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Arnoux, Los Discursos de La Política

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Manual de lingüística

del hablar

Editado por
Óscar Loureda y Angela Schrott
ISBN 978-3-11-033488-3
e-ISBN (PDF) 978-3-11-033522-4
e-ISBN (EPUB) 978-3-11-039366-8

Library of Congress Control Number: 2020940757

Bibliographic information published by the Deutsche Nationalbibliothek


The Deutsche Nationalbibliothek lists this publication in the Deutsche Nationalbibliografie;
detailed bibliographic data are available on the Internet at http://dnb.dnb.de.

© 2021 Walter de Gruyter GmbH, Berlin/Boston


Cover image: © Marco2811/fotolia
Typsetting: jürgen ullrich typosatz, Nördlingen
Printing and binding: CPI books GmbH, Leck

www.degruyter.com
Elvira Narvaja de Arnoux
36 Los discursos de la política
Resumen: Habitualmente se considera como «discurso político» aquel que surge en
el marco de actividades sociales destinadas a alcanzar, gestionar o defender el po-
der, que se inscribe en géneros asociados tradicionalmente con aquellas, sostenido
por locutores legitimados institucionalmente y que responde a los temas de la agen-
da pública. No obstante, es evidente que reconocemos como políticos discursos en
otros géneros que tienen la finalidad de tratar asuntos públicos e incidir en las rela-
ciones de poder. En la actualidad, los cambios sociales y culturales han incidido en
la discursividad política. En este capítulo atendemos a la caracterización del discur-
so político y nos detendremos en cómo en discursos asociados con otras prácticas se
puede reconocer la dimensión ideológica. Asimismo, abordaremos las transformacio-
nes de la discursividad política y lo que podemos llamar una política de los discur-
sos.

Palabras clave: discurso político, ideología, política de los discursos, discurso tecno-


crático, tecnologías de la palabra

1 La relación entre discurso y política


La articulación entre los dos términos, discurso y política, puede ser abordada, desde
diferentes perspectivas (Arnoux/Bonnin 2014). En primer lugar, desde el reconoci-
miento de que hay discursos que están asociados con prácticas políticas, es decir, con
aquellas en las que tradicionalmente se confrontan variadas estrategias destinadas,
en el marco de una sociedad determinada, tanto a alcanzar, gestionar, defender el po-
der o resistir a este como a luchar por valores (bien común, igualdad, equidad), lo que
implica también «una praxis del poder y de la decisión» (Han 2017). Son, en general,
producidos en circunstancias particulares (de procesos electorales a debates parla-
mentarios, mesas redondas políticas, manifestaciones, asambleas u homenajes a
hombres públicos), en el marco de determinadas instituciones (partidos políticos, mo-
vimientos sociales, organismos transnacionales, consejos deliberantes, cumbres de
presidentes,…), inscritos en géneros específicos (de discursos de barricada a la eva-
luación gubernamental de la gestión de gobierno, la interpelación parlamentaria a un
ministro, las cuestiones de privilegio o la propaganda electoral), responden a la agen-
da pública propia de determinada época o coyuntura (en relación, por ejemplo, con
temas de salud, seguridad, educación, género, inmigración, terrorismo, corrupción,
según los casos) y están sostenidos por locutores legitimados institucionalmente (pre-
sidentes, diputados, intendentes, secretarios de partidos políticos, representantes de
los poderes públicos).

