La parábola de la gran cena,
una generosa invitación
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En la parábola de la gran cena Cristo dio un mensaje de amonestación e instrucción a todos
los que le escuchaban. Los judíos en su tiempo pensaban reservarse exclusivamente para
sí las bendiciones de Dios, tanto las que se referían a la vida presente como las que se
relacionaban con la futura. Negaban la misericordia de Dios a los gentiles. Por la parábola
de la gran cena Cristo les demostró que ellos estaban al mismo tiempo rechazando la
invitación misericordiosa y el llamamiento al reino de Dios.
El gran banquete
“También dijo Jesús al que lo había invitado: —Cuando des una comida o una cena, no
invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que
ellos, a su vez, te inviten y así seas recompensado. Más bien, cuando des un banquete, invita
a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos. Entonces serás dichoso, pues aunque
ellos no tienen con qué recompensarte, serás recompensado en la resurrección de los
justos”—Lucas 14:12-14.
Cristo estaba aquí repitiendo la instrucción que había dado a Israel por medio de Moisés.
Dios los había instruido con respecto a sus fiestas sagradas: “El extranjero, y el huérfano, y
la viuda, que hubiera en tus poblaciones… comerán y serán saciados”—Deuteronomio 14:
29. Estas reuniones habían de ser como lecciones objetivas para Israel: Las bendiciones
espirituales que Dios les había concedido eran el pan de vida para que lo repartieran al
mundo.
Ellos no habían cumplido esa obra. Las palabras de Cristo eran un reproche para su
egoísmo. Esperando encauzar la conversación por otro curso, uno de ellos exclamó:
“Bienaventurado el que comerá pan en el reino de los cielos”. Este hombre hablaba con
gran seguridad, como si él mismo tuviera la certeza de poseer un lugar en el reino. Su
actitud era similar a la de aquellos que se regocijan porque son salvos por Cristo, cuando
no cumplen con las condiciones en virtud de las cuales se promete la salvación.
Cristo leyó el corazón del hipócrita y, manteniendo sobre él sus ojos, descubrió ante el
grupo el carácter y el valor de sus privilegios actuales. Les mostró que tenían una parte que
hacer en ese mismo tiempo para poder participar de la bienaventuranza futura.
Desarrollo de la parábola
“Un hombre -dijo- hizo una grande cena, y convidó a muchos”. Cuando llegó el tiempo de la
fiesta, el amo envió a sus siervos a casa de los huéspedes a quienes esperaba, con un
segundo mensaje: “Venid, que ya está todo aparejado”. Pero mostraron una extraña
indiferencia. “Y comenzaron todos a una a excusarse. El primero le dijo: He comprado una
hacienda, y necesito salir y verla; te ruego que me des por excusado. Y el otro le dijo: He
comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos, ruégote que me des por excusado. Y
el otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir”.
Ninguna de las excusas se fundaba en una necesidad real. El hombre que necesitaba salir
y ver la hacienda, ya la había comprado. Su prisa por ir a verla se debía a que su interés
estaba concentrado en la compra efectuada. Los bueyes también se habían comprado y
probarlos tenía por fin sólo satisfacer el interés del comprador. La tercera excusa no tenía
más semejanza de razón. El hecho de que el huésped se hubiera casado no necesitaba
impedir su presencia en la fiesta. Su esposa también habría sido bienvenida.
Todas las excusas revelaban una mente preocupada. Estos huéspedes en perspectiva
habían legado a estar completamente absortos en otros intereses. La invitación que se
habían comprometido a aceptar fue puesta a un lado y el amigo generoso quedó insultado
por la indiferencia de ellos.
La provisión de Cristo
Por medio de la parábola de la gran cena, Cristo presenta los privilegios ofrecidos mediante
el Evangelio. La provisión consiste nada menos que en Cristo mismo. En la fiesta que había
aparejado Dios les ofreció el mayor don que los cielos podían conceder, un don que
sobrepujaba todo cómputo. El amor de Dios había provisto el costoso banquete y había
ofrecido recursos inagotables. “Si alguno comiere de este pan -dijo Cristo-, vivirá para
siempre”.
Pero para aceptar la invitación a la fiesta del Evangelio, debían subordinar sus intereses
mundanos al único propósito de recibir a Cristo y su justicia. Dios lo dio todo por el hombre
y le pide que coloque el servicio del Señor por encima de toda consideración terrenal y
egoísta. No puede aceptar un corazón dividido. El corazón que se halla absorto en los
afectos terrenales no puede rendirse a Dios.
La lección de la parábola de la gran cena es para todos los tiempos. Hemos de seguir al
Cordero de Dios dondequiera que vaya. Ha de escogerse su dirección y avaluarse su
compañía por sobre toda compañía de amigos mundanos. Cristo dice: “El que ama padre o
madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno
de mí”—Mateo 10: 37.
Tal ocurre en nuestros días
Las excusas presentadas para rechazar la invitación a la fiesta presentada en la parábola
de la gran cena abarcan todas las que hoy se dan para rechazar la invitación del Evangelio.
