2012
Año de la fe
Con motivo del año de la fe, se ofrece una condensación de artículos de teología, relativos a la fe,
publicados en revistas de todo el mundo, desde la convocatoria del Vaticano II (1962) hasta hoy.
KARL-HEINZ WEGER
¿ES POSIBLE LA EXPERIENCIA DE DIOS?
En la actualidad se plantea la pregunta de si se puede experimentar a Dios en la vida normal. Quizás a
muchos esto les parecerá una afirmación teológica extraña o una palabra huera. En cambio, Corona
Bamberg afirmaba que era una "cuestión decisiva" para el cristiano de hoy y Karl Rahner que el
hombre piadoso del futuro será un "místico", uno que ha "experimentado" algo o no existirá como tal,
pues no podrá apoyarse en una convicción pública obvia o en una costumbre religiosa universal. La
respuesta a la pregunta del título pasa por la aclaración de los términos "Dios" y "experiencia": Por
eso el núcleo de estas reflexiones se ocupará de estos términos.
Is Gott erfahrbar?, Stimmen der Zeit, 210 (1992) 333-341
Hambre de experiencia
En un tiempo en el que las fronteras de las ciencias exactas cada vez son más precisas y el hombre es
considerado como hijo de la Ilustración, sigue habiendo hambre de experiencia auténtica e interior. Los
dogmas y los preceptos morales han perdido significado pata los "cristianos normales" y para los
cristianos inquietos. No sólo se aspira a saber, se quiere experimentar, ya que no lo sabido solamente,
sino lo experimentado aporta seguridad existencial.
En las sociedades agrarias el hombre veía al Dios creador en el crecimiento y transformación de la
naturaleza, en su belleza y en sus peligros. Los cambios históricos, el conocimiento de las leyes de la
naturaleza, la superación de una sociedad agraria cerrada en sí misma sitúan al hombre delante de la
necesidad de asegurarse de la existencia de Dios por medio de la experiencia.
Incluso en un mundo construido por sí mismo, el hombre no puede rehuir la pregunta sobre Dios y la
pregunta por el sentido de su vida, puesto que la pregunta por el sentido es únicamente una forma
diferente de la pregunta sobre Dios. Dado que el hombre sabe que él no puede ser el sentido de su
propia vida, busca experiencias de sentido, incluidas las extáticas, y las encuentra, a menudo, en sectas
pseudoreligiosas que, en la mayoría de los casos, saben cómo proporcionar experiencia o la sensación
de la misma. Esto permite sacar la conclusión de que la liturgia de las Iglesias cristianas tradicionales
apenas proporciona una experiencia interesante de Dios. En todo caso, no proporciona aquella
experiencia de Dios de la que queremos hablar aquí. La consecuencia es que el pueblo de Dios se
vuelve cada vez más reservado por lo que respecta a Dios y su experiencia. Y un Dios silenciado es un
Dios muerto en la vida cotidiana. Hay auténtica vida y fe cristiana. Pero en algunos "cristianos" el
comportamiento cristiano podría no ser más que una interiorización secularizada de la influencia
cristiana de siglos.
Significado del término "experiencia"
¿ES POSIBLE LA EXPERIENCIA DE DIOS? 1
En el lenguaje coloquial el término experiencia es utilizado de diversas maneras. Por ejemplo, cuando
uno por medio de las narraciones de los demás experimenta algo nuevo, antes no sabido. No es éste el
sentido al que aquí nos referimos.
Se trata aquí de las experiencias internas, como el dolor, la alegría, el miedo, la tristeza, que, a menudo,
nos impactan especialmente. Por extensión también pueden incluirse estados de ánimo como el humor,
el alborozo o la depresión. Aquí ya se puede establecer una conexión cauta con la experiencia de Dios.
En muchas experiencias de este tipo sabe uno, más o menos, lo que es alegría o miedo, y, a pesar de
eso, la experiencia inmediata de alegría o de miedo no es idéntica con el mero conocimiento de la
misma. A menudo piensa uno: ahora sé realmente lo que es el miedo, la alegría, o lo que sea;
reflexionando acerca de la experiencia efectuada e reconoce algo que., antes, aun no se conocía.
