Liceo Alto Jahuel
Prof. Carlos Sanhueza J.
Departamento de lenguaje
GUIA “CRÍMENES DE LA CALLE MORGUE”.
8° AÑO DE ENSEÑANZA BÁSICA
Nombre: ___________________________________________________________
Curso: ____________________________ Fecha: _______________________
Unidad Unidad III. “Relatos de misterio”
Objetivo de (OA 2) Reflexionar sobre las diferentes dimensiones de la experiencia humana,
Aprendizaje propia y ajena, a partir de la lectura de obras literarias y otros textos que forman
parte de nuestras herencias culturales, abordando los temas estipulados para el
curso y las obras sugeridas para cada uno.
(OA3) Analizar las narraciones leídas para enriquecer su comprensión,
considerando, cuando sea pertinente: > El o
los conflictos de la historia.
> El papel que juega cada personaje en el conflicto y cómo sus acciones afectan a
otros personajes.
> El efecto de ciertas acciones en el desarrollo de la historia.
> Cuándo habla el narrador y cuándo hablan los personajes.
> La disposición temporal de los hechos
> Elementos en común con otros textos leídos en el año.
(OA 8) Formular una interpretación de los textos literarios, considerando:
> Su experiencia personal y sus conocimientos.
> un dilema presentado en el texto y su postura personal acerca del mismo.
> La relación de la obra con la visión de mundo y el contexto histórico en el que se
ambienta y/o en el que fue creada.
Indicadores - Explican el o los conflictos de una narración.
de - Explican las causas del o los conflictos presentes en una obra.
evaluación. -Explican las relaciones que hay entre los personajes, en términos de personajes.
parentesco, amistad, influencias de uno sobre otro, etc.
- Ofrecen una interpretación del texto leído que aborda temas que van más allá de lo
literal o de un mero resumen.
Instrucciones: Lee atentamente el siguiente texto, reflexiona en torno a las preguntas
asignadas y responde según corresponda
Los crímenes de la calle Morgue (Edgar Allan Poe, fragmentos)
(…)
En efecto, cabe observar que los ingeniosos poseen siempre mucha fantasía mientras
que el hombre verdaderamente imaginativo es siempre un analista.
(…)
«EXTRAÑOS ASESINATOS. - Hacia las tres de la madrugada, los habitantes fueron
arrancados de su sueño por los espantosos alaridos procedentes del cuarto piso de
una casa situada en la rue Morgue, ocupada por madame L’Espanaye y su hija,
mademoiselle Camille L’Espanaye. Como fuera imposible lograr el acceso a la casa, se
forzó finalmente la puerta y diez vecinos penetraron en compañía de dos gendarmes.
Por ese entonces los gritos habían cesado, pero cuando el grupo remontaba el primer
tramo de la escalera se oyeron dos o más voces que discutían violentamente y que
parecían proceder de la parte superior de la casa. Al llegar al segundo piso, las voces
callaron a su vez, reinando una profunda calma. Los vecinos se separaron y
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empezaron a recorrer las habitaciones una por una. Al llegar a una gran cámara
situada en la parte posterior del cuarto piso (cuya puerta, cerrada por dentro con llave,
debió ser forzada), se vieron en presencia de un espectáculo que les produjo tanto
horror como estupefacción.
»El aposento se hallaba en el mayor desorden: los muebles, rotos, habían sido
lanzados en todas direcciones. El colchón del único lecho aparecía tirado en mitad del
piso. Sobre una silla había una navaja manchada de sangre. Sobre la chimenea
aparecían dos o tres largos y espesos mechones de cabello humano igualmente
empapados en sangre y que daban la impresión de haber sido arrancados de raíz. Se
encontraron en el piso dos sacos que contenían casi cuatro mil francos en oro. Los
cajones de una cómoda situada en un ángulo habían sido abiertos y aparentemente
saqueados, aunque quedaban en ellos numerosas prendas. Descubrióse una pequeña
caja fuerte de hierro debajo de la cama. Estaba abierta y con la llave en la cerradura.
No contenía nada, aparte de unas viejas cartas y papeles igualmente sin importancia.