https://doi.org/10.1515/9783110335224-037
734 Elvira Narvaja de Arnoux

Sin embargo, estos aspectos no dan cuenta de otras expresiones del vínculo entre
discurso y política. En formatos genéricos variados como los tuits, los graffiti, las no-
tas editoriales, las caricaturas o las llamadas telefónicas, por ejemplo, algunos textos
pueden ser netamente políticos por la finalidad de tratar asuntos públicos e incidir en
las relaciones de poder; también por sus locutores, las instituciones de donde surgen,
las circunstancias en las que se inscriben. Pero además estas últimas pueden no ser
las catalogadas como políticas, ya que en una reunión académica, una conferencia de
prensa sindical o un homenaje fúnebre puede proferirse un discurso político. Y los lo-
cutores pueden no ser políticos sino portavoces de grupos definidos por actividad, gé-
nero u origen étnico o simples ciudadanos que se expresan políticamente.
Asimismo, y esto nos lleva al segundo abordaje: en discursos provenientes de di-
versas actividades sociales (religiosas, mediáticas, jurídicas, laborales, gramatica-
les…) puede reconocerse la dimensión ideológica que exponen las opciones lingüísti-
cas, que remite a diferentes posicionamientos dentro del propio campo pero también
dentro del espacio social más amplio y que determina que se considere su incidencia
política. La dimensión ideológica puede llevar al desplazamiento de una discursivi-
dad en otra: por ejemplo, el discurso religioso cristiano puede devenir, en ciertas zo-
nas, político en virtud del mandato de actualización del mensaje.
Finalmente, podemos hablar de una política de los discursos, es decir de variados
dispositivos reguladores de la discursividad en determinadas esferas de la vida social,
que determinan los discursos que se deben imponer en ellas. En la actualidad tanto la
oralidad como la escritura, incluso la que circula por Internet, están afectadas por la
tecnologización del discurso (Fairclough 1992), es decir, el uso burocrático o adminis-
trativo del conocimiento sobre la discursividad para imponer cambios culturales o en
las relaciones sociales. Implica dispositivos que al diseño y rediseño de las prácticas
discursivas agregan el entrenamiento y la evaluación del desempeño. La planificación
atiende tanto a las opciones lingüísticas, entre otras, en el vocabulario, la gramática,
la entonación, la organización del diálogo como en la expresión facial, el gesto, la
postura y los movimientos corporales. Ejemplos de políticas de los discursos son, en-
tre otras, las guías para el lenguaje inclusivo de género, las orientaciones para el len-
guaje claro en la administración y las normativas acerca de lo políticamente correcto
(Elmiger 2017; Courtine 2006). Los hombres públicos deben atender rigurosamente a
ellas, además de que en muchos casos deben desplegar un discurso ya «guionado»
desde dispositivos que señalan lo que deben decir y reiterar, las respuestas que deben
dar según los temas problemáticos, el discurso que deben proferir en determinadas
circunstancias. Es decir que el discurso político no es ajeno a la política de los discur-
sos, que va adquiriendo una importancia nada desdeñable.
En este capítulo me referiré, en primer lugar, a la caracterización que se hace de
los discursos políticos. Luego consideraré la dimensión política de otros discursos so-
ciales. Y, finalmente, abordaré algunas transformaciones que se han operado en la
discursividad política.
Los discursos de la política 735

2 Los discursos políticos


Nos detendremos en el primer núcleo al que nos hemos referido, los discursos políti-
cos. La caracterización que se hace de estos objetos es diversa ya que entran en juego
distintas perspectivas acerca de ellos. Sin embargo, a pesar de las variadas situacio-
nes y regímenes políticos y de la extrema plasticidad y heterogeneidad del objeto (Fia-
la 2007), los autores tienden a determinar los rasgos discursivos generales que, a su
criterio, los constituyen.
Dubois (1962), en un trabajo pionero, plantea primeramente que lo que define un
discurso como político es la voluntad del locutor de que los receptores hagan una lec-
tura política de su discurso o, incluso, el hecho de que hacen esa lectura. Pero luego
focaliza la «estructura interna» que la sostiene y señala que su especificidad surge de
la interpenetración del discurso didáctico tendiente a persuadir y del polémico, por el
cual se refutan y combaten las afirmaciones del adversario y se presentan las propias
por oposición a aquellas. Estas dos características, didáctico y polémico, se retoman
en muchos de los enfoques acerca del discurso político (Arnoux 2015a).
Como esbozamos antes, en la selección de los rasgos operan las miradas teóricas
y las opciones metodológicas. Tournier (1992), por ejemplo, uno de los iniciadores de
la lexicometría, interesado por lo tanto en la posibilidad de cuantificar a partir de seg-
mentos repetidos en un texto, va a destacar el fenómeno de «esloganización» en la
discursividad política, es decir, la reiteración de aquellos en los cuales el discurso
vuelve sobre sí e insiste en lo ya dicho y que constituye lo central del mensaje que se
busca trasmitir. Desde una perspectiva pragmático-enunciativa, las «frases breves»
(para algunos «latiguillos») se han constituido en objeto de estudio no solo para los
interesados en la dinámica de los discursos políticos y la conformación de consignas
sino para los que exploran en los discursos mediáticos el retomar las palabras políti-
cas (Seoane 2018). Se ha reflexionado también sobre el proceso de aforización que in-
terviene, que lleva a que en diferentes discursos, entre ellos los políticos, determina-
dos segmentos sean susceptibles de desprenderse de los textos y adquirir cierta
autonomía que les permita circular en el medio público como sentencias, refranes, di-
chos, máximas (Maingueneau 2012).
Aquellos interesados por la gestión del disenso o la búsqueda del consenso foca-
lizan la argumentación y enumeran los argumentos que sirven, según las circunstan-
cias, para una determinada finalidad. Así, Buffon (2002) pone en primer plano el jue-
go entre los argumentos recurrentes que desaconsejan actuar en un determinado
sentido y los que tienden a favorecer ciertas acciones. Ilustra con los discursos políti-
cos contemporáneos. Entre los primeros, los que desaconsejan, incluye el argumento
del efecto perverso (lo que se propone agravará la acción que busca corregir), la pues-
ta en peligro (se comprometen logros anteriores), lo fútil (no cambiará nada), el com-
promiso fatal (llevará a acciones cada vez menos deseables), de la profecía autorreali-
zada (podrán crear la realidad que anuncian). Entre los que impulsan a la acción
propuesta destaca el argumento del peligro inminente (del que hay que defenderse
736 Elvira Narvaja de Arnoux

