0% encontró este documento útil (0 votos)
579 vistas6 páginas

Crítica a la comunicación en América Latina

Este documento resume la evolución intelectual y política del autor y la revista "Comunicación y cultura" sobre temas de comunicación y cultura en América Latina desde la década de 1970. Discuten el desmoronamiento de las concepciones científicas dominantes y la participación de las ideas en los acontecimientos sociopolíticos dramáticos en la región. La revista abordó estos cambios intelectuales y políticos desde Chile, Argentina y México, donde los directores se vieron obligados a emigrar debido a golpes
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
579 vistas6 páginas

Crítica a la comunicación en América Latina

Este documento resume la evolución intelectual y política del autor y la revista "Comunicación y cultura" sobre temas de comunicación y cultura en América Latina desde la década de 1970. Discuten el desmoronamiento de las concepciones científicas dominantes y la participación de las ideas en los acontecimientos sociopolíticos dramáticos en la región. La revista abordó estos cambios intelectuales y políticos desde Chile, Argentina y México, donde los directores se vieron obligados a emigrar debido a golpes
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 6

Un proyecto

de comunicación/ cultura
Héctor Schmucler •

En los últimos tiempos se han ido desmoronando muchos de los edificios in te- -
lectuales que hasta poco antes imaginábamos perdurables, cuando no defi-
nitivos. Historia colectiva y saberes individuales se combinaron para cons-
truir esta nueva lucidez crítica, de cuyo cuestionamiento no escaparon los te-
mas vinculados a la comunicación y la cultura. En el número 3 de esta revis- _
ta, hace ya diez años, sosteníamos con Armand Mattelart que "resulta
estrecho considerar exclusivamente los fenómenos localizados en el clásico
esquema emisor-canal-receptor para entender la significación que ad-
quieren los 'mensajes' que circundan al hombre". En aquellos momentos, la
llamada ciencia de la comunicación imponía su soberbia con diversos ropa-
jes. Algunos atuendos ya mostraban arrugas: estadísticas, modelos ciberné-
ticos, análisis de contenidos manifiestos; otros tenían el encanto de la moda
reciente: formalizaciones semiológicas, teoría de las ideologías, análisis
automático del discurso. Los partidarios de uno y otro campo establecían
precisos antagonismos que a veces dieron lugar a disputas apasionadas. No-
sotros también estábamos en ese juego que parecía tener como apuesta la
conquista de la verdad.
Para los que negaban el funcionalismo dominante, el auténtico conoci-
miento tenía otro rostro: la materialidad del lenguaje, la materialidad de las
ideas, las estructuras de significación que se ocultaban bajo la superficie del
discurso y que debían ser develadas de manera implacable. Aquello, lo otro,
era ideológico: construcción falsa de las apariencias del mundo; esto, lo pro-
pio, era la realidad sustantiva, profunda, descubierta a través de las trampas
sembradas por la ilusión de transparencia que ofrecían las cosas. La ciencia
del funcionalismo era un simulacro; la sustentada en el materialismo, se
decía, representaba la realidad objetiva. Apenas si sospechábamos entonces,
al menos en América Latina, que no era cuestión de predicados, sino que lo que
estaba tambaleando en el mundo entero era el concepto mismo de ciencia.
• Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México.

