8
La promesa:
De la muerte a la vida
a historia de lo que se conoce como la ‘Aqedah o la «atadu
L ra» de Isaac, ha conmocionado, desconcertado e inspirado
a teólogos, filósofos, moralistas y artistas. Se encuentra en
el corazón de las tres religiones que reclaman la paternidad
de Abraham. Para los judíos, la «atadura» de Isaac apunta al mar
tirio judío. Para los cristianos, el sacrificio apunta a la cruz. Para
los musulmanes, quienes creen que Ismael era el hijo del sacrifi
cio, el acontecimiento se conmemora durante el Eid al-Adha (la
fiesta del sacrificio) que simboliza el deber de la obediencia. El
punto común de estas tradiciones religiosas es el énfasis en la
muerte y el sufrimiento. Sin embargo, la historia bíblica trae un
mensaje de vida y esperanza, reforzado por la alianza matrimonial
de Isaac, que asegura la preservación de la simiente mesiánica.
La historia del sacrificio de Isaac se cuenta en términos hermo
sos y conmovedores. Comienza con un encuentro entre Dios y
Abraham (Gén. 22: 1, 2). Sigue la conmovedora confrontación
entre Abraham y su hijo, llena de preguntas y de silencios (vers.
76 • El Génesis
3-10). Luego tiene lugar la espectacular intervención de Dios, ilu
minando el enigma del sacrificio (vers. 11-14). Finalmente, se da
la promesa: Abraham será una bendición para todas las naciones
(vers. 15-18). El cumplimiento de esta promesa comienza con la
historia del matrimonio de Isaac, que se describe en los siguientes
capítulos (Gén. 24-25: 11).
Dios llama a Abraham para que salga
El primer versículo de Génesis 22, la introducción de la histo
ria, nos dice que «Dios probó a Abraham». Dios lo llama por su
nombre: «¡Abraham!». El patriarca responde inmediatamente con
una expresión que aparece tres veces en la historia: hinneni, «aquí
estoy» (cf. vers. 1, 7,11). Entonces Dios llama a Abraham a «salir»
(vers. 2). Aquí se emplea la misma forma verbal lek leka, «vete»,
que se usó la primera vez que Abram escuchó el llamado de Dios
en lir de los Caldeos (Gén. 12: 1; cf. Gén. 11: 31). Estas son las
únicas dos veces que se usa esta inusual expresión en la Biblia. Este
«salir» se sitúa en conexión con el primer mandato de «salir» y
aparece como una especie de prolongación de este. Abraham
debe continuar el viaje que comenzó como Abram muchos años
atrás. Pero ahora se le revela el destino del viaje: «La tierra de Mo
riah [...] sobre uno de los montes». El nombre de Moriah está
cargado de un significado especial. Es el lugar donde Salomón
construirá el templo (2 Crón. 3: 1; cf. 1 Crón. 21: 22-30). El llama
do que Dios le hace a Abraham de «ir» debe entenderse en el con
texto de la salvación de la humanidad, como lo señalaba el servi
cio sacrificial.
Padre e hijo
Dios le dice a Abraham «toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac a
quien amas, vete» (Gén. 22: 2). Entonces «Abraham se levantó
muy de mañana [...] tomó [...] a Isaac, su hijo [...] y fue» (vers. 3).
Abraham responde de manera literal (vers. 3) al llamado de Dios
8. La promesa: De la muerte a la vida · 77
(vers. 2). Las palabras que describen su respuesta son las mismas
empleadas por Dios y en el mismo orden. La primera acción de
Abraham al comienzo de su viaje sugiere y anticipa su completa fe
y sumisión al mandato de Dios. Hasta ahora, Isaac (como Abel)
no habla, ni siquiera se mueve solo; simplemente fue tomado.
Solo Abraham habla (vers. 5; cf. vers. 1) e inicia toda la acción.
Abraham es activo, mientras que Isaac es pasivo. Su llegada al
monte Moriah tiene lugar después de una caminata de tres días y
se indica con la siguiente frase: «Alzó Abraham sus ojos y vio de
lejos el lugar» (vers. 4).