enérgicamente), del sostén recíproco (apoyará los logros anteriores y estos la acción
presente), el determinismo histórico (el carácter inevitable del cambio), evitar el de-
rroche (de los esfuerzos pasados), la defensa preventiva (frente a lo que se supone una
acción negativa), la demisión (no se puede abdicar frente a un problema).
En otros casos, para definir internamente los discursos políticos, se señalan, ade-
más de lo que hemos señalado, el predominio de determinado campo léxico, las parti-
cularidades del dispositivo enunciativo, los modos de exhortar y movilizar, los modos
de construir identidades, el trabajo con la memoria, el peso del interdiscurso de una
formación discursiva, etc. En un trabajo ya clásico que adopta una perspectiva enun-
ciativa, Verón (1987) articula algunos de estos aspectos. Destaca, así, la presencia de
tres destinatarios en el discurso político: el contradestinatario (el adversario), el pro-
destinatario (que comparte el espacio ideológico del enunciador) y el paradestinatario
(al que se busca convencer). En relación con el primero, la función es polémica; res-
pecto del segundo, de refuerzo; y sobre el tercero la función es persuasiva. García Ne-
groni (2016) parte de esta tripartición y destaca diferentes modos de remitir al contra-
destinatario: como no persona (en Benveniste, la tercera persona), como destinatarios
directos en segunda o como contradestinatarios encubiertos o indirectos a los que se
destinan advertencias/amenazas, actos de descalificación, cuestionamiento o refu-
tación. Verón, además de la referencia a los destinatarios, determina entidades del
imaginario político: colectivos de identificación asociados al nosotros; colectivos más
amplios, vinculados al paradestinatario (ciudadanos); metacolectivos singulares (la
patria, el pueblo); formas nominalizadas que funcionan como «fórmulas», con valor
positivo (la participación) o negativo (el caos); y formas nominales con poder explica-
tivo (la crisis, el imperialismo). Finalmente, establece cuatro componentes, entendidos
como «zonas» del discurso: descriptivo (balance de la situación), didáctico (se enun-
cian principios generales), prescriptivo (se expone lo que se debe hacer), y programá-
tico (se señala lo que se puede hacer).
Chilton/Schäffner (2000), por su parte, prefieren delimitar las funciones estratégi-
cas de los discursos políticos. Estas son: coerción (actos de habla respaldados por san-
ciones, como las órdenes o las leyes; coerciones que ejercen los actores políticos, co-
mo seleccionar los temas de agenda; o modos de control del uso que los otros hacen
del lenguaje); resistencia, oposición y protesta de parte de opositores (que pueden dar
lugar a diversos géneros como graffiti, eslóganes, cánticos, petitorios); encubrimien-
tos (secreto, censura, evasiones, mentiras, eufemismos); y legitimación propia (invo-
cando los deseos de los votantes o los principios en los que se asienta la posición) y
deslegitimación de los otros (calificándolos como «mercenarios» o «agentes del ex-
tranjero» u otros modos de acusación). Estas cuatro funciones inciden en las opciones
de los hablantes en el nivel pragmático, semántico y sintáctico de los enunciados. El
vínculo entre funciones y opciones resulta central en el análisis.
La antigua retórica, considerada por algunos como el arte de la palabra política
que como tal actúa en el dominio de los asuntos públicos, ha asociado tradicional-
mente los discursos deliberativos y epidícticos con dos prácticas del universo social
Los discursos de la política 737

de pertenencia: la discusión de las decisiones que afectan al conjunto de los ciudada-


