto a por qué estaba en el grupo de Jacob. Es posible que unos
mensajeros hubieran informado a Jacob de la muerte de su madre en un momento
determinado, y que Débora hubiera ido con ellos.
Muerte de Raquel y nacimiento de Benjamín (35:16—29). Poco después de la
reiterada promesa de que Jacob tendría una numerosa progenie, se da el relato del
nacimiento de su duodécimo hijo. Mientras la familia se dirigía hacia el sur de Bet-el,
probablemente de camino a Hebrón o Beerseba, Raquel murió al dar a luz. Antes de
expirar se dio cuenta de que estaba dando a luz a un niño, al que llamó Benoni (“hijo de
mi tristeza”) pero al que Jacob volvió a nombrar como Benjamín (“hijo de mi diestra,”
significando una posición de honor). Esta triste nota ayuda a explicar el particular afecto
de Jacob por Benjamín.
La muerte de Raquel tuvo lugar de camino a Efrata (Belén), pero “a cierta distancia”
de ella (v. 16). Jacob decidió enterrarla por el camino en lugar de llevar su cuerpo al
lugar de enterramiento familiar en la cueva de Macpela. Probablemente su tumba se
encontraba cerca de Jerusalén (Migdal-edar, v. 21, probablemente en las afueras de
Jerusalén, cf. 1 Samuel 10:2; Jeremías 31:15) a seis millas al norte de Belén. La tumba
tradicional de Raquel, a unas dos millas al norte de Belén, parece estar demasiado al sur
para tener alguna pretensión de validez.
Los acontecimientos de Betel pueden haber enviado a la familia de Jacob en una
nueva dirección, pero no erradicaron las tendencias corruptas de los hijos. Poco después
de la elevación espiritual en Betel, Rubén cometió incesto con Bilha, sierva de Raquel.
Pero ahora que Raquel había muerto, Bilha era llamada concubina de Israel. En lugar
de exhibir la conducta propia de un hijo de Israel, Rubén mostró la debilidad moral de
los hijos de Jacob. No está claro por qué Jacob no fue duro con Rubén en ese momento,
pero más tarde le quitó la primogenitura durante la bendición verbal (Génesis 49:4).
El nacimiento de Benjamín dio lugar a la lista completa de los hijos de Jacob. Están
agrupados según sus madres: Lea primero como hermana mayor, luego Raquel, y
después las siervas o concubinas. Se dice que todos ellos nacieron de Jacob mientras
estaba en Padan-aram, aunque por supuesto Benjamín no lo fue. Tal vez esa
discrepancia se elimine incluyendo en el período de Padan-aram de la vida de Jacob
todo el tiempo que estuvo ausente de Isaac. Su regreso a su padre en Hebrón se registra
en el siguiente versículo. La enumeración de los hijos de Jacob, la muerte de Isaac y el
registro de los descendientes de Esaú atan los cabos sueltos y preparan al lector para
hacer hincapié en los hijos de Jacob durante el resto del libro. En realidad, el regreso de
Jacob a Isaac no se produjo justo antes de la muerte de éste. Un cálculo cuidadoso
muestra que Jacob vivó cerca de Isaac durante unos diez o doce años antes de que Isaac
muriera a la edad de 180 años.1 Así, Isaac hubiera estado todavía ahí para ser testigo del
dolor de Jacob por la presunta pérdida de José.

Los descendientes de Esaú (36:1—43)


Al describir a los descendientes de Esaú, el historiador sagrado busca, ante todo,
terminar con la línea colateral de Esaú antes de proseguir con la línea principal de la
promesa, y en segundo lugar mostrar el cumplimiento de la promesa de una tierra y un
pueblo para Esaú (Génesis 25:23; 27:39-40). El detalle en el bosquejo que aquí se da
queda justificado por la continua relación entre las naciones de Edom e Israel.
Son varias las observaciones que surgen a propósito en este capítulo: (1) Cuando se
comparan los nombres de las esposas de Esaú (vv. 2-3) con los que aparecen en Génesis
26:34 y 28:9, se dan unas ciertas diferencias. Se puede dar cuenta de ellas por el hecho
de que una persona podía tener más de un nombre, de que los cambios de nombre eran
bastantes normales, y de que la utilización de los nombres es bastante fluida en la
costumbre oriental. (2) Los cinco hijos de las tres esposas de Esaú aparecen iguales en
los versículos 4 y 5 y en 1 Crónicas 1:35. (3) La época del traslado de Esaú a Seir es
algo debatida. Los hay que la situarían a la muerte de Isaac, tiempo en el cual las
propiedades de ambos eran considerables; pero la mayor parte de los comentadores la
situarían antes. Se tiene que señalar que cuando Jacob trató de entrar en contacto con
Esaú a su llegada a Canaán, envió mensajeros en dirección a Edom (32:3); y al volverse
a dirigir Esaú hacia el sur, Jacob prometió que se reuniría con él en Edom (33:14). Pero
aquel movimiento se refiere a los grandes ganados de los hermanos, que ninguno de los
dos hubieran poseído en una época anterior. Quizás lo que verdaderamente sucedió es
que Esaú se fuera lejos mucho antes, posiblemente poco después de su unión con sus
______________________
1. Ver Harold G. Sligers, A Commentary on Génesis (Grand Rapids: Zondervan, 1976), p. 265.
esposas paganas, y que la referencia aquí sea a una separación formal que tuvo lugar
poco después de la muerte de Isaac.
(4) El aumento de los hijos de Edom hasta formar un pueblo se describe aquí en
términos de nietos, tribus, jefes tribales, y reyes. Entre los diez nietos de Esaú (vv. 9—
14) Amalec es de interés especial, ya que es, evidentemente, el padre de los amalecitas.
Como enemigos, en tiempos posteriores, de los israelitas, los amalecitas los atacaron en
el desierto (Éxodo 17:8—16) y por ello Samuel dio la orden de que fueran destruidos
(1 Samuel 15:2-3). El hecho de que se mencione un “país de los amalecitas” ya tan
tempranamente en Génesis 14:7 puede explicarse bien en el sentido de un país donde
los amalecitas vivirían posteriormente, o bien una tribu con la que puedan haberse unido
por alianzas matrimoniales algunos hijos de Esaú, y en la que hubieran llegado a
conseguir el dominio. También es interesante la conjunción de Elifaz y de Temán en los
versículos 11 y 15. Los eventos en el libro de Job parecerían entonces haber tenido lugar
en Edom (ver Job 2:11; 15:10-11). Después de señalar a los jefes de los hijos de Esaú
(vv. 15—19), el texto pasa a comentar acerca de los habitantes de Edom que Esaú
encontró cuando entró allí: los hijos de Seir horeo (o hurriano, vv. 20—30). Habían
veinte jefes entre ellos comparados con solamente trece entre los descendientes de Esaú.
Esaú entró en la tierra y los destruyó, apropiándose de su tierra (Deuteronomio 2:12),
pero probablemente hubieran también matrimonios mixtos entre ellos.
Posteriormente se menciona a ocho reyes como rigiendo en Edom antes de que
surgiera ningún rey en Israel. Ya que no se describe a ninguno de estos reyes como
descendientes de ningún padre real, debe haberse empleado el principio de elección o
la fuerza. La referencia a reyes en Israel (v. 31) no demuestra una fecha tardía para la
redacción de este pasaje, porque el mismo Moisés adelantó la venida de la monarquía a
Israel, e indicó qué tipo de persona tenía que ser un rey (Deuteronomio 17:14—20).
Todo lo que se tiene que colegir de esta referencia es que no habían surgido aún reyes
en Israel. La falta de ruinas de ciudades reconocibles y el escasísimo conocimiento de
la geografía histórica de Edom hacen prácticamente imposible incluso especular de
forma inteligente sobre la ubicación de los nombres de lugares o sitios tribales
mencionados en este capítulo.
12

JOSÉ: SUS PRIMEROS AÑOS HASTA


SU EXALTACIÓN EN EGIPTO
GÉNESIS 37:1—41:57

Algunos creen que José era un soñador, pero solamente hay registrados dos sueños
suyos, y no fueron producto de ninguna aberración psicológica, sino una revelación del
mismo Dios. Otros opinan que se trataba de un joven imprudente que quería señorear
sobre sus hermanos. Puede haber sido imprudente al contarles a sus hermanos sus
sueños, pero no hay indicación alguna de que lo hiciera de forma altanera o que fuera
desmedidamente orgulloso en otras formas. Si en algunas ocasiones actuó de forma
superior sobre ellos, bien hubiera podido deberse al favoritismo de su padre. De hecho,
José fue una víctima del favoritismo de su padre; sus hermanos “le aborrecían” por ello
(37:4).
El relato de Génesis muestra a José como un joven muy poco común, con un carácter
noble y fuerte, una elevada moralidad y una gran fidelidad a Dios y a sus superiores. Se
caracterizaba también por su gentileza en las relaciones humanas. Evidentemente, la
fuerza espiritual y moral de José no parecen estar relacionadas con revelaciones directas
y periódicas de Dios, como había sucedido con Jacob, Isaac y Abraham. Es de pensar,
entonces, que Jacob hubiera aplicado una gran cantidad de verdades formadoras del
carácter en la vida del joven en una época temprana, pues no parece que éste hubiera
podido obtener tal información de otra fuente. Si es así, Jacob hizo mucha mejor obra
con José que con sus otros hijos.
Es acostumbrado tratar los últimos capítulos de Génesis como un relato de la vida de
José, y ciertamente lo son. Pero, más importante aún, constituyen una narración de la
fidelidad de Dios al preservar a los hebreos, a la línea de Jacob. La conexión es evidente:
“Esta es la historia de Jacob. Cuando José tenía diecisiete años . . .” (v. 2). Dios pretende
relatar la historia de los años posteriores de Jacob y la preservación de su familia, pero
utiliza a José para conseguir sus propósitos. Los últimos capítulos de Génesis rebosan
de la soberanía y del entrañable cuidado de Dios.

Las causas de la animosidad en contra de José (37:1—11)


Se relatan en cortos párrafos las causas de la división entre José y sus hermanos. (1)
Incurrió en la ira de los cuatro hijos de las siervas Bilha y Zilpa al denunciar algunas de
sus infidelidades en el trabajo (v. 2). (2) Afrontó la continua animosidad de todos sus
hermanos debido al evidente favoritismo de su padre por José. Esto llegó a su
culminación cuando Jacob le revistió de una ropa especial. No era una “túnica de
diversos colores,” sino que se desconoce exactamente su apariencia. Es evidente que era
ostentosa, y que su propósito era la de ser un ropaje de posición (una ropa similar la
vestían las princesas en 2 Samuel 13:18). Comúnmente se cree que al regalársela Jacob
estaba designando a José como su principal heredero y sucesor. Naturalmente, esto
enfurecería a todos sus hermanos mayores.
(3) José encendió la oposición en contra de sí mismo al informarles de la preferencia
de Dios por él revelada en dos sueños. En el primero de los sueños sus hermanos se
inclinaban ante él y en el segundo su madre y padre y hermanos. La interpretación de
ambos sueños era evidente para José, sus hermanos y su padre. Como alguien ha
observado, los personajes del Antiguo Testamento no precisaban de que nadie les
interpretara los sueños; su mensaje podía ser comprendido fácilmente. No obstante, en
algunas ocasiones tenían que interpretar los sueños de los paganos (p. ej., de Faraón,
Nabucodonosor). Por lo general “madre” se hace referir a Lea, pero algunos
reordenarían la secuencia de eventos para hacer suceder esto antes de la muerte de
Raquel. No obstante, si Raquel hubiera estado todavía viva, se hubiera registrado la
reacción de ella ante la supuesta muerte de José. El versículo 11 indica las respuestas a
los sueños de Jacob: una creciente envidia de sus hermanos, en tanto que “su padre
meditaba en esto” (RV) después de haber reprendido a José.

Venta de José como esclavo (37:12—36)


Al final los hermanos tuvieron su ocasión para vengarse. Al agotarse las tierras de
pasto más al sur, pasaron con los rebaños de su padre a Siquem, a unos ochenta
kilómetros (50 millas) al norte de Hebrón. En el curso de estos movimientos estuvieron
tanto tiempo ausentes, que Jacob se preocupó por ellos y envió a José a que se enterara
como estaban. Cuando José llegó a Siquem, se enteró de que sus hermanos se habían
ido unos treinta y seis kilómetros (20 millas) más al norte, a Dotán. Al aparecer José por
el horizonte, los hermanos se enfurecieron. Ahí estaba el favorito de su padre en su
espléndido ropaje, que indudablemente venía para supervisarlos. ¿Y por qué, de todas
maneras, tenía que estar él en casa, mientras ellos aguantaban el calor del día y el frío
de la noche vigilando los ganados?
“¡He aquí viene el soñador!” Es evidente que se resentían de su posición superior en
la familia y ahora se disponían a planear su destrucción para impedir que los propósitos
de Dios llegaran a su culminación. Es evidente que Rubén no tenía parte en aquel
complot; y cuando se enteró de él, intentó evitarlo. No solamente parecía haber sido más
generoso que los otros sino que, como mayor, tenía también una cierta responsabilidad
sobre sus hermanos. Sugirió que no mataran a José, sino que lo echaran en una cisterna
vacía. Su plan era liberar más tarde a José.
Cuando José llegó a donde estaban ellos, le quitaron su ropaje y lo echaron dentro de
la cisterna seca, donde el destino que le aguardaba era la muerte. Es evidente que José
les rogó apasionadamente por su vida de forma que la lastimera escena quedó grabada
de manera indeleble en su memoria. Años más tarde, en Egipto, se refirieron a este
hecho (Génesis 42:21). Después de esta escena, los endurecidos hermanos se sentaron
y comieron.
En aquel momento llegó una caravana; la ruta principal de Damasco a través de
Galaad pasaba por donde estaban ellos, camino de Egipto. Uno de los principales bienes
que se traficaban en el comercio con Egipto eran las especias. Judá, que también deseaba
ahora evitar derramamiento de sangre y la culpa que ello traería consigo, sugirió vender
a José como esclavo a Egipto. Esto lo hicieron por veinte piezas de plata, el precio
formal de un esclavo a principios del segundo milenio a.C. A los miembros de esta
caravana se les aplican los términos madianitas e ismaelitas. Aunque son algo
intercambiables, ismaelita es el término más inclusivo y madianita el más restringido de
los dos. Los madianitas formaban parte del grupo ismaelita principal (ver Jueces 8:24).
En tanto que todo esto estaba teniendo lugar, Rubén se había separado de los demás,
bien para hacer unos trabajos necesarios, o bien para llegar en un momento favorable al
lugar donde estaba José para sacarlo de allí. Cuando llegó a la cisterna descubrió que
José ya no estaba. En gran angustia gritó: “¿Adónde iré yo?” (v. 30, RV). ¿Cómo podía
presentarse delante de su padre? Como hijo mayor, tenía una cierta responsabilidad por
los hermanos menores. Es de pensar que Rubén ayudara entonces a los otros a manchar
la túnica con sangre de una cabra para mostrarla a su padre. Al ver aquello, Jacob guardó
luto por su hijo presuntamente muerto. Aquel que había engañado a su propio padre con
una piel de cabrito y que por medio de ello había obtenido la bendición oral, había sido
ahora engañado por sus hijos con la sangre de una cabra. Todos los esfuerzos de los
hijos, hijas y probablemente nueras de Jacob, para consolarle fueron en vano.