3
4 Comunicación y cultura

En el Cono Sur, lugar geográfico donde crecían nuestras reflexiones, las


ideas se encarnaban en hechos sociopolíticos con consecuencias dramáticas.
En 1973 un golpe militar terminaba con el gobierno de la Unidad Popular en
Chile y la muerte de Salvador Allende se convirtió en el símbolo de un fraca-
so. Seis años antes, en Bolivia, la agonía del Che Cuevara desencadenaba in-
terrogantes irresueltos hasta hoy. Cuando en 1974 señalábamos nuestra sos-
pecha sobre los límites de algunas concepciones teóricas, en Argentina se
entretejían los hilos de una tragedia que tendría un momento destacado en
marzo de 1976. Las ideas, en algunos países de América Latina, no sólo se
configuraban en un espacio histórico que le servía de marco, sino que eran
partícipes de los acontecimientos. La "teoría de la dependencia", además de
un esquema interpretativo de la realidad, fue, en algunas circunstancias, la
matriz sobre la que se montaron acciones concretas. Althusser, en América
Latina, no era sólo tema de tesis universitarias y polémicas académicas: ins-
piraba, especialmente a través de sus epígonos, modelos de prácticas
políticas. Algunos libros de Regís Debray habían superado los muros de la
Ecole Normale y solían alojarse en la mochila de algún guerrillero. La teoría
no pasaba a través, sino que estaba en el drama.
Fueron años de confuso aprendizaje. Denunciábamos, y con razón, el uso
que se pretendía hacer de los medios masivos como instrumentos al servicio
de un modelo de-desarrollo inspirado en las universidades norteamericanas
que, de paso, impediría la expansión de las acciones insurgentes de los
pueblos latinoamericanos. Señalábamos que la proliferación de facultades y
escuelas consagradas al ideal de "la comunicación para el desarrollo", en~
marcadas en proyectos como la Revolución Verde o la Alianza para el
Progreso, facilitaba la vinculación de América Latina a los intereses hemisfé-
ricos de Estados Unidos. En nombre de la ciencia, se expandía una cultura
que consagraba la dominación. La ciencia de la comunicación rebautizaba
el nombre de institutos de enseñanza superior que antes se denominaban "de
periodismo" o que se aceptaban como 1ugares de educación en técnicas infor-
mativas. Una bibliografía generosamente distribuida por todos los países
insistía en el mérito de lo científico en reemplazo de lo que hasta entonces era
mero arte, oficio. Los doctos en comunicación podrían llamarse comunicó-
logos. En el seno de la institución universitaria, la. ciencia igualaba
jerarquías: las modestas escuelas pasaban a ser facultades. La ciencia conso-
lidaba la autenticidad de los conocimientos, volvía indiscutibles las opiniones
de quienes ejercían la profesión (porque ya no eran simples opiniones) e
imponía una exigencia soberana: la investigación. Investigar fue el fantasma
que habitó los sueños de dignidad científica en los estudios de comunicación.
Obsesión y tormento. La ecuación era simple: la verdad se alcanza única-
mente con la ciencia y la,ciencia es sinónimo de investigación. Sólo era nece-
sario difundir la llave maestra que abría el camino regio: el método. Los pro-
gramas de enseñanza incluyeron, en consecuencia, la "metodología de la in-
vestigación científica".
Funcionalistas o no, casi todos invocaban una verdad científica y cual-
Schmucler 5

quier heterodoxia metodológica estimulaba las iras de laicos sacerdotes del


saber. Para la ciencia funcionalista el dato cuantitativo era la realidad en sí.
Desde otro bando se denunciaba la falacia: la realidad, justamente, está disi-
mulada por esa apariencia de realidad. La ciencia, la verdadera, era la que
podía atravesar la opacidad del sentido común para descubrir las leyes
estructurales que rigen los procesos naturales, sociales o históricos. Si se
cometían errores, eran producto de la falta de destreza de los seres humanos
que no atinaban a derribar las barreras levantadas por el episteme. Pero la
ciencia estaba allí, definitiva, para arrancar las verdades que el mundo se
resistía a mostrar. Lo importante era descubrir cómo interrogar; el qué no
ofrecía dificultades. Al do Gargani apunta con agudeza: "El drama religioso
de la racionalidad moderna consistió, por lo tanto, en plantearse como mani-
festación o evangelio de una verdad que traduce un mundo en que toda cosa
está lógicamente decidida y nada, o casi nada, es dejado a los procesos cons-
tructivos del saber. Un rasgo esencial de la racionalidao tradicional fue la
tendencia a inscribir la investigación sobre el fondo de una escena intelectual
en que para cada pregunta está ya predispuesta simétricamente la respuesta"
(Crisis de la razón, Siglo XXI). En aquellos años tal vez no teníamos suficiente
conciencia de que el derrumbe de esa racionalidad había comenzado desde
hacía mucho. La "crisis de la razón" movilizaba a algunos sectores del pensa-
miento europeo. En América Latina, algunas certezas se teñían con la sangre
de quienes las postulaban. Sangre que no era simbólica, que no sólo se derra-
maba en proclamas encendidas. Fue más desprolija esta experiencia latino-
americana, donde habitaba la muerte. Pero no demasiado distinta de la que
se padecía en los claustros académicos o en los recintos políticos del otro mun-
do, al que la metáfora biológica llama desarrollado.
Comunicación y cultura participó del estremecimiento intelectual y
político. Su vida chilena apenas si alcanzó al primer número. La etapa poste-
rior, en Buenos Aires, se extendió hasta el número cinco. Los que siguieron,
incluido este número 12, se editaron en México. Unodelosdirectoresviveen
Franéia desde 1973, obligado a salir de Chile después del golpe de estado. El
otro tuvo que abandonar su país, Argentina, en 1976, y se radicó en México.
La política determinó una especie de diáspora que significa desgarramien-
tos, pérdidas, nostalgia infinita; el cuestionamiento intelectual fue marcan-
do su presencia en las sucesivas entregas de la revista. No es mérito que pueda
personificarse el que sus páginas permitan recorrer una de las historias, tal
vez la más compleja, de los estudios vinculados a la comunicación en Améri-
ca Latina.
Hoy ya creemos saber algunas cosas y a partir de ellas imaginamos un lugar
posible para Comunicación y cultura. Ya lejos, y seguramente con otras reso-
nancias, podríamos repetir algunos de los objetivos que señalábamos en
1973, en el número uno de la revista: "deben emerger una nueva teoría y una
nueva práctica de la comunicación que, en definitiva, se confundirá con un
nuevo modo total de producir la vida hasta en los áspectos más íntimos.de la
cotidianidad humana". Hoy ya sabemos que no existe una verdad, previa a
6 Comunicación y cultura