nos y que exponen distintas posiciones sobre aspectos conflictivos y las ceremonias
de elogio o censura, de celebración o de cuestionamiento a hombres públicos o a dis-
tintos colectivos, de los cuales se evalúan sus conductas. Las diferencias dependen no
solo de las funciones (debatir para tomar medidas, o elogios o vituperios para reforzar
las identidades sociales), de los espacios o rituales sino también de rasgos discursivos
ya que los primeros deben persuadir al auditorio sobre problemas controversiales
mientras que los segundos cuentan con su adhesión. De allí la presencia del ejemplo,
que permite establecer una analogía entre el pasado y el presente, en los primeros, y
de la amplificación, que modaliza enfáticamente las aserciones o recurre a variados
modos de la repetición y la hipérbole, en los otros. Ambos exploran la dimensión emo-
cional de la discursividad pero mientras que los deliberativos privilegian el logos,
aunque consideren el ethos y el pathos, y se detengan en los argumentos, contrargu-
mentos y justificaciones, los epidícticos expanden lo pasional y valoran el talento ora-
torio del locutor más que el objeto del discurso, pero ni uno ni otro dejan de moverse
entre valores y «lugares comunes».
La larga extensión temporal del saber retórico ha incidido en la discursividad po-
lítica de occidente y desde la década del cincuenta del siglo pasado ha sido también
recuperado teóricamente (Perelman/Olbrechts-Tyteca 1970). En la actualidad, las in-
vestigaciones en análisis del discurso político no dejan de considerar el aporte de esa
tradición, centrándose en uno u otro de los aspectos reseñados. Así, Charaudeau
(2005), que parte de considerar que el discurso político es una práctica social de cons-
trucción y gestión del poder, en la que se juegan relaciones de fuerza simbólicas, pres-
ta particular atención a las estrategias persuasivas, entre otras, a la construcción del
ethos. En esta intervienen no solo la percepción que el otro tiene del que habla sino
también cómo este piensa que el otro lo ve. Para ese otro importa tanto la identidad
social del locutor como la identidad discursiva del enunciador, es decir la que es ge-
nerada por el mismo discurso gracias al tono de la voz, el ritmo de la frase, los gestos,
los modos de hablar y también a aquello que dice, las figuras que utiliza, los encade-
namientos argumentativos que privilegia. Estos aspectos activan los imaginarios que
les atribuyen valores positivos o negativos. Charaudeau reconoce dos grandes catego-
rías de ethos: el de credibilidad y el de identificación. En relación con el primero, el su-
jeto debe mostrar que cumple tres condiciones: de sinceridad (su decir es verdadero),
de realización (puede implementar lo que sostiene), de eficacia (esa implementación
llega a resultados positivos). Para ello debe conjugar imágenes de serio, de virtuoso
y de competente, que varían según los grupos sociales. El ethos de identificación, por
su parte, es el conjunto de imágenes que llevan al ciudadano, a través de un proceso
de identificación irracional, a fundir su identidad en la del hombre político. Para inci-
dir sobre el mayor número de personas, el político juega con valores opuestos, incluso
contradictorios: hombre de tradición y de modernidad, sincero pero también astuto,
poderoso y al mismo tiempo modesto. Intervienen recurrentemente en la constitución
del ethos de identificación imágenes de potencia, de carácter, de inteligencia, de hu-
738 Elvira Narvaja de Arnoux

manidad (que remiten al hombre político en tanto persona) y, por el otro, la imagen de
jefe y de sujeto solidario (que atienden a la relación con el otro).
Si bien los rasgos que hemos señalado afectan a la discursividad política en ge-
neral, esta debe adecuarse a los géneros, la coyuntura y los papeles del locutor
(↗8 El hablar y los participantes en la interacción comunicativa; ↗10 La polifonía en
el hablar): no es lo mismo una intervención parlamentaria que un balance de gobier-
no; ni el discurso de un presidente que el de un partidario; ni de alguien que está en
el gobierno (que tenderá a hablar de los límites que enfrenta) que el de un opositor
(más inclinado al voluntarismo). Además, operan las restricciones propias del sopor-
te mediático: un discurso oral entre pares, una nota de opinión de un político en un
periódico o una intervención televisiva tienen sus propias exigencias. Asimismo, las
familias políticas presentan diferencias entre sí más o menos significativas que inci-
den en los rasgos discursivos en el nivel del léxico, la sintaxis, los argumentos, las
figuras, los modos de explicar los acontecimientos. También opera en la discursivi-
dad política lo que no puede ser dicho en situaciones de intensa controversia, que
en algunos casos es develado por el adversario como un instrumento más de la polé-
mica (Olave 2015).
Numerosas investigaciones atienden a las configuraciones políticas tal como se
exponen en los discursos. Un grupo amplio de trabajos focaliza los discursos de los
jefes de Estado debido, por un lado, a la importancia acentuada del poder personali-
zado y, por otro, a que son expresión de la ideología gubernamental e índice de la
marcha de las instituciones en un determinado momento. Los discursos de estos lo-
cutores, más allá de las situaciones y los géneros (conferencias de prensa o debates
presidenciales, por ejemplo) y de las restricciones asociadas con su función permiten
reconocer las identidades políticas, las filiaciones y los ejes programáticos amplios
que sostienen las intervenciones, aunque los temas que aborden sean diversos e inci-
dan en muchos casos en sus formulaciones los asesoramientos de equipos. Un eje
particular asociado con la mayor participación de mujeres en los primeros lugares de
la acción política es el de género, que atiende tanto a la tensión entre estereotipos de
masculinidad y feminidad, como de competencia y sensibilidad (Coulomb-Gully
2016), a la vez que considera las razones sociohistóricas que motivan aquella presen-
cia (Vera 2009). Otro eje lo constituyen los discursos populistas, tanto del campo pro-
gresista (particularmente latinoamericano) como de las nuevas formas de la derecha
(europea y norteamericana). Charaudeau (2011) señala el origen común –surgen de
situaciones de crisis y de fuerte insatisfacción de los sectores populares– y plantea
que exacerban los rasgos de los discursos políticos –denuncia de los culpables, ape-
lación a valores, aparición de un Salvador– acentuando la ilegitimidad del adversa-
rio, la relegitimación del pueblo y la legitimación del actor político que encarna la po-
sición. Después del triunfo de Trump se han multiplicado los análisis de variedades
de discursos políticos derechistas. En general, atienden a las dinámicas sociopolíticas
en las que se desarrollan y a rasgos discursivos, en los que se articulan viejas y nue-
vas formas y formatos de la acción y el comportamiento político, modos provocativos
Los discursos de la política 739

