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Machaqruna 2

El documento cuenta la historia de Sayani, un niño de Cusco que se desmayó mientras jugaba y fue llevado a un hospital en Lima donde le diagnosticaron un problema cardíaco que requería cirugía. En el hospital se sentía solo hasta que conoció a un grupo de jóvenes que se reunían secretamente por las noches y empezó a interactuar con ellos.
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Machaqruna 2

El documento cuenta la historia de Sayani, un niño de Cusco que se desmayó mientras jugaba y fue llevado a un hospital en Lima donde le diagnosticaron un problema cardíaco que requería cirugía. En el hospital se sentía solo hasta que conoció a un grupo de jóvenes que se reunían secretamente por las noches y empezó a interactuar con ellos.
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Machaqruna

LUMINISCENCIAS
LATENTES
A la memoria de quien más ha demostrado
quererme en esta vida, a mi padre Dalmecio
Amau.

A la memoria del Dr. José Nieto quien,


incansablemente, desempeñó su heroica labor
hasta el final.

De no ser por ellos, hoy no podría contarles


esta pequeña historia.
«Hay hombres que luchan un día y son buenos.

Hay otros que luchan un año y son mejores.

Hay quienes luchan muchos años y son muy


buenos. Pero hay los que luchan toda la vida.
Esos son los imprescindibles».

Bertolt
Brecht
Se escuchaban pasos y voces que
sollozaban en el interior. Sayani no entendía lo
que pasaba, la última imagen grabada en su
memoria era estar jugando con sus hermanos en
la calle.
—¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?
—Tranquilo, Sayani. Todo va a estar bien.
—Dijo su madre con voz llorosa.
Él seguía sin entender que había pasado,
estaba recostado en una cama y su madre
sentada en un pequeño sillón al lado suyo.
Claramente, no era su casa. Algo había pasado
y aún no sabía qué… Se sentía muy extenuado
y cayó rendido en un sueño profundo,
deseando poder esclarecer sus ideas al
despertar.
—Señora, venga, por favor, hay algo que
tiene que saber sobre la situación de su hijo.
—¿Qué es lo que sucede, doctor?
—Presenta problemas en el corazón; la
válvula mitral está destrozada, provocando la
regurgitación de sangre del ventrículo izquierdo al
derecho, lo que tiene como consecuencia la
dilatación de sus aurícul…
—Doctor, no lo entiendo —interrumpió
abruptamente— ¿Es muy grave lo que tiene?
—Necesita una intervención quirúrgica lo
más pronto posible.
El cardiólogo explicó también que, debido
a este problema, Sayani se había desmayado
jugando, lo que produjo una falta de oxígeno
en su cuerpo, a causa de la agitación.
Quedó destrozada, no podía creerlo y no
imaginaba como lo iba a tomar su hijo.
—Madre, ¿por qué lloras? —preguntó Sayani,
intentando abrazarla—. ¿Qué ha pasado?
—Sigue durmiendo, te contaré mañana.
—¡No puedo dormir si estás llorando de
esa manera! —exclamó con un leve tono de
preocupación—. ¿Qué pasó? ¿Dónde estamos?
¿Por qué no estamos en nuestra casa?
—Estamos en el hospital, te desmayaste
mientras jugabas con tus hermanos.
—¿Desmayarme?... Entonces eso pasó, no
puedo recordar mucho. No podremos ir a casa
por ahora, ¿verdad?
La madre no podía contener el llanto y él no
entendía por qué ella sufría tanto, si solo era un
desmayo; incluso sentía que se encontraba
mejor. A la mañana siguiente, ella amaneció
dormida en el sillón, junto a su cama. Él se
despertó temprano y fue a sentarse a su lado.
—Madre, ¿te sientes mejor?
Sayani tomó sus manos queriendo
transmitirle calma.
—Verás que hoy me dan de alta e iremos a
casa, no volveré a desmayarme, te lo aseguro.
—Hay algo que aún no te he dicho, te
desmayaste porque tienes problemas en el
corazón…
—¿En el corazón? —quedó pasmado—.
¡No es posible, nunca antes tuve algún síntoma!
No lo comprendo...
—Eso fue lo que me dijo el cardiólogo
ayer, necesitas una operación lo más pronto
posible...
Sayani percibió que la voz de su madre se
quebró al decir aquello, ahora entendía porque
lloraba incesablemente el día anterior, estaba
desconcertado; sin embargo, rápidamente, aparentó
estar sereno para no intranquilizarla aún más.
—Todo va a estar bien, no te preocupes —
aseguró—. ¿Ya avisaste a mis hermanos?
—Sí, ellos ya saben, vendrán luego a
visitarte.

Toda su familia ya había asimilado la


noticia y sabían que era necesario viajar a Lima
porque en Cusco no realizaban ese tipo de
operaciones. Entonces, Sayani viajaría con su
madre, dejando a sus hermanos menores a cargo
de su padre. Y así fue.
Tramitaron toda la documentación de
traslado para que Sayani sea internado en el
Hospital Dos de Mayo, uno de los más grandes
del Perú, cuya estructura se asemeja a una
pequeña metrópoli, que acoge a pacientes de
todas las regiones, haciendo de este un lugar
pluricultural «todas las sangres», como decía
Arguedas, en un común nosocomio.
Llegó el día de partir y como en toda
despedida, las lágrimas no faltaron. Todos
presentían un futuro aciago, en el cual todo
podía pasar. Sus hermanos temían no poder
verlo de nuevo (sensación que no podían
expresar para evitar angustiar mucho más a
Sayani), pero, ¿cómo es posible experimentar
tal miedo y no poder exteriorizarlo para no
causar más preocupación a un ser amado?
Todo se redujo a una cálida despedida, con
pocas palabras y muchos abrazos que
fortalecieron su espíritu. Aunque lo más
doloroso de presenciar, fue la manera en la que
sus hermanos se despedían de su madre. No es
justo para ellos —pensó—, pero poco o nada
podía hacer aquel momento para impedir que
su madre dejara al resto de su familia.
—Estarás bien. Lo sé —una vocecita cargada
de seguridad y esperanza irrumpió sus
pensamientos—. Estarás bien.
Grabó aquel último momento en su
memoria, no entendía y no quería entender,
como las simples palabras de su hermana
menor, podían tranquilizarlo de gran manera.

***

Llegaron a la capital, donde solo tenían a


dos familiares, pero vivían muy lejos del
hospital, lo que implicaba mucho trajín a su
madre, quien al estar en una ciudad tan grande
y agitada, se sentía mucho más presionada y
agobiada de lo normal.
Por otro lado, Sayani se sentía sólo; en la
habitación donde se encontraba, únicamente
había pacientes mayores, quienes tenían
interminables visitas, lo cual era lógico, por los
tantos hijos y nietos que tenían; el resto del día,
se la pasaban descansando y ensimismados en
sus pensamientos, el mismo ambiente frío y
pálido lo dejaba sin ganas de una conversación
con ellos.
Cuando su madre lo visitaba, solían caminar
por los alrededores de la rotonda del hospital, ya
que esto le ayudaba a olvidar aquella soledad que
lo invadía; se distraía viendo a las personas, veía
como algunas visitas infiltraban comida que no era
permitida para algunos pacientes, usualmente lo
comparaba con un centro penitenciario… Seguía
sin entender cómo era posible poder librar el
control de la seguridad del hospital. Recordó
entonces, que uno de esos días, pudo observar
como una enfermera regañaba a un paciente por
estar comiendo frituras que no se encontraban en
los dispensadores del hospital. A lo mejor la
seguridad no era tan buena como creía.
Veía a familias completas reunirse en bancas,
llorando; pero al menos están juntos —pensaba—.
Eran innumerables situaciones que alimentaban su
dolor.
—¿Cuántas familias crees que estén en una
situación como la nuestra? —preguntó Sayani, con
un tono fingido de alborozo—. Quizá nos
encontremos con algunos paisanos aquí.
—De seguro hay muchos. ¿Quieres hacer
amigos?
—Sería maravilloso. Desearía jugar fútbol
cuando se acabe la hora de visita —dijo,
sarcásticamente.