Es solo al final del versículo 6 que se hace implícito el primer
movimiento de Isaac, en la frase: «Y se fueron los dos juntos», que
responde al llamado de Dios a ir. Esta frase enmarca el diálogo y
el encuentro entre Isaac y Abraham, su padre (vers. 7, 8). El diálo
go consta de preguntas sin respuesta y difíciles silencios. Cuando
Isaac abre el diálogo con el primer wayy 'omer, «le dijo», no emite
ninguna palabra. Isaac era consciente de que los sacrificios huma
nos eran una práctica común en su entorno cananeo, pero no se
atreve a hacer la pregunta que en verdad le preocupa y le asusta:
¿Me va a sacrificar mi padre como lo hacen otros padres cananeos?
La única palabra que finalmente sale de su boca es una pregunta:
'abi, «¿Padre mío?». Esta frase no solo le recuerda a Abraham su
relación particular de padre e hijo, sino que también abre la serie
de preguntas al padre sobre el horror de su situación. Abraham
responde con la frase clave que ya había usado cuando le respon
dió a Dios: hinneni, «aquí estoy» (vers. 1). Esta respuesta está en
todo el centro de la estructura literaria del texto (Gén. 21: 31-22:
20).1
Al mismo tiempo, Abraham se conecta con su hijo haciendo
uso de la palabra beni, «hijo mío». Este término cariñoso busca
restaurar la confianza del hijo. Ya más tranquilo, el hijo ahora se
atreve a hacer la verdadera pregunta: «¿Dónde está el cordero?». La
pregunta no es ingenua. Isaac sabe muy bien que no hay cordero.
1. Véase Jacques Doukhan, «The Center of the Aqedah: A Study of the Literary Structure of Genesis 22:
1-19», Andrews University Seminary Studies 31, η0 1 (Spring 1993), p. 26.
78 · El Génesis
Su pregunta lleva implícita otra interrogante más terrible y angus
tiosa: «¿Soy yo el cordero?». Abraham no responde a la pregunta
de Isaac; simplemente la elude con una vaga expresión de fe: «Dios
proveerá el cordero». La frase que usa Abraham, yir 'eh lo, tiene la
misma estructura gramatical reflexiva que la frase del llamado de
Dios, lek leka, «ve tú mismo» o «ve hacia ti mismo» (Gén. 22: 2; cf.
Gén. 12: 1). Este paralelismo entre las dos frases no es casualidad.
Sugiere que lek leka, «ve tú mismo», de alguna manera se relaciona
con yir 'eh lo: «Él se verá a sí mismo». Pero en este caso, la frase va
seguida de la palabra se', «cordero», que es una aposición, es decir:
«Dios se verá a sí mismo como el cordero». En otras palabras, la
clásica traducción: «Él proveerá» no transmite el mensaje ex
traordinario de Dios, quien se identifica a sí mismo como el cor
dero. Isaac, al igual que Abraham, dejan de hablar en ese momen
to; ambos están atónitos por la extraña revelación. Continúan en
silencio mientras los dos «iban juntos» (Gén. 22: 8). La palabra
«iban» cierra el diálogo, a la vez que responde al llamado de Dios
a ir.
Abraham y Dios
El ángel del Señor, que es el Señor mismo (YHWH), Jesucristo
preencamado (véase Gén. 16: 7; 18: 1, 13, 22; Éxo. 3: 2, 4, 6, 7;
Juec. 6: 11-22; 13: 3-22; Hech. 7: 30-34, 38), interviene en el últi
mo minuto para salvar a Isaac de la mano de Abraham. Nueva
mente, Dios se dirige a Abraham por su nombre, pero esta vez lo
pronuncia dos veces, debido a la presión del momento. Abraham
responde de la misma manera: hinneni, «aquí estoy» (Gén. 22:11).