de comunicación, fuerte dimensión emotiva, conceptos esquemáticos, tendencia a la


escandalización y la dramatización, acentuación de estilos personales y oposición
maniquea entre elite y pueblo (Wodak/Krzyżanowski 2017).
Hay que destacar también el interés por las campañas presidenciales, que mues-
tran las tensiones entre afianzar el gesto de los votantes y alcanzar a sectores de inde-
cisos, entre polemizar con el adversario y hacer propuestas que identifiquen la posi-
ción, entre las promesas y la conciencia de las realizaciones posibles, entre la
expansión emocional que active mecanismos identificatorios y la lucidez razonante
que analice la situación. Un momento importante en las campañas es el debate presi-
dencial anterior a las elecciones, sobre el que operan los acuerdos previos que deter-
minan lugares, temas, orden de las exposiciones, tiempo asignado en cada caso. El
análisis en diacronía de los debates permite analizar los cambios de época que van a
determinar tonos, emotivos o no, y la necesidad de abordar ciertas problemáticas des-
de un ethos que se adecue a la situación (Dupuy/Marchand 2016). En los discursos de
asunción al cargo, por su parte, se focalizan habitualmente la dimensión programáti-
ca y la reafirmación de las identidades políticas (Álvarez/Chumaceiro 2009; Salgado
López 2016).

3 La dimensión política de otros discursos sociales


Como señalamos al comienzo, discursos que corresponden a géneros y situaciones va-
riadas pueden construir y tratar de imponer representaciones que expongan disensos
políticos significativos o posicionamientos distintos respecto de, por ejemplo, las con-
ductas sociales, el pasado más o menos reciente, los conflictos en marcha o las identi-
dades (de gender, étnicas o etarias).
El estudio de las narrativas sobre procesos y acontecimientos históricos o sobre
experiencias personales ha permitido reconocer, en muchos casos gracias al contraste
de textos que corresponden a una misma época o que se extienden en diacronía, la
mirada política que las sostiene y que se expone en las opciones discursivas privile-
giadas que el analista puede relacionar con datos del contexto. En ese sentido, la es-
critura y rescritura de la Historia constituye un campo importante de estudio, particu-
larmente cuando se abordan acontecimientos traumáticos en la vida de una
comunidad (Wodak 2010) o momentos claves en la construcción de identidades que
cristalizan a menudo en conmemoraciones. En la etapa de consolidación de los Esta-
dos nacionales, los primeros manuales de historia oficiales han construido objetos
discursivos que se han impuesto en los imaginarios colectivos y que han orientado las
celebraciones de las efemérides patrias estableciendo las representaciones legítimas
del acontecimiento para los sectores dominantes (Arnoux 2006a; 2008). Los recientes
pasados dictatoriales en América Latina han sido fuente de reflexión acerca de la
construcción de la memoria oficial, la difusión en el sistema escolar y en los medios
a partir de diversos soportes y perspectivas ideológicas, las estrategias de despolitiza-
740 Elvira Narvaja de Arnoux

ción, los modos de negociar las memorias sociales y el surgimiento de memorias alter-
nativas (Zullo 2014; D’Alessandro 2014; Oteiza 2018). En la construcción de otras me-
morias interviene asimismo el aparato jurídico no solo en las narrativas de los jueces,
los acusadores, los testigos sino también, en el caso latinoamericano, de los exmilita-
res que serán condenados por crímenes de lesa humanidad, cuyo derecho a las «últi-
mas palabras» les permite afirmar otra lectura política del pasado (Aniceto 2017). Un
campo amplio lo constituyen los testimonios de veteranos de guerra, tanto los recono-
cidos como los que aspiran a serlo, y el proceso de memorialización en el que partici-
pan, que puede integrarse o no en los relatos hegemónicos (Bonnin 2017).
El estudio de las ideologías lingüísticas en materiales discursivos diversos, entre
otros, leyes, resoluciones, directivas ministeriales, ensayos que tematizan el lenguaje,
libros de texto, instrumentos lingüísticos (gramáticas, retóricas, ortografías, dicciona-
rios) permiten abordar la dimensión política de intervenciones respecto del lenguaje
(Bein 2008; Verdelhan-Bourgade 2014; Bentivegna 2018). Los Estados nacionales, por
ejemplo, para construir el imaginario de lengua común y establecer la variedad oficial
que debía funcionar como patrón de las prácticas así como para formar a las nuevas
elites dirigentes y disciplinar el ejercicio público de la palabra impusieron determina-
dos instrumentos lingüísticos, que convivieron con otros producidos por diversos sec-
tores. En unos y otros las representaciones de lenguas, variedades y registros así como
de estilos o géneros pueden asociarse con ideologías políticas compartidas o diver-
gentes (Arnoux 2015b; Lauria 2015). Por otra parte, cuando se abordan las reacciones
ciudadanas (en cartas de lectores o mensajes en redes sociales) respecto de medidas
glotopolíticas, se puede reconocer la incidencia de los medios –gráficos o digitales–,
los diversos posicionamientos, las representaciones sobre las lenguas y las tendencias
dominantes en un determinado espacio social (Arnoux 2010; Vessey 2016).
Los discursos periodísticos han constituido tempranamente un objeto privilegia-
do para el análisis de las ideologías. Se ha señalado su importancia en la difusión de
las posiciones políticas dominantes y en la legitimación de las relaciones sociales.
También se han abordado las representaciones que construyen medios alternativos,
que desde lugares subalternizados dejan oír otra voz (di Stefano 2015). El análisis con-
trastivo de textos surgidos de determinadas condiciones de producción comunes ha
permitido identificar formaciones discursivas caracterizadas por regularidades en la
construcción de objetos discursivos, dispositivos enunciativos, escenografías genéri-
cas (Arnoux 2006b). En relación con temas políticamente conflictivos los investigado-
res han abordado los modos de referirse a ellos en la prensa y las posiciones ideológi-
cas que develan. Ha sido también un campo de estudio de los efectos de sentido
generados por la articulación de lo verbal y la imagen, desde la fotografía de prensa
(Pardo Abril/Celis 2017) hasta la imagen televisiva de los candidatos en un debate po-
lítico (Sandré 2011) o de las noticias en un informativo.
Discursos religiosos como las homilías, en la medida en que deben responder al
mandato de actualización del mensaje propio de la predicación cristiana, derivan fá-
cilmente, en la interpretación de la lectura bíblica, al discurso político y exponen con
Los discursos de la política 741

