El pecado
La gran bajeza
La gran locura.
La gran canallada.
(A jóvenes en Zaragoza)
Estando yo en la Factoría Naval de Matagorda, de Astilleros Españoles, en Puerto Real, un día
un muchacho de unos veinte años, al meter la palanca de una máquina se quedó electrocutado.
Cayó frito. Un charco en el suelo, bajo sus pies, fue la causa. Supongamos que un obrero que
había pasado por allí antes, al ver un charco debajo de la palanca, pudo pensar que era
peligroso. Se dice:
«El que venga a meter la palanca encima del charco, se queda frito. ¡Vamos a ver quién es el
tonto que pica!»
Y se retira un poco, se sienta allí a un lado, esperando a ver quién pica. Ve venir a un chico y
dice: «¿A que va a ser éste? ¿A que éste es el idiota? ¡A que pica..., a que pica...!»
Picó. Metió la palanca y cayó frito. Ese hombre es un canalla. Sabe que hay un peligro de
muerte. Puede avisarlo y no avisa. Es un canalla. Ése es mi caso.
Vamos a hablar del pecado. No porque a mí me guste ser aguafiestas. Eso no le gusta a nadie.
Yo creo que hago un favor hablando del pecado. Como hace un favor el que avisa de un peligro.
Es como si ves a dos jugando con una bomba de mano... ¡Oye, cuidado! Que eso no es para
jugar. Eso es para matar. Cuidado.
El pecado es como una bomba de efecto retardado. Una bomba de relojería, de efecto mortal.
Como el que toma un veneno, y revienta a los dos días. El que se retrase el efecto no le quita
gravedad. Voy a decir cuatro cosas del pecado.
El pecado es la gran bajeza.
El pecado es la gran locura.
El pecado es la gran primada.
El pecado es la gran canallada.
Primero: la gran bajeza.
Todos presumimos de padres. A todos nos gusta tener un padre ilustre. El hijo de un gran
médico, presume que su padre es ese médico. El hijo de un gran escritor, premio Planeta,
presume que es hijo de ese escritor. El hijo de un maestro de taller en una factoría, presume de
que su padre es el maestro de soldadura. Y presume porque su padre es conocido. Su padre es
estimado en la factoría.
Nosotros tenemos por Padre a Dios. Y siendo Dios nuestro Padre, por el pecado, nos hacemos
hijos de Satanás. Elegimos por el pecado a Satanás. Lo dice la Biblia, lo dice San Juan: «El que
peca se hace hijo de Satanás». Y yo que soy hijo de Dios (me ha hecho hijo adoptivo), rechazo
la filiación divina y escojo la filiación de Satanás. Eso es el pecado.
Como un matrimonio sin hijos que adopta a un niño de padres desconocidos. Y ese niño en
lugar de agradecerle a ese matrimonio que lo ha elegido para adoptarle, rechaza la adopción de
ese matrimonio. No quiere saber nada de ellos, y prefiere vivir tirado en la calle. Ése es nuestro
caso. Dios puesto para dar no pudo darnos más de lo que nos ha dado: su naturaleza.
Lo mismo que nuestros padres. El mayor regalo que recibimos en la vida es el regalo de
nuestros padres. Nos dan su naturaleza. Dios nos da su naturaleza. Con la gracia santificante
nos hacemos hijos de Dios. Participantes de la naturaleza divina. Y yo, que soy hijo de Dios por
la gracia divina, rechazo a Dios, el mejor de los padres y elijo por padre a Satanás, el peor de los
padres. Y si yo muero así, Satanás me reclama con todo derecho, porque yo lo he elegido padre.
El pecado me hace hijo de Satanás. El pecado: la gran bajeza.
Segundo: El pecado, la gran locura.
Cuando yo peco mortalmente, pierdo todos los méritos que haya contraído en la vida. Me quedo
a cero. Yo me inventé una vez una parábola, un ejemplo inventado por mí, pero que ilustra.
Recordaréis que hace unos años, muchos emigrantes españoles se iban a trabajar a Alemania.
Después, en esos trenes de Navidad que se organizaban, venían con su dinerito. Muchos
hicieron aquí su casita, o montaron su negocio con el dinero que ganaron en Alemania. Pues
vamos a suponer que viene un tren de emigrantes a sus vacaciones de Navidad, y en el
departamento del tren vienen unos cuantos hombres. Empiezan a hablar de cómo les ha ido en
Alemania. A todos muy bien. Vienen muy contentos.
