Textos de apoyo
Papa Francisco
Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones 2018
También Jesús fue llamado y enviado; para ello tuvo que, en silencio, escuchar y leer la Palabra
en la sinagoga y así, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, pudo descubrir plenamente su
significado, referido a su propia persona y a la historia del pueblo de Israel.
Esta actitud es hoy cada vez más difícil, inmersos como estamos en una sociedad ruidosa, en el
delirio de la abundancia de estímulos y de información que llenan nuestras jornadas. Al ruido
exterior, que a veces domina nuestras ciudades y nuestros barrios, corresponde a menudo una
dispersión y confusión interior, que no nos permite detenernos, saborear el gusto de la
contemplación, reflexionar con serenidad sobre los acontecimientos de nuestra vida y llevar a
cabo un fecundo discernimiento, confiados en el diligente designio de Dios para nosotros.
Gaudete et exultate
63 «¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?», la respuesta es sencilla: es necesario
hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas [66]. En
ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de
nuestras vidas.
El discernimiento
166. ¿Cómo saber si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está en el espíritu del mundo o
en el espíritu del diablo? La única forma es el discernimiento, que no supone solamente una
buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir. Si lo
pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo
con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta
capacidad espiritual.
Una necesidad imperiosa
167. Hoy día, el hábito del discernimiento se ha vuelto particularmente necesario. Porque la
vida actual ofrece enormes posibilidades de acción y de distracción, y el mundo las presenta
como si fueran todas válidas y buenas. Todos, pero especialmente los jóvenes, están expuestos
a un zapping constante. Es posible navegar en dos o tres pantallas simultáneamente e
interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales. Sin la sabiduría del
discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias
del momento.
168. Esto resulta especialmente importante cuando aparece una novedad en la propia vida, y
entonces hay que discernir si es el vino nuevo que viene de Dios o es una novedad engañosa
del espíritu del mundo o del espíritu del diablo. En otras ocasiones sucede lo contrario, porque
las fuerzas del mal nos inducen a no cambiar, a dejar las cosas como están, a optar por el
inmovilismo o la rigidez. Entonces impedimos que actúe el soplo del Espíritu. Somos libres, con
la libertad de Jesucristo, pero él nos llama a examinar lo que hay dentro de nosotros ―deseos,
angustias, temores, búsquedas― y lo que sucede fuera de nosotros —los «signos de los
tiempos»— para reconocer los caminos de la libertad plena: «Examinadlo todo; quedaos con
lo bueno» (1 Ts 5,21).
Siempre a la luz del Señor
169. El discernimiento no solo es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que
resolver problemas graves, o cuando hay que tomar una decisión crucial. Es un instrumento de
lucha para seguir mejor al Señor. Nos hace falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los
tiempos de Dios y de su gracia, para no desperdiciar las inspiraciones del Señor, para no dejar
pasar su invitación a crecer. Muchas veces esto se juega en lo pequeño, en lo que parece
irrelevante, porque la magnanimidad se muestra en lo simple y en lo cotidiano[124]. Se trata
de no tener límites para lo grande, para lo mejor y más bello, pero al mismo tiempo
concentrados en lo pequeño, en la entrega de hoy. Por tanto, pido a todos los cristianos que
no dejen de hacer cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero «examen de
conciencia». Al mismo tiempo, el discernimiento nos lleva a reconocer los medios concretos
que el Señor predispone en su misterioso plan de amor, para que no nos quedemos solo en las
buenas intenciones.
Un don sobrenatural
170. Es verdad que el discernimiento espiritual no excluye los aportes de sabidurías humanas,
existenciales, psicológicas, sociológicas o morales. Pero las trasciende. Ni siquiera le bastan las
sabias normas de la Iglesia. Recordemos siempre que el discernimiento es una gracia. Aunque
incluya la razón y la prudencia, las supera, porque se trata de entrever el misterio del proyecto
único e irrepetible que Dios tiene para cada uno y que se realiza en medio de los más variados
contextos y límites. No está en juego solo un bienestar temporal, ni la satisfacción de hacer
algo útil, ni siquiera el deseo de tener la conciencia tranquila. Está en juego el sentido de mi
vida ante el Padre que me conoce y me ama, el verdadero para qué de mi existencia que nadie
conoce mejor que él. El discernimiento, en definitiva, conduce a la fuente misma de la vida que
no muere, es decir, conocer al Padre, el único Dios verdadero, y al que ha enviado: Jesucristo
(cf. Jn 17,3). No requiere de capacidades especiales ni está reservado a los más inteligentes o
instruidos, y el Padre se manifiesta con gusto a los humildes (cf. Mt 11,25).