»No se veía huella alguna de madame L’Espanaye, pero al notarse la presencia de una
insólita cantidad de hollín al pie de la chimenea se procedió a registrarla,
encontrándose (¡cosa horrible de describir!) el cadáver de su hija, cabeza abajo, el cual
había sido metido a la fuerza en la estrecha abertura y considerablemente empujado
hacia arriba. El cuerpo estaba aún caliente. Al examinarlo se advirtieron en él
numerosas excoriaciones, producidas, sin duda, por la violencia con que fuera
introducido y por la que requirió arrancarlo de allí. Veíanse profundos arañazos en el
rostro, y en la garganta aparecían profundas huellas de uñas, como si la víctima
hubiera sido estrangulada.
»Luego de una cuidadosa búsqueda en cada porción de la casa, sin que apareciera
nada nuevo, los vecinos se introdujeron en un pequeño patio pavimentado de la parte
posterior del edificio y encontraron el cadáver de la anciana señora, la cual había sido
degollada tan salvajemente que, al tratar de levantar el cuerpo, la cabeza se
desprendió del tronco. Horribles mutilaciones aparecían en la cabeza y en el cuerpo, y
este último apenas presentaba forma humana.
»Hasta el momento no se ha encontrado la menor clave que permita solucionar tan
horrible misterio.»
(…)
»Isidore Muset, gendarme, declara que fue llamado hacia las tres de la mañana.
Violentó la entrada; los alaridos continuaron hasta que se abrió la puerta, cesando
luego de golpe. Parecían gritos de personas que sufrieran los más agudos dolores;
eran gritos agudos y prolongados, no breves y precipitados. El testigo trepó las
escaleras. Al llegar al primer descanso oyó dos voces que discutían con fuerza y
agriamente; una de ellas era ruda y la otra mucho más aguda y muy extraña. Pudo
entender algunas palabras provenientes de la primera voz, que correspondía a un
francés. Estaba seguro de que no se trataba de una voz de mujer. Pudo distinguir las
palabras sacré y diable. La voz más aguda era de un extranjero. No podría asegurar si
se trataba de un hombre o una mujer. No entendió lo que decía, pero tenía la impresión
de que hablaba en español. El estado de la habitación y de los cadáveres fue descrito
por el testigo en la misma forma que lo hicimos ayer.
(…)
»Henri Duval, vecino, corrobora la declaración de Muset. El testigo piensa que la voz
más aguda pertenecía a un italiano. No puede asegurar que se tratara de una voz
masculina. Pudo ser la de una mujer. No está familiarizado con la lengua italiana.
Conocía a madame L. y a su hija. Estaba seguro de que la voz aguda no pertenecía a
ninguna de las difuntas.
(…)
»Paul Dumas, médico, declara que fue llamado al amanecer para examinar los
cadáveres de las víctimas. El cuerpo de la joven aparecía lleno de contusiones y
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excoriaciones. El hecho de que hubiese sido metido en la chimenea bastaba para
explicar tales marcas. Según opinión del doctor Dumas, mademoiselle L’Espanaye
había sido estrangulada por una o varias personas.
»El cuerpo de la madre estaba horriblemente mutilado. Todos los huesos de la pierna y
el brazo derechos se hallaban fracturados en mayor o menor grado. El cuerpo aparecía
cubierto de contusiones y estaba descolorido. Resultaba imposible precisar el arma con
que se habían inferido tales heridas. Un pesado garrote de mano, o una ancha barra de
hierro, en manos de un hombre sumamente robusto, podía haber producido esos
resultados. Imposible que una mujer pudiera infligir tales heridas con cualquier arma
que fuese. La cabeza de la difunta aparecía separada del cuerpo y, al igual que el
resto, terriblemente contusa. Era evidente que la garganta había sido seccionada con
un instrumento muy afilado, probablemente una navaja.
(…)
«Seguí razonando en la siguiente forma: los asesinos escaparon desde una de esas
ventanas. Por tanto, no pudieron asegurar nuevamente los marcos desde el interior, tal
como fueron encontrados. Los marcos estaban asegurados. Es necesario, pues, que
tengan una manera de asegurarse por sí mismos.
