¿Por dónde comenzar?
Comienzo suponiendo que un estudiante quiere empren
der el análisis estructural de una obra literaria. Imagino a este estu
diante lo bastante informado para no sorprenderse de las divergen
tes aproximaciones que generalmente se reúnen en forma indebida
bajo el nombre de estructuralismo; lo supongo bastante prudente
para saber que en el análisis estructural no existe un método canó
nico comparable al de la sociología o al de la filosofía, de manera tal
que aplicándolo a un texto se pueda hacer surgir la estructura; lo
bastante valiente para prever y soportar los errores, los accidentes,
las decepciones, los descorazonamientos (¿para qué sirve todo esto?)
que con toda seguridad suscitará el viaje analítico; lo bastante libre
para atreverse a explotar la sensibilidad estructural que pueda tener
y su intuición de los sentidos múltiples; lo bastante dialéctico, en fin,
para persuadirse de que no se trata de obtener una “explicación” del
texto, un “resultado positivo” (un significado último que sería la ver
dad de la obra o su determinación), sino que, inversamente, se trata
de entrar, mediante el análisis (o aquello que se asemeja a un análi
sis), en el juego del significante, en la escritura: en una palabra, de
dar cumplimiento, mediante su trab^o, a lo plural del texto. Ha
llado ese héroe -o ese sabio-, no dejará de encontrar una inquietud
operacional, una dificultad simple, aquella de todo principio: ¿par
dónde comenzar? B^o su apariencia práctica y casi gestual (se trata del
primer gesto que se cumplirá en presencia del texto), se puede de
cir que esta dificultad es aquella misma que ha fundado la lingüística
moderna: sofocado en el primer momento por lo heteróclito del
lengu^e htimano, Saussure, para poner fin a esa opresión que es en
1 Aparecido en Poétique, n° 1, 1970.
14 0 N U E V O S EN SAYO S C R ÍT IC O S
suma la de todo comienzo imposible, decidió elegir un hilo, una
pertinencia (la del sentido) , y desarrollar ese hilo. Así se construyó
un sistema de la lengua. De la misma manera, aunque en el segundo
nivel, del discurso, el texto desarrolla códigos múltiples y simultá
neos de los que es imposible ver, en primera instancia, la sistemati-
cidad, o mejor todavía: que no se pueden nombrar áe inmediato. En
efecto, todo concurre a dar una imagen inocente de las estructuras
que se buscan, a ausentarlas: el desarrollo del discurso, la naturali
dad de las frases, la igualdad apai'ente de lo significante y de lo no
significante, los prejuicios escolares (ios del “plan”, del “persori^e”,
del “estilo”), la simultaneidad de los sentidos, la desaparición y rea
parición caprichosas de ciertos filones temáticos. Frente al fenó
meno textual experimentado como una riqueza y como una natura
leza (dos buenas razones para sacralizarlo), ¿cómo señalar, extraer el
primer hilo, cómo desprender los primeros códigos? Se quiere aquí
abordar este problema de trab^o proponiendo el j&nwr análisis de
una novela de Julio Verne: La isla misteriosa.^
Un lingüista escribe:® “En cada proceso de elaboración de la in
formación se puede desprender un cierto conjunto: A) de señales
iniciales y un cierto conjunto B) de señales finales observadas. La
tarea de una descripción científica es explicar cómo se efectúa el
paszye de A a B y cuáles son los enlaces entre estos dos conjuntos (si
los eslabones intermedios son demasiado complejos y escapan a la
observación, se habla en cibernética de caja negra) Frente a la no
vela como sistema de “intercambio” de informaciones, la formula
ción de Revzin puede inspirar una primera etapa: establecer prime
ramente los dos conjuntos límite, inicial y terminal, y luego
explorar por qué vías, a través de qué transformaciones, de qué mo
vilizaciones, el segundo se asemeja o se diferencia del primero: en
suma, es necesario definir el pas^e de un equilibrio a otro, atrave
sar la “cjga negra”. Sin embargo, la noción de conjunto inicial (o fi
nal) no es simple; no todos los relatos tienen la ordenación per
fecta, eminentemente didáctica, de la novela balzaciana que se abre
2 Colección Le Livre de Poche, Hachette, 1966, 2 vols.
3 1.1. Revzin, “Los principios de la teoría de los modelos en lingüística”,
Langages, n“ 15, septiembre de 1969, p. 28.