171. Si bien el Señor nos habla de modos muy variados en medio de nuestro trabajo, a través
de los demás, y en todo momento, no es posible prescindir del silencio de la oración detenida
para percibir mejor ese lenguaje, para interpretar el significado real de las inspiraciones que
creímos recibir, para calmar las ansiedades y recomponer el conjunto de la propia existencia a
la luz de Dios. Así podemos dejar nacer esa nueva síntesis que brota de la vida iluminada por el
Espíritu.
Habla, Señor
172. Sin embargo, podría ocurrir que en la misma oración evitemos dejarnos confrontar por la
libertad del Espíritu, que actúa como quiere. Hay que recordar que el discernimiento orante
requiere partir de una disposición a escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que
siempre nos desafía de maneras nuevas. Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad
para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus
esquemas. Así está realmente disponible para acoger un llamado que rompe sus seguridades
pero que lo lleva a una vida mejor, porque no basta que todo vaya bien, que todo esté
tranquilo. Dios puede estar ofreciendo algo más, y en nuestra distracción cómoda no lo
reconocemos.
173. Tal actitud de escucha implica, por cierto, obediencia al Evangelio como último criterio,
pero también al Magisterio que lo custodia, intentando encontrar en el tesoro de la Iglesia lo
que sea más fecundo para el hoy de la salvación. No se trata de aplicar recetas o de repetir el
pasado, ya que las mismas soluciones no son válidas en toda circunstancia y lo que era útil en
un contexto puede no serlo en otro. El discernimiento de espíritus nos libera de la rigidez, que
no tiene lugar ante el perenne hoy del Resucitado. Únicamente el Espíritu sabe penetrar en los
pliegues más oscuros de la realidad y tener en cuenta todos sus matices, para que emerja con
otra luz la novedad del Evangelio.
La lógica del don y de la cruz
174. Una condición esencial para el progreso en el discernimiento es educarse en la paciencia
de Dios y en sus tiempos, que nunca son los nuestros. Él no hace caer fuego sobre los infieles
(cf. Lc 9,54), ni permite a los celosos «arrancar la cizaña» que crece junto al trigo (cf. Mt 13,29).
También se requiere generosidad, porque «hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20,35).
No se discierne para descubrir qué más le podemos sacar a esta vida, sino para reconocer
cómo podemos cumplir mejor esa misión que se nos ha confiado en el Bautismo, y eso implica
estar dispuestos a renuncias hasta darlo todo. Porque la felicidad es paradójica y nos regala las
mejores experiencias cuando aceptamos esa lógica misteriosa que no es de este mundo, como
decía san Buenaventura refiriéndose a la cruz: «Esta es nuestra lógica»[125]. Si uno asume esta
dinámica, entonces no deja anestesiar su conciencia y se abre generosamente al
discernimiento.
175. Cuando escrutamos ante Dios los caminos de la vida, no hay espacios que queden
excluidos. En todos los aspectos de la existencia podemos seguir creciendo y entregarle algo
más a Dios, aun en aquellos donde experimentamos las dificultades más fuertes. Pero hace
falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos lleva a vedarle su
entrada en algunos aspectos de la propia vida. El que lo pide todo también lo da todo, y no
quiere entrar en nosotros para mutilar o debilitar sino para plenificar. Esto nos hace ver que el
discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una
verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión
a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos.