***

La habitación de Sayani tenía una ventana


que daba hacia la rotonda por donde solía pasear
y se quedaba mirándola por horas pensando si
volvería a caminar por las frías calles de su
ciudad o si la vista que tenía sería lo más
cercano a aquellos recuerdos que inundaban su
memoria.
Una de esas noches, mientras se desvelaba
mirando por la ventana, notó que varios jóvenes
se juntaban en el medio de la rotonda, hecho
que le generó curiosidad; puesto que, como le
había dicho a su madre, quería hacer amigos, y
ellos parecían pasarla bien, contrastando
gratamente con el ambiente del hospital; pero
aún era muy tímido. Solo se quedó
observándolos por varios minutos con la
esperanza de que ellos notaran que los
observaba y, quizás así, lo invitaran a participar
de sus reuniones; pero fue en vano. Después de
unos minutos se fueron por las mismas
direcciones por las que llegaron.
Quedó intrigado, tenía muchas preguntas:
¿quiénes eran?, ¿por qué se juntaban?, ¿se
volverían a juntar? Esperó a que llegase la
noche y se asomó a la ventana esperando verlos
de nuevo, sin éxito alguno.
Pasaron varios días hasta que una tarde,
cuando se despedía de su madre, se quedó
sentado en una de las bancas de la rotonda,
hasta que esta quedó vacía. Cuando quiso volver
a su habitación, una joven se acercó a él.
—Hola, ¿de dónde eres? —preguntó con
familiaridad, sentándose a su lado.
—De Cusco —respondió inmediatamente, con
recelo, girando hacia ella.
—¡Qué genial, hace mucho no conocemos a
uno de Cusco! Me llamo Lynn, mucho gusto.
—¿Quiénes? —preguntó con tono suspicaz.
—Ya los conocerás —dijo, con esa
familiaridad que le resultaba inusual a Sayani—.
Bueno me tengo que ir, nos vemos mañana.
—Está bien.
Algo le parecía extraño: ¿por qué no le había
preguntado su nombre?, ¿o ya lo sabía? Y si fuese
así, ¿por qué no lo llamó por este?, ¿a quiénes se
refería cuando mencionó que hace mucho no
conocen a alguien de Cusco? Seguramente hacía
referencia a los jóvenes que vio noches atrás, y que
sí se dieron cuenta que los observaba.
Se quedó con muchas dudas, pero ya era hora
de regresar a su habitación, así que se dirigió a su
cama e intentó dormir.
Despertó en la madrugada, alrededor de la
una, podía escuchar a las enfermeras charlar en
la administración, se levantó para ir al baño que
quedaba al final del corredor. Cuando se
dispuso a entrar, escuchó voces que venían del
exterior, se asomó por la ventana y eran los
mismos jóvenes que había visto con
anterioridad. ¡Lo sabía, la seguridad era
fácilmente franqueable!
No podía distinguirlos con claridad, Sayani
buscó a Lynn, pero no la encontró. Quiso ir, sin
embargo, el miedo era mayor, dio unos cuantos
pasos y pudo observar en la puerta de su habitación
a Lynn, «era ella».
—¿Por qué demoraste tanto? —preguntó,
con esa familiaridad que la caracterizaba—. Te
estamos esperando.
—Hola Lynn —respondió él, con una
sonrisa que no demostraba lo realmente
contento que estaba al verla—. ¿Quiénes me
esperan?, creí que nos veríamos mañana.
—Y así es, son las dos y media de la
madrugada —tomó su la mano y empezó a
caminar—. No tengas miedo, confía en mí.
—Las enfermeras nos llamarán la atención.
—No se darán cuenta, nunca se dan cuenta.
Además será muy rápido.
Esas fueron las últimas palabras que
intercambiaron, bajaron por el ascensor, pasaron
por la rotonda, y se dirigieron hacia la puerta de
emergencia. Sayani divisó a los jóvenes que hace
unos minutos, observaba por la ventana.
—Hola Sayani —dijeron todos al unísono—,
queríamos conocerte.
—Es un poco tímido —dijo Lynn, soltó su
mano y fue con los demás.
Sayani se quedó callado por varios minutos,
¿cómo sabían su nombre?, ¿por qué lo estaban
esperando?
—Parece que está nervioso —dijo uno de
ellos.
—Si son una mafia de trata de personas, les
informo que mi corazón no sirve —intentó
demostrar confianza con una broma espontánea.
Todos soltaron carcajadas y empezaron a
presentarse en lo que parecía ser una especie de
reunión de confraternidad. Cada uno mencionaba
su nombre y la enfermedad por la cual estaban
internados en el hospital.
—Pues creo que me toca, me llamo José y
tengo necrosis en la pierna derecha —lo dijo
con tal calma, que parecía tener una dicha
envidiable y no una enfermedad tan grave—.
Estoy esperando el día de mi operación.
—¿Te amputarán la pierna? —preguntó
Sayani.
—Sí, por ahora solo me calman el dolor, a
veces suele ser muy insoportable —respondió con
una leve sonrisa.
Después de haber escuchado todas las
enfermedades que ellos tenían, ya no se sentía tan
desdichado con su problema en el corazón, debido
a que no presentaba mayores molestias en
comparación con ellos.
—Termino yo —dijo Lynn—, tengo epilepsia,
fui internada por un accidente que tuve durante el
último episodio.
—¿Qué te pasó? —preguntó
inmediatamente, Sayani.
—Nada grave, un auto me arrolló. Ingresé
ayer y en unos días me darán de alta.
Quedó sorprendido por todos los
testimonios que escuchó, pero algo no
terminaba de entender, si Lynn había sido
internada un día antes, ¿cómo fue tan rápido que
conoció al resto de los chicos? Seguro ya se
conocían de antes —pensó—, aun así, le
quedaban muchas dudas.
—Nos vemos más tarde, amigo —dijo
Brad, estrechando su mano— mañana es el gran
día.
—¿A qué te refieres con “gran día”?
—Ya lo verás por ti mismo —Lynn empezó a
caminar—, ven te acompañaré al ascensor.
Sayani no preguntó más y caminó hacia el
ascensor, observando cómo cada uno del resto
de los muchachos tomaban diferentes caminos.
Se sorprendió del tamaño del hospital, ya que
los pacientes tenían pisos designados de
acuerdo a la enfermedad que tenían e incluso
algunos, pabellones propios. En Cusco todo era
completamente diferente, es más, recordaba
que en su habitación había un paciente en
estado vegetal, dos tenían cirrosis y los cuartos
eran pequeños, había un máximo de cuatro
pacientes.