-Yo estuve en Essen.
-Yo estuve en Düsseldorf.
-Yo estuve en Bremen.
-Yo estuve en Hamburgo.
Y cada cual hablaba de sus experiencias. Todos venían muy contentos. Y como siempre pasa,
nos gusta presumir de que nos va muy bien, de que hemos hecho un gran negocio.
Uno de ellos, decía:
-Yo me traigo un millón de pesetas.
Y los demás:
-No te tires faroles. No será tanto.
-Sí, sí. Yo me traigo un millón de pesetas a mi casa. Palabra, que es verdad.
-Eso no te lo crees ni tú. Déjate de tonterías. ¿Cómo vas a ganar tú un millón de pesetas?
-Os lo demuestro.
Y sacó un talón, un cheque de un millón de pesetas.
-Aquí tenéis. Esto es lo que yo llevo a mi casa: un millón de pesetas.
-Anda ya. Esto no lo has ganado tú. Esto es que te han comisionado para hacer una compra de
lo que sea... Pero que no hombre, que no; que tú no has ganado un millón. Y el hombre ya
molesto:
- Pues para que veáis que es verdad, y que este talón es mío... Lo rompe y lo tira por la
ventanilla.
¡Este hombre es idiota! ¡Por un farol ante sus compañeros, rompe un talón de un millón de
pesetas y lo tira por la ventanilla! Ese tío es imbécil. En un momento y por una tontería, ha
destrozado tantísimas horas de trabajo, de sacrificio, de esfuerzo, de penalidades. Y ahora lo
tira todo por la borda, por la tontería de querer demostrar a sus compañeros de que realmente
eso era suyo. Eso es de idiotas.
Eso es el pecado. A lo largo de la vida vamos atesorando méritos para el cielo. Porque todo lo
que hago en gracia de Dios merece para el cielo. La cosa más pequeña: fregar un plato, barrer
una habitación, clavar un clavo, arreglar un pinchazo. Con todo lo que hago en gracia de Dios,
estoy mereciendo premio eterno.
En cuanto cometes el pecado mortal, lo pierdes todo. Has roto el talón, lo has tirado por la
ventanilla. Te quedas a cero. Mientras estés en pecado mortal, nada de lo que hagas te sirve
para la vida eterna. Todo lo que habías merecido estando en gracia, lo perdiste.
Fijaos, una cosa interesante: la obra hecha en gracia de Dios, la obra más elemental, la más
pequeña, hecha en gracia de Dios, vale más que la obra más importante hecha en pecado
mortal. Una conferencia científica de la mayor altura, hecha en pecado, vale menos que fregar
un vaso en gracia de Dios.
Razón: porque esa conferencia de gran altura científica es una obra humana. Pero lo que hago
yo en gracia de Dios, aunque sea barrer, fregar un plato, clavar un clavo, o arreglar un pinchazo,
tiene valor sobrenatural. No se limita al valor humano. Todo ese montón de obras buenas que
yo he hecho en gracia de Dios, todo ese tesoro que he acumulado a lo largo de mis años en
gracia de Dios, al cometer un pecado mortal, lo tiro por la borda. Me quedo a cero.
Mientras estoy en pecado mortal, nada de lo que haga me sirve para la gloria eterna. Aunque
las buenas obras hechas en pecado mortal me sirven para madurar mi conversión. Yo podré ir
madurando mi conversión. Pero mientras esté en pecado mortal, nada me sirve para la gloria
eterna. Por eso, el pecado mortal es la gran locura. Porque tiro por la borda, en un momento,
todo lo que he acumulado a lo largo de los años.
Tercero: El pecado mortal es la gran primada.
Mirad, a nadie le gusta hacer el primo. El ser rubio o moreno...,¡qué más da! El ser calvo o tener
pelo..., ¡qué más da! Pero, ¿hacer el primo? Eso no le gusta a nadie. El pecado es la gran
primada. Haces el ridículo. Te toman el pelo. Te engañan. Esto es de sentido común. Si tú
entras en tratos con Satanás, ¿piensas que vas a engañar a Satanás? ¿Tú te crees que vas a
engañar a Satanás? ¡Si Satanás es ángel! ¡Ángel caído; pero ángel! Inteligencia de ángel. Como
pecó, se convirtió en demonio. Lo dice la Biblia. ¿Qué es el demonio? Un ángel pecador. Un
ángel en el infierno. Pecó y se condenó. Pero era ángel: tenía inteligencia de ángel.