SINODO DE LOS OBISPOS
Documento preparatorio: Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional
2. El don del discernimiento
Tomar decisiones y orientar las propias acciones en situaciones de incertidumbre y frente a
impulsos internos contradictorios es el ámbito del ejercicio del discernimiento. Se trata de un
término clásico de la tradición de la Iglesia, que se aplica a una pluralidad de situaciones. En
efecto, existe un discernimiento de los signos de los tiempos, que apunta a reconocer la
presencia y la acción del Espíritu en la historia; un discernimiento moral, que distingue lo que
es bueno de lo que es malo; un discernimiento espiritual, que tiene como objetivo reconocer la
tentación para rechazarla y, en su lugar, seguir el camino de la plenitud de vida. Las conexiones
entre estas diferentes acepciones son evidentes y no se pueden nunca separar
completamente.
Teniendo presente esto, nos centramos aquí en el discernimiento vocacional, es decir, en el
proceso por el cual la persona llega a realizar, en el diálogo con el Señor y escuchando la voz
del Espíritu, las elecciones fundamentales, empezando por la del estado de vida. Si el
interrogante de cómo no desperdiciar las oportunidades de realización de sí mismo afecta a
todos los hombres y mujeres, para el creyente la pregunta se hace aún más intensa y
profunda. ¿Cómo vivir la buena noticia del Evangelio y responder a la llamada que el Señor
dirige a todos aquellos a quienes les sale al encuentro: a través del matrimonio, del ministerio
ordenado, de la vida consagrada? Y cuál es el campo en el que se pueden utilizar los propios
talentos: ¿la vida profesional, el voluntariado, el servicio a los últimos, la participación en la
política?
El Espíritu habla y actúa a través de los acontecimientos de la vida de cada uno, pero los
eventos en sí mismos son mudos o ambiguos, ya que se pueden dar diferentes
interpretaciones. Iluminar el significado en lo concerniente a una decisión requiere un camino
de discernimiento. Los tres verbos con los que esto se describe en la Evangelii gaudium, 51 –
reconocer, interpretar y elegir – pueden ayudarnos a delinear un itinerario adecuado tanto
para los individuos como para los grupos y las comunidades, sabiendo que en la práctica los
límites entre las diferentes fases no son nunca tan claros.
Reconocer
El reconocimiento se refiere, en primer lugar, a los efectos que los acontecimientos de mi vida,
las personas que encuentro, las palabras que escucho o que leo producen en mi interioridad:
una variedad de «deseos, sentimientos, emociones» (Amoris laetitia, 143) de muy distinto
signo: tristeza, oscuridad, plenitud, miedo, alegría, paz, sensación de vacío, ternura, rabia,
esperanza, tibieza, etc. Me siento atraído o empujado hacia una pluralidad de direcciones, sin
que ninguna me parezca la que claramente se debe seguir; es el momento de los altos y bajos
y en algunos casos de una auténtica lucha interior. Reconocer exige hacer aflorar esta riqueza
emotiva y nombrar estas pasiones sin juzgarlas. Exige igualmente percibir el “sabor” que dejan,
es decir, la consonancia o disonancia entre lo que experimento y lo más profundo que hay en
mí.
En esta fase, la Palabra de Dios reviste una gran importancia: meditarla, de hecho, pone en
movimiento las pasiones como todas las experiencias de contacto con la propia interioridad,
pero al mismo tiempo ofrece una posibilidad de hacerlas emerger identificándose con los
acontecimientos que ella narra. La fase del reconocimiento sitúa en el centro la capacidad de
escuchar y la afectividad de la persona, sin eludir por temor la fatiga del silencio. Se trata de un
paso fundamental en el camino de maduración personal, en particular para los jóvenes que
experimentan con mayor intensidad la fuerza de los deseos y pueden también permanecer
asustados, renunciando incluso a los grandes pasos a los que sin embargo se sienten
impulsados.
Interpretar
No basta reconocer lo que se ha experimentado: hay que “interpretarlo”, o, en otras palabras,
comprender a qué el Espíritu está llamando a través de lo que suscita en cada uno. Muchas
veces nos detenemos a contar una experiencia, subrayando que “me ha impresionado
mucho”. Más difícil es entender el origen y el sentido de los deseos y de las emociones
experimentadas y evaluar si nos están orientando en una dirección constructiva o si por el
contrario nos están llevando a replegarnos sobre nosotros mismos.