Ciertamente debería evitarse la identificación de cualquier experiencia con la experiencia de Dios. La
referencia excesivamente rápida a la experiencia de Dios puede ser, para algunos, la ocasión incluso
para rechazar, de entrada, la "verborrea teológica" sobre la experiencia de Dios, porque para ellos -al
igual que para los teólogos- su experiencia banal de la cotidianidad ha de estar en un primer término de
la conciencia.
Por este motivo hay que remitirse todavía a otro ámbito de la experiencia, que deje entrever, una
experiencia de Dios. No hablamos, naturalmente, de-la visión de Dios.
Pienso en aquel ámbito de experiencias espirituales que posee una inmediatez, pero también necesita
una mediación, El hombre no puede caracterizar como tales sus sentimientos más íntimos, ni tampoco
compartirlos con los demás. Más bien dependemos de las exteriorizaciones, teniendo en cuenta que
"exteriorizar" significa realmente sacar hacia fuera. Tenemos que exteriorizar nuestro interior y esto
por medio de nuestra corporeidad (palabras, signos, gestos, símbolos, etc.). El antropólogo Helmut
Plessner ha escrito un libro sobre las formas específicamente humanas de reír y llorar.
No se trata aquí de mostrar que al reír y llorar el cuerpo humano exterioriza su espíritu.
Se trata de que en la risa de una persona podemos experimentar, su alegría a través de una determinada
expresión del rostro, de sonidos y gestos. ¿Pero qué es lo que pasa aquí realmente?.
Nosotros no captamos la alegría de modo inmediato, es algo interior. Pero, sin embargo, no
"calculamos" mediante argumentaciones complicadas el estado, de ánimo del otro.
Aunque sea mediado a través del cuerpo, sabemos directamente qué es lo que le ocurre al otro. Lo
mismo vale para la tristeza, amor, gratitud, fidelidad, miedo, etc. En estas reflexiones es importante
constatar, ante todo, que en tales exteriorizaciones de hechos internos de otro experimentamos algo al
mismo tiempo mediato e inmediato. Sabemos inmediatamente el estado en el que se encuentra otro,
pero lo sabemos sólo a través de su expresión corpórea. Así pues, cuando experimentamos algo;
también experimentamos otra cosa. Esta otra cosa también es experimentada y conocida, sin que, como
tal, tengamos que tener conocimiento explícito de ello. Esto no quita que después digamos que tal o
cual persona estaba hoy de buen humor a pesar de que "en realidad" lo sabíamos durante todo el
tiempo. La relación entre este hecho y la experiencia de Dios nos la explica Karl Rahner. Dice en su
artículo Experiencia de Dios hoy: "Lo que es alegría, miedo, fidelidad, amor, confianza y muchas otras
vivencias, lo que es un pensamiento lógico y una decisión responsable, es algo que ya lo ha
experimentado la persona antes de que reflexione sobre ello e intente expresar qué es eso que siempre
ha vivido y experimentado". Y a continuación pone de manifiesto en qué medida se puede hablar de
una experiencia de Dios. Para Rahner no hay ninguna duda de que todo conocimiento de Dioses a
posteriori, es decir, nace de los datos de este mundo. Esto no excluye, sino qué es condición necesaria
de posibilidad de la experiencia del mundo, el que nuestro trato libre y cognoscitivo con los objetos de
este mundo nos permita experimentar, a la vez, algo a lo que llamamos "Dios", puesto que no queda
agotado por los objetos de este mundo, sino que está en su fundamentos Dicho gráficamente: tumbado
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en la arena de la playa, el hombre vive al lado del mar infinito del misterio. En este sentido se puede
hablar de una experiencia, dado que una "inmediatez mediada" de este tipo es también una experiencia,
aunque sea de tipo particular. Esto nos lleva al término "Dios".