Judá y Tamar (38:1—30)


Aunque el relato de Judá y Tamar constituye un paréntesis en la línea argumental
principal, encaja cronológicamente ahí y tiene diversos propósitos. (1) Da cuenta de las
tres familias en la tribu de Judá (Números 26:20). (2) Es de ayuda para establecer la
validez de la ley del levirato (que un hombre tenía que casarse con la viuda de su
hermano para preservar su línea, Deuteronomio 25:5—10). (3) Demuestra el contraste
entre la fe y castidad de Judá y de José al afrontar unas circunstancias de tentación
similares. (4) Muestra la probabilidad de futuros enlaces entre hebreos y cananeas y la
definitiva absorción de los hebreos por los cananeos si permanecían en Palestina. Así,
el pueblo singular de Dios hubiera quedado desvanecido, y el pacto abrahámico hubiera
quedado nulo e invalidado. Por ello la emigración temporal de Canaán al distrito
separado de Gosén en Egipto sería de ayuda para adelantar los propósitos para los
hebreos y el mundo.
(5) Contribuye a nuestro conocimiento de la línea antecesora de David y de Cristo
(Fares fue antepasado de Cristo, Mateo 1:2). Demuestra, además, cómo había quedado
manchada de pecado la humanidad que Él vino a salvar. Además, la introducción de
Tamar, una gentil, en la línea de Cristo sugiere los aspectos universales de la redención
que Él vino a ofrecer. Es útil observar, una vez más, que las Escrituras no tapan las
debilidades de los seres humanos que Dios eligió utilizar.
“Aconteció en aquel tiempo,” el tiempo en que José había sido vendido a Egipto, que
Judá “se apartó de sus hermanos,” quizás en una pendencia sobre el tema de José; no se
dice que “dejara a su padre.” “Y puso su tienda en compañía con” (NEB) un hombre de
Adulam, un lugar a unos veintiún kilómetros (13 millas) al sudoeste de Belén, que iba
a figurar en la historia de David (1 Samuel 22:1; 2 Samuel 23:13). Allí enlazó con
bastante facilidad con una mujer cananea, muy en contraste con lo que él y sus hermanos
hubieran permitido a su hermana Dina en Siquem. De esta unión nacieron tres hijos: Er,
Onán y Sela.
Er fue culpable de una maldad no especificada y Dios le mató en Su juicio. Entonces
Onán fue de mala gana al matrimonio levirato; pero “siempre que yacía con la mujer de
su hermano” dejaba de consumar la unión sexual. Así, en este rechazo a perpetuar la
línea, cometió una afrenta contra la familia, contra Tamar, y contra sí mismo. Debido a
su reiterada acción, Dios finalmente se lo llevó en juicio. Entonces Judá apremió a
Tamar a que permaneciera como viuda hasta que Sela fuera algo mayor y pudiera
casarse con ella. Pero Judá temía que Tamar estaba encantada y que si se casaba con
Sela, éste también moriría. Y Judá se quedaría sin posteridad. Fueron pasando los años,
y Sela creció pero nunca fue dado a Tamar. Llegó el tiempo en que también murió la
mujer de Judá. Finalmente, Tamar se dispuso a arreglar las cosas por su cuenta.
Quitándose las ropas de viuda y vistiéndose como prostituta, atrajo a Judá a que tuviera
relaciones sexuales con ella. Su paga tenía que ser un cabrito del rebaño; pero hasta que
él pudiera entregarle el cabrito, ella le pidió su sello y cordón personales, que él llevaba
alrededor de su cuello, y su bastón. Estos artículos garantizarían su seguridad personal
en caso de que quedara embarazada y que fuera condenada a muerte por fornicación, y
demostrarían que Judá era el padre de la criatura. Poco después, Tamar volvió a ponerse
sus vestidos de viuda y volvió a la casa de su padre. Así, le resultó imposible a Judá
pagar el precio acordado y recobrar sus prendas.
Tres meses más tarde le dijeron a Judá que Tamar estaba embarazada como resultado
de fornicaciones. Como cabeza de familia, Judá tenía que resolver aquella situación.
Legalmente Tamar pertenecía a Sela, aunque Judá no había dispuesto la consumación
del matrimonio; de manera que podía ser considerada culpable de adulterio y digna de
muerte. En el momento de ser confrontada con su pecado, Tamar sacó el sello con el
cordón y el bastón. Judá admitió de inmediato no solamente su complicidad, sino su
mayor pecado al no haber dado Tamar a Sela. Después de aquella relación incestuosa,
era apropiado que Judá no tuviera más relación con Tamar (v. 266).
Tamar dio a luz a dos gemelos, cuya lucha es algo reminiscente de la de Jacob y Esaú.
Durante el parto Zara (“grana”) sacó primero una mano y le ataron un hilo de grana en
la muñeca. Pero entonces quitó la mano y Fares (“rotura”) forzó su camino dejando
atrás a Zara. Fares, el más agresivo, fue en realidad el primer nacido y vino a ser el
antepasado tanto de David como de Cristo (Mateo 1:2). Con el fin de este episodio,
queda dispuesta la escena para la necesidad de emigrar de Canaán y para la comparación
con la más ejemplar vida de José.

José en casa de Potifar (39:1—23)


Al proseguir Dios obrando Sus propósitos soberanos para los hebreos, condujo al
egipcio Potifar a que comprara a José como esclavo. Potifar era “oficial” de Faraón, rey
de Egipto. Es difícil identificar la posición de Potifar; “capitán de la guardia” se
considera como una aproximación, pero “capitán de los ejecutores” es también una
posibilidad.
Yahweh bendijo a José, y no fue asignado a deberes en la prisión, ni al huerto, sino
al personal de la casa de Potifar. Ahí tuvo Potifar oportunidad de llegar a conocer a José
como un hebreo y siervo de Yahweh; y los dones que Dios le había concedido para la
organización quedaron patentes. Quizás Potifar llegara a la conclusión de que Dios
estaba con José debido a que éste daba a Dios como razón de sus evidentes capacidades;
no está claro como Potifar hubiera podido llegar a este reconocimiento de otra forma.
No obstante, parece claro que José no se dejó dominar por la amargura a causa del trato
de que sus hermanos le habían hecho objeto; y tampoco dejó que su espíritu quedara
esclavizado por la cautividad. Rehusó quedar destruido por las circunstancias. Quizás
la revelación que había recibido en sus dos sueños proveía luz con respecto al resultado
final de todo ello. Al seguir reposando la bendición de Dios sobre José, Potifar le dio
más responsabilidad y finalmente lo hizo mayordomo principal, en control de todas sus
propiedades y sus asuntos. Evidentemente, Dios también bendijo a Potifar por el bien
de José.
Dios no sólo bendijo las habilidades administrativas de José, sino también su cuerpo.
De un muchacho de diecisiete años se convirtió en un joven de veintitrés o veinticuatro
“de hermoso semblante” y “bella presencia”. Seguramente, trabajaba a menudo con el
torso descubierto y vistiendo la falda corta que llevaban los egipcios en el intenso calor
de su tierra. Cada vez atraía más a la sensual esposa de Potifar. Entonces ella empezó a
tratar de seducirlo, pero él dejó claro que consideraba que esa traición a la confianza de
su amo era un “grande mal” contra él y un pecado contra Dios. Así, demostró gran
lealtad tanto a Dios como al hombre, y demostró una conducta arraigada en las normas
establecidas por Dios. Es instructivo observar que José se enfrentó a la tentación
recordando que pertenecía a Dios, reconociendo que la capitulación sería un desafío
contra Dios, y evitando la tentación en la medida de lo posible. La mujer de Potifar le
perseguía “cada día”, pero él rechazaba no sólo sus proposiciones sino incluso “estar
con ella”.
Por fin, un día que estaban solos en la casa, ella intentó forzarlo, agarrando el manto
que llevaba sobre los hombros en los días más frescos o en las ocasiones más formales.
José huyó sin su capa, no como un cobarde sino para escapar de la trampa de la
inmoralidad (2 Timoteo 2:22). Su conducta fue todo lo contrario a la de Judá en el
capítulo anterior. La furia de la mujer repudiada la llevó ahora a destruir lo que no podía
tener. Como tenía el manto de José, pudo persuadir tanto a los otros sirvientes de la casa
como a su marido de la verdad de sus acusaciones. José podría haber esperado sólo la
muerte por tal conducta, pero o bien por su excelente historial de servicio o el hecho de
que Potifar no creyera del todo a su mujer (posiblemente ambas cosas) fue llevado en
lugar de ello a la cárcel. De nuevo, José rehusó amargarse o ser destruido por las
circunstancias. Su conducta le recomendó al carcelero. Después de un período inicial
difícil en la cárcel, vino a tener la misma relación con el carcelero que con Potifar, y
ello por la misma razón: “Yahweh estaba con él.” Al final vino a ser el guardián en
funciones efectivas.

Contactos importantes: el copero y el panadero (40:1—23)


En este capítulo aparecen indicaciones adicionales de cómo Dios iba a obrar por
medio de José para llevar a cabo Sus propósitos para el pueblo hebreo. En primer lugar,
Dios tenía que introducir a José en Egipto: después le introdujo en casa de un
funcionario egipcio (Potifar) que evidentemente no estaba muy cerca de Faraón.
Mediante eventos en aquella familia, Dios llevó a José a la prisión donde entró en
contacto con un oficial que estaba muy cerca de Faraón y mediante el cual llegaría a ser
el segundo gobernador de todo el reino.
Dos altos oficiales de la corte egipcia incurrieron en el desagrado del Faraón
(evidentemente por buenas razones, como indica el texto hebreo), y fueron echados a la
cárcel en la que se hallaba encarcelado José. Aquellos eran unos oficiales de tan alto
rango que el “capitán de la guardia,” posiblemente Potifar, asignó personalmente a José
para que los guardara. El capitán lo hizo personalmente en lugar de dejarlos meramente
a cargo del guarda de la cárcel que había estado favoreciendo a José. Si fue Potifar quien
estuvo implicado en esta disposición, es evidente que había vuelto a quedar
impresionado con las cualidades de José o que había sido llevado a desconfiar de su
mujer de una manera creciente (o ambas cosas a la vez). Y es posible que los negocios
de su casa se hubieran deteriorado notablemente desde el encarcelamiento de José.
En todo caso, José estaba encargado de los presos: el principal de los coperos y el
principal de los panaderos. Como mínimo, el primero podía ser una persona muy
influyente en la corte. Es evidente que se trataba de una persona en la que se podía
confiar implícitamente. Entre otras cosas, era su responsabilidad ver que el vino y la
comida del rey no estuvieran envenenados. Estaba en la posición de descubrir y
denunciar planes contra la vida del rey y de informarle acerca de las condiciones en el
reino y de la gente que tenía que ser vigilada por desórdenes en el gobierno o
recompensadas por sus capacidades y logros. Podía llegar a ser, en efecto, el principal
confidente o la mano derecha del rey. Se tiene que recordar que Nehemías tenía esta
relación con el rey Artajerjes de Persia.
Después de que estos hombres hubieran estado en prisión por un tiempo, los dos
tuvieron un sueño la misma noche. A la mañana siguiente José, que evidentemente no
estaba tan abrumado por sus propios problemas que no pudiera observar las necesidades
de otros, se dio cuenta de la tristeza de ambos, y les preguntó la causa de ella. Los dos
creían que los sueños eran un medio de predecir su futuro, y estaban atribulados debido
a que carecían de un intérprete, uno de los sabios profesionales. Entonces José se ofreció
magnánimamente. En primer lugar les preguntó si no era cierto que el Dios del cielo era
el que podía dar interpretación a sus sueños. Entonces, dándose cuenta de que se había
metido en este asunto por alguna razón, les preguntó acerca del carácter de sus sueños.
De pasada, se debe tener presente que no había ninguna clase ni grupo de interpretadores
de sueños en Israel; los únicos intérpretes conocidos son José y Daniel, y ellos servían
a monarcas paganos. Los oficiales de la corte se decidieron a contarle sus sueños. Por
lo menos, confiaban en el hebreo, y creían que les podría ayudar, y en todo caso no
tenían en realidad nada que perder. Además, José no les pedía pago por ayudarles, ni
buscaba ganancia para sí mismo.
Primero, el copero le contó su sueño, que no precisa de reiteración aquí. No está claro
por qué José sabía su significado, pero es de pensar que se apartara por un momento, y
que orara por sabiduría para interpretar antes de presentar su mensaje. En esencia, dijo
que el principal de los coperos sería totalmente restaurado a su puesto anterior en tres
días. Sólo entonces le pidió un favor al egipcio: que el copero hablara con el faraón en
nombre de José para obtener su liberación de la prisión. José le contó que había sido
“hurtado”, su palabra para referirse al secuestro, con miras a su venta. “De la tierra de
los hebreos” puede indicar que José, por la fe, se había aferrado al Pacto con Abraham.
Después de todo, los hebreos poseían muy poco de Canaán en ese momento, y los
egipcios no habrían visto la tierra como perteneciente a los hebreos entonces. Y, sin
referirse específicamente al problema con la mujer de Potifar, descartó cualquier mala
acción que debiera haberle llevado a la cárcel.
Animado por la interpretación positiva dada al jefe de los coperos, el jefe de los
panaderos describió a continuación su sueño. Tenía tres “canastillos” sobre su cabeza,
En el canastillo más alto había una variedad de productos de panadería, especialidades
que el panadero sabía crear. Los pájaros se los comían de la cesta y él no era capaz de
ahuyentarlos. José respondió que de nuevo los tres elementos se mantenían durante tres
días; en tres días el Faraón lo colgaría y los pájaros se comerían su carne.
Resultó tal como José había predicho. Tres días después, el faraón organizó una fiesta
de cumpleaños y, como parte de la celebración, resolvió los casos pendientes contra
varias personas. Entre ellos, el jefe de los coperos, que fue restituido en su cargo, y el
jefe de los panaderos, que fue ahorcado. Pero, como suele ocurrir, en el entusiasmo de
su buena fortuna, el copero principal se olvidó de alguien que había sido un gran
estímulo en los días de adversidad; en este caso, José.