Este es el tercer y último hinneni, pronunciado aquí por Abraham
en respuesta a Dios. La cadena de hinneni, «aquí estoy», sugiere
una lección importante sobre la relación recíproca entre la expe
riencia vertical (de Dios y los seres humanos) y la horizontal (de
los seres humanos entre sí):
1. hinneni, «aquí estoy»: la respuesta de Abraham a Dios
(vers. 1)
8. La promesa: De la muerte a la vida · 79
2. hinneni, «aquí estoy»: la respuesta de Abraham a Isaac
(vers. 7)
3. hinneni, «aquí estoy»: la respuesta de Abraham a Dios
(vers. 11)
La construcción literaria contiene un mensaje importante que
debe analizar toda persona religiosa que ama a Dios pero excluye
a la humanidad, así como el humanista social que solo se preocu
pa por la humanidad. La calidad de la relación vertical (entre Dios
y Abraham) depende de la calidad de la relación horizontal
(entre Abraham e Isaac), que a su vez depende de la calidad de
la relación vertical (entre Dios y Abraham).
La religión de Abraham no es una religión de violencia contra
otros seres humanos. El Ángel del Señor lo detiene: «No extiendas
tu mano sobre el muchacho [... ] —y añade— pues ya sé que temes
a Dios» (vers. 12). Abraham pasó la prueba (vers. 1). Dios sabe
que le teme, no porque estuviera dispuesto a sacrificar a su hijo,
sino porque ama tanto a Dios que ahora puede identificarse con
su dolor y tener una medida de su extraordinario amor, que esta
ría dispuesto, por ese amor, a sacrificar a su Hijo (vers. 8). Desde
la perspectiva del Nuevo Testamento, el padre Abraham, quien
estuvo dispuesto a entregar a su único hijo, evoca a Dios Padre,
quien «de tal manera amó [...] al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino
que tenga vida eterna» (Juan 3: 16).
Pero hay más. La expresión del ángel: «No me rehusaste [jasaj
mimenni] a tu hijo» (Gén. 22: 12) la usa José cuando se refiere a la
confianza de Potifar: «Mi Señor [...] ninguna cosa me ha reserva
do ¡jasaj mimenni] sino a ti» (Gén. 39: 8-9). La virtud reconocida
por el Ángel en Abraham no es tanto su disposición a sacrificar a
su hijo por Dios, sino más bien su disposición a confiar en Dios y
a depositar su fe en él. Abraham confió tanto en Dios que incluso
le confió a su hijo, no en el sentido de sacrificarlo para Dios,
sino de confiar, por fe, que Dios se vería a sí mismo como el sacri
ficio (Gén. 22: 8).
80 · El Génesis
Ahora bien, una frase que se usó anteriormente para indicar la
llegada de Abraham: «Alzó Abraham sus ojos y vio» (vers. 13), se
usa ahora de nuevo (vers. 4). La atención de la historia pasa en
tonces a un gran camero que Abraham ofrecerá en lugar de su
hijo, en lugar del «cordero» que Isaac esperaba. El carnero marca
la llegada definitiva de Dios. El lenguaje de este pasaje se repite
en el texto clave del Día de la Expiación, Levítico 16, donde tam
bién se ofrecía un camero como holocausto (Lev. 16: 3, 5). El pa
ralelismo entre los dos pasajes es sorprendente. Más que cualquier
otro pasaje bíblico, este pasaje comparte el mismo lenguaje del
texto del sacrificio de Isaac. Allí encontramos el mismo grupo de
palabras: ‘olah, «holocausto» (Gén. 22: 13; cf. Lev. 16: 3, 5); ra 'ah,
«aparecer», en la misma forma pasiva nifal (Gén. 22: 14; cf. Lev.
16: 2); yicjqaj, «tomó» (Gén. 22: 13; cf. Lev. 16: 5); y en particular,
la frase «un camero» (Gén. 22: 13; cf. Lev. 16: 5). Esta asociación
entre el carnero de la Aqedá y el Día de la Expiación es de gran
importancia en la tradición judía.2 En el Día de la Expiación, los
judíos aún recuerdan el camero que sacrificó Abraham, cuando
tocan el shofar, que es un instrumento hecho con el cuerno de un
camero.
