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Reflexiones sobre la Eucaristía y la Pandemia

El documento resume la importancia de la Eucaristía para los cristianos, especialmente durante la pandemia cuando muchos no han podido asistir a misa. Se compara la situación actual con la historia de los discípulos de Emaús, caminando solos hasta que Jesús se les une. Aunque la pandemia continúa, Jesús está presente en la Eucaristía a través del pan y el vino consagrados. El documento anima a los cristianos a celebrar la misa y alimentarse con la Palabra de Dios y el Cuerpo

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Reflexiones sobre la Eucaristía y la Pandemia

El documento resume la importancia de la Eucaristía para los cristianos, especialmente durante la pandemia cuando muchos no han podido asistir a misa. Se compara la situación actual con la historia de los discípulos de Emaús, caminando solos hasta que Jesús se les une. Aunque la pandemia continúa, Jesús está presente en la Eucaristía a través del pan y el vino consagrados. El documento anima a los cristianos a celebrar la misa y alimentarse con la Palabra de Dios y el Cuerpo

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Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo

ILUMINACIÓN/CATEQUESIS SOBRE LA EUCARISTÍA


JUNIO /2021

“Hay un sentimiento interior que todos de alguna manera experimentamos: la Pandemia se


hace larga. Lo saben especialmente los esenciales que están en la primera línea, cuidando la
fragilidad de nuestro pueblo, entre ellos el personal de salud y tantos otros servidores de la
comunidad como, por ejemplo, las mujeres que llevan adelante los comedores comunitarios.
¿Qué ayuda a mantener encendida la esperanza en este tiempo tan dramático que
vivimos?”1
La Eucaristía es necesaria para vivir, es imprescindible para la vida, con o sin
confinamiento. Desde que se inició la pandemia, muchos no hemos faltado a la Misa
diaria, en las parroquias y a través de las redes sociales. Hemos hecho la experiencia de
sentirnos necesitados, que nuestra vida depende de la Eucaristía.
Esto nos anima a compartir con ustedes algunas reflexiones y experiencias sobre la
Eucaristía, en la vida de la Iglesia y en la vida de cada uno de nosotros. Porque “la Iglesia
ahora más que nunca tiene que permanecer de parte del hombre desde Dios, atendiendo
especialmente a los que sufren, a los que estén enfermos, a quien necesite los tesoros de
ella para vivir su enfermedad o su preparación para el cielo. La Iglesia ahora más que
nunca tiene que seguir en primera línea de batalla”. 2
La experiencia cotidiana de los cristianos de a pie, en el colectivo, en el trabajo, en
sus hogares y parroquias, es la de un tiempo único, nunca vivido antes, en el que está
involucrada toda la humanidad. Es un tiempo, ya más de un año, al que llamamos
“momento histórico”, donde la creatividad ha llegado a límites insospechados, y así no
pudimos alejarnos del centro de la vida cristiana: la Eucaristía.
En el camino, como siempre, nos acompaña, el Peregrino de Emaús. Nosotros, sus
discípulos, vamos caminando en esta realidad de distintas maneras, muchas veces solos,
otras veces junto con otros, y, aunque nos desanimamos porque el horizonte se nos
pinta oscuro, no nos dejamos caer. Con tristeza vemos que muchos caminan solos en su
ancianidad, enfermos y algunos agonizando.
“El coronavirus, como una tormenta nos sorprendió a todos, cambiando la vida familiar,
el trabajo y las actividades públicas y dejando a su paso muerte, penurias económicas y
distancia de la Eucaristía y de los sacramentos. Esta dramática situación, desenmascarando
la vulnerabilidad del hombre, su inconsistencia y su necesidad de redención y que,
cuestionando tantas certezas en la base de nuestras vidas, nos ha colocado ante
"interrogativos fundamentales sobre la felicidad" y "sobre el tesoro de nuestra fe
cristiana".”3