Los sueños del Faraón (41:1—40)


Después de que José pasó dos años más en la cárcel, el faraón tuvo un sueño. Deben
haber parecido años muy largos mientras José esperaba anhelante su rescate. Pero como
alguien ha dicho, nuestras paradas como nuestras pisadas están ordenadas por Dios. Él
estaba preparando una crisis, y estaba preparando a un hombre para la crisis. Su reloj
estaba marcando el tiempo con una precisión absoluta. Por fin Faraón tuvo un sueño.
Estaba de pie ante el Nilo vigilando las vacas como a menudo tuvo que haber hecho. En
raras ocasiones se hubiera alejado mucho del Nilo debido a que el área cultivada de
Egipto nunca tuvo más de unos dieciséis kilómetros (10 millas) de ancho en el valle del
Nilo. A menudo, las vacas se metían en el agua para refrescarse y frecuentemente iban
a pastar entre “los juncos,” o papiros a lo largo de la ribera, no “en los prados” (RV); no
había prados en Egipto como los entendería un europeo o americano. Faraón vio primero
a siete vacas gordas y saludables que salían del río (la fuente de toda la vida egipcia en
un área por otra parte desértica) y vio después a siete vacas flacas, desnutridas, que
salían del Nilo y que devoraban a las gordas. Entonces se despertó. Volviendo a
dormirse, tuvo otro sueño con un tema agrícola. Egipto, el granero del Oriente Medio,
producía un hermoso trigo y otros granos en campos irrigados por el Nilo. En este caso
vio a siete espigas creciendo en una sola caña, seguidas de otras siete espigas de grano
marchitas y abatidas por el viento solano. Las espigas marchitas consumieron al grano
vigoroso. De nuevo Faraón se despertó y quedó perturbado por lo que había visto.
Llamando a los “magos” y “sabios” de Egipto, los intérpretes profesionales de sueños,
quedó frustrado ante su incapacidad o poca disposición a interpretar sus sueños. Puede
que al menos supusieran parte de su significado, pero pudieron haber temido presentarle
las malas noticias al Faraón. Entonces, en el momento crucial, el principal de los coperos
recordó a José y cómo él había interpretado los sueños de los dos oficiales y como las
cosas habían resultado “como él nos los interpretó” (v. 13, RV). Se enviaron órdenes de
hacer comparecer a José ante Faraón sin más tardar; después de haber esperado durante
tanto tiempo, ahora él tenía que apresurarse. Pero antes tenía que ser puesto presentable
para el rey. Los semitas iban barbados, pero los egipcios limpiamente afeitados; José
fue afeitado y probablemente con la ropa mudada para estar ante Faraón.
Justo debido a que Génesis no registre ninguna de las manifestaciones de sumisión
que generalmente se requerían delante de un monarca oriental, y especialmente delante
de Faraón que era considerado como divino e hijo encarnado del dios sol, no constituye
indicación alguna de que se omitieran las ceremonias esperadas. Si Faraón hubiera
considerado a José como inculto e incapaz de funcionar en los círculos más altos del
gobierno, evidentemente no lo hubiera designado como segundo al frente del reino.
Cuando Faraón llegó a reconocer la capacidad de José para interpretar sueños, José puso
en claro que Dios solamente podía dar el significado, y no solamente que “podía,” sino
que “quería.” Con esta certeza, Faraón pasó a relatar sus sueños a José. La repetición es
casi idéntica al relato que había presentado originalmente a los magos y sabios, pero
con la adición esta vez de que jamás en su vida había visto unas vacas tan famélicas (v.
19), y que incluso después de que se comieran las vacas gordas, quedaron tan famélicas
como antes.
José parece haber dado una interpretación inmediata; quizá Dios se la diera al oír la
relación del sueño. En la interpretación, José evidenció un elevado monoteísmo. No hay
ni trazas de un concepto confuso acerca de Dios, como suponen algunos que existía
entre los hebreos en época temprana y que se hubiera desarrollado en un monoteísmo
pleno al pasar el tiempo. Además, José no informó meramente de lo que iba a suceder,
sino de lo que Dios iba a hacer (ver vv. 25, 28, 32). Dios tenía el control de las fuerzas
de la naturaleza; de hecho, se asume que era superior al dios del Nilo y a otros dioses
egipcios que, supuestamente, eran garantía de fertilidad y prosperidad. Esencialmente,
vino a decir José, ambos sueños formaban una sola unidad. Eran una predicción de siete
años de abundancia y prosperidad que irían seguidos de siete años de hambre,
presumiblemente provocada por un nivel tan bajo del Nilo que no habría suficiente agua
para la irrigación, y por el azote del viento del desierto que abrasaría todo lo que
creciera. José declaró, además, que la razón de la duplicación del sueño era para
establecer que era un propósito firme de parte de Dios y que era inminente. Por ello,
Faraón tenía que prepararse para el futuro.
No hay indicación alguna de que el hambre fuera considerada como un juicio. No hay
condena relacionada con él y siete años de abundancia lo precederían, a fin de hacer los
preparativos para capear los malos años. José aprovechó la oportunidad para añadir a la
interpretación una advertencia amistosa. Que Faraón se buscara un buen administrador
y un personal eficaz, para llevar a cabo una campaña de almacenamiento de grano.
Almacenar el veinte por ciento del producto cada uno de los años de abundancia para
que hubiera suficiente durante los años de hambre, con lo que “el país no perecerá de
hambre” (v. 36, RV).
La propuesta complació a Faraón y a todos sus cortesanos. Entonces Faraón designó
a José delante de toda su corte —todo su círculo más elevado de gobierno— para que
se encargara del proyecto que acababa de recomendar. Faraón llegó a la conclusión de
que, ya que en José estaba el espíritu de Dios, y ya que Dios se lo había revelado todo a
él, era evidente que tenía acceso a Dios y que por ello poseía también la sabiduría
necesaria para finalizar su tarea de una manera efectiva. Naturalmente, cuando Faraón
habló acerca de Dios su perspectiva era politeísta, por lo que aquella afirmación no
indica que se convirtiera al monoteísmo hebreo distintivo. Aunque para aquel entonces
Faraón no tenía aún las prerrogativas absolutas que tuvo durante otros períodos de la
historia, es evidente que no halló oposición a su propuesta. Los poderosos nobles que
se oponían al control absoluto del gobierno central es probable que no estuvieran en la
corte; es probable que se estuvieran ocupando de sus propios asuntos.
Entonces Faraón pasó a instalar a José en su nueva posición. Algunos han
argumentado que la posición de José era solamente la de supervisor de los graneros,
pero este pasaje indica más que eso. El verso 40 dice: “solamente en el trono seré yo
mayor que tú”. Al parecer, iba a ser visir o primer ministro. El faraón lo invistió primero
con su anillo de sello, que estaba grabado y se utilizaba para estampar materiales blandos
(como el lacre) con el sello del rey a fin de dar a un documento carácter oficial. A
continuación, le autorizó a vestir las finas ropas de lino de la nobleza, le puso una cadena
o collar de oro al cuello (como parte de sus símbolos de autoridad) y le autorizó a montar
en el segundo carro del reino, —que iría precedido de heraldos que ordenarían a la gente
hacer reverencias en sus desplazamientos. Su poder sería tan absoluto que sin sus
órdenes “ninguno alzará su mano ni su pie en toda la tierra de Egipto”.
Finalmente, el Faraón le dio un nuevo nombre y una esposa. El nombre era Zafnat-
panea, cuyo significado exacto es incierto; aunque se sugiere, “preservador de los
vivos”, que podría referirse a su función especial en Egipto, especialmente durante los
años de hambruna. Su matrimonio con Asenath, hija del sacerdote de On (más tarde
Heliópolis, al norte del actual El Cairo), no debe interpretarse como una indicación de
que necesariamente comprometió sus convicciones religiosas. De los capítulos
siguientes se desprende que permaneció fiel al Dios de sus padres y a sus lazos
familiares hebreos.
José tenía treinta años cuando asumió su cargo en Egipto (v. 46). Desde que llegó a
Egipto a los diecisiete, había pasado trece años como esclavo y prisionero,
probablemente siete u ocho años como esclavo. Durante los siete años de abundancia
almacenó fielmente los alimentos en las ciudades, estableciendo centros de acopio en
los distritos (v. 48); probablemente siguió el plan del 20 por ciento que había
recomendado al faraón (v. 34). Durante los años de abundancia, a José le nacieron dos
hijos: Manasés (“olvido”), llamado así porque Dios le había hecho olvidar sus penas; y
Efraín (“fructífero”) porque Dios le había hecho fructificar en Egipto.
Al final de los siete años de abundancia se manifestó la escasez como José había
predicho. “Todos los países” se refiere probablemente a los países alrededor de Egipto
(vv. 54, 57). El Sudán sufriría con la reducción de las aguas del Nilo, y Canaán sufriría
por la escasez de lluvias. Cuando la gente de Egipto clamó a Faraón por comida, los
remitió a José, quien abrió los graneros y empezó a vender lo que había estado
comprando durante siete años. Gentes del extranjero empezaron también a venir. Libios
y asiáticos podrían venir por tierra y efectuar sus compras en los almacenes al norte, en
tanto que los sudaneses o nubios podrían venir por mar desde el sur.
13

JOSÉ: DESDE LA PRIMERA VISITA DE SUS


HERMANOS HASTA SU EMIGRACIÓN A EGIPTO

GÉNESIS 42:1—47:12

Primer viaje de los hermanos de José (42:1—38)