Se despidió de Lynn y subió por el
ascensor. Ya en su cama, intentó dormir, pero
no lo consiguió. Esperaba con ansias
encontrarlos de nuevo y aclarar sus dudas.
A la mañana siguiente, luego de la visita
médica cotidiana, fue llevado al laboratorio de
rayos X y al pasar por unos pasillos, vio a
Miguel —quien tenía un cáncer benigno que
fue, afortunadamente, detectado a tiempo— y
estaba recibiendo sus quimioterapias en el
hospital.
—¡Hey, Sayani, no te olvides de la reunión
de hoy! —exclamó Miguel, con mucho
entusiasmo.
—Hola, Miguel. Sí, ahí nos vemos.
La enfermera que llevaba a Sayani le
preguntó sobre dicha reunión, y él solo dijo que
conversaban y jugaban cartas.
Llegó la hora de visita, vio a su madre y le
contó muy emocionado que había hecho
amigos, pero no dijo más, aunque los chicos no
le dijeron que tenía que mantener en secreto
dichos encuentros, lo asumió así.
Al despedirse de su madre, se quedó
sentado, esperando ver a uno de sus nuevos
amigos. ¿A qué se referían con gran día?,
¿llegaría a formar parte de su grupo?
—Hola, Sayani, ¿nos esperaste mucho
tiempo? —saludó Brad sentándose junto a él—.
Los demás ya están por llegar.
—Hola, Brad. Tranquilo, no, no esperé
mucho tiempo.
Poco a poco llegaba el resto del grupo y
todos parecían estar alegres por aquel encuentro
y aunque ya los conocía sentía que con Lynn, el
ambiente se tornaba más ameno… pero ella no
llegaba y era la única que faltaba.
—¿Viste a Lynn durante el día? —preguntó
José, con algo de temor— Es inusual que ella
demore tanto, siempre es la primera en llegar.
—No la vi —respondió Miguel
inmediatamente—. ¿Crees que haya pasado de
nuevo?
—Esperemos que no...
—Hola chicos, disculpen la demora —
irrumpió Lynn, esbozando una amplia sonrisa—,
mañana me dan de alta y por eso demoré un poco.
—¡Menos mal es mañana!, así podemos
enseñarle a Sayani nuestro secreto —dijo José,
con tono de alivio—. ¿Estás listo?
—Sí, la verdad, esperé este momento con
muchas ansias.
—¡Pues no esperemos más! —Lynn se
encaminó al mausoleo de Daniel Alcides
Carrión—. ¡Vamos!
Todos los chicos empezaron a seguirla,
Sayani aún no sabía lo que le esperaba. No sabía
que esa noche marcaría un hito en su vida. Se
quedaron parados frente al mausoleo, parecía
que esperaban una venia para proseguir con
alguna actividad. Estuvieron en silencio por
varios minutos.
—Sayani, ¿sabes qué significa ser un
héroe? —preguntó Lynn, con mucha seriedad
—. «Él lo fue». dirigiendo su mirada hacia el
mausoleo.
—¿Qué sentimientos te embargaron cuando
supiste que necesitarías una operación del corazón?
—preguntó José—. ¿Qué sintió tu familia?
Sayani se quedó callado y pensó en aquel
fatídico día, las lágrimas rodaban solas por sus
mejillas. Recordaba que la persona que más
sufrió con esa noticia, fue su madre.
—¿Por qué a ti? —preguntó Lynn— ¿qué
pecado estás pagando para recibir tal castigo? Si
hay tantas personas que hacen daño, ¿por qué a ti?
Exactamente eso pensó. No podía parar de
llorar, no entendía nada. ¿Es que aquel encuentro
tenía como fin hacerlo sentir aún más miserable de
lo que ya se sentía? Quiso salir corriendo hacia su
habitación, pero sí, ella tenía razón… se había
hecho las mismas preguntas, si él no había hecho,
ni deseado el mal a nadie ¿por qué a él? Sentía el
derecho de poder cuestionar la justicia y la infinita
bondad de Dios solo por haberle mandado aquella
punición tan cruel.
—Sayani, tranquilo. Todos nos sentimos así
al comienzo —Lynn levantó su mano para
abrazarlo, intentando consolarlo.
Al inicio sentiste que tenías la peor
enfermedad, que quizá nadie podría comprender tu
dolor, ¿verdad? Pero cuando llegaste a este hospital
y empezaste a ver a niños, incluso bebés, con
enfermedades que ni conocías…
—Sí, me sentí bendecido, ya que mi problema
no era tan grave al lado de lo que tenían ellos…
—Fuiste bendecido, amigo —dijo Miguel—,
Lynn sabía que vendrías, ella lo vio hace muchos
meses.
—¿Cómo puede ser posible eso, Lynn? —
preguntó Sayani, secándose las lágrimas—. ¿Eso es
cierto?, ¿puedes ver el futuro?
—Sí, te lo explicará José.
—Vamos a sentarnos, hay muchas cosas
que aún no sabes.
Todos se dirigieron a las bancas. Estaba
más tranquilo, solo quería saber la verdad e
intuía que terminaría mucho más sorprendido de
lo que en un inicio imaginó.
—Sayani, todos nosotros tenemos habilidades
especiales. Nuestras enfermedades o
discapacidades, en realidad son nuestros poderes.
Nos compadecen, nos miran con pena… ya sabes a
qué me refiero, ya lo has podido sentir. Quizá
muchos de ellos solo nos observan
superficialmente, no conocen esta realidad a la que
nos enfrentamos a diario.
Miguel tiene cáncer, la cual es una enfermedad
tan destructiva y degenerativa que creo nadie
desearía padecer. Hace unos años él fue elegido
para ayudar a erradicar la maldad de este planeta,
su cuerpo absorbe las energías negativas que
recorren el mundo, esas que se apoderan de
aquellos que cometen homicidios, robos,
corrupción… todo el mal que te puedas imaginar.
Las personas con cáncer lo absorben, es normal,
cada uno atrae algún tipo de energía de diferente
intensidad, aunque aún no sabemos el porqué. Esta
maldad, en su intento por salir, empieza a destrozar
el cuerpo de la persona que lo contiene. Y muchas
veces desaparece dentro de sus cuerpos y no
ocasiona más daño. Seguramente viste a muchas
personas vencer al cáncer; pero en muchos otros
casos, esta energía contiene tanta maldad, que llega
a consumir totalmente sus vidas… al morir, la
energía se va con ellos. Imagínate todo el bien que
pueden causar estas personas.
José continuó explicando cada una de las
enfermedades que ellos tenían y lo que
realmente significaban, generando así un
ambiente místico y reflexivo. Sayani se perdía
muchos detalles, puesto que mientras oía,
intentaba asimilar todo, pero eran conceptos tan
grandes y confusos para él que la tarea se le
hacía maratónica.