1
Una necesidad vital. Conferencia Episcopal Argentina. 1 junio 2021
2
https://www.diocesisdecordoba.com/media/2020/11/iec716.pdf
3
Papa Francisco, solemne oración del 27 de marzo 2020 en la Plaza de San Pedro.
La pandemia no cede, hasta parece que retrocedemos, y recordamos otros
tiempos, diciendo “cuando éramos libres”, porque nos sentimos esclavos de esta
situación. Pero para nuestro bien, se nos presenta este “desconocido”, un Peregrino que
parece no saber nada de lo que nos pasa. Ese Peregrino es el propio Jesús que los
reconocemos en el relato de Los discípulos de Emaús 4.
En el contexto de esta solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesús y los
acontecimientos que están sucediendo, la Palabra nos sale al encuentro:
“Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado
a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.
Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el
camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le
respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!».
«¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue
un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo
nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo
crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya
van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con
nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el
cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les había aparecido unos ángeles, asegurándoles
que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las
mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron».
Jesús les dijo: « ¡Hombres duros de entendimiento, ¡cómo les cuesta creer todo lo que
anunciaron los profetas! ¿No será necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para
entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras lo que
se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adónde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El
entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego
lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él
había desaparecido de su vista. Y se decían: « ¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras
nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?».
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí
encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es
verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que
les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.” (Lc 24, 13-35)
Hace muchas semanas que no celebramos en condiciones normales. Para algunos
la eucaristía simplemente desapareció del horizonte, sin mayor ruido, y para otros es
una necesidad difícil de reemplazar. Algunos se las han arreglado siguiendo algunas
celebraciones on-line, dentro de un catálogo cada vez más amplio y diverso. Por eso nos
preguntamos, ¿no será ésta una oportunidad para retomar al sentido profundo de esta
celebración que quizás hemos ido reduciendo a un simple rito vacío?
Hoy celebramos el Sacramento del Amor y de la Entrega hasta la muerte y muerte
en cruz. Nos alegramos de que no estamos solos porque el Resucitado se quiso quedar

4
Lc 24,13-35
con nosotros y en nosotros, en los sencillos y simples signos de “pan y vino” que
podemos encontrar en todas las mesas. Signos pequeños y sensibles, donde se esconde
la presencia del Dios Vivo, el Alfa y la Omega. El pan y el vino que sirven de alimento y
que después, ya consagrados, se transforman en alimento para el alma.
Alimento que nos da la Vida, las fuerzas, que aumenta la fe, la esperanza y el amor;
alimento que nos anima a caminar, a salir de nosotros mismos y abrirnos a los
hermanos; alimento que nos une a la Iglesia y nos transforma en discípulos misioneros;
alimento que hacer arder nuestro corazón porque es el propio Jesús Resucitado que
camina con nosotros.
Mientras conversamos y discutimos de todo lo que nos sucede, Jesús está a
nuestro lado, pero no se nos muestra en su humanidad sino en un simple trozo de pan.
Él está verdadera y realmente presente en la Hostia Consagrada; está ahí, en silencio
esperando que nos sentemos a la mesa, a su mesa.
“La Eucaristía no es un simple recuerdo, sino un hecho; es la Pascua del Señor que se
renueva por nosotros. En la Misa, la muerte y la resurrección de Jesús están frente a
nosotros. Hagan esto en memoria mía: reúnanse y como comunidad, como pueblo, celebren
la Eucaristía para que se acuerden de mí. No podemos prescindir de ella, es el memorial de
Dios. Y sana nuestra memoria herida”5
Surge entonces la pregunta: “¿Qué comentaban por el camino?”. Jesús, quiere
escuchar nuestras angustias y desalientos, quiere que le contemos qué nos pasa, qué o
en quién esperábamos, dónde teníamos puesta nuestra esperanza…
Nos está acompañando en este momento histórico, como Iglesia, así tal como
somos, y nos alimenta en la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía.
“Nos gustaría volver atrás y cambiar el pasado, pero no se puede. Sin embargo –dice el
Papa Francisco– Dios puede curar estas heridas, infundiendo en nuestra memoria un amor
más grande: el suyo. La Eucaristía nos trae el amor fiel del Padre, que cura nuestra
orfandad. Nos da el amor de Jesús, que transformó una tumba de punto de llegada en
punto de partida, y que de la misma manera puede cambiar nuestras vidas”.
“La Eucaristía nos comunica el amor del Espíritu Santo, que consuela, porque nunca deja
solo a nadie, y cura las heridas”
Cuando celebramos la Eucaristía6, realizamos el mandamiento que nos dejó en la
Ultima Cena, “Hagan esto en memoria mía” 7, y nos sentamos a la mesa con el Peregrino
de Emaús, que nos explica las Escrituras y parte para nosotros el Pan. Cuando
escuchamos su Palabra proclamada por los hermanos, cuando oramos juntos con el que
preside la celebración, cuando recibimos el Pan partido y compartido, ¿arde nuestro
corazón?...
¿Arde nuestro corazón?