¿P O R D Ó N D E C O M E N Z A R ? 141
sobre un discurso estático, largamente sincrónico, vasto concurso
inmóvil de datos iniciales que se llama generalmente cuadro (el
cuadro es una idea retórica que merecería ser estudiada en tanto es
un desafío a la marcha del lenguaje); en otros numerosos casos, el
lector es arrojado in medias res; los elementos del cuadro aparecen
dispersos a lo largo de una diégesis que comienza con la primera
palabra. Es el caso de La isla misteriosa: el discurso toma la historia
directamente (se trata, por otra parte, de una tempestad). Para de
tener el cuadro inicial no hay por lo tanto más que un medio: ayu
darse dialécticamente con el cuadro final (o recíprocamente, según
el caso). La isla misteriosa termina sobre dos vistas; la primera repre
senta a los seis colonos reunidos sobre una roca desnuda donde es
peran morir de privaciones si el yate de Lord Glenarvan no los
salva; la segunda ubica a esos mismos colonos, ya salvados, sobre un
floreciente territorio que han colonizado en el Estado de lowa; es
tas dos vistas finales están evidentemente en relación paradigmá
tica: el florecimiento se opone al agotanaiento, la riqueza a la priva
ción; este paradigma final debe tener un correlato inicial puesto
que, si no lo tiene, o lo tiene parcialmente, habrá habido pérdida,
dilusión o transformación en la “caja negra”; es lo que sucede: la co
lonización de íowa tiene como correlato anterior la colonización
de la isla, pero ese correlato se identifica con la diégesis misma, está
ampliado a todo lo que ocurre en la novela y no constituye, por lo
tanto, un cuadro-, en revancha, la privación final (sobre la roca) re
envía simétricamente a la primera privación de ios colonos cuando,
caídos del globo, están todos reunidos sobre la isla que van a colo
nizar a partir de nada (un collar de perro, un grano de trigo); de
bido a esta simetría, el cuadro inicial está desde entonces fiindado:
es el conjunto de datos recogidos en los primeros capítulos de la
obra hasta el momento en que, habiendo sido reencontrado Cyrus
Smith, todo el personal colonizador se enfirenta de una manera
pura -algebraica- a la carencia total de herramientas (“El fiiego se
había apagado”: así acaba, jiuito con el capítulo VIII, el cuadro ini
cial de la novela). El sistema informativo se establece, en suma,
como un paradigma repetido {privaáón/ cohnizaáón), pero esta re
petición no posee un equilibrio completo; las dos privaciones son
“cuadros”, pero la colonización es una “historia”; esta perturbación
142 N U E V O S E N SAYO S C R ÍT IC O S
es la que “abre” (como una primera llave) el proceso de análisis deve
lando dos códigos: uno, estático, se refiere a la situación adánica de
los colonos, ejemplificada en el cuadro inicial y en el cuadro final; el
otro, dinámico (lo que no impide que sus rasgos sean semánticos), se
refiere al trabajo heurístico por el cual estos mismos colonos van a
“descubrir”, “horadar”, “encontrar”, a la vez, la naturaleza de la isla y
su secreto.
Efectuada esta primera elección, es fácil (si no rápido) esbozar poco
a poco cada uno de los códigos que se han puesto en evidencia. El có
digo adánico (o más bien el campo temático de la privación original,
pues este campo reúne a su vez varios códigos) comprende términos
morfológicamente variados: términos de acción, índices, semas, cons
tataciones, comentarios. Veamos, por ejemplo, dos secuencias de ac
ciones que pertenecen a este campo. La primera es la que inaugura la
novela: el descenso del globo; este descenso está hecho, si así puede
decirse, de dos hilos: im hilo accional, de modelo físico, que desgrana
las etapas del hundimiento progresivo de la aeronave (es fácil señalar,
numerar y estructurar sus términos), y un hilo “simbólico” donde se
alinean todos los rasgos que marcan (en el sentido lingüístico del tér
mino) el despojo, o mejor, la expoliación voluntaria de los colonos al
término de la cual, abandonados sobre la isla, se reencontrarán sin
equip^es, sin herramientas, sin bienes: el descargo del oro (10.000
firancos arroyados fuera de la nave intentando remontarla) es, en este
nivel, altamente simbólico (especialmente porque este oro es el oro
enemigo, el de los sudistas); lo mismo es aplicable al huracán que ori
gina el naufi-agio, cuyo carácter excepcional, cataclísmico, opera sim
bólicamente el extrañamiento lejos de toda sociedad (en el mito ro-
binsoniano, la tempestad inicial no es solamente un elemento lógico
que explica la pérdida del náufi'ago sino también un elemento simbó
lico que figura el despojo revolucionario, la mutación del hombre so
cial en hombre original). Otra secuencia que debe ser conectada al
tema adánico es la de la primera exploración por la que los colonos in
tentan saber si la tierra donde acaban de ser arrojados es una isla o un
continente; esta secuencia está construida como un enigma y su culmi
nación es, por otra parte, fijtertemente poética puesto que sólo la luz
de la luna hace aparecer al fin la verdad; la instancia del discurso exige
evidentemente que esta tierra sea una isla y que esta isla esté desierta.