—…Por último, Lynn tiene epilepsia. La


gente la compadece mucho, ellos no se
imaginan lo que es no poder controlarse a ese
nivel, sienten que es una maldición —dijo José
tomando la mano de Lynn— ¿Pero sabes lo que
realmente le pasa cuando tiene esos ataques?
—No, no lo sé.
—Ella puede ver el futuro. Cuando estos
episodios ocurren, ella ve lo que va a pasar: es
tan fuerte la impresión que no lo puede
controlar, entra en una especie de trance. Son
personas tan valiosas… imagínate tener ese
poder. Aunque no siempre lo que ven es bueno,
algunas veces les mortifica ver un desenlace
fatídico en personas que los rodean sin poder
hacer nada por evitarlo.
—¿Es cierto Lynn? —preguntó Sayani.
—Sí, aunque estos episodios pueden provocar
algunos pequeños accidentes, depende mucho de la
situación en la que ocurran —respondió—.
¿Recuerdas por qué estoy internada?
—Sí recuerdo, un accidente con un auto.
—Esto fue lo que pasó: tuve una visión,
bajaba de un bus, y desperté internada, me
dijeron que caí violentamente hacia el
pavimento; en realidad mi mente estaba en otro
lugar, precisamente tú estabas conmigo, justo
aquí, y aunque no recuerdo los detalles, supe al
despertar que tenía que encontrarte —dijo
Lynn.
—Y ahora sabrás que poder tienes —dijo
José
—Es uno de los más especiales —dijo
Lynn.
—¿Por qué? —preguntó Sayani
—Las personas que tiene problemas del
corazón como tú, tienen una habilidad muy
sorprendente: pueden detener el tiempo por
pequeños momentos. Su corazón palpita tan
fuerte que detiene el tiempo por unos segundos
y absorbe el ambiente dentro de lo que pareciera
ser una burbuja; en esta especie de burbuja
pueden percibir las emociones, sentimientos y
captar muchos más detalles de su alrededor e
incluso con la práctica, pueden ser capaces de
modificarlos para bien, sin que las personas se
den cuenta…
El problema es que estas palpitaciones son
tan peligrosas que los pueden llevar a la muerte
y es por eso que la mayoría de ustedes no puede
realizar actividades físicas como correr, ya que
su corazón acelera bruscamente. En la mayoría
de los casos lo hacen de manera excepcional,
para salvar a personas de accidentes, lo
arriesgan todo por ellos.
—¿Detener el tiempo? —preguntó con cierto
tono de incredulidad—. Pero, ¿por qué no siento
esa habilidad o poder dentro mío?
—Porque aún no la has despertado —
añadió José—. Necesitas creer en ti para poder
hacerlo. Creer que esa enfermedad no es una
debilidad, si no, al contrario, que es el don que
se te dio para hacer el bien.
—Es difícil, hemos crecido en una
sociedad que nos hace pensar que padecer una
enfermedad o tener una discapacidad es lo peor
que nos puede pasar —Sayani, frustrado,
quería entender—. ¿Cómo podré hacerlo?
—Solo cree en ti, cree en nosotros y cree en
todas las personas que pasamos por esta
situación —Lynn se acercó y sostuvo su mano
—. ¿No conoces a nadie que haya pasado por
una situación similar?
—Tenía un compañero en el colegio que se
enfermó gravemente, no encontraron la causa
principal de las molestias que él tenía, fue en
Cusco. Probaron diferentes medicamentos y al
paso de unos pocos años falleció —dirigió su
mirada al cielo y preguntó amargamente—.
¿Dónde estaban ustedes para consolarlo o
aliviarlo? ¿Vieron cómo sufría?
—Sayani, somos millones en todo el
mundo, te aseguro que tu amigo fue un héroe.
Quizá nosotros no supimos cuál fue su poder,
sin embargo, cuando regreses a Cusco podrás
averiguarlo; pero recuerda, solo podrás ver a
personas con poderes si tú has aceptado que
tienes uno, hasta entonces, no podrás
reconocerlos.
—Esto que te acabamos de decir está
registrado y fue parte de la historia de la
humanidad hasta ahora. ¿Escuchaste sobre la
peste negra o sobre la gripe española?
—Claro que sí, ¿qué tiene que ver con todo
lo que me cuentan ahora, José?
—Se cuenta que muchas pandemias fueron
provocadas por el mismo monstruo. Este fue
sometido y exiliado, no se sabe con exactitud,
pero este logra liberarse cada ciertos años y
regresa a causar desmanes a la humanidad…
Las personas como nosotros combatieron en
primera línea; mas el sacrificio no fue
suficiente, fue así que se sumaron muchas más
personas a la lucha. Siendo, el refuerzo más
valioso en aquellas batallas, los médicos. De
cada familia se unieron los integrantes más
sabios y fuertes, en su mayoría eran los abuelos
y padres quienes, por salvar a su familia,
luchaban hasta el final. No sabemos cuándo
volverá a pasar, pero aquí estamos listos para
volverlo a enfrentar.
—Todo suena tan irreal que…
—Se hizo demasiado tarde, ya cambiarán de
turno las enfermeras y tenemos que estar en
nuestras habitaciones, es hora de volver —
interrumpió José—. Amigo, sabemos que toma
tiempo entenderlo, en tu habitación podrás
meditarlo de mejor manera…
Los chicos se despidieron de Sayani, que
seguía impactado por todo aquello que había
escuchado. Se dirigió a su habitación y se
dispuso a dormir, pero las ideas rondaban por su
mente, impidiéndole conciliar el sueño.
Al día siguiente como de costumbre, vio a
su madre; pero no le contó nada acerca de lo
que había pasado la noche anterior.
Después de la hora de visita, se quedó
esperando, tenía la esperanza de ver a sus amigos o
que ellos fueran a su encuentro, mas no fue así.
Pasaron los días y no supo nada de ellos, mucho
menos los veía en los corredores. Supuso que
Lynn había sido dada de alta, ya que sus heridas no
fueron tan graves, pero ¿cuándo la volvería a ver?
No lo sabía.
Su operación parecía no tener fecha fija y
había pacientes que estaban esperando meses,
incluso llegó a conocer a uno que esperaba su
operación por más de un año.
Los insumos necesarios para su
intervención no llegaban y el panorama era
incierto para Sayani. Extrañaba mucho a sus
hermanos y a su padre. Sabía que eran tiempos
difíciles para su madre debido a que necesitaba
medicinas que no cubría el seguro. Sin embargo,
su creatividad fue más fuerte que la
preocupación, así que empezó a vender
mazamorra en la puerta del hospital. Cuando
Sayani se enteró, sintió que todo se venía abajo
para él y la idea de ser tan solo una carga o un
gran pesar para sus padres no lo abandonaba.
Una tarde durante el horario de visita, su
madre recibió la llamada de su hijo menor,
Thayari.
—Hola mamita ¿Cómo estás?
—Bien hijo. ¿Cómo están ustedes? —dijo su
madre, con la voz entrecortada— ¿Cómo está tu
hermanita?
—Te extrañamos mamá, te extrañamos
mucho. Papá ya se hartó de comer arroz con huevo
en el almuerzo.… —dijo su hermano llorando.
Sayani al escuchar aquella conversación vio
a su madre llorar desconsoladamente y sintió
una presión en el pecho por la angustia. Su
hermano menor, de doce años, se encargaba de
todo en su casa y no era justo para él. Sentía
como si una aguja hincara su corazón y se le
dificultaba el respirar. Su madre se dio cuenta
de eso, llamó a las enfermeras y a los médicos,
quienes atendieron la emergencia de inmediato.
Él sentía como su corazón palpitaba muy fuerte,
cada latido era como un golpe de tambor que
estremecía su frágil cuerpo. Empezó a perder el
conocimiento, estaba muy débil y fue en ese
momento donde pensó en sus dos hermanos
menores y la situación por la que estaban
pasando a consecuencia de su enfermedad. No
podían haber sufrido tanto por nada, para que él
no regresara con ellos, como hermano mayor
tenía que cuidarlos y guiarlos. «Tenía que ser
fuerte».
Entonces sintió como una energía salía de su
corazón cual onda expansiva que recorría todo su
cuerpo… Los latidos se detuvieron. Todos los
médicos y enfermeras que estaban alrededor suyo
quedaron inmóviles a vista suya, los gritos
desgarradores de su madre cesaron, giró su vista
hacia ella y tampoco se movía. No sabía lo que
pasaba, «quizá ya estoy muerto» —pensó—.
En ese instante recordó las palabras de Lynn y
José. Creyó en sí mismo y se convenció, él tenía
que ser el héroe para sus hermanos. Empezó a ver
cada rostro detenidamente, sintiendo en su interior
lo que más les abrumaba: enfermedades, problemas
familiares, económicos, todo tipo de aflicciones
ajenas inundaron su interior, sintió que su corazón
estallaría con tanto pesar absorbido, hasta que
repentinamente, el episodio concluyó.