El hambre azotó profundamente las tierras mediterráneas. Canaán se hallaba entre las
zonas más azotadas. Pero corrió la voz entre los habitantes de que se podía comprar
comida en Egipto, y empezó a formarse una caravana de compradores para hacer el viaje
hacia el sur (v. 5). Al principio, los hijos de Jacob parecen haberse quedado inactivos,
mirándose los unos a los otros en impotencia. Pero finalmente, ante los apremios de
Jacob, se unieron a los otros en la caravana para ir a comprar alimentos a la tierra de
Egipto. Jacob envió a diez de sus hijos, pero se quedó a Benjamín en casa, temiendo
que algo le sucediera como había sucedido a José. Y aunque Jacob no tenía pruebas de
la complicidad de sus hijos en la pérdida de José, puede haber tenido sus sospechas y
parecía tenerles como responsables de lo que había sucedido (ver v. 36). Es evidente
que Jacob no había aprendido la lección del favoritismo abierto, y ahora ponía a
Benjamín en el pedestal que había estado ocupado por José. Quizás este hecho irritara
tanto a los hermanos mayores como el anterior.
Al final los diez llegaron a Egipto y aparecieron delante de José para comprar
alimentos. Es evidente que no era necesario que José supervisara todas las compras de
alimentos, pero es probable que tuviera que estar implicado en las decisiones acerca de
cuanta cantidad podía salir del país. Y el grupo de cananeos puede haber sido grande si
los hijos de Jacob eran solamente una fracción de ellos. A la luz del primer sueño de
José es interesante ver aquí a los hijos de Jacob postrándose ante él (v. 6), y su control
absoluto de la situación queda destacado en la palabra hebrea que tiene un intenso
significado, “señor de la tierra.” José reconoció a sus hermanos, pero éstos no le
reconocieron a él. Habían pasado veinte años desde que le habían visto (tenía ahora
entre 37 y 40 años); iba afeitado y vestido como un egipcio, y les hablaba mediante un
intérprete (v. 23).
“Les habló ásperamente” (v. 7), no de una manera vengativa ni despreciativa, sino en
un esfuerzo por llevarlos a la humildad y producir algunos cambios espirituales
importantes en ellos. Queda evidente de 45:5—8 que no estaba tratando solamente de
ser desagradable con ellos ni de vengarse del tratamiento que le habían dado. José
decidió colgarles la acusación de que eran espías que habían venido a explorar lo
descubierto del país: la condición indefensa, empobrecida y estéril de la tierra. Ellos
afirmaron no ser una partida de exploración, sino hijos de un hombre en Canaán que
habían ido allí a comprar alimentos. Su padre y su hermano menor estaban todavía en
Canaán y el otro hermano no vivía ya. Evidentemente, hicieron también comentarios
acerca de sus familias (v. 19). Pero José siguió insistiendo en sus acusaciones de que se
trataban de espías y demandó pruebas de que no eran agentes extranjeros. Primero,
exigió que todos ellos quedaran como rehenes, excepto uno que volviera para buscar al
hermano menor y que demostrara la verdad de sus afirmaciones. Para demostrar que sus
intenciones eran serias y para coadyuvar a un cambio en los caracteres de sus hermanos,
José los echó en la cárcel durante tres días. Es indudable que sus siervos quedaron a
cargo de los animales.
Después de tres días, José les indicó una suavización en sus demandas, debido a que
temía a Dios y estaba preocupado por las familias de ellos. Así que, decidió retener a un
rehén y dejó que los otros volvieran con comida para sus familias. Pero les advirtió que
sin su hermano menor ellos no verían su rostro y no les permitiría siquiera vivir. En este
momento la conciencia les remordió y llegaron a la conclusión de que estaban pasando
por esta angustia debido a su crimen contra José, que les había rogado tan
angustiadamente por su vida (vv. 21-22). Al oír esto, José no pudo resistir mis y lloró,
pero de manera que ellos no pudieran darse cuenta de nada. Quizás lo hizo debido a sus
sufrimientos en años anteriores, o a que vio una cierta contricción en los corazones de
sus hermanos, o a lo mucho que anhelaba mostrarse ante ellos y terminar con la prueba.
Entonces tomó a Simeón como rehén, el segundo mayor entre los de grupo, y dejando
que el mayor de todos, Rubén, condujera al grupo de vuelta a Canaán y asegurara que
venían de vuelta con Benjamín. Al atarle delante de ellos, de nuevo puso énfasis en el
hecho de que la cosa iba en serio y dramatizó el hecho de que Simeón iba a estar en la
cárcel hasta que ellos volvieran.
Entonces José les concedió la petición que ellos habían hecho días antes y les vendió
grano, pero volvió a poner el precio de la compra de cada uno de ellos en sus sacos. Es
de creer que José no sacara el dinero público para devolverlo a sus hermanos sino que
lo pusiera de su bolsillo porque más tarde el mayordomo de José les dijo que había
recibido su dinero (43:23). La devolución de su dinero era indudablemente un acto de
bondad, pero designado también para llenarles de consternación. De hecho, cuando uno
de ellos descubrió su dinero de vuelta a casa, empezaron a preguntarse qué es lo que iría
a sucederles y vieron la mano de Dios en las circunstancias que se iban desenvolviendo.
Quedaron verdaderamente atemorizados al llegar al hogar y darse cuenta de que todos
ellos tenían su dinero de vuelta (v. 35).
Parentéticamente, debiera señalarse que el dinero no era en monedas sino en plata
pagada al peso; la acuñación no se originó hasta la primera mitad del primer milenio
a.C. en Lidia (Asia Menor occidental) como resultado de los contactos comerciales entre
Lidia y Grecia.
Cuando los nueve regresaron a Jacob, “le contaron todo lo que les había acontecido”.
Esta vez no hubo engaños ni mentiras. Ensayaron cuidadosamente lo que había sucedido
y le contaron a su padre la verdad. Más vale que lo hagan porque la vida de Simeón
estaba en juego y ninguno de ellos conseguiría más comida a menos que pudieran
persuadir a Jacob de que dejara a Benjamín volver con ellos. La respuesta de Jacob
estaba muy orientada a sí mismo y de nuevo puso la línea de Benjamín (la de Raquel)
en un nivel más alto que la de Lea. No debió ser fácil para los hermanos ser informados
una vez más de que eran secundarios en el afecto de su padre. A pesar de ello, Rubén
ofreció extravagantemente el sacrificio de dos de sus hijos (tenía cuatro en ese momento
o poco después, 46:9) si no conseguía traer a Benjamín a salvo. Pero Jacob rechazó la
oferta y, al menos por el momento, se mantuvo firme en su negativa a dejar marchar a
Benjamín. Es interesante notar que, aunque Jacob tenía su corazón puesto en elevar su
descendencia a través de Raquel, Dios eligió honrar a los que vendrían a través de Lea.
La de Judá iba a ser la línea davídica y mesiánica. A menudo los caminos de Dios son
muy diferentes de los nuestros.

Segundo viaje de los hermanos de José (43:1—34)


El hambre seguía siendo “grande en la tierra”. En pocos meses, sin duda, la familia
de Jacob había consumido por completo lo que sus hijos habían comprado en Egipto.
Buscando evadir la demanda de Benjamín, Jacob instó a sus hijos a regresar a Egipto
para comprar “un poco de alimento”. No podían esperar conseguir mucho; Egipto tenía
que racionar los suministros cuidadosamente si se quería preservar a todos los pueblos
de la región durante la hambruna. Pero Judá le recordó a su padre que “aquel varón” era
muy firme; no los volvería a ver de nuevo a menos que llevaran con ellos a su hermano
menor. Tratando de evitar lo inevitable, Jacob les reprendió por haber dado una
información innecesaria y continuó considerando el problema de una forma estrecha,
como una amenaza contra él mismo: “¿Por qué me hicisteis tanto mal?” Entonces los
hermanos volvieron a contarle de nuevo, abierta y honradamente, lo que había sucedido.
Ellos solamente habían dado respuesta a unas preguntas y no podían haber sospechado
que el egipcio exigiría ver a Benjamín como evidencia de su integridad.
Entonces Judá tomó de nuevo la delantera y recordó a su padre la absoluta necesidad
de enviar a Benjamín o todos ellos morirían de hambre; de hecho, se habían quedado ya
demasiado tiempo (vv. 2, 10). Judá prometió personalmente ser la seguridad personal
de Benjamín, y hacer todo lo que estuviera en su poder para garantizar su retomo sano
y salvo. De hecho, se hizo responsable de Benjamín. Es evidente que el liderazgo de
Rubén había sido rechazado (42:37) debido a su pecado de incesto; Simeón estaba en la
cárcel en Egipto; él y Leví eran los principales culpables de la masacre en Siquem; de
manera que Judá era el siguiente en línea para asumir el papel de liderazgo. La referencia
a Benjamín como “el joven” no significa que fuera todavía un niño; simplemente le
designa como el menor de los doce. Tenía para entonces veintiún años o más.
Finalmente, Jacob se inclinó ante lo inevitable. Pero siguió todos los pasos necesarios
para asegurar que el resultado sería favorable. En primer lugar, dispuso que se enviara
un presente al señor de la tierra, quizás porque el protocolo lo exigiera, o como aprecio
al privilegio de comprar grano, o para aplacar su ira como había tratado de aplacar la de
Esaú (32:13—21). Durante una época de escasez los “mejores productos” o “frutos
escogidos” de la tierra serían poca cosa, pero podía enviar “un poco” de bálsamo,
aromas, mirra —tipos de ungüentos empleados especialmente con propósitos médicos
y para embalsamar— miel, nueces, almendras. En segundo lugar, propuso una
honestidad abierta en los tratos financieros: devolver el dinero hallado en sus sacas y
alegar un error por haber sido hallado allí. En tercer lugar, accedió a la exigencia de que
compareciera Benjamín juntamente con ellos. En cuarto lugar, oró por la bendición de
Dios acerca de aquella ventura, y se resignó a la voluntad de Dios.
Los hermanos de José fueron pronto a Egipto, y cuando José les vio ordenó a su
mayordomo que matara un animal y que preparara una comida para ellos al mediodía.
Cuando los hermanos de José se enteraron de que debían ir a su casa, quedaron atónitos.
Había sido tan duro con ellos antes que ahora temían lo peor. Creyeron que iban a ser
ahora acusados de robo por llevarse el dinero hallado en las sacas de grano y que tendría
la intención de hacer de ellos sus esclavos. Antes de entrar en la casa trataron de
justificarse acerca de ello ante el mayordomo. Al explicarle apresuradamente a la puerta
de la casa lo que les había sucedido, resumieron extraordinariamente la historia,
hablando del descubrimiento del dinero en sus sacas de grano, pero sin explicar que el
descubrimiento había tenido lugar en dos etapas. El mayordomo les aseguró que había
recibido el dinero de ellos, y que todo estaba bien. Su observación de que Dios les había
dado el tesoro en sus sacas no suena como respuesta egipcia; quizás la piedad de José
se le hubiera pegado algo. Aquella certeza fue seguida por la liberación de Simeón.
Entonces, con una típica cortesía oriental, el mayordomo proveyó agua para lavar sus
cansados y polvorientos pies y dio alimento a los asnos que traían. Habiéndose puesto
más presentables, los once prepararon su regalo para José. Y en el momento de
presentárselo, se inclinaron dos veces ante él (vv. 26, 28), en cumplimiento adicional
del primer sueño de José.
Las preguntas de José hechas a los hermanos acerca de su padre y de Benjamín tienen
que haberlos puesto muy nerviosos, al darse cuenta de que era imposible saber adónde
iban a llevar estas preguntas. Y quedaron “atónitos" cuando se dieron cuenta de que
estaban sentados por el orden de sus edades, del mayor al menor. Era algo extrañísimo
que un extranjero pudiera “adivinar” lo suficiente acerca de ellos como para actuar así;
tenía que haber sido informado de una forma sobrenatural acerca de los asuntos de la
familia. El encuentro de Jacob con Benjamín, al que no había visto desde que tenía
alrededor de un año, fue realmente conmovedor, y al final José perdió el dominio sobre
sí mismo, pero no en presencia de ellos. Los comentarios de José acerca de Benjamín y
dirigidos a él mismo eran apropiados para un extraño, y la denominación de “hijo”
estaba en orden por parte de uno que tenía alrededor del doble de su edad y que tenía
una posición mucho más alta que él.
La escena de la comida era apropiadamente egipcia: los egipcios y los hebreos no
podían comer juntos, y un oficial elevado (especialmente si pertenecía a la casta
sacerdotal) no iba a comer con personas de rango inferior. Algunos han creído que esta
segregación entre egipcios y extranjeros resultaba un tabú social, y otros concluyen que
tenía una base en el culto, involucrando la creencia de que los extranjeros contaminaban
la comida. Ya que los egipcios se oponían a comer con asiáticos, se asume que era una
dinastía egipcia nativa la que estaba en el poder cuando José entró en la tierra; si hubiera
sido una dinastía de hiksos asiáticos la que hubiera estado en el poder, es de pensar que
la antipatía se hubiera derrumbado. (Ver la discusión posterior acerca del lugar de José
en la historia de Egipto.) Durante la comida. José volvió a probar a sus hermanos. Dio
mucho mayor honor a Benjamín que a los otros, pero sus acciones no parecieron originar
ninguna oleada de resentimiento. Se alegraron verdaderamente con José. ¡Iba teniendo
lugar una reforma!

Arresto de Benjamín (44:1—34)