Los hombres declaran que no pueden poner en peligro sus perspectivas mundanas
atendiendo las exigencias del Evangelio. Consideran sus intereses temporales de más valor
que las cosas de la eternidad. Las mismas bendiciones que han recibido de Dios llegan a
ser una barrera que separa sus almas de su Creador y Redentor. No quieren ser
interrumpidos en sus afanes mundanos, y dicen al mensajero de misericordia: “Ahora vete;
mas en teniendo oportunidad te llamaré”—Hechos 24: 25.
Otros presentan las dificultades que podrían levantarse en sus relaciones sociales si
obedecieran el llamamiento de Dios. Dicen que no pueden estar en desacuerdo con sus
parientes y conocidos. De esta forma llegan a ser los mismos actores descritos en la
parábola. El Señor de la fiesta considera que sus débiles excusas demuestran desprecio por
su invitación.
En la parábola, el que daba la fiesta notó cómo se
había tratado su invitación
“Enojado… dijo a su siervo: Ve presto por las plazas y por las calles de la ciudad, y mete acá
los pobres, los mancos, y cojos, y ciegos”. En la parábola de la gran cena el hospedero se
apartó de aquellos que habían despreciado su generosidad, e invitó a una clase que no era
perfecta, que no poseía casas o terrenos. Invitó a los que eran pobres y hambrientos, y que
apreciarían las bondades provistas. “Los publicanos y las rameras -dijo Cristo- os van
delante al reino de Dios”—Mateo 21: 31.
Por viles que sean los especímenes humanos que los hombres desprecian y apartan de sí,
no son demasiado degradados, demasiado miserables para ser objeto de la atención y el
amor de Dios. Cristo anhela que los seres humanos trabajados, cansados y oprimidos
vengan a Él. Ansía darles la luz, el gozo y la paz que no pueden encontrarse en ninguna otra
parte. Los mayores pecadores son el objeto de su amor y piedad profundos y fervorosos.
Él envía su Espíritu Santo para obrar en ellos instándoles con ternura y tratando de guiarlos
al Salvador.
El siervo que hizo entrar a los pobres y los ciegos informó a su señor: “Hecho es como
mandaste y aún hay lugar. Y dijo el Señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y
fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa”. Aquí Cristo señala la obra del Evangelio fuera
del círculo del judaísmo, en los caminos y vallados del mundo.
Este mensaje se da a los hombres hoy en día
La misma invitación en esta época va unida con el anuncio de que la segunda venida de
Cristo es inminente. Las señales que Él mismo dio de su aparición se han cumplido y por la
enseñanza de la Palabra de Dios podemos saber que el Señor está a las puertas.
Juan en el Apocalipsis predice la proclamación del mensaje evangélico precisamente antes
de la segunda venida de Cristo. El contempla a un “ángel volar por en medio del cielo, que
tenía el Evangelio eterno para predicarlo a todos los que moran en la tierra, y a toda nación
y tribu y lengua y pueblo, diciendo en alta voz: Temed a Dios, y dadle honra; porque la hora
de su juicio es venida”—Apocalipsis 14: 6, 7.
En la profecía, esta amonestación referente al juicio, con los mensajes que con ella se
relacionan, es seguida por la venida del Hijo del hombre en las nubes de los cielos. Y a esta
proclamación se denomina el Evangelio eterno. Así se ve que la predicación de la segunda
venida de Cristo, el anuncio de su cercanía es una parte esencial del mensaje evangélico.
La declaración de la Biblia
La Biblia declara que en los últimos días los hombres se hallarían absortos en las
ocupaciones mundanas, en los placeres y en la adquisición de dinero. Serían ciegos a las
realidades eternas. Cristo dice: “Como los días de Noé, así será la venida del Hijo del
hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo,
casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no conocieron
hasta que vino el diluvio y llevó a todos, así será también la venida del Hijo del hombre”—
Mateo 24: 37-39.
Tal ocurre en nuestros días. Los hombres se afanan en obtener ganancias y en la
complacencia egoísta, como si no hubiera Dios, ni cielo, ni más allá. En los días de Noé la
amonestación referente al diluvio se envió para despertar a los hombres en medio de su
impiedad y llamarlos al arrepentimiento. Así el mensaje de la segunda venida de Cristo tiene
por objeto arrancar a los hombres de su interés absorbente en las cosas mundanas. Está
destinado a despertarlos al sentido de las realidades eternas, a fin de que den oídos a la
invitación que se les hace para ir a la mesa del Señor.
La invitación del Evangelio ha de darse a todo el mundo, “a toda nación y tribu y lengua y
pueblo”—Apocalipsis 14: 6. El último mensaje de amonestación y misericordia ha de
iluminar el mundo entero con su gloria. Ha de llegar a toda clase de personas, ricas y
pobres, encumbradas y humildes. “Ve por los caminos y por los vallados -dice Cristo-, y
fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa”.
El mundo está pereciendo por falta del Evangelio. Hay hambre de la Palabra de Dios. Hay
pocos que predican esa Palabra sin mezclarla con la tradición humana. Aunque los
hombres tienen la Biblia en sus manos, no reciben las bendiciones que Dios ha colocado
en ella para los que la estudian. El Señor invita a sus siervos a llevar su mensaje a la gente.
La Palabra de vida eterna debe darse a aquellos que están pereciendo en sus pecados…en
esto nos ayuda la parábola de la gran cena