Después de unos segundos, Sayani reaccionó


como si se hubiera ahogado, los médicos lo
estabilizaron e hicieron preguntas para saber si aún
seguía inconsciente. Midieron su pulso y su
oxigenación, poco a poco se normalizaban. «En su
interior, se sentía feliz por haber aliviado al menos
en algo, sus cargas».
Pasaron algunos días hasta que pudo volver
con su madre a la rotonda en las horas de visita.
Mientras se dirigía a dicho lugar, podía ver que
muchos pacientes tenían un brillo particular,
personas con esas habilidades especiales de las
que sus amigos le habían hablado con tanta
certeza y misticismo. Se sentía bien, empezaba a
entender el valor que ellos tenían. Quería ver de
nuevo a sus amigos para agradecerles por todo
lo que hicieron por él, pero no los veía por
ningún lado, sintió que la conexión fue gracias a
Lynn.
El día de su operación estaba próximo, y se
sentía muy feliz por eso, sabía que su retorno a
Cusco estaba cada vez más cerca. Su
perspectiva de la vida había cambiado, quería
conocer a muchas más personas con estas
habilidades especiales, aunque sabía que era
imposible llegar a conocer a todas, pero quería
intentarlo.
Con el tiempo pudo darse cuenta que el
personal médico, también poseía un brillo
singular, eran héroes, en muchos sentidos. Algo
que no llegaba a entender era: « ¿por qué alguno
de estos poderes terminaban por consumir la
vida de su huésped?»
Tenía muchas preguntas y creía que Lynn
podía aclararlas, esperaba su reencuentro con
ansias.
Sayani había decidido hacer amigos en su
piso para compartir con ellos experiencias y si
había alguien que aún no sabía de estos poderes,
poder ayudarlo a encontrarlo. Se dio cuenta que
pocas personas mayores tenían ese brillo;
aunque se imaginaba el porqué. Finalmente,
hizo muchas amistades, conversaba a diario con
ellos, cada día aprendía más sobre el poder que
cada uno de ellos tenía.
Una tarde fue llevado para que puedan
practicarle un ecocardiograma transesofágico,
así que pasó por los laboratorios donde hacían
las quimioterapias y vio a una niña —el cruce
de miradas fue intenso—; no tenía el brillo.
Parecía estar con el cáncer muy avanzado, se
bajó de la silla de ruedas con la cual era
transportado y se dirigió hacia ella.
—Sé fuerte —dijo Sayani, tomándola de la
mano.
La pequeña niña no dijo nada, pero las
lágrimas empezaron a caer por sus mejillas,
Sayani quedó conmovido por aquel encuentro.
Pudo ver a sus padres, ya que estaban con ella,
esperando para entrar a su sesión de
quimioterapia. Vio a su madre, reflejada en
ellos, «esa misma expresión de tristeza».
Entendió que eran los padres, los que más
sufrían con las malas experiencias que pasaban
sus hijos. Se dirigió a ellos y les pidió
información sobre dónde ella estaba internada,
si podía ayudarla de alguna forma y a ellos
también, a saber cómo sobrellevar esa
situación tan difícil. Quedó con los padres de
Aileen, pues así se llamaba, en conversar al día
siguiente.
Esa tarde reunió a todos los amigos de su
piso, les contó sobre lo que había visto en la
mañana y resaltó la ausencia de brillo de la
que la pequeña carecía, por lo cual era muy
probable que nadie le haya mostrado realmente
lo que tenía dentro de sí y cuan fuerte era.
Decidieron ir con él Alessia y Emma; quizá
con ellas se sentiría más cómoda y segura.
Mientras se dirigían hacia su habitación,
Sayani pudo reconocer a los padres de la niña
en uno de los pasillos.
—Buenos días, soy el joven de ayer.
—Buenos días. Sí, lo recordamos. —dijo
la madre.
—¿Cómo se encuentra ella? — preguntó
con apocamiento—. Sé que no es de mi
incumbencia, pero quisiera saber ¿cuál es el
diagnóstico de su hija?
—Le detectaron leucemia hace unos meses
y estuvo recibiendo quimioterapias desde
entonces —respondió el padre—. Y, ¿ustedes
quiénes son?, ¿por qué están tan interesados en
nuestra hija?
En ese momento, Sayani tuvo la charla que
una vez él entabló con Lynn y José. Después de
aquella conversación, sus padres soltaron
algunas lágrimas al escuchar el testimonio, pero
ellos no podían ver aquel brillo del que habló
Sayani. Sin embargo, ambos entendieron todo,
entendieron el significado y el valor de la
enfermedad que tenía su hija —era una heroína
— por tan gran hazaña, tan ardua lucha. Aquella
charla entre ellos fortaleció el espíritu de sus
padres, quizás todas las personas deberían tener
aquella conversación, quizás eso ayudaría y
aliviaría tanto dolor al ver a los seres que
queremos en situaciones similares.
Esa conversación la necesitaban tener con
Aileen, explicarle y mostrarle su valor en el
mundo, así que sus padres, con ayuda de Alessia
y Emma, hablaron con ella. Al ser una niña,
asimiló con mayor rapidez todo aquello respecto
a su enfermedad. Las personas la compadecían,
lo que generaba rasgos de tristeza en su rostro
desde el día en que fue diagnosticada de
leucemia. El brillo que ella tenía era reluciente.
Alessia y Emma describieron a sus padres,
aquella luz que emitía su pequeña hija, sus ojos
se inundaron con lágrimas de alegría y emoción;
se olvidaron de toda aquella tristeza que tenían.
Aileen poseía un tipo especial de cáncer y junto
con la habilidad que tenía su cuerpo, de
absorber las energías negativas, ella podía
conseguir que la gente expresase sus
sentimientos más profundos delante de ella y así
clarificar sus ideas, ese era su don.
Eventualmente Sayani y los amigos de su
piso la visitaban, se habían propuesto buscar a
más personas que aún no hayan descubierto su
poder. Él seguía esperando a que llegue el día
de su operación, ya no sentía miedo —al
contrario—, lo esperaba con alegría y emoción,
sentía que todo iba a salir bien, nada podía
cambiar tal sensación. Pasó su cumpleaños en
el hospital, «ya no estaba solo».
Pasaron unas semanas cuando de pronto
recibió aquella noticia tan ansiada.
—Hola Sayani, tu operación estaba
programada para dentro de unos meses—dijo el
médico residente—, pero la persona que se iba a
operar mañana decidió no hacerlo y hay un cupo
libre, así que como tú ya tienes todos los
insumos, te podemos operar mañana si deseas.
—Claro que sí, usted sabe que es lo que
más anhelo —replicó Sayani, con tal euforia y
alegría, que todos en su habitación escucharon.
—Pues tienes que llamar a tu madre cuanto
antes.
Llegó su madre, habló con los médicos, se
puso melancólica, sabía que aquella
intervención implicaba un alto riesgo; pero veía
el semblante de su hijo e intentaba ser fuerte.
Sayani al contrario estaba muy feliz por aquella
noticia, tenía muchas ansias de regresar a
Cusco. Se despidió de sus amigos, fue llevado
después del almuerzo, estuvo en un cuarto solo
por varias horas. Esa noche le harían el
cateterismo para el día siguiente. Durante toda
la noche reflexionó sobre todo lo que había
hecho a lo largo de su vida antes de estar en el
hospital, no había muchas cosas por rescatar:
había sido el estudiante promedio, se
preocupaba por él y por su familia; pero sentía
que había tenido una vida egoísta, nunca había
pensado en hacer algo por alguien que no sea su
familia o amigos, eso tenía que cambiar y ya se
había propuesto un plan.
Llegó el día, previamente lo habían bañado,
luego lo llevaron a la sala de operación, allí
podía ver a las enfermeras, todas muy amables.
—¿Cómo te llamas? —preguntó una
enfermera, mientras amarraba sus brazos y
piernas a la camilla— ¿De dónde eres?
—Sayani, soy de Cusco —respondió
inmediatamente Sayani, con una leve sonrisa.
—Cusqueñito, qué lindo —dijo otra de las
enfermeras mientras se acercaba a la camilla—.
¿Tienes miedo de tu operación?
—No señorita, la verdad esperé este
momento por muchos meses, estoy muy
emocionado.
Quizá no esperaban aquella respuesta,
pensaban que él tendría miedo, lo cual era normal
para ellas, ya que todos los pacientes que pasaron
por ahí, sentían mucho temor.
Parecía que todo iba quedando listo para la
operación, algo que llamó la atención de Sayani,
era la gran cantidad de hielo que veía, será para
mí —se preguntó—, seguramente lo usarán para
desinflamar el corte que me harán. Aquello lo
tenía un poco ansioso, pero no con miedo. Una
enfermera creyó ver su mirada perdida y casi
gritando soltó.
—¡Hagamos una apuesta!
—¿Qué apostaremos?
—Si logras contar hasta diez, con esta
mascarilla, te compro tu pasaje en avión a
Cusco.
—¿Y si no puedo hacerlo?
—Serás mi guía cuando vaya de viaje a
Cusco. ¿Qué te parece?
—¡Perfecto, es un trato!
Y empezó a contar: uno, dos, tres, cuatro,
cin…
Aunque puso total resistencia, el somnífero
era tan eficaz, que era muy poco probable que
resista. Incluso cuando el efecto de la anestesia
pasó, su primera sensación fue que no lo habían
operado, no sentía ningún tipo de dolor; pero
cuando intentó sentarse, no pudo, tenía todo su
pecho herido debido a la intervención. Sintió
alivio de que su operación no haya sido
pospuesta, e inmediatamente los dolores se
hicieron presentes.