Es posible que José diera una fiesta a sus hermanos para ser bondadoso con ellos y
para estar con ellos. Pero más probablemente, este acto era parte de una estrategia más
amplia para conseguir su reforma. A no ser que tuvieran acceso a su mesa, no se les
podría acusar de haber hurtado su copa. Ahora José estaba a punto de llevar a cabo la
suprema prueba de sus hermanos. Ordenó a su mayordomo que llenara los sacos de los
hombres con todo el grano que cupiera y que pusiera la plata de cada uno en su saca,
como antes; José no iba a dejar que su propio padre pagara por sus alimentos. Entonces
tenía que poner la copa de plata de José en el saco de Benjamín. “Y él hizo como dijo
José” es una indicación de que las instrucciones fueron obedecidas con precisión. No se
trata de que el mayordomo cooperara con José, como han sugerido algunas veces
algunos comentaristas; no tenía otra elección que la de obedecer las órdenes.
Todo esto fue llevado a cabo por la tarde o noche, de forma que los once pudieran
estar listos para partir para Canaán temprano a la mañana siguiente. Poco después de
que se fueran, José envió a su mayordomo a que los alcanzara. Cuando llegara a ellos,
tenía que acusarles primeramente, en general, de actuar mal y después del robo de la
copa de plata de José. La referencia a la adivinación relacionada con esta copa es
problemática. Algunos argumentan que ya que José no tenía las Escrituras como guía
para su vida, es natural que practicara la adivinación como los que estaban alrededor
suyo. Pero por otra parte no se conoce de la utilización de copas de adivinación en
Egipto durante aquel período, y la práctica era extraña a los hebreos. Es totalmente
posible que José no se dedicara a la adivinación, y que todo ello formara parte de un
montaje, un medio por el cual pretendía saber cosas acerca de sus hermanos para
provocarlos al asombro. También se ha hecho la sugerencia de que la frase puede ser
traducida: “Seguramente lo hubiera adivinado.”1 Esto es, que este robo perpetrado por
ellos no hubiera escapado a su descubrimiento.
El mayordomo halló a los hermanos, y les acusó conforme había sido instruido, pero
todos los hermanos pronunciaron protestas de inocencia. Para apoyar su afirmación de
honradez, le recordaron que habían vuelto a traer de Canaán el dinero que habían hallado
en sus sacas de grano después de su primera visita a Egipto. Entonces, tan seguros
estaban de su inocencia, declararon que aquel en cuya posesión se hallara fuera
ejecutado, y todos los demás vendrían a ser los esclavos “del señor.” La segunda parte
de su declaración era significativa; no estaban dispuestos a ver a ninguno de ellos
castigado a solas, sino que profesaron una solidaridad y una disposición a compartir la
culpabilidad entre todos. El mayordomo respondió a ello diciendo que solamente aquel
que fuera hallado con la copa en su poder sería esclavo, los otros irían libres a su casa.
Parentéticamente, debiera señalarse que la pena capital aplicada al robo de una copa de
plata no debe ser considerada como indebidamente severa. A lo largo de la historia, los
pobres, por lo general, han pagado muy caro por robar a oficiales públicos o a los ricos.
Incluso en tierras tan ilustradas como la América colonial o la Inglaterra del siglo XVIII,
varios robos de una importancia relativamente ínfima eran considerados como crímenes
capitales.
Ansiosos por demostrar su inocencia, los hermanos descargaron prestamente sus
sacas de los asnos, y el mayordomo empezó su búsqueda. Empezando por el mayor, fue
pasando por todas las sacas hasta llegar a la de Benjamín. La tensión era elevada. ¿Se
iba a hallar en el grano de alguno? Finalmente, fue hallada en la saca de Benjamín, y
ellos rasgaron sus vestiduras y, cargando cada uno de ellos el grano otra vez sobre sus
asnos, volvieron llenos de dolor y consternación a la ciudad a encontrarse con José.
Con pesados pasos y los ojos caídos entraron en la casa de José, donde éste les
esperaba. En abyecta humillación cayeron con sus rostros ante él. Primero, les reprochó
por su ingratitud: “¿Qué ... habéis hecho?” Entonces les reprendió por haber creído que
podrían salirse con la suya cuando él tenía poderes de adivinación: una referencia a sus
acciones el día anterior (y a su copa de adivinación), o a su reputación por todo Egipto
como intérprete de los sueños de Faraón. Era de pensar que tuviera comunicación con
Dios. En total impotencia, Judá remachó tres preguntas: “¿Qué diremos?” “¿Qué
hablaremos?” “¿Con qué nos justificaremos?” (v. 16). Entonces declaró: “Elohim [en
su carácter de juez y no Yahweh como Dios guardador del pacto] ha hallado la maldad
de tus siervos.” Porque en verdad no creían ellos que tenían culpa alguna en lo que les
había sucedido en Egipto, sino que el significado más profundo de la referencia tiene
que ser que Dios les había atrapado por el trato que habían dado a José. Por ello, el
enredo en que se hallaban era resultado de la retribución divina. Además, Judá declaró
ahora la solidaridad del grupo: ellos eran ahora todos esclavos del señor de Egipto. En
______________________
1. Derek Kidner, Génesis (Buenos Aires: Ediciones Certeza, 1985), p. 236.
este momento José volvió a probarlos, ofreciéndoles la libertad de volver todos con su
padre excepto Benjamín.
Su prueba provocó uno de los más grandes pronunciamientos de la historia. El
discurso de Judá fue grande debido a la sinceridad de su propósito, su profundidad
emocional, su preocupación altruista, la revelación que hace de la conversión de quien
lo pronunció, y su alegato vicario. Detallando, fue un discurso sumamente conmovedor,
presentando los hechos de una manera directa, con el designio de ganar del gobernador
de la tierra la liberación de Benjamín a causa de su anciano padre. El orador, que en el
pasado no había tenido remordimiento alguno de provocar un mal a su padre, puso ahora
por delante los intereses del anciano. En medio de ello, no pidió nada para sí mismo,
sino que, al haberse ofrecido como garantía personal por la seguridad de Benjamín,
ofreció tomar el puesto de su hermano en la esclavitud en Egipto. Además, el discurso
no es solamente grande por sus cualidades literarias, psicológicas y espirituales, y por
su importancia en los asuntos de una oscura familia de hace miles de años, sino por sus
efectos en el mayor alcance de la historia. Llevó a la reconciliación de José con sus
hermanos, a la preservación de la nación hebrea, y así a la preservación de la línea del
Mesías o Redentor de toda la humanidad.
Permanece todavía una cuestión: ¿Se trataba solamente del alegato de Judá o estaban
de acuerdo todos sus hermanos? La respuesta está en que todos ellos habían vuelto a la
casa de José a prestar su apoyo a Benjamín. Todos ellos se habían declarado esclavos
del gobernador debido al presunto robo. Judá incluyó a los otros como parte de la acción
en varios puntos. Todos ellos se agruparon en torno a él mientras que él hablaba, y Judá
declaró que todos ellos serían la causa de la muerte de su padre si Benjamín no regresaba
(v. 31). Estaban juntos en esto; había surgido entre ellos un espíritu de comunidad.
Habían desarrollado un espíritu de verdadera devoción a su padre. Evidentemente, un
verdadero cambio se había producido en todos ellos. Dios los había procesado y había
transformado sus corazones poniendo sus pies en un camino nuevo y mejor. Estaban
preparados para el siguiente paso.

La revelación de José a sus hermanos (45:1—15)


No sólo estaban dispuestos a reconciliarse con José, sino que éste no podía contener
por más tiempo la emoción contenida que había estado acumulando durante tanto
tiempo. Ordenando a todos sus sirvientes que salieran de la habitación, se reveló a sus
hermanos, y las compuertas de la emoción se abrieron de par en par. Sin duda, José
despejó la habitación para dar intimidad a un asunto puramente familiar, para evitar la
vergüenza por cualquier muestra de emoción que pudiera producirse, y para impedir que
se airearan aspectos feos de las relaciones del pueblo de Dios ante los incrédulos. En el
proceso de su auto-revelación José lloró tan fuerte que sus sirvientes lo escucharon.
Cuando se les ordenó que se fueran, se retiraron a una distancia suficiente para permitir
su completa privacidad. Pero los siervos nunca se apartarían de su amo a una distancia
tan grande que no pudieran oír su grito de auxilio o su llamada para cumplir una orden.
La declaración de 45:1-2 parece ser un resumen: José se reveló a sus hermanos con gran
emoción, y los egipcios se enteraron de lo que ocurría. El sentido del versículo 2 parece
ser que los siervos de José oyeron el arrebato emocional y se enteraron de lo que lo
provocó. La casa del faraón también se enteró de ello, de la llegada de los hermanos de
José.
Los siguientes versículos proporcionan cierta elaboración del resumen. Los aspectos
de la conversación incluyeron, en primer lugar, la auto-revelación de José a sus
hermanos, ante la cual “estaban turbados”, porque pensaban ahora que les iba a caer
todo el peso del juicio que merecían. En segundo lugar, trató de disipar sus temores
preguntándoles acerca de cosas del hogar e invitándoles a que se acercaran y hablaran
entrañablemente con él. En tercer lugar, les apremió a que no siguieran culpándose a sí
mismos por lo que le habían hecho; Dios, en Sus propósitos soberanos, había utilizado
sus malas acciones para el bien de toda la causa hebrea. “Elohim me envió delante de
vosotros” para “preservación de posteridad,” o de un remanente (v. 5), que de otra forma
hubiera podido quedar absorbido al fundirse con la cultura cananea, y “para daros vida,”
que estaba amenazada de extinción en la gran hambre. De hecho, quedaban aún cinco
años de hambre.
En cuarto lugar, invitó a su padre y al resto del clan a que vinieran a Egipto donde él
proveería para ellos. “Padre de Faraón” (v. 8) era el título dado al visir de Egipto, y se
refería especialmente a sus funciones consultivas. Otros aspectos de su posición y sus
honores son evidentes. El territorio de Gosén estaba en el delta oriental. Un área
relativamente deshabitada, estaba abierta a la ocupación por parte de los hebreos; y sus
tierras de pastos proveerían tierras de pastoreo para las ovejas y las cabras. Allí los
pastores hebreos no entrarían en contacto con los criadores de ganado del valle del Nilo.
En Gosén los hebreos estarían muy “cerca" de José si estos eventos tuvieron lugar
durante el período hikso, cuando la capital se hallaba en el delta oriental, o “bastante”
cerca de él si estos sucesos tuvieron lugar durante el siglo XIX a.C., cuando la capital
estaba en el área de Memfis.
En quinto lugar, José abrazó y besó a todos sus hermanos, asegurándoles de todo su
perdón. José fue ciertamente un gran hombre. No mantuvo el rencor y sufrió las
adversidades, reconociendo plenamente que Dios había elegido obrar en y por medio de
él. En sexto lugar, la conversación incluyó mucho más, quizás detalles de la vida allá en
Canaán y de los sufrimientos de José en Egipto (v. 15).

La invitación del Faraón a la familia (45:16—28)


José tenía el poder para proteger a su clan, pero incluso un hombre de su estatus corría
el riesgo de sufrir celos por parte de otros funcionarios, o de ser criticado por sus
acciones, especialmente en una época en que las provisiones de alimentos eran tan
escasas. Por lo tanto, era muy importante que el faraón aceptara con entusiasmo las
indicaciones de José, e incluso que concediera más de lo que José hizo: “Y tú manda:
Haced esto: tomaos de la tierra de Egipto carros” para trasladar a las mujeres y los niños.
Y “no os preocupéis por vuestros enseres”. En otras palabras, “No te molestes en traer
todas tus cosas viejas y medio gastadas; puedes tener lo mejor de la tierra”.
Por supuesto, José obedeció las generosas órdenes del Faraón, felizmente dadas por
todo lo que José estaba haciendo por Egipto —y por él personalmente si la evaluación
histórica sugerida más tarde es exacta. Luego añadió regalos de ropa para todos y regalos
especiales para su padre y Benjamín. La advertencia de despedida de no reñir en el
camino era una advertencia completa, que incluía lo siguiente: culparse mutuamente por
las acciones pasadas, la interpretación del comportamiento de José y su respuesta al
favoritismo hacia Benjamín.
Cuando los once llegaron a Canaán y le dijeron a Jacob que José estaba vivo y era el
gobernante de Egipto, se quedó atónito y se negó a creerlo. Pero poco a poco se le fue
convenciendo de que cambiara de opinión, primero por un repaso oral de la historia de
José y segundo por las pruebas aportadas por los carros y los regalos. Es de suponer que
hicieron una confesión completa de su culpabilidad en el trato a su hermano. La alegría
de Jacob fue restaurada por completo: “Mi hijo vive todavía; iré, y lo veré”.

La migración a Egipto (46:1—34)


Del versículo 1 parece desprenderse que Jacob respondió de inmediato y con
entusiasmo a la invitación de Egipto, para ver a José y disfrutar de abundante provisión
para sus necesidades materiales. Pero una observación más atenta lleva a una conclusión
algo diferente. Al fin y al cabo, estaba viviendo en la Tierra Prometida, que había sido
entregada a Abraham y a sus descendientes para siempre. De hecho, Dios había
intervenido para evitar que su padre Isaac bajara a Egipto. Al parecer, a Jacob le
preocupaba la idea de alejarse del lugar de la promesa. Partió de Hebrón y viajó hacia
el suroeste hasta Beerseba. Allí, en la frontera de Canaán, se detuvo para ofrecer un
sacrificio a Dios y, evidentemente, para consultar al “Dios de su padre Isaac” sobre la
conveniencia del viaje. Dios honró su espíritu cauteloso y se le apareció allí. Elohim, el
Dios soberano que controla todos los asuntos, le dijo que no temiera el traslado. De
hecho, en Egipto sus descendientes no serían absorbidos por la población local, sino que
se multiplicarían hasta formar “una gran nación”. Además, Dios prometió acompañar a
los hebreos, bendecirlos y llevarlos de nuevo a Canaán.
Es necesario comentar la frase “te haré volver [en singular]” (v. 4). Ciertamente,
Jacob no esperaba personalmente volver a Canaán con vida. De hecho, la última mitad
del versículo indica claramente que Jacob moriría en Egipto. “La mano de José cerrará
tus ojos” se refiere al ritual de que un hijo cierre respetuosamente los párpados de su
padre después de la muerte. Aunque la narración posterior registra que José enterró a su
padre en Canaán, por lo que su cuerpo regresó, la promesa de Dios aludía a una
presencia viva continua. Por lo tanto, tú debe verse en un sentido colectivo: Tú, por
medio de tu descendencia, volverás de nuevo.
Armado con las promesas de Dios, Jacob procedió sin miedo a dirigir el traslado a
Egipto. El texto dice claramente que “toda” la descendencia de Jacob fue con él (v. 6) y
luego los nombra específicamente. Sin embargo, hay quienes afirman que
posteriormente no todos los hebreos salieron de Egipto durante el Éxodo porque no
todos acompañaron a Jacob hasta allí. Los nombres de los hijos y nietos se agrupan
según cada madre: los descendientes de Lea, 33; los descendientes de Zilpa, 16; los
descendientes de Raquel, 14; los descendientes de Bilha, 7 —para un total de 70.
Entonces se da un total de 66 como los que acompañaron a Jacob, sin contar a las
esposas. La diferencia de cuatro tiene su explicación en que se tiene que restar a José, a
sus dos hijos, y al mismo Jacob. Evidentemente, los setenta incluían solamente a Jacob
y sus descendientes. Hechos 7:14 da el total como 75 en lugar de 70, y parece seguir a
la Septuaginta (traducción al griego del Antiguo Testamento), que añade un hijo y un
nieto a Manasés y dos hijos y un nieto de Efraín. Además, habían las mujeres
(posiblemente 14), los siervos (los de las familias de Jacob y de Isaac) y probablemente
algunas mujeres y niños siquemitas, hasta un total de doscientas o trescientas personas,
con todos los ganados. Es evidente que los descendientes de Abraham se estaban
casando más jóvenes y estaban teniendo más hijos. La provisión del pacto abrahámico
que prometía innumerables descendientes estaba en vías de cumplimiento.
En tanto que toda la compañía iba desplazándose lentamente, Jacob envió a Judá
(ahora el hijo de su confianza) por delante para saber exactamente en qué parte de Gosén
debían asentarse. Cuando los hebreos llegaron, José fue a encontrar a José en “su carro,”
un carro especial de estado. “José ... se manifestó.” Debido a que el verbo aquí utilizado
se aplica normalmente a una aparición divina, la llegada de José debe haber sido
especialmente majestuosa o puede haberse manifestado en ella la mano de Dios. El
encuentro de José y Jacob debe haber sido muy emotivo, y no se registra ninguna palabra
durante el largo y gozoso abrazo que los llenó de lágrimas. De todas maneras, las
palabras difícilmente pudieran hacerle justicia a la ocasión. Es evidente que el amor que
sentían mutuamente era muy grande. Cuando Jacob pudo, por fin, hablar, no dijo:
“Muera yo ahora” (RV), como si deseara morir, sino “ahora estoy dispuesto a morir.”
Podía morir tranquilo, sabiendo que José estaba bien y que los asuntos de su familia
estaban bien en orden.
José se preparó entonces para volver al Faraón a informarle de que los hebreos habían
llegado. Dijo a sus hermanos que informaría al Faraón que todos los miembros de su
familia eran pastores y habían traído sus rebaños y manadas. Y les indicó que si el
Faraón les preguntaba por su medio de vida, le dijeran francamente que eran pastores.
Lo que José trataba de hacer era construir un caso para que el Faraón permitiera a los
hebreos establecerse en Gosén (la elección anterior de José, pero aún no confirmada por
el Faraón). La razón de la preocupación de José era que los egipcios consideraban a los
pastores una abominación. El asentamiento en Gosén los separaría de los ganaderos
egipcios del valle del Nilo y así reduciría las fricciones con los egipcios y preservaría
su carácter distintivo como pueblo. Además, si los hebreos no entraban en contacto con
los egipcios, no se casarían con ellos ni se verían muy influenciados por su idolatría.
Además, el asentamiento de los hebreos en el delta oriental les facilitaría la salida
cuando llegara el momento de regresar a Canaán.