¿P O R D Ó N D E CO M E N Z A R ? 14 3
pues es necesario para la continuación del discurso que la materia sea
dada al hombre sin la herramienta pero también sin la resistencia de
otros hombres: el hombre (si es otro distinto del colono) es por lo
tanto enemigo de los náufragos y del discurso; Robinson y los náufra
gos de Julio Verne tienen el mismo miedo a los otros hombres, a los
intrusos que vendrían a perturbar el hilo de la demostración, la pu
reza del discurso: nada de humano (salvo interior al grupo) debe os
curecer la brillante conquista de la Herramienta {La isla misteriosa es
el opuesto exacto a una novela de anticipación, es ima novela del pa
sado arcaico, de las primeras producciones de la herramienta).
También forman parte del tema adánico todas las marcas de la Na
turaleza gratificante: es lo que podría llamarse el código edénico
(Adán/Edén: curiosa homología fonética). El don edénico reviste tres
formas: primero, la naturaleza misma de la isla es perfecta, “fértil, agra
dable en sus aspectos, variada en sus producciones” (I, 48); luego, la
isla proporciona siempre la materia necesaria en el momento mismo
de su necesidad; ¿se quiere pescar con caña? Justamente allí, al lado, hay
lianas para la caña, espinas para el anzuelo, gusanos para el cebo; y por
último, cuando los colonos trab^an esta naturaleza no sienten ningún
cansancio o al menos este cansancio es obviado por el discurso: es la ter
cera forma del don edénico: el discurso, todopoderoso, se identifica
con la Naturaleza donadora, facilita, euforiza, reduce el tiempo, la fa
tiga, la dificultad; la acción de derribar un enorme árbol emprendida
casi sin herramienteis es liquidada en una frase; será necesario (en el
curso de un análisis ulterior) insistir sobre esta gracia que el discurso de
Verne derrama sobre cualquier empresa; pues ocurre aquí lo contra
rio de lo que pasa en Defoe: en Robinson Crusoe el trabajo no es sola
mente agotador (una palabra bastaría entonces para decirlo) sino que
también es d^efinido en su esñierzo por el pesado cálculo de los días y
semanas necesarios para realizar (solo) la menor transformación:
¡cuánto tiempo, cuántos movimientos para desplazar un poco cada día
una pesada piragua!; el discurso tiene aquí por función dar el trab^o
en su lentitud, restituirle su valor-tiempo (que es su alienación misma);
y por otra parte se ve claramente todo el poder, diegético e ideológico
a la vez, de la instancia del discurso: el eufemismo verniano permite al
discurso avanzar rápidamente en la apropiación de la naturaleza, de
problema en problema y no de esfuerzo en esfuerzo; transcribe al
14 4 n u e v o s e n sa y o s c r ít ic o s
mismo tiempo una promoción del saber y una censura del trabajo: es
el idiolecto del “ingeniero” (que es Cyrus Smith), del tecnócrata maes
tro de la ciencia, cantor del trab^o transformador en el momento
mismo en que, confiándolo a otros, lo escamotea; el discurso verniano,
por sus elipsis y por sus sobrevuelos eufóricos, reenvía el tiempo, el es
fuerzo, en una palabra, la labor, a la nada de lo innominado: el trabajo
se fuga, se escurre, se pierde en los intersticios de la frase.