A los pocos minutos que se despertó, entró


su madre y con lágrimas de emoción, le
comentó los resultados positivos de la
intervención.
Le realizaron un trasplante de válvula
mitral, con una válvula biológica y todo había
salido bien. Después de la operación Sayani
estuvo en la sala de hospitalización de Servicios
Coronarios y Cardiovasculares por dos semanas,
hasta que fue llevado a su antigua habitación.
Sus amigos lo esperaban ansiosamente.
Durante esas dos semanas no supieron nada de
él, incluso habían pensado lo peor. Sayani no
podía hablar, pero se alegró de verlos
nuevamente. Pasaron unas semanas y ya se
sentía mucho mejor. Su recuperación era lenta,
pero se veía con muchas fuerzas.
Cuando pudo volver a caminar, quiso
visitar a Aileen, le parecía raro no haber tenido
noticias de ella. Cuando se dispuso ir, sus
amigos lo detuvieron.
—Aileen quería hablar contigo y le
contamos que estabas en sala de cuidados
especiales —dijo Alessia con mucha murria—.
Ella ya no está con nosotros. Te dejó una carta,
aún no la abrimos.
—¿La trajeron?
—Sí, toma…
«Sayani, estaré eternamente agradecida contigo,
con Alessia y Emma, por haberme mostrado el
camino y el valor que yo tenía. Desde que los conocí,
empecé a vivir feliz con lo que tenía, me sentía una
súper heroína como en las historietas. Hace unos
días soñé que me llamaban unas personas que tenían
el mismo brillo que nosotros, solo que este era muy
resplandeciente. Al ir con ellos, me hablaron de todo
lo que había hecho en favor del mundo, me dijeron
que había absorbido la maldad de muchos asesinos y
violadores. Y por eso que mi cuerpo sufrió mucho,
pero me sentía muy feliz por haber evitado muchas
desgracias. Me dijeron que cuando mi vida en la
tierra terminara, yo pasaré a estar con ellos y evitar
que muchas otras personas se corrompan. Cuando
me vaya, aquella maldad se irá conmigo y
desaparecerá…

Sabes Sayani, siento que ya llega aquel


momento, el día de mi partida; pero podré seguir
ayudando y eso me llena de mucha alegría, pienso
que me sentiré como la primera vez que supe que
tenía un gran poder. Les conté a mis padres sobre
aquel sueño y se pusieron melancólicos; sin embargo,
saben que si me llego a ir, no será en vano, ya que
seguiré ayudando a erradicar la maldad de este
planeta, aunque suene algo tan inalcanzable.

Estos últimos meses fueron los mejores gracias a


ustedes, me encantaría poder seguir con ustedes y
ayudar a muchas más personas; pero mi cuerpo se
debilita cada día más. Aún recuerdo aquel día en el
que me viste y hablaste con mis padres, no creí que
dicho encuentro cambiaría tanto mi vida y como la
viviría todo este tiempo. Siento algo de pena por mis
padres, ellos son los que más sufrirán con mi partida,
pero les dije que sigan ayudando con nuestra misión,
ellos los seguirán apoyando y sé que lo harán bien.

No es más, que un hasta luego, amigo…»


Sayani quedó totalmente conmovido por
aquella carta, fue tan inesperado todo lo que le
dijo. Hubiera querido verla por última vez y ver
en sus ojos aquella fuerza, aquel corazón. Qué
valor el que tenía Aileen, aquel sueño fue una
revelación para ella, sentía mucho más alivio
después de leer aquella carta; sin embargo,
sentía un vacío por no haber podido estar con
ella, aquellos últimos momentos.
Él, con el resto de amigos de su piso,
seguían buscando más personas en el hospital
que no tenían el brillo. Los convencían del valor
que ellos poseían, todo marchaba bien; pero las
personas con cáncer eran las que más
entusiasmo tenían. Ellos sabían que poseían
tanto valor, era increíble ver en ellos tanta
alegría, parecía un sueño. Durante esos meses
no vio a Brad, a José, ni a Lynn. No sabía nada
de ellos, al único que veía era a Miguel, ya que
él tenía cáncer, y fue pieza clave para convencer
a más personas en el hospital.
No quería salir del hospital, pero tenía que
dejar libre su cama para alguien más; sabía que
muchas personas de provincia esperaban una
cama por meses, incluso años. Por
recomendación de su médico se quedaría unas
semanas más en Lima, hasta que pudiera viajar
a Cusco.