Esta asociación se mantiene particularmente viva en la tradi
ción de los judíos samaritanos. Hace años estuve en Israel, inme
diatamente después de la Guerra de los Seis Días, y tuve la oportu
nidad de compartir con un amigo samaritano que me invitó a su
casa. Su padre resultó ser el sumo sacerdote de la comunidad. Tu
vimos conversaciones interesantes sobre sus tradiciones y sus raí
ces. Al final de la conversación, el sumo sacerdote comentó que
quería mostrarme algo muy especial. Lo seguí hasta un lugar en la
parte trasera de su casa; allí abrió un armario y sacó un enorme
shofar. «¿Ves este shofar? —me preguntó—. Es el shofar que se
toca en el Yom Kippur, el Día de la Expiación». Luego, añadió sin
pestañear: «Este es el cuerno del carnero que fue sacrificado por
Abraham». Por el tono de su voz y la forma en que me miraba, me
2. Ver Rosh Hashaná 16a
8. La promesa: De la muerte a la vida · 81
di cuenta de que creía firmemente en el increíble origen de ese
shofar.
Para el autor bíblico, todo el acontecimiento del sacrificio de
Isaac conduce al Día de la Expiación, el destino final del viaje (lek
leka) de Abraham. En la ceremonia levítica, el Día de la Expiación
tiene un significado cósmico. Ese día del año, todas las iniquida
des (Lev. 16: 16, 21 [3 veces], 22, 30, 34) son juzgadas y expiadas
por Dios.
Esta expiación total tiene un significado profundo y podero
so. La solución bíblica al problema del mundo caído es la crea
ción de «nuevos cielos y nueva tierra» (Isa. 65:17; cf. Apoc. 21: 1).
Este fue precisamente el mensaje que entendió el profeta Daniel al
leer el texto del sacrificio de Isaac, del cual extrae (Dan. 8: 3) y
extrapola al Día de la Expiación escatológico (vers. 14). La confir
mación se encuentra en las siguientes líneas, que detallan la ben
dición de «todas las naciones de la tierra» que tuvo lugar en Abra
ham (Gén. 22: 18).
Abraham y las naciones
Cuando el ángel del Señor llama a Abraham por segunda vez
(vers. 15), repite la promesa que ya le había hecho en el primer
llamado (Gén. 12: 3): «Tu descendencia se adueñará de las puertas
de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las nacio
nes de la tierra» (Gén. 22: 17, 18), una promesa que repetirá más
adelante (Gén. 26: 4; 28: 14). Fijémonos que no es «en Abram»
que se obtiene la bendición, sino en su «simiente». El texto se re
fiere aquí a la misma simiente mesiánica que se menciona en Gé
nesis 3: 15; con el que comparte muchas formas gramaticales co
munes y asociaciones de palabras y de pensamientos.
La promesa de que los descendientes de Abraham «se adueña
rán de las puertas de sus enemigos», representa simbólicamente la
promesa de la victoria de la «simiente» (zera') sobre el enemigo. La
profecía de Génesis 3: 15 también promete la victoria de la si
miente mesiánica (zera') sobre el enemigo. La bendición de
82 · El Génesis
Abraham, que lleva implícita la victoria de la Simiente sobre sus
enemigos, conduce a la bendición de las naciones a través de la
Simiente (Gál. 3:14-16). Esta interpretación es la que parece estar
plasmada en la Epístola a los Hebreos, que aplica la bendición
con la que concluye la 'Aqedah (Gen. 22: 17; cf. Heb. 6: 14) al mo
mento extraordinario del Día de la Expiación, cuando el Sumo
Sacerdote puede penetrar «hasta dentro del velo» (Heb. 6: 19; cf.
Lev. 16: 2, 15).
Por increíble que parezca, el matrimonio de Isaac continúa el
mismo patrón que hemos estudiado hasta ahora. Cuando Rebeca
responde positivamente a la invitación de Eliezer de seguirlo y ca
sarse con Isaac, ella dice: ‘elék, «si, iré» (Gén. 24: 58), evocando el
verbo que se usó cuando Abraham salió de Mesopotamia: wayelék
«fue» (Gén. 12: 4). Al igual que Abraham, Rebeca se convertirá en
matriarca de muchas naciones (Gén. 24: 60; cf. Gén. 12: 1-4) y
«poseerá la puerta» de sus enemigos (Gén. 24: 60; cf. Gén. 22: 17).
Gracias a la promesa que Dios le hizo a Abraham, la esperanza de
la victoria sobre la muerte y el mal, así como la esperanza de sal
vación y vida eterna, resplandecen intensamente para toda la
humanidad.