La familia de José ante el Faraón (47:1—12)


Después de la reunión de José con su padre, concertó una audiencia con el Faraón
para formalizar la decisión relativa al asentamiento. En primer lugar, informó al Faraón
que su familia y sus rebaños y manadas ya estaban en Gosén, hecho consumado pero no
aprobado oficialmente. Luego presentó a cinco de sus hermanos para que analizaran la
situación. Es de suponer que eligió a los más capaces de manejarse en la corte y los
instruyó en su conducta (46:33). Anticipando que el Faraón les preguntaría su
ocupación, una pregunta comúnmente formulada a los inmigrantes, José les había
instado a enfatizar que eran pastores. Así lo hicieron, con los puntos añadidos de que
habían venido “para morar”, no a establecerse permanentemente, y que las terribles
condiciones en Canaán les habían obligado a marcharse de allí. Entonces solicitaron
vivir en Gosén. Al atraer la atención sobre una ocupación detestada por los egipcios,
podrían esperar su segregación de ellos en el borde de la tierra como lo mejor para los
egipcios y para ellos. Como antes, también ahora Faraón puso en claro que estaban
bienvenidos a asentarse en Egipto: “La tierra de Egipto delante de ti está.” Entonces
reafirmó una oferta anterior de darle lo mejor de la tierra (45:18) y finalmente pasó a lo
específico permitiéndoles asentarse en Gosén. Como evidencia final de buena voluntad,
ofreció hacer supervisores de sus propios ganados a aquéllos de entre ellos que tuvieran
unos conocimientos especialmente buenos.
Es probable que José presentara más tarde a Jacob ante Faraón; por lo menos, la
atmósfera parece haber sido más informal en aquella ocasión. “Jacob bendijo a Faraón,”
no le saludó meramente, como se expresa en alguna versión, sino que invocó una
bendición sobre él. El hombre anciano podía bendecir al más joven que él, y podía
expresar una gratitud verdaderamente cordial a Faraón por dar honra a su bienamado
José y por su bondad con el resto de la familia. Entonces Faraón debió haber quedado
impresionado por la gran ancianidad de Jacob; quizás en parte debido a que
generalmente las vidas de los faraones no eran demasiado largas. Jacob describió su
vida como una “peregrinación.” Había gozado tan poco de un hogar permanente como
Abraham e Isaac, porque había vivido en Mesopotamia durante veinte años, y entonces
había vivido en Sucot, en Siquem y en el sur de Canaán, y ahora se hallaba en Egipto
(cp. Hebreos 11:13— 16, 21). Sus 130 años los consideraba como “pocos” en
comparación con el “peregrinaje” de sus padres: Abraham había vivido hasta los 175 e
Isaac hasta los 180. Jacob estaba destinado a vivir 147. Sus años habían sido también
“malos,” en casi cada una de las etapas de su vida excepto en ésta, como una revisión
de su vida puede mostrar. Pero mejores días estaban acercándose (ver comentarios sobre
47:27-28). Este pasaje finaliza con una afirmación sumaria con respecto a que José
cumplió el edicto de Faraón y asentó a su familia en Gosén y les proveyó con alimentos
adecuados. “Tierra de Ramesés” es un nombre que se aplicó a la región en un momento
posterior, en la época de Moisés o después.
14

JOSÉ: —LOS ÚLTIMOS DÍAS DE JOSÉ Y JACOB

47:13—50:26

La política económica de José (47:13 —26)


La hambruna creó condiciones desesperadas, especialmente en Canaán y Egipto (v.
13). Tal vez una región mucho más amplia se vio afectada, pero el foco de atención se
centró en esas tierras debido a las personalidades bíblicas involucradas. El texto describe
la creciente situación de los egipcios y alude a tres etapas en el empeoramiento de su
condición y el creciente control de la corona sobre todo el país. En primer lugar, todo el
dinero disponible se agotó para comprar alimentos, luego los egipcios vendieron su
ganado al faraón y, por último, vendieron sus tierras y su servicio a la corona según un
acuerdo que exigía el uso de una quinta parte de todas las futuras cosechas como alquiler
de tierras. Es de suponer que en un año todos se quedaran sin dinero, y al año siguiente
se quedaran sin ganado para vender. Algunos tendrían poco dinero y poco ganado y, por
tanto, caerían en la esclavitud antes que otros. Los más ricos pudieron aguantar más
tiempo y, sin duda, algunos consiguieron sobrellevar la hambruna. Los individuos se
encontraban en diferentes etapas de declive económico. Los poderosos sacerdotes de
Egipto pudieron proteger sus tierras del control de la corona, ya que recibían el grano
como ración alimenticia de faraón sin cargo alguno. Es evidente que esta política no era
necesariamente la propia de José, sino que pudo ser, al menos parcialmente, idea de
Faraón, aunque llevada a cabo por José.
En este punto será bueno preguntarse si hay algún tiempo en la época de Egipto para
cambios tan importantes en la situación económica y política como los que hubiera
provocado la política de José. A fin de tratar este tema, es necesario determinar cuándo
José pudo haber regido en Egipto. Si se mantiene la época temprana del Éxodo (c. 1446)
y se añaden 430 años para el período de la peregrinación de los israelitas en Egipto
(Éxodo 12:40), se llega a la conclusión de que los israelitas entraron en Egipto alrededor
del 1876. Esto hubiera tenido lugar a principios del reinado de Sesostris III (o Senwosret
o Sen-Usert, 1878-1840). Sesostris fue un vigoroso Faraón del Imperio Medio que
extendió el control egipcio al sur de la segunda catarata e hizo campañas hasta el interior
de Siria. También superó las condiciones feudales que habían subsistido desde el
principio del Imperio Medio (c. 2000 a.C.). Eliminó el poderío de los nobles y señaló a
funcionarios reales en lugar de ellos. Es tentador llegar a la conclusión de que este logro
estuvo de algún modo relacionado con la época de hambre en el tiempo de José y con
la utilización que José' hizo de aquella hambre para confirmar el control real sobre todo
el pueblo común de la tierra. Sesostris hubiera estado todavía viviendo cuando Jacob
murió y, evidentemente, hubiera permitido el enterramiento que registra el libro de
Génesis.
Muchos desearían hacer más reciente la época de José, y situarte en el período de los
hiksos. Estos asiáticos empezaron a infiltrarse en Egipto durante el Imperio Medio y se
apoderaron del país alrededor del 1730. Para aquel entonces Gosén no hubiera estado
tan despoblado como para recibir a los hebreos, como parece haberlo estado en época
de José, y el tipo de exclusividad egipcia que prohibía a los egipcios comer con los
asiáticos probablemente había empezado a romperse. También es muy dudoso que los
reyes hicsos llegaran a controlar tan plenamente a los egipcios nativos como lo hacía el
faraón para cuando terminó la hambruna en la época de José.

La petición de Jacob sobre su entierro (47:27—31)


Habiendo resumido las terribles privaciones de los egipcios durante la hambruna, el
historiador sagrado alude ahora a las condiciones contrastantes entre los hebreos. Éstos
amasaron propiedades y aumentaron enormemente en número, aparentemente tanto
durante como después de la hambruna. Jacob disfrutó de diecisiete años más de felicidad
entre su creciente progenie, viendo la bendición de Dios sobre la comunidad hebrea y
disfrutando del brillo de la gloria de su hijo como visir de Egipto. Al final, con sus
facultades en rápido declive, sintió que el fin estaba cerca. Confiando en el
cumplimiento de las promesas de Dios sobre el regreso a la tierra de Canaán, Jacob
obtuvo de José el compromiso de enterrarlo con sus “padres”, lo que evidentemente
significaba en la tumba ancestral de la cueva de Macpela en Hebrón. E Israel se inclinó
en adoración y oración.

La bendición de Efraín y Manasés (48:1—22)


A los pocos meses de los sucesos registrados en el último capítulo, José recibió el
informe de que su padre estaba enfermo; más de lo que los efectos debilitantes de la
vejez debían significar. Así que José decidió llevar a sus dos hijos, Manasés y Efraín, a
visitar al anciano patriarca. Parece inconcebible que lo ocurrido fuera un capricho del
momento por parte de Jacob. La sesión requirió un gran uso de las fuerzas de Jacob, y
sus pronunciamientos evidentemente estaban en el plan de Dios. Leupold está
convencido de que Jacob y José, en un momento anterior, habían ya discutido un arreglo
como el que fue aquí formalizado.1 El autor de Hebreos clasifica esta bendición como
un acto destacado de fe por parte de Jacob (He. 11:21), porque demostró su fe firme en
las promesas del pacto de Dios.
Cuando Jacob supo que José estaba llegando, “se esforzó” y “se sentó sobre la cama”
con sus pies en el suelo y sus rodillas hacia arriba. “Israel,” cabeza de la comunidad
______________________
1. H. C. Leupold, Exposition of Genesis, 2 vols. (Grand Rapids: Baker, 1942), 2:1145.
hebrea y portador de las promesas del pacto de Dios, estaba dispuesto a actuar. Es
evidente que estas promesas del pacto eran de la mayor importancia para Israel en aquel
momento: su numerosa descendencia (“te haré estirpe de naciones”) y la posesión de la
tierra de Canaán (“daré esta tierra a tu descendencia después de ti por heredad
perpetua”). Dirigió su recuerdo a las maravillosas apariciones de Dios ante él en Luz, el
antiguo nombre de Bet-el (Génesis 28:10—15; 35:6—13).
Con el pensamiento puesto en la multiplicación y en la agrupación en tribus, Jacob
pasó a la adopción de los hijos de José como suyos propios. Iban a ser adoptados en
paridad con sus dos hijos mayores, Rubén y Simeón, y sus descendientes gozarían de
una posición de pleno derecho como tribus. De hecho, el derecho de primogenitura de
Rubén fue dado a los hijos de José (1 Crónicas 5:1-2), y las dos tribus dadas a José
reflejan probablemente la doble porción asociada con la primogenitura. Si José tenía
otros hijos, quedarían asociados a Efraín o Manasés por lo que a la herencia respectaba.
El versículo 7 constituye un recuerdo no carente de relevancia para un anciano. Da una
razón para la adopción de los hijos de José: José era un hijo amado de Raquel, y Raquel
murió demasiado pronto, antes de que pudiera tener más hijos.
Entonces José presentó formalmente a sus hijos a Jacob, que no podía verlos porque
estaba ciego. Primero, Israel los besó y abrazó. Después, se les hizo estar de pie entre
las rodillas de Israel, en acción ritual, declarándolos de su propia simiente. No pudieron
estar allí simultáneamente porque eran demasiado grandes: alrededor de veinte años de
edad para entonces. Después José presentó a sus hijos para una bendición oficial,
haciéndoles estar de forma que Manasés (el mayor) estuviera frente a la mano derecha
de Jacob, y que Efraín (el menor) estuviera frente a su izquierda. Pero Israel cruzó sus
manos y reconoció al segundo (con su mano derecha) por encima del primogénito (con
su izquierda). La bendición fue sobre “José” un nombre colectivo para los dos hijos,
refiriéndose a la doble porción de José entre las tribus. Involucró una triple invocación
de Dios: (1) en una relación de pacto con los patriarcas; (2) como “Pastor” (NVI; Biblia
de las Américas) que le había conducido y apacentado todos los días de su vida (cp. Sal.
23); y (3) como “Ángel” en encuentros visibles con él, redimiéndole o reclamándole en
época de angustia. A Aquél gran Dios invocaba él para que bendijera a los jóvenes, para
que fuera para ellos todo lo que Él había sido en el pasado para Israel y sus padres. Y
como hijos de los patriarcas, que llevaran ellos el “nombre” de los patriarcas: que
tuvieran el carácter del patriarca y que arrimaran el hombro a las responsabilidades que
trae consigo una relación de pacto con Dios. Por último, la bendición involucraba que
tuvieran muchos descendientes, de manera que Efraín y Manasés pudieran ocupar y
mantener la tierra prometida. José se disgustó al ver que Israel daba la bendición
principal al menor. Es evidente, pensó él, que Israel se había equivocado acerca del
orden de los jóvenes al estar delante de él, de forma que intentó invertir la posición de
las manos de su padre. Pero Israel afirmó saber lo que estaba haciendo; Efraín sería
mayor que Manasés. Efraín poseía mayores números en el censo antes de la entrada en
la tierra (Números 1:32—35). Vino a ser la más poderosa de las doce tribus, y su nombre
se utilizaba para designar a todo el reino septentrional de Israel.
Después Jacob tuvo una palabra final para José. Jacob estaba a punto de morir, pero
Dios restauraría a José, o por lo menos a sus descendientes, a la tierra de Canaán.
Cuando así sucediera, la descendencia directa de José debía poseer Siquem, que no
estaría sujeta a la distribución por suertes. Lo que realmente significara por haberla
tomado “con mi espada y mi arco” es objeto de discusión. No puede referirse a Génesis
34, debido a que Jacob no tuvo parte ni arte en aquel hecho vergonzoso sino que lo
condenó; además, no ocupó entonces la ciudad. Según Génesis 33:19 compró allí una
parcela de terreno y disfrutó de relaciones pacíficas con los habitantes. Es probable que
la acción guerrera “con mi espada y mi arco” se refiera a un evento no mencionado de
otra forma en las Escrituras. La parcela de tierra estaba claramente identificada. José fue
enterrado dentro de su propio territorio en la época de la Conquista (Josué 24:32), y la
parcela seguía reconocible en época de Jesús (Juan 4:5).