Esta fase de interpretación es muy delicada: se requiere paciencia, vigilancia y también un
cierto aprendizaje. Hemos de ser capaces de darnos cuenta de los efectos de los
condicionamientos sociales y psicológicos. También exige poner en práctica las propias
facultades intelectuales, sin caer sin embargo en el peligro de construir teorías abstractas
sobre lo que sería bueno o bonito hacer: también en el discernimiento «la realidad es superior
a la idea» (Evangelii gaudium, 231). En la interpretación tampoco se puede dejar de
enfrentarse con la realidad y de tomar en consideración las posibilidades que realmente se
tienen a disposición.
Para interpretar los deseos y los movimientos interiores es necesario confrontarse
honestamente, a la luz de la Palabra de Dios, también con las exigencias morales de la vida
cristiana, siempre tratando de ponerlas en la situación concreta que se está viviendo. Este
esfuerzo obliga a quien lo realiza a no contentarse con la lógica legalista del mínimo
indispensable, y en su lugar buscar el modo de sacar el mayor provecho a los propios dones y
las propias posibilidades: por esto resulta una propuesta atractiva y estimulante para los
jóvenes.
Este trabajo de interpretación se desarrolla en un diálogo interior con el Señor, con la
activación de todas las capacidades de la persona; la ayuda de una persona experta en la
escucha del Espíritu es, sin embargo, un valioso apoyo que la Iglesia ofrece, y del que sería
poco sensato no hacer uso.
Elegir
Una vez reconocido e interpretado el mundo de los deseos y de las pasiones, el acto de decidir
se convierte en ejercicio de auténtica libertad humana y de responsabilidad personal, siempre
claramente situadas y por lo tanto limitadas. Entonces, la elección escapa a la fuerza ciega de
las pulsiones, a las que un cierto relativismo contemporáneo termina por asignar el rol de
criterio último, aprisionando a la persona en la volubilidad. Al mismo tiempo se libera de la
sujeción a instancias externas a la persona y, por tanto, heterónomas, exigiendo asimismo una
coherencia de vida.
Durante mucho tiempo en la historia, las decisiones fundamentales de la vida no fueron
tomadas por los interesados directos; en algunas partes del mundo todavía es así, tal como se
ha apuntado también en el capítulo I. Promover elecciones verdaderamente libres y
responsables, despojándose de toda connivencia con legados de otros tiempos, sigue siendo el
objetivo de toda pastoral vocacional seria. El discernimiento es en la pastoral vocacional el
instrumento fundamental, que permite salvaguardar el espacio inviolable de la conciencia, sin
pretender sustituirla (cfr. Amoris laetitia, 37).
La decisión debe ser sometida a la prueba de los hechos en vista de su confirmación. La
elección no puede quedar aprisionada en una interioridad que corre el riesgo de mantenerse
virtual o poco realista – se trata de un peligro acentuado en la cultura contemporánea –, sino
que está llamada a traducirse en acción, a tomar cuerpo, a iniciar un camino, aceptando el
riesgo de confrontarse con la realidad que había puesto en movimiento deseos y emociones.
Otros movimientos interiores nacerán en esta fase: reconocerlos e interpretarlos permitirá
confirmar la bondad de la decisión tomada o aconsejará revisarla. Por esto es importante
“salir”, incluso del miedo de equivocarse que, como hemos visto, puede llegar a ser
paralizante.
Características de la Educación de la Compañía de Jesús
Capítulo 1 “Para Ignacio, Dios es Creador y Señor, Suprema Bondad, la única Realidad que es
absoluta; todas las demás realidades proceden de Dios y tienen valor únicamente en cuanto
nos conducen a Dios. Este Dios está presente en nuestras vidas, "trabajando por nosotros" en
todas las cosas; puede ser descubierto, por medio de la fe, en todos los acontecimientos
naturales y humanos, en la historia en su conjunto, y muy especialmente en lo íntimo de la
experiencia vivida por cada persona individual”. (36) “Todos los aspectos del proceso
educativo pueden conducir, en definitiva, a adorar a Dios presente y activo en la creación y a
reverenciar la creación como reflejo de Dios. Adoración y reverencia son partes de la vida de la
comunidad escolar y se expresan en la oración personal y en otras formas apropiadas de culto
comunitario. El desarrollo intelectual, imaginativo y afectivo, creativo y físico de cada
estudiante, junto con el sentido de admiración que es un aspecto de cada asignatura y de la
totalidad de la vida de la escuela, todo puede ayudar a los alumnos a descubrir a Dios activo en
la historia y en la creación”.