(…)
»Los asesinos tenían que haber escapado por la otra ventana. Suponiendo, pues, que
los resortes fueran idénticos en las dos ventanas, como parecía probable,
necesariamente tenía que haber una diferencia entre los clavos, o por lo menos en su
manera de estar colocados. Trepando al armazón de la cama, miré minuciosamente el
marco de sostén de la segunda ventana. Pasé la mano por la parte posterior,
descubriendo en seguida el resorte que, tal como había supuesto, era idéntico a su
vecino. Miré luego el clavo. Era tan sólido como el otro y aparentemente estaba fijo de
la misma manera y hundido casi hasta la cabeza.
(…)
“Tiene que haber algo defectuoso en el clavo”, pensé. Al tocarlo, su cabeza quedó
entre mis dedos juntamente con un cuarto de pulgada de la espiga. El resto de la
espiga se hallaba dentro del agujero, donde se había roto. La fractura era muy antigua,
pues los bordes aparecían herrumbrados, y parecía haber sido hecho de un martillazo,
que había hundido parcialmente la cabeza del clavo en el marco inferior de la ventana.
Volví a colocar cuidadosamente la parte de la cabeza en el lugar de donde la había
sacado, y vi que el clavo daba la exacta impresión de estar entero; la fisura resultaba
invisible. Apretando el resorte, levanté ligeramente el marco; la cabeza del clavo subió
con él, sin moverse de su lecho. Cerré la ventana, y el clavo dio otra vez la impresión
de estar dentro.
»Hasta ahora, el enigma quedaba explicado. El asesino había huido por la ventana que
daba a la cabecera del lecho. Cerrándose por sí misma la ventana había quedado
asegurada por su resorte.
»La segunda cuestión consiste en el modo del descenso. Observé que las persianas
del cuarto piso tienen celosías o tablillas que ofrecen excelente asidero para las
manos. Era evidente que, desplegando tanta agilidad como coraje, se podía llegar
hasta la ventana trepando por la varilla. Le pido que tenga especialmente en cuenta
que me refiero a un insólito grado de vigor, capaz de llevar a cabo una hazaña tan
azarosa y difícil. Mi intención consiste en demostrarle, primeramente, que el hecho
pudo ser llevado a cabo; pero, en segundo lugar, y muy especialmente, insisto en
llamar su atención sobre el carácter extraordinario, casi sobrenatural, de ese vigor
capaz de cosa semejante.
(…)
No diré mucho de las contusiones que presentaba el cuerpo de Madame L’Espanaye.
El instrumento contundente fue evidentemente el pavimento de piedra del patio, sobre
el cual cayó la víctima desde la ventana que da sobre la cama. Por simple que sea,
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esto escapó a la policía por la misma razón que se les escapó el ancho de las
persianas: frente a la presencia de clavos se quedaron ciegos ante la posibilidad de
que las ventanas hubieran sido abiertas alguna vez.
(…)
-Si un ladrón se llevó una parte, ¿por qué no tomó lo mejor… por qué no se llevó todo?
En una palabra: ¿por qué abandonó cuatro mil francos en oro, para cargarse con un
hato de ropa? El oro fue abandonado. La suma apareció en su casi totalidad en los
sacos tirados por el suelo. Le pido, por tanto, que descarte de sus pensamientos la
desatinada idea de un móvil, nacida en el cerebro de los policías por esa parte del
testimonio que se refiere al dinero entregado en la puerta de la casa. Coincidencias
diez veces más notables que ésta (la entrega del dinero y el asesinato de sus
poseedores tres días más tarde) ocurren a cada hora de nuestras vidas sin que nos
preocupemos por ellas. En general, las coincidencias son grandes obstáculos en el
camino de esos pensadores que todo lo ignoran de la teoría de las probabilidades, esa
teoría a la cual los objetivos más eminentes de la investigación humana deben los más
altos ejemplos.