Significado de la palabra "Dios"
Dios ha de ser experimentable. Pero ¿quién o qué es eso? Hay que reconocer que, normalmente, como
algo contrapuesto, consideramos a Dios como una persona distinta.
A esta persona le rezamos, la veneramos, la alabamos y le damos gracias. A menudo creemos conocer
con quién estamos tratando, ya que lo relacionamos con una lista de cualidades divinas como
omnipotencia y omnisciencia: Esto no es condenable; puesto que queremos y debemos hablar de y
sobre Dios. Esta necesidad nos lleva a dar un nombre y un concepto a aquello que reconocemos como
Dios. Pero, si concepto tiene que ver con concebir, hay que tener bien claro que con la palabra "Dios"
nunca podremos abarcar la realidad que queremos significar. Si Dios existe, entonces, por definición,
no puede ser ninguna realidad que sea una parte de este mundo, sino que ha de ser la realidad
totalmente otra; según Paul Tillich, "aquello que nos incumbe absolutamente". Pero para aquello que es
fundamento y condición de la posibilidad del mundo, nos falta forzosamente un nombre. Por eso Dios
es también el innominado, el misterio absoluto, el ilimitado, el indenominable o lo inconcebible. Por
ello deberíamos dejar traslucir en la palabra algo de ese respeto sagrado a .nombrar a Dios y no actuar
como si nosotros le hiciéramos un favor a Dios cuando oramos o nos regimos por su revelación.
Si se da un tipo de experiencia de Dios, no deberíamos sorprendernos de que el Dios de esa experiencia
sea experimentado como lo incomprensible; a pesar de: estar presente en nosotros, se sustrae a toda
intervención espiritual. ¿En qué sentido, pues, se nos ha dado implícitamente una experiencia de
incomprensibilidad? ¿Una incomprensibilidad que no se refiere a lo no sabido previamente, sino a lo
que es incomprensible por principio y para siempre? De hecho, en la vida real experimentamos -que
existe algo como Dios por medio de otra persona. Por tanto, desde fuera. En cambio debería ocurrir que
nuestro concepto y nuestra representación de Dios no la obtuviéramos en el curso de la vida a través de
adoctrinamientos externos, sino desde nuestra propia experiencia de Dios. Si no sucede así, entonces
conservaremos una fe en Dios infantil y nos sorprendemos en el momento en que nuestras experiencias
de adulto no concuerdan bien con ella. En su relación con Dios muchas personas nunca alcanzan la
madurez. No han aprendido nada nuevo desde su infancia acerca de Dios, al contrario de lo que ocurre
en otros campos. Sin embargo, nuestro conocimiento y pensamiento de y sobre Dios debería haberse
obtenido a partir de lo concienciado implícitamente como experiencia de Dios en una inmediatez
mediada.
Lugares de la experiencia de Dios
Pero ¿experimento realmente esa incomprensibilidad fundamental, a la que luego llamo Dios, pero que,
en realidad, me mira siempre, innominada; por encima del hombro de mi vida? Todo el mundo sabe
cómo pueden llegara irritarlos, "por qué" de un niño. En lo fundamental el niño tiene razón, puesto que
cualquier respuesta es sólo la ocasión para una nueva pregunta. Si nosotros, al llegar a adultos, dejamos
de hacer este tipo de preguntas, es porque hemos aprendido que en nuestro mundo no hay nada que
tenga en sí el fundamento de sí mismo y que una pregunta nos conduciría a otras. Siempre topamos con
nuevas preguntas, mientras que la meta y el sentido de la totalidad de la existencia permanece oscuro y
encubierto. Por eso es el hombre el ser de la apertura.
Sabe que no hay nada en y de este mundo que le pueda contentar a la larga. Incluso si poseyera toda la
sabiduría y capacidad, todas las riquezas o todas las experiencias de la humanidad, en última instancia
permanecería aún descontento. Caminamos hacia una meta, hacia un sentido, que, "de alguna manera",
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ya debemos saber y que nos remite, sin embargo, más allá de nosotros mismos. La pregunta por el
sentido de nuestra vida parece marcada en la espiritualidad de nuestra existencia. Los sociólogos
modernos hablan de una búsqueda casi instintiva de sentido por parte de los hombres.