El futuro de los hijos de Jacob (49:1—29)


“Y llamó” expresa aquí la continuidad de la escena. Poco después de la adopción y
bendición de Efraín y Manasés, Jacob “convocó” a todos sus hijos para la bendición
patriarcal. Pero lo que tenía que decir no era del todo placentero; algunas cosas
implicarían una maldición y una censura. Pero ninguno quedó desheredado; todos eran
hijos de Abraham, y destinados a poseer la tierra prometida. Lo que aparece en este
capítulo no es solamente un deseo piadoso de Jacob para con sus hijos; es un oráculo,
una visión para todas las tribus, una bendición profética, un dicho de destino que
describe lo que ha de suceder “en los días venideros.” La secuencia de nombres implica
primero a los seis hijos de Lea, después a los cuatro hijos de las criadas, y luego a los
hijos de Raquel. La forma de las afirmaciones de Jacob es un paralelismo hebreo
poético, y debiera leerse en una versión que preste atención a la forma literaria. Los
críticos niegan, por lo general, que fuera Jacob el autor de esta afirmación profética,
principalmente debido a que no aceptan lo sobrenatural y, por ello, rechazan el aspecto
profético. Así, intentan fijar unas fechas a las afirmaciones proféticas, de forma que
queden convertidas en afirmaciones históricas. Pero lo sobrenatural provee la trama y
el tejido de la fe hebreo-cristiana; sin lo sobrenatural, no es una fe que valga la pena. Lo
que Israel tenía que decir a cada uno, lo dijo en presencia de todos, lo que proveyó de
un sobrio e instructivo comentario para todos ellos.
Rubén (49:3-4). Como primogénito, Rubén hubiera debido estar caracterizado por su
dignidad, poder, integridad y estabilidad. Pero era “impetuoso como las aguas” (RV), o
espumoso como el agua, caracterizado por una licencia desenfrenada. “No serás el
principal;” iba a ser desplazado de los privilegios de la primogenitura debido a su
fornicación con Bilha, la concubina de su padre (35:22). Ningún personaje principal
descendió de Rubén, y al pasar el tiempo la tribu parece haber quedado absorbida por
la media tribu de Manasés.
Simeón y Leví (49:5—7). Jacob reprendió a estos hermanos que se habían unido en
una perversa violencia en Siquem (34:25), un acto del que Jacob quería disociarse por
completo (“en su consejo no entre mi alma, ni mi espíritu se junte en su compañía”). La
causa de su acción fue su cólera cruel y vengativa, y como castigo sobre ellos, iban a
ser dispersados en Israel. Aquello, evidentemente, tuvo lugar debido a que Simeón fue
principalmente absorbido por Judá, y Leví, como tribu sacerdotal, recibió cuarenta y
ocho ciudades dispersadas entre todas las demás ciudades (Josué 21). Pero no es preciso
que por el pecado de uno haya condenación perpetua; los descendientes de Leví vinieron
a ser los sacerdotes y los maestros de la Ley. Y ambos Simeón y Leví entrarán en el
reino mesiánico (Ezequiel 44; Apocalipsis 7:7).
Judá (49:8—12). La profecía de Jacob sobre Judá fue particularmente elocuente.
Cierto que había pecado en gran manera al perjudicar a su nuera Tamar, y al sugerir a
los otros que vendieran a José a la esclavitud. Pero había experimentado una verdadera
regeneración, como la posterior narrativa de José demuestra, y había ascendido a un
puesto de liderazgo respetado por sus hermanos. Judá sería principal entre las tribus de
Israel (“te alabarán tus hermanos”), triunfaría en la lucha (“tu mano en la cerviz de tus
enemigos”), y disfrutaría del poder del imperio que mantiene a sus enemigos en jaque
(v. 10). De hecho, solamente en Judá residiría la realeza hasta que llegara el Mesías:
“hasta que venga aquel a quien [el cetro] pertenece” (NVI). Este pasaje se relaciona
directamente con Ezequiel 21:26-27 (cp. Ap. 5:5). La “congregación de los pueblos”
(RV) u “obediencia de las naciones” mira hacia adelante al momento en que toda rodilla
se doblará ante el dominio universal del Mesías (Isaías 45:23: Filipenses 2:10-11;
Apocalipsis 5:13). Los versículos 11 y 12 siguen hablando de las condiciones en la
época de la segunda venida de Cristo. Comúnmente se toman como referencias a la
abundancia característica de su reinado milenial, pero los hay que los aplican al juicio a
Su vuelta, esto es, al pisado de las uvas en el lagar de Su ira2 (cp. Isaías 63:3; Daniel
7:9; Apocalipsis 19:11, 14; 20:11). Naturalmente, esta profecía de la realeza de Judá
tiene a la vista la línea de David, el pacto davídico prometiendo una realeza perpetua de
su línea (2 Samuel 7), y el eterno gobierno de Cristo, el hijo mayor de David, sobre el
trono de David.
Zabulón (49:13). Zabulón es la única de las tribus en esta visión que recibe una
asignación geográfica. Aunque Zabulón nunca obtuvo territorio sobre el mar, una
importante ruta de caravanas pasaba a través de su territorio, por lo que se aprovechaba
mucho de la actividad comercial. Es posible que la profecía no quisiera otorgar tierra a
Zabulón “hasta Sidón,” sino “hacia Sidón” (VM).
______________________
2. Harold G. Stigers, A Commeniary on Génesis (Grand Rapids: Zondervan, 1976), p. 328.
Isacar (49:14-15). En tanto que Zabulón tendría muchos contactos comerciales,
Isacar se vería principalmente limitado a actividades agrícolas domésticas. Los
miembros de aquella tribu serían diligentes granjeros, que posteriormente ocuparían el
territorio de la baja Galilea.
Dan (49:16-18). Dan (“juez”) juzgaría a su pueblo: Sansón, por ejemplo, era de esta
tribu (Jueces 13:2). El versículo 17 es enigmático pero pudiera significar, “pueda él batir
a todos los que erradamente se opongan a él.” Algunos consideran la referencia a
“serpiente junto al camino” a la ausencia de decisión moral de parte de Dan y a su
tendencia a alentar la idolatría (Jueces 18) y, por lo tanto, es una de las razones por las
que Dan fue la única de las doce tribus omitida en Apocalipsis 7.3
Gad (49:19). La posterior decisión de Gad de vivir en Transjordania expuso a la tribu
a los madianitas, amonitas, árabes y otros merodeadores del desierto; pero Gad sería
contundente a la hora de contraatacar.
Aser (49:20). Jacob previó que Aser se asentaría en una tierra fértil que sería tan
productiva como para proporcionar “deleites al rey”, alimentos aptos para un rey, ya sea
de Israel o de otra tierra. De hecho, Aser obtuvo la zona fructífera a lo largo de la costa
del mar desde el Carmelo hacia el norte hasta el territorio de Tiro.
Neftalí (49:21). “Neftalí cierva suelta” (cf. 2 Samuel 22:34) puede referirse a la fuerza
de la armada de los hombres de Neftalí. Con la tierra asignada al norte de la llanura de
Esdrelón, Neftalí proporcionó muchos hombres al ejército de Barak, que tuvo éxito
contra el cananeo Sísara (Jueces 4).
José (49:22-26). Junto con la bendición sobre Judá, la bendición sobre José fue
abundantemente rica. José, como “rama fructífera”, debe haber tenido en cuenta
especialmente la numerosa descendencia que vendría a través de Efraín (“fructífero”),
una de las tribus principales. Los “arqueros” que dispararon contra él, enemigos o
perseguidores (ya fueran sus hermanos, Potifar u otros), no lo destruyeron porque “su
arco se mantuvo poderoso”. Sin embargo, su poder de permanencia no provenía de
ninguna habilidad nativa, sino de Dios. Y como para subrayar lo mucho que Dios había
estado de su lado, lo mucho que le había bendecido y lo mucho que le bendeciría, Jacob
agrupó algunos nombres de la Deidad: Fuerte de Jacob, Pastor, Roca de Israel, Dios de
tu padre, el Omnipotente. El poder, el tierno cuidado amoroso y el compromiso de la
alianza son algunos de los conceptos implicados en estas definiciones. A continuación,
Jacob agrupa bendición sobre bendición: “de los cielos” (la lluvia); “del abismo” (las
aguas subterráneas); y “de los pechos y del vientre” (fertilidad humana y de los
ganados).
Benjamín (49:27). La representación de Benjamín como lobo arrebatador parece
indicar un carácter agresivo y guerrero. Y la presa a devorar y los despojos a repartir
indican el éxito general de la tribu. Los benjamitas fueron granjeros, arqueros y
______________________
3. John J. Davis, Paradise to Prison (Grand Rapids: Baker, 1975), 300.
honderos (Jueces 20:16; 2 Crónicas 14:18). El juez Aod (Jueces 3:15), Saúl (1 Samuel
9:1) y Jonatán, y el apóstol Pablo (Romanos 11:1) fueron benjamitas.

Muerte y entierro de Jacob (49:28—50:13)


La bendición profética de Jacob había sido uno de sus actos más grandes, y había
exigido casi toda la fuerza que le quedaba. Consciente de que estaba a punto de morir,
dio instrucciones para su entierro en la cueva de Macpela; ya había conseguido la
promesa de José de que sería enterrado en Canaán (Génesis 47:30). En este momento se
hace la primera referencia a la muerte anterior de Lea, a la que Jacob había enterrado en
la cueva de Macpela. (Ella no había entrado en Egipto con el clan.) Habiendo terminado
de dar sus instrucciones, Jacob exhaló su último suspiro, y murió a la edad de 147 años
(Génesis 47:28).
Es indudable que todos los hijos de Jacob se hallaban presentes a su muerte, pero el
dolor de José se menciona de manera especial debido a su gran afecto por su padre y a
su promesa de cuidar de él a su muerte. Con presteza, José ordenó a los médicos a su
servicio que embalsamaran a Jacob. Los hebreos generalmente no embalsamaban, sino
que generalmente enterraban a la persona muerte el mismo día; los egipcios
embalsamaban por lo menos a las personas de posición alta. Y naturalmente era
necesario en este caso embalsamar el cuerpo si se tenía que transportar en un largo viaje
a Canaán. No se sabe de cierto por qué José hizo que Jacob fuera embalsamado por los
médicos, y no por los embalsamadores. Los médicos eran igual de capaces de llevar a
cabo la tarea, y posiblemente emplearan menos rituales paganos que los miembros del
gremio de los embalsamadores.
El texto observa que el proceso de embalsamamiento precisaba de cuarenta días, y el
duelo de setenta días, quedando incluido el primer período en este segundo. En realidad,
el período de embalsamamiento variaba dependiendo de las personas y de las épocas.
Un período de duelo de setenta días es muy poco menor que el duelo normal por un
faraón, que era de setenta y dos.
Aunque el proceso de momificación difería de persona a persona y de época a época,
pueden hacerse varias generalizaciones. En primer lugar, se hacía una incisión en el
costado izquierdo, y se sacaban el hígado, los pulmones, el estómago y los intestinos, y
se trataban por separado. Al final se ponían en cuatro contenedores de piedra llamados
vasos canopes. Estos eran cerrados herméticamente y se grababan sus tapas para
representar cabezas humanas durante el Imperio Medio. En la época de José,
normalmente se dejaba el cerebro en su sitio. En segundo lugar, se secaba el cuerpo a lo
largo de un tiempo prolongado mediante la aplicación continua de natrón, una mezcla
de carbonato sódico y de bicarbonato potásico. En tercer lugar, se lavaba el cuerpo con
un baño de natrón y se ungía con aceite de cedro y otros ungüentos. En cuarto lugar, las
cavidades torácica y abdominal se rellenaban con lino empapado de resina. En quinto
lugar, el cuerpo se vendaba con largas tiras de lino remojadas en resina, y a menudo se
derramaba resina sobre la momia cuando estaba ya parcialmente envuelta. Al final, el
cuerpo era depositado en un ataúd de madera pintada inscrito con fórmulas religiosas.
Cuando los setenta días pasaron, José apeló a Faraón para que le diera permiso para
enterrar a su padre en la tumba que “él mismo había cavado para sí” en Canaán. Esta
petición fue canalizada a través de funcionarios de la corte (v. 4) en lugar de hacerlo él
personalmente, debido a que, probablemente, José vestía todavía sus ropas de luto y no
podía comparecer ante Faraón con ellas. Iba a estar vestido con aquellas ropas hasta que
se efectuara el enterramiento. Al enviar la petición, puso en claro que había jurado a su
padre que le enterraría allí. Faraón dio su permiso para que José fuera; y tan elevada era
la posición de José en Egipto, y tan grande su reputación, que muchos oficiales de la
corte y otros dignatarios le acompañaron. La compañía incluía, además de estos
funcionarios del gobierno, a la familia de José, sus hermanos y sus mujeres, conductores
de carros, siervos para traer comida con ellos y medios de acomodación, y soldados.
Mucho más de cien personas, con carros y carretas para trasportar las tiendas, la comida
y otros suministros, componían la caravana. Es de presumir que José fuera todavía visir
de Egipto, aun cuando la época de hambre ya hubiera quedado en el pasado. Se
desconoce si alguno de los hermanos de José estaba entonces al servicio de Faraón. Si
Faraón tenía alguna preocupación acerca del retomo de los hebreos, quedó tranquilizado
por el hecho de que habían dejado a sus hijos y sus posesiones en Egipto.
La compañía se ausentó de Egipto por un largo tiempo. Es posible que hicieran un
rodeo alrededor del extremo meridional del mar Muerto y que se dirigieran al norte a
través de Edóm y Moab. En un lugar llamado Abel Mizraim, al este del Jordán,
celebraron una solemne ceremonia de duelo durante siete días, y después pasaron a
Mamre y a la cueva de Macpela para enterrar allí a Jacob. Después volvieron todos a
Egipto. Toda la familia patriarcal había vuelto a ver Canaán y habían vuelto a recordar
que Dios se la había prometido a ellos y a sus descendientes para siempre. Pero no todo
estaba aún dispuesto para que se establecieran allí.