(…)
»Si ahora ha reflexionado usted adecuadamente sobre el extraño desorden del
aposento, hemos llegado al punto de poder combinar las nociones de una asombrosa
agilidad, una fuerza sobrehumana, una ferocidad brutal, una carnicería sin motivo y una
voz de tono extranjero para los oídos de hombres de distintas nacionalidades y privada
de todo silabeo inteligible. ¿Qué resultado obtenemos? ¿Qué impresión he producido
en su imaginación?
Al escuchar las preguntas de Dupin sentí que un estremecimiento recorría mi cuerpo.
-Un maníaco es el autor del crimen -dije-. Un loco furioso que se escapó.
-En cierto sentido -dijo Dupin-, su idea no es inaplicable. Los locos pertenecen a alguna
nación, y, por más incoherentes que sean sus palabras, tienen, sin embargo, la
coherencia del silabeo. Además, el cabello de un loco no es como el que ahora tengo
en la mano. Arranqué este pequeño mechón de entre los dedos rígidamente apretados
de madame L’Espanaye. ¿Puede decirme qué piensa de ellos?
-¡Dupin… este cabello es absolutamente extraordinario…! ¡No es cabello humano! -
grité, trastornado por completo.
(…)
-No quisiera que usted se hubiese molestado por nada -declaró el marinero-. Estoy
dispuesto a pagar una recompensa por el hallazgo del animal. Una suma razonable, se
entiende.
-Pues bien -repuso mi amigo-, eso me parece muy justo. Déjeme pensar: ¿qué le
pediré? ¡Ah, ya sé! He aquí cuál será mi recompensa: me contará usted todo lo que
sabe sobre esos crímenes en la rue Morgue.
(…)
Una noche, o más bien una madrugada, en que volvía de una pequeña juerga de
marineros, nuestro hombre se encontró con que el orangután que había cazado en
otras tierras había penetrado en su dormitorio, luego de escaparse de la habitación
contigua donde su captor había creído tenerlo sólidamente encerrado. Navaja en mano
y embadurnado de jabón, habíase sentado frente a un espejo y trataba de afeitarse, tal
como, sin duda, había visto hacer a su amo espiándolo por el ojo de la cerradura.
Aterrado al ver arma tan peligrosa en manos de un animal que, en su ferocidad, era
harto capaz de utilizarla, el marinero se quedó un instante sin saber qué hacer. Por lo
regular, lograba contener al animal, aun en sus arrebatos más terribles, con ayuda de
un látigo, y pensó acudir otra vez a ese recurso. Pero al verlo, el orangután se lanzó de
un salto a la puerta, bajó las escaleras y, desde ellas, saltando por una ventana que
desgraciadamente estaba abierta, se dejó caer a la calle.
(…)
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El marinero, a todo esto, se sentía tranquilo y preocupado al mismo tiempo. Renacían
sus esperanzas de volver a capturar a la bestia, ya que le sería difícil escapar de la
trampa en que acababa de meterse, salvo que bajara otra vez por el pararrayos,
ocasión en que sería posible atraparlo. Por otra parte, se sentía ansioso al pensar en lo
que podría estar haciendo en la casa. Esta última reflexión indujo al hombre a seguir al
fugitivo. Para un marinero no hay dificultad en trepar por una varilla de pararrayos;
pero, cuando hubo llegado a la altura de la ventana, que quedaba muy alejada a su
izquierda, no pudo seguir adelante; lo más que alcanzó fue a echarse a un lado para
observar el interior del aposento. Apenas hubo mirado, estuvo a punto de caer a causa
del horror que lo sobrecogió. Fue en ese momento cuando empezaron los espantosos
alaridos que arrancaron de su sueño a los vecinos de la rue Morgue.
(…)
1. Enumera las características de la escena del crimen que le sirven a Dupin
como punto de partida para su investigación, antes de llegar a la deducción de
las ventanas.
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2. Explica cómo realiza Dupin la deducción referente al escape del asesino.
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3. ¿Qué elemento clave le sirve a Dupin para determinar la naturaleza del
asesino? ¿Cómo se conecta esa pista con la información que él analizó
anteriormente?
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4.- Al inicio del relato, el narrador hace una diferencia entre fantasía e
imaginación. Considerando la resolución del caso, ¿por qué el narrador cae en la
fantasía, mientras que Dupin usa la imaginación?
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