5
Papa Francisco, Homilía Solemnidad de Corpus Christi, 2020.
6
En griego “acción de gracias”.
7
Lc 22,19
SALMO 63
1 Salmo de David. Cuando estaba en el desierto de Judá.
2 Oh Dios, tú eres mi Dios, yo te busco ardientemente;
mi alma tiene sed de ti,
por ti suspira mi carne
como tierra sedienta, reseca y sin agua.

¿Arde nuestro corazón?


SALMO 23
1 Salmo de David.
El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar.
2 El me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
3 y repara mis fuerzas;
me guía por el recto sendero,
por amor de su Nombre.

Al realizar el mandato que el mismo Jesús nos dejó “Hagan esto en memoria mía”,
nos unimos en la Comunión de los Santos, esta realidad mistérica se realiza durante la
celebración. Nos unimos a nuestros queridos difuntos y a todos los santos. Todos juntos
cantamos “Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo, Bendito el que viene en
nombre del Señor, hosanna”. Porque unidos a Cristo nunca estamos solos, sino que
formamos un solo Cuerpo, del cual Él es la Cabeza.
El sentido esencial de la Eucaristía no está en el rito piadoso que hacemos quizá
por obligación, no. La verdadera celebración de la “Cena Del Señor” es la que va
convirtiendo nuestra vida en Eucaristía, en pan partido que se parte, para que el mundo
tenga vida; es esa experiencia que va haciendo de nuestra vida un camino comunitario,
una celebración y una entrega sin límites, aún en momentos de extrema fragilidad.
Muchas veces se nos relata en las Escrituras que Jesús y los apóstoles rezaban,
cantaban y hasta bailaban los salmos y cantos religiosos en las fiestas de la Pascua, de la
Dedicación del Templo, en la Fiesta de las Tiendas; daban gloria al Padre, celebraban las
maravillas que hizo en y por su Pueblo. También nosotros, cuando celebramos la
Eucaristía, cantamos y hacemos fiesta por las maravillas que el Padre Dios hizo por
nosotros al resucitar a Jesús, y su Espíritu Santo baila en nuestro corazón cuando arde
porque reconocemos a Jesús Resucitado; nuestro corazón arde de amor porque nos
sabemos salvados y resucitados con Él. La muerte ya no tiene la última palabra, ¡la
pandemia no tiene la última palabra! Él es el Camino, la Verdad y la Vida de cada ser
humano y ya estamos sentados a la derecha del Padre junto con nuestro Hermano
Jesús.
"La presencia del Señor Resucitado en su Palabra y en la celebración eucarística nos
dará la fuerza necesaria para afrontar los difíciles problemas que nos esperan después de la
crisis". Y a toda la humanidad como Jesús a los discípulos de Emaús repite, como signo de
esperanza para el futuro: "¡No tengan miedo! Yo he vencido a la muerte".
“La Eucaristía quita en nosotros el hambre por las cosas y enciende el deseo de servir.
Nos levanta de nuestro cómodo sedentarismo y nos recuerda que no somos solamente
bocas que alimentar, sino también sus manos para alimentar a nuestro prójimo. Es urgente
que ahora nos hagamos cargo de los que tienen hambre de comida y de dignidad, de los que
no tienen trabajo y luchan por salir adelante. Y hacerlo de manera concreta, como concreto
es el Pan que Jesús nos da. Hace falta una cercanía verdadera, hacen falta auténticas
cadenas de solidaridad. Jesús en la Eucaristía se hace cercano a nosotros, ¡no dejemos solos
a quienes están cerca de nosotros!”.8

8
Papa Francisco, Homilía Solemnidad de Corpus Christi, 2020.

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