Los últimos días de José (50:14—26)


Con la ausencia de Jacob, los hermanos de José temieron que éste pudiera ahora
castigarles por su anterior mal comportamiento contra él. De hecho, tan fuertes eran sus
aprensiones que ni se atrevieron a comparecer en persona ante él, ni a enviar a uno de
ellos a ganarse su favor. En lugar de ello, le enviaron un mensajero. Le informaron de
que antes de morir, Jacob había dado la orden de que José perdonara a sus hermanos por
los pecados cometidos contra él. Por ello, le pedían que los perdonara. Si Jacob intervino
en realidad en favor de los diez, demostró una cierta incertidumbre con respecto a las
intenciones de José. Pero es posible que los hermanos se inventaran esta afirmación para
protegerse. En todo caso, se trataba de una afirmación de duda acerca de lo genuino del
anterior perdón de José y de una desconfianza hacia él que era suficiente para causarle
el llanto. Bien porque tardara en responderle, o bien porque el mensajero enviado
acudiera solamente para romper el hielo, los hermanos llegaron entonces y se postraron
ante él como lo habían hecho cuando le conocían solamente como el visir de Egipto.
¡Sombras del primer sueño de José!
La respuesta de José fue: “No temáis: ¿acaso estoy yo en lugar de Dios?” (v. 19, RV).
Era prerrogativa de Dios juzgar a los hombres por sus pecados, y no suya. Entonces les
repitió en esencia su anterior afirmación de que, aunque ellos habían tenido la intención
de hacerle mal, Dios, en Sus propósitos soberanos, lo encaminó a bien de forma que Él
pudiera llevar a cabo “lo que vemos hoy,” o “lo que en realidad ha sucedido:” mantener
sana y salva una gran multitud. La multitud incluía, no solamente al clan hebreo entero,
sino también a otros pueblos de Canaán y a toda la nación de Egipto. José tuvo la más
amplia visión; lo que le había sucedido a él no era con mucho tan importante como el
mayor bien que había resultado de todo ello. “Yo os sustentaré a vosotros” (v. 21, RV)
no se refería a darles provisiones de los graneros públicos, en tanto que el hambre había
terminado, sino más bien a la protección y cuidado que él podría proveerles con su
influyente posición en la corte.
Entre los versículos 21 y 22 pasaron más de cincuenta años. José ya no era el visir de
Egipto y el Faraón bajo el que había servido había muerto hacía ya tiempo. José había
vivido lo suficiente para ver el cumplimiento de la bendición de Jacob “de los pechos y
del vientre” (49:25); vio a la tercera generación de los hijos de Efraín. Habiendo llegado
a la edad de 110 años, José se dio cuenta de que estaba ya para morir. Entonces recordó
a sus hermanos que Dios “juró” la tierra de Canaán a Abraham, a Isaac, a Jacob y a su
descendencia. Algún día Dios volvería a los hebreos allí. Y les hizo jurar que entonces
llevarían sus huesos con él a la tierra prometida. Con lo que, cuando él murió, lo
embalsamaron y lo pusieron en un ataúd, preparado para ser llevado: un testimonio de
la futura emigración a la tierra prometida.
Así termina el libro de Génesis, que puede ser considerado como un libro de los
comienzos, o como un libro de los actos de la humanidad antigua, vista a la vez con
gran maldad y con gran fe. Pero es, preeminentemente, una narración de los actos de un
Dios soberano, majestuoso, y santo al dar origen a los cielos y a la tierra (y al
equiparlos), a la humanidad, y por fin al pueblo hebreo, mediante el cual iba a enviar al
Mesías para traer la redención, y reinar algún día sobre un mundo en paz como Señor
soberano.
COMENTARIO BÍBLICO PORTAVOZ

GÉNESIS
La mayor parte de nosotros estamos vitalmente interesados en conseguir respuestas a
las grandes preguntas de la vida ¿De dónde provenimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es
la naturaleza del hombre? ¿Cómo llegamos aquí? ¿Cuál es nuestro futuro? Y consideramos
relevante y oportuna toda literatura que trate acerca de estas cuestiones.
Preeminente entre toda la literatura acerca de las grandes preguntas descuella el libro
del Génesis. Génesis es conocido como el libro de los comienzos, el libro de los principios.
Nos cuenta el comienzo del mundo, el de la humanidad, el del pecado en la raza, y el de la
salvación.
El doctor Howard Vos examina estos y otros comienzos en el libro de Génesis. Explora las
historias de este libro, ofreciendo comentarios y explicaciones penetrantes y útiles que
ayudarán al lector a comprender el mensaje y el alcance de Génesis.
Como libro de los comienzos, Génesis es el semillero y la palanca para los conceptos y la
historia del resto del Antiguo Testamento. Por medio de este comentario el lector obtendrá
una base para comprender la historia a medida que se va desarrollando en los otros libros
de la Biblia.

HOWARD F. VOS es profesor de historia y arqueología en el King's College (Nueva York). Es


autor de Breve historia de la Iglesia cristiana (Editorial Portavoz), Gálatas Una llamada a
la libertad cristiana (de la serie «Comentario bíblico Portavoz») e Introducción a la
arqueología de la Biblia al igual que de varios libros en inglés. Sus grados incluyen B A .
Wheaton College; Th.M., Th.D. Dallas Theological Seminary; M.A. Ph D., Northwestern
University.

Common questions

Con tecnología de IA

La intervención divina en la protección de Jacob durante su escape de Labán se manifiesta de varias maneras. Primero, Dios le ordena a Jacob regresar a Canaán con la promesa de que estará con él, lo que es crucial para enfrentar a Labán y otras amenazas . También, cuando Labán persigue a Jacob, Dios interviene directamente apareciéndose a Labán en un sueño y advirtiéndole que no diga nada a Jacob "bueno ni malo", es decir, que no lo persuada para que regrese ni lo amenace . Este acto divino intimida a Labán y lo disuade de causarle daño a Jacob, a pesar de que Labán declara tener el poder para hacerlo . Además, incluso cuando Labán alcanza a Jacob y lo confronta, admite que ha sido impedido de hacerle daño debido a la advertencia de Dios . Así, la intervención divina asegura la protección y el éxito de Jacob en su escape ."} apse``}

La convivencia entre los hebreos y egipcios durante la estancia de José en Egipto se caracteriza por una coexistencia relativamente pacífica y provechosa para ambos grupos, aunque con ciertas tensiones culturales y sociales. José, como visir de Egipto y miembro de una destacada familia hebrea, gozó de una posición de gran autoridad y aprecio, que le permitió proteger a su familia y asegurarles un asentamiento favorable en la región de Gosén, una zona abierta y poco poblada adecuada para el pastoreo, que los mantenía separados de los egipcios y de su idolatría . Los hebreos aprovecharon las condiciones para multiplicarse y amasar propiedades, mientras que los egipcios, por otro lado, enfrentaron grandes privaciones durante la hambruna . La ocupación de Gosén, considerada una abominación por los egipcios debido a la profesión pastoril de los hebreos, propició la segregación cultural que permitió a los hebreos mantener su identidad .

La creación del hombre es descrita como un acto especial de Dios, quien forma al hombre del polvo de la tierra y le insufla el aliento de vida. Esto indica tanto un origen físico del hombre como la posesión de una naturaleza espiritual, creada a la imagen de Dios, y con capacidad moral y racional para entrar en comunión con Él .

La reconciliación entre José y sus hermanos simboliza la restauración de las relaciones rotas y el cumplimiento de los propósitos de Dios a través del perdón y la transformación personal. José perdona a sus hermanos a pesar de las ofensas pasadas, reconociendo que sus acciones, aunque malas, fueron usadas por Dios para preservar a la nación hebrea y la línea del Mesías . Todos los hermanos de José demostraron un cambio sincero en sus corazones, formando un espíritu de comunidad y devoción a su padre, lo que les permitió unirse para el bien común . Esto representa un nuevo comienzo y providencia divina, resaltado por la emoción de José al revelarse y abrazar a sus hermanos . La reconciliación también es un recordatorio de la fidelidad de Dios para cumplir Su promesa de preservar a la familia de Jacob y, por extensión, a la llegada del Redentor .

La intervención de Dios en las instrucciones dadas a Isaac sobre permanecer en Canaán conlleva varias implicaciones significativas. Primero, reafirma el pacto abrahámico, prometiendo a Isaac una descendencia innumerable y la posesión de la Tierra Prometida, con la bendición de que a través de su descendencia todas las naciones de la tierra serían bendecidas . La obediencia de Isaac al mandato divino de no ir a Egipto, sino quedarse en Canaán, a pesar de las dificultades, resulta en una gran prosperidad y en la confirmación de que las promesas de Dios seguirán vigentes . Sin embargo, la intervención también resalta las fragilidades humanas, ya que a pesar de la bendición, Isaac mostró falta de fe al mentir sobre su esposa Rebeca por temor a los filisteos, aunque esta mentira no fue condonada por Dios . Finalmente, Dios utilizó las circunstancias para sacar a Isaac de una situación inadecuada, demostrando que incluso las pruebas pueden llevar a un cumplimiento más profundo del propósito divino .

La respuesta de Dios a las dudas de Abraham sobre la promesa de un heredero fue la reafirmación de su promesa, asegurando que Sara tendría un hijo, Isaac, a través de un milagro en las capacidades de procreación de Abraham y Sara. Dios intervino en múltiples ocasiones, incluyendo visitas de ángeles, para garantizar el cumplimiento de esta promesa, demostrando su soberanía y poder para cumplir lo que había prometido "en el tiempo que Dios le había dicho" . A pesar de las dificultades y retrasos, como el nacimiento de Ismael de Agar, Dios reiteró que Isaac sería el heredero a través del cual se cumpliría el pacto abrahámico .

La diferencia principal entre el relato del diluvio en Génesis y el de la Épica de Gilgamés radica en la naturaleza del relato divino: el relato babilónico es burdamente politeísta, mientras que el de Génesis es monoteísta . En la Épica de Gilgamés, el diluvio ocurre porque el dios Enlil está perturbado por el ruido humano y decide destruir al hombre, contrastando con el relato de Génesis donde el diluvio es resultado del pecado humano . Además, en la épica se esconde a los humanos la llegada del diluvio, mientras que en Génesis se da una oportunidad para el arrepentimiento . Además, la duración del diluvio es diferente: en Gilgamés, la lluvia dura siete días y noches, mientras que en la Biblia, el diluvio dura mucho más tiempo, incluyendo una estancia de 371 días en el arca . También difiere la consecuencia final, ya que Utnapishtim obtiene la inmortalidad, a diferencia de Noé .

El acto de llevar a Isaac al sacrificio en el monte Moriah simboliza una prueba suprema de fe y obediencia por parte de Abraham hacia Dios. Dios exigió el sacrificio de Isaac, a quien Abraham amaba profundamente, para probar su fe. Abraham obedeció, confiando en el poder milagroso de Dios, incluso esperando que Dios resucitaría a Isaac de entre los muertos si fuera necesario, ya que las promesas del pacto (que Isaac sería el padre de una gran multitud) se cumplían en Isaac. Este evento es ilustrativo del sacrificio del Padre celestial al ofrecer a su Hijo y la obediencia del Hijo al someterse a la muerte ."

La circuncisión renovó su significado en el pacto de Dios con Abraham como sello y señal de este pacto. Se convirtió en una obligación distintiva para todos los varones en la familia de Abraham, incluyendo hebreos, siervos y esclavos, marcándolos como la posesión particular de Dios y simbolizando su dedicación al pueblo de Dios y a Dios mismo . Aunque la circuncisión ya se practicaba en otras culturas del antiguo Oriente Medio, para los hebreos adquirió un significado espiritual y una relación de pacto con Dios diferencial que no podía confundirse con los ritos de pubertad de otras naciones .

El relato del diluvio bíblico ofrece una oportunidad de arrepentimiento que no está presente en el relato babilónico. En la narración de Génesis, aunque el diluvio es un juicio divino por el pecado de la humanidad, se da una amplia oportunidad para que la gente se arrepienta. Noé predica durante años mientras construye el arca, lo que implica que las personas puedan cambiar su conducta antes de que llegue la catástrofe . En contraste, en la Épica de Gilgamés, el diluvio es mantenido en secreto y los dioses intentan ocultar del hombre su llegada, eliminando cualquier posibilidad de arrepentimiento o preparación .

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