Es imposible, pues, evitar la pregunta por el por qué y el para qué, por el dónde y el hacia dónde,
aunque aceptamos que hay caminos que merece la pena recorrer, así como momentos de sosiego. Pero,
si la totalidad carece de sentido; tampoco lo tendrá una parte cualquiera del camino. No hay nada más
insoportable que haber trabajado por algo, haberlo amado y darse cuenta de que es un sin-sentido,
porque ese sentido ya no lo tiene o. no lo ha tenido nunca. El sentido es un valor último, insuperable,
que no toma el suyo de otro, sino que posee sentido y constituye un bien por sí mismo.
Si recordamos ahora lo dicho acerca de Dios, quedará claro que, en toda la variedad de objetivos y
sentidos poros que el hombre vive y trabaja, siempre es experimentado también aquel sentido último de
nuestra vida, aquel sentido-total que se sustrae a nuestra capacidad de comprender, pero que, sin
embargo está ahí como la condición para el conocimiento de sentidos concretos. De este modo también
es experimentado Dios, no de modo directo sin mediaciones, sino en una inmediatez mediada. Hay
cosas, es verdad, que tienen sentido. Pero lo tienen sólo, porque están sostenidos y condicionados por
un sentido que lo es verdaderamente y que nunca ceja, un sentido que ahora lo abarca todo y sigue
siendo futuro. Así experimentamos nosotros a Dios; es lo no-experimentado y con-sabido en nuestras
acciones concretas y sólo podemos ser conscientes de ello por medio de la reflexión sobre lo que ha de
darse para que pueda haber sentido.
Con todo esto no estamos suponiendo que estas reflexiones no puedan ser discutidas.
Cualquier ateo o agnóstico lo hace. Y, sin embargo, cualquier persona no sólo conoce un sentido
parcial, sino un sentido global de su vida. Si no estuviera siempre presente este conocimiento no
temático (y en él la experiencia de Dios), debería permanecer sin explicación por qué el hombre no se
contenta con que, al final, todo haya sido en vano.
Si a Karl Rahner sólo le gusta hablar de experiencia de Dios, porque ésta tiene lugar en las experiencias
concretas con nuestro entorno, esto quiere decir que dicha experiencia es dada y experimentada
concomitantemente como "experiencia transcendental". Nadie, ni siquiera el ateo, puede negar esta
experiencia. Lo que se quiere decir con esto es que las capacidades espirituales de conocimiento y de
libertad como realidades de nuestro mundo y de nuestra existencia nunca pueden quedar
completamente aclaradas. Todo aquello con lo que nos encontramos lo transcendemos con el
conocimiento y la libertad, ante todo hacia un "Más", al que no se le pueden poner límites y que, de
esta manera, llega hasta la incomprensibilidad y la infinitud, Más aún: el hombre no podría
experimentarse como ser de la finitud y de la limitación; si, a la vez, no experimentara,
concomitantemente, lo infinito y lo ¡limitado, algo que, por tanto, hay que presuponer como condición
de posibilidad de la experiencia humana de la finitud.
Lo decisivo es que hay experiencias que están en nosotros, pero que no son nuestras, no quedan
absorbidas por nuestra realidad terrenal. Como seres humanos, somos limitados y finitos, pero al
mismo tiempo somos conscientes de ello y, por ello, transcendemos siempre esa situación. En todas las
experiencias de dolor, necesidad, tristeza, abandono sabemos que podría irnos mejor. Por otra parte, en
las experiencias positivas sabemos que no podemos poner límite a estas experiencias, ya que apuntan a
una infinitud que no puede ser la suma de todas las finitudes. No nos estamos preguntando por las
necesidades de los seres humanos, sino por la condición de posibilidad, es decir, por la condición que
ha de darse absolutamente para que estas experiencias puedan llegar a ser reales.