mayor o menor contundencia la posición del sacerdote o de un sector de la iglesia (Ar-


noux 2015c). También los posicionamientos respecto de los preceptos religiosos y la
evaluación de las conductas, relevadas en muchos casos gracias a la confesión, mues-
tran la perspectiva que se adopta respecto de fenómenos como el aborto, la homose-
xualidad o el divorcio, discutidos en las sociedades contemporáneas y asociados con
frecuencia a posiciones políticas. De allí el interés de trabajos como el de Carranza/
Amadio (2017) que analizan las estrategias desplegadas en la interpelación de los
asistentes en la zona de la celebración litúrgica destinada al «examen de conciencia»
tal como la conduce un integrante de la Renovación Católica Carismática, movimiento
eclesial que compite con los grupos pentecostales movilizando un número importante
de fieles. Por otra parte, las corrientes religiosas no son ajenas a lo político, así Bonnin
(2013) analiza la elaboración de los Documentos Finales de la II conferencia General
del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín en 1968, cuya importancia en
el desarrollo de la Teología de la Liberación fue significativa, analizando los conflic-
tos y negociaciones en el proceso de escritura.

4 Transformaciones en la discursividad política


Diversas son las restricciones que operan sobre la discursividad política, no solo las
que corresponden al género, la época, el marco jurídico, el sistema económico domi-
nante, la organización política sino también a las tecnologías de la palabra (las que
dan lugar a los textos impresos, los medios audiovisuales o los digitales). De allí que
muchos trabajos atiendan a los fenómenos de mediatización y a los cambios que han
operado en la dimensión discursiva de las prácticas políticas. Así, Le Bart (1998) seña-
la rasgos que han impuesto los medios audiovisuales a los políticos y sus discursos en
las democracias representativas: el arte de la frase corta, simple y distintiva, el ejerci-
cio de la prudencia en la medida en que desconoce el auditorio, cierto desapasiona-
miento para no herir a nadie, pocas definiciones para alcanzar al mayor número de
oyentes o espectadores, el dejar de lado argumentaciones complejas, el rechazo de la
agresividad verbal. Esto incide en el proceso de homogeneización del discurso políti-
co y en su trivialización. En relación con esto último Le Bart destaca, además, que los
medios llevan al político a intervenir sobre variados temas y en programas que pue-
den exigir un tono intimista o familiar y, por otra parte, aquel debe interactuar con ar-
tistas, comediantes o personajes diversos que opinan sobre temas de actualidad que
no dominan y adecuarse a ellos. En muchas situaciones, para no quedar descolocado,
el político debe recurrir al asesoramiento de profesionales de la comunicación y ase-
sores de imagen, que además lo ayuden a responder a periodistas incisivos que a me-
nudo reformulan a su gusto las expresiones del otro buscando un titular de prensa o el
aumento del rating.
Los medios digitales también han incidido fuertemente en la comunicación políti-
ca, lo que ha llevado a considerar la importancia creciente de la modalidad online no
742 Elvira Narvaja de Arnoux