***

Había pasado ya más de un año desde que


él llegó a Lima por emergencia, extrañaba
muchos a sus amigos y demás familiares. Sus
hermanos menores y su padre fueron por
vacaciones a Lima, a visitarlo. Regresaron
juntos a Cusco —todo parecía estar bien—, la
altura de su ciudad natal no le afectó como
temían sus padres.
Fueron al pueblo donde pasó toda su
infancia, Chinchero, un pueblo pequeño cerca
de Cusco. Pasó un tiempo allá, en casa de sus
abuelos, con toda su familia; —extrañaba
sentir esa libertad—. Mientras pastoreaba el
ganado, recordó aquella ventana en el hospital,
donde se quedaba mirando hacia la calle,
preguntándose: «cuando volvería a salir».
Se recostó en el pastizal —después de
varios minutos— empezó a garuar. Se
encontraba lejos de la casa de sus abuelos,
tenía que guarecerse en algún lado, no había
llevado plástico para que pudiera cubrirse.
Entonces se dirigió hacia una choza
abandonada, que eran comunes en aquella
zona.
—Wiracocha, buenas tardes —dijo Sayani,
con asombro. No esperaba que hubiera alguien
aquí—. ¿Puedo pasar?
—Claro, pasa. Tenemos que guarecernos de
esta lluvia.
Entró presurosamente, se sentó a un metro
de aquel señor y comenzaron a charlar en
quechua. Se acercaba la noche y no dejaba de
llover —Sayani empezó a preocuparse—, tenía
que llevar los animales a la casa de su abuelo;
pero aún no podía hacerlo.
—¿Qué te preocupa más?, ¿no poder llegar
a tu casa? —preguntó aquel señor—, ¿o te
preocupa más que le pase algo a tus animales?
—Ambas cosas, sabe que aquí no hay
iluminación durante la noche —respondió
Sayani—. La luna y las estrellas nos ayudan,
pero ha llovido y el cielo estará con muchas
nubes, no veremos nada.
—Debe ser una de las peores cosas en la
vida, no poder ver nada. ¿Tú que piensas,
amigo?
—Lo dudo Wiracocha, le aseguro que esas
personas tienen una mayor habilidad —
respondió Sayani muy convencido—. No
conozco a nadie aún, con esas habilidades,
pero deben ser personas maravillosas.
—Tienes razón muchacho, ellos ven más
allá de lo que las personas comunes logran ver
—respondió aquel señor con una leve sonrisa,
dirigiéndose hacia él.
Sayani se quedó mirándolo fijamente, pudo
darse cuenta que aquel señor tenía los ojos, con
un aspecto similar a la luna. Era claro que aquel
señor era ciego, sus ojos desprendían una luz
tenue, que transmitían mucha paz y sosiego, era
increíble.
—Muchacho, nosotros somos hijos de la
luna, vemos los temores de las personas y
ayudamos a superarlas, les mostramos el
camino. «Somos luz».
—Sabía que eran especiales, además que
ustedes tienen habilidades sensoriales muy
buenas —dijo Sayani, mientras veía la enorme
sonrisa que se formaba en el rostro de aquel
señor.
Quedó cautivado por aquel testimonio,
realmente estaba emocionado, aquel señor le
contó bastantes historias y aventuras que tuvo
ayudando a muchas personas en su pueblo.
Sayani también le contó sobre el poder que
tenía, y de las demás personas, estaba tan
emocionado que no se percató que la lluvia
había cesado.
—Amigo, ya es hora que regreses a tu
casa.
—Tiene razón, pero no se ve nada y mi
celular no tiene batería para usar la linterna —
dijo Sayani, muy dubitativo—. Esperaré a
mañana para poder regresar, espero que no se
lleven a mis animales.
—Yo te ayudaré, cierra los ojos.
Puso sus manos sobre sus ojos, y de
pronto, Sayani sentía tener el mismo poder de
aquel señor, sentía como su visión era única,
podía ver hasta en la oscuridad más densa. Era
increíble todo aquel suceso, incluso para él, era
algo sorprendente.
—Ve por tus animales y regresa a casa
amigo —dijo aquel señor, dirigiéndose hacia la
puerta de la choza, señalando el camino de
Sayani.
—Muchas gracias Wiracocha, nunca lo
olvidaré —dijo Sayani, mientras salí—. Buscaré
a más personas como usted, que aún no hayan
descubierto su don.
Mientras iba por los animales que había
dejado en los pastizales, recordaba aquellos
episodios, cuando conoció a los chicos en el
hospital. Se sentía muy emocionado, quería
mostrarles a todos, el valor que ellos poseían.
Cerca de los animales se escuchaban gritos,
estaban buscándolo. Cuando las luces de las
linternas lo enfocaron, inmediatamente aquel
poder que le había transmitido el señor de la
choza, se desvaneció. No entendía el porqué,
era todo un misterio.
Sayani visitaba la posta de aquel pueblo
todos los días, era un voluntario. Ayudaba a
algunos pacientes con su recuperación, cada
día descubría personas con nuevos poderes.
Pasaron algunas semanas, hasta que un día,
mientras se dirigía a la posta, por el ferrocarril
que atravesaba su pueblo, divisó a unos niños
que jugaban con un balón cerca de los rieles
mientras se aproximaba un tren que iba a gran
velocidad en dirección de ellos, Sayani sabía
que el accidente era inminente. Se encontraba
lejos de los niños, entonces salvarlos sería
imposible, ni el chillido de los rieles, ni sus
gritos desesperados parecían alertarlos,
quedaron en shock. Sayani tenía que detener el
tiempo, pero aún no sabía cómo usar a
voluntad su poder; se concentró intentando
aplicar lo que le habían enseñado, enfocándose
en el momento y el latir de su corazón, hasta
que el tren lo rebasó inundando su mente con
su bullicio, devolviéndolo a la realidad…
Todo pasó en algunos pocos segundos y él
buscó con la mirada alguna pista que le
ayudase a desentrañar la situación; pudo notar
que los niños habían salido de los carriles,
parecía que se habían teletransportado… A
medida que se acercaba al lugar donde vio a
los niños, se percató que, efectivamente, el tren
no los había arrollado, pero aún no entendía
cómo pudieron salvarse. Tal vez tienen poderes
—pensó—, pero notó que no tenían el brillo.
Siguió caminando y a lo lejos notó que
alguien estaba conversando con ellos, parecía
que los regañaba. Era una joven y sí tenía
aquella luminiscencia tan característica.
Inmediatamente sacó conclusiones sobre sus
poderes, debía ser súper veloz o podría tener el
poder de la teletransportación, quería
averiguarlo, pero se fue como llegó,
fugazmente. No hubo oportunidad de entablar
una conversación, así que continuó con su
camino hacia la posta pensando
esperanzadamente que encontrarla en un
pueblo pequeño, no sería difícil.
Aún no terminaba la temporada de lluvias
y granizaba muy seguido por las tardes, al
complicarse el regreso a su casa, se quedaba en
la posta largas horas, esperando que la
tormenta cese y mientras eso, iba al balcón y
observaba los relámpagos que iluminaban todo
el cielo, y junto con el estruendo que producía,
era un poco inquietante pensar que uno de esos
rayos podría alcanzarlo. Aquella tormenta
parecía incesable, el granizo cubrió todo los
pastizales y las trochas, era una gran tormenta.
Esa misma noche, mientras observaba por el
balcón, vio acercarse a dos personas, no era
común que alguien fuese a la posta a tan altas
horas de la noche y mucho peor, en una
tormenta así. Bajó presurosamente, porque
presentía algo muy malo, alertó a las
enfermeras de turno, salieron todos corriendo y
vieron tendidos en la alfombra de granizo, a
una joven y a una anciana. Las auxiliaron
inmediatamente. Llevándolas a la sala de
emergencia, pudo reconocer a una de ellas, a la
joven, era quien salvó a aquellos niños en las
vías del tren; pero algo no coincidía con aquel
recuerdo, no tenía el brillo que vio aquella vez.
¿Acaso pudo haber perdido sus poderes? —
pensó—.
La tormenta cesó después de unos
minutos, pero aún nadie salía de la sala, así que
pensó en regresar al día siguiente. Al retornar a
la posta, el personal médico le comentó que
ambas estaban muy graves y que aún no
despertaban desde que se desmayaron la noche
anterior y que lo mejor sería llevarlas a la
ciudad. Pasaron unos cuantos días hasta que las
retornaron al pueblo, aún tenían que guardar
reposo; pero ya estaban mucho mejor. Las
enfermeras dieron crédito a Sayani ya que, si él
no las hubiera visto llegar y no hubiera
alertado al personal, nadie habría salido para
ayudar, incluso si gritaban, debido al ruido
producido por el granizo y los truenos.
Cuando quisieron agradecerle, la joven
muchacha y Sayani, quedaron viéndose, ambos
muy sorprendidos porque tenían el brillo, pero
ninguno de los dos se atrevía a decir ni una
sola palabra.
—¿Ustedes se conocen? —preguntó una
de las enfermeras—.
—No —respondió inmediatamente Eva—.
Sayani seguía sin decir nada, quedó
intrigado por todas las cosas que se había dado
cuenta en aquel momento. Ella usaba su poder
como una heroína, a voluntad y esto le sembró
algunas dudas en él.
¿En qué momento lo pudo haber
descubierto? ¿qué pasó aquella noche que
llegaron prácticamente agonizando con su
abuela, a la posta? ¿qué pudo haber pasado?
¿por qué su luz aquella vez estaba tan tenue?
Al pasar unos segundos, Sayani dijo que
efectivamente, no se conocían y contó como
vio llegarlas aquel día a la posta y luego de
eso, se retiró de la habitación y se fue. Era la
primera vez que le resultaba difícil mencionar
el tema de los poderes, frente a las demás
personas e incluso conociendo a alguien con
esas luminiscencias, pero había algo extraño en
aquella situación, ella también pareció estar
sorprendida y sin ánimos de entablar una
conversación con él, lo pudo notar en su
mirada y en su inmediata respuesta a la
enfermera.
Sayani no tenía ánimos de incomodarla y
por eso tomó la decisión de salir lo más pronto
posible de ese cuarto.
Mientras se dirigía a ver a los animales de
sus abuelos, que había dejado pastando en la
pradera, sintió una ventisca y al voltear vio la
misma estela que produjo Eva al rescatar a los
niños aquella tarde, se dirigía al parque
arqueológico del pueblo.