Voy a hacer un pequeño paréntesis, porque conviene hablar un poquitín del demonio. Porque la
gente no cree en el demonio. Se ríen del demonio. Voy a contar una anécdota que me indignó.
Oí por Radio Nacional a un locutor, preguntando a la gente de la calle.
-¿Usted cree en el demonio?
-Yo, ¿en el demonio...? ¡Anda ya!...
-¿Usted cree en el demonio?
-¡Yo no! ¿Para qué?
Y nadie de la calle creía en el demonio. Y dice el locutor:
-¿Veis lo que opina la calle?
¿Esto es serio? ¿Hay derecho a hacer esto? De manera que lo que opina la calle, ¿es lo que
vale? Y, ¿qué entiende la calle? ¿Qué sabe la calle? Lo que vale es lo que dice el que entiende.
Hay que pensar en el demonio. Está la Biblia. El demonio es el ángel que pecó y se convirtió en
demonio. Oí por televisión en un espacio que se llamaba «EI pulso de la fe», a D. Salvador
Muñoz Iglesias, Catedrático de Sagrada Escritura en Madrid: «El que no crea en el demonio
tiene que afirmar que Cristo se equivocó o nos equivocó, nos engañó». Si no podemos admitir
que Cristo-Dios se equivocara, y si no podemos admitir que Cristo-Dios nos engañara, tenemos
que pensar que el demonio existe».
Evidentemente, que el demonio no tiene cuernos, ni rabo. Al demonio lo pintamos con cuernos,
rabo y con un tridente. Lo mismo que los ángeles no tienen alas y los pintan con alas. Con una
túnica azul celeste, o rosa pálido y unas alas. Y los ángeles no tienen alas. Los espíritus buenos
se pintan así, y el espíritu malo se pinta con cuernos, con rabo y con tridente. Por lo tanto, el
demonio no tiene ni rabo ni cuernos, pero existe. Está en la Biblia.
Entonces, digo, cuando el demonio te ofrece una tentación y aceptas, da por supuesto que te
engaña. ¿O es que tú te crees que le vas a engañar a él? ¡No seas idiota! Él te engaña a ti, de
todas a todas. ¿Qué pasa? Que él sabe más que tú. Tú como no entiendes ni de gracia de Dios,
ni de cielo, ni de infierno, ni de pecado, ¡te ofrece la tentación! Y tú caes en ella. ¡Qué bien! ¡Qué
estupendo! ¡Cómo he disfrutado! Oye, pero, ¿te has dado cuenta de lo que te han quitado? No.
No sabes lo que te han quitado, porque no entiendes. No sabes lo que es la gracia, no sabes lo
que es el pecado, no sabes lo que es el cielo, no sabes lo que es el infierno. Y como no
entiendes, te dejas engañar.
Voy a poner un ejemplo. Un chiquillo se encuentra por la calle un billete de mil pesetas. Sucio,
arrugado, maloliente. ¿Os habéis fijado lo mal que huelen los billetes muy usados? ¡Huelen
fatal! El chiquillo se lo encuentra y va con el billete a un mayorcillo más pícaro que él. Y el otro
le dice:
-Oye, ¿dónde vas con ese papel tan sucio?
-Pues que me lo he encontrado en la calle
-Pero chico, tira esa porquería, ¿te has fijado lo mal que huele? ¡Huele, huele!
El otro huele
-Es verdad, ¡qué mal huele! Este billete es tan viejo y está tan sucio...
-Mira, te lo cambio por un caramelo.
Y el niño, como no entiende, y no sabe el valor de las cosas, cambia el billete por el caramelo.
No sabe que con ese billete se puede comprar una montaña de caramelos. Y el chiquillo mayor
que sabe, lo engaña.
Tú tratas con el demonio. Tú aceptas la tentación. Tú pecas. Da por cierto que te engaña.
¡Seguro! ¡No pretenderás engañarle tú a él! ¿O es que sabes más que el demonio? ¿Eres más
listo que los ángeles? ¡Eres idiota! ¡Te engaña seguro!