nuestro conocimiento, que está esperando ser revelada; que el conocimiento


es un proceso de construcción y no de descubrimiento. Hemos aprendido que
las realidades son infinitamente más complejas que las anunciadas por algu-
nas matrices teóricas. El individuo, la subjetividad, no es sólo una conse-
cuencia: es componente decisivo que actúa en condiciones físico-naturales
cuyo funcionamiento también admite el azar y lo imprevisible. Hemos
aprendido a reconocernos como seres humanos cuyos deseos y placeres están
en el origen de sus acciones (incluidas las colectivas). Estamos aprendiendo a
no ruborizarnos cuando empleamos la palabra felicidad o amor; cuando
declaramos que los seres humanos no deberían estar después, sino antes de los
modelos sociales y económicos que se proponen en la actualidad.
Fuimos aprendiendo, también, que ideas como las que hemos anotado no
son simples votos piadosos. Por el contrario, constituyen el motor de cual-
quier acción contemporánea que intente superar la crisis de esta civilización
que creía avanzar hacia algo y que parece lanzada a la destrucción, a la nada.
Una civilización (no la civilización) mercantil, productivista, tecnocrática,
ubicada en occidente y oriente, capitalista y socialista, que tiene horror al
vacío que nos amenaza y que lo niega con hipótesis tranquilizantes. Civiliza-
ción del optimismo resignado: ante lo inevitable no tiene sentido la resisten-
cia porque esto inevitable es lo único posible, es la realización legítima de le-
yes inexorables. Aceptar y, en todo caso, adaptar. El posibilismo como
filosofía de la sensatez.
Algunos, en cambio, creemos que se trata de una encrucijada. Que existe
más de un camino y que lo único que ocurre es que los siglos recientes han ido
orientando nuestra mirada para que podamos ver sólo uno. Pensando en co-
sas semejantes, Edgard Morin ha sabido resumir un curso deseable de ac-
ción: "Debemos resistir a la nada. Debemos resistir a las formidables fuerzas
de regresión y de muerte. En todas las hipótesis, es preciso resistir. El porve-
nir ya no es la fulgurante marcha adelante, o, más bien, hay que resistir tam-
bién a la fulgurante marcha adelante de las amenazas de sometimiento y
destrucción. Más ampliamente, desde hoy debemos, tenemos que resistir sin
cesar a la mentira, al error, a la salvación, a la resignación, a la ideología, a la
tecnocracia, a la burocracia, a la dominación, a la explotación, a la cruel-
dad. Más aún, debemos prepararnos para nuevas opresiones, es decir para
nuevas resistencias. ( ... )Todo puede comenzar desde no se sabe dónde, todo
debe comenzar desde todas partes, por varios extremos, es preciso que se ope-
ren varios comienzos a la vez, se sincronicen, se sinergicen, hagan remoli-
no ... ( ... ) Preparémonos para la irremediable derrota. Aunque deseemos
sobre todas las cosas ver el cese de la humillación, el desptecio, la mentira, ya
no tenemos necesidad de certidumbre de victoria para continuar la lucha.
Las verdades exigentes prescinden de la victoria y resisten para resistir.
Pero preparémonos también para las liberaciones, incluso efímeras, para
las divinas sorpresas, para los nuevos éxtasis de la historia ... " (Para salir del
siglo XX, ed. Kairós).
Schmucler 7