Sayani estuvo en Chinchero unos meses,


ya se acercaba el día de regresar a Cusco, en su
corta estadía, sentía que había ayudado y
contribuido con algo en el pueblo; pero antes
de irse quería volver a ver al anciano que
conoció en la choza, sabía que era un gran
sabio y recordaba lo que le dijo aquel día,
“vemos los temores de las personas y
ayudamos a superarlas, iluminamos su espíritu,
liberamos la oscuridad de sus almas”. Y
pensaba que podía ayudarlo para obtener la
valentía y sabiduría para usar su poder a
voluntad, pero no sabía cómo encontrarse con
él.
Una de sus últimas noches antes de su
viaje a Cusco, empezó una pequeña festividad
tradicional religiosa que coincidía con el
aniversario de fundación del pueblo y era
común ver a todos reunidos en la plaza
principal, para bailar, comer y celebrar.
Esperaba ver al anciano ahí en la plaza, tenía
esa esperanza.
Empezó la procesión, las danzas típicas,
una algarabía contagiable. Con el anochecer la
fiesta no cesaba, pero Sayani no lograba ver
aún al anciano, ya totalmente resignado se
dirigió hacia una de las comparsas de
danzantes donde uno de ellos tenía el brillo y
grande fue su sorpresa cuando vio que esa
danzante con el brillo era Eva. Ella también lo
reconoció, pero su reacción fue diferente a la
primera vez, no sintió causarle alguna
incomodidad y él, contagiado por la música, se
unió al baile.
—¿Eres Sayani verdad? —preguntó Eva.
—Sí, pensé que no lo recordarías.
—¿Cuál es tu poder? Veo que tienes la luz.
—Puedo detener el tiempo, al menos eso
creo, lo hice una vez. —respondió Sayani —.
Pasa cuando mi corazón se detiene por
segundos, como en un infarto.
Aunque él supuso el poder que ella poseía,
no sabía que enfermedad era la que activaba
dicho poder.
—Tengo el síndrome de Tourette, es un
trastorno neurológico, provoca en mí,
movimientos involuntarios muy fuertes y muy
seguidos, tics nerviosos. Lo descubrí cuando
era niña. En la escuela, todos los niños de mi
salón se burlaban de mí; pero había una voz
interior que me decía que era especial, en
algunas ocasiones, en sueños, aquella voz me
la decía un anciano, solo repetía, no existe
motivo para sus burlas. Una mañana, no
soporté más las burlas, grité muy fuerte y salí
de mi salón, en el patio estaba el anciano de
mis sueños, se acercó y por un momento olvidé
el mal momento que había pasado, me repetía
aquellas palabras que me fortalecían, como si
el supiera de mis pesares. Después de unos
minutos, regresé al salón; pero nadie parecía
haber notado mi ausencia. Al inicio no lo
entendía, pero después me di cuenta que era
súper veloz, como en las historietas.
—¿Cómo era el anciano? ¿qué aspecto
tenía? —preguntó Sayani.
—Lo más resaltante, era su ceguera,
aquellos ojos, transmitían tanta tranquilidad y
paz.
—Yo también lo vi, pero no en sueños, él
me ayudó una noche.
—¿Lo conoces?
—Solo lo vi una vez, lo busqué, mas no lo
encontré.
—Yo sé donde puedes encontrarlo, te
llevaré.
Y Eva lo llevó, no vivía muy lejos de la
plaza, pero en el camino, Sayani cayó en
cuenta de un pequeño detalle, él no veía los
tics que ella describió que tenía pero antes de
hacerle esa pregunta…
—¿Sabes por qué llegamos tan mal con mi
abuela a la posta aquella noche? —preguntó
Eva—. Mientras recogíamos a nuestros
animales para guarecerlos de la gran tormenta,
pude ver como un rayo se dirigía a mi abuela y
aunque logré evitar su muerte segura, no fui
tan veloz, porque dudé unos segundos si podría
hacerlo, ambas quedamos muy heridas, yo me
llevé la peor parte, por eso mi brillo se
apagaba. Solo imagina que yo no hubiera
podido usar bien mi habilidad, el destino
hubiera sido otro…
—Sí, te entiendo, la primera vez que te vi,
salvaste a dos niños con tu súper velocidad…
espero que el anciano te ayude a esclarecer tus
dudas, la primera vez que te vi, salvaste a dos
niños con tu súper velocidad, está claro que
volverás a hacerlo…

—Llegamos, esta es su casa, entremos. —


dijo Eva—. ¡Anciano alguien vino a visitarte!
—Lo busqué y gracias a Eva, pude
encontrarlo. ¿Se recuerda de mí?
—Claro que sí, en aquella choza, cuando
nos guarecimos de la lluvia.
Le explicaron el motivo de su búsqueda y
el anciano como aquella vez, puso sus manos
sobre los ojos de Sayani quien sintió como se
ampliaba su visión, disipando algunos temores
que aún tenía. Quedó tan o incluso más
sorprendido que la primera vez. Con la mente
más centrada le preguntó sobre los poderes, si
sabía algo más que pudiera ayudarle a poder
controlarlos como lo hacía Eva. Entonces, el
anciano, les explicó que todas las personas
poseen diferentes poderes, y por eso el uso de
estas varía de acuerdo a la enfermedad que
poseen.
— Sayani, te has preguntado, ¿por qué no
puedes ver los tics de Eva? Aquella
luminiscencia en ti, no debe cegarte, recuerda
cómo fue que descubriste tu poder, creíste en
ti, creíste en la oportunidad de cambiar una
enfermedad por un poder; pero no es ese el
mensaje que tus amigos quisieron darte.
Recuerda que el canal es la enfermedad, no
debes pasar sobre esta para acceder a tu poder,
el primer paso para poder usarlo a voluntad, es
aceptar en su totalidad tu diferencia. Mientras
más te aceptes como eres, con todos los
defectos y enfermedades que tengas, te darás
cuenta que esa será tu mayor fortaleza. Nunca
te avergüences de quien eres, y así podrás
ayudar a más personas…
Aquel anciano tenía razón, él solo pensaba
que tenía un poder y se sentía bien teniendo
uno, pero con esa sensación, olvidó por un
tiempo quien y qué era aquello que lo hacía
especial, recordó a todos sus amigos del
hospital, ellos siempre aceptaron sus
diferencias y hacían de estas un gran poder,
para ayudar a personas como Sayani.
Pasaron algunos días desde aquel
encuentro, él entendía mucho mejor las cosas.
Regresó a Cusco, empezó a estudiar en la
universidad, veía todo con una perspectiva
muy diferente, se unió a un grupo de
voluntarios scouts y empezó con aquella
misión: buscar más personas a las que ayudar y
dejar el mundo en mejores condiciones de
como lo encontraron. Ellos se habían dispuesto
una meta, al igual que los amigos de su piso en
el hospital, se encargarían de buscar a muchos
más héroes en todo el Cusco. Su propósito era
mostrar el valor que ellos tenían, a pesar de sus
diferencias, que no pierdan aquel brillo por
nada, fueron a hospitales, orfanatos, asilos y
visitaron algunos pueblos.
Todo debemos contribuir en dejar algo
positivo en nuestro planeta. Quizá nunca
hayamos visto a las personas que poseen una
enfermedad, con otros ojos que no sean con
pena y tristeza; pero ahora sabemos que ellos
son héroes de nuestro entorno.
Aquellas palabras las usaba Sayani,
recordando a Brad, José, Miguel y Eva los
amigos que le ayudaron tanto y a Lynn —su
primera gran amiga—. Hubiera querido volver
a verla, contarle sobre todo lo que había
logrado gracias a ellos, contarle de aquel
anciano sabio.
Ellos estuvieron en el hospital con varias
misiones, mostrarles el camino a muchas
personas, una de ellas era Sayani. Quizá Lynn
había visto todo lo que pasaría y solo
necesitaba mostrarle el primer paso. Él los
recordaba como ángeles, enviados por personas
como Aileen, que desde el cielo se encargaban
de hacer el bien, por eso que no los volvió a
ver, cada uno tenía misiones en diferentes
lugares; pero esperaba un pronto reencuentro.
Contaba siempre el testimonio de Aileen,
aquella niña que le demostró que la fuerza de
espíritu no dependía de la edad, ni la
circunstancias por las que uno pasaba. Sabe
que hay millones de personas que aún no saben
de su brillo, del súper poder que poseen; y él
no descansará hasta mostrarles el suyo.

FIN

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