Capítulo 4 (66) “Los centros educativos de la Compañía impulsan y ayudan a cada estudiante a
responder a la peculiar llamada de Dios sobre él o sobre ella, una vocación de servicio en la
vida personal y profesional, ya sea en el matrimonio, en la vida religiosa o sacerdotal, o en una
vida como célibe”.
4.3 Oración y culto (67) La oración es una expresión de fe y un camino efectivo hacia el
establecimiento de una relación personal con Dios, que conduce al compromiso de servir a los
demás. La educación jesuítica ofrece una progresiva iniciación a la oración, de acuerdo con el
ejemplo de Cristo, que oraba regularmente a su Padre. Todos son animados a alabar y dar
gracias a Dios en la oración, a orar unos por otros en la comunidad escolar, y a pedir la ayuda
de Dios para hacer frente a las necesidades de toda la comunidad humana.
Capítulo 9 (143) “Ignacio y sus compañeros tomaban sus decisiones sobre la base de un
proceso permanente de discernimiento personal y en común, realizado siempre en un
contexto de oración. Mediante la reflexión sobre los resultados de sus actividades, hecha en
oración, los compañeros revisaban las decisiones anteriores e introducían adaptaciones en sus
métodos, en una búsqueda constante del mayor servicio de Dios ("magis")”.
Pedagogía Ignaciana
(22) “El primer decreto de la Congregación General 33 de la Compañía, Compañeros de Jesús
enviados al mundo de hoy, anima a los jesuitas a un constante discernimiento apostólico sobre
sus ministerios, tanto tradicionales como nuevos. Recomienda que tal revisión preste atención
a la Palabra de Dios y esté inspirada en la tradición ignaciana. Además, debe dar paso a una
transformación de las maneras habituales de pensar por medio de una constante interrelación
de experiencia, reflexión y acción. Es aquí, donde encontramos el esquema de un modelo
para hacer que las Características de la Educación de la Compañía de Jesús se hagan vida en
nuestros colegios de hoy, a través de un modo de proceder profundamente coherente con el
objetivo de la educación jesuita y totalmente en línea con la misión de la Compañía de Jesús.
Vamos, por tanto, a considerar un paradigma ignaciano que dé prioridad a la interacción
constante de EXPERIENCIA, REFLEXIÓN y ACCIÓN.”
(25) “Una dinámica fundamental de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio es la continua
llamada a reflexionar en oración sobre el conjunto de toda la experiencia personal, para poder
discernir a dónde nos lleva el Espíritu de Dios. Ignacio exige la reflexión sobre la experiencia
humana como medio indispensable para discernir su validez, porque sin una reflexión
prudente es muy posible la mera ilusión engañosa, y sin una consideración atenta, el
significado de la experiencia individual puede ser devaluado o trivializado. Sólo después de una
reflexión adecuada de la experiencia y de una interiorización del significado y las implicaciones
de lo que uno estudia, se puede proceder libre y confiadamente a una elección correcta de los
modos de proceder que favorezcan el desarrollo total de uno mismo como ser humano. Por
tanto, la reflexión constituye el punto central para Ignacio en el paso de la experiencia a la
acción; y tanto es así que confía al director o guía de las personas que hacen los Ejercicios
Espirituales, la responsabilidad primordial de ayudarles en el proceso de la reflexión”.