solo en el uso «profesional» sino también en los diversos modos de acción política
ciudadana (Krzyżanowski/Tucker 2018). Aquellos soportes han generado formas dis-
cursivas nuevas, algunas próximas a géneros anteriores como los comentarios a ar-
tículos en las versiones online de los periódicos, que reproducen en general la orien-
tación ideológica del diario (Pardo Gil/Noblía 2015); otras, como las páginas Web
que exponen las posiciones políticas de partidos u organizaciones (di Stefano/Pereira
2017). Un formato como el tuit, por ejemplo, se ha vuelto un modo habitual de expre-
sión de los políticos, lo que los obliga a la síntesis propia del número de caracteres pe-
ro permite la exploración de otros recursos, como el uso del eslogan como hashtag, el
retuiteo o la expansion de lo coloquial (Padilla Herrada 2015). En las campañas políti-
cas, ha servido con otras plataformas para manipular a los posibles votantes con men-
sajes reiterados o noticias falsas, que atienden a diferentes segmentos de la población
gracias a las amplias bases de datos con las que cuentan; y, en general, ha permitido
reforzar el vínculo con los seguidores.
Pero también las redes sociales han facilitado el ejercicio de la participación
ciudadana en el marco de interacciones rápidas que, si bien a menudo no dejan hue-
llas o se disuelven en el ciberespacio, proponen o acentúan temas de la agenda políti-
ca o polemizan diversamente según las plataformas involucradas (Salerno 2018).
Amossy/Koren (2010, 16) señalan la importancia de determinar las especificidades de
esas interacciones que se desarrollan al ritmo de las cuestiones planteadas y gestiona-
das por los internautas. Por otra parte, los medios digitales intervienen para alcanzar
convocatorias amplias de ciudadanos, que se movilizan y ocupan los espacios públi-
cos en acampadas de protesta, cuestionando las viejas prácticas políticas, desarro-
llando nuevas formas de comunicación con el empleo creativo de variados soportes
(carteles y videos, por ejemplo) y la elaboración de documentos con autoría comparti-
da, discutidos en blogs (Martín Rojo 2016). Ya sean generados los mensajes por los
políticos, incluidos los periodistas y los expertos en comunicación al servicio de los
partidos, o por los usuarios comunes, los discursos que circulan en las redes se carac-
terizan por su notable cantidad, su brevedad y un uso irregular del lenguaje, que ha-
cen de ellos objetos lingüísticos singulares. Además posibilitan modos particulares de
inserción de la imagen, tanto los producidos para una plataforma como Facebook, co-
mo los que recuperan, citan o evocan otros géneros y soportes (Ques 2017).
En relación con la comunicación política, Achache (1989) había planteado tem-
pranamente la existencia de tres modelos, que si bien surgen en forma sucesiva pue-
den coexistir en determinadas sociedades. El primero es el que llama «dialógico» sur-
gido de la Ilustración, en el que la racionalidad tiene un peso importante, lo que
impone un despliegue argumentativo considerable y en el que se abordan problemáti-
cas de interés general. El segundo es el modelo propagandístico, que se organiza
planteando como instancia última una realidad trascendente (la sociedad sin clases,
por ejemplo) que no se discute, apela más al sentimiento que a la razón e interpela
más a la masa que al individuo. En sus expresiones extremas, propias de los sistemas
totalitarios, conforma la «lengua de madera», con su atemporalidad, su jerga y sus
Los discursos de la política 743

contenidos previsibles orientados por una ideología explícita e insistente. El tercero es


el «marketing», que parte de la necesidad de segmentar según las demandas de la so-
ciedad para atender mejor a cada perfil, de allí la importancia de sondeos de opinión y
encuestas y de la publicidad; por otra parte, se debe construir una imagen cuyos ras-
gos interesen al mayor número de segmentos posibles, no a la totalidad. Estos mode-
los inciden en la discursividad política ya que implican determinadas representacio-
nes de sí, manejo diferenciado de la dimensión emocional y consideración mayor o
menor al despliegue racional de los argumentos.
El último modelo que hemos reseñado se centra todavía en los mercados naciona-
les con sus marcadas especificidades y con una lógica política que legitima los con-
flictos en torno a programas políticos divergentes. Pero este convive ya con otro mo-
delo generado por la expansión neoliberal, que homogeneiza el espacio político y
domina ideológicamente permeando la vida social en su conjunto. En ese sentido,
Machin/van Leeuwen (2016) consideran otros rasgos del discurso político contempo-
ráneo: se articula con diversos contextos y géneros, incluyendo no solo los medios –
nuevos y viejos– sino también la arquitectura, el diseño, la moda o los géneros de di-
versión; confía en las tecnologías digitales, que codifican formas y contenidos de las
prácticas cotidianas, la comunicación pública o privada y el entretenimiento; y se ca-
racteriza por su estetización y multimodalidad, es decir, el uso de recursos semióticos
variados para generar efectos de sentido al servicio de la ideología que buscan impo-
ner.
Si consideramos el discurso político asociado con las instancias tradicionales, po-
demos señalar que el avance de la globalización ha llevado a que se imponga un dis-
curso tecnocrático que alcanza a la casi totalidad de los actores y cubre distintos nive-
les de ejercicio de la actividad política (de organizaciones internacionales a reuniones
municipales e intervenciones periodísticas). Domina una lógica empresarial, que re-
curre a la simplificación, la despolitización, la deshistorización y la desinformación
(Gobin 2011). El discurso económico se impone a la política e incide también en los
campos más diversos (Fairclough 2008). Surge así el discurso político experto (Cus-
só/Gobin 2008), presentado como un discurso neutro, no sostenido en una ideología
política, asentado en la producción de un imaginario colectivo internacionalizado, en
el que las cuestiones políticas son transformadas en cuestiones técnicas, racionales
que conforman un «sentido común» general adoptado acríticamente. Se caracteriza
por la insistencia en objetivos generales que dejan pocas posibilidades de refutación:
por ejemplo, crecimiento del empleo, igualdad de oportunidades, lucha contra el défi-
cit fiscal. Son fórmulas (Krieg-Planque 2009) que se reiteran y que acompañan argu-
mentos que escapan de lo conflictivo y se parapetan en lo trivial y tranquilizador. Los
discursos enuncian los problemas (graves) pero enseguida enumeran las soluciones
para enfrentarlos, que pueden justificarse en analogías con la vida cotidiana: «como
en una familia, no podemos gastar más de lo que tenemos»; «para lograr lo que se de-
sea es necesario el esfuerzo». Se muestran como siguiendo los movimientos de las
mutaciones sociales, fundamentalmente, la marcha «natural» de la economía, de allí
744 Elvira Narvaja de Arnoux