El demonio entiende. ¡Es un ángel! El que no entiendes eres tú. Que no entiendes ni de gracia, ni
de pecado, ni de infierno, ni de gloria. No entiendes una palabra. Aceptas la tentación creyendo
que eso merece la pena. Has hecho el primo de la manera más lamentable y más vergonzosa.
El pecado, la gran primada.
Finalmente: el pecado la gran canallada.
¿Por qué? Porque ofendemos a Dios con los mismos dones que Él nos da. Me contaron una vez
un caso. Creo es histórico. A mí me lo contaron como histórico. No conozco los protagonistas.
En Murcia, un albañil, cursillista de cristiandad, había reunido unos cuantos miles de pesetas,
porque quería reparar su casa.
Estaba reuniendo dinero para comprar material. Pero en aquellas inundaciones que hubo en la
zona murciana, a otro cursillista se le hundió la casa, y se quedó sin nada. Entonces este
hombre cuando ve que su compañero se queda sin casa, coge esos miles de pesetas que tenía
ahorrados y le dice a su compañero:
-Ese dinero es tuyo, porque lo necesitas más que yo.
Le regaló los ahorros, que él durante mucho tiempo había ido reuniendo para arreglar su casa.
Se las regaló al otro porque las necesitaba más que él. Vamos a suponer que ese compañero
suyo que recibe esos miles de pesetas, en lugar de arreglar su casa, va y compra un broche de
diamantes para regalárselo a la mujer de su compañero, para camelarla, y se fuga con ella.
El sinvergüenza traiciona a su bienhechor con los dones recibidos de él. Si no hubiera recibido
esos miles de pesetas, no hubiera podido comprar el broche de diamantes. Y con el dinero que
recibe de su amigo, camela a su mujer, se la roba y se fuga con ella. ¡Es un canalla! Ofende a su
bienhechor con los dones recibidos de él.
¿Qué hacemos cuando pecamos? Ofendemos a Dios con los dones que de Él hemos recibido.
Ofendemos con nuestro cuerpo, con nuestra salud, con nuestra libertad, con nuestra belleza.
Supongamos la belleza de una mujer que se prostituye, Dios la hace bonita, y ella usa esa
belleza para ofender a Dios que la hizo bella.
Podemos pensar nosotros: si hubiéramos nacido paralíticos, si hubiéramos nacido mongólicos,
quizás seríamos menos pecadores. Nosotros ofendemos al mayor bienhechor que hemos
tenido en la vida. Nadie ha sido con nosotros más bienhechor que Cristo, que muere en la Cruz
para que nosotros podamos salvarnos eternamente. Le costamos la vida. Él da la vida por bien
nuestro. Y nosotros lo tratamos a puntapiés y a latigazos. ¿Así respondemos nosotros al bien
que nos ha hecho dándonos su vida para que nosotros nos salvemos eternamente?
El ser agradecido es de caballeros. Vamos a pensar nosotros. ¿Y nosotros con Cristo? Él ha
muerto. No como el otro que se ofreció a morir. No, no. Cristo se ofreció y murió. Cristo ha
muerto por mí. Y yo, si puedo salvarme es porque Cristo murió en la cruz. Y ante este enorme
beneficio de Cristo que da la vida en favor mío, ¿qué hago yo con Él? ¡A latigazo limpio! Nos
indignamos contra los crueles verdugos que le azotaron. ¡Si esos latigazos son míos!
Los verdugos no sabían lo que hacían. Yo sí lo sé. Y en cada latigazo del verdugo estoy yo
azotándolo. Porque si yo hubiera pecado menos, Cristo hubiera sufrido menos. Y en lo que
Cristo padeció, ahí estoy yo haciéndole sufrir.
Cristo, el mayor bienhechor que he tenido en la vida, el que ha hecho más por mí, pues ha dado
su vida por bien mío, y yo, ¿cómo me porto con Él? Merece la pena reflexionar y pensar. Viendo
todo lo que Cristo ha sufrido por mí, yo, de ahora en adelante, ¿qué voy a hacer por Él? Pues
esta es la pregunta que queda en el aire para que cada cual la responda en el fondo de su
corazón. Viendo todo lo que Cristo ha pasado por mí, yo, ahora, en adelante, ¿qué voy a hacer
por Él?
Quiera Dios que estas breves ideas sobre lo que es el pecado nos ayuden para que nunca más
volvamos a ofenderle, si es que le hemos ofendido. Y hagamos el propósito de responder con
nobleza al amor y a las gracias que de Él hemos recibido.