Otro subcódigo del tema adánico: el de la colonización. Esta pala
bra es naturalmente ambigua (colonia de vacaáanes, de insectos, peniten
ciaria, colonialismo); aquí mismo los náufiragos son colonos pero no co
lonizan más que una isla desierta, una naturaleza virgen: toda una
instancia social está púdicamente borrada de esta purificación donde
se trata de transformar la tierra sin la mediación de ninguna esclavi
tud: cultivadores, no colonizadores. Sin embargo, en el inventario de
los códigos se tendrá ocasión de notar que la relación ínter-humana,
por discreta y convencional que sea, se ubica -aunque lejana- en una
problemática colonial; entre los colonos el trab^o (aun si todos jim-
tos ponen manos a la obra) está jerárquicamente dividido (el jefe y
tecnócrata: Cyrus; el cazador: Spilett; el heredero: Herbert; el obrero
especializado: Pencroff; el servidor: Nab; el presidiario relegado a la
colonización bruta, la de los rebaños: Ayrton); y más todavía, el negro
Nab es en esencia esclavo, no porque sea “maltratado” o “distanciado”
(por el contrario: la obra es humanitaria, igualitaria)', ni porque su tra
bajo sea subalterno, sino porque su “naturaleza” psicológica es de or
den animal: intuitivo, receptivo, sabio por olfato y premonición,
forma grupo con el perro Top; es el momento inferior de la escala, la
partida de la pirámide en cuya cima reina el Ingeniero todopoderoso;
por otra parte, es necesario recordar que el horizonte histórico del ar
gumento es de orden colonial: la Guerra de Secesión es la que, expul
sando a los náufragos, determina y desplaza más lejos una nueva colo
nización mágicamente purificada (por las virtudes del discurso) de
toda alienación (se notará sobre este asunto que la aventura de Robin-
son Crusoe también tiene su origen en un problema colonial: un trá
fico de esclavos negros con el que Robinson debe enriquecerse
trasplantándolos del África a las plantaciones de azúcar del Brasil: el
mito de la isla desierta se apoya sobre un agudo problema: ¿cómo cul
tivar sin esclavos?); y cuando los colonos, habiendo perdido su isla.
¿P O R D Ó N D E C O M E N Z A R ? 145
fundan en América una nueva colonia en lowa, territorio del Oeste,
sus habitantes naturales, los sioux, son también mágicamente “au
sentados” como antes lo fue el indígena de la isla misteriosa.
El segundo código que es necesario (para comenzar) desplegar
es el de la roturación-desciframiento (aprovechemos la metáte
sis);* se vincularán a este código todos los rasgos (numerosos) que
marcan simultáneamente una efracción y un develamiento de la
naturaleza (una manera de hacerla rendir, de dotarla de una renta
bilidad) . Este código comprende dos subcódigos. El primero im
plica una transformación de la naturaleza por medios naturales, si
así podemos llamarlos; el saber, el tiabajo, el carácter; se trata de
descubrirla naturaleza, de encontrar las vías que conducen a su ex
plotación: podemos por lo tanto denominarlo “heurístico”; com
prende de entrada una simbólica; la del “horadamiento”, la de la
“explosión”, en una palabra, como dijimos, la de la efracción; la
naturaleza es una corteza, la mineralidad es su sustancia esencial
a la que responde la función, la energía endoscópica del Inge
niero; es necesario “hacer saltar” para “ver adentro”, es necesario
“despanzurrar” para liberar las riquezas comprimidas; novela plu-
toniana. La isla misteriosa moviliza una viva imaginación telúrica
(viva puesto que ambivalente); la profundidad de la tierra es a la
vez un abrigo que se conquista (Granite-House, la caleta subterrá
nea de Nautilus) y el encubrimiento de una energía destructiva (el
volcán). Se ha sugerido justamente (Jean Pommier refiriéndose al
siglo XVII) la posibilidad de estudiar las metáforas de época; no
hay ninguna duda de que el plutonismo verniano está ligado a las
tareas técnicas del siglo industrial; efracción generalizada de la
tierra, del tellus, mediante la dinamita, por la explotación de las
minas, la apertura de las rutas, de las vías férreas, la extensión de
los puentes. La tierra se abre para librar el hierro (sustancia vol
cánica, ígnea, con la que Eiffel sustituye especialmente la piedra,
sustancia ancestral que se “recoge” a flor de tierra) y el hierro
perfecciona la penetración de la tierra permitiendo edificar los ins
trumentos de comunicación (puentes, rieles, estaciones, viaductos).