(28) “Comenzando por la EXPERIENCIA, el profesor crea las condiciones para que los
estudiantes reúnan y recuerden los contenidos de su propia experiencia y seleccionen lo que
ellos consideren relevante, para el tema de que se trata, sobre hechos, sentimientos, valores,
introspecciones e intuiciones. Después, el profesor guía al estudiante en la asimilación de la
nueva información y experiencia de tal forma que su conocimiento progrese en amplitud y
verdad. El profesor pone las bases para que el alumno «aprenda cómo aprender»,
implicándole en las técnicas de la REFLEXIÓN. Hay que poner en juego la memoria, el
entendimiento, la imaginación y los sentimientos para captar el significado y valor esencial de
lo que se está estudiando, para descubrir su relación con otros aspectos del conocimiento y la
actividad humana, para apreciar sus implicaciones en la búsqueda continua de la verdad. La
reflexión debe ser un proceso formativo y libre que modele la conciencia de los estudiantes, -
sus actitudes corrientes, sus valores y creencias, así como sus formas de pensar-, de tal manera
que se sientan impulsados a pasar del conocimiento a la ACCIÓN. Consiguientemente el papel
del profesor es asegurar que haya oportunidades de desarrollar la imaginación, y ejercitar la
voluntad de los alumnos para elegir la mejor línea de actuación que se derive de lo aprendido y
sea su seguimiento. Lo que ellos van a realizar en consecuencia bajo la dirección del profesor,
si bien no logrará transformar el mundo entero de forma inmediata en una comunidad de
justicia, paz y amor, podrá al menos constituir un paso educativo en esa dirección y hacia ese
objetivo, aunque no sea más que proporcionar nuevas experiencias, ulteriores reflexiones, y
acciones coherentes con la materia considerada.
(29) La continua interrelación de EXPERIENCIA, REFLEXIÓN y ACCIÓN en la dinámica de la
enseñanza-aprendizaje de la clase, se sitúa en el corazón mismo de la pedagogía ignaciana. Es
nuestro modo propio de proceder en los colegios de la Compañía, acompañar a los alumnos en
el camino de llegar a ser personas maduras. Es un paradigma pedagógico ignaciano que cada
uno de nosotros puede aplicarlo en las materias que enseña y en los programas que imparte,
sabiendo que ha de adaptarlo y aplicarlo a nuestras propias situaciones específicas.
(32) La comprensión del Paradigma Pedagógico Ignaciano debe considerar tanto el contexto
del aprendizaje como el proceso más explícitamente pedagógico. Además, debería señalar los
modos de fomentar la apertura al crecimiento, incluso después de que el alumno haya
concluido un determinado ciclo de estudios. Se consideran por tanto cinco pasos: CONTEXTO,
EXPERIENCIA, REFLEXIÓN, ACCIÓN, EVALUACIÓN.
KOLVENBACH
La pedagogía Ignaciana hoy (Villa Cavalletti en 1993)
(134) Ignacio presenta el ideal de un desarrollo completo de la persona humana. Es típica su
insistencia en el magis, el más, la mayor gloria de Dios. Así, en la educación, nos pide aspirar a
algo que sobrepasa el adiestramiento y el saber que normalmente se encuentran en el buen
estudiante. El magis no se refiere sólo a lo académico, sino también a la acción. Nuestra
formación incluye experiencias que nos hacen explorar las dimensiones y expresiones del
servicio cristiano como medio para desarrollar nuestro espíritu de generosidad. Nuestros
colegios deberían recoger este rasgo de la visión ignaciana en programas de servicio que
empujen al alumno a experimentar y poner a prueba su asimilación del magis, lo cual le
llevaría a la vez a descubrir la dialéctica de la acción y la contemplación.
(135) Pero no toda acción redunda en gloria de Dios. Por eso Ignacio nos ofrece un medio para
descubrir y escoger la voluntad de Dios. El "discernimiento" desempeña una función central. Y
así la reflexión y el discernimiento deben ser enseñados y practicados en nuestras escuelas,
colegios y universidades. Con tantos reclamos como se nos hacen de todas direcciones, no es
siempre fácil decidir libremente. Rara vez encontramos que las razones están todas de una
parte. Siempre hay un tira y afloja. Entonces es cuando el discernimiento se hace crucial. El
discernimiento exige recoger los hechos y reflexionar, separando los motivos que nos mueven,
sopesando valores y prioridades, estudiando las consecuencias de nuestras decisiones en los
pobres.