la abundancia de metáforas que remiten a fenómenos naturales («turbulencias», para


referirse por ejemplo a crisis cambiarias). Se apoyan en lo concreto, la cifra, lo «verda-
dero» y, por lo tanto, indiscutible, con un peso fuerte de la retórica numérica (Bacot/
Desmarchelier/Rémi-Giraud 2012) y esquematizaciones de datos (infografías, diagra-
mas) en lo escrito. Si bien raramente el discurso político es improvisado, el discurso
experto en la medida en que se compone de fórmulas y de argumentos recurrentes,
constituye una matriz de fácil instalación para la producción de aquel.
Más allá del discurso experto de los políticos, debemos señalar los nuevos objetos
conflictivos que surgen en la discursividad política motivados por procesos que afec-
tan a las sociedades actuales. Si consideramos, particularmente, la de los países cen-
trales, temas como la raza, la etnia, el racismo o el antirracismo adquieren un nuevo
estatuto motivados por las fuertes migraciones que interrogan, en algunos casos, el
republicanismo consagrado por algunos países, o que activan o buscan exorcizar fan-
tasmas del pasado y que dan lugar a fuertes controversias que se expresan en el uso
de categorías «raciales» y en discursos xenófobos o antixenófobos (Martín Rojo/van
Dijk 1998). Devriendt/Monte/Sandré (2018) señalan, para el ámbito francófono, algu-
nos de los modelos que se oponen: antirracismo universalista vs antirracismo (multi)
culturalista de respeto a las diferencias; paradigmas republicano «oficial» vs postco-
lonial autónomo; igualitario vs identitario. Por otra parte, en relación con la pobreza
y la indigencia, se han trabajado tanto los discursos dominantes, en general discrimi-
natorios, acerca de los sectores vulnerables como la palabra de los subalternizados
(van Dijk 1991; Nunes Martins 2012; Vasilachis de Gialdino 2016; Salgado 2016; Resen-
de 2015; Blanco/Zaccari 2017).
Los embates de la «nueva economía» con, entre otros, el peso de las corporacio-
nes multinacionales, la intensificación de las actividades financieras especulativas, la
inseguridad económica, el aumento de la desigualdad, la disminución de la responsa-
bilidad estatal, el ataque a los derechos laborales y previsionales, la tensión entre cre-
cimiento económico y sustentabilidad ecológica han dado lugar a la proliferación de
discursos diversos acerca de la crisis, en primer lugar económica pero que afecta tam-
bién otros aspectos de la vida social. En esto inciden asimismo las estrategias de gene-
ración de crisis (Klein 2011) que buscan desestructurar los modos de representación de
lo social y la renuncia a valores y prácticas que tradicionalmente contribuyeron al
ejercicio de la resistencia. En la medida en que la economía encarna en la actualidad
un «régimen de verdad hegemónico» sus modos de tratamiento de la crisis a la vez
que muestran cierta autonomización y dominancia de un paradigma único permean
los otros discursos sociales (Canu/Bonnet 2017). Pero también la complejidad de la
noción de «crisis» impone abordajes variados que consideran los campos léxicos, las
metáforas que buscan dar cuenta de aquella, las palabras clave, los eufemismos, los
relatos que tienden a explicar desde la causalidad narrativa, la intervención de lo
multimodal, el borrado de determinados términos, los neologismos, los argumentos
en foros en línea, los fraseologismos y los modos de superar discursivamente la crisis
(Pietrini/Wenz 2016).
Los discursos de la política 745

En síntesis, la discursividad política contemporánea sufre transformaciones signi-


ficativas no solo por los objetos que debe considerar como resultado de los cambios
sociales sino también por la disponibilidad y las imposiciones de los nuevos recursos
semióticos ligados a las tecnologías de la palabra así como por el peso de la economía
y el mundo empresarial en la cultura actual.

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