* En castellano es imposible mantener el juego de la metátesis que se
da en francés: d^richement-déchiffrement. [T.]
14 6 N U EVOS EN SAYO S C R ÍT IC O S
La simbología (plutoniana) se articula sobre un tema técnico, el de
la herramienta. La herramienta, nacida de un pensamiento demulti
plicador (como ocurre con el lenguaje y el intercambio matrimonial,
como lo han señalado Lévi-Strauss y Jakobson), es ella misma un
agente de demultiplicación; la naturaleza (o la Providencia) propor
ciona el grano o el fósforo (reencontrados en el bolsillo del niño), los
colonos los demultiplican; los ejemplos de esta demultiplicación sún
numerosos en La isla misteriosa-, la herramienta produce la herra
mienta según el poder del número; el número demultíplicador, del
que Cyrus desmonta cuidadosamente la virtud generadora, es simultá
neamente una magia (“Hay siempre un medio para hacerlo todo”, I,
43), una razón (el número combinatorio es llamado precisamente ra
zón: contabilidad y ratio se confunden etimológica e ideológicamente)
y un contra-azar (gracias a ese número no se recomienza de cero des
pués de cada golpe, de cada fuego o de cada cosecha, como en el
juego). El código de la herramienta se articula oportunamente sobre
un tema a la vez técnico (la transmutación de la materia), mágico (la
metamorfosis) y lingüístico (la generación de los signos) que es el de
la transformación. Aunque siempre aparezca como científica, justificada
de acuerdo con los términos del código escolar (física, química, botá
nica, lección de cosas), esta transformación está siempre construida
como una sorpresa y a menudo como un enigma (provisorio): ¿en
qué pueden transformarse las pieles de las focas? Respuesta (retar
dada según las leyes del suspenso): sirven para hacer un fuelle para el
fogón y las velas; el discurso (y no solamente la ciencia, que sólo está
allí para asegurarlo) exige, por una parte, que los dos términos de la
operación, la materia original y el objeto producido, las algas y la ni
troglicerina, estén ubicadas tan lejos como sea posible, y por otra
parte, según el principio del bricolage* que todo objeto natural o dado
sea sacado de su “ser-allí” y derivado hacia un empleo inesperado: la
tela del globo, niultifuncional en tanto es un desecho (el naufragio),
se transforma en ropa blanca y en aspas para el molino. Se adivina en
qué medida este código, que es ima puesta enjuego perpetua de nue-
* Barthes emplea este término en el sentido que le ha dado Lévi-
Strauss. Remitimos por lo tanto al lector a El pensamiento salvaje,
México, F. C. E„ 1964. [T.]
¿P O R D Ó N D E C O M E N Z A R ? 14^7
vas clasificaciones inesperadas, está cerca de la operación lingüística: el
poder transformador del Ingeniero es un poder verbaL puesto que
tanto uno como otro consisten en combinar elementos (palabras, ma
teriales) para producir sistemas nuevos (frases, objetos) y ambos ex
traen sus elementos de códigos muy firmes (lengua, saber), cuyos da
tos estereotípicos no impiden el rendimiento poético (y poiético). Se
puede además vincular al código transformacional (simultáneamente
lingüístico y demiúrgico) un subcódigo cuyos rasgos son abundantes:
el de la nominación. Apenas llegados a la cima del monte que Ies da
una vista panorámica de la isla, los colonos emprenden una cartogra
fía, es decir, dibtyan y nombran los accidentes; este primer acto de in
telección y de apropiación es un acto de lenguaje como si toda la con
fusa materia de la isla, objeto de futuras transformaciones, no
accediese al estatus de lo real operable sino a través de la trama del len
guaje; en suma, cartografiando su isla, es decir, su “real”, los colonos
no hacen más que cumplir la definición misma del lenguaje como
“mapping” de la realidad.
Como se ha dicho, el des-cubrimiento de la isla sostiene dos códi
gos, de los cuales el primero es el código heurístico, conjunto de ras
gos y modelos transformadores de la naturaleza. El segundo, mucho
más convencional desde el punto de vista novelesco, es un código her-
menéutico; de este código salen los diferentes enigmas (una decena)
que justifican el título de la obra (La isla, misteriosa) y cuya solución es
retrasada hasta el llamado fineil del capitán Nemo. Este código ha sido
estudiado en ocasión de otro texto,^ y se puede asegurar aquí que sus
términos formales se reencuentran en La isla misteriosa-, posición, te-
matización, formulación del enigma, diferentes términos dilatorios
(que retardan la respuesta), desciframiento-develamiento. Lo heurís
tico y lo hermenéutico están muy próximos puesto que en los dos ca
sos la isla es el olyeto de un develamiento: en tanto naturaleza es ne
cesario arrancarle su riqueza, en tanto hábitat de Nemo, es necesario
descifirar a su providencial huésped; toda la obra está construida sobre
un proverbio trivial: ayúdate, trabcya solamente en domesticar la mate
ria, e/ deh te ayudará. Nemo, habiendo reconocido tu excelencia hu-
4 S/Z, étude sur Sarrasineáe Balzac, Du Seuil, col. Tel Quel, 1970, y col.
Points Essais, 1976. [Ed. cast.: S/Z, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009.]
14 6 N U E V O S EN SAYO S C R ÍT IC O S
La simbología (plutoniana) se articula sobre un tema técnico, el de
la herramienta. La herramienta, nacida de un pensamiento demulti
plicador (como ocurre con el lenguaje y el intercambio matrimonial,
como lo han señalado Lévi-Strauss y Jakobson), es ella misma un
agente de demultiplicación; la naturaleza (o la Providencia) propor
ciona el grano o el fósforo (reencontrados en el bolsillo del niño), los
colonos los demultiplican; los ejemplos de esta demultiplicación són
numerosos en La isla misteriosa: la herramienta produce la herra
mienta según el poder del número; el número demultiplicador, del
que Cyrus desmonta cuidadosamente la virtud generadora, es simultá
neamente una magia (“Hay siempre un medio para hacerlo todo”, I,
43), una razón (el número combinatorio es llamado precisamente ra
zón: contabilidad y ratio se confunden etimológica e ideológicamente)
y un contra-azar (gracias a ese número no se recomienza de cero des
pués de cada golpe, de cada fuego o de cada cosecha, como en el
juego). El código de la herramienta se articula oportunamente sobre
un tema a la vez técnico (la transmutación de la materia), mágico (la
metamorfosis) y lingüístico (la generación de los signos) que es el de
la transformación. Aunque siempre aparezca como científica, justificada
de acuerdo con los términos del código escolar (física, química, botá
nica, lección de cosas), esta transformación está siempre construida
como una sorpresa y a menudo como un enigma (provisorio): ¿en
qué pueden transformarse las pieles de las focas? Respuesta (retar
dada según las leyes del suspenso): sirven para hacer un fuelle para el
fogón y las velas; el discurso (y no solamente la ciencia, que sólo está
allí para asegurarlo) exige, por una parte, que los dos términos de la
operación, la materia original y el objeto producido, las algas y la ni
troglicerina, estén ubicadas tan lejos como sea posible, y por otra
parte, según el principio del bricolage* que todo objeto natural o dado
sea sacado de su “ser-allí” y derivado hacia un empleo inesperado: la
tela del globo, rqultifundonal en tanto es un desecho (el naufragio),
se transforma en ropa blanca y en aspas para el molino. Se adivina en
qué medida este código, que es una puesta enjuego perpetua de nue-
*Barthes emplea este término en el sentido que le ha dado Lévi-
Strauss. Remitimos por lo tanto al lector a El pensamiento salvaje,
México, F, C. E„ 1964. [T.]
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vas clasificaciones inesperadas, está cerca de la operación lingüística: el
poder transformador del Ingeniero es un poder verbal puesto que
tanto uno como otro consisten en combinar elementos (palabras, ma
teriales) para producir sistemas nuevos (frases, objetos) y ambos ex
traen sus elementos de códigos muy firmes (lengua, saber), cuyos da
tos estereotípicos no impiden el rendimiento poético (y poiético). Se
puede además vincular al código transformacional (simultáneamente
lingüístico y demiúrgico) un subcódigo cuyos rasgos son abundantes;
el de la nominación. Apenas llegados a la cima del monte que les da
una vista panorámica de la isla, los colonos emprenden una cartogra
fía, es decir, dibujan y nombran los accidentes; este primer acto de in
telección y de apropiación es un acto de lengu^e como si toda la con
fusa materia de la isla, objeto de futuras transformaciones, no
accediese al estatus de lo real operable sino a través de la trama del len-
guíye; en suma, cartografiando su isla, es decir, su “real”, los colonos
no hacen más que cumplir la definición misma del lenguqe como
“mapping” de la realidad.
Como se ha dicho, el des-cubrimiento de la isla sostiene dos códi
gos, de los cuales el primero es el código heurístico, conjunto de ras
gos y modelos transformadores de la naturaleza. El segundo, mucho
más convencional desde el punto de vista novelesco, es un código her-
menéutico; de este código salen los diferentes enigmas (una decena)
que justifican el título de la obra (La isla misteriosa) y cuya solución es
retrasada hasta el llamado final del capitán Nemo. Este código ha sido
estudiado en ocasión de otro texto,'^ y se puede asegurar aquí que sus
términos formales se reencuentran en La isla misteriosa: posición, te-
matización, formulación del enigma, diferentes términos dilatorios
(que retardan la respuesta), descifiramiento-develamiento. Lo heurís
tico y lo hermenéutico están muy próximos puesto que en los dos ca
sos la isla es el objeto de un develamiento: en tanto naturaleza es ne
cesario arrancarle su riqueza, en tanto hábitat de Nemo, es necesario
descifi-ar a su providencial huésped; toda la obra está construida sobre
un proverbio trivial: ayúdate, trab^a solamente en domesticar la mate
ria, eZdélo te ayudará. Nemo, habiendo reconocido tu excelencia hu
4 S/Z, étude sur Sarrasineáe Balzac, Du Seuil, col. Tel Quel, 1970, y col.
Points Essais, 1976. [Ed. cast.: S/Z, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009.]
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mana, actuará para contigo como un dios. Estos dos códigos conver
gentes movilizan dos simbologías diferentes (aunque complementa
rias) ; la efracción de la naturaleza, la sujeción, la domesticación, la
transformación, el ejercicio del saber (más que el del trabajo, como
se ha dicho) reenvían a una negación de la herencia, a una simbolo-
gía del Hijo; la acción de Nemo, sufrida a veces con impaciencia por
el Hijo adulto (Cyrus), implica una simbología del Padre (analizada
por Marcel Moré):^ padre singular, sin embargo, singular dios éste
que se llama Nadie.
Este primer “esclarecimiento” parecerá más temático que forma
lista; en esto consiste precisamente la libertad metodológica que es
necesario asumir; no se puede comenzar el análisis de un texto
(puesto que ése es el problema que aquí se ha propuesto) sin una
primera aproximación semántica (de contenido), sea temática, sim
bólica o ideológica. El (inmenso) trab^o que queda por hacer con
siste en seguir los primeros códigos, en señalar sus términos, esbozar
las secuencias, pero también en proponer otros códigos que se per
filan en la perspectiva de ios primeros. En resumen, si uno se arroga
el derecho de partir de una cierta condensación del sentido (como se
ha hecho aquí) es porque el movimiento del análisis, en su faga indFi-
nita, es precisamente hacer estallar el texto, la primera nebulosa de
los sentidos, la primera imagen de los contenidos. La propuesta del
análisis estructural no es la verdad del texto sino su pluralidad; por lo
tanto, el trab^o no puede consistir en partir de las formas para per
cibir, esclarecer o formular contenidos (para esto no sería necesario
un método estructural) sino, por el contrario, en disipar, extender,
multiplicar, movilizar los primeros contenidos b^o la acción de una
ciencia formal. El analista hallará venteas en este movimiento puesto
que le da, al mismo tiempo, el medio de comenzar el análisis a par
tir de algunos códigos familiares y el derecho a abandonar esos códi
gos (de transformarlos) avanzando no en el texto (que es siempre si
multáneo, voluminoso, estereográfico), sino en su propio trab^o.
1970
5 Moré, Marcel, Le tres curieuxJuks Verne, París, Gallimcird, 1960.