(136) Hay más. La respuesta al llamamiento de Jesús no puede encerrarnos en nosotros
mismos; exige que seamos y enseñemos a nuestros alumnos a ser hombres para los demás. La
cosmovisión de Ignacio está centrada en la persona de Jesús. La realidad de la Encarnación
impacta la educación de la Compañía en su mismo meollo. Porque el fin último y razón de ser
de los colegios es formar hombres y mujeres para los demás a imitación de Cristo Jesús el Hijo
de Dios, el Hombre para los demás por excelencia. Así es como la educación de la Compañía,
fiel al principio encarnacional, es humanista. El P. Arrupe escribió:
(137) ¿Qué es humanizar el mundo sino ponerlo al servicio de la humanidad? El egoísta no sólo
no humaniza la creación material sino que deshumaniza a las mismas personas. Las transforma
en cosas al dominarlas, explotarlas y apropiarse el fruto de su trabajo. Lo trágico es que, al
hacerlo, el egoísta se deshumaniza a sí mismo. Se somete a las posesiones que ambiciona; se
hace su esclavo, deja de ser persona con dominio de sí y se convierte en nopersona, una cosa
gobernada por sus ciegos deseos y sus objetivos.
(153) En nuestra misión hoy la pedagogía básica de Ignacio puede ayudarnos mucho para
ganar las mentes y los corazones de las nuevas generaciones. Porque la pedagogía de Ignacio
se centra en la formación de toda la persona, corazón, inteligencia y voluntad, no sólo en el
entendimiento; desafía a los alumnos a discernir el sentido de lo que estudian por medio de la
reflexión, en lugar de una memoria rutinaria; anima a adaptarse, y eso exige apertura para el
crecimiento en todos nosotros. Exige que respetemos las capacidades de los alumnos en los
diferentes niveles de su desarrollo; y todo el proceso está fomentado por un ambiente escolar
de consideración, respeto y confianza, donde la persona puede con toda honradez enfrentarse
a la decisión, a veces dolorosa, de ser humano con y para los demás.
SECRETARIADO MUNDIAL DE EDUCACIÓN DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
La excelencia Humana
Conscientes, porque además de conocerse a sí mismos, gracias al desarrollo de su capacidad
de interiorización y al cultivo de la vida espiritual, tienen un consistente conocimiento y
experiencia de la sociedad y de sus desequilibrios;
Competentes, profesionalmente hablando, porque tienen una formación académica que les
permite conocer con rigor los avances de la ciencia y de la tecnología;
Compasivos, porque son capaces de abrir su corazón para ser solidarios y asumir sobre sí el
sufrimiento que otros viven; y
Comprometidos, porque, siendo compasivos, se empeñan honestamente y desde la fe, y con
medios pacíficos, en la transformación social y política de sus países y de las estructuras
sociales para alcanzar la justicia». (Los Antiguos Alumnos de la Compañía de Jesús y su
Responsabilidad Social: la búsqueda de un mejor futuro para la Humanidad. ¿Qué significa ser
creyente hoy?, Medellín, 2013)…
LA PERSONA CONSCIENTE
El P. Adolfo Nicolás en su discurso a la Asamblea de Antiguos Alumnos, en Medellín, el 15 de
Agosto de 2013, definía la persona consciente que queremos formar en nuestros colegios,
como “aquellas personas que además de conocerse a si mismas, gracias al desarrollo de su
capacidad de interiorización y su cultivo de la espiritualidad, tienen un consistente
conocimiento y experiencia de la sociedad y de sus desequilibrios”.
… Dentro de esa tarea de formar el carácter bueno, tendrá una gran importancia la formación
de la conciencia. Partiendo de la consideración de conciencia como la “habilidad intrínseca e
intuitiva del individuo para discernir la rectitud y bondad de las propias acciones”, (George
Nedumattam, sj. En Persona Consciente; SIPEI, Manresa, Marzo 2014) afirmamos que esta
conciencia puede ser educada.
Para esta educación será de gran ayuda el trabajo hondo desde nuestra espiritualidad.
Sentirnos habitados y acompañados por Dios Padre, que nos envía su Espíritu para ayudarnos
a descubrir y discernir nuestros caminos vitales, siguiendo el modelo de Jesús de Nazaret.