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Esta condición de la posibilidad es una experiencia concomitante, no temática y explícita, de aquello
infinito e ilimitado que llamamos "Dios". Se podría decir algo parecido de nuestras pretensiones de
absoluto en nuestra vida. "Absoluto", es decir independiente de todas las condiciones es cualquier
juicio que no quiera ser una hipótesis, sino una verdad; algo que pretende que sea verdadero para todo
ser, independientemente de las circunstancias o condiciones en las que se haya dicho. Es aún más clara
la pretensión de absolutez de nuestra responsabilidad. Hay valores que poseen una validez absoluta y,
consecuentemente, una responsabilidad que no podemos imputar a nadie, que siempre será nuestra. Lo
mismo sería válido para la esperanza y el amor.
Incluso en el caso que tengamos que comprobar que nunca estamos a la altura de las pretensiones del
amor -ni al darlo, ni al recibirlo-, de todos modos, por sí mismo el amor quiere ser absoluto e
incondicionado. Tampoco el sentido puede ser relativizado. Aunque respondamos afirmativamente a la
pregunta por la experimentabilidad de Dios, con ello no queremos negar lo difícil que es transmitir una
experiencia de este tipo a otra persona. A menudo no será posible. Pero al menos podemos decir con
naturalidad que experimentamos o intuimos a Dios, que todo sería sin sentido, e inútil, si no hubiera, un
último sentido que ha de existir, incluso cuando no lo podamos comprender del todo.
Mistagogía
Aunque la forma descrita de la experiencia de Dios está en la base de todas las pruebas de fe,
tradicionales, pero sin ser idéntica a ellas, es indispensable una referencia a la mistagogía, una
iniciación de todos los cristianos en esta experiencia. Se trata de una experiencia que por sí sola no se
impone, sino que necesita de la reflexión. Esta reflexión está en la base de toda meditación. El
"encontrar a Dios en todas las cosas" ignaciano no significa otra cosa.
Aunque aquí no se puede escribir sobre mística auténtica, es bueno notar, que a lo largo de la historia
de la Iglesia ha habido, y hay aún, auténtica mística. Se puede, pues, reflexionar sobre este ámbito, sin
menoscabar la influencia de la gracia o de la autocomunicación de Dios. Si son ciertas las reflexiones
anteriores, se puede aceptar que una persona profundamente religiosa no sólo realiza
inconscientemente una experiencia transcendental, sino que, además, puede tener conciencia expresa de
ella mejor que una más bien indiferente, pues conoce la presencia constante de Dios. Una persona de
este tipo vivirá de modo explícito y obvio la presencia de Dios, mientras que una persona normal
llegará a ello sólo mediante la reflexión. Hoy no sé da una única iniciación mistagógica a la experiencia
de Dios; la experiencia de Dios puede intensificarse sobre todo mediante una vida y una oración santa,
de manera que la experiencia transcendental se represente el objeto de esta experiencia -Dios- como si
fuera visible, por lo menos según la impresión del místico.
Aun cuando la experiencia transcendental, como horizonte innominado de nuestro conocimiento y de
nuestra libertad, siempre está presente como tal en la esencia humana, parece que los diferentes tipos de
experiencias místicas nos invitan a considerarla desde este tipo de piedad. El "contenido" de la
experiencia mística estará en consonancia con la manera como se venere a Dios. Para aquellos en cuya
religiosidad esté en primera línea el crucificado o el Jesucristo pobre, aparecerá también en su
experiencia mística el crucificado o el Jesús pobre. Esta reflexión es importante, puesto que invita al
cristiano normal a que en su reflexión sobre la experiencia transcendental no se limite a descubrir que
es una experiencia de Dios, pues se abre la posibilidad de una experiencia de Dios específica, que por
lo menos incluya la persona de Jesucristo como Dios.
Tradujo y condensó: JUAN JOSE PRIEGO
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