Hasta aquí hemos llegado. Un proyecto de comunicación/cultura no


podría continuar sin asumir esta lacerante conciencia. Para empezar,
deberíamos establecer, conceptualmente, una barra entre los dos términos-
(comunicación, cultura) que ahora articulan y destacan sus diferencias con
una cópula. La barra (comunicación/cultura) genera una fusión tensa entre
elementos distintos de un mismo campo semántico. El cambio entre la cópu-
la y la barra no es insignificante. La cópula, alimponer la relación, afirma la
lejanía. La barra acepta la distinción, pero anuncia la imposibilidad de un
tratamiento por separado. A partir de esta decisión, y con todo lo ya acumu-
lado, deberíamos construir un nuevo espacio teórico, una nueva manera de
entender y de estimular prácticas sociales, colectivas o individuales. No es_
poco lo que ya se ha avanzado: en las páginas de Comunicación y cultura se
podrían reconocer trabajos rigurosos que insinúan este rumbo; autores del
mundo entero ya han aportadó reflexiones iluminadoras.
Venimos de un obstinado fracaso: definir la comunicación. En consecuen-
cia, siempre resulta problemático establecer el campo específico en donde se
incluyen los hechos que nos proponemos analizar. Por supuesto que existen
definiciones. Pero normalmente deben acudir a generalidades tan vastas que
abarcan el universo de lo posible: todo es comunicación. El concepto de co-
municación, así, carga la culpa del racionalismo que intenta formular leyes
únicas para explicar el funcionamiento de fenómenos plurales. La yersión ci-
bernética de retroalimentación está en el centro de esta corriente explicativa
que totaliza su visión en la teoría de sistemas. Todo se comunica, quiere de-
cir, estrictamente, que todo se autorregula, que todo tiende a un fin. (Falta
aún una historia que vincule la construcción de los conceptos de comunica-
ción y energía, que reemplazan a la "causa primera" en la metafísica moder-
na.)
El estudio de la comunicación se convierte, con frecuencia, en el aprendi-
zaje del uso de instrumentos o en la evaluación de las consecuencias del uso de
determinadas tecnologías. En uno u otro caso, el instrumento aparece como
un mediador más o menos neutro. Hay una historia de los usos de algunas téc-
nicas; hay otra historia; la de la técnica, que se muestra como un proceso de
evolución natural, condicionado, en todo caso, por otros hechos científico-
técnicos. Uso e instrumento suelen mostrarse como realidades aisladas,
cuando no son más que momentos indisociable~ de un mismo fenómeno.
La razón tecnocrática, meramente in..<;trumental, encuentra su negación
en la versión ontológica-moral de la comunicación, consagrada desde sus
orígenes: comu!licarescomulgar. Másalládesuconnotación religiosa, la ac-
ción comunicativa es un hecho ético, es decir, político, no instrumental. Ha-
bermas subraya la diferencia: "La acción estratégica se distingue de la ac-
ción comunicativa, que tiene lugar bajo tradiciones compartidas, en que la
decisión entre posibilidades alternativas de elección puede y tiene que to-
marse de forma fundamentalmente monológica, es decir, sin un entendi-
miento ad hoc, ya que las reglas de preferencia y las máximas que resultan
vinculantes para cada uno de los actores vienen ajustadas de antemano"
8 Comunicaciónycultura

(Ciencia y técnica como "ideología", ed. Tecnos). La perspectiva de la


comunicación/cultura asume los problemas de la eticidad, "que sólo pueden
surgir en el contexto de la comunicación entre actores y de una intersubjetivi-
dad que sólo se forma sobre la base siempre amenazada del reconocimiento
recíproco" (Habermas, id.).
Desde aquí deberíamos reiniciar el camino: estimular algunas tendencias
vigentes, cuestionar otras, superar (negar) la mayor parte. Muchas pregun-
tas, por lo tanto, deberían ser alteradas. Lo queestáencuestiónesel qué y no
sólo el cómo. No se trata de describir apartándonos, sino de construir un sa-
- ber que nos incluya, que no podría dejar de incluirnos. La relación
comunicaciém/ cultura es un salto teórico que presupone el peligro de despla-
zar las fronteras. Pero, justamente, de eso se trata: de establecer nuevos
límites, de definir nuevos espacios de contacto, nuevas síntesis. En vez de in-
sistir en uná especialización reductora, se propone una complejidad que
enriquezca. Nada tiene que ver esto con la llamada interdisciplinariedad
que, aún con las mejores intenciones, sólo consagra saberes puntuales. Se
pretende lo contrario: hacer estallar los frágiles contornos de las disciplinas
para que las jerarquías se disuelvan. La comunicación no es todo, pero debe
ser hablada desde todas partes; debe dejar de ser un objeto constituido, para
ser un objetivo a lograr. Desde la cultura, desde ese mundo de símbolos que
los seres humanos elaboran con sus actos materiales y espirituales, la comuni-
cación tendrá sentido transferible a la vida cotidiana.

También podría gustarte