El Examen Ignaciano (Ejercicios Espirituales; Ignacio de Loyola, nº 43), como gran herramienta
a redescubrir y ejercitar, nos irá dando las claves para ir eligiendo lo que más conduce a hacer
de este mundo el mundo que Dios quiere: un mundo de hermanos donde nadie pase
necesidad. Y aprenderemos que cada uno tenemos la posibilidad de, cada día, aportar lo que
esté de nuestra parte para conseguirlo.
Esta persona consciente se sentirá llamada a mirar el mundo, la realidad, con los ojos de
Dios, descubriendo la bondad y la belleza de la creación y de las personas; pero también los
lugares de dolor, miseria e injusticia.
En este tiempo que nos toca vivir, tendremos que cuidar los tiempos que dedicamos en
nuestros currículos a mirar el mundo y ayudar a mover afectos; el tiempo que dedicamos a
acompañar las mociones que puedan ir surgiendo en nuestros alumnos y las propuestas de
modelo que desde nuestro ser educadores les testimoniamos y presentamos.
Todo ello ayudará a que nuestros alumnos vayan construyendo su proyecto vital, que les
ayude a tener un horizonte de vida, que ilumine sus elecciones de estudio, trabajo, familia,
compromiso social…
Para poder conseguir todo esto, será necesario promover una la creatividad en nuestro trabajo
educativo para proponer nuevos modos de aprendizajes, que permitan conocer más y mejor la
realidad, analizarla y buscar modos de contribuir a generar nuevos hábitos personales, nuevas
formas organizativas y la felicidad y la justicia para todos, generará una nueva sociedad mejor,
según el sueño de Dios.
Así, seremos fieles a nuestra misión. Y tendrá sentido y justificación la existencia de los
Colegios de la Compañía.
FLACSI
Retos y fines de la Pastoral Educativa Escolar Ignaciana, en los colegios de la
Compañía de Jesús en Latinoamérica1
Pausa Ignaciana. Uno de los aportes de la Espiritualidad Ignaciana es la claridad que asume
sobre la acción de Dios en la vida cotidiana. Según Ignacio, Dios siempre está trabajando por
nosotros y procurándonos el fin para el que fuimos creados. “La finalidad es buscar y hallar a
Dios en todas las cosas, es decir, en la propia vida. Gradualmente, querer, pensar, y actuar de
manera consciente”16. La pausa ignaciana no se reduce a hacer un balance para enjuiciarse;
tampoco sirve para frustrarse y desanimarse. La pausa es la intimidad con Dios, en donde a
través de la oración se pueda agradecer, pedir perdón y perdonar. Acto de confianza en Dios,
que proyecta desde la esperanza y me lanza con novedad.
JESEDU: Acuerdos de Acción
A. La experiencia de Dios
La experiencia espiritual de San Ignacio de Loyola,centrada en Cristo, es la piedra angular de la
Educación Jesuita y nuestro desafío sigue siendo invitar a nuestros estudiantes y comunidades
escolares a descubrir su riqueza inagotable en el encuentro personal y comunitario con el
Evangelio. Reconocemos la diversidad de los contextos religiosos y seculares en los que operan
nuestros colegios; sin embargo, la educación de los jesuitas no puede suceder a menos que se
pueda ofrecer una sólida formación religiosa y espiritual en nuestros colegios. En nuestro
contexto histórico, esta formación nos exige exponer a los alumnos a nuestra herencia
espiritual, a la diversidad religiosa de nuestros contextos y del mundo, para promover el
respeto y el aprecio por otras religiones y expresiones seculares.
1. Los Delegados se comprometen a promover el examen de conciencia en cada uno de los
colegios para ayudar a los y las estudiantes a escuchar su voz interior y aprender el camino
de la interioridad.
1 Para el discernimiento se pueden tener en cuenta también las propuestas en los apartados “Reto 1,
temas o claves de contenido y la experiencia”, según cada franja etárea.
3. Los Delegados se comprometen a encontrar maneras en que la Espiritualidad Ignaciana
(ref.Ejercicios Espirituales) pueda adaptarse activamente al entorno escolar para que los
estudiantes aprendan el hábito del silencio y